Representaciones en san Felipe de Jesús (santo patrono contra incendios y temblores) en Colima, México / Representations in San Felipe de Jesus (patron saint against fires and earthquakes ) in Colima, Mexico

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Descripción

L os textos compilados en este libro destacan, en primera instancia, por su diálogo disciplinar (aspiración original del colectivo), sin pretender sumarse a la discusión conceptual que define la multidisciplina, la transdisciplina o la interdisciplina. También se ha trabajado desde distintas perspectivas teóricas con el propósito de conocer con mayor claridad algunos de los diversos fenómenos socioculturales ocurridos entre los siglos xix, xx y xxi, a saber: las identidades de comunidades políticas (naciones), de actores sociales específicos (jóvenes y mujeres) o de agrupaciones sociales (pescadores); la representación de fenómenos naturales y del apocalipsis en medios de comunicación o la evolución histórica sobre algunas perspectivas de conocimiento del imaginario social y cultural que aparecen explícitas en la exposición teórica de cada uno de los textos.

Imaginarios y representaciones sociales y culturales en transición Aideé Arellano Ceballos | Carlos Ramírez Vuelvas

Imaginarios y representaciones sociales y culturales en transición

Aideé Arellano Ceballos Carlos Ramírez Vuelvas

coordinadores

Imaginarios y representaciones sociales y culturales en transición Aideé Arellano Ceballos Carlos Ramírez Vuelvas coordinadores

Diseño de portada e interiores Javier Muñoz Nájera

dr © CL Editorial Praxis, S.A. de C.V. Vértiz, 185-000, col. Doctores, del. Cuauhtémoc, 06720, México, df, telefax 57 61 94 13 w w w. e d i t o r i a l p r a x i s . c o m Primera edición, 2014 isbn 978-607-420-169-7

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, archivada o transmitida, en cualquier sistema —electrónico, mecánico, de fotorreproducción, de almacenamiento en memoria o cualquier otro—, sin hacerse acreedor a las sanciones establecidas en las leyes, salvo con el permiso escrito del titular del copyright. Las características tipográficas, de composición, diseño, corrección, formato, son propiedad del editor.

Aideé Arellano Ceballos Carlos Ramírez Vuelvas coordinadores

Imaginarios y representaciones sociales y culturales en transición

Representaciones en san Felipe de Jesús (santo patrono contra incendios y temblores)

Raymundo Padilla Lozoya5

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n el siglo xvi, Felipe de las Casas Martínez fue un criollo cuya infancia y juventud le permitieron ser un niño rico, misionero franciscano y mártir, para ejemplo de muchas generaciones de católicos. Al iniciar el siglo xvii, en la Villa de Colima, México, fue declarado santo patrono contra incendios y temblores, y desde entonces protege a los colimenses contra esas calamidades. En el ámbito religioso, su trayectoria de vida es importante porque lo llevó a convertirse en el primer santo de México: san Felipe de Jesús. Y como se hará evidente en el presente documento, existen ciertos acontecimientos, fenómenos naturales y desastres que han sido desvalorados por la historiografía, pero que al incorporarlos al contexto histórico permiten reinterpretar las razones del martirio de Felipe de Jesús y 25 religiosos más, ocurrido el 5 de febrero de 1597 en Japón. Para la teoría de las representaciones, éste es un caso de representación cultural con enfoque histórico en un personaje que es el núcleo de una representación en transición. Este relato está enfocado en los años de transición de Felipe de las Casas a san Felipe de Profesor e investigador de la Facultad de Letras y Comunicación de la Universidad de Colima y miembro de la Sociedad Colimense de Estudios Históricos y de la Red de Desastres Asociados a Fenómenos Hidrometeorológicos y Climáticos (Redesclim).

