Sexología y discapacidad: cómo eliminar la construcción de individuos con

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Sexología y discapacidad: cómo eliminar la construcción de “individuos con”. En sexología no hay discapacidades sino identidades * Samuel Díez Arresea Resumen Cuando se habla de individuos con discapacidad rápidamente aparecen las aptitudes para realizar con éxito tareas o actividades con determinados conocimientos y destrezas. Sin embargo, conviene recordar que, tras el siglo XVIII, estamos en la modernización de los sexos y los sujetos sexuados ya no pueden explicarse ni organizarse desde funciones naturales o sociales predeterminadas, sino desde sus propias identidades, deseos y convivencias. Cada cual con sus modos, matices, peculiaridades y circunstancias biográficas que le hacen único e irrepetible y, por ello, altamente valioso. En el texto se realizará un repaso a algunos obstáculos que están entorpeciendo este proceso. Palabras clave: Sexualidad, discapacidad, teoría de los sexos, locus genitalis Abstract When talking about individuals with disabilities the skills to perform with success tasks or activities with specific knowledge and skills appear quickly. However, it should be remembered that after the eighteenth century we are in the modernization of the sexes and the sexed subjects can no longer be explained or organized by natural or predetermined social roles, but from their own identities, desires and cohabitations. Each one with his/her ways, nuances, peculiarities and biographical circumstances that make him/her unique and unrepeatable and therefore highly valuable. The text will provide a review of some lexical traps that are hindering this process. Key words: Sexuality, disabilities, theory of the sexes, locus genitalis Introducción El hecho de que estos textos se publiquen en el marco de la universidad constituye un gran logro, pues generalmente han sido otros foros donde se han ido desarrollando estos temas, con otros intereses y prioridades. Por ello, traslado mi reconocimiento y felicitación a quienes lo han hecho posible. También por pensar en mí y permitirme participar en estos espacios. Nos encontramos en un momento en el que este asunto de los sexos y la diversidad se ha enmarañado de tal manera que resulta muy complicado avanzar de manera significativa sin detenerse para matizar mínimamente algunas cuestiones. Con lo cual este texto circulará en torno a las ideas y por eso básicamente será conceptual. Habrá quien diga que es teórico, aunque seguro que también habrá quien descubra que puede resultar muy práctico. En la medida en que concibo la universidad como un espacio privilegiado para el debate y la discusión de ideas, trataré de rescatar esa pedagogía de la pregunta un tanto olvidada, como manera de contrarrestar tanta didáctica de la respuesta que actualmente existe. En efecto, cuando se revisan los materiales que se publican sobre estas cuestiones se comprueba que hay demasiados caramelos (demasiadas respuestas) y muy pocas cocinas (muy pocas preguntas). * a

Ponencia presentada en el curso de verano «Sexualidad no normativa. Nuevas visiones en torno a las sexualidades de las personas con diversidad funcional (discapacidad)». Universidad Internacional del Mar de la Universidad de Murcia, 10 – 12 de julio de 2014. Pendiente de publicación. Profesor del máster en sexología del Instituto de sexología Incisex (www.sexologiaenincisex.com) y coautor del blog “sexología en redes sociales” (https://sexologiaenredessociales.wordpress.com/). Para ponerse en contacto por email: Samuel Díez ([email protected]).

