Revolución en Francia, reforma en Gran Bretaña: síntesis de las posturas parlamentarias a través del pensamiento antagónico de Hobbes y Locke

November 13, 2017 | Autor: Juan Diego Brodersen | Categoría: Political Philosophy, French Revolution, Thomas Hobbes, John Locke, Contractualism
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Descripción

Revolución en Francia, reforma en Gran Bretaña: síntesis de las posturas
parlamentarias a través del pensamiento antagónico de Hobbes y Locke


Auctoritas, non veritas,
facit legem[1]

"¿Y qué? ¿No puede darse el caso de que, si
su rey los oprime de modo despótico, les esté
permitido a los súbditos, legítimamente
y en virtud de su propia autoridad,
defenderse a sí mismos, tomar las armas y
alzarse contra aquél? [2]


Los coletazos de la Revolución Francesa sacudieron tremendamente la
historia de occidente. Emparentada con la libertad política tal y como fue
concebida en contraposición al absolutismo, esta vuelta de página en el
acontecer de los estados europeos pateó el tablero no sólo en términos
sociales, culturales y económicos, sino también filosóficos. No hubo
aspecto de la vida que no haya sido trastocado y el ámbito del pensamiento
tuvo un lugar central tanto dentro de las causas de la Revolución como las
consecuencias.
Uno de los países más fuertemente influidos por los cambios originados
en el viejo continente fue Gran Bretaña, usualmente foco de investigación
más por la Revolución Industrial que por los efectos de los cambios
llevados adelante por los jacobinos franceses. La Revolución Francesa
provocó un fuerte debate parlamentario en Gran Bretaña, no inexperta en el
tópico revolucionario por sus experiencias entre 1642 y 1688, pero sí
incomodada por los sucesos del país vecino.
Ahora bien, ¿qué sucedió cuando llegaron las noticias de la revolución
francesa a Inglaterra? ¿Preocupó esto al entonces primer ministro William
Pitt? Lo que en un principio pudo ser una buena noticia (esto es, un
conflicto intestino en un país que competía con el suyo), comenzó, sí, a
ser foco de crecientes preocupaciones. Preocupaciones que llegaron a
manifestarse en posturas como las de Edumnd Burke, quien canalizó todos sus
esfuerzos teóricos en diferenciar la Revolución Francesa de la de 1688 de
Inglaterra.
Este clima de ideas hizo que estas dos posturas encontradas tuvieran
impulsores y detractores. La elite inglesa se vio amenazada ante la
aparición de la figura Thomas Paine y la apabullante difusión de las ideas
de los Radicals. Si la monarquía borbónica en Francia estaba plagada de
carencias en cuanto a las libertades individuales, ¿por qué no podía
justificarse una revolución? ¿Por qué no podía valer la misma vara que
regía en Francia para otras sociedades de Europa? Estos interrogantes
generaron un clima espeso en Inglaterra: publicistas, panfletistas, y
oradores como Cobbet y Hunt esparcían ideas que preocupaban a la elite, que
presentía al debate parlamentario como un punto de llegada ineludible. Fue
por esto que Pitt y sus ministros empezaron a tomar medidas "de emergencia
nacional", coartando libertades y recortando sobre todo la libertad de
expresión.
Es aquí donde proponemos un análisis filosófico-conceptual, respecto de
esta época histórica vivida por la conmocionada Inglaterra de la Revolución
francesa: dos de los pensadores más grandes de la filosofía moderna, Thomas
Hobbes y John Locke, arrojaron fértiles marcos conceptuales para pensar el
rol de las revoluciones y la salud estatal en tiempos de conmoción. ¿Cuándo
está justificada una revolución y por qué? ¿Cómo debe actuar el soberano en
caso de un levantamiento intestino? ¿Es legítima la protesta contra la