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Jesús y Santo Patrono, aunque su representación ha perdurado por más de cuatro siglos. ¿Qué es un santo patrono? Los humanos declarados santos fueron personas que se distinguieron por sus características morales, por su labor en beneficio de la sociedad o por su identificación y comunicación con divinidades. A esos santos, los creyentes suelen invocarles apoyo en situaciones de emergencia individual o colectiva, ya sea por causa de desastre o desgracia personal. Algunos santos además son denominados santos patronos, porque algún rasgo característico los relaciona con una habilidad particular, ya sea intervención divina o protección simbólica, lo cual produce una percepción reconfortante o esperanzadora para el creyente. En su mayoría, los santos patronos surgen cuando un colectivo los declara, los invoca y la súplica puede resultar positiva o negativa. Algunos santos patronos son muy conocidos y su patronazgo se perpetúa durante siglos y generaciones; por ejemplo, san Francisco de Asís es considerado santo patrono protector contra tempestades, pero también justiciero por medio de ellas. En Cuba, el Caribe y Baja California Sur, ha sido documentado por antropólogos y meteorólogos el Cordonazo de San Francisco, un fenómeno muy conocido por la población costera. Se trata de un huracán que se presenta el 4 de octubre, Día de San Francisco de Asís, el cual se cree que causa destrozos como castigo por los pecados cometidos y aunque mueren personas, deja sobrevivientes para testificar la divina misericordia (Ortiz, 1984: 76-77; Hurd, 1929: 44). La primera representación divina, femenina y escultórica que trajeron los españoles en el siglo xvi a la Nueva España fue la Virgen de los Remedios. Los ibéricos la depositaron en la ciudad de México, y se cree que la protege desde 1547, cuando el «cabildo de la ciudad tomó bajo su protección el culto de la imagen» (Matabuena y Rodríguez, 2008: 55). En total, cuatro

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vírgenes protegen a la gran capital de nuestro país, por cada uno de sus cuatro vientos: «al norte, la de Guadalupe; al sur, la de la piedad; al oriente, la de la Bala; y al poniente, la de los Remedios; las del norte y sur son de pintura, las de oriente y poniente, son de talla [de madera]» (Matabuena y Rodríguez, 2008: 49). La Virgen de los Remedios es patrona de la ciudad de México y protectora de sequías y pestes, y la Virgen de Guadalupe protege contra las inundaciones (Matabuena y Rodríguez, 2008: 45). En Colima, desde el siglo xvii han sido documentados santos patronos locales, a los cuales se les solicita interceder ante Dios, para conseguir un fin, ya sea bonanza, salud, buen temporal, protección. Por ejemplo, en 1617, un corsario inglés llegó a Salagua «en son de guerra y de conquista» (López, 1953: 64), pero el capitán Sebastián de Vizcaíno, con un reducido grupo de colimenses les hizo frente en el bosque y según su percepción, consiguieron el triunfo debido a que invocaron la protección de la Santa María de Guadalupe. La batalla era desigual en número de rivales, los ingleses eran más y contaban con cañones, mientras que los locales usaban armas cortas. Pero al descender del barco, los defensores colimenses, guiados por el capitán Vizcaíno se impusieron en la batalla e hicieron prisioneros. Por la protección recibida y el triunfo, proclamaron patrona y protectora a la Santa María de Guadalupe. Así, el patronazgo guadalupano colimense se convirtió en el primero en México, ya que el metropolitano fue proclamado 120 años después (López, 1953: 64). La Diócesis de Colima estuvo consagrada durante el siglo xviii «al primer protector, al Divino Corazón de Jesús. La Santa Patrona de toda la Diócesis de Colima y de la Iglesia Catedral era Ntra. Madre y Reina, Santa María de Guadalupe» (Cárdenas, 1941: 37-38) y San José era «nuestro muy amado protector» (Cárdenas, 1941: 37-38). Acerca de este mismo periodo, la historiadora Rosa María Alvarado identificó que en el testamento del licenciado Pascual Francisco Pérez Ayala, del 14

