Ritmo revisitado. Representaciones de género en los 60. Editorial Cuarto Propio, Santiago, 2014.

July 24, 2017 | Autor: Silvia Lamadrid | Categoría: Gender Studies, Historia Social
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Descripción

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Ensayo / Estudios culturales

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SILVIA

lamadrid

Ritmo revisitado Representaciones de género en los 60

EDITORIAL CUARTO PROPIO

introducción

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ESTE LIBRO NACE DE MI PROPIA BIOGRAFÍA. Es desde mi propio punto de vista que realicé esta investigación, desde mi condición de mujer chilena de clase media, parte de la generación que tuvo el privilegio histórico de ser joven cuando la promesa de los cambios parecía estar en nuestras manos. Como la de todos, mi vida está entrecruzada con la historia del país. Y, una parte de esa historia es la que ese libro analiza. Por eso, pudo ser materia de mi tesis de doctorado1. Vengo de una familia sostenida por mujeres. No era fácil la vida de mis parientas, a comienzos del siglo pasado, en un mundo de dominio masculino, y el mutuo apoyo entre hermanas, tías y abuelas permitía salir adelante y darle a su descendencia la vida decente y la educación universitaria a la que aspiraban los sectores medios. Mis padres eran ambos profesores, y no nos faltaba ni sobraba. Estudiar, trabajar, casarse con un igual, formar un buen hogar eran metas naturales. Pero en el mundo estalló la revolución cubana, el rocanrol, los movimientos juveniles, y en Chile se nos hicieron más visibles las desigualdades sociales. Con mis compañeros y compañeras en el liceo supe de problemas materiales y familiares, de abandono temprano de los estudios. Había huelgas de trabajadores, tomas de terrenos, de fundos, y

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Doctorado en Historia, con mención en Historia de Chile, por la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. Tesis financiada con la Beca Conicyt para estudios doctorales.

los estudiantes secundarios también salíamos a la calle. La militancia en la izquierda surgió natural, como consecuencia lógica de ser joven y vivir en un mundo injusto. Si a los 14 años mi rebeldía habían sido Los Beatles, y mi lectura “Rincón Juvenil” y “Ritmo”, a los 16 ya buscaba explicarme los problemas de mi pueblo, y unirme a quienes compartían la urgencia por transformar nuestra sociedad. Algunos breves pero intensos años después, reflexionando entre quienes luchábamos contra la dictadura, empezó a surgir la pregunta por la situación de las mujeres en esa lucha. Lanzadas las madres y compañeras de los combatientes (varones) a la primera línea de la defensa de la vida, otras empezábamos a percibir que el autoritarismo masculino en el interior de nuestras organizaciones, combinado con una particular manera de entender las relaciones afectivas, tendía a subordinarnos como mujeres. Hijos e hijas todos de la dominación masculina, nos comportábamos de acuerdo a ‘como se debía’ según el género con que habíamos nacido. Descubrir que la subordinación no cambiaría a menos que reaccionáramos teórica y prácticamente en su contra, nos llevó a organizarnos e investigar qué se había escrito y hecho al respecto en otros lugares del mundo y en nuestro propio pasado. Y a preguntarnos por qué no lo habíamos hecho antes, por qué cuando nos integramos a las luchas populares mantuvimos entre paréntesis las opresiones que vivíamos como mujeres. Mientras en el mundo capitalista desarrollado en los años setenta estallaba la demanda por cambios en la condición de las mujeres y se cuestionaba radicalmente el

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orden de género, nosotras permanecíamos confiadas en que el socialismo lo mejoraría todo. Por cierto, no todos los procesos que ocurren en los países centrales han de reproducirse en América Latina, pero a principios del siglo XX, paralelamente al movimiento sufragista europeo y estadounidense, había existido un vigoroso movimiento sufragista en nuestro país (y en toda América Latina) demandando derechos políticos para las mujeres, cuya organización y activismo fue sostenida hasta lograr el pleno derecho a voto, en 1949. Tras este triunfo, vino el silencio, la integración a los partidos políticos donde se asumían las luchas del conjunto del pueblo, sin posicionar la especificidad femenina, como sostuvo la socióloga Julieta Kirkwood, pionera en la elaboración teórica feminista en Chile y América Latina2. Por eso, llama la atención que cuando a fines de los años sesenta se inició en Chile el proceso de activación y movilización social protagonizado tanto por actores tradicionales –como los trabajadores organizados– pero también por nuevos sectores, como los pobladores e incluso los campesinos, históricamente controlados por los dueños de la tierra, y, por cierto, por los estudiantes, el desafío al orden social chileno presentado desde tan variados frentes no incluyera a las mujeres organizadas tras reivindicaciones propias.

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Kirkwood, Julieta. Ser política en Chile: los nudos de la sabiduría feminista. Editorial Cuarto Propio, Santiago de Chile. 1990.

Porque éramos protagonistas de las luchas como clase o como jóvenes: había mujeres en los sindicatos, sostenían las tomas de terrenos y estábamos presentes en la lucha por la Reforma Universitaria. Pero, mientras el movimiento estudiantil europeo y estadounidense protagonizó una revolución cultural, desafiando el autoritarismo de todas las relaciones sociales, dando con ello lugar a la crítica al orden de las familias y a la condición de las mujeres, ese proceso fue diferente en Chile. Las banderas de lucha del movimiento estudiantil por la Reforma Universitaria, articuladas por medio de los partidos de izquierda, remitían a cambios estructurales, buscando la toma del poder político –el gobierno– como vía para realizar aquello. En ese discurso no cabían demandas consideradas secundarias, desde una versión muy estructuralista del marxismo, y que podían dividir la lucha de los oprimidos. Apenas en el pequeño y elitista hippismo nacional, como ha relatado el investigador chileno estadounidense Patrick Barr-Melej3, emergieron voces que criticaban las relaciones generacionales, desafiando el autoritarismo adulto. Voces que fueron duramente criticadas por los jóvenes de izquierda, argumentando que se trataba de una distracción pequeñoburguesa de los verdaderos problemas del pueblo chileno.

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Barr-Melej, Patrick. Revolución y liberación del ser: Apuntes sobre el origen e ideología de un movimiento contracultural esotérico durante el gobierno de Salvador Allende, 1970-1973. 2007. Disponible en línea. Recuperado el 8 de julio de 2011, de Nuevo Mundo Mundos Nuevos:

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A pesar de esta falta de cuestionamiento del orden familiar, las estadísticas sobre matrimonio, fecundidad y filiación daban cuenta de que el modelo de relaciones de género, el matrimonio moderno industrial4 promovido por los gobiernos del Frente Popular, que habíamos aprendido a considerar como el orden natural, tuvo en esos años su mejor momento y, a la vez, entró en crisis. La píldora anticonceptiva abría, a quienes teníamos los conocimientos y el dinero necesarios para utilizarla, la posibilidad de vivir nuestra sexualidad sin concebir. Nuestras prácticas empezaban a cambiar, pero sin desplegar discursos que legitimaran en el debate público esas nuevas actitudes y comportamientos. Una de las pocas excepciones la constituyó la revista “Paula”5, que quebró ostensiblemente el modelo de revistas femeninas incorporando la imagen de una mujer profesional, liberada y opinante. ¿Por qué las energías de las jóvenes chilenas se dirigieron fundamentalmente a cuestionar el orden de clase, cuando las inequidades de género que vivían también afectaban profundamente sus proyectos de vida, incluyendo aquellos espacios en los que se luchaba contra el orden de clases? Sin duda esas desigualdades eran las más visibles, y las ideologías que las cuestionaban tenían ya largo arraigo en las luchas políticas en Chile. En cambio, no contábamos con

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Ver Valdés, Ximena. Notas sobre la metamorfosis de la familia en Chile. (2007). Disponible en línea en Cepal, Serie Seminarios y Conferencias, Santiago de Chile. Última recuperación el 20.06.2014 desde. Su primer número apareció en julio de 1967.

los instrumentos conceptuales para analizar nuestra propia condición como mujeres. Las teorías feministas estaban recién retomándose en Europa y Estados Unidos, y solo algunas intelectuales habían leído a Simone de Beauvoir. La mayoría de las jóvenes sentíamos incomodidades en nuestra situación, pero –salvo casos muy aislados– no sabíamos cómo expresarlas colectivamente. Por el contrario, las nociones del sentido común, la ideología de género que habíamos absorbido desde la cuna, estaban encarnadas en nosotras, llevándonos a vivir como naturales las opresiones. Más aún, habíamos aprendido que las chilenas vivíamos casi una situación de privilegio en una Latinoamérica profundamente machista. Nosotras votábamos, íbamos a la universidad, podíamos ser elegidas parlamentarias y nuestras voces ilustradas eran escuchadas. Las diferencias entre hombres y mujeres que aún permanecían cambiarían con el curso natural de la historia, la modernización (o el socialismo). O, simplemente, eran naturales y enriquecían nuestras vidas afectivas; las mujeres éramos, además, madres en potencia y como tales, expresión de los más altos valores humanos. Esa percepción del mundo social como autoevidente – que delimita lo que podemos pensar y decir– naturaliza la dominación de género es la que intenta abordar este trabajo. Me interesa profundizar en el discurso del sentido común expresado precisamente en tiempos de cambio. Esta investigación está enfocada en describir y analizar las representaciones sociales de los géneros. Uso el concepto

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de Serge Moscovici, psicólogo social francés, que las define como los conocimientos de sentido común, flexibles, y que ocupan una posición intermedia entre el sentido de lo real y la imagen que la persona reelabora para sí. Son producto de los comportamientos y relaciones con el medio, en una acción que modifica a ambos (sujeto y medio)6. La fuente documental elegida fue principalmente la revista “Ritmo de la Juventud” (en adelante, Ritmo), publicación que nació en 1965 y tuvo la capacidad de enganchar con la informalidad y vitalidad de sus potenciales lectores, por la edad y diversidad de la composición de su equipo. Ha sido la única revista chilena para adolescentes que logró esa relación de identificación con su grupo etario, reflejados en los altos niveles de venta y lectoría que alcanzó. En esa revista, aparentemente ingenua, y que las y los adolescentes de los años sesenta leíamos semana a semana, es posible deducir un universo valórico que trata de articular las tradiciones con los desafíos de un momento de cambio. De sus artículos es posible hoy extraer representaciones de género que no son inocentes y que, mediante matices y ambigüedades, se adaptaban constantemente a los desafíos de la modernidad, sin ceder el núcleo conservador central, asentado en la naturalización de la diferencia binaria de género, que nos era presentada como complementaria para justificar la dominación.

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Moscovici, Serge, El psicoanálisis, su imagen y su público. Editorial Huemul. Buenos Aires, Argentina, 1979. Pág. 33.

Ritmo tenía propuestas normativas en la mayoría de sus artículos de contenido; pero a la vez utilizaba un estilo interactivo, recibiendo y publicando cartas y relatos de los lectores, por donde se colaba su propia realidad. Este especial carácter la convierte en una notable fuente documental de las representaciones sociales de jóvenes y muchachas chilenos de esos tiempos, En este sentido, aunque las representaciones de las revistas son producto de sus propios autores, responden a su contexto, y están en permanente interacción con las opiniones y comportamientos de sus lectores y otros actores sociales. Por ello, como para entender las dinámicas ideológicas y los contenidos de un medio, hay que comprender el contexto histórico en que está inserto, el libro da primero una vuelta por el mundo, las ideas y el Chile de los 60 (y de un poco antes), para luego entrar en la revista y en el análisis de algunas de sus secciones. Esta perspectiva de estudio responde, asimismo, al debate de la historiografía de los sesenta sobre dicho momento de cambios, en el que ingresaron nuevos actores y movimientos sociales y culturales; como también asume la voluntad de los/as historiadores/as chilenos/as actuales que recogen las voces de dichos nuevos actores, incorporando esas experiencias de vida –antes silenciadas– mediante el estudio y la incorporación de la historia oral, así como de escritos personales y medios de comunicación de masas. Una de las ramas de esa nueva historia social la forman los

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estudios de género en el Chile moderno. Y en esa lógica se inserta este libro, que pretende descubrir una estructura de pensamiento, una ideología y una visión de género detrás de las aparentemente cándidas páginas de una revista que se insertó exitosamente en medio de una época de agitados cambios que modificaron desde la individualidad hasta la sociedad completa.

capítulo uno revolución en occidente

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La guerra fría y los movimientos sociales La década que va de 1960 a 1970 ha quedado marcada en la memoria de las generaciones que la vivieron, y en las posteriores, como un período de cambios sociales y culturales radicales. Sin duda, la imagen de los movimientos estudiantiles de 1968, estallando casi simultáneamente en distintos países –siendo Chile uno de los primeros–, ha operado fuertemente; pero no es lo único. Desde los viajes espaciales a la Revolución Cubana, de la descolonización en África y la guerra de Vietnam a la minifalda, la píldora anticonceptiva y la música de The Beatles, este período parece marcar el inicio de un aceleramiento en los cambios sociales y culturales en todo el mundo. Desde las ciencias sociales, examinaremos someramente aquí estos procesos, incluyendo los ocurridos en el ámbito privado que, como señaló el historiador británico Eric Hobsbawm, había permanecido como un reducto intocado mientras el espacio público–economía, política, trabajo– había cambiado enormemente respecto del siglo XIX. En el mundo, las relaciones internacionales estuvieron marcadas por la Guerra Fría entre el mundo capitalista, encabezado por EEUU, y el socialista liderado por la Unión Soviética; pero también por procesos de descolonización y guerras de liberación en África, la guerra de Vietnam en el

sudeste asiático, la Revolución Cubana y la emergencia de luchas guerrilleras en América Latina. Los países centrales, Europa y EEUU, también vivieron procesos de crisis, producto del agotamiento del impulso económico de la postguerra y la aparición de movimientos contraculturales, que culminaron en las rebeliones estudiantiles de mayo de 1968, y de los que formaron parte los movimientos feministas7. Estos movimientos contraculturales se vinculaban también al desarrollo tecnológico, especialmente en las comunicaciones, con su doble papel de trasmisión de conocimientos y de control social, mediante su progreso como industria. Se desarrollaron la computación y las aplicaciones cibernéticas, apoyadas en las innovaciones electrónicas; y la carrera espacial llegó a ser el símbolo tecnológico de la competencia entre socialismo y capitalismo. Fueron dados los primeros pasos en biología molecular, así como creados y producidos masivamente por la industria farmacéutica los métodos anticonceptivos, que posibilitaron, por primera vez de manera eficiente y segura, separar la actividad sexual de la procreación.

La guerra fría La situación internacional en los años sesenta estuvo marcada por el hecho de ser un período de gran crecimiento

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Hobsbawm, Eric, Historia del siglo XX. Editorial Crítica. Buenos Aires, Argentina, 1999.

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de la economía mundial, sobre todo de los países centrales, aunque en el marco de la Guerra Fría. Señala Hobsbawm que, inmediatamente concluida la Segunda Guerra Mundial, se instaló en el escenario internacional la posibilidad de un tercer conflicto bélico, esta vez entre Estados Unidos y la Unión Soviética, con sus respectivos aliados, que traía consigo la amenaza de una conflagración nuclear y la posibilidad de la destrucción mutua. Así, durante cuarenta años, fue mantenido un equilibrio de fuerzas que, en realidad, era muy desigual: el poderío de Estados Unidos, Europa Occidental y sus aliados menores era mucho mayor que el de la Unión Soviética y su zona europea de influencia, cuyo mayor énfasis era defensivo, más que expansivo. La competencia entre las dos superpotencias se dio en el contexto de una confrontación ideológica –capitalismo vs comunismo– y ambas buscaron apoyo e influencia en los nuevos estados postcoloniales de Asia y África, donde estallaron algunos conflictos armados. La mayoría de estas nuevas naciones se perfiló como “no alineadas”; y el bando comunista solo creció al triunfar la revolución encabezada por Mao Tse Tung en China, incluso a contrapelo de los deseos de los soviéticos8. Al terminar la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos había emergido como la gran potencia mundial y la Guerra Fría fue un instrumento útil para que sus gobiernos justificaran ante la

8 Hobsbawm, op cit. Pág 231.

opinión pública, tradicionalmente aislacionista, los enormes gastos generados para mantener internacionalmente su posición de liderazgo. Ideológicamente, el país donde había triunfado la empresa privada y el individualismo fue fácilmente arrastrado a una ola de histeria anticomunista más por demagogos –como el senador republicano Joseph McCarthy, que encabezó una persecución dentro del Estado y el ejército contra supuestos comunistas–, que por los gobiernos. Esta actitud fue el sustento para instalar en el centro de la economía estadounidense al complejo militar industrial. Dicho énfasis llevó a mantener una carrera armamentista entre ambas potencias, con armas de destrucción masiva que nunca fueron usadas9. La situación, entonces, se mantuvo estable, con un reparto desigual del mundo. Y aunque la retórica entre ambos contendientes fue bastante agresiva, hubo una coexistencia pacífica alterada solo por la guerra de Corea, entre 1950 y 1953, en la cual los rusos se abstuvieron, y la crisis de los misiles en Cuba, en 1962, cuando la reacción estadounidense a la Revolución Cubana orilló a Fidel Castro a buscar el apoyo soviético. En ambos casos, los dos bandos hicieron lo posible para no llegar una guerra. Por su parte, los intentos de levantamiento en Alemania del Este, en 1953, y en Hungría, en 1956, no contaron con apoyo occidental y fueron aplastados10.

9 Hobsbawm, op cit. Pág. 247. 10 Ibíd. Pág. 239.

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Para 1960, el período más tenso de la guerra fría ya había pasado: a partir de 1953, la Unión Soviética disponía de las bombas atómica y de hidrógeno y se sentía más segura, ya que eso establecía un equilibrio de fuerzas. Tras la muerte de Stalin y la realización del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), en 1956, hubo grandes cambios en la política interna de la URSS, flexibilizando la rigidez del régimen, que se concentró en desarrollar la economía, y también en la política exterior, reformulando las relaciones con Estados Unidos, a partir de un respeto mutuo por la integridad territorial y la soberanía, la no agresión y la no injerencia en los asuntos interiores, la coexistencia pacífica y la cooperación económica11. El lanzamiento en 1957 del Sputnik, el primer satélite artificial en la historia mundial, pareció dar a la URSS la ventaja en la carrera espacial, además de indicar el crecimiento de su economía y de su desarrollo tecnológico. Una situación de tensión se dio en torno a la existencia de una zona occidental en la dividida ciudad de Berlín, capital de la República Democrática Alemana, que los rusos demandaban fuera convertida en zona neutral, desembocando finalmente –en 196– en la construcción de un muro en torno a la zona occidental para impedir el continuo flujo de fugitivos hacia ese sector12.

11 Hobsbawm, op cit. Pág. 246. 12 Ibíd. Pág. 240.

Sin embargo, el momento más dramático del período tuvo relación con Cuba. En 1959, el dictador Fulgencio Batista fue derrotado por un movimiento revolucionario que, al año siguiente, se definió como socialista, pasando a formar parte del bloque soviético. Entonces, Estados Unidos ejerció presiones diplomáticas y comerciales, bloqueando el comercio con la isla y apoyando secretamente un intento de invasión por parte de exiliados cubanos en 1961, el que fue rechazado por el Ejército local en Playa Girón. Esto empujó a la instalación secreta de bases de lanzamientos de misiles en la isla, a kilómetros de Florida, ante lo cual Kennedy reaccionó forzando al retiro de los cohetes a cambio del compromiso de no invadir Cuba13. La Revolución Cubana fue defendida dentro de sus límites nacionales y la revolución socialista no se propagó por el resto de América Latina. Tras el asesinato de Kennedy en 1963 y la retirada de Krushev en 1964, los nuevos gobernantes de ambos países adoptaron una estrategia de control y la limitación del armamento nuclear por medio de tratados, y mejoraron sus lazos comerciales14. Pero, hacia fines de la década se encendió nuevamente el escenario, al embarcarse Estados Unidos en la guerra de Vietnam, donde resultó, finalmente y por primera vez, derrotado. Esta guerra lo puso en una desfavorable situación,

13 Hobsbawm, op.cit. Pág. 235. 14 Ibíd. Pág. 248.

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con movilizaciones sociales antibélicas en su interior y de aislamiento internacional15.

Los años dorados Entre la postguerra y hasta los sesenta hubo una etapa excepcionalmente próspera, sobre todo en el mundo capitalista desarrollado (que representaba “alrededor de tres cuartas partes de la producción mundial y más del 80 por 100 de las exportaciones de productos elaborados”16). Mientras EEUU continuó el crecimiento económico y tecnológico de la guerra, Gran Bretaña se recuperaba lentamente y los otros países europeos, además de Japón, realizaban un exitoso esfuerzo por recuperarse de la guerra, fuertemente apoyados por los capitales estadounidenses del Plan Marshall. Los beneficios de ese crecimiento se hicieron palpables a fines de los 50 y tuvieron su elemento clave en el pleno empleo alcanzado en los 60, que dio acceso a la ‘opulencia’ a los sectores populares, creando la impresión de que esta prosperidad continuaría en crecimiento durante las décadas siguientes. También los países socialistas crecieron, y aquellos pobres de África, Extremo Oriente, sur de Asia y América Latina, donde

15 Hobsbawm, op cit. Pág. 248. 16 Ibíd. Pág. 262.

la población se duplicó entre 1950 y 1985, vieron aumentar su producción de alimentos en las dos primeras décadas y, por el uso de tecnologías, su productividad y la esperanza de vida; aunque en América Latina este crecimiento fue menor. Uno de los sustentos de este alto crecimiento fue el aumento –entre 1950 y hasta 1973, cuando el cartel de la Opep elevó los precios– del uso de combustibles fósiles a bajos precios, por lo que las emisiones de gases contaminantes aumentaron a la par, tanto en países industriales socialistas como capitalistas. Este crecimiento explosivo parecía replicar y extender el modelo de desarrollo de Estados Unidos hasta 1945, con su inmensa expansión de los trasportes. Debido al enorme desarrollo tecnológico aplicado (en gran parte a consecuencia de la guerra), en Europa y Estados Unidos bienes y servicios hasta entonces reservados a la minoría se hicieron accesibles a mayores proporciones de población: los artefactos electrodomésticos, el teléfono y el turismo de masas a las playas asoleadas. Esto cambió la vida cotidiana en los países ricos, y en parte en los pobres; no solo había nuevos aparatos que simplificaban la vida, sino también comenzó el reemplazo de alimentos y materias primas naturales por otras elaboradas o sintéticas, valoradas como ‘nuevas’, y por tanto, mejores. Para su producción las recientes tecnologías empleaban, mayoritariamente y de forma intensiva, el capital y eliminaban mano de obra (con excepción de científicos y técnicos altamente cualificados) o llegaban a sustituirla. El

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crecimiento demandaba grandes y constantes inversiones, mientras desechaba a la gente en tanto operarios, creaba una categoría inédita: la de los consumidores17. En los países desarrollados, el crecimiento fue tal que demandó más trabajadores, atrayendo mano de obra migrante e incorporando a las mujeres casadas al mercado laboral. Sin embargo, el ideal de la época era llegar a una sociedad automatizada, en que las personas fuesen solo consumidores. Aparentemente, los peores fantasmas habían sido derrotados: la guerra, el desempleo y la pobreza, ya que los ingresos eran altos, el Estado protector se extendía hacia los más débiles, y los bienes no hacían sino aumentar y abaratarse. La esperanza era la extensión de este bienestar masivo a los países pobres que eran, sin embargo, la mayoría de la humanidad. “No existen explicaciones realmente satisfactorias del alcance de la escala misma de este ‘gran salto adelante’ de la economía capitalista mundial y, por consiguiente, no las hay para sus consecuencias sociales sin precedentes”, afirma el mencionado historiador Eric Hobsbawm. Para él, las razones fundamentales están en “una reestructuración y una reforma sustanciales del capitalismo, y un avance espectacular en la globalización e internacionalización de la economía”18. En lo esencial, la nueva organización económica fue una especie de matrimonio entre liberalismo económico y

17 Hobsbawm, op.cit. Pág. 269. 18 Ibíd. Pág. 271.

socialdemocracia. En versión estadounidense, se trata de la política rooseveliana del New Deal19, y de préstamos sustanciales de la URSS, que había sido pionera en la idea de planificación económica. Por su parte, los partidos socialistas y obreros en los países desarrollados enfocaron su acción ya no en la lucha por el poder, sino en mejorar las condiciones de vida de su electorado de clase obrera, promoviendo mejoras y encajando perfectamente con el modelo. Puede hablarse de un consenso entre políticos, funcionarios e –incluso– muchos empresarios occidentales respecto a la necesidad de salvar de sí misma a la libre empresa, limitando la economía de libre mercado en pos de objetivos políticos prioritarios: el pleno empleo, la contención del comunismo, la modernización de economías atrasadas o en decadencia. Los líderes mundiales articularon el sistema comercial y financiero mundial en torno a una hegemonía clara: Estados Unidos y el dólar. Pero el nuevo orden político internacional acordado en Bretton Woods20, por las Naciones Unidas, resultó inoperante debido a la guerra fría, y solo subsistieron las instituciones financieras internacionales creadas, subordinadas de hecho a

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Nombre de la política económica de apoyo desde el Estado estadounidense impulsada por el presidente Franklin D. Roosevelt para paliar los efectos de la Gran Depresión. Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas (1944) llamada así por el lugar donde fue desarrollada, en Estados Unidos. Entre otros acuerdos estructuradores, en ella fueron creados el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) y determinado el uso del dólar como moneda de referencia internacional.

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la política de los Estados Unidos. El sistema internacional de comercio y de pagos funcionó más que nada por el dominio de dicho país y por el efecto estabilizador del dólar, dando lugar a una etapa de libre comercio, libertad de movimiento de capitales y estabilidad cambiaria. Solo los movimientos migratorios internacionales se vieron limitados, a pesar de la escasez y carestía de la mano de obra en Europa, abastecida sobre todo por inmigraciones internas, del campo a la ciudad y de las regiones pobres a las más ricas21. En la mayoría de los países occidentales habían sido eliminados el fascismo –por la derrota en la Segunda Guerra– y el comunismo por la Guerra Fría, y fue articulado un consenso entre izquierda y derecha, en el cual las organizaciones obreras y patronales mantuvieron las demandas de los trabajadores dentro de límites que aseguraran los beneficios, mientras estos recibían salarios altos para consumir la producción existente. Además, gran parte de los países europeos, encabezados por conservadores moderados, dio apoyo a la constitución de Estados de Bienestar, los que aportaron un alto gasto en previsión social, salud y educación22. Posiblemente vinculado a la misma existencia de estos Estados de Bienestar, a fines de la década se produjo un giro hacia la izquierda en varios países de Europa. Sin embargo, nada en el tranquilo escenario de los países desarrollados

21 Hobsbawm, op.cit. Pág. 279. 22 Ibíd. Pág. 285.

hacía presagiar el estallido de radicalismo estudiantil de 1968, indicando que la estabilidad no podía durar23.

La revolución social Siguiendo el pensamiento de Hobsbawm, entre 1945 y 1990 se produjo en todo el mundo una drástica, rápida y profunda transformación social, caracterizada por cambios fundamentales, cuyos inicios caracterizan la década de los sesenta: la desaparición del campesinado, producida en casi todo el mundo a excepción de África y Asia; con su correlato de migración a la ciudad que implicó en el mundo desarrollado la disminución de las grandes ciudades, y la creación de los suburbios, y en, América Latina, el crecimiento de capitales dispersas y mal estructuradas, que albergaban grandes sectores de viviendas precarias, con habitantes muchas veces ilegales. Un segundo cambio es la emergencia de las profesiones y el auge de aquellas que implicaban estudios secundarios y superiores, traducido en un enorme incremento del número de estudiantes universitarios, sobre todo en Europa y América Latina y con excepción de los Estados Unidos24. Estos nuevos

23 Hobsbawm, op.cit. Pág. 286. 24 En Europa estos se triplicaron entre 1960 y 1980; en tanto en América Latina crecieron en los sesenta a razón de un 8% anual. Aunque en esta década recién comenzaba este aumento, se expresó su potencialidad política radical y explosiva, sustentada en su concentración física en campus universitarios y en su carácter transnacional, por su mayor acceso a los desplazamientos y comunicaciones.

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estudiantes protagonizaron las revueltas ya mencionadas. “Si hubo algún momento en los años dorados posteriores a 1945 que correspondiese al estallido mundial simultáneo con que habían soñado los revolucionarios desde 1917, fue en 1968, cuando los estudiantes se rebelaron desde los Estados Unidos y México en Occidente, a Polonia, Checoslovaquia y Yugoslavia en el bloque socialista, estimulados en gran medida por la extraordinaria erupción de mayo de 1968 en París, epicentro de un levantamiento estudiantil de ámbito continental. Distó mucho de ser una revolución, pero fue mucho más que el ‘psicodrama’ o el ‘teatro callejero’ desdeñado por observadores poco afectos como Raymond Aron”25.

25 Hobsbawm, op.cit. Pág. 300.

En la práctica, los colectivos estudiantiles fueron los únicos que optaron por la izquierda radical. De acuerdo al historiador cuyo pensamiento estamos siguiendo, la explicación de ello está en que este grupo homogéneo en lo etario, incluía un importante contingente femenino, tensionado entre la libertad de su edad y la opresión que vivía su género. A ello habría que agregar que la cultura occidental – tradicionalmente–ha visto y tolerado a los jóvenes como portadores del entusiasmo, el alboroto y el desorden, de modo que la militancia radical era considerada, incluso, como prueba de esa personalidad enérgica. Los jóvenes de los sesenta resintieron las limitaciones impuestas por el sistema, creando un resentimiento enfocado, primero, en la jerarquía universitaria y, luego, extendido a toda autoridad. El descontento explosivo de este grupo relativamente privilegiado y sin lugar concreto en la sociedad terminó motivando las demandas hasta entonces contenidas de los obreros por salarios más altos y mejores condiciones laborales26. La llegada a la adultez de una nueva generación de jóvenes, que no había conocido el desempleo, la inseguridad y la deflación de entreguerras, sino solo el pleno empleo y la inflación constante, implicó este abandono de la moderación en las demandas salariales. En Italia y Francia ese momento gatilló huelgas masivas de obreros, mucho más centradas

26 Hobsbawm, op.cit. Pág. 304.

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en mejoras económicas que, una vez negociadas, hicieron deponer el movimiento. Sin embargo, esa presión fue más importante para el funcionamiento de la economía que la rebelión estudiantil europea de 1968, cuya significación cultural fue incluso mayor que la política, a diferencia de los movimientos paralelos en países del tercer mundo. El tercer aspecto central está constituido por los cambios en los roles de las mujeres. Las casadas ingresaron a la mano de obra remunerada; y creció igualmente el número de mujeres en las universidades, lo que les dio acceso a profesiones de mayor responsabilidad. Ambos procesos fueron el telón de fondo del renacimiento de los movimientos feministas en los países occidentales, a mitad de los sesenta. Con ellos, cambiaron también las definiciones tradicionales del papel de ellas en la sociedad, sobre todo del referido a los asuntos públicos ya que, aunque no masivamente, se rompió la exclusividad masculina en las jefaturas27 de Estado28. Las demandas de los movimientos feministas provenían sobre todo de la clase media: porque si para las mujeres pobres la noción de combinar su carrera con la familia no existía, sí era posible para las esposas de las capas medias, donde su aporte monetario a la economía familiar podía ser

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La primera mujer en llegar a la primera magistratura de un Estado en el siglo XX fue Indira Gandhi, en India, quien en 1966 fue nombrada Primera Ministra. 28 Hobsbawm, op.cit. Pág. 314.

poco significativo, pero era una afirmación de su autonomía personal, al permitirles no limitarse a ser madres y esposas. Los movimientos feministas de fines de los sesenta convocaron a miles de mujeres, y tuvieron como una de sus principales reivindicaciones recuperar el control de sus cuerpos, incluyendo el derecho al aborto y el libre acceso a los anticonceptivos; así como el derecho al placer sexual. También combatieron a la normalización y domesticación de los cuerpos femeninos producto de dietas, maquillaje y concursos de belleza. Todas estas luchas implicaron grandes avances en términos de libertades para las mujeres y en el desarrollo de la teoría feminista. La liberación de la mujer que transformó la vida familiar, junto con las transformaciones sociales descritas, enmarcan la enorme metamorfosis cultural del período, que modificó radicalmente las normas tradicionales de comportamiento social e individual29.

la revolución cultural Los cambios se dieron fundamentalmente al interior de la familia, alterando la estructura de relaciones entre los sexos y las generaciones. Estructuras que, sin ser estáticas, hasta

29 Hobsbawm, op cit. Pág. 321.

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este momento habían sido particularmente resistentes a las grandes transformaciones, e incluso compartían ciertas características comunes en todo el planeta: unión conyugal formal, con exclusividad de las relaciones sexuales entre los cónyuges; superioridad del marido sobre la mujer, de los padres sobre los hijos y de las generaciones mayores sobre los jóvenes. Con variaciones, las familias se constituían sobre el núcleo fundamental de la pareja con hijos. La lenta tendencia al aumento de los divorcios en los países desarrollados –y en lo religioso pertenecientes al mundo protestante–fue uno de los primeros síntomas del debilitamiento de la estabilidad del matrimonio, la que se aceleró a partir de los sesenta, extendiéndose el fenómeno a países más tradicionales, como los de raigambre católica. Cambiaron radicalmente las actitudes públicas respecto al comportamiento sexual, la pareja y la procreación. Maneras de actuar hasta entonces prohibidas por la ‘moral y las buenas costumbres’ más que por las leyes, se liberalizaron, tanto entre los heterosexuales como entre los homosexuales. En la década que nos ocupa, estos últimos lograron la legalización de sus relaciones en Estados Unidos e Inglaterra. No fue una circunstancia pareja en todo el mundo, pero la tendencia era similar. Aumentaron, por consiguiente, el divorcio, los hijos nacidos fuera del matrimonio y las familias compuestas solo por la madre y sus hijos30.

30 Hobsbawm, op cit. Pág. 326.

Emergió una cultura específicamente juvenil que alteró las relaciones tradicionales entre generaciones. La música rock, producida por la industria discográfica y que identificó a los jóvenes, trajo sus propios héroes, lo que –junto con la radicalización política– perfiló una generación que rechazaba ser tratada como niños y reafirmaba un valor superior para la juventud, por oposición a los adultos. Sin embargo, esa rebeldía fue bien canalizada por el mercado: los adolescentes considerados como consumidores fueron bien recibidos por los productores de bienes, ya que son un grupo en permanente renovación con nuevos contingentes. A la imagen existente en Occidente de que la juventud era una época en que ciertas locuras eran aceptables, antes de ‘sentar cabeza’, se agregaron nuevos rasgos. Dejó esa etapa de verse como preparatoria para la adultez para pasar a ser un momento culminante –único y maravilloso– en la vida humana. Las nuevas industrias de la cultura y la belleza se enfocaron en crear productos dirigidos a reforzar y mantener los gustos y la apariencia juvenil, y tuvieron una enorme expansión. En las economías desarrolladas, la cultura juvenil se convirtió en dominante, por su masividad, poder adquisitivo y peso simbólico, además de por la capacidad juvenil de adaptarse al ritmo de las innovaciones tecnológicas. La internacionalización de esta cultura en las sociedades urbanas constituye, sin duda, otro fenómeno notable. Así como en décadas anteriores el cine había sido influyente a la hora de expandir costumbres y cultura, ahora ese medio lo constituyeron la radio y la música. De este modo, los jeans,

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los peinados y el rock reflejaron la fuerte hegemonía cultural estadounidense, amplificada por la intermediación de Gran Bretaña. En las concentraciones urbanas, la cultura juvenil global se asentó. Los jóvenes construían sus señas culturales de identidad, las que luego serían convertidas en productos de consumo masivo; las muchachas emergieron también como un importante mercado de ropa y cosméticos, además de cómo consumidoras de conciertos y productos relativos a la música pop31. A la fecha, la mayoría de la población mundial era más joven que nunca, especialmente en el Tercer Mundo, donde todavía no había descendido la natalidad. La cultura juvenil llegó a ser la matriz de una revolución cultural que modificó el comportamiento y las costumbres, y el modo de vivir el ocio y los placeres. Dos rasgos la caracterizaban: era populista e iconoclasta. Y, aunque desde luego la presión social por seguir las nuevas propuestas llevó a nuevas formas de uniformidad, a su modo reafirmó el derecho de cada uno a vivir su vida. Esta autonomía de y para los jóvenes e, incipientemente para las mujeres, implicó un cambio drástico en las sociedades. El populismo encontró expresión, por primera vez, mediante la música, la ropa e incluso el lenguaje de la clase baja urbana o lo que parecía serlo. Los modelos deseables eran aquellos

31 Hobsbawm, op.cit. Pág. 330.

y la juventud invirtió el concepto de elegancia, al imponer los jeans sobre la alta costura. Este giro impulsó –incluso en el Tercer Mundo– una revaloración de la música popular tradicional (por ejemplo, del samba brasileño) e implicó una tendencia de rechazo general a los valores de la generación anterior, y de búsqueda de normas y valores para este nuevo mundo32. “Prohibido prohibir”, la consigna más emblemática del mayo francés, expresaba muy bien el carácter iconoclasta de la nueva cultura juvenil, y ligaba la búsqueda de liberación personal con la liberación social que rompió todos los límites de lo permitido en materias sexuales y de consumo de drogas. Los jóvenes experimentaron en ambos sentidos, dando lugar a la práctica sexual vinculada directamente con el placer personal sin culpa y a la aparición pública –a fines de los sesenta– de una subcultura homosexual practicada abiertamente, incluso en San Francisco y Nueva York, donde posteriormente llegaría a convertirse en un grupo de presión política. También se desarrolló el mercado de la cocaína en Estados Unidos y Europa occidental, fenómeno que, en los dichos de Hobsbawm, convirtió por primera vez al crimen “en un negocio de auténtica importancia”33.

32 33

Hobsbawm, op cit. Pág. 334. Ibíd. Pág. 336.

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Evaluación de los cambios sociales y culturales Mientras las personas profundizaban sus procesos de individuación, se produjo una profunda crisis de legitimidad de las modalidades físicas de la relación del ser humano con los otros, impulsada por el feminismo, la llamada revolución sexual, las nuevas terapias y los productos culturales. Emergió un nuevo imaginario que reafirmaba los placeres corporales, junto con discursos que invocaban la ‘liberación del cuerpo’, considerándolo como una posesión humana. La invocación de la juventud como una etapa que encarna particularmente estos discursos e imaginarios, diferenciada de la edad adulta, más contenida, fue parte del espíritu de la época34. Mirando con perspectiva, hay visiones muy críticas para estos cambios. La del historiador británico Eric Hobsbawm, por ejemplo, para quien el rechazo a las convenciones y prohibiciones sociales que correspondían a la ordenación histórica de las relaciones humanas dentro de la sociedad, fue hecha en nombre de una ilimitada autonomía del deseo individual; así, en vez de responder a la instalación de un nuevo orden, llevó al límite la premisa de un individualismo egocéntrico. Este triunfo del individuo sobre la sociedad, plantea, erosionó los hilos del tejido social tradicional, no solo cambiando los comportamientos, sino cuestionando

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Le Breton, David. Sociología del Cuerpo. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, Argentina, 2002. Págs. 9-10.

los modelos generales de las relaciones sociales, las normas, valores y roles sociales. La consecuencia, en adelante, es que las personas experimentarían la vida social como un territorio mucho más inseguro, donde las normas debían ser redefinidas y sin existir un trasfondo cultural común para moverse socialmente de acuerdo a rutinas compartidas35.

transformaciones mundiales y relaciones de género Una perspectiva diferente adopta el sociólogo español Manuel Castells para analizar estos cambios. En su libro “La era de la información”, pese a reconocer el carácter integrador de las familias, devela las relaciones de poder patriarcales existentes al interior de ellas, que oprimían a sus miembros femeninos y jóvenes en beneficio del varón adulto, padre de familia36. La producción de personalidades y las relaciones interpersonales están marcadas por la dominación y la violencia de la cultura e instituciones del patriarcado37.

35 Hobsbawm, op.cit. Pág. 335. 36 Castells, Manuel. El fin del patriarcado: movimientos sociales, familia y sexualidad en la era de la información. En M. Castells, La era de la información, Economía, sociedad y cultura. Vol 2. El poder de la identidad. Siglo XXI Editores, Ciudad de México, 2004. Págs. 159-269. 37 Define patriarcado como “la autoridad impuesta desde las instituciones, de los hombres sobre las mujeres y sus hijos en la unidad familiar”. Se la considera estructura básica de todas las sociedades contemporáneas, ya que para su ejercicio “debe dominar toda la organización de la sociedad, de la producción y el consumo a la política, el derecho y la cultura”.

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La institución donde se enraíza, justifica y naturaliza ideológicamente esta dominación es la familia. “Sin la familia patriarcal, el patriarcado quedaría desenmascarado como una dominación arbitraria y acabaría siendo derrocado por la rebelión de ‘la mitad del cielo’ mantenida bajo sometimiento a lo largo de la historia”38. Ella está “desafiada por los procesos interrelacionados de la transformación del trabajo y de la conciencia de las mujeres”39. Por una parte, las transformaciones en la economía global produjeron la incorporación femenina masiva al trabajo remunerado, y la apertura de la educación formal a las mujeres, mejorando su poder de negociación frente a los hombres y socavando “la legitimidad de su dominio como proveedores de la familia. Pero también ha impuesto a las mujeres una sobrecarga de trabajo, ya que continúan a cargo de las tareas tradicionales”40. En segundo lugar, las nuevas tecnologías introducidas en la reproducción de la especie humana (contracepción, fertilización in vitro y manipulación genética) les otorgaron a ellas –y a la sociedad– posibilidades de control crecientes sobre la oportunidad y frecuencia de los embarazos. Y, en tercer lugar, señala la aparición de las luchas feministas. Para Castells, muchas de las luchas urbanas registradas por

38 Castells, op.cit. Pág. 159. 39 Ibíd. Pág.160. 40 Castells habla del “cuádruple turno diario: trabajo remunerado, tareas del hogar, cuidado de los hijos y turno nocturno para el esposo”.

la historia han sido, en realidad, movimientos de mujeres vinculados con demandas sobre la vida cotidiana, a lo cual se agregan los movimientos sufragistas. Pero “la insurrección masiva de las mujeres contra su opresión en todo el mundo” ha ocurrido sobre todo en el último cuarto del siglo XX, de maneras e intensidades diferentes según la cultura y país41, lo que ha repercutido en las instituciones sociales y en la conciencia de las mujeres: en los países industrializados, una gran mayoría se considera “iguales a los hombres, con sus mismos derechos y además, el del control sobre sus cuerpos y sus vidas”. Esta “es la revolución más importante porque llega a la raíz de la sociedad y al núcleo de los que somos”42. Un cuarto elemento que explica por qué las ideas feministas han logrado prender en estos tiempos, existiendo desde hace más de un siglo, ha sido “la rápida difusión de las ideas en una cultura globalizada y en un mundo interrelacionado”, que ha facilitado el hecho de que cada movimiento de mujeres haya tenido sus propias características, aunque lineamientos en común. Junto con el cuestionamiento a las relaciones tradicionales de género, ha sido también puesta en duda la obligatoriedad de la heterosexualidad, ampliando los límites de la expresión personal y convirtiendo la exploración en el campo de la sexualidad en parte de la afirmación del yo. Expresión de esta nueva frontera es la aparición de movimientos gay y lésbicos.

41 Castells, op.cit. Pág.160. 42 Ibíd.

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Castells habla de la crisis de la familia patriarcal –y del debilitamiento de la autoridad patriarcal, aunque el modelo mental continúe siendo el de dominación masculina– señalando como indicadores de ello la disolución de los hogares de las parejas casadas por divorcio o separación; la formación, tras la disolución del matrimonio o debido al envejecimiento diferencial de la población, de hogares de un solo progenitor, generalmente la madre; el retraso en la formación de parejas y la vida en común sin matrimonio, producto de la dificultad de compatibilizar matrimonio, trabajo y vida y de la carencia de sanción legal; la inestabilidad familiar y la mayor autonomía de las mujeres en su conducta reproductiva, que lleva a nuevos patrones sociales de reemplazo generacional: nacen más niños fuera del matrimonio y suelen quedarse con sus madres. Las mujeres tienden a limitar el número de hijos, retrasan la llegada del primero y, en ocasiones, tienen hijos solo para ellas. Finalmente, Castells propone que estos cambios de la estructura familiar y de las normas sexuales han producido transformaciones en la personalidad.

Las teorías de género El concepto de patriarcado, desarrollado precisamente por los movimientos feministas, es el sistema de dominación de un sexo sobre otro. Para explicar cómo eso ocurre, surge la noción de género, que permite diferenciar los aspectos biológicos de la asignación de identidad sexual de sus significados sociales, a partir de los cuales las sociedades

construyen normas, valores e instituciones que organizan las relaciones entre hombres y mujeres. A este entramado sociocultural se lo ha llamado ‘sistema de género’. El sociólogo francés Pierre Bourdieu en “La dominación masculina”43 indaga en las construcciones simbólicas de este sistema y postula que las diferencias entre los cuerpos de hombres y mujeres han sido magnificadas y construidas por las culturas, de modo que son reforzadas para establecer su carácter binario e intraspasable, donde lo masculino es construido por oposición a lo femenino y las relaciones sexuales son expresión de una relación de dominación de los hombres sobre las mujeres. Sostiene que es la construcción arbitraria de lo biológico, especialmente de la reproducción biológica, lo que fundamenta la división de la actividad sexual, la división sexual del trabajo y de ahí todo el cosmos. Esto tiene su fuerza en que “legitima una relación de dominación inscribiéndola en una naturaleza biológica que es en sí misma una construcción social naturalizada”44. A su vez, esta construcción simbólica transforma y diferencia a los cuerpos, hasta llegar a constituir ‘mujeres femeninas’ y ‘hombres viriles’, cuya existencia solo tiene sentido en lo relacional. Son cuerpos construidos para relacionarse en la lógica de la dominación.

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Bourdieu, Pierre. “La dominación masculina”. Editorial Anagrama. Barcelona, España, 2000. Ibíd.

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En su análisis, las mujeres quedan atrapadas en relaciones de poder, en esquemas mentales producto de la asimilación de esas relaciones de poder y sustentadas en las “oposiciones fundadoras del orden simbólico”. Pero Bourdieu aclara que lo simbólico no debe entenderse como opuesto a lo ‘real’, sino dentro de la experiencia subjetiva de las relaciones de dominación, que lo entiende como objetivo. Más aún, la lógica de la dominación masculina y la sumisión femenina se traduce en hombres y mujeres en inclinaciones espontáneamente adaptadas al orden. Las estructuras de dominación de género, por lo tanto, no son ahistóricas, sino resultado de un trabajo continuo de reproducción en el que aportan tanto los seres humanos como las instituciones, siendo para él centrales la familia, la iglesia, la escuela y el Estado. Así, para desentrañar cómo funciona la economía de los bienes simbólicos, es necesario conocer cómo han ido siendo articuladas, históricamente, en cada sociedad específica. El género comprende los símbolos culturalmente disponibles, los conceptos normativos, las nociones políticas, las referencias a las instituciones y la identidad subjetiva. Desarmar las dominaciones de género, como lo hizo Simone de Beauvoir –al unirse al movimiento feminista en Francia a fines de los sesenta– no es tarea simple. Como bien lo señala la antropóloga estadounidense Gayle Rubin, la dominación de género está instalada tanto en los sistemas de producción como en los de parentesco y, por ende, en nuestras estructuras

sicológicas en tanto sujetos de esas sociedades. Permea todas nuestras relaciones, especialmente las afectivas, y nos convierte en cómplices cotidianos/as a menos que, en un acto permanente de rebeldía, cuestionemos cada una de las instancias en que el sistema se reactiva, tanto en la familia, como mediante la acción del Estado, la escuela y la iglesia45. En su libro, Bourdieu constata cómo, pese a que en la sociedad francesa y europea las mujeres han ocupado espacios importantes en el mundo público (trabajo, política y educación), las “oposiciones fundadoras del orden simbólico” han sido menos afectadas, ya que la tendencia parece ser continuar replicando, en esos nuevos espacios, la división masculino/ femenino. De modo que, por ejemplo, la participación laboral de las mujeres se realiza en ocupaciones que son prolongación del rol femenino tradicional, como aquellas vinculadas a la educación y al cuidado de las personas. Otros elementos, como las concepciones de pareja, o la erotización mercantil de los cuerpos de las mujeres, indican que los esquemas mentales producto de la asimilación de las relaciones de poder han sido menos afectados por los cambios en los comportamientos de lo que podría esperarse. Esto, además, en el contexto de sociedades en que los movimientos feministas encabezaron una vigorosa crítica cultural al patriarcado, resultado de lo cual los Estados tienen

45 Bourdieu, op. cit.

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políticas muy definidas hacia la equidad de género, y en que los procesos de individuación propios de la modernidad se han extendido por todas las capas sociales. Todos estos cambios tuvieron un correlato en América Latina, donde los aires de nuevos modos de entender la sociedad y la vida de las personas corrieron a la par con aquellos que agitaron Europa y Estados Unidos.

capítulo dos américa latina en los 60

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Una década de decisiones radicales Tras la crisis de 1929, los Estados de la región habían adoptado el rol de promotores y directores del desarrollo económico, en ausencia de empresariado y de sistemas financieros y de comunicaciones. La mayor parte de los gobiernos latinoamericanos impulsaron políticas de industrialización por sustitución de importaciones (ISI46) para alcanzar la independencia económica y crear puestos de trabajo. Políticamente, los regímenes estaban sustentados en el populismo47, y eran semiautoritarios, basados en una precaria alianza entre empresarios y obreros, que terminaban por desmoronarse por las tensiones no resueltas entre estos sectores. Otros, como el caso chileno de los 40, implicaron el acceso al poder por medio de elecciones de amplios conglomerados progresistas48. En general, desde un punto de vista liberal, podría decirse que el proteccionismo estatal generó un mayor gasto público, con pérdida de libertad comercial, eficiencia y competitividad. El menor comercio externo contrajo los ingresos fiscales, sin un correspondiente aumento de los

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Industrialización por Sustitución de Importaciones. Como Getulio Vargas en Brasil y Lázaro Cárdenas en México en los años 30; o Perón en la Argentina de los 40. Pérez Herrero, Pedro. Estados Unidos y Latinoamérica en el nuevo sistema internacional. En Pereira, Juan Carlos, “Historia de las relaciones internacionales contemporáneas”. Editorial Ariel. Madrid, España, 2001. Págs. 443-461.

impuestos a la renta, debilitando al Estado; la necesidad de importar insumos y tecnologías llevó a los gobiernos a sobrevaluar las monedas nacionales, disminuyendo las ganancias de los exportadores49. Sin embargo, otras visiones enfatizan los aspectos positivos del papel del Estado en la disminución de las diferencias en la distribución de los ingresos, la reducción de las tensiones sociales, la construcción de una infraestructura indispensable para el desarrollo económico, la organización de actores sociales dinámicos y la imposición de barreras arancelarias que favorecieron a los productores internos. Como resultado, el crecimiento económico en la región entre 1950 y 1973 fue superior a la media de los países desarrollados, aunque las políticas ISI fueron exitosas solo en el corto plazo, porque debido a la forma en que fueron implementadas se consumieron a sí mismas50. La población creció a un ritmo muy alto, de modo que el ingreso per cápita aumentó solamente en 2,6%, y la distribución del ingreso empeoró. Entre 1960 y 1973, la economía latinoamericana creció contando con masivos aportes de capitales internacionales, por la baja del tipo de interés en los países centrales. La producción manufacturera aumentó a una tasa de 6,8, incrementando su participación en el Producto Interno Bruto de 21 a 26%; la inversión bruta interna llegó a un 9% anual. Pero ya el modelo ISI empezaba

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Pérez, op. cit. Pág. 449. Ibíd. Pág. 446.

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a agotarse: al alcanzar el límite de la demanda interna, subieron los costos de producción, bajaron las ganancias empresariales y la llegada de capitales. Reapareció con todo ello el fantasma de la inflación (agravada en la década siguiente con el alza de los precios del petróleo) como resultado del uso del déficit para mantener la expansión. Las tensiones sociales aumentaron, al no encontrar los migrantes del campo trabajo en las ciudades, mientras crecía la demanda de alimentos que debían ser importados, sin que la productividad agrícola mejorara, en desmedro de la balanza comercial y aumentando la brecha inflacionaria51. Aunque había grandes diferencias entre países, en este período y producto de la disminución de la mortalidad debido a las políticas de fomento de la salud y de los adelantos médicos52, Latinoamérica estaba en el momento más alto de su crecimiento demográfico, habiendo en veinte años pasado de 166 millones de habitantes, en 1950, a 286 en 1970, quienes se volcaban mayoritariamente a los centros urbanos53. Hasta 1960, las políticas ISI lograron que el crecimiento del sector secundario de la economía absorbiera la emigración del campo a la ciudad, sin que los servicios estatales crecieran en exceso; pero ya a fines de la década surgieron los primeros signos de ello. Las tensiones sociales así generadas fueron

51 Pérez, op.cit. Pág. 448. 52 Y sin haber aún una reducción en la tasa de fecundidad debido al uso masivo de anticonceptivos y al cambio de valores con respecto a la familia. 53 Ibíd. Pág. 450.

resueltas por medio de golpes de Estado militares (Brasil, 1964 y Argentina, 1966) o desmantelando las organizaciones sindicales críticas en otros países54.

Estados Unidos y su influencia en las Fuerzas Armadas La ola de prosperidad de las economías desarrolladas había infundido confianza en sus respectivos modelos tanto a EE.UU como a la URSS, países que realizaban una promoción activa de dichos sistemas en América Latina, con la “Great Society” de Lyndon B. Johnson y el salto al comunismo anunciado por Nikita Jruschov, mientras que hasta la Iglesia Católica intentaba renovarse, en el Concilio Vaticano II. A fines de la década del 50, la región estaba gobernada por regímenes civiles, aunque no todos pudieran ser calificados de democráticos, siendo las dictaduras militares solo cuatro. Pero el éxito de la Revolución Cubana reactivó el apoyo de Estados Unidos a regímenes anticomunistas. Entre 1962 y 1964 hubo ocho golpes militares, llegando en la década de 1970 a existir hasta dieciséis gobiernos autoritarios55. El gobierno de Kennedy se abocó a promover una transformación de las estructuras sociales y políticas

54. 55.

Pérez, op. cit. Pág. 453. Ibíd. Pág. 453.

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latinoamericanas de una manera que las protegiera de la tentación revolucionaria. Diversos historiadores coinciden en que sus propuestas estaban sustentadas tanto en una teoría general sobre las condiciones necesarias de los procesos revolucionarios, como en las lecciones aprendidas en la descolonización de Asia y África. Una de las experiencias replicables era las reformas agrarias aplicadas exitosamente en Japón, Corea del Sur y Formosa, que habían removido obstáculos al crecimiento económico y suavizado tensiones sociales. Otra, la necesidad de lograr un mejor conocimiento de las masas populares de las sociedades para favorecer el desarrollo de actores que se opusieran a la revolución. Estas políticas fueron promovidas por medio de la Alianza para el Progreso (APP), que propugnó tanto las reformas agrarias como una rápida y amplia industrialización en América Latina, para lo cual Estados Unidos transfirió 20 millones de dólares a lo largo de diez años, complementados con una inversión endógena de similar monto, teniendo como objetivo un crecimiento del producto bruto per cápita de 2,5% anual. Esto implicaba un incremento de las funciones y recursos del Estado y una reforma impositiva para aumentar y redistribuir la carga fiscal, creando con ello estructuras sociales y políticas capaces de encuadrar y canalizar a las masas56.

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Halperin Donghi, op.cit. Pág.540.

Por sobre las soluciones dictatoriales para la región, el gobierno de Kennedy confiaba en que las corrientes reformistas moderadas –que le habían sido leales– tendrían mayor manejo de los problemas políticos. Pese a ello, parte de los fondos aportados estuvieron destinados a los ejércitos, a quienes incitaron a adquirir funciones de desarrollo económico social que los vincularan a las masas rurales, supliendo la ausencia del Estado y de los partidos políticos en zonas apartadas donde podía incubarse la amenaza guerrillera prometida por Cuba. La presencia estadounidense en América Latina se volvió más compleja y diversa, y más capaz de influir en la nueva política de masas que se abría en el continente, buscando a la vez la transformación y la conservación, pero en un contexto de grandes cambios, donde en situaciones críticas tendió a primar el objetivo de corto plazo –la seguridad– sobre el desarrollo económico y las reformas sociopolíticas. Tras el asesinato de Kennedy, en 1963, la administración Johnson priorizó el objetivo de conservación del orden, abandonando la opción en pro de la democracia representativa. Por su lado, la doctrina de seguridad nacional convertía a los ejércitos en protagonistas de la vida nacional, al encabezar una empresa que unía la guerra y la política al servicio de una misión heroica de defensa contra un enemigo mundial, oculto tras los muchos conflictos que atravesaban la región: el comunismo.

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Cambios sociales: nuevas costumbres Algunos historiadores opinan que, pese a la sensación de amenaza por la ofensiva revolucionaria, los sectores dominantes en la región participaron del optimismo que inundaba al mundo desarrollado, manifestando una confiada y poco polémica apertura a las innovaciones de forma y contenido de la vida colectiva provenientes del primer mundo, que corroían las bases morales del orden vigente. Por el contrario, afirman, estas manifestaciones de la contracultura –que provenían de progresos en las comunicaciones y transportes (el avión y el teléfono) y en la biología, como la píldora anticonceptiva– constituían un anticipo liberador para vidas hasta entonces encerradas en costumbres estrechas y fueron bien recibidas por los sectores privilegiados así como por quienes, desde las clases medias y populares, cuestionaban el orden social. Otros, sin embargo, apuntan más bien a observar una actitud recelosa e, incluso, de abierto rechazo a las novedades que –sobre todo en materia de comportamientos juveniles– llegaban desde el norte. Pero es posible que, precisamente, la apertura estuviera entre los jóvenes, en tanto los adultos mantuvieron una actitud bastante más conservadora. Esta diferencia, precisamente, es a la que aludían quienes participaban de la industria de la entretención y las revistas juveniles que analiza este estudio, presentándolas a la vez tanto como medios de expresión y como una

manera de influir sobre ellos para adaptar a la chilena las radicales y peligrosas transformaciones que se veían venir irremediablemente. Incluso la Iglesia Católica, tradicional defensora del orden establecido, había permitido el surgimiento de la Teología de la Liberación, que encontraba eco en amplios sectores en Latinoamérica y se sumaba, con el Concilio Vaticano II, al conjunto de signos de la debilidad ideológica del orden establecido, por mucho que los sectores revolucionarios no constituyeran por su parte una alternativa coherente. En ese contexto de apertura al cambio, los ejércitos tendieron a verse a sí mismos como solitarios adalides en una sociedad que avanzaba con frivolidad hacia el desastre57. Las “tormentas de 1968”, extendidas desde Praga hasta México y que pasaron por el sur de América Latina, expresaban la impaciencia ante la demora en las transformaciones radicales que se venían anunciando desde principios de la década, y mostraban la fragilidad de sistemas político-sociales aparentemente sólidos. En América Latina revivieron las esperanzas revolucionarias aunque, retrospectivamente, sea posible ver que anunciaban la curva descendente.

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Para profundizar en estos aspectos históricos, ver las obras citadas del estadounidense Patrick Barr Melej, del argentino Tulio Halperin Donghi y González, y Primeras culturas juveniles en Chile: Pánico, malones, pololeo y matiné, del historiador chileno Yerko González 2011. En línea. Última recuperación: 01.07.2014, de versión en línea de Revista Atenea (Concepción) n.503, pp. 11-38. .

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Paralelamente, los países del continente buscaban entrar a la modernidad. Pero no hay ‘una’ manera de ser modernos, y tuvieron que construir la suya, recorriendo distintas etapas y rutas que las seguidas por europeos o estadounidenses. La modernidad latinoamericana comenzó con la Independencia, a principios del siglo XIX. Hay una influencia fuerte de la ideas de la Ilustración, readecuadas por el nudo cultural indo-ibérico que las resistió en parte. Son adoptadas las ideas liberales, incluso las formas republicanas de gobierno, pero restringiendo la participación del pueblo; se renuncia a la industrialización, para articularse dentro del orden mundial

como exportadores de materias primas, manteniendo en el atraso los otros sectores productivos. A pesar de estas limitaciones, la identidad cultural es reconstruida y los valores de la libertad, la democracia, la igualdad racial, la ciencia y la educación laica y abierta arraigan, desplazando a los valores coloniales58. En la primera mitad del siglo XX, se derrumba el poder oligárquico, emerge la “cuestión social” y se incorporan las clases medias a regímenes de carácter populista, comenzando un proceso de industrialización que sustituye importaciones de bienes de consumo. Aunque las clases trabajadoras no tuvieron participación activa en el sistema político, estos gobiernos desplegaron políticas clientelísticas hacia ellos. Surgió una conciencia anti-imperialista y la revalorización del mestizaje y las culturas aborígenes. Bajo la influencia de la depresión del 29, emergieron visiones muy pesimistas sobre la identidad, que intentan rescatar los elementos hispánicos. Se perdieron las certezas decimonónicas y los grandes debates giraron en torno a la apertura política, el reconocimiento de los derechos sociales y la urgencia de industrialización59. Tras la Segunda Guerra Mundial, coinciden algunos historiadores, los Estados asumieron un fuerte rol en la

58

Ver Larraín, Jorge, La trayectoria latinoamericana a la modernidad. En Estudios Públicos Nº 66, (otoño) Centro de Estudios Públicos, Santiago de Chile, 1997a. Pág. 320. 59 Larraín, op.cit. Pág. 321.

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promoción del proceso de industrialización, en comparación con el de la empresa privada; y creció la preponderancia del capital extranjero en relación al nacional, dado que el proteccionismo terminó beneficiando a las corporaciones multinacionales. Finalmente, los beneficios de la moderada versión del Estado de bienestar de los gobiernos populistas y los avances de la industrialización alcanzaron solamente a sectores de de capas medias y obreros organizados, dejando excluidas a las mayorías60. En términos culturales, este proceso estaría caracterizado por un ‘tradicionalismo ideológico’, que alude a la reinterpretación de valores modernos en contextos diferentes, resultando en un reforzamiento de las estructuras tradicionales. Específicamente, en este caso, la disposición de los sectores dirigentes a promover cambios en la economía, pero no en las esferas social y cultural –donde continuarían defendiendo valores tradicionales de respeto al orden, defensa de la institución familiar y la tradición, erosionando así la democracia. Este tradicionalismo, además, estaba arraigado en el enorme poder e influencia de la Iglesia Católica, dada la situación de privilegio que gozó durante la Colonia, y su articulación con los poderes oligárquicos para mantener el orden político y social y el control sobre las personas61.

