Sobre la funcionalidad de la historia para la vida

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Sobre la funcionalidad de la historia para la vida

Rodrigo González-Santander Natera E-mail: [email protected]

En la ciencia como en la vida, creo que se debe mezclar la confianza con la humildad (confianza en objetivos y puntos de vista concretos, humildad para reconocer que podemos estar totalmente equivocados y que tendremos que cambiar de opinión). Me gusta decir que la vida sin confianza es desapasionada y sin humildad hace que nos dejemos poseer por una idea fija y seamos reacios a los cambios. LAWRENCE A. PERVIN, La ciencia de la personalidad

“El buen libro sabe esperar”. –Todo buen libro tiene un sabor áspero cuando aparece: tiene el defecto de la novedad. Además, su autor le perjudica, porque todavía está vivo y se habla de él, pues todo el mundo tiene la costumbre de confundir al autor con su obra. Lo que hay en ésta de ingenio, de dulzura y de brillo debería desarrollarse con la edad, gracias a una admiración siempre creciente, a una vieja veneración que acaba por ser tradicional. Muchas horas debieron pasar sobre su obra, y muchas arañas tejieron allí su tela. Los buenos lectores hacen siempre mejor un libro y los buenos adversarios lo esclarecen. FRIEDRICH NIETZSCHE, Humano, demasiado humano

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Copyright (c) 2008 Rodrigo González-Santander Natera. Permission is granted to copy, distribute and/or modify this document under the terms of the GNU Free Documentation License, Version 1.3 or any later version published by the Free Software Foundation; with no Invariant Sections, no Front-Cover Texts, and no Back-Cover Texts. A copy of the license is included in the section entitled "GNU Free Documentation License".

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Índice Introducción............................................................................5 Desarrollo................................................................................9 Conclusiones.........................................................................19 Bibliografía...........................................................................22 GNU Free Documentation License.......................................25

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A mi amigo Sergio, para que le empuje en su proyecto

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Introducción El presente ensayo no pretende otra cosa que explicitar, desde la perspectiva del autor, una intuición misteriosa: que los seres humanos somos animales históricos, o si se quiere animales motivados históricamente, o, lo que es lo mismo, dispuestos para la acción en función de un tipo de actitud sobre su temporalidad. Esta hipótesis de conocimiento surge, y hay que aclararlo desde el principio, de la lectura y estudio de «Sobre la utilidad y los perjuicios de la historia para la vida», una obra de Friedrich Nietzsche publicada en 1874. Se trata de su segunda Consideración intempestiva, en el marco de una voluntad de renovación artística e intelectual. Las consideraciones allí expuestas por el filólogo y filósofo Nietzsche, en efecto, se encuentran fuera del tiempo, son intemporales, y en este aquí y ahora las volvemos a rescatar, es decir, las volvemos a recuperar a través de nuestros procesos de memoria a largo plazo, transformándolas, al mismo tiempo, en algo nuevo. Nietzsche creó a finales del siglo XIX, y puede que de forma inconsciente, un posible modelo teórico sobre la «motivación histórica» en el ser humano. Aquí se escucha, fuerte, una protesta, ¿pero es acaso la «motivación histórica» un objeto de estudio científico? Y lo que respondo es que sostengo la efectiva posibilidad de que así sea en un futuro indeterminado de la historia de las ciencias humanas. Propongo que la «motivación histórica» pueda ser un motivo social característico del comportamiento humano, un motivo que emerge de la integración de los motivos sociales (logro, afiliación y poder) y de la conciencia de sujeto «mnemónico» o histórico. La combinación de niveles, cualitativa y cuantitativamente diferentes, de logro, afiliación, poder y conciencia de sujeto histórico, dispondrían a la persona para actuar de una determinada manera como sujeto temporal. Existiría, pues, un esquema motivacional profundo que predispondría hacia diferentes metas e interpretaciones históricas básicas. Surgirían, así, distintas actitudes de temporalidad o intereses respecto de la historia (pasada, presente y/o futura). Antes de continuar con la argumentación, conviene hacer un alto en el camino para poder definir, aproximadamente, dos conceptos fundamentales de la hipótesis de partida o misteriosa. Por un

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lado, trataré de definir concretamente lo que entiendo por animal o «sujeto histórico», y, por otro, buscaré una definición de «actitud de temporalidad». El concepto de «sujeto histórico» está muy relacionado con el de sujeto psicológico o psíquico, se diría que el primero depende del último, y que el último soporta la existencia del primero, pero de ningún modo deberíamos intercambiarlos puesto que no son conceptos sinónimos. Existiría una relación empírica entre uno y otro (ya que ambos soportarían e integrarían la conciencia de logro, afiliación y poder), aunque lo que los distinguiría sería la ausencia, en el sujeto psíquico, de una conciencia de la historia para la supervivencia en el medio sociocultural humano. Me explico, los seres humanos habríamos creado, a través de nuestra sensibilidad-percepción-conciencia, diferentes pautas circunstanciales de conducta

