Servicio doméstico de planta, embarazo y crianza. Dilemas y estrategias de las empleadas domésticas en Monterrey, 2014, en Durin, de la O y Bastos Eds. Trabajadoras en la sombra. Dimensiones del servicio doméstico latinoamericano, CIESAS, ITESM, México, p.269-294

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Descripción

Trabajadoras en la sombra. Dimensiones del servicio doméstico latinoamericano Séverine Durin, María Eugenia de la O y Santiago Bastos (coordinadores)

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331.54 T835t Trabajadoras en la sombra. Dimensiones del servicio doméstico latinoamericano /

Séverine Durin, María Eugenia de la O Martínez y Santiago Bastos (coordinadores).



— México : Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social,



Escuela de Gobierno y Transformación Pública, Tecnológico de Monterrey,



2014. 596 p. : fots. tabs. gráfs. ; 23 cm.--(Publicaciones de la Casa Chata)



Incluye bibliografía.



ISBN 978-607-486-280-5



1.Empleadas domésticas – América Latina. 2. Empleadas domésticas – España.



3. Trabajo doméstico – Condiciones sociales. 3. Mercado de Trabajo – América Latina.



4. Mercado de trabajo – España. 5. Atención no remunerada - Economía 6.



Trabajo infantil – Perú. I. Durin, Séverine, coord. II. O Martínez, María Eugenia de la,



coord. III. Bastos, Santiago, coord. IV. Serie.

Formación y diseño de portada: Raúl Cano Celaya Cuidado de la edición: Coordinación de Publicaciones del ciesas

Primera edición: 2014 D. R. © 2014 Centro de Investigaciones

D. R. © 2014 Escuela de Gobierno



y Estudios Superiores





en Antropología Social





Juárez 87, Col. Tlalpan,



Edificio egap 5° Piso



C. P. 14000, México, D.F.



Av. Fundadores y Rufino Tamayo

[email protected]



San Pedro Garza García, N.L. C.P. 66269

y Transformación Pública, Tecnológico de Monterrey, Sede Monterrey

www.itesm.mx ISBN 978-607-486-280-5 Impreso y hecho en México Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin el consentimiento por escrito del editor.

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11. Servicio doméstico de planta, embarazo y crianza. Dilemas y estrategias de las trabajadoras domésticas en Monterrey Séverine Durin

Introducción Por las representaciones de género que ubican a las mujeres como las principales encargadas de los cuidados y del mantenimiento del hogar, emplearse y atender la prole es uno de los mayores dilemas de las madres trabajadoras. El ciclo vital constriñe la participación de las mujeres en el mercado laboral (Jelin, 1980), quienes implementan estrategias que les permiten trabajar y atender sus responsabilidades domésticas y familiares (De Oliveira y Ariza, 2001; Blanco, 2002). Mostraré que las trabajadoras domésticas experimentan de manera aguda este dilema, especialmente quienes se emplean de planta, por residir en casa de la familia empleadora. El embarazo implica necesariamente un replanteamiento de su situación personal y laboral, así como la definición de estrategias para asumir sus nuevas responsabilidades y superar la desposesión material que opera en el servicio doméstico (Drouilleau, 2011). En México, aunque el recurso del servicio doméstico de planta ha ido decreciendo en importancia en las últimas décadas (Goldsmith, 2007), sigue vigente en familias de las clases medias altas y altas. Éstas buscan la disponibilidad del personal doméstico y prefieren que las trabajadoras no tengan obligaciones familiares que cumplir. Servicio doméstico y maternidad suelen ser incompatibles (Duarte, 1993; Colen, 1993); ser madre implica el paso del trabajo de planta a la modalidad por horas (Durin, 2009), o bien, la separación física de los hijos (Parreñas, 2001; Hondagneu-Sotelo, 2007; Drouilleau, 2011). En la ciudad de Monterrey, Nuevo León, las empleadas domésticas “de quedada”1 son mayormente jóvenes solteras, migrantes e indígenas, con estudios primarios o secundarios. Trabajan de lunes a sábado por la tarde, casi sin descansar. Tener una pareja, y sobre todo, embarazarse, significa cambiar de planes, los que a veces concluyen exitosamente, otras veces no. Mientras unas forman su propio hogar y dejan de servir en casas adineradas, otras viven el 1

La forma en que se designa la modalidad de planta varía según los contextos regionales y nacionales; denominaciones comunes son: de quedada, puertas adentro, cama adentro e interna.

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embarazo con preocupación, como madres solteras, y en pro de mantener a su bebé, prefieren entregarlo a su madre para que se lo críe mientras siguen trabajando de planta. Algunas, las mayores, renunciaron a tener una vida de pareja: pasaron las décadas y siguieron al servicio de los mismos patrones. En resumidas cuentas, el servicio doméstico moldea la forma que ejercen su sexualidad y viven la maternidad. Con base en entrevistas a profundidad a trabajadoras domésticas y empleadoras llevadas a cabo entre 2009 y 2012, así como en la observación participante,2 se analiza la relación entre servicio doméstico, embarazo y crianza. Luego de revisar los análisis previos sobre servicio doméstico, sexualidad y maternidad, se presenta un perfil de las empleadas domésticas en Monterrey, para después abordar el punto de vista de las patronas sobre el servicio doméstico en relación con la sexualidad y el embarazo. Se analizan casos en los cuales el servicio doméstico y la maternidad son irreconciliables, así como estrategias de crianza cuando se es una trabajadora de planta. Por último, se ahondará en los lazos de crianza que se van creando entre los niños y sus niñeras.

Servicio doméstico, sexualidad y maternidad Varias autoras han subrayado la incompatibilidad entre el ejercicio de la maternidad y el servicio doméstico. Duarte (1993) critica la tesis feminista de la “doble jornada” desarrollada en países avanzados y propia de la mujer pequeña burguesa, pues no explica la situación de los países latinoamericanos. En República Dominicana, la contratación de trabajo doméstico “libera” a las mujeres trabajadoras de la clase media, sin “cuestionar el patriarcalismo y la subordinación de la mujer en la sociedad” (Duarte, 1993: 178). Se subordina a las 2

El corpus de información incluye entrevistas a 25 trabajadoras domésticas y cinco trabajadores domésticos, quienes han sido elegidos en función de su actividad laboral —empleada de limpieza, niñera, ama de llaves, mozo, chofer, etcétera—, de su ciclo vital —soltera, madre, abuela— y de sus aspiraciones —estudiar, proveer, gozar de la juventud—. Se redactaron diarios de campo con motivo de las visitas a sus comunidades de origen y de las pláticas sostenidas durante ejercicios de observación participante —con empleadas y patronas—. Este corpus incluye también entrevistas a ocho empleadoras, elegidas en función de su ocupación, nivel de vida y ciclo vital —madre, abuela, bisabuela—, así como a tres agentes de colocación, quienes tienen un conocimiento preciso del mercado del servicio doméstico en el área metropolitana de Monterrey. De manera puntual, se realizaron entrevistas a profesionistas —psicólogos y trabajadores sociales—, quienes atendieron a trabajadoras domésticas.