Sin embargo, para quienes estamos en la cuestión de los sexos, la sexualidad, las identidades, las relaciones, los encuentros y sus placeres, este escenario no nos resulta extraño. Durante mucho tiempo todas estas cuestiones han estado impregnadas de un intenso olor a incienso, donde el silencio era el camino a seguir. Posteriormente se ha añadido otros olores, sobre todo el de clínica u hospital, donde las respuestas han tomado forma de pautas y protocolos saludables. Si el incienso trataba de cubrir los malos olores fruto de la mugre y suciedad de sus feligreses, el olor a hospital lo hace con el de los trastornos y enfermedades de sus pacientes. Se podría decir que, en la actualidad, un buen número de hombres y mujeres se encuentran en esa encrucijada de caminos y olores, suciedad y enfermedad, o su periferia. Y pareciera que, ante el estruendoso silencio, sólo cabe esperar más dosis de omniscientes y omnipresentes respuestas. La idea, por tanto, será orear algunas cuestiones que favorezcan que los sexos, hombres y mujeres, nos movamos y organicemos más desde la curiosidad y las preguntas que desde los silencios o las respuestas a preguntas formuladas por otros “por nuestro propio bien”. Este ejercicio, realmente difícil de realizar en un breve espacio de tiempo, se puede formular en una sola frase: salirse del locus genitalis1, cuando pensemos en individuos, y entrar en el hecho de los sexos, para pensar en sujetos sexuados. Tal y como se expone en el título, este salto epistemológico está muy ligado a ver la manera en la que se logra eliminar la incesante construcción de individuos con. Con un importante subtítulo a modo de pista: en sexología no hay (dis)capacidades sino identidades. Qué sexología Un anhelo que lógicamente cada vez cuenta con más voces y discursos a la vista de la tozuda realidad que deja poco margen para la duda. Voces y discursos que provienen desde su propio marco teórico: Filosofía de Vida Independiente, Derechos Humanos, el trabajo con la corporalidad y los placeres, la diversidad funcional, etc. Nosotros tenemos esta vía, que nombramos como teoría sexológica y que no participa de ninguna de las anteriores. Desde ella observamos que las maneras en las que se ha abordado la sexualidad y la discapacidad tienen muchos puntos en común. Tal vez el más claro de todos es que ambas huelen a incienso y a hospital. Y así como cuando se habla de discapacidad, antes o después se suelen sacar cuestiones sanitarias, asistenciales, rehabilitadoras, etc., en el caso de la sexología el olor omnipresente a hospital ha llegado a tal punto que hay quien confunde, con intención o como resultado de ésta, la sexología con la salud sexual 2. 1

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A buen seguro expresiones como teoría del locus genitalis o Genós resultarán extrañas pues, entre otras cosas, están nombradas en lenguaje técnico o científico. Se pude decir de otras maneras más accesibles. Por ejemplo, la teoría del uso de los genitales, dicho en lenguaje común; o la teoría del follar, dicho en lenguaje vulgar. Cualquiera de ellas nos servirá pues básicamente hacen referencia a lo mismo. Para una contundente crítica de esta interesada confusión entre sexología y salud sexual, véase Franco y Landarroitajauregi (2005). Asimismo, para una crítica de sus consecuencias en la educación sexual, véase Malón (2012).

Merece la pena destacar la contribución de Efigenio Amezúa pues, sin duda alguna, ha sido el autor de mayor influencia en la elaboración de los diferentes discursos sexológicos que se han ido desarrollando en las últimas décadas dentro del habla hispana 3. El par sexualidad y discapacidad Sucede una cosa muy curiosa con el par sexualidad y discapacidad: mientras que con “sexualidad” se emplea la misma palabra para referirse a infinidad de cosas, con “discapacidad” ocurre exactamente lo contrario, se llevan creando infinidad de palabras para referirse a una misma cosa. Así, cuando se dice “sexualidad”, se puede estar hablando de reproducción de la especie, de besos, enfermedades, afectos, peligros, follar, abusos, placer, trastornos, embarazos, orgasmo, derechos, violencia, excitaciones, acoso, genitales, celos, (in)fertilidad, relaciones, etc., incluso hay quienes con sexualidad se refieren a dispositivos de control, regulación y coerción social. Pareciera que, cuando se habla de sexualidad, todo vale. Sin embargo, cabe preguntarse si realmente es así, si no faltará algo y sobrará mucho. Quienes estudiamos los sexos desde la sexología y observamos con detenimiento estos contenidos vamos descubriendo una respuesta un tanto desconcertante. Podría resumirse diciendo que sí que falta algo y que casi siempre se trata de lo mismo: cuando se habla de sexualidad, falta Sexus. Porque cuando se dice que se habla de sexualidad, generalmente se habla de otras cosas. De tantas que, con semejante ruido, se termina por no pensar ni hablar de sexualidad. Esto es, de la dimensión subjetiva que cada cual da a su hecho de ser sexuado en relación, y que no puede no darse. Por el otro lado, comprobamos que se han utilizado todo tipo de términos para designar a los mismos sujetos basados en determinadas características análogas de estos y generalmente por su ausencia: invalidez, minusvalía, capacidades diferentes, diversidad funcional, anormales, disminuidos, monstruos, amorfos, deficiencia, incapacidad, deforme, impedido, subnormal, etc. Así que cuando uno se topa con el par sexualidad y discapacidad realmente nunca sabe muy bien qué se va a encontrar. Y que, si nos descuidamos un poco, se puede llegar a hablar de casi cualquier cosa: desde tullidos follando a los procesos de construcción de hombres y mujeres cuando existen dificultades añadidas, pasando por formas desobedientes de lo sexual en determinados contextos activistas. Entre ambos, infinidad de posibilidades, aunque no arriesgaría mucho si afirmara que, pese a tener claro que suena o parece mejor la segunda (proceso de construcción de hombres y mujeres cuando existen dificultades añadidas), estadísticamente, la nube de datos tendería a estar más cerca de la 3