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de marzo de 1767, «menciona que el vecindario tiene por patrón de las semillas a San José, y él como autor del testamento le erige un altar en la parroquia de esta villa [de Colima]»6. Desde los siglos xvi, xvii y xviii, en México y en el estado de Colima los santos patronos han intervenido ante lo que ha representado amenazas para la sociedad, como las sequías, epidemias, tempestades, inundaciones y hasta los invasores extranjeros7. En síntesis, los santos patronos son los agentes divinos que forman parte de los imaginarios construidos por la cultura de un grupo religioso para solicitar la intervención y protección simbólica. El presente capítulo estudia los antecedentes históricos de la particular representación de san Felipe de Jesús, porque protege a la Villa de Colima y su población contra incendios y sismos. La representación es un concepto que tiene raíces «en la noción durkheimiana de representación colectiva, en las ideas de Weber, Simmel y Mauss [fue] retomado por Moscovici y reelaborado por la escuela francesa de psicología social fundada por este autor» (Flores, 2005: 10). A la propuesta de Moscovici le dieron continuidad Denise Jodelet (1989) y Jean-Claude Abric (1994) y en términos muy generales han coincidido en que las representaciones tienen un carácter simbólico y representan algo o alguien para algún individuo o grupo. Para Julia Isabel Flores toda representación es siempre social y «es un sistema de relaciones inserto dentro de otro más amplio, que es el sistema cultural» (Flores, 2005: 10). Son muy diversas las representaciones, «existen sobre actos, objetos, hechos, cualidades o relaciones; por lo tanto, la historia de los principios de diferenciación es la historia de las representaciones» (Flores, 2005: 11) y están ahec, Libros de Protocolos, caja 22, exp. 12, asunto 5. Testamento (1767). Trabajo inédito de Concepción Caraballo Bolín, en Rosa María Alvarado, Los testamentos en Colima 1780-1810, tesis de maestría en historia, Universidad de Colima, México, 2005, 87 7 Desde las ciencias sociales, la «amenaza» es estudiada como una categoría de análisis, no solamente como un elemento físico natural o antropogénico, interno o exógeno a la comunidad amenazada (véase Briones, 2012). 6

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constituidas «por un conjunto de informaciones, de creencias, de opiniones y de actitudes a propósito de un objeto dado» (Flores, 2005: 15). Ese objeto puede ser el «núcleo o centro» de representación (Abric, 2011: 20-23) en el que inciden diversos elementos periféricos como los estereotipos, creencias, juicios, acontecimientos cercanos o distantes. Las representaciones han sido objeto de estudio de diversos enfoques y disciplinas, lo cual ha suscitado ciertas diferenciaciones. Según el antropólogo Fernando Briones Gamboa (2012), las representaciones sociales son interpretaciones de la realidad producidas a través de la experiencia colectiva y el conocimiento. Para el historiador Robert Darnton (1987) las representaciones culturales nos muestran la forma de pensar de una sociedad en una época, en determinado contexto, clase social, grupo, situación, tiempo y espacio social. En síntesis, reflejan cómo pensaba una sociedad, cómo construyó su mundo, cómo le dio significado y cómo le infundió emociones. Este tipo de representaciones son observadas en este capítulo. El estudio de las representaciones culturales desde el enfoque histórico es importante, porque aporta información para comprender los lazos que dan cohesión social a una comunidad para transitar una etapa de crisis; en este caso, producida por las relaciones sociales que se efectuaban en un medio físico distinto para una cultura española insertada que impuso sus maneras de responder ante ciertos fenómenos naturales que devinieron amenazas: los incendios y los sismos. Como sintetiza Abric, en una perspectiva histórica las representaciones «son informativas y explicativas del tipo de lazos entre los grupos e individuos, y de las relaciones de los individuos con su entorno social. Pero además con su entorno natural. Evidencian las creencias, opiniones y actitudes de los individuos y grupos sobre algo» (Abric, 2011: 17-18).