autoridad establecida, o debe ser esta silenciada? ¿Hasta dónde llega la
libertad de expresión?
Todas estas preguntas se hilvanan, sin dudas, en un tema central de la
filosofía clásica: el de la obediencia política. Hasta dónde es lícito ser
mandado, hasta qué punto es válido no serlo y, sobre todo, la gran pregunta
que desde Hobbes en adelante surgió para quedarse hasta nuestros días: ¿por
qué obedecemos al Estado, cuando bien podríamos no hacerlo?
Digamos, en modo sintético, que mientras que el modelo lockeano
habilitaría a los rebeldes a manifestarse e impediría la represión estatal
de la libertad de expresión, el modelo hobbesiano haría todo por conservar
la soberanía absoluta, incluso en los casos en los que dichas libertades se
vulnerasen.
Bajo estas distintas concepciones, el presente trabajo se pretende
analizar hasta qué punto es posible sostener que las argumentaciones
críticas acerca de la Revolución Francesa planteadas por Edmund Burke se
acercan a una inflexión hobbesiana, mientras que aquellas favorables a
dicho acontecimiento expuestas por Thomas Paine y otros panfletistas
radicales reflejan más bien resonancias lockeanas.
Es a partir de una breve exploración historiográfica en primer lugar, y
filosófica en segundo, que nos proponemos analizar los tiempos de la
Inglaterra sacada de quicio por la revolución francesa. Defensores de la
monarquía por un lado, intérpretes de las libertades individuales por otro:
¿qué moldes teóricos pueden explicar las discusiones parlamentarias de la
Inglaterra del XVIII, y por qué los marcos conceptuales de Hobbes y Locke
sirven para explicar las distintas posturas en el parlamento? ¿Por qué
podemos sostener que sus modelos, lejos de ser congruentes, son más bien
antagónicos? Más aún, ¿qué aportan ambos autores a la discusión, y por qué
sus sistemas filosóficos son herramientas adecuadas para trabajar, entender
y zanjar dichas diferencias?
[1.a] La revolución en Francia y la política británica: ¿1789?, ¿1642 o
1688?
Lo primero que tenemos que señalar, como aclaración metodológica, es que
las influencias francesas en Gran Bretaña no tienen fronteras bien
definidas: "Es extraordinariamente difícil medir el impacto preciso de la
Revolución Francesa y de las guerras de Francia porque durante estos mismos
años Gran Bretaña estaba en medio de profundos cambios"[3], de los que,
podemos decir, la Revolución Industrial era un aspecto evidentemente
visible de ellos[4]. La segunda cuestión sobre la que nos interesaría
puntualizar, es que estamos hablando del sistema político más avanzado del
momento: la arquitectura institucional del Parlamento inglés. Teniendo en
cuenta estas dos cuestiones, examinemos primero qué ocurría en la compleja
relación dialéctica entre Corona y Parlamento, allí por los finales del
siglo XVIII.
No es menor la situación económica que vivía Gran Bretaña por estos
tiempos. A la participación en la Guerra de los Siete Años, que la había
dejado fuertemente endeudada, se le sumó la pérdida de su principal
colonia, Estados Unidos, en 1776. Esto dio al pueblo una creciente
percepción de dispersión del poder de la Corona. En ese contexto emergió el
primer ministro William Pitt "el joven", en 1784, con el objetivo de
regularizar las complicadas finanzas. Pitt venía con La riqueza de las
naciones bajo el brazo.
Políticamente, el dominio sobre el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda
se encontraba bajo el manto de Jorge III, cuyo protagonismo en la historia
quedaría, para el lamento de la dinastía Hanover, signado por sus
enfermedades mentales. Su relación con el Parlamento británico no era del
todo fluida, ya que el rey tenía una costumbre nunca bien vista por el
liberalismo inglés: el uso de las prerrogativas.