en función del pasado, es decir, nuestro

comportamiento podría estar mediado, energetizado y dirigido por la interpretación que hacemos del devenir histórico de nuestro entorno. Lo que el «sujeto histórico» generaría, o, más bien, nunca terminaría de generar, sería un sistema de creencias, supuestos o pensamientos explicativos acerca de la función vital del paso del tiempo, es decir, de la temporalidad del hombre en el planeta Tierra. Este sistema de creencias o valoraciones fundamentaría el tipo de interés de la historia para la vida, apoyándose siempre en el aparato afectivo-emocional del organismo humano. Una determinada teoría sobre el devenir, la historia o la temporalidad del hombre, focalizaría, gestionaría y movilizaría cierto tipo de recursos (cognitivos y afectivos) para la realización de una determinada acción de supervivencia o adaptación a las demandas del ambiente. Sabemos por experiencia (científica y común) que los animales superiores comparten con nosotros la presencia de una especie de «sujeto psicológico» que se manifiesta en la existencia de conducta «objetiva», facilitada y posibilitada por una compleja formalización realizada en los sistemas sensitivo-perceptivos: por ejemplo, el perro reacciona ante objetos (el hombre, la casa, el gato...) y no sólo ante estímulos puntuales (frío, un roce, un dolor...). Además, ha alcanzado también estados de hipercomplejidad psíquica: tanto en su sistema de señales como en sus programas de respuesta (véase Monserrat, 2008).

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En definitiva, por sujeto psíquico entendemos, al igual que Javier Monserrat (2008), la capacidad de impulsar unas u otras acciones, con el control motor necesario, a partir de la conciencia integrada del medio externo e interno, sintiendo además su actuación motora controlada desde un centro impulsor constituido por su capacidad de reaccionar unitariamente. El animal superior, evidentemente, no tiene un aparato cognitivo («mente») para construir una reflexión sobre su condición de sujeto (tal y como lo hace el hombre, es decir, históricamente), pero sí siente efectivamente su actuación como sujeto. Aquí el hombre es ya un sujeto psicológico que haría una interpretación de su condición de sujeto desde el psiquismo racional y emocional. En este punto se puede esconder una ruptura, es decir, un salto cualitativo entre el «sujeto psíquico» y el «sujeto histórico-racional». En general, se diría que el «sujeto histórico» se complace como intérprete de su pasado, presente y futuro. Por consiguiente, manejaría, implícitamente, una teoría sobre su pasado, su cultura y su historia. Quiero decir, la persona se dispondría para la acción en función de su «motivación histórica», y sus intereses fluctuarían entre la heroicidad, la conservación y la destrucción respecto del pasado. De esta forma surgirían, en las personas, ciertas «actitudes de temporalidad». Por «actitud de temporalidad» entiendo el modo individual (y, quizás, colectivo) en que la historia podría pertenecer al ser vivo, en particular, a la vida del ser humano en general. Llegados a este punto, resulta necesario identificar tres posibles e hipotéticos modos de pertenencia: primero, en la medida en que es un ser activo y persigue una meta; segundo, en la medida en que conserva y venera lo que ha sido construido; y, tercero, en la medida en que sufre y necesita una liberación (véase Nietzsche, 1874/2000). A estos tres modos de pertenencia les corresponderían probablemente tres interpretaciones básicas de la historia, es decir, tres teorías de la historia: una teoría «monumental», una teoría «anticuaria» y una teoría «crítica» (véase Nietzsche, 1874/2000). A partir de estas tres interpretaciones de la historia podríamos hablar de una «motivación histórica» heroica, de una conservadora, y de una revolucionaria. La motivación «histórico-heroica» consistiría en un interés por emular los modelos de conducta activa del pasado (su modelo comportamental son los grandes hombres o personajes de la historia); la motivación «histórico-conservadora» tendría

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interés en no perder ningún hecho del pasado, desea conservarlo todo, y que cada elemento del pasado adquiera una justificación o interés dentro del devenir histórico presente (su modelo conductual tiene como representación al hombre conformista con la historia); por último, la motivación «histórico-revolucionaria» se fundamentaría en el interés por romper con la tradición histórica que le atormentaría y obstaculizaría en su actividad presente y futura, le interesaría criticar para destruir y destruir para crear (su modelo de comportamiento tiene que ver con el hombre rebelde o inconformista con la historia). Estos tres tipos hipotéticos de motivación histórica podrían parecer excluyentes unos de otros, pero nada más lejos de la realidad, ya que un «sujeto temporal o histórico», a lo largo de su vida, podría experimentar la realidad presente tanto heroicamente, como de forma conservadora y revolucionaria, en función de un análisis e interpretación personal del contexto sociocultural en el que se encuentra. De hecho, Nietzsche (1874/2000) lo expresa, en su obra, con las siguientes palabras: Cada una de las tres concepciones de la historia es válida tan sólo en un suelo y en un clima particulares: en cualquier otro terreno crece como hierba devastadora. Cuando un hombre que desea realizar algo grande tiene necesidad del pasado, se apropia de él mediante la historia monumental; a su vez, el que persiste en lo habitual y lo venerado a lo largo del tiempo, cultiva el pasado como historiador anticuario; y sólo aquel a quien una necesidad presente oprime el pecho y que, a toda costa, quiere librarse de esa carga, siente la necesidad de la historia crítica, es decir, de una historia que juzga y condena. Muchos males pueden venir del trasplante imprudente de estas especies: el que critica sin necesidad, el anticuario sin piedad, el conocedor de la grandeza sin ser capaz de realizar grandes cosas son tales plantas que, separadas de su suelo original y materno, degeneran y retornan al estado salvaje (p. 58).

