SISMO: Un trauma con huellas a través de los siglos

June 29, 2017 | Autor: Irina Podgorny | Categoría: History of Science, Earthquake, Earth and Environmental Sciences, Terremoto
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Un trauma con huellas a través de los siglos

29/09/15 22:24

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IDEAS Lunes 28 de septiembre de 2015 - 28/09/15

Un trauma con huellas a través de los siglos Sismo. Los geólogos del siglo XIX tenían preocupaciones similares a las generadas por el terremoto con 500 réplicas que ha padecido Chile. Por Irina Podgorny

La tierra firme deja de serlo. Las lámparas, el agua, los vidrios, el piso tiembla y sacude al universo. El pánico, contra todas las advertencias, empuja a la calle, escaleras abajo, a mujeres y hombres vestidos, desnudos, o como sea, pero afuera, donde el cielo parece conservar la calma. Escenas de este tipo se vivieron en Chile la semana pasada cuando un terremoto de 8,3 de magnitud afectó la zona centro norte de Chile al que le han seguido más de 500 réplicas. Fue mucho más que un movimiento del suelo: hubo 13 muertos, cuatro personas desaparecidas y las autoridades calculan que hay cerca de 3.500 damnificados. El sismo inicial arrasó con 262 viviendas y otras 418 sufrieron “daños mayores” que las volvió inhabitables. El pánico continuó. Luego del terremoto, unas 600.000 personas fueron evacuadas a lo largo de la costa tratando de prevenir los efectos devastadores de un anunciado tsunami que –por suerte– no se concretó. El reino de la subjetividad se exacerba en y por las redes sociales y la televisión. Hay quienes están habituados a adjudicar el nacimiento de todos los males a las comunicaciones electrónicas e inalámbricas. Y al hacerlo, no repararían que un observador del siglo XIX apenas hubiese advertido alguna rareza en esa abundancia de reporteros de ocasión. Lo más sorprendente sería constatar que los mecanismos instalados en el siglo del progreso, funcionen en el año 2015 sin que nadie pueda dar cuenta de por qué hace lo que hace ni por qué dice lo que dice. ¿O acaso es normal que la descripción de una experiencia tan subjetiva como el miedo a ser tragado por la tierra recurra a las mismas expresiones, a las mismas prácticas y se presente a través de una iconografía que se repite y entiende aquí, en Chile, en México y en la China? Lejos de una reacción intuitiva frente a las fuerzas de la naturaleza y la imprevisibilidad del futuro, se trata de los restos de la larga historia de la transformación de los instantes de pánico y confusión en un campo de producción de evidencia científica: la sismología, la ciencia de los terremotos y del desastre, una de las tantas interfases entre la naturaleza y la sociedad. Hoy, nadie relaciona esos alegatos con el conocimiento científico. Desde fines de la década de 1930, boyan en el mar del sensacionalismo, acostumbrados como estamos a que un terremoto se describa por medio de una estimación logarítmica de la magnitud de la catástrofe y un mapa señalando el epicentro y la dirección de expansión de las ondas. Los instrumentos instalados por doquier ya son capaces de registrar no sólo los grandes movimientos resultantes de las actividades tectónicas y volcánicas, sino también los acontecimientos de una magnitud apenas perceptible por los hombres. Pero, en el siglo XIX, con aparatos todavía incapaces de detectar las sutilezas de la brutalidad del planeta, sin teorías claras acerca de sus causas y origen, desconocida la estructura interna de la Tierra, los humanos –esos cuerpos físicos capaces de sentir, registrar, hablar y transmitir información desde todos los puntos del globo– fueron http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/trauma-huellas-traves-siglos_0_1438056200.html?print=1