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mujeres más pobres, como trabajadoras domésticas, cuyas condiciones de trabajo “son incompatibles con el embarazo y la socialización (crianza) de los hijos”. La mayoría son jóvenes, sin pareja e hijos, y cuando los tienen, suelen ser atendidos por los abuelos. Durante el periodo de gestación y hasta que el niño tenga dos años, la trabajadora deja su actividad laboral y “no sólo no puede socializar a sus hijos a partir de esa edad sino que también queda, en la mayoría de los casos, separada geográficamente de ellos” (1993: 192). Colen (1993) observó que las trabajadoras domésticas antillanas, en Nueva York, soportan largas separaciones de sus familiares y hacen malabares para balancear su tiempo, dinero y emociones, lo cual les genera tensiones. Si bien proveen materialmente a los hijos, no tienen control sobre la calidad de estos cuidados; la distancia con sus hijos les lleva a deprimirse y apegarse a los hijos de los patrones. Una década después, acerca de la diáspora filipina en Roma y Los Ángeles, Parreñas (2001) destacó la globalización de las cadenas globales de cuidado y el surgimiento de familias transnacionales. Las trabajadoras domésticas filipinas se emplean lejos de su hogar, mientras sus hijos están al cuidado de familiares, a quienes envían remesas. Por la ventaja comparativa entre los costos de reproducción en el país de origen y los salarios más elevados en el país de destino, surge una dislocación y separación familiar, que puede extenderse por todo un ciclo de vida. Asimismo, las políticas migratorias no permiten la reunificación familiar y promueven la formación y permanencia de hogares transnacionales.3 Mientras las trabajadoras domésticas ahorran para la crianza de sus hijos, aumenta su inseguridad emocional. Hondagneu-Sotelo (2007) subraya que muchas mujeres blancas de los países posindustrializados se han convertido en feministas activas, al mismo tiempo que desprecian los trabajos de limpieza y cuidado de los niños, y recurren a la contratación de otras mujeres —pobres, de color y migrantes— para asumir sus responsabilidades domésticas, reproduciendo así la desigualdad de género. Se asiste a una “división internacional del trabajo reproductivo”, producto de la desigualdad, en la cual las mujeres de países pobres emigran para trabajar en países posindustrializados y proveer a distancia las necesidades financieras de su hogar. Esto favorece el surgimiento 3

En Italia, el estatus de “trabajador visitante” que se les otorga a las trabajadoras domésticas garantiza lazos de continuidad con el país de origen al que están legalmente obligadas a regresar. En Estados Unidos, se promueve el esquema de trabajadores temporales y se busca, en el ámbito legislativo, la eliminación de opciones de reunificación familiar (Parreñas, 2001).

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de una maternidad transnacional para quienes cuidan las casas e hijos de norteamericanos, y no pueden atender de manera presencial a sus hijos en sus lugares de origen. La maternidad transnacional, también llamada a distancia, supone nuevas formas de cuidado y educación de los hijos, que se distinguen claramente por etnia y clase. Se define en términos de circulación de afectos, cuidado y soporte financiero que trascienden las fronteras nacionales (Solé y Parella, 2005). Estas madres migrantes viven con culpa y son juzgadas a veces fuertemente por “abandono”, mientras su trabajo permite a las mujeres de clase media alta y alta cumplir con la ideología de la maternidad intensiva que subraya la necesidad de una madre omnipresente para los hijos (Macdonald, 2010).4 Estudios sobre el servicio doméstico han ahondado sobre la cuestión del cuerpo y la sexualidad de la trabajadora doméstica. Éste es motivo de preocupación y control por las familias empleadoras. Así, a finales del siglo xix, en la capital francesa, las sirvientas de las casas burguesas eran de origen rural y su cuerpo estaba sometido a un proceso de borramiento. Para ser aceptada, no debía manifestarse, y en su afán de tapar y constreñir su cuerpo, los patrones le pedían que usara uniforme, se recogiera el cabello, y en el caso de los varones, que se rasurasen el bigote. Para no escuchar ni ver al personal doméstico, se usaban espacios separados para su circulación y campanas para llamarlos. “Servir es ante todo negarse, renegar de su cuerpo, su ritmo, sus necesidades y sus deseos” (Martin-Fugier, 2004: 28). En la sociedad decimonónica, al ama de casa y la empleada doméstica se les atribuían distintos papeles y atributos: espíritu y corazón a las primeras y cuerpo a las otras. La corporeidad de la sirvienta la volvía peligrosa ante los ojos de sus empleadores, porque su cuerpo era susceptible de ser fecundado, incluso por el patrón. Su sensualidad inquietaba a los burgueses y eran objeto de fantasías por sus patrones, quienes las imaginaban llevando una vida de perdición en los cuartos de servicio. Las sirvientas representaban la brecha entre el adentro y el afuera, y eran asociadas con lo prohibido y el sexo (2004: 187). Sin embargo, la vida de pareja les era casi imposible, pues los patrones desconfiaban del personal casado, pues no les era posible disponer de su tiempo tan fácilmente. Las sirvientas no gozaban de la maternidad, y cuando daban a luz, colocaban a su bebé en una guardería y lo visitaban en su día de descanso. Los 4

Este enfoque predomina en los libros y medios de comunicación sobre la maternidad y se basa en presunciones sobre el desarrollo infantil que ubican a la madre como vínculo primario del niño hasta sus tres años de edad (Macdonald, 2010).

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patrones preferían tener sirvientas que no tuvieran hijos porque así ejercían mayor control sobre su cuerpo (2004: 292). Eran poco comprensivos con la sirvienta embarazada: la despedían, la culpaban, transformándola en chivo expiatorio y responsable de las impurezas. Para purificar la casa, la corrían (2004: 299), aun cuando no pocas veces los varones de la casa, sean familiares o trabajadores domésticos, habían sido responsables del embarazo. Embarazadas, las sirvientas buscaban esconder su embarazo y solían parir a solas. En 1890, en París, más de la mitad de las madres solteras eran sirvientas. En este contexto, abandono e infanticidio iban de la mano; de hecho, cuando se suprimieron facilidades para el abandono en instituciones, los infanticidios se recrudecieron. Los hijos de las sirvientas, en las casas burguesas, no tenían cabida. En la actualidad, la situación que guardan las empleadas domésticas respecto de la maternidad sigue siendo compleja. En Bogotá, ante la dificultad de criar hijos y trabajar en casa, las mujeres resisten la desposesión maternal empleándose por día o encargando los hijos con familiares. Este fenómeno de crianza de los hijos por terceros es común en los medios populares en Latinoamérica. Drouilleau pone en evidencia que los hijos entregados a familiares para ser criados encargarán, años después, a sus propios hijos con su madre biológica para que ésta los críe a su vez. Ésta es una forma de resistencia de las empleadas domésticas ante la imposibilidad de ejercer la maternidad en el servicio doméstico (2011: 270). En algunos casos, los niños son criados en casa de los patrones, mientras su madre trabaja ahí (Drouilleau, 2011). La convivencia suele ser difícil, por la diferencia de clase y estilo de educación. Drouilleau alude a casos de maltrato, incluso de abuso sexual hacia una niña, pero también da ejemplos de empleadores que se hacen cargo de pagar la escuela, de comprar ropa y de tratar al pequeño(a) como un hijo(a) más; en cualquier caso, se pone de manifiesto la desposesión maternal de la madre biológica, quien queda relegada en la crianza de su hijo(a).

Perfil sociodemográfico de las trabajadoras domésticas en Monterrey El área metropolitana de Monterrey (amm)5 es la tercera urbe más grande de México y se ubica en el estado de Nuevo León, en el noreste de México. A se5

El área metropolitana de Monterrey está compuesta por los municipios de Monterrey, Santa Catarina, Apodaca, General Escobedo, Juárez, García, Guadalupe, San Pedro Garza García y San Nicolás.