El nivel óptimo de adaptación a las múltiples demandas del ambiente, por parte de cualquier sujeto histórico, estaría en función de un determinado equilibrio motivacional entre los tres tipos de «interés histórico». Dicho equilibrio, que podemos llamar «histórico-motivacional», dependería de la actualización relativa de los diferentes «motivos o intereses históricos», en función de las circunstancias (personales y socioculturales) concretas. Lo expuesto anteriormente, sirve como aproximación a una demarcación conceptual de un hipotético objeto de estudio en psicología y otras ciencias sociales. Se trataría de una nueva

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dimensión o coordenada reguladora del proceso motivacional, denominada histórico-reproductiva («heroica») – histórico-constructiva («revolucionaria»). Es decir, se trataría de un continuo actitudinal que iría, en función del momento y del contexto, desde un interés reproductivo hasta otro constructivo, colocándose en el punto medio lo que llamaríamos un interés conformista («conservador»). Esta hipotética coordenada reguladora del proceso motivacional para la acción se añadiría a las ya consensuadas científicamente, que son: Aproximación – Evitación; Autorregulada (intrínseca) – Regulada externamente (extrínseca); y, Profundo (implícito) – Superficial (autoatribuido) (Huertas, 1997). Además, esta nueva dimensión históricomotivacional, llamada Reproductiva («heroica») – Constructiva («revolucionaria»), podría relacionarse de manera interactiva y compleja con el resto de dimensiones o coordenadas reguladoras del proceso motivacional.

Desarrollo La anterior exposición de los hechos seguramente disguste al lector experto: demasiadas proposiciones sin ningún aparataje o bagaje empírico como trasfondo. Bajo mi punto de vista, se trata de una crítica acertada y conveniente, aunque puede que inexacta. La considero acertada y conveniente en el sentido de que subraya una carencia de fondo en el contenido del objeto de estudio propuesto, que puede ser subsanada a través de una sistemática operativización del constructo: «motivación histórica». Sin duda, se trata de una meta a realizar a no muy largo plazo. Digo a medio plazo porque no me gustaría empezar la casa por el tejado, y olvidar que para abordar la explicación de un fenómeno psicológico se necesita una previa y tentativa definición de lo que buscamos. En este punto es donde entra en juego una actitud especulativa ante los problemas apenas descubiertos, eso sí, apoyada siempre en un bagaje de conocimientos previos sobre el proceso afectivo-motivacional, a través de los distintos marcos teóricos y empíricos (paradigmas psicológicos) que lo estudian científicamente en la actualidad (marcos etológico, psicoanalítico, conductual, cognitivo y sociohistórico). Por consiguiente, el enfoque teórico que adoptaré para tratar de abrir este nuevo campo de estudio (la «motivación socio-histórica») será de tipo ecléctico. Es decir, en este ensayo utilizaré una suerte de

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epistemología que sea capaz de conciliar y reunir conceptos y teorías provenientes de diferentes paradigmas de la psicología actual. La intención es mostrar la posible realidad teorica y empírica del constructo denominado «motivación histórica» desde distintas perspectivas de la psicología actual. En relación con esto, y sin pretender entrar aquí en la problemática del método científico, me gustaría sostener la perspectiva epistemológica, que parecen mantener la mayor parte de los científicos actuales, y que puede sintetizarse en lo siguiente: primero, se asume la inexistencia de una formulación única y teóricamente satisfactoria de un método científico (como conjunto limitado de reglas precisas que aseguren la producción científica en caso de seguirse rigurosamente); segundo, se asume la existencia de un conjunto de principios, reglas, criterios y herramientas provisionales que coolaboran en la génesis de conocimientos válidos y fiables (véase Feyerabend, 1991). En este sentido, y desde una perspectiva más aplicada, propongo la adopción de una suerte de “funcionalismo psicológico utilitarista” que permita abordar, en función de nuestros intereses y desde múltiples perspectivas y niveles de análisis, las futuras investigaciones sobre el constructo «motivación histórica». Es decir, asumiríamos una idea funcionalista de la ciencia al estilo de la escuela de Copenhage en el ámbito de la ciencia física. Por otro lado, como indiqué anteriormente, opino que la apreciación acerca del nulo respaldo empírico de mi tesis inicial resulta inexacta, al menos, en un sentido. Todas las proposiciones que componen la tesis del presente ensayo tienen un carácter hipotético, especulativo, no empírico. Es decir, se trata de una propuesta epistemológica, o de conocimiento, sobre otro aspecto de la motivación humana, el «cognitivo-histórico». De esta forma abordaríamos, científicamente, un aspecto fundamental para la adaptación del ser humano al medio histórico-cultural en que se desarrolla. Todos dependeríamos, relativamente, de una determinada concepción semántica de la historia o del devenir (en relación con los sistemas de memoria semántica y episódica), desde los miembros de las culturas preliteratas hasta los de las literatas y científicas. Por lo tanto, en algún determinado momento del desarrollo ontogenético del individuo (pensemos en la adquisición de un estilo posformal de pensamiento) podrían emerger, desde la experiencia individual y social, distintas actitudes diferenciales respecto nuestro pasado que movilizarían al individuo hacia una