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Las representaciones analizadas desde un enfoque histórico nos proyectan luces sobre la realidad construida por los grupos sociales, con base en su intelecto, creencias y cosmovisión, con lo cual respondían de distintas maneras particulares. Sin esta evidencia es incompleta la comprensión de una conmemoración que inició en el siglo xvii en Colima y que se ha perpetuado a través de los siglos, hasta nuestros días. El presente documento incorpora al relato histórico de un personaje religioso varios fenómenos naturales que fueron percibidos por la sociedad japonesa, española y colimense de distintas maneras. Algunos acontecimientos impactaron de forma severa y detonaron desastres que forman parte del contexto en que se construyó la representación de san Felipe de Jesús8, por lo que también se notarán aspectos de percepción de la naturaleza en los siglos xvi y xvii. Las representaciones y percepciones mantienen vínculos muy estrechos. Para la historiadora Margarita Gascón, ambas «están íntimamente conectadas, a tal punto que sería imposible estudiar temas de la percepción de la realidad sin contar con las representaciones hechas de lo que se percibe de esa realidad. En otras palabras, podemos conocer aspectos de la percepción debido a que existen representaciones verbales y visuales sobre ella» (Gascón, 2005: 47), así como prácticas con base en la percepción. La lectura teórica y las reflexiones permitieron elaborar un conjunto de preguntas que guiaron esta investigación. Por ejemplo, ¿cómo fue que san Felipe de Jesús se convirtió en santo patrono contra incendios y temblores de la Villa de Colima?, ¿por qué un joven de 25 años de edad representa a un protector contra incendios y temblores?, ¿en qué pensaban los colimenses del siglo xvii, Desde el enfoque actual de las ciencias sociales, el fenómeno natural nos es per se sinónimo de desastre. Se entiende que desastre es el resultado de la combinación entre una sociedad con condiciones de vulnerabilidad y la exposición al impacto de un agente amenazante, ya sea de origen natural o antropogénico.

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cuando eligieron a Felipe de Jesús como santo patrono?, ¿cuáles eran sus prioridades?, ¿cuántos incendios y temblores propiciaron la respuesta por medio de la protección simbólica?, ¿cómo le dieron significado a la representación de san Felipe de Jesús?, ¿cómo le infundieron emociones? Para dar respuesta a estas interrogantes, se consultaron repositorios históricos, pero se encontraron vacíos de información, por lo que se optó por realizar esta investigación con base en las fuentes bibliográficas históricas disponibles en bibliotecas locales, virtuales y particulares. Entre los pocos documentos disponibles, en el Archivo Histórico del Municipio de Colima se encuentra evidencia del juramento colimense a san Felipe de Jesús, las conmemoraciones anuales de cada cinco de febrero y de los casos en que ha sido invocada su intervención a causa de algún desastre, principalmente detonado por un sismo. Pero sobre la biografía de san Felipe de Jesús existe muy poca evidencia histórica tangible, por ello son escasas las publicaciones que aportan datos de fuentes primarias acerca de Felipe de las Casas. Existen discrepancias en su fecha de nacimiento, bautizo y por consecuencia en las fechas de los momentos sobresalientes de su vida. Este personaje religioso no redactó un diario, ni ha sido localizada correspondencia, no emitió discursos y se cree que en el momento de su crucifixión alcanzó a pronunciar las palabras «Jesús, Jesús, Jesús», entre lo poco que se reconoce en la historiografía. Felipe de Jesús es un personaje enigmático, y sobre él han sido publicados escasos trabajos sustentados con evidencia histórica contextual (De Medina, 1682; Montes de Oca, 1801; ljmm, 1802; Quesada, 1962; Hernández, 1981; Escalada, 1991). Pero al indagar en un marco epistémico más general ha sido posible encontrar en otras fuentes diversos fragmentos del personaje, los cuales en conjunto constituyen un hilo discursivo (De Santa María, 1615; Cárdenas, 1941; Sánchez, 1995; De Morga, 2007; Borao, 2005; García-Herrera, 2012).

