Revisión del libro de Sol Serrano \"¿Qué hacer con Dios en la república? Política y secularización en Chile (1845-1885)\". Chile, Fondo de Cultura Económica, 2008.

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Descripción

Sol Serrano, ¿QUE HACER CON DIOS EN LA REPUBLICA?, POLITICA Y SECULARIZACION EN CHILE (1845-1885), Chile, FCE, 2008.
La historiografía en general tiende a resolver los periodos históricos de ruptura política como transformaciones en las que tales quiebres se traducen inmediatamente en los planos social y cultural. Como si los cambios en los preceptos que regulan las relaciones entre los actores institucionales y con la sociedad tengan una concomitancia absoluta en las prácticas de esta última. A estos defectos, mi interpretación es que el libro que tengo entre mis manos, ¿QUE HACER CON DIOS EN LA REPÙBLICA?, a la vez que estudiar la "relación entre la política y la religión, la historia del proceso de secularización del Estado desde la perspectiva de la religión, de sus actores institucionales y sociales", cumple con su pretensión de ser una crítica a las teorías de la secularización y a la historiografía que disocian la historia política institucional de las prácticas culturales. A lo largo de su tesis doctoral, con una prosa fluida, amplia variedad de recursos lingüísticos, aditivos como cuadros estadísticos y gráficos que refuerzan sus hilos conductores (si se me permite sugerir un glosario dada la complejidad del vocabulario religioso pese a que el escrito este destinado a un público académico), una distribución y organización lógica de la información impecable y que responde con creces tanto a lo planteado en la introducción como a los fines que la autora se propone, así como al título que escogió para la ocasión, Sol Serrano se embarca en una ardua empresa en la que su más importante aportación al conocimiento científico reside en cuestionar categorías instaladas como inmóviles y homogéneas de las cuales probablemente sea el liberalismo y su espíritu racional-iluminista el responsable, lo cual matiza con grises el periodo histórico que intenta comprender y con ello debate contra las teorías de la secularización de la sociología clásica que la interpretan como el declive de la religión en las sociedades modernas. Por otra parte, estos claroscuros que el libro remarca muchas veces llevan a que el estudioso (o al menos esa es mi apreciación) se confunda y no pueda tener una última certeza sobre el proceso, dejándolo en una nebulosa de información y de razonamientos que junto con algunos datos de investigación primaria poco aproximativos dada las limitaciones que la autora misma reconoce y achaca a la poca importancia que la medición estadística tenía para la curia y la Iglesia en general hasta la elección de Valdivieso para el Arzobispado, da un rico panorama pero no del todo concluyente, por lo cual la autora se ve obligada a recurrir a hipótesis y suposiciones de carácter aproximativo que no le permiten redondear sus líneas de argumentaciones.
La tesis central que se anuncia en la introducción, la cual confirma durante su amplia investigación, es la afirmación de que "en el mismo periodo en que el Estado se seculariza, la sociedad se hace plural y la cristianización se extiende"; "la religión se inserta en la sociedad civil y la Iglesia se expande institucionalmente". A partir de estos ejes su metodología consiste en enfocar la secularización como proceso, y su estudio desde la religión como cambio (y no como ruina, polemizando con la historiografía clásica).
Para ello se centra temporalmente en el siglo XIX durante el cual la separación de la política de la religión fue un proceso que devino en la construcción de los Estados Nacionales y de su soberanía que expresa la modernidad política, soberanía sustentada en la voluntad de los ciudadanos (con lo que se rompe con la concepción descendente del poder en la que la religión y Dios son la fuente legítima del derecho de mando que tienen las autoridades civiles), la cual se erige como fuente de legitimidad del Estado representativo y este último como fuente única y garante de derechos iguales para todos. Se produce una reorganización de los actores de la sociedad, y a través de un proceso de institucionalización y de elaboración jurídica se reajusta la posición y las funciones de la Iglesia Católica, que según la autora deja de ser el eje estructurante de la sociedad (afirmación que encuentro contradictoria con su intención de demostrar que la cristianización se extiende en la sociedad a pesar de la secularización, como se puede ver en la parroquializaciòn progresiva del campo, que a su vez desmitifica a éste como núcleo predominantemente religioso describiendo la "indomable geografía humana" como elemento que impedía a la religión consolidarse en tal espacio). Este proceso es acompañado por el liberalismo político, cuyo planteamiento clave reside en la igualdad ante la ley, que en la práctica implica que el culto católico deje de ser excluyente (lo cual se ejemplifica con la secularización de los cementerios y el pluralismo de los vivos) y con ello merma la posición de fuerza de la Iglesia Católica en el nuevo orden, en lo que la autora disiente ya que considera que la historiografía liberal congela el relato en los procesos político-legislativos y no vislumbra a través de las dimensiones sociales y culturales (déficit que también remarca en la historiografía de las naciones católicas).
