Salinas - El espejo inmóvil: La poética de Jorge Teillier desde dos poemas de su último hotel de residencia

July 5, 2017 | Autor: Francisco Salinas | Categoría: Literatura, Poesia Chilena, Modernidad, Jorge Teillier, Poesía Lárica
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Descripción

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El espejo inmóvil: La poética de Jorge Teillier desde dos poemas de su último hotel de residencia Francisco Salinas Lemus1

Resumen Esta presentación explora ciertos aspectos del larismo en la poesía del chileno Jorge Teillier, en particular, la búsqueda por rescatar recuerdos como proyecto imperante en la poética de este autor. Lo anterior se enmarca en el contexto de un hablante poético desarraigado, que se encuentra un tanto desorientado por la pérdida del campo y la aldea chilena por el advenimiento de la modernidad. A partir de una lectura posible de los poemas “Hay un espejo colgado en una pared rota” y “Lluvia inmóvil” de su última publicación Hotel Nube, se busca dar cuenta de una poesía que no es capaz de mostrar la realidad presente tal cual está dada, que nos habla de una cierta voluntad de traer al presente el pasado, de revivir recuerdos, idealizando lo antiguo al imponerlo sobre el peso del olvido.

Como veremos en esta presentación la poética de Jorge Teillier se expresa muy bien en Hotel Nube, su última obra. Ésta nace en su lecho de muerte cuando, sufriendo una cirrosis letal, el poeta pide a su amigo Francisco Vejar que edite esta colección de poemas. En menos de una semana lo consigue y nace Hotel Nube, recopilación de poemas anteriores y algunos inéditos de Teillier. El poeta muere poco tiempo después de haber visto cumplido este último deseo. ¿Cómo comprender la obra de Teillier? Partamos pos cierta idea estructural-histórica. El proceso de urbanización creciente en Latinoamérica en los siglos XIX y XX llevó a fuertes cambios en el modo

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Sociólogo, Pontificia Universidad Católica de Chile. Presentación realizada en el Segundo Coloquio de Literatura César Vallejo, celebrado en la UNAM en Marzo del 2011. La presente exposición está basada en un trabajo previo realizado en Chile el 2008 junto a la estudiante de arte Catalina Mansilla.

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de habitar imperante en el continente. De la hacienda y el campo, espacios que aún mantenían un cierto equilibrio entre hombre y naturaleza, se pasa al aparataje socio-técnico que comprendemos por ciudad; las familias extendidas tienden a desaparecer y empiezan a ser reemplazadas por entidades nucleares e incluso unipersonales; de la relativa calma y lentitud campesina, se pasa al stress y aceleramiento propio de las urbes. La modernidad llega de golpe con un espíritu racionalizador que va acompañado de nuevas máquinas y modos de operar desconocidos hasta su arribo. Quien vive la transición puede quedar totalmente desorientado y perplejo; ve dos polos, uno tradicional y uno moderno, no sería raro que deseara el primero pues le es familiar y al otro no lo conoce. Sin embargo, la modernidad parece no tener vuelta atrás y la antigua vida de campo se muestra como un tiempo irrecuperable. En la ciudad imperan vínculos impersonales entre roles sociales, desorientando totalmente al antiguo campesino, quien busca un nicho en una realidad que enfrenta como fría e indiferente, aquel mundo que Peter Berger reconoce como mundo sin hogar. Jorge Teillier aparece en este contexto, haciendo un “tratamiento poético de la ajenidad y extrañamiento frente al mundo contemporáneo” (Traverso, 2005), en donde el poeta no puede esconder su sensibilidad ante los cambios de una realidad que ya no acoge como antes. El poeta no se adapta al contexto moderno, desea fervientemente su antiguo pueblo, la vida sencilla, quiere volver al lar, al hogar tranquilo en alguna aldea del sur chileno (Cfr. Quiñones, 1997). Para Quiñones, el poeta idealiza su origen y quiere retornar a una “edad de oro” donde lo cotidiano se muestra como prodigioso y se pueden encontrar paz y reposo, cosas que contrastan fuertemente con el presente adverso, donde parece imposible hallar cualquiera de dichos elementos. Para Teillier, el pasado en la aldea tranquila es mucho mejor que el presente urbano o en el pueblo transformado por las máquinas y la mentalidad moderna. La búsqueda de una “edad de oro” en el

