Sabores y sinsabores de la historia.

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Eduardo Tamayo Belda | Sabores y sinsabores de la historia.

Sabores y sinsabores de la historia Flavors and disillusions of history

Comentarios sobre el texto de Carlo M. Cipolla titulado “El papel de las especias (y de la pimienta en particular) en el desarrollo económico de la Edad Media”, de 1973.

Eduardo Tamayo Belda Universidad Autónoma de Madrid [email protected]

Vaya por delante que realizar un comentario sobre la lectura señalada1 nos obliga en este caso a efectuar un doble ejercicio de análisis: de una parte, corresponde la observación y repaso de los acontecimientos y procesos históricos a los que Cipolla hace referencia –con elegante sorna– en el capítulo, y por otra, es necesario hacer un ejercicio de análisis sobre el modo en que se abordan dichas cuestiones, para determinar y clarificar la corriente historiográfica que el autor está siguiendo en su obra, o en la que su texto puede inscribirse. Conscientemente –en aras de organizar las ideas antes de enumerarlas–, empezaremos por la segunda, definiendo la tendencia historiográfica que Cipolla encarna en este texto, en el que se esfuerza por explicar un proceso histórico de larga duración y compleja discusión histórica, como es el desarrollo económico de la Edad Media2 y su deriva hacia un nuevo sistema.

Texto propuesto para su comentario: “El papel de las especias (y de la pimienta en particular) en el desarrollo económico de la Edad Media”, en CIPOLLA, CARLO M. Allegro ma non troppo. Crítica, Barcelona, 1991. La obra fue escrita por Cipolla a comienzos de los años 70, impresa inicialmente en inglés sólo para sus allegados, aunque la insistencia de algunos de ellos ante el éxito de la misma decidió al autor a publicarla en 1988 (tras introducir algunas modificaciones), en italiano, en la editorial Società iditrice il Mulino (Bolonia). La traducción del texto para la edición en castellano de 1991 –que aquí utilizamos– es de María Pons. 2 Convencionalmente, la historiografía tradicional ha considerado la Edad Media como el período histórico que discurre entre ciertos grandes eventos de la historia. En su inicio estaría la caída del Imperio Romano (más bien su desintegración como una única unidad política), hecho que en general puede situarse a mediados del siglo IV d.C. (aunque la decadencia de ese imperio se remonte para muchos historiadores, al menos, hasta el siglo III d.C., quizá antes incluso); en el año 395, el emperador Teodosio I fallecía y dejaba en herencia un imperio dividido entre sus dos hijos: Arcadio (que se ocuparía de Pars Orientalis del Imperium, con capital en la ciudad de 1

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En este texto de los años setenta, Cipolla abandona el tradicional método de acercamiento a la historia, siempre pautado por lo político. Cuando Herodoto o Tucídides (en la segunda mitad del siglo V a.C.) desarrollaron el método crítico de la historia, cuyo fin no era otro que no olvidar el presente. La historia nacía con ellos como la disciplina o el método de descripción del momento presente, haciéndolo pasado, para que pudiera recordarse y en él pudieran reconocerse los hombres por venir. La disciplina histórica continuó por mucho tiempo este esquema –con importantes matices–, y así, durante la Edad Media, la producción histórica tuvo carácter de miscelánea, de recopilación de acontecimientos (en muchas ocasiones muy tergiversados, incompletos, inexactos, exagerados, menospreciados, etc.), en documentos conocidos como crónicas. Como cabría imaginar, estos acontecimientos –los medievales y los antiguos– tendieron por antonomasia a recoger los cambios y las decisiones políticas o militares de la época, preocupándose poco o nada por cuestiones ajenas –en principio– a esta parte del conocimiento histórico. La visión humanista de la historia que se desarrolló durante el Renacimiento cultural europeo (siglos XV y XVI) alteró la concepción del estudio del pasado, en tanto que fue en este tiempo cuando se produjo la división conceptual de la historia en las etapas que hoy utilizamos (la Antigüedad o época clásica, la Edad Media, y el Renacimiento que conduce a la Modernidad). Por oposición entre lo que los humanistas del Renacimiento querían dejar atrás, dejar de ser (el medievo, la edad oscura), y el acercamiento a lo que querían volver a ser o

Constantinopla –antigua Bizancio y futura Estambul–), y Honorio (heredero de la Pars Occidentalis, con capital en Roma –cuyo nombre sí fue respetado–). En el año 410, la otrora capital del mundo era saqueada por los godos con Alarico I comandando las huestes, y en 476 es depuesto el último emperador romano de Occidente –Rómulo Augusto–, por Odoacro (jefe de la tribu germánica de los hérulos, de origen huno y esciro). El final de esa supuesta Edad Media fue situado en torno a las últimas décadas del siglo XV y las primeras del siglo XVI: para los hispanistas, 1492 (año del descubrimiento de América y el final de la reconquista cristiana de la península ibérica) parece marcar un punto de inflexión claro en la evolución histórica, mientras que para los historiadores centroeuropeos, este turning-point estaría más bien situado hacia 1453 (la toma de Constantinopla por los turcosotomanos, y el más tardío avance de éstos hasta Viena en 1529, donde las fuerzas orientales –musulmanas– fueron repelidas por las tropas cristianas del Sacro Imperio Romano Germánico, marcando el máximo avance histórico del Islam por Europa Central); para otros historiadores, el cambio de época tiene mucho más que ver con cambios sociales y del pensamiento (en un viraje europeo-occidental de la Fe a la Razón), como puede ser el surgimiento del humanismo (a caballo entre el siglo XIV y XV, con Dante, Petrarca o Bruni), cuyos caminos intelectuales continuarían importantes pensadores de la Modernidad como Maquiavelo o Thomas More (en el siglo XVI), que darían finalmente con el establecimiento de nuevos modelos socio-políticos en los trabajos –entre otros– de Thomas Hobbes o John Locke (ya en el siglo XVII), configurando claramente proyectos socio-políticos completamente distintos del feudalismo propiamente medieval; estos proyectos se desarrollaron en paralelo a un nuevo sistema económico-productivo –incipiente durante la Baja Edad Media (siglos XI-XV)– y que se configuró y extendió durante la Edad Moderna (siglos XVI-XVIII), para convertirse en el sistema socio-económico característico –con ciertas excepciones y matices regionales y temporales– del mundo contemporáneo: el capitalismo.

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recuperar (los clásicos), surge la división histórica que hoy conocemos. Cuando el Renacimiento se torne Racionalismo e Ilustración, tendremos los ingredientes filosóficos para el desarrollo de las Ciencias tal y como se entienden hoy en día, lo que mezclado con el Positivismo y su idea central –el progreso–, llevará a lo que será la teoría del conocimiento por antonomasia del mundo contemporáneo. Así, la concepción positivista de la historia3 monopolizó la disciplina, considerando el objeto del conocimiento histórico (los hechos pasados) como un dato ya construido, objetivo, completo, auto-explicado, legitimado en su validez, donde el conocimiento histórico sería sólo el registro de ese objeto –o multiplicidad de objetos–, como una fotografía4 del pasado. Este fue un proceso de institucionalización de la historia, de incorporación a la Academia; se entendía que la historia era el conocimiento de los hechos particulares (mientras la ciencia debía ser el conocimiento de las leyes generales); el pensamiento positivista de la historia la considerará como la recopilación de hechos (obviando la formulación y recopilación de leyes). Como cabe imaginar, los reyes, los grandes nobles, las guerras, los héroes, las genealogías, los grandes descubrimientos geográficos… en definitiva, las grandes historias de la historia, fueron los protagonistas de este período, y éstas justificaban –sin necesidad de explicarla– la evolución de las civilizaciones humanas. El panorama histórico cambiaría a finales del siglo XIX y, sobre todo, ya entrado el XX, gracias en gran medida a dos grandes escuelas historiográficas que redirigieron (y profesionalizaron) tanto el concepto como los objetivos y métodos de la historia: la escuela 3