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mejanza de lo que ocurre en el resto del país, el servicio doméstico ocupa 4.38% de la población económicamente activa, y quienes lo desempeñan son principalmente mujeres; 88% del total se emplean en la modalidad de entrada por salida.6 A diferencia de quienes trabajan por horas, el personal de planta es mayormente de origen migrante7 e indígena8 y procede principalmente de la Huasteca, una región cultural con una importante población indígena, ubicada en los estados de San Luis Potosí, Hidalgo y Veracruz. Apreciamos una división sexual de las tareas domésticas en la cual los varones realizan ocupaciones en los espacios exteriores de las casas —jardineros, choferes, vigilantes y mozos— y las mujeres llevan a cabo tareas de limpieza y cuidados en el recinto del hogar —cocina, cuidado de personas vulnerables, limpieza, lavado y planchado— (véase el cuadro 11.1). CUADRO 11.1 Ocupaciones desempeñadas en ámbitos domésticos en el área metropolitana de Monterrey, por sexo (2010) Ocupaciones desempeñadas en ámbitos domésticos Cocineros domésticos

Hombres

%

Mujeres

%

Total

82

0.61

917

1.63

999

100

0.74

4 961

8.84

5 061

Jardineros de casa habitación

6 240

46.33

68

0.12

6 308

Vigilantes y porteros en casas particulares

1 784

13.25

39

0.07

1 823

Choferes en casas particulares

2 309

17.14

46

0.08

2 355

Cuidadores de niños, discapacitados y ancianos en casas particulares

(Continúa) 6 7 8

Datos de elaboración propia con base en inegi, 2010. Menos de 7% nació en la entidad, mientras 50% de los trabajadores por horas nacieron en la entidad. Si bien, en el censo de 2010, 28% de las trabajadoras de planta declararon hablar una lengua indígena (inegi, 2010), de acuerdo con entrevistas a agentes de colocación, se estima que 90% proceden de regiones indígenas. Este dato coincide con el hecho de que 93% de las trabajadoras de planta haya nacido en otras entidades, destacando aquellas donde se ubica la Huasteca —San Luis Potosí, Hidalgo y Veracruz—, una región cultural con fuerte presencia indígena (véase el capítulo 17).

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CUADRO 11.1 Ocupaciones desempeñadas en ámbitos domésticos en el área metropolitana de Monterrey, por sexo (2010) Ocupaciones desempeñadas en ámbitos domésticos Supervisores de limpieza, ama de llaves, mayordomos y en estacionamientos Trabajadores domésticos Lavanderos y planchadores domésticos Total

Hombres

%

Mujeres

%

Total

725

5.38

1 136

2.02

1 861

2 228

16.54

48 039

85.57

50 267

0

0.00

937

1.67

937

13 468

100

56 143

100

69 611

Fuente: elaboración propia con base en INEGI, 2010.

Mientras que la mitad de los trabajadores de planta tienen menos de 23 años de edad y no tienen hijos, la edad promedio entre los trabajadores de entrada por salida es de 39 años. A su vez, la mitad de estos trabajadores por horas tienen dos hijos.9 Todo indica que, para la gran mayoría, servicio doméstico de planta y crianza son incompatibles. Ahora bien, el trabajo de campo dejó entrever matices y arreglos que permiten conciliar servicio doméstico y maternidad. Veamos ahora cuáles son las representaciones relativas a la sexualidad de los trabajadores domésticos, por parte de las empleadoras, que sustentan prácticas de control de sus cuerpos.

Trabajo, sexualidad y embarazo: el punto de vista de las patronas Pese a las diferencias socioeconómicas entre las empleadoras, al momento de contratar personal, todas desean que la relación sea duradera, porque hay una alta rotación del personal y las jóvenes trabajan, en promedio, hasta un año en una misma casa.10 Según comenta una laica consagrada, quien coloca jóvenes en casa: “la frase de las señoras es: ‘yo quiero una de las que duran muchos años’; les digo: ‘mire, señora, eso no depende ni de mí, ni de usted, ni de la muchachita, sino 9 10

Datos de elaboración propia con base en inegi, 2010. Cabe aclarar que todos los nombres de los entrevistados son ficticios.

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de la voluntad de Dios’, porque si la muchachita sale embarazada… y a veces no es por tonta ella, sino por abusivo el otro, y a veces es por tonta ella o porque se va a casar. Nadie tiene asegurado nada”.11 El embarazo es señalado como el principal problema que lleva la relación de trabajo a su fin. Según Virginia, lo común es que “salgan embarazadas o te inventen historias para salirse, o para no llegar los lunes”.12 Por lo general, cuando las trabajadoras quieren renunciar, se salen sin avisar, lo cual resulta molesto a ojos de las patronas. Además, cuando de embarazo se trata, la comunicación se dificulta por el tabú relativo a la sexualidad. Cuenta la señora Ana que “de repente, me dijo que algo le pasaba en su cuerpo: ‘pues estás embarazada, mi chula’; ‘no, no me diga’; ‘pues sí, estás embarazada’. Y dijo: ‘es que no tengo novio’; ‘pues será del Espíritu Santo, pero tú estás embarazada’”.13 A las trabajadoras domésticas, cuando se sospecha que tienen relaciones sexuales en la casa, se les despide. Epifanía trabajaba con la señora Ana, y a su vez, estudiaba; renunció cuando la señora aludió a las visitas que recibía en su cuarto: “Nada más ten mucho cuidado porque no quiero que entren ahorita hombres porque estamos solas” —porque mi esposo no dormía ahí, en la casa, porque él trabajaba turnos de noche, en la tarde era cuando iba a dormir—. “Tú sabes que estamos solas y no puede venir ningún hombre aquí, porque no van a creer que es tuyo, van a creer que me viene a visitar a mí” —porque yo estaba muy joven, tenía yo como 26 años—. Y le digo: “eso no me conviene a mí, Epifanía”. Y ya, ese día se fue a la escuela y ya no regresó.14

Con sólo ver un hombre en la casa, la moralidad de la señora podría quedar en entredicho. La sexualidad se asocia con lo “sucio”, y en concordancia con Martin-Fugier (2004), el despido del doméstico corruptor permite la purificación de la casa. La señora Tatiana relata haber despedido a todo su personal doméstico cuando se dio cuenta de que el chofer sostenía relaciones con varias empleadas de la casa. La nana, quien le reportó el “tórrido romance”, le dijo:

11 12 13 14

Entrevista con la señorita Sandra, marzo de 2011. Entrevista con la señora Virginia, mayo de 2011. Entrevista con la señora Ana, marzo de 2010. Ibidem.

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“Es que en el cuarto de las muchachas encontré quien sabe qué y un calzón de quién sabe quién.” No, no, no, ¡qué asco! Ya, entonces, yo dije: “vámonos todos para afuera”. Entonces, ya, como que con los [choferes]… Desde entonces […] yo, con los hombres, no trabajo a gusto; con los choferes, soy muy seca, soy como un poco distante y dura, y no los dejo que entren a la casa, y si entran, los veo con cara fea, porque no sé tratar a los hombres, incluso siento como que de repente se enojan de que la señora les diga algo, son como... como que... no sé, no los leo.15

La sexualidad de los varones de la casa es imaginada como incontenible, y más vale prevenir los problemas. Según la señora Ana, entre los derechos de las trabajadoras domésticas está dormir en una habitación segura e independiente: Protejo dos cosas al mismo tiempo, como yo tengo dos hijos hombres y tengo un esposo, entonces, que ellas duerman con llave en su cuarto, seguras de que no van a llegar ni mis hijos ni mi esposo, como se ofrece en otros casos, así ha sucedido, yo confío en mis hijos, yo sé que no lo van a hacer, por la educación que tienen, y mi esposo tampoco, si no, no tendría yo una chica de quedada, no podría yo dormir a gusto con esas cosas; pero al mismo tiempo, protejo a mis hijos, porque también sucede que hay muchachas que se meten por otro lado y luego inventan que fueron los de la casa. Yo estoy protegiendo a los dos, los dos lados. Un cuarto donde ella duerma segura. Y yo siempre voy y les digo: “enciérrate con llave”. Y yo se los advierto: “porque el día que yo llegue a tu cuarto a cualquier hora y no tenga llave, ese día te vas, porque yo quiero tener la seguridad 100%”. El diablo dondequiera está. Yo confío 100% en mis hijos, pero uno nunca sabe. Ésas son las condiciones que yo le pongo.16