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Para analizar la evidencia bibliográfica de este caso fue necesario construir un hilo discursivo de una estructura que ordenara los relatos, fragmentados, de las diversas fuentes históricas primarias y secundarias. Sigfried Jäger (2003: 81) nombra hilos discursivos a los procesos discursivos temáticamente uniformes. Cada hilo discursivo tiene una dimensión sincrónica y otra diacrónica. Un corte sincrónico en un hilo discursivo posee un cierto rango cualitativo (finito). Dicho corte se realiza con el fin de identificar lo que se ha dicho o lo que era, es y será decible en un particular punto del pasado, el presente o el futuro.

Para construir ese hilo discursivo fue necesario reunir un conjunto de fragmentos de información, extraídos de diversas fuentes, en este caso bibliográfícas. Siguiendo a Jäger, «un fragmento discursivo es un texto o una parte de un texto que aborda un determinado tema. […] Esto significa que los fragmentos discursivos se combinan para constituir hilos discursivos» (2003: 81). Para elaborar el hilo discursivo fue necesario prestar atención a los diversos temas, pues los fragmentos discursivos suelen estar vinculados con otros asuntos. Para sortear este problema y extraer los fragmentos precisos, en este ejercicio fue leída cada una de las fuentes, luego se elaboró una lista de categorías temáticas, se extrajo la información para cada una, se les dio un orden cronológico y se elaboró el hilo discursivo con el menor enmarañamiento posible. Las categorías fueron padres, nacimiento, estudios, oficio religioso, Filipinas, Japón, martirio y fenómenos de la naturaleza y extraños. Como se apreciará, los fragmentos discursivos surgieron de acontecimientos históricos reportados porque tuvieron una importancia significativa para una sociedad y han sido ordenados cronológicamente para facilitar la comprensión de la construcción discursiva. En las fuentes bibliográficas consultadas para el presente capítulo se observan las diversas representaciones del mismo personaje, pero también se hace evidente el origen de una tradición colimense

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anual relacionada con san Felipe de Jesús y con desastres que ha sido respaldada con historias escritas. Este proceso, analizado por Eric Hobsbawn (2012: 19), se trata de la invención de una tradición, ya que «todas las tradiciones inventadas, hasta donde les es posible, usan la historia como legitimadora de la acción y cimiento de la cohesión del grupo». Desde la antropología y la historia se entiende que las inadecuadas relaciones construidas por una sociedad con su medio ambiente a lo largo del tiempo, más una amenaza intensa que produce daños debidos a condiciones de vulnerabilidad, componen lo que se define como un desastre (Oliver-Smith y Hoffman, 2002; García-Acosta, 2005). Esta reciente perspectiva considera que el fenómeno natural no es sinónimo de desastre sino el producto de una construcción social de riesgos que suelen convertirse en desastrosos. De ahí que en este enfoque constructivista los desastres más que actos de Dios o actos de la naturaleza son actos del hombre y de su cultura, resultantes de procesos multicausales, multifactoriales y multidimensionales. Y cada desastre requiere una explicación a nivel sociocultural, la cual puede producir explicaciones asociadas con representaciones naturales, tecnológicas, simbólicas, culturales o divinas. En el presente capítulo se hace evidente la construcción de una representación cultural-divina que hasta nuestros días ha sido parte de la respuesta organizada de una comunidad ante la amenaza que representan los incendios y sismos, para una sociedad ubicada geográficamente en una zona que produce sismos de gran magnitud, con impactos severos (Cenapred, 2001). Felipe de las Casas, núcleo de la representación Toda representación tiene un núcleo o centro en el que confluyen las distintas percepciones, imaginarios, creencias e ideas individuales o colectivas (Abric, 2011; Flores, 2005). En el presente capítulo, el