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serie de metas o interpretaciones histórico generales. Hablamos, pues, de la existencia de ciertos guiones motivacionales profundos, muy internalizados en la persona, que dirigen hacia metas o valoraciones básicas y generales (véase Huertas, 1997). De hecho, Kramer describió, en 1983, tres características singulares del pensamiento posformal: en primer lugar, el sujeto posformal comprende la naturaleza relativista del conocimiento, es decir, considera la realidad como provisionalmente verdadera; (2) existe una aceptación de la contradicción como un ámbito de la realidad; y, (3) la capacidad de integrar congruentemente pensamientos, emociones o vivencias contradictorias (véase Carretero, 2008). Todas estas características del pensamiento posformal podrían funcionar como condiciones necesarias (aunque no suficientes) para la emergencia evolutiva de distintos «intereses o motivos históricos» (anticipación de un objetivo histórico preferido) en la persona, que se actualizarían durante proceso afectivo-motivacional dependiendo de las características del contexto físico, social y cultural en interacción recíproca con las características psicológicas de la persona en un momento determinado. En definitiva, lo que planteo es que para alcanzar distintas «metas históricas» podría ser necesario poseer una representación relativista (no extrema) de la realidad, que permita actualizar con flexibilidad adaptativa las diferentes actitudes (representaciones de intereses) sobre la temporalidad o la historia en función del momento y de las circunstancias. Llegados a este punto, conviene señalar que la «motivación histórica» no implicaría ninguna especie de rasgo de personalidad, universal y necesario, para la especie humana. Me explico, apostaría por una perspectiva menos «esencialista» de la motivación histórica. En concreto, la perspectiva adecuada sería la sociocultural o sociohistórica (véase Vygotski, 1978/1979), sin olvidar en ningún momento la importancia de la concretización individual del acto propositivo de la acción humana, en el marco de la teoría dinámica de la acción (Atkinson y Birch, 1978). Como muy bien expresa J. A. Huertas en su libro Motivación: Querer aprender (1997), el punto de vista sociocultural en el estudio la motivación social (en nuestro caso, motivación social e histórica) conduce a pensar en la viabilidad teórico-empírica de una serie de tendencias generales de acción y de activación, que al satisfacer demandas sociales básicas poseen una gran estabilidad, pero que al verse influidas por el dinamismo de la acción social están siempre desarrollándose y variando a lo largo del ciclo vital.

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La «motivación histórica» implicaría para el individuo la presencia de una o varias grandes tendencias de acción en función de su interpretación personal de la historia tanto individual como colectiva. Se establecerían así ciertos guiones o esquemas motivacionales profundos, más o menos implícitos, que se refieren a preferencias en los modos de comportamiento y volición en función de su representación intersubjetiva de la temporalidad, es decir, del devenir histórico de nuestra cultura. Estos patrones actitudinales se activarían en cualquier situación social relacionada, por ejemplo, con la eficacia personal, el afecto interpersonal y la influencia social. Esto significa que la «motivación histórica» característica de una persona cumpliría una función moduladora de los demás motivos directrices, implícitos o sociales: el logro, la afiliación y el poder. Si cuando hablamos de motivo nos estamos refiriendo a un conjunto de pautas cognitivas para la acción, cargadas emocionalmente, que implican la anticipación de una meta u objetivo preferido (véase el modelo expectativa-valor ampliado según Heckhausen, 1977), podríamos postular legítimamente de la existencia, al menos, conceptual, de un «motivo histórico», así como de un proceso «histórico-motivacional». Esto es así porque cada persona preferiría, en general, emular modelos activos de conducta del pasado (v.g., el interés por ser como X personaje de la historia universal), conformarse con los modelos de conducta actuales (v.g., el interés por justificar y adoptar pasivamente la cultura, en nuestro caso, la capitalista-occidental), o bien, desearía desaprender ciertos modelos conductuales del pasado para, en el presente, poder crearse unos nuevos, o lo que es lo mismo, construirse una «segunda naturaleza», de forma que la «primera» desaparezca (véase Nietzsche, 1874/2000) (v.g., el interés por romper con la tradición del pasado para crear algo nuevo que se prefiere por sus consecuencias positivas). Basándome en la definición que da el diccionario de psicología de Friedrich Dorsch (2002) se puede decir que el motivo implica un cierto trasfondo psíquico, que impulsa y sostiene la fuerza de la acción, y, además, señala su dirección. El comportamiento se rige por el motivo más fuerte, quedando apartados, sin efecto, los motivos débiles. La definición del diccionario continúa diciendo que, salvo excepciones, la acción no procede de un solo motivo, sino que, en general, surge de un conjunto de ellos con posibilidades de elección en función de las consecuencias. Por

