Reseña del libro \"El cultivo del discernimiento\" de Gonzalo Gamio y Susana Frisancho (Eds.)

July 17, 2017 | Autor: Juan Carlos Diaz | Categoría: Higher Education, Virtue Ethics, Ética
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Descripción

EL CULTIVO DEL DISCERNIMIENTO. ENSAYOS SOBRE ÉTICA, CIUDADANÍA Y EDUCACIÓN

Susana Frisancho y Gonzalo Gamio (editores)

Editado por: Universidad Antonio Ruiz de Montoya, Ibero Librerías: Lima 2013 / 318 pp.

Constituido por diez ensayos que se nutren de la literatura, la historia, la filosofía, la psicología y la educación, este libro ofrece diversas reflexiones sobre la importancia del discernimiento y sus vínculos con la educación para la ciudadanía. Su lectura permite reconocer que la educación como dimensión fundamental del desarrollo humano se encuentra ineludiblemente ligada con la responsabilidad de formar ciudadanos capaces de discernir a favor de la transformación social y política, sobre todo cuando se reflexiona sobre su pertinencia frente a las carencias y desafíos en un país como el nuestro. En “Educación ética y espiritualidad ignaciana” Juan Antonio Guerrero sostiene que los Ejercicios Espirituales son una invitación para “abandonar el mal y promover el bien”. La pedagogía de esta práctica instaurada por San Ignacio de Loyola, procura no perder de vista “… las predisposiciones de las personas, el clima en que se educa; 2) la experiencia; 3) la reflexión sobre la experiencia; 4) la acción, que expresa opciones; y 5) la evaluación, necesaria para el progreso de las actitudes humanas” (p. 156). La piedra angular de la pedagogía ignaciana expresada en los Ejercicios Espirituales es, precisamente, el discernimiento.

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En su ensayo, “La dimensión ética de los relatos”, Pitilla Salvá, define el discernimiento como una multiplicidad de procesos que culminan en una decisión (p. 84), lo cual supone el ordenamiento permanente de diversas dimensiones (emocional, reflexiva, somática), cuya consecuencia es la emergencia de una forma específica de estar-en-situación, de hacernos presentes a nosotros mismos y al entorno. Discernir es, nos señala el jesuita Guerrero, el ejercicio de distinguir en uno mismo lo que no es uno mismo pero nos afecta y altera, esto es, en jerga ignaciana, pensamientos míos, pensamientos no míos pero para bien y pensamientos no míos pero para mal (p. 171). El discernimiento, insiste, nos hace excéntricos, nos hace capaces de descentrarnos y nos permite evitar el pensamiento único e instalarnos en una cómoda situación de “espectadores” (p. 175). Aunque es evidente la contribución de Ignacio de Loyola en el reconocimiento de su importancia y la difusión de su práctica, el discernimiento no es un invento suyo. El discernimiento es, como sostiene Pitillas Salvá, la capacidad de decisión, asociada a procesos racionales y emotivos, respecto de posibilidades de acción, de sus consecuencias y de la consideración del repertorio de conductas necesario para poner en práctica estas alternativas (p. 81 y ss.). La necesidad de buscar el bien y distinguirlo del mal, la necesidad de distinguir entre lo bueno y lo óptimo, entre lo que obstaculiza y lo que favorece la formación humana es constitutivo de nuestra especie, sea uno creyente o no. Es a partir de esta clave de lectura que pueden entenderse las reflexiones del libro, claramente a favor de una educación ética democrática, crítica y dialogante, tan necesaria para nuestro país. Tanto en “El cultivo de las humanidades y la construcción de ciudadanía”, como en “Sobre la necesidad de “mitologías democráticas” Gamio sostiene que el fortalecimiento de la democracia y la observancia de los Derechos Humanos pasa por la formación humanista de los ciudadanos. Según él, las humanidades constituyen disciplinas que forman en la capacidad de interpretar y juzgar los asuntos humanos y contribuyen a desarrollar en nosotros hábitos como el reconocimiento y la empatía. Con ello el ciudadano puede reclamar su condición de tal, 235

asociada al conjunto de derechos que lo protegen de la interferencia externa y le aseguran el ejercicio de su libertad, y también potenciar su actividad, ese talante que le permite estar dispuesto a cuidar el bien común, aún en situaciones de crisis. Por su parte, Susana Frisancho desarrolla dos aspectos relacionados con la experiencia del fundamentalismo: la simplicidad cognitiva y la formación de la identidad, en particular de la identidad moral, concepto clave para la educación porque explica la relación entre el razonamiento moral y la conducta moral, y permite comprender la discrepancia comúnmente encontrada entre lo que las personas piensan o saben y aquello que hacen. Tal discrepancia adopta las formas de minimización del daño que sigue de las acciones perjudiciales, y puede incluir la deshumanización del otro, de la víctima. La autora señala que, tanto la formación del pensamiento como el desarrollo de la identidad moral, entrañan el riesgo de producir fundamentalismo. Una educación que excluye la búsqueda de coherencia entre el decir y el hacer, y que desatiende la construcción de la identidad del estudiante, formará personas de pensamiento rígido y frágil (p.46 y ss.), formará personas que, por ejemplo, ante una situación problemática, se concentrarán en una sola idea, no identificarán alternativas y por ello tomarán decisiones en base a un espectro limitado. Por el contrario, aquella persona con complejidad cognitiva, organizará, entenderá e interpretará una situación en términos multidimensionales, con el fin de integrar una variedad de evidencias antes de tomar una decisión. El riesgo consiste en no saber discernir qué estrategias educativas permiten formar o no personas como agentes racionales guiados por principios éticos. ¿Está formando la escuela personas con simplicidad cognitiva? La respuesta a esta pregunta es elocuente: la escuela debe ayudar a los estudiantes en la construcción del sentido de sí mismos como agentes morales racionales, comprometidos con el bienestar de los demás y respetuosos de sus derechos como seres humanos. Esta misma pregunta nos permite comentar esquemáticamente el resto de contribuciones.

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Como es sabido, las relaciones al interior de la escuela son frecuentemente relaciones de dominación y autoritarias. Es evidente que esto no contribuye el crecimiento moral de los estudiantes. Desde diversas entradas, los aportes de los profesores Caviglia, Dibós, Velarde y Falla insisten en que la educación reviste una importante función formativa pero también constructiva de la cultura ciudadana (p.204). Para ellos la educación tradicional, que reproduce un modelo de sociedad donde no se deben preparar a los ciudadanos para ningún tipo de reflexión respecto del orden establecido, requiere ser superada y reemplazada por una educación que dialogue, que forme el juicio y discernimiento crítico (p. 257). Esta educación consiste en insertar al individuo en una comunidad de diálogo en la cual tenga la posibilidad de definir sus orientaciones morales gracias a la interacción con otros, asunto que incorpora los principios de reconocimiento, hospitalidad y responsabilidad. Este libro nos recuerda la importancia de la educación ética en nuestra sociedad, una que exige, como dice el profesor Falla, un modo de proceder responsable y con preocupación solidaria (p. 297). Una buena noticia en ese sentido es la reciente adquisición de este libro por el Ministerio de Educación del Perú, como parte de su proyecto de implementación de bibliotecas para docentes en colegios estatales en todo el país. El tema de la formación de ciudadanía en la educación escolar se viene discutiendo desde hace muchos años en el Perú, y actualmente está incluído solamente como un tema en Ciencias Sociales, no como un curso específico, como en otros países como Francia y España. Esta adquisición del Ministerio nos llena de esperanza. Juan Carlos Díaz

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