Los Whigs-liberales de Fox, o foxite Whigs como usualmente se los
llamaba, venían hostigando desde tiempo atrás a Jorge III, por
considerar que este abusaba de las prerrogativas del poder real, y
acusaban a su vez a Pitt de actuar en anuencia con las tendencias
despóticas de este monarca […]. Esta situación repercutía
dramáticamente en el escenario político inglés al producirse los
primeros síntomas de enfermedad de Jorge III, poco antes del estallido
de la Revolución Francesa, que generaría inquietantes especulaciones
sobre la posibilidad de tener que recurrir al príncipe de Gales como
Regente, sospechándose que en tal situación éste llamaría a Fox para
formar un nuevo gobierno. (GALLO, K., "Revolución y Reforma: el legado
francés en la cultura política británica 1789-1832", en Estudios
Sociales 26, 2004, Pág., 146)

El uso de las prerrogativas del rey será un punto central a tener en
cuenta, y uno de los ejes de nuestro trabajo (sino el nodal). Pero antes de
introducir esta cuestión, digamos, por el momento, que fue esta situación
la que enfrentó a las dos facciones más importantes del parlamento, tories
y los whigs[5].
¿Qué desató, entonces, la Revolución Francesa en este clima político
inglés? Como dijimos, las agitadas aguas de 1789 cruzaron el canal de la
Mancha, violentando la tensa calma que reinaba del Parlamento sajón. Y
quienes recibieron con brazos abiertos las noticias que provenían de París
fueron un grupo de personas llamados Radicals: Thomas Paine, William
Godwin, William Spence y Richard Price fueron algunas de las personalidades
que oficiaron de publicistas de la Revolución Francesa en Inglaterra,
difundiendo las ideas y noticias en torno al levantamiento en contra del
antiguo régimen. Su contrapeso, por el contrario, era Edmund Burke, un
ferviente detractor de la Revolución Francesa y las distintas
interpretaciones en su favor en Inglaterra, que temía que el derramamiento
de sangre francés cruzara el Canal de la Mancha.
Aunque con claras diferencias en cuanto a la radicalidad de las
acciones llevadas a cabo por la sangrienta experiencia jacobina, pueden
encontrarse dos notas en común entre una y otra nación: el desafío a la
autoridad y el reclamo por la inclusión del pueblo en la toma de decisión
política. Es cierto que Francia se vio trastocada en su totalidad, teniendo
en cuenta que en 1789 "el poder ha perdido todo punto de apoyo; no se
encuentra en ninguna institución: pues aquellas que la Asamblea intenta
reconstruir son arrasadas, rehechas y destruidas de nuevo como un castillo
de arena invadido por la marea"[6], y no fue ese el caso de Inglaterra. Sin
embargo, la idea de que el abuso de las prerrogativas era un escollo a
superar por el Parlamento inglés sí puede hilvanarse en el hilo de esta
misma experiencia. Experiencia que, a través de las distintas posturas
Edmund Burke y Thomas Paine, puede examinarse en torno a las prerrogativas
reales, el recorte de libertades y el desafío a la autoridad.

[1.b] Enfrentamiento ideológico, debate parlamentario: las posturas de
Burke y Paine

Si tuviésemos que ponerle nombre a las enfrentadas posiciones que se
suscitaron en la Inglaterra de fines del XVIII, sin dudas el nombre de
Edumnd Burke es central. En principio emparentado con Charles James Fox,
razón por la cual se encontraba dentro de los así llamados foxite Whigs,
fue el síntoma más fuerte de esta idea de que Jorge III estaba abusando de
las prerrogativas, y que las libertades básicas del Parlamento no estaban
siendo respetadas. Sin embargo, esta relación se terminaría rompiendo en el
marco de una danza de posiciones a favor y en contra de la Revolución
Francesa, causando una escisión al interior whig signada por dos
posiciones: mientras que Fox apoyaba el derrocamiento de Luis XVI en
Francia y se declaraba abiertamente en contra de todo absolutismo, Burke no
podía separar la experiencia francesa del excesivo y brutal derramamiento
de sangre que luego de la Toma de la Bastilla se desencadenó. El fin, para
Burke, no justificaba los medios.
Sin embargo, su obra representativa (Reflections on the Revolution in
France) no tenía como principal interlocutor a Fox, sino a los Radicals,
una corriente que sería un verdadero dolor de cabeza para el irlandés: esta
facción defendía a capa y espada las ideas del iluminismo y la Revolución
Francesa, y parecía estar dispuesta a adoptar esos medios para llegar al
fin. Y por supuesto, este clima intelectual tenía un correlato visible en
el Parlamento. Aquellas prerrogativas de las que Jorge III estaba
disponiendo no tenían su contrapeso en ambas cámaras, y el resultado era
una asimetría representativa que no podía sostenerse ni para los
partidarios de Fox ni para los Radicals[7]:

Dado el sostenido nivel de desarrollo industrial y expansión urbana
que venía experimentando Gran Bretaña desde mediados del siglo
dieciocho, parecía un tanto paradójico que las ciudades con números de
población más elevados y con fuerte concentración de industrias
estuvieran, por el contrario, escasamente representadas en la esfera
política. (GALLO, K., Ibíd.)