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pasado y su repudio hacia lo moderno, nos lleva a pensar en el autor como romántico, o, más bien neoromántico, por buscar su nicho en medio de recuerdos sobre el campo y la infancia. Este neo-romanticismo o larísmo, como el autor lo define, es distinto del romanticismo europeo del siglo XIX. La diferencia radica en que este último quería recuperar un origen mítico e inmemorial que se mostrase como alternativa a la Ilustración imperante, mientras que Teillier no lucha contra ésta, simplemente se aparta de lo moderno en pos de recordar y hacer presente difusas imágenes de una infancia y un pasado que él mismo vivió, pero que en su recordar, transmuta e idealiza. Situando la poética de Teillier, podemos decir que es antítesis -por ejemplo- de la propuesta de Rubén Darío y el modernismo. Frente a la búsqueda de -como diría Octavio Paz (1972)- ser modernos, contemporáneos del resto del mundo y situarse en el presente por sobre el pasado, el larísmo de Teillier versa sobre una modernidad “enemiga” del poeta, en tanto que lo aleja de sí mismo y su ser, le hace pensar que la vida de campo era superior a la actual. Darío evoca lugares y gente extraña, paisajes desconocidos, mitos y cosmopolitismo, todo aquello que no conoce y le fascina: princesas que cortan estrellas, elefantes, Venus, mujeres orientales y aire de ciudad. Teillier, por el contrario, evoca lo que es simple y familiar: un jarro, un árbol, siete espigas, álamos, eucaliptus, el campo, un café, tablas. Los contextos distintos en que escriben ambos poetas les hacen tener universos poéticos incompatibles, con distintos elementos que resaltan una sensibilidad opuesta sobre lo que se quiere del mundo; ambos idealizan algo, pero algo distinto: Darío quiere que la modernidad sea actual y propia, Teillier busca el “rescate de recuerdos e historias de un Chile perdido para siempre” (Traverso, 2006). La manera que este hombre encuentra para asir ese espacio y tiempo pasados, es retomar momentos y objetos hasta ahora olvidados, que le traigan a su presente lo que ya no tiene y lo que, por más que recuerde, no podrá traer. Esta problemática se convierte en una constante para la poesía de Teillier, transversal a varios de sus libros, provocada por el desarrollo irrevocable de la modernidad, que

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causa desarraigo en el hablante poético y la paulatina construcción de un mecanismo consistente en recordar y hacer presente. De esta manera, la poética teilleriana “contaría la historia de un personaje que busca una comunidad perdida” (Traverso, 2005) y la tantea, sin lograr nunca alcanzarla del todo, a través de la fugacidad de los recuerdos. La incapacidad de actualizar el recuerdo en nuevas vivencias deja al descubierto un límite de la condición mortal: el tiempo se convierte en un factor incalculable e inasible para un hablante que pena y muere por evitar que la modernidad arrase con los vestigios de su pueblo original. Se produce un anhelo y un aferrarse a este pueblo por una necesidad de definición personal en la colectividad natal; el yo se define a partir de la herencia cultural; del espacio común habitado desde la niñez; desde la voz de la tradición y las instancias colectivas que le son propias y lo alejan de la extranjería. Esta relación se construye a raíz del contexto social de la aldea, donde los vínculos son estrechos, todo es más personal, y es un pasado que Teillier recoge como “un suave y tierno retomo a la tierra y el corazón humano” (Quiñones, 1997). Apenas percibe los cambios del avecinamiento de lo moderno, el hablante de la poesía de Teillier se siente enajenado, ve amenazada su historia de vida, su definición futura; la angustia le lleva a buscar un nuevo espacio donde conservar el pueblo, y por lo tanto, su identidad. De esta manera, surge la imagen del Hotel, espacio de arraigo no definitivo, donde puede habitarse cómodamente pero sin dejar de sentirse extranjero. El Hotel se convierte en una especie de cápsula alimentadora de ese yo, emplazada en medio de lo extraño, como espacio desde donde nos habla un hombre cuya única actividad posible parece ser recordar. Así, en su libro Hotel Nube, podemos encontrar dos poemas que nos muestran rasgos esenciales de esta poesía. Tras exponerlos, procederé a su análisis:

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Lluvia inmóvil

Hay un espejo colgado en una pared rota

No importa que me hayas cortado siete espigas

Hay un espejo colgado en una pared rota

yo he roto todos los espejos

En una vieja casa de campo

he cerrado todas las ventanas

Perdida en un bosque sombrío.

y estoy condenado a permanecer

Nada se mueve jamás en él

inmóvil en este pueblo

Salvo sombras submarinas de sombríos helechos

donde entre la lluvia y la vida hay que elegir la

y pinos.

lluvia

El marco está cubierto de musgo.

donde el Hotel lo he bautizado Hotel Lluvia

Un día el espejo se deslizó al piso.

donde los plateados élitros de la Televisión

Años y años permaneció en los tablones

relucen sobre tejados marchitos.

astillados. Muy rara vez

Tú me dices que todo se recupera

Una rata del bosque

y que mi rostro aparecerá

pasó junto a él sin siquiera echarle una mirada.

en un río que ya he olvidado

Un día llegué yo.

y hay un camino para llegar a una casa nueva

Rompí la puerta desvencijada

creciendo en cualquier lugar del mundo

Y pasó conmigo una angosta cuña de sol.

donde nos espera un niño huérfano

Llevé el espejo al cuarto de mi abuelo muerto

que sabía éramos sus padres.

Y lo dejé reflejar su retrato Mientras la vieja casa del bosque

Pero a mí me han dicho que elija la lluvia

Las sombras

y mi nuevo nombre le pertenece

Las ratas del bosque y el musgo

un nombre que no puede borrar ninguna mano

Tuvieron que trabajar sin su testigo

sino la de alguien quien me conoce más que a mí mismo y reemplaza mi rostro por un rostro enemigo.

En el poema Lluvia inmóvil, Teillier da cuenta de la contraposición existente entre la irrecuperable vida de aldea que sigue latente dentro del hablante poético y una voz de la modernidad que lo tienta para que vaya contra sí mismo y transforme su rostro en “un rostro enemigo”. La lluvia inmóvil

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parece ser el permanente recuerdo del sur de Chile, de la voz colectiva que obliga a permanecer, de ese pueblo que le ha dicho “que elija la lluvia”. La conciencia colectiva del pueblo está fuertemente arraigada en el hablante, es la voz del origen (su sirena) que le dice que permanezca y no escape, y es lo que le lleva a romper “todos los espejos” de la realidad presente, pues no parece estar capacitado para reflejar lo actual, sino más bien, está condenado a ensoñar sobre el pasado. El “tú” que dialoga con el hablante parece ser la modernidad, alguien a quien el hablante trata de no considerar a pesar que está generando cambios en él; le dice: “no importa que me hayas cortado siete espigas”. Las espigas que el tú corta al hablante parecen ser parte de los recuerdos que éste tiene del campo, pero que no puede eliminar por completo dada la actitud firme que aquel presenta. La voz le dice que todo se recupera, que puede llegar a una “casa nueva creciendo en cualquier lugar del mundo”; pero eso no es así para el hablante quien se muestra escéptico contra lo nuevo y hace ver la orfandad creada por la modernidad a la que él escapa. La casa no está en cualquier lugar del mundo, está más bien en un pueblo perdido en el pasado. Teillier nos muestra un pueblo que ha cambiado, en el cual se contrastan los “plateados élitros de la televisión” con los “tejados marchitos”, es decir, las aladas antenas de televisión con lo viejo, la tecnología que tapa lo originario del pueblo. El hotel también se impone en la actualidad del pueblo, es la imposición de lo pasajero sobre lo permanente, en tanto que aparece el hotel y no ya lo hogareño; no obstante, el poeta lo bautiza como “Hotel Lluvia”, o sea, como aquella construcción moderna e impersonal que le hace recordar –por contraste– lo que era inmóvil e imperecedero, evoca la aldea que se recupera en los recuerdos. El hablante escucha voces que “le dicen” o “le han dicho” qué hacer, y se muestra confundido o indeciso entre la tentación de la modernidad y los recuerdos del pueblo; el “yo” casi no actúa y parece estar perdido “entre una y otra oscuridad” como lo expresa en otro poema.