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Ver Halperin, Pérez y Larraín, obras citadas. Larraín, Jorge. Identidad y modernidad en América Latina. Editorial Océano de México, Ciudad de México, 2004. Pág. 236.

capítulo tres nuevos actores sociales asoman en la sociedad chilena

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EN 1960, CHILE TENÍA UNA POBLACIÓN de 7,6 millones de personas. En Santiago, la población se duplicó entre 1952 y 1970, año en que alcanzó los 2,8 millones de habitantes. La tasa de crecimiento poblacional aumentó sostenidamente durante la primera mitad del siglo XX, pasando de 6,9 en 1900 a 11,3 en el quinquenio 1950-1955 y a 12,6 en el correspondiente a 1960-196562. Entre 1950 y 1970 la población creció de 6 a 9 millones y medio, con una composición por sexo casi paritaria. El país, en 1960 vivía la llamada ‘transición demográfica’, que lo llevó desde altas tasas de natalidad y mortalidad, al descenso de ambas: ya la tasa de mortalidad general bajó a 12,3 por 1.000 y la tasa de mortalidad infantil de 120 por 1.000, mientras que la global de fecundidad todavía era relativamente alta: 53 por 1000 en el quinquenio 1950-1955 y descendiendo a 3,8 en 1971. La esperanza de vida aumentó de 54,8 –entre 1950 y 1955– a 58,05 entre 1960 y 1965, para llegar a 63,57 entre 1970 y 1975. En 1950, el 41,7% de la población tenía menos de 14 años, en tanto las personas entre 15 y 24 años constituían el 18,2% en 1950 y el 18,8 en 197063. La población urbana, en 1960, era ya el 68,2%; en 1970 había llegado al 75,1%64. Gran parte estaba concentrada

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Flacso. Mujeres Latinoamericanas en cifras. Santiago de Chile, 1992. En línea. Ultima recuperación el 01.07.2014 desde Ibíd. Cepal. Boletín demográfico Nº75, América Latina: Urbanización y Evolución de la Población Urbana, 1950-2000. Santiago de Chile, 2005. Pág.6.

en Santiago que, en 1970, tenía 2,8 millones de habitantes. Los campesinos migraban masivamente a las ciudades, expulsados por la falta de trabajo y las duras condiciones de vida; en las ciudades presionaban por un lugar donde vivir, por trabajos y por acceso a la educación.

El proceso político y los problemas económicos La crisis de la República oligárquica en los años 20 se había negociado y finalmente desembocó en los gobiernos del Frente Popular, que reorganizaron la economía y concretaron cambios demandados por amplios sectores sociales, entre ellos las mujeres, que luchaban por el pleno derecho al sufragio universal y por mejoras en la legislación familiar y social. Aunque el nivel de vida de los trabajadores urbanos, incluidas las capas medias, mejoró consistentemente, el crecimiento de la economía –producto de la sustitución de exportaciones impulsada por esos gobiernos– llegó pronto a sus límites, produciéndose continuas crisis económicas que tensionaron al máximo al Estado, convertido en un articulador de demandas sociales. Tras la derrota de los últimos vestigios frentepopulistas, en 1952, a manos de Carlos Ibáñez, cuyo segundo gobierno terminó en un círculo vicioso de alzas, en 1958 triunfó el

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candidato de la coalición de derecha, Jorge Alessandri Rodríguez, quien derrotó a Salvador Allende, por segunda vez candidato de las izquierdas, por solo 30.000 votos. El ‘gobierno de los gerentes’, como fue llamado, enfrentó aproximadamente el mismo escenario que su antecesor: las medidas neoliberales, que buscaban abrir la cerrada economía fabril chilena a los avatares de los mercados mundiales, incluyeron desregulaciones de las relaciones laborales, enérgicamente resistidas por las organizaciones sindicales, ahora conducidas por socialistas y comunistas. El sistema de multipartidismo instalado desde los años del Frente Popular entró en crisis. En 1964, la derecha, con temor porque el nuevamente candidato Allende ganase esta vez, apoyó a una tercera fuerza emergente, la Democracia Cristiana con Eduardo Frei Montalva, cuyo programa de gobierno recogía reivindicaciones ‘reformistas’ como la nacionalización del cobre, la Reforma Agraria y la Promoción Popular, dentro de una nueva propuesta de “Revolución en Libertad”. Frei M. implementó esta última con el apoyo de Washington65. Así, abrió espacios de participación social a los pobladores, estableciendo redes de clientelismo político con los nuevos sectores organizados. De este gobierno son las leyes de Juntas de Vecinos y Centros de Madres, la de

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Para mayor desarrollo, ver Hartlyn y Valenzuela, La democracia en América Latina desde 1930. En Bethell, L., Historia de América Latina. Tomo 12. Política y sociedad desde 1930. Cambridge University Press, Critica Grijalbo Mondadori. Barcelona, España, 1997. Pág. 51.

Sindicalización Campesina y la de Reforma Agraria, como ya fue dicho. A ello hay que sumar la distribución gratuita de anticonceptivos, mediante el Servicio Nacional de Salud, además de la venta de los mismos a libre demanda en las farmacias. La derecha se opuso con todas sus fuerzas a las transformaciones en el campo, que rompían un acuerdo implícito en la política chilena de respetar el poder tradicional de ese sector en el mundo rural. También la izquierda se sentía desafiada por la intromisión con apoyo estatal de los democratacristianos en el movimiento sindical y la movilización de los habitantes de las periferias urbanas, los pobladores66. Pese a la radicalidad de estas reformas, la incapacidad del modelo económico de satisfacer las demandas sociales en ascenso provocó la agudización de las luchas sociales. El conflicto social fue político, entre clases. Los democratacristianos no consiguieron instalarse como partido mayoritario y, en las elecciones de 1970, se enfrentaron a la derecha y a la Unidad Popular, alianza de los partidos de izquierda, que resultó ganadora con el 36% de los votos – porcentaje menor que el obtenido en 1964–, mayoría relativa respetada por la mayoría democratacristiana en el Congreso, dándole acceso a la Presidencia por primera vez a una coalición encabezada por un socialista, con un programa de transformaciones radicales67.

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Hartlyn y Valenzuela, op. cit. Ibíd.

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Sin embargo, y pese a la sensación generalizada de graves problemas económicos, la tasa general de crecimiento anual per cápita de 1960 a 1970 no fue tan baja: 2,6 %. El mayor problema era la creciente tasa de inflación. Alessandri R. partió con una tasa de 33,1%, que logró reducir al 5,4 y al 9,4% en los dos años siguientes; pero en 1963 había vuelto a subir a 45,9%. Frei M. consiguió morigerarla al 17,9% en 1966, pero luego volvió a subir hasta el 34,9% en 197068. La mayor debilidad del Estado residía en su dependencia de las importaciones y de los fluctuantes precios de sus exportaciones: casi un tercio de la recaudación impositiva provenía del sector del cobre y de las importaciones. Las variaciones de los ingresos así derivados provocaban un déficit fiscal que era solucionado mediante la deuda externa, que creció de 598 millones de dólares (1960) a 3 mil millones en 1970. La dependencia económica respecto de los Estados Unidos era evidente. Cerca del 40% de las importaciones chilenas procedían de allí, así como la mayoría de los créditos exteriores que obtenía Chile. La mitad de la deuda pública nacional, a 1970, era con dicho país, que era también el principal inversor extranjero, sobre todo en la minería. Además, proporcionaba empréstitos de la AID (Ayuda internacional) y apoyo militar. Por su parte, la agricultura se acrecentaba menos que el

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Angell, Alan, Chile, 1958-c. 1990. En Bethell, L., Historia de América Latina. Tomo 15. El Cono sur desde 1930 . Cambridge University Press, Critica Grijalbo Mondadori. Barcelona, España, 1997 b. Pág. 258.

crecimiento demográfico, por lo que era necesario importar cantidades crecientes de alimentos. Algunos acusan de ello a las presiones políticas para mantener los precios agrícolas bajos, pero otros consideran que fue debido a la distribución desigual de la propiedad de la tierra. El poder económico estaba restringido a un círculo estrecho de personas, así como las finanzas, la agricultura, la industria y la construcción, concentradas en pocas manos. La industria, por su parte, dependía del proteccionismo del Estado, cobraba altos precios y casi no exportaba. La distribución de la renta reflejaba las desigualdades sociales; aunque mejoró levemente entre 1954 y 1968, cuando el quintil más pobre aumentó su participación en las rentas totales de 1,5 a 4,9, mientras el decil más rico descendía de 49 a 35 %. La tasa de desocupación bajó del 7,3% en 1960 a 3, 5% en 197069.

Los actores sociales Para los fines de este libro interesa profundizar en la descripción de dos actores sociales, uno tradicional –las clases medias– y otro emergente, la juventud.

69 Angell, op.cit. Págs. 260-262.

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Las clases medias Señalan los sociólogos chilenos Espinoza y Barozet70 que, en América Latina, la presentación de las capas medias debe sustentarse en su definición histórica específica. En el caso chileno, son grupos urbanos ocupados en el sector servicios, sobre todo estatales. Emergieron en el siglo XIX, fundamentalmente como artesanos y, a partir de la segunda mitad de ese siglo, crecieron integrados por funcionarios públicos o empleados de empresas privadas. Para el siglo XX, ya era un sector social con fuerte identidad en el imaginario social nacional y entre 1920 y 1970 desplegaron una identidad y un proyecto como grupo social, influyente, pese a no controlar el poder político. Esto le dio acceso privilegiado a recursos estatales y beneficios sociales y previsionales71. Desarrollaron un discurso sobre el bien común, la justicia social y el progreso, del que fueron los principales adalides. Pero, aunque el desarrollo industrial, promovido desde el Estado, y los sistemas de protección social mejoraron la condición de sectores importantes de la población chilena, permanecieron fuertes desigualdades y precariedad en los mismos recursos a los que la clase media tenía acceso72.

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Espinoza, Vicente y Barozet, Emmanuelle. Capítulo 5 ¿De qué hablamos cuando decimos “clase media”? Perspectivas sobre el caso chileno. En El arte de clasificar a los chilenos, enfoques sobre los modelos de estratificación en Chile. Ediciones Universidad Diego Portales, Santiago de Chile, 2009. Espinoza y Barozet, op.cit. Pág. 108. Ibíd. Pág. 8

Uno de los rasgos distintivos de este sector era su alto capital cultural, con un promedio entre ocho y once años de estudios en 1960. Sus niveles educacionales eran incluso mayores que los de sectores empresariales y, desde luego, muy superiores a del mundo popular, del que los separaba una brecha no menor a cinco años de estudios. Pese a que en los años 50 y 60 fue expandida la cobertura de las enseñanzas secundaria y universitaria, no se redujo la tasa de analfabetismo, porque la educación básica –sobre todo en el campo– no tuvo un desarrollo similar73. La historiadora chilena Azún Candina74 describe así a las clases medias de mediados del siglo XX: “Se trataba de los individuos y familias que habían superado la pobreza indiscutible de campesinos, vagabundos y obreros de baja calificación, y que además vivían de una manera que puede calificarse como urbana tanto en el sentido de haber accedido a los adelantos materiales y tecnológicos de las ciudades modernas como de haberse integrado a la oferta cultural y a la actividad política y social de las ciudades; la vida ciudadana del país”. El elemento diferenciador fundamental respecto a los sectores populares era su educación formal y su capacidad de expresarse y relacionarse con los demás, así como la correcta presentación personal, limpia y ordenada. Los sectores medios debían vestirse o alhajar su hogar de acuerdo a su

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Espinoza y Barozet, op.cit. Pág. 6. Candina, Azún, Por una vida digna y decorosa. Clase media y empleados públicos en el Chile del siglo XX. Editorial Frasis, Santiago de Chile, 2012. Pág.11.

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nivel social, lo que les provocaba fuertes tensiones cuando sus recursos materiales los ponían al límite de lo socialmente adecuado. Estas actitudes dieron paso a acusaciones de arribismo e, incluso, de que en su afán de aparentar más allá de su capacidad económica vivían al día, despreocupados del mañana75. Dos estudios sociológicos referidos a las mujeres de clase media permiten inferir sus valores familiares. El primero, de Armand y Michelle Mattelart76, recogió opiniones de una muestra de hombres y mujeres de varios estratos sociales, y preguntó por la imagen respectiva de cada clase social. Todas las citas siguientes corresponden a él. A las mujeres de clase media las describían como portadoras de un “tradicionalismo urbano contemporáneo”; es decir, como personas que adherían a los valores de la modernidad, pero aspiraban a preservar valores éticos y concepciones tradicionales respecto a la desigualdad social. De ahí, entonces, la aspiración de sostener un modelo familiar, propio del ideal burgués, como grupo primario de relaciones afectivas amenazadas por la vida urbana, y sustentado en “un conjunto de privilegios entre los cuales está una estructura de servicios domésticos de bajo costo que libera a la mujer de las preocupaciones del hogar”. Según los autores, esto contribuyó

75 Candina, op cit. Pág. 73. 76 Mattelart, Armand & Michelle, La mujer chilena en una nueva sociedad. Editorial del Pacífico, Santiago de Chile, 1968.

al “familismo” y al “sistema de clientelas” que construye la gran familia de la clase media urbana. Las mujeres de capas medias eran vistas por hombres y mujeres de la clase media superior como conscientes de haber ganado su posición con esfuerzo y afán de superación, lo que les daba una gran ventaja para integrarse al mundo actual, con su actitud abierta y adaptable. Eran instruidas, activas intelectualmente, productivas y aportadoras; luchaban a la par con su marido por su hogar. A diferencia de los hombres, tenían como referente a las mujeres de clase alta, en tanto trataban de alcanzar la sofisticación y elegancia de aquellas, sin conseguirlo, sobre todo, porque no tienen los medios. Las mujeres de clase media inferior observaban en las de clase media su condición de mujeres de trabajo y de su casa, manteniendo la noción de esfuerzo, pero sin la integración al mundo externo. Las mujeres de sectores populares enfatizaban la superioridad de ellas en educación, recursos económicos y participación, criticando su arribismo y pretensión de aparentar como si fueran de clase alta. Los hombres las veían como rivales en el campo del trabajo. Desde las clases superiores, se las reconocía como trabajadoras, organizadas y deseosas de progresar, pero con una ambición limitada a metas económicas. Un grupo pequeño las describe como burdas respecto a las de clases superiores. Los hombres apreciaban su mayor nivel educacional, sin rescatar el esfuerzo, e incluso criticándolas

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por no tener la figuración y altura moral de la mujer ideal de clase alta. En su análisis biográfico de mujeres de clase media el sociólogo argentino Carlos Borsotti apunta a un campo de orientación a la acción compartido, a pesar de las diversidades internas: el ascenso o estabilidad social, afincado en la educación universitaria de los hijos, “el individualismo como método de acción social, el consumo simbólico, la estabilidad y la seguridad en el empleo con la consiguiente previsibilidad, la gratificación sicológica centrada en las relaciones personales intrafamiliares”77. El autor advierte la tensión que implicaba el logro de estos valores en un ambiente difícil, y el rol clave de la mujer en la estrategia familiar para alcanzarlos, motivando a los integrantes de la familia, y organizando y administrando los recursos económicos, sicológicos y sociales del grupo. Por su parte, el sociólogo chileno Pablo Huneeus entregó una visión negativa de las capas medias funcionarias. A fines de los 60, las caracterizaba por la tensión entre sus carencias materiales y el temor a ser confundidos con los sectores populares, sus escasos recursos, la necesidad de llevar una vida ‘decente’, sin ensuciarse las manos con el trabajo manual; por el deseo de cambios y el temor a perder sus pocos privilegios; el resentimiento frente a una jerarquía que los dominaba y la tradición de “actuar suavemente sin mostrar

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Borsotti, Carlos, Tres mujeres chilenas de clase media. En Covarrubias, P. & Franco, R., Chile, Mujer y Sociedad. Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, Santiago de Chile, 1978. Pág. 282.

rencor”78, entre el inconformismo y la resignación a las “humillaciones cotidianas”, provenientes de incomodidades materiales y deudas; el deseo de libertad y la necesidad funcionaria de adaptarse a la norma; entre las ansias de rebelarse y la costumbre de agradar para obtener pequeñas prebendas.

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Huneeus, Pablo, Hombres de gris. En Godoy, H. Estructura social de Chile. Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1971. Pág. 544.

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La juventud En todos los niveles sociales había miles de jóvenes atraídos por las promesas de movilidad social de la modernidad que, sin embargo, encontraban que las puertas no estaban abiertas para todos. Así, a las luchas en defensa del poder adquisitivo de los salarios, y por el derecho a la vivienda, se agregaron –en 1967 y 1968– las demandas de los jóvenes. Por la todavía alta natalidad y mortalidad descendente, Chile era un país joven: los jóvenes eran una proporción desusadamente alta de la población general. En el concepto de juventud, más allá de su objetiva base biológico/etaria, en esa década cabían fundamentalmente los estudiantes, lo que implicaba una definición de clase: en ese momento estudiaban aquellos pertenecientes a los sectores medios y altos, que disponían de tiempo y recursos materiales para completar la enseñanza secundaria y acceder a la universidad. De todas formas, es necesario consignar que, en este período, el sistema educativo experimentó una gran expansión, pasando de una cobertura de 26,2% de la población de 0 a 24 años de edad en 1950 a de 35,8% en 1964. El presupuesto nacional en educación creció del 4.0% al 5.7% del PIB. En términos de cobertura, la enseñanza básica pasó de 85% en 1964 a 96,8% en 1970; en tanto la media saltó de 18% a 33,5% de la población de 15 a 19 años. La cobertura de la educación superior pasó del 4°/o de la

población de 20 a 24 años (1961) al 9,2% en 197079. Este crecimiento posibilitó el acceso al sistema de las capas medias y obreras y, sobre todo, dio pleno acceso a la escolaridad básica a grupos campesinos y urbanos marginales. Aunque los problemas de repetición y deserción seguían afectando, especialmente a esos sectores, la presencia de las capas populares en la educación media y, particularmente, en la modalidad técnico-profesional dio un salto importante.

Movimiento estudiantil y reforma El gran actor político emergente fueron, entonces, los estudiantes universitarios, con el emblemático movimiento estudiantil por la Reforma Universitaria. Sus banderas de lucha, articuladas por la vía de los partidos de izquierda, remitieron a cambios sociales estructurales, buscando la toma del poder político –el gobierno– como camino para realizar aquello. El historiador nacional Yerko González señala que en el Cono Sur los estudiantes ya habían emergido como actores sociales desde el movimiento de los estudiantes en Córdoba en 1918, donde lograron cambios que fueron bandera de lucha de todos los movimientos universitarios posteriores de la región:

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Núñez, Iván, Editor. Las transformaciones educacionales bajo el régimen militar. Volumen 1. PIIE, Santiago de Chile, 1984. Pág. 22.

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co-gobierno estudiantil, autonomía universitaria, derecho a asociación y acceso de los sectores populares a la educación superior80. En Chile, la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (Fech) había sido un importante actor que encabezó movilizaciones populares durante los años veinte, jugando un papel fundamental en la rearticulación de las organizaciones civiles reprimidas durante la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo, al inicio de la década del 30. De acuerdo a los historiadores Gabriel Salazar y Jaime Pinto, la generación universitaria de 1967-8 fue la que ha tenido mayor protagonismo en la historia de Chile, y lo hizo usando como escenario espacios de lucha como la calle, la fábrica, el fundo y la plaza, con métodos como las ocupaciones ilegales o tomas. Estos autores plantean que es clave para entender la identidad rebelde de esta generación el escenario de la Guerra Fría y las guerras imperialistas contra los países como Cuba, las nuevas naciones africanas y Viet Nam81. Dentro de Chile, el gigantismo de las tareas de desarrollo y revolución social llevó a una ‘explosión de las utopías’, que implicaban derrotar política y militarmente al adversario, tratando como respuesta de ser un gigante moral, teniendo al Che Guevara como modelo. En ese contexto emergieron nuevas agrupaciones políticas, como el MIR, el Mapu

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González, Yerko. Sumar y no ser sumados: culturas juveniles revolucionarias. Mayo de 1968 y diversificación identitaria. En Alpha Nº 30, 11-128., 2010. Pág. 114. Salazar, Gabriel y Pinto, Jaime, Historia Contemporánea de Chile, T. V. Niñez y Juventud. Editorial LOM, Santiago de Chile, 2002b. Pág. 200.

(Movimiento de Acción Popular Unitaria) y la IC (Izquierda Cristiana), compuestas por menores de 24 años, que querían romper con la tradición parlamentaria privilegiando la acción directa, apropiándose del espacio público.

Iglesia joven El movimiento juvenil de estos años tuvo varias vertientes. La más visible fue el movimiento por la reforma universitaria, así como la participación en nuevos movimientos políticos. Pero también fue elemento importante el componente religioso, dado por los jóvenes que, desde dentro del catolicismo, cuestionaban su conservadurismo, y el componente cultural, muy marcado por la influencia de los movimientos juveniles de los países centrales y sobre todo por la música y la moda, como ya fue dicho. La radicalización de sectores de jóvenes vinculados a la Iglesia Católica, que buscaban el socialismo comunitario llevó, en 1969, a la formación del Mapu, y, un año antes, a que los movimientos de Iglesia Joven y Cristianos para el Socialismo, se tomaran la Catedral de Santiago, demandando que la iglesia se vinculara con las luchas del pueblo. La idea había surgido de grupos radicados en las parroquias poblacionales de San Pedro y San Pablo (San Miguel) y San Luis Beltrán (Barrancas, hoy Pudahuel), con el apoyo de pobladores de La Castrina y Malaquías Concha; e involucró a pobladores, sacerdotes, estudiantes, intelectuales y profesionales cristianos.

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Estas expresiones, sin embargo, no encontraron eco en las páginas de los medios de comunicación destinados a la juventud.

Nuevas señas de identidad juvenil Esta generación se distinguió, además, por formar parte de un proceso de cambio cultural expresado, fundamentalmente, en la música; pero que abarcó muchos otros ámbitos. Como señalé en el Capítulo 1, la cultura juvenil se había convertido en dominante en los países centrales, con fuerte hegemonía anglosajona, imponiendo nuevas valoraciones en la apariencia personal, la música y las libertades individuales. En Chile, el primer desembarco de esa corriente contracultural ocurrió a fines de los años 50, con mayor protagonismo e influencia del cine estadounidense. Películas como The Wild One, Semilla de Maldad y Rebelde sin causa, presentaron a los jóvenes chilenos el rockanrroll y a sus héroes juveniles rebeldes, duros, incomunicados con el mundo adulto, masculinos, trajeados con jeans, chaqueta de cuero y montando motocicletas82.

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González, Yerko. Primeras culturas juveniles en Chile: Pánico, malones, pololeo y matiné, 2011. En línea. Ultima recuperación: 01.07.2014, de versión en línea de Revista Atenea (Concepción) n.503. Pág. 29.

A propósito de la muerte de su joven polola de la que fue acusado, Carlos Boassi Valdebenito, el Carloto, de 17 años, de clase media acomodada, fue convertido por los medios en el emblema de los ‘coléricos’, como la sociedad empezó a llamar a los grupos de jóvenes que habían adoptado las señas de identidad de la rebeldía juvenil estadounidense. La prensa y las autoridades reaccionaron con preocupación ante el drama, acusando a los cambios modernizadores, que trastocaban los roles de padre y madre y debilitaban la debida vigilancia hacia los jóvenes, facilitándoles dinero para ocio y diversiones, y dando lugar a una formación de ‘patotas’ o ‘pandillas’ en las que primaban conductas ‘desviadas’, en espacios fuera del control familiar83. Esos espacios de sociabilidad solían ser las pequeñas plazas vecinales, las fiestas organizadas cooperativamente en las casas o locales comunitarios (‘malones’), los lugares públicos para bailar (boites y después discoteques) y las salidas de las matinés, funciones de cine en las primeras horas de la tarde. En ellos, los jóvenes experimentaban las nuevas ropas, modales y, sobre todo, las primeras aproximaciones amorosas84. Como observan Salazar y Pinto, la primera reacción de los jóvenes chilenos fue imitativa, sin mayor reflexión contracultural, y se expresó en el movimiento musical

83 González, op.cit. Pág 15. 84 Ibíd.

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conocido como la Nueva Ola y en algunos intentos de traducir el rocanrol al gusto de los jóvenes chilenos. La Nueva Ola fue masiva y exitosa, adaptándose a los requerimientos de la industria cultural que deseaba controlar los posibles excesos juveniles; pero, por un breve momento, dio lugar a una expansión de la escena musical juvenil. Los rockeros, a su vez, fueron encontrando una voz propia en el beat chileno. La reacción del mundo adulto ante estas manifestaciones fue de rechazo, tanto desde la derecha –que editorializaba contra el pelo largo y las costumbres peligrosas de rockeros y hippies–, como por la izquierda, que los veía como expresión de dependencia cultural85. La respuesta cultural desde la izquierda fue la revitalización del folklore latinoamericano, siendo parte del movimiento del neofolklore y, sobre todo en su desarrollo posterior, la Nueva Canción Chilena, que fusionó algunos elementos del beat, pero reafirmando un fuerte compromiso social y político con el cambio de estructuras. Así, a fines de la década y comienzos de la siguiente, a los espacios de sociabilidad señalados se sumaron los recitales masivos y las peñas, más íntimas, como lugares donde los jóvenes iban construyendo su identidad generacional86.

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Salazar y Pinto, op. cit. Pág.151. Ver también el documental “Descomedidos y chascones” de Carlos Flores que, aunque levemente posterior, muestra la realidad de los jóvenes de comienzos de los 70. Salazar y Pinto, op.cit., 2002b. Pág. 155.

Sin embargo, ni las más avanzadas expresiones políticas juveniles cuestionaban el autoritarismo en las relaciones dentro de la clase y sus organizaciones, ni menos al interior de la familia. En la práctica, quienes participaban en tomas de universidades, de terrenos o de iglesias, rompían con el orden y desafiaban a la autoridad, pero no asumían en el discurso la tensión que esto implicaba con el orden de género. Los y las jóvenes rompían las normas tradicionales, pero no defendían abiertamente la necesidad de cambios en esa dimensión de la vida.

capítulo cuatro género en Chile en la década prodigiosa

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ANTES DE REVISAR LA FORMACIÓN DEL SISTEMA de relaciones de género en Chile, presentaremos las reflexiones de algunos autores87 sobre identidad nacional. Desde luego, la identidad nacional no es inmanente. Se va construyendo en el devenir de las sociedades, incorporando nuevos elementos y dejando atrás otros; tampoco tiene un carácter monolítico: pueden coexistir identidades contrapuestas dentro de cada sociedad, entretejidas y disputando una hegemonía en permanente cuestión, en tanto los sectores subordinados luchan para dejar de serlo. El relato identitario, entonces, es un proyecto y está en permanente tensión. Para el sociólogo chileno Jorge Larraín88 es posible distinguir algunos rasgos identitarios de larga duración. El primero es la combinación de centralismo y autoritarismo, arraigado en la burocracia legalista y autoritaria que impuso la corona española durante la Colonia y que ejercía, incluso, sobre la administración eclesiástica. Este rasgo se agravaba en Chile por las dificultades de comunicación dentro del territorio. La alta valoración del rol de la autoridad llegaba también a las relaciones familiares y empresariales, manteniéndose durante la República que valoró más el orden y la estabilidad que la democracia y el respeto a los derechos civiles.

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Jorge Larraín, Maximiliano Salinas, Eduardo Cavieres, Luis Corvalán M. Larraín, Jorge, Identidad Chilena y el Bicentenario. Revista Estudios Públicos, Nº 120 (primavera) . Centro de Estudios Públicos, Santiago de Chile, 2010.

El segundo rasgo de larga duración, y muy ligado al autoritarismo, es “el legalismo hipócrita del ‘se acata pero no se cumple’”89, que manifiesta una voluntad de obedecer, pero sin intención de hacerlo. Esta característica está sustentada, según este autor, en la actitud de los indios que admitieron ser cristianizados para salvar la vida, sin tener verdadera convicción. Otros estudiosos, como los historiadores también chilenos Salinas y Cavieres, han aludido a la dificultad de la autoridad para hacer cumplir las leyes, de modo que prefería ignorar las trasgresiones para mantener la apariencia de legalidad, dando por resultado una gran tolerancia a la violación de las normas en la práctica, en tanto se mantenga su validez en público90. La tercera característica de larga duración es la religiosidad popular basada en los ritos y el culto, en las procesiones y actos masivos, diferenciados de la vida diaria. Y, un último rasgo es el cortoplacismo y la imprevisión: Larraín postula que ese rasgo está vinculado a la inseguridad vital vivida en una Colonia permanentemente amenazada por la naturaleza, la pobreza y la violencia. Era también una característica de las culturas precolombinas, que entendían la historia como destino inevitable y catastrófico –y no como progreso– y consideraban que el futuro estaría gobernado por el pasado.

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Ibíd. Pág. 14. Salinas René y Corvalán, Nicolás. Transgresores sumisos, pecadores felices, vida afectiva y vigencia del modelo matrimonial en Chile tradicional, siglos XVIII y XIX. En Cuadernos de Historia, Nº 16, Chile: Departamento de Ciencias Históricas , Universidad de Chile, 1996. Pág.1.

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El lado positivo de esto es la capacidad de gozar el momento, de vivir intensamente el día, dando espacio a la solidaridad y compasión91. Varios de estas peculiaridades constituyen el sedimento sobre el cual son construidas y transformadas las relaciones sociales y la cultura. Aunque las relaciones de género en Chile han mutado desde la Conquista hasta ahora, es útil tenerlos presentes para comprender ese devenir, ya que han tenido continuidad hasta el período en estudio.

Estudios históricos de género en Chile Investigadores cercanos a la historia de las mentalidades (los mencionados Salinas, Cavieres y Corvalán) han estudiado la familia en Chile en los siglos XVII, XVIII y XIX, sin usar explícitamente la teoría de género; pero entregando aportes claves para comprender los orígenes y las transformaciones que han vivido las familias en el país. En la base de las relaciones instauradas en este nuevo mundo entre hombres y mujeres, reconocen la concepción hispánica de la superioridad masculina, articulada en las sociedades coloniales en conjunto con la desvalorización de los nativos

91 Larraín, op. cit. Págs. 15 y 17.

de ambos sexos para elaborar un intrincado sistema de estratos sociales, étnicos y de género. Los mencionados autores han señalado que, en el modelo español, los roles normales en la edad adulta eran los de marido y mujer unidos en el matrimonio católico, cimiento de la familia, único lugar para el ejercicio legítimo de la sexualidad, que buscaba la reproducción y no el placer. Todos los aspectos del ciclo familiar estaban regulados, y había claras jerarquías de género. La autoridad la ejercía el padre sobre todos sus miembros; el rol de las mujeres era pasivo, sometido a la potestad del marido. La familia era, sobre todo, una empresa común, con objetivos como la sobrevivencia y la transmisión de patrimonios (si los había), por sobre las motivaciones afectivas92. Dada la rigidez de este modelo, Cavieres y Salinas han señalado, al igual como otros historiadores de la familia novohispana en la Colonia, que el rasgo central de esta sociedad era la doble moral: normas extremadamente rígidas, legitimadas religiosamente y sustentadas por el poder político y militar del rey, pero confrontadas con una sociedad mestiza, donde el modelo español no lograba imponerse completamente. Han enfatizado también en la diversidad de formas familiares existentes en esos siglos porque, aunque los modelos de familia y relaciones de género fueron relativamente estables, las prácticas eran bastante heterogéneas, dependiendo de las circunstancias económicas y sociales.

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Salinas & Corvalán, op.cit. Pág.11.

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La hacienda fue la gran organizadora de la vida rural y ayudó a definir el tipo de estructuras familiares, dentro y fuera de ella; fuera, la situación de los pequeños propietarios y de los habitantes de tierras marginales era más variada. Sin embargo, predominaban los hogares con familia nuclear, aunque manteniendo relaciones estrechas con la familia extendida. Otro aspecto abordado por estos autores, así como también por Igor Goicovic93, otro historiador chileno, es la relación entre espacio público y privado. Cavieres sostiene que los límites entre vida pública y vida privada han experimentado continuos movimientos, y son más elusivos de lo supuesto, y Goicovic señala que la concepción del espacio doméstico en ciudades y aldeas de la sociedad tradicional era integradora: nacimiento, matrimonio y muerte ocurrían dentro de la casa, en presencia de parientes y amigos; allí se demostraba el apego a una vida cristiana. En la casa estaba el espacio íntimo de cohabitación de la pareja, pero los límites físicos estaban traspasados por la falta de puertas entre los cuartos, y por las ventanas abiertas hacia la calle. Por su parte, en su estudio sobre las formas de vida de la oligarquía chilena, el historiador Manuel Vicuña señala que

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Goicovic, Igor, Relaciones afectivas y violencia intrafamiliar en el Chile tradicional, 2006. Recuperado el 12 de 9 de 2011, de Revista Electrónica Ibero Forum, Universidad Iberoamericana: Disponible en línea en: . Ultima recuperación, 7.7.2014.

la familia cumplió un importante papel en la articulación de estrategias para adecuarse a las demandas que la integración a la economía mundial presentaba. La familia fue el “pilar de la diversificación económica”94, ya que la red familiar permitía cubrir una amplia gama de rubros económicos. Vicuña sostiene que cuando la elite chilena se enriqueció –hacia mitad del siglo– por el auge de la exportación de productos agrícolas y el desarrollo minero, estuvo por primera vez en condiciones de superar el estilo de vida holgado, pero austero y rústico, que llevaba hasta entonces. Los hombres adoptaron el modelo británico de elegancia, mientras que las mujeres seguían la moda parisina, cambiando también los valores, visibilizado en la tensión entre jóvenes derrochadores y adultos austeros. Dentro de esos cambios, desde 1860 los matrimonios en ese sector dependieron cada vez más de los deseos y voluntades de los posibles novios y menos de sus padres. Vicuña señala que pese a no existir estudios como para afirmar cuál tendencia predominaba, es importante reconocer que sí ocurrió el cambio en la sensibilidad que percibe el amor como elemento de valor crucial en el matrimonio y en la vida. Este nuevo concepto de amor, el amor romántico, había emergido en Europa a fines del siglo XVIII, pretendiendo unir el ideal amoroso casto del matrimonio cristiano con elementos del amor apasionado y erótico, tradicionalmente extraconyugal,

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Vicuña, Manuel. La Belle Époque Chilena, Editorial Sudamericana, Santiago de Chile, Sudamericana, 2001.

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pero teniendo como proyecto la unión mística y permanente de la pareja. La cualidad propia del amor-pasión había sido generar una ruptura con las normas y rutinas, vinculada a la autorrealización y la libertad personal por el amor romántico en que predominan los elementos emocionales, sublimes, sobre el deseo sexual; aun cuando surge de una atracción instantánea –el amor a primera vista– no era una expresión de deseo erótico, sino un gesto comunicativo de dos seres que intuían sus mutuas cualidades. Pero al sustentarse en la libertad individual y la superioridad del sentimiento amoroso, a la vez que llenaba de nuevos sentidos al matrimonio moderno, lo ponía en riesgo ante la fuerza de esos mismos sentimientos cuando desbordan las normas95. Como indica Goicovic96, siguiendo al historiador inglés Edward Shorter, el lazo roto en la nueva concepción de familia es la dependencia de hijos hacia padres en la elección de pareja. El amor es el factor determinante, y en los siglos posteriores llegará a estar estrechamente vinculado con la sexualidad, el matrimonio y la familia. Por cierto, esto relativiza la noción del matrimonio para toda la vida. Desde otro ángulo, la mirada y acción moralizadora de la elite, en términos de controlar la sociabilidad y sexualidad

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Giddens, Anthony, La transformación de la intimidad. Sexualidad, amor y erotismo en las sociedades modernas. Editorial Cátedra, Madrid, España. 1995. Pág. 19. 97 Goicovic, op.cit. Pág. 2.

desenfrenadas de los sectores populares, son abordadas por numerosos autores. Maximiliano Salinas señala que, entre 1840 y 1925, la elite en el poder reconoció que para poder construir una nación moderna –es decir, incorporada al desarrollo del capitalismo industrial– debía terminar con la vitalidad del mundo popular, su espíritu festivo y carnavalesco, expresado en la comida, la música y el sentido del humor, desplegados de manera desbordante en los espacios públicos. Era necesario disciplinar las formas desordenadas y trasgresoras de ser mujer y ser hombre: había que formar en ellos el sentido del trabajo y el respeto al orden. Podría decirse que, en este período, la elite comenzó a asumir la tarea ‘civilizatoria’ de transformar al ‘roto’ y a la ‘chinganera’ en trabajador responsable y buena esposa97. Gabriel Salazar y Jaime Pinto, en el tomo IV de su Historia de Chile, realizan un esfuerzo para comprender el sistema de género dentro del proceso histórico nacional, vinculando el desarrollo de las identidades de género de hombres y mujeres de diferentes clases sociales. Plantean también el origen violento de la constitución de las nuevas sociedades novohispanas, desde su fundación mediante la guerra de conquista como espacios territoriales abiertos donde fueron impuestos poderes masculinos: dos tradiciones patriarcales medievales (la monarquía y la Iglesia) y dos monopolios masculinos: el de las armas y el del comercio de aventura.

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Salinas, Maximiliano, Comida, Música y Humor. La desbordada vida popular. En Sagredo, Rafael & Gazmuri, Cristián, Historia de la vida privada en Chile. Tomo II (págs. 85-118). Editorial Taurus, Santiago de Chile, 2005. Pág.105.

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Señalan el protagonismo masculino de la empresa de Conquista, de alto riesgo y brutal, en que las normas de convivencia tradicionales quedaron suspendidas en beneficio del dominio de los más fuertes. El espacio tradicional comunitario de las mujeres en la sociedad española no fue replicado y el único papel posible para ellas fue insertarse en esta lógica de dominio sobre los que le son subordinados. Estos autores presentan un cuadro dinámico de transformaciones en las identidades de las clases dominantes y populares, preguntándose además por el potencial articulador de dominación o de lucha liberadora que despliegan hombres y mujeres desde sus situaciones específicas98.

Los estudios sobre las mujeres en Chile Los primeros estudios sobre la situación de las mujeres en Chile fueron realizados, a partir de los ochenta, por antropólogas, sociólogas y economistas que formaban parte del movimiento antidictatorial de mujeres (Julieta Kirkwood, 1990; Sonia Montecino, y las autoras de Mundo de Mujer, Continuidad y Cambio, 1988), acopiando gran cantidad de información y análisis sobre el rol y la situación de las mujeres chilenas.

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Salazar Gabriel y Pinto Jaime, Historia de Chile, tomo IV, LOM Ediciones, Santiago de Chile, 2002ª. Pág. 111.

Se los pude considerar como expresión de los llamados “estudios de la mujer”99 que, aunque habían superado la etapa de estudiar a la mujer como categoría ahistórica, víctima de una opresión, se centraban en sus problemas de las mujeres, sin referir al sistema de relaciones de género. Posteriormente fueron incorporándolos a esta conceptualización y abriendo la mirada al conjunto de relaciones entre ambos, así como a estudios sobre la condición de los hombres. Algunas de estas investigaciones habían abordado aspectos históricos, en tanto era necesario recoger antecedentes para comprender la situación actual, como es el caso de Ser política en Chile100, centrado en los efectos de la política económica de la dictadura, que transformó a las dueñas de casa en jefas de hogar y proveedoras. Plantea la necesidad de analizar el patriarcado en sus distintos momentos históricos para explorar cómo los movimientos populares han confrontado la opresión de las mujeres y realiza un primer trazado de la trayectoria histórica de las políticas feministas. De acuerdo al historiador estadounidense Thomas Klubock101, el desarrollo de la historiografía de la mujer y el género en los 90 respondió a una profunda crítica de la

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Montecino, Sonia, Rebolledo, Loreto. Mujer y Género. Nuevos saberes en las universidades chilenas. Colección de Ciencias Sociales, Universidad de Chile. Bravo y Allende, Editores. Santiago de Chile, 1995. Kirkwood, Julieta, Ser política en Chile, Editorial Cuarto Propio, Santiago de Chile, 1990. Klubock, Thomas, Writing the History of Women and Gender in TwentiethCentury Chile. Hispanic American Historical Review 81, nos. 3-4, (493-518). Duke University Press, Durham, NC, USA. August-November 2001. Pág. 495.

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historia del trabajo y la izquierda tradicionales, enfocándose en actores –las mujeres y los pobres urbanos– ignorados por aquellas. En Chile, dos trabajos son claves: el ya indicado de Julieta Kirkwood, y Labradores, peones y proletarios de Gabriel Salazar102. Este último está enfocado en los efectos en hombres y mujeres de la peonización a fines del siglo XIX, que subraya el papel de las mujeres en la mantención de una economía popular semiautónoma y la promoción de nuevas formas de sociabilidad popular y expresión cultural. Salazar ha influido en quienes han estudiado a las mujeres trabajadoras de fines del XIX y principios del XX en diversas regiones de Chile, documentando las actividades, modos de vida y cultura que desarrollaban. Es posible señalar entre ellas a las historiadoras Catalina Arteaga, Lorena Godoy, Leyla Flores y Alejandra Brito, quienes han demostrado que durante esa época muchas mujeres trabajaban y dirigían familias, con una autonomía económica que les permitía relaciones más fluidas con los hombres, ya que no estaban en hogares patriarcales como en las clases medias y altas. Igualmente muestran las constricciones históricas que les eran impuestas, la inseguridad económica, la violencia masculina y los esfuerzos de reformadores sociales, Estado e Iglesia Católica para ordenar sus vidas. La historia de la mujer del bajo pueblo introduce problemas teóricos, como el accionar histórico y la subjetividad de

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Salazar, Gabriel, Labradores, peones y proletarios, LOM Ediciones, Santiago de Chile. 2000.

las mujeres subalternas, acogiendo las propuestas de la historiadora estadounidense Joan Scott103 de hacer la historia del rol del género como principio organizador, reconociendo que las categorías de ‘subalterno’ o ‘popular’ eluden las diferencias de clase, etnicidad y género, que no hay una experiencia femenina unitaria, y que la categoría ‘mujer’ es históricamente contingente y construida. Por otra parte, la visión de la sexualidad del teórico francés Michel Foucault ha motivado la revisión de los sistemas discursivos e institucionales que disciplinaron a las mujeres e impusieron el orden en sus actividades sociales y económicas, así como en la sexualidad y la reproducción. La historiadora chilena Karen Rosemblatt104, por ejemplo, en su estudio sobre la cultura de izquierda bajo el Frente Popular en Chile, y respecto al rol que partidos y Estado jugaron en la transformación de las familias trabajadoras, indica que el ideal fue convertirlas en bastiones de virtud proletaria, enseñado los valores de domesticidad femenina y responsabilidad masculina ya señalados. Los historiadores estadounidenses Heidi Tinsman y Thomas Klubock, en sus estudios sobre las relaciones

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Scott, Joan, El género: una categoría útil para el análisis histórico. En Lamas, Marta, El género: la construcción cultural de la diferencia sexual. PUEG, Ciudad de México, México, 1996. Rosemblatt, Karen, Por un hogar bien constituido. El Estado y su política familiar en los Frentes Populares. En Godoy, Lorena, Disciplina y desacato: Construcción de identidad en Chile. Siglos XIX y XX (págs. 181-222). Coedición Sur/Cedem, Santiago de Chile, 1995.

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de género en la Reforma Agraria105 y en la minería del cobre106, respectivamente, ponen el foco más en las luchas y negociaciones que en la imposición unilineal del orden patriarcal, examinando cómo hombres y mujeres se apropian y luchan con las normas e ideologías dominantes, construyendo su propia versión del trabajo, el género y la sexualidad. Ximena Valdés y las investigadoras del Centro de Estudios para el Desarrollo de la Mujer (Cedem) han mantenido una línea de trabajo respecto a las familias y los géneros en el mundo rural, analizando cómo han sido afectados por los cambios estructurales ocurridos en la agricultura107. Más recientemente, Valdés ha estudiado los procesos de cambio en la vida privada en Chile, para lo cual recoge muchas de las investigaciones mencionadas y propone también como rasgo clave “la visible distancia entre los principios normativos inscritos en la legislación y los comportamientos sociales de la población que nuestra sociedad ha mantenido a partir de la conformación del Estado republicano hasta el presente”108.

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Tinsman, Heidi, Partners in conflict: the politics of gender, sexuality, and labor in the chilean Agrarian Reform, 1950-1973. Duke University Press, Durham, USA, 2002. 106 Klubock, Thomas, Hombres y mujeres en El Teniente. La construcción de género y clase en la minería chilena del cobre, 1904-1951. En Disciplina y desacato. Construcción de identidad en Chile, siglos XIX y XX. Coedición Sur/ Cedem, Santiago de Chile, 1995. 107 Valdés et. al., Mujeres, relaciones de género en la agricultura. Ediciones Cedem, Santiago de Chile, 1997. 108 Valdés, Ximena, Notas sobre la metamorfosis de la familia en Chile. 2007. Recuperado el 16 de 10 de 2009, de Cepal, Serie Seminarios y Conferencias, Santiago: . Ultima recuperación, 7.7.2014. Pág. 3.

Durante el siglo XIX, la debilidad de la figura paterna se había acentuado, vinculada con la crisis de la hacienda, la descomposición del campesinado independiente y el surgimiento de los enclaves mineros en el norte, que derivaban en el desplazamiento de la población masculina, mientras las familias de mujeres solas con sus hijos permanecían en aldeas o en las periferias urbanas. La información histórica indica que, con excepciones entre sectores artesanales o campesinos pequeños propietarios, los varones populares eran una presencia inestable en las familias, con un rol paterno poco desarrollado, mientras que las mujeres realizaban múltiples actividades para sobrevivir con sus hijos. Por el mismo contexto, si bien la maternidad era central en su identidad, no tenía la carga de la ‘maternidad moral’, que Valdés y otras autoras señalan fue construida desde las instituciones estatales. Apenas en los cincuenta años en que el Estado ‘normalizó’ la familia, las prácticas se aproximaron a las normas, cuando los gobiernos del Frente Popular fomentaron el desarrollo de las industrias de sustitución de importaciones, aumentando el empleo en la industrial formal y los sistemas de protección social. Ellos posibilitaron la concreción en las familias chilenas populares del nuevo modelo de matrimonio moderno industrial, con una clara división del trabajo entre varones proveedores, reforzando la autoridad masculina en el rol de padre responsable, y con la mujer en el rol doméstico, promovido como solución ante la mortalidad infantil, para lo cual debía abandonar el trabajo remunerado fuera del hogar.

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Sobre todo los hombres populares –cuya identidad viril estaba asentada en la camaradería masculina con los compañeros de trabajo y se probaba en los bares y burdeles– resistieron este asalto a su autonomía en nombre de la estabilidad laboral y la responsabilidad familiar. El principal agente del Estado en la ‘domesticación’ de hombres y mujeres fueron los profesionales del área del bienestar, especialmente las asistentes sociales109. Hay numerosos estudios sobre el rol de estas profesionales, mujeres de clase media educada que administraban el acceso a los beneficios sociales y educaban a los trabajadores y sus mujeres. De acuerdo al proyecto moralizador del Estado, realizaban campañas contra el alcoholismo para ellos y enseñaban nociones científicas de higiene y puericultura a ellas. También las instruían en ejercer los nuevos derechos adquiridos por medio de complejos sistemas de protección social. La historiadora María Angélica Illanes señala que, apoyándose en la legislación laboral, estas profesionales jugaron un papel activo y en terreno protegiendo los cuerpos de los trabajadores, las madres y sus hijos –y en defensa del cuerpo mismo de la nación– al intervenir en el régimen político sexual, legalizando las uniones de hecho. Actuaban como investigadoras, jueces y policías del desorden familiar popular, imponiendo la ley en nombre del bien. La legitimidad de estas intervenciones se sustentaba en el carácter de mujeres profesionales modernas con conocimientos científicos.

109 Rosemblatt, op.cit. Pág. 200.

Illanes subraya el carácter asimétrico de la relación entre la visitadora y las mujeres populares, a las que venía a integrar al orden, y cómo esa distancia fue modificándose desde los años veinte, a medida que las profesionales empezaban a aproximarse a la comprensión de la rebeldía y protesta popular en los años cuarenta, pero sobre todo a fines de los sesenta, en que llegaron a cuestionar políticamente su rol110. En el caso de las visitadoras formadas en la Universidad Católica, Valdés y otras señalan que fueron utilizadas para reforzar sus ideas tradicionales desde el campo profesional, reforzando el carácter religioso de la unión matrimonial y la oposición al divorcio, por ejemplo, y para contrarrestar el pluralismo cultural que abría nuevos papeles para las mujeres111. Producto de estas políticas pro familia, la tasa de ilegitimidad de los nacimientos, que hasta los años 30 era superior a un tercio, hacia 1960 había descendido a 16% (INE). Esta forma de familia, transformada en institución civil y sancionada por el Estado laico, siguió siendo tributaria de las normas religiosas, en la medida en que las nuevas leyes no sancionaron la posibilidad del divorcio vincular. Dadas las demandas desde el hogar, la participación laboral de las mujeres permaneció baja. Sin embargo, su acceso a la educación, ya desde la década del 30, experimentó

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Illanes, María Angélica, Cuerpo y sangre de la política: la construcción histórica de las visitadoras sociales, Chile, 1887-1940. LOM Ediciones, Santiago de Chile, 2007. Pág. 447. Valdés et al, op.cit. Pág.190.

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un crecimiento constante, siendo su participación en la matrícula de la enseñanza básica y secundaria prácticamente igual a la de los varones; en cambio, constituían solo el 31% de la matrícula universitaria en 1957112. Esto posibilitaba una mejor participación en la vida pública, aunque siempre fuera muy reducida; ejemplo de ello es que solo obtuvieron pleno derecho a voto –y a la posibilidad de ser elegidas– en 1949. El siguiente apartado de este capítulo compone la situación de las mujeres y el sistema de género en Chile, entregando el contexto necesario para comprender el discurso valórico al respecto que desplegó la revista Ritmo que analizaremos.

Los sesenta traen los cambios Siguiendo el análisis de Ximena Valdés, en los años 60 aparecieron nuevas ideas sobre familia, matrimonio y divorcio; se difundieron masivamente los métodos anticonceptivos y aparecieron nociones emancipatorias sobre la condición femenina. Pese a ello, el lugar de las mujeres seguía siendo la familia ‘moderna’. Hubo una ‘secularización a medias’, es decir una disonancia entre la imagen moderna de hombres y mujeres

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Aragonés, María, La mujer y los estudios universitarios en Chile. En Covarrubias, Paz y Franco, Rolando (compiladores), Chile, mujer y sociedad. (715-751). Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, Santiago de Chile, 1986.

y sus verdaderos comportamientos. Las mujeres de algunos sectores en las ciudades se distanciaron de las concepciones religiosas y controlaron el número de hijos, pero limitaron su participación laboral por carecer de apoyo en las tareas domésticas. En el mundo rural continuaban dedicadas al hogar, con sacrificio y resignación, cuidado de los hijos y de la atención del marido. Más aún, la Reforma Agraria fortaleció el patrón masculino vinculado al trabajo113. La tasa de nupcialidad, aunque bajó respecto a 1930, continuaba bastante alta. En 1970, la mitad de la población chilena total estaba casada. Pero la situación legal de las mujeres casadas no había variado mucho en los sesenta. El marido seguía siendo el administrador de los bienes familiares, aunque existía la posibilidad de separarse de bienes, inútil para la mayoría de las mujeres casadas que no tenían ingresos propios.

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Tampoco había divorcio, y las ‘nulidades’114 eran una muy pequeña proporción en relación con los matrimonios. El sociólogo chileno Luis Felipe Lira indicaba que el número de casos de nulidad matrimonial ingresados a los juzgados de Santiago había ascendido de 1.135 en 1964 a 2.110 en 1970, y que el porcentaje de personas anuladas y separadas –sobre el total que contraía matrimonio– también había crecido de 2,23% en 1952 a un 2,9% en 1960 y a un 3,35% en 1970. Datos sobre familias urbanas de clase media arrojaban en 1970 un 5,35% de madres separadas. Sin embargo, pocos podían acceder a esta forma de terminar con la unión puesto que era, además de una trampa legal, cara y precisaba el acuerdo de la pareja, por lo que estos datos no dan real cuenta de la inestabilidad matrimonial115. Pese a ello, los autores que trataban el tema en la época (Lira, Larraín) consideraban que había una tendencia al aumento de las separaciones, síntoma de desorganización familiar. En cambio, la tasa de ilegitimidad de los nacimientos era la más baja de América Latina, pese a haber aumentado de 16,4% en 1960 a 18,6% en 1970116 (Lira, 1978). La jefatura de hogar femenina en el censo de 1970, el primero en medirla, fue de un 20,3%.

113 Valdés, op.cit. Pág.11. 114 Resquicio legal mediante el cual los matrimonios llegaban a su término por el expediente de declararlos nulos dado el no cumplimiento de una de las cláusulas de dicho contrato. Un gran porcentaje de las nulidades estaba basada en alguna mentira. 115 Lira, Luis Felipe, Aspectos sociológicos y demográficos de la familia en Chile. En Covarrubias, Paz, Franco, Rolando, op.cit. Pág. 395. 116 Ibíd.

Caída de la tasa de fecundidad y anticoncepción La implementación, por parte del Servicio Nacional de Salud, de los programas de planificación familiar que incluían la distribución gratuita de anticonceptivos (AC), trajo grandes cambios en la fecundidad. Los datos sobre distribución de AC que entregaba en 1967 Mattelart117 señalaban que, en 1965, los servicios públicos de salud habían atendido a 41.662 personas, de las cuales el el 49,1% había optado por el método del anillo y 45,1% por progestágenos orales; la atención había aumentado en los dos primeros trimestres de 1966 a 42.000 personas, de las cuales el 37% solicitó el anillo y el 59%, la píldora. Con datos del Ministerio de Salud, el médico salubrista chileno Mariano Requena118 indica que, en 1970, las usuarias de anticonceptivos eran ya 220.876, equivalentes a un 10,16% del total de mujeres en edad fértil. Sin embargo, el descenso en la fecundidad no estuvo acompañado de igual movimiento en los nacimientos de hijos fuera del matrimonio los que, después de alcanzar su punto más bajo en 1961, habían vuelto a aumentar lentamente hacia el final de la década.

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Mattelart, Armand ¿A dónde va el control de la natalidad? Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1967. Pág. 171. Requena, Mariano, El aborto inducido en Chile. Edición Sociedad Chilena de Salud Pública, Santiago de Chile, 1990. Pág. 26.

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Para dar una exacta dimensión del fenómeno, hay que situarlo en contexto: va unido al descenso de la fecundidad y ocurre, principalmente, entre las mujeres casadas119. Es decir, lo que realmente sucede en el primer período no es un aumento del número de hijos no matrimoniales, sino una disminución en el número de hijos de las casadas; de hecho, el número total de hijos alcanzó su máximo en 1963, para no recuperarse hasta 1988. Dentro de ese total, el número de hijos fuera del matrimonio empezó a aumentar levemente a partir de 1961, mientras que el de aquellos nacidos dentro del matrimonio empezó a disminuir desde 1964. Esta situación tampoco era acompaña de la caída de la tasa de nupcialidad, que solo se empieza a desmoronar a partir de los 90. También reafirma esa tendencia el hecho de que entre 1960 y 1970 entre las adolescentes (menores de 20 años) el total de hijos no matrimoniales varió solo de 29 a 30,8%. Aunque este porcentaje era mayor que el de los otros grupos etarios, el aumento de dos puntos porcentuales es parejo en todos120. La tasa de fecundidad del grupo de mujeres adolescentes (14-19 años) permaneció pareja, entre 1950 y 1971; en otras palabras, no hubo un aumento significativo de nacimientos ilegítimos entre las adolescentes.

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Larrañaga, Osvaldo, Comportamientos Reproductivos y Natalidad: 19602003 en El Eslabón Perdido. Editores: Valenzuela, J. Samuel, Tironi, Eugenio. y Scully Timothy. Editorial Tauros, Santiago de Chile, 2006. Irarrázaval, Ignacio y Valenzuela, Juan Pablo. La ilegitimidad en Chile ¿hacia un cambio en la conformación de la familia? Revista Estudios Públicos, Nº 52, (145-190), Centro de Estudios Públicos (primavera 1993), Santiago de Chile, 1993. Pág.156.

Una de las razones para implementar la distribución de anticonceptivos había sido la alta mortalidad materna asociada a aborto. El aborto era ilegal en Chile, excepto en el caso de que peligrara la vida de la madre, lo que debía ser certificado por tres médicos. Sin embargo, en sectores urbanos, cuyas concepciones sobre matrimonio y maternidad habían evolucionado hacia la familia moderno-industrial, ya estaban limitando su número de hijos usando el aborto. Como lo señala Requena, “los cambios sociales y económicos comienzan a estimular en las parejas el deseo de espaciar o detener los nacimientos, lo que los lleva a recurrir al aborto inducido como medio reparador del embarazo no deseado”121. Si una intervención abortiva es realizada por personal médico y en condiciones higiénicas, el riesgo de salud para la mujer es mínimo; pero muchísimas mujeres populares no estaban en condiciones de procurarse abortos seguros, porque la ilegalidad los encarecía. Los métodos a los que se veían obligadas para interrumpir el embarazo tenían, con frecuencia, dramáticas consecuencias. En 1964, la mortalidad materna en Chile era la más alta de toda América: al año morían alrededor de 870 mujeres por embarazo, parto y puerperio, y de ellas, 360 fallecían debido a las complicaciones del aborto realizado en condiciones de riesgo122. Las mujeres hospitalizadas por aborto en 1955 fueron 35.795, y 48.189 en 1960; el número más alto se alcanzó en 1965, 56.130. A partir

121 Requena, op.cit. Pág. 43. 122 Galán, Guillermo. 50 años de la píldora anticonceptiva. Revista Chilena de Obstetricia y Ginecología Nº 75 (217–220) Santiago de Chile, 2010. Pág. 219.

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de esa fecha, en que comenzó el programa de distribución de anticonceptivos, cayó a 44.771 en 1970, y continuó descendiendo. Al menos durante los 60 y 70, el acceso a los anticonceptivos modernos tuvo efecto en el comportamiento reproductivo de las mujeres casadas –el descenso de la fecundidad ya anotado– pero menos en el de las solteras, puesto que permanece y aumenta el número de hijos fuera del matrimonio. Podemos suponer que no hicieron el mismo uso masivo de anticonceptivos que las casadas, porque la mayoría de quienes usaban estos métodos los obtenían gratuitamente en los consultorios, incorporadas a los planes asociados a los programas de atención materna, que dejaban fuera de cobertura a las mujeres que no habían sido madres aún. Si bien el acceso a anticonceptivos era libre –no era necesaria receta para adquirirlos en las farmacias–, solo en los consultorios era posible obtenerlos sin costo. Sin embargo, no es posible desestimar el efecto que el conocimiento de la existencia de estos anticonceptivos puede haber tenido en el imaginario social. Aunque por las razones aquí señaladas –y por otras relativas a las pautas culturales de la época sobre el comportamiento sexual de las mujeres– el acceso de las solteras a ellos era restringido, la responsabilidad de evitar el embarazo en una relación fuera del matrimonio se desplazó hacia las mujeres. Como ya fue indicado, en la década de 1960 estaban ocurriendo cambios en la sociedad y cultura occidentales

(sobre todo en Europa y Estados Unidos) que profundizaron procesos de individuación, provocando una profunda crisis de legitimidad de las modalidades físicas de la relación entre seres humanos, impulsada por el feminismo, la ‘revolución sexual’, las nuevas terapias y otros aspectos de la vida social. Emergía un nuevo imaginario que reafirmaba los placeres corporales, junto con discursos que invocaban la ‘liberación del cuerpo’, tendiendo a una visión dual, en que este es una posesión humana. Parte de esto era la invocación de la juventud como una etapa que encarna, particularmente, estos discursos e imaginarios, diferenciada de la edad adulta, más contenida123. Junto a los jóvenes, los movimientos feministas de fines de los sesenta en Europa y Estado Unidos movilizaron a miles de mujeres teniendo como una de sus principales reivindicaciones recuperar el control de sus cuerpos, incluyendo el derecho al placer sexual, al aborto y al libre acceso a los anticonceptivos. Criticaron activamente la normalización y domesticación de los cuerpos femeninos mediante las dietas, maquillaje y concursos de belleza. En la conservadora sociedad chilena, como ya dijimos, estos aspectos de la modernidad chocaban con los valores tradicionales, muy especialmente aquellos relacionados con la familia y la sexualidad; parte de lo que reconocemos

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Le Breton, David, Sociología del cuerpo. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, Argentina, 2002. Págs. 9 y 10.

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como relaciones de género. El contexto, entonces, era de consolidación de la institución matrimonial como la única forma legítima de practicar la sexualidad, tanto en sus aspectos eróticos como reproductivos, a la par de una ampliación del período de preparación para contraer el enlace.

Las chilenas como trabajadoras y estudiantes La diferencia en la participación laboral de hombres y mujeres era muy grande. En esta década, el porcentaje de mujeres con trabajo remunerado fue el más bajo de todo el siglo XX: entre 1960 y 1970, las mujeres adultas que declaraban en los censos desempeñarse exclusivamente como dueñas de casa bordeaban el 80%. Sin embargo, todos los estudios que profundizan en las vidas de las chilenas en el período informan que muchas, sobre todo en los sectores populares y en el campo, realizaban desde sus hogares, o en su entorno inmediato, tareas que les generaban pequeños ingresos complementarios al presupuesto familiar, en que el sueldo del marido era la principal entrada. La tasa de desocupación en el período varió de 6,8% en 1966 a 3,5% en 1970124, pero no hay disponibles datos separados

124

Banco Central de Chile, Indicadores Económico Sociales de Chile 1960-2000. Departamento Publicaciones de la Gerencia de Investigación Económica División Estudios, Banco Central de Chile. Santiago de Chile, 2001.

por género. En cuanto a la categoría ocupacional, existía una concentración de mujeres en el personal de servicios, es decir trabajando como ‘empleadas domésticas’. Hasta 1952 esta categoría estaba incluida en ‘obreros’, pero en los dos censos siguientes aparece separada. Mientras en 1960 era el grupo mayoritario –con un tercio de las mujeres ocupadas–, en 1970 descendió a solo un cuarto; es decir, al principio del período una de cada tres mujeres que trabajaba lo hacía como empleada doméstica y, al final, solo una de cada cuatro mientras aumentaban las mujeres agrupadas en la categoría ‘empleados’. En general, es apreciable una mayor presencia masculina en las categorías ‘empleador’ y ‘obrero’, y es casi par en ‘cuenta propia’, categoría que podemos interpretar como el sector informal125. En conjunto, los salarios promedio de las mujeres estaban muy por debajo de los masculinos, pero la relación mejoró durante la década: de menos de la mitad, a 60%126. El grupo etario con mayor tasa de actividad había sido –en 1960 y en 1970– el de 20 a 24 años, declinando a partir de los 25 años. Es decir, había una cierta tendencia a que las mujeres abandonaran la fuerza de trabajo en la medida que tenían hijos.

