Riccardo Boglione. Reseña sobre: GUTIÉRREZ VIÑUALES, Rodrigo, Libros argentinos, ilustración y modernidad (1910-1936), Buenos Aires, CEDODAL, 2014. Publicada en: Arte y Parte, Santander, Nº 117, junio-julio de 2015, pp. 144-145.

Libros argentinos: ilustración y modernidad (1910-1936)

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Rodrigo Gutiérrez Viñuales Libros argentinos: ilustración y modernidad (1910-1936) cedodal,

Buenos Aires, 2014 450 págs. 50 euros

A R T E Y PA R T E

n tomo de este tamaño y características —casi 450 páginas y 2500 fotos— induce a pensar que se está en presencia, sobre todo, de un repertorio: de los más rigurosos y de los más completos que se puedan imaginar alrededor del tema de la ilustración de libros (semejante envergadura además trasciende el ámbito argentino e incluso latinoamericano: algo tan detallado escasea a nivel global). Y es así. Pero dichas cualidades taxonómicas que constituyen gran parte del trabajo de Gutiérrez Viñuales, proporcionalmente a la dimensión, dejan infiltrarse, casi furtivamente, sostenidas por un tono liviano, algunas anotaciones críticas y teóricas de peso, nunca repetidas suficientemente, con las que es menester abrir esta reseña. La más punzante sería subrayar lo erróneo de la idea, todavía vigente y operante, de que es viable una «historia del arte» que excluya de su narrativa la producción gráfica masiva, donde evidentemente la ilustración de periódicos, libros y afiches resulta determinante. Como el autor recuerda en las primeras páginas «libros y revistas indudablemente gozaban de unas posibilidades de difusión masiva que la obra única (fuera pintura o escultura) no lograba» teniendo más contundencia «en cuanto a la conformación del gusto popular»: palabras acertadísimas que incluso se podrían abultar sosteniendo cómo, a fin de cuentas, la puesta en página de los fermentos activos en las artes «mayores» tuvo quizá más relevancia en la construcción del imaginario colectivo que sus expresiones de «galería». Otra observación del autor, que por supuesto termina dando más solidez aún a la investigación, resuelve que a menudo «revistas y libros funcionaban como verdaderos laboratorios» donde, liberados de las presiones para vender sus artefactos, e incluso despachados de los gastos para los materiales, los artistas se atrevían más o, por lo menos, trabajaban con menos miedo a equivocarse. En el volumen hay evidencias de esto; con apenas un vistazo a las imágenes reproducidas, por ejemplo, emergen con vigor los elementos típicos de la retórica de la modernidad. La rapidez, los colores chillones, los contrastes, ciertos ritmos sincopados de los módulos gráficos, la geometrización de las formas. Abundan claramente presencias que en las artes «oficiales» argentinas de la época; salvo casos puntuales, aparecían drásticamente en menor medida. El libro es entonces la enésima etapa —seguramente la más completa— de una sacrosanta expedición arqueológica dedicada a la recuperación de esta potencial «pinacoteca» perdida, custodiada en y dentro de las tapas de piezas de literatura a menudo desconocidas, que en los últimos años está tratando de reconstituir lo arrinconado (los mismos «precedentes» son listados por Gutiérrez Viñuales, liderados por la modélica muestra «México ilustrado», en 2010, y su catálogo). El autor organiza casi matemáticamente su volumen: luego de unas «Razones y escenarios para este libro» que abren el estudio, se presenta una «Historia del libro ilustrado en la Argentina» en ocho etapas que siguen, concienzudamente, un movimiento cronológico que a su vez relata, en adhesión a