Así, ha venido articulando y ampliando una serie de Mapas del Hecho Sexual Humano o marcos para la reflexión epistemológica (Lanas, 1997). A saber: Sexo, Sexualidad, Erótica (Amezúa, 1978); Sexuación, Sexualidad, Erótica (Amezúa, 1992); Sexuación, Sexualidad, Erótica, Amatoria (Amezúa, 1999); dándolo por concluido con Sexuación, Sexualidad, Erótica, Amatoria, Pareja y Procreación (Amezúa, 2001). Así, resulta muy difícil encontrar un discurso sexológico no surgido del Amezúa de alguna de estas publicaciones. Generalmente de cuando se estudió con él o con sus textos.

primera (tullidos follando). El sexo como tabú También sucede que, cuando se aborda algo bajo el epígrafe de sexualidad y discapacidad, se diga constantemente, antes o después, que todo esto del sexo es tabú. Otros, algo más optimistas, lo que dicen es justo lo contrario, que ya no lo es. Por el medio un reguero de comentarios relacionados con “todavía no del todo”. En cualquier caso, todos ellos terminan coincidiendo en poner en la misma frase sexo o sexualidad y tabú. No obstante, cabe precisar que, por lo general, manejan un concepto de sexo estrechamente ligado con follar, placeres genitales, orgasmos o su periferia. Merecería la pena preguntarse entonces hasta qué punto o cuándo se ha devaluado su significado porque si de verdad algo es un tabú, no puede decirse... porque es tabú y su función es precisamente dificultar su pensamiento. Menos aún promoverlo abierta y públicamente. No es una mera prohibición, rechazo, evitación u oprobio sino algo bastante más enraizado y asentado en la idiosincrasia de una colectividad inscrita en un momento de la historia determinado de una cultura concreta. De ahí que no suela resultar lo mismo el incesto que, por ejemplo, el homicidio o la agresión física. Qué decir de las interacciones eróticas placenteras entre adultos y menores. Por eso tampoco se abordan igual. Y si no lo es ¿para qué decirlo? Así que cuando uno conoce mínimamente lo que sucedía en los tiempos de la pedagogía del silencio generalizado con aroma a incienso y se encuentra con estas frases, se queda un poco extrañado o impactado. Porque, además, esta insistencia en juntar sexo o sexualidad y tabú se viene produciendo a todos los niveles: desde artículos y publicaciones científicas hasta conversaciones de bar, así como en infinidad de blogs, noticias y medios de comunicación de masas. De hecho, los actuales acólitos con olor a hospital no dejan de prescribir follar y orgasmar por los beneficios para la salud que afirman que trae y lo perjudicial que dicen que es cuando no se hace o se hace mal. Se podría pensar que esto sucede porque gusta decir que follar y orgasmar es tabú, aunque se nombre como sexo. Esto sería a lo que se llama estar de moda. Es como si no se reparara en que, si de verdad fuera tabú, éste sería uno de los más desastrosos e ineficaces en la historia a la vista de la cantidad de veces que el término de sexo y los contenidos sobre follar y orgasmar circulan a gritos entre la población. El adjetivo “sexual” No obstante, este hecho no resulta inocuo sino que se suma a otros y contribuye a dibujar un escenario en el que, ahora sí, se entorpece el pensamiento y estudio sobre la cuestión de los sexos, sus identidades, relaciones y convivencias. Si el procedimiento habitual para entorpecer este pensamiento y estudio se ha basado en el silencio y la evitación, nos encontramos con que actualmente la estrategia se está basando en el procedimiento contrario: el del ruido y la sobrepresencia.