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En lo que respecta a lo formal, primero cabe destacar que el poema resaltan los aspectos modernos que irrumpen la aldea con mayúsculas; así aparecen la “Televisión” y el “Hotel”, como elementos que fuerzan e irrumpen en dicha realidad e incluso en el lenguaje usado en el poema. También destacan el uso de la puntuación y comas, en tanto que las comas son inexistentes y que sólo hay presencia de puntos al final de cada estrofa; esto último puede explicarse quizás por una búsqueda de mayor fluidez en la lectura del poema y/o por un intento de mostrar una sencillez poética al escribir, en la cual el poeta, ni siquiera se complicaría en términos de puntación para lograr expresarse. La fluidez en la lectura y la sencillez que parece resaltar en la escritura, nos llevan a considerar otros dos puntos de formalidad. En primer lugar, utiliza repetidamente varias palabras, como buscando reafirmar algo para que el lector lo interiorice: palabras como “tú”, “donde” “y”, son recurrentes en el texto. Además de lo anterior cabe mostrar un alejamiento de las formas más clásicas de la poesía, en tanto que surgen estrofas que tienen diferente cantidad de versos entre sí y una métrica no estructurada que da cuenta de ciertas libertades que se toma el poeta. En el poema Hay un espejo en una pared rota, la temática del arraigo se trata desde la perspectiva del abandono. El hablante nos sitúa en un espacio rural olvidado, alejado del hombre pero intervenido por él en un tiempo lejano, por lo que el sucesor ha sido trasladado, ha “tenido” que olvidar y abandonar este espacio de sus antepasados, teniendo que crecer como un niño huérfano. Este hombre ha emigrado, representando la realidad de muchas personas en aldeas del continente, que en la época fueron en búsqueda de una prometedora y mejor vida; la problemática de que “año tras año las aldeas latinoamericanas van viendo reducirse su población por el éxodo” (Quiñones, 1997). Ahora, tras la vorágine, el hablante insatisfecho y sediento, retorna con decisión a recuperar su tradición. La imagen del espejo es abordada desde el recordar, desde reflejar ese pasado, elevándolo de la desolación y el olvido al plano de la memoria, que, aunque más dignificante, no consigue hacerlo real; el

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retrato del abuelo es alzado desde el entresuelo miserable habitado por “las sombras, las ratas del bosque y el musgo”, hacia la ilusión de realidad otorgada por el espejo. Este reflejo se está haciendo cargo de ese pasado que algún día vio la plenitud en ese espacio hoy denigrado. Es el espejo, objeto del presente que “años y años permaneció en los tablones astillados”, que va también, como el hablante, hacia la plenitud pueblerina de antaño, y a la memoria del abuelo muerto, a través de la acción de “reflejar su retrato”. Sin embargo, y a pesar de la aparente seguridad con la que llega el hablante, quien declara, cual héroe fantástico: “Un día llegué yo”, la acción de retorno no tiene la fuerza para resucitar el espacio, de repoblar la casa o de traer, en experiencia vivida eso que anhela. Más bien es una ilusión de tal cosa, le falta fuerza para hacerlo presente. Y el hablante se halla completamente consciente de ello; está en la casa como un pasajero, viene de visita, deja pasar con él sólo una “angosta cuña de sol”. Y en esta acción reconoce su limitada condición ante los años, mas se conforma con recordar la tradición, con distanciar de “lo olvidado” a este abuelo a través de la acción del recuerdo, pero conservándolo en ese mismo espacio que le fue tan propio y que aún lo es: la casa. De esta relación entre lo olvidado y lo que es apartado de dicha condición, o sea, recordado, se desprende entonces un poder importante que el hombre puede manejar, un recurso que ha descubierto Teillier para afrontar la realidad. La mente humana, movida por la necesidad emocional, es capaz de salvaguardar un elemento del pasado a través de la experiencia de recordar y crear una imagen ilusoria a partir de ese recuerdo; puede recrearlo para sí, puede hacer que sea -en cierto modo- dentro de sus límites materiales presentes, que sí son reales. En cuanto a los aspectos formales, se distinguen el uso aleatorio de puntos, sin más regla o serialidad; una estrofa única que produce cierto caos visual, comprimiendo y dando mayor rapidez a la

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lectura; nuevamente una enumeración carente de comas; y un evidente tono narrativo, sobre todo a la hora de combinar la descripción espacial física con las acciones de este hablante-personaje.