Esta asimetría, a los ojos de Paine, era en realidad la expresión visible
de un fenómeno más complejo: la contraposición entre dos modelos políticos.
Uno caracterizado por la tiranía de las prerrogativas de la regencia de
Jorge III; otro, por la representación más equitativa de un Parlamento que
respondiera efectivamente al sistema de check and balances, de raigambre
más popular:

El viejo sistema de gobierno consiste en una usurpación de poder para
su propio engrandecimiento, mientras el nuevo es un poder delegado
para el provecho común de la sociedad. […] La primera distinción
general entre dichos sistemas, denota que el gobierno que ahora
llamamos viejo es entera o parcialmente hereditario, y por la contra
el nuevo es representativo. Se opone este a todo gobierno hereditario:
primero, por ser una impostura afrentosa al género humano, y segundo,
por no ser competente a los fines que piden el gobierno. (PAINE, T.,
Los derechos del hombre, Alianza Editorial, Madrid, 1984, Pág. 40)

Podemos ver cómo Rights of Man de Paine, publicado apenas dos años después
de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre en Francia, echaba
leña al fuego jacobino que empezaba a arder en la misma Gran Bretaña. Por
supuesto, Burke no se quedaba callado ante tales argumentos:

[…] sin tratar de definir lo indefinible, como lo es la revolución
contra un gobierno, me atrevo a asegurar que el mal por remover ha de
ser muy amargo y apremiante, y que ha de haber una probabilidad
cercana a la certeza de que un bien grande y de naturaleza inequívoca
ha de reemplazarlo, antes de iniciar una revolución que se pagará con
el inestimable precio de un estrago moral y con el bienestar de muchos
de nuestros conciudadanos. […]. Toda revolución lleva en sí algo malo.
(BURKE, E., Llamado de los Nuevos Whigs a los Antiguos Whigs, en The
Philosophy of Edmund Burke, por Louis I. Bredvold y Ralph G. Ross,
University of Michigan Press, Mihigan, 1967, Págs. 40-41)

Ahora bien, ¿cuál era el argumento central y más frecuente para analogar la
Revolución Francesa al desafío a la autoridad que estaba experimentando la
Corona inglesa? La comparación entre lo ocurrido en 1789 en Francia y lo
que había pasado hacía más de 100 años, en 1688 en Inglaterra: la Gloriosa
Revolución. Fue este un acontecimiento siempre celebrado por el ala whig
del parlamento inglés, y el punto de referencia para volver a oponerse a
cualquier tiranía. Pero es allí donde divergían las interpretaciones:

The Revolution of 1688 was obtained by a just war, in the only case in
which any war, and much more a civil war, can be just. "Justa bella
quibus NECESSARIA." The question of dethroning, or, if these
gentlemen, like the phrase better, "cashiering kings," will always be,
as it has always been, an extraordinary question of state, and wholly
out of the law: a question (like all other questions of state) of
dispositions, and of means, and of probable consequences, rather than
of positive rights. (BURKE, E., Reflections on the Revolution in
France, London, Queen's University, 1971, Page 57)

Vemos que para Burke, la Revolución Gloriosa tenía un fundamento que,
aunque elidida en la cita, la Revolución Francesa no: la noción de "guerra
justa". Es aquella "justicia" la que va a quedar disputada entre una y otra
facción whig, cuando la discusión comenzaba a exceder el ámbito teórico,
con la corriente radical organizando también manifestaciones, protestas y
mitines que, como dijimos, ponían en cuestión el lugar de la Corona y el
Parlamento en el ejercicio del poder. La elite dirigente comenzaba a sentir
estas manifestaciones como una verdadera amenaza a su modo de vida y, sobre
todo, a las leyes que lo garantizaban.
Por estas razones apareció la represión. Pitt y sus ministros tomaron
medidas denominadas "de emergencia nacional", y se empezaron a coartar
libertades, siendo la libertad de expresión la más afectada: "En diciembre
de 1792, el gobierno empezó a creer que la insurrección era inminente y
como respuesta personificó a la milicia, fortaleció la Torre, introdujo
cientos de tropas en Londres y emitió una futura Proclamación en contra de
Escritos Sediciosos"[8]. Usando slogans anti-revolucionarios, el gobierno
de Pitt se tornó fuertemente represivo en la segunda mitad del 90.
Así, vemos cómo las posiciones enfrentadas de Burke y Paine representan
el modo de ver el conflicto del abuso del ejercicio del poder. El curso de
la historia demostró que, a diferencia de la Revolución Francesa,
Inglaterra entendió que para reformar la sociedad, era posible retocar la
política sin derramar sangre: "Mientras es apropiado preguntarse por la
naturaleza precisa de la influencia de los eventos en Francia […], no es
razonable dudar que ellos brindaron una condición de posibilidad central
para la confrontación en Gran Bretaña en 1870 especialmente entre los
defensores del status quo y un movimiento extra-parlamentario populista
para una reforma política (y, ocasionalmente, social)"[9].

