Simone de Beauvoir - \"Corresponsal de guerra\"

October 17, 2017 | Autor: Geneviève Fraisse | Categoría: Feminist Philosophy, Contemporary French Philosophy, Feminism, Simone de Beauvoir
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Descripción

« Simone de Beauvoir, correspondante de guerre » Simone de Beauvoir : « Le Deuxième sexe », le livre fondateur du féminisme moderne en situation, sous la direction d’Ingrid Galster, Honoré Champion, 2004, p477-481. Chaque participant au colloque «Pour une édition critique du Deuxième sexe», (Université d'Eichstätt, Allemagne, 13 novembre 1999) devait commenter un chapitre de l'ouvrage, ici la conclusion. Traduction: Teresa Lopez Pardina

CONCLUSIÓN

Geneviève Fraisse La introducción de El segundo sexo escrutaba el sujeto epistemológico, el sujeto del conocimiento y del juicio. Simone de Beauvoir se tomaba el trabajo de lanzarse a la escritura de su libro con el rigor de quien conoce lo peligroso de la empresa. No se aborda la alteridad y la desigualdad entre los sexos ignorando la dificultad y el peligro que eso encierra. La introducción intenta, pues, discernir el cogito de una mujer que se decide a pensar sobre las mujeres. Después, el cuerpo del libro constituirá el largo periplo del análisis exhaustivo. Al término del viaje, henos aquí, en la conclusión, más allá de la cuestión del hacer y el actuar, tratada en el último capítulo, “Hacia la liberación”; henos aquí ante la historia, posible o imposible, de una futura igualdad de los sexos. La conclusión se abre y se cierra con unas palabras que no nos dejan indiferentes, las de “hermanos” y “fraternidad”. ¿Será la utopía que se dibuja en el horizonte de la igualdad entre los sexos? Beauvoir no se contenta con unas cuantas aserciones. Como es habitual en ella, da vueltas y vueltas a los razonamientos, las expresiones y las interpretaciones. Hasta la conclusión muestra el curso de su pensamiento, un pensamiento a pie de obra. Dos palabras dan la pauta de este final del libro, las de fraternidad y guerra. Ella misma se nombró poco después “corresponsal de guerra1”. Voy a centrarme en dos grandes cuestiones, la de la utopía fraternal y la de la historicidad de los sexos. 1

Véase Geneviève Fraisse, “Le privilège de Simone de Beauvoir”, La Controverse des sexes, PUF, 2001. 1

La fraternidad de los sexos ¿Se puede decir que, cara al futuro, Simone de Beauvoir piensa en la fraternidad? ¿Se puede creer que la liberación a la que apela implica una reconciliación entre los sexos? ¿De dónde vendríamos entonces las mujeres? ¿De un tiempo de guerra ancestral y crónica entre hombres y mujeres? ¿De un tiempo de esclavitud que podría abolirse, desaparecer? Muchas son las metáforas que bullen y enriquecen esta conclusión. También una incertidumbre total: ¿cómo insertar en la historia este “asunto” de los dos sexos? Empecemos recordando hasta qué punto Simone de Beauvoir tuvo dificultades con la historia del feminismo. En la Introducción había negado su valor histórico, la había visto como una querella marginal; prefiere las referencias comunes. Buena conocedora de la dialéctica hegeliana y marxista, recupera la representación de la historia política de la posguerra, construida sobre las nociones de esclavitud y colonialismo, con las imágenes del antes y el después histórico más que con una cronología continua de acumulación histórica. La imagen de la ruptura que acompaña a la idea de revolución está presente en todas las lecturas de la historia de los años cincuenta; pero Beauvoir no sabe qué ruptura es la que se producirá en la historia de los sexos. Eso es lo sorprendente de su conclusión. Digamos que entre los términos “guerra” y “esclavitud”, es decir, entre los de “conflicto” y “sometimiento”, elige para terminar la imagen de la guerra, la de la lucha. Así es más fácil afirmar el valor y el fin que pensar una emancipación colectiva. De ahí la importancia de la fraternidad. El movimiento feminista sólo será un elemento de futuro después de 1970. Sabe que la liberación de las mujeres será siempre un frágil equilibrio entre los sexos y que, así, en la dinámica de liberación, puede al menos instaurar esa fraternidad que acompaña las palabras, incesantemente repetidas en la obra, de libertad e igualdad. La fraternidad es claramente una esperanza; pero sólo una esperanza. No está segura de que sea un instrumento político. Hay un combate, una batalla, una disputa, pero no hay victoria ni derrota futura. Hay que hacerse una “nueva piel”. Pero el término “fraternidad” es problemático, no cabe duda. La trilogía de nuestra República nos tiene acostumbrados