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las fechas elegidas (1910-1936), el nacimiento y la consolidación de las artes gráficas en el país, dejándonos en víspera de la que el mismo autor define como «edad de oro» de las mismas, florecida en los cuarenta. Sin embargo, entre tanto método, no pueden faltar vetas de «locura»: Gutiérrez Viñuales propone «grupos» de carátulas e ilustraciones internas ordenadas tanto temática como estilísticamente, que alguien devoto de la progresión temporal a toda costa podría encontrar un poco caprichosas y que, sin embargo, van aclarando tendencias y modas que, de otra forma, sería más engorroso reconstruir. Por ejemplo, dentro de la vertiente simbolista —una de las más fuertes sin duda (debido también al rol, en ella, de artistas de primer nivel como Gregorio López Naguil)— aparecen páginas que reúnen los influjos de las gráficas asiáticas, o donde recurren a cuerpos femeninos sinuosos o calaveras, o, ya salidos del ámbito del art nouveau, otras donde irrumpen tendencias «prehispánicas» (sumamente interesantes como reclamo, ya en clave vanguardista, de lo indigenista latinoamericano), o se conjuga, en diferentes maneras, la idea de «constelación»: atractiva compilación de las obsesiones de una época. Aunque la hipnótica cantidad y calidad de las imágenes amenace con ofuscar el texto, hay que remarcar que el trabajo de investigación es impecable, tejiendo una trama de conexiones entre artistas, instituciones, países y inclinaciones muy tupida, compleja y aparentemente disgregada, y donde, sin embargo, al final, tout se tient: los procesos de cómo y por qué se desarrollan determinadas líneas y se frustran otras, o se cumplen alianzas y generan conflictos resultan claros en el relato de Gutiérrez Viñuales, proporcionando al lector un cuadro coherente del proceso de modernización que el libro argentino ha cumplido en las primeras décadas del siglo pasado (y que es, a la postre, la materia central del estudio). Lo que comúnmente se hubiera pensado como «apéndice» aquí ocupa más de la mitad del libro: se trata de «Los protagonistas de una edad de plata», la tercera parte del volumen, dedicada a monografías de quienes Gutiérrez Viñuales considera los más destacados ilustradores, a su vez «divididos» entre titanes —los que se merecen una biografía más extendida— y grupos de «singularidades» concentradas según los ámbitos de creación (por ejemplo, los «artistas del pueblo», los «vanguardistas del plano y la línea», los «protagonistas del arte social», etcétera). Así, luego del recorrido colectivo por la ilustración de las primeras doscientas páginas del libro, en las demás se deja espacio a las individualidades, con profundizaciones sobre artistas ya consolidados (por ejemplo, Alejandro Sirio y Adolfo Bellocq) y repechages que son en realidad hallazgos (el caso más impactante en este sentido es él de Antonio Bermúdez Franco). Asombra, otra vez, la cantidad de nombres e imágenes que pueblan esta sección: Gutiérrez Viñuales es consciente de crear un canon y, si en algún momento se equivocara, preferiría equivocarse por exceso que por defecto. Incluso la ágil diagramación refleja esta justa política de inclusión, necesaria porque se ocupa de un tipo de material olvidado durante décadas; ahora que sale a la luz, tiene que salir en bloque, anhelando a la imposible —y el autor sabe que es imposible y lo declara en la apertura— exhaustividad. Básicamente, salvo contados casos y nunca de manera exagerada, las reproducciones tienen todas el mismo tamaño, así pudieron entrar más imágenes y sin pelearse. Libros argentinos es un fresco «democrático», y en este sentido, para quien tenga ganas de indagar, el trabajo revela entre las obras incluidas, y más allá de las evidentes sorpresas visuales, también alguna oscura perla literaria injustamente postergada. Cierro recordando que habita dentro el libro de Gutiérrez Viñuales una suerte de segundo libro: se trata de un sutil manual del bibliófilo que aflora, cada tanto, en puntos diversos de su recorrido y que es, por supuesto, una apología de la bibliofilia como agente de almacenamiento y reconstrucción de la memoria. También es ese amor por el libro y por la «búsqueda del ejemplar» que regala a la prosa del autor una dimensión, con frecuencia, a mitad de camino entre lo académico y lo coloquial, definidamente amena. Riccardo Boglione

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