En efecto, la cantidad de palabras a las que se ha adosado el adjetivo “sexual” resulta desbordante. Sucede algo similar con los verbos y el adverbio “sexualmente”. Tal y como sucedía con “sexualidad” se ha llegado a emplear sexual para (casi) todo: aberración, abuso, acoso, actividad, acto, agresión, alteración, ámbito, angustia, apetito, atractivo, área, asistencia, asalto, asesoramiento, aventura, brutalidad, cambio, campo, chantaje, ciudadanía, clímax, coerción, conducta, conquista, consultorio, contenido, crimen, criterio, curiosidad, delincuente, delito, depredador, derechos, descubrimiento, deseo, desempeño, desviación, diferencia, diosa, discriminación, disfunción, diversidad, educación, encuentro, escena, estereotipo, estímulo, estructura, experiencia, explotación, evaluación, fantasía, fetiche, fluido, fracaso, frustración, función, funcionamiento, guía, hábito, higiene, historia, hormigueo, hostigamiento, humedad, identidad, imagen, impulso, inapetencia, información, instinto, intención, interés, inversión, liberación, madurez, maníaco, masoquista, medicina, mensaje, mirada, objeto, obseso, opresión, órgano, orientación, patrón, pensamiento, persecución, perversión, placer, política, postura, práctica, problema, proposición, punto de vista, pureza, reasignación, rehabilitación, relación, represión, reproducción, resignación, revolución, rol, sádico, salud, servicio, situación, tabú, terapia, tono, trabajo, transmisión, trastorno, vida, vigor, violación, violencia, zona, etc. Todas ellas, y muchas más, han sido frecuentemente adjetivadas con “sexual”. De hecho, a cualquiera de éstas uno le añade “sexual”... y algo le dice. Tal vez para cada uno una cosa distinta y posiblemente con cada término un significado diferente pero, en general, estará relacionado con los genitales, follar o su periferia. ¿Cuántos de estos significados hacen referencia al hecho de ser sexuados y construirnos en relación en mutua referencia? ¿Cuántos hablan de la dimensión que cada cual da a su hecho de ser sexuado? Entonces, ¿quién y cuándo se piensa, habla, trabaja en torno a la construcción de los sexos como los hombres y mujeres convivientes y relacionales que desean ser? ¿Quién y cuándo se habla de sex con Sex? La respuesta suele ser casi ninguna, casi nadie, casi nunca. Sinceramente, a veces dan ganas de poner en circulación la expresión de “chorrada sexual” y ver qué sale, si le dice algo a la gente o provoca alguna especie de “click”. También dan ganas de decir “¡pues menos mal que es tabú!” o, también, “pues ya podía serlo un poco más” porque con tanto ruido ya no hay quien se entienda de una manera mínimamente razonable. Un truco En este sentido, hay un truco, más bien un juego, que en la formación en sexología empleamos a veces. Se trata de tomar un texto y contar las veces que se emplea el adjetivo “sexual” o el adverbio “sexualmente” con intención de decir algo. Los resultados no suelen dejar mucho margen para la duda: cuantas más veces se emplea, menos estudios en sexología se suele poseer. Porque en esta sexología, o quien entra en el terreno de los sexos con un mínimo de rigor y respeto, se entiende que “sexual”