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Pardo, Lucía, Una interpretación de la evidencia en la participación de las mujeres en la fuerza de trabajo: Gran Santiago, 1957-1987. Universidad de Chile, Santiago de Chile, 1989. Pág. 337. Encuesta de Ocupación y Desocupación, Departamento de Economía Universidad de Chile, citada en Pardo, op. cit. Pág. 329.

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El aumento de la aceptación de que las mujeres trabajaran fuera del hogar –pese a que seguía siendo considerando conveniente que las madres permaneciesen junto a sus hijos pequeños– se debía a la situación económica insuficiente del hogar. El médico Jorge Jiménez y la asistente social Margarita Gili127, expresando un punto de vista común en los pediatras de la época, criticaban el trabajo femenino remunerado porque las discriminaciones que sufriría en ese espacio la llevarían a negar su función reproductiva, y tendría que asumir el ‘doble rol’ de llevar una vida laboral y el hogar. A ello sumaban las deficiencias en la buena crianza de los hijos, no resueltas con el envío de los niños a jardines infantiles, que recientemente habían comenzado a existir de modo más generalizado y público en el país, donde la calidad del cuidado, decían, era inferior al que podía proveer la madre. La socióloga Paz Covarrubias y el economista Rolando Franco128 señalan que para 1972, apenas el 1,6% de las madres trabajadoras enviaban a sus hijos a jardines, apoyándose el 70% en hijos mayores y parientes, y en el 23,4%, en una auxiliar del hogar. A pesar de este punto de vista, en 1967 el gobierno organizó la Fundación de Jardines Infantiles y en 1970 creó, por ley, la Junta Nacional de Jardines Infantiles, con el fin de facilitar la integración de las mujeres al desarrollo nacional. Por otra

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Jiménez, Jorge y Gili, Margarita. Maternidad y trabajo ¿opciones discordantes? En Covarrubias, Paz y Franco, Rolando, op.cit. Págs. 461-468. Covarrubias y Franco, op. cit. Pág. 10.

parte, la Ley de Jardines Infantiles reglamentó la obligación de las industrias donde trabajaban 20 o más mujeres de tener salas cunas. En 1972, el conjunto de programas destinados a los párvulos atendía a 75.000 de ellos. En materia de educación, un primer examen de los datos sobre analfabetismo habla de la deuda educativa hacia todo el pueblo chileno en esos años, en que uno de cada cinco chilenos no sabía leer. La proporción era superior entre las mujeres, y mucho más alta en los sectores rurales, donde – en 1952– dos de cada cinco era iletrada, así como uno de cada tres hombres. La tendencia a disminuir esta tasa –hacia 1970– expresa sobre todo las amplias coberturas que alcanzó la educación primaria durante los sesenta. Como ya fue dicho, esta diferencia histórica se había venido reduciendo porque desde 1930 la participación de las niñas en la enseñanza primaria era igual a la de los niños y, desde los años 40, también había paridad en la enseñanza secundaria. El experto en educación chileno Ernesto Schifelbein129 realizó observaciones sobre la diferencia entre los géneros en el sistema escolar en 1970: las niñas entraban con menor edad y tenían menos presiones que los niños para abandonarlo, situación más frecuente entre los varones no primogénitos. Las niñas repetían menos; pero su rendimiento académico era levemente inferior, aunque mejoraba en establecimientos exclusivamente femeninos.

129

Schifelbein, Ernesto, La mujer en la educación primaria y media. En Covarrubias, Paz y Franco, Rolando, op.cit. Pág. 700.

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Sin embargo, en una muestra de escolares de octavo año, el 78% de las niñas consideraba que la educación era importante o indispensable, contra solo 68% de los niños; también era mayor el porcentaje de ellas que deseaba ir a la universidad: 72% versus 62%. Pero entre quienes estaban egresando de enseñanza media, en 1969, casi la totalidad de los varones de todos los estratos que asistían a liceos aspiraba a ir a la universidad, disminuyendo a 76% y 80% entre los que asistían a la enseñanza técnico profesional. En cambio, solo las mujeres de nivel socioeconómico alto y medio tenían porcentajes de hasta 90% con esa aspiración, sobre todo si asistían a liceos fiscales, descendiendo a 83% entre las de nivel socioeconómico bajo que iban a colegios particulares. La enseñanza universitaria, entre 1952 y 1974, se había extendido para ambos sexos, aunque predominaban los varones, que constituían el 61,4% y 57,4% de la matrícula en las fechas indicadas. Entre las mujeres, el porcentaje con educación universitaria en el grupo de edad de 20 a 24 años aumentó en 38,8%, en tanto el de los hombres lo hizo en 33,7%. En un contexto de crecimiento general de la matrícula universitaria, los mayores incrementos de la matrícula femenina aparecen en carreras cortas o medias, muchas de las cuales eran nuevas. En cuanto al área de conocimiento, las mujeres aumentaron su participación en casi todas las áreas, pero las tendencias al predominio de uno u otro género permanecieron. Los hombres mantuvieron el predominio en Ingeniería, Agropecuaria, Derecho, Artes y Arquitectura y Ciencias Naturales y Matemáticas, en tanto las mujeres

predominaban en Educación y Humanidades y Salud, precisamente por la matrícula en carreras paramédicas130. En 1957 existían cinco carreras de matrícula reservada, en los hechos, a mujeres: Diseño, Enfermería, Obstetricia, Servicio Social y Educación Parvularia, que constituían el 6% de la matrícula total. Además de ser extensiones de los roles domésticos tradicionales, la descripción de los requisitos para sus estudiantes era totalmente coherente con la ideología de la femineidad: sentido estético y prolijidad. En los años siguientes fueron crearon otras carreras de similares características: dos paramédicas, dos de ciencias sociales, dos de educación y una de Humanidades, que agrupaban al 18,7% de la matrícula total en 1974. Aunque entre 1968 y 1974 aumentó la matrícula de varones en estas carreras, siguieron siendo mayoritariamente femeninas, excepto Diseño, en que la matricula masculina pasó de 11 a 46%131. Las carreras típicamente masculinas eran Medicina, Química y Farmacia, Ingeniería Civil, Derecho, Teología, Economía, Agronomía, Ingeniería Forestal y Medicina Veterinaria. Aragonés hace notar que son las carreras históricas en las universidades chilenas, y que sus requerimientos apuntan al interés científico y mecánico, habilidades numéricas, precisión y destreza manual, y capacidad para desempeñarse en cargos directivos

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Aragonés, María, La mujer y los estudios universitarios en Chile. En Covarrubias y Franco, op.cit. Pág. 737. Ibíd. Pág. 739.

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y de planificación; es decir, respondían al estereotipo masculino tradicional, racional e intelectual. Pese a esto, la matrícula femenina en ellas había variado del 2,1 % (1957) al 21,3% (1974), destacando particularmente el aumento en Medicina: de 15% a 34% en las mismas fechas. Vale la pena anotar que hasta poco antes de 1957 el ingreso de mujeres a Medicina estaba limitado a un cupo fijo132. Las carreras de Pedagogía estaban en una situación intermedia; en 1957, ellas componían el 27% de la matrícula total, y las cursaban casi la mitad de las mujeres universitarias. En 1957, los hombres habían sido el 37% de la matricula, en tanto en 1974 llegaban al 44%133.

¿Y en la política? Desde 1952, año en que tuvo lugar la primera elección presidencial en que las mujeres pudieron participar, hasta la elección de Salvador Allende, hubo un gran aumento en el número de inscritas que llega al 70%; sin embargo, era aun menor este porcentaje que la proporción de hombres, en que el 83% estaba inscrito. Pero, una vez inscritas, las mujeres siempre registraron menores tasas de abstención que ellos134.

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Ibíd. Pág. 746. Ibíd. Pág. 748. Servicio Electoral. INE-Celade (Flacso)

Pero esta alta participación en las votaciones no se condecía con la ínfima presencia femenina en el Parlamento, que no llegó a alcanzar los dos dígitos ni en su mejor momento. La participación social de las mujeres trascurría en instancias comunitarias. Salazar y Pinto135 señalan que las mujeres populares urbanas jugaron en los años sesenta papeles mucho más activos, liberados y experimentados de los que les prescribían los discursos gubernamentales y religiosos. Ante las difíciles condiciones de vida que debían afrontar por las crisis económicas, que destruían la estabilidad laboral de sus parejas, habían sobrevivido pasando por rupturas hogareñas, nuevas parejas, crianza inestable de los hijos, malos y fluctuantes empleos, autoconstrucción de mediaguas, tomas de terrenos, golpes de los carabineros,

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Salazar y Pinto, op.cit. Pág. 253.

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pero también momentos de felicidad y alegría. En la pobreza de las poblaciones, muchas de ellas aprendieron a organizarse y liderar la política vecinal, sobre la cual llegaron los programas gubernamentales de la Promoción Popular a formalizar las organizaciones barriales. A fines de los cincuenta, y por iniciativa de las mujeres, emergieron los Centros de Madres, apoyados –en muchos casos– por la Iglesia Católica, por medio de visitadoras sociales. Para el año 59 había 69 centros en Santiago, con 3.199 socias; en 1966, las estimaciones hablaban de tres mil. El crecimiento explosivo ocurrió bajo el gobierno de Frei, quien informaba que –en 1970– existían en todo el país 9.000 centros, que agrupaban a 450.000 mujeres136.

Más datos para comprender el discurso de Ritmo Con los datos del censo de 1970, el sociólogo chileno Luis Felipe Lira afirma que la composición familiar más frecuente era la nuclear con los dos padres e hijos solteros (35,85%), seguida de aquella en que a este núcleo se agregan otros parientes. Respecto a las relaciones conyugales, sostiene que en los sesenta existen tres tipos de roles conyugales: complementarios, en que hay diferenciación de actividades entre los cónyuges, articuladas en un todo; independientes,

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Garcés, Mario, Tomando su sitio. El movimiento de pobladores de Santiago, 1957-1970. LOM Ediciones, Santiago de Chile, 2002. Pág. 347.

en que realizan actividades en forma separada, y conjuntos, en que la misma actividad es realizada por cualquiera de los cónyuges137. Agrega que es mayoritario el reconocimiento del varón como líder instrumental; es decir quién aporta el sustento, con la excepción de los estratos bajos, en que este rol es compartido con la pareja, en un 42% de los casos, al igual que entre pequeños propietarios agrícolas y comunidades pesqueras. En cuanto a las relaciones entre padres e hijos, sostiene que son los padres los principales agentes socializadores, pero que hay estudios indicativos de que este rol era asumido mayormente por la madre. Y que, en general, existía la tendencia a que cada padre socializara a los hijos de su mismo sexo. Un elemento que contribuía a la estabilidad familiar era la endogamia de clase, es decir, al hecho de que las personas se casaban con quienes tenían condiciones sociales y económicas similares. En cuanto a los problemas de desorganización familiar, Lira señala la ilegitimidad, porque implica que el padre no asume sus obligaciones, pero afirmaba que estaba disminuyendo. En cuanto a separaciones y nulidades, indica que hay una tendencia al aumento de estas últimas. Presentamos a continuación, algunos rasgos que informan sobre las relaciones de género en las clases medias. Entre

137 Lira, op.cit. Pág. 381.

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las mujeres investigadas por el sociólogo argentino Carlos Borsotti para su texto Tres mujeres chilenas de clase media138 –nacidas entre 1937 y 1931; es decir, que vivieron su adolescencia en los años cuarenta y cincuenta, y entraron en la edad adulta durante el período estudiado–el noviazgo y cortejo fue variable, pero no menor a dos años, con vecinos del barrio, conocidos antes de la relación. No tuvieron relaciones sexuales fecundantes antes del matrimonio, ni usaron anticonceptivos, pero sí lo hicieron posteriormente, limitando el número de sus hijos. Las tres mujeres estudiadas laboraban en el sector servicios, disponían de diversos electrodomésticos y contrataban una trabajadora doméstica, clave para poder tener empleo fuera del hogar. Para todas, la estabilidad conyugal con buena calidad de comunicación y colaboración mutua era el modelo deseado y, en efecto, la administración de la economía doméstica era de mutuo acuerdo. Los hijos eran atendidos con dedicación en el tiempo disponible, con especial atención en sus modales y logros educacionales, porque eran el centro de la estrategia familiar, y su educación universitaria, la meta. Pese a las diferencias existentes entre ellas, hay un campo de orientación a la acción compartido: el ascenso o estabilidad social, afincado en la educación universitaria de los hijos, “el individualismo como método de acción social, el consumo

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Borsotti, Carlos, Tres mujeres chilenas de clase media. En Covarrubias & Franco, op.cit.

simbólico, la estabilidad y la seguridad en el empleo con la consiguiente previsibilidad, la gratificación sicológica centrada en las relaciones personales intrafamiliares”139. El autor advierte la tensión que implicaba el logro de estos valores en un ambiente difícil, y el rol clave de la mujer en la estrategia familiar para alcanzarlos, motivando a los integrantes de la familia, y organizando y administrando los recursos económicos, sicológicos y sociales del grupo. Por su parte, los sociólogos Armand y Michelle Mattelart en La mujer chilena en una nueva sociedad140 realizaron la primera investigación empírica en el país sobre la condición de las chilenas. Los Mattelart llaman la atención sobre la escasez de investigaciones sobre la condición femenina y su influencia en el cambio social, así como de las actitudes de los hombres ante las posibles transformaciones en los roles de ellas, siendo las encuestas sobre actitudes frente al control de la natalidad la única excepción. Vinculan esta carencia a la inexistencia de movimientos feministas, preguntándose también por qué no había en América Latina movimientos de este tipo o expresiones de malestar, “por qué la mentalidad feminista es tan ajena a la mentalidad de la mujer chilena que vive en la ciudad”141. Para ellos, había varios factores; el primero era la dificultad de que pudiera desarrollarse una conciencia femenina global

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Ibíd. Pág. 282. Mattelart, Armand & Mattelart, Michelle. La mujer chilena en una nueva sociedad, Editorial del Pacífico. Santiago de Chile, 1968. Mattelart & Mattelart, op.cit. Pág. 18.

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en una sociedad fuertemente estratificada, porque implicaba cierta ruptura de las barreras de clase. El segundo era el legado cultural ibérico, presente en las clases superiores, en que la mujer debe ser objeto de protección y respeto; aunque en las clases inferiores la dependencia de las mujeres fuese atenuada, por la obligación de solidaridad de la pareja ante las dificultades materiales. El tercero aspecto era que el ideal femenino de emancipación en las capas inferiores se fundía con las reivindicaciones de los pobres, sin distinguir sexos. Un cuarto factor era que, a diferencia de las sociedades modernizadas en que las mujeres se perciben como personalidades autónomas, en la sociedad chilena ellas seguían percibiéndose antes que nada como madres y esposas porque, pese a la secularización, la familia seguía ocupando un lugar central. Admiten que en el estudio encontraron algunas mujeres que expresaban tendencias la secularización, y aunque la mayoría aceptaba las ventajas de la modernización, no lo hacían con las consecuencias. Esto se expresaba en la distancia que hombres y mujeres tenían de la mujer casada y su verdadero comportamiento: los hombres aceptaban que las mujeres trabajaran, pero no la propia esposa. A su vez, ellas valoraban la integración profesional femenina, pero mantenían el matrimonio como única aspiración para sus hijas. Por otra parte, y acorde a lo que hemos señalado de la matrícula universitaria, las profesiones consideradas ideales para la mujer eran aquellas que respondían a las

características tradicionales de la femineidad: dulzura, paciencia, abnegación. La investigación se enfocó en conocer la opinión de personas de los dos sexos sobre situaciones e imágenes respecto de las mujeres, sobre todo las casadas. Teniendo presentes las enormes desigualdades sociales entre las mujeres, los investigadores definieron una muestra estratificada por sectores sociales, enfatizando además la diferencia entre las zonas rurales y urbanas. En el capítulo sobre la mujer en el hogar preguntaron sobre la imagen de la casada, encontrando una representación bastante común en todos los y las entrevistado/as. “Ser de su casa”, buena dueña de casa, fue la característica más mencionada. En general, todas apuntaban a llevar la responsabilidad principal del hogar, en un semi enclaustramiento, mediado en el caso de la clase media superior por disponer de servicio doméstico, en esos casos el énfasis estuvo puesto en la capacidad de organizarse. La segunda característica –ser buena madre y buena esposa– fue descrita por las entrevistadas con expresiones muy similares en todas las clases. El ideal era una compañera del marido, fiel y afectuosa, que lo amara, ayudara y estimulara. Las exigencias de reciprocidad y de intimidad en la pareja atraviesan toda la muestra, y se registra solo una distinción, reafirmada en los medios rurales y en la clase inferior urbana: la noción de respeto, entendida en un sentido tradicional, como una dignidad que consagra implícitamente la

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desigualdad de estatus, y no como la moderna valoración del mérito personal. Las virtudes pasivas de dulzura, sumisión, abnegación y sacrificio, que reafirman el mito de la femineidad tradicional, fueron mencionadas por más de la mitad de las mujeres de sectores medios y altos, en tanto los sectores populares daban más importancia a ser respetuosa, buena, y a ser aseada.

A su vez, la imagen del hombre casado, en opinión de las mujeres de las clases populares, estaba centrada en la exigencia al apego a las convenciones y en el buen entendimiento con los otros; un marido debía ser responsable, serio y no ser vicioso ni mujeriego. Casi no hay menciones a cualidades que le dieran un rol influente fuera del hogar, como capacidad intelectual o afán de superación, lo cual los autores vincularon a la precariedad material, que busca asegurar el rol de sostén del hogar. Esta imagen también está presente en el caso de los sectores urbanos más acomodados: casi un cuarto de ellas reproducen, con otras palabras, el deseo de que el hombre sea “apegado al hogar y no farrero”. Pero la descripción de buen padre y esposo es más compleja, ya que mencionan la responsabilidad hacia la familia (y no hacia el trabajo). En cuanto a cualidades específicas, nuevamente son pocas las de personalidad individual, como inteligencia, carácter o autenticidad; ellas esperaban, en cambio, que fueran también abnegados y sacrificados, comprensivos y volcados al hogar. En suma, en todos los sectores los investigadores encontraron una mayor valoración de los hombres en su función de esposos y padres, antes que como individuos creativos y realizados en una sociedad moderna, hecho que los hizo preguntarse cuánto afectaba esta falta de individuación, finalmente, la visión de la pareja, subordinándola a la familia. En cuanto a la autoridad del hogar, en todas las categorías hubo una fuerte adhesión a una autoridad compartida,

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especialmente en las mujeres de los pescadores y las de clases media superior y alta, refiriéndose a la igualdad jurídica y en capacidades de ambos sexos. Aludieron, también, a que la autoridad implica deberes: es justo que las responsabilidades sean repartidas por igual. Hay una conciencia de emancipación de la mujer y de una mayor dureza en las relaciones hombre-mujer en la vida moderna. En las zonas rurales, en cambio, la autoridad compartida es vinculada más a la noción de comunidad, de ayuda mutua, que los autores consideran propio de la “cultura del pobre” y no una expresión de modernidad. El mito de la autoridad natural del hombre apareció entre el 36% y 48% de las respuestas de personas de las clases populares, especialmente en los sectores rurales más aislados donde lo fundamentan en el derecho natural; en las clases superiores, la proporción es menor (22% a 28%) y tiene otro matiz, ya que alude a la satisfacción de sentirse protegida por un marido que la domina y reafirma en su debilidad, y al temor de perder la atención varonil si la mujer tiene autoridad142. En cuanto a la colaboración masculina en los trabajos domésticos, la mayoría de las mujeres sostiene que hacerlo no debería ser molesto para ellos. Los autores plantean que, en el caso de las capas populares, esta respuesta alude a comportamientos concretos, en tanto en los sectores

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Mattelart & Mattelart, op.cit. Pág. 64.

medios y altos las respuestas son teóricas porque, al contar con empleadas domésticas, no demandan esa colaboración cotidiana. En efecto, muchas de las respuestas de esas mujeres remiten a que es propio de los hombres modernos hacerlo; solo un pequeño grupo menciona que efectivamente lo hace. En cambio, las mujeres populares hablan de acciones que ellos sí han realizado. Entre los hombres hay porcentajes aún mayores de respuestas negando que sea molesto colaborar en casa, entre el 72% y el 100%. Sin cuestionar la veracidad de lo afirmado por los varones, los Mattelart observan que la mayor parte de las respuestas son teóricas ya que apuntan a que ayudar es una obligación. En hombres de clase superior hay respuestas que indican hacerlo implica un cambio respecto a las preocupaciones del trabajo; y solo en clases medias e inferior urbana hay afirmaciones en relación a que es una ayuda necesaria, dado el mucho trabajo que tienen las mujeres. Las razones de los pequeños porcentajes de hombres que no desean colaborar aluden en buena parte al cansancio con que llegan a casa, siendo menor que en las mujeres el grupo que se afirma en el rol tradicional masculino. En cuanto a la autoridad en la casa, excepto en la clase superior (10%) y algo menos en los pescadores (48%) y clase inferior urbana (48%), los hombres también afirman la autoridad compartida, sustentando su posición en la igualdad de derechos y capacidades. Al preguntar por las consecuencias prácticas, el manejo del presupuesto y la

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toma de decisiones en el hogar, los sociólogos encontraron que en los sectores urbanos había más participación de las mujeres en las decisiones cuando tenían una actividad fuera del hogar; que los gastos diarios solían ser administrados por ellas, en tanto los gastos importantes eran decididos por el hombre, excepto en las clases superior y media inferior, cuando la mujer trabajaba fuera, en que decidían en conjunto. Lo mismo ocurría con el pago de impuestos y el arriendo de la casa, pero no con las vacaciones, en que decidía la mujer o ambos143. El número real de hijos en parejas de 20 a 30 años de matrimonio iba de 2,3 en la clase superior a cuatro en clase media y 6,5 en clase inferior urbana. El número ideal en los encuestados varió entre tres, en la clase media inferior, y 4,5 en la clase superior. Casi la mitad de las/os entrevistados/as de zonas rurales –y mucho más de la mitad en la ciudad– no había alcanzado aún ese número144. Sobre las razones para limitar el número de hijos, las clases inferiores aluden a la situación económica que les dificulta mantenerlos; mientras que la mitad en las clases superiores urbanas alude, en cambio, a la necesidad de educarlos; es decir, ya han superado el problema básico de mantenerlos. En la clase superior, en tanto, se refieren a la posibilidad de dedicar tiempo a desarrollar la personalidad de cada hijo. Solo

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Mattelart & Mattelart, op.cit. Pág. 71. Ibíd. Pág. 78.

un pequeño porcentaje de mujeres de clase media superior habló de que el número de hijos afectaba el bienestar de la madre o de la pareja. Frente a la pregunta de por qué una mujer no debe tener menos hijos, como respuestas aparecen el miedo a la soledad, más fuerte en los sectores rurales, donde la muerte temprana de los hijos era un factor posible; las clases media y superior, aunque con menor cantidad de respuestas, indicaban que una familia grande era más compañía. Los hijos no son vistos como problema para la relación de pareja; por el contrario, tener pocos aparecía como proyección de una imagen de familia incompleta. También se esperaba que, una vez casados, los hijos nacieran pronto; a lo más, al año y medio, con espacios no inferiores a 27 meses entre nacimientos, para poder atender una guagua por vez y, en las clases superiores, también por la salud de la madre. Pero los nacimientos reales eran menos espaciados. Al preguntar si todas las familias deberían tener acceso al control de la natalidad, o solo aquellas de escasos recursos, por la salud de la madre, o si nadie debería usarlo, muy pocas apoyaron esto último: apenas 8% en clase inferior urbana. Las clases más abiertas a un amplio uso fueron las medias, entre 70% y 68%, mientras en la clase superior únicamente la mitad lo aceptaba así, y la segunda razón de su uso era la salud. En la clase inferior, solo el 16% optaba por la opción abierta: el 42% por razones económicas y el 34% por razones de salud.

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En las zonas rurales, entre el 60% y el 72% tenía buena disposición a usar el control de la natalidad, si el Servicio Nacional de Salud lo ponía a su disposición. En esos sectores, el uso de anticonceptivos era inferior al 30% y el conocimiento de ellos, no superior al 46%145. La familia era vista como una pequeña comunidad que fortalece a todos sus miembros. Incluso un gran número de hijos permitía a la mujer realizarse como madre y a los hijos aprender a vivir en sociedad; es decir, la familia era vista como un clan cerrado, capaz de dar equilibrio afectivo y síquico a sus integrantes. Las respuestas sobre la imagen de la mujer soltera, permitieron concluir a los investigadores que la mayoría de los hombres y las mujeres consideraba al matrimonio como el estado normal de la mujer adulta. La soltera debería enfrentar la soledad y las dudas sobre su carácter, además de un respeto social disminuido, aunque porcentajes menores reconocían que podía tener más libertad y realizarse fuera del matrimonio. La actitud más positiva la tenían los sectores de secano y los de clase superior; y la más negativa, la clase media inferior urbana. Los hombres señalaban la improductividad de las solteras, y su falta de realización personal al no tener familia. El matrimonio, además de deseable, era visto como indisoluble. Solo en las clases medias hay un fuerte acuerdo

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Mattelart & Mattelart, op.cit. Pág. 91.

por el divorcio (64% y 70%), fundadas las respuestas de las mujeres en la hipocresía de las nulidades, en el derecho de los cónyuges a rehacer su vida y en el mal ejemplo que daban las desavenencias entre ellos a los hijos; los hombres aludían, también a la hipocresía y a la necesidad de rehacer la vida. Una mayor proporción de mujeres se negaba al divorcio; y hombres y mujeres que opinaban así justificaban esa negación en las ideas de que el matrimonio era indisoluble, que las separaciones podían provocar daño en los niños y porque eran la vía a la desintegración moral. Muy pocos dieron razones religiosas146. Los Mattelart observaron que, en la muestra usada por ellos, entre el 28% y el 50% de las mujeres de los sectores populares había concebido antes del matrimonio o que una proporción muy pequeña convivía (excepto entre los pescadores). Comentan que esto último no cuestionaba el respeto a la indisolubilidad del matrimonio, porque la convivencia también era entendida como una unión duradera, y tenía presencia en sectores con menor participación en los beneficios de la sociedad. En relación con el trabajo, en el medio urbano la mitad de las mujeres de clase superior y media superior de la muestra no había trabajado nunca, al igual que el 72% de aquellas pertenecientes a la clase media inferior; en tanto, en la clase inferior solo el 14% estaba en esa situación. En el medio rural,

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Mattelart & Mattelart, op.cit. Pág.102.

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ninguna mujer trabajaba fuera de su casa, pero muchas tenían actividades remuneradas desde sus hogares. La mayoría de las mujeres rurales se declararon en desacuerdo con que la mujer casada trabajara fuera del hogar, mientras las urbanas, en su mayoría, lo aceptaban; sobre todo en las clases medias y superiores (70% y 80%, respectivamente). Los hombres, por su parte, tuvieron tendencias diversas al respecto. La mayor aceptación al trabajo de las casadas la tuvieron los pequeños propietarios de secano (44%) y los pescadores (36%), seguidos de la clase media superior (48%). Los hombres de los otros grupos urbanos mostraron un alto desacuerdo, en contraposición con la respuesta positiva de las mujeres de esos grupos147. Sus razones para estar de acuerdo eran económicas: por la ayuda para el hogar, sobre todo si ellos estaban sin trabajo o no alcanzaba con sus sueldos. En las clases superiores, aunque con reticencia, aludieron a la realización personal de las mujeres, pero como casos especiales, no como la norma. Para los que estaban en desacuerdo, el rol primario de la mujer casada era el doméstico. En el caso de los hombres de las clases populares, además estaba presente la noción de semi enclaustramiento de la casada, “ya no tiene la libertad de antes”, por su estado civil. Esa noción también estaba presente en las clases urbanas: sobre todo si había hijos, los hombres esperaban que se consagrara a ellos y evitara, por otra parte, los peligros

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Ibíd. Pág.111.

de la ‘promiscuidad’ al salir del hogar148. El trabajo de la mujer ponía en peligro también la distribución de roles; mientras ellos pudieran sustentar la casa, no querían la tensión de compartir con una mujer que “podía echar en cara lo que ganaba”149. Volviendo a la discrepancia entre hombres y mujeres del mismo sector, los autores preguntaron por la actitud de su marido frente al trabajo de ellas. Las mujeres de clase media inferior, particularmente, creían –a diferencia de lo que ellos respondieron– que la respuesta de la pareja sería positiva; en las otras clases coincidieron más con la respuesta masculina. Las demás mujeres confirmaron su propia aceptación a esa la negativa. En opinión de la mayoría de las mujeres rurales e urbanas pobres, el trabajo de la casada traería consecuencias negativas para la gestión del hogar. Entre las mujeres urbanas superiores, algo menos de la mitad creía lo mismo, enfatizando el deber de preocuparse de la relación de pareja y el cuidado de los niños. Entre los sectores populares y medio inferior, los aspectos positivos eran los económicos; para las otras, había una valorización del desarrollo personal y de pareja. El mayor obstáculo para el trabajo de la casada era la falta de servicio doméstico; las mujeres de clases superiores que lo

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Mattelart & Mattelart, op.cit. Pág.116. Ibíd.

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hacían disponían de él, y su carencia era fuente de tensiones para las de menores ingresos, que debían recurrir a parientes y vecinos. Los fines que perseguía una mujer que trabajaba eran económicos, según las rurales y las de clase inferior y media inferior. El grupo más acomodado agregaba la realización personal, la independencia económica, la distracción y la combinación de fines económicos y personales. En el medio rural, al menos un 20% o 30% de los hombres encuestados opinaron que ellas lo hacían por realización o independencia. En la zona urbana, esta proporción crecía especialmente entre aquellos de clases más acomodadas, quienes destacaban que no cualquiera se realizaba en el trabajo, sino las profesionales. En cuanto a los papeles de la mujer en el trabajo, los investigadores preguntaron si ellas podían gozar de autoridad allí. Nuevamente fueron más refractarios los hombres del mundo rural, con la excepción de los pequeños propietarios de secano, justificándolo en la debilidad femenina. En el ámbito urbano, entre el 68% y el 70% pensaba que sí podían; pero quienes lo rechazaban sostenían la falta de condiciones síquicas de ellas para ejercer autoridad. Según las opiniones del medio urbano, una proporción no superior al 20% de las mujeres y al 28% de los hombres consideró que las mujeres estaban capacitadas para desempeñar cualquier profesión.

Pero, la mayoría consideraba que las profesiones ideales para ellas eran las vinculadas a la salud, pedagogía y servicio social. Las razones para que estas carreras fueran buenas para las mujeres no aludían a la capacidad intelectual, sino –por ejemplo, en el caso de las de salud– a la relación personal con el enfermo, porque las vinculan a la dulzura y abnegación, ya probadas en el rol de esposa y madre, extrapoladas en la atención de salud150. En el ejercicio del servicio social, nuevamente es la capacidad ‘natural’ de la mujer para prodigarse a los demás, su comprensión, intuición y sensibilidad, los rasgos que la habilitan, en conjunto con una visión paternalista de estas profesionales, muy ligada al concepto de hogar. Esto es aún más fuerte entre los hombres, que la vinculan directamente ‘la naturaleza femenina’, que las dota de características que ellos no tendrían. Lo mismo ocurre con la pedagogía: sería la paciencia, el amor por los niños, la intuición y la comprensión las características que habilitan a las mujeres para dedicarse a ella. Los bajos salarios serían compensados con un horario de trabajo menos recargado y largas vacaciones, lo que les permitiría mantener la vigilancia y cuidado del hogar. En este mismo sentido, también fue mencionado como posible el ser dentista particular. Solo las encuestadas de clase alta mencionaron, en primer lugar, la arquitectura y la decoración. Y mientras las personas de

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Mattelart & Mattelart, op.cit. Pág.125.

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clase superior nombraron solo profesiones; los otros sectores agregaron secretariado, confección, peluquería y el trabajo como azafata. En el medio rural y urbano inferior mencionaron también la costura y el tejido; y muy atrás, la enseñanza. Más aún, en el secano, según la mayoría de los hombres, la profesión ideal seguía siendo la de dueña de casa. En relación con la participación política de las mujeres, los porcentajes de acuerdo de los varones con que la política debería dejarse a los hombres son superiores a la mitad en la clase inferior (72%), media inferior (60%), pequeños propietarios de riego (56%) y pescadores (52%). En medio, están los pequeños propietarios de secano y los inquilinos de riego y secano, con porcentajes entre el 46% y 48% de desacuerdo. Únicamente en la clase media superior y superior los hombres están fuertemente en desacuerdo, entre el 84% y el 90%151. Entre las mujeres, por su parte, los porcentajes de acuerdo en las zonas rurales fueron aún más altos que los de los varones; pero en el ámbito urbano, tanto las mujeres de clase inferior (56%) como media inferior tuvieron más porcentajes de desacuerdo que sus pares varones, sobre todo en esta última, en que el 86% estaba en desacuerdo. En la media superior y superior tienen la misma tendencia que los hombres, pero en la última es levemente mayor la proporción de mujeres que varones que está de acuerdo.

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Mattelart & Mattelart, op.cit. Pág. 143.

Las razones de las mujeres populares apuntan a que la mayor libertad de movimiento de los hombres los habilita para la política, al contrario que el semi enclaustramiento de ellas y a que era mal visto que las mujeres anduvieran en la calle o en reuniones. Los hombres aludieron, además, a la posibilidad de discusiones entre los cónyuges. Los varones, en general, sustentaban su acuerdo en la misión hogareña de la mujer, su poca comprensión de la política y su emocionalidad y falta de objetividad. Las mujeres urbanas afirmaron su mayor desacuerdo con la no participación en el hecho de tener la misma educación e información y en el derecho a ser plenamente ciudadanas. A ello agregaron cualidades como la mayor responsabilidad, intuición, y distinta perspectiva que harían, incluso, superior la capacidad femenina en política. Al preguntar por participación en organizaciones sociales de base, entre los sectores populares esta no bajaba del 26%, llegando a más de 40% en el sector rural de secano, de modo que las imágenes estaban atrás de los comportamientos reales. En la ciudad, la mayor participación en organizaciones sociales o políticas la tenían las mujeres de clase alta (40%), sobre todo en movimientos religiosos (15%). Las clases medias tenían participaciones inferiores al 14%152. Respecto a si las mujeres deberían participar en

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Mattelart & Mattelart, op.cit. Pág.147.

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organizaciones vecinales, todas estaban de acuerdo en porcentajes superiores a dos tercios, excepto las mujeres de los pescadores, con un acuerdo de solo un 44%. Las principales razones para no participar aludían a la inexistencia de esas organizaciones en el lugar, a la falta de tiempo y al no tener con quien dejar a los niños. En cuanto a participar en organizaciones en el trabajo, también hay altos porcentajes de acuerdo en las mujeres urbanas, en tanto muchas rurales declaraban no saber. Entre las urbanas, las razones dadas eran defender sus condiciones de trabajo y protegerse contra abusos del hombre; también aparecía como argumento la defensa de intereses ante el patrón. Organizarse a nivel político, concitó un acuerdo menor: nuevamente en los sectores rurales muchas declaraban no saber. Porcentajes no menores a 40% estaban en desacuerdo, destacando el 58% de las mujeres de clase media inferior y el 65% de la superior. Las razones apuntaban a falta de preparación, pérdida de tiempo, ser este ámbito ajeno a las mujeres y la existencia de corrupción en la política. Entrevistadas de clase superior confesaron ser apolíticas153. Sobre la percepción de cambio de las mujeres en su relación con los hombres, los autores comprobaron que era menor en los medios rurales, que juzgaban solo por su propia experiencia directa y afirmaban, incluso, que siempre había sido igual, sobre todo entre los pobres o en el campo. Pero

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Mattelart & Mattelart, op.cit. Pág.151.

la percepción de cambios era muy fuerte en los sectores urbanos. Las mujeres y los hombres rurales señalaron modificaciones positivas en la educación y la participación; las clases media y superior urbanas, en cambio, aludieron a la emancipación, a la conciencia del propio valor e independencia; mientras que la clase inferior valoraba la evolución hacia la igualdad, tensionada porque los hombres resentían la pérdida de poder. También las mujeres de clase media superior aludían al fin del mito de la superioridad masculina. Estas observaciones apuntaban a un pasado de dependencia, rechazado por injusto. Los hombres admitían –de palabra, al menos–el cambio hacia la igualdad de las mujeres, insinuando incluso una superioridad actual de ellas. Como positivo veían un mayor compañerismo entre unos con otras. Pero entrevistados de ambos sexos señalaron aspectos negativos del cambio: en la clase inferior acusaban a las mujeres de pérdida de respeto y libertinaje, de querer dar vuelta los roles en el hogar, produciendo pérdida de femineidad y de armonía en la pareja. Respecto a modificaciones en las conductas masculinas en su relación con las mujeres, la tendencia a afirmar el cambio es similar que en el rol de la mujer. En el caso de los sectores rurales, las mujeres señalan mayor libertad y expresividad, más aspiraciones y decisión, mayor educación e integración social; los hombres del mismo sector agregaban cambios

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en la apariencia y en el interés por los hijos. Algunos pocos señalaron un afeminamiento por parte de los varones. Los sectores más nostálgicos del pasado resultaron ser la clase inferior y los pescadores y sus mujeres, quienes señalaron mayor irresponsabilidad y pérdida de respeto por parte de los varones. Aunque en menor proporción, los hombres de las clases urbanas señalan que la igualdad de las mujeres ha traído la pérdida de la deferencia y caballerosidad debidas hacia un ser débil e indefenso. Las mujeres son más sensibles a estos cambios. La mayoría de las clases medias y superior estiman positivamente el comportamiento de los hombres al haber aceptado la emancipación de la mujer, no poner obstáculos y tratarla como compañera, aunque señalan que no ha sido sin reticencia. Al preguntar si ahora era más feliz la mujer, la mayoría de ellas pensaba que sí, por el mejor nivel de vida, más libertad y educación. Quienes pensaban que no, señalaban que la vida era más difícil (sobre todo en el sector popular) por la desintegración moral y el aumento de las responsabilidades (más que nada en los sectores medio y superior). Entre los hombres, fue mayor la percepción de felicidad en la zona rural, en tanto los sectores urbanos lo relativizaban, especialmente las clases media inferior y superior. Las aspiraciones ocupacionales para las hijas en las zonas rurales y clase inferior urbana repetían las profesiones ideales

que la costumbre indicaba para las mujeres: costurera, tejedora y profesora; mencionan muy poco el trabajo de oficina y no hablaban del trabajo industrial. En las zonas urbanas, destaca que las clases medias aspiraban para sus hijas una educación universitaria: esta representaba el ideal de ascenso social, y la búsqueda de un trabajo decente y respetado. Esto no implica un cambio en las profesiones elegidas, las que nuevamente son proyecciones del rol de madre y esposa. En la clase superior llama la atención el 20% que solo aspira al matrimonio para sus hijas, y la mención de carreras artísticas vinculadas a la decoración del hogar. Para los hijos, en cambio, los sectores populares sí visibilizan las ocupaciones industriales y de oficina, además de algunas profesiones (Medicina, en la clase inferior urbana). En los sectores medios y altos, nuevamente dominan las profesiones, pero son otras: Ingeniería, Medicina, Derecho o Arquitectura. Solo la clase media inferior menciona oficios técnicos. Los problemas de las chilenas –para las mujeres de clase alta–eran la dificultad con el servicio doméstico; las de clase media superior mencionaban, en cambio, el conflicto entre trabajo y hogar, pero también reiteraban el problema de la falta de servicio doméstico, sumado al hecho de no contar tampoco con artefactos modernos. Ambas apuntan a distintas versiones del derrumbe de las estructuras domésticas tradicionales, pero solo las de clase media indican una solución funcional: las guarderías infantiles.

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También señalan la falta de flexibilidad de los horarios de trabajo, que hacen arduo cumplir con ambos roles. Estas clases igualmente perciben la desigualdad de condiciones entre hombres y mujeres en el trabajo, donde se sienten discriminadas. Las mujeres de clase media inferior resentían la discriminación de las clases altas hacia ellas. En las clase inferior urbana, el mayor problema eran las difíciles condiciones de trabajo, los bajos sueldos y las deudas, lo mismo que en los sectores rurales, expresado en sus carencias de servicios básicos y sociales, lo que hacía más dura la vida. Perciben también incomprensión de la gente de las ciudades.

Violencia en el hogar, una realidad escondida La dominación masculina se sustenta en la violencia simbólica, sostiene el sociólogo francés Pierre Bourdieu. A su vez, esta contiene implícitamente la posibilidad de transformarse en violencia real y concreta: la agresión física y sexual. ¿Cuán extendida estaba en los años sesenta lo que hoy llamamos violencia de género? El trabajo de los Mattelart, como era normal en la época, en que la violencia hacia la mujer no había sido aún problematizada, no preguntaba por estas situaciones, y tampoco fueron mencionadas por las mismas mujeres en la pregunta abierta sobre sus problemas. Apenas proporciones menores al 6%

de ellas mencionaron desavenencias conyugales, una forma de ocultar el hecho de que la violencia era ejercida en un contexto de dominio masculino. Tampoco encontraron alusiones al problema en la recopilación de Covarrubias y Franco154 (1978), ni en las demandas de las organizaciones o partidos de mujeres descritas en el artículo de Covarrubias allí incluido. La información histórica indica que durante la Colonia la vida matrimonial no siempre se adecuaba al modelo de armoniosa convivencia esperado. La condición de las mujeres dentro de él, que ya estaba definida como desventajosa, podía llegar a ser crítica si el marido hacía uso de todo el poder que se le confería en desmedro de su esposa. La violencia física estaba permitida y solo podía ser cuestionada si era excesiva; es decir, si ponía en peligro la vida de la mujer. Frente a un marido mal administrador de los bienes familiares, infiel o que le daba mala vida, las esposas tenían pocas salidas. El divorcio era difícil de obtener, y consistía solo en la separación, además de que la divorciada debía recogerse en casa de familiares y seguir dependiendo económicamente de su cónyuge155. Tampoco era un tema investigado con posterioridad. Recién en los noventa de este siglo encontramos las primeras referencias a este problema en trabajos de historiadoras como Tinsmann156,

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Covarrubias & Franco, op.cit. Salinas & Corvalán, op.cit. Tinsmann, Heidi, Los patrones del hogar. Esposas golpeadas y control sexual en Chile rural, 1950-1988. En Godoy, Lorena, Hutchison, Elizabeth, Rosemblatt, Karin y Zárate M. Soledad, editoras, op.cit.

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Arteaga y Carrasco157. No hay más información específica sobre este problema en los estudios de la época. Imposible cuantificarlo. Sí queda claro que la violencia física y sicológica estaba presente en las relaciones familiares.

Pololeo158 y amor romántico Uno de los campos de mayores cambios fueron las relaciones afectivas entre los jóvenes, en un contexto de consolidación de la institución matrimonial como la única forma legítima de practicar la sexualidad, tanto en sus aspectos eróticos como reproductivos, a la par de una ampliación del período de preparación para contraer el enlace. El pololeo, como relación preparatoria al matrimonio, existía en la sociedad chilena desde fines de siglo XIX, y se había ido legitimando a lo largo del siglo XX. Pero a partir de los años cincuenta se hizo extensivo a los adolescentes, con una mayor autonomía relativa tanto a las personas con quienes pololear y al modo de hacerlo.

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Arteaga, Catalina, El des/orden campesino: violencia en San Felipe (1900-1940). Proposiciones. Nº 26 (181-193). Ediciones SUR, Santiago de Chile, julio, 1995. Carrasco, Maritza. La historicidad de lo oculto. La violencia conyugal y la mujer en Chile (Siglo XVII y primera mitad del XIX) En Perfiles revelados. Historias de mujeres en Chile siglos XVII-XX. Veneros Ruiz Tagle, Diana, Editora. Ediciones Universidad de Santiago. Santiago de Chile, 1997. Pololo: (De or. mapuche). 1.m. Bol. y Chile. Hombre que sigue o pretende a una mujer. 2. m. Chile. Insecto, como de un centímetro y medio, fitófago, y que al volar produce un zumbido como el moscardón. Tiene la cabeza pequeña, el cuerpo con un surco por encima y verrugas, élitros cortos y de color verde, vientre ceniciento, patas anteriores rojizas, y posteriores verdes.

La ampliación de la escolaridad media159 tuvo un particular efecto en las vidas cotidianas de los adolescentes de sectores medios y populares. Mas que la posibilidad de contar con ingresos propios, lo que autonomizó a los adolescentes chilenos de sus familias fue la escolarización, que los dotó de otra comunidad de referencia –el colegio– y puso a las niñas en un espacio público legitimado. Estaban en una institución autoritaria y adulto céntrica; pero era una institución formal, regulada con normas iguales para todos los jóvenes. Para las muchachas, especialmente, implicaba una experiencia nueva: aunque las escuelas reprodujeran la ideología de género en su concepción, tanto en el currículo oculto como en el explicito –puesto que hasta la reforma había ramos diferenciados para hombres (Trabajos Manuales) y mujeres (Educación para el Hogar)–, participaban de un colectivo de pares en que su desempeño era evaluado, teóricamente, en forma igualitaria y según sus méritos. Además del grupo de pares, con las complicidades, competencias y abusos que pudieran ocurrir en la convivencia cotidiana, estaba el necesario tránsito por las calles de las ciudades y, en zonas rurales, por caminos y carreteras, para trasladarse entre el colegio y la casa. Para muchas adolescentes el viaje al colegio era la única salida que sus progenitores, sobre todo el padre, permitían.

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Ver capítulo sobre los años 60 en Chile.

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La posibilidad de emparejarse románticamente entre adolescentes, por sus `propias inclinaciones, fruto probablemente de la influencia de los medios (cine y revistas) ya estaba instalada desde los años cincuenta, a partir de la película Rebelde sin causa, y de músicos como Elvis Presley y otros. Lo nuevo era que estas relaciones empezaban a sustraerse cada vez más del control de los adultos, en una situación tolerada por ellos. El pololeo contiene una serie de disposiciones normativas consuetudinarias que regulan ritualmente su funcionamiento: desde el ‘pinchar’ –cortejo y seducción–; pasando por la explicitación del vínculo –solicitud del muchacho a la joven y petición de permiso de ella a los padres para su aprobación–, hasta las actividades relacionales, físicas y sociales, permitidas160. Aunque los padres trataban de regular con quiénes, cuándo y cómo podían pololear sus hijos, sobre todo sus hijas, era cada vez más difícil normar esas situaciones, tanto por las exigencias de la educación como por la misma actitud de los muchachos, cada vez más conscientes de sus deseos y necesidades emocionales; es decir, de su propia individualidad en tensión con las normas familiares y sociales161.

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González, Yanko, Primeras culturas juveniles en Chile: Pánico, malones, pololeo y matiné. En Revista Atenea, Nº 503 (Págs. 11-38), Concepción, Chile, 2011. Disponible on line: . Pág. 32. Ibíd.

Trenzado con el aumento de la escolaridad está el crecimiento de la población urbana, y con ello una espacialidad distinta a la rural para las relaciones entre adolescentes. Ya señalábamos la calle, los viajes cotidianos. También estaban los entretenimientos colectivos, fundamentalmente el cine, como señalábamos en el Capítulo 3. La salida del cine en la función de matiné, las boites para ir a bailar, y los malones162, sobre todo, eran los espacios de socialización habituales, además de los grupos sociales de los diversos credos para los jóvenes religiosos.

Los niños también cambian El historiador chileno Jorge Rojas163 describe los cambios que ocurrieron en la crianza a partir de la década de los 50 en Chile, cuando aparecieron los primeros cuestionamientos a la formación tradicional de los niños, autoritaria y jerárquica en que ellos eran poco valorizados por su dependencia

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Fiesta bailable que se realizaba en casa de uno de los/as adolescentes de un grupo, en la que cada cual debía llevar algo de comer o de beber –especialmente bebidas no alcohólicas– para compartir, además de los discos de los cantantes juveniles de moda. Los adolescentes compartían, bailaban, coqueteaban, ensayaban los juegos de seducción permitidos, exhibían sus destrezas en el baile, lo novedoso de sus ropas, peinado y maquillajes y, sobre todo, definían su espacio y sociabilidad, en un entorno distinto y separado de los adultos y de los niños; pero bajo la mirada lateral de todos los miembros de la familia, que les dejaban el escenario principal, la sala, mientras permanecían como observadores tras bambalinas (González, op.cit. Pág. 31). Rojas, Jorge, Historia de la infancia en el Chile Republicano 1810-2010. Editorial Ocho Libros, Santiago de Chile, 2010.

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económica y falta de conocimientos y experiencia, y donde la violencia física era un método aceptado para corregirlos y educarlos. En 1959, Chile firmó la Declaración Universal de los Derechos del Niño, sin que ello provocara cambios institucionales, pero siendo un signo de muchas otras influencias, por medio de la sicología y la pedagogía, que apuntaban a un trato más afectuoso, comprensivo y protector a los infantes. Fueron creadas escuelas de educadoras de párvulos y publicados libros extranjeros y nacionales sobre psicología infantil y modernos métodos de crianza. En los años sesenta estos cambios empezaron a ser apreciados, y los niños a ser considerados por sectores crecientes como individuos, modificando las relaciones de poder al interior de la familia. Ejemplo de ello fue el abandono progresivo del “usted”, en la forma de dirigirse a los padres, reemplazada por el “tú”. También Rojas registra la falta de datos sobre maltrato infantil antes de esos años; los estudios al respecto realizados en Estados Unidos en los sesenta llegaron a Chile recién en los años setenta164. La paternidad patriarcal –respaldada por la legislación chilena sobre la legitimidad/ilegitimidad de los hijos, vigente hasta 1998, que establecía como verdaderamente hijos a los que nacían en una unión legalmente constituida–, era un modelo de masculinidad hegemónica que, como consigna

164 Rojas, op.cit. Pág.752.

el sociólogo chileno José Olavarría, presentaba la paradoja de permitir a los hombres tener hijos y no, necesariamente, sentirse ni ejercer como padres. El trato diferenciado en la relación entre los padres y sus hijos e hijas, según fuere el sexo de los mismos, constituía una constante en la cultura de la época. Así, el grado de separación de lo público y lo privado adquiría formas diferentes con hijos que con hijas, respecto de permisos y prohibiciones, así como en la división sexual del trabajo doméstico y no doméstico, además de la preferencia por el hijo en caso de optar a la prosecución de estudios. En este marco –y según lo han constatado diversos estudiosos del tema– en los sectores populares el trabajo infantil era parte de las estrategias de subsistencia en la familia. Con bastante frecuencia en este período de la historia nacional, los niños varones aportaban al debilitado presupuesto familiar, y eran conocidos como los trabajadores infantiles165. Las relaciones entre padres e hijos, comúnmente, estaban inscritas en una estructura jerárquica y autoritaria, en especial en relación al padre. Durante este período, prevalecen los preceptos para que la mujer se relacionara con el trabajo reproductivo y el cuidado de los demás miembros de la familia. Las labores de crianza involucraban, por lo común, cercanía y afecto de la madre con hijos/as en sus primeros

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Salazar & Pinto, op.cit. 2002b. Pág. 62.

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años. Los varones, por su parte, se mantenían ajenos de participar en el cuidado de los niños así como del trabajo doméstico. El vínculo entre padres e hijos jóvenes, entre las décadas del treinta al sesenta, se vive bajo una clara ‘hegemonía adulta’166. Sin embargo, en los años sesenta e inicios de los setenta, esta relación inicia un importante proceso de cambio. El movimiento estudiantil y la juventud tendrán una creciente presencia en la vida nacional y en el consumo de bienes y productos culturales.

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Ibíd. Pág. 205.

capítulo cinco las revistas juveniles

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“RITMO DE LA JUVENTUD”, LA REVISTA ANALIZADA, y su coetánea pero menos exitosa “Rincón Juvenil”, fueron en los años sesenta chilenos la expresión dirigida a los jóvenes del magazine, género periodístico que emergió en el siglo XX, producto del desarrollo de la industria cultural, formando parte de los procesos de modernización en el ámbito cultural. Fueron la vía por la cual la modernidad se incorporó a la vida cotidiana, permeándola del carácter de la época. Por medio de las revistas era posible acceder, muchas veces visualmente, a nuevos temas, lugares y personajes, expandiéndose y complejizándose el imaginario social167. El investigador chileno y especialista en cultura Bernardo Subercaseaux ha señalado que en el período 1950 a 1970 hubo una declinación de la industria del libro, porque las mayores editoriales nacionales priorizaron por las revistas. La mayor de ellas, Zig-Zag, a fines de los sesenta publicaba revistas para todos los grupos etarios y géneros, las que representaban el 90% de sus ventas168. Una investigación realizada en 1969 sobre exposición a medios de los estratos populares (separados internamente

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Santa Cruz, Eduardo. Modernización y cultura de masas en el Chile de principios del siglo veinte: El origen del género magazine. Comunicación y Medios, [S.l.], n. 13, ene. 2002. ISSN 0716-3991. Disponible en: . Subercaseaux, Bernardo, Historia del libro en Chile. LOM Ediciones. Santiago de Chile. 2000. Pág. 28.

en aristocracia obrera, marginales y campesinos)169 encontró que la radio era el medio al cual accedían mayoritariamente todos (85%), y casi todos poseían un receptor en su hogar. El segundo medio eran los diarios, pero con más diversidad: 91,7% de los obreros leía un diario, al menos una vez por semana; 58,6% de los marginales y 47,1 de los campesinos; las mujeres tenían, sistemáticamente, exposiciones menores: 79,2%, 51,4 y 39,6 respectivamente. El tercer medio eran las revistas: los obreros varones tenían exposición media, es decir, leían algunos números al mes (19,5%) lo hacia el 20% de los marginales y el 29,4% de los campesinos; en tanto entre las mujeres los porcentajes eran 28,6, 27,1 y 32,1. Cabe señalar que entre los obreros, el 23,6% de los hombres y el 27,3% de las mujeres declararon leer todos los números de una revista. También resaltan que el 53% de las mujeres marginales, el 48,4% de las campesinas y el 29 de las obreras accedían a las revistas mediante préstamos o intercambios. Por edad, el 31,2% de los mayores de 34 años leía revistas, mientras que lo hacía solo el 5,4 de los jóvenes entre 15 y 25 años. Los autores indican que, en otra investigación, publicada por ellos en, habían encontrado que entre los empleados y estudiantes universitarios de entre 18 y 24 años, el 85% leía revistas170.

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Mattelart, Armand, Piccini, Mabel & Mattelart, Michelle. Los medios de comunicación de masas. La ideología de la prensa liberal. Schapire El Cid Editor. Buenos Aires, Argentina. 1976. Pág. 37. Mattelart, Armand, Piccini, Mabel, &Mattelart, Michelle, Juventud chilena rebeldía y conformismo, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1969. Citada por los autores en Mattelart, Armand, Piccini, Mabel & Mattelart, Michelle, op.cit, 1976. Pág. 39.

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En cuanto a la propiedad de los medios, el estudio mencionado171 señala que en 1968 estaban concentrados en diez grupos económicos: • Grupo El Mercurio-Lord Cochrane. • Grupo ZigZag. • Grupo Radio Minería. • Grupo Radio Portales. • Consorcio Periodístico de Chile S. A. (Copesa). • Compañía Chilena de Comunicaciones. • Emisora Presidente Balmaceda. • Sociedad Periodística del Sur S. A. (Sopesur). • Sociedad Nacional de Agricultura (SNA). • Radioemisoras unidas. El grupo Mercurio-Lord Cochrane, vinculado al Banco Edwards, era el mayor controlador de prensa en Chile, siendo propietario de tres diarios en Santiago (El Mercurio, el principal, tenía una circulación de 128.000 ejemplares cotidianos) y seis en regiones. Mediante la Editorial Lord Cochrane editaba y distribuía revistas para diversos públicos, todas con éxito de ventas, aunque la cifra indica tiraje y no venta172: • Dos revistas femeninas quincenales: Paula (60.000) y Vanidades Continental (40.000), siendo la primera nacional y la segunda una franquicia extranjera. • Dos revistas semanales seudo-románticas: CineAmor (50.000 a 60.000) y CorínTellado (35.000), siendo la primera del género ‘foto-novela’ y de

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Ibíd. Pág. 43. Ibíd. Págs. 43-4.



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producción nacional; y la segunda, la reproducción de una novela la exitosa escritora rosa española del mismo nombre. Dos revistas semanales juveniles de tipo fan magazines: Ritmo (85.000 a 100.000) y El Musiquero (30.000 a 40.000), ambas de producción nacional. Una revista picaresca: El Pingüino (35.000), producida en Chile. Un conjunto de revistas de historietas con un tiraje de 5.000 ejemplares semanales tales como El Gato Félix, Henry, El Recluta, etcétera, muchas de las cuales eran franquicia de publicaciones extranjeras. Una revista para niños de producción nacional: Mampato (20.000 a 30.000 semanales).

El grupo Zig-Zag, segundo grupo en materia de revistas, tenía conexiones por medio de sus accionistas con los grupos Banco de Chile y Edwards, así como con el Banco Sudamericano. Estaba compuesto de cuatro empresas: ZigZag, Ercilla SAC, Radio Chilena y Distribuidora Latinoamericana de Publicaciones Dipalsa S. A. Zig-Zag editaba y distribuía las siguientes revistas173: • Cuatro revistas semanales de actualidad general: Ercilla (60.000 a 75.000); Siete Días (20.000); Vea (90.000) y Algo Nuevo (5.000).

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Mattelart, Piccini & Mattelart, op.cit. Págs. 45-6.

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• Dos revistas femeninas semanales: Eva (30.000) y Rosita (50.000). • Una revista seudo-sentimental: Confidencias (32.000). • Dos semanarios deportivos: Estadio (30.000) y Gol y Gol (40.000). • Una revista de “vulgarización” histórica: Sucesos (30.000). • Un conjunto de revistas de tipo fan magazine: Ecran (45.000) y Teleguía (27.000). En 1969, lanzaron Telecrán, que las fusionó. • Un conjunto de historietas semanales, en su gran mayoría producciones de Walt Disney: Fantasías (60.000); Tío Rico (75.000); Tribilín (50.000), Disneylandia (90.000) y una serie de ‘tiras de aventura’ tales como S. O. S., Trinchera, El Jinete Justiciero, Espía 13, Far West, Jungla, Doctor Mortis, El Intocable, Ruta 44, etcétera, muchas de ellas guionizadas y dibujadas en Chile. • Una revista humorística chilena: Condorito, con un gran mercado internacional en los países andinos (400.000 ejemplares trimestrales). • Una revista culinaria: Saber Comer (40.000). Estos dos grupos tenían en sus manos la producción de la gran mayoría de las revistas que circulaban en Chile. Fuera de las señaladas, existían dos publicaciones periódicas de izquierda, Punto Final y Plan, con una circulación bimensual de alrededor de 15.000 ejemplares, y una revista mensual editada por los jesuitas, Mensaje (con un tiraje de 5.000 a

6.000). También existía el semanario P E C, Política, Economía y Cultura, que apareció en 1967 y cerró en 1973… pese a ser de la intelectualidad de derecha. El estudio de los Mattelart no los menciona y en el curso de esta investigación no fueron encontrados datos sobre su tiraje. Po su parte, y siempre con datos del estudio de los Mattelart, el Consorcio Periodístico de Chile S. A. (Copesa, ligado a los Bancos Español y del Trabajo), editaba otro diario de alta circulación en Santiago, La Tercera, (95.000 ejemplares). Para dar una idea más clara de la concentración de los medios escritos, cabe señalar que los diarios ajenos a los grupos económicos eran cinco en Santiago: El Siglo (20.000), del Partido Comunista y La Ultima Hora (17.000), ligada al Partido Socialista; un diario de centro izquierda era el único que se acercaba en influencia y tiraje: Clarín (100.000 a 120.000 ejemplares diarios). El diario propiedad del gobierno era La Nación (45.000) y la Democracia Cristiana publicaba La Tarde (5.000). Pese a la concentración de la propiedad de los medios, es notable la profusión de medios escritos en la época, producidos en Chile para distintos nichos de públicos. Considerando que la producción de las revistas implicaba un equipo profesional que las produjera periódicamente, estas cifras hablan de un período de enorme auge editorial. Y, dentro de él destacaba el gran tiraje e influencia de la revista Ritmo de la Juventud.

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Revistas para adolescentes A partir de los años cincuenta, como ha sido señalado en los capítulos anteriores, los adolescentes conformaban ya un grupo etario separado de la infancia, con características propias y constituían un nicho de mercado separado de los niños y las familias. Los jóvenes chilenos no tenían el poder adquisitivo de sus coetáneos estadounidenses pero, al igual que ellos, eran una proporción desusadamente alta de la población general, y empezaban a desarrollar un sentido de identidad generacional. Las revistas definidas como juveniles abordaban temas del espectáculo y la entretención (fundamentalmente música popular, cine, teatro y televisión), pero también tocaban problemas sicosociales considerados propios de la adolescencia y juventud. La mayor editorial del país, Zig-Zag, a la fecha de propiedad de empresarios vinculados al Partido Demócrata Cristiano174, empezó a publicar Rincón Juvenil en diciembre de 1964; Lord Cochrane, recientemente creada por el grupo Edwards, y en clara competencia con Zig-Zag, lanzó la revista Ritmo en septiembre de 1965.

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Conocidos en los medios como “Los Pirañas”, por la voracidad con que estaban adquiriendo empresas, entre ellas los medios de comunicación (Alberto Vivanco, en Ergocomics. Apuntes sobre la Historieta Chilena. Revista Ritmo: Las cosas en su lugar, 2009a. Recuperado el 6 de marzo de 2013, de ).