El positivismo histórico (siglo XIX) tiene sus principales representantes en los alemanes Leopold von Ranke y Theodore Mommsen, que ponen énfasis en la narración histórica (de documentos o de la herencia material), una historia en la que el historiador no tiene la palabra, sino tan sólo el pasado. La disciplina abandona las teorías – sobre todo las teorías generales– y se encamina al mero relato, a la mera descripción, de aquello que oficialmente queda del pasado (documentos político-institucionales, inscripciones sobre diversos soportes, etc.). La teoría, la interpretación, el razonamiento y la filosofía de la historia son relegadas, desatendidas por la disciplina. Si de la historia se van a ocupar hombres como Ranke, la filosofía de la historia quedará en manos de Hegel, y después en manos de Marx (cuyo pensamiento filosófico de la historia –el materialismo histórico– fue generado a partir de su crítica al propio Hegel). El positivismo del siglo XIX está además íntimamente relacionado con el romanticismo, con la recuperación de esa etapa oscura del pasado que la Modernidad había defenestrado –la Edad Media– y que en la concepción positivista de la historia debía constituir un paso más en la línea de progreso humano, una etapa necesaria para explicar las transformaciones políticas centro-europeas, sin la cual las concepciones nacionalistas germánicas que emergían en aquellos momentos no tendrían una base sólida de anclaje al pasado. 4 El registro fotográfico, en su concepción actual, existe desde mediados del siglo XIX, y no es difícil imaginar que la disciplina histórica tratase de acercarse a ese halo de neutralidad y veracidad que se reflejaba en aquel novedoso sistema de registro de la realidad, tratando de hacer lo mismo, ya no con la imagen presente, sino con una supuesta imagen pasada, que se encontraba en los documentos históricos y en los hallazgos materiales de las civilizaciones y los pueblos del pasado. Sin embargo, aquello relegaba al olvido a gran parte de las gentes que vivieron en esos otros tiempos, gente sobre la que nadie escribió nada con objeto de que fueran recordados, gente anónima que no saldría en la foto de la historia.

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francesa de Annales y, algo posterior, la escuela marxista británica –vinculada a la revista de historia Past&Present–. Pero antes debemos señalar que esa gran historia que hasta entonces explicaba el mundo, la historia política de los pueblos y naciones, de los grandes hombres y las grandes gestas, ya estaba siendo erosionada desde el siglo XVIII por formulaciones teóricas sobre la historia de la economía: Smith5, Ricardo6 y Malthus7 ya habían trabajado en la segunda mitad de este siglo con aportaciones históricas para sus planteamientos sobre economía. Pero sobre esas teorías de Smith o Ricardo, más abstractas, van a surgir otros estudios sobre la evolución económica, como los de List8, quien consideraba que cada tiempo tenía unos conceptos propios, ya que estos eran temporales y no universales, y así el contexto –la historia– configuraba claramente el origen y evolución de cada sistema económico. Tampoco debemos olvidar las importantísimas aportaciones de Marx9 durante el siglo XIX, sin las cuales no se entenderían la mayoría de las derivas intelectuales más novedosas del siglo XX, y de Weber10, a finales del XIX e inicios del XX. Pero lleguemos al siglo XX: en los años veinte y treinta se desarrolló en Francia un proceso de renovación historiográfica que marcará la disciplina en ese país durante el resto del siglo y que tendrá enorme difusión e influencia en el resto de la Europa occidental; la escuela

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Adam Smith, economista y filósofo escocés, publicó en 1776 su obra La riqueza de las naciones, que tendría un éxito inmediato, y que utilizaba la historia para explicar –entre otras cosas– la acumulación de capital. Esta obra acabó por ser el eje principal que configuró la teoría liberal de la economía. 6 David Ricardo, economista británico, publicó en 1817 la obra Principios de economía política y tributación, una exposición fundamentada y precisa de la economía clásica en la que el autor buscaba determinar las leyes que regulan la distribución, leyes que, por lógica, tenían ya un carácter eminentemente histórico. Por sus estudios sobre economía, se le terminará considerando como el padre del capitalismo moderno. 7 Thomas Robert Malthus, clérigo y erudito británico, publicó –aunque anónimamente– la obra Ensayo sobre el principio de la población (que amplía profusamente en las posteriores ediciones de las tres décadas siguientes), texto por el que es considerado uno de los primeros demógrafos y representante también del estudio de la economía clásica. 8 Georg Friedrich List, economista alemán que desarrolló lo que se conoce como Sistema Nacional, en el que List compara el comportamiento económico de un individuo con el de una nación, aduciendo que el primero promueve sólo sus propios intereses personales mientras que un Estado promueve el bienestar de todos sus ciudadanos. 9 Karl Heinrich Marx, filósofo alemán que abordó muchos ámbitos del conocimiento (filosofía, política, economía, historia, sociología…), siendo también uno de los primeros en relacionar sólidamente historia, economía y sociedad. En 1867 publicó El Capital; crítica de la economía política, obra cumbre en la que, a través de sus tres tomos, el autor analiza el proceso de producción del capital, el proceso de circulación del capital, y el proceso global de la producción capitalista. 10 Maximilian Carl Emil Weber, filósofo alemán que, como Marx, abordó casi todos los campos de las humanidades y las ciencias sociales. En 1905 publicó La ética protestante y el espíritu del capitalismo, que se convertiría en su obra más reconocida, donde plantea la relación histórica e interacción entre varias ideologías religiosas (que pautaban los comportamientos sociales) y los comportamientos económicos (principalmente del capitalismo).

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de Annales11, con Marc Bloch y Lucien Febvre a la cabeza, primero, para después continuar el trabajo (una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial) Fernand Braudel y Ernest Labrousse, cuando se institucionalizó esta corriente historiográfica, que adquirió gran poder en las ciencias sociales, pasando a estar al frente de la historiografía de momento. La tercera generación de la escuela (muy marcada por el momento de explosión socio-política de Mayo del 68) está principalmente representada por Jacques Le Goff, Pierre Nora, Georges Duby... Esta escuela va a resignificar la disciplina de estudio de la historia a través de sus varias generaciones, y se caracteriza por abandonar la historia en su concepción tradicional, que situaba como protagonistas a la política y a los individuos, para elevar a objeto de estudio principal los procesos y las estructuras sociales, en una variedad de temas y enfoques que irá modificándose con el paso de las décadas, llegando a diversificar ampliamente a finales del siglo XX las temáticas de estudio debido –en gran medida– a la amplia gama de herramientas de las ciencias sociales que emplearon en el estudio y análisis de la historia. Los historiadores de la escuela de los Annales toman conciencia de que no escriben sobre acontecimientos pasados reales, como hubiera dicho Ranke, sino que escriben sobre la interpretación que de éstos hacen ellos mismos, empleando para ello los métodos y la disciplina historiográfica profesional; en suma, con Annales la historia toma conciencia de su propia subjetividad. Aunque ligeramente posterior, en paralelo a la escuela de Annales va a surgir otra corriente historiográfica distinta, aunque de inspiración, influencias y consecuencias similares: la escuela marxista británica. Si la renovación de Annales provenía de la Academia, la renovación marxista tendrá como origen distintos focos.12 Esta escuela se organiza en torno a la revista Past&Present13, y fue la consecuencia historiográfica de un rechazo a la tradición liberal de la historia, que se centraba fundamentalmente en la historia constitucional británica, considerando que ésta era una ampliación progresiva, lenta pero resistible, de las libertades inglesas. La historiografía marxista ha hecho importantes contribuciones a la historia de la clase obrera, de las naciones oprimidas y a la metodología de la historia desde abajo14; su principal 11

