Reseña. Lozano, Jorge. El discurso histórico (I)

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Descripción

Universidad Autónoma de Colombia
Lingüística
Javier Francisco Pilonieta
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Reseña. Lozano, Jorge. El Discurso Histórico. Madrid: Alianza Editorial, 1987. Páginas 15-113

El catedrático de la Universidad Complutense de Madrid Jorge Lozano, licenciado y Doctor en Historia, es el autor del presente texto. Publicado en 1987 bajo la editorial Alianza, este libro da cuenta de una gran variedad de consideraciones sobre el discurso histórico, apelando a unos primeros tratamientos historiográficos que permitan dar cuenta del cómo se ha ido desarrollando éste, y, de igual manera, analizando y pudiendo inferir ciertas conjeturas que den cuenta de cómo se puede entrar a discutir el nombrado texto histórico como discurso y como narración. Para este presente texto, reseñaré los dos primeros capítulos del libro: el primero referido a la significación histórica desde la observación, y el segundo hacia el documento como histórico como medio de acceso al pasado.
En el primer capítulo, "Sobre la observación histórica", el autor hace una extensa descripción historiográfica sobre la manera en que el hecho de observar ha constituido los fundamentos de la disciplina histórica hacia su consolidación como ciencia. Marcando como punto de partida el nacimiento de la Historia como saber o conocimiento en la Grecia clásica, fundamenta esta disciplina en la observación de los hechos que el historiador va a dar cuenta. Es decir, el historiador sabrá porque habrá visto. Para los griegos se constituirá, por medio de referentes como Heródoto o Tucídides, una historia inmediata, en la que el espíritu del autor estará en armonía con el espíritu de las acciones que narrará, teniendo como garante la previa observación de aquello que está diciendo. Consecuentemente a este porvenir de sucesos, habría momentos en que la vista no pudiera dar el sustento de los acontecimientos a describir, y por tanto se tuviera que recurrir a otro tipo de fuentes. El autor apela a estas fuentes como orales, una función de "yo he oído" que permite dar cuenta de la observación de otra persona pero por transmisión oral. Estas dos fuentes entrarán en conflicto al momento de que los historiadores griegos narrasen sus discursos: ¿qué tan fiable es la transmisión oral? ¿Cómo podrían contrastar distintos testimonios a fin de hallar la verdad? Estas dos preguntas supondrán puntos de inflexión que se tratarán con más audacia una vez la disciplina histórica vaya evolucionando e involucrando nuevos agentes y nuevos actores.
El tratamiento que hacen estos historiadores de la historia se constituye no en un pasado lejano – e incierto a raíz de la cognición de éstos – sino en un pasado inmediato, a sabiendas, la contemporaneidad del historiador. Constituyéndose el conocimiento histórico en la captación directa de los acontecimientos, no habrá entonces historia que no sea contemporánea. La tradición y la mitología primarán en las referencias a los tiempos antiguos, y consecuentemente los diversos tipos de relatos – diarios, crónicas y memorias – se confundirán y se tratarán sin diferencia alguna. El presente estará constante en la Historiae y aquello que ya sucedió supondrá los Annales, de manera tácita. Con base en estos fundamentos, y siguiendo una diacronía en su relato, procede a entrar en lo conocido como Edad Media. Preguntas como ¿cómo haber verdad en un discurso sobre acontecimientos que no se vieron? O ¿cómo comprender lo que no es comprensible para nosotros? constituirán los fundamentos de la concepción sobre la historia para las épocas enmarcadas allí. Teólogos como San Agustín tratan y piensan sobre el tiempo, enmarcando el pasado en aquello que no puede ser conocido, primando aún la observación que proviene de la tradición grecorromana. El tiempo le pertenece a Dios, y éste no es comprensible para nosotros, no hay una preocupación para terminar lo temporal, pues se está enmarcado en una lógica teológica que no brinda las herramientas para trabajas que se consideren históricos.
Finalizando el presente capítulo, el autor tratará la manera en que el descubrimiento de Américo supuso, no una ruptura, que quizá se pueda inferir rápidamente, sino una continuidad del pensamiento clásico sobre la historia, en un territorio irreconocible para los aventureros, descubridores, clérigos, etc. Aún se sigue privilegiando la observación, la veracidad de haber observado para poder saber, y de esa manera, apelando a imaginarios de la tradición clásica, se describía la contemporaneidad de éstos sujetos mediante la vista, constituyendo así una manera de acceder a esta nueva información. Finalmente, el autor infiere tres tipos de historias: contemporánea, con un acceso más fácil al conocimiento pues prima la observación; pasado próximo y pasado lejano, las cuales buscan una justificación de aquella que narrarán.