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centro de la representación es Felipe de las Casas Martínez, quien durante su corta vida mortal representó algunos roles, y tras su martirio y canonización representó otros roles simbólicos. Como se describirá a continuación, su representación transitó entre distintos tiempos y grupos, principalmente su familia, los religiosos franciscanos, los japoneses y los colimenses. De tal manera que representó algo distinto, dependiendo de sus acciones, las ideologías y de los contextos sociopolíticos en que se desenvolvió. Ningún acontecimiento histórico termina su proceso en alguna fecha específica; del mismo modo, las acciones y vivencias se prolongan a lo largo de la vida y más allá por medio de las memorias. Sin embargo, para fines de análisis es preciso delimitar, con tal de esclarecer y enfocar la reflexión. Por eso fue dividida la biografía de Felipe de las Casas Martínez en representaciones como niño rico y joven rebelde, hermano franciscano, mártir y santo patrono. El niño rico y joven rebelde El 5 de noviembre de 1570 tuvo lugar el matrimonio entre Alonso de las Casas y Antonia Martínez, en el Sagrario Metropolitano de Sevilla. Meses después, tras algunas gestiones y el favor de un amigo, el 10 de agosto de 1571 ambos partieron con rumbo al Puerto de Veracruz. Al cruzar el Caribe su viaje se volvió «terrible, pues una furiosa tempestad, ocurrida en octubre de 1571, destrozó el barco en el que hicieron la travesía, aunque ellos pudieron salvar sus vidas» (Pimentel, 2000:11). Al llegar a México se instalaron y en poco tiempo la pareja gozaba de una cómoda estabilidad económica, gracias al negocio de la platería. Al nacer el primogénito Felipe de las Casas Martínez, lo menos que representó para su familia fue un pro-

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blema9. El pequeño criollo fue recibido en el lecho de una familia rica y opulenta (ljmm, 1802: 41). La casa de fachada chata y de cantera estaba ubicada en la colonia de los artesanos plateros. El mismo día de su nacimiento, fue bautizado en la Catedral de México, donde solamente algunos privilegiados recibían el cobijo de la iglesia y el sacramento bautismal10. El acta de nacimiento se extravió o quizás se perdió en algún imprevisto, como las inundaciones de la ciudad de México (ljmm, 1802: 41). Tan sólo en 1579 inició una inundación que duró hasta 1580; en 1604 y 1607 hubo otras inundaciones que afectaron gravemente la ciudad de México y a sus habitantes (Rojas, 2011: 25). Según las fuentes bibliográficas, en 1585 el joven Felipe de las Casas estudió gramática con el memorable sacerdote Pedro Gutiérrez, en el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo (Quesada, 1962: 87). Dicha institución era de las más prestigiadas en la Nueva España y acudían a ella jóvenes provenientes de familias honorables. Posteriormente, a los 16 años ingresó al convento de Santa Bárbara, en Puebla. Ahí realizó su noviciado pero «antes de profesar dejó el hábito y vivió nuevamente en el hogar paterno» (Hernández Corona, 1981: 1). Al abandonar la formación religiosa fue considerado un joven rebelde. Según Montes de Oca, fue «vencido de la tentación» y «volvió al siglo» (Quesada, 1962: 90). Con frases como éstas se explica su condición ante la ausencia de documentos. Como represalia, sus padres lo incorporaron al negocio de la platería, Se desconoce el acta de fe de bautizo y se han producido discrepancias históricas con relación al año del nacimiento; según Hernández (1981) y Pimentel (2000) ocurrió en 1572; para el editor Manuel Quesada Brandi (1962) Felipe las Casas Martínez nació en 1574 y así lo precisa en su reconocida obra titulada San Felipe de Jesús 1574-1962. 10 Aún se encuentra en la Catedral Metropolitana la pila bautismal donde se supone fue bautizado Felipe de las Casas Martínez. Alrededor de la celda que protege la pila se lee la siguiente leyenda: «En esta pila fue bautizado el gloriosísimo mártir de Japón, san Felipe de Jesús, criollo de esta ciudad de México y su patrón». Existe otra discrepancia histórica en relación con el bautizo: el grabado realizado por Montes de Oca (1801) ilustra el suceso y en la leyenda al pie de la imagen precisa que ocurrió en 1575, no en 1572 o en 1574, como lo argumentan otras fuentes bibliográficas. 9