Llamada así en referencia a la revista en torno a la cual se organizaron sus ideólogos: Annales d'histoire économique et sociale (comúnmente conocida como Annales), que posteriormente cambiará de nombre un par de veces. 12 Los postulados de estas dos escuelas no son unitarios; internamente se suceden debates, posturas y conflictos ideológicos e intelectuales a lo largo del tiempo; además, ambas coexisten con la pervivencia de la escuela tradicional. 13 Fundada en 1952 por una serie de historiadores asociados al grupo conocido como "marxistas británicos"; estuvo vinculada al Partido Comunista Británico, y fue pionera en el desarrollo de la historia social. 14 Término que había sido propuesto por el historiador francés Georges Lefebvre, vinculado también a la escuela de Annales; Lefebvre, que fue socialista toda su vida (y amigo de Jean Jaurès), se vió muy influenciado por el

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característica se ha basado en la tesis del carácter determinado de la historia, en la concepción de ésta como una lucha de clases (muy resumida en el concepto de choque entre clase dominante y oprimida). En este sentido, ésta es una visión teleológica de la historia15. Además, en consonancia con los planteamientos de Marx y Engels, su objetivo es también político, en tanto que pretende alzarse como un instrumento para llevar la libre conciencia a los oprimidos en su liberación.16 A esta escuela pertenece el importante historiador británico Edward P. Thompson (autor –entre otras publicaciones– de la obra clave La formación de la clase obrera en Inglaterra, publicada en 1963); no obstante, el principal exponente de esta escuela –y con poco margen de error también el más notable y reconocido historiador del siglo XX– es Eric Hobsbawm, historiador marxista británico de origen judío (nacido en Alejandría, Egipto), y que es considerado por la mayor parte de la Academia como el pensador clave de la historia en el siglo XX. Su obra clave es una trilogía17 –a la que se añade un cuarto libro sobre el siglo XX– de una profundidad histórica raramente vista antes, escrita y publicada a lo largo de las décadas centrales de la segunda mitad del siglo XX, a través de la que hace un análisis y un admirable esfuerzo interpretativo y de conexión histórica del mundo contemporáneo desde 1789 hasta los últimos años del siglo pasado, mediante una narración muy accesible, un relato renovador y apasionante de la historia universal contemporánea. Así fue marcada la historiografía del siglo XX, influida por la escuela francesa de Annales y/o la escuela marxista anglosajona (ambas cercanas al materialismo histórico de origen marxista), de la mano con la historia social, en lo que podríamos considerar más un enfoque historiográfico antes que un género; un enfoque denominado historia económica y social, en el que se inscribe nuestra obra-objeto: Allegro ma non troppo, escrita por el historiador italiano Carlo Maria Cipolla (1922-2000), que mostró a través de sus obras un mayor interés en las causas razonadas que a lo largo de la historia han provocado determinadas condiciones sociales marxismo y el materialismo histórico después de la Segunda Guerra Mundial, y es uno de los ejemplos intelectuales más claros de liaison entre la escuela marxista británica y la escuela francesa de Annales. 15 Postula un sentido de la historia hacia un estadio final ideal, que sería una sociedad sin clases, y por tanto sin opresores ni oprimidos. La invasión soviética de Hungría en 1956 desgastó la confianza en el comunismo de corte estalinista, pero no en el ideal de sociedad y en el combate ideológico al capitalismo; y el viejo topo siguió hoyando a pesar de todo… 16 BUSTAMANTE OLGUÍN, F.G. “La historia social desde abajo y su búsqueda de una tradición radical inglesa; la labor de la Escuela Marxista Británica”, Hablemos de Historia, 4 de septiembre de 2009. [Visto: 10.09.2015]. < http://hablemosdehistoria.com/la-historia-social-desde-abajo-y-su-busqueda-de-una-tradicion-radical-inglesala-labor-de-la-escuela-marxista-britanica/ > 17 La trilogía de Hobsbawm se compone de La era de la revolución, 1789-1848 (de 1962); La era del capital, 1848-1875 (de 1975); y La era del imperio, 1875-1914 (de 1987). El libro que completa esa colección es su obra Historia del siglo XX (The Age of Extremes en su título en inglés, de 1994).

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y económicas, que por transmitir a la posteridad un conjunto de hechos materiales y cifras concretas, inconexas y desestructuradas históricamente. El capítulo de Cipolla hace referencia precisamente a una historia socio-económica, donde los grandes acontecimientos políticos son tangenciales al discurso narrativo de lo social y lo económico, y en muchos casos se derivan de éstos, y no al revés, como la historiografía tradicional siempre ha postulado. La de Cipolla es la historia de los personajes sencillos, anónimos, ajenos a las grandes historias políticas y epopeyas; es la historia de unos personajes sin poder, que cambiaron el mundo en silencio, sin hacer ruido, sin cronistas a su lado, empujados por las pequeñas cosas de la vida, por los deleites y padecimientos más mundanos y más comunes entre quienes no ostentaban ningún título de mayor valía que el de la propia vida y el alimento del día presente. En su ejercicio de construcción de un metarrelato social para la historia, Cipolla nos presenta razonamientos novedosos, ignorados por la historiografía secular, de un proceso histórico clave para la comprensión del mundo que se decantó a partir de la Edad Media, para empezar a atisbar, y poder reconocer –siglos después–, un locus novus económico-social en Europa: la Edad Moderna18, y más pronto que tarde, el capitalismo. Cipolla, como muchos otros historiadores de mediados del siglo XX, abandona las decisiones y supuestas querencias políticas y militares de los grandes reyes y nobles europeos de Medioevo como hilo conductor del discurrir histórico, y abraza las nuevas tendencias metodológicas de la historia, entre ellas el análisis demográfico (amparado no sólo en censos oficiales –el término hay que entrecomillarlo mucho para que adquiera cierto sentido–, sino también en otros elementos que han quedado en la historia en diversas formas y modos: fuentes parroquiales (nacimientos, casamientos, defunciones), extensiones de explotación agraria, número de reses de las ganaderías, registros judiciales, transacciones comerciales, migraciones, toponimia, apellidos, registros demográficos de todo tipo, tasas de natalidad o mortalidad, costumbres, gustos, enfermedades, formas de relación social, monopolios comerciales, arte, dichos o cantos populares, prensa, cartas, literatura, y un largo etcétera (sin olvidar, además, las fuentes tradicionales). El historiador escribe la historia a partir de la información que le suministran

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Ese proceso, esa nueva situación, la define francamente bien el filósofo español Ortega y Gasset, cuando dice que “desde el siglo XVI ha entrado la humanidad toda en un proceso gigantesco de unificación; […] desde aquel siglo puede decirse que quien manda en el mundo ejerce, en efecto, su influjo autoritario sobre todo él; […] Europa mandaba; […] ese estilo de vida suele denominarse Edad Moderna”. ORTEGA Y GASSET. J. La rebelión de las masas. Austral, Barcelona, 2012, p. 188.