significa “de los sexos” y, por tanto, de los sujetos sexuados en relación. Ni más, ni menos. Otra fórmula sería ¿cómo saber si quien habla es profesional de la sexología? Por el número de veces que dice “sexual”. Cuanto más lo diga, será menos probable que lo sea... El 99% de las veces en las que se dice “sexual” no hay sexo sino otra cosa: generación, placer, orgasmo, genitales y sus usos, etc. Visto así, la cosa es un poco grave. Una conclusión que sacamos es que, a base de adjetivar a todo con sexual, nos han escondido el sexo, pues llega un punto en el que se habla de cualquier cosa menos de los sexos. Parece que sí (la partícula sex está en todos lados) pero no (el concepto de sexo no está en ninguno). También podría describirse este ejercicio como que se hable de cualquier cosa menos de lo que trae consigo el concepto de sexo. A esto nos referimos cuando afirmamos que, por lo general, cuando se dice que se habla de sexualidad, se hace sin sexo. En esta misma idea insistimos cuando decimos que, por lo general, se lleva a cabo una educación sexual sin sexo. Tampoco se pecará de ingenuidad pensando que todo esto es casual. Cuando se ahonda en el concepto de sexo y se estudia su historia se puede entender un poco más el motivo de todo esto pues se comprueba que sexo es el único concepto capaz de situar a hombres y mujeres en condiciones de simetría e igualdad. Es, por ello, un concepto revolucionario y netamente moderno surgido en el seno de la Ilustración y su cambio de paradigma o ruptura epistemológica 4. En sexología lo nombramos como el paso del paradigma del locus genitalis o Genós al paradigma de Sexus o de los sexos. El paso a través del cual la humanidad pasó de ser pensada y organizada en términos de especie y sus funciones, a pensarse y organizarse en términos de condición y sus identidades5. Este paso del locus genitalis a la teoría de los sexos, como todo ciclo largo, va siendo lento pero implacable. Por exponerlo brevemente6, los elementos principales del Genós o Teoría del locus genitalis son:

1. La reproducción o generación como el fin de los seres vivos y por ello el interés por su instinto reproductor.

2. Establecimiento de la cópula o penetración vaginal peneana como conducta por antonomasia. 3. El matrimonio como marco legitimador de ello. 4. La hembra como locus (que no sujeto) para la generación. Teoría que ha estado vigente desde Aristóteles, Hipócrates o Galeno hasta el siglo XVIII, momento del corte epistemológico anterioremente mencionado. Desde la irrupción del concepto moderno de sexo, siglo tras siglo estos elementos van disolviéndose desde el último (que fue el primero) al primero (que está resultando el último). Si ya no se puede dudar del paso de la hembra como locus a la mujer como 4 5 6

Véase, Foucault (2010). Las publicaciones de referencia con respecto a esta cuestión son Amezúa (1999; 2001). Para conocer más pueden consultarse Amezúa (1998, 1999, 2003, 2006, 2012)

sujeto, con sus inmensas implicaciones en la vida de los sexos, tampoco del paso de la institución del matrimonio al fenómeno de la pareja moderna, tanto del mismo como de distinto sexo. No obstante muchas de las secuelas, sus trozos y destrozos, todavía siguen presentes: degenerados, aberraciones, desviaciones, perversiones, inversiones, parafilias, trastornos, disforias, etc., del fin (generación), el medio (cópula) o el objeto (el otro sexo). Mientras que se van produciendo avances en torno a la cópula, penetración vaginal peneana o follar como dispositivo por antonomasia para el encuentro entre los sexos, todavía quedan buena cantidad de restos que nos permiten comprobar las resistencias de la antigua teoría del locus genitalis por desaparecer como marco desde el cual pensar y organizar tanto a los sujetos como sus encuentros y convivencias. Por ejemplo, se advierte que el locus genitalis está presente cuando se habla de hijos/padres/madres biológicos; cuando se alude al instinto maternal; cuando se dice que un hombre embarazado es antinatural; cuando a alguien se le piensa como degenerado; cuando se piensa en términos de casta, clase o apellido; cuando la homosexualidad no se explica sin el recurso al vicio, la degeneración o la contra natura; cuando la sodomía es un pecado o un delito; cuando la transexualidad no se explica sin el recurso a la patología, el trastorno o la disforia; cuando se piensa dicotómica o binomialmente la humanidad; cuando las pocas o muchas ganas de follar se construye como un trastorno; cuando la interrupción voluntaria de un embarazo es un delito; cuando se usa el imperativo genético; cuando se habla de infertilidad; etc. De unas se participa y de otras no. De unas más y de otras menos. Desde la teoría de los sexos se dan otros términos, nociones y conceptos que permiten comprender estos fenómenos y sus múltiples realidades de una manera más cercana a la que sus protagonistas relatan. Por ejemplo, lo relacionado con los hijos biológicos. Se nombran así a quienes descienden genéticamente de sus progenitores 7 y constituye la antesala para crear un sistema rígido de jerarquías y preferencias donde el hijo biológico es más, o con más derechos, que el adoptado. Mientras que el primero es “de verdad” el otro es “postizo”. La pregunta, desde el paradigma de los sujetos sexuados y sus identidades, no se hace esperar: ¿Acaso existe algún sujeto humano que no sea biológico? Si te adoptan ¿te vuelves, por arte de magia, de plástico? ¿Acaso un ciborg? Son preguntas tontas y absurdas pero necesarias ante una noción tan obsoleta y, pese a ello, muy presente. Doble maniobra Decimos obsoleto, sí. También absurdo y anacrónico sin ningún tipo de ambages. No obstante, se comprueba que siguen presentes dictando e imponiendo las viejas preguntas de siempre tantas veces reformuladas. A veces de forma explícita, otras agazapada. Para ello, el locus genitalis ha hecho uso de 7

