Sobre espacios, conocimiento y poder: para las geografías del conocimiento

June 14, 2017 | Autor: C. Piazzini Suárez | Categoría: Geography of Knowledge, Geografías del conocimiento
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Descripción

Pensamiento Critico

Latinoamericano Homenaje a Hernán Henao Delgado

P e n s a m i e n t o Crítico

LATINOAMERICANO Homenaje a Hernán Henao Delgado

iiKKM iiHiu DI ( r X - p a n a m c n U i

de Anliopologia

Pensamiento Crítico Latinoamericano Homenaje a Hernán Henao Delgado

Fdición y Compilación:

I S B N 978-958-8845-39-5

M j r ú TcrtsL» An-iKi

© 2015. Universidad de Antitx|uia © 2015, Instituto de Estudios Regionales

Comité Asesor:

© 2015, Departamento de Antropolonía U. de A.

Alejandro Pimienta

© 2015, Cada uno de los autores

Clara Inés Aramburo

Medcllín Colombia

Claudia Patricia Pucrra Hcidy Cristina Gómez

Diseño y diagramación:

Vladimir Montoya

Trajíufuz Editores SAS. Impresión: Marquillas SA.

Colaboradores: Klizabeth Monto>a Oscar Pardo

Número de ejemplares 300

Víctor Manuel Valencia Primera edición, Medeltín, mav-o 2015 Impreso en Mcdcllín. Colombia Piriicíi iii Medellin, Colombia Prohibida b rcprixiuiciiin i i i i J o piti'iat di: cstn ohrj ^iri la autorízación de loü editores y los prüpiciarios del cop}TÍ|jlii.

Catalogación sn la publicación - Biblioteca Nacional de Colombia Pertsamienlo crítico lalmoamencano homenaie a Hernán Henao Delgado / [edición y compilación, Mana Teresa Aicila] - l a . e d --Medellin, Universidad de Antioquia : Inslitulo de Estudios Regionales. 2015. PContiene datos biografieos de los autores. -- Incluye bibliografía. ISBN 978-958-8845-39-5 I Henao Delgado. Hernán. 1945-1999 - Homenajes postumos 2 Pensamiento critico 3. Filosofta política - América latina I. Arcila. Mana Teresa, ed. COD: 320.01 ed. 20

'

CO-BoBN- a960873

eniao

Presentación

7

Prólogo

;3

Hernán Henao Delgado y su ejercicio local de pensamiento crítico C/ara

\ñés Aramburo Siegert

Pensamiento geográfico latinoamericano

15

25

Revisitando. De la geografía a las geo-grafías: un mundo en busca de otras territorialidades j. Carlos Walíer Porto-Gongalves

27

Experiencias locales en la producción de conocimiento Vladimir Montoya Arango

38

Sobre espacios, conocimiento y poder: para las geografías del conocimiento Cario Emilio Piazzini Siiárez

Democracia (radical / plural) en América Latina

42

61

La democracia en América Latina: la alternativa entre populismo y democracia constitucional Francisco Cortés Rodas

63

América Latina: ¿democratizar la democracia o más de lo mismo? Jaime Rafael Nieto López

75

Pensamiento

crítico

latinoamericano

Migración y cosmopolítica. Dos categorías para problematizar las condiciones sociales en Latinoamérica Rosa Nidia Buentil Buigos

86

El pensamiento crítico en el abordaje de la migración y la cosmopolítica Alejandro Pimienta Betancur

105

Epistemología Feminista y estudios de género

n i

¿Tiene sexo la ciencia? Epistemología Feminista hispanoamericana Alejandra Restrepo

113

Construcción de sujetos y comunidades

127

La resistencia comunitaria indígena del Cauca: más allá del conflicto armado Diego Jaíamiilo Salgado

129

Relatos sobre la pobreza en América Latina Martin Hopenhayn La vitalidad política y la política vital del Discurso sobre el

146 colonialismo

de Aimé Césaire Mará Viveros Vigoya

Bibliografía y autores

164

177

Pensamiento

etílico

latinoamericano

Sobre espacios, conocimiento y poder: para las geografías del conocimiento^ Cario Emilio Piazzini Suárez

" ~ ste es u n texto de carácter exploratorio, u n ensayo o documento de trabajo, —

si se quiere, orientado a preguntarse c ó m o los espacios pueden hacer parte



de los procesos de producción, circulación y reproducción-apropiación de

conocimiento, y más específicamente, cómo entran a definir relaciones entre conocimiento y poder en las ciencias. Para esto me referiré, en primer lugar, a la necesidad de pensar "de otra manera", puesto que el ejercicio m i s m o de aproximación a esta pregunta estaría involucrando una dimensión espacial, no suficientemente reconocida entre los factores sociales, políticos y económicos que definen la particularidad histórica y cultural de los saberes. Sin embargo, la naturalización de las diferencias espaciales o el ocultamiento de sus huellas en los discursos científicos y académicos pueden hacer parte de estrategias persuasivas orientadas a otorgarles autoridad. A este diagnóstico dedico el segundo apartado, mientras en el tercero propongo u n camino posible para la construcción de una ontología del espacio como condición de posibilidad del conocimiento. A continuación presento varios enfoques que desde una perspectiva integradora, pero no totalizante, constituyen el campo de las geografías del conocimiento, para luego enfocarme hacia algunas aproximaciones operativas que permiten ilustrar cómo la identificación de diferentes espacialidades puede contribuir a c o m prender la manera en que se produce el conocimiento científico, incluyendo su autoridad. Finalmente, ofrezco algunas ideas en la perspectiva de situar la pregunta que orienta este texto, en el ámbito geográfico y geopolítico desde el que hablo.

4. La el^ración de este iexto se ha beneficiado dei apoyo recibido por el Grupo Estudios del Territorio en el marco de la Estrategia de Sostenibiíldad COD! 2012-2014 de ta Universidad de Antioquia. Igualmente, dei apoyo concedido poi la Universidad de ios Andes en desarrolío de mi tesis Ooctofai en histora.