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esas fuentes pasadas, que como hemos visto pueden ser de diversos tipos; al fin y al cabo, todo registro, cualquier objeto o resto realizado o utilizado por el hombre, es susceptible de aportarnos información, parcial o total, sobre los hechos pretéritos. Y esto lo aprendieron y lo pusieron en práctica los historiadores renovadores del siglo XX, entre ellos el italiano Carlo Cipolla. A esta inclusión de nuevas fuentes se le deben añadir nuevas metodologías de análisis e interpretación de los datos registrados en la historia, como por ejemplo la cliometría19, métodos cuantitativos, cálculos estadísticos, etc. La puesta en escena de este tipo de procedimientos amplió las posibilidades deductivas e interpretativas de la disciplina, y tuvo como resultado una producción historiográfica de profundidad, que permitía identificar procesos perentorios que habían quedado sumergidos en una maraña de acontecimientos políticos bien registrados, pero que no daban respuesta a esas largas etapas de cambio lento pero continuo, lo que Braudel llamó (y ya fue mencionado al inicio de este trabajo) el tiempo largo20 de la historia. En lo que sigue, analizaremos en detalle cuál es la historia que Cipolla nos cuenta en su obra, cómo se gesta la imagen de ese tiempo largo, a través de la historia social, de la historia de la gente. En la primera parte de Allegro ma non troppo, que Cipolla titula El papel de las especias (y de la pimienta en particular) en el desarrollo económico de la Edad Media, el autor narra una secuencia de acontecimientos que resultan una interpretación novedosa –de fundamentación social y económica, y no esencialmente política– de algunos de los grandes procesos de la Edad Media, como fueron el desarrollo del comercio, las grandes migraciones y conquistas de los europeos hacia el este, la crisis del siglo XIV o la Guerra de los Cien Años. Como el propio autor indica en su introducción a la obra, sus comentarios no deben ser tomados en serio en todo su ser, y sin embargo, la exposición de acontecimientos y procesos a los que

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Es la metodología de análisis que utiliza de manera sistemática la teoría económica, la estadística y la econometría para el estudio de la historia económica. Su nombre deriva de Clío (musa griega de la historia), y metría (medición). El término fue acuñado en los años sesenta por Jonathan R.T. Hughes y Stanley Reiter. Con todo, Cipolla hace referencia a estos métodos con bastante ironía en su texto. 20 Fernand Braudel publica en 1949 una obra clave: El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II; en ella, el autor imagina y concibe tres niveles de discurso histórico: los acontecimientos, la generación, y los procesos. Y así, define el tiempo largo. En su obra, Braudel describe primero la realidad físico-geográfica de un Mediterráneo común a todos los pueblos que lo bordean y que los define en el tiempo, en la historia; después analiza la historia social y el medio productivo de esas regiones (la agricultura sobre todo); y por último atiende los acontecimientos militares (las guerras hispano-turcas, las guerras hispano-francesas,…) y a los individuos que las protagonizan.

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hace referencia Cipolla nos ayudarán en este trabajo, en un abordaje de esos sucesos pretéritos desde una perspectiva socio-económica. Cipolla inicia su relato analizando la caída del Imperio Romano, allá por el siglo V d.C., un acontecimiento que si bien no puede concentrar todo su significado en un único momento exacto de la historia, sí puede entenderse desde la historia social como un momento de profunda inestabilidad política, de agitación social, de desarraigo cultural y pérdida de un ideal de sociedad; se trata, en suma, de una crisis de identidad (no es sólo una crisis política, ni económica, ni social), es un momento en que la gente habría dejado de reconocer el Imperium en sus vidas, en sus instituciones, lo que habría generado una completa incertidumbre, inconsistencia, una desorientación no vista desde hacía siglos en Roma… Sobre esto, Cipolla cita un muy buen ejemplo al recordar las palabras de San Jerónimo tras el saqueo de Roma en 410 d.C. por los godos, acaudillados por Alarico: “Si Roma puede perecer, ¿nos queda algo seguro?”.21 La fatalidad del momento (que iría a más con el paso de las décadas que Jerónimo de Estridón22 ya no conocería), se resume en esta otra frase suya que también recoge Cipolla en su capítulo: “Se ha apagado la luz más brillante del mundo”.23 Al calor de estas palabras, de estas sensaciones, nacía por entonces lo que tardaría siglos en conocerse como Edad Media; las causas de este drástico giro son probablemente muchas (invasiones de los pueblos bárbaros –que ya venían produciéndose escalonadamente desde el siglo III d.C. –, incapacidad del Imperio de continuar su proceso expansivo por las resistencias en los últimos limes –sin avance militar no había esclavos–, primeras fases de secesión interna, etc.). Las contradicciones de aquel monstruo político no eran pocas. Sin embargo Cipolla nos presenta una original y simpática interpretación de esa decadencia anunciada: para él, irónicamente, habría sido la ingesta continuada de plomo (que se mezclaba con el agua en recipientes y cañerías por todos los centros de poder del Imperio, las ciudades) lo que provocó la esterilización de la aristocracia romana, que por esto moriría cada vez más a menudo y nacería cada vez menos. Y así, al tiempo que Cipolla nos revela el conocimiento histórico acerca de cómo era una parte de la vida de aquellos ciudadanos romanos urbanos (a los que generalmente no hemos visto más que en las guerras contra los bárbaros o en las cáveas de los anfiteatros viendo morir en la arena a su Cristiano Ronaldo o subirse a la cuadriga a su Usain

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CIPOLLA, C. Allegro ma non troppo. Edición oficial, 1996, p. 5. Jerónimo de Estridón (San Jerónimo) nació en Estridón (Dalmacia) en el 340 y muere en Belén el 420. 23 CIPOLLA, C. Allegro ma non… op. cit., p. 5. 22

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Bolt)24, nos invita también a imaginar cómo aquellos comportamientos y usos comunes habrían podido tener mucha trascendencia en las consecuencias futuras de esa civilización.25 Aquel envenenamiento –dice Cipolla– provocó la pérdida paulatina de la clase pensante y culturalmente más avanzada de las ciudades de Roma; aquejados de debilidad y esterilidad, los romanos fueron incapaces de resistir a los bárbaros, y “la consecuencia fue una ruina general y profunda”.26 La desintegración

político-social

de Roma

condujo

inevitablemente a una

desestructuración del comercio y el sistema económico mediterráneo27, que había sido notablemente coordinado y protegido durante los siglos del Imperio; la atomización política de los territorios a partir del siglo VI, junto con los avances musulmanes en los dos siglos inmediatamente posteriores, provocaron una ruptura entre Oriente y Occidente, entre el mundo cristiano (greco-romano-germánico) y el mundo islámico, que tardaría tiempo en cerrarse. Para Cipolla, como para otros autores medievalistas, estos siglos iniciales de la Edad Media (lo que se conoce como Alta Edad Media) fueron los siglos que determinaron el origen del feudalismo europeo-occidental. La sociedad se organizó en tres estamentos: los oratores (estamento eclesiástico, los clérigos), los bellatores (estamento militar, los nobles) y los laboratores (estamento trabajador, los siervos).28 No obstante, sin desmentir lo anterior, en realidad