La poesía de Teillier plantea una única direccionalidad, articula un sentido que apunta hacia el pasado. Su poesía, no es nihilista como lo es tal vez es la de Nicanor Parra quien declara que “la vida no tiene sentido”, o la de un Darío, quien se muestra angustiado por la imposibilidad de ser moderno. Teillier se distancia de este negativismo, su respuesta a la modernidad no es el sinsentido ni el absurdo sino más bien, un recuerdo del pasado: una direccionalidad de sentido inverso al moderno, que apunta hacia lo que ya fue y se desea recuperar. En los dos poemas estudiados aquí resalta la imagen del espejo como algo que debe reflejar el pasado por sobre el presente. El espejo se rescata del suelo y sus ratas, poniéndose a disposición de una imagen del pasado, o por el contrario, se quiebra; pero la voluntad del hablante poético de Teillier nunca permite un reflejo de la actualidad. No obstante, la modernidad se impone en la figura claustrofóbica del hotel, en donde se emplaza una vivencia emocional, en la cual el hablante poético va re-descubriendo su pasado por oposición a la realidad del edificio donde está encerrado. A partir de este descubrimiento, la acción del hablante, a quien han cambiado su espacio y robado parte de sí, se orienta a un recordar la aldea y maldecir la modernidad. Con esto Teillier se va identificándose con una visión de mundo anti moderna y neo-romántica, donde “la poesía es la lucha contra nuestro enemigo el tiempo” (Quiñones, 1997), tiempo que se impone y quiere arrasar con los recuerdos e imponer el olvido. Respecto al olvido, el abandono y el paso del tiempo, Teillier consigue desarrollar una expresión estética a partir de una experiencia con el mundo real. En ésta, el mundo verosímil se niega por el anhelo de vivir en un tiempo y espacio ausentes; el recuerdo es capaz de forjar la identidad propia frente a la

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desorientación en la realidad; y el transcurso del tiempo se muestra como culpable del abandono actual y, por lo tanto, su negación se muestra como un consuelo para continuar viviendo esperanzado. A pesar que temáticamente se distancia de la generación de poetas chilenos del 50 por su provincialismo (Cfr. Quiñones, 1997), la poesía de Teillier no es indiferente a los cambios en la forma que ha sufrido la poesía en habla hispana en el transcurso del siglo XX. Se da ciertas libertades estéticas, de puntuación, de léxico, métrica, etc., sin caer nunca por sus temáticas en el mero folklorismo. Utiliza lo nuevo en función de lo viejo, las nuevas formas en pos de expresar recuerdos, el mundo urbano para recuperar parte de lo rural. La simpleza en el modo de escribir que tiene Teillier en sus poemas, contrasta con la rimbombancia y majestuosidad de la poesía rubendariana; colmada de palabras lejanas, conceptos grandilocuentes y un elevado léxico. Darío utiliza estos elementos para crear una poesía llena de musicalidad y rima, cosas que no parecen ser primordiales para Teillier, quien busca recuperar un mundo a través de un lenguaje simple, que evoca en imágenes la sencillez de una cotidianidad perdida. A pesar del auge de la anti poesía y otras expresiones parecidas por la época del autor, hay en Jorge Teillier un rescate poético de la belleza, una búsqueda por alcanzar una hermosura cada vez más escondida y difícil de encarnar. Es una poética que se ancla en una sensación que gente como nosotros, nacidos en la urbe, no podríamos entender nunca completamente: la sensación de que el mundo se descompone respecto a cómo era; un mundo en que lo familiar se reemplaza por extraño y lo arcaico por lo moderno; un mundo en que el lar, el hogar común, se vuelve lejano; un mundo que deja de reflejar la realidad en que antes se identificaba un hablante poético, quien ahora perdido, está inmerso en una búsqueda inocua por recobrar su antes de ayer.

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Bibliografía Quiñones, Guillermo (1997). “Materias y ensueños en la poesía de Jorge Teillier”. Revista Trilce, Año 1, N° 1, extraído el 16 de Noviembre del 2008 de http://www.uchile.cl/cultura/teillier/estudios/13.htm. Paz, Octavio (1972). “El caracol y la Sirena”. Cuadrivio. México: Joaquín Mortiz: pp. 11-65. Teillier, Jorge (1996). Hotel Nube. Concepción: Ediciones LAR. Traverso, Ana (2005). “Constitución de identidad en la recepción de la obra de Jorge Teillier”. Anales de literatura chilena. Año 6, N°6: pp. 137-149.

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