Pensamiento g e o g r á f i c o

latinoamericano

Pensar en ei espacio y desde el espacio Quizá la referencia inmediata para ilustrar l o que entraña la relación entre espacio, conocimiento y poder sean los mapas. M e d i a n t e las prácticas cartográficas se codifican, decodifican y recodifican los espacios planetarios, nacionales y locales (Pickles, 2 0 0 4 , 5 ) , en una relación instrumental que no es n i n guna novedad: como ha dicho B r i a n Harley, "los topógrafos han marchado al lado de los soldados, inicialmente mapeando para reconocimiento, luego para obtener información general y eventualmente como herramienta de pacificación, civilización y explotación en las colonias" (Harley, 2 0 0 1 , 57). Por lo anterior, los mapas apoyan el ejercicio directo del poder territorial: anteceden y acompañan los proyectos coloniales, fiincionan como "armas" de los proyectos imperiales y l e g i t i m a n la realidad de la conquista y el i m p e r i o (Harley, 2 0 0 1 , 57). Pero no se trata solo de la incidencia del poder sobre la producción de los mapas, sino también del "poder interno de la cartografía", es decir, de los efectos del mapa en la sociedad y, m u y especialmente, los efectos políticos de los mapas (Harley, 2 0 0 1 , 1 6 5 ) . D e f o r m a deliberada o no, las cartografías, hoy como nunca antes al alcance de los públÍcos% activan ciertas concepciones y percepciones del espacio, a la vez que dirigen su m o v i l i d a d en los mapas sirviendo a la instauración, m a n t e n i m i e n t o o transformación de las relaciones de poder. Pero lo que me interesa destacar aquí son otras dimensiones, generalmente menos frecuentadas en el análisis de las relaciones entre espacio, c o n o c i m i e n to y poder. H a b l o de las localizaciones, las proximidades y las distancias, los territorios y los lugares, los cuerpos y los objetos, los circuitos y las redes, así como los esquemas geopolíticos que se correlacionan c o n las prácticas de producción de conocimiento y la valoración y recepción de sus resultados, categorías todas ellas que p e r m i t e n comprender lo que son unas geografías del conocimiento*". A u n cuando estas no se agotan en las prácticas académicas, habría que advertir que pensar el espacio como u n factor relevante para comprender la manera en que se producen y f u n c i o n a n los conocimientos filosóficos, históricos y científicos, constituye u n reto, dado que estos sistemas de pensamiento a menudo han erigido parte de su autoridad epistémica disimulando e incluso borrando sus lugares de producción y enunciación.

5. Miles de aplicaoones de navegación basadas m GPS interactúan con los sujetos cotidianamente. 6. En este ensayo se ami^ían aspectos previamente tratados por el autor sobre el lema de las geograíías del conocimiento (cf. Piazzmi, 2010),

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critico

taiinoamericano

N o sobra anotar que el concepto de espacio que utilizamos se deriva de una aproximación al m i s m o como resultado de procesos sociales (en el sentido a m plio de l o social), a la vez que como u n factor activo en la producción de esos procesos, de tal f o r m a que no estamos hablando del espacio como recipiente o entidad dada o natural, pero tampoco como una mera representación cultural". Por esto, pensar el espacio v, sobre todo, tratar de comprender cómo pensamos espacialmente y cómo el ejercicio m i s m o del conocimiento se encuentra espacialmente afectado, supone necesariamente pensar de otra manera. E n efecto, el denominado giro espacial no puede limitarse a una simple rotación de una f o r m a de ver que, no obstante, sigue girando sobre el eje de ontologías y epistemologías tradicionales, sino que implica una dislocación respecto de ese eje. L a filosofía, dice José L u i s Pardo, "se ha pensado siempre como reinado del t i e m p o y, por tanto, como historia de la filosofía (o h i s t o ricidad)", de tal t o r m a que al final' de la historia de la filosofía, esto es, de la reconstrucción del pensamiento hecha en nombre de la conciencia subjetiva del tiempo, puede dibujarse el d o m i n i o de una 'geografía del pensamiento', que nos ponga en condiciones de pensar el espacio en y dest/e el cual pensamos" (Pardo, 1992, 362, cursivas añadidas). E l enfoque aquí adoptado implica reconocer que pensamos "desde" el espacio y que el cuerpo mismo, como espacialidad primera, aunque no esencial, es ya eí lugar desde donde se despliega nuestra relación con los mundos que queremos conocer y comprender. Entonces, no estamos aquí en u n ejercicio de mera abstracción, de imaginar "mapas mentales", sino de descripción de f o r mas concretas en las que los cuerpos que piensan y son pensados hacen parte y son constituidos, ellos mismos, en relaciones espaciales.

Un silencio elocuente

•^

L o que hasta finales del siglo X X predominaba en la filosofía, la historia y la sociología de las ciencias era u n desinterés por considerar que el espacio pudiera ser u n factor relevante en la tarea de comprender cómo se produce el conocimiento ( O p h i r v Shapin, 1991, 7), y esto no siempre por simple olvido, sino porque, en ocasiones, la obliteración de las espacialidades o, cuando menos, la

7. Paftimos, por supuesto, dei enfoque íoimulado por Henn LeíeOvre (1991) soüre ei espacto corno pfoducciái social, enfatiando en io inúiil de tomar partido acerca de si ei espacio es físico o mental, objetivo o subjetivo (Pardo, 1992,38; Soja, 1989,120) y aclarando que'k) social" del espacio no se lestiiiige a la dimensión de las prácticas e instituciones humanas, sino que cubte asociadones que pueden invohxrar induso actores no humano (Latour, 2005], contoque podría ptoiteaise una perspectiva de estudios de la cultura material de las ciencias y ios saberes De esta manera, ei campo de las geografías del conoamienlo se encuentra Ifgado con lo que seria una 'a'queologia" del co^KKimiento, no restringida a la acepción (ilosóíica de foucault (cí Piazzini, 2012).

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negación de autoridad a ciertos conocimientos expresamente localizados ha hecho parte del establecimiento de la autoridad epistemológica de los discursos académicos. Es importante detenerse en este aspecto porque al identificar las razones por las que el espacio ha sido naturalizado, tratado de manera secundaria o simplemente no ha sido tenido en cuenta, permite comprender lo que se encuentra en ¡uego, ontológica y epistemológicamente, cuando hablamos de unas geografías del conocimiento. Sobre la base judeocristiana de la verdad divina como eterna v ubicua, desde la razón cartesiana se concibiii que el conocimiento, en tanto búsqueda de la verdad, se encontraba abstraído de cualquier determinación espaciotemporal (Grosfogucl, 2 0 0 7 , 6 4 ) . Sin embargo, por lo menos desde el siglo X V I I I se concedió que la razón y la verdad dependían, hasta cierto punto, de cuestiones temporales, lo que se hizo evidente en esquemas teleológicos m u v difundidos que explicaron el conocimiento como u n proceso acumulativo y perfectible que acompaña el progreso, la evolución o el desarrollo de las sociedades h u manas (p. e. C o m t e , 1984,26). N o aconteció así con lo que pudo haber sido u n proceso simultáneo de espacialización del conocimiento^. Antes bien, se constituyeron potentes regímenes de explicación, justificación o negación de diferentes formas de producción, que amparados en el imaginario de Occidente como punta de lanza de la historia, decretaron los rasgos locales del conocimiento como sesgos, errores o miradas parcializadas que el verdadero conocimiento científico o filosófico de alcance universal debería evitar o superar {Livingstone, 2003, 2 ) . D e allí el valor que se concedió a "la mirada desde ninguna parte" (Shapin, 1998) al "no-lugar de la razón" (Castro, 2005", 214) como rasgos característicos de la retórica científica. Pero aun cuando parezca paradójico, la debilidad ontológica de las espacialidades en los esquemas de explicación del conocimiento ha p e r m i t i d o , y en ocasiones ha afirmado, una geopolítica del conocimiento (en e l sentido de Walter M i g n o l o ) . Esto es, tanto abundar en la pretensión universal del lenguaje de las ciencias y la filosofía como exaltar la perfectibilidad de esos conocimientos han justificado y reforzado u n esquema subterfijgio de valoración de las diferencias geográficas, según este, los conocimientos producidos desde los centros metropolitanos se suponen más universales y de mayor validez que

8. Aunque pudo nabei algunos intentos Koselleck (1993, 182 186) refiere cómo ef filósofo Thomas fW\ 11738-1766;, influenciado por las tewias de la óptica en fisica y de la perspectiva en el arle, llegó a plantear que la nairación de la histota no era ía misma, dependiendo de la localización geográfica de quien la esoitiiera.