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Los romanos (como ocurre en la sociedad contemporánea), eran fanáticos del espectáculo (hoy sobre todo en el deporte); en la época del Imperio aumentó el gusto por las carreras, y los aurigas se convirtieron en ídolos de la multitud (aunque seguían siendo esclavos y libertos). En el siglo II d.C. se denominaron miliarios a los aurigas que alcanzaban las mil victorias en carrera, y éstos gozaban de respeto y fama (acumulando enormes riquezas). Uno de los más conocidos fue un hispano-lusitano llamado Cayo Apuleyo Diocles, que se dedicó a las carreras de caballos durante 24 años, alcanzando una gloria de dimensión tal que en su honor se erigió un monumento cerca del Circo de Roma. 25 ¿Cuáles serán, por ejemplo, las consecuencias de una sociedad cada día más digital y más alejada, por tanto, del contacto con los libros, con las cosas, con la gente? Probablemente la futura interpretación histórica general de este presente se base en acontecimientos políticos o militares clave, pero nosotros podríamos imaginar que hubo mucho más… 26 CIPOLLA, C. Allegro ma non… op. cit., p. 7. ¿Qué otra clase de envenenamiento será consecuencia de la desaparición de los libros en su sentido tradicional en la Era Digital Total a la que se aboca el ser humano a cada paso que da sobre el siglo XXI? ¿Qué consecuencias tendrá ese próximo envenenamiento…? 27 La sociedad romana era una sociedad eminentemente urbana, pero su economía era predominantemente agrícola; la necesidad de abastecer regularmente a las grandes urbs imperiales de comida y todo tipo de productos venidos de todas partes (incluso de fuera del Imperio) había convertido a la romana en una economía monetaria y mercantil. 28 En el año 998, Adalberón de Laon escribió un texto, Carmen ad Rotbertum regem francorum, en el que define, justifica la existencia de estos tres estamentos, legitima la sociedad feudal.

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podemos hablar de que –conceptualmente– los estamentos eran dos: hombres libres y hombres no-libres29 (lo que serían el estamento privilegiado y el estamento trabajador)30. La cercanía del año 1000 –y la estructura socio-económica de la Europa de los cinco siglos anteriores–, junto con el ahínco de la Iglesia romana, habían generado unas expectativas apocalípticas que no se cumplieron, y a partir de ese momento Europa occidental vive un período de resurgimiento, de recuperación del interés por las cosas terrenales, que habría tenido como consecuencia materialista los avances hacia el este que conocemos como Drang nach Osten31 (la marcha hacia el este de los pueblos germanos) y las Cruzadas32 (operaciones cristianas de conquista de las tierras santas, que serían recuperadas de manos del infiel musulmán). Cipolla se aleja de la tradicional interpretación de estos acontecimientos, y les imagina un nuevo sentido, un nuevo argumento: esos procesos serían la respuesta occidental a una demanda insatisfecha de los productos que venían del oriente (particularmente la pimienta). Así, Europa no se decidió a tomar Oriente por una cuestión de fondo de la fe, sino por un interés precapitalista, por una necesidad económica; los cruzados no ansiaban arrebatar Jerusalén al infiel –con el favor del Señor– para alcanzar la salvación divina y extender la fe cristiana, sino tomar los campos de petróleo del momento (las rutas de la seda y las especias que, nacidas en el Lejano Oriente, circulaban por aquellos territorios, se consideraban –en la lógica medieval– injustamente atestados de infieles musulmanes). En este contexto, la deriva hacia nuevos territorios en el este por medio de la violencia, el saqueo y la conquista, significaría una reconexión este-oeste que permitiría saciar las demandas insatisfechas de los oscuros europeos alto-medievales. ¿A quién beneficiaría principalmente esta re-conexión? La respuesta para Cipolla es que fueron los comerciantes quienes pudieron retomar una actividad que había quedado casi desarticulada después de la caída del Imperium. En estas rutas hacia el este había implicados importantes intereses comerciales (que sobre todo aprovecharon venecianos y genoveses, aunque no fueron los únicos). Estos mercaderes europeos (muchos italianos) obtenían

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Debemos entender esa libertad en los términos del período, en referencia al trabajo (los hombres libres no trabajaban, los hombres no-libres sí lo hacían), no debemos pensar en ello como libertad contemporánea. 30 Estos estamentos no eran en realidad una completa novedad: procedían de una degeneración del ordo romanus. Los romanos dividieron su sociedad por ordines, que se parecen a los estamentos medievales (éstos se definen por el nacimiento, los privilegios y la función) más que a las clases sociales contemporáneas (que se definen por la renta). 31 CIPOLLA, C. Allegro ma non… op. cit., p. 10. 32 Ibídem, p. 11.

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importantes beneficios en las transacciones que realizaban, llevando al este armas y objetos de fabricación en hierro y trayendo de allí especias y objetos poco comunes en Occidente, y muy valorados. Estos mercaderes, que inicialmente realizaban ellos mismos el viaje, poco a poco van teniendo el potencial económico para hacer viajar a otro, con sus mercancías, mientras ellos se van haciendo sedentarios. La última fase de esta evolución comercial es la que se conoce como sistema de factorías, en la que el comerciante ha adquirido una potencia capitalista lo suficientemente sólida como para permitirse fundar establecimientos autónomos en plazas extranjeras (una especie de sistema inter-local de sucursales).33 La caída del Imperio Romano produjo un aumento de la inseguridad en los caminos, además de una decadencia importante de las infraestructuras (caminos, puentes, hospedajes,…), lo que complicaba enormemente el transporte de mercancías, y por ende, el comercio. Así, hasta fines de la Edad Media, no fue posible alcanzar la etapa de capitalización fuerte de los mercaderes europeos, puesto que para ella se requería una fiabilidad inter-local en los transportes y una seguridad jurídica inter-territorial34, que antes, como hemos visto, no se daban. Por esto, el comercio medieval tuvo su centro de gravedad en el comercio al por menor, puesto que éste ofrecía mayor posibilidad de éxito, con mucho menor riesgo y mayor actividad (aunque con ratios de beneficio mucho menores también). Para poder controlar y dominar este creciente negocio, los comerciantes necesitaron ayuda técnica: así, mientras los nobles se entretenían aprendiendo y practicando las artes de la lucha –como nos dice Cipolla– los mercaderes urbanos crearon escuelas en las ciudades donde se enseñaba contabilidad, un sistema desarrollado para controlar el valor de las transacciones, y asegurar el beneficio (o lo que es lo mismo, que mientras los nobles perdían su tiempo malgastando sus fortunas en armas y en juegos de guerra, los mercaderes estudiaron y pusieron en práctica el método para arrebatarles aquellos privilegios a través del capital, un concepto desconocido por los nobles). A la larga, fue el comercio la principal actividad económica

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WEBER, M. Historia económica general. Fondo de Cultura Económica, México D.F., 2011, pp. 235-236. Ibídem, p. 236.

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mundial35, y la guerra quedó subordinada a éste, sucediéndose las guerras sobre todo por las rutas y enclaves comerciales en disputa.36 El comercio racional es el que aparece cuando por primera vez se lleva una contabilidad, circunstancia que acaba siendo decisiva en la vida económica. Este recurso de llevar una cuenta exacta se planteó por primera vez en todos aquellos casos en que los negocios eran explotados por compañías.37 Sólo cuando se planteó un comercio como una empresa de varios surgió la necesidad clara de la contabilidad racional, debido a que entre los socios se imponía hacer una liquidación al final del negocio (aunque los procedimientos técnicos de la contabilidad fueron muy imperfectos hasta comienzos de la Edad Moderna). De hecho, nuestro sistema de guarismos es una creación de los hindúes (de ellos lo tomaron los árabes y, quizás, los judíos, que lo habrían introducido en Europa). Con todo, sólo a partir de la época de las Cruzadas –por esa re-conexión de la que nos habla Cipolla– su difusión llegó a ser realmente general, convirtiéndose en sistema de contabilidad.38 Los mercaderes –entonces– se afanaron en capitalizar los privilegios que hasta ese momento ostentaban los nobles, pero no se olvidaron de la otra parte del primer mundo medieval (la otra cara del estamento privilegiado, el clero y sus organizaciones). Como argumenta Cipolla, donaron grandes sumas a las instituciones eclesiásticas (sus negocios mercantiles no estaban muy bien reconocidos en el Medievo, y la Iglesia tenía demasiado poder como para subestimar su influencia sobre la sociedad y la política, de forma que, a través de importantes donaciones, los mercaderes se aseguraban el favor de Dios, y sobre todo y mucho más importante, la consideración y complicidad de los obispos). Las muchas catedrales que comenzaron a construirse o a repararse y ampliarse pusieron en circulación también grandes sumas monetarias que la Iglesia mantenía hasta entonces en sus arcones, generándose así, mediante el comercio, la conquista territorial y la reactivación de la construcción de grandes 35