Con la sexualidad elevada a rango de pulsión diabólica, es común que las patronas le aconsejen a sus trabajadoras que eviten tener noviazgos, especialmente por parte de aquellas señoras maternales, generalmente mayores de edad y pertenecientes a la clase media. En Monterrey, la Alameda es el principal lugar de reunión de los jóvenes indígenas que trabajan en casas y en la industria de la construcción. En este parque, ubicado en el centro de la ciudad, se reúnen entre amigas y amigos, pasean, comen, se compran ropa, música, celulares, y coquetean. Por las noches, acuden a las discotecas, bares y moteles 15 16

Entrevista con la señora Tatiana, marzo de 2011. Entrevista con la señora Ana, marzo de 2010.

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que bordean la plaza. Este lugar es particularmente estigmatizado (Díaz, 2008) y es visto como un lugar de perdición por parte de las señoras, quienes aconsejan a sus empleadas domésticas no ir: Yo platicaba mucho con ella, y le decía: “no vayas a la Alameda, ahí las drogan” […]. Antes, la Alameda, cuando yo estaba recién llegada aquí, la Alameda era un paseo muy bonito, familiar. Le decía yo a mi hermana: “vamos a la Alameda a recordar […] fuimos unas dos veces, pero vimos muchas cosas muy feas; vimos que muchachitas de 13, 14 años, con hombres que les daban droga, y que andaban las niñas, muy drogadas, muy mareadas, indígenas, muchachitas indígenas […]. Ahí pasan cosas muy feas. Entonces, siempre yo le recomendaba a Jenny: “no vayas, diviértanse ustedes; mira, es muy difícil la vida, y más ustedes que están chiquitas, no vayan a cometer el error de embarazarse, cuídense”. Y pues no me entendió, y salió embarazada, y se fue.17

A la señora Elena le resulta inmoral lo que sucede ahí: “los mismos puesteros les dicen, ya ves que tienen ahí tapado: ‘órale, les doy chance, y ahí me dan unos 20 pesos’. Entonces, es un crimen, es un crimen”. Por eso ella le aconseja a su empleada: “no vayas a la Alameda, vete a la Macro[plaza], vete a Santa Lucía, hay otros lugares que puedes conocer, se juntan dos, tres; pero, ¿a qué van a la Alameda? Ahí corren mucho peligro”.18 A estas señoras maternales les preocupa el rumbo que tomarán las vidas de estas jóvenes una vez embarazadas. A otras señoras, lo que les preocupa, ante todo, es la rotación del personal, y cuando contratan personal, se fijan en que tengan “su vida resuelta”. La señora Tatiana comenta que averigua lo siguiente: Qué tan centradas están, o más bien, quién les resuelve la vida de ellas. Cuando me dicen: “yo tengo una hija”; “¿y con quién la dejas?”; “no, pues la dejo con mi mamá y mi mamá desde siempre me las cuida” o “están en el rancho”. Como que tengan bien arreglado cómo resuelven. Porque me decía una: “mi hija tiene 12 años”; “¿y con quién la dejas?”; “con la vecina”. Y yo pensando: “y el día que no esté la vecina, ¿con quién la va a dejar?”. No sé. Que me den esa sensación de que tienen organizada su vida.19 17 18 19

Ibidem. Entrevista con la señora Elena, marzo de 2010. Entrevista con la señora Tatiana, marzo de 2011.

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Agrega que la forma de vestirse y presentarse es importante. Quien las entrena y recomienda acerca de los buenos modales es la señora Marta, agente de colocación. La que llega muy pintada… No, no, no, vete a despintar, ahí está el baño; y bien restiradito el pelo, y todas recogidas de su pelo; y si vienen con falditas, yo no las puedo recomendar, siempre tienen que traer vestido largo y nada despechugado, o sea, todo, la misma de la agencia les enseña […], las prepara, y que las uñas no pintadas de colores raros, el pelo recogido y que no muy maquilladas, todo, todo les dice.20

Verse recatadas y discretas es un requisito. El cuerpo de la trabajadora doméstica no debe aparecer sensual porque, de acuerdo con las representaciones, la sexualidad masculina es indomable y quién sabe qué podría suceder.21 “La bonita es la dueña de la casa —dice un director de agencia de colocación— y su empleada no puede hacerle sombra.”22

Cuando servicio doméstico y maternidad son irreconciliables El trabajo doméstico implica realizar tareas pesadas y riesgosas para una mujer embarazada: cargar botes de agua, colgar y descolgar ropa, subir y bajar escaleras. Algunas patronas temen que las empleadas embarazadas se accidenten. Una agente de colocación comenta que, de cada 100 jóvenes que llegan pidiendo trabajo, seis o siete están embarazadas: Yo siempre [a] las embarazadas las oriento a Casa Mi Ángel [albergue] o regrésate a tu casa, porque ya me tocaron dos casos en que por cargar la cubeta pierden al bebé y una casi se muere. No lograban controlarle la hemorragia en el hospital y fue por andar cargando la cubeta; no estaba bien implantado en la matriz y se le

20 21

22

Ibidem. El acoso y el abuso sexual ocurren en el ámbito laboral. En el trabajo de campo, pude registrar algunos casos de acoso que no concluyeron en violación, sino en renuncia; y un caso severo de secuestro y violación, el cual fue denunciado y resultó encubierto mediante sobornos a autoridades judiciales. Este caso se documentó mediante dos entrevistas realizadas a los psiquiatras encargados de la atención psicológica de la víctima. Entrevista con el director de una agencia, febrero de 2012.

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vino la placenta previa […]. Ésa casi se muere, otra estuvo internada, se logró salvar el bebé, pero estuvo en cama el resto del embarazo. Pero sí; luego, que estando conmigo salgan embarazadas, yo creo que también será otro 6, 7 por ciento. Se oye feo, pero las echo de la casa, les negamos todo tipo de apoyo. ¿Por qué? Porque andan jugando con fuego, porque te dicen: “me voy a quedar con una amiga”, y se van con el novio.23

En un contexto donde las trabajadoras domésticas carecen de derechos laborales, como días de descanso antes y después del parto, éstas son presentadas como responsables de la situación en la cual se encuentran “por andar jugando con el fuego”. Tampoco se cuenta con guarderías subvencionadas donde pudieran dejar sus bebés mientras trabajan, y el único programa de beneficencia que ofrece este servicio no acepta bebés, sólo pequeños desde un año de edad. Si bien hay patronas dispuestas a que la trabajadora embarazada siga trabajando en casa después, cuidar un bebé y realizar tareas domésticas es difícil de conciliar, incluso peligroso para el bebé. En un contexto donde servicio doméstico y crianza son irreconciliables, veamos qué opciones se presentan y las estrategias que tejen las trabajadoras domésticas. Quienes cuentan con el apoyo de su pareja renuncian al servicio doméstico, crean su propio hogar y entran a trabajar por horas; otras dan su bebé en adopción, y finalmente, hay quienes optan por el celibato.