En el caso chileno, que vale para todas las naciones hispanoamericanas, el valor que le asigna la autora reside en la experiencia original de revoluciones políticas modernas en que el cambio en la fuente de legitimidad del orden político no expulsa a la religión del Estado; el sistema político evoluciona y surgen Repúblicas, pero eso no implica descristianización ni declive de la religión (Repúblicas Católicas que tenían sus días contados a futuro con el regalismo liberal en el poder político que consagraba la igualdad ante la ley que implica en la práctica el pluralismo religioso); lo que si hay es una importante redefinición del concepto de lo público (estatal) y lo privado (conciencia individual) moderno, reacomodando la posición de la Iglesia Católica que al privatizarse, paradójicamente se incorpora y consolida en la esfera pública moderna que emerge de estos conflictos, la sociedad civil, participando activamente en el sistema de partidos políticos y en múltiples instancias asociativas, creando una red social de asociaciones semiautónomas ligadas al culto católico y a la Iglesia que forman un baluarte contra el regalismo republicano y la secularización, y que se las pueden considerar como formas de sociabilidad modernas. Por ejemplo, las instituciones de beneficencia y de socorro mutuo y el desarrollo de la prensa escrita, que además de estar impregnados de lo religioso incursionan en el campo de lo material a través de la ayuda a los pobres en este mundo como nueva práctica piadosa de salvación eterna, readaptando las prácticas culturales al reasignarle el espacio sagrado a lo individual y privatizando así la religión. Dentro de estas asociaciones, las Cofradías, organizaciones consideradas típicas del antiguo régimen, subsisten con gran permanencia a lo largo del siglo, debatiendo con la historiografía clásica que las considera como restos de un pasado tradicional que se deshacen con la conformación de la República. Esta redefinición de fronteras da lugar a pugnas entre el poder espiritual y el poder terrenal por las funciones jurisdiccionales, privilegios y fueros. Los ejemplos más ilustrativos de estas disputas entre ambos poderes se encuentran en el incendio de la Compañía y en el asunto del Sacristán; cabe también destacar la redemarcaciòn del rol de la mujer en la sociedad, que conquista nuevos espacios al predominar en el nuevo asociacionismo católico que se viene a instalar en la sociedad civil como esfera pública moderna. En este periodo además se produce la reorganización de la Iglesia Católica como institución territorial y diocesana, jerárquica y centralizada (con la adhesión al romanismo y al Papa como fuente de legitimidad de la nueva soberanía que intentaba construir para tener jurisdicción y poder nombrar eclesiásticos), uniforme y disciplinada (que le permita negociar con la autoridad civil como un cuerpo único y articular su soberanía espiritual con la soberanía nacional, con lo cual niega el supuesto de que la Iglesia Católica en Hispanoamérica haya sido anteriormente un cuerpo único y todopoderoso), bajo unas lógicas jurídica escrita (la de los "papelistas") y administrativa (estadística) racionalizadoras, igual que el poder temporal, para prepararse en la batalla contra la secularización liderada por la conducción ultramontana contra la posibilidad de que el regalismo acceda al poder. También se desarrolla la expansión del vínculo con los fieles; en todas estas tareas, no pocas veces paradójicamente contó con la colaboración del Estado Nacional que la protegía y reconocía como el culto oficial en la Constitución (con exclusión del resto) y al cual recurría por sus recursos coercitivos para aplicar la ley eclesiástica, además de que la financiaba.
Para concluir, quiero rescatar del trabajo de Sol Serrano una gran virtud en cuanto a su metodología, que tiene importantes consecuencias a mi entender en las interpretaciones posteriores de la historiografía y en la utilización de la historia como herramienta en las ciencias sociales: la plasticidad y velocidad con que se mueve en la escala de abstracción tiene la ventaja de llenar las "etiquetas conceptuales" con abundante información, que le permite respaldar sus argumentaciones a través de una brillante descripción de la interpretación de la realidad material de la sociedad y la cultura ante una historiografía muy acostumbrada a sellar los procesos históricos en torno a consideraciones muy generales que adolecen de lo que la autora en este libro viene a ofrecernos.




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