Que la partícula “gen” esté en genéticamente, progenitor, locus genitalis o Genós no es una coincidencia sino que pertenecen a su mismo campo léxico, al igual que generación, degenerado, genes, género, etc.

dos maniobras que le han permitido ir sobreviviendo. La primera ha consistido en rebautizar sistemáticamente todo con el adjetivo “sexual” y, con especial contundencia, todo aquello que ha sido pecado, enfermedad o crimen 8. De tal manera que ha provocado un desplazamiento semántico del concepto de sexo hasta la propia criminalización del concepto9. El segundo, complementario al primero, ha consistido en imponer la idea de que el sexo se practica. Es decir, no se piensa. El único pensamiento permitido es en practicarlo pero en ningún caso pensar el sexo. Y qué curioso porque no es lo mismo pensar el sexo que pensar en el sexo. Pero, ojo, pensarlo en su justa medida porque si se piensa mucho o demasiado poco en el sexo conviene guardar silencio porque enseguida aparece una serie de un trastornos, desórdenes o cosas no muy agradables sobre ello. Lo cual está en consonancia con los tiempos actuales en los que sólo importa la práctica, lo práctico. Detenerse en el léxico, en los significados o en su historia, como se viene apuntando en este texto es, según se dice, perder el tiempo. Otros trucos Para quien se anime a ello, hay toda una serie de afirmaciones, preguntas y ejercicios que pueden hacerse y resultar útiles a la hora de comprobar si lo que decimos es lo que realmente queremos decir. Un ejemplo: se piensa en genitales y se dice sexo. Cuando decimos que se piensa en genitales nos referimos, de manera genérica, a toda su familia. Esto es, decir que alguien es hombre y atribuir que sus genitales están necesariamente masculinizados. O, también, que se diga conducta sexual y se piense antes o después en el uso de los genitales. Por decirlo de manera más explícita: que se piense en follar y su periferia, y se diga sexo. Como decimos, darse cuenta de esto sería un primer gran paso necesario, de manera que cada vez que digamos sexo o cualquiera de su familia léxica (sexuar, sexo, sexual, sexualmente, sexualidad, sexuado, sexuadamente, sexidad, sexuante, etc.) nos paráramos mínimamente a comprobar si realmente no estamos pensando en genitales. Otra, en forma de pregunta, vendría a ser si realmente los sujetos sexuados desean follar tanto como se dice, repite e insiste. O si más bien no buscarán principalmente encontrarse a gusto con el otro, con el otro sexuado. Una última, que simplemente la apuntamos en forma de ejercicio, sería conjugar el verbo sexuar, tanto en transitivo como en reflexivo, de manera que permita entrar en ese proceso de sexuación, lleno de detalles y recovecos, en el que los sujetos sexuados nos vamos haciendo tales. De quiénes estamos hablando Comenzábamos con el par sexualidad y discapacidad, comentando que era preciso ir poco a poco, 8 9

A buen seguro G. Orwell tendría algo interesante que decir sobre esto en la medida que en su Neolengua, apéndice de la novela 1984, exponía que se empleando únicamente los términos “buensexo” y “sexocrimen” podría impedirse eficazmente el pensamiento sobre esta cuestión. Para ahondar en esta cuestión pueden consultarse Amezúa (1997) y Money (1999).