Ambas estaban enfocadas en ampliar la experiencia de los jóvenes –especialmente adolescentes– y explicitaban su interés en dar expresión a un sector social que no la había tenido, y que estaba siendo mirado con desconfianza desde el mundo adulto: “Queremos mostrar a los adultos que la juventud no es una etapa pasajera, sino un estado de ánimo, activo y pleno de energías; que el twist y el ‘surf’ son expresiones de vitalidad; que el cantante romántico está simplemente poniendo en música y palabras los deseos de ternura y compañerismo de muchos jóvenes, y que la juventud, en toda época, ha sido como deber ser: una respuesta diferente ante los desafíos de una época que es también diferente en cada generación”175. Las dos publicaciones compartían también la visión de vivir en un período de grandes cambios, donde las costumbres tradicionales estaban siendo reemplazadas por nuevas normas, y los jóvenes aparecían como abanderados de estas transformaciones; pero también estigmatizados por los sectores que veían tales cambios como negativos. Legitimaban a la juventud como un período con menores responsabilidades, y enfatizaban las opciones individuales en las relaciones afectivas y decisiones vocacionales, aunque no abandonaban la importancia del peso familiar. La alegría, las relaciones afectivas fluidas (sin relaciones sexuales) y

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Rincón Juvenil N° 1, Editorial: “Amigo o Amiga”, 1964. Pág. 1.

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la despreocupación eran validadas, en tanto conducían a una edad adulta donde los adolescentes debían cambiar, y volverse responsables, al ser demandados por sus nuevas familias. Cierta irresponsabilidad temporal, producto del optimismo, la alegría, la espontaneidad juvenil, era tolerable, siempre que no dañara el proceso de acumulación de capital cultural y social en que los adolescentes estaban encauzados para llegar bien preparados para ser adultos, trabajadores disciplinados y padres de familia. La tarea principal de muchachos y muchachas era prepararse para el futuro, estudiando. Así lo planteaba Ritmo en su primer número, en una editorial menos programática que la de Rincón Juvenil, pero más enfática en la emotividad: “¡Hola! ¿Qué tal? Estamos felices de poder entregarles el primer número de nuestra revista. La hemos preparado con mucho cariño y entusiasmo y suponemos que ustedes la recibirán con el mismo cariño y entusiasmo, ya que aquí encontrarán todo lo que más les gusta y los que más les interesa, desde las aventuras de Trini hasta ese super-secreto: ‘prométeme que no se lo cuentas a nadie’, de los cantantes y gente de radio y televisión. También datos útiles sobre estudios, deportes, canciones, últimos discos a la venta y… ¡pero, para qué tanta explicación! Den vuelta la página. ¡Están en su casa! ¡Bienvenidos!”176.

176 Ritmo Nº1, Editorial. 1965. Pág. 1.

Los cambios sociales vinculados a la urbanización, las migraciones campo ciudad, la ampliación de las posibilidades de educación formal y la movilidad social, habían producido estas nuevas generaciones que era necesario “civilizar”, transmitiéndoles valores y modales adecuados a su nueva condición de habitantes de la ciudad. Había que compatibilizar la energía juvenil con las necesidades del desarrollo, aunque de manera no evidente. Buena parte de los artículos de contenido estaban consagrados a dar indicaciones respecto a cómo relacionarse entre padres e hijos y a resolver los conflictos que emergían por el apego de los padres a un control tradicional de la sociabilidad de sus hijos –especialmente sus hijas- y las demandas de los adolescentes para moverse más libremente en un mundo de relaciones sociales más fluido. Eran frecuentes las consultas de lectores y lectoras señalando que sus padres les prohibían tener amigos y los limitaban a desplazarse de sus colegios a la casa únicamente. Eso estaba contrapuesto con el mundo abierto que presentaban las revistas, en que los jóvenes de ambos sexos se reunían, paseaban, bailaban, estudiaban, se divertían en sus hogares, en las calles y plazas, durante el año escolar, o en las playas y en el campo en las vacaciones. La solución dada desde las revistas era convocar a la comunicación, a un diálogo en que los jóvenes debían plantear con serenidad sus demandas a sus padres, para así demostrar su madurez y ser escuchados.

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La creación de Ritmo y Rincón Juvenil La idea de un medio de comunicación juvenil emergió en quien llegaría a ser periodista subdirector de Ritmo, Alberto Vivanco, cuando todavía cursaba el 5° año de Humanidades en el Liceo de Quilpué, en 1958, inspirado por la aparición -desde 1956- de un tipo de música “exclusivamente juvenil capaz de romper todos los lazos con la generación anterior”: el rock and roll de Bill Haley y Elvis Presley, cuyo “ritmo electrizante abriría una brecha generacional que ya jamás se cerraría”177. Esto se vio refrendado con las imágenes de películas como Rebelde sin causa, reafirmando la disconformidad juvenil con el mundo adulto y un estilo que además de la música incluía “vestimenta propia: blue jean, chaqueta corta, cuello subido y zapatos mocasines de gamuza. Incluso teníamos un vehículo propio: la motoneta ‘Vespa’”178. Un medio de comunicación propio parecía una consecuencia lógica. Experimentando con caricaturas y escritos en su etapa escolar, elaboró proyectos de revistas infantiles y de vaqueros que presentó sin éxito a Guillermo Canals, gerente de ZigZag. En 1959 llegó a Santiago, a estudiar Periodismo en la Universidad de Chile, con la maqueta de una revista juvenil para presentarla a la misma editorial. Fue nuevamente rechazado, porque Canals estimaba que el rock and roll era

177 Vivanco, Alberto, op. cit., 2009 a. 178 Vivanco, op.cit.

solamente una moda pasajera; que los jóvenes chilenos no tenían capacidad de consumo propia como para asegurar la venta de una revista; y que, además, él mismo era demasiado joven como para hacerse cargo de este proyecto. A cambio, le dio acceso a la revista infantil El Peneca y a la juvenil La Pandilla, ambas de la editorial, donde le compraron episodios de historietas. En el año 60 ya estaba publicando, en el diario Clarín, la tira cómica Lolita y dibujaba regularmente en El Pingüino, además de colaborar con historietas deportivas en Barrabases. Ofreció el proyecto de la revista Ritmo a todas las editoriales existentes, aunque las prácticas monopólicas de Zig-Zag, que incluían quema de kioscos para impedir la distribución de revistas alternativas, destinaban al fracaso cualquier competencia, como le contaron otros periodistas y dibujantes de la época que habían intentado iniciativas similares. Como señaló el Capítulo 3, la aparición por esos días de pandillas juveniles “que aterrorizaban al prójimo con sus motonetas” y el aprendizaje en la universidad, lo llevaron a pulir su proyecto para incluir no solo música, sino estos nuevos temas de conducta juvenil. Intentó asociarse con Ricardo García –el discjockey más popular de ese momento por su programa Discomanía en Radio Minería–, sin éxito. Luego probó con la tradicional revista Ecran, a cuya directora, Marina de Navasal, le desagradaban los cambios en los gustos del público juvenil. Pese a ello, se daba cuenta de que debía adaptarse, si quería mantener a su revista en circulación. Ella

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aceptó publicarle una historieta juvenil de una adolescente alocada, de nombre Popotito (como la canción de Enrique Guzmán, cover del tema estadounidense Bony Moronie) que tenía como mascota al gato YoYo. También encargó a la estudiante de periodismo Lidia Baltra la redacción de la sección Rincón Juvenil, con notas sobre los nuevos cantantes ‘coléricos’179. En el intertanto, Zig-Zag había decidido ampliar la sección Rincón Juvenil de Ecran y convertirla en una revista dedicada a los jóvenes, como les había propuesto Vivanco, pero sin invitarlo y prefiriendo periodistas profesionales adultos, ligados al mundo tradicional del espectáculo y la bohemia santiaguina. Vivanco estima que no fue hecho con seriedad, sino como un producto de menor calidad, para un público al que no respetaban, por lo que tuvo poco impacto en el año en que apareció, 1965, mejorando algo con la competencia de Ritmo al año siguiente, pero sin llegar a captar los intereses de los jóvenes. La publicación cerró el 1 de marzo de 1967, tras 115 números, transformándose en Telecran.

La sociedad Vivanco - Larraín María del Pilar Larraín Irarrázaval (1927-2002), compositora que había ganado el Festival de Viña del Mar en 1962 con su canción Dime por qué, y conducía un popular programa

179 Vivanco, op.cit., 2009 a.

juvenil en Radio Chilena, contactó a Vivanco en Ecran, declarando su admiración por el gato YoYo. Vivanco reconoció en Pilar a alguien diferente a él: “Mayor que yo, casada y con una excelente situación económica, era una persona ingeniosa, alegre y vital”180. La invitó a realizar juntos una sección juvenil en la revista Mi vida, de Guido Vallejos, como un ensayo para la futura publicación. María Pilar demostró tener gran rigor, constancia y entusiasmo por el nuevo trabajo, sumado a su excelente educación y sentido del humor. Todo ello convenció a Vivanco de que era la compañera adecuada para proponerle el proyecto. Siendo imposible que Ritmo saliera en Zig-Zag, fueron a su competencia, el grupo Edwards. A cargo de la moderna imprenta recién adquirida por el grupo estaba el menor de la familia, Roberto, recién llegado de la universidad en Estados Unidos. María Pilar declaró ser su amiga, y se contactó con él, obteniendo la aceptación para la publicación. Señala Vivanco que “no me costó nada ceder el puesto de directora a Pilar y yo ocupar el puesto de sub director” porque tenía muchos otros proyectos en carpeta, y su idea era “ser el ‘editor’ al estilo norteamericano: inventar el producto, controlar su producción y desarrollo” pero, fundamentalmente, trabajar en equipo. Incluso, la revista era para él un centro organizador de “toda clase de eventos participativos, tales como encuentros deportivos, conciertos musicales, elección de Ritmo-reinas con la

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Ibíd.

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votación de los lectores, etc”181 y para encabezar eso Larraín era muy adecuada. El primer disenso entre ambos surgió en torno al nombre de la revista, que podía ser asociado con el de la orquesta de música tropical Ritmo y Juventud, identificada con los sectores populares. Proponía, en cambio Nosotros, que a Vivanco le pareció excluyente; pero lo aceptó para no obstaculizar la publicación, que así fue publicitada. Sorprendentemente, en el último momento, los abogados del grupo Edwards supieron que Zig-Zag ya había registrado legalmente el nombre y se preparaba para secuestrar judicialmente la edición por robo de su marca en cuanto saliera a la calle. Fue necesario cambiar rápidamente, recuperando el logotipo de Ritmo que Vivanco tenía listo para que fuera a la imprenta. En sus primeros 37 números, la revista era muy sencilla, con 32 páginas y sin portada adicional, y costaba Eº 0,50. Sólo ocho de estas páginas eran a dos colores (rojo anaranjado y negro), reduciendo los costos de producción y el valor de venta.

Innovación gráfica La revista fue muy innovadora en términos visuales, tanto por

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Todas las citas de este párrafo, tomadas de Vivanco, op.cit.

la sencillez de su presentación material como por el uso ágil y atractivo de sus pocos recursos: los dos colores con que contaron los números entre el 1 y 37 fueron presentados en combinaciones que le daban gran agilidad y limpieza. El logotipo era característico: las letras blancas sobre una banda horizontal roja parecían hechas a mano, tenían diversas inclinaciones sugiriendo movimiento y el punto de la letra “I” era la cara del gato YoYo, símbolo de la revista. La portada se completaba con la foto de una figura del espectáculo, generalmente un primer plano del rostro o una toma de medio cuerpo. En el interior mantenían la combinación de colores para separar secciones dentro de las páginas, algunas letras en movimiento y dibujos de Vivanco para ilustrar los títulos, las anécdotas de la sección Son rumores y las secciones de temas de juventud. Contaron también desde el comienzo con muy buenos fotógrafos, que aportaron a la imagen informal y más desenfadada que buscaban. En conjunto, la revista tenía el aspecto de un cuaderno escolar, con subrayados, dibujos y recortes, que lo hacía muy próximo a sus lectores, los adolescentes. El público objetivo de la revista era esencialmente popular y de clase media; los cantantes chilenos, cuyas andanzas eran presentadas en sus páginas, habían pasado del inglés al castellano eran del gusto de los jóvenes de las barriadas populares y sectores de clase media, que compraban los discos y revistas, y asistían a sus presentaciones públicas182.

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Vivanco, Alberto. Entrevista de la autora para la investigación, 10 de enero de 2011. Respuestas sobre Ritmo. (S. Lamadrid, entrevistadora).

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El inmediato éxito de ventas les permitió, a partir del número 37, agregar tapas gruesas a todo color, incorporando el color amarillo en las letras de la palabra Ritmo sobre un fondo rojo encendido, aumentar las páginas y doblar su precio a Eº1. Desde el número 80 hicieron un pequeño cambio en la portada, incorporando un borde rojo, formato que mantuvieron todo el período; agregaron, además, la Colección Ritmo Foto, dos fotos a todo color en papel grueso de sus artistas preferidos, a modo de pequeño poster. A partir del número 100, la portada empezó a ser en papel couché, y alcanzaron las 64 páginas, varias de ellas en colores; desde el 176 incluyeron también un Ritmo-afiche desprendible en el medio de la revista. Y la Colección Ritmo Foto cambió a Colección VIP, a partir del número 238. El precio de la revista varió tanto por estas mejoras como por la constante inflación que caracterizó la economía chilena del período. Los lectores en diversas cartas aludían a que muchas veces no les alcanzaba el dinero para comprar la revista, y la compartían entre varios amigos.

El equipo Ritmo A diferencia de Rincón Juvenil, en Ritmo “el equipo de trabajo… era absolutamente inexperto, pero le sobraba entusiasmo”183. Luz María Vargas y Manolo Olalquiaga, en sendas entrevistas,

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Vivanco, op.cit, 2009 a.

reafirman la mística y alegría que tenía el grupo184. Ninguno tenía formación profesional como periodista185; el único que había pasado por la Universidad de Chile era Vivanco, ya que Vargas y Olalquiaga se integraron siendo aún estudiantes. María Pilar Larraín tenía 38 años cuando inició sus tareas en Ritmo. Era “hija emblemática de las familias más tradicionales de este país”, como la describió revista Ya (El Mercurio) en 2010186. Aunque nunca fue a la universidad había tenido una gran educación privada, con institutrices alemanas, clases de piano, violín, canto lírico, historia del arte, idiomas (era una políglota de oído privilegiado). No pudo seguir la carrera de cantante lirica, para la que se preparó, por una afección a la garganta; se casó a los 24 años con el empresario Hernán del Solar y no tuvo hijos. Se dedicó primero a la música como compositora de jingles publicitarios y canciones y luego a las comunicaciones con su programa en Radio Chilena Los amigos de María Pilar. Permaneció a la cabeza de Ritmo hasta diciembre de 1970187.

184 “Yo me quedaba hasta tarde, por puro gusto. Me encantaba estar ahí”. Vargas en “La reina del papel couché”, Aguilar, Marcela, Revista El Sábado, Diario El Mercurio, Santiago de Chile, 8 de julio 2002. 185 “Y eso fue intencional. En aquella época NO EXISTÌAN ‘expertos’ en cuestiones juveniles. Fue necesario formarlos. Parecía inconsecuente tener a ‘periodistas profesionales’, gente mayor, para interpretar a jóvenes a los cuales muchas veces odiaban y resentían por ser ‘coléricos’ que pujaban por apoderarse del mundo, desplazando a la generación anterior”. Vivanco, op.cit., 2011. 186 Jurado, María Cristina. “Mujeres con verdadero estilo”. Revista YA, Diario El Mercurio de Santiago de Chile, 13 de abril de 2010. 187 Tras la elección de Salvador Allende, ella y su marido viajaron a Buenos Aires, para luego instalarse finalmente en Miami, donde se hizo cargo de la subdirección de Vanidades, convirtiéndose en el artífice de las versiones latinas de Harper’s Bazaar e Ideas. Llegó a ser la directora internacional del grupo Hearst, en Nueva York. Tras su retiro, ambos regresaron a Chile, donde falleció en 2002.

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El subdirector Alberto Vivanco (1941) era el autor de la tira cómica Lolita188 (con Carlos Alberto Cornejo en los guiones, durante los dos primeros años) que el diario de mayor circulación en Chile, Clarín, publicó entre 1963 y el 10 de setiembre de 1973. Dirigió también la revista de historietas independiente La Chiva, editada en conjunto con Pepe Huinca, Hervi, Palomo y otros destacados dibujantes nacionales desde el 31 de julio de 1968, hasta 1970, con alrededor de 50 números. Un éxito en creatividad; pero un fracaso económico, fue la revista de historietas más creativa e inteligente que ha habido en nuestro país. Fue también director de la División Periodística de Quimantú, donde publicó su proyecto de revista para mujeres, Paloma, que solo duró 19 números, pero tuvo un enorme éxito de ventas que le permitió competir Paula, de Lord Cochrane, y Eva, de Zig-Zag, llegando a vender más de 200.000 ejemplares quincenales. Tras el golpe de Estado se exilió en Venezuela, donde trabaja como editor. Publica Lolita en varios diarios latinoamericanos189. A pesar del entusiasmo en la empresa común, directora y subdirector tenían grandes diferencias de criterio respecto a la revista, que solucionaron salomónicamente. En palabras de Vivanco: “cada uno tendría la misma oportunidad de proponer temas y personajes”190. El mismo equipo fue elegido de esta forma.

188 “Era como un Pepe Antártico femenino”. Vivanco, op.cit. 2009b. 189 “Actualmente Lolita se publica diariamente en unos 80 periódicos y, en los últimos 13 años, nadie ha manifestado intenciones de interrumpir el servicio, sino todo lo contrario”. (Vivanco, 2011). 190 Vivanco, op.cit. 2009 a.

Además de ellos, el grupo original estaba compuesto por el locutor Juan Carlos Gil (hasta agosto de 1967), el periodista porteño Alfredo Barra (hasta mayo de 1967), Enrique Santiz Téllez (hasta septiembre de 1970) y el fotógrafo David Rodríguez Peña, que permaneció hasta febrero de 1966; desde el número 15 participó también como fotógrafo Sergio Larraín (hasta julio de 1967). Alex Fiori ingresó en el número 29, en marzo de 1966, y la periodista Graciela Torricelli empezó a escribir en julio de 1966, pero solo apareció en el colofón a partir de agosto de 1966, misma fecha en que Bob Borowicz191 empezó a colaborar con la foto de portada, permaneciendo hasta marzo de 1967. Además escribieron columnas personales importantes hombres de radio como Camilo Fernández, Ricardo García, Miguel Davagnino y otros. Graciela Torricelli192 (1923-2007) tampoco era periodista de formación, pero era una activa participante del movimiento artístico e intelectual de la época. Escritora, actriz y guionista, a fines de los cincuenta había estado vinculada al Teatro Experimental de la Universidad de Chile y en los sesenta

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Cabe destacar que tanto Larraín como Borowicz son dos grandes en la historia de la fotografía nacional, cuya labor excede con mucho los límites de la imagen periodística. Ya en esos años eran destacados por su talento y mirada innovadora. 192 “Graciela dejó su huella profunda en todo el equipo que compartió ese vuelo de la Paloma. Ella inventó a la Micaela, personaje entrañable, que enseñaba a remendar sábanas con mariposas y a cocinar cochayuyo. Su legado está impreso en las páginas de la revista, así como en el corazón de los que tuvimos el privilegio de compartir con ella, sueños, esperanzas, dolores, exilios y reencuentros en estos 35 años”. Mary Zajer, Graciela, una paloma vuela. En la publicación digital Diario Crítico, del 21 de julio de 2007. Disponible en línea en . Ultima revisión el 20.07.2014.

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tenía una compañía de títeres. Vivanco la refiere como una persona extraordinariamente inteligente y sensitiva. Colaboró con él en la revista Paloma, donde era considerada el alma del equipo. Después del golpe, estuvo exiliada en Francia y México. En los años ochenta colaboró en la Unidad de Comunicación Alternativa de la Mujer del Instituto de Estudios Transnacionales (México/Chile), donde participó como coautora en varias publicaciones sobre la condición de las mujeres en Chile y en el mundo, y participó activamente en el movimiento de mujeres de este país. Vivanco menciona haber propuesto a Luz María Vargas y Manolo Olalquiaga, y como redactores a Graciela Torricelli, Alfredo Barra y Juan Carlos Gil. Dos personas fueron de común acuerdo: el redactor Alex Fiori, y la profesora de guitarra Alicia Puccio Vivanco, prima de Alberto y amiga de Pilar, que realizó para la revista un curso de guitarra gráfico. También indica que Larraín deseaba incluir al sacerdote Raúl Hasbún, a lo que él se opuso193. Participaron de la revista igualmente el abogado y periodista deportivo Juan Facuse (hoy notario), que escribió la sección de fútbol entre febrero de 1966 y agosto de 1966. En septiembre de 1966, Manuel Guillermo Olalquiaga firmaba la sección de deportes, pero sólo fue incluido en el equipo en abril de 1967. León Canales, cantautor y folclorista, ingresó en mayo de 1967. En esas mismas fechas comenzaron a colaborar los

193 Vivanco, op.cit., 2009 a.

corresponsales Jeannette Laurent y Bill Brownell, mientras que el corresponsal en Argentina, Ian Bo, se incorporó en septiembre de 1967. A partir de febrero de 1968, Luz María Vargas –que escribía desde noviembre de 1966– se hace cargo de la diagramación y, en junio del mismo año, fue nombrada como Directora de Arte y diagramadora. Aunque nunca fue nombrada sub directora, al irse María Pilar asumió la dirección (enero 1971). En febrero de 1970 se integraron Silvia León y María Yolanda González, y como corresponsales en el extranjero Astrid Tait, Raúl Alvarez y Luis Fuenzalida. La revista usó también el recurso de crear personajes ficticios, como el psicólogo Ramón Cos, La Mano Negra, El Intocable y Alerta, y otros dibujantes aparte de Vivanco: Carlos Zúñiga y Andrés Alonso. Fuera de los fotógrafos que han sido mencionados, trabajaron en Ritmo Héctor Iturrieta, Héctor Vidal, Fernando Vergara, Gerd Hasenberg y Fernando Pavéz.

Cambios en el equipo Hasta 1967, aproximadamente, si bien las luchas políticas y sociales en Chile iban en ascenso, no habían llegado a los niveles de conflictividad posteriores a 1968. Todavía no existía la presión social por definirse por una u otra opción política; había un ambiente de tolerancia, en la medida

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en que los sectores de derecha no se sentían seriamente amenazados; ni las izquierdas con fuerzas suficientes para un cuestionamiento radical del orden social. El mismo hecho de que el gobierno estuviera en manos de un partido centrista (Democracia Cristiana) que, en algunos aspectos, coincidía con las propuestas de la izquierda, pero sin pretender atacar al capitalismo, favorecía un ambiente de tolerancia a las posiciones opuestas. Entre los mismos cantantes y discjockeys había diferentes visiones, reflejadas –en parte– en el tipo de música que practicaban y difundían; las giras de artistas nacionales, donde todos se mezclaban, eran un reflejo de la cierta diversidad social, musical y política de los cantantes. A principios de 1968 se produjo el mayor cambio en el equipo Ritmo. Según relata Vivanco194, mientras él consideraba que –respondiendo a las demandas del público– la revista debía cubrir las actividades de los artistas más populares, independientemente del tipo de música que interpretaran o de su origen social, la opinión de María Pilar Larraín era distinta: prefería seleccionar entre los cantantes a los que le parecían más adecuados como modelos para la juventud195.

194 Vivanco, op.cit, 2009 a. 195 En opinión de Vivanco, Larraín tenía una serie de prejuicios respecto de las personas de origen social más pobre y de menor educación, de las de origen judío o árabe, a los cantantes de protesta y a los homosexuales, especialmente si eran mujeres, y prefería a las personas de clase social más alta, de origen europeo y a los cantantes de neo folklore, estilo considerado más elegante. Vivanco, op.cit. 2009a.

Esta diferencia se expresó puntualmente bastante temprano, en torno a la portada del número 36, la última a solo dos colores. A esa fecha, 1966, la cantante Palmenia Pizarro tenía una exitosa carrera interpretando valses peruanos, con primeros lugares en venta de discos y gran convocatoria en presentaciones personales; pero su tipo de música no era, ciertamente, ni rock and roll ni Nueva Ola, los incluidos en el proyecto original de la revista, sino latinoamericano, tradicional y romántico, más inserto en el gusto de los sectores populares y rurales. La misma Palmenia venía de una familia pobre de los alrededores de San Felipe, y eso era visible en su aspecto físico: morena y pequeña. Para Vivanco esto no era obstáculo, ya que le resultaba más importante su popularidad y la apertura de la revista a los intereses y gustos de su público lector. Si bien logró imponer su criterio, la decisión fracturó las relaciones cordiales entre los dos líderes de la revista. Siguiendo la información de Vivanco, las desconfianzas entre ambos se agudizaron en parte porque ella temía ser reemplazada como socia, o que Vivanco migrara a otra editorial, pero sobre todo porque el contexto político se radicalizaba progresivamente, haciendo más evidentes y complejas las diferencias entre ellos. Dada la cercanía de Larraín con el dueño de Lord Cochrane, Roberto Edwards, este optó por solicitarle a Vivanco que eligiera entre continuar en Ritmo o seguir publicando la tira Lolita en el diario Clarín, cuyo desenfado la hacía incompatible con la línea de la revista juvenil. El dibujante prefirió tomarse

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un año sabático en Clarín, y en Lord Cochrane le entregaron la dirección de la recién adquirida El Pingüino, en la cual trabajó con otros dibujantes, obteniendo bastante éxito. Pese a ello, en marzo de 1968, Edwards le informó que prescindirían de sus servicios por “cambios en la política de la empresa” y, ante la sugerencia de Vivanco de ‘llevarse’ la revista Ritmo, le informó que sus abogados la disputarían en Tribunales. En cambio, si se retiraba sin ruido público, le entregaban una fuerte compensación económica. Vivanco prefirió evitar una confrontación, que podría haber involucrado a varias fuerzas políticas en un conflicto con el grupo Edwards: desde luego, el dueño de Clarín lo hubiera apoyado, y el grupo Zig-Zag, democratacristiano, también hubiese participado en el debate. En vez de eso, Vivanco prefirió concentrar sus energías en su proyecto independiente: la revista humorística La Chiva196 (Vivanco, 2009a). En su opinión, además, Ritmo necesitaba renovarse respecto a su proyecto inicial, porque el mundo y los temas que interesaban a los jóvenes habían cambiado: Los Beatles, el movimiento antiguerra de VietNam, los hippies y la revolución sexual planteaban desafíos ante los cuales el tipo de consejo moralista que daba la revista se estaba quedando atrás, en particular en los temas sobre sexualidad, que no eran abordados con la claridad y asertividad necesarias para las

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Vivanco, op.cit. 2009 a.

experiencias que estaban viviendo los adolescentes de fines de los 60. La última vez que apareció Vivanco como subdirector fue en Ritmo N°132, del 12 de marzo de 1968. Consecuentemente, Graciela Torricelli también fue borrada del colofón en el número 134, pero aparecieron artículos con su firma hasta Ritmo N°138, del 23 de abril del mismo año. No repusieron la figura del subdirector: Luz María Vargas quedó a cargo de esa tarea, y las secciones que escribía Torricelli continuaron apareciendo sin responsable y, posteriormente, quedaron a cargo de Silvia León, ya en 1970. En entrevista con Manuel Olalquiaga para esta tesis, él se manifestó sorprendido de la versión entregada por Vivanco, ya que como periodista de la revista no percibió este conflicto; sin duda, la mayor parte del equipo se alineó con la directora, cuyo atractivo como líder queda claro tanto en la entrevista citada, en que Olalquiaga comentó con afecto lo mucho que había aprendido trabajando con ella, como en los recuerdos que hicieron de ella diversas personas en artículos de prensa de años recientes197.

197 “Pilar empezaba a las siete de la mañana a escribir los libretos para su programa. Más tarde, desde la oficina, llamaba a la radio para dictar la pauta de canciones, y luego nos pauteaba a nosotros. Almorzaba con su marido y después iba a la radio. Nosotros pataneábamos hasta que ella llegaba para ver qué habíamos hecho. Era muy trabajadora y muy ordenada. Su marido la pasaba a buscar y nunca se iba después de las ocho. Yo me quedaba hasta tarde, por puro gusto. Me encantaba estar ahí”. Olalquiaga añade: “Pilar tenía un espíritu tan joven que uno nunca le hubiera adivinado la edad. Tenía mucha energía, y sabía sacar lo mejor de cada uno de nosotros. Era cariñosa en el trato y nos tenía confianza. Generaba una mística increíble”. Aguilar, op.cit.

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Después de la salida de Vivanco, se consolidó la superficialidad de la revista y sus pretensiones de neutralidad y prescindencia de los aspectos que la Directora consideraba negativos de la realidad juvenil. Las críticas que recibieron no vinieron solo de los medios de comunicación de izquierda o de analistas de comunicaciones; también la misma revista publicó cartas de lectores donde cuestionaban la posición de Ritmo y la ausencia de temas importantes para los jóvenes; posiblemente recibieron más cartas de este tipo de las que dieron a conocer198. La revista fue duramente cuestionada por los medios de prensa de izquierda y por cientistas sociales. En medio del intenso debate ideológico que vivía Chile a fines de los sesenta, Mabel Piccini publicó en Cuadernos del Centro de Estudios de la Realidad Nacional (Ceren) de la Universidad Católica199, “El cerco de las revistas de ídolos”, un minucioso análisis de Ritmo, Topsi (suplemento juvenil de El Mercurio) y Nuestro Mundo. Apuntaba a la construcción por parte de estos medios de un mundo intemporal y clausurado, una microsociedad juvenil, de los Ritmo-lectores, donde la problemática juvenil era reducida fundamentalmente a los temas afectivos y sentimentales.

198 “Transmitíamos optimismo. Y eso, aunque le gustaba a mucha gente, también nos granjeó muchas críticas, sobre todo durante la campaña presidencial de 1969. Hubo una campaña muy fuerte contra la revista. Nos descalificaban, decían que no veíamos la realidad. Eso, mientras nuestra circulación cada vez era más alta”. Olalquiaga en revista El Sábado (El Mercurio). Aguilar, op.cit. 199 Piccini, Mabel. “EI cerco de las revistas de ídolos” en Cuadernos de la Realidad Nacional. No. 3, Ediciones Universidad Católica, Santiago de Chile, 1970.

El año 1970 fue, sin duda, un año difícil para el equipo de Ritmo, que culminó con el alejamiento de María Pilar, quien –ante la perspectiva de un gobierno de la Unidad Popular gobernara Chile– emigró con su marido. Muy coherente con el estilo elusivo que mantuvo en todos sus escritos, en la carta de despedida que publicó en Ritmo, adujo que su viaje respondía al cambio de trabajo de su marido, Hernán del Solar, y ella iba con él porque “Donde manda capitán no manda marinero”. El capitán (mi capitán) dice “¡¡España!!” y yo como simple marinero digo: “¡España! Y ¡Olé!” (Ritmo Nº278, 1970:1). La dirección fue asumida al número siguiente por Luz María Vargas.

Las secciones de Ritmo Las secciones de la revista correspondían a esquemas comunes en los semanarios informativos en la articulación de las secciones internas. Contaba con una editorial firmada por la Directora (o su suplente cuando viajaba) –¡Hola! ¿Qué tal?– donde, en términos muy coloquiales, comentaba acontecimientos vinculados tanto a la revista misma –diálogos con los lectores, cambios, regalos, nuevos concursos– como con el mundo del espectáculo. Las secciones informativas eran Lo que pasa en Chile, Lo que pasa en el mundo, Lo que pasa en radio y TV, y Son rumores, anécdotas y ‘secretos’ relatados por María Pilar e ilustradas por Vivanco. Además de las secciones estables,

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había reportajes de actualidad y entrevistas a personas del mundo del espectáculo y el deporte: cantantes, actores, discjockeys, productores musicales, etc. Desde el número 27 agregaron la columna especializada Disconoticias, a cargo de Enrique Santiz; en el número 38, el Ritmo Ranking, y en el número 23 comenzó la sección sobre deportes Lo que pasa en la cancha. Otras secciones estaban destinadas a aconsejar a los lectores en una gran variedad de temas. La principal era Conversando, en que Larraín respondía a las más diversas inquietudes de los Ritmo-lectores. Otro apartado, doble, Para Ellos y Para Ellas, contenía consejos prácticos, análisis de problemas juveniles y modas para ambos sexos; posteriormente, con la incorporación de Torricelli se estabilizó una sección de Tema de la Juventud, que permaneció hasta 1971. Los test estuvieron presentes desde el número 2, pero recibieron categoría de sección, con el nombre de Ritmo test, solo desde el número 26 y hasta el 129. Las secciones ‘prácticas’ fueron Todo tiene solución, y Ritmodas, sobre vestuario y a cargo de Luz María Vargas, se consolidó a partir del número 104. En música había siempre páginas con letras de canciones, bajo diversos encabezados –por ejemplo, Para cantar en vacaciones–, y desde el número 34, Alicia Puccio presentó lecciones de guitarra y acordes para interpretar canciones de moda; primero como Alicia Puccio nos enseña guitarra y después Guitarra y canciones. También hubo espacios dedicados a enseñar a jugar fútbol y otros deportes.

Además de Conversando, había varias secciones interactivas, como Buscando amigos, Cartas en Ritmo, Fan Club, Para eso están los amigos; y para dar expresión a los lectores fueron creadas las secciones Aquí opinan todos –de comentarios breves–, Esto me sucedió a mí, dirigida a varones solamente, y Esta es mi opinión, ambas con un premio en dinero. Regularmente publicaron historietas. La primera fue TriniPlop, de Vivanco, que duró hasta el número 42 y fue reemplazada después por Tito y Claudia, de Luz María Vargas, entre los números 46 y 60. Después publicaron intermitentemente historietas románticas europeas, como Auto stop. También incluyeron las secciones Horóscopo (después RitmoAstral), Ritmograma y Ritmoleando, con acertijos.

Concursos y eventos Los concursos y regalos fueron una constante. Desde el primer número aparecían fotos de cantantes con el Gato YoYo al pie, que eran enviadas por correo a quienes las solicitaran. El primer concurso consistió en adivinar quienes eran Los artistas misteriosos, seis cantantes haciendo gestos o disfrazados. Había que reconocerlos y mandar la solución con el cupón que aparecía en la revista para optar a premios en dinero. Mantuvieron intermitentemente este tipo de concurso breve, culminando en el Baticoncurso en el número 81, en que regalaron un televisor. En 1966, desde el número 46, presentaron el Concurso Ritmo Mundial, en que había que adivinar el país ganador del Mundial de Fútbol de ese año,

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con premios donados por las casas de deportes Hernán Solís y Armando Saffie. El primer concurso grande fue Una estrella en su mano, vigente entre julio y diciembre de 1966. El o la ganadora, con un acompañante, podía viajar a conocer a su estrella internacional favorita, con todos los gastos pagados; un segundo premio era conocer una estrella nacional. Además, había 121 premios menores. La ganadora, María Eugenia Strange, viajó a Hollywood a conocer a George Maharis200, en febrero de 1967, y Patricia Azcarategui cenó en Santiago con Los Larks.

Un cantante chileno a San Remo En el número 68, del 20 de diciembre de 1966, empezó el concurso “Un cantante chileno a San Remo”, para enviar un cantante hombre a esa competencia italiana, de gran repercusión internacional. Los votantes también obtenían premios, como televisores, pelotas de fútbol, cámaras, etc. El cantante con más votos, que resultó ser José Alfredo Fuentes, viajó a Italia en febrero de 1967, acompañado de Alex Fiori como guía e intérprete. El segundo concurso fue realizado entre octubre y diciembre de 1967, con más tiempo para prepararlo y abierto a cantantes

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Protagonista de la serie de TV Ruta 66. Era el actor favorito de María Pilar Larraín.

mujeres, especificando que si la o las ganadoras deseaban viajar con la compañía de algún familiar, debían costear esos gastos. Posiblemente previendo que nuevamente lo ganaría el popularísimo Pollo Fuentes (obtuvo 223.070 votos), convocaron a Dos cantantes chilenos a San Remo, permitiendo votar por uno solo un cantante, pero con dos cupones por revista. El segundo elegido fue Juan Carlos, con 165.310 votos. Luz Eliana, la cantante que tuvo mejor votación, llegó sexta con 31.460 votos, seguida de Cecilia con 26.680. Una tercera versión, en 1968, fue nuevamente ganada por el Pollo, quien en “un noble y caballeroso gesto” renunció a su premio, aduciendo que sería egoísta de su parte hacer uso nuevamente de una oportunidad de ampliar horizontes en su nivel cultural y profesional, dando así la posibilidad a otro cantante quien, en este caso, fue Patricio Renán. La revista, en premio por su noble gesto, lo envió a Cannes a la entrega de los premios Midem (Mercado Internacional del Disco y la Edición Musical), por ser el cantante de mayor venta de discos en Chile, aunque tampoco pudo viajar debido a una

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grave afección a los riñones. Sin embargo, es probable que la verdadera razón para no viajar fuera la crisis que experimentó la carrera del cantante, en diciembre de 1968, cuando la madre de una joven lo demandó por haber estuprado a su hija, que sostenía estar embarazada de Fuentes. Pocos meses después fue sobreseído de los cargos201. Al año siguiente, la revista dio un giro diferente al concurso. En el número 215, de octubre de 1969, comunicaron que, considerando que los cantantes ya salían al extranjero por sus propios medios, habían decidido dar a la oportunidad de viajar a San Remo a un lector varón, ya que las niñas tenían un concurso especial para ellas.

“Miss Ritmo” El concurso más emblemático de la revista fue la elección anual de una joven que fuera “la imagen de todas las lectoras de nuestra revista: ¡MISS RITMO!”202. Presentado en el número 89, de 16 de mayo de 1967,fue una invitación a todos sus lectores a ayudarlos, votando por las candidatas. Para postular había que tener entre 14 y 20 años, y enviar “una pequeña autobiografía que contenga todos sus datos

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Ferrada, Nora. “El ’Pollo’ ¿padre o víctima?” Ecran, Nº 1973, 17 de diciembre de 1968. Págs. 3-4-5. Recuperado el 9 de 10 de 2010, de . Última revisión el 24 de julio 2014 (El link lleva a una colección de revistas Ecran digitalizadas, buscar el número de la edición). Mayúsculas del original, Ritmo Nº 89, 1967. Pág. 8.

personales, como por ejemplo: Nombre completo, dirección, condiciones personales (si saben bailar, cantar, tocar guitarra, piano, idiomas, labores, deportes, etc.) e indicar estudios (colegio, curso, etc.)”, y “dos fotos, una de cara y otra de cuerpo entero (no es necesario que sea en traje de baño)”203. Como el premio incluía un viaje a Hollywood, en el número siguiente María Pilar tranquilizaba a las mamás explicando “¡pueden estar completamente tranquilas, porque la ganadora viajará con una representante de nuestra revista quien cuidará a ‘Miss Ritmo’ como si fuera su propia hija!”204. La elegida fue Yasna Carrión. Presentada en el Especial de Hernán Pereira en Canal 9, en diciembre de 1967205, se convirtió efectivamente en una pequeña celebridad local206:

203 Ritmo Nº89, 1967. Págs. 8 y 9. 204 Ibíd. Pág.18. 205 “Fue maravilloso, Recuerdo a un público repleto de gente entusiasta. El jurado muy serio, pero sonriente. Recuerdo a María Pilar Larraín, Ricardo García, Camilo Fernández, un par de representantes de Max Factor, que patrocinaba el concurso y a Hernán Pereira que animaba el show. El recuerdo más fuerte fue cuando Hernán Pereira dijo: ‘la ganadora eres tú, si tú, la del vestido verde con puntos blancos’. Yo miré todos los vestidos, empezando por el mío, y no vi el color que decía el animador. De repente Hernán tomó mi mano y me llevó al trono”. Entrevista a Yasna Carrión en . Visitado el 19 de marzo 2013. Ultima revisión: 24 de julio, 2014 206 “Sí hubo gran cambio, todo el país me conocía. Me abrió todas las puertas que quise, pero las abrí bien. Quedé, ‘en el mundo de los famosos’, los conocí a todos e hice gran amistad y pololeos con algunos de ellos”. Carrión es actualmente tecnóloga médica y trabaja en la Universidad Andrés Bello. Entrevista a Yasna Carrión en . Visitado el 19 de marzo 2013. Última revisión: 24 de julio, 2014.

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animó y actuó en televisión, además de participar en las actividades de la revista y aparecer varias veces en la portada.

En junio del año siguiente, nuevamente Ritmo convocaba a elegir su Miss. Esta vez los topes de edad eran 14 y 18 años, y todo el proceso estaba más formalizado. La Directora motivaba una mayor participación de candidatas en su editorial del número 151, donde recordaba que el concurso se cerraba pronto y aun no llegaban los datos de las candidatas del Santiago College, Liceo Nº6, Monjas Francesas, Liceo Nº7, La Maisonette, etcétera. Este año no entregaron mayor información sobre las doce candidatas semifinalistas. Excepto la que tenía más votos, Cecilia Preller, de Valdivia, las demás eran de Santiago; de las doce, además de Preller, cuatro tenían apellido anglo o

germánico: Hammersley, Baettig, Blumenfeld y Jaeger. En la selección final quedaron solo dos de ellas. La ganadora, Rosa María Barrenechea, fue elegida el 7 de diciembre en Canal 9. En el número 173, María Pilar comentaba con orgullo y alegría que la gran personalidad y belleza de todas las finalistas había hecho difícil la decisión. Esta vez hubo algunos cuestionamientos posteriores de lectores de Ritmo, pero Rosa María también tuvo una importante presencia en los medios. Entrevistada en el número 175, la Miss de 15 años comentaba que admiraba a su tío, el escritor Julio Barrenechea, embajador en la India a la fecha. En junio de 1969 iniciaron la búsqueda de la tercera Miss Ritmo, con una vasta red de apoyo en las radios regionales para la distribución de cuestionarios para las candidatas. La ganadora viajaría a Hollywood, como las anteriores, y las seis finalistas recibirían una beca para la Alta Escuela de Modelos de Pamela y María Eliana. La final se realizó, de nuevo, en Canal 9, el 6 de enero, por lo cual la ganadora, Mónica de la Fuente, usó el título de Miss Ritmo1970. En 1970 el concurso comenzó en mayo, exigiendo esta vez autorización del colegio de las concursantes. En el número 257, de agosto, la revista volvía a insistir en la participación de algunos colegios: Santiago College y Monjas Francesas, y de chicas de algunas provincias: Valparaíso, Temuco y Arica, además de recordar que las candidatas debían tener buenas notas. La ganadora recibiría una beca para una escuela de modelos, además del tradicional viaje a Hollywood. Verónica

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Luisi, de Viña del Mar, fue elegida en el programa de TV de Enrique Maluenda en el Canal 9 el 19 de diciembre.

Otros concursos Ritmo también realizó concursos para ganar un cachorro ovejero alemán, con su entrenamiento incluido y de nombre Ritmo; un auto antiguo “completamente ‘hippie’, ‘sicodélico’, con florcitas de todos colores, con gatos Yo-Yo” –la Ritmo Burra–, solo para ‘chiquillos’, porque en el concurso Miss Ritmo el premio mayor era para una lectora. La desigualdad de género era evidente: la Ritmo-burra la podía ganar cualquier muchacho que llenara y recortara los cupones, pero Miss Ritmo era para la más bonita y encantadora. Como era tradicional, había premios para las y los votantes: las chiquillas podían proponer un ganador y votar por él. En su segunda versión, la burra –que quedó en manos de la revista para actividades publicitarias– fue cambiada por un Fiat 600, que esta vez sí ganó una lectora. Otro concurso importante fue El regalo soñado de Ritmo y Nescafé, vigente entre agosto de 1968 y diciembre de 1970. Consistía en el sorteo mensual, entre quienes mandaran cupones que aparecían en la revista, de un regalo, a elección, entre un televisor, un tocadiscos, una guitarra, un juego de dormitorio, una bicicleta, un refrigerador, una carpa, los uniformes para doce futbolistas, y otros.

Eventos importantes El primer evento organizado por la revista fue Ritmo Show, el 5 de noviembre 1966. Los fondos recaudados fueron en beneficio del internado gratuito de la Escuela de Portezuelo (hoy región del Biobío). Como presentadoras estuvieron las Gatitas de Ritmo; y participó gran cantidad de cantantes de la Nueva Ola207 y discjockeys, todos quienes actuaron gratuitamente. El segundo Ritmo Show fue realizado al año siguiente208, ocasión en que entregaron el premio Yo-Yo de Oro a la Mejor Cantante Femenina (Luz Eliana y Fresia Soto), al Mejor Cantante Masculino (José Alfredo Fuentes) y al Mejor Conjunto (Clan 91). El show tuvo gran éxito: las entradas se agotaron a las dos horas de ponerse a la venta; los cantantes protagonizaron una llegada “tipo Hollywood”; y también incluyó modelos a go-go.

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Marisa, Rafael Peralta, Larry Wilson, Pepe Gallinato, Pedro Messone, Los de Las Condes, José Alfredo Fuentes, Carmen Maureira, Willy Monti, SussyVecchi, Maitén Montenegro, Miriam Luz, Gloria Benavides, Pat Henry, María Teresa, Jorge Rebel, KikuSusuky, Buddy Richard, Los Cuatro Cuartos, Los Gatos y Palmenia Pizarro; Los Stereos y Los Rockets. Ricardo García, Miguel Davagnino, Hernán Pereira, Juan Carlos Gil, Poncho Pérez y César Antonio Santis; las modelos de Flora Roca y bailarines a go-go. Ritmo Nº64, 1966. Pág.1. Fresia Soto. Luz Eliana, Gloria Aguirre, Luis Dimas, Maijope Show, María Teresa, Germán Casas, Carlos Contreras, Juan Carlos, Pedro Messone, José Alfredo Fuentes, Los Solitarios, Buddy Richard, Los Picapiedras, Los Stereos, Los Caravelle, el Clan 91 y Juan Ramón. Animadores Laura Gudack y César Antonio Santis. Ritmo Nº116, 1967. Págs. 44-45.

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En 1968, el Ritmo Show salió de gira por todo el país, llegando incluso hasta Tacna, Perú, por el norte y hasta Puerto Natales, por el sur. La mayor parte de los traslados eran en bus la revista aseguraba que era el “más completo, alegre y elegante de cuantos [shows] han recorrido el país”209. Al año siguiente, volvieron al formato de un gran espectáculo de una noche, en el mes de diciembre, con entrega de los premio Yo-Yo de Oro; lo mismo ocurrió en diciembre de 1970, en que celebraron los diez años de la Nueva Ola chilena. El baby fútbol también dio pie a un torneo –Ritmo Baby– organizado por la revista, con equipos integrados por cantantes y gente de radio. Los participantes fueron Marcianos, de Radio Chilena, Sí Sí Cómo No JaJá (sic), Los Vengadores, Los por la Chupalla, Los Defensores, Los Buscados,

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Ritmo Nº164, 1968. Pág. 1.

Los Solitarios, Los Jockers, Quilapayún, Los Twisters, Los Beat 4, Los Pat’e Lana y Los Rompehuesos. El torneo tuvo lugar en el Estadio Nataniel y contó con la asesoría de Gustavo Laubbe y Adolfo Neff, conocidos cracks del fútbol nacional. Los ganadores recibieron la Copa Ritmo. Fue un gran éxito de público. Para Ritmo, el torneo era mucho más que una actividad deportiva; ejemplificaba el tipo de juventud que deseaban promover, como explicitó María Pilar Larraín en Conversando, del número 105: “El primer domingo, cinco mil chiquillos asistieron a presenciar algo que suponían entretenido, pero que no sabían a ciencia cierta cómo catalogar. Sin duda en la primera fecha fueron solamente a ver a sus cantantes favoritos vestidos de futbolistas o a conseguir autógrafos, etc. Pero aquí viene lo magnífico: se implantaron rigurosas normas durante el campeonato: nadie podía pedir autógrafos ni transitar de un lado a otro del estadio sin un motivo justificado. Y estas reglas fueron respetuosamente obedecidas. La Ritmo-Guardia (formada por chiquillas y chiquillos voluntarios) mantuvo un perfecto orden durante todos los encuentros, y no hubo necesidad de tener Carabineros alrededor de la cancha, como nos habían aconsejado algunos escépticos que decían: ‘las chiquillas van a matar a los jugadores’. “Domingo a domingo, los asistentes que hacían cola desde las 5:30 de la mañana frente al Nataniel, fueron tomando conciencia de la importancia de este campeonato. Supieron apreciar y aplaudir las buenas jugadas, y el día de clausura,

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todos los cantantes pudieron sentarse en las tribunas a ver los partidos sin que nadie los molestara. “Les confieso que me sentí tremendamente orgullosa ese último domingo, ya que esos cinco mil chiquillos y chiquillas que el primer domingo fueron solamente a entretenerse y a ver a sus cantantes favoritos, habían sentido de pronto dentro de sí, el entusiasmo por el deporte y al saber apreciar y aplaudir a los buenos equipos, al dar toda esa alegría, vibrante de las barras, todo ese entusiasmo y colorido, me demostraron que nuestra juventud está formada por miles de Ritmo-lectores, es como siempre he pensado: ¡Alegre, valerosa, sana, responsable y entusiasta!”210. Por cierto, al año siguiente repitieron la experiencia con el mismo éxito211. Contaron con un Tribunal de Honor compuesto por los periodistas deportivos Gustavo Aguirre, Julio Martínez y Carlos González Márquez. Participaron 15 equipos con 120 jugadores; cada equipo tenía cinco titulares y tres reservas, y en ellos se mezclaban cantantes, gente de los medios y jugadores profesionales. Aunque recibieron algunas críticas por el ruido y desorden creado en torno a la entrada del Estadio Nataniel –ya que llegaban jóvenes desde las 4 de la mañana– Ritmo (en la voz de su Directora) los desestimó considerándolos problemas

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Ritmo Nº 105. Págs. 56-57. Fue tanta la demanda del público que jugaron las fechas finales en el Estadio de San Bernardo.

normales de los entornos de los estadios y porque todos los medios los felicitaban por promover actividades sanas para la juventud. En su versión 1969, el torneo fue transmitido por Hernán Solís en Radio Balmaceda. Comenzó en el Estadio Chile con la asistencia de más de siete mil personas y participaron 10 equipos. En el número 202, Manuel Olalquiaga comentaba que Ritmo Baby se puso los pantalones largos- que el torneo era ahora más profesional: los equipos habían mejorado mucho futbolísticamente, lo mismo que las barras; y los premios incluían un viaje a Lima para el equipo ganador212. El campeonato terminó el 3 de agosto y Larraín agradeció, en el número 205 a los canales 9 y 13, así como a las radios Cooperativa y Pacífico, que transmitieron los partidos; a Carabineros, a las barras, a los entrenadores “a los Ritmo guardias que hicieron posible mantener el orden” y sobre todo a los Ritmo lectores213. Pero esta vez hubo problemas en la final. La revista no lo relata, pero publica una carta del sacerdote Raúl Hasbún214, integrante del equipo Chancho en misa, donde alude a que “en la Final quedó la escoba” y comenta “que un Campeonato tan lindo y tan limpio se merecía un broche mejor”. Alude

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Ritmo Nº202, 1969. Págs.22-23. Ritmo Nº205, 1969. Pág. 1. El presbítero Raúl Hasbún era parte del mundo del espectáculo, debido gracias a sus apariciones en canal 13 de la Universidad Católica y a sus mediáticas actitudes. Además, era el asesor espiritual de María Pilar Larraín.

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a golpes en la cancha, recriminaciones en los pasillos, lágrimas y acusaciones. Considera que las pasiones que se desataron son humanas y solo cabe reunir de nuevo a los protagonistas para que se reconcilien y devuelvan la alegría a los organizadores y al público, e invita a los equipos a una ‘once de la amistad’. En Ritmo no apareció nada sobre el resultado de esta invitación. Tal vez por esto, en el invierno de 1970 no hubo Ritmo Baby. Las páginas dedicadas al torneo fueron ocupadas con el relato de los viajes de María Pilar al Extremo Oriente (Bali, indonesia) y por retrospectivas de los nuevaoleros más exitosos: Cecilia, Gloria Benavides, Fresia Soto, el Pollo.

El éxito de público y de ventas Ya en el número 61, de noviembre de 1966, la revista mencionaba que, entre concursos, intercambio de amigos, opiniones y búsqueda de consejos, recibían 3.000 cartas diarias. Y en junio de 1967215 (), la editorial comentaba que mientras del primer número se imprimieron 13.000 ejemplares, “ahora son 80.000”216. En febrero de 1969, reproducían la carta en que la Editorial

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Ritmo Nº 92, 1967.Pág.1. A través de internet es posible encontrar numerosos sitios y blogs donde personas adultas recuerdan hasta hoy el impacto que tuvo la revista en su adolescencia, incluso desde Perú.

Lord Cochrane los felicitaba porque la Asociación Chilena de Agencias de Publicidad –Achap– en su estudio de alcance de medios, había encontrado que Ritmo estaba en el primer lugar en circulación y lectura, entre todas las revistas semanales editadas en el país. La recepción que tuvo Ritmo en la juventud chilena le otorgó un peso importante tanto en relación con la industria del espectáculo como por su influencia sobre los ‘Ritmo lectores.’ Por sí misma, se había convertido en una actriz poderosa dentro de la industria, y podían imponer figuras o aminorar el éxito de otras. Eso generó tensiones internas dentro del equipo, conflictos con algunos cantantes y después críticas desde otros medios de comunicación vinculados a la izquierda.

capítulo seis imágenes y representaciones

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LA REVISTA IMPACTÓ EN EL PÚBLICO ADOLESCENTE desde el primer número y utilizó ampliamente la fotografía de los ídolos para atraerlos/las. En este capítulo analizaremos el contenido de algunas de ellas y de dos secciones escritas, destinadas a aconsejar a los y las jóvenes en su desarrollo personal: “Para ellos y para ellas” y “Temas de Juventud”.

Las primeras portadas1 Tanto la portada de Rincón Juvenil como la de Ritmo ejemplifican la tensión entre adoptar modelos corporales contestarios importados, pero de gusto de los jóvenes, y su traducción chilena y comercial, y la pretensión de recuperar lo que ellos llamaban “valores humanos”. En Rincón Juvenil optaron por Los Beatles. Aunque la beatlemanía se había iniciado en el mundo en 1963, el grupo impactó en Chile al año siguiente, coincidiendo con el ‘desembarco’ del grupo en Estados Unidos en 1964: recién en agosto sus canciones ocuparon aquí los primeros lugares en las listas de popularidad y fue creado el programa radial El Club de los Beatles2. El estreno, ese mismo invierno, de la

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Parcialmente publicado en Lamadrid, Silvia. Cuerpos juveniles: masculino y femenino en el Chile de los 60. Representaciones sociales en las revistas juveniles. En La irrupción del cuerpo. Oralidad: memoria, relatos y textos. Actas IV y V Escuela Chile Francia, Cátedra Michel Foucault. Universidad de Chile, Embajada de Francia. Santiago de Chile, 2013. Págs. 225-24. 2 El fan club llegó a tener 25.000 miembros. González, Juan Pablo; Ohlsen, Oscar; Rolle, Claudio. Historia Social de la Música Popular en Chile, 1950 -1970. Ediciones Universidad Católica de Chile. Santiago de Chile, 2009. Págs. 690-1.

película A hard days’s night contribuyó a consolidarlos como los más populares del año. Los Beatles resultaron ser, en términos de imágenes, un fuerte cambio respecto a los rocanroleros originales, de gestos sensuales, iracundos y desbordados. A diferencia de esa imagen machista y rebelde, Los Beatles habían sido uniformados por su manager en ordenados ternos sin solapa, con corbatas y botas, y mantenían en escena una actitud sobria. Pero eso mismo, combinado con el pelo largo peinado sobre la frente y los rostros afeitados y juveniles, producía un conjunto levemente andrógino, alejado de la imagen masculina tradicional y los hacía “atractivamente vulnerables”4.

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Cura, Kimberley. She Loves You: The Beatles and Female Fanaticism. En Nota Bene,Canadian Undergraduate Journal of Musicology Vol 2 Iss 1, Article 8 2009:106.

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A diferencia de Sinatra o Presley, cantantes líderes y con estilos ubicados en las antípodas, Los Beatles tenían una imagen colectiva y de colaboración, alternando la voz principal y tocando a la vez sus instrumentos, acercándose a la tendencia femenina a trabajar en grupos colaborativos, más que en estructuras jerárquicas, como señalan investigadoras feministas como Deborah Tannen y Carol Gilligan. En cierto modo, las muchachas se podían ver reflejadas en ellos, dado que tenían estas resonancias de sensibilidad femenina en un mundo de dominio masculino5. El pelo largo de Los Beatles era una absoluta excentricidad en la época. Dos años después, la misma revista realiza un reportaje preguntando ¿Por qué los jóvenes usan el pelo largo?, motivada por la extensión que había alcanzado el fenómeno. “La verdad es que durante el último par de años han aumentado cada vez más las melenas a lo Sansón. La tradición del pelo semilargo, escobillado hacia atrás, o con partidura al lado muy corto encima de las orejas con gomina o brillantina ha cedido su lugar a largos mechones que caen sobre la frente y sobre el cuello, sin llegar, es cierto, a las frondosas cabelleras tipo beatle”6.

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Ibíd. Pág.107. Rivas Sánchez, Fernando. ¿Por qué los jóvenes usan el pelo largo?Rincón Juvenil Nº94 1966. Pág 22. Recuperado el 18 de mayo de 2010, de www. memoriachilena.cl: http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-75171. html. Cabe destacar que Fernando Rivas Sánchez era un periodista y escritor de trayectoria en el ámbito político. Como tal fue parte del panel del influyente programa de televisión A esta hora se improvisa (Canal 13).

El articulista –un reconocido escritor nacional– relativizaba el fenómeno, recordando que en otras épocas y culturas el pelo largo era la norma, así como el uso de ropa colorida por parte de los hombres. Y dejó planteado el debate por el áspero rechazo que encuentra en la sociedad chilena. Si esta era la reacción en 1966, es posible darse cuenta de cuán rupturista fue la primera portada de Rincón Juvenil.

Por otro lado, la imagen de los Beatles conectaba con valores tradicionales en el registro que podríamos llamar étnico/clasista. Dada la conformación de las sociedades iberoamericanas, producto de la conquista europea, desde la colonia quedó instalada la superioridad masculina europea7.

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Lamadrid, Silvia Las relaciones de género en el Chile colonial. l. Revista No. 1”Al Sur de Todo”, revista de Género y Cultura. Santiago, CIEG http://www. alsurdetodo.cl/revista.php?nrorevista=1&narticulo=6 , 1-27. 2009.

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Las poblaciones de América son más o menos mestizas, y las clases dominantes no escapan a esta mezcla, pero la impronta de vincular lo blanco con lo deseable permanece. El grupo inglés resultaba perfecto, aunque en su propia sociedad estaban lejos de los peldaños más altos de la escala social8. Incuestionablemente europeos, y artistas, sus excentricidades podían ser toleradas, dando espacio a la audacia de la revista. En el primer número de Ritmo, la foto de la cantante María Teresa resultaba casi un espejo femenino de la portada Beatle: de cuerpo entero, la muestra sentada, de suéter, pantalones y botas, con sombrero cowboy y jugueteando con un revólver. Una mujer joven, femenina y bella, pero con ropas y accesorios masculinos, coqueteaba con la androginia y parecía agregar atractivo a su imagen. Pequeños detalles no dejaban duda de su femineidad: la delicadeza de sus rasgos, las curvas de su cuerpo subrayadas por el pantalón ajustado, las manos cuidadas y las uñas pintadas; la postura lúdica y carente de agresividad. Los límites de la distinción binaria de los géneros eran desafiados solo para confirmarlos: tal como en Los Beatles, se amplía la gama posible para expresar la masculinidad o femineidad, pero la diferencia no es eliminada. Este juego resultaba francamente ofensivo para muchos chilenos y chilenas, que no tenían el menor interés de ser sacados de las distinciones tradicionales.

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Pocos en Chile estaban en condiciones de percibir el acento scouse de Liverpool de los fabfour, muy distinto del oxbridge de las clases altas.

¿Por qué fue elegida esta joven como imagen fundacional de Ritmo? Ella nunca fue la cantante más popular de la Nueva Ola; ese lugar lo había ocupado, hasta 1963, Fresia Soto9. De origen peruano, Fresia estudiaba pedagogía en inglés; tenía una bonita figura, cabello negro, grandes ojos oscuros y la piel morena. En 1965, la cantante más popular era Cecilia10, figura fundamental de la Nueva Ola11, dueña de una gran voz y altamente expresividad. Descendiente de italianos, aprobaba en rasgos étnicos, pero sus particularidades como intérprete la habían estigmatizado como problemática: su estilo era cercano a la tradición italiana del canto gritado. Las críticas apuntaban a sus gestos en escena, muy bruscos para la ‘delicada’ sociedad chilena, a tal punto que algunas autoridades en Viña del Mar le exigieron no repetirlos en el escenario del Festival, que ganó ese mismo año12.

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Fresia Soto fue portada de Ritmo Nº61, la primera en colores, pero con lentes cosméticos celestes, y en el Nº72 con sus ojos oscuros (foto en portada de este libro). Fue portada en Ritmo Nº11. “En los años de su reinado (1963-1965), fue ella quien lideró las listas de ventas y popularidad de la prensa y la radio; sus fans se agolpaban por multitudes en las radios, teatros y estadios donde se celebraban sus conciertos; y su nombre encabezó varias de las principales giras organizadas por el país en aquellos años” . Visitado el 30 de enero de 2011. “Compitiendo con la canción ‘Como una ola’, de la chilena María Angélica Ramírez, la cantante se trenzó en una aguda polémica con las autoridades edilicias al contravenir la recomendación de no interpretar su característico beso de taquito, gesto escénico inspirado en la técnica futbolística y considerado por entonces inapropiado para ser ejecutado por una señorita como ella. A esta trasgresión se sumó una polémica: pese a ganar la competencia, su actuación final en esa versión del festival se realizó entre abucheo de un sector del público que reprobó la decisión del jurado. Lejos de amilanarse, la cantante de Tomé respondió con muecas, gestos burlones y uno que otro beso de taquito” Visitado el 30 de enero 2011.

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Por todo lo anterior, es posible suponer que la irreprochable blancura de María Teresa, nacida en España aunque residente en Chile desde pequeña13 y su expresión corporal mucho más adecuada a la femineidad que la revista deseaba promover la hizo mejor candidata a primera portada14.

La mirada femenina: besemos a Raphael En general, las fotografías de portada correspondían a cantantes o actores de cine y televisión. La mayoría eran primeros planos de rostros; las fotos de cuerpo entero, sobre todo de conjuntos musicales, aparecen en número menor.

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Ritmo Nº1. Pág. 7. El número 1 de Ritmo es hoy prácticamente imposible de conseguir para fotografiar su portada. En la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional no están disponibles ejemplares físicos y solo es posible revisar microfilmes de su colección. Por ello hemos debido incluir estas páginas interiores.