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analogía, a partir de la anterior definición de motivo, podríamos considerar la posibilidad de que el «motivo histórico X» dirija el acontecer psíquico en función de su fortaleza (expectativa x valor) y de las consecuencias o incentivos asociados. Es decir, la actuación del «motivo histórico X» se incluiría dentro del modelo ampliado de expectativa-valor (Heckhausen, 1977). A continuación reproduciré y ampliaré un esquema del modelo, basado en la Figura 3.2 del manual ‘Psicología de la Motivación’ editado por Garrido (1996): Expectativa S-R

Expectativa A-R

Expectativa R-C

Instrumentalidad

SITUACIÓN (S)

MOTIVO Necesidades básicas: Sed Hambre Sexo (Master y Johnson, 1966) ……………………. Deseos (Freud, 1933/1973) Estímulos con valor motivacional (Santacreu et al., 2002) Emociones básicas (Plutchik, 1980) ……………………. “Intereses históricoconductuales (Gléz.Santander, 2008)” ……………………. Motivos sociales (Leontiev, 1978): Logro; Poder; Afiliación.

ACCIÓN (A)

RESULTADO (R)

MOTIVACIÓN Fases del proceso afectivomotivacional: 1. Interpretación de la situación (McClelland, 1985); 2. Actualización motivo (Huertas, 1997); 3. Establecimiento de metas (Ortony, Clore y Collins, 1988); 4. Análisis pros/contras de la meta (Huertas, 1997); 5. Expectativas: S-R, A-R, R-C (Heckhausen, 1977), y de autoeficacia (Bandura, 1988). 6. Control cognitivo o consciente de la acción (Kuhl, 1994).

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CONSECUENCIAS (C) (INCENTIVOS)

Auto-evaluación Evaluación de otros Análisis costes/beneficios Efectos secundarios extrínsecos …………………………. Metas de orden superior

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En definitiva, lo que propongo es la inclusión de los «motivos históricos» dentro del proceso motivacional, relacionando el contexto, la acción, el resultado, y las consecuencias asociadas. Por consiguiente, la tendencia motivacional se expresaría en la acción o la conducta después de producirse todo un proceso afectivo-motivacional. En concreto, partiríamos de la existencia de un sistema de personalidad emocional-motivacional (Staats, 1975/1979, 1983), es decir, un repertorio básico de conducta (RBC), que incluiría tanto las necesidades fisiológicas básicas (v.g.: sed, sexo y hambre) como los deseos, las preferencias estimulares, las emociones básicas, los motivos sociales de logro, poder y afiliación, así como, según nuestra tesis, podría incluir ciertos motivos «histórico-conductuales» (v.g., el interés de que cierta conducta conduzca a una serie de resultados sobre la historia o la temporalidad, valorables en función de expectativas x valores). El contenido del repertorio emocionalmotivacional permanecerá implícito hasta que la persona X entre en contacto con la situación Y (componentes físico-estimular y social-normativo) y comience así el proceso afectivomotivacional en sus diferentes fases. Este proceso psicológico relaciona tanto a la persona como a la situación (C = f(P x S)) de manera recíproca. En efecto, toda persona realiza en función del contexto (S) una cierta interpretación de la situación, o lo que es lo mismo, de los contextos en que vivimos (Huertas, 1997). Esta interpretación subjetiva, siguiendo la argumentación de Huertas (1997), depende no sólo de las características objetivas del contexto, sino también del conocimiento previo (por ejemplo, la historia de aprendizaje), creencias (proposiciones generadas por el sujeto en interacción con el contexto) y estilos interactivos (Ribes, 1990; Ribes y Sanches, 1992) de la persona que interactúa con la situación, de acuerdo a lo aprehendido de su mundo sociocultural. De esto se podría deducir que no existe una única manera de percibir y apreciar una situación, en realidad, existen múltiples formas de interpretación. Podríamos decir que el ambiente (la “realidad”) no sólo se reconoce, sino que se construye en función de cómo lo interpretamos. En resumen, y desde una perspectiva computacional y aplicada, se podría decir que en cada contexto el sujeto recibe ciertas señales de activación, ciertos indicadores, destaca unos estímulos sobre otros, percibe algunas demandas, conoce los incentivos que puede conseguir, etc. (McClelland, 1985).