Servicio doméstico y trabajo por horas

Díaz (2007) mostró que muchas jóvenes indígenas consideran el servicio doméstico como una ocupación temporal que desempeñarán mientras no se casen. Cuando se embarazan, por lo regular, las jóvenes regresan a sus comunidades de origen para contar con el apoyo de sus madres durante el embarazo y el parto. Una vez que el hijo nace, regresan a la ciudad y se dedican al hogar. En algunos casos, trabajan de entrada por salida, lo que facilita la vida matrimonial y la crianza de los hijos. Esta opción les permite trabajar por horas, acompañadas de sus hijos (2007: 84). Escareño (2011) evidenció que las empleadas domésticas recurren a varias estrategias para cuidar de sus hijos y familiares dependientes mientras están

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Entrevista con la señorita Sandra, marzo de 2011.

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trabajando. Con el matrimonio y la maternidad, muchas interrumpieron su actividad laboral, y las que regresaron al empleo doméstico, trabajan de entrada por salida. El ciclo vital guarda una estricta relación con la modalidad del empleo doméstico.

Servicio doméstico y adopción

Si el embarazo surge y no hay disposición de la pareja de contraer un proyecto de vida en común, la situación se vuelve dramática para la trabajadora, pues al nacer el bebé, tendrá que proveerlo y cuidarlo a la vez. Díaz (2007) refirió el caso de una joven que recurrió a un aborto a los pocos días de estar embarazada. Esta práctica es condenada por una fracción conservadora de la sociedad, la que milita contra el aborto y abrió albergues para prevenirlos y atender a mujeres embarazadas en situación de desamparo. Estas organizaciones conforman una red que incluyen instituciones y asociaciones que dan bebés en adopción (Durin, 2011). Casa Mi Ángel es un albergue para mujeres embarazadas desamparadas; ahí conocí empleadas domésticas que llegaron referidas por sus patronas. Entre quienes se plantearon la opción de la adopción, destacan la falta de apoyo por parte de su pareja o de sus padres, y en algunos casos, el miedo de su patrona a que abortara. Los sentimientos de vergüenza y deshonra las llevaron a sentirse obligadas a dar a su bebé en adopción. Otras jóvenes, empleadas domésticas también, deseaban seguir trabajando en casa y estudiar, y el embarazo no les permitiría lograr su desarrollo personal, por ello prefirieron dar a su bebé en adopción. Años antes, cuando no existían estos albergues, cuneros y programas institucionales, las patronas a veces intervenían para colocar a los bebés en familias deseosas de adoptar. En tres ocasiones, la señora Elena organizó adopciones, luego de consultar un sacerdote. Recuerda el caso de una joven veracruzana, empleada en su casa, quien resultó embarazada por haber sido violada por su padre. El sacerdote le recomendó pedir el consentimiento de la abuela para dar el bebé en adopción, pues la madre era menor de edad. Al recibirlo, puso a la madre en contacto con una pareja infértil, cuya moralidad y situación investigó por su cuenta, y éstos pagaron los gastos del parto. Después, la madre biológica siguió trabajando por siete años con la señora Elena, hasta casarse; entonces presentó a su pretendiente a la señora y recibió su anuencia. Hoy en día, tiene tres hijos y sigue visitando a su ex patrona.

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Estos casos muestran que existe una posibilidad de que haya solidaridad entre la señora y la empleada; en particular, cuando hay violencia de género. La desobligación de los varones con sus parejas, quienes sufren vergüenza y deshonra al quedar solas y embarazadas, muchas veces constituye el origen del problema.

Servicio doméstico y celibato

Entre los trabajadores domésticos de planta, hay quienes llevan una vida monacal y eligen el celibato. Dedicados al servicio de la familia que los emplea, acostumbrados a salir poco de casa, dejan transcurrir los años sin que construyan un proyecto personal ni formen su propia familia. Nina tiene 50 años de edad y es madrina de María, 15 años menor. Nina lleva 35 años trabajando para la misma familia; María, 17. Ambas construyeron una casa propia; María en su pueblo, en la Huasteca potosina, y Nina a unos 80 kilómetros de Monterrey. Hace años, luego de un conflicto que llevó a Nina a dejar de trabajar con sus patrones por un mes, al reintegrarse a sus funciones, éstos le ofrecieron pagarle la mitad de un terreno campestre para que se construyera una casa. Poco a poco, construyó, y le aconsejó a María que invirtiera en la misma área. Hasta hace poco, solían pasar de vez en cuando los fines de semana allá, acompañadas de una prima hermana de María, Ximena. Ximena también es soltera. En tiempos recientes, se hicieron amigas de Ramiro, un chofer a punto de jubilarse, quien lleva años al servicio de una familia y se quedó soltero. Trabajó por años como obrero en la fábrica de su patrón, y un buen día, el señor le ofreció entrar a su servicio como chofer. Ramiro es muy servicial, incluso con sus amigas, y con mucho gusto las lleva a la casa de Nina, o hasta su rancho, cuando se les ofrece. Cuando se jubile, planea instalarse en el pueblo de las primas, y tal vez ello resulte en una unión matrimonial con Ximena, según rumorean las otras. Nina no quiere tener una pareja; siendo adolescente fue casada contra su voluntad por sus padres, y tras una noche de bodas que resultó en violación, se fue a Monterrey para trabajar en casa. Ahí, su patrona, y más tarde, las religiosas que empezó a frecuentar en cursos para adultos, la confortaron, en la idea de que la sexualidad es pecaminosa y que los hombres son desobligados. Esta vida entre muros, en la que la sexualidad está siendo reprimida, se asemeja a la vida monacal. Las religiosas tienen una participación muy activa con las empleadas domésticas, y con excepción de las agencias formales de

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colocación, los únicos actores que estructuran este sector son católicos. Las religiosas de Vicente María (Orden de María Inmaculada) se especializaron en la atención a las jóvenes que emigran del campo a la cuidad, y las colocan en casas, además de fomentar su estudio y educación religiosa. El Opus Dei también ofrece clases y educación religiosa; por su parte, los albergues para mujeres embarazadas desamparadas son administrados por católicos conservadores. Todos transmiten valores que condenan la vida sexual fuera del matrimonio y la toleran cuando se trata de tener los hijos que Dios manda. Al respecto, es revelador el caso de Guillermina, ama de llave, quien lleva 21 años trabajando para una familia, como lo hicieron antes sus tías y hermanas. Hoy en día, una hermana menor se está iniciando en las labores domésticas bajo su supervisión, así como ella trabajó por 10 años con su hermana mayor hasta que ésta renunció para irse de religiosa con el Opus Dei. En el rancho de donde es originaria, la necesidad es grande y no hay escuelas, por lo que no ha sido escolarizada. Cuando llegó a trabajar, a sus 16 años de edad, proyectaba ahorrar para que su hermano construyera un cuarto de concreto allá. Logró sus metas, incluso estudió la primaria y la secundaria con el Opus Dei, asistiendo a clases para adultos dos tardes a la semana. Ahí las numerarias le dieron clases de valores y religión, y asistió a retiros y convivios. Sobre la parte de las enseñanzas que recibió en el Instituto del Opus Dei, valora el “comportamiento, digamos, dedicada a mujeres, mucho de cómo relacionarse con el sexo opuesto, de cómo vestirse, de cómo hablar, de qué lugares hay que cuidar de ir, de con quién vas”.24 Ahora está próxima a obtener un diploma de corte y confección en una escuela a la que asiste los fines de semana. Está preparando su tesis, cuyo resultado será su vestido de novia. Era su sueño terminar de estudiar y tener casa propia a sus 30 años, cosa que está logrando junto con su novio, con quien lleva una relación de 10 años. Recalca que “para mis papás era importantísimo no llegar como madre soltera a la casa o […] casarse muy joven y que salieran mal las cosas”. Una vez que esté lista la casa y la papelería, se casará, y hasta entonces tendrá relaciones sexuales e hijos. Dice: Yo siempre lo postergué [el tener hijos] porque yo sentía que no tenía cómo mantenerlos y mi situación económica en la casa fue muy difícil y no quería eso para mis hijos, y lo fui dejando, dejando, y después de que... de que si eres católico no puedes tener métodos [anticonceptivos] para no tener hijos, y por eso también,

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Entrevista con Guillermina, abril de 2011.