Los hombres estaban mucho más representados, lo que corresponde a la cultura de los ídolos, predominantemente varones, y la vasta audiencia femenina que los seguía. Los estudios sobre medios visuales han debatido la existencia de dos miradas, masculina y femenina, la primera activa y la segunda pasiva; pero Tara Brabazon, especialista australiana en comunicaciones, plantea que a diferencia de los hombres, quienes se erotizan ante la presentación de cuerpos femeninos fragmentados, las mujeres reaccionan con representaciones de los rostros, especialmente si el fotografiado mira directamente a la cámara, creando la apariencia de un lazo con la observadora (Brabazon, 1993:25). Ritmo utilizó con más frecuencia la foto de rostro y mirada a la cámara que Rincón Juvenil y es posible que este haya sido un elemento que colaborara al éxito de la primera. En el análisis de la relación de las jóvenes con las fotografías, la investigadora canadiense Kimberly Cura apunta a la situación de ellas en el Estados Unidos de post guerra, sometidas al estricto control paternal y dedicadas a las responsabilidades domésticas, similar a la de las chilenas en 1960. Para las muchachas, que permanentemente recibían advertencias para controlar su comportamiento sexual (y el de sus parejas masculinas), el tocadiscos y la radio les permitieron disfrutar de la compañía de sus cantantes favoritos en la intimidad de su propio dormitorio. Las revistas aportaron el material gráfico para que, así fuera en la fantasía, pudieran desplegar su emocionalidad y

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sexualidad en un entorno seguro, sin la presión riesgosa de la demanda masculina por ir más allá en las caricias, que tantas contradicciones provocaban a las corresponsales de las secciones de consultas. Un ejemplo de la intuición de Ritmo en este sentido es la foto de dos páginas presentada como Besemos a Raphael (Ritmo Nº143, 1968:40-41). El cantante no sólo mira a los ojos, lo hace de costado, aumentando la complicidad con la fan; se agrega la mención de la canción Cierro mis ojos, en que el varón se presenta como confiable, promete y pide: “Cierro mis ojos - para que beses mis manos y mi frente - para que corran tus dedos por mi piel. Yo no te veré, yo no te veré - puedes hacer lo que quieras conmigo - no te miraré, no te miraré - hasta que tú me lo pidas, amor”. La invocación a ensoñar un encuentro físico con el ídolo es evidente, así como la alusión a que la integridad de la muchacha no está en peligro a menos que ella lo solicite.

Chilenos y chilenas se chasconean La representación de la corporalidad fue cambiando durante la existencia de la publicación culminando a fines de la década, sobre todo en las vestimentas y el cabello. Hasta 1966, las ropas y adornos corporales de los y las jóvenes se diferenciaban muy poco de aquellas de los adultos de su respectivo género. Se enfatizaba fuertemente la diferencia entre hombres viriles y mujeres femeninas, mediante el uso de trajes que rigidizaban los cuerpos. Los jóvenes, incluidos

los cantantes de la Nueva Ola, usaban ternos de colores oscuros o neutros, corbata y cortes de cabellos muy cortos y apegados a la cabeza. Las muchachas llevaban vestidos muy ajustados en la cintura, y peinados que abultaban el pelo y lo ‘solidificaban’ en una especie de casco. Las primeras representaciones gráficas distintas y que presentaban mayor flexibilidad corporal y en los cabellos fueron de cantantes y jóvenes extranjeros. En el número especial de Rincón Juvenil (septiembre de 1965) fueron presentadas todas las expresiones musicales de moda: indistintamente nuevaoleros y neofolkloristas chilenos, todos vestían parecido, y en la revista resaltaban las fotos del reportaje La agitada historia de los “beatniks”, en que, además de ocupar el espacio urbano parisino con despreocupación, sentados en el suelo, y bailando en la acera, tanto hombres como mujeres vestían ropas sueltas, usando ellas pantalones y zapatos de taco bajo. Muchos varones tenían el pelo largo y ninguno estaba peinado. Estas novedades, muy lentamente, fueron incorporadas por los jóvenes nacionales, distinguiéndose los cuerpos de los y las jóvenes respecto de los adultos. Los varones abandonaron los ternos y los colores oscuros por jeans y camisas o suéteres con más colorido15 y dejaron la gomina y el corte de pelo estilo militar; las muchachas ya

15 “Chaquetas claras, o de colores vivos, más bien largas; pantalones delgados en celeste, amarillo o blanco; camisas amarillas, rosadas, rojas o celestes”. Rincón Juvenil Nº94, 1966. Pág. 26.

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no usaban laca en sus peinados y los vestidos fueron más sueltos y cortos, aumentando el uso de pantalones. El cambio mayor es observado a partir de 1967 y se instaló completamente en 1968. Las minifaldas y los pantalones dejaron de ser la excepción para constituir la norma; los vestidos ya no marcaban la cintura. Varios conjuntos musicales masculinos empezaron a usar el pelo largo, incluso fuera del escenario16, y a defender su derecho a hacerlo. Aparentemente, los cambios que las revistas presentaban eran de influencia extranjera. Pero no solo en las ropas y cabellos estaban cambiando los jóvenes chilenos.

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Los integrantes del primer conjunto en aparecer con cabello largo, Los Larks, usaban originalmente peluca. Ritmo Nº 96, 1967, portada.

Probablemente los estudiantes de la elite que se tomaron la Universidad Católica en 1967 aún usaban ternos y cabellos peinados. Pero al año siguiente, cuando la lucha por la Reforma Universitaria se extendió a todo el país, los y las jóvenes no solo usaban ropas distintas a sus padres, sino también desplegaron su corporalidad en lugares y comportamientos hasta ese momento prohibidos. Los deseos de quienes aspiraban a ‘poner de moda’ la camisa limpia y el gesto galante no se compadecían con los conflictos que tensionaban la sociedad chilena, y que llevarían luchas que pondrían en primer plano a los y las jóvenes en los años siguientes.

Las secciones normativas Más allá de la imagen, la palabra fue constituyente de mundo en Ritmo. Mediante varias de sus secciones, el pensamiento editorial de la revista aparecía directamente bajo la forma de ‘consejos’ que los propios chicos y chicas lectores/ as buscaban. La publicación llegó a ser ese adulto de más experiencia en quien podían confiar sin temer ser puestos en evidencia frente a los padres. La principal de dichas secciones fue Para ellos/Para ellas, publicada durante el primer año hasta agosto de 1966. Corresponde al primer período de la revista, en que está el equipo original completo. No señalaba autoría; pero es posible suponer que puede haber sido la misma María

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Pilar, en combinación con Luz María Vargas, la responsable. Generalmente aparecía en páginas pareadas, destacando con ello la dualidad hombre/mujer, y sus diferentes problemas e intereses. En algunas ocasiones, solo publicaban una, explicando al género desatendido que “en el próximo número nos desquitaremos”. En términos de la situación política en Chile, correspondía a un tiempo en que aún no se había iniciado el proceso de reforma universitaria. Abordaban temas prácticos: la ropa de moda, cómo combinar adecuadamente las tenidas, qué llevar en las vacaciones (para ambos por separado), cómo vestir adecuadamente en cada ocasión (ellas), qué regalar en Navidad y cumpleaños (para ambos por separado), pero también aportaban test para resolver dudas sobre situaciones emocionales y sociales. En suma, la sección apuntaba a entregar consejos generales sobre la presentación de los jóvenes en el mundo social, tanto en las relaciones de pareja como en las amistades o con los padres. Por medio del estilo en el vestir y los modales, instruían a lectores y lectoras en los comportamientos más adecuados para relacionarse bien en el mundo público y privado, usando un lenguaje coloquial, informal; a pesar de que las autoras eran adultas, la retórica era insistir en el vínculo de amistad entre ellas y los y las adolescentes que recibían sus orientaciones.

Conócete a ti mismo… aunque sea superficialmente Con mucha frecuencia la revista usó el formato test. Excepto el primero, que revisaremos con más detalle, la mayoría era bastante simple: se componían de una lista de preguntas a ser respondidas afirmativa o negativamente y, de acuerdo a ello, concluían si quien respondía tenía las habilidades o intereses en evaluación. Las nociones utilizadas eran de sentido común, y los fines planteados, además de la entretención, bastante prácticos: mejorar sus relaciones sociales y afectivas. “Presentamos a continuación cuatro “tests” relacionados con el amor, para que puedan intervenir ‘ellas’ y ‘ellos’ y logren sacar ciertas conclusiones, que a nosotros nos parecen interesantes”17.

Los once test de esta primera etapa estaban dirigidos explícitamente o implícitamente (usando el femenino o

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Ritmo Nº2, 1965. Págs. 12-13.

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masculino en su texto) a un género u otro, o explícitamente a ambos. Los autores asumían las diferencias de género con tal obviedad, que necesitaban elaborar instrumentos diferentes para evaluar las características sicológicas de sus lectores o lectoras. Cuatro de los test eran para varones, enfocados en autoanalizarse, y se interrogaban respecto a la autoafirmación de la individualidad con un tono convincente: ¿Tienes personalidad?; ¿Eres capaz de triunfar en la vida?; ¿Tu meta es convertirse rápidamente en una persona socialmente adulta?; ¿Puedes valerte por ti mismo?

Otros seis test eran destinados a las para mujeres, y estaban enfocados en sus relaciones con el otro sexo: ¿Cuál es tu tipo ideal?; ¿Cómo lograr que “él” te invite?; ¿Sabes vestir bien en toda ocasión? También las cuestionaban respecto a su autoestima y autocontrol: ¿Eres demasiado susceptible?; ¿Eres demasiado cariñosa?; ¿Estás satisfecha contigo misma? El décimoprimer test estuvo dirigido a la pareja, para que evaluaran si “uno está enamorado”. Preguntaban qué concepto

tienen del amor, valorándose solo que lo compartieran, sin importar el tipo de amor elegido. En la segunda parte, las preguntas estaban separadas, y se enunciaban así: Preguntas para él: ¿estás enamorado? Preguntas para ella: ¿se interesa ‘él’ verdaderamente por ti? En ambos casos lo que se evaluaba era si “él” estaba enamorado; el interés de ella se daba por sentado. Las actitudes o comportamientos de “él” eran autoevaluados; por ejemplo, la importancia del prestigio social/honor de ella: “¿harías oídos sordos a las murmuraciones y comentarios de los desaprensivos? Si alguien habla de ‘ella’, ¿sientes una íntima satisfacción si las palabras son de elogio?”18. Ella, en cambio, tenía que observar a través de los comportamientos y actitudes de él, cuán interesado y protector era. También si le preocupaba su imagen: “¿Le supo mal que tu hermano le viera a ‘él’ salir de una fuente de soda con varios amigos”19. Otro aspecto importante era si estaba preparando para cumplir “su” rol de esposo proveedor: “¿Lo notas a veces preocupado por alcanzar un mejor puesto en el trabajo, con el afán de ganar más con vistas al matrimonio”20.La conclusión era que si había acuerdo en las respuestas ESTABAN ENAMORADOS21. Pero, en realidad, lo que averiguado fue,en ambos casos, si él estaba enamorado…

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Ritmo Nº2, 1965. Pág.12. Ibíd. Pág.13. Ibíd. Cursivas de la edición; mayúsculas del original.

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En la tercera parte, ambos debían responder: ¿SE CONOCEN MUTUAMENTE?22 De acuerdo a las respuestas, quienes respondían eran agrupados en tres tipos: uno de extrema seriedad; un segundo de optimismo, alegría y despreocupación y un tercero, que revela mucho sentido de economía. Nuevamente, lo importante es coincidir, de modo que la revista valida ser de distintas maneras, aunque lo importante es cierta semejanza para mantener la relación.

Belleza versus estilo Más allá de los test, la mayor parte de la sección analizada estaba dedicada, para ambos sexos, a mostrar los atuendos más adecuados para la juventud, incorporando moderadamente las innovaciones de la moda del momento. Había una fuerte insistencia en que no era necesario tener mucho dinero para vestirse bien, sino que se trataba de dominar las normas esenciales: aprender a elegir prendas básicas, de buena calidad, que durasen y fueran fáciles de combinar. Esto permitía adecuarlas a los cambios de la moda agregando detalles o reutilizando las telas23; recomendaban también confeccionarse suéteres u otros tejidos.

22 Cursivas de la edición; mayúsculas del original. 23 “Los chalecos imitando los de ‘ellos’, están de moda… ya sean en género o tejidos. Este que mostramos está hecho en género color ‘pelo de camello’ y la blusa es café oscura con dibujos blancos. Se ve que sobró género y la modelo aprovecha esto, para usar un pañuelo del mismo estampado de la blusa, lo que resulta original y sentador”. Ritmo N°1, 1965. Pág.14.

“Estar bien vestida no consiste en llevar ropas costosas, accesorios carísimos. Y la prueba de que no es así está en ver como a veces una muchacha gasta un capital en su vestuario, se ve recargada y mal vestida. La elegancia es cuestión de habilidad, de estilo y, sobre todo, de disciplina”24. Y, sobre todo, esa ropa bien escogida y combinada, debía estar limpia, bien planchada, sin roturas o descosidos25. Una tenida podía no ser nueva o la más cara, pero nunca aparecer descuidada porque eso revelaba, más que los recursos materiales de la joven o el muchacho, su disciplina y prolijidad26, es decir, su carácter. Si bien había consejos de moda para ambos, aquellos para los muchachos eran más escuetos y generales. Ellos tenían que aprender a desarrollar el gusto para seleccionar bien la ropa que usarían, que tenía que ser comprada hecha o, en el caso de los suéteres, confeccionados por la polola. El cuidado de la ropa masculina era depositado en la mamá, quien lavaría, plancharía o pegaría botones. Los artículos eran mucho más descriptivos y enfáticos hacia las jóvenes. Como este, de marzo de 1966, que señalaba: “La elegancia es cuestión de habilidad, de estilo y, sobre todo, de disciplina”, y se preguntaban si las lectoras habrían “aprendido ya ese disciplinado ABC por el que comienza la distinción

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Para ellas: ¿Sabes vestir bien en toda ocasión? Ritmo N°29, 1966. Pág. 14. Ibíd. O la de sus parientas femeninas, en el caso de ellos.

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femenina”27. La joven tenía que colgar siempre su ropa antes de acostarse; elegir con cuidado sus accesorios; mirarse bien al espejo antes de salir a la calle; nunca usar ropa sin planchar, ni solucionar a última hora un descosido con un alfiler; era necesario que revisara periódicamente su ropa para pegar botones u otros detalles; podía usar sweaters solo en ocasiones informales; elegir un estilo de acuerdo a su edad y no copiar la moda que usa su estrella favorita, si no es la adecuada para ella; no aconsejable soñar con el regreso de algún tipo de moda, ni comprar un vestido que podía quedarle mejor al maniquí que a ella; debía aprender a aceptar sugerencias para mejorar el estilo; no usar ropa poco convencional para llamar la atención, ni ir al trabajo o a casa de sus amigas con vestidos de colores brillantes y coquetos. En suma, aprender a mirarse al espejo y aprovechar sus puntos atractivos, disciplinar sus gustos y no dejarse gobernar por ellos era la consigna: “las voluntariosas rara vez son elegantes”28. La tarea de vestir bien era fundamental para poder moverse por el mundo con “esa seguridad y aplomo que admiramos en algunas personas”. Y no se improvisaba, sino que implicaba trabajo y dedicación: “Una persona elegante, planea su vestuario con lápiz y papel en mano y va comprando las cosas de a poco, pero siempre

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Ritmo N°29, 1966. Pág.14. Ibíd.

siguiendo un plan cuidadosamente preparado, pues de este modo se gasta muy poco y la ropa luce mucho más”29. Más allá de los rasgos físicos de él o de ella, de su belleza o falta de ella, al igual que con la ropa, el énfasis estaba en el cuidado e higiene personal: el cabello brillante, la piel limpia, las uñas pulcras. Para el cuerpo, la recomendación era alimentarse bien y dormir la cantidad de horas necesarias. Ocasionalmente, sugerían ejercicios para mejorar la figura, pero sin esperar con ello cambiar radicalmente: “Lo importante es no tratar de ser un tipo de mujer determinado, si uno no tiene las características. No insistas en ser curvilínea, si la naturaleza te lo ha negado”30. “No siempre se puede ser bonita, ya que la belleza es un don de Dios, pero lo que sí está al alcance de todas, es ser atractiva, espontánea y natural”31.

Personalidad y encanto La presentación personal constituía la expresión visible de lo que las articulistas consideraban los rasgos centrales de la “persona social” que debían cultivar las y los lectores: el carácter y la formación moral.

29 “Cómo verse siempre bien vestida”. Ritmo N°32, 1966. Págs. 12 y 13. 30 Ritmo N°18, 1966. Pág. 19. 31 Ritmo N°18, 1966. Pág. 19.

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Para ello, lo primero era realizar una autoevaluación, a la que invitaban por medio de test consistentes en una larga lista de preguntas cuyas respuestas otorgan puntuaciones que los acercaban o alejaban del ideal buscado. Entre los dirigidos a los varones, uno de los primeros apuntaba a averiguar si los lectores tenían o no “personalidad”32. Según las preguntas, poseían personalidad los muchachos que tenían buena memoria para las personas; planeaban con anticipación y dentro de un plazo lo que querían conseguir; no elegían a sus amigos por la apariencia externa; no creían que casi únicamente los malos se enriquecen y que en el mundo todo sucede injustamente, ni que cambiando de colegio o profesión podría rendir mucho más; leían artículos del diario aunque no les interesaban los temas; olvidaban a veces la comida cuando tenían que realizar un trabajo importante; reflexionaban lo que dirían si debían hablar ante sus compañeros o en un examen oral; podían escribir o hablar sobre sus dotes personales con tranquilidad; se preocupaban por alguna sentencia que pueda ser injusta; creían merecer las confidencias de quienes acudían a contarles sus penas, y no creían tener siempre una opinión acertada ni deseaban convencer a los otros de las mismas. En suma, la “personalidad” consistía en tener independencia para sostener los propios puntos de vista, admitiendo –sin hostilidad ni nerviosismo– las críticas de personas que podían

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Ritmo N°7, 1965. Pág. 9.

tomarlos a mal. La revista aconsejaba cultivar esa autonomía, pese a los problemas que esta persistencia pudiera causarle. Por el contrario, no tener personalidad era no confiar en la propia opinión. Este test no tuvo una réplica para ellas; lo más cercano fue Cómo ser encantadora. El problema de la timidez, abordado incansablemente por la revista en esta sección y en varias otras, era descrito de la siguiente manera: “Eres tímido, de ahí tu poco éxito con las chiquillas. No tienes un grupo de amigos y, si lo tienes, pasas casi desapercibido dentro de él, sin divertirte como quisieras; en tu liceo o Universidad también estás entre los del ‘montón’, lo que a veces te exaspera. ‘Nunca llegaré a ser algo’, piensas muchas veces, ‘permaneceré siempre en el anonimato y jamás lograré ser feliz’. En conclusión, sientes que tu timidez te complica la vida”33. Abordaban en este caso el efecto social de la timidez; era un defecto que debía ser superado mediante una reflexión sobre las situaciones en que se acentuaba: “Si eres como la mayoría de los simples mortales, descubrirás que te sientes más tímido cuando te presentan gente nueva (o gente ya conocida, en situaciones nuevas), al ir a un sitio nuevo, al tratar de hacer algo nuevo para ti”34.

33 Para ellos, Ritmo N°40,1966. Pág. 15. 34 Ritmo N°39, 1966. Pág. 22.

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La solución, por tanto, estaba en enfrentar esos temores aprendiendo, previamente, los comportamientos adecuados: llevar ropa con la que se sintieran seguros de estar bien presentados, practicar la forma de caminar, controlar los gestos nerviosos, comer lentamente. También, leer e informarse, de modo de tener tema de conversación y no guardar silencio cuando conversaran con ellos. Y, finalmente, invitaban a los tímidos a no evitar las situaciones nuevas, sino atreverse a socializar, integrarse a grupos de pares, hasta aprender a actuar con seguridad. Pero también invitaban a los muchachos tímidos a reconocerse a sí mismos y no construir una persona social ajena a su naturaleza propia: “Desarrolla tu propio estilo, tus propios principios y puntos de vista. Experimenta con ideas nuevas que te alegren el corazón, pero no experimentes con nuevas personalidades. Eres tú

–uno en este mundo entero– y descubrirás que te sientes más a gusto con los demás cuando estás a gusto contigo mismo. Tú ves, ésta es la séptima y más necesaria de las verdades: caminar hacia una confianza interior, sentirte a gusto contigo mismo; conocerte; que te guste verdaderamente la persona que eres”35. En un artículo enfocado en cómo triunfar en la vida36 afirmaban que el carácter necesario para el éxito poseía dominio sobre sí mismo, iniciativa, serenidad, fuerza de voluntad, ecuanimidad y cortesía, además de decisión e inteligencia. Ninguna de esas cualidades podía ser despreciada: era necesario el conjunto. Por su parte, el carácter delineado en los consejos para ellas tenía matices muy acordes con la concepción de una personalidad femenina cuyo centro era la relación con el varón y con los otros. Aunque el discurso partía invitando a la joven a actuar con naturalidad, su objetivo no era afirmar la propia personalidad, sino encantar37. Incluso cuando la invitaban a actuar con naturalidad, el objetivo era “ser bonita, atractiva, y tan irresistible, que todos los chiquillos se fijaran en mí”. La belleza, recordaban, era un don de Dios, mientras que ser atractiva, espontánea y natural dependía de las jóvenes. La naturalidad consistía, en primer lugar, en aceptar lo que no se podía cambiar e interesarse

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Ritmo N°39, 1966. Pág. 23. Para ellos. Test ¿Eres capaz de triunfar en la vida? Ritmo N° 11, 1965. Págs.14-15. Para ellas ¿Quieres ser una muchacha encantadora? Ritmo N°3, 1965. Pág. 13.

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en los demás (en los muchachos) de manera relajada, haciéndolos sentirse cómodos y a gusto, con alegría y sinceridad, sin “coqueteos infantiles, risas… o miradas de gato a punto de cazar una laucha”38. Ese era el camino para obtener la atención masculina. Otro test invitaba a las jóvenes a reflexionar sobre la autoestima, estableciendo que no tenerla conducía a alejar a las amistades, compañeros de trabajo o estudio e incluso “al muchacho que ama”39. Para la revista, ¿qué actitudes desarrollaban la satisfacción consigo misma? Nuevamente destacaban el cuidado de la ropa, del cuerpo, de la salud. También la lectura, el trato con personas que les pudieran enseñar sobre la vida, para así estar en condiciones de compartir con jóvenes considerados cultos. De igual modo era importante practicar deportes o desarrollar las habilidades musicales. La falta de autoestima se expresaba en las chicas en la incapacidad de estar solas, resentir el éxito ajeno, no ayudar a los demás, no ser capaz de reírse de los propios errores ni superarlos o culpar a otros por ellos; en la tensión en situaciones sociales; en soportar realidades desagradables sin protestar; pero también en la impaciencia, en la rebeldía contra los padres o en aburrirse con las personas mayores; y, por cierto, en sentirse enamorada sin conocer realmente al muchacho.

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Para ellas. Actúa con naturalidad. Ritmo N° 9, 1965. Pág. 6. Para ellas. ¿Estás satisfecha contigo misma? Ritmo N°35, 1966. Pág.14.

Los otros dos problemas femeninos abordados iban en la misma línea argumental: ser demasiado susceptibles o demasiado cariñosas. En ambos casos, se trata de características femeninas deseables, pero que al pasar de cierto límite pasaban a ser defectos. Era tarea de la revista ayudar a las lectoras a conservar el equilibrio. En el primer caso indicaban que: “Entre ser sensitiva y ser susceptible hay una diferencia marcada: a veces nuestra excesiva sensitividad [sic]nos hace casi como vivir en carne viva, de manera que el más leve contacto con nuestros semejantes nos hiere y nos atormenta. Según los sicólogos, una persona normal recibe de siete a diez impresiones con cada hecho; una persona hipersensitiva puede llegar a percibir hasta 40 impresiones distintas. Estas impresiones atormentadoras, que a menudo únicamente son producto de nuestra mente, nos convierten en seres demasiado susceptibles”40. El test buscaba que las jóvenes reconocieran las situaciones en que estaban sobre reaccionando y las invitaba a no leer tantos significados adversos en el mundo que las rodeaba, a no descubrir malas intenciones donde no las había, a comprender al prójimo para sentirse menos incomprendida. Y a recordar que el mundo no era su enemigo: muchos de esos sufrimientos podían ser fruto de su imaginación. En suma, a desarrollar un autocontrol emocional, para no perjudicar sus relaciones sociales.

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Para ellas. ¿Eres demasiado susceptible? Ritmo N°36, 1966. Pág.14.

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Manual de Carreño para jóvenes de mitad de siglo La revista afirmaba que cualquier muchacha o muchacho podía llegar a tener una máxima aceptación social si tenía el carácter, la actitud y los modales adecuados. Lo primero era el autocontrol y la autoconfianza, que debían reflejarse en la naturalidad en el trato con los demás. Los consejos para una joven que ingresaba a una habitación llena de gente41 son muy reveladores: debía concentrarse, respirar, sonreír a todos y avanzar a saludar a los dueños de casa. Estas recomendaciones, junto con los consejos para superar la timidez dirigidos a los varones42, apuntaban a practicar y adquirir las habilidades sociales que no poseían. Los articulistas enfatizaban permanentemente la cortesía frente a todo tipo de relaciones sociales, tanto para tratar a posibles parejas y para impresionar bien a sus padres, como para las relaciones de amistad e incluso en las relaciones familiares. Los buenos modales debían convertirse en un hábito cotidiano, no en un esfuerzo por agradar. El trato respetuoso, el cuidado por el bienestar y comodidad del otro/otra, la puntualidad en las citas, los regalitos cuando al llegar de invitado a otra casa eran recomendados.

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Ritmo Nº3, 1965. Pág. 13. Para ellos. La timidez no es un enemigo invencible. Ritmo N°39, 1966. Págs. 2223.

Algunos artículos43 eran largas listas que mezclaban recomendaciones amplias o de carácter (no guardar rencor, saber perder, saber ganar) con consejos muy precisos para actuar correctamente en diversas situaciones sociales, como no monopolizar la conversación, no aburrir o herir a otros con chistes inadecuados; aparentar estar entretenido con la conversación o la fiesta aunque no lo estuvieran; demostrar agrado cuando se recibía un regalo; tratar respetuosamente a las personas mayores. Con los padres recomendaban aún mejores modales, cumplir con los horarios de llegada, recordar sus cumpleaños y aniversario, mostrar interés por el trabajo del padre y alabar los guisos de la madre. En particular, a las chiquillas les indicaban dejarse llevar por la pareja en el baile; no criticarlo, aunque bailara mal, ni mirar a otros como tratando de buscar una nueva pareja. A los chicos, consecuentemente, se los conminaba a aprender a bailar como es debido; a no ser fanfarrones, evitar las palabrotas, no groseros ni despectivos, y respetar los horarios cuando las invitaban a salir. Las normas de cortesía regían también en relación con el dinero. Los varones debían hacerse cargo de los gastos cuando invitaban a una joven, y ella debería ser cuidadosa en calcular la real capacidad económica del muchacho para sugerirle planes. Lo mismo ocurría con los consejos para elegir regalos, que los varones debían comprar. Sugerían

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Para ellas y ellos. Siempre juntos. Ritmo N°28,1966. Págs. 18-19.

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regalar cosas de bajo costo, pero que correspondieran a los gustos e intereses de la persona a quien se regalaba: insistían en que era más importante el gesto, la preocupación, que el precio del objeto44. Los consejos similares para las muchachas, proponían que ellas mismas confeccionaran los regalos. De ese modo seguían afirmando la relación de los varones con el dinero y la de las mujeres con sus habilidades domésticas; la idea era revalidad, por ejemplo, en los consejos citados más arriba, sobre el trabajo del padre y la comida de la madre.

Cortejo y seducción Puesto que la iniciativa era de incumbencia masculina, también lo era hacerse cargo de los gastos cuando invitaban a una chica a salir, así como de organizar esas salidas. Por lo tanto, reconociendo la modestia de recursos de la mayoría de los lectores, entregaban consejos al respecto: “He descubierto que se puede pasar un domingo muy entretenido, en compañía de nuestra chica y sin necesidad de gastar mucho. Una tarde en el parque resulta sumamente grata y romántica para ambos, pero un pequeño picnic al Arrayán o a La Reina también puede hacernos pasar un día muy agradable. Tal vez a primera vista un picnic resulta un panorama tonto y

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Para ellos ¿Qué le regalo a ella? Ritmo N° 4, 1965. Pág. 9.

demasiado simple, pero una vez que estén en terreno, ya verán cómo la cosa cambia”45. Proponen invitar más amigos (no los van a dejar salir al campo solos) y llevar una cesta con sándwiches y guitarra, para cantar. Las sugerencias eran completadas con las indicaciones de la locomoción colectiva que permitía llegar al lugar sin tener auto. El siguiente test estaba dedicado a lograr que el muchacho que le interesaba, la invitara a bailar46. Aconsejaban no ser obvia, es decir, no caer en ninguna de estas actitudes: hacerse la encontradiza caminando por donde sabes que él puede estar; buscar pretextos para llamarlo por teléfono; llevar la conversación hacia el tema del baile; tratar de hacerse amiga de su madre o hermana para poder visitar la casa a menudo; comentar en su presencia sobre lo mal que baila Fulanita; decirle a todos que quieres salir con él para que llegue a sus oídos; coquetear con otros para darle celos; ensayar en su presencia pasos de shake47 o cumbia para que sepa que bailas bien; demostrar abierta indiferencia por el baile para despistarlo, o finalmente, usar tacones si era más alto o tacones bajos si era pequeño. Todos esos eran comportamiento erróneos, porque tanto el exceso de interés, como un desinterés fingido, podían ahuyentar al candidato.

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Para ellos, Ritmo N° 17, 1965. Págs. 4-5. Para ellas ¿Cómo lograr que “él” te invite? Ritmo N° 23,1966. Págs.3-4. Baile de moda en la época, con temas del cancionero anglo.

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Por el contrario, aconsejaban hablarle seriamente de un tema que le interesara; intentar aprender las reglas de un deporte que a él le apasionara; tratar de serle simpática tanto a sus amigos y amigas como a él; aprender a bailar bien si él era buen bailarín; o estar dispuesta a sentarte durante varias piezas si él prefería conversar; averiguar si no está comprometido o interesado en otra muchacha antes de fijarse en él; presentarse arreglada de acuerdo a la ocasión; hacer una vida normal sin esperar pegada al teléfono que él llamara; invitarlo a una reunión en tu casa, demostrándole que es parte de un grupo y no tu único y especial invitado. En suma, mostrarse simpática, atractiva y popular, “sin que se trasluzca que le estás tirando uno de esos anzuelos forzados de los cuales los muchachos huyen como alma que se lleva el diablo”48. El riesgo de ser demasiado cariñosa estaba en demostrar excesivamente sus sentimientos y correr el riesgo de convertirse en una criatura “empalagosa”. Eran comportamientos inadecuados, sobre todo tomar la iniciativa en las manifestaciones de afecto hacia el pololo, especialmente en público, y centrar excesivamente su vida en su relación afectiva. El resultado podía ser incomodar o avergonzar al joven. Consejo críptico: “Procura controlarte y recuerda que el amor se demuestra con acciones y no con gestos”49.

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Ritmo Nº23, 1966. Pág. 4. Para ellas ¿Eres demasiado cariñosa? Ritmo N°38, 1966. Pág.14.

Estas habilidades sociales eran, como es posible notar, bastante sutiles, ya que fácilmente se podía cometer errores tanto por exceso como por falta de atención. Llegar a conocer el ritmo y la tensión adecuada para participar adecuadamente en la delicada orquestación de una armoniosa vida social no era fácil; pero el principal consejo de la sección era participar de la vida social, atreverse, reflexionar, y corregir luego los errores hasta lograr el dominio de este arte. La vida social, para llegar a ser vivida con la alegría, naturalidad y espontaneidad a que se convocaba, era producto de un largo trabajo y una fuerte disciplina de las pasiones y los sentimientos.

Visiones de Graciela La sección Para ellos/Para ellas fue publicada entre enero de 1966 y hasta el final del período de este estudio. Hasta julio de 1966, fue firmada por María Pilar Larraín o apareció sin firma. Y entre Ritmo N°44 (5 de julio de 1966) y Ritmo N°138 (23 de abril de 1968), la sección fue asumida por la periodista Graciela Torricelli. Posterior al número 139 (30 de abril de 1968) apareció en dos ocasiones con autoría de otras personas (Maritza Campusano y María Teresa Tapia) pero la gran mayoría, de allí en adelante, no tuvo firma, manteniéndose así hasta el final. Acá serán analizados solo los artículos de Torricelli, porque marcaron una tendencia algo diferente en el conjunto de la revista. Los contenidos de los primeros ocho artículos previos

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a su llegada, analizados en el apartado anterior, eran referidos a las normas que debían regir en el pololeo y en el amor, daban consejos para ser atractivo/a ante el otro sexo, para superar la timidez, tener buenos modales en las relaciones sociales y el valor del trabajo en la preparación para la vida adulta. Torricelli le dio a la sección un sesgo diferente, sacándola del encierro romántico y apuntando, sobre todo, a la formación del carácter de los jóvenes lectores. En su estudio sobre las revistas juveniles50, la socióloga argentina Mabel Piccini analizó una muestra de 50 ejemplares de Ritmo entre su primera edición (septiembre de 1965) y noviembre de 1969. No aparece citado ninguno de los artículos de Torricelli, y sí muchos de la misma sección; pero posteriores a la salida de esta redactora. Este apartado comparará un análisis de esta sección con las conclusiones extraídas por Piccini, no con la intención de refutar sus bien fundadas conclusiones, sino reconocer que –al menos en el período en que estaban Vivanco y Torricelli en el equipo editorial, hubo una diversidad de enfoques y diferencias internas implícitas, que culminaron con la salida de ambos. Esto es posible de observar también en la sección Esto me sucedió a mí, conducida por Vivanco. En el acápite La educación sentimental51 del citado estudio la investigadora analiza ejemplos de la sección Temas de

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Mattelart, A., Piccini, M., & Mattelart M.,op.cit., 1976. Ibíd. Págs. 186-193.

Juventud, señalando que estaba masivamente enfocada en la problemática sentimental y afectiva, con un concepto de amor regido por la ‘Ley del corazón’, como es usual en los mass-media, como eje organizador de la realización personal de los adolescentes, limitando con ello la vida espiritual a la interioridad, escindida de la realidad exterior. La expresión de este corte entre mundo interior y mundo exterior estaba en un conjunto de dicotomías antitéticas: corazón y cerebro, intuición y reflexión, lo racional y lo inefable. “El mundo de afuera, la estructura objetiva de la sociedad es suprimida como un trasto inútil y parasitario. Cerebro, reflexión y racionalidad son atributos ligados al universo objetivo, al mundo de las contradicciones, de los conflictos, de las desigualdades. Por consiguiente son rasgos no pertinentes dentro de la esfera juvenil: una esfera sobre la que la prensa burguesa proyecta la imagen de una microsociedad paralela en la que la única igualdad posible entre los miembros se funda a partir de la exaltación de la vida interior y de los sentimientos”52. El mismo concepto de romanticismo era recuperado solo en sus aspectos inocentes (el misterio, sentido mágico de la vida y libertad del mundo interior) pero amputado de sus rasgos peligrosos de descontrol y perturbación. Es un amor romántico domado, que conduce inevitablemente a la integración. Observa también la autora que la dicotomía libertad/sujeción tiene en general una solución intermedia: la

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Ibíd. Pág.187.

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libertad condicionada, y en el caso de la díada romanticismo/ realismo, la solución es el romanticismo práctico. También en el dominio sicológico opera este equilibrio entre los contrarios, en que la solución proviene siempre de recursos propios de la ‘sabiduría doméstica’, o ‘psicología de bolsillo’, como la llama Piccini, quien devela y critica que está puesta al servicio de la concepción tradicional de la pareja, con el rol masculino de conquistador y el femenino, de conquistada. Pero también la sabiduría popular expresada en la revista promueve un velo de hipocresía, que encubre la autonomía femenina y su capacidad de seducción y conquista para preservar la imagen pública de una femineidad subordinada a la masculinidad. En el dominio ético, el objetivo es impedir que los jóvenes se desvíen, arriesgando su proceso de integración; nuevamente es el criterio práctico el que opera, actualizando en la relación amorosa las leyes de las transacciones comerciales, reglamentando al mito del amor por las leyes de la economía, “economía de excesos, economía de sufrimientos, economía de conflictos, economía de felicidad”53, que conduce a la realización de la felicidad segura en el matrimonio. El código moral propuesto por la revista apunta a contener todo exceso pasional o irreflexivo, y el equilibrio entre libertad y sumisión muestra sus alcances implícitos: todos los riesgos están prohibidos, quedando la libertad de adoptar los valores dados.

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Ibíd. Pág.190.

En este mito de la ‘juventud edad del amor’, desaparece la historia y el cambio, y con ellos las contradicciones de los procesos materiales de la existencia. Una amenaza a esta armonía es la actitud racional, contrapuesta a la actitud romántica, en tanto implica salir al exterior y contaminarse con el mundo material. La autora agrega la dicotomía materia/espíritu, irrealizando el mundo objetivo como apariencias y dándole realidad al mundo interior que sería lo verdadero y auténtico. El trabajo de Piccini develaba también el fuerte mensaje individualista de las revistas y su rechazo a la actividad asociativa de los jóvenes, cuando era en organizaciones que pudieran tener propuestas críticas ante la realidad social chilena, en vez de concentrarse en el mundo afectivo y tradicional. Por su parte, los temas abordados por Torricelli –y no analizados por Puccini– enfatizaban la necesidad de que las muchachas y muchachos desarrollaran su capacidad de autoanálisis y autocontrol (26 de los artículos), expresándose también eso en los buenos modales para tener mejores relaciones sociales (15), y en la adquisición de actitudes y hábitos para ser adultos responsables (14), realizar actividades útiles (7), pero también, por cierto, consejos para ser atractivo/a ante el otro sexo (11), y consejos prácticos para mejorar el aspecto u organizar fiestas (12).

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Una delicada representación llena de matices Como ha sido dicho, a diferencia de las otras secciones y de su propia sucesora, Torricelli escribió escasamente sobre el amor. La mayor parte de sus comentarios y consejos apuntaban a la formación de la personalidad y al desarrollo de habilidades sociales. Abordó el tema del amor en Ritmo N°7554, donde aconsejaba a una joven cuyo pololeo había terminado pero seguía enamorada; y en Ritmo N°7255, pero donde solo una parte del artículo está referida al enamoramiento. En ambos usó el recurso de presentar personajes ficticios para analizar sus actitudes ante situaciones propias de la juventud; y en ambos sugería que, para superar desilusiones amorosas -en un caso simplemente porque el pololeo terminó y en el otro porque la protagonista se había enamorado de un joven conociéndolo poco e inventándole una personalidad extraordinaria- las muchachas debían usar su fuerza de voluntad para aceptar la realidad exterior, distinta a sus deseos íntimos; analizar objetivamente lo ocurrido, aceptar su sufrimiento, pero trabajar por mejorar los aspectos en que pudieron haber fallado. Sobre todo recomendaba sustentar el amor en la observación de la realidad, en el conocimiento objetivo de

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Hay que aprender a olvidar. Ritmo N°75, 7 de febrero de 1967. Págs. 22 -23. ¡No hay que inventar a la gente! Ritmo N°72, 17 de enero de 1967. Págs. 20-21.

la personalidad del amado. Para Torricelli, la tensión entre cerebro/corazón tendía a resolverse a favor del primero, y el mundo real se imponía sobre la emotividad romántica de las protagonistas: la solución para los dramas pasionales estaba en la acción: “No intentes leer. Te será difícil concentrarte y muy pronto te encontrarás repasando todas las circunstancias de tu pololeo. Es preferible que desarrolles una actividad que te obligue a mirar alrededor tuyo”56. En ese contexto es posible analizar los artículos que escribió respecto a cómo ser atractivo o atractiva para el otro sexo. El primero (“Ser una muchacha atractiva está al alcance de todas”57) utilizaba también el recurso literario de introducir un relato en que las actitudes y comportamientos de los protagonistas eran evaluados. Presentaba a dos amigas, “la bella Juanita e Isabel, que no es fea sino que no se sabe arreglar”. Desde el primer momento eran presentadas como modelos opuestos: Juanita no solo era bella, además “estaba lista, muy contenta y elegante, esperando a su amiga”. La reacción de Isabel al ver a su hermosa amiga fue de dolor “se sintió tan abatida que hubiera preferido quedarse en casa”. La explicación: “Era inútil, ¡por más que se esforzara, por más que cambiara de peinados, de zapatos y de chombas, siempre sería el patito feo

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Ritmo Nº75, 1967. Págs. 22-23. Ser una muchacha atractiva está al alcance de todas. Ritmo N°44, 1966.Págs. 16-18.

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al lado de esa beldad! ¡Qué horrible desgracia no haber nacido bonita!”58. Afortunadamente, Isabel tenía recursos emocionales para no deslizarse hacia la amargura y la pasividad. Así es que decidió “Voy a desarrollar MI PERSONALIDAD59. Trabajaré por mejorar mi tipo físico. Pero no suspiraré más porque no tengo ojos azules y boca perfecta. Mejoraré lo que es posible mejorar y trataré de olvidarme de lo que no tiene remedio”60. A continuación, la articulista desplegaba una serie de consejos para tener un aspecto grato a los demás, reconociendo primero las cualidades propias, y formándose “todo un bloque de hábitos embellecedores… Y hay que comenzar temprano. A la edad de ustedes, si dejan pasar el tiempo, sus defectos se consolidan. El cutis ya no reacciona, el cuerpo ya no se modela con tanta facilidad”61. La belleza, en su visión, no era una característica pasiva; aun la hermosura natural debía ser protegida, y quienes tenían un aspecto físico común necesitaban descubrir sus puntos fuertes y resaltarlos. La dicotomía que presentaba aquí era disciplina/descuido, como reemplazo del binomio belleza natural/fealdad natural: la naturaleza podía ser transformada con voluntad y trabajo. Como este esfuerzo estaba enfocado

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Ibíd. Mayúsculas del original. Ibíd. Ibíd.

en ser deseada por los varones, el subtítulo indicaba: “Esto no lo pueden leer los chiquillos –tampoco los gatos– vamos a poner un letrero grande que diga: ‘solo para mujeres’. ¡Ya está!”62. Porque, como protagonista del juego de la seducción, la joven debía ocultar el trabajo de producción que había tras su aparición en escena. Cuando, en este caso, Torricelli habla de personalidad se refería a la disciplina necesaria para sobreponerse a la falta de hermosura natural y adquirir los hábitos que le permitían mejorar su presentación personal. Pero también indicaba la necesidad de desarrollar su propio criterio: afinar los gustos, no dejarse llevar por las opiniones ajenas, y ampliar el campo de sus intereses: “Lean con método. Tengan los ojos y oídos muy abiertos para mirar y escuchar los que pasa en el mundo. Escuchen música (también de la clásica) Interésense por los demás”63. La belleza, en su visión, no procedía de la naturaleza, que era aleatoria, sino del trabajo humano, donde la voluntad de la joven era el elemento clave. Y tenía un contenido: el desarrollo interior a partir de ampliar sus experiencias con la lectura, el arte y el conocimiento de los otros, formando su propio criterio. Agregaba también los binomios desarrollo interior/superficialidad, amplitud de experiencias/experiencia limitada. En esto vemos una diferencia con lo analizado por Piccini: el binomio corazón/cerebro no era resuelto en estos

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Ibíd. Ritmo N°44, 1966. Pág.18.

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artículos a favor del corazón, especialmente en lo referido a la clausura en el mundo afectivo interior versus el mundo objetivo, de apariencias. Aquí las jóvenes eran convocadas a experimentar el mundo exterior, para volver al interior con nuevas experiencias que ayudaban al crecimiento interior tanto como a la presentación ante el mundo social. El segundo y tercer artículo64 estaban estructurados, el primero como consejos y el segundo por medio de preguntas que las muchachas debían responder para comparar después con las opiniones de “ellos”, que habían sido recogidas por la autora.

El primero, nuevamente, planteaba la existencia de dos tipos de chiquillas: las que eran apreciadas por todos, pero

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Tengo muchas amigas… ¡pero ningún pololo! en Ritmo N°97, 1967. Págs. 2224, y ¿Tengo atractivos para ellos? en Ritmo N°126, 1968. Págs. 62-63.

no “pinchaban”, y las que gustaban “porque sí”. Los consejos eran para las primeras, que tendrían por delante el trabajo de cambiar sus actitudes y conductas para transformarse en muchachas atractivas. Eran presentadas varias dicotomías: magia y misterio/entrega emocional; imaginación, vivacidad, alegría y coquetería/seriedad, perfección, rigidez; actitud relajada/actitud demandante; interés en la pareja/interés en la propia persona; naturalidad/falsedad. El último artículo en análisis estaba referido a la complejidad de las modernas relaciones hombre mujer65. A pesar del título, estaba enfocado en criticar el rol activo en la conquista sentimental que, en esos días, estaban ejerciendo las chiquillas. Esta actitud sería contraproducente, puesto que “cuando los papeles se cambian y es la muchacha la que corre detrás de él, ambos se sienten defraudados”66. Los consejos insistían en dos de las dicotomías en relación con el compromiso del varón: apariencia de desinterés/ franqueza y solicitud; actitud relajada/actitud demandante, recomendando finalmente: “Si salir ‘a la conquista del hombre’ parece inevitable en estos tiempos, hay que tratar por lo menos, de guardar un poco las apariencias y de convencerlos a ellos de que son ustedes las perseguidas”67. Tal como indicaba Piccini, la solución a estas contradicciones parecía estar en el equilibrio de los contrarios, ya que el

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¡A la conquista de él! Ritmo N°113, 1967. Págs. 28-29. Ritmo N°113, 1967. Pág. 28. Ibíd. Pág. 29.

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mensaje fundamental proponía no exagerar ni siquiera en la característica positiva, porque podía volverse negativa: el exceso de misterio... podía llevar a la falsedad. La imaginación, vivacidad, alegría y coquetería… podían transformarse en entrega emocional. El interés en la pareja… podía volverse actitud demandante. La actitud relajada, la naturalidad… podían verse como interés en la propia persona. La muchacha debía desarrollar su atractivo en una delicada representación, jugando su papel con una gran disciplina interior (virtud masculina), mostrándose gentil, acogedora, alegre y coqueta (virtud femenina), pero conservando siempre un límite invisible tras el cual su verdadero yo permanecía inasible, reservado en el misterio para disfrute de la pareja final, el esposo: “Descubrir el alma de una mujer es, para el hombre, una de las fases más interesantes de la conquista y no hay que quitarle ese inocente placer”68.

El justo término medio Era evidente que para Torricelli los roles de género eran distintos. En las líneas anteriores definía la representación de las muchachas atractivas, aspiración de toda joven normal en el contexto de la sociedad chilena de la época. Los dos únicos artículos dedicados a los varones sobre este tema69 permiten ver cómo representaba a los jóvenes atractivos. 68 69

Op.cit., Ritmo N°97, 1967. Pág. 22-24. 43 maneras de conquistarlas en Ritmo N°57, 1966. Págs. 8-9, y ¿Tengo atractivo para ellas? en Ritmo N°125, 1968. Págs. 40-41.

En la lista de vías para conquistar a una chiquilla, los ocho primeros consejos apuntaban a despertar el interés de la elegida. Lo primero era atreverse a invitarla, arriesgando una negativa; aceptar la respuesta, e insistir. Recomendaba un hábil manejo de las atenciones, e incluso salir con otras chicas poco exitosas y que ella lo supiera. Luego hacerle invitaciones especiales a sitios románticos sin llegar a la declaración, de modo que la cortejada no estuviera completamente segura de su conquista. Los consejos nueve a catorce apuntaban a que los jóvenes desarrollaran sus habilidades sociales: tener variedad de temas de conversación, adaptarse a las personas y ambientes, ser capaz de inventar situaciones no rutinarias y, sobre todo, ser amable, cortés y tener buenos modales. Entre los consejos quince y veinte avanzaba en la argumentación: para ser realmente bien educado, había que desarrollarse intelectual y culturalmente: trabajar la capacidad de apreciación de obras de arte, tener intereses culturales reales, aprender a leer y pensar, para lograr un papel más lucido en la sociabilidad, pero también para comprender mejor a la chiquilla que le interesaba. Los consejos veintiuno a veintiséis estaban enfocados en la relación con la joven: ser protector en todo momento; controlar la expresión verbal de los sentimientos, y descubrir lentamente las cualidades de la joven. Expresar su afecto con pequeñas atenciones, como fijarse en la ropa que ella usa, hacerle regalitos inesperados, recordar fechas o preferencias importantes para ella.

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Del veintisiete al treinta referían a la presentación personal. El joven necesitaba cuidar su aspecto, presentándose limpio, bien peinado y ordenado. Como los tiempos habían cambiado, podía haber un grado de informalidad; por ejemplo, usar cabello largo; pero no había que exagerar: “El justo término medio es menos rebuscado que un excesivo descuido”70. Entre la treintaiuno y la treintaicinco abordaban las normas para invitar a salir. Recomendaba respetar los tiempos de la joven, invitándola con suficiente adelanto, e ir a buscarla y a dejar a su casa en los horarios acordados; respetar a sus padres, tener especiales atenciones con la madre y mostrar interés en las preferencias y competencias del padre. El tema de los consejos treinta y seis a cuarenta y tres volvía a las características de personalidad que lo podían hacer atractivo. No pretender ser un Don Juan; mostrar la propia personalidad, sin fingimientos; buen humor, alegría y entusiasmo combinados con momentos de seriedad expresada con la mirada. Permitirse exhibir, si lo tiene, su lado desvalido, para activar el instinto maternal de ella. Demostrarle ternura, para que ella se sintiera “muy femenina, muy frágil, muy adorable”71, y acompañar todo esto con algo de audacia. El segundo artículo tenía indicaciones en la misma tónica: la cortesía, el interés y cuidado de la joven; no esconder

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Ritmo N°57, 1966. Pág. 9. Ibíd.

debilidades, expresar el afecto sin excesos, cuidar su presentación personal. A partir de esto, encontramos las siguientes dicotomías: Si comparamos las dicotomías aludidas en los consejos a los varones y a las mujeres, observamos que casi todas eran reproducidas en ambos géneros, pero con matices importantes. Había tres binomios comunes a chiquillos y chiquillas, aunque las palabras usadas fueran algo diferentes: los referidos a rasgos de personalidad inherentes a los individuos: amplitud de experiencias/experiencia limitada; creatividad, alegría, audacia/rutina; desarrollo interior/superficialidad. La primera característica positiva, la amplitud de experiencias, era efectivamente planteada como compartida, aún cuando el tipo de experiencias a las que podían tener acceso varones y mujeres eran diferentes, dadas las normas de género de la época. En el caso de las siguientes en cambio, siendo rasgos deseables para ambos géneros –creatividad, alegría, audacia y desarrollo interior–, la articulista sugería que las jóvenes reservaran su desarrollo personal para la intimidad, y presentaran al público masculino su alegría y vivacidad. Los binomios naturalidad/falsedad y disciplina/descuido tenían sus evidentes pares en sencillez, mesura/postizo, amanerado, falso y pulcritud y buen gusto/atildado o descuidado; sin embargo, el énfasis de Torricelli era bien distinto. Mientras los varones tenían como “único recurso de coquetería… el

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planchado, el agua de colonia, la absoluta pulcritud”, ellas “deben formarse todo un bloque de hábitos embellecedores… Y hay que comenzar desde temprano”. La importancia de la apariencia era mucho mayor para las mujeres, así como los recursos disponibles para perfeccionarla. Los binomios donde había más diferencias eran los relativos a la actitud hacia el pololo o cortejante/cortejada. Esto revela que era, sobre todo, en la relación de pareja donde se reafirmaban los roles distintos y complementarios. Ambos debían evitar el exceso de solicitud en las primeras aproximaciones; expresar interés, pero no entrega ilimitada. Incluso ya iniciada la relación, les recordaba a las jóvenes que debían mantener el secreto de su intimidad, mantener la magia y el misterio, esenciales en la femineidad. Y a ellos, develar muy lentamente ese misterio, sin precipitación. La joven debía poner, en primer lugar, el interés hacia su pareja por sobre su persona, pero no adoptar por ello una actitud demandante o dominante. Por su parte, el muchacho debía expresar su interés en ella por medio de una actitud protectora y atenta. Las chicas debían poder sentirse seguras en su compañía. Como contraparte, el podía demostrar alguna debilidad, para que ella pudiera expresar su lado maternal. Una dualidad interesante era el énfasis en el uso de la mirada y los silencios por parte del varón, junto a pequeños gestos y atenciones, pese a que valoraba su capacidad de ser un conversador entretenido. El lenguaje masculino del amor era

silencioso y discreto; la palabra podía ser desplegada incluso brillantemente como instrumento del intelecto, pero no del corazón. En estos binomios la autora reafirmaba los roles tradicionales de género. El actor principal era el varón, que tomaba la iniciativa: era fuerte, protector, directo, asertivo. La necesaria actriz secundaria tenía que saber desplegar sus habilidades sociales y de seducción, sin hacer explícito su interés y aceptando la apariencia de subordinación, a cambio de que las normas de cortesía de los géneros obligaran a los varones a respetar su debilidad ejerciendo una gentil dominación, que no fuera resentida por la dominada, sino aceptada como caballerosidad protectora. En ambos tenía que haber una fuerte disciplina emocional para no romper la frágil entente de esta lucha amorosa. El único binomio exclusivo de los muchachos era cortesía/ descortesía. Podría pensarse que si la falta de modales en los varones era negativa, y aparecía fuertemente castigada en numerosos artículos, en las jóvenes que deseaban ser aceptadas socialmente era simplemente impensable; tanto, que no era necesario siquiera mencionarla (la excepción la constituye el artículo Son cosas sin importancia72, en que critica a chicas sin modales.

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Ritmo N°117, 1967. Pág. 62-63.

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Como tener éxito en la vida ¿Cuáles eran las características que muchachos y muchachas debían desarrollar para tener éxito no solo en el pololeo, sino en la vida? Muchas ya estaban delineadas en los artículos anteriores. A ellas hay que agregar el conjunto que encontramos en artículos dedicados al desarrollo personal y social, dirigidos a unos y otras. Para ellas, había una alusión directa a la modernidad: una ‘joven de hoy’ miraba al futuro. El futuro seguía siendo el matrimonio, sin duda, pero la muchacha debía prepararse, desarrollándose intelectual y espiritualmente, para ser una compañera de su esposo y para no depender completamente de la protección masculina (aunque en el juego erótico reconocía el valor de ‘sentirse frágil’ en los brazos del pololo, a la par que hablaba de la tendencia maternal de ella de proteger a su pareja). En el presente, en el tiempo de espera de la adolescencia, le recomendaba emanciparse, ser segura de sí misma a partir de sus propios valores y no desde aquellos que le aseguraran la aprobación masculina; no tener al amor, o a los varones, como único centro de sus vidas, ni vivir en ensoñaciones románticas. Y prepararse para aprender una profesión (en sentido amplio) reconociendo las necesidades del medio y sus gustos y habilidades (domésticas). La profesión u oficio era visto más como un seguro social –lo que refería a la posibilidad de que el marido (por las razones que fuera) no cumpliera con sus responsabilidades– que como una proyección de la necesidad de desarrollo personal y expresión. La modernidad aquí estaba en validar

la posibilidad de la autonomía económica de las mujeres; aunque no fuese buscada, sino producto de los avatares de la vida, estamos aquí ante una representación social de las mujeres solas diferente a la tradicional: la dignidad de ella dependía de su capacidad de trabajo, no de tener un nuevo marido o regresar al hogar paterno.

En el caso de ellos, la autora no convocaba a la modernidad sino, incluso, a su contrario: los jóvenes modernos no debían olvidar los buenos modales, aunque hubiera quienes los consideren anticuados. Trabajar y obtener pequeños ingresos era una necesidad, en la medida en que debían pagar todo cuando invitan a una joven a salir. Torricelli les recomendaba valorar el dinero, no derrochar, no depender de sus padres. En otras palabras, aunque hubiera hombres irresponsables que dejaran a sus esposas en la carencia económica, la masculinidad seguía asentándose en la capacidad de sostener una familia, deber que fundaba los privilegios del varón.

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Llama la atención que en el binomio modernidad/tradición, lo nuevo, el cambio de los tiempos, estaba encarnado en las chicas, a las que invitaba a asumir roles en el mundo público, aunque sin perder la centralidad en la vida familiar. Se trataba de una propuesta bastante compleja, aunque pareciera simple en la presentación de la revista. En cambio, a los muchachos los convocaba a conservar los valores tradicionales, manteniendo el rol fuerte y protector, sin dejarse tentar por la irresponsabilidad que parecía prometer la modernidad. Un tema en que Torricelli insistía a las jóvenes era no sobrevalorar la belleza o el atractivo natural que posibilitaba –a algunas– una fácil aprobación masculina. En tanto don natural, es decir no fruto del trabajo, representaba el riesgo de volver vanas y egoístas a quienes lo tenían, si no cultivaban otros valores y descansaban solamente en su atractivo físico. Aunque fuera por negación, esto nos hablaba de la importancia que en la sociedad chilena se daba a la belleza y atractivo femeninos, cualidad evidente pero cuestionada por la autora en análisis; aunque, finalmente la validara al promover la adquisición de belleza mediante el trabajo consigo mismas. Para los muchachos no parecía existir el mismo riesgo de envanecerse por su aspecto físico; pero sí por sus condiciones económicas (representadas en su ropa y en los bienes que le permitían festejar a las niñas) o por cualidades intelectuales que pudieran exhibir con pedantería y agresividad. En ambos casos, fustigaba la vanidad y el egoísmo que representaba

afirmar la identidad solo en valores dados por la naturaleza o el nacimiento, y no en aquellos que eran producto del trabajo y esfuerzo personal. En esta tensión entre trabajo humano/dones de nacimiento estaba uno de los nudos argumentales en torno al cual giraba la representación de la juventud moderna, ya fuesen hombres o mujeres. Las palabras con que aconsejaba a las chiquillas aludían a la decisión, la programación, enfocarse en el hacer y no en el hablar, la organización, el triunfo por el mérito, la perfección. Al hablar a los chiquillos, el lenguaje era más directo: tesón, disciplina, perseverancia, capacidad de sacrificio, concentración, éxito por el esfuerzo. Otro elemento en relación con el trabajo era la tensión entre interés y apatía. En el discurso hacia las muchachas, las invitaba a desarrollar amplios intereses, a tener nuevos aprendizajes, a desplegar la creatividad, a actuar diligentemente. A los varones, en cambio, les proponía evaluar muy bien su verdadera vocación, sus reales condiciones intelectuales y materiales para elegir aquella profesión que podían desempeñar con verdadero entusiasmo. Y solo a ellos les hablaba respecto al desempeño en su primer trabajo asalariado: debían ser responsables, respetar las normas y no confundir el espacio público laboral con los espacios privados. En la sociabilidad, nuevamente, encontramos diferencias entre hombres y mujeres. La amistad para ellos era de la mayor importancia, pero complementaria de su desarrollo

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individual: era necesario ser considerado y generoso con los otros, y los buenos amigos debían ser elegidos entre aquellos que tuvieran valores interiores, que eran los permanentes, en oposición a los valores materiales. La tensión era entre profundidad y superficialidad. La personalidad propuesta para los varones estaba enfocada en un solo interés: aprender a reconocer qué querían en la vida, y concentrarse en lograrlo. El varón era una persona que tomaba decisiones, manejaba situaciones con su entorno, en especial en la relación de poder con la polola. Todo esto debía hacerlo, además, sin desperdiciar palabras. El afecto debía expresarse con gestos sutiles, dosificando la fuerza y la ternura, con una gran reserva verbal. Para jugar un buen papel social debía disponer del capital cultural necesario para poder mostrar, sin fuegos de artificio, que tenía una comprensión profunda –había aprendido a leer– de los temas que abordaba. Sin duda, este muchacho podía desarrollar mejor sus capacidades analíticas que sus posibles parejas. Para ellas, en cambio, la amistad era de primera importancia, el verdadero camino a la felicidad, por sobre la belleza, elegancia, inteligencia, simpatía y capacidad de trabajo. La empatía, la capacidad de ponerse en el lugar de la otra persona, de dar y comprender, eran los valores que llevaban al éxito vital de las mujeres, que consistía en ser queridas, en que su compañía fuera deseada y preferida. Mientras la realización de los hombres estaba en el hacer, ellas lo lograban vinculándose con los otros.

Subrayaba que este vínculo de afecto tenía también su disciplina: implicaba autocontrol emocional, una apertura con límites hacia los otros; una rigurosa autoevaluación que llevaba a corregir los propios errores, a ser comprensiva y a reservarse opiniones negativas, escuchar con el corazón y con la mente, dar cuando otros lo necesitaran y no quitar lo que otros tienen. Podríamos decir que había cuatro binomios concentraban las tensiones del discurso de Torricelli:

que

Modernidad/tradición (femenino: desarrollarse individualmente/dependiente; masculino: ser irresponsable/ modales, respeto) Trabajo humano/dones de nacimiento (belleza, dinero, inteligencia) Profundidad (desarrollo espiritual e intelectual)/ superficialidad (frivolidad) Desarrollo laboral (clave del éxito masculino)/desarrollo social (clave del éxito femenino). La primera, modernidad/tradición, en cierto modo contenía las siguientes, que eran expresiones más precisas de una ética de clase media, en la que el camino al éxito para ambos géneros estaba sustentado en el trabajo y el esfuerzo, en una fuerte disciplina interna, donde la belleza y la creatividad –la cultura– también tenían lugar importante. Donde se separaban las representaciones de hombres y mujeres es en el tipo de desarrollo personal: mientras a ellos la invitación era a realizarse en el mundo del trabajo, separado del mundo

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doméstico; a ellas las llamaban a extender los límites desde lo hogareño hacia el mundo público, tanto por medio de profesiones concordantes con las habilidades domésticas como con la construcción de redes familiares y sociales.

