Sobre la poesía última de Francisco Brines

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Descripción

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FRANCISCO J. DíAZ DE CASTRO / SOBRE LA POESÍA ÚLTIMA DE FRANCISCO BRINES Toda la obra de Francisco Brines desde Las brásas (1960) hasta los más recientes inéditos posteriores a La última costa (1995) ha modulado con diferentes variaciones los asedios del poeta a la conciencia compleja del vivir presidido por una temporalidad aniquiladora. La elegía resultante ha encontrado una formulación global que concentra en sí misma el sentido de toda una poética: «Ensayo de una despedida». A lo largo de su escritura Brines ha ido generando una creciente reflexión ética en tono menor, el único posible para hacer comunicable, sin excesos retóricos, la energía de la búsqueda, la permanente tensión entre el agradecimiento a la existencia y el dolor de la pérdida. Su personaje poético se nos presenta en medio del flujo de la vida, abierto a la realidad y a la vez concentrado en su indagación metaRsica y moral, espoleado por la inquietud de un conocimiento de lo vital que, siendo personal, apunta a las realidades de todos los hombres y que extrae para el poema la motivación de «los emocionados escombros de la vida». Se trata desde el principio, no de reconocernos, sino de conocernos (Brines 1984: 15), de ir alcanzando la verdad relativa de un existir tan sensible a las pérdidas de todo tipo en que consiste el vivir, como avaricioso de los fugaces goces y de los instantes de plenitud que la conciencia de la nada vuelve aun más valiosos. Porque es precisamente una cada vez más lúcida indagación en la vida, la materia que organiza un sentir y un pensar estéticamente fecundos y poéticamente útiles para el diálogo con el lector (!): una forma de «rescate de la existencia» y de «percepción» de la realidad que salpica la sensibilidad de quien lee con una densa materia de conciencia. Desde Las brasas hasta Aún no (1971) se consolida una reflexión sobre las emociones, de estirpe barroca, en la que la creciente presencia de las referencias culturales y la diversidad de los espacios no hace sino corroborar las enseñanzas que el protagonista de esta poesía ha descubierto en las cosas y en los comportamientos. Un «dolor suficiente» y una «alegría breve» marcan los límites lúcidos del sentimiento en estos poemas dictados por los lugares y por las relaciones humanas, una parte de las cuales, en forma de dedicatorias abundantes, exterioriza junto a los poemas el vivir cordial abierto a la amistad, una de las experiencias privilegiadas que transmite la poesía de Francisco Brines. En Aún no cobra cuerpo, además, una madurez moral que se afianza en los libros siguientes hasta El otoño de las rosas (1986), y que desde perspectivas distintas trata de alcanzar una afirmación de la identidad de su personaje mucho más realista y auténtica, más directa y también ·de consecuencias más trascendentales para la conciencia de la propia escritura y del lector. El amor, el deseo y la soledad se abordan desde entonces a partir de un rigor y una lucidez cada vez más exigentes, más radicales y más desnudos. La perspectiva satírica de algunos momentos, particularmente en Imistencias en Luzbel (1977), instala un efectivo contraste de la intimidad con una realidad exterior social e histórica sometida a una mirada narrativa