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Siguiendo con el proceso afectivo-motivacional, se produciría la actualización de un motivo en función de la interpretación de la situación actual. En nuestro caso, la actualización de ciertos motivos «histórico-conductuales» (v.g., interés por cambiar la historia de su departamento de trabajo). Llegados a este punto, también se produciría lo que conocemos como el establecimiento de metas (Huertas, 1997), y, en nuestro caso concreto, la finalidad u objetivo establecido podría ser, por ejemplo, alcanzar un clima grupal de cooperación en su departamento de trabajo. En este sentido, conviene saber que el establecimiento de un propósito concreto está en función, entre otras cosas, del significado social que se atribuya a esa situación, del valor que se le dé, de la dificultad percibida, de la complejidad de las acciones que conlleva satisfacerla, etc. (Huertas, 1997). En paralelo al proceso motivacional de establecimiento de la meta se producirían, también, otros dos procesos: el análisis de las ventajas e inconvenientes de la meta y un análisis y actualización de las expectativas de alcanzarla. Las expectativas que aquí entrarían en funcionamiento serían las siguientes: situación  resultado (S-R), acción  resultado (A-R), resultado  consecuencias (R-C) (véase Heckhausen, 1977), y, por último, de auto-eficacia (Bandura, 1988; véase también Ajzen, 1987). Para terminar con la ejemplificación de este proceso afectivo-motivacional respecto los motivos «histórico-conductuales» (descritos anteriormente) hay que mencionar todo un conjunto de procesos cognitivos, más o menos conscientes, que participan en la activación de la acción humana. El control cognitivo de la acción cumple la función principal de planificación de la conducta, es decir, el establecimiento de las acciones relevantes para conseguir lo deseado. Se trata de un proceso de análisis consciente de la información referida al objetivo concreto elegido, y de procurarse los medios adecuados para su consecución (Huertas, 1997). Algunos autores han considerado que los procesos implicados en esta fase son procesos volitivos, es decir, procesos que tienen que ver con la capacidad autorregulatoria de la conciencia (véase Kuhl, 1994). En este sentido, podemos decir que todos los procesos que intervienen en la regulación y planificación del comportamiento se entenderían como procesos volitivos. El territorio en el que nos estaríamos moviendo sería el de las creencias, las expectativas, los estilos atributivos, los patrones de regulación, etc. En definitiva, el proceso volitivo explica, junto con el propiamente

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motivacional, por qué las personas realizan o no sus intenciones originales (Huertas, 1997). Siguiendo con nuestro ejemplo, si queremos pasar de un estado motivacional de mero planteamiento de meta (v.g., alcanzar un clima grupal X en la empresa) a la acción, se realizarán, según Kuhl, toda una serie de operaciones cognitivas para, en primer lugar, organizar y controlar todos los procesos y estados que median entre el deseo y la acción, y, en segundo lugar, para usar la información disponible (a través de los sistemas de memoria operativa) y recurrir al recuerdo sobre el tipo y la efectividad de las operaciones a realizar (sistemas de memoria semántica y episódica). Kuhl, entre los años 70 y 80, propuso que el tipo de control de la acción varía entre dos continuos: un modo de control orientado al proceso que debe realizarse para una acción eficaz y satisfactoria, y un control orientado sólo por el resultado, por el valor o las contingencias (consecuencias) asociadas al resultado. El «motivo histórico-conductual X» se actualizaría en el sistema de memoria operativa del sujeto, tras realizar una determinada interpretación de la situación. El siguiente proceso cognitivo sería el establecimiento de objetivo o meta concreta, como sería, por ejemplo, «alcanzar un clima grupal X en la empresa». Llegados a este punto, conviene aclarar la definición que manejo sobre el concepto de metas: desde la psicología cognitiva se nos dice que son un tipo de representaciones cognitivas de las personas sobre aquello que les gustaría que sucediera, lo que querrían conseguir (a lo que desearían aproximarse) o lo que les gustaría que no sucediera (lo que desearían evitar) en el futuro. En este caso, el término de representación adquiere su sentido más débil, ya que se entiende como un esquema que se actualiza en cada momento del guión motivacional (Huertas, 1997). A partir de aquí, al igual que Kuhl (1985), quiero distinguir entre un proceso motivacional de selección y un proceso motivacional de realización. Es decir, tras la actualización del motivo y el subsiguiente establecimiento de la meta «histórico-conductual», se realizaría, por un lado, la selección de un curso de acción (plan de acción en función de la meta) con los correspondientes procesos previos de deliberación acerca de las consecuencias futuras de esa acción (el análisis de los pros y los contras de la meta histórica, y, el análisis de las diferentes expectativas asociadas).