Las tensiones femeninas Torricelli era muy consciente de las diferencias entre hombres y mujeres, y que estas últimas enfrentaban situaciones injustas. En un artículo de 1967, dedicado a aconsejar a la joven que por primera vez visitaba la casa de su pololo73, escribía: “En cuanto a conversación, nada de buscar, en la mesa, temas ‘difíciles’ para lucirte como intelectual o emancipada o cualquier otra cosa. En realidad el esfuerzo de encontrar el tema no debe recaer sobre ti sino sobre Héctor o tus futuros suegros. Ten presente, Mariana, que será mucho mejor para ti, que sepas escuchar con atención y gracia la conversación o los chistes del papá de Héctor, a que insistas en tu propio lucimiento y trates de deslumbrar al auditorio con una charla sobre –por ejemplo– los problemas del divorcio. Hay algo tremendamente injusto en esto de que nadie –o casi nadie– estime a una jovencita por su intelectualidad; pero es un hecho y hay que aceptarlo como aceptamos tantas otras realidades. ¿Si nadie encuentra un tema

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¡Estoy invitada a la casa de él!, Ritmo N°85, 1967. Pág. 22-23.

de interés? Bueno… es preferible callarse. Y sonreír… aunque cueste”74. La joven podía75 desarrollarse espiritual e intelectualmente; pero sabiendo que ese despliegue de valores –por lo demás considerados por la autora como permanentes y verdaderos– no le garantizaría la aprobación del entorno social. Eso lo obtendría siendo, antes que nada, una agradable y generosa compañía para todos y todas. En segundo lugar si era, o aprendía a ser, atractiva ante los varones. Su desarrollo intelectual y espiritual, en cambio, debía permanecer como riqueza interna, mayor cuanto menos las exhibía, pero eje central de la equilibrada personalidad que les permitía ser queridas. Llama la atención que ante la propia evaluación de que esto no era justo, la actitud recomendada fuera la adaptación y el disimulo. El hecho social de la subordinación femenina –externo, coercitivo, como lo caracteriza el sociólogo Émile Durkheim– se imponía sobre la rebeldía de la mirada crítica. La división sexual del trabajo era, incluso, asumida con la mayor naturalidad: al ordenar la ropa para la siguiente temporada, aconsejaba, sin espacio a dudas:

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Ibíd. Y debía, había dicho Torricelli anteriormente, porque había que prevenir el riesgo futuro de no poder contar con el marido.

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“Entrega a la mamá de las chombas, pullovers, poleras, que es conveniente lavar. (SOLO LOS VARONES, LAS NIÑAS TENDRAN QUE LAVAR ELLAS MISMAS TODO)”76. Algunos meses después, surgen señales algo diferentes. En un grupo de muchachas convocadas para hablar de chiquillos77, ellas se quejaban de ser permanentemente criticadas por ellos “de todo y por todo”, en tanto: “Y nosotras, en cambio, tenemos que conformarnos con decir: ¿Estás satisfecho con esta reunión que nos hemos tomado tanto trabajo en preparar? Y esperar, temblando interiormente, que él y los otros chiquillos se diviertan lo suficiente para no marcharse a otra parte”. La percepción del privilegio masculino y del dominio del discurso era clara. Seguía: “Eso es lo malo. Que no les decimos lo que pensamos. ¿Y por qué? Porque tenemos miedo de perder el apoyo de todos los hombres. Pero hay montones de cosas que nos molestan en los chiquillos, ¿no es cierto? Y yo pienso que deberíamos decírselas. “¿Y por qué los chiquillos no PIENSAN78 alguna vez? Parece que el cerebro lo dejan en el cajón del escritorio. Todo, fuera

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¡OPERACIÓN CALAFATEO! Ritmo N°74,1967. Págs. 22-23. Mayúsculas del original. Ritmo N°93,1967. Págs. 14-15. Mayúsculas del original.

de las horas de pensamiento obligado, lo dejan por cuenta nuestra. Nosotras, pobres mujeres, combinamos, organizamos, invitamos, solucionamos, pedimos permiso. Ellos sólo responden ‘sí’ o ‘no’”79. Las hablantes se daban cuenta de que el trabajo femenino de organización de la vida social no era reconocido por los varones, quienes reservaban su intelecto para “las horas de pensamiento obligado”: estudio y trabajo, y no para la vida cotidiana. Pero la aprobación masculina era de tal importancia que no cabía sino callar (y sonreír). Pero sentían que habría llegado la hora de romper con el silencio y la subordinación, y hablar con sinceridad. Avanzando cinco meses más, aparece tal vez la única expresión directa de rebeldía femenina en toda la revista. Nuevamente eran chiquillas en grupo las que hablaban. Y expresaban indignación ante el hecho de que, socialmente fueran más valorados los hombres que las mujeres: “fíjense un poco cómo se festeja la llegada de un muchacho a cualquier grupo social, en contraste con la frialdad que se demuestra a una chiquilla, por más interesante y entretenida que sea, si la pobre llega sola…”80 y por el trato diferenciado que recibían al interior de la familia. La autora declaraba compartir la indignación ante la injusticia, y proponía “conversar sobre estos temas” y que las lectoras que

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Op.cit., Ritmo N°93. No hay derecho, Ritmo N°110, 1967. Págs.38-39.

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se sintieran afectadas hicieran que sus madres leyeran el artículo. Ya establecido que estábamos ante una situación injusta, preguntaba por qué ocurría, remitiendo a la tradicional división del trabajo entre los sexos, en que el padre –sostén del hogar que luchaba por arrancar de un mundo hostil los recursos para su familia– esperaba en recompensa llegar al hogar donde la madre hubiera hecho todo el trabajo doméstico. “El ha cumplido con su parte y su mujer cumple con la de ella”81. Esta es la noción de masculinidad subyacente en las madres; como tal no era cuestionada, solamente se establecía la excepción para los adolescentes: los hermanos no estaban aún en condiciones de reclamar las ventajas de la masculinidad adulta. Quien no trabajaba, no tenía privilegios; era aún un hombre en formación. “No hay razón para que el joven no aprenda a plancharse sus pantalones. ¡No se justifica que sea el jovenzuelo quien permanezca sentado a la mesa mientras su hermana se levanta para buscarle la sal!”82. No cuestiona a fondo la división sexual del trabajo, ya que la hermana sí podía ayudar a su hermano “con aquellos detalles que el hombre no domina”. Había dominios masculinos y femeninos, complementarios, que no serían injustos.

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Ritmo N°110, 1967. Pág. 39. Ibíd.

¿Cuál era la estrategia, una vez dilucidado el origen, para luchar contra las injusticias en el seno de la familia, donde padre y madre insistían en que los hijos e hijas reprodujeran la subordinación femenina, sin que los hermanos varones merecieran los privilegios? La alianza con las mujeres: primero conversar con la mamá y, si no lograba cambios, buscar el apoyo de tías o íntimas amigas de la familia para desarticular la opresión. Y recordaba que, para esto, las armas no eran las de la dominación: “¡Eso sí que no olviden chiquillas, que para obtener la igualdad social y hogareña con el hombre, necesitan probar méritos más serios que sus encantos femeninos!”. Punto nada menor, ya que implicaba la operación ideológica de construir una fuerza distinta a la que había sido socialmente definida para las mujeres. Pero que era, precisamente, la que Graciela Torricelli invitaba a construir a las jóvenes lectoras en sus artículos. La representación social de las jóvenes resultaba cargada de tensiones. Torricelli nunca aludía a que hombres y mujeres tuvieran distintas capacidades o competencias; sí diversos intereses y, claramente, distintos roles. Pero las exigencias de disciplina interior, trabajo, esfuerzo, responsabilidad y desarrollo cultural eran similares, excepto que tendrían distintos usos. Mientras ellos podrían desplegar sus competencias en el mundo público, y ser valorados por ello, ellas tenían por delante una delicada operación de encubrimiento de sus propias habilidades, puestas al servicio del lucimiento de los otros. Ellas crearían el escenario, serían las anfitrionas para que los varones actuaran.

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Callar y sonreír, aunque cueste, decía la autora. Por las voces juveniles que presentaba, a muchas les estaba costando.

capítulo siete ¿escribámosle a María Pilar?

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DOS ERAN LAS PRINCIPALES SECCIONES sustentadas en el aporte de las y los lectores. Conversando, en que la directora respondía las consultas llegadas por carta, Esto me sucedió a mí, conjunto de relatos de aventuras enviadas por los lectores varones, que será analizada en el capítulo siguiente. Considerada una de las más importantes de la revista, Conversando era conducida por la Directora y reafirmaba el carácter interactivo e íntimo que ella quería dar a la revista. Era, además, la prolongación de una similar que Larraín tenía en su programa Los amigos de María Pilar, en el aire desde 1963 en Radio Chilena, de lunes a viernes de 12:30 a 13:00. Allí respondía las cartas de sus jóvenes auditores que consultaban sobre una gran variedad de problemas, desde el significado del amor a cómo lidiar con defectos físicos. Ritmo la publicó desde su número dos, cuando –además– entregaron por primera vez las instrucciones para enviar las cartas: “Cuando escriban a esta sección, pongan en el sobre: María Pilar, Casilla, y lo más importante, agreguen “SUPERCONFIDENCIAL”1. ¡Ah! y no se les olvide: además del nombre verdadero, manden un seudónimo (si quieren). Solo contestaremos dos o tres cartas por semana para poder así preocuparnos de cada caso”2. El recurso epistolar garantizaba que los temas abordados fueran de la más alta prioridad para los y las Ritmo-lectores,

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Mayúsculas en el original. Conversando, Ritmo N°2, 1965. Pág.14.

como quedaba reflejado en el tono con que muchas de ellas demandaban una respuesta (“Te escribo para pedirte un consejo, me lo darás, ¿verdad?”3; “Ayúdame, María Pilar, ¿qué hago?”4. Con algunas intermitencias, generalmente debido a los numerosos viajes que realizaba, y en un caso, por la huelga de correos, la sección tuvo continuidad hasta Ritmo N°278 (29 de diciembre de 1970), número en que María Pilar Larraín se despidió de la revista. El lapso más largo se produjo entre abril y diciembre de 1970, en que apareció solo en dos números. Correspondía al período más duro de la campaña presidencial de 1970, evaluado por ella misma en su carta de despedida, como aquel del “odio y violencia” que habían seguido al “verano naranja”5 aludiendo a la canción, del mismo nombre, del argentino Donald, que había estado de moda a comienzos de ese año. Las respuestas de la Directora eran de su autoría, como confirma Luz María Vargas en el artículo de Marcela Aguilar ya mencionado6, y ella respondía todas las cartas que llegaban, para lo cual trabajaba los fines de semana en ello. No todas las respuestas fueron publicadas; algunas fueron enviadas directamente a él o la consultante. “Nos llegaban confesiones de lo más diversas, desde el lolo que no sabía cómo pedir pololeo hasta la niña que estaba embarazada”, recuerda Vargas7.

3 Ibíd. 4 Conversando. Ritmo N°3, 1965. Pág. 23. 5 Ritmo Nº279, 1970. Pág. 1. 6 Aguilar, op.cit., 2002. 7 Ibíd.

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Conversando era la expresión más pura de su visión de mundo, y se extendía a una gran variedad de temas. Fue también la sección en que ella se hizo cargo de varias de las críticas que recibió la revista de parte de medios, organizaciones e intelectuales de izquierda, sobre todo a partir de 1968; pero usando el recurso de responder cartas que expresaban opiniones similares. En el ya mencionado análisis de Ritmo, Mabel Piccini subrayaba que el interés en esta sección radicaba en que respondía al estereotipo de diálogo franco y abierto que la revista quería presentar para “encubrir el efecto de adoctrinamiento y persuasión tras las apariencias de la influencia amistosa”8. Y señalaba aspectos estructurales que no analizó: “el hecho de que la demanda del lector sea particular y la respuesta genérica, la puesta entre paréntesis de los rasgos que pueden identificar al lector, como la edad, la extracción social, el oficio o profesión (en el caso de que no sean adolescentes), el grado de educación, etc; el carácter normalizador de la respuesta que, frente a una demanda original, ofrece una solución estereotipada”9. Y lo dejó de lado para centrarse en una crítica al “mecanismo de la selección de la correspondencia, a través del cual la revista afianza su concepción ideológica de la juventud, aprovechando la coartada de la apertura y el respeto por la libertad de expresión”10.

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Mattelart, A., Piccini, M., & Mattelart, op.cit. Pág. 184. Ibíd. Ibíd. Pág. 185.

Piccini sostiene que la publicación de unas pocas cartas con opiniones disidentes, en medio de una masa de correspondencia homogéneamente enfocada en problemas personales, era “parte de una estrategia para revalidar el mito de una juventud que se expresa libremente y la propia imagen de la revista como abierta a la disidencia”. Al filtrar una opinión adversa, la revista la usaba para cuestionarla por su escasa representatividad, ya que la mayoría de los lectores estaría de acuerdo con los puntos de vista de Ritmo, quedando demostrado que esta expresaba los verdaderos intereses de la juventud. Sin duda es una conclusión plausible. Sin invalidar la existencia de la operación ideológica señalada por la analista de Ceren, es probable que, verdaderamente, la mayor parte de las cartas estuvieran centradas en los temas considerados ‘juveniles’, entre otras razones porque los jóvenes que tenían intereses más críticos no estaban interesados en leer la revista y, por consiguiente, no escribían cartas. En ese sentido, Ritmo estaba en sintonía con sus lectores, pero estos no abarcaran a toda la juventud chilena de la época. Si bien muchas cartas estaban editadas, hecho reconocido por la revista, en función de abreviar la extensión para hacerlas publicables11, los textos presentados conservaban la espontaneidad y frescura de los originales.

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La edición quedaba en evidencia, por ejemplo, en el hecho de que las respuestas de María Pilar aludían a información que no estaba en la carta publicada.

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Es posible considerarlos expresión de buena parte de los adolescentes que leían la revista y que se sentían interpretados por ella.

Los temas abordados eran muy variados, y no remitían solo al espacio privado, aunque siempre estaban planteados desde la perspectiva personal de quienes escribían las cartas con una fuerte carga emocional. Para su análisis aparecen acá organizados en seis categorías. La más abundante es, desde luego, la que refiere al amor y a las relaciones sentimentales; un segunda gran grupo está compuesto por las consultas sobre problemas de personalidad, en general sentimientos de inadecuación social. La tercera categoría reúne las consultas sobre relaciones familiares, sobre todo con los padres; la cuarta incluye las cartas sobre los contenidos y actividades que realizaba la misma revista. La quinta es sobre los deseos de los corresponsales de desarrollar una carrera artística y la última, sobre la amistad.

Normas y valores en el pololeo Aunque había una selección y edición en las consultas presentadas, y llegaban cartas con problemas que no aparecieron publicadas12, las consultas vinculadas con las relaciones afectivas entre hombres y mujeres abarcaban gran diversidad de problemas. Los principales involucraban los sentimientos (es decir procesos internos, individuales) donde aparecían preguntas sobre cómo saber si se está enamorado/a, y qué hacer al estar enamorada de un ídolo; otro punto importante acá es el cortejo (las normas sociales previas al pololeo, lo modales adecuados para seducir) que giraba en torno a cuándo pololear, cómo dar el primer paso en el pololeo, y el conflicto entre amor y amistad, que traía aparejado el asunto de las lealtades. Otros aspectos eran las normas sociales dentro del pololeo: cuál debía ser la actitud en el pololeo, el tema de los pololeos paralelos y el del permiso parental para tener pareja. También aparecía el matrimonio en el horizonte: las preguntas tenían relación con las diferencias de edad y social, el matrimonio por presión familiar y las relaciones con hombres casados. No

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En el reportaje de Marcela Aguilar para Revista Ya, citado, Luz María Vargas comentó: “Nos llegaban confesiones de lo más diversas, desde el lolo que no sabía cómo pedir pololeo hasta la niña que estaba embarazada”. Pero en el período revisado no hay ninguna carta que mencione explícitamente un embarazo.

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faltaron las consultas sobre la intimidad: los besos y la prueba de amor. Los temas abordados daban una clara cuenta de las dificultades que enfrentaban los adolescentes sesenteros en la construcción de su identidad individual y su adecuación a normas sociales, en medio de procesos de cambio tanto en la individuación como en la socialización. Ellos se sabían protagonistas de esos cambios y la revista, permanentemente, los convocaba a asumir esos cambios sin perder por ello valores “fundamentales”. La modernidad significaba mayores libertades, de movimiento, de modos de comportarse, de vestirse, de gustos personales (desde luego, la adquisición de una música propia, la llamada ‘juvenil’) opciones para su futuro, etcétera.

La actitud de la revista, sin ser permisiva, era tolerante con las faltas de los jóvenes, sobre todo si estos expresaban claro arrepentimiento: el perdón católico a quienes realizaban un acto de contrición estaba presente, a condición de que prometieran no reincidir, sino aprender de sus errores. Pero, con la misma insistencia, les decían que eso no debía significar dejar de lado las responsabilidades y que debían medir las consecuencias de sus actos. Por ello, debían admitir que, en algunos casos, no quedaba más que asumir las consecuencias, lo que podía llevar a un matrimonio obligado.

El amor Entre las consultas referidas a los procesos individuales, la toma de conciencia por parte de los jóvenes de sus propios deseos y sentimientos es el primer tema a ser analizado aquí. La constante aparición de consultas respecto a cómo reconocer si estaban enamorados/as, y cómo distinguir si lo que sentían era ‘verdadero amor’ o simple atracción física, o si el amor era compatible o no con elementos de atracción física, decía bastante sobre la desorientación de los jóvenes respecto a cómo debía vivirse y sentirse esta nueva promesa de felicidad y libertad. Y la percepción de que era también un mandato: la obligación de alcanzar ese estado de exaltación emocional, sin el cual no se podía ser realmente feliz. Aunque la Directora sostuviese que era posible ser feliz sin estar enamorada, esta afirmación era entendida como una

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moratoria hasta encontrar el verdadero amor que permitía la realización emocional y social, por cuanto se sobreentendía que conducía al matrimonio, culminación de la condición adulta. Las dudas de chicos y chicas apuntaban, en primer lugar, al reconocimiento del sentimiento amoroso. A veces mantenían ya una relación de pareja, y no estaban seguras/os de estar “enamorada/o” o solamente “querer”; en otras, mostraban la ambigüedad de sentirse diferentes por no poder enamorarse y, a la vez, tener temor a sufrir por amor. Otras consultas pedían que los ayudaran a reconocer la diferencia entre “amor puro” y “atracción física”. La misma problematización revelaba la legitimación del período de adolescencia como una etapa de experimentación, en que las relaciones afectivas les iban permitiendo reconocer sus sentimientos, emociones y deseos, y afinar también la elección de pareja. Y las dudas de los jóvenes, la dificultad de adaptarse a las pautas sociales que modelaban la sensibilidad de los sujetos. El amor, como elemento clave en las decisiones de emparejamiento y matrimonio, y la contradicción entre amor y deseo físico eran conceptos propios de la concepción decimonónica del amor romántico. Había tardado en llegar a Chile, pero en la primera mitad del siglo XX ya estaba instalada. Y en este período la sociedad asistía al movimiento inverso, en que los componentes eróticos del amor empezaban a ser reivindicados por los movimientos contraculturales, y los poderes dominantes trataban de integrarlos con control de los costos que ello significaba.

En este nuevo contexto, para los adolescentes era necesario llegar a sentir esa forma especial de afecto que era el amor romántico, experiencia imprescindible de la madurez humana. Para María Pilar, el amor correspondido representaba una de las mayores alegrías de este mundo, y por él valía la pena arriesgarse a sufrir penas y desilusiones13. Además, había que saber distinguirlo del simple afecto por amigos, padres y hermanos. Y su principal diferencia, además de la intensidad, estaba en el componente erótico. El reconocimiento por parte de Larraín de que el amor verdadero y puro contenía elementos de deseo carnal constituía, sin duda, una apertura moderna, en contraposición al discurso más tradicional que varios consultantes expresaban, recibido de sus familias y, probablemente, de los agentes tradicionales de la iglesia Católica. Católica ella misma, y con la reconocida asesoría del sacerdote Raúl Hasbún, Larraín proponía tanto el reconocimiento del deseo como su inmediato control: “Deberías sentirte muy desilusionada si no supieras inspirar ningún tipo de deseo en tu novio. Es lógico que tú le atraigas como mujer. Después de todo tú eres la mujer que él ha elegido para que sea suya. Debes alegrarte más aún de que él te quiera verdaderamente al demostrarte respeto”14.

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Ritmo Nº 36, 1966. Pág. 28. ¿Cómo es el verdadero amor? Ritmo N°70, 1967. Pág. 41.

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Y más adelante invocaba lo sagrado para justificar la realización de los deseos en un contexto de integración social: “en su debida oportunidad, podrás demostrarle tú también cuanto lo quieres, sin restricción alguna y agradeciéndole a Dios la oportunidad de conocer lo mejor que hay en este mundo, ¡el verdadero amor!”. En las respuestas de Larraín describiendo el amor verdadero (“ternura, cariño, respeto, amistad, alegría, buen humor, sacrificio y atracción física”15 era notorio que los protagonistas de la atracción física tendían a tener papeles diferenciados: ellos sentían la atracción, ellas la motivaban. Había algunas escasas sugerencias al hecho de que las muchachas pudieran sentir atracción física. Cuando describía las sensaciones de una chica que solo sentía esta atracción, le recomendaba un instrumento que le permitía diferenciar si era aquello amor verdadero: su propia sensibilidad, o su socializado superyó: “Si bailas con él, [y] tienes la impresión de que te vas a desmayar es muy posible que si hay una ocasión propicia, te dejarás besar por él, pero después, sola, al recordarlo sentirás una ligera sensación de desagrado hacia ti misma”16. Varias lectoras plantearon un caso especial de amor: estaban enamoradas de un ídolo, extranjero o nacional, a sabiendas

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Negritas del original. Ibíd. Ritmo Nº 35, 1966. Pág. 28.

de que se trataba de un amor imposible, ya que no había posibilidad de ser correspondidas17. María Pilar respondía con amable tolerancia hacia los sueños, ansias de amor de las adolescentes (“uno se enamora del amor”18) y a sus idealizaciones de estos personajes, aceptando todo ello como parte del proceso de crecimiento; pero convocándolas a volver al mundo real, donde “sin que te des cuenta, ya no estarás enamorada de un imposible, alguien inalcanzable, sino de un chiquillo de carne y hueso, y te darás cuenta que todo es infinitamente mejor y más entretenido”19; es decir, una relación que incluyera atracción física. El amor por los ídolos sacaba a la luz la exacerbación emocional que este sentimiento representaba para las muchachas, ya que toda la construcción sentimental se hacía sin un actor que diera reciprocidad a ese afecto. Un amor sin comunicación, en que el proceso amoroso ocurría del todo en la mente de la muchacha, alimentada con la imagen fija, o en movimiento, la voz del sujeto amado y la información que los medios le transmitían sobre su personalidad y actividades. ¿Cómo se trasladaba ese tipo de amor a las relaciones con chiquillos de carne y hueso? Posiblemente con el mismo idealismo y fantasía, al menos en las primeras etapas.

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Sobre el tema, ver Brabazon, 1993, op.cit. Ritmo Nº 211, 1969. Pág. 41. Ibíd.

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¿Cuándo y cómo iniciar un pololeo? El cortejo Las consultas, tanto de hombres como de mujeres, iban desde la edad más adecuada para comenzar a pololear a las dudas respecto a por qué no habían logrado todavía hacerlo. Curiosamente varios lectores– tal vez porque seleccionaban sus cartas– comunicaban que eran felices a pesar de que no tenían a quién amar todavía, en el claro entendido que eso tenía que ocurrir en el futuro. Un grupo de muchachas contaba que esperaban con tranquilidad, pero anhelantes, “un montón de cosas, entre ellas, llegar a amar y ser amadas, es decir: ¡realizarnos!”20. Pero la mayoría expresaba cierta angustia respecto a por qué no habían pololeado o consolidado un pololeo. Respecto a la edad, claramente Larraín era partidaria de no iniciarse en las relaciones amorosas antes de los 15 años, las niñas, y de los 17, los jóvenes (“Lo mejor, es tener un grupo grande de amigos y amigas, y no apurarse: el verdadero amor llega cuando uno menos lo piensa”21. No censuraba a quienes decían estar involucrados en una relación afectiva antes de esa edad; pero cuando le planteaban problemas al respecto, el consejo solía ser terminar la relación problemática y dedicarse a estudiar, hasta madurar un poco más.

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Ritmo Nº 112, 1967. Pág. 48. Ritmo Nº 221, 1969. Pág. 36.

La justificación para empezar a pololear era sentirse enamorado/a o muy próximo a ese sentimiento. Un muchacho que no pololeaba, expresaba su preocupación porque, pesea tener ya 17 años, no había sentido interés en pololear, y debía soportar las burlas de sus amigos: la norma de la heterosexualidad era la que estaba implícita en la exigencia grupal masculina de que se integrara a las relaciones de pareja, ya que interesarse en las mujeres era parte de la masculinidad. En el caso de las muchachas, varias de las consultantes en este tema declaraban con bastante preocupación que, pese a ser atractivas, y haber recibido proposiciones de varones, no las habían aceptado, llegando a la sospecha no sobre su femineidad, sino sobre su capacidad de amar: “he llegado a pensar que no soy capaz de amar y eso es ¡¡¡terrible!!!”22). A todos ellos, hombres y mujeres, María Pilar los invitaba a no desesperar, tener una actitud más abierta ante las otras personas, sobre todo del otro sexo, y confiar en el futuro: “‘Cuando Dios nos quiere dar… a la casa lo viene a dejar’. Claro que con los chiquillos, una no puede pretender esperarlos sentada en su casa, pero sí te diré que cuando llegue el momento preciso de enamorarte, lo vas a conocer a ‘él’ en el lugar más inesperado… Rodéate de buenos amigos23 y amigas y verás que cuando menos lo imagines habrá llegado ¡el amor!”24.

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Ritmo Nº 218, 1969. Pág. 30. Negritas del original. Ibíd.

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La promesa del amor era para todos y su realización dependía de abrir el corazón a los jóvenes del otro sexo. Sin embargo, para Larraín, el pololeo debía estar precedido de un período de conocimiento previo, siendo la situación ideal haber sido amigos primero y luego, si entre los dos surgía una atracción más allá de la amistad, el muchacho debía proponer pololeo (“Hay amores que llegan sin que uno se dé cuenta ¡silenciosamente! Comienzan en una agradable amistad y poco a poco sin que uno se dé cuenta se transforman en algo muy profundo”25). Por los relatos de las cartas, el proceso real solía ser más breve y azaroso. Las parejas se formaban a partir de una primera presentación de ambos a cargo de parientes o amigos, muy comúnmente en situaciones sociales, fiestas, paseos, vacaciones; y si ambos o uno de los dos resultaba interesado, había un período de acercamiento directo y evidente en el caso del varón, o indirecto y utilizando hábiles recursos sociales para llamar la atención de él, si era la muchacha la más interesada. El paso siguiente era la invitación a salir juntos y solos (cine, paseo u otros panoramas) liderada por el muchacho y aceptada por ella. Esta era la ocasión para conocerse y reafirmar –o descartar– la atracción inicial. Luego de algunas salidas, y de mantener el interés, el muchacho podía considerar que al pedir pololeo a la chica, sería aceptado.

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Ritmo Nº 135, 1968. Pág. 46.

¿Quién da el primer paso? Los roles de género, como ya está dicho, eran distintos en el inicio del pololeo, correspondiéndole a él la iniciativa formal, el rol de conquistador. Era muy importante, en opinión de Larraín, que el varón sintiera que era él quién descubría y conquistaba, “Son ellos los que deben perseguir a las chiquillas y es inútil tratar de cambiar el orden de las cosas en este mundo”26. Sin embargo, sostenía que bajo esta apariencia guerrera, en realidad “es la mujer quien elige al hombre por el cual quiere ser conquistada27. (¡Claro que es para callado!)”28. El rol pasivo, de ‘conquistada’, ocultaba que estaba permitido también para ellas tomar la iniciativa… siempre que lo hicieran con sutileza, seduciendo, llamando la atención del muchacho, sin dejar en evidencia su interés amoroso; de modo que, finalmente, él creyera haberla descubierto y la empezara a cortejar. Aquí se jugaban todas las habilidades sociales que la revista permanentemente invitaba a adquirir a las muchachas, en tanto a ellos les recomendaba concentrarse más en tener cualidades que los hicieran atractivos como futuros proveedores. A diferencia de quienes consultaban por el significado del amor, otros lectores se presentaban como “completamente enamorados”, sin dudas respecto a sus propios sentimientos, pero desconocedores de los pasos necesarios para llegar al

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Ritmo Nº 21, 1966. Pág. 5. Negritas del original. Ritmo Nº 170, 1969, Pág. 46.

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corazón de sus amados o amadas. En este tema encontramos más consultas masculinas publicadas, mostrando que el mandato social hacia los varones de tomar la iniciativa los complicaba. En una respuesta, la Directora comentaba que recibía cientos de cartas a la semana sobre este problema29. La mayor parte eran de muchachos tímidos, que no sabían cómo acercarse a la chica de su interés, y pedían a María Pilar orientación en los procedimientos para lograrlo; incluso, uno solicitaba la publicación en Ritmo de “una clase completa de besos”30. A ellos los consolaba contándoles que era un problema muy común en jóvenes de su edad, por lo que debían tener paciencia y “no acomplejarse”, porque los tímidos podían ser muy atractivos al encender “dentro de ellas ese deseo maternal de cuidar, proteger, regalonear y querer…”31. Los consejos apuntaban, primero, a no cometer el error de besarla abruptamente o fingir una desenvoltura que no tenían, ya que la actitud ‘donjuanesca’ estaba pasada de moda. Por el contrario, debían mostrar su desvalimiento y pedir ayuda, por ejemplo, para aprender a bailar, y aprovechar la cercanía así creada para besarla. Otros consultaban debido a que sus avances habían sido rechazados una primera vez, ya porque la chica estaba comprometida o había sufrido una desilusión. A ellos les

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Ritmo Nº 113, 1968. Pág. 53. Ritmo Nº 84, 1967. Pág. 30. Ritmo Nº 113, op.cit.

aconsejaba perseverar, en el amor al igual que en la vida, pero mejorar sus técnicas de conquista, excepto en los casos en que estaba claro que la chiquilla estaba enamorada de su pareja. En ese caso, les recomendaba olvidar y buscar otra que no estuviese comprometida. Las chiquillas enamoradas experimentaban dos tipos de situaciones: en una, sabían que su amado también las quería, pero él era demasiado tímido para pedir pololeo. El consejo era tener paciencia y darse maña para crear un ambiente de intimidad donde el muchacho se sintiera seguro para expresar su amor. La otra situación era la de aquellas que estaban enamoradas de un vecino, un compañero de colegio o un muchacho que tomaba la misma micro que ellas. A ellas, al igual que a los tímidos, María Pilar les sugería numerosas tácticas de acercamiento, usando imaginación y buen humor; por ejemplo, dejar caer los libros en la micro para provocar una conversación. Halagarlo indirectamente, provocar su amor propio; “aparecer como una compañera alegre y buena amiga hasta que él decida que ya es tiempo que seas algo más”32. Sobre todo, no demostrar interés abiertamente, como lo había hecho una de las corresponsales, que temía tener mala fama por haberle escrito una carta de amor a un chiquillo, quien la había rechazado cortésmente. María Pilar la tranquilizaba: “Por escribir una inocente carta no puedes haber cobrado mala

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Ritmo Nº144, 1968. Pág. 45.

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fama, pero sí fue una tontería que no debes repetir”. Y aclaraba, normativamente: “Son ellos quienes deben conquistar”33.

“No se me ha declarado y quiso besarme” Había situaciones ambiguas, que motivaban una cantidad considerable de consultas. Podía ocurrir que en el primer encuentro (o en los primeros, sobre todo en las fiestas, después de haber bailado juntos o en la salida al cine) el joven intentara besar a la niña sin mayores prolegómenos. Si ella accedía, quedaba en una situación inconfortable, dependiendo en buena parte del comportamiento posterior de él, quien podía continuar la relación así iniciada o simplemente desentenderse de la chica. Eran numerosas las consultas de jovencitas que se habían dejado besar por muchachos a los que apenas conocían, y luego perdían contacto con él; o que se encontraban en la incómoda situación de no ser reconocidas públicamente como pololas, pero siendo objeto de acercamientos íntimos en privado. O peor aún, descubrían, a poco andar, que el galán ya tenía pareja oficial, quedando ellas todavía más complicadas. Por el contrario, si ella no aceptaba, podía ocurrir que él reconsiderara y le pidiera formalmente pololeo. Las

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Ritmo Nº21, op. cit.

consultantes que rechazaban los avances masculinos se podían encontrar con indignados reproches por ser poco modernas o demasiado serias. “Eres una estúpida. Si sigues con tu modo de pensar tan anticuado, te vas a quedar solterona. No debes ser tan seria; debes ser más ligera y coqueta”34, había afirmado el ofendido varón. La contradicción entre las enseñanzas de las familias, en el sentido de no aceptar intimidad física sin una relación establecida, y la presión de los muchachos por obtener ese acercamiento sin comprometerse perturbaba especialmente a las lectoras de Ritmo. De acuerdo a María Pilar una chica no debía dejarse besar el primer día en que venía conociendo al muchacho, pese a sus presiones emocionales. Ella debía asegurarse, primero, de haber recibido “pruebas suficientes de un sincero y auténtico amor”35. Hay que reconocer que esto dejaba un espacio a cierta ambigüedad normativa. Desde luego, el límite más alto estaba dado por la reserva de los besos para el pololeo, es decir, cuando ya hubiera un compromiso entre ambos y esta relación fuese pública. Pero la misma Larraín sugería iniciar el pololeo con un acercamiento íntimo que culminara con un beso, sin que mediara una declaración verbal o una petición explícita de pololeo.

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Ritmo Nº2, 1965. Pág. 14. Ritmo Nº18, 1965. Pág. 5.

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¿Cómo interpretar las intenciones del muchacho entonces? Implícitamente, Larraín remite a los controles sociales del entorno, como era el conocimiento previo entre la pareja, implicando también que pertenecían a los mismos círculos sociales. Esto era más fácil en los menos numerosos sectores de altos ingresos, o en las ciudades pequeñas y medianas, donde los ‘donjuanes’ no podían desaparecer del entorno de la joven seducida, que podía resultar finalmente parte de su red social. En el anonimato de los sectores populares de Santiago, y otras ciudades grandes, en que también las redes familiares son menos extensas, esta situación se volvía más difícil de manejar para las chicas. Estas historias nos llevan de vuelta a las normas de la masculinidad, revelando cuan instalada estaba la noción de que, al menos con las jovencitas ajenas a su entorno

geográfico o de clase, podían intentar avanzar más allá de los límites de la decencia, como prueba de su capacidad de conquista. Este era un comportamiento censurado por Larraín, que calificaba de “poco hombres” a los muchachos que habían seducido o intentado seducir a las lectoras. ¿Por qué tanta insistencia en que ellas no prodigaran sus besos? La explicación estaba en la objetivación de las mujeres: en tanto objeto a conquistar, cuanto más inalcanzable e impoluto el cuerpo y la emocionalidad de las muchachas, más valiosas eran en el mercado de las relaciones sentimentales. Larraín lo decía explícitamente: “La exclusividad aumenta el valor de las cosas36. Pongamos el ejemplo de un género de verano. Suponte que hagan 5.000 metros de un estampado, forzosamente contará mucho más barato que el género del cual en el mercado existen apenas unos pocos metros… Uno al comprar dice, ¡pero qué caro! ¿Por qué si es igual al otro? “–No es igual…, ¡este es exclusivo!... e inmediatamente el género toma un gran valor a nuestros ojos: el valor de la exclusividad. Si piensas un poco, esto rige en todo orden de cosas… hasta en las chiquillas… hasta en los besos… la triste realidad es: ¡mientras más chiquillos te besen, menos valor e importancia tendrán tus besos!37.

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Negritas del original. Ritmo Nº61, 1966. Pág. 50.

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En el crudo ejemplo llama la atención, sin embargo, que la misma Larraín evaluara esto como una “triste realidad”. Sería mucho pretender concluir que ella resentía la represión del deseo femenino, que privaba a las adolescentes de la libertad de explorar libremente su sensualidad; pero sí puede pensarse, porque aparece mencionado en otras respuestas, que no le parecía justo que esta misma pauta de autocontrol no fuera válida para los varones, que podían permitirse besar a cuantas chiquillas quisieran, sin perder prestigio, mientras ellas quedaban estigmatizadas como ‘fáciles’. Las chicas que no aceptaban los besos en las primeras citas eran serias, y cuando consultaban preocupadas por haber sido descartadas por sus pretendientes por este rechazo, recibían un fuerte apoyo de María Pilar: habían actuado correctamente, de acuerdo a sus conciencias y, a futuro, se verían premiadas porque los hombres –aunque dijeran lo contrario– preferían a las serias para compañeras en el matrimonio, culminación de todos estos ensayos que eran los pololeos.

Una muchacha seria Con frecuencia, los consultantes presentaban al objeto de sus amores como de buena familia, seria, señorita, tranquila y responsable, “los que la conocen hablan bien de ella”38,

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Ritmo Nº53, 1966. Pág.14.

queriendo dejar claro que se trataba de muchachas dignas de ser sus pololas. Larraín también consideraba que había dos tipos de muchachas, radicalmente contrapuestas: las serias (honradas) y las desprejuiciadas (ligeras, coquetas). En otras palabras, las ‘fáciles’ y las ‘difíciles’. Recomendaba fervientemente a sus lectoras ser del primer grupo ya que, aunque aparentemente habían cambiado las costumbres y los jóvenes se relacionaban con mayor libertad, todavía había diferencias entre las serias y que no lo eran, y en la carrera matrimonial las primeras eran las favoritas. Ser seria no significaba ser aburrida, matea y latera: se podía tener un carácter muy alegre y serlo. El argumento de que siendo de esa manera las chicas corrían el riesgo de quedarse solteronas era vigorosamente rebatido. Muy por el contrario, eran ellas quienes tenían reales posibilidades de casarse, porque los muchachos las respetaban, y las amaban verdaderamente, por lo cual el matrimonio estaría mucho mejor sustentado que si se había basado en la complacencia de ambos por la atracción física que sentían. “María, los sistemas han cambiado, hay más libertad, las costumbres son menos convencionales y existe más compañerismo entre los chiquillos y las chiquillas, pero todavía se puede distinguir entre una muchacha seria y una que no lo es. Y créeme, entre las dos, las serias a la larga, llevan todas las de ganar”39.

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Ritmo Nº2, 1965. Pág. 14.

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La seriedad se definía por oposición, es decir señalando lo que no hacían, como no dejarse besar, no coquetear con uno y otro; pero queda poco claro qué era lo que tenían permitido hacer. El límite podía ser frágil e, inadvertidamente, actuar como ‘ligera’, si era muy evidente el interés por algún muchacho; pero si ese no era un comportamiento permanente, podía perdonarse el error momentáneo. ¿Con quién pololear? En términos generales, las consultas dan cuenta de que las relaciones de pololeo eran entabladas con jóvenes del entorno cercano, vecinos, compañeros de colegio o trabajo, conocidos de familiares. Cómo seleccionar a el o la candidata más adecuada, dependía de la atracción sentida espontáneamente; pero luego había que afinar esa primera impresión, confirmando que esa persona no tuviera compromisos. Aunque era posible intentar atravesar esa barrera, para lo que Larraín proponía ciertas normas. Por ejemplo, si la joven aceptaba el interés del nuevo galán, el comportamiento serio era terminar previamente su relación. Mantener pololeos paralelos era censurado para hombres y mujeres por las mismas razones éticas: porque era un engaño. Pero tenía peores consecuencias para su prestigio si quien lo hacía era la muchacha, que podía pasar a la categoría de ‘fácil’ y coqueta. Larraín recomendaba no intentar acceder a jóvenes pololeando con amigos o amigas de el o la interesada. La lealtad hacia los amigos era más importante que la posibilidad de pololear con quién los había impresionado, y se podía

perder tanto el amigo como el respeto de la chica cortejada. No había problemas si el pololo de la chica era un simple conocido; o si una joven se interesaba en el amigo de un ex pololo. Pero los pololos de las amigas estaban prohibidos.

Lo adecuado: amor, respeto y firmeza Para María Pilar, el motivo fundamental para pololear era sentir amor; si faltaba este sentimiento no tenía sentido mantener la relación. La mayor parte de las respuestas a las consultas sobre problemas y dudas al interior del pololeo estaban sustentadas en discernir si la actitud de la pareja expresaba amor o desamor, o qué hacer si ellos mismos dudaban de estar enamorados. Muchos de estos problemas estaban motivados, en realidad, por la timidez de uno o de ambos; la inseguridad de las y los adolescentes, después de haber recorrido el complejo proceso de ‘pinchar’, reconocer el muto interés o haber logrado captar el interés de la otra persona, y haber expresado o recibido la expresión del deseo de pololear, era bastante frecuente respecto a qué se podía o no hacer ahora que ya estaban comprometidos. Entre las cartas, varias chicas consultaban confundidas porque el pololo no se atrevía a tomarles la mano o besarlas, o no les decía palabras románticas; un muchacho contaba que

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él no se atrevía a hacer aquello. Y dos niñas confesaban que una que no se atrevía siquiera a besarlo en la mejilla y otra a decirle palabras cariñosas. Los consejos de Larraín eran distintos por género: a las chicas con pololo tímido las invitaba a tener paciencia, e incluso congratularse de que los pololos demoraran el momento de acercamiento físico; a no exigir declaraciones verbales, porque “los hombres son por naturaleza menos románticos que las mujeres y es mejor que sea así”40, bastando con gestos y actos de cariño, de ternura y pasión. En cambio, al joven tímido lo invitaba a la acción, empezando por tomarle la mano y besarla en la mejilla; y a las chicas tímidas, confirmar si el pololo era realmente el tímido, ya que es él, y no ella, quien debe abrazar y besar; y que las palabras cariñosas irán surgiendo con el tiempo, recordando, igualmente, que la actitud es más expresiva que las palabras. Dos lectoras consultaban sobre amores a la distancia: en un pololeo por correspondencia, una temía mandarle la foto a su enamorado, y la otra preguntaba sobre esperar o no a un marino francés con el que había tenido un romance y quien había prometido escribirle. A ambas les aconsejaba confiar en la buena fe de los jóvenes, siempre que cumplieran sus promesas de escribir regularmente. En uno de los primeros números de Ritmo hubo una consulta diferente: una chica contaba que su pololo era fanático del

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Ritmo N°37, 1966. Pág. 47.

fútbol, que a ella no le gustaba, y pedía consejos para hacerlo cambiar. La respuesta fue que, si estaba enamorada, era ella quién debía cambiar e interesarse en los gustos de su compañero. No hay ninguna carta con un problema parecido de un hombre en todo el período revisado, con lo que queda claro quién debía hacer concesiones al interior del pololeo.

Lo inadecuado: inseguridades, malos tratos e infidelidad En las cartas de Conversando había numerosos casos donde las muchachas relataban tratos desconsiderados de sus parejas: ‘andaba’ con otras paralelamente; negaba el pololeo ante otros; caminaba dejándola atrás; no la visitaba; demostraba interés en algunas ocasiones y en otras no; era afectuoso solo en privado, apartándose de ella en público; se enojaba ante las demandas de ella, amenazando terminar; le prohibía usar minifalda; ocultaba información sobre su familia o trabajo. La lista era larga, revelando la presencia de abusos emocionales por parte de los varones, los que hoy reconocemos como los primeros pasos en la escalada de la violencia de género pero que, en ese tiempo, solo se entendían como ‘problemas de pareja’. Larraín era bastante enfática ante este tipo de problemas. Una cosa era aprender a compartir los intereses de los pololos que, eventualmente, podían enriquecer las vidas de ambos y aumentar el amor del joven, y otra muy distinta soportar

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actitudes o conductas masculinas que las hicieran sufrir. Para ella, el amor corría paralelo al respeto;si faltaba este, el amor se acababa. Jamás se debía soportar infidelidades “En el amor hay que ser tierna y cariñosa pero inflexible en lo que a fidelidad respecta”41, era la ruptura de una norma básica ante la cual solo quedaba terminar con el pololeo. Perdonarlo era abrir la puerta a nuevos engaños, así es que era mejor sufrir una vez alejándose de él que seguir tolerando traiciones. Además, un joven infiel era “poco hombre”, quedando descalificado como pololo. Tampoco eran aceptables las actitudes poco educadas o descomprometidas, porque revelaban falta de amor. Puesto que las normas sociales vigentes indicaban que la iniciativa en el pololeo correspondía al varón, si una chica se veía forzada a buscarlo, significaba que él no la quería. Como vimos antes, la Directora estaba totalmente en contra de aceptar avances de los muchachos sin un claro compromiso, por lo que no había que tolerar los intentos de los varones de ocultar el pololeo. Al igual que en la infidelidad, era mejor romper y sufrir que mantener una falsa situación en que igualmente ella lo pasaba mal. Hay dos consultas que merecen mención especial, porque corresponden, sin duda, a conductas de violencia de género. En la primera, una joven de 18 años contaba que a su pololo, que estaba haciendo el Servicio Militar y con el que planeaba

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Ritmo Nº58, 1966. Pág. 20. Negritas del original.

casarse, no le gustaba que usara la falda cinco centímetros arriba de la rodilla “porque encuentra que es una falta de respeto y una sinvergüenzura”42. María Pilar respondía con gran firmeza que usar mini falda era simplemente andar a la moda y que, seguramente, el pololo intentaría impedirle otras cosas, invitándola a reflexionar sobre su futuro con él: “El asunto de la falda es un detalle, pero un detalle significativo, que demuestra inseguridad de su parte y falta de confianza en ti, lo cual puede hacerte sufrir más adelante”43. La otra carta era de un varón –“Colérico”, de Linares– y Ritmo no presentaba el texto, sino solamente la respuesta de la Directora. Por medio de ella sabíamos que “Colérico” había discutido con su polola, no había sabido dominarse, se había dejado llevar por la rabia, dándole una cachetada, y ahora ella no lo quería ver más. María Pilar afirmaba que golpear a la chica no estaba justificaba bajo ninguna circunstancia, y que había actuado como un niño mal criado. Le aconsejaba que, si todavía la quería, aprendiera de su error, madurara y le demostrara que había crecido, aunque no decía cómo. Ambas consultas eran probablemente la punta del iceberg de difundidas prácticas y formas de violencia de género. Resulta interesante tanto que la revista las publicara como la claridad usada por Larraín para responder que esos comportamientos eran incorrectos e inaceptables en el pololeo.

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Ritmo Nº131, 1968. Pág. 49. Ibíd.

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Pero no solo las muchachas recibían malos tratos emocionales de sus pololos. Un joven de 16 años se quejaba de la conducta ambigua de su polola, que tras demostrar poco interés en juntarse con él y finalmente romper, ahora le escribía cartas diciéndole que lo quería, pero no le gustaba su manera de ser. Otro lector, de la misma edad, preguntaba qué hacer con su polola de 15 que no lo tomaba en cuenta cuando estaba con ella y se ponía a jugar. A ambos les recomendaba firmeza y aclarar la situación con las chicas; el primero, terminando el pololeo y luego mostrándose con otra chica delante de ella, para que reaccionara; y el segundo, exigiéndole su atención cuando estuvieran juntos, o de lo contrario, terminar la relación. Diversas cartas relataban problemas relacionados con la falta de simetría entre los pololos, ya fuera en términos de clase, educación e, incluso, estatura. Un muchacho no sabía qué hacer con su polola angustiada porque era 20 centímetros más baja; otra no se atrevía a pololear con un pretendiente más bajo que ella, porque las amigas se reían; un tercero sufría porque aparentaba menos edad que su polola. A todos ellos, María Pilar recomendaba no hacer caso de la opinión de su entorno, lo fundamental –les decía– era que estuvieran enamorados, todo lo demás no tenía importancia. Más compleja era la situación de un chico y dos muchachas que, por diversas razones, no habían completado su educación media. El varón, que se presentaba como de clase media, le había mentido a su polola, inventando estar en un curso superior, porque se sentía insignificante ya que el

padre de ella era un gran industrial; una de las muchachas, de una zona rural, no entendía lo que le hablaba su pololo capitalino y universitario; y una tercera carta mostraba a una chica que solo tenía enseñanza primaria, estaba dedicada a los quehaceres de la casa, pololeaba con un músico colérico con muchas admiradoras que no le permitía tener amigos, y solo lo veía cuando él la visitaba en casa. En estas historias se mezclaba la diferencia educacional con la clase social y el género. Tanto se complicaba el muchacho de clase y educación inferior a su polola, como eran maltratadas las chicas que pololeaban con muchachos en situación más aventajada y abusaban de sus privilegios. María Pilar criticó especialmente la pedantería del universitario santiaguino y el descompromiso y egoísmo del músico, invitando a ambas jovencitas a terminar la relación con esa persona que no las quería y a esperar por un chiquillo que las quisiera sinceramente y sin complicaciones. Al joven, en cambio, lo instaba a decirle la verdad a su polola y seguir estudiando, para estar satisfecho consigo mismo, consejo que no le dio a las dos chicas. Un caso de clase era el de una chica de 16 años que había coqueteado con un joven de 22, quien le hizo notar que él era pobre y ella no; habían pololeado, roto un par de veces, él se había ofendido y la había insultado a ella y a su padre, pero ahora ella no sabía qué hacer porque estaba enamorada, pese a que lo consideraba poca cosa. Finalmente, una niña de 14 años dudaba si seguir enamorada de su pololo de 18, que estudiaba y trabajaba como cartero, porque

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no le gustaban los carteros. A las dos Larraín las consideró caprichosas y coqueta a la primera; fustigó sus prejuicios de clase, recordándoles que ser pobre no era ser poca cosa, y valorizando al esforzado joven cartero que trabajaba y estudiaba a la vez. Otro grupo de consultas estaba relacionado con no sentir amor por la pareja. ¿Cómo apartarse de una polola a la que ya no amaba, sin desilusionarla, porque ella sí lo quería? O ¿qué hacer si el pololo reconocía no estar enamorado? En ambos casos, la recomendación de Larraín era la misma: aunque fuera inevitable el sufrimiento de las enamoradas, lo correcto era terminar con una relación en que no había un sentimiento mutuo. Y, sobre todo, ser valiente, encarar el asunto, por incómodo que fuera; lo censurable no era dejar de amar, sino tratar de escapar sin dar explicaciones, como le había ocurrido a varias consultantes, cuyos pololos habían desaparecido, aprovechando la circunstancia de hacer el Servicio Militar. Esa actitud masculina merecía la mayor censura de la Directora, cuyo consejo era olvidar a “ese chiquillo que no tuvo ni la hombría de decirte que ya no quería pololear más contigo. Da vuelta esa página de tu vida; él no merece ni un suspiro ni un pensamiento tuyo”44. En cuanto a los celos, presentes tanto en el caso de una consultante que dudaba de su pololo, como en el de una chica cuyo pololo había peleado porque malinterpretó una

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Ritmo Nº143, 1968. Pág. 48.

actitud de ella con otro chico, Larraín invitaba en ambos casos a no ser celosa y a no tener actitudes que pudieran motivar los celos, que eran el peor enemigo del amor. La infidelidad sobre todo masculina era una causa frecuente de consulta; hay un grupo de cartas de ambos sexos en que los autores están sosteniendo varios pololeos a la vez. Entre las muchachas involucradas en relaciones paralelas, dos relatan haberlo hecho porque tienen un pololo en otro lugar y ahora se les ha declarado otro en su misma ciudad; una tercera se ha dado cuenta que también le gusta un amigo de su grupo juvenil; dos más están enamoradas del pololo de una amiga. Para todas, y también para el único muchacho en caso similar, el camino recomendado por María Pilar es el mismo: romper inmediatamente con el primer pololo antes iniciar cualquier nueva relación y, bajo ningún concepto, destruir el pololeo de sus amigas. Aun chico de 15 años, que le cuenta de su pololeo y de tres jovencitas más que le gustan, le recomienda terminar amablemente con su polola oficial, ser solamente amigo de las otras tres, y dejar pasar el tiempo, porque a su edad no vale la pena pololear en serio. A partir de las cartas podemos ver la complejidad que presentaban estas modernas formas de relación entre adolescentes, ya que las normas eran más permisivas de lo que habían sido para sus padres, y los límites se estaban redefiniendo en la misma práctica. De ahí que tuviera mucho sentido el criterio general y moderadamente pedagógico

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de María Pilar, al dar parámetros morales para que no solo los corresponsales, sino todos y todas las lectoras sacaran conclusiones para sus propias experiencias. Es igualmente visible que estas consultas no se atrevían a hacérselas a sus padres, y a veces ni siquiera a otros parientes o amistades. Dice mucho respecto a lo que se consideraba correcto en el diálogo con los padres, pero también de que los mismos jóvenes no confiaban tanto en el criterio de personas a las que percibían como poco modernas, a diferencia de María Pilar, que, siendo una mujer adulta, aparecía con una imagen juvenil y comprensiva.

La relación con las familias: difícil, muy difícil Como bien señalaban las redactoras de Ritmo, las costumbres habían cambiado, aparentemente eran menos convencionales, había más libertad, y existía más compañerismo entre los chiquillos y las chiquillas. Muchos, incluso, opinaban que las mujeres y los hombres debían actuar libremente; pero todavía había ciertas cosas fundamentales que no cambiaban. Una de ellas eran las diferencias de género en las relaciones afectivas y otra, tan importante y fuerte como esa, era el papel de las familias en las decisiones al respecto. En los años 60, una de las libertades ganadas por los y las jóvenes era la posibilidad de elegir por sí mismos/as sus

parejas, aún cuando estaba implícito que dentro de los círculos sociales aceptables para las familias. Pero estos círculos se habían vuelto demasiado amplios y laxos en las grandes ciudades como para que el control parental fuera realmente efectivo. Chicos y chicas podían contactar en sus colegios, por medio de sus compañeros, a personas totalmente desconocidas para sus familias. La participación en clubes juveniles, ligados a la iglesia Católica o no, ampliaban la sociabilidad de los adolescentes con cierto grado de control, en la medida que eran asociaciones formales, generalmente conducidas por adultos. Pero estaba sobre todo la calle, los amplios espacios públicos –locales de baile, plazas, cines– donde chicos y chicas se conocían sin la mirada vigilante del mundo adulto, lo que representaba un riesgo permanente para los padres de hijas mujeres, ya que los varones contaban, como era tradicional, con mayores libertades. La mayoría de los padres intentaba ejercer cierto control sobre las elecciones afectivas de sus hijos, mayor sobre las mujeres, desde luego. Las cartas de Conversando muestran bastante diversidad de actitudes parentales: desde aquellos que permitían pololeos desde edades tempranas, hasta quienes los prohibían sin más explicación incluso pasados los 18 años. Sabemos que estas pautas eran diferentes por estrato social, que eran más exclusivas en las clases altas, en la definición de con quién se podía pololear; pero más estrictas en los sectores populares, que limitaban más la posibilidad de pololear y los desplazamientos de las hijas.

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En todo caso, la costumbre de que el varón pidiese permiso al padre de la joven para iniciar la relación parecía haber desaparecido. El permiso para pololear de los padres era más genérico, ante la posibilidad abierta de que la joven entablase relaciones, más que para vincularse con un joven determinado, aunque muchos padres demandaban la presentación del candidato para confirmar el permiso. Por lo tanto, discernir si aceptar o no las proposiciones masculinas estaba ahora en manos de las adolescentes. Eran frecuentes las cartas de adolescentes contando que sus padres no les permitían pololear, pese a lo cual lo hacían a escondidas. La mayoría eran cartas de lectoras, o de varones cuya polola no obtenía el permiso familiar; hay solo una carta de un chico de 16 años, a quien su madre le prohibía pololear. Casi todas y todos se sentía muy mal por pololear a sin permiso, ya que eso las obligaba a verse a escondidas con sus parejas, limitando los encuentros. Demostrativo del autoritarismo de los padres era que en varios casos no explicaban el motivo de la negativa –o al menos la consultante no lo indicaba– y, generalmente, involucraba también la prohibición de salir de la casa. En un caso, la razón de los padres para oponerse era la diferencia de edad entre una chica de 14 y un joven de 1945. Igualmente mostraba lo habitual que era la trasgresión: las muchachas, a pesar de las estrictas normas familiares, en casi

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Ritmo Nº11, 1966. Pág. 5.

todas las consultas de este tipo ya se habían involucrado en relaciones amorosas con vecinos o con muchachos que acababan de conocer; a veces por largo tiempo, como un joven que llevaba tres años de relación sin que los padres de la polola se enterasen. En algunos casos, contaban con el permiso solamente de la mamá pero con la negativa del padre. Las chicas aprovechaban cualquier resquicio para romper el cerco de prohibiciones: verse cuando salían los padres y quedaba sola con la empleada, escaparse a la casa del lado, llamarlo solamente ella por teléfono. El caso más dramático era relatado por un muchacho que pololeaba con una chica cuyo hermano, al volver del Servicio Militar, le prohibió pololear y lo había golpeado; él sospechaba que también maltrataba a su polola, porque los padres de ella se negaban a recibirlo. En sus respuestas, María Pilar primero establecía como norma general la absoluta inconveniencia de hacer algo a escondidas, porque eso era el comienzo de “una cadena sin fin de mentiras e hipocresías y por último, al sentirse ante los padres con la conciencia mala, ya ni siquiera produce alegría el corto rato que están con su pololo”46. Luego, se remitía a cada caso particular, tratando de conocer las razones aducidas por los padres para no dar permiso, y sugiriendo el temor a que descuidaran sus estudios o porque el chico no les gustaba. Su

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Ritmo Nº9, 1965. Pág. 5.

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actitud era de apoyo a las consultantes, sobre todo cuando la mamá estaba enterada, o cuando se definían como personas serias, invitándolas a salir de la incómoda situación hablando con sus padres, demostrando con esa misma conversación su madurez para enfrentar los problemas. Ella suponía que los padres reaccionarían positivamente, puesto que querían lo mejor para sus hijos; y las prevenía no solo contra su mala conciencia, sino también porque estaban arriesgando su prestigio de muchachas serias. En esos encuentros a escondidas la tentación de avanzar en el aspecto físico de la relación era mucho más fuerte que en un pololeo a la luz del día, promovidos por María Pilar.

Pasando la barrera de la intimidad El fantasma que recorría todas estas conversaciones, nunca nombrado y siempre rondando entre una y otra carta, era el del sexo. Porque, en definitiva, lo que diferenciaba el amor de otros sentimientos, como la amistad y como muy bien lo argumentaba María Pilar Larraín, era el componente erótico. Pero las normas sociales de la época indicaban que el ejercicio de la sexualidad debía limitarse al matrimonio entre un hombre y una mujer. La actitud de muchas jóvenes ante el sexo era de temor y rechazo, como estaba implícito en las numerosas cartas sobre el enamoramiento revisadas para este estudio, en que

defendían un concepto de amor puro, sin el componente de atracción física. En una carta publicada en mayo de 1968, Ritmo se permite ser más abierto. La consultante exponía que sus padres, desgraciadamente, no le habían explicado “temas esenciales que uno debe saber como mujer”47, y su pololo desde hacía cinco años había tenido que informarla de a poco y sin ofenderla. Manifestaba querer casarse, pero tenía un pánico atroz, mayor que el normal en otras muchachas, ya que incluía el miedo a morir si tenía un hijo. La respuesta de Larraín fue evasiva ante el evidente temor de la joven a la relación sexual, y apuntó más al miedo a quedar encinta, en una de las respuestas más católicas y moralizantes de todo el registro: ser madre era perfectamente natural, incluso algunas se arriesgaban pese a la advertencia médica; no había por qué suponer que iba a morir, “y por último si realmente llegas a morirte… bueno será la voluntad de Dios, o tu destino o como lo desees llamar”48. Incluso, cuestionó el enamoramiento de la muchacha por su novio, porque “cuando uno lo está no le tiene terror ni al matrimonio, ni mucho menos a tener hijos”49. Dos elementos aparecen aquí: por un lado, la fuerza del mandato de la maternidad –marcado, sin duda, por su propia situación de infertilidad– que obligaba a tener hijos arriesgando la vida, incluso contra la opinión médica. Y por otra, la tendencia de la revista a normalizar, de restarle

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gravedad al problema de la consultante cuando, a la fecha en Chile, el conocimiento médico y sicológico podía sugerir otra cosa. El comportamiento sexual de los y las chilenos, medido por sus consecuencias reproductivas, se había encauzado en esos años dentro de las uniones legales en una proporción mayor de lo que históricamente había caracterizado a la sociedad chilena. Gracias sobre todo a las políticas públicas familistas de los 30 años y cierta tolerancia hacia las prácticas abortivas que, en los años 40, 50 y todavía en los 60, constituían en la práctica el método de control de natalidad más usado, asociado a una altísima mortalidad materna.

De todos modos, a pesar de la censura y el ostracismo social hacia las madres solteras y sus hijos ‘huachos’, un 15% de los nacimientos ocurrían fuera del matrimonio, cifra nada despreciable, pero distribuida de manera desigual por sector social, siendo mucho más frecuente entre los más pobres.

Tal como las muchachas ‘serias’ debían contener su comportamiento cuando se hacía evidente la tentación producida por el acercamiento erótico con sus pololos, un muchacho serio, un verdadero hombre, en opinión de Larraín, tenía que respetar a su pareja y controlar sus deseos. Pero la masculinidad tenía una doble moral, tanto era ‘verdadero hombre’ aquel que no mancillaba a su polola, como el que aprovechaba cualquier oportunidad para ejercer su masculinidad con otras muchachas, siempre que hubiera condiciones sociales para poder desentenderse de las consecuencias reproductivas de su conducta. Es decir, que la familia de la chica, si es que la tenía, no tuviera influencia social como para exigir un matrimonio indeseado. Aunque María Pilar criticaba esta doble moral, sabía que este discurso seguía validado en las prácticas juveniles de la época: “Es curioso el errado concepto que se tiene de ser ‘bien hombre’. La mayoría cree que significa hacer muchas conquistas, engañar a las muchachas enamoradas y aprovecharse de su ingenuidad, pero la verdad es otra un hombre ‘bien hombre’, es aquel capaz de mantener su palabra, de ser leal con sus amigos, de decir las cosas tal como son y frente a frente, y sobre todo, respetar a la mujer que quiere. Yo sé que es difícil encontrar un hombre así, pero cuando aparece, vale la pena haberlo esperado”50. Junto con el buen comportamiento de las y los muchachos ‘serios’, cuya seriedad orillaba a algunos al miedo al sexo,

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Ritmo Nº10, 1965. Pág. 5.