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aquellos que se generan en las periferias, que estarían parcializados por su vinculación con visiones locales. Esto, sumado al empleo instrumental de la cartografía y del oficio de la geografía en los proyectos imperiales y coloniales, ha resultado funcional a procesos de expansión del poder militar, político y económico, agenciados desde el norte geopolítico y sus centros satélites sobre el resto del planeta. A s i m i s m o , de la mano de una concepción del espacio que lo asocia con lo dado, lo fijo y lo natural, su tratamiento ha servido a una eficacia persuasiva que actúa de manera casi subliminal para dar por sentado lo que el lector o el o b servador deben entender por "realidad" en las retóricas de la ciencia. Volviendo al ejemplo de la cartografía, el mapa, en cuanto imagen, quiere comunicar que su contenido es "neutral" y "natural", pero la cartografía emerge y se consoüda dentro del más amplio horizonte del " m u n d o como imagen", sirviendo específicamente

a una "geopolítica de la representación" (Pickles, 2004, 7).

Así, el mapa, en su presunción de ser una representación del m u n d o real, mediante una "retórica de la precisión", persuade al público acerca de que lo que contiene es lo que el territorio es (Harley, 2001,158). Tal eficacia se logra mediante sofisticados procedimientos cartográficos de selección, clasificación, estandarización y creación de jerarquías que, asemejándose a los trabajos de laboratorio de los científicos, permiten al mapa ganar en autoridad (Harley, 2001,146). Variantes de esta eficacia persuasiva también han fiincionado en otros c a m pos del saber. M i c h e l de Certeau (1993) ha explorado el caso del oficio de la historia, en el que o m i t i r las huellas del lugar de enunciación del historiador contribuye a crear la convicción de que el pasado que este narra efectivamente existió (cf. Piazzini, 2011). Y algo semejante advirtieron críticamente B r u n o Latour y Steve W o o l g a r para el campo de los estudios tradicionales de la historia de la ciencia y las ideas, en el que la atención se centraba en la ocurrencia de particulares descubrimientos o invenciones, o en los planteamientos de ciertas teorías, es decir, en los productos acabados de la ciencia, pero no en los procesos mediante los que estos "hechos" fueron producidos, incluyendo los espacios y los instrumentos de la ciencia ( L a t o u r y Woolgar, 1995,103). Opera en esas narrativas u n "olvido" ex profeso de las inscripciones de carácter espacial y material de la ciencia (es decir, de los lugares y las huellas de fabricación de los artefactos científicos), lo que se explicaría porque los hechos científicos, una vez producidos, quieren aparecer como naturales v neutrales. Por esto, en las miradas a la historia de las ciencias, que enfatizan en el valor acumulativo y perfectible del conocimiento, no cabe dejar huella de esa d i mensión mundana del quehacer científico, pues de lo contrario se haría visible, de f o r m a inconveniente, la naturaleza artificial de los hechos científicos.

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Incluso, en algunos enfoques críticos de esa f o r m a de ver el asunto, como la temprana sociología del conocimiento, el interés por los aspectos "sociales" de la ciencia no condujo a la visibilización de sus espacialidades, como no fuera para criticar la afiliación entre particulares tradiciones científicas y proyectos nacionales (p. e. M e r t o n , 1993,271). D u r a n t e la segunda m i t a d del siglo X X , concepciones no lineales de la historia de las ciencias, que enfatizaron en rupturas, cambios y discontinuidades, más que en acumulaciones (p. e. K u h n , Feyerabend y Foucault), se encargaron de problematizar los esquemas teleológicos de la filosofía, la historia y la sociología de las ciencias. Y , en algunos casos, se señalaron caminos para reconocer que las espacialidades hacen parte de las condiciones de posibilidad para generar conocimiento y ganar en autoridad epistémica.

El espacio como suelo dei conocimiento Así como la debilidad ontológica del espacio que predomina en los pensamientos de la modernidad no puede ser considerada como u n simple olvido, sino que se vincula con unas condiciones geohistóricas concretas (Harvey, 1989; Soja, 1989), la nitidez y relevancia que en las últimas décadas ha comenzado a tener la cuestión espacial en los discursos políticos y académicos se asocia con la emergencia de factores que han venido transformando las dinámicas económicas, políticas, culturales y sociales a escala planetaria. L a intensificación de los procesos de globahzación de la economía, el reajuste de las hegemonías políticas y económicas de las potencias globales y regionales, el acelerado despliegue de las tecnologías de la información que parecen aniquilar las distancias por efecto del " t i e m p o real", la crisis y acaso el reajuste de los estados territoriales como "células" de la geografía política, y el surgimiento de reacciones y movilizaciones sociales de múltiple adscripción espacial que desafían las soberanías y jerarquías escalares son, entre otros, factores que han ido transformando las percepciones y concepciones del espacio y el t i e m p o , de la geografía y la historia. E n este sentido, el giro espacial sería u n síntoma geohistórico, pero, t a m bién, habría que reconocer en él u n repertorio de formulaciones que pueden tener incidencia en la configuración de los procesos espaciotemporales contemporáneos. E l espacio, este lado oscuro de las ciencias, la historia y la filosofía, ha comenzado a ganar nitidez en las últimas décadas, de la mano de planteamientos efectuados desde múltiples lugares de enunciación: desde los centros metropohtanos de la academia, como sucede con la geografía, los estudios de la ciencia y la tecnología, los estudios de género y algunas tesis