más sarcástica y desnuda que hasta entonces. Objetivar el yo es constatar el instinto de goce y de belleza siempre precario por la conciencia del tiempo, pero también y sobre todo la indiferencia de las cosas ante nuestra presencia, que instalan en nosotros un repertorio de soluciones en el que la más extrema es quizá la situada en el poema «Métodos de conocimiento» y que nos ofrece, mientras tanto, la dignidad de un goce que lo es también por saberse pasajero, materia probable del olvido. No por esa evidencia, sin embargo, como señaló José Olivio Jiménez (1998: 134-135), deja el poeta de afirmar y de expresar su agradecimiento a la vida y a sus dones, contrastados con la inevitable conciencia de la desposesión: «Alegría es la luz, el aire, / la carne es alegría, / y cuando se fatigan y se apagan / entonces son visibles I la luz, la carne, el aire, el daño» («Respiración hacia la noche•) . Desde la serenidad básica de su tono definitivo logra Brines trasmitir «un sentido de la dignidad humana que tiene que ver con una forma concreta de concebir la poesía» (García Montero 2010: 15) y que esencialmente nos propone una contemplación lúcida de la emoción que alcanza al vivir colectivo y que desarrolla también una ética de la resistencia mediante la escritura (Gómez Taré 2002: 289): emoción y conciencia, una vez más. Sobre una base de lucidez, el tirón del cuerpo, el regodeo de un discurso deseante, la energía de lo vivo aun en la ausencia terminan por convertirse en una serena lección de autenticidad en El otoño de las rosas, como destacaba Dionisia Cañas (1989: 10-11) (2). Son al mismo tiempo el «triunfo de la carne»y «la desdicha de la carne» que en este libro alcanzan su más plena expresión, ya desde el pórtico: «Quiero sólo advertirte que nada hay que entender de la infertilidad. Ni aun eso que es tu vida. Y puesto que nunca podrás dejar de ser el que eres, secreto y jubiloso, ama. No hay otro don en el engaño». La última costa aporta una desnudez nueva a la poesía de su autor y un rigor distinto en poemas más contenidos que nunca, que exploran la entrada en una edad de despedidas. Se trata, en esta elaboración personal de la perspectiva clásica de senectute, de seguir celebrando la dicha instantánea, pero ahora desde la intuición aguda de lo póstumo, y para recuperar, no tanto la experiencia del dolor, con la ruina perdurable del sentir en la conciencia, cuanto la de la resistencia frente a la disgregación de la memoria, contra la inminencia invasora de la pérdida definitiva, todo ello desde una plenitud estoica en la que la sabiduría moral frena el desbordamiento de la angustia o de la melancolía: «Me queda un tiempo breve I desde el que amar aún lo que no he comprendido: / lo eterno, revelado por la felicidad, / o la estéril razón de la existencia» («Estos penúltimos días»). Sin duda, el registro testamentario es patente en el libro, pero ese testamento está escrito desde una conciencia que se resiste a canalizar lo por vivir desde la sola idea de la muerte gracias a la pervivencia del deseo y a la constante afirmación de la belleza, tal como la escritura

(l) JoséAndújuAlnwwscñili. qu'

f NSU L A 775 - 776

(2) Vbsc tambifo otro prólogo de

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J ULIO-A G OSTO 2011

Dionisia Ca.ñas a la antología de Brines

interlocutores que cncontrunos en la

pocsla de Brines explicad caráccer dialógico de esta y el estilo conversacional como uno de sus rasgos

fundamentales• (Andújar Almansa 2000, 29).

48

(2007).

E. RANCISCO BRINES

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los reconoce y los explota hasta sus últimas raíces verbales para tratar de clarificar lo inefable de ese sentir contradictorio por medio del recuerdo, de la emoción y del vuelo imaginativo. La memoria, el sueño, el deseo: todo lo que amenaza perderse en nosotros nos va erosionando mientras seguimos existiendo. Lo que somos anee el espejo es siempre menos de lo que la conciencia interior nos propone. Y frente al espejo de la escritura, lo que fue, o lo que la memoria precaria recupera de lo que fue, en «lenta despedida / del esplendor», es tan solo «niebla de desaparición» poblada de desarbolados «barcos sin norte». Si los instrumentos necesarios para la recuperación de algún recazo interior del tiempo ido son más que nunca los sentidos, en la indagación sobre la edad que se avecina el espejo es un motivo que permite, a la luz del desengaño, la experiencia del extrañamiento, el desdoblamiento de las máscaras para la constatación del deterioro, como muestra la introspección del poema «Imágenes en un espejo roto». Y ni siquiera el poema sirve de espejo a la memoria que no es capaz de recuperar la «verdad pequeña de haber sido». Por ello, si el poema solo es capaz de reflejar algunos restos del naufragio de la conciencia del sujeto, la indagación clásica del ubi sunt se resuelve arrojando coda pérdida a la propia conciencia del lector, en una repentina reflexión sobre la comunicación poética: «¿La salvaréis vosotros, / que veis lo que ahora miro, en este texto roto, / en el instante vano del feliz parpadeo / que es coda la sustancia del ser que os fundamenta?» . El poema se ha convertido ahora en el espejo fragmentario que el poeta nos pone delante a nosotros, pues esca indagación no es solipsista, sino que pretende, como es evidente, la intensificación de un sentido moral colectivo bien patente. Todas las especulaciones metafísicas, el constante cuescionamiento del sentido de la vida, del amor y del deseo o la invocación a un dios irresponsable o torpe sirven precisamente para basar una opción decidida y coherente con la falca de otras alternativas plausibles para el protagonista. A la altura de las circunstancias, este protagonista opta por apurar los restos de su capacidad humana, sin que por ello se engañe. Entre goce del ser y constatación de la pérdida, La última costa explora, para mantener una precaria «emoción del vivir», una imperfecta memoria de la plenitud que se construye sobre instantáneas basadas más a menudo en la sensación que en la conciencia narrativa y memoriosa de un mundo recuperado como crónica: «El verso en que él se acaba ha dejado en mi carne / un recobrado olor casi agotado / de impura adolescencia y de azahar». Pese al carácter efímero y caduco de la existencia, la persistencia moral en el deseo y en la continuidad del sentimiento erótico sirve a la conciencia de argumento can instintivo como racional para la resistencia. Así, al recurso constante a la plenitud sin cuerpo de la infancia se añaden en varios poemas el tratamiento del goce sensual, la contemplación deseante e inagotable de los cuerpos jóvenes, como en el magnífico ,>, el poema dedicado al pintor murciano en el mismo texto, reafirma la sintonía de su propia poética con cuanto la obra de Gaya nos trasmite: «Todo es luz I en tránsito morral, pero no hay muerte, I y el aire transparenta la aflicción I y la dicha, pues aquí sólo hay vida».