Hacia las revoluciones científicas de los siglos XVI-XVII, la manera en que el conocimiento es concebido da un giro drástico, y por ende, la manera en que se piensa la historia se ve inmiscuida allí. La vía al conocimiento del pasado estará marcada desde aquellas huellas que los acontecimientos hayan dejado en documentos y monumentos, de tal manera que la verdad no se garantiza por la simple observancia del suceso sino por el desarrollo de técnicas y métodos para tratar dichas huellas. Antes, cuando el distanciamiento temporal no permitía analizar el pasado por verse éste muy difuso y falta de credibilidad, ahora dicho distanciamiento permitirá que se pueda analizar el relato desde una evaluación crítica, donde la razón, como búsqueda de la verdad, se impondrá frente a la fe, e investigar supondrá el desarrollo de teorías para allanar las huellas de los acontecimientos. Se bifurcarán, entonces, la historia-arte, vista como las narraciones o relatos desde la observación, y la historia-ciencia, basada en la investigación en apoyo con otras disciplinas sociales. Abandonando la percepción, se abandona igualmente la tradición de historia de acontecimientos, se derrumba la historia contemporánea y se da paso al quehacer histórico, inscrito en la superación de la crónica y con la apelación a unos pasos de conceptualización, que permitirán crear una segmentación temporal, en la que se pueda crear o construir el discurso histórico. El pasado es, entonces, objeto de conocimiento histórico, que se dio gracias a la evolución de las concepciones sobre observación y temporalidad, permitiéndole a la historia comprender desde la teoría para observar los hechos.
Tras esta revisión historiográfica, el autor pasa a tratar, en consecuencia de los tratados del primer capítulo, con el material de trabajo del historiador. Denominado el segundo capítulo "El documento histórico: de información sobre el pasado a texto de cultura", la tarea del historiador se inscribirá en el conocimiento del documento, así como en las relaciones que pueda entablar entre distintos de éste, y la reconstrucción de un pasado usando como materia prima las reliquias del pasado, los fragmentos de lo que aconteció. De tal manera que, con gran cantidad de fragmentos que el historiador pudiese recoger, será la intriga el arma de valor del investigador para el hacer de su relato. Desde su propia subjetividad, el documento será analizado en su contexto, determinando así su comprensión.
El documento, entonces, supondrá el elemento que el historiador analizará y por medio del cual indagará sobre el pasado. Los acontecimientos sobre los que tratará la historia serán entonces indagados desde los restos que el investigador pueda hallar en el acervo documental. Se va generando un método histórico que más que ahondar en el pasado, lo que intenta es ver qué pasado es, desde un punto de observación pasivo frente al documento, que el autor tratará con mayor detalle más adelante. Se selecciona la época, se reconstruyen los periodos y el historiador entonces saca a la luz los acontecimientos tal cual su visión sobre el texto permite inferirlos. Estos avances historiográficos suponen un continuo progreso, dado a entender por la manera en que el autor esquematiza su texto, y permite entonces dar cuenta no de si hay evaluaciones erróneas en cuanto a la manera en que se realiza un discurso histórico, sino ver cómo se ha ido pensando y progresando en cuanto a ésta materia, abriendo espacio a la libre discusión entre distintos apartados del texto.
Una de las características que se pueden resaltar del texto es la constante diáspora que expone el autor: ante todo avance historiográfico siempre habrá una crítica acérrima sincrónica o diacrónica. La exposición del documento como fuente material para la realización de discursos históricos recaerá en que distintos autores expongan el exceso de confianza que se predisponga en estos documentos, y que por tanto conllevará a una parcialidad que no permite observar "objetivamente", ignorar el contexto mismo del documento, o recrear imaginariamente qué sucedió. De esta manera se generará una crítica a este "breve fetiche", a mis palabras, y llevará a que el material histórico sea sometido a una crítica y a una verificación de su autenticidad. La heurística de la historia se comprenderá entonces, siguiendo los lineamientos bajo los cuales se fundamenta el autor, de la siguiente manera: monumentos (Denkmäter) restos (Verberreste) fuente (Quellen), siendo los documentos legales; informes o cosas adyacentes; y representaciones del recuerdo por escrito, respectivamente. La dualidad documento/monumento, será expuesta por medio de una diferenciación entre estas dos: unos documentos elegidos por el historiador que presuponen la prueba de su relato, y los monumentos heredados que son, semánticamente, signos del pasado. Los segundos serán pues el material de trabajo para el historiador, incluyendo acervos documentales como los referenciados en el texto de Lozano, y que compondrán los principios de la historia como científica.
En cuanto los intereses del historiador se vayan ampliando, el documento se va ampliando, y de esta manera se comienzan a generar nuevas zonas donde ahondar en conocimientos. La historia se basa en documentos escritos, pero el ingenio del historiador debe ser capaz para ir más allá del documento y acudir a los, ya mencionados, monumentos. La mencionada crítica al documento supondrá los principios claves de la Historia como científica, aunque esta serie de acontecimientos historiográficos sean despreciados bajo la lupa del "positivismo" Los trabajos filológicos e históricos que realiza Ranke para evaluar y criticar los documentos, así como sus aproximaciones a las indagaciones en archivo, son los primeros pasos que todo historiador actual ha de realizar. La dualidad historia/anticuarios, permite que el autor pueda exponer cómo es que la hibridación entre estas dos pueda suponer el verdadero discurso histórico: el vasto espacio del anticuario y la formalidad cronológica y lógica del historiador. Serán puestas estas dos las bases de la consolidación de la historiografía moderna-contemporánea.