[2] Hobbes y Locke, padres de la discusión política inglesa

Como hemos dicho, el contractualismo sajón tiene sus raíces en el
pensamiento filosófico político de Thomas Hobbes, siendo el Leviatán la
obra cumbre que cristalizó una pretendida solución al problema de la
obediencia política. Como punto de partida para abordar su pensamiento, es
absolutamente necesario sacarse de encima el paradigma estatal
contemporáneo, y situarse en la Inglaterra de Hobbes, conmocionada por las
guerras civiles. Esto, sin dudas, hace pensar por qué para Hobbes el Estado
era más bien una solución, antes que un problema: este aparece como una
respuesta a la resolución de los conflictos o más bien como la única
respuesta: "La primera y mayor ventaja que se obtiene de la sociedad civil
es la paz y la defensa que protegen por igual a todos los miembros del
Estado; los grandes y los pequeños, aquellos que mandan y aquellos que
obedecen"[10].
Por supuesto, todo esto presupone comprender la radical diferencia entre
la política de los antiguos y la política de los modernos: mientras para
los griegos el hombre es un animal político (ánthropos phýsei politikón
zóion)"[11], para la filosofía moderna es más bien todo lo contrario. El
hombre es, por naturaleza, pasión y desenfreno[12], a lo que el artificio
racional viene a insuflarle los frenos que la sociedad como segunda
naturaleza le puede garantizar. Artificio que será ese Deus Mortalis, Dios
mortal, cuya salud es la concordia y su enfermedad la guerra civil.
Ahora bien, la particularidad del pensamiento hobbesiano, dicha muy
resumidamente, es que dentro el paso del hipotético estado de naturaleza a
la sociedad civil no se da a medias: o es absoluto, o no es nada. El
célebre pasaje del Leviatán que marca a fuego esta consigna, establece:
"Autorizo y abandono el derecho a gobernarme a mí mismo a este hombre, o a
esta asamblea de hombres, con la condición de que tú abandones tu derecho a
ello y autorices todas sus acciones de manera semejante"[13]. Esto
significa que, una vez hecho el pacto y conformado ese Estado, la sociedad
civil ya no es gobernada sino a través de su representante, dueño de las
acciones de aquellos.
Dejando de lado la extrema complejidad del Leviatán, puntualicemos el
aspecto que nos sirve para ejercer el contrapunto al que nuestro trabajo se
orienta: dentro de la filosofía de Hobbes no hay, en aquel acto de
transferencia mencionado, lugar para un levantamiento intestino. El derecho
a resistencia queda relegado sólo para el ámbito individual, encontrando
esto su fundamento en que los hombres pactaron para salir del estado de
naturaleza porque huían de tener su vida bajo amenaza[14]. Pero esto no
significa que sea válido destituir, remover o cuestionar al gobierno de
turno. Y el fundamento hobbesiano para esta cuestión es que "aunque puedan
imaginarse muchas consecuencias desfavorables de tan ilimitado poder las
consecuencias de la falta de él, que es la guerra perpetua de cada hombre
contra su vecino, son mucho peores"[15]. En síntesis, es mucho peor
destituir a un Estado, son mucho más grandes los infortunios en aquel
estado de naturaleza, que aquellos que un mal gobierno pueda producir. En
síntesis: resistencia, sí; rebelión, no.
El pensamiento de John Locke, por el contrario, es bien distinto en este
sentido. En medio de la Inglaterra Estuardo, Locke elaboró una teoría que
fue central en la Revolución Gloriosa, y que ofició de fundamento al
liberalismo político posterior. El Ensayo sobre el gobierno civil (1690)
tuvo un rol fundamental en medio de las disputas entre tories y whigs,
marcando a fuego el debate por las libertades individuales. Fundamentales,
porque si para Hobbes la fórmula del "hombre lobo del hombre" se tornó
célebre, la posibilidad de "apelar al cielo" como metáfora rebelde es lo
que ha caracterizado con el paso del tiempo la obra de Locke:

[El uso de] la fuerza entre personas que no tienen ningún superior
sobre la tierra al que reconozcan [como tal], o que no posibilite
apelar a un juez sobre la tierra, constituye propiamente, un estado de
guerra, en el que sólo queda apelar al cielo y en el que la parte
damnificada ha de juzgar por sí misma qué momento considerará oportuno
para hacer uso de tal [derecho de] apelación y someterse a [lo que le
toque] en suerte. (LOCKE, J., Ensayo sobre el gobierno civil,
Traducción de Claudio Amor, Universidad Nacional de Quilmes, Buenos
Aires, 2005, Pág. 20.)