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Por otro, la realización de la acción seleccionada con la correspondiente planificación de cuándo y cómo actuar, de acuerdo con la decisión tomada, para alcanzar los fines «históricoconductuales» deseados. De hecho, el modelo de control de acción que Kuhl (1987, 1992, 1994; Kuhl y Kazen-Saad, 1989) ha ido modificando y completando a lo largo de los años, puede entenderse como una sucesión de fases que median entre expectativas y valores y la acción. Reproduciré un esquema de las fases del modelo de control de la acción de Kuhl (1985), tomado de la Figura 3.4 del manual ‘Psicología de la Motivación’ editado por Garrido (1996):

Compromiso

Tendencias motivacionales

Dificultad de actualización

Superación de la dificultad

Estrategias autorreguladoras

Intención

Estructuras ejecutivas y programas motores

Control percibido

Tratando de asimilar nuestra propuesta teórica dentro del modelo ampliado de expectativa-valor (véase Heckhausen, 1977) y del modelo de control de la acción (véase Kuhl, 1986, 1987, 1994), podemos describir cómo se desarrolla el proceso «histórico-motivacional». En primer lugar, la tendencia motivacional se transforma en una intención cuando adquiere la forma de un compromiso autoimpuesto (Mateos, 1996). En este mismo sentido, la intención posee una posición especial en el sistema de memoria operativa (véase Baddeley y Hitch, 1974) dirigiendo los procesos mediadores encaminados a actualizar la intención, en nuestro caso, una intención «histórico-conductual». El comportamiento de estos procesos mediadores se observan, con más claridad, cuando surgen obstáculos que dificultan dicha actualización (Mateos, 1996). Aparecen toda una serie de estrategias autorreguladoras o volitivas, como, por ejemplo: (1) una mayor atención selectiva y mejor codificación de la información en apoyo de la intención «histórico-conductual» en curso; (2) estrategias autorreguladoras de tipo emocional (mantener

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emociones positivas), motivacional (reforzar la tendencia motivacional en la que se apoya la intención) y contextual (evitar los objetos que supongan una tendencia contraria a la intención). Estos procesos autorreguladores son los que median en el control de la acción (en general, son procesos volitivos), es decir, son ellos los que facilitan la protección y el mantenimiento de una intención presente frente a la presión ejercida por las tendencias de acción en competición. Conviene recordar que para que se activen las estrategias autorreguladoras debería existir una cierta dificultad de actualización de la intención (vg., intención «histórico-conductual») en curso y que la persona perciba un control adecuado sobre la buscada actualización del motivo. Conviene señalar que, bajo esta perspectiva, si la dificultad de actualización es muy baja o inexistente se pasaría directamente a la ejecución de la acción, sin la intervención de los procesos volitivos. De hecho, se postula que si la persona piensa que no tiene control sobre el curso de la acción se regresaría a una fase preintencional (Mateos, 1996). Un modelo muy relacionado con el anterior, pero que explicita e infiere las diferentes fases que van desde la motivación a la acción, es el modelo de Heckhausen y Gollwitzer, también conocido como el modelo Rubicón de las fases de acción (véase Achtziger y Gollwitzer, 2008). Consta de cuatro fases distintas: (1) fase de pre-decisión; (2) fase de post-decisión previa a la acción; (3) fase de acción; y, (4) fase posterior a la acción. Las cuatro fases estarían conectadas entre sí a través de tres procesos o sucesos: la formación de una intención, la iniciación de la acción y la conclusión de la acción. Vemos que tanto el modelo de Control de la Acción como el modelo Rubicón de fases de acción establecen una cierta separación funcional entre los procesos motivacionales y los volitivos, separados por un proceso de toma de decisiones. Es decir, la función de la fase motivacional es la deliberación acerca de qué curso de acción tomar, y la función de la fase volitiva es la planificación (control cognitivo y consciente) de la realización del curso de acción seleccionado. Me explico, los procesos motivacionales de la fase de pre-decisión generan una cierta orientación hacia la realidad concreta (v.g., expectativas y valores, y datos objetivos de la situación). Por otro lado, los procesos volitivos de la fase de post-decisión generan una disposición conductual hacia