abordando unos cuántos previos que facilitaran el necesario pensamiento de este par y, a poder ser, sin estar orientado precipitadamente a la acción. No obstante, no sería una sorpresa si alguien considera que todo lo anterior, a propósito de sexualidad, no iba con el tema o, por lo menos, sólo con la mitad. En sexología creemos que no. De hecho consideramos que hay grandes similitudes. Así que como último punto de esta presentación de ideas se harán un par de apuntes a propósito de los hombres y mujeres de quienes estamos hablando. Cuando en el par sexualidad y discapacidad se prevé o existe alboroto, escándalo o ruido de fondo, entendemos que lo hace porque comparten el marco a través del cual son pensados. Un marco que no es otro que el del locus genitalis o, si se prefiere, el de la especie humana. La doble consideración de estos sujetos, tan manida como espeluznante, como ángeles inocentes (los preferidos de Dios) por un lado o unas veces, y demonios peligrosos (desenfrenados y obsesos) por el otro u otras veces, la situamos sólidamente en ese marco. De tal manera que, por esencia o por prevención, se ha aplicado sistemáticamente la directriz: muerto el perro se acabó la rabia. Es decir, se los ha excluido del mismísimo locus genitalis y, en consecuencia, del dispositivo de la cópula, de la finalidad de la reproducción y del objeto de deseo para el otro. Obviamente también como sujetos anhelantes del otro. De hecho, tampoco sería muy exagerado decir incluso que han sido excluidos de su propia condición de sujetos, en la medida que han sido considerados como eternos menores de edad. Y es que conviene señalar que si el centro del interés desde el marco del locus genitalis ha sido la función generativa (luego rebautizada y disfrazada como función sexual), o para la natura, ésta ha traído consigo toda una serie de funciones sociales, o para el demos, que habitualmente se han nombrado como roles o papeles. Lo cual, en el contexto de la sociedad del rendimiento, ha establecido los criterios de la eficacia y eficiencia desde los que filtrar, incluso clasificar, a los individuos de estas sociedades. De tal manera que, con respecto a la eficacia, un individuo puede resultar inválido o minusválido; y con respecto a la eficiencia, puede resultar deficiente. Que estos términos hayan sido empleado durante bastante tiempo para denominar a los sujetos tampoco es casual. Como tampoco son casuales que las capacidades por las cuales un sujeto sea susceptible de resultar discapacitado sean las estrechamente ligadas con la productividad y el mercado, es decir, ligadas con la utilidad para el demos y su función social. Podrían haberse escogido otras como la capacidad comunitaria, fantasiosa, musical, creativa, idiomática, ecológica, convivencial, para el humor, el compromiso, la honradez o la cooperación pero no. Son las que son y no otras. Y esto tampoco esto es una casualidad. Como cierre para una entrada desde la sexología Conviene recordar, aunque muchas veces resulte incómodo, que estamos en el siglo XXI y no en el XVII. No estamos en tiempos premodernos sino modernos. Lo que significa que estamos en los

tiempos en los que los sujetos sexuados, hombres y mujeres lo son de hecho y derecho, que no desean explicarse y organizarse en base a funciones generativas o sociales, sino desde sus identidades, deseos y convivencias. Desde la sexuación cuya función es sexuar. Esto es, ir haciéndose sexuado un sujeto en mutua referencia y relación, tal y como apunta Simone de Beauvoir en la introducción de su célebre libro «El segundo sexo». Estos hombres y mujeres, exactamente igual que el resto, irán elaborando su propia dimensión de ser sexuados y se irán configurando en los hombres y mujeres que son, y no en otros. Construyendo su propia identidad, repito, exactamente igual que el resto y cada cual a su manera y ritmo. Con sus dificultades y sus facilidades. Con sus ideas, expectativas y proyectos para realizarse como los sujetos sexuados que sienten y manifiestan ser, cuando se los escucha. Con el poco o mucho margen de maniobra que se les deje al cercenar sistemáticamente su hecho de ser sexuados. Por ello su hecho sexuado podrá ser sufriente, silenciosa, dolorosa, ocultada, incómoda, nerviosa y/o torpemente pero será porque sencillamente no puede no ser. Es un hecho ineludible. Entrar en ello es apostar por una sexualidad con sexo. Y, para entrar en el sexo, la sexología es un gran recurso. Desde el paradigma de los sexos no existe la nece(si)dad de los “individuos con” sino la realidad de los sujetos sexuados. De muchos modos, cada cual el suyo, con una biografía y unas circunstancias que nos configuran como únicos, peculiares e irrepetibles. Y, por ello, altamente valiosos.

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