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como que casarme muy joven, no… Entonces, yo dije: “pues lo dejo así, de que Dios me mande al último unos tres hijos, por decir, o dos, ya no mucho, pero la realidad es que nunca se sabe; igual, en una de ésas, ni te da Dios hijos y te quedas sin nada, pero ya es un riesgo que en la vida se tiene que correr, y pues ya lo corrí. Entonces, ahorita, digamos que en cuanto salieran los papeles, nos casamos; y a la edad que tengo, tendría unos dos hijos todavía… Entonces, ésa es más o menos la idea. Porque a él le encantan los niños, él es muy hogareño.

El caso de Guillermina pone en evidencia la manera en que los cursos de valores del Opus Dei moldean su idea de la sexualidad, del matrimonio y la maternidad. Casada, ya no trabajaría en esta casa, quisiera tener un taller de diseño, y por supuesto, dedicarse a sus hijos.

Estrategias de crianza en el servicio doméstico de planta Si bien servicio doméstico y maternidad suelen ser irreconciliables, en numerosas ocasiones patronas y empleadas elaboran estrategias a fin de conciliarlos. La maternidad se ejerce a pesar de la distancia física, delegando la crianza a las madres en los pueblos de origen o bajo el techo de los patrones.

Niños criados en casa de los patrones

La crianza de niños en casa de los patrones me fue relatada en tres casos y la observé en una oportunidad. Entre las patronas que refirieron haber tenido en su casa a sus empleadas con hijos, cabe destacar que pertenecen a la clase media y trabajan, o trabajaron, por lo tanto entienden las limitaciones de las madres trabajadoras. Por ejemplo, la señora Ana se jubiló del Instituto Mexicano del Seguro Social (imss) como enfermera pediátrica y cuidaba a su primer nieto cuando Manuela llegó a trabajar a su casa, con una niña recién nacida. Mientras la señora Ana cuidaba a los dos bebés, Manuela hacía el aseo. Por seis años, ambas mujeres se organizaron así, permitiendo que Manuela estuviera trabajando en la casa y residiendo con la niña, hasta que los pequeños entraron a la escuela primaria. Al respecto, la señora Ana recalca el apoyo mutuo: Para mí, era más fácil cuidar a la niña que hacer los trabajos de la casa, como quiera, tenía que cuidar a mi nieto; y yo sentada ahí, cuidando uno, pues cuido dos al

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mismo tiempo, no me da trabajo; además, a mí me fascina cuidar niños, me pongo a jugar con ellos y todo. Entonces, no me da trabajo, pero sí me daría trabajo: “oye, no te alcancé a trapear o a limpiar eso”, eso sí me da mucho trabajo.25

El cariño que llegan a sentir las señoras por las criaturas puede ser grande, sobre todo cuando se es una anciana, como la señora Elena. Su hermana acababa de fallecer cuando nació la hija de Conchita, su empleada doméstica, una de esas “sirvientas que dejaron huella”.26 Cuando entrevisté a la señora Elena, pronto me comentó lo difícil que fue la separación con ella y su hija Noemí. Conchita había llegado embarazada a trabajar, queriendo dar el bebé en adopción, y la señora le ofreció tenerlo y quedarse en su casa. Ahí estuvo cuatro años hasta que Conchita volvió con el padre de la niña, quien se las llevó al pueblo. La señora Elena se quedó sola. A lo largo de la plática, varias veces dijo: “la quiero, la quiero”, mientras de sus ojos escurrían lágrimas. Sintió preocupación por la niña cuando se fue, pues había sido criada en la ciudad, y recordaba que cuando la niña iba al rancho tenía miedo. Confesó: “te aseguro que si yo hubiera estado más joven le hubiera pedido que me la dejara, pero yo ya no puedo ni yo sola; pero esta Noemí, sí me dolió mucho, ahorita debe tener unos seis o siete años”.27 Una señora, madre de tres hijos, le ofreció a su empleada que se trajera a su hijo adolescente, a fin de que se sintiera a gusto, y probablemente, para que perdurara en el puesto. Eva y su hijo residieron dos años con la familia, durante los cuales compartieron el cuarto de servicio así como las áreas comunes, hasta que Eva renunció. Hacía tiempo que la señora Gloria sentía que Eva ya no estaba conforme con la paga, pero no quería aumentarla y argumentaba que le daba sueldo, casa, comida y trato. La lealtad que se puede esperar a cambio de hospedar una persona más puede resultar incómoda.

Servicio doméstico y maternidad a distancia

La solución más común a la que recurren las jóvenes madres es encargar la crianza a sus madres mientras trabajan de planta. El servicio doméstico es una opción laboral para mujeres separadas, divorciadas o abandonadas por sus 25 26 27

Entrevista con la señora Ana, marzo de 2010. Entrevista con la señora Elena, marzo de 2010. Ibidem.

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parejas, que les permite convertirse en proveedoras mientras delegan la crianza a las abuelas. De igual manera, cuando las trabajadoras domésticas se embarazan estando en la ciudad, encargar la crianza a sus madres es un recurso usual, pero muy castigado moralmente por muchas patronas, quienes las consideran irresponsables, carentes de afectos y les restan la capacidad de ser “buenas madres”. Más allá de estos juicios de valor, encargar a los hijos con sus madres es una estrategia que les permite enfrentar la desposesión maternal, implícita en el servicio doméstico (Drouilleau, 2011). Mientras Martina trabajaba en Monterrey, se reencontró con su novio del pueblo y se juntó con él. Dejó de trabajar de planta y siguió empleándose por horas para la misma familia. Al año, resultó embarazada y su pareja no se quiso hacer responsable, argumentando que tenía otra relación. Su patrona le propuso quedarse en su casa hasta el parto, pero sus padres le pidieron que regresase al pueblo, porque pretendían casar a los jóvenes, cosa que no lograron. El hijo de Martina nació en el pueblo y ambos vivieron en casa de los abuelos hasta que el bebé tenía nueve meses, manteniéndose gracias al apoyo financiero de los hermanos de Martina en Guadalajara. Después, Martina trabajó como cocinera en Naucalpan, Estado de México, y su hijo quedó a cargo de su madre. La patrona era muy estricta y no la dejaba hacer ni recibir llamadas. Su preocupación por su hijo era grande; se deprimió y renunció a los cinco meses. Regresó al pueblo, y de ahí, de nuevo a Monterrey, donde se empleó en la Colonia del Valle, a fin de solventar los gastos de crianza. La crianza en casa de los patrones, o por los abuelos, son arreglos temporales que conllevan sufrimiento emocional. Isabel, luego de haber sido maltratada por su pareja y separarse, se empleó con su hijo pequeño en la casa donde laboraba su hermana como empleada doméstica en Monterrey. La señora le pagaba lo equivalente a tres días de trabajo, o sea, 600 pesos semanales. Su hijo gozó de buenos tratos de parte de la familia y se acostumbró a comer lo mismo que los niños de la casa. Después de un año y medio, Isabel quiso conseguir un empleo propio, para tener más ingresos, y su hermana le insistió en que encargara a su hijo con su madre. Cuando se lo llevaron, dice Isabel: “yo me quedé aquí, muriéndome”;28 y para asegurar su manutención, envió puntualmente remesas que representaban casi la totalidad de sus ingresos. A los cuatro meses, lo visitó y se dio cuenta de que no la reconocía. Decidió quedarse con él, pero a los seis meses tuvo que

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Entrevista con Isabel, febrero de 2011.