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la realización de la intención conductual (orientada al objetivo) (véase Mateos, 1996). Este modelo explicativo sobre el proceso afectivo-motivacional nos permitiría justificar teóricamente nuestra hipótesis de partida: que los seres humanos nos sentimos impulsados, dirigidos y activados para la acción en función (y no sólo) de toda una variedad de intereses «históricoconductuales». El proceso motivacional-volitivo que propongo para la realización de un hipotético motivo «histórico-constructivo», según los modelos anteriores, sería el siguiente: en una primera fase estrictamente motivacional (fase de pre-decisión) se elegiría una tendencia histórico-constructiva de resolución, que se transformaría en una intención de meta «histórico-constructiva» (proceso de formación de intenciones). A continuación se formarían las llamadas intenciones «históricoconductuales» (v.g., intención histórico-constructiva) sobre las que se actuaría (fase de preacción). La intención conductual consiste en anticipar y planificar la iniciación y realización de una determinada acción para lograr un objetivo preferido (Mateos, 1996). Tras el proceso de formación de una cierta intención conductual (en nuestro caso, podría ser de naturaleza «histórico-constructiva») se realizarían toda una serie de procesos volitivos que dirigirían la realización propiamente dicha de la intención, en nuestro ejemplo, una intención «histórico-constructiva» (fase de acción). Por último se pasaría a otra fase propiamente motivacional que es la fase de valoración. Aquí, la persona realizaría una valoración de la acción precedente, a la vista de los resultados obtenidos. Aunque es también una valoración de las consecuencias (v.g., logra la meta «histórico-constructiva» de orden superior, los demás le evalúan positivamente, balance mayor de beneficios, aumento de su expectativa de auto-eficacia, etc.), de cara a acciones futuras (véase el modelo ampliado de expectativa-valor, comentado anteriormente).

Conclusiones En definitiva, y después de realizar este complicado recorrido, pienso que los psicólogos de la motivación (y otros profesionales de las ciencias humanas) pueden tener antes sí un nuevo reto

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científico, es decir, un nuevo objeto de estudio científico en el ámbito de la motivación humana: el constructo denominado «motivación histórica» y su función adaptativa dentro del medio ambiente sociocultural en que vivimos. Quedan por realizar muchas tareas, como son la operativización del constructo y sus diferentes dimensiones (v.g., «histórico-reproductiva», «histórico-conformista», e «histórico-constructiva») a través de algún instrumento y sistema de medida tanto cualitativo como cuantitativo. También, convendría realizar toda una serie de investigaciones correlacionales que permitan comprobar su capacidad de predicción con respecto a algún criterio u evento externo (v.g., aumento de las interacciones cooperativas en la empresa). A continuación, podríamos plantear ciertas hipótesis de asociación funcional, que permitan comprobar a través de investigaciones experimentales las relaciones explicativas que existirían entre ciertas variables externas e internas del organismo humano respecto al hipotético proceso «histórico-motivacional» que he tratado de justificar a lo largo de estas páginas. De todas formas, no deberíamos olvidar que si consideramos a la dimensión «históricoreproductiva» – «histórico-constructiva» una coordenada o dimensión reguladora más del proceso afectivo-motivacional, deberíamos estudiar empírica y sistemáticamente las interacciones (influencias recíprocas o no) que se producen entre todas las dimensiones que regulan y controlan el proceso afectivo-motivacional en sus diferentes fases. Además, deberíamos comprobar la estabilidad intraindividual, a lo largo del tiempo, de las diferentes tendencias de acción a las que aluden los diferentes intereses «histórico-conductuales», para, así, poder seguir falsando nuestra hipótesis acerca de un proceso «histórico-motivacional» en las personas. De esta forma, podríamos saber si el constructo «motivación histórica», junto con sus diferentes dimensiones y conductas asociadas funcionalmente, podría ser considerado como un rasgo de personalidad y/o estilo interactivo o, bien, como intereses o impulsos para la acción en función de ciertos modelos «histórico-conductuales», valorados y presentes en nuestra cultura occidental.

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Por otro lado, resulta también importante el estudio del desarrollo ontogenético de los distintos motivos histórico-conductuales, según la conocida ley de doble formación de Vygotski, y así estudiar cómo los intereses «histórico-conductuales» existirían primero en un plano interindividual y posteriormente en un plano intraindividual. Por último, podría resultar interesante el estudio de las posibles relaciones entre los diferentes motivos sociohistóricos (v.g., el motivo «histórico-reproductivo») y los diferentes motivos sociales (logro, afiliación y poder), para, de esta forma, poder observar cómo se gestionarían y actualizarían los distintos motivos sociales de una persona en función de un determinado interés sobre su historia o temporalidad. En definitiva, convendría que los profesionales interesados en el estudio del proceso afectivomotivacional humano abordaran la comprensión del hipotético constructo, tanto desde la perspectiva de la ciencia básica como de la ciencia aplicada (a través, de investigación teórica y empírica). Aquí, la pretensión podría no ser tanto la de cosificar el concepto de «motivación histórica» sino, más bien, tratar de explicar y comprender dicho fenómeno psicológico desde un punto de vista integrador. Estas son, pues, mis expectativas de falsación. Hace mucho tiempo, con respecto a las expectativas y esperanzas humanas, un autor anónimo expresó lo siguiente: La puerta está entreabierta y la luz empieza a asomarse, queda, eso sí, lo más difícil: atreverse a abrir la puerta. ¿Y si fuese necesario entrar y apagar la luz? No importa, la noche nos ofrece todas sus estrellas.

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