Muestra de ello es que, cuando los españoles alcanzaron las costas americanas a finales del siglo XV e iniciaron su expansión, la organización comercial fue establecida inmediatamente después del descubrimiento, antes mismo que la organización política y administrativa del Nuevo Mundo. FERRER, A. Historia de la globalización I. Orígenes del orden económico mundial. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2013, p. 236. 36 Como apuntó en un texto de 1923 el político revolucionario ruso Lev Trotsky (teórico del concepto de revolución permanente): “Es una tarea muy difícil, imposible de resolver en su pleno desarrollo, el determinar aquellos impulsos subterráneos que la economía transmite a la política”. Eso mismo estaba ocurriendo, como Cipolla se esfuerza en explicarnos en modo ameno, en la Europa tardo-medieval. TROTSKY, L. “La curva del desarrollo capitalista”, en El capitalismo y sus crisis. CEIP León Trotsky, Buenos Aires, 2008, p. 111. 37 WEBER, M. Historia económica general, op. cit, p. 242. 38 Según M. Weber, a partir de la generalización del sistema de guarismos (que no fue aceptado oficialmente hasta los siglos XV-XVI), nace la contabilidad occidental; este hecho no se encuentra en ninguna otra parte del mundo, teniendo solamente precursores en la Antigüedad. Ibídem, p. 244.

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obras religiosas, una fase expansiva de la economía europea, que permitió un crecimiento considerable de la población del continente, y por ende, de la riqueza.39 Gracias a que, hasta el siglo XIV, el aumento de la renta fue mayor que el aumento de la población, Europa pudo escapar a la trampa malthusiana40 durante la fase expansiva de su economía, y esta revolución económica provocó y apuntaló una revolución social41, con el progresivo declive del sistema feudal (de su economía, de sus finanzas, de sus formas de relación social, de sus rígidas jerarquías sociales, etc.), cuando el capital empezó a jugar un papel fundamental, entrando en escena un protocapitalismo medieval que conduciría a Europa hacia el precapitalismo. Además, se dio en esta época –muy asociado a la nueva era que se avecinaba– un auge de las ciudades42, una recuperación urbana que no se veía desde tiempos del Imperio Romano. La clase social clave de este período histórico va a ser la burguesía mercantil urbana, que va a desbancar a la nobleza (y en menor medida al clero) en capacidad económica y financiera. Sin embargo, en este proceso, el campesinado siempre estuvo relegado, pues ambos sistemas (feudal y burgués) requerían de la disponibilidad de una gran masa de población trabajadora con baja remuneración para permitir la generación de beneficios efectivos; lo mismo ocurrirá tras la Revolución Industrial, cuando los trabajadores –entonces obreros del sistema fabril–

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Hasta la Revolución Industrial, la economía estaba estrechamente ligada a la agricultura y, en menor medida, a la ganadería, que determinaban la riqueza de una comunidad. La población (que en definitiva era la que con sus brazos y su fuerza preparaba, cultivaba y recolectaba la tierra) era el más importante indicador de riqueza: a más población, mayor capacidad de desarrollo de la agricultura y, por tanto, mayor riqueza. Sólo la introducción de innovaciones técnicas cualitativas, añadidas a la invención de un modo de aprovechamiento de la energía térmica a través de su transformación en energía mecánica –la máquina de vapor–, permitieron (ya a finales del siglo XVIII, en Inglaterra) saltar la barrera tecnológica que había marcado el desarrollo de los grandes imperios agrícolas hasta la fecha. Algunos libros, como dos obras de Jared Diamond (biólogo, fisiólogo y geógrafo estadounidense), dan buena cuenta de estas cuestiones: Armas, gérmenes y acero (publicada en 1997) y Colapso: Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen (2004). Otras obras, como Orígenes del mundo moderno; una nueva visión (2007), de Robert B. Marks, hacen referencias similares. 40 Ya hemos mencionado antes a Thomas Malthus, quien desarrolló una teoría demográfica que permitía explicar algunas catástrofes de esta naturaleza; explicó que la población aumenta en progresión geométrica, mientras que el suministro de comida sólo puede aumentar en progresión aritmética (en las civilizaciones pre-industriales). La ley de Malthus predecía un fenómeno llamado catástrofe malthusiana, en el que los recursos alimentarios serían claramente insostenibles para mantener a la población. 41 CIPOLLA, C. Allegro ma non… op. cit., p. 19. Como recupera Cipolla de un sociólogo norteamericano, “una versión preprotestante de la Ética protestante de Weber desempeñó un papel fundamental en la decadencia del feudalismo”. 42 Las pocas que habían mantenido cierta importancia en Europa durante la Edad Media, lo habían hecho gracias a alguna particularidad que las hacía francamente proclives a su hegemonía regional, al contar con una sede episcopal (con catedral incluida), ser enclave comercial importante, tener universidad, etc.

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seguirán siendo explotados (con sueldos muy por debajo del beneficio capitalista generado por su trabajo), esta vez ya por los empresarios-productores capitalistas. Después de tres siglos de fase expansiva (siglos XI-XIII), de prosperidad y crecimiento económico, Europa volvió a entrar en decadencia en el siglo XIV. A finales de la Edad Media, el subcontinente europeo se vio sumido en una profunda crisis (en esta depresión se sentarían las bases del ascenso de Occidente). Entre 1340 y 1420 la población europea pasó de 80 a 50 millones de habitantes (se perdió aproximadamente un 35% de la población), siendo la mayor catástrofe demográfica de la historia del continente hasta la fecha; muchas zonas de Europa, como Francia, perdieron hasta la mitad de sus efectivos demográficos. Esta fue la primera crisis general del feudalismo, y su origen estaba en las propias contradicciones internas del sistema feudal. Durante la fase expansiva de casi cuatro siglos la población europea pasó de 40 a 80 millones de habitantes, pero este crecimiento demográfico se había basado en el aumento de la extensión de superficies cultivables; la lógica era sencilla: para alimentar a más campesinos simplemente se ponían en explotación agrícola más tierras. Pero ese crecimiento queda paralizado a mediados de la Baja Edad Media (incluso provoca que muchas comunidades deban regresar de Tierra Santa). Se paraliza así la expansión territorial y el aumento de la población ya no puede soportarse con la extensión de cultivos, de modo que no quedó otra opción que poner en explotación tierras marginales. De esta forma, el aumento de la producción en Europa para dar de comer a más habitantes se hizo a costa de una caída de la productividad agrícola (es lo que conocemos con el nombre de ley del rendimiento decreciente). Quienes producían alimentos tenían unas economías descapitalizadas, ya que los excedentes no se quedaban en la casa del campesino para mejorar el cultivo (un concepto clave en el capitalismo, el de tecnificación y progreso continuo de la eficiencia), sino que se entregaban a los macroparásitos.43 En esta coyuntura, empezarán a darse malas cosechas, que se inician al comienzo del siglo XIV (agravadas como consecuencia del comienzo de la Pequeña Edad del Hielo44). En consecuencia, empiezan a producirse hambrunas, cada vez más regulares, y se generan esporádicamente crisis de subsistencia (que los especialistas denominan

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Así es como Diamond (ya mencionado en la nota al pie número 37) hace referencia a los señores feudales y al clero, que absorbían los beneficios capitales de sus vasallos y siervos que éstos obtenían por el cultivo de las tierras. 44 Período frío que abarcó desde comienzos del siglo XIV hasta mediados del XIX. Puso fin a una era extraordinariamente calurosa llamada óptimo climático medieval. Los estudios dendrocronológicos han determinado que la temperatura media bajó entre 1-2ºC. Este período anormalmente frío finaliza hacia 1850.