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posestructuralistas y posmodernas; por otra parte, desde los estudios socioespaciales y las tesis poscoloniales y decoloniales que quieren hacer visibles otras epistemologías situadas en el sur geopolítico; pero, también, desde los m o v i mientos indígenas y feministas que, basados en la denuncia del eurocentrismo y el androcentrismo, reclaman validez, autonomía y autoridad para los conocimientos locales e incorporados. E n medio de estos paisajes, comprender cómo han funcionado y funcionan las relaciones entre espacio y poder, y, en estas, los procesos de producción de conocimiento, resulta fundamental para plantear esquemas más equitativos y pertinentes de reconocimiento, acceso y apropiación de conocimiento, ciencia y tecnología, campos en los que han imperado la exclusión y la imposición, muchas veces con base en una jerarquización moral y política de la diferencia geográfica. D e forma más modesta, tal reflexión podría conducir a u n aporte crítico a la historia y a los estudios de las ciencias, las tecnologías y, en general, de los conocimientos. E n 1967, M i c h e l Foucault (1984, 46) ofrecía u n diagnóstico temprano de las transformaciones espaciales que estaban ocurriendo, por lo menos, en O c cidente, señalando la emergencia de una tensión entre aquellos que venían privilegiando esquemas temporales para explicar y d i r i g i r el devenir de la h u manidad, y aquellos otros que advertían la importancia de la dimensión espacial en las dinámicas del m u n d o contemporáneo. Pese a que posteriormente él m i s m o reconocía que el empleo recurrente de metáforas geográficas en sus textos (posición, desplazamiento, lugar, campo, territorio, d o m i n i o , suelo, horizonte, archipiélago, geopolítica, región, paisaje...) era de carácter más implícito que explícito (Foucault, 1976,

123),

se puede decir que desde entonces estaba efectuando una "espacialización de la historiografía del conocimiento", empleando una topología compuesta por sitios y relaciones, como estrategia para efectuar una crítica de lo que hasta entonces había sido una historia de las ideas, las ciencias y las técnicas, regida por el imperio de u n t i e m p o teleológico (Soja, 1989,18). E n general, es posible establecer que en los trabajos de Foucault lo espacial estaba involucrado en el análisis de temas centrales como el poder, el saber y el sujeto (cf Elden y C r a m p t o n , 2007; García, 2006; Perea, 2013; Soja, 1989,1621). Y lo estaba, al menos, de dos formas: como estrategia analítica (lenguaje espacial) y como aspecto central de las prácticas históricas concretas a las que se aplicaba con sus estudios. E n el primer sentido, María Inés García (2006, 23) ha señalado que los conceptos espaciales en Foucault constituyen una compleja red de metáforas de diverso grado que atraviesan suH>bra, que sirven de sedimentación, unas a otras, sin que opere necesariamente una jerarquización entre

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las diferentes capas de esta estratigrafía. Foucault encontró en ese repertorio de nociones espaciales una estrategia para efectuar una crítica de la manera en que venían siendo pensados el poder, el saber y el sujeto ( c f Foucault, 1979,124). E n el segundo sentido, en sus análisis arqueológicos y genealógicos, F o u cault concedía a las espacialidades y sus efectos (v. g. distribución, exclusión y encierro) u n papel activo en la constitución de prácticas históricas concretas mediante las que funciona el poder, se erigen regímenes de verdad y se forman los sujetos (Perea, 2013, 277). Por esto, Foucault reconocía en una entrevista con geógrafos que "los problemas que plantean a propósito de la geografía son esenciales para mí. Entre un cierto número de cosas que yo relacioné, estaba la geografía, que era el soporte, la condición de posibilidad del paso de lo uno a lo o t r o " (Foucault, 1979, 123). Y en otra parte planteaba que "habría que escribir toda una historia de los espacios - q u e sería a su vez una historia de los poderes- desde las grandes estrategias de la geopolítica hasta las pequeñas tácticas del habitat, de la arquitectura institucional, del salón de clase o de la organización hospitalaria, pasando por las implantaciones económico-políticas" (Foucault, 1980,149). Si la historia de los espacios es a la vez la historia de los poderes, entonces puede considerarse que el espacio hace parte de las condiciones políticas y económicas de existencia, que actúan, no como u n velo o u n obstáculo para el sujeto de conocimiento, sino, precisamente, como aquello a través de lo que este se forma. Entonces, es posible pensar que las espacialidades hacen parte de aquello que denominaba "suelo en que se f o r m a n el sujeto, los dominios de saber v las relaciones con la verdad" (Foucault, 1986, 26). Incluso, en este plano, V más allá de una estrategia de espacialización del lenguaje de carácter ficcional, Foucault, como sujeto, era producto de particulares experiencias espaciales, que contribuyeron a f o r m a r sus planteamientos. Se podría discutir qué tan consciente llegó a ser Foucault mismo acerca de las implicaciones geopolíticas de las relaciones entre espacio y saber (p. c. S p i vak, 1988, 292), pero me interesa detenerme aquí en lo que podría arriesgarse como u n paralelo entre la búsqueda foucaultiana de u n "suelo" en que se forman el sujeto, los dominios de saber y las relaciones con la verdad, y la propuesta de Gilíes Deleuze v Félix Guattari (1993) para entender el "terreno" en el que se ha formado la filosofía. Decían estos autores que para comprender qué es la filosofía no interesa tanto su historia como su geografía, por esto, planteaban una geofilosofía "exactamente - d e c í a n - como la historia es una geohistoria desde la perspectiva de Braudel" (Deleuze y Guattari, 1993,96-97). Es necesario entender los planos de inmanencia como los suelos, los t e r r i torios donde se fundan los conceptos que f o r m a n el quehacer de la filosofía.

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Desafiando la linealidad de los tratados de historia de la filosofía, proponían entonces establecer conexiones entre la filosofía clásica y las modernas

filo-

sofías europeas, c o n las particulares dinámicas de territorialización y desterritorialización de la polis griega, y del capitalismo y los estados nacionales, respectivamente (Deleuze y G u a t t a r i , 1993,106). Pienso que hay en este planteamiento una aproximación cercana a la de Foucault, en eí sentido de que la filosofía y, más ampliamente, cualquier r é g i m e n de verdad, no funda sus condiciones de posibilidad n i en unos a priori transhistóricos de la razón n i en una historia de la acumulación de saberes y tecnologías, sino en esos subsuelos arqueológicos y geográficos donde, de m a nera contingente, se configuran las relaciones entre saber y poder. Pienso, t a m bién, que a partir de un análisis detenido de estos planteamientos se aporta a la constitución de una ontología del espacio que permita explorar y comprender su r o l como condición de posibilidad de los conocimientos. U n a ontología para las geografías del conocimiento que, entre otras tareas, sirva para " i n t e n tar pensar el espacio como lugar de deconstrucción de la subjetividad y de la temporalidad" (Pardo, 1992,37). Por ahora, considero legítimo esperar que la investigación de espacialidades concretas contribuya de manera relevante a comprender cómo han sido posibles y cómo fíancionan particulares sistemas de conocimiento, incluyendo múltiples escalas que no conservan necesariamente u n orden jerarquizado: el cuerpo como espacialidad íntima de nuestra relación con el m u n d o ; las localizaciones, lugares y arquitecturas donde se generan, reproducen o apropian los saberes; las redes que entrelazan esos cuerpos y localizaciones en tanto nodos; y las geografías políticas donde los procesos de territorialización y desterritorialización se complican c o n aparatos conceptuales que quieren explicar los mundos y sus límites. E n esta ambiciosa agenda no debería perderse de vista el m o v i m i e n t o por el que las prácticas de conocimiento, en su relación con el poder, reproducen, transfíírman o, inclusive, producen nuevas espacialidades.