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pero él desistió. Según las fuentes, sus padres optaron por darle dinero y consejos y lo enviaron a Filipinas con la intención de que se hiciera comerciante (ljmm, 1802: 45). Hasta cerca del año de 1591 se puede considerar que termina un ciclo en la vida del joven Felipe de las Casas Martínez, quien representó para su familia lo propio de un hijo, de quien se esperaba que se convirtiera en un hombre religioso, pero desistió; en un hombre de trabajo comercial, pero igualmente cambió de parecer; hasta que se embarcó en Acapulco hacia una nueva empresa con destino en las Filipinas. El hermano franciscano Al llegar a Filipinas, en lugar de dedicarse al negocio que le habían impulsado sus padres, Felipe de las Casas decidió formar hábito con los franciscanos en el convento de Santa María de los Ángeles de los Descalzos del Santo Padre San Francisco, de la ciudad de Manila (Montes de Oca, 1801: 93). Reconsideró la formación que había abandonado en México, y en las Filipinas ofreció sus servicios cuidando a los enfermos. Estos actos lo hicieron identificarse con Jesús de Nazaret, y el 22 de mayo de 1594 mudó su apellido De Las Casas, por el De Jesús (ljmm, 1802: 53). Luego, tras cuatro años de labor altruista, buscó ordenarse sacerdote, pero en Filipinas no había obispo, por lo que pretendió regresar a la ciudad de México y se embarcó en el puerto de Cavite. Es deducible que el joven De las Casas Martínez tenía el apoyo de sus hermanos franciscanos y se infiere que representaba para ellos un prometedor misionero. Sin embargo, una serie de fenómenos naturales y desastres influyeron en el imaginario de los japoneses que posteriormente lo ejecutaron.

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Imaginarios y desastres en Japón Mientras que Felipe de las Casas era un niño que estudiaba gramática en un prestigiado colegio, el emperador de Japón, Toyotomi Hideyoshi, lidiaba un complejo conflicto ideológico que enfrentaba a los religiosos locales sintoístas y bonzos con los misioneros jesuitas españoles y los portugueses (Borao, 2005). Según una fuente electrónica, el emperador, también llamado Taycozama, que significa «Señor, mi gran señor», vivía en Meaco, Miaco o Miako, antiguo nombre de la actual ciudad de Kyoto, entonces compuesta por «1,858 calles, 137 palacios, 2,127 templos sintoístas, 3,893 budistas, 18,000 bonzos, y 87 puentes; era una ciudad inmensa. El número de cristianos bautizados por los jesuitas ascendía a unos 6,000, perdidos en una masa de cerca de 400,000 habitantes» (Sánchez, 1997). Ante las fuertes pugnas ideológicas y los pocos acuerdos, el emperador envió varias cartas amenazantes de muerte a los cristianos y jesuitas, y tomó la determinación de expulsarlos de Japón en 1585. En los siguientes años el emperador fue cambiando de parecer con los religiosos cristianos y en 1593 les ofreció «a los franciscanos un lugar de residencia en Meaco» (Borao, 2005: 6). En enero de 1595 fue firmado un pacto de amistad entre España y Japón; el emperador invitaba a los franciscanos a visitar Kyoto, «renunciaba a actuaciones ofensivas e incluso se ofrecía como protector de los franciscanos» (Borao, 2005: 6), por lo que los religiosos predicaban en las calles y buscaban convertir a los japoneses en cristianos. El 4 de octubre de ese mismo año de 1595, Día de San Francisco de Asís, fue inaugurado en Filipinas el primer templo franciscano llamado de Nuestra Señora de los Ángeles (Sánchez, 1997) y en Japón construyeron más templos. Pero estas acciones tan positivas para los franciscanos eran mal vistas por los religiosos japoneses sintoístas, bonzos y budistas, quienes dedicaban