Por supuesto, la fórmula lockeana es problemática, en tanto el mismo autor
se pregunta "¿Quién será el juez [que dirima] si el príncipe o el
Legislativo actúan contrariamente a [su] mandato?"[16], diciendo luego que
"[…] A [este interrogante] respondo que [es] el pueblo quien será
juez"[17].
Es este uno de los principales puntos en los cuales se separa una y otra
filosofía política: Locke abre la puerta a la rebelión, mientras Hobbes
apenas admite la resistencia individual. En el pensamiento hobbesiano, como
dijimos, apenas el individuo puede resistir, más formar una coalición
sediciosa para derrocar al Gobierno –incluso aunque quien ocupe
temporalmente el Estado sea un tirano- es absolutamente contrario a razón.
Y esto, porque como mencionamos, son mucho peores las consecuencias de
estar sin gobierno que las de estar bajo uno malo. Locke, por el contrario,
se aferra tanto a las libertades individuales que deja la puerta abierta a
la rebelión colectiva allí cuando el pueblo considere que sus libertades
civiles se estén viendo vulneradas[18].

[3] De los fantasmas de la revolución al Reform Act: el hobbesianismo de
Burke, el Locke de Paine

Lo primero que debemos decir es los dos protagonistas del debate
parlamentario, Burke y Paine, pueden ubicarse cerca de Locke en términos
filosóficos: en tanto representantes del ala whig, son defensores de las
libertades individuales. Lo que los diferencia es hasta dónde esas
libertades individuales llegan, y es aquí donde el modelo hobbesiano
explica mejor a Burke, y ya no el de Locke, que sí sirve de molde teórico
para Paine. ¿Qué puentes conceptuales podemos tender aquí?
Veamos qué sostiene Paine respecto de cuál es la fuente de la soberanía,
y examinemos luego por qué está entroncado en una raigambre lockeana:

La mira de todas asociaciones políticas es la preservación de los
derechos naturales e imprescriptibles del hombre, y estos derechos son
libertad, propiedad, seguridad y resistencia a la opresión. La nación
es esencialmente la fuente de toda soberanía, y ningún hombre o junta
de hombres pueden ejercer alguna autoridad, que no derive expresamente
de ella. (PAINE, T., Los derechos del hombre, Op. Cit., Pág. 31)

Vida, libertad y bienes son las tres cuestiones que, en el sistema
lockeano, no están sujetos a ningún tipo de negociación: la propiedad[19].
Si la soberanía estatal no garantiza este piso, entonces de ella no se
deriva autoridad alguna. Y lo que sostiene Paine a continuación es
categórico: "La soberanía monárquica, ese enemigo del género humano y
manantial de toda miseria, es abolida; y la verdadera soberanía queda
restablecida en la nación, como asiento suyo propio y original. Si lo mismo
se hiciera en toda la Europa, no habría más motivo para pelear"[20],
sentencia, abriendo la puerta a la rebelión. Este tipo de argumentación es
característica en Los derechos del hombre de Paine, a la hora de analogar
la Revolución Francesa a la Revolución Gloriosa para empujar el destino de
Inglaterra hacia el francés.
Distinta y muchísimo más cauta es, como podremos ver a continuación, la
postura de Burke:

[…] la sociedad es un contrato. Los contratos menores que involucran
objetos de mero interés ocasional pueden disolverse a voluntad […]
pero no puede considerarse al Estado como nada más que un acuerdo
entre socios para el comercio de pimienta, o café, telas o tabaco, u
otras materias sin importancia, de interés puramente temporal, que
puede disolverse a voluntad de las partes. (BURKE, E., Reflexiones, en
The Philosophy of Edmund Burke, por Louis I. Bredvold y Ralph G. Ross,
University of Michigan Press, Mihigan, 1967, Págs. 43-44).