BRINES

Emocionante y conragiosa seguridad que desemboca en la renovada consideración radicalmente moral de la propia escritura, tal y como en el poema «El vaso quebrado» (3), dedicado a Carlos Marzal y Vicente Gallego, Brines la sigue proponiendo a ese tú de un lector que tiene su momento de poeta: «Quiero decir que dejes I las palabras gastadas, bien lavadas, I en el fondo quebrado I de tu alma, I y que, si pueden, canten I (El poema}». Por lo demás, parece decirnos en el epitafio que compone «Mi resumen», objetivamente importa mucho más codo cuanto pueda servir a quien leyere un día los versos que perduren del poeta que su propia futura inexistencia, otro motivo que nos resulra familiar desde temprano en su obra: «Habla mi nada al vivo I y él se asoma a un espejo I que no refleja a nadie». Es cierto, en fin, que el dolor íntimo aflora en los versos en los que el poeta equilibra su vitalismo con la confesión desengañada que, en «Mis eres fauces», extrema la angustiosa figuración introspectiva -«estos restos de espíritu y de carne I que se muerden»-, pero frente a esa constatación inevitable, y sin obviar el deterioro de la edad que se asume serenamente en «Luzbel el ángel», dedicado a Luis Muñoz -«Mi cuerpo, ya vencido I por la edad importuna I se hace prado en el río, I atardecer suavísimo ...»--, el poeta afirma rotundamente y decisivamente la supervivencia del deseo erótico, y lo hace en presente y en los versos explícitos que abren el poema citado: «No he renunciado al mundo. I Ysi la carne es Satanás /le amo». F. J. D. DE C.-UNlVERSlDAD DE LAS ISLAS BALEARES

Bibliografía citada ANDÚJAR ALMANSA, J. (2000): «Una biografía poética: sobre Poesía completa de Francisco Brines», ALEC, vol. 25, 1, 2000, pp. 1361. BRJNES, F. (1984): Selección propia, Madrid: Cátedra. -- (1989): En el rumor del tiempo {Antología), Barcelona: Mondadori. -- (2001}: «Un solo Gaya», introducción a Algunos poemas de Ramón Gaya, Valencia: Pre-Textos, 200 l. -- (2007}: Todos los rostros del pasado, Barcelona: Galaxia Gurenberg. -- (2010): Para quemar la noche, Introducción, edición y selección de Francisco Bautista, Salamanca: Universidad, XIX Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. -- (20 lOa): Elegías a M. B., Málaga: Centro Cultural Generación del 27, Col. La Cama de Minerva. -- (20 lOb}: Yo descamo en la luz. Madrid: Visor. CAÑAS, D. (1989}: «Prólogo» a Francisco Brines 1989. -- (2007}: prólogo a Francisco Brines 2007. GARC!A MONTERO, L. (201 O): «La serenidad poética de Francisco Brines», prólogo a Francisco Brines 20 lOb. GóMEZ TORÉ, J. L. (2002}: La mirada elegíaca. El espacio y la memoria en la poesía de Francisco Brines, Valencia: Pre-Textos. JIMÉNEZ, J. O. (1998): «Dos tiempos en la poesía última de Francisco Brines (sobre El otoño de las rosas y La última costa)», en Poetas contempordneos de España y América. Ensayos críticos, Madrid: Verbum. /

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(3) •Un vuo quebrado• se recoge,

JULIO -AGOSTO 2011

junto con .Mis ucs fauces- y 1Mi

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resumen• (Brincs 2010).

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