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irse a trabajar de nuevo a Monterrey. Ahora, aunque envía remesas, le atormenta el hecho de no poder decidir sobre el tipo de alimentación para su hijo y el estilo de educación. Ansiosa de reunirse con su hijo, ha decidido regresarse y le ha anunciado su partida a su patrona. Allá trabajará temporalmente para su hermano, haciendo arreglos de palma para Semana Santa, y espera ahorrar lo suficiente para abrir un restaurante que le permita sufragar su vida allá y no tener que separarse de su hijo. Cuando madres e hijos son separados por años, las madres experimentan dilemas acerca de la educación de sus hijos. Ernestina tiene tres hijos, el mayor tiene 17 años de edad, y el segundo, 15, ambos viven con sus abuelos en el pueblo; el último está por cumplir cuatro años. Éste acude a guardería durante el día, mientras su madre trabaja en casa, en Monterrey, cuidando de un anciano. Sus tres hijos nacieron de padres diferentes, y a los dos primeros los dejó encargados con sus abuelos cuando estaba trabajando en casa, en Tampico; entonces tenían tres años y medio y dos años, respectivamente. El mayor tiene más afinidad con su abuelo, y el segundo, con su abuela. Ernestina quisiera que ésta fuera más exigente con su hijo, que le exija que la ayude, en vez de conformarse con que sólo haga sus tareas. Dice: “ahora que estuve allá, platiqué mucho con ella; yo, como le digo, si realmente quieres a mi hijo, pues debes de exigirle también a que le ayude”, si no ayuda “mañana, pasado, cuando salga fuera, el que va a sufrir va a ser él”.29 A Ernestina, su madre la consulta sobre asuntos delicados; por ejemplo, en caso de pelea. También aconseja a su hijo cuando lo visita. Pero cuando hay problemas, la culpa está presente: “sé que tengo culpa yo, porque él no vive con su papá, no conoce a su papá. Sé que tiene mucho que ver también”.30 Ernestina resiente el hecho de que este hijo no llegó a identificarse con su abuelo, a diferencia de su hermano mayor, quien anda para todos lados con él. Ahora bien, sus amigos en la ciudad le dicen que la actitud de su hijo es propia de la adolescencia, no tiene que ver con la ausencia del padre y pasará. Si bien Ernestina es una madre activa, que ejerce a distancia la maternidad y tiene planes de traerse a sus hijos a vivir en la ciudad con ella y su pareja, hay madres que no saben qué hacer con sus hijos en la adolescencia, cuando éstos han sido criados durante años por terceros. Una trabajadora social me contó el caso de una madre de 50 años de edad, trabajadora doméstica de planta, que estaba agobiada por la perspectiva de que su hijo, de 17 años de edad, vendría 29 30

Entrevista con Ernestina, enero de 2012. Ibidem.

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a la ciudad para estudiar y vivir con ella. Meses antes de su llegada, incluso pidió una cita con una psicóloga, para su hijo, asumiendo que éste necesitaba apoyo, cuando, evidentemente, ella era incapaz de dialogar con su hijo respecto de su vida familiar. Cuando el hijo llegó, la madre lo llevó a la terapia. Él asistió durante algunas semanas, aunque, en palabras de la trabajadora social, era un joven “funcional, normal, estable”, por lo que sugirió “una intervención breve, en familia… porque, pues, tendrían que reorganizarse”.31 La madre siguió trabajando en casa. Su hijo se hospedó con familiares o conocidos. Pronto terminó la terapia, y para entonces, la madre seguía muy agobiada. El ejercicio de la maternidad se vuelve posible con el apoyo de las abuelas, a quienes se les delegan las actividades de crianza y cuidados, como son alimentar, velar por la buena salud y supervisar las actividades de formación —escolar y para el trabajo—. Mientras tanto, las madres proveen los recursos necesarios para la alimentación, vestimenta y escolarización de sus hijos, e incluso dan consejos en sus llamadas telefónicas y visitas. En resumen, las abuelas llevan a cabo la crianza de manera presencial y las madres ejercen la maternidad a distancia.

Lazos de crianza: de la importancia de las nanas En la ciudad, las madres que trabajan en casa suelen encargarse de la crianza de otros niños: los hijos de sus patrones. Así como lo apuntaron estudiosas del servicio doméstico realizado por migrantes internacionales (Parreñas, 2001; Hondagneu-Sotelo, 2007), surgen cadenas globales de cuidados (Díaz Gorfinkiel, 2008) “cuando, por ejemplo, una mujer latinoamericana que emigra a España deja a sus hijos bajo el cuidado de su madre o de su hermana en el país de origen y luego es contratada por una familia española para cuidar a los niños porque ambos padres trabajan” (Cerrutti y Maguid, 2010: 13). Si bien se trata de un “proceso complejo de transferencia de cuidados que supone nexos transnacionales entre los hogares en el país de origen y en el país receptor” (2010: 13), este proceso también se da en el interior de países atravesados por amplias desigualdades de género, etnia y clase social, como México. Así, mientras los hijos de las trabajadoras domésticas están siendo cuidados por sus madres en el lugar de origen, éstas cuidan a los hijos de sus patrones.

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Entrevista con una trabajadora social, enero de 2012.

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Quisiera analizar ahora estas relaciones de crianza para mostrar que, mientras las madres ejercen la maternidad, asumiendo que les corresponde preocuparse por la educación escolar y extraescolar de sus hijos, sus empleadas asumen las tareas de crianza y cuidados: alimentar, vestir, bañar, mantener limpios los espacios y la ropa, vigilar, tranquilizar, incluso divertir y jugar con los niños. Por lo mismo, los lazos entre éstas y los niños suelen ser muy fuertes. En las clases medias altas y altas, prevalece la costumbre de las madres de reunirse para desayunar, tomar un café o romper las piñatas de sus hijos en los cumpleaños. En estas oportunidades, o bien dejan a los niños en sus casas, al cuidado de sus empleadas domésticas, o bien se llevan a sus empleadas para que vigilen a los niños en las piñatas. La señora Lina tiene 50 años de edad, ve con preocupación la importancia que están tomando las niñeras en la crianza de sus nietos y juzga duramente la confianza ciega de las madres que dejan encargados con mucha facilidad a sus hijos, con tal de no perderse el cafecito con las amigas: Ahora, entran las muchachas a trabajar a una casa […], entran en la mañana, y en la tarde les dejan a los niños para irse con las amigas. Y prefieren estar tomándose un café con la amiga en la tarde o jugando cartas o chismeando nada más, y a los niños los dejan en su casa a merced de las muchachas, y no sabes tú qué pasó en casa. Y si ya están acostados cuando llegas, mejor. Y yo pienso: ¿cómo vamos a tener un país mejor? Todo viene de ahí, y están muy distraídas con esas cosas, y están muy distraídas con el alcohol y con el “socialito regio”.32

La imagen de una niñera en el centro comercial, cargando un niño o empujando una carriola, vistiendo un uniforme distintivo de las niñeras, también es recurrente. Incluso “muchas veces las empleadas van con la maestra; cuando la maestra cita a la mamá, va la empleada doméstica, porque la mamá anda jugando tenis, o anda con el amante, o anda en el casino”, comenta un psicoanalista de la localidad.33 Las historias sobre las niñeras indispensables son comunes. Recuerdo que una amiga me contó el caso de su cuñada, quien se la pasaba con las amigas y dejaba a cargo de la niñera Tita a su hija más pequeña, producto de un embarazo tardío y probablemente no deseado. Cuando Tita se fue al rancho, la niña perdió el sueño y los padres tuvieron que ir a Hidalgo a buscar a Tita para que 32 33

Entrevista con la señora Lina, abril de 2011. Entrevista con un psicoanalista y psiquiatra, marzo de 2012.