Conocimientos situados, geopolíticas y geografías de la ciencia y el conocimiento A u n cuando es incipiente la consolidación de l o que podría considerarse el campo de las geografías del conocimiento, entendido como una red de aproximaciones integradas al estudio de las relaciones entre espacio y saber, no sería justo desconocer importantes avances conceptuales y enunciados operativos que se han i d o generando en las últimas décadas. Por ejemplo, son elaboraciones

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indudables en esa dirección los estudios de George Basalla (1967) acerca de la expansión del modelo occidental de ciencia, de Torsten Hágerstrand (1967) sobre difusión de las innovaciones tecnológicas, de Cari Pletsch (1981) sobre la distribución desigual del trabajo intelectual en el m u n d o y de I m m a n u e l W a llerstein (1998) sobre la espacialización de los objetos de las ciencias sociales. Pero también es necesario decir que la mayoría de estas aproximaciones no partió de u n interés expreso por evaluar la incidencia mutua entre espacio y conocimiento, llegando más bien de manera incidental a tratar con categorías espaciales, muchas de ellas enunciadas desde una imaginación geopolítica m o derna que, como diría John A g n e w (1998), permanecía atrapada en la idea de un m u n d o naturalmente d i v i d i d o en estados y bloques imperiales. Solo a partir de los últimos años han venido a perfilarse planteamientos informados por los debates acerca del espacio como producción y sus relaciones con el poder: el conocimiento situado, la geopolítica del conocimiento, la geografía de las ciencias v la geografía del conocimiento. L a potencia analítica que otorga el estudio contrastado de diferentes f o r mas de conocimiento en su relación con la cuestión espacial ha sido puesta de manifiesto recientemente por John A g n e w (2007) cuando ha hablado de las "geografías del conocimiento", que incluyen esquemas, marcos de referencia, presupuestos fiindamentales, narrativas, tradiciones y teorías, con la intención de analizar cómo su localización y circulación se vinculan a las dinámicas de la geopolítica mundial. Interesa particularmente a este enfoque establecer el "dónde" de estos conocimientos, bajo el sello de la diferencia espacial, genera efectos ontológicos, sin adoptar de entrada enfoques relativistas que exaltan la inconmensurabilidad entre conocimientos ligados a localizaciones geográficas específicas, o aproximaciones positivistas que presuponen la universalidad del conocimiento. A g n e w propone una tipología de cinco formas diferentes en las que puede entenderse la "geografía" como parte de la producción y circulación del conocimiento: i) enfoques etnográficos que conciben el conocimiento como plural por sí mismo y se centran en las jurisdicciones y los sitios en los que se produce y consume aquel; i i ) enfoques que privilegian el r o l de la "colonialidad" o los efectos del colonialismo en las jerarquías del conocimiento; i i i ) aproximaciones fenomenológicas que enfatizan en las relaciones íntimas entre contextos particulares del "ser" y la adquisición del conocimiento; i v ) estudios acerca de cómo lo local se convierte en global de la mano de dinámicas geopolíticas, y v) geografías de la lectura y similares que analizan la circulación y consumo del conocimiento. Entre estas aproximaciones se destacan elaboraciones basadas en el concepto de "conocimiento situado" que constituye hoy u n referente que emerge

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con frecuencia en los debates sobre conocimiento y espacio, ya porque se lo conmuta automáticamente con la noción de conocimientos locales o porque se lo asocia con planteamientos sobre geopolítica del conocimiento. Podría identificarse una emergencia doble y hasta cierto punto independiente de este concepto por parte de N i g e l T h r i f t desde la geografía y de D o n n a Haraway desde las teorías feministas. I h r i f t (1996), interesado en una geografía del espacio-tiempo y en el desarrollo de una teoría de la acción social situada, planteaba ya en 1985 una "geografía del conocimiento" en la que enfatizaba en la necesidad de concebir una "epistemología situada o contexmal que reconozca que las personas son seres históricos, geográficos y sociales" ( T h r i f t , 1996, 121). A partir de una noción amplia de conocimiento como "información acerca del m u n d o " , establecía, siguiendo a A n t h o n y Giddens, que toda práctica social, incluidas aquellas de producción y aprovechamiento del conocimiento, estaba situada espacio-temporalmente. E n particular, llamaba la atención acerca de la distribución social del acceso a ciertos tipos de conocimiento disponible, dependiendo de diferenciaciones sociales (sexo, género, clase), localizaciones específicas (regiones, estados) y temporalidades (biografías y procesos históricos). A u n cuando lo situado del conocimiento en T h r i f t puede hacer referencia a lo local, no se restringe a esto, en la medida en que tiene en cuenta la extensión espacio-temporal de las prácticas e instituciones involucradas en la comunicación y circulación del conocimiento: desde conocimientos relativamente aislados y fiigaces hasta conocimientos extendidos por interacciones y con mayor permanencia temporal afincada en instituciones. Por otra parte, destaca en esta aproximación la figura de ausencia de conocimiento, en cuanto u n análisis geográfico debería tener en cuenta, no solo dónde están los saberes, sino también su ausencia, ya sea porque sencillamente no es accesible, o porque no es comprendido, discutido, está oculto o es distorsionado ( T h r i f t , 1996, 99); así, no solo se trataría de mapear las geografías del conocimiento, sino también las del desconocimiento o la ignorancia. Quizá, de mayor impacto ha sido el concepto de conocimiento situado que Haraway (1988) introdujo en la teoría del punto de vista {standpoint theory)^ formulada previamente por Nancy Hartsock. (1983) a propósito de u n materialismo histórico específicamente feminista. D e acuerdo con A l i s o n W y l i e (2003): . . . las teóricas feministas del punto de vista argumentan que el género es una dimensión de diíerenciación social que puede hacer de dicha diferencia una cuestión epistemokSgica. Su (.)bjetivo es comprender cómo surge en concreto la parcialización