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crisis de tipo antiguo, anteriores a la Revolución Industrial), que son en suma crisis de producción. Debido a esto, en las primeras décadas del siglo XIV la población ya estaba decreciendo, pero también debemos añadir la aparición en Europa de la peste negra. La epidemia (causada por el bacilo de Yersin) llega en 1347 al continente (a la península italiana), precisamente en las ratas y las pulgas que venían a bordo de barcos mercantes que comerciaban con Oriente (dónde se originó la plaga), y en un solo año se propaga por toda la península occidental. Como consecuencia de estos dos factores, en menos de dos años la población disminuyó de forma drástica, como comenta Cipolla (en 1350, un tercio de la población europea ha fallecido45). Esto se hizo notar en la ocupación de los territorios; en el mundo rural se generalizaron los emplazamientos despoblados, donde todo el mundo había fallecido. Las ciudades también se derrumban, ya que las malas condiciones higiénicas de las urbes hicieron estragos en combinación con la peste, que se propagó a tal velocidad que, por ejemplo, Florencia perdió el 70% de su población46; Barcelona, que tenía unos 50.000 habitantes, quedó en pocos años reducida a poco más de 10.000 personas. Tras unos pocos años, la población urbana de Europa –que era entonces de aproximadamente un 10% del total de habitantes–, se reduce a un 2-3%. Como consecuencia del enorme descenso demográfico, el coste de la mano de obra ascendió en Europa (volvía a haber muchas más tierras para cultivar de las que podían trabajar los brazos de aquellas décadas), y así, entre la caída general de la producción y la subida del coste productivo, las rentas feudales se desplomaron (obligando a reducir, por ejemplo, los gastos suntuarios, un golpe que nobles y clero no podían encajar). Estábamos, en realidad, frente

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Por hacer una dramática analogía, es como si desde hoy hasta enero de 2018 fallecieran en Europa casi 200 millones de personas (la población actual de Brasil, 4 veces la población de España, 28 veces la población de Paraguay). 46 Entre 1351 y 1353, el humanista italiano Giovanni Boccaccio (probablemente nacido en Florencia) escribe una obra, Decameron, en la que en su Jornada Primera relata las experiencias con la peste: “como desesperados de la vida, habían desamparado sus casas y haciendas de tal modo, que la mayoría de las casas eran franqueables a todo el mundo, y así las poseía el forastero como propio señor de cada una de ellas”. La sensación de impotencia generalizada en la sociedad, que se manifiesta en forma de miedo hacia la enfermedad, debió de ser extrema; la inexactitud de las causas de contagio y la aparentemente nula capacidad de curación por vías medicinales hicieron de la peste una enfermedad temible, que causó el pánico social, enloqueciendo a los hombres, y arrastrándolos a los brazos de un Dios que, por otra parte, tampoco parecía poder hacer nada por ellos, ya que se llevaba por igual a varones y mujeres, ancianos y niños… Este hecho, en sociedades profundamente religiosas como las de la época, significaría probablemente una sensación de desamparo tal que la esperanza de todo infectado quedaba completamente aniquilada, así como crecía el pánico a quedar contagiado, y de este modo, también el miedo a todo individuo, el miedo a la sociedad, y el consecuente aislamiento de ésta por parte de las familias o de individuos concretos que se encerraron durante semanas tratando de esquivar un mal de cuyo verdugo era muy difícil escapar… FERRER, A. Historia de la…, op. cit., p. 36.

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a una contradicción estructural del sistema medieval. En estas circunstancias, la clase feudal (clase dominante), reaccionará, tratando de compensar por la fuerza la caída de sus ingresos; una reacción señorial. Los dominados (el estamento no privilegiado, los trabajadores) comenzarán a practicar una actitud de resistencia poco habitual en la fase expansiva anterior, produciéndose en las décadas y siglos posteriores importantes agitaciones campesinas, que en muchos casos llegaron a ser abiertas rebeliones contra nobles, reyes, y clero. En este proceso, los mercaderes precapitalistas –como ya hemos indicado– no perdieron el barco: Cipolla nos relata en el capítulo un proceso –el de la emergencia del capitalismo– que hundiría sus raíces históricas en este período de la Edad Media, en la lucha por la pimienta, el vino y la lana –señala jocosamente–, productos que habrían provocado desajustes sociales y desencuentros políticos, resueltos finalmente por la visión, el ímpetu y los intereses de una nueva clase emergente: la burguesía mercantil, que se alzaría sobre la nobleza para capitalizar el éxito y las posibilidades comerciales de un mundo cambiante. No es éste –el argumento de Cipolla– una fatuidad histórica ingenua, sino un consciente alarde de análisis socio-cómico de las estructuras precapitalistas que reconfiguraron las economías occidentales a finales de la Edad Media y comienzos de la Edad Moderna. Cipolla, buen conocedor de las teorías marxistas sobre la historia, hace la analogía conveniente en este caso, y apunta irónicamente a estos productos (la pimienta, el vino, la lana,…) como el motor de la historia.47 El feudalismo había cavado su propia tumba48, tras un movimiento de pinza: por un lado de los mercaderes, que estaban desarrollando –sin saberlo49– un nuevo orden económico

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Karl Marx y Friedrich Engels señalaron (siglo XIX) a la lucha de clases como motor de la historia; esta lucha se producía en la tensión a partir de las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Para ellos, el conflicto sólo podría resolverse al llegar a una sociedad sin clases (sin que esto supusiera la desaparición del proceso y el progreso históricos). No obstante, la lucha de clases, aunque es el concepto central del marxismo y del materialismo histórico, no es exclusivo de éstos, y sus primeros tanteos modernos pueden remontarse a los trabajos de Maquiavelo a comienzos del siglo XVI. Sin embargo, existe un amplio debate marxista (Marx no lo fijó de forma manifiestamente clara en ninguno de sus trabajos) en torno a si este motor de la historia tiene que ver más con las contradicciones estructurales del sistema socio-productivo o si se debe a las consecuencias de la acción humana por las relaciones productivas. En todo caso, podemos imaginar la analogía que pretende Cipolla al considerar las disputas de esos productos como el motor de la historia. 48 Hacia 1500, la población mundial estaba estancada; las tasas de mortalidad y natalidad eran similares (entre el 3% y el 4% respecto de la población total). Como resultado de esto, sólo una estructura socio-económica favorable podía revertir el proceso de empobrecimiento. La lógica productiva feudal no era ya tal estructura. CIPOLLA, C. Historia económica de la Europa preindustrial. Alianza, Madrid, 1989, cap. IV. 49 Trotsky lo indica claramente en 1923: “una visión clara de conjunto sobre la historia económica de un período dado no puede conseguirse nunca en el momento mismo, sino sólo con posterioridad, después de haber reunido y tamizado los materiales”. TROTSKY, L. “La curva del…, op. cit., p. 110.