Como podemos ver, Burke se para desde una postura sustancialmente
hobbesiana: el contrato por el cual se entró en una sociedad política no
está sujeto a rescisión. Y es eso, justamente lo que advierte
Burke sobre Paine y los panfletistas radicales: "Las objeciones de estos
teóricos, si sus formas no cuadran con sus teorías, son tan válidas contra
un gobierno tan antiguo y benéfico como contra la peor de las tiranías o la
más clara usurpación"[21].
Pero sin dudas, el punto central de nuestro trabajo arriba cuando
examinamos aquellas medidas represivas de Pitt, y el recorte de la libertad
de expresión. Desde la postura de Hobbes, lo que hacía Pitt estaba
perfectamente enmarcado en sus funciones: el Primer Ministro puede y debe
hacer uso de todas sus prerrogativas si así lo considera. En este sentido,
las Reflexiones… de Burke, enmarcadas en la Proclamación en contra de
Escritos Sediciosos emitida por Pitt en 1792, tienen una fuerte inflexión
hobbesiana si tenemos en cuenta que corresponde al Soberano "Juzgar cuáles
son las opiniones y doctrinas adversas, y cuáles conducen a la paz, por
consiguiente, determinar además en qué ocasiones, […] se permitirá a los
hombres hablar a multitudes de personas, y quiénes examinarán las doctrinas
de todos los libros antes de ser publicados"[22]. Mientras que la postura
de Paine tiene fuertes resonancias lockeanas, si recordamos que ante el
recorte de libertades estatal queda abierta la puerta a la rebelión.
Podemos decir, entonces, que la teoría hobbesiana abre el juego de gran
parte de las discusiones posteriores. Sabiéndolo o no, el trasfondo
filosófico está absolutamente presente por adhesión o negación a su
pensamiento en las discusiones que a partir de las revoluciones francesas y
norteamericana se desataron en 1780, y que tuvieron su cierre en el primer
Reform Act en 1832. Sin dudas, a partir de lo expuesto, fue el pensamiento
de John Locke el que más influenció a los nuevos whigs: sus reclamos por
incluir a los sectores populares en la representación parlamentaria
tuvieron al filósofo de Essex y su derecho a rebelión, a "apelar al cielo",
como faro teórico que alumbró la manera en la que la política debía ser
ejercida.
Y aunque el pensamiento de Burke también haya tenido una influencia
lockeana, sus intentos por deslegitimar la conmoción social que una
revolución como la francesa podría producir en Inglaterra quedan mucho más
cerca, como vimos, de la soberanía absoluta de Thomas Hobbes.
Bibliografía consultada