a considerar los términos “libertad,

trad. cast. de Nathalie Goldwaser.Leviatán. Buenos Aires, 2009. 2

igualdad, fraternidad” como principios y como objetivos. Se olvida, o se ignora, que la fraternidad está anclada en una realidad tangible, la de los hermanos, la de la fratría. La fraternidad es masculina. No como valor, sino como hecho, como realidad. La república de los hermanos nació en nuestra historia revolucionaria y contemporánea. La república de los hermanos no invitó espontáneamente a las hermanas a participar en la “cosa pública”. Y si la fraternidad queda como un valor añadido, y junto a este hecho, debe comprenderse a la luz de palabras que no tienen la misma fuerza, “solidaridad”, o “sororidad” por ejemplo. Mas estos dos términos no tienen suficiente carga simbólica. El universal masculino, inevitablemete presente en la palabra “fraternidad”, es lo que permite a Beauvoir dar esa referencia final. Es también signo de una proeza. La de haber sabido escribir sobre las mujeres hablando de hombres y de mujeres. Por ello, el término “fraternidad” no está desfasado cuando lo leemos hoy. Una última observación: decir que la fraternidad remite a la realidad de una sociedad de hermanos no significa que se trate de un “fratriarcado”, es decir, de un sistema social organizado sobre tal premisa. Por el contrario, hay que afirmar que ya no estamos bajo el régimen patriarcal que el pensamiento feminista describe como sistema global de dominación masculina. El patriarcado designa las sociedades marcadas por el referente paternal, tales como las del Antiguo Régimen, por ejemplo. El patriarcado es claramente un momento de nuestra historia humana, pero no es una constante de las sociedades. De modo que, ni patriarcado ni fratriarcado: los conceptos para el análisis de la dominación masculina están por acuñar. Construir la historia Curiosamente, Simone de Beauvoir intenta ilustrar el emblema político de la fraternidad fuera del campo republicano, acudiendo a un sistema de análisis que ella llama economía política y que propone una imagen precisa de las relaciones entre los sexos, la del intercambio. La fraternidad supone intercambio y el intercambio indica que la igualdad entre los seres, entre dos seres, entre un hombre y una mujer, se está construyendo. El intercambio supone movimiento. La economía política sirve de soporte a su esperanza de fraternidad pues, con el concepto de intercambio, abandona el esquema guerrero de la victoria y la derrota e introduce la idea de colaboración entre los sexos como solución histórica al sometimiento de las mujeres. Incluso alude a la amistad en el “drama erótico”. Todos estos intercambios son elementos que nos 3

condicionan porque la sujeción y el conflicto han dominado la historia de los sexos. Beauvoir nos traza esta imagen virtual y condicional para mejor conducirnos hacia el camino de la liberación. El término político “fraternidad” se refuerza con el término antropológico “intercambio”. Aquí comienzan las dificultades, como ella bien sabe. ¿Cómo transcurre la historia entre los sexos? El intercambio es una utopía, y la textura del presente es el conflicto. A diferencia de las revoluciones y las guerras de liberación, la guerra de los sexos no es una guerra de salvación. Porque es una mala guerra; antes que resolverse, se repite. Es mala porque es un debate indefinido, porque encierra complicidad, porque el intercambio está mal regulado y porque reina la mala fe. Entonces, ¿cómo salir de esta guerra? ¿Cómo entrar en la historia y encontrar, por fin, la igualdad y la libertad? Desde las primeras líneas de la Conclusión se pregunta si la maldición es originaria, o si el conflicto no es más que un jalón transitorio de la historia humana. Ahí está, en cuanto interviene la historia las dificultades cristalizan. Sabe decir la causa y el origen de la guerra, pero no sabe representar su desarrollo. La guerra es repetitiva y la atemporalidad de la relación entre los sexos parece prevalecer. La antropología la ayuda más que la historia en los análisis, y es comprensible. Sabemos, desde la Introducción y el primer capítulo, que tiene una visión de la emancipación de las mujeres bastante constrictiva, es decir, rígida. Recordemos que la historia del feminismo no es para ella más que la repetición de una querella. Comprendemos, por tanto, lo que le incomoda pensar la historia del conflicto en conjunto, su dinámica, aunque piense un tiempo mejor para las mujeres. En compensación, como buena lectora marxista, se permite decir que conoce la causa de la guerra entre los sexos: “la devaluación de la feminidad ha sido una etapa necesaria de la evolución humana” (DS, II, 647) [532]. La opresión de las mujeres dio paso a la civilización. ¿Es entonces la dominación de los hombres causa del progreso? Parece decir que la dialéctica de la relación hombre-mujer, inspirada en el modelo de la dialéctica hegeliana amo-esclavo, se comprende mejor en su origen y en su desarrollo que en su desenlace. La guerra es repetitiva y el debate indefinido. El intercambio está, aparentemente, siempre mal regulado, siempre es fuente de desigualdad, producida por una situación en la que el uno y la otra, el hombre y la mujer, contribuyen al desorden crónico. La ambigüedad impera. Por ello es por lo que la solución será colectiva, dice. Entonces, el intercambio estará equilibrado, entonces ya no habrá ni victoria, ni derrota. Pero para conseguir esto 4

es necesario que los seres cambien, que los hombres acepten hacerse libres gracias a la liberación de las mujeres, y que las mujeres “se lleguen a realizar” (660) [542]. La relación entre los sexos es siempre un trato, tanto en la guerra como en la fraternidad. En consecuencia, la salida es colectiva, pero se realizará en cada uno. ¿Se trata de un círculo vicioso? se pregunta. Y añade: “sin embargo, la historia no da vueltas en círculo” (659) [541]. Sorprendente observación: conocer la causa de la guerra es una cosa, pensar la paz es otra. Entre ambas, la historia tantea, señala progresos, acumula indicios de cambios y, a fin de cuentas, no toma el camino de una guerra de liberación. No es seguro que la historia de los sexos forme parte de la gran historia. Esa es la constatación final de Simone de Beauvoir. Constatación no triste, sino lúcida. Y la autora que pone en pie esta constatación hará todo lo posible, algunos años después, para echar por tierra semejante conclusión. La historia de los sexos podría un día dejar de dar vueltas en círculo. La antropología, tan potente para explicar la dominación masculina, se uniría a la historia, una historia en condiciones de dar cabida a la subversión.

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