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había muchos otros que se atrevían a cruzar la barrera de la intimidad con sus parejas estables, como lo mostraban varias consultas sobre el tema recibidas en Conversando. Allí estaban concretados los peores temores de los padres que prohibían la salida a la calle de sus hijas adolescentes, excepto para ir a estudiar, y de los que concedían el permiso para poder mantener un mejor control sobre las actividades cotidianas de las parejas adolescentes. El problema era introducido por las lectoras como ‘la prueba de amor’. “Me entregué” o “fui suya”, eran otras formas de informar que habían tenido relaciones sexuales sin ser explícitas y poniendo siempre el deseo en el hombre. El relato es el mismo en todos los casos: luego de un tiempo de pololeo, en que las caricias iban aumentando de grado, el muchacho explicitaba su demanda de tener acceso carnal a su polola. Desde luego, no era en frío, sino en momentos de intimidad física, en que su sufrimiento por no poder concretar el coito fuera visible. Las que habían cedido al chantaje emocional se manifestaban completamente arrepentidas y angustiadas; peor aún, el pololo de una de ellas reaccionó desvalorizándola, diciéndole que estaba manchada para toda la vida. Pero las que habían rechazado la demanda masculina, si bien estaban seguras de haber actuado correctamente, estaban asustadas porque el pololo despechado había roto con ellas y las había amenazado con que se quedarían solteronas. Sin embargo, a veces él volvía, precisamente porque valorizaba que era una chica realmente ‘seria’.

Hay dos cartas de varones aproblemados por haber puesto a sus parejas en una situación comprometida. El primero contaba que su polola, de 17 años, se enamoró de él y nunca le negó nada, a consecuencia de lo cual ahora los padres de ella le exigían matrimonio inmediato. Aunque no lo decía, era imaginable que la chica estaba encinta, de ahí la prisa, provocando la angustia del consultante que quería primero terminar sus estudios. El otro protestaba que haberse dejado llevar por la pasión, como le había ocurrido, no significaba falta de respeto o amor, aunque estaba muy arrepentido y avergonzado. En las respuestas de María Pilar cabe destacar, como decíamos, su actitud positiva y tolerante con las jóvenes que se habían entregado, puesto que reconocían su error y estaban arrepentidas. Lo importante era no reincidir, sino aprender de sus errores, sobre todo porque el mal paso no había tenido consecuencias irreparables, como era la preñez. Sugiere elegantemente la pérdida de la virginidad: “desbaratar en un instante de arrebato algo importante y hermoso”51, que todavía tenía un peso simbólico importante, valorando más el continuo comportamiento correcto. Expresaba su comprensión ante las mayores oportunidades y libertades con que contaban los jóvenes, que los exponía a caer en la tentación de los cariños exagerados, hablando de la atracción mutua como la causa de la caída, no solo el deseo o la presión

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Ritmo Nº68, 1966. Pág. 43.

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masculina. Por lo mismo, las chicas que habían rechazado los avances de sus pololos no debían temer quedarse solteronas, muy por el contrario, demostraban que eran serias y dignas de ser amadas. Sin duda las relaciones sexuales en el pololeo eran inaceptables, atentaban contra la dignidad de la niña y arriesgaban echar a perder toda su vida futura, como le estaba ocurriendo al muchacho que debía interrumpir sus estudios para contraer un matrimonio, por lo menos para él, sin amor. A la joven le podía ocurrir algo peor, que ni siquiera se nombraba: tener un hijo siendo soltera. No hay ninguna consulta en ese caso en el período revisado, aunque Luz María Vargas, en la entrevista antes mencionada, menciona que sí habían recibido cartas de muchachas encintas. Lo dramático de la maternidad en soltería se puede percibir en las cartas de algunas chicas que eran hijas ilegítimas52: una lo consideraba una gran vergüenza y causa de infelicidad, y otra, aunque era feliz con su madre, había tenido problemas con sus compañeras y temía asistir a fiestas. En octubre de 1968, Ritmo publicó una carta que, por primera vez, asumía que la venta libre en las farmacias chilenas de píldoras anticonceptivas ya estaba instalada en el país hacía seis años, alterando completamente el contexto de las relaciones sexuales fuera del matrimonio,

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Ritmo Nº150, 1968. Pág. 43; Ritmo Nº214, 1969. Pág. 66.

o prematrimoniales, como se fraseaba ingenuamente. Sin duda, fue una decisión de la revista publicar esta carta y su respuesta, de modo de dar a conocer su posición. Dos chicas de 18 años, todas pololeando, contaban que una tercera amiga había decidido “ser” de su chiquillo y tomar la píldora. Observaban que, mientras ellas seguían pensando que era malo y peligroso para la salud, su amiga se veía incluso más feliz, y preguntaban a María Pilar “¿Por qué no podemos ser más felices nosotras?”53. Larraín las felicitaba por su franqueza y afirmaba que este era un problema grave, porque “la píldora ha cambiado mucho la vida de la mujer actual. Su miedo al embarazo ha desaparecido y, tristemente, pareciera que cualquier otro problema moral ya no existe”54. Ante el tema, definía muy bien quién era ella: “No soy mojigata, ni anticuada, y creo comprender los problemas actuales. Además soy una mujer casada muy feliz en mi matrimonio y aunque lamentablemente no tengo hijos, me siento completamente realizada como mujer”55. Quedando en claro esto, sostenía que si fuera soltera no tomaría la píldora (aunque su infertilidad la hacía redundante) porque la unión de hombre y mujer para ser perfecta no debía ser a escondidas ni antes de tiempo. Es decir, suponía que las relaciones sexuales entre dos personas solteras eran necesariamente ocultas “y con nerviosismo”, sintiendo que

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Ritmo Nº161, 1968. Pág. 48. Ibíd. Ibíd. Pág. 49.

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hacían algo malo. Además, adelantaban algo cuyo tiempo exacto era posterior, es decir, dentro del matrimonio. “El único amor que hace plenamente feliz y el que convierte verdaderamente en mujer, es aquel que es íntegro, completo, total 56 y para ese amor es necesario vivir con la persona que uno quiere… desear tener sus hijos… dormir en sus brazos toda la noche…”57, condiciones que para ella solo se daban dentro de la unión legal (y religiosa). Y en una posdata agregaba que, por si no bastase el argumento moral, “la píldora tomada sin receta médica puede producir graves trastornos que cualquier médico les puede explicar”58.

El sagrado matrimonio El futuro normal de todos los lectores, se suponía, era el matrimonio, etapa superior del pololeo que involucraba sus mismos requisitos pero más profundos y fuertes: amor, respeto y comprensión. La visión de Larraín fue explicitada al responder a una lectora casada, de 21 años, que en 1966 contaba que no era feliz, aunque su marido era bueno. María Pilar le explicaba que cuando decía que el matrimonio era maravilloso, no quería decir que fuese fácil; era necesario “mucho trabajo, voluntad, cariño, dejar pasar cosas sin importancia, pero ser inflexible en las cosas fundamentales,

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Negritas del original. Ritmo Nº161, 1968. Pág. 49. Ibíd.

y esto debe ser desde el primer momento”59. El matrimonio no era un cuento de hadas, sino algo real y por lo mismo, mejor. Y ponía el éxito de la unión en manos de la joven: “es tarea… muy estimulante y entretenida, porque requiere de toda la habilidad, ternura, intuición, perseverancia y personalidad que pueda tener una mujer; y si triunfa, comprenderá que todo el esfuerzo y trabajo (especialmente en los primeros años) ¡bien valía la pena!”60. Sobre las jerarquías de género dentro de la unión conyugal, a fines de 1968, ante la pregunta desafiante de un lector sobre quién debía dominar para que un matrimonio fuera feliz, responde: “¡El hombre! Una mujer debe saber elegir a un hombre que considere superior en inteligencia y personalidad, o sea escoger al marido por el cual quiere ser dominada (o si dominada suena muy anticuado, digamos ‘dirigida’)”61. La presión familiar para casarse con determinado candidato estaba representada en varias cartas de muchachas que no se sentían enamoradas de sus novios, generalmente varios años mayores que ellas, pero habían aceptado el compromiso a instancias de sus familias, porque tenía buena situación (un negocio y todo): uno era agricultor, muy trabajador, tenía las cualidades de un hombre responsable y bueno; otro era un buen chiquillo y le convenía. Algunas habían conocido a otro

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Ritmo Nº62, 1966. Pág. 39. Negritas del original. Ibíd. Ritmo Nº174, 1968. Pág. 42.

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joven y se habían enamorado, pero no se atrevían a romper el compromiso previo. Una situación diversa tenía una chica que perdía a sus pololos porque resentían la presión de su familia para que se comprometiera. Estas historias eran reveladoras de la autoridad que todavía ejercían los padres sobre las hijas, manipulándolas para aceptar un novio (“en casa me aconsejaron que era un buen muchacho y sufría mucho ya que era muy orgullosa”62). Muchas familias entendían que el futuro de sus hijas mujeres dependía exclusivamente de hacer un buen matrimonio, y ponían todos sus esfuerzos en asegurar que se uniera a un candidato con buenos antecedentes como proveedor. Ante este modelo tradicional, Larraín respondía desde la modernidad. El matrimonio se sustentaba en el amor y, si faltaba este sentimiento, la buena situación del novio no lo reemplazaba. El amor podía no ser suficiente, ya que las condiciones materiales importaban, pero era imprescindible. “Si comienzas tu vida de casada sin amor, es como partir en un avión que lleva un motor malo”63. Tenían que hablar con sus padres y darles a conocer su sentir, confiando en que comprenderían y la apoyarían en romper el noviazgo, para quedar libres y accesibles al verdadero amor; ser capaces de defender su opción, porque de eso dependía su felicidad futura.

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Ritmo Nº102, 1967. Pág. 59. Ritmo Nº102, 1967. Pág. 59.

Considerando el valor que tenía el matrimonio para Ritmo y para la sociedad chilena de la época, era llamativa la continuidad con que, en el período revisado, publicaron cartas de jovencitas enamoradas de hombres casados. De ellas, cuatro (dos de16 y 17 años) habían recibido propuestas pero las habían rechazado, a pesar de estar enamoradas, y sufrían por eso. Las otras tres (todas de 1969) ya estaban involucradas en una situación que les producía desesperación e intranquilidad. Solo dos ignoraban que su galán tenía compromisos antes de enamorarse de ellas; las otras lo hacían a sabiendas. Reconocía que iban contra la moral vigente, pero se justificaban en la fuerza de su sentimiento. Una, incluso, estaba considerando entregarse ante las insistentes demandas del pololo. Las cartas reflejaban también su obvia contraparte: esta conducta en hombres casados no era poco común, escudándose generalmente en la lejanía o mal carácter de la esposa. La reacción de María Pilar era clara e intransigente. A cada una de ellas le dice que aceptar relacionarse con casados atentaba, en primer lugar, contra la propiedad. Luego, debían ponerse en el lugar de la esposa a quien destruía su hogar. Nunca podrían ser felices ocultándose. Echarían a perder su futuro y destruirían su autoestima. Por supuesto, aceptar entregarse a él era el peor de los errores, porque si dar la prueba de amor a un soltero era arriesgar su futuro, tratándose de un hombre casado que nunca podría hacerse responsable de las consecuencias era arruinarlo definitivamente.

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Era imprescindible que, si eran muchachas dignas, valientes, inteligentes, modernas, pero serias, que todavía conocían lo que eran los sentimientos, el respeto, terminaran esa aventura de inmediato, aunque sufrieran, y confiar en que ya encontrarían un hombre soltero que las hiciera feliz, el verdadero amor. Era más enfática aún con aquellas que ya estaban involucradas, conminándolas a tener fuerza de voluntad para luchar contra sus sentimientos y anteponer la rectitud y la dignidad, recordándoles que si escribían era porque sabían que actuaban mal.

Problemas personales Reconociendo los aspectos señalados por la argentina Piccini, (demanda particular y respuesta genérica, el carácter normalizador de la respuesta que, frente a una demanda original, ofrece una solución estereotipada; y la puesta entre paréntesis de los rasgos que pueden identificar al lector, como edad, extracción social, oficio o profesión, grado de educación, etcétera) vale la pena profundizar en ellos. Respecto a la falta de rasgos identificatorios de los/as lectores/as, podría decirse más bien que la revista trataba de descontextualizarlos; es decir, muchas veces conservaban rasgos personales, como la edad que, incluso, era el dato del que partía la respuesta para generalizar “las niñas de tu edad”, y omitía la diferencia de clase para exacerbar otras semejanzas cuando relataba que ella “a esa edad pensaba lo mismo que tú”

o los gustos personales (sobre todo en relación con los ídolos) o la mayor o menor sensibilidad. Lo omitido eran todos los datos que permitirían conectar el problema planteado con la estructura social: las ocupaciones de los padres, el barrio donde vivían, el colegio al que asistían, la composición de la familia, las condiciones materiales de los hogares. Si en la carta original los consultantes planteaban la relación entre sus problemas personales y sus condiciones sociales, en la correspondencia editada –seguramente– soslayaba las especificaciones: el lector externo a la carta no se enteraba de los dramas familiares que habían orillado a una lectora a un intento de suicidio; ni de los problemas económicos que llevaron a una chica a abandonar sus estudios y a trabajar en un empleo que la aburría y frustraba; o de por qué una muchacha carecía de vestidos comparables a los de sus amigas; ni de las dificultades que hacían que otra se quejara de la vida; o del origen de la falta de afecto de los padres de aquella. Los conflictos y dificultades eran presentados y entendidos siempre como personales, a tal punto que el núcleo central de las respuestas siempre apuntaba a un necesario cambio de actitud de quienes escribían. Las respuestas eran, efectivamente, estereotipadas y normalizadoras. Una vez que la consulta expuesta había sido privada de su entramado social, los consejos remitían a la responsabilidad individual. La sociedad o la familia eran escenarios naturalizados; la primera jamás era nombrada, la realidad social era aludida mediante el uso de eufemismos como “el mundo”, o “la vida”.

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Notablemente, aparecían valoraciones contradictorias sobre este elemento externo a los individuos consultantes. Tanto les decía que el mundo era prodigioso y que la existencia estaba bien hecha, como admitía que la vida era injusta y dependía de la lucha y el esfuerzo de los jóvenes alcanzar las metas propuestas (sobre todo, ser felices y triunfar). La solución dialéctica era que la vida estaba compuesta de problemas, fracasos, malos momentos porque, de otro modo, sería aburrida y sin color: la maravilla de la vida era su imperfección. Y no era tarea de las y los muchachos intervenir en el tejido social para hacerla más justa, sino trabajar en su propio cambio interior para convertirse en las personalidades más ajustadas a su medio social, y desde ahí irradiar alegría y afecto por los demás. A todos los lectores que contaban su infelicidad personal los invitaba no a cambiar el mundo, sino a cambiarse ellos mismos. A las chicas les proponía ciertos elementos clave: ser natural, franca, escuchar, interesarse, no criticar, alentar a los demás, ser cariñosa, interesarse realmente por la gente y las cosas que te rodean. Sobre todo, ser alegre. Desde luego, hay una contradicción entre alegría y naturalidad, como se aprecia en el caso de aquella joven de 22 años que, siendo observadora y tímida, trataba de parecer alegre ante los demás. ¿Qué hacer si no lo era naturalmente, o si la existencia que llevaba no justificaba esa actitud? “La felicidad la llevamos dentro de nosotros mismos. Ser feliz es: vitalidad, optimismo, sentido de humor, es saber dar a las cosas valor exacto, es mantener la verdadera amistad, es poder cantar,

es aprender a dar gracias a Dios por todo lo bueno, es perdonar sin rencor, es alabar el éxito ajeno; es saber convivir; es no sentirse ni demasiado bueno ni demasiado malo, es en suma no fingir lo que uno no es, y sacar provecho de lo que tenemos sin entrar a comparar con lo que tienen los demás. No le tengas miedo a la vida”64. Era responsabilidad de cada joven, entonces, esforzarse por ser feliz o adecuarse a las expectativas sociales. Cuando indica que el encanto, es decir, la capacidad de ser atractivos/as a los demás, era innato, al mismo tiempo decía que era posible desarrollarlo con tenacidad y esfuerzo. Con un fuerte trabajo espiritual y físico, mejorando disciplinadamente el cuerpo y la vestimenta (salud y belleza, juventud y belleza) de acuerdo a los modelos sociales que la revista entregaba, era factible triunfar en la vida, ser querido/a por todos y encontrar un pololo o polola. Cuando la causa de la infelicidad era material y concreta de modo irrefutable, como lo que sucedía a los consultantes con características físicas poco agraciadas, los invitaba a “no acomplejarse”, primero que todo. Las secuelas de polio, la fealdad, la obesidad, la baja estatura o la falta de busto no constituían problemas en sí mismos, sino la mala actitud de quien los sobrellevaba, al creer que “solo ellos tienen problemas”. Las particularidades individuales no eran reconocidas, sino subsumidas en una supuesta igualdad,

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Ritmo Nº71, 1967. Pág. 41.

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donde solo sobresalía la superioridad moral de quienes, haciendo caso omiso del posible estigma social, eran alegres y querían a sus semejantes siendo, en consecuencia, amados por ellos. Para quienes sugerían que sus problemas provenían de un orden social injusto, en el que habían tenido menos oportunidades que otros, la sanción moral era más fuerte. No debían ser envidiosos, compararse con los demás, ni menos culpar a la gente o a la sociedad. Todo dependía de ellos mismo, de trabajar incansable y esforzadamente. Si la injusticia ocurría dentro de la familia y los jóvenes se sentían controlados, limitados o poco queridos por sus padres, el argumento era refutado, volviéndolo contra los propios muchachos. Es que ellos no sabían comunicarse con sus padres, o con su irresponsabilidad habían causado la falta de confianza de los progenitores. Si la sociedad no podía ser cambiada, la familia no podía siquiera ser problematizada: los padres siempre querían lo mejor para sus hijos e hijas. A la inmutabilidad del orden social (desigualdad social naturalizada) era agregada la ficción de la igualdad: todos/as tenían los mismos problemas, o similares: si una chiquilla era tímida, la forma de superarlo era recordar que los hombres también lo eran. El mayor ejemplo de esta ficción aparece cuando la misma María Pilar se proponía como partícipe de los problemas que sus acongojadas lectoras le planteaban. En sus años de adolescencia había sido tímida, desmañada, poco querida, demasiado alta, demasiado delgada.

Con total ahistoricidad, a contrapelo del reconocimiento de que los jóvenes de los 60 vivían en una situación de profundo cambio, lo que motivaba precisamente la aparición de la revista, comparaba sus propias vivencias juveniles, ocurridas en los años 40, con las de sus lectores. Todas y todos fuimos patitos feos, decía, y con nuestro esfuerzo, tesón y amor a los demás nos hemos transformados en magníficos cisnes. Fuera de la argumentación quedaba el privilegiado origen social de la redactora, que la proveyó de los capitales culturales y sociales que le permitieron, sin duda con trabajo y dedicación, darse a conocer en el medio artístico, tener un programa de radio y ser la directora de la revista.

El drama generacional Las consultas sobre las relaciones con los padres fueron, en su mayoría, de chicas, aunque algunos pocos varones también los plantearon; las edades de ambos fluctuaban entre los 12 y los 19 años.. Daban cuenta de composiciones familiares diversas: madres casadas dos veces, madres solteras o viudas, padres separados. Los problemas descritos informaban de las tensiones que ocurrían dentro de las familias en la época. Un grupo consultaba por las diferencias entre sus expectativas de autonomía y afecto y las actitudes parentales controladoras y desapegadas. A una joven de 16 años, residente en una comuna de la capital de sectores populares, la mamá no la

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dejaba tener amigos varones porque la gente podía hablar; desde un pueblo minero del norte grande de Chile un chico resentía que su padre se enojara y le respondiera mal cuando le pedía ayuda para las tareas escolares; una muchacha de 16 quería que su madre –viuda de 58 años– fuera más cercana; un hijo único de 18 años protestaba porque sus padres no lo dejaban salir ni tener amigos; una niña de 12 se sentía descuidada por sus padres y abuela desde que había nacido su hermano de un año y, además, le prohibían tener amigos; y otra de 13 consideraba que sus padres no la querían y preferían a su hermana de 14. Una liceana de 15 años también del norte del país quería dejar de estudiar en tercero humanidades pero sus padres no lo aceptaban; una chica de 14 años de una ciudad del sur criticaba a su madre que deseando que le contara todo sobre su vida, había reaccionado mal cuando supo por medio de una amiga que le gustaba un chiquillo. María Pilar era comprensiva hacia los deseos de los adolescentes de salir y tener amigos, como era normal a su edad, y a veces se dirigía a los padres para que aceptaran que sus hijos e hijas se enfrentaran a sus propios problemas y alegrías, cometieran errores y recogieran su propia experiencia en la vida. Esa era la realidad de los tiempos actuales. Si querían protegerlos, debían apoyarlos en sus ganas de participar en actividades fuera del hogar, no obligarlos a actuar a escondidas, y confiar en que los habían educado bien por lo cual se comportarían correctamente. Asimismo, sostenía que los padres querían lo mejor para sus hijos, de modo que la solución era conversar calmadamente

con ellos para entender las razones por las que limitaban su sociabilidad, y darles a conocer sus necesidades. A los que se sentían poco queridos, los invitaba a comprender que los padres no eran perfectos, sino seres humanos con cualidades y defectos. Dependía de ellos hablar con sus padres, expresarles sus necesidades de afecto, analizar su propio comportamiento, no ser celosos ni amargados y conquistarlos siendo cariñosos, para hacerse querer por ellos. Esas conversaciones eran ejemplificadas con diálogos para que los lectores pudieran argumentar, pidiéndoles a sus padres que se pusieran en su lugar, comprendieran que ya no eran niños y debían tratarlos de otra manera, dándose cuenta que eran personas distintas a ellos. El único caso en que le encontró la razón a los padres fue en el de la chica que quería dejar de estudiar a los 15 años, explicándole que sus oportunidades de trabajo serían mucho mejores si terminaba sus ‘humanidades’65, y que si no aprovechaba la oportunidad de adquirir más conocimientos y cultura lo lamentaría en el futuro. Otro grupo de jóvenes estaba angustiado por la relación entre sus padres. Ya han sido mencionadas las consultas –en 1968 y 1969– de dos hijas nacidas fuera del matrimonio; ambas se referían al hecho como un terrible problema, que les había traído complicaciones. La primera temía que, aunque su novio había reaccionado bien al saberlo, algún

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Equivalente de la época a finalizar la enseñanza Media.

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día se lo echara en cara. La otra deseaba conocer a su padre, pero su madre se negaba presionándola emocionalmente: “¿acaso yo no te basto, no tienes todo lo que deseas?”66;pero decía saber que su padre siempre había sido bueno con ella, evidenciando sus dudas sobre la actitud materna. Larraín llamaba a las dos a desdramatizar su situación y no apenar a sus madres, porque muchos chiquillos y chiquillas en el mismo caso afrontaban la vida con mucho optimismo; a la primera le afirmaba que la única persona que debería sufrir era el padre abandonador; a la segunda, le aseguraba que si cambiaba, la madre estaría mejor dispuesta a informarla sobre su padre. Los padres de otros lectores estaban separados o a punto de hacerlo. También aludían a ese hecho como una tragedia, que les había producido gran amargura, sufrimiento, desesperación. Larraín declaraba comprender sus necesidades emocionales que los llevaban a sufrir si sus padres estaban viviendo una situación crítica. Describía la separación como una mala suerte que sus protagonistas no pudieron evitar y les producía mucho dolor. Por eso mismo, invitaba a sus lectores a ser especialmente cariñosos con ambos, ayudando a crear un ambiente de afecto que, a lo mejor, contribuía a solucionar positivamente el problema. Y, sobre todo, no dejar que esta situación triste destruyera la felicidad de sus futuros hogares y la fe en los matrimonios unidos.

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Ritmo Nº214, 1969. Pág. 66.

La visión sobre la familia que da siempre la Directora era, sobre todo, normalizadora. Los padres querían a sus hijos, se querían entre ellos, y los conflictos eran propios de los cambios que se estaban viviendo en un mundo en que las normas tradicionales de control hacia los hijos adolescentes, a medio camino entre niños que debían ser controlados y adultos autónomos, ya no se podían sostener. En ese sentido, era muy generalizadora, sin atender a las especificidades, por ejemplo, de una joven probablemente pobladora; o de ese chico nortino, lo más seguro, hijo de un minero. Considerando lo que sabemos sobre el autoritarismo y las dificultades cotidianas en las relaciones familiares en los sectores populares, seguramente no les iba a ser muy fácil conseguir la comunicación con sus padres que sugería. Destaca, en todo caso, la modernidad de Larraín, para quién los errores de los padres no tenían por qué caer sobre sus hijos; muy por el contrario, los hijos debían comprender y sobreponerse. Dos de los lectores mencionan el apoyo emocional que había significado Ritmo y especialmente ella en su triste situación.

¿Y si quiero ser artista? Las consultas relativas a la posibilidad de llegar a ser cantantes, compositores, artistas de fotonovela o simplemente ser famosas/os y destacarse, además de ser numerosas, eran muy parecidas entre ellas. Generalmente eran chicos o chicas

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tanto de provincias como de la capital, que creían tener condiciones artísticas; pero carecían de toda experiencia de presentaciones en público; a algunos, sus padres no les daban permiso siquiera para intentarlo. Los mismos términos de sus cartas mostraban que no tenían tampoco nociones de qué tipo de preparación necesitaban o qué tipo de trabajo implicaba y menos a dónde dirigirse. Solo una joven de 21 años había cantado en la radio, pero no había seguido la carrera y quería retomarla. A todos María Pilar los invitaba, primero, a terminar sus estudios “como era su obligación”67 y luego aplicarse en lo que querían hacer, tomar clases de guitarra y, si todavía querían intentar una carrera artística, lo hicieran sabiendo que “requiere mucho trabajo, mucho esfuerzo, muchas desilusiones y es imprescindible tener una sólida personalidad”68. Pero en octubre de 1967 hubo un cambio y, aunque mantenía la necesidad de terminar los estudios, empezó también a dar instrucciones más precisas de cómo grabar y llevar las cintas a las radios y sellos grabadores, presentarle sus temas a cantantes conocidos, apoyarlos para que participaran en concursos de nuevas voces; pero insistiendo en que trabajaran en la afinación y dicción, y en no imitar a ningún cantante. Porque no bastaba la buena voz para triunfar, había que tener perseverancia, como la había tenido ella al principio

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Ritmo Nº47, 1966. Pág. 20. Ritmo Nº25, 1966. Pág. 5.

de su carrera. Como una de las consultantes se había quejado de que había que tener plata para triunfar, lo negó enfáticamente, afirmando que el dinero no tenía nada que ver. La respuesta más disonante con este discurso es la que da a una chica que quería ayudar en su casa y le sugiere que sea modelo fotográfica, llevando fotos suyas a una agencia de modelos que le indica. Para esto no mencionaba que fuera necesario tener estudio alguno. Estas consultas muestran el impacto que la industria de la entretención tenía entre los jóvenes chilenos, sobre todo en los sectores populares que veían en la carrera artística la posibilidad de destacarse, tener prestigio y dinero. Tal como les presentaban las vidas de las estrellas chilenas en la misma revista, parecía perfectamente alcanzable el sueño de ser famoso, con menos esfuerzo que su entorno, con las dificultades materiales que enfrentaban sus padres y sus propios problemas para responder a las exigencias escolares. Para los adolescentes populares incluso terminar la enseñanza Media era complejo porque, hasta la Reforma Educacional realizada durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva69, había pocos establecimientos, y era difícil seguir el ritmo de la educación formal, dado su menor

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Realizada en 1965, su objetivo fue dar posibilidad para todos de la educación y permanecer en el sistema educacional sin que el nivel socioeconómico fuera motivo de deserción. Durante su gobierno fueron construidas 3.000 nuevas escuelas en todo Chile ampliada la enseñanza básica a ocho años, duplicada la matrícula en Básica, triplicada en la Media científico-humanista y se redujo de modo importante el analfabetismo.

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capital cultural, o por las necesidades económicas del grupo familiar que los obligaban a integrarse al trabajo remunerado tempranamente, o quedarse en la casa para ayudar a criar a sus hermanos menores. Sin embargo, en este tema el discurso de Larraín era ambiguo: en los dos primeros años trató de desilusionar a estos lectores, pero luego empezó a responder como si tuvieran reales posibilidades de llegar a ser artistas, recomendándoles perseverancia y deseándoles éxito. Esto resultaba más coherente con el mundo de fantasía que presentaba la revista sobre el mundo del espectáculo; pero era, desde luego, bien alejado de las reales oportunidades que ofrecía el pequeño escenario nacional, ya saturado con los cantantes de la Nueva Ola, y expuesto a la competencia de la industria discográfica internacional.

Otros temas, otras voces A partir del Nº115, 14 de noviembre de 1967, apareció en Conversando una serie de cartas opinando sobre la revista misma, sobre cómo trataba ciertos temas o personas. Reconociendo con Piccini70 que estas cartas fueron seleccionadas para probar la apertura ideológica de la revista, dando aparentemente expresión a diversidad de opiniones,

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Mattelart, A., Piccini, M., & Mattelart, M., op.cit. Pág.185.

incluso a fuertes críticas, solo para ejemplificar en ellos lo errado de sus argumentaciones y sobre todo para que otros lectores respondieran posteriormente y fustigaran duramente a los disidentes, recuperando la voz de la verdadera juventud, alegre y optimista. El debate más fuerte se dio en relación con el tipo de temas que debería abordar la revista. Según su propia definición, aquellos que interesaban a los jóvenes. El concepto de juventud fue claramente explicitado el 5 de septiembre de 196771, en la misma sección, en que Larraín titulaba un apartado “¡HASTA CUANDO ATACAN A LA JUVENTUD!”72. En él sostenía, sin nombrar a los medios involucrados, que “en estas últimas semanas se ha desencadenado una verdadera guerra en contra de la juventud”73. Quienes escribían en esos medios eran personas que no conocían a la juventud y que la habían dividido en dos grupos: los tradicionales y los ‘coléricos’, cuyos ‘pecados’, en el caso de los chiquillos, eran andar con el pelo un poco largo y usar camisas de lunares o colores novedosos y, en ellas, llevar pelo liso y largo, falda corta, medias de colores y bailar a go-go. La Directora defendía el hecho de que eran, en su mayoría, sanos y estudiosos, alegres y normales, que gustaban de pasear en plazas y calles y no tenían la culpa de que se les hubiera adherido “una pequeña minoría de ‘delincuentes’, que

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Ritmo Nº 105, 1967. Págs. 56-7. Mayúsculas del original. Ibíd. Pág. 56.

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también se dejan el pelo largo y usan camisas de florcitas (…) un grupo de degenerados, de esos que siempre han existido”74. Se congratulaba de que en el Campeonato de Baby-Fútbol había habido un perfecto orden, con la colaboración de voluntarios de la Ritmo Guardia, lo que probaba que la juventud sabía divertirse y entusiasmarse sin crear problemas. Esos muchachos “demostraron que nuestra juventud está formada por miles de Ritmo-lectores, [y] es como siempre he pensado: ¡Alegre, valerosa, sana, responsable y entusiasta!”75. En nombre de esa juventud, Larraín respondía la carta de Martín en el Ritmo Nº115. El se presentaba como un universitario cuyas hermanas leían Ritmo, y preguntaba, con mucha prudencia y sospechando que su carta iría al canasto de la basura, por qué no hablaban de las drogas por las cuales los Rolling Stones habían sido detenidos en Londres; por qué hablaba tan idílicamente del amor, dándole una idea errada del matrimonio a la juventud, y por qué no opinaban de política e instruían a la juventud sobre la guerra de Vietnam o la integración racial, “en vez del último beso de Elvis Presley”. Se despedía pidiendo a María Pilar que no se enojara, y agregando que la revista lo atraía, pero que podría ser una “revista más a la altura de nosotros los Universitarios”76. Larraín ironizaba, diciéndole que no había echado la carta al canasto, pero que Ritmo no estaba enfocada hacia los

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Ibíd. Pag. 57. Ibíd. Ritmo Nº115, 1967. Pág. 48.

universitarios, sino a la juventud de entre 12 y 17 años, aunque lo leía gente de todas las edades para entretenerse; no era una revista para instruir y, por lo demás, el tema de la droga estaba totalmente alejado de la juventud chilena, que ella calificaba como “nuestra”. En cuanto a Vietnam y la integración racial, creía que los Ritmo-lectores no tenían ningún interés en esos temas, porque eran problemas que no estaba en su mano solucionar. Ritmo se concentraba en lo positivo, porque lo negativo no aportaba nada. La prueba de que estaba en el buen camino era ser la revista de mayor tiraje en Chile. En cuanto a la acusación de idealizar al matrimonio, hablaba así porque: “Llevo varios años de casada y no tengo ningún77 problema. ¡Al contrario, aunque te sorprenda, cada año que pasa soy más feliz! Y como me considero una persona normal y corriente, saco por conclusión que no soy un caso único y que por lo tanto existen miles y miles de parejas que bien felices. Sin ir más lejos la mayoría de nuestros amigos casados han sido muy felices en su matrimonio, así es que ¿cómo podría hablar de otra forma del matrimonio?”78. La falacia del argumento no estaba en que, como era frecuente, citara su propio ejemplo para medir a la sociedad chilena, sino en que la presencia de matrimonios felices no omitía la existencia de otros matrimonios con problemas, como era evidente en las mismas cartas, que llegaban a la

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Negritas del original. Ritmo Nº 115, 1967. Pág. 49.

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revista y que publicaban en Conversando, donde consultaban porque sus padres se habían separado o estaban a punto de hacerlo. La intención de presentar a la familia como una comunidad carente de tensiones, regida por el amor entre sus miembros, contrastaba con los mismos relatos de las cartas, en que chicos y chicas manifestaban que se sentían incomprendidos y poco queridos por sus padres. En diciembre de 1968, un lector la desafió a mostrar su verdadera personalidad respondiendo entre otras, a la siguiente pregunta: “Para que un matrimonio sea feliz, ¿cuál de los dos debe ser el que domine, el hombre o la mujer”. Sin dudar, María Pilar respondía: “¡El hombre! Una mujer debe saber elegir a un hombre que considere superior en inteligencia y personalidad, o sea escoger al marido por el cual quiere ser dominada (o si dominada suena muy anticuado, digamos ‘dirigida’)”79. La lógica del orden de género aparecía aquí en toda crudeza, puesto que está implícito que las relaciones entre hombres y mujeres eran de dominación, a diferencia, por ejemplo, de las relaciones de amistad donde, si bien se podía suponer que entre amigas o amigos alguien ejerciera más poder que otros, no estaba instalada la obediencia, sino la negociación. Sin embargo, en la misma respuesta hay un giro irónico. Tal como había un discurso oficial que naturalizaba el dominio masculino (en esta respuesta, en artículos donde se

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Ritmo N°174,1968:42. Negritas del original.

censuraba a chicas dominantes o que no se dejan dominar, un artículo de Torricelli donde consulta a chicos), había un discurso igualmente naturalizador sobre el verdadero poder de las mujeres, ejercido con disimulo, pero no con menos eficiencia que el poder masculino. Había que dejarlos creer que conquistaban, que elegían a las chicas, pero que eran ellas las que elegían a quién las dominara. Es decir, si una chiquilla jugaba bien las reglas del juego, las podía poner a su favor, pero sin cuestionarlas. El mensaje subyacente era: es tiempo y energías perdidos luchar contra el orden establecido; lo que queda es saber moverse en ese orden y volcarlo a favor. Así se perpetuaba la dominación, con los dominados (las dominadas, en este caso) convencidos de que manejan los verdaderos resortes del poder, lo micro poderes, la seducción. En Ritmo Nº127, Paty, Carmen y Paola se manifestaban en contra de las proposiciones de Martín y defendían su derecho a tener ilusiones sobre los cantantes y el matrimonio y felicitaban a Ritmo por no tener una sección dedicada a la guerra “a la altura de los universitarios”. María Pilar comentaba que habían recibido un montón de cartas como esa e ironizaba con que crearían “La página de Martín” para hablar de los besos de Raquel Welch. Sin embargo, poco después, en marzo de 1968, publicaron la carta de Marcela, quien apoyaba a Martín, sosteniendo que era necesario hablar de lo bueno y lo malo del amor, mencionando que a veces se llegaba al suicidio. Larraín

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respondió con dureza que la gente se suicidaba cuando estaba “enferma, desequilibrada y sin valor80 para enfrentar los problemas que se presentan a todo ser humano a lo largo del camino”81. Se defendía diciendo que ella no invitaba a hacerse castillos de cristal, sino ver y afrontar los problemas con sentido común y realismo. En Ritmo N°137 –16 de abril de 1968– nuevamente apareció una carta apoyando a Martín. Era de Mariela quien, a sus 13 años sostenía estar sorprendida de la superficialidad de las cartas de apoyo a Ritmo; que ella gustaba de Los Beatles y otros, pero creía que los jóvenes debían prepararse para el futuro y la revista debería abordar los problemas del mundo: segregación racial, guerra de Vietnam, los hippies y temas científicos, como el cáncer, etcétera. Esta vez Larraín respondió con más seriedad, afirmando que la segregación racial no era problema de los jóvenes chilenos, que la guerra de Vietnam una grave situación internacional sobre la cual era posible leer en medios especializados, al igual que sobre el cáncer. Ritmo solo pretendía entretener sanamente y no ser un texto de estudio. La invitaba, finalmente, a mirar la vida con más humor y alegría para poder llegar al 2000, y a saludar y despedirse correctamente en sus cartas.

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Negritas del original. Ritmo N°132, 1968. Pág. 47.

Tanto como la operación ideológica develada por la investigadora argentina, era visible que, pese al deseo escapista de la revista, había una fuerte presión social para, al menos verse obligada a justificar su opción, avalada, por cierto, por el peso del mercado: la revista de mayor tiraje en Chile. El desagrado con que la Directora respondía a las cartas iba creciendo también desde la primera a la última, en que su irritación se percibe en la pregunta final: ¿por qué insisten en un problema que ya dejamos atrás? La simpleza de su argumentación de Larraín no dejaba de ser sorprendente: ‘los problemas que no me afectan directamente, no me interesan’, era el razonamiento central. Pero los problemas llegaban incluso hasta el ‘Ritmo-mundo’, como veremos a continuación. Otras críticas de lectores apuntaban a que en el mundo artístico y de la revista la principal motivación era el dinero, argumento rechazado por Larraín mencionando las muchas obras de caridad que realizaban los cantantes sin hacerlas públicas. También hubo debate entre los lectores tuvo por las posibilidades de jóvenes de provincia o de poblaciones de llegar a ser Miss Ritmo. Por ejemplo, la carta de María, de un sector popular de la capital, sostenía que “el Concurso ‘Miss Ritmo’ es fantástico para las chicas que tienen dinero, comodidades, belleza y todo, pero no para nosotras que vivimos en una modesta población y somos de una clase ‘marginal’ como nos llaman ustedes, por ejemplo: los discjockeys y los

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artistas”82. Y le pedía que el concurso también estuviera abierto a quienes no tenían dinero ni vivían en el barrio alto, como las dos misses elegidas. La respuesta de María Pilar fue enfática: nunca habían dado importancia al barrio de las candidatas, ni sabía dónde vivían las dos misses, ni los discjockeys llamaban marginales a los barrios lejos del centro. Para participar en el concurso no se necesitaba dinero, puesto que las vestían los mismos auspiciadores, sino ser buena alumna y tener personalidad y simpatía. Finalmente, la invitaba a no hacerse la mártir y a participar sin prejuicios ni complejos en todos los concursos de la revista, despidiéndose afirmando que la Población Joao Goulart le parecía “un lindo lugar”83. Es posible que ni Larraín ni los jurados del concurso tuvieran un conocimiento exacto del origen de clase de las candidatas, aunque bastaba con saber en qué colegios estudiaban para tener una idea general. Pero, precisamente, lo que era juzgado en la jovencita que sería elegida para ser la imagen de la revista, era la simpatía y la personalidad, atributos que no son neutrales en una sociedad de clases; la elegancia y la distinción, como bien lo ha analizado Pierre Bourdieu en La distinción, corresponden a los habitus de las clases altas, y tanto la forma de hablar, como de moverse y la presentación personal general son producto precisamente de una socialización y un aprendizaje tal, que la persona no

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Ritmo N°186, 1969. Pág. 44. Ibíd. Pág. 45.

necesita exponer sus credenciales para dar a conocer quién es socialmente. Sin contar con las distinciones étnicas propias de la sociedad chilena: las tres misses tenían un ‘irreprochable’ fenotipo europeo. En esta misma tónica cabe reseñar la carta de Carolina Illanes Neira, publicada en marzo de 1970, donde relataba la desagradable experiencia que habían vivido ella y sus amigos en Providencia, adonde habían llegado (con esfuerzo) desde su población para “conocer esa calle con sus tiendas, minifaldas ellas y camisas floreadas ellos”. Allí se habían visto observados y comentados por “esa juventud” con frases dolorosas como “¡Mira el vestido super anticuado!”84. Sin dudar, Larraín criticó la falta de educación e inmadurez de las niñas de la “Carnaby Street de Santiago, donde la gente va a mirar, a pasearse y a entretenerse la mayoría de las veces sin comprar nada”85. Le decía que no debía darle importancia, porque en todos los barrios “había gente buena, alegre y bien educada como también existe gente tonta, egoísta y mal educada. No es cuestión de barrios, Carolina, es solamente cuestión de calidad humana86 que finalmente es lo único que cuenta en la vida”87. Así como el debate sobre los contenidos de la revista se dieron en 1967-68, las críticas en los años siguientes apuntaron a situaciones que reflejaban la agudización de la

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Ritmo N°235, 1970. Pág. 43. Ibíd. Negritas en el original. Ibíd. Pág. 44.

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lucha de clases en un nivel más cotidiano: ya no es la guerra de VietNam o la segregación racial, es la segregación social (y racial, para que negarlo) la que empieza a desbordar también en las páginas inmaculadas de Ritmo de la juventud.

El valor de la amistad Son pocas las consultas sobre la amistad, apenas cinco en todo el período analizado, y de las cuales son de varones. Una de ellas relata que en sus vacaciones viajará ‘a dedo’88 a Brasil con amigos y consulta por datos para el viaje. María Pilar reacciona positivamente ante el viaje de este grupo de adolescentes, pero pide consejo a su marido para responder “Francamente soy más experta al parecer en consultas sentimentales”89. A una profesora primaria de zona rural que le escribe contándole que se siente sola, le recomienda comunicarse mediante la sección Buscando amigos, donde “estamos formando un lazo de profunda y sincera amistad de Norte a Sur de Chile”90. Las tres cartas restantes plantean problemas en las relaciones entre pares. ¿Cómo recobrar la amistad de dos compañeras de colegio que se molestaron por su mal genio? ¿Cómo

88 Autostop. 89 Ritmo N°145, 1968. Pág. 44. 90 Ritmo N°95, 1967. Pág. 45.

recuperar a un amigo que se alejó porque el consultante se hizo amigo de un muchacho que le cae mal por problemas sentimentales? ¿Qué hacer con los amigos que le aconsejan no tomar en serio a las chiquillas y “se ríen de todos los sentimientos que yo respeto”? María Pilar establece primero el valor de la amistad, e indica que implica dedicación y esfuerzo: “Es una de las relaciones humanas más fundamentales y a la cual no le damos toda la importancia que deberíamos. (…) En realidad ser amigo… es relativamente fácil, pero ser buen amigo, ¡he ahí el problema!”91. “La amistad sincera existe y que aunque cuesta encontrarla, una vez lograda, da las mayores satisfacciones”92. El establecimiento de una relación de amistad con las personas que se conoce a lo largo de la vida dependerá de los gustos y afinidades; recomienda adquirir nuevos amigos y ampliar el círculo de personas, sin perder por eso a los antiguos. Lo principal en la amistad es la sinceridad y la comprensión. Reconocer cuando se han cometido errores a veces sin intención, y “estar siempre pronta a pedir disculpas y también a perdonar”. Aunque esto tiene límites, porque los amigos pueden tener valores y actitudes opuestos a los que llevarán a los jóvenes a encauzar bien su vida, con nobleza

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No es fácil ser un buen amigo, Ritmo Nº 50, 1966. Pág.19. Ritmo Nº 123, 1967. Pág. 46.

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e inteligencia. Tal como es preciso reconocer y valorar a los buenos amigos, hay que saber apartarse de aquellos que no convienen, porque tienen “otra sensibilidad para apreciar la vida… y ninguna amistad duradera puede prosperar sobre esa base”. Aunque el tema de la amistad escasamente apareció en Conversando, no fue ajeno a los contenidos de la revisa siendo abordado en abundancia en la sección Temas de la juventud.

capítulo ocho aventuras masculinas

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ESTO ME SUCEDIÓ A MÍ FUE UNA SECCIÓN publicada entre junio de 1966 y septiembre de 1967, constituyendo un conjunto de 60 historias. Había sido anunciada algunos números antes, porque requería la colaboración de los lectores varones: “SECCION SOLO PARA HOMBRES1 Esta es una sección exclusiva para HOMBRES. En ella publicaremos relatos verídicos que nos envíen nuestros lectores. ¿Quién no tiene un episodio inolvidable en su vida que valga la pena relatar? Premiaremos con VEINTE ESCUDOS cada historia publicada Agreguen su nombre completo y dirección y la mayor cantidad de detalles geográficos y cronológicos para comprobar la realidad de la anécdota. Insistimos en que esta sección será SOLO PARA HOMBRES, porque Ritmo ya tiene suficientes secciones para Ellas. Las historias las recibirá y seleccionará personalmente nuestro subdirector Alberto Vivanco. Escriban, poniendo en el sobre: Sección “Esto me sucedió a mí”, Revista Ritmo, casilla 611, Santiago”2. De todos modos, la revista ya tenía secciones para chicos: una presentada como Para ellos y la mayor parte de los artículos sobre deporte (Lo que pasa en la cancha), que

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Mayúsculas en el original. Ritmo N°42, 1966. Pág. 21.

informaba sobre todo de fútbol. Propiamente femeninas eran solamente Para ellas, ya que los artículos sobre desarrollo personal tenían como público objetivo a lectores de ambos sexos. La mayor parte de los artículos de la revistas tenía un carácter neutro, aunque sin duda estaba implícito que las mayores consumidoras de información sobre los ‘ídolos’ eran muchachas, como lo era la mayor parte de las integrantes de los fan club3. De modo que la observación respecto a la cantidad de secciones para ellas no correspondía a la distribución de los contenidos de la revista en ese momento, pero expresaba una tensión entre la Directora y el Subdirector respecto al tipo de contenidos de la publicación. En el Nº 43 –y no deja de ser curiosa la puesta en común de un debate editorial interno– María Pilar Larraín relataba una discusión entre ambos en que Vivanco le anunciaba que iba a escribir una sección “sobre cosas que les interesan a ‘ellos’”. Ella le respondía argumentando que los temas sobre los que ella escribía interesaban a todos, aunque fueran “peinados, botas y cosas así”4. Las ‘cosas así’ podían ser los temas afectivos que ella abordaba con gran éxito en la sección Conversando y que, efectivamente, era leída también por muchachos, como daba cuenta la presencia de sus consultas. Posiblemente la diferencia que Vivanco quería hacer era, precisamente, abordar otros temas además de los afectivos. Por ello, es

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Agrupaciones en torno a la figura de un/a cantante que se dedicaban a apoyar a sus admirados y a realizar algún tipo de acción caritativa. Ritmo Nº 43, 1966. Pág. 1.

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probable, que en “Esto me sucedió a mí” no encontramos historias sentimentales sino muy ocasionalmente.

¿Quiénes fueron los Ritmo-lectores que aportaron con sus aventuras juveniles? De los 60 relatos publicados aparecía registrada la dirección en 52 de ellos, información que mostraba una gran diversidad en el origen geográfico y social de los autores. Correspondiendo a la distribución física de la población en esa década, más de la mitad escribía desde las provincias, tanto del norte como del sur. Solo 20 autores eran de Santiago y, de acuerdo a las clasificaciones de sector social por comuna, es posible estimar que doce de ellas eran de barrios de sectores medios, cinco de sectores populares y tres de barrios de clase media alta. Haciendo una estimación sobre la base de este dato y algunas informaciones sobre los colegios donde estudiaban, el equipamiento de sus familias (contar o no con vehículo, por ejemplo) y la ocupación de sus padres, es también

posible hacer una clasificación aproximada. Junto con resaltar la diversidad, destaca la frecuencia con que escribían los jóvenes de sectores medios y bajos. Incluso seis de las historias son contadas por muchachos que podría decirse eran de sectores populares rurales. Todo esto da cuenta de lo amplia que era la llegada de la revista en todo el país, siendo accesible a jóvenes urbanos, a hijos de inquilinos rurales y a campesinos cuyas familias, por las referencias que hacían a las actividades del padre, se ganaba la vida haciendo carbón de leña, oficio que generaba ingresos muy limitados y duras condiciones de trabajo. Los relatos de los lectores no fueron presentados con su redacción original, sino –en un primer período– editados, para hacer más fácil su lectura, y después transformados en historietas. Esto impide hacer un análisis de la escritura original de sus autores; permanece la anécdota, pero no el discurso narrativo propio. Aún así, las historias siguen siendo válidas como reflejo de las actividades en las que estaban involucrados los jóvenes varones, y qué tipo de experiencias consideraban lo bastante emocionantes como para ser enviadas a Ritmo. Pero, también, develan el filtro del Subdirector ya que las historias que fueron consideradas por Alberto Vivanco, a cargo de esta sección, debían ser lo suficientemente entretenidas e interesantes para el público juvenil, según su criterio. De acuerdo a la anécdota relatada, en 24 de los artículos el nudo narrativo está referido a accidentes de diverso tipo sufridos

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por los protagonistas; diez relatan situaciones de problemas con la ley o fuerzas policiales; en ocho casos son víctimas, o están a punto de ser víctimas, de agresiones; en doce, el nudo está vinculado a intereses románticos con alguna o algunas chiquillas. En tres historias los autores viven situaciones de miedo a lo sobrenatural que se revelan injustificadas y en dos el protagonista hace el ridículo. Finalmente, hay tres relatos en que el nudo son las relaciones de amistad. Este apartado analiza las narraciones buscando encontrar su estructura subyacente, para descubrir las imágenes de la masculinidad implícitas.

Aprendiendo de los errores “Por hacerme el gracioso, casi se ahogan mis 11 compañeros”5. El narrador presenta la agradable situación en que está su grupo, veraneando en casa de la familia de un compañero de curso, siendo muy bien acogido. En ese marco, relata cómo por su deseo de llamar la atención termina arriesgando la vida de sus amigos: en la orilla del estero encuentran y usan un bote sin remos. Al alejarse de la orilla y ver que no estaba profundo, se lanza al agua, pero termina volcando el bote y arriesgando la vida de todos porque el fondo era pantanoso

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Ritmo N°43, 1966. Págs. 22-23.

y varios no sabían nadar. Un campesino a caballo los rescata, y los asusta con cuentos sobre animales submarinos, que el protagonista dice no creer. Avergonzado por la situación, regresa de inmediato a Santiago, jurándose no volver a fanfarronear. En suma, el deseo de los jóvenes de tener unas felices vacaciones se logra mientras participan de un ambiente familiar, seguro, con un hermoso entorno natural, con actividades de diversión controladas y rutinizadas. El deseo de aventurarse más allá de lo establecido –usar un bote ajeno, sin remos, sin saber nadar, y sobre todo, el exhibicionismo del protagonista– interrumpe y frustra el deseo, poniendo en peligro la vida de los participantes. El rescate viene del orden local y aunque el joven santiaguino no es censurado, la situación le resulta tan humillante que debe abandonar el paraíso perdido. La mayor parte de los relatos tiene esta estructura, que es la misma de los cuentos tradicionales. Una situación ordenada es quebrada, se instala el caos, pero se regresa al orden finalmente: una vivencia familiar o amistosa sin problemas, generalmente vinculada a la naturaleza, es el entorno donde el protagonista comete alguna transgresión al aventurarse más allá de la rutina; el castigo que proviene de la misma naturaleza, el rescate por algún representante el orden adulto y la humillación del protagonista (o la alegría de la familia por recuperarlos) cierra la historia. Aunque esta lectura podría indicar conservadurismo –en general, los intentos juveniles por arriesgarse más allá de

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los límites habituales fracasan y les crean problemas– el tono general es festivo: son anécdotas, gajes del oficio de la masculinidad, aprendizajes que los están conduciendo a ser adultos, con experiencias de vida. En buena parte de las historias los peligros a los que estuvieron expuestos tuvieron altos costos o pudieron tenerlos: sin el campesino a caballo, podrían haberse ahogado; atrapados en la nieve, podrían haber muerto de frío, de durar más la tormenta, o de hambre y sed encerrados en hoyos. Otro se quiebra una pierna por tirarse del tren, o ambos tobillos por caerse del techo. Una jaiba casi le corta el dedo a uno, otro termina en el hospital atacado por un toro, y un tercero se libra del ataque de un puma por el disparo de su padre. La imagen masculina que resta es que arriesgarse físicamente, equivocarse y meterse en líos formaban parte de la adolescencia de los varones, sobre todo si se contaba con el respaldo de un mundo adulto, presentado como salvador de las situaciones límites.

El mundo masculino está en la calle “Estuvimos encerrados en un vagón de tren repleto de ratones. Ese fue el castigo que nos dio una ‘patota’ por conversar con ‘sus’ chiquillas”6.

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Ritmo N°45, 1966. Págs. 32-33.

Aquí, el narrador y su familia viajan desde una ciudad a otra, donde son recibidos con una fiesta de fin de año que resulta aburrida, porque no hay chiquillas para bailar. El protagonista y sus amigos salen de ahí y conocen tres chiquillas en la plaza, a las que van a dejar a su casa. Tras despedirse de ellas, son atacados con piedras por una patota; arrancan y se pierden, porque no conocen el lugar. La patota los alcanza, pelean y son reducidos y obligados a ir a la estación, donde son atados por sus atacantes y encerrados en un vagón desocupado… pero con ratones. Tras mucho esfuerzo, logran desatarse y huyen. El padre los encuentra vagando perdidos en las calles. Regresan a la fiesta ‘aburrida’. Se nos presenta primero una situación tediosa y, luego, la búsqueda de diversión y compañía femenina. Pero esta es castigada por un grupo que los ataca, logrando salir del aprieto con gran esfuerzo, y siendo rescatados finalmente por un adulto. Este relato muestra el deseo de los jóvenes varones de tener una entretenida fiesta de Año Nuevo, frustrado porque no hay mujeres para bailar. La salida a la calle en busca de diversión, primero resulta exitosa, pero luego aparece el peligro encarnado en una patota de lugareños, que se sentían los ‘propietarios’ de las jóvenes conocidas. Resulta llamativo que no sea cuestionado el derecho de los agresores que se arrogarían la propiedad de las jóvenes, aunque se los rotula como delincuentes (patota, pandilleros). Si bien se libran solos del encierro al que los lleva el perder

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la pelea, finalmente son rescatados de seguir perdidos por el orden familiar, representado por el padre. En varios de los relatos de agresiones aparece una estructura muy similar a la de los relatos de accidente. La mayor diferencia está en que el peligro ya no viene de la naturaleza, sino de la sociedad, y no hay trasgresión por parte de los protagonistas, que están en una situación pacífica interrumpida por la agresión o presencia de delincuentes o vengadores anónimos (resalta que, en los dos casos, la venganza se relaciona con mujeres). Es más importante la iniciativa de ellos mismos para salir de la situación de riesgo, aunque el rescate final lo realiza un representante el orden adulto; la humillación del protagonista es reemplazada por el alivio de haber vuelto a la normalidad, aunque sea aburrida. En casi todos los casos la agresión ocurre en las calles, de noche (también para los muchachos la noche tienen sus riesgos) o en el transporte público; espacios donde los muchachos circulan con libertad, interrumpida solo por la acción de delincuentes. Y, si bien después del evento relatado reconocen estar atemorizados, no renuncian a continuar ocupando libremente el espacio público en cualquier horario. En ambos casos, el cuerpo es puesto en juego, pero los jóvenes conocen los límites de la naturaleza, de la sociedad y del propio cuerpo para ejercer su libertad en esos espacios. El mundo es ancho, pero no ajeno, sino abierto a la conquista masculina. Las formas pueden ser distintas, si se tienen

mayores recursos –autos, dinero, motos– o si se cuenta solo con el propio cuerpo y el ingenio; pero en todos los casos la virilidad es acción, riesgo, audacia… aún pese a las burlas.

Algo habrán hecho… “Tuve que salir corriendo por andarla revolviendo”7. Cinco amigos, de puro aburridos, se proponen llevar un cartel de un baile de una calle a otra. Una vez realizada la acción, descubren que los siguen cuatro hombres, quienes los conminan a pararse o les dispararán. Corren más fuerte y escuchan tiros al aire. Las balas rebotaban a sus pies. Uno de ellos logra esconderse en un portón, mientras otros se refugian en una comisaría, donde trabajaba el padre del protagonista. En la comisaría, y aunque los retan, le dicen a los perseguidores que se tomaron demasiado en serio el traslado de un cartel. Pero estos sacan placas de detectives, e informan que los habían confundido con los asaltantes de un carabinero, al que le robaron el uniforme. Los carabineros comentan que los detectives los habrían ‘repasado’ de no haber sido por ellos. Nuevamente es el aburrimiento el que lleva a los protagonistas a una acción que deja instalada la transgresión

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Ritmo N°46, 1966. Págs. 10-11.

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y la culpa. Por eso huyen al sentirse observados por cuatro adultos, pese a las amenazas de disparar, que se transforman en balas reales. En la comisaría en que trabaja el padre de uno de ellos encuentran refugio y queda claro que consideran la falta cometida no como un delito, sino como una travesura. Al deshacerse el malentendido, la actitud de los detectives todavía es agresiva y queda la sospecha de que, sin la protección del vínculo familiar con el oficial de carabineros, los habrían golpeado. Puesto que salieron bien librados, diez años después, cuando el protagonista recrea el momento, aún “celebran los pormenores de aquella noche inolvidable”. La sucesión de hechos es similar en otros relatos de este tipo. Los protagonistas cometen una falta menor, un error o, incluso, realizan una buena acción; pero ‘las fuerzas del orden’ los tratan como delincuentes. Los carabineros amenazan a un niño de nueve años con encerrarlo en un calabozo con ratones, porque no le creen que presenció un asalto; meten presos a chicos de 13 y 15 años, por equivocarse y denunciar que habían encontrado un cuerpo, cuando era solo un traje de buzo; obligan a un grupo de adolescentes a tocar música cuando se refugian en una comisaría huyendo de un asalto; llevan preso a un muchacho por tocar la bocina en moto; detienen por dos días a jóvenes acusados de robar cabras. Guardias privados expulsan a chiquillos ‘colados’ en un teatro para hablar con sus artistas favoritos y los golpean. Sin embargo, en todas esas oportunidades, los entuertos se deshacen con cierta facilidad, aclarando los malentendidos,

sobre todo si tienen relaciones familiares o de amistad con la policía. El hecho resulta más o menos traumático dependiendo de la edad y de la relación con la policía. Aunque finalmente al niño de nueve años le creen, lo tratan de héroe y lo van a dejar a su casa, queda con temor de salir de noche y de aventurarse en la calle; el joven en moto, cuyo padre resulta ser amigo de un sargento, promete no tocar más la bocina y lo que más siente es que su polola no lo vio manejando la moto; los chicos que descubrieron el buzo son devueltos a sus padres, y aminoran el problema reflexionando que “no era para que nos dieran perpetua, tampoco”. La misma reflexión hacen los acusados de robo de cabras, tras ser liberados, y únicamente lamentan regresar a dedo, y soportar la burla de sus compañeros de colegio que los llaman “cuatreros”. Aunque relatan abusos policiales, en los discursos presentados por la revista, y posiblemente similares a aquellos de los jóvenes autores, no son evaluados como tales. La actitud de carabineros es de desconfianza y mala fe hacia los jóvenes que no están acompañados de adultos y es posible estimar que el origen de clase agravara esta desconfianza: ninguno de los muchachos que relatan estas historias es de sector alto. No era fácil que la policía diera crédito a la versión de inocencia de los jóvenes o niños y, generalmente, era necesario el aval de los adultos para que quedaran libres de sospecha o castigo. Por su parte, los protagonistas no expresan mayor disconformidad ante el trato recibido. A lo más, el tono es

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que lo hecho por ellos “no era para tanto” y la emoción está reservada para la alegría de salir del dominio policial, volver a la normalidad y contar ahora con una anécdota entretenida para recordar, incluso aquellos que fueron baleados por los detectives que los perseguían. Tampoco haber sido golpeado por un guardia de un teatro es problematizado, sino aceptado como consecuencia de haber sido muy lento para arrancar. Es decir, pese a que a veces solo hay una sospecha de haber quebrantado el orden, este hecho hace justificable la consecuencia y remarca como masculino el afrontar la situación sin quejas.

¡Qué miedo! (O los hombres también se asustan) Las tres historias que relatan experiencias de pavor a lo sobrenatural ocurren, por supuesto, de noche: alumnos creen ver fantasmas en un internado masculino… pero es solo un caso de sonambulismo; jóvenes scouts, después de escuchar historias de aparecidos en un campamento, se asustan de las sombras y se meten temprano a las carpas; habiendo hecho dedo a un camión, descubren que viaja con ellos un ataúd, y ven que se abre… dejando salir a un pasajero que dormía. Tienen en común el reconocimiento de que en los jóvenes hay temor a lo desconocido, y a la presencia de lo sobrenatural,

aunque en todos los casos haya una mirada irónica a la propia credulidad, explicada por el contexto nocturno y de aislamiento. Esos sustos, aunque realmente inmotivados, no ponen en riesgo la masculinidad, como tampoco esta queda en entredicho en las historias en que los protagonistas hacen el ridículo. Estas parecen ser historias morales, donde los chicos tienen ciertas pretensiones de dinero o de éxito, y aceptan resignadamente el fracaso. Simplemente no estaban destinados a recibir riquezas o a hacerse famosos.

El amor, siempre el amor Al conjunto de diez historias que tienen como centro las relaciones con mujeres, son agregadas aquí dos8 en que el problema central es el castigo por trasgredir las normas; pero la motivación, impresionar a la polola. La estructura parece ser similar a los otros relatos: una situación apacible o promisoria se estropea: el protagonista pierde el bus o la micro, lo asaltan, trata de colarse en un teatro y lo atrapan, incluso lo golpean, se moja entero con la manguera, choca en moto, pierde el traje de baño en medio de las olas, lo confunden con el Pollo Fuentes, casi lo llevan

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Ritmo Nº95. Págs. 26 - 27 y Ritmo Nº100. Págs 30 - 31.

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preso por tocar la bocina en moto. Como resultado de estos percances, se define el destino de la posible relación con la muchacha que les interesa: en algunos casos la relación se frustra; en otros, llegan al pololeo.