ARISTÓTELES, Política, Losada, Buenos Aires, 2005.
BURKE, E., Llamado de los Nuevos Whigs a los Antiguos Whigs, en The
Philosophy of Edmund Burke, por Louis I. Bredvold y Ralph G. Ross,
University of Michigan Press, Mihigan, 1967.
DICKINSON, H.T., Britain and the French Revolution, 1789 – 1815,
Macmillan Education, London, 1989, Pág. 1. La traducción es nuestra.
GALLO, K., "Revolución y Reforma: el legado francés en la cultura
política británica 1789-1832", en Estudios Sociales 26, 2004.
HOBBES, T., De Cive, Instituto de Estudios Políticos, Facultad de
Derecho, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1966.
HOBBES, T., Leviatán, Editorial Losada, Traducción de Antonio
Escohotado, Buenos Aires, 2003.
LLOYD THOMAS, D.A., Locke on Goverment, Routledge, London, 2002.
LOCKE, J., Ensayo sobre el gobierno civil, Traducción de Claudio Amor,
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BUTLER, M., Burke, Paine, Godwin and the Revolutionary Controversy,
Cambridge, 1984, Caps 3 y 13.
PHILIP, M. (Ed.), The French Revolution and British Popular Politics,
Cambridge, 1991; Introducción.
PAINE, T., Los derechos del hombre, Alianza Editorial, Madrid, 1984.
QUINAULT, R., The industrial revolution of British Society, Cambridge,
1993.
TULLY, J., A discourse on Property. John Locke and his adversaries,
Cambridge University Press, London, 1980. La traducción es nuestra.
-----------------------
[1] HOBBES, T., Leviatán, Losada, Tomo I, Capítulo 26. Dictum latino
central de la obra del filósofo inglés: "La autoridad, no la verdad, hace
la ley".
[2] LOCKE, J., Ensayo sobre el gobierno civil, Traducción de Claudio Amor,
Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, 2005, Pág. 268. Tomado de
escritos del monárquico absolutista William Barclay para demostrar cómo,
aún para un defensor de la soberanía absoluta, hay derecho a resistencia.
[3] DICKINSON, H.T., Britain and the French Revolution, 1789 – 1815,
Macmillan Education, London, 1989, Pág. 1. La traducción es nuestra.
[4] "En tanto la campaña de reforma estuvo sincronizada con las fechas
tradicionales de la revolución industrial, los historiadores tendieron a
interpretar los dos acontecimientos como interconectados […]. Pero la
demanda de reforma parlamentaria se había originado mucho tiempo antes que
la era de la Revolución Industrial", señala Roland Quinault en The
industrial revolution of British Society, Cambridge, 1993, Pág. 183.
[5] Partidos ambos aristocráticos, cuyas diferencias nunca los alejaron de
un régimen oligárquico. Lo que sí los diferenciaba era el tipo y magnitud
de libertades que unos y otros contemplaban, cuestión que se complejiza si
remarcamos que al interior de cada bloque hay sub-facciones con
diferencias.
[6] FURET, F., Pensar la revolución francesa, Barcelona, 1980; Parte 1,
Pág. 66.
[7] Aquí es donde las transformaciones de la Revolución Industrial marchan
por un lado, y su correlato político por otro: muchas de las industrias
están surgiendo no sólo en Londres, sino ciudades del norte como
Manchester, Liverpool, o Glasgow en Escocia. Curiosamente, estas ciudades
crecen ampliamente en número de habitantes, pero no tienen representación
parlamentaria: Liverpool y Manchester no tenían representación política en
ese momento. En cambio en las localidades ricas el sur cuentan con tres o
cuatro representantes en el Parlamento. Estas inconsistencias en el
entramado político, ligado a la representación de intereses, van a ir
engrosando los argumentos que apuntarán a una mayor participación y derecho
al voto.
[8] PHILIP, M., (Ed.), The French Revolution and British Popular Politics,
Cambridge, 1991, Pág. 48.
[9] PHILIP, M., (Ed.), The French Revolution and British Popular Politics,
Cambridge, 1991,Pág. 9
[10] HOBBES, T., De Cive, Instituto de Estudios Políticos, Facultad de
Derecho, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1966, Pág. 11-12.
[11] ARISTÓTELES, Política, Losada, Buenos Aires, 2005, Pág. 57. Esta es
la sentencia más célebre y recordada de la Política de Aristóteles, y
refiere principalmente a que el hombre es, a diferencia de los animales
gregarios como las abejas, el único animal que tiende a reunirse en una
comunidad política. Es decir, que la pólis, forma que toma la sociabilidad
humana más perfecta y acabada, es del orden de lo natural y la política la
actividad que en ella se realiza en continuidad con esa naturalidad.
[12] Representado por el conocido "estado de naturaleza", instancia pre-
estatal, caracterizada por la anarquía y la guerra del "todos contra
todos". La figura por antonomasia es el homo homini lupus hobbesiano ("El
hombre es el lobo del hombre").
[13] HOBBES, T., Leviatán, Editorial Losada, Traducción de Antonio
Escohotado, Buenos Aires, 2003, Pág. 164.
[14] Sería un contrasentido pactar para conservar la vida y no poder
resistir, aún dentro de la sociedad civil, cuando un tercero la amenazase.
Pero hasta ahí llega la acción una vez constituido el Estado: a la
resistencia, no la rebelión.
[15] HOBBES, T., Leviatán, Op. Cit., Pág. 191.
[16] LOCKE, J., Op. Cit., Págs. 272, 273.
[17] LOCKE, J., Ibíd.
[18] El fundamento de tal diferencia radica en las distintas concepciones
que uno y otro autor tienen del Estado de Naturaleza. Explicar esto
excedería los propósitos de nuestro trabajo, pero podemos mencionar que
allí está el origen de la distinción entre uno y otro sistema filosófico.
En tanto para Hobbes se trata de un estado de guerra de todos contra todos,
para Locke esto no es necesariamente así, y al pasar a la sociedad civil lo
único que se cede a un tercer –el Estado- es la posibilidad de juzgar y
castigar al infractor. Esta radical diferencia, a saber, la transferencia
plena de derechos en Hobbes y la restringida de Locke, hace que la
posibilidad de rebelarse colectivamente contra la autoridad instituida
quede como una facultad siempre en potencia en el pensamiento lockeano: ese
derecho nunca se cedió, y siempre se lo tuvo. En cambio, en Hobbes, todos
los derechos aparecen con la institución de la comunidad política, post
Estado de Naturaleza, y supeditado a esa figura monolítica del gran
Leviatán.
[19] Por propiedad, Locke entiende esas tres cosas: vida, libertad y
bienes.
[20] PAINE, T., Ibíd.
[21] BURKE, E., Reflexiones, Op. Cit., Pág. 45
[22] HOBBES, T., Leviatán, Op. Cit., Pág. 169.
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