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transformados y usados como los sismógrafos más confiables. Se trataba de aprovechar esas reacciones sistematizándolas en observaciones estandarizadas, comparables, útiles. El envío de encuestas o la recopilación de información local se conjugó con la infraestructura de comunicación del siglo XIX: el telégrafo, el cable, la prensa regional, las agencias de noticias permitieron recopilar –de manera relativamente rápida– las descripciones de estos sucesos catastróficos ocurriendo en parajes de nombre impronunciable o a la vuelta de la esquina. Deborah R. Coen, historiadora de la ciencia del Barnard College de Nueva York, ha dedicado su libro The Earthquake Observers. Disaster Science from Lisbon to Richter (Los observadores de los terremotos. La ciencia de las catástrofes, desde Lisboa a Richter, The Chicago University Press, 2014) para mostrar cómo los geólogos se dieron cuenta que en esos instantes de turbulencia física y emocional, residía una posible clave para medir un fenómeno que llegaba sin avisar. “Resulta evidente –decía un geólogo citado por Coen– que ninguna persona puede, en base a sus propias observaciones, calcular el área impactada por un movimiento de tierra; sin embargo, mucho se puede lograr combinando las observaciones de muchos.” Algunos llegaron a idear cuestionarios para, a través de la participación de los profanos, tratar de calcular la dirección de la propagación de las ondas sísmicas: para ello, no había más que observar con atención el grado de los efectos del terremoto en el cuerpo y en el entorno del afectado. Hombres y mujeres respondieron con fervor a esta empresa que celebraba el empirismo y los invitaba a sumarse a la edificación de una nueva ciencia que, entre otras cosas, podía llevar a ayudar a predecir dónde y cuándo la tierra volvería a temblar. Las preguntas incluían esos elementos que hoy siguen mencionándose en cualquiera de esas historias difundidas por la televisión: “El terremoto, ¿le produjo mareo? ¿Lo arrojó de la cama? ¿Hizo temblar los cristales, el estanque de agua o ladrar a los perros? ¿rajó las paredes? ¿destruyó algún granero, abrió el suelo, mató a alguien? ¿Cuántos muertos hubo?” Cuanto más fuerte las impresiones sensoriales y morales, más cerca del centro subterráneo de donde había partido el sacudón. Las respuestas a estas preguntas, circulando por cartas o por los diarios, ayudaban –o por lo menos, eso se pretendía– a “ver” el interior de la Tierra y, al mismo tiempo, a transformar la desolación en una promesa más reconfortante. Recurriendo a aquellos aficionados dispuestos a reportar las sensaciones y fenómenos vividos, se montaron redes de observación a escala regional, continental y planetaria. No sólo eso, aprovechando el auge y la explosión del periodismo y de la prensa de la segunda mitad del siglo, los científicos estimularon que cada ciudadano enviara –con un éxito que perdura hasta hoy– su experiencia a los diarios. Conscientes de la enorme cantidad de noticias desperdigadas por el mundo, surgieron, además, agencias destinadas a recopilarlas y publicarlas para su uso geológico. También hubo más de un señor que, a la manera de un filatelista de sismos, hizo lo mismo desde su casa, recibiendo cartas con recortes o cortando él mismo los diarios a su alcance, para luego pegarlos en un álbum. Eso le permitía combinar la ocurrencia de estos sacudones de manera cronológica, tratando de develar si los movimientos de una parte del planeta se encadenaban, o no, con otros, situados en el pueblo vecino o en las antípodas. La sismología y las teorías del siglo XIX y del temprano siglo XX mucho les deben a estos observadores de terremotos –una red de terminales humanas con diversos centros de procesamiento de datos–. Como señala Coen, la cooperación de los aficionados, esos individuos capaces de leer y de escribir, equipados con papel, lápiz o tijera, se volvió fundamental para entender la dimensión de unos episodios que duraban instantes, eternos, sí, pero demasiado

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fugaces para esperar a los expertos. Y en ese sentido, nos recuerda que la sismología, a pesar de la dureza que hoy la cubre, surgió como una ciencia esencialmente humana. Las historias escuchadas la semana pasada, a fin de cuentas, no hacen otra cosa que seguir contestando las preguntas lanzadas por los geólogos de la segunda mitad del siglo XIX, revelándonos, además, que los terremotos del siglo XX, nos han dejado huérfanos. Etiquetado como: Edición Impresa

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