Pensamiento g e o g r á f i c o

latinoamericano

sistemática del conocimiento autoritario, su androcentrismo y sexismo, a la vez que dar cuenta de las contribuciones constructivas efectuadas por aquellos que trabajan desde puntos de vista marginales (especialmente puntos de vista femeninos) para contrarrestar dicha parcialización ( W y l i e , 2003,26). Esta definición permite identificar dos aspectos centrales, como son: el carácter situado de toda f o r m a de conocimiento y la posibilidad de identificar un "privilegio epistemológico" derivado de la perspectiva que d e l m u n d o se obtiene desde ciertos puntos de vista, de t a l f o r m a que no se renuncia a la producción de u n conocimiento objetivo. E n primer lugar, el enunciado de situacionalidad que es inherente al concepto de conocimientos situados se refiere fundamentalmente a las dimensiones sociales e históricas, aunque Haraway (1988,582) contempla también espacios mentales y físicos, incluvendo los cuerpos. E l conocimiento situado es también conocimiento in-corporado. Si la visión desde "ninguna parte" de la ciencia y la filosofía separó (espacial, temporal y conceptualmente) ei sujeto y el objeto de estudio y supuso que la racionalidad debía ser descarnada, desde la teoría del punto de vista se quiere restituir esta conexión, se aprecia la empatia con los sujetos que se estudian, así como el papel activo que estos tienen en el proceso mismo de producción de conocimiento mediante esquemas colaborativos: " E l conocimiento situado requiere que el objeto de conocimiento sea visto como un actor y u n agente, no como una pantalla, u n soporte o u n recurso, y nunca, finalmente,

como u n esclavo del maestro que encierra en sí la dialéctica en su

agencia única y su autoría del conocimiento objetivo"' (Haraway, 1988 , 5 9 2 ) . Por lo tanto, se le concede al objeto de estudio, incluso a los no-humanos, u n papel activo en los procesos de producción de conocimiento, aspecto desarrollado de f o r m a más detenida por la teoría del actor-red (Latour, 2005). N o obstante, ninguna de estas espacialidades corresponde a localizaciones fijas, "en u n cuerpo reificado, femenino o de otro tipo, sino a nodos en campos, inflexiones en orientaciones y responsabilidad por la diferencia en campos semióticos y materiales de significación" (Haraway, 1988, 588). Desde las geografías feministas esta dimensión espacial ha adquirido relieve en las últimas décadas. D a d o que la situación de los sujetos subalternos no es igual en todas partes, categorías como género, etnia e identidad son configuradas en relación con determinados procesos espaciales ( c f Massey, 1994,177; Rose, 1997). D e tal f o r m a que su situacionahdad histórica y social no puede prescindir de su localización dentro de los esquemas de homogeneización, separación y jerarquización espacial que f o r m a n y sustentan particulares relaciones de poder.

Pensamiento

ciíUco

latinoamericano

A s i m i s m o , percepciones y concepciones específicas de l o que son los cuerpos, la pertenencia a u n lugar y u n territorio, contribuyen a construir las reacciones y propuestas afirmativas de !os sujetos subalternos. E n segundo lugar, la ventaja epistemológica que podría derivarse de los conocimientos situados se refiere a cómo algunas percepciones y concepciones del m u n d o son proclives al desarrollo de investigaciones y comprensiones que aspiran a ser legítimamente objetivas, en u n sentido de objetividad que se aparta de las prescripciones tradicionales de las epistemologías positivistas. Específicamente, se reconoce la posibilidad de una voz autorizada al conocimiento producido por las mujeres y otros grupos subalternos, que no es s i m plemente relativo a u n discurso más entre la serie i n f i n i t a de "realidades" que cada cual, desde su particular situación subjetiva e histórica, puede enunciar. L a ventaja epistémica se deriva del conocimiento que estos sujetos pueden llegar a producir a partir de experiencias, situaciones y posibilidades que solo ellos han vivido. E n este sentido, a diferencia de la mirada desde ninguna parte de las epistemologías positivistas, que quisiera elaborar una imagen absoluta del mundo, "solo la perspectiva parcial promete una visión objetiva" (Haraway, 1993,583); justo porque se trata de perspectivas parciales, localizadas y críticas. Interesa destacar aquí cómo la posibilidad de una ventaja epistemológica derivada de los conocimientos situados reafirma que, por lo menos hasta cierto punto, los espacios pueden contribuir a la constitución de otros regímenes de verdad. Esto también se hace visible en planteamientos efectuados recientemente por autores latinoamericanos acerca de una "geopolítica del conocim i e n t o " y unas "epistemologías basadas en el lugar". Desde la perspectiva decolonial latinoamericana se aborda la geopolítica del conocimiento como una lectura que desentraña una f o r m a de dominación que no requiere coerción física, sino que se basa en la violencia epistémica que representa la naturalización de la cultura moderna occidental como el único paradigma válido en términos políticos, económicos, estéticos y científicos. E n América, desde el siglo X V I , la colonialidad del poder9 ha ordenado y controlado la diferencia cultural (racial, religiosa y lingüística, dependiendo de la época), mediante una jerarquización moral y política que otorga autoridad a las voces que hablan desde el centro, negando o desvirtuando las voces periféricas. Desde el presunto no lugar de la razón occidental, otras formas de

9. La calegaia analítica colonialidad del podet, enunciada poi Aníbal Quijano, se refiere a una estructura de dominación que desde el siglo XVI funciona mediante reíaoones de podei fundadas en una presuma superioridad racial y epistémica de los europeos, y luego de los anglosajones, sobre las poblaciones americanas, africanas y atrodescendtentes. Una variante de esta estructura es la colonialidad interna de! poder, que fondona de la misma manera, pero en&e las élites locales y los sujetos subalternos de ios países periféricos [cí., i3astro, 2005b, 58).

Pensamiento g e o g r á f i c o latinoamencano

conocimiento son calificadas de provincianas, parroquiales o, sencillamente, como prerrac ion ales o supersticiosas por encontrarse limitadas a determinados contextos geohistóricos ( M a l d o n a d o , 2004; M i g n o l o , 2002). Desde este diagnóstico, que comparte con la teoría feminista del p u n t o de vista tanto la crítica a la hegemonía de los proyectos modernos como la de las tesis de los enfoques posmodernos, la apuesta no es p o r habilitar relatos particulares que relativicen la autoridad de los metarrelatos occidentales. Se trata, más bien, de avanzar desde u n "paradigma otro" hacia u n "cosmopolitism o crítico" ( M i g n o l o , 2003, 58). A h o r a bien, este cosmopolitismo, contando con cierta ventaja epistemológica, emergería precisamente desde lugares de enunciación situados en los bordes de la cartografía dibujada por los sistemas coloniales; desde el pensamiento fronterizo entendido como "el del r u m o r de los desheredados de la modernidad; aquellos para quienes sus experiencias y sus memorias corresponden a la otra m i t a d de la m o d e r n i d a d , esto es, a la colonialidad" ( M i g n o l o , 2 0 0 3 , 2 8 ) . D e hecho, muchos de los ejemplos que emplea M i g n o l o para ilustrar lo que quiere decir cuando habla de "pensamientos fronterizos", corresponden a sujetos localizados en el borde de sistemas moderno-coloniales, quienes conocen los dos lados de la diferencia colonial, tanto el de los pensamientos subalternos como el de los pensamientos hegemónicos, lo que les concede, como en el caso de los conocimientos situados de Haraway, una ventaja epistemológica. Pero esta ventaja requiere establecer, mediante una doble crítica, el lugar de enunciación que en la geopolítica del conocimiento le corresponde a cada voz, incluvendo la razón occidental. A r t u r o Escobar ha advertido una conexión entre los conceptos de conocimiento situado, pensamiento fronterizo y lo que él denomina "epistemologías basadas en el lugar" (Escobar, 2005, 251). Estas últimas se refieren a una línea de indagación y una alternativa política que, partiendo de una reconceptualización de la noción tradicional de lugar ( n o romantizada, desnaturalizada, no aislada u opuesta a l o global), procura por la construcción de autoridades epistémicas v políticas basadas en conocimientos y conciencias de carácter l o cal, que permitan abordar críticamente la globalización y proponer alternativas sobre el posdesarrollo y la sustentabilidad ecológica (Escobar, 2 0 0 3 , 1 1 7 ) . Hasta aquí se puede identificar cómo en los planteamientos sobre conocimiento situado, geopolítica del conocimiento y epistemologías basadas en el lugar, la dimensión espacial de aquel pasa de ser irrelevante, o una herramienta que soterrada mente actúa en beneficio de la autoridad de los conocimientos hegemónicos, a ser u n aspecto crucial para afirmar la autoridad epistémica y política de otros saberes.