Dos críticas hacia el documento son expuestas por el autor: sistemática y teórica. La primera comprende los siglos XVIII y XVIII, y se fundamentan en los conocimientos de Galileo, Descartes y Newton. En esta línea progresiva, el autor apunta a un mundo bajo la razón y la duda como método, que permite que las ciencias naturales sean objetivas, sistemática, rigurosas y procedimentales. Dicho interés recaerá en el saber histórico y permitirá que, con la ayuda de ciencias como la paleografía, cronología, numismática, etc., se pueda hacer del discurso histórico un saber científico. La segunda de estas críticas, la teórica, supondrá como fundamento la oposición entre Ilustración e Iglesia: el dogmatismo ortodoxo de ésta última no permite razonar sobre los fenómenos, por tanto descontextualizándolos. Se conformarán entonces los diccionarios históricos de crítica, que ofrecen al historiador un material con el cual pueda hacer de sus fuentes un material seguro y probable, que dé validez de su relato, evitando el error de documentos falsos.
Llegando al siglo XIX, el autor expone la revolución documentaria que tuvo a lugar. Con base en las ya expuestas ciencias que ayudan a la construcción del conocimiento histórico, y con el método rankiano de examen al documento, éste podrá ser auténtico, original y fiable, y por tanto la objetividad histórica característica del positivismo estará centrada allí. Wie es eigentich gewesen será el principio básico de observación y construcción del relato histórico. Ranke como su mayor exponente no supondrá una oposición férrea a, por ejemplo, la filosofía de la historia de Hegel, como lo expone el autor, sino que él intenta aprehender el sentido/significado profundo e individual de los acontecimientos históricos dados. Pero, como anteriormente expuse, siempre habrá en el texto de Lozano una fuerza que se oponga, en su apartado fetichismo del documento, dará cuenta de esto. El entusiasmo positivista, con el que los historiadores iban al acervo documental y daban cuenta de lo que veían pasivamente, se enfrentará a los pensamientos de historiadores estadounidenses, y en especial, al del británico Edward Carr. Sustentándose Lozano en este último, expondrá las cualidades contemporáneas del discurso histórico, situando al historiador desde una perspectiva subjetiva, que observa el hecho y lo sitúa en una serie sincrónica y diacrónica, predispuesta a su parecer, en el que el dato es elaborado por el historiador y solo así podrá hablar.
El documento pasará a transformarse en el monumento que el historiador expondrá, descifrando lo que los hombres dejaron allí trazado y descubriendo aquello que someramente no se podría percibir. El archivo donde trabajará el historiador estará fragmentado, serán singulares los objetos que investigará y por tanto la descripción será no exhaustiva sino detallada. Como se ha anotado antes, el documento no es el máximo ni el único exponente de la verdad, sino que será expuesto también como el indicio que permita esclarecer la historia misma, y como indicio, la duda metodológica expuesta en párrafos anteriores, será uno los puntos de partida para que la inducción, abducción y deducción, tengan su papel en la recreación y elaboración del discurso histórico. El análisis semiótico precederá entonces al análisis histórico, hallando así la transformación de la vida en texto y luego permitiendo conjeturar los códigos culturales, sustentados por la sociología, que abran el espectro para el método histórico.
Estos dos capítulos de Jorge Lozano suponen una muy acertada síntesis historiográfica sobre la misma historiografía. Su ida al pasado griego y el examen cronológico, siempre bajo la perspectiva de la discusión en los contextos determinados, permiten escalar en la forma de realizar el discurso histórico. Un final que, como se ha visto, termina siendo interdisciplinario, es decir, un discurso que debe ser elaborado con la inclusión de distintas ciencias. Datos pertinentes que permiten ahondar en el periodo o en la época que el lector quiera escoger, y que no supone en sí un trabajo meramente historiográfico sino en sí histórico, porque es relatar la misma historia tal cual ha sido pensada. Son dos capítulos que dan las bases para permitir entrar a la manera en que se debe narrar el texto y la forma en que se puede convencer o manipular mediante éste, pues son los capítulos que le prosiguen.
Bibliografía
Lozano, J. (1987). El discurso histórico. Madrid: Alianza Editorial.






Marca dicho nacimiento sólo para la cultura occidental.
Presente del pasado referido como memoria, presente del presente referido como visión, y presente del futuro referido como expectativa.
Importante anotar el punto medio que se puede hallar en esta bifurcación, que el autor denomina hermenéutica, y que tendrá una importancia para la posteridad

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