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regresara a cuidar a la pequeña. Evidentemente, la niña estaba muy apegada con la niñera. Un psicoanalista, entre cuyos pacientes hay miembros de los sectores altos, comenta que estas cuidadoras “se convierten en figuras contenedoras; son figuras afectivas, que cumplen muchos roles de lo que tendría que ser una madre […]. Crean muchos vínculos”.34 Este psicoanalista tuvo pacientes que les dijeron a sus madres que ellas no las habían criado, y cita el ejemplo de pacientes adinerados a quienes ha tenido que hospitalizar, “que piden más la presencia de la nana que de la propia mamá, y preguntan más: ¿a qué horas viene mi nana?”. Observa, asimismo, que una vez adultos, no es raro que los varones se busquen “una amante que se parece mucho a la nana, fenotípicamente”. Estos pacientes experimentan una “búsqueda de la nana, porque la mamá se ocupaba de otras cosas, actividades más importantes que cuidar al hijo”, y porque “la nana es la que se levanta cuando el niño llora en la noche… Si el niño está enfermo, es quien lo cuida”.35 Respecto del carácter incestuoso de la relación, la señora Ana recuerda los celos de Lulú, su ex empleada doméstica, cuando su hijo Iván, a quien crió Lulú, se casó: Tuvo más celos Lulú que yo, de la esposa de Iván; como que se puso celosa de que Iván se casó. De hecho, no fue a la boda. La invitamos, no fue a la boda. Nacen los bebés de Iván, la invitamos: “vente, vamos a ver a los bebés de Iván”; “no, no puedo, no puedo”. Como que hay un cierto celo, o sea, hubo retiro, ya no tienen comunicación ni nada, pero se siguen queriendo. Se retiran más que todo por los celos.36

Los vínculos de los niños con sus niñeras suelen ser muy fuertes. La señora Lina cuenta el caso de su nieta, quien está al cuidado de su nuera ahora, porque ésta se divorció de su hijo, y sobre todo, de la niñera. Relata un diálogo entre la niña y una sobrina nieta, de la misma edad: Íbamos en el coche, las dos tienen dos años y medio […]. Íbamos a dejar a la de mi hijo a su casa, y a esta edad, siempre la ven sola, nunca la ven con su mamá; y la otra le preguntó: “¿y tú, tienes mamá?”; “sí, sí tengo”; “¿y cómo se llama tu ma34 35 36

Ibidem. Ibidem. Entrevista con la señora Ana, marzo de 2010.

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má?”; “se llama Fulanita”; “¿y dónde vive tu mamá?”; “en casa de Lupita”. Lupita es su nana. Su mamá vive en casa de Lupita, ¿te das cuenta?37

Más allá de enjuiciar a su nuera, subraya la figura maternal de la nana. Ella misma reconoce el papel primordial que tuvieron las empleadas domésticas en su casa: “yo no puedo imaginarme mi vida sin las muchachas que hubo en mi casa, jamás, no va conmigo; les tuve mucha más confianza y las quise mucho más que a mis propios padres… Es la verdad”.38 La fuerza de estas relaciones de crianza es lo que muchas veces les impide a las trabajadoras dejar a sus empleadores. Conocí a dos jóvenes trabajadoras domésticas cuya función principal era cuidar a un niño al que tuvieron a su cargo desde que era bebé; ellas accedieron a cambiar de residencia e irse a vivir a centenares de kilómetros de Monterrey, por el cariño que les tenían a los niños. Esto supuso que cortaran sus redes de relaciones en la ciudad, lo que incluye hermanas, primas y amigas. Estas relaciones de crianza son complejas, implican emociones, afectos que comprometen a la trabajadora con la familia, y a su vez, responden a las necesidades que éstas tienen de dar y recibir cariño. Más allá de la maternidad, orientada hacia la educación, la crianza implica cuidados que las trabajadoras prodigan. Cuando éstas son madres, si no cuentan con el apoyo de su pareja, delegan la crianza de sus propios hijos, mientras ellas se encargan de los cuidados de los hijos de su patrona. Cabe subrayar que las funciones de cuidado siempre quedan en manos de mujeres, mientras que los varones están ausentes.

Conclusiones: maternidad compartida Desde antaño, servicio doméstico y maternidad presentan un carácter antagónico, sobre todo si entendemos a la maternidad desde la perspectiva de la maternidad intensiva. Esta ideología, hoy en día, es dominante en los Estados Unidos y recalca la necesidad de una madre omnipresente para sus hijos (Macdonald, 2011). Así como sucede en el vecino país del norte con las profesionistas, quienes contratan “madres sombra” para cuidar de sus hijos mientras ellas logran una maternidad intensiva para ellos, en México, las “muchachas” y nanas cumplen importantes funciones de cuidado, además de distinción. Como bien 37 38

Entrevista con la señora Lina, abril de 2011. Ibidem.

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lo demostró Drouilleau (2011), el servicio doméstico implica una desposesión maternal, y a la vez, cuando las trabajadoras son madres, recurren a estrategias para llevar de frente la maternidad. En concordancia con las estudiosas de la maternidad transnacional y las cadenas globales de cuidados (Hondagneu-Sotelo, 2007; Parreñas, 2001; Díaz Gorfinkiel, 2008; Cerrutti y Maguid, 2010), emplearse en casa es una estrategia para proveer a sus hijos de los recursos necesarios para su manutención, especialmente cuando los padres están ausentes. En los países latinoamericanos, atravesados por fuertes desigualdades sociales y étnicas, las mujeres de extracción popular, muchas veces de origen campesino e indígena, son quienes se emplean como trabajadoras domésticas y niñeras en casas adineradas. Cuando éstas son madres solteras, el servicio doméstico de planta les ofrece la posibilidad de ahorrar gran parte de su remuneración y enviarla a sus madres, encargadas del cuidado de sus hijos. Analizar la maternidad en relación con el servicio doméstico implica necesariamente repensar la maternidad y separar las funciones de educación de las de cuidado. Cuando patronas y empleadas son madres, ambas coinciden en preocuparse por la educación de sus hijos, por su escolarización, por brindarles consejo, asegurándose de que no les falte nada. Mientras las señoras delegan los cuidados a sus empleadas, éstas delegan los cuidados a sus madres y ejercen la maternidad a distancia. De lo que les priva su ejercicio profesional es de brindar día tras día los cuidados a sus hijos, los que reservan a los hijos de sus patrones a cambio de una remuneración para la manutención de sus propios hijos. Maternidad y crianza están siendo operadas por dos personas distintas, tanto en la familia empleadora, como en la familia de la trabajadora. En este entramado de relaciones económicas y afectivas, el ejercicio de la maternidad difícilmente puede ser pensado como intensivo, sino, más bien, como compartido.

Bibliografía Blanco, Mercedes 2002 “Trabajo y familia: entrelazamiento de trayectorias vitales”, Estudios Demográficos y Urbanos, vol. 17, núm. 51, México, El Colegio de México, pp. 447-483. Colen, Shellee 1993 “Solamente un poco de respeto: trabajadoras del hogar antillanas en la ciudad de Nueva York”, en Elsa M. Chaney y Mary García Castro (eds.), Muchacha, cachifa, criada, empleada, empregadinha, sirvienta y… más nada. Trabajadoras del hogar en América Latina y el Caribe, Caracas, Nueva Sociedad, pp. 155-174.

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