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Pero también es necesario señalar que dicha espacialidad no se agota en el valor de los conocimientos locales per se. T o d o conocimiento, incluso el f i l o sófico y científico, se produce mediante prácticas localizadas, de tal forma que una conmutación automática entre conocimientos situados y conocimientos locales corre el riesgo de reproducir la violencia epistémica que la geopoh'tica moderna del conocimiento generó al negar autoridad a aquellos saberes que no estuviesen localizados en determinados lugares. L a ventaja epistemológica no descansa exclusivamente en el hecho de que los saberes se vinculen con específicas localizaciones geográficas, sino en procesos de reflexión, crítica y diálogo que los "sitúan" y vinculan con otras espacialidades. Por esto, más allá de desnudar las pretensiones universales, desterritorializadas y descarnadas de la ciencia, resulta útil comprender cómo funciona espacialmente. A este propósito, D a v i d Livingstone (2003) ha planteado la idea de hablar expresamente de una "geografía de las ciencias" interesada por estudiar cómo las características de específicas dimensiones espaciales donde se produce y circula el conocimiento tienen consecuencias en las formas de hacer y co municar la ciencia. Propone tres espacialidades: los sitios donde se hacen las investigaciones y los experimentos, incluyendo los cuerpos mismos que son estudiados y los espacios donde se reúnen los científicos; en segundo lugar, una escala donde culturas regionales, políticas locales y estilos nacionales condicionan las prácticas y productos de la empresa científica, incluyendo la manera en que estos últimos son acogidos, movilizados o rechazados; finalmente, la dimensión de la circulación, que involucra sistemas de movilización y estandarización del conocimiento científico que pretenden eliminar la distancia y la diferencia entre particulares localizaciones, como condición para producir enunciados de valor universal.

Separarse, aproximarse, asociarse C o n la intención de hacer visible cómo funcionan algunas espacialidades del conocimiento, me referiré brevemente a tres formas básicas de incidencia de lo espacial en las prácticas científicas: la separación, la aproximación y el establecimiento de redes o asociaciones, aspectos que, guardadas proporciones, podrían observarse también en sistemas de conocimiento no científico. Doreen Massey ha dicho, al hablar de las "geografías de la producción del conocimiento", que " . . . el proceso de convertirse en u n productor de conocimiento (y un definidor y defensor de la clase de cosas que se dice que son conocimiento) incluye apartarse de las cosas que uno está estudiando... Mantener la distancia entre el que conoce y lo conocido" (Massey, 2006, 74). L a separación,

Pensamienlo g e o g r á f i c o

¡atinoamencano

o por lo menos la diferenciación lograda mediante el distanciamiento espacial, bien entre el sujeto y el objeto, bien entre el exclusivo lugar del científico o el académico (laboratorio, archivo, biblioteca), y el mundo "ordinario" de la vida es inherente a los protocolos de investigación y a los imaginarios acerca de lo que es ciencia y ser científico. Tomar "distancia" frente a lo que se quiere conocer, como una de las condiciones de la objetividad, no parece ser una mera alegoría, mientras que el aislamiento que se requiere para producir conocimiento se l o gra mediante el diseño y la edificación de arquitecturas concretas. Desde los campamentos, pasando por los laboratorios, hospitales, cementerios y colecciones, hasta llegar a las aulas, museos, jardines botánicos, b i b l i o tecas y archivos, el conocimiento científico requiere de la adecuación, cuando no de la edificación, de determinadas localizaciones v arquitecturas cuyas características de ubicación, acceso, ambiente y dotación resultan fundamentales para garantizar la aplicación de los protocolos de producción, movilización, distribución y consumo de conocimiento. Pero de manera simultánea opera una dinámica aparentemente contraria, sobre todo en aquellos campos del conocimiento en los que se prescribe el trabajo de campo o "en el terreno" dentro de los protocolos de investigación. Rige aquí una lógica de aproximación espacial de la que se deriva, como en el caso anterior, tanto una parte de la autoridad del conocimiento científico como el imaginario acerca de l o que se debe hacer para ser u n científico. E n algunas disciplinas, como en antropología y arqueología, la incorporación del trabajo de campo en los procedimientos de investigación ha significado, a la larga, la diferencia entre ciencia y no ciencia (cf. Fabián, 1983; L u cas, 2000; Moser, 2007; Tomásková, 2007). Y más recientemente, de la mano de enfoques proclives a la investigación social participatíva y colaborativa, la proximidad espacial entre los investigadores y las comunidades locales c o n tribuye a la producción de una imagen de solidaridad y compromiso político. Desde luego que la espacialidad de las ciencias no se agota en esta aparente ambivalencia de la separación y la aproximación, no solo porque en la práctica operan de f o r m a simultánea e interdependiente, sino porque la relación entre diferentes localizaciones no se da solo en términos de distancia o cercanía. E n una aproximación topológica, en la que p r i m a n las relaciones entre localizaciones, distancia y proximidad, se complican al establecerse redes o asociaciones que f o r m a n , ellas mismas, nuevas espacialidades. E n el ámbito de los estudios de la ciencia, desde la teoría del actor-red ( T A R ) se ha propuesto que la relativa estabilidad que puede llegar a adquirir un resultado científico depende de la solidez con que se extiendan las redes de la ciencia y la tecnología en el espacio y el tiempo. M e j o r aún, depende de