La violencia, el riesgo En los casos de historias sentimentales, igualmente los varones participan de toda clase de aventuras en los espacios públicos; muchas veces con mala suerte, pero a veces siendo recompensados, porque la situación riesgosa les permite conocer e interesar a quien será su pareja. En la mayor parte de los relatos los pormenores de la conquista de la joven casi no ocupan lugar. La única historia en que el proceso de contacto romántico es descrito con mayores detalles es cuando se conocen por compartir el interés en la revista Ritmo: el muchacho relata que “pasa una chiquilla con unos ojitos negros y grandes y una carita que me hizo saltar el corazón. Quise hablarle, pero no me atreví. Con pena la seguí mirando hasta perderla de vista”9. Luego encuentra una revista Ritmo en el suelo, ve que tiene una dirección y la va a entregar, resultando ser ‘ella’ la dueña; pero de nuevo el contacto es mínimo, se limitan a un intercambio cortés y él se despide sin haber establecido una

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Ritmo Nº61, 1966. Pág. 40.

continuidad en la comunicación. Finalmente, quien habla es el vendedor de diarios quien en otra oportunidad, al encontrarse los dos tratando de comprar el último ejemplar de la revista que queda, propone una relación: “Lo compra Ud. y lo lee ella”, dice mientras los protagonistas solamente sonríen. En la narración no hay descripción de intercambio verbal, ni miradas, ni gestos, como es usual en la literatura romántica femenina. Solo la mirada masculina que se focaliza en el objeto del deseo sentimental, y le hace “saltar el corazón”. También son romantizados los rasgos de ella que provocan interés: no es su cuerpo, ni su forma de moverse, o sus gestos, sino “sus ojitos y su carita”, que es descrita como “preciosa”, “hermosa”, sin mayor precisión. La descripción de los encuentros con la niña “a quien espera volver a ver”, en la historia de Ritmo Nº51, y es la causa de que las vacaciones llegaran a ser “las más bellas de mi vida” se limita a señalar: “a la hora de la comida me di cuenta de lo encantadora que era Vilma. La invité a pasear y empezó el idilio”10. En la de Ritmo Nº65, ya presentada en forma de historieta, el protagonista escapa de un asalto en un auto que se detiene a salvarlo; para su sorpresa, el chofer es una mujer. Todo el romanticismo se limita a una información escueta: “gracias a que salí con vida, serví de pololo a esa linda chica que fue mi salvadora”11.

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Ritmo Nº51, 1966. Pág. 27. Ritmo Nº65, 1966. Pág. 23.

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El más dramático es el caso presentado en Ritmo Nº87, en que el muchacho logra su sueño de comprarse una moto, se inscribe en una carrera. Camino al evento, desde un auto, “al adelantarse en una curva las chiquillas me hicieron señas” y al llegar “me sonrieron desde lejos”. Al rato ellas se acercan y conversan, comentando que deben volver a Santiago en cuanto termine la carrera. Más tarde, y tratando de reencontrase con ellas choca: “me quebré como en cincuenta partes”. Pese a eso, “a los pocos días comencé a pololear con una de las chicas del Fiat, que, por rara coincidencia, ¡era de mi barrio!”12. No tan rara, desde luego, en el ya estratificado Santiago de los 60, en que el lugar donde se habitaba era una marca de clase. Más mala suerte tiene el autor de la historia de Ritmo Nº88, que está ‘pinchando’ en la playa, pero debe renunciar a seguir

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Ritmo Nº87, 1967. Pág. 25.

avanzando en su conversación con ella porque una ola lo deja sin traje de baño y solo puede salir del agua cuando un amigo lo rescata (era impensable haber solicitado ayuda a la misma chica)13. En el caso de Ritmo Nº98, el protagonista saca ventaja de ser confundido con un ídolo de la canción –el Pollo Fuentes– y pasa a verse rodeado continuamente de admiradoras; pero la mentira termina jugándole en contra, porque no consigue convencer a la muchacha de su interés de su verdadera identidad14. En las dos últimas historias publicadas con contenido romántico, toda la anécdota está concentrada en la relación amorosa y la trama es algo más compleja. En la primera15, el protagonista pololea con dos muchachas a la vez, las que se enteran del engaño y lo despiden, arrojándole objetos y echándole el perro; él entiende que es justo porque “los frescos se quedan sin pan ni pedazo”. En la segunda16, dos amigos conocen a una joven al mismo tiempo, ambos la invitan a salir y descubren que rechazó a uno para salir con el otro; cuando le piden explicaciones, ella les dice que “no estoy comprometida con ninguno de los dos creo que tengo derecho a elegir”. Evidentemente, no era esa la opinión de los dos varones, que terminan su amistad con ella “y nos buscamos dos excelentes pololas”.

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Ritmo Nº88, 1967. Pág. 24-25. Ritmo Nº98, 1967. Pág. 32-33. Ritmo Nº106, 1967. Pág. 33. Ritmo Nº108, 1967. Pág. 33.

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Desde la mirada masculina, las relaciones sentimentales carecen del romanticismo de las historias dirigidas al público femenino. Los relatos son de hechos, no de reflexiones o intenciones; no es expuesto el proceso interior de la emoción ante el primer encuentro, o la primera mirada, o las dudas respecto a cómo lograr un acercamiento, sino las acciones que lo van concretando: la invitación a pasear, la conversación en la playa o en el quiosco; a veces, ni siquiera se describe el proceso, sino el mero resultado: “gracias a que salí con vida, serví de pololo a esa linda chica que fue mi salvadora”. “A los pocos días empecé a pololear”. “Verónica no lo sabrá nunca”. “Nos conseguimos dos excelentes pololas”. El cortejo es descrito escuetamente, desde el primer encuentro, que ocurre en los espacios públicos, ya sea porque son presentados por amigos comunes o familiares, o porque una situación complicada los acerca, poniendo a prueba los recursos de seducción y la iniciativa de los Ritmo-lectores y, en algunos casos, con la colaboración de las chiquillas. Una vez dado el primer paso e iniciada la comunicación, se salta al resultado final: el retiro un tanto avergonzado o la consolidación del pololeo. Estas historias de anécdotas en las vidas de los adolescentes varones hablan de una construcción de la masculinidad por medio de la exploración de su entorno físico y social, arriesgando siempre ampliar los límites, exponiéndose a peligros y problemas y asumiendo los costos de los aprendizajes: el riesgo es parte del juego de llegar a ser hombres. Los cuerpos masculinos, por otra parte, ganan valor simbólico en la medida en que sobreviven y pueden mostrar

las cicatrices de sus experiencias; a la inversa que los cuerpos femeninos, que pierden con los contactos y las marcas de la experiencia. Se reafirma que los varones son personas de acción, y la calidad de sus sentimientos se prueba en actos, mientras que la reflexión sobre las relaciones afectivas es terreno femenino. Estas aventuras en los espacios públicos los sacaban de la rutina y los hacían conocer emociones enriquecedoras, incluyendo el sobreponerse al fracaso, al ridículo e, incluso, poniendo en riesgo de la vida. Se trataba de ampliar sus experiencias, conocer lugares, personas, conquistar el mundo. Tanto podían sufrir los rigores de la naturaleza como ser agredidos por otros hombres, porque el espacio rural o el urbano tenían sus propios peligros. La noche en la ciudad contenía el riesgo de la delincuencia, ya que disminuía el dominio de la ley. Pero la ley no era, necesariamente, un aliado de los jóvenes en el espacio público, había allí una situación ambigua. Los representantes del orden aparecían desconfiando de los propósitos de niños y jóvenes en la calle; no les creían, a menos que pudieran dar pruebas concretas de veracidad o ser avalados por adultos. El eje principal que hace cambiar la actitud policial hacia la protección es la personalización: cuando el muchacho es reconocido como hijo o pariente de alguien ubicable, se lo acoge del lado de la ley, en caso contrario, debía probar sus buenas intenciones. La relación con el mundo adulto es compleja. Por una parte, se contaba con el respaldo de los familiares o amigos adultos,

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salvadores de las situaciones límites. Pero los adultos eran también castigadores, poco afectuosos, duros y exigentes. Tanto en este aspecto como en la relación con los guardianes del orden son expresivas las diferencias de clase. El mundo de los jóvenes populares aparece en los relatos como más violento, riesgoso, menos protegido y afectuoso que el de los chicos de clase media, que contaban con más comodidades materiales, vivían en barrios mejor equipados, y tenían más protección de sus padres y, en general, del mundo adulto.

conclusiones

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SI LOS CAPÍTULOS ANTERIORES ANALIZARON los contenidos de Ritmo, estas conclusiones retoman la pregunta original de este libro sobre cuáles eran las representaciones sociales de los géneros expresadas en esta publicación que usó la música popular y la entretención para, desde allí, elaborar un conjunto de normativas que implicaron, a la vez, cambios y continuidad en un sentido valórico. Es importante recordar que Ritmo aparece en un momento de inflexión para Chile, en el que existe una creciente tensión social y un profundo cuestionamiento hacia las formas en que, hasta entonces, eran resueltas las diferencias políticas e ideológicas. La promesa de cambios revolucionarios que arrancarían de raíz el atraso y la pobreza, estaba en el aire. Y, a la luz de la revolución cubana y las luchas de liberación en todo el mundo, parecía que esa solución estaba a la mano. Para los sectores conservadores, esto era una amenaza latente. Reflejo de la guerra fría en la que se encontraban las potencias mundiales, socialismo y capitalismo eran los polos del debate sobre la nueva sociedad que algunos sectores querían construir en Chile. Los cambios culturales que estaban ocurriendo en el mundo desarrollado, desafiaban la autoridad de los adultos y después de los varones. Quienes resistían esas transformaciones en la sociedad chilena desplegaron, entonces, diversas formas de respuesta. Una de ellas, editorial, utilizado el sistema de medios, dominado por quienes detentaban una ideología conservadora.

La revista Ritmo era parte de este sistema, al ser editada como parte de la oferta de Lord Cochrane. Peo, como será desarrollado más adelante, su dueño –un empresario atípico– dejó por bastante tiempo que la revista se hiciera cargo de los cambios. El equipo editorial –variopinto desde sus creencias y valores e, incluso, desde la catolicidad de la directora– supo recoger lo que estaba pasando, matizándolo y elaborando un discurso que, teniendo elementos comunes, no era unitario sino coral, e intentaba construir un sentido común en tiempos de cambio, maquillado de ingenuidad. Detrás de esa supuesta candidez, emerge una estructura de pensamiento, una ideología y una visión de género que mantiene las relaciones de subordinación hacia las mujeres, aunque con algunos matices. Porque los editores de la revista representaban para los lectores voces desde un mundo adulto que se mostraban –particularmente– cercanas y abiertas a lo que estarían pensando los jóvenes. Y lo reafirmaban dándoles tribuna mediante la publicación de sus cartas y relatos. La revista ejerció una gran influencia en sus miles de Ritmolectores, adolescentes de ambos sexos de clases medias y populares, tal como queda reflejado en los datos deslizados en cartas y relatos de aventuras. Como señala Alberto Vivanco, su subdirector, el mayor impacto fue en el desarrollo emocional y sentimental de su público, en quienes quedó como recuerdo indeleble de ‘los viejos buenos tiempos’. El imaginario de ese grupo de edad fue marcado por el Gato Yoyo, como distintivo generacional, junto con las portadas y los

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posters que incluía el semanario, los que eran incorporados a su intimidad, como adornos en sus dormitorios y decoración de cuadernos y bolsones escolares. Difundió también las nuevas modas, el pelo largo, la ropa colorida e informal que distinguió a la nueva generación; y colaboró a la divulgación de la guitarra –elemento clave de la socialización grupal de esos años–, facilitando su aprendizaje con los cursos de Alicia Puccio. El éxito de la revista estuvo basado, además de su contenido, en un hecho que también es reflejo de una característica epocal: por primera vez en Chile, la franja etarea a la que correspondían sus destinatarios disponía de un cierto monto de dinero para gastar en revistas, incluso siendo parte de ellos del mundo popular. Esta circunstancia permitió su éxito de venta, que implicaba –además– una lectoría aún mayor, dada la costumbre de la época del intercambio de revistas tanto a nivel escolar como comercial1. Sin que existan estudios de consumo y lectoría de la época, es posible inferir –a partir de quienes se vinculaban con la revista por medio de cartas o en sus actividades–, había muchachas de colegios particulares que la leían, pero no así los varones del mismo tipo de establecimiento. Esos jóvenes, ya sea por medio de conocidos o parientes que viajaran, como también gracias a un mayor conocimiento del idioma inglés, tenían

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Existían entonces en Chile negocios en los que, por muy poco dinero, fundamentalmente niños y jóvenes podían cambiar la revista que llevaban por una de similares características y estado.

acceso directo a los contenidos propiamente musicales de la revista, tanto porque podían tener publicaciones extranjera como obtener los discos que no llegaban a las disquerías nacionales. Nada de eso podían hacer los de clase media que debían llegar a la música de moda mediante la revista y los cover de la Nueva Ola emitidos por las radios y que se trasformaron en sus ídolos. Es difícil hacer una evaluación objetiva de la influencia que los contenidos valóricos de la revista tuvieron, no solo porque no hay estudios que registren cómo ellos asimilaban –o rechazaban– los mensajes contenidos en sus páginas, sino debido a que investigaciones de tal objetivo son prácticamente inviables. Por ello, tal vez, un buen indicador del impacto que tuvieron entre las y los adolescentes fueron las críticas a que fue sometida en los años en que tuvo mayor tiraje. No las habrían recibido, de no haber sido un producto cultural que impactaba en su audiencia. Las revistas juveniles, como parte de la prensa liberal, fueron objeto de estudio privilegiado de los principales investigadores sobre medios de comunicación de la época. Gran parte del análisis desarrollado por los sociólogos Armand & Michelle Mattelart y Mabel Piccini2 apunta a develar el carácter conservador de la propuesta ideológica subyacente en estos medios, en que la juventud era representada

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Integrantes del Centro de Estudios de la Realidad Nacional (Ceren) de la Universidad Católica.

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como un grupo despolitizado, cuyo natural entusiasmo y desborde era canalizado a quehaceres inofensivos –como los concursos de misses y los campeonatos de babyfutbol–, donde su potencial subversivo y creador era neutralizado para integrarse en la obediencia aun orden social presentado como integrado, y donde se subrayaba la realización personal dentro de los límites de la interioridad y el desarrollo de los valores afectivos, en un mundo privado separado de la realidad exterior. Junto con los ataques más sofisticados, la revista recibió también los embates directos de la lucha política, aquella de la cual su directora pretendía excluirse, encerrándose en la calidez familiar del Ritmo-mundo. Los medios de izquierda (Clarín, especialmente) la acusaron3 de alienar a la juventud. Esta mirada de los investigadores del Ceren expresa el debate político e ideológico de la época. Así como era posible leer el sesgo ideológico en el mensaje de Ritmo, también los analistas tenían una agenda: el cuestionamiento hacia la revista respondía a la búsqueda del potencial subversivo de la juventud chilena, especialmente la de los sectores populares, predestinados –en una lectura estructural de la sociedad– a convertirse en protagonistas del cambio social.

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“A propósito de política: Supe que durante mi ausencia en varias publicaciones me anduvieron pelando pal’ mundo, diciendo que yo, por medio de Ritmo ‘idiotizaba’ a la juventud”. Ritmo N°246, mayo de 1970. Pág. 1. El episodio también fue mencionado por Manolo Olalquiaga, en entrevista en Revista del Sábado, julio 2002.

En esa tarea liberadora se introducían los instrumentos del capital nacional y transnacional, para enajenarla de su natural destino de rebeldía y contestación, necesariamente política y clasista. Esta representación social de la juventud competía y confrontaba con la desplegada por Ritmo. Vale anotar que la severa crítica apuntaba a los aspectos políticos que implicaba la lucha ideológica de los tiempos. Es muy menor la importancia que da Piccini a los rasgos tradicionales en materia de relaciones de género. Ciertamente, distingue el juego de roles conquistador/conquistada, pero enfatiza mucho más el encierro individualista en los problemas afectivos en los que desenvuelve al visión del amor romántico que las columnistas desarrollan, válido para ambos sexos, que las diferencias entre ellos. Sin negar el sesgo ideológico de la revista visibilizado por esos autores, esta investigación buscó una lectura más compleja de la representación de los géneros en la revista. La idea de examinar Ritmo es conocer la representación de la juventud desde la ‘normalidad’, desde quienes estaban inmersos en el orden y el sentido común, representación menos consolidada de la que construyeron los analistas de la época. Las imágenes de adolescentes hombres y mujeres aparecidas en Ritmo se separan de las visiones más tradicionales, sin llegar a constituir propuestas alternativas. Por lo demás, no era ese su objetivo ya que, por propia declaración, buscaban entretener a las y los jóvenes con información sobre aquella

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parte del mundo del espectáculo donde se constituía parte de sus señas de identidad generacional: la música, el cine, las nuevas formas de sociabilidad. Esos productos mostraban los cambios sociales y culturales que estaban ocurriendo en los países centrales, y cuya influencia era vista como peligrosa por muchos en el mundo adultos. El papel de la revista fue asumir el proceso inevitable de la modernización, que estaba alterando las costumbres especialmente de las y los adolescentes, para encauzarlo amablemente con el fin de que, en el proceso, no se perdieran los valores de la sociedad chilena. Esos radicaban, fundamentalmente, en las normas sobre las relaciones entre los jóvenes y las generaciones adultas, y entre hombres y mujeres. Los contenidos del espectáculo fueron, entonces, una especie de Caballo de Troya para los valores expresados por secciones específicas que no pasaban de ser un tercio de la revista, pero que pesaban en la vida de sus lectoras y lectores. Como fue dicho líneas arriba, en esta tarea había una pluralidad de voces, cuyos matices importa mostrar. No fue casual la coexistencia pacífica de personas de izquierda y derecha. La revista era parte de las propiedades editoriales del clan Edwards, el principal grupo editorial nacional y un importante actor de derecha en las luchas políticas e ideológicas de la época; pero Lord Cochrane, que publicaba Ritmo, era coto de Roberto Edwards, poseedor de una visión más moderna, creativa y liberal en un sentido valórico que su hermano Agustín. A eso se sumaba las diversidad del equipo que iba desde su directora–una mujer de la clase dominante, conservadora y católica, pero a la vez creativa y abierta a la

modernidad, con una gran flexibilidad para articularse con los cambios que vivía la sociedad y la juventud chilenas– al subdirector, joven, universitario, laico, izquierdista e irreverente, conformando casi la dualidad presente en tantas familias chilenas, con padre de izquierda y madre conservadora. En medio, la voz de la columnista Graciela Torricelli –mujer de clase media culta y acomodada, vinculada a medios artísticos e intelectuales e ideológicamente ligada a la izquierda y que después sería integrante del Movimiento de Mujeres– y las y los periodistas jóvenes, cada uno con sus propias diversidades. Cuando Larraín y Torricelli hablaban a las y los adolescentes lo hacían desde su experiencia de mujeres insertas en la vida pública, tal como Vivanco expresaba su realidad de joven provinciano que se abría paso en la capital. El proyecto de la revista integraba expectativas diversas, reflejadas en los contenidos entregados y en el deseo de acceder como medio a distintos sectores sociales. En este sentido, la afirmación de Vivanco respecto al sesgo clasista de Larraín, queda refrendada por una editorial de la directora donde ella insiste en convocar a jovencitas de colegios particulares a inscribirse en el concurso Miss Ritmo. Analizando los elementos de cambio y de continuidad, las principales conclusiones de la investigación giran en torno a los términos de identidades, roles y relaciones de género representadas por los redactores de Ritmo, sin dejar de mostrar las discrepancias encontradas, dadas la mencionadas diferencias entre sus autores.

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Identidad juvenil. Entre la autonomía y el autoritarismo Respondiendo claramente a la época en que existió, la representación de los jóvenes en la revista fluctuaba entre elementos modernos y tradicionales. Si bien negaban validez a la, por entones llamada ‘lucha generacional’, reafirmando siempre a los padres como la autoridad benevolente y confiable, los conflictos y tensiones con ellos que referían los lectores eran síntomas tanto del autoritarismo en las relaciones familiares como de las nuevas ideas que emergían entre los jóvenes, muchos de los cuales estaban alcanzando niveles educacionales mayores que sus padres. Pese a todas las diferencias con Europa y EEUU, acá también hubo una cultura juvenil que se manifestó en diversas expresiones, una de las cuales, la menos rupturista, tuvo su canal en Ritmo. Antes de los 60 los adolescentes no tenían una presencia social y la revista los visibilizó. Los jóvenes que la leían no eran revolucionarios, pero algunos ya comenzaban a pensar en temas más allá de lo individual. Desde la modernidad, y reconociendo en ellos a actores sociales con capacidad reflexiva, defendían su derecho a vivir la juventud como un período de aprendizaje, en que podían hacer sus propias elecciones afectivas y vocacionales, preparándose para las responsabilidades adultas. Pero a la vez, enfatizaba la importancia de la familia, como institución, y el respeto a los padres y adultos en general.

Esta dualidad remite a uno de los rasgos que para Jorge Larraín es clave en la identidad latinoamericana, el ‘tradicionalismo ideológico’: la capacidad de reinterpretar los valores modernos en contextos diferentes, reforzando las estructuras tradicionales. En este caso, es aceptada la constitución de un nuevo actor social –los adolescentes– a los cuales se les reconoce capacidad de tomar sus propias decisiones, pero convocándolos a mantener los valores de respeto al orden y defensa de la institución familiar4. El puente entre la autonomía de los jóvenes y la obediencia a los adultos estaba constituido por la cortesía y los buenos modales, sustentados en el respeto y la consideración a los otros. Esta era un elemento clave en la formación moral de la juventud, y aparecía en todas las secciones de la revista. Las normas de cortesía reafirmaban la autoridad de los adultos y de los varones, expresaban un reconocimiento del orden jerárquico en la sociedad (adulto/joven, hombre/mujer, jefe/ subordinado) pero revestían las relaciones de un respeto formal hacia el/la débil, quien debía demostrar respeto para recibir el trato adecuado. Las diversas autoras de la revista enfatizaron, sin excepción, en la necesidad de que las y los jóvenes respetaran a sus padres, obedeciendo incluso cuando tuvieran opiniones antagónicas, manteniendo la confianza básica en el hecho de que ellos siempre deseaban el bien de sus hijos. Solo

4 Larraín, op.cit 2004:236.

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era posible cuestionar, respetuosamente, las decisiones parentales argumentando racionalmente; pero acatando al final sus decisiones. Reafirman así otro de los aspectos culturales señalados por Larraín: la alta valoración del rol de autoridad y del respeto a ella, tanto en los espacios públicos como en privados5. El autoritarismo en las relaciones de muchas familias quedaba en evidencia en las cartas de la sección Conversando, las que contaban las dificultades habidas con los padres para poder pololear; estas eran, normalmente, prohibiciones hacia las jóvenes, e iban desde no dejarlas salir de la casa más que para el colegio, impedirles traer amigos a la casa, a la prohibición de pololear, en general, o con algún joven específico. Casi en todos los casos la norma la imponía el padre, sin dar mayores explicaciones, y las madres trataban de mediar, con pocos resultados. Las familias que asomaban en las cartas no se ajustaban a la visión ideal que tenía la directora Larraín. No siempre había comunicación entre padres e hijos, muchos se sentían poco queridos, complicados por las tensiones que veían en sus hogares, rebeldes ante órdenes incomprensibles. En este aspecto, la revista siempre trató de introducir cambios en las relaciones generacionales y de género en su época, pero desde una defensa axial del orden de las familias. Al relevar a

6 Larraín, ibíd. Pág. 239-40.

los adolescentes como sujetos y actores a tener en cuenta, invitaba a los padres y adultos a escucharlos, a conversar con ellos y valorar sus opiniones, en el entendido que esa era una manera moderna de conservar la jerarquía generacional, sustentándose en la racionalidad y la comunicación, no en el autoritarismo tradicional.

¿Mérito o clientelismo? Otro elemento de modernidad que aparece en todos los discursos de Ritmo es la valoración de las capacidades individuales de las y los jóvenes para reconocer sus propios recursos, aceptando sus carencias, sacando el mayor partido a sus características positivas y dominando las negativas. El desarrollo de la autodisciplina era indispensable para lograr el éxito. El cultivo de los dones de carácter y la formación moral debían definir la personalidad, no así la belleza natural, el dinero u otras posesiones materiales. Discurso que se vincula con el que la propia clase media tenía sobre sí misma –como de una capa social esforzada sin quejas, porque lo válido para tener éxito era el mérito de desarrollar las capacidades–, como fue dicho en el capítulo sobre la sociedad chilena. Aquí la representación de Ritmo se separa de uno de los rasgos señalados por Jorge Larraín6: el personalismo político

6 Larraín, Op. cit. 2004 Pág. 235.

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y cultural. Mientra el autor plantea que el acceso a ciertos trabajos, sobre todo en los servicios públicos, dependía de contar con patronazgos o contactos con figuras de poder, la revista enfatiza la adquisición de habilidades y los logros personales, afirmando que el futuro de las y los jóvenes está en sus manos. Sin embargo, y nuevamente articulando lo moderno con lo tradicional, junto con la insistencia en el trabajo y en las cualidades personales, la revista planteaba la necesidad de adquirir habilidades sociales, estrategia ligada al desarrollo de redes clientelares para mejorar la posición social. La importancia de crear y mantener vínculos personales era presentada como fundamental para la futura integración de las y los jóvenes en el mundo adulto; de ahí también el valor de los modales y la cortesía. Integrante del equipo de la revista, Graciela Torricelli ocupaba la misma plataforma mediática que otras redactoras de la revista para proponer una representación de las y los jóvenes más dinámica e inserta en las transformaciones que estaba viviendo la sociedad chilena. Asumía que muchachos y muchachas estaban llamados a abrirse al mundo exterior, en vez de enclaustrarse en su mundo interior, desarrollando los lados ‘modernos’ de las dicotomías señaladas por la socióloga argentina Mabel Piccini: el cerebro, la reflexión y la racionalidad. Más aún, invitaba a ambos sexos a desarrollarse interiormente, mediante el cultivo de esas capacidades, participando de la experiencia mundana de la sociedad y la cultura.

Su discurso planeaba dos dicotomías, comunes a hombres y mujeres, para los resultados de su actuar en la vida: trabajo humano/dones de nacimiento y profundidad/superficialidad. Estos dos ejes, vinculados a la modernidad y a una ética del trabajo, suponían una valoración de los roles adquiridos versus los adscritos. Era la particular traducción que hacía la clase media chilena de la ética protestante: adquirir valor por lo que ‘se llega a ser’, por el proceso de trabajo humano de disciplinar los dones naturales. Con un matiz no menor, insistía en que los muchachos no debían descansar en privilegios de nacimiento –como la buena situación de sus padres o la inteligencia, que les permitía salir del paso sin esfuerzo en el colegio–, ni las muchachas en el privilegio de la belleza natural, que no debía envanecerlas al darles la facilidad de tener éxito con los varones. Entrelazado con la otra dicotomía, quienes no iban más allá de lo que poseían por naturaleza o nacimiento, perdían la posibilidad de profundizar en sus propios dones. La hermosura no trabajada, la inteligencia no disciplinada, el gusto no elaborado, estaban asociados al brillo superficial, a la falta de valores. En esta representación se instalaba uno de los elementos básicos de la modernidad: la acción electiva de los sujetos. Torricelli sugería que el futuro de los jóvenes (el éxito en la vida, la felicidad) dependía fundamentalmente de sus propias capacidades y de su voluntad y disciplina personal para desplegarlas.

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Sobre modas y cuerpos Como era dable esperar en una revista del género magazine, enfocada en la entretención, la mayor apertura se daba a las señas formales. Recogía las nuevas tendencias que llegaban del norte en la ropa y el maquillaje para presentarlas a sus lectores. En las páginas dedicadas a la moda para hombres y mujeres la presentación personal de chicos y chicas se hizo mucho más informal. La oferta para los varones dejó de ser el terno y los colores oscuros, para ser reemplazada por jeans y camisas o suéteres con más colorido y dejaron la gomina y el corte militar; las muchachas ya no usaban laca en sus peinados y los vestidos fueron más sueltos y cortos, aumentando el uso de pantalones. El cambio mayor ocurrió a partir de 1967 y se instaló completamente en 1968. Las minifaldas y los pantalones dejaron de ser la excepción para ser la norma; los vestidos ya no marcaban la cintura. Los integrantes de varios conjuntos musicales masculinos empezaron a usar el pelo largo, incluso fuera del escenario, y a defender su derecho a hacerlo. La moda oscilaba desde la androginia del pelo largo y pantalones para ambos sexos, a la minifalda que remarcaba la femineidad, y al bigote y la barba afirmando la masculinidad. La ropa de las mujeres ganó en simplicidad, con el abandono de las enaguas y la llegada de las ‘panties’7; y la de los hombres se

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Medias enterizas.

diversificó, incorporando colores y adornos hasta entonces exclusivos del otro sexo. Sin embargo, la tradición era recuperada una vez más con la invitación a los y las lectores a adoptar las nuevas modas conservando el orden y la limpieza. Los cabellos largos y las barbas debían estar peinados, bien cortados y limpios. A los potenciales excesos juveniles se los constreñía con la mesura de la buena presentación en sociedad, que les permitiría ser bien recibidos donde fueran. A pesar de esta liberación en los atuendos, la corporalidad –y con ella la sexualidad– era eludida en el discurso de la revista, a diferencia de las imágenes, que exhibían los cuerpos de los artistas. Afirmaban que la belleza física no era lo más importante, acompañado de una desvalorización general de los aspectos materiales y físicos en contraposición a lo espiritual, y al desarrollo de la personalidad. Validaban el cuidado del cuerpo en función de la salud y la higiene; la belleza de los cuerpos era secundaria frente a la belleza interior, expresada en la personalidad activa, optimista y sobre todo “sana” promovida para varones y hembras. Eran cuerpos disciplinados por la higiene y el orden, para los cuales el deporte era la mejor escuela. La presentación personal incluía la ropa, que también debía expresar, más que belleza, limpieza y cuidado. El maquillaje para las jóvenes debía ser discreto y natural, subrayar y no disfrazar.

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Identidades y roles de género En las identidades de género presentadas hay una afirmación basal de las diferencias entre hombres y mujeres. La instalación de sentido común de la diferencia es radical, no admite disputa. Son distintos y se los propone complementarios, no contrapuestos. Representación que corresponde a lo señalado por Pierre Bourdieu8, cuando sostiene que la base del orden de género está, precisamente, en la magnificación de las diferencias entre hombres y mujeres mediante la construcción cultural, para establecer su carácter binario e intraspasable, donde lo masculino se construye por oposición a lo femenino. Sobre esta construcción está fundamentada la división de la actividad sexual, la división sexual del trabajo y, desde luego, la dominación masculina, legitimada como tal al inscribirla en una naturaleza que, en realidad es también una construcción social naturalizada. Sin pretender que la revista tuviese una visión cuestionadora de tal división basal, que sería extemporánea, llama la atención cómo, mediante el uso del sentido común, como del recurso de expertos, el sicólogo y los test, los artículos insisten en la diferencia síquica entre hombres y mujeres. Da por sentada la diferencia corporal, pero ella debe ser enfatizada hasta llegar a ser constituidos mujeres femeninas y hombres viriles, cuya

8 Bourdieu, op cit.

existencia únicamente tiene sentido en lo relacional. No solo los cuerpos son construidos para relacionarse en la lógica de la dominación, sino también las mentes. Pese a esta instalación de la diferencia radical entre hombres y mujeres, resignificada de forma permanente en los discursos de la revista, ambos eran convocados a desarrollar su personalidad y sus habilidades innatas. Pero, mientras las de ellos debían enfocarse y concentrarse en el mundo del trabajo (que además debía estar separada de la esfera privada), las de ellas tenían que privilegiar el cultivo de los vínculos sociales: la amistad, la familia amplia. Como esto implica multitareas, ellas deben ser capaces de integrar emocionalmente a su familia y vincularla con las otras familias, al mismo tiempo que prepararse para ganarse la vida, en una profesión donde pueda sacar partido a sus habilidades domésticas. El discurso reafirmaba la complementariedad entre el varón – concentrado y silencioso– y la dama que sabe cómo escuchar, empatizar y atraer a todo el mundo. Están aquí presentados, con toda su fuerza, los roles de la familia moderno industrial: padre proveedor y responsable y madre en el rol expresivo9.

Más de un rol: la vida de las mujeres Las características distintas entre hombres y mujeres estaban instaladas desde el primer momento, ya que había secciones

9 Valdés, op. cit., 2007. Pág. 3.

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diferenciadas que eran, en efecto, diversas. Los test y artículos para ellas estaban enfocados a desarrollar actitudes y apariencias para ser atractivas a los varones y agradar a los demás, mientras los destinados a ellos apuntaban a desarrollar la autonomía y a un mundo más amplio. Mientras a ellas les proponían realizar ejercicios para mejorar su aspecto físico, a ellos les informaban sobre cómo jugar fútbol, imitar los golpes de James Bond y les daban datos sobre el fútbol profesional. Había dos dualidades que separaban a los hombres de las mujeres. La primera era, como ya ha sido indicado, la reformulación de la división entre público y privado. Aunque chicos y chicas se movían, aparentemente, en el mismo plano –colegio, paseos, fiestas– el mundo de ellas estaba arraigado en el espacio doméstico, desde donde extraía sus mejores cualidades para exhibirlas en la relación con los muchachos. Sus habilidades domésticas le permitían tejerle un suéter, prepararle un queque, confeccionarle un pequeño regalito; la intensa disciplina en el cuidado personal de su cuerpo y el desarrollo del gusto para seleccionar conservar e, incluso, confeccionar ellas mismas sus atuendos; todo esto realizado en el secreto del hogar, las habilitaba para desempeñar un brillante papel en la vida social. La segunda dualidad era entre activo y pasiva. Ellas debían saber ‘dejarse llevar’; sin embargo, su pasividad era ‘ardiente’, aparente: esa chica que se mostraba delicadamente para ser elegida, que se adaptaba a las habilidades e intereses masculinos, estaba apoyada en un largo trabajo tras

bambalinas, que no podía ser develado. Por eso el énfasis estaba en no excederse en expresar su (verdadero) interés o afecto. Aquí observamos una diferencia en el discurso de una de las articulistas: Graciela Torricelli. Su contenido era diferente si hablaba a las mujeres, para quienes la modernidad era la posibilidad y obligación de afirmarse individualmente, dejando atrás la dependencia emocional y material. Sin embargo, conservaba el peso de una relación sustentada en la dependencia. Era evidente la contradicción entre el desarrollo intelectual a que las conminaba y la discreción con que debían manejar sus habilidades cognitivas en el mundo público; tanto así que la autora reconocía la injusticia de que no fuera valorada la inteligencia en las muchachas. Por consiguiente, el autodominio de las mujeres en este plano debía ser mayor, porque ese control tenía que ser acompañado de la apariencia de naturalidad y espontaneidad. De ahí la constante cuerda floja en que se movían los rasgos positivos de la femineidad: el autocontrol era el núcleo de la personalidad de la muchacha, mientras que en el exterior debían expresar emocionalidad e intuición: imaginación, vivacidad, naturalidad, alegría, coquetería y una actitud relajada. Probablemente aquí estaba el misterio femenino que las chicas no debían entregar fácilmente: toda joven bien adaptada socialmente era una actriz, cuyas máscaras caerían lentamente solo ante el varón adecuado.

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Entre ambos se establecían dos silencios: el silencio masculino en el amor, cuya emocionalidad debía preferir los gestos y los actos por sobre las palabras. Y el silencio público de la inteligencia femenina, que debía contener su deseo de expresión para no perder la imagen de la femineidad.

¿Cuáles eran los roles masculinos? El mundo de los varones, en cambio, se abría al espacio público desde el dominio de sí mismos, que los capacitaba para desempeñar el evidente papel de protector, delineado en cada detalle y de proveedor, insinuado en el hecho indiscutible de que ellos debían financiar las actividades conjuntas. A ellos les cabía demostrar iniciativa y buscar triunfar en la vida; tras la responsabilidad de conseguir el dinero, estaba la libertad de disponer de él. Por ello, el rasgo que más debían combatir era la timidez paralizante, que les impedía desenvolverse y actuar. La timidez, en cambio, no fue problematizada para las chicas. El desarrollo de la personalidad y sus habilidades innatas en los varones tenían que estar enfocadas en el mundo del trabajo (separado de la esfera privada), donde debían mostrarse concentrados y responsables. A diferencia de las mujeres, para las cuales la modernidad era una promesa de mayores libertades, para los hombres era

el riesgo de abandonar las obligaciones de la masculinidad: la responsabilidad material y el caballeroso respeto a los débiles. A los muchachos también los convocaba al autocontrol emocional, controlando la expresión verbal de sus sentimientos, siendo protectores y respetuosos, avanzando cuidadosamente hacia la intimidad de la joven. La representación exterior masculina coincidía con el desarrollo interior, limitando mucho más la expresión emocional de los varones; pero una vez establecida en público su masculinidad, podían –mesuradamente– expresar afectos y mostrar debilidades. Junto con esta representación de autocontrol y dominio, las historias de Esto me sucedió a mí muestran una masculinidad algo distinta. Estos relatos dieron expresión a las experiencias de adolescentes varones de sectores medios y populares, mostrando un mundo también más conflictivo y diverso. Los muchachos relataban alegremente cómo se iban haciendo hombres y forjaban su corporalidad masculina explorando su entorno físico y social, ampliando sus límites, exponiéndose a violencias, peligros y problemas y asumiendo los costos de los aprendizajes, preparándose para la conquista femenina a partir de actos y no declaraciones. Retomando también uno de los rasgos señalados por Larraín10, junto al modelo integrado y de clase media que mostraba la revista en sus artículos, la marginalidad económica y social en

10 Larraín, op cit., 2004. Pág. 244.

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que vivía gran parte de la población, laborando en actividades inestables y sin protección legal, aparece esbozada en esas historias en que los jóvenes varones en el espacio público eran mirados con desconfianza por los adultos y los representantes del orden, a menos que fueran ‘conocidos’. Dice mucho del particularismo que dominaba las relaciones sociales en Chile, en que la ley tenía diferentes significados dependiendo de la situación de clase, del sexo y la edad, como dejan en evidencia los relatos; los jóvenes varones estaban bajo sospecha, hasta que demostraran su inocencia.

Relaciones de género En términos de relaciones de género, Ritmo apuntaba a ‘normalizar’ las relaciones amorosas de los jóvenes de clase media baja y popular, que podían salirse de cauce, velando por la permanencia de los resultados del largo proceso de normalización de la familia por el Estado. Las nuevas formas de sociabilidad entre los jóvenes en las ciudades, sobre todo, el mayor anonimato y la posibilidad de conocer y vincularse con otros jóvenes fuera del control directo de los padres eran una amenaza latente al buen orden familiar. De un modo amable, afectuoso e íntimo –que no parece normativo, pero que lo es absolutamente– los artículos trataban de evitar que los jóvenes salieran del imaginario familiar de las clases medias. La representación que la revista entregaba sobre cómo debían ser y comportarse los jóvenes era muy explícita en promover

rasgos funcionales a las estrategias de reproducción y ascenso social de los sectores medios. Las personalidades propuestas combinaban el ethos de trabajo y esfuerzo con las habilidades sociales que garantizaban, desde jóvenes, una amplia red de conocidos, de personas con las cuales había ya un primer intercambio de conocimiento en actividades comunes, o en reuniones sociales de diversos tipos. Pero todo esto siempre en función del proyecto individual, encarnado en el grupo familiar constituido por la pareja y sus futuros hijos donde, además, existía una división de tareas entre hombres y mujeres. Lo anterior llevaba a reforzar la necesidad de mantener la unidad familiar para ser exitoso en un mundo injusto, ante el cual una propuesta colectiva de cambio social solo podía conducir al agotamiento, la amargura y la frustración.

Horizonte: el matrimonio Para María Pilar Larraín el amor romántico era claramente diferente al de los otros afectos, hacia amigos, padres y hermanos, por su componente erótico que, sumado a la ternura, cariño, respeto, amistad, sacrificio, constituía el amor verdadero, aspiración de todos los seres humanos y, sobre todo, de los adolescentes. Parte de su proceso de maduración era la búsqueda de esa pareja con la cual compartir la vida; y el pololeo, la forma legítima de realizar el proceso de mutuo conocimiento afectivo que podía confirmar una elección

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correcta o implicar un error a reconocer, para así continuar la búsqueda. Esta visión del amor romántico tiene elementos de modernidad, como señala Anthony Giddens, ya que estaba sustentada en la libertad individual y en la superioridad del sentimiento amoroso. En la versión más clásica del amor romántico,los elementos emocionales, sublimes, predominan sobre el deseo sexual; aun cuando surge de una atracción instantánea, el amor a primera vista, no era una expresión de deseo erótico, sino un gesto comunicativo de dos seres que intuían las cualidades del otro11. Este especial encuentro entre las personas adecuadas era el sustento del matrimonio moderno, llenándolo de nuevos sentidos. El problema es que este modelo ya estaba tensionado por la dificultad de mantener la pulsión amorosa a lo largo del matrimonio. María Pilar Larraín insistía, incansablemente, en que la felicidad en el matrimonio era producto de un gran trabajo de la pareja para mantener el afecto y la atracción. Por lo tanto, era frágil, ya que los cónyuges podían fracasar en esa tarea. La indeseada separación estaba en el horizonte posible de la pareja de enamorados puesto, también, que era una realidad en el mundo que los/as rodeaba. A esta tensión se agregó, a medida que avanzaban los años 60, el eco de los cambios en la sociedad y cultura de Europa

11 Giddens, op.cit. Pág 27.

y Estados Unidos, donde la profundización de los procesos de individuación llevó a una crisis de legitimidad de las modalidades físicas de la relación del hombre con los otros, impulsada por el feminismo, la ‘revolución sexual’, las nuevas terapias y otros aspectos de la vida social. El nuevo imaginario reafirmaba los placeres corporales, junto con discursos que invocaban la ‘liberación del cuerpo’, parte de lo cual era la invocación de la juventud como una etapa que encarnaba estos discursos e imaginarios12. En las páginas de Ritmo estos temas llegaron en las cartas de las y los lectores que consultaban por el uso de la píldora anticonceptiva, que estaba al alcance de todas quienes pudieran comprarla ya desde 1965.Una decisión editorial de inclusión que no deja de ser interesante, ya que el relato sobre las formas de organizar las relaciones afectivas entre hombres y mujeres era mucho más conservador. La revista planteaba que, en ese proceso, hombres y mujeres actuaban roles distintos porque así eran las cosas en este mundo. Mientras ellos tenían el papel activo de descubridores y conquistadores; ellas eran aparentemente pasivas, y se mostraban delicadamente ante el muchacho que habían elegido en silencio, seduciéndolo con sutiles acercamientos, conservando las apariencias. Chicos y chicas, por lo demás, debían estar muy alejados de la revolución sexual… y de sus propios deseos.

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Le Breton, op. cit, 2002. Pág. 9-10.

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Las normas del cortejo suponían iniciativa y constancia para los varones; contención y discreción para ellas; hasta que se produjera el momento del reconocimiento mutuo, en que quedaba claro el deseo de ambos de comprometerse como pareja formal. El correcto comportamiento masculino implicaba cortejar solo a las chicas hacia las cuales tenía intenciones formales, así como ellas no debían aceptar avances físicos hasta haber establecido el compromiso. La objetivación del cuerpo femenino en exhibición obligaba a que permaneciera intocado, para aumentar su valor en el juego de la conquista y seducción. Para María Pilar Larraín esas normas separaban a los jóvenes serios de quienes no lo eran, y ella exigía estas conductas a ambos sexos, reconociendo que la transgresión era más dañina para las muchachas, ya que arriesgaban sus futuras opciones matrimoniales. La insistencia de la directora Larraín en que los futuros pololos se conocieran bien antes de iniciar el compromiso apuntaba precisamente a que, en el contexto endogámico de la sociedad chilena, se escogieran en el círculo cercano, garantizando el cumplimiento de las normas de fidelidad y castidad durante el pololeo, y la posibilidad de corregir las trasgresiones con menores costos, con matrimonios adelantados pero, al menos, con candidatos aceptables. Una vez formalizado el pololeo, ambos debían respetarse mutuamente, darse muestras de afecto e intimidad; sin embargo, él debía controlar sus deseos y ella rechazar cualquier avance, porque las relaciones sexuales estaban prohibidas. Si el pololeo llegaba a consolidarse, y ambos

recibidos bien por las familias de la pareja, era posible pensar en el futuro, en contraer matrimonio, donde podrían al fin amarse plenamente y tener hijos, cuando él estuviera en condiciones de trabajar y ella, de llevar un hogar.

Público y privado ¿para quiénes? Es posible sostener que los procesos de urbanización, las migraciones campo-ciudad,ciudad pequeña-grandes centros urbanos, la ampliación de las posibilidades de educación formal y la movilidad social ligada a las nuevas fuentes de trabajo en la industria y servicios públicos, habían creado nuevas generaciones de jóvenes, cuyas familias no contaban con esa cultura de vida urbana. De ahí el énfasis en la importancia central de la familia amplia, que incluía a las amistades con la cuales se compartía e invitaba. El mejor control social de la conducta adolescente era esa comunidad que estaba siempre observándolos. Y la reafirmación de la amistad como fundamental para el desarrollo personal, pero que no debía confundirse con una entrega emocional, era complementaria. Estas representaciones iban develando un mapa para moverse en la sociabilidad urbana, puesto a disposición de los jóvenes. Las habilidades sociales femeninas expuestas en la revista se articulaban con el clientelismo que Jorge Larraín indica como rasgo clave de la modernidad latinoamericana. Las redes

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políticas chilenas, que daban acceso a trabajos y posiciones de prestigio, sobre todo a los varones, necesitaban de la colaboración activa de sus parejas femeninas para sostener lazos relacionales, reafirmados en reuniones sociales o políticas efectuadas, muchas veces, en los hogares. En un país de pocos clubes, la casa era todavía el lugar de encuentro, incluso en el caso de algunos personajes prominentes. La antropologa social Larissa Lomnitz, en su trabajo sobre la clase media nacional, habla del compadrazgo, señalando el valor chileno de la amistad en dicho sector, amistad cultivada desde la infancia y experimentadaen familia, mediante una vida social intensa, hospitalaria e informal13. En este mismo sentido, en el nivel simbólico, Ritmo vinculaba a los hombres con los valores conservadores de la caballerosidad, y en las relaciones sociales les demandaba una orientación valórica moderna hacia la especificidad, es decir a la separación entre espacios público y privado. Al mismo tiempo, planteaba que lo esperable era que sus compañeras atravesasen ambos ámbitos, permeando el mundo público con la difusividad y afectividad del ámbito privado. Estas tensiones entre mujeres que empezaban a abrirse hacia espacios públicos, hasta entonces limitados, y hombres que resistían a compartir las tareas domésticas estaban bien expuestas por Torricelli. Coherente, afirmaba que si

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Lomnitz, Larissa, “El ‘compadrazgo’, reciprocidad de favores en la clase media urbana en Chile”. En L.L. Lomnitz, Redes sociales, cultura y poder: ensayos de antropología latinoamericana, México, Flacso, 1994.

los varones reclaman privilegios y las muchachas igualdad, ambos estados habían de ser ganados con trabajo. Muy en la concepción de la época, creía que la participación laboral emanciparía a las mujeres, atendiendo menos a las mismas palabras que ponía en boca de las chicas entrevistadas: la violencia simbólica de la mayor valoración de los varones, por el solo hecho de serlo, los silencios obligados de las muchachas, el rechazo masculino a hacerse cargo de las tareas invisibles de organizar la vida social, la complicidad de las familias que reproducían la subordinación. Este ruido en la relación aparentemente fluida entre los géneros no encontró solución en los temas de juventud. Hay que señalar aquí una diferencia importante con los procesos que estaban ocurriendo en el mundo desarrollado, en que el movimiento feminista ya estaba emergiendo desde 1966. En Europa y Estados Unidos había pleno empleo y las mujeres tenían una creciente participación en la fuerza de trabajo, con una consecuente mayor autonomía económica, aún cuando fuera en puestos de trabajo menos valorados y con menores salarios que sus pares varones. Precisamente superar aquello era una de las demandas del feminismo. En Chile, en cambio, la desocupación era alta y los puestos disponibles para las mujeres, pocos y mal pagados; la mayoría de las trabajadoras eran empleadas domésticas, y las mujeres profesionales, todavía escasas. Cuando las redactoras de Ritmo invitaban a las jóvenes a prepararse en primer lugar para el matrimonio, era porque en el contexto nacional era

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el mejor proyecto de vida, y el trabajo remunerado, una posibilidad indeseada en tanto hubiera significado el fracaso del varón proveedor, más que la realización de un proyecto personal de la mujer, posibilidad que existía solo para el muy pequeño porcentaje que adquiría una profesión bien remunerada. En ese contexto, la sociedad chilena en su gran mayoría veía los movimientos feministas como parte de un proceso exótico, ajeno a la realidad nacional, donde las mujeres no parecían quejarse de la situación en que estaban. Entre ellas no había aún una reflexión crítica ante su propia condición, salvo en un grupo que estaba a la vanguardia y que era representado desde el mundo oficial por la revista Paula, de la misma editorial que Ritmo. La secularización a medias, de la que habla Ximena Valdes y que acusaban los Mattelart –incluso en los sectores más modernos, las clases medias– se explica aquí por el arraigo de concepciones profundamente tradicionales de la femineidad y masculinidad, por la noción central de la distinción de género, a la cual Ritmo no renunciaba, pese a esbozar la noción de igualdad de derechos, en la medida en que ambos trabajaran. Es posible coincidir con los Mattelart en que hay un interés común –de clase– en mantener roles complementarios para hacer más eficiente la estrategia clientelar de las clases medias para mejorar su posición. Pero es en el ideal romántico donde sigue radicada la diferencia, y que Ritmo engalana y valida para hacer la vida emocional más intensa.

Las tensiones sociales llegan a la Ritmo-Familia Desde el primer momento, la directora Larraín había afirmado la posición de la publicación ante los problemas de sus lectores que excediesen los límites de las relaciones afectivas. Frente a los problemas económicos o laborales, afirmaba una orientación individualista. La solución estaba siempre en manos de los jóvenes quienes, mediante una actitud positiva, sin acomplejarse por sus carencias, cualquiera que ellas fueran, y trabajando incansable y esforzadamente por lograr sus metas, sacando el mejor partido a lo que tuvieran, lograrían sobrepasar las dificultades. Aun reconociendo que la sociedad era injusta, no aceptaba el argumento de que los problemas provenían del orden social, en el cual habían tenido menos oportunidades que otros. Eso era un dato inmodificable de la causa: solo podían cambiar los individuos. En función de una sicología común, la de la juventud, todos los lectores en tanto tales –y ella misma–eran iguales, negando las enormes diferencias que existían dentro de la sociedad chilena. Afirmaba el total apoliticismo de la publicación, ya que la política era totalmente perniciosa porque dividía a la gente y el propósito de la publicación era, precisamente, unir a la juventud en torno a objetivos sanos y positivos. Esta posición difícilmente podía ser compartida por el subdirector Alberto Vivanco y la redactora Graciela Torricelli, como lo demuestra la posterior actividad editorial de ambos en Quimantú, la editorial estatal durante la Unidad Popular.

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Estas diferencias cobraron mayor peso en el contexto de radicalización de las luchas políticas y sociales del período. La salida de Vivanco se fraguó a fines de 1967, para concretarse en marzo de 1968 y, más allá de la disputa sobre los cantantes que aparecerían en portada, puede pensarse que la absoluta prescindencia de los problemas sociales que defendía la directora no era aceptada por Vivanco, en momentos en que esos mismos adolescentes estaban en las calles formando parte de las movilizaciones cada vez más frecuentes a partir de 1967, y mientras en las universidades era cuestionado el orden tradicional adulto, reclamando participación en las decisiones. A pesar de las pretensiones editoriales de apoliticismo, la revista no escaparía al escrutinio de los actores sociales cuestionadores del orden social. Es sugerente que en ese contexto, en septiembre de 1967, Larraín hiciera una exaltada defensa de la juventud y de su derecho a andar –los hombres– con el pelo un poco largo, con camisas de lunares o colores novedosos y las chiquillas a usar pelo liso y largo, falda corta, medias de colores y bailar a go-go. En su mayoría, afirmaba, eran jóvenes sanos y estudiosos y no podían ser confundidos con una minoría rayana en la delincuencia.Estaba implícito el rechazo a dos grupos de jóvenes, minoritarios en su opinión: los rockeros y los hippies, de cuya moralidad sospechaba, viéndolos partidarios del amor libre y del consumo de drogas y, por otro, los estudiantes movilizados, a los que criticaba por violentos. Esta visión integradora de Larraín fue cuestionada por varios participantesde la sección Conversando, que criticaban el

punto de vista de la revista, también a partir de esas fechas, entre noviembre de 1967 y junio de 1970. Más allá de ser interesante el que las hayan publicado, permite imaginar que había más correspondencia en el mismo tono, y suponer que le servían para dar una imagen de amplitud de criterio y reafirmar la ideología tras la línea editorial. Las críticas, provenientes de lectores con alto nivel educacional, apuntaban a la superficialidad de la revista, que no reflejaba la realidad mundial. La respuesta, basada en el gran tiraje de la revista, era que a los adolescentes chilenos no les interesaban esos problemas, tan lejanos, como la guerra de Vietnam o la segregación racial en Estados Unidos. Otra línea de críticas venía de lectores de sectores populares, que criticaron el sesgo centralista y de clase apreciable en el concurso Miss Ritmo. La respuesta de Larraín, negabaque el barrio o colegio de las candidatas influyera e intentaba escamotear lo que era visible a los ojos de cualquier chileno o chilena: que la estratificación social en Chile eran una realidad tan dura simbólicamente que bastaban pocos datos para clasificar a las postulantes. Social y étnicamente, Ritmo se representaba en una adolescente de clase media, con fenotipo europeo y buenos modales, como habían sido largamente descritos: es decir, no precisamente como una típica lectora de la revista. Este contraste entre la realidad cotidiana de los Ritmo lectores y el mundo ideal y sin problemas que la revista presentaba, es observable también en las consultas de la sección Conversando.

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¿Revolución sexual? ¡No! Las cartas de los lectores dejaban ver que las reglas, aparentemente tan claras y sencillas de la directora, dejaban mucho espacio para la confusión adolescente. La presión social ejercida en los varones para mostrarse heterosexuales y deber de éxito con el otro sexo los llevaban a iniciar relaciones sin sentirse enamorados y a presionar a las chicas a aceptar besos sin compromiso, sobre todo cuando se sabían fuera de las miradas del círculo social cercano. Y a ellas, las llevaban a precipitarse aceptando avances masculinos sin haber logrado el compromiso previo, y también a coquetear con varios muchachos a la vez, arriesgando en ambos casos su prestigio de ‘muchacha seria’. En estos mensajes era posible ver la gran diversidad de situaciones que atormentaba a los Ritmo-lectores, desde el temor o la falta de deseo erótico en las muchachas, a pololos que no se atrevían a besarlas, revelando la rigidez de la educación recibida desde las familias; a chicos y chicas con pololeos simultáneos, a otros que estaban enamorados de la pareja de un amigo o amiga; pololos que desaparecían sin más explicación, revelando que la distinción entre ‘serios’ y ‘no serios’ era más difusa de lo que Larraín postulaba. Las relaciones de maltrato entre parejas de adolescentes no eran escasas, si juzgamos por la cantidad de consultas publicadas, las que incluso revelaban golpes por parte de varones. En este sentido, Larraín siempre censuró la violencia física y emocional en las relaciones de pololeo,

por considerarla expresión de la pérdida de respeto y de amor, rechazando el argumento de los celos como excusa y censurando a quienes abusaban de una mejor posición social respecto a la pareja. En ese contexto de control parental y rígidas normas, es bien reveladora la permanente publicación de cartas contando diversas transgresiones. Muchachas que pololeaban a escondidas de los padres; otras que habían cedido a las presiones de sus pololos para dar la ‘prueba de amor’; muchachos que alegaban amar a las pololas a las que habían ‘hecho suyas’; jovencitas enamoradas de hombres casados, incluso pololeando con ellos. Casi todos arrepentidos o confundidos, e invocaban la fuerza del amor como justificación de sus actos, sin cuestionamiento de las normas. Pero eso estaba empezando a cambiar. En este período se iniciaba en Chile la distribución de anticonceptivos por medio de los programas de planificación familiar en los servicios públicos de salud, y su venta libre en farmacias a partir de mitad de la década. El acceso a los anticonceptivos modernos modificó las vidas de las mujeres casadas, que limitaron sus embarazos, siendo esto la causa principal de la caída en la fecundidad. Para la mayoría de las mujeres solteras y, sobre todo, las más jóvenes, que tenían que pagar para obtenerlos, su uso implicaba contradecir todas las normas sobre la sexualidad femenina que regían hasta el momento. Tuvo igualmente gran efecto en el imaginario social, abriendo a las muchachas la posibilidad de ceder al deseo de ellas y de sus parejas de tener relaciones

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sexuales sin estar casados. Así como aumentó la presión de los varones para acceder sexualmente a sus pololas, ya que desaparecía la excusa del temor al embarazo. Bien lo percibió la directora Larraín, al responder una carta diciendo que, al desaparecer de la vida de la mujer actual el miedo al embarazo, “tristemente, pareciera que cualquier otro problema moral ya no existe”. Desaparecía así la última barrera, muy débil, de la mirada conservadora sobre el sexo.

“Pórtense bien… si es que pueden” Esta admonición con que Larraín solía cerrar sus editoriales refleja muy bien la ambigüedad de las representaciones de Ritmo y su esfuerzo por mantenerse entre dos aguas. Las representaciones de género de la publicación flexibilizaban los roles y los adaptaban a los tiempos modernos, insistiendo en que las chicas estudiaran y se preparan para la posibilidad de trabajar, y en que ellos no perdieran los buenos modales y el sentido de responsabilidad. Por medio de una educación social y sentimental sustentada en el amor romántico, donde las protagonistas ocultas de las aventuras sentimentales eran ellas, seductoras de varones caballerescos que creían conquistarlas, se mantenía la lógica binaria, de roles esencialmente distintos. Los privilegios femeninos estaban basados en la habilidad para manejar la dominación masculina, revertiéndola a su favor; pero, finalmente, manteniendo la jerarquía.

La posibilidad de articular una identidad colectiva como mujeres en esta representación social está erosionada por la fuerza de la noción de complementariedad de los roles de hombre y mujer. Aún la versión moderna de Torricelli que apuntaba a la construcción de la individualidad, el desarrollo personal mediante la cultura, similar para los dos sexos, contenía todavía el mandato para las chicas de disimular sus dones, adecuándose al menos formalmente a los de gran organizadora familiar y animadora de la vida social. Más fuerte era la complementariedad en la versión romántica de Larraín, en que la vida no se entendía si no era en pareja y en que el amor era el eje de la experiencia vital de las muchachas. El tiempo que ellas tenían que destinar a convertirse en muchachas encantadoras (y casaderas) torcía el énfasis en el desarrollo personal. Dentro de esa línea editorial central, un gran aporte de la revista fue la apertura a los/as lectores, que permitió poner en juego las dos realidades: la normativa de la revista y la real, la que ellos/as vivían. La vitalidad y el éxito de este medio de comunicación tuvo sustento en su porosidad para dar espacio a los problemas juveniles del ámbito privado, en un tiempo de constantes cambios, donde era fácil estar confundidos, y en que muchas veces la ola de los cambios obligaba a todos a modificar sus conductas. Pero la división entre público y privado estaba precisamente en cuestión, y la pretensión de hacer de esta publicación un feliz mundo privado para los Ritmo lectores no resistía la constatación de las discriminaciones que la mayoría de ellos vivía a diario.

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La tolerancia moderna ante las transgresiones al orden que daban cuenta los y las lectoras actualizaba uno de los rasgos más arraigados en la sociedad chilena, el viejo ‘se obedece, pero no se cumple’. Como en siglos anteriores, la revista invitaba a las y los pecadores a arrepentirse y a no volver a pecar para reincorporarse a la condición de jóvenes serios, sanos, alegres que tenían los Ritmo-lectores, cerrando hábilmente la posibilidad de preguntarse si era realmente pecado o era posible pensar en un cambio real de las estructuras que entretejían las dominaciones sociales, en las cuales la de género era, en la época, la más firme y la más invisible.Los casos particulares se resolvían por la vía del errorperdón-regreso. Sobre todo, no había una convocatoria a una reflexión sobre la responsabilidad individual que involucrase ya fuese una profunda expiación, o un cuestionamiento de normas que estaban resultando claramente opresivas. Entre la representación integrada y clasemediera de la revista y las vidas cotidianas de la mayoría de los jóvenes, con sus carencias materiales, con el fuerte control social de las familias y la escuela, las revistas (con el cine y las canciones) aparecían casi como un mundo mucho más libre, espontáneo y donde los adolescentes eran –aparentemente– protagonistas y ejercían las nuevas libertades. Ensayaban sus aventuras donde corrían los límites de lo posible, con miedos y dificultades. Ni enajenados ni revolucionarios, los jóvenes lectores se abrían a la vida encontrando un panorama político social de ascendente confrontación, que los haría salir fuera de los edulcorados límites del Ritmo-mundo.

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“Ritmo revisitado” es una investigación que retrata de modo interesante, profundo y ameno un momento trascendental en la historia del país, desde un punto de vista poco recurrido como lo es el género. Su autora, la socióloga y Master en Ciencias Sociales Silvia Lamadrid, construyó con este tema su tesis para postular al grado de Doctora en Historia por la Universidad de Chile. Se trata, por lo demás, de una búsqueda que recurre a fuentes históricas hasta hace poco no consideradas por la historia oficial –como los medios de comunicación– pero que la historiografía actual toma en consideración por tratarse de vestigios vivos de actores sociales. El texto rescata la pequeña historia, la cotidiana, develada en los textos de los consejos que la revista entregaba y en los aconteceres de las vidas de sus lectores/as que ellos/ as comunicaban con este medio. Analizadas con instrumentos de la teoría de género las secciones más valóricas de la revista Ritmo, hecha en el país, releva la importancia de la perspectiva de género en los estudios históricos, para enriquecer la comprensión de los procesos de transformación de la sociedad chilena, incorporando la mirada de nuevos actores. Dirigido a todo público, este libro es una mirada inédita a una revista de gran tiraje y venta en Chile, como Ritmo, surgida en una época de grandes cambios societales y culturales en el mundo y en el país.

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