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mundial, y por otro de los campesinos, que empezaron a ofrecer resistencia a la lógica de explotación feudal. De la crisis del siglo XIV emergerá –a lo largo de la centuria siguiente– una dialéctica innovadora a partir, paradójicamente, de la recuperación de doctrinas y de la organización social anterior: la Antigüedad clásica greco-romana. Andando el tiempo, los súbditos volverán a ser ciudadanos, los mercaderes medievales alcanzarán el nuevo estatus de burgueses, y los nobles quedarán durante un tiempo vagando en un limbo social entre el feudalismo y la estructura socio-política de la Modernidad, lo que les acabó saliendo caro (en el sentido más literal de la palabra), situación de la que sólo podrán escapar a través del progresivo connubio social con la burguesía adinerada en los siglos siguientes (entre el XV y el XIX). La Iglesia, por su parte, fiel a su tradición secular, será capaz de mantener su posición de privilegio en la nueva estructura socio-económica, si bien no podrá evadirse por completo del conflicto surgido de la ruptura medieval, y acabará desangrándose en los campos de batalla europeos de los siglos XVI y XVII, hasta quedar escindida en dos mitades irreconciliables hasta el día de hoy50 (mucho pareció tener que ver en esto la irrupción y emergencia de la lógica económica capitalista –en perfecta sintonía con la ética protestante– sobre el sistema feudal anterior –auspiciado por la Iglesia Católica romana, que había sido muy privilegiada hasta entonces–) y teniendo que auspiciar una Contrarreforma51 que marcará el devenir tanto del continente europeo como de las nuevas regiones del mundo en proceso de colonización por la expansión europea. La conclusión de este trabajo no puede ser otra que la mención a la importancia que los procesos de cambio y evolución socio-económica tienen en el desarrollo político de la historia (confundida durante muchos siglos con la propia totalidad de la historia). La percepción que de

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Católicos y protestantes: se convirtieron en protestantes aquellos príncipes y señores del clero que decidieron apoyar las reformas planteadas en 1517 (conocidas como las 95 Tesis) por el teólogo y fraile agustino Martin Luther (Lutero), que acabaron por generar un cisma total en la Iglesia, y que no sólo supuso una división religiosa, sino también una ruptura política y social. 51 La Contrarreforma, también denominada Reforma católica, es la denominación dada al movimiento creado en el seno de la Iglesia Católica a comienzos del siglo XVI en respuesta a la Reforma Protestante de Lutero, que exigía –aunque tampoco cumplió– una repristinación del cristianismo; la Iglesia Católica romana convocó en 1543 al Concilio de Trento, en el que se estableció –entre otras cuestiones– la reanudación del Tribunal del Santo Oficio (la Inquisición), la creación del Index Librorum Prohibitorum (lista de libros prohibidos por la Iglesia), e incentivar la catequización de la población del Nuevo Mundo recientemente descubierto (con la creación de nuevas órdenes religiosas dedicadas a este objetivo, como la Compañía de Jesús, los jesuitas, tan destacados en el desarrollo del Paraguay colonial). Otra de las medidas más importantes de la Contrarreforma fue la reafirmación de la autoridad papal, requisito imprescindible para mantener un cierto control sobre los obispos y, de esta forma, sobre la influencia de las decisiones del Vaticano en los monarcas católicos.

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la narrativa política tradicional podemos extraer es casi siempre correcta en su interpretación cronológica de los hechos, incluso puede corresponder justificadamente –en muchos de los casos– a un desarrollo muy aproximado del acontecer histórico. Sin embargo, la política –las más de las veces– se queda corta para explicar los grandes procesos económicos y sociales de la historia; las grandes alteraciones han tenido lugar generalmente a través de varias décadas o siglos, y no son fácilmente explicables desde los puntuales acontecimientos bélicos o decisiones políticas particulares.52 Cipolla, en el texto que hemos analizado en este trabajo, utiliza su conocimiento sobre la economía y la sociedad medievales centroeuropeas para suscitar un relato histórico original, en clave de humor, en el que sociedad y economía se entretejen allegremente en una crónica bien diferenciada de la tradicional interpretación política de la historia. Cipolla nació en Pavía en 1922, y se graduó en 1944 en la Universidad de esa misma ciudad, precisamente con una tesis sobre la historia de las explotaciones agrarias en el valle del Po. Pese a ser conocido internacionalmente por su famosa Teoría de la Estupidez, publicada en 1988 (aunque escrita unos años antes) como segunda parte en esta misma obra que aquí hemos analizado, Cipolla fue un gran estudioso de la economía y el sistema monetario medievales, así como de los procesos de cambio de las sociedades feudales europeas (particularmente interesado en los de su Italia natal). Como ya expusimos en la primera parte de este trabajo, en la obra de Cipolla (en ésta que aquí analizamos y en otras –más convencionales– anteriores y posteriores) éste intenta dar respuestas a procesos antes sólo columbrados –si no ignorados u olvidados– por otros pensadores de la historia; el interés de muchos de estos autores se centra además en períodos del pasado que comprenden cronológicamente parte de dos edades tradicionales de la historia (por ejemplo, Edad Media y Edad Moderna), etapas consideradas como bisagra por la disciplina y generalmente muy desatendidas en su análisis, al estudiarse las más de las veces por separado, como realidades inconexas, desagregadas.

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¿Podríamos explicar la decadencia del Imperio Español en el siglo XVII apoyándonos sólo en alguna derrota militar o en alguna mala decisión política? Probablemente éstas hayan podido tener mucha incidencia, pero por debajo de estos acontecimientos subyacía una incapacidad reiterada en el tiempo –casi crónica– para movilizar factores endógenos del desarrollo y, en consecuencia, sustentar sobre las nuevas fuentes intangibles de poder (propias del capitalismo) las pretensiones de ocupar una posición hegemónica en el escenario europeo y en el nuevo orden mundial. Así, la política expansionista de los Habsburgo habría excedido el potencial del país y terminó por provocar la quiebra financiera, que puso a España en el siglo XVIII a la cola de Francia y Reino Unido.

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No obstante, no fue el único, ni el primero, en tomar este camino; otros también ayudaron a configurar ese nuevo enfoque de la historia, sobre todo desde mediados del siglo XX en adelante. Las nuevas metodologías, los nuevos procesos estadísticos, el recurso a nuevas fuentes, etc., tuvieron mucho que ver en la contingencia exitosa de esta metamorfosis de la disciplina histórica, capaz desde entonces de enfrentarse cara a cara con complejas y dilatadas transformaciones del tiempo pretérito. El capítulo de Cipolla, con su maravillosa exageración y la entretenida conducción de su historia (que nos ha servido de pretexto para analizar algunas de las más importantes transformaciones socio-económicas acaecidas a lo largo de más de un milenio en la Europa medieval), constituye un excelente ejemplo de cómo la divulgación de la disciplina no tiene por qué estar reñida con el humor, al tiempo que invita con sorna –como un burlón trovador de la Corte Académica de la Historia– a poner los pies en la tierra, y no olvidar que si bien es cierto que ésta necesitaba una profunda renovación metodológica en el siglo XX –y se benefició enormemente de que así sucediera–, tampoco aquella ambición debe tomarse como una invitación a la locura.53

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Carlo M. Cipolla falleció en septiembre de 2000 en Pavía, su ciudad natal. Su última obra fue Before the Industrial Revolution: European Society and Economy, 1000-1700, de 1994.

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Eduardo Tamayo Belda Asunción, Paraguay | Septiembre 2015

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