Pensamiento

ciiUco

latinoamericano

la producción de espacios y tiempos específicos como condición para que la ciencia marche. Por esto, uno de los aspectos centrales del trabajo científico consiste en "movilizar el m u n d o " (Latour, 1987,223). D i c h a movilización no consiste solo en superar la fi*icción por distancia o eliminar las diferencias socioespaciales para expandir la validez universal de la ciencia. Se logra por medio de rigurosas asociaciones entre "inscripciones", entendidas estas como los registros, sitios, instrumentos, nomenclaturas, gráficos y documentos por medio de los que se transforman (traducen) las muestras y observaciones de campo y laboratorio en productos (informes, libros, artículos, patentes). E n ese proceso, se van estableciendo enunciados o afirmaciones fácticas, esto es, aquellas que quisieran representar directamente los hechos científicos ( L a t o u r y Woolgar, 1995, 56 y ss.). E l ciclo de la producción científica depende de inscripciones y traducciones que son simultáneamente " m ó viles", "inmutables" y "conmutables". Y el lugar desde donde se controle esta extensión de las redes espaciotemporales de la ciencia deviene, entonces, en u n "centro de cálculo" por excelencia, aunque no únicamente, el laboratorio: u n espacio en el que se f o r m a u n sistema de dispositivos de inscripción mediante el que se fabrican artefactos científicos ( L a t o u r y Woolgar, 1995, 63). Desde este punto de vista, la universaÜdad de las ciencias no es solo u n a priori connatural al pensamiento moderno. Tampoco es el producto de la s i m ple "difusión" de ideas desde un lugar central hacia las periferias. Se trata, más bien, de articulaciones entre aspiraciones cosmopolitas del saber, investidas de una "mirada desde ninguna parte" y el menos visible pero fiandamental establecimiento de complejas redes de movilización y circulación de conocimiento, compuestas por el encadenamiento de las diferentes localizaciones donde ocurren las prácticas científicas. Una imagen parcial y hasta cierto punto distorsionada de la manera como se encadenan esas localizaciones a escala regional y mundial comienza a proyectarse en los mapas del conocimiento que se vienen produciendo recientemente a partir de estudios cienciométricos y bibliométricos. E n una época en la que empieza a ser abrumadora la cantidad de productos de investigación en ciencia y tecnología, a la elaboración de gráficos topológicos que ilustran las redes científicas y tecnológicas, se han venido sumando ejercicios de análisis y visualización geográfica de datos cuantitativos sobre centros de producción, jerarquización de índices de impacto, redes de colaboración y circuitos de consumo (Frenken et al., 2009; Leydesdorff y Persson, 2010). Algunos enfoques de esta práctica se encuentran informados por teorías de redes, incluida T A R , pero por razones operativas emplean conceptos cartesianos de la geografía. Además, por razones técnicas y políticas, se apoyan en bases de datos y repositorios con u n registro

Pensamiento g e o g r á f i c o latinoamericano

centrado en productos y autores adscritos a los principales centros m e t r o p o litanos de producción de ciencia y tecnología. C o n esto, los nuevos mapas globales de la ciencia y la tecnología resultan siendo muy parecidos a los mapas de distribución internacional del P I B , naturalizando así la correlación entre riqueza económica, abundancia v calidad del conocimiento. L a dificultad que entraña el hacer visibles otras geografías del conocimiento en estos mapas estriba, en primer lugar, en la ausencia de datos normalizados V sistematizados para ciertas regiones, fí^rmas de producción y circuitos de circulación, lo que recuerda la advertencia de N i g e l T h r i f t acerca de unas geografías del desconocimiento. E l ejercicio de cartografiar las redes de la ciencia y la tecnología tiene entre sus retos la incorporación de espacialidades que no se agotan en las retículas cartesianas y los territorios nacionales; deben advertir la situacionalidad y la geopolítica de los conocimientos.

Para situar la cuestión Hace algunos meses, al terminar una conferencia sobre la problemática a que se ha d i r i g i d o este texto, una persona del público preguntaba cuál era m i lugar de enunciación, desde dónde hablaba yo. N o era fácil responder a la pregunta, entre otras cosas porque así formulada requeriría efectuar una autogeobiografía que apenas intuvo y que seguramente no resultaría pertinente narrar n i en ese n i en este espacio. Pero es claro que se hace necesario simar esta reflexión sobre las articulaciones entre espacio, conocimiento v poder, en relación c o n espacialidades que hacen parte del lugar desde donde pienso. E n los mapas mundiales de la ciencia, los lugares que habito y transito cotidianamente corresponden a pequeños nodos que se integran débilmente a las redes globales o, incluso, a espacios en blanco. Además, se localizan en un entramado urbano de segundo orden en u n país con una estructura político-administrativa de carácter centralista que funciona en consonancia con una geopolítica jerarquizada del conocimiento. U n mapa de producción v circulación de las ciencias en C o l o m b i a registraría, para M e d e l l i n \ algunas localidades de A n t i o q u i a , u n lugar secundario o terciario en la jerarquía de los centros de producción de conocimiento. E l negativo de este mapa pondría de manifiesto que la inmensa mayoría de los espacios del país y la provincia no se integran a esas redes. Desde u n punto de vista, este sería u n mapa de la inequidad en el acceso a la ciencia y la tecnología y de la necesidad de tender rieles para llevarlas a todas partes, estriando el espacio nacional por cuenta de una geopolítica internacional del conocimiento funcional al crecimiento económico. Pero,

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ciiíico

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efectuando una interpretación de lo planteado por T h r i f t , este sería el mapa del desconocimiento, no porque allí no haya conocimientos, sino porque no son comprendidos, discutidos, están ocultos o son distorsionados. Situar estos otros saberes, que como todos los conocimientos son locales, pero que en este caso se encuentran ligados a sentidos de lugar geohistóricamente constituidos, pasa necesariamente por hacerlos visibles, comprenderlos y establecer diálogos simétricos entre ellos y en relación con los saberes académicos. E l m i s m o ejercicio habría que hacer en relación con los saberes académicos a escala regional (latinoamericana) y global. Situar los conocimientos locales, científicos o no, académicos o no, requiere efectuar u n ejercicio reflexivo y adecuadamente informado acerca de sus particularidades geohistóricas y del lugar que ocupan en los esquemas geopolíticos de desconocimiento o reconocimiento, negación o valoración. Plantear la necesidad de formalizar y encadenar los conocimientos locales conforme a u n patrón único de ciencia universal es tan inadecuado como pensarlos aislados, confinados a u n espacio local, que automáticamente les conferiría una a u t o r i dad que solo funciona para sí. A u n cuando históricamente la relación entre saber y poder parece haberse valido de la pertenencia a determinadas localizaciones para imponer lo que se considera verdadero o falso, situar los conocimientos y, con esto, conferirles una autoridad epistémica no basada en la imposición, debería apoyarse, en buena medida, en el fortalecimiento o generación de dinámicas simétricas de diálogo e interacción. Reconocer, hacer visibles o constituir otras geografías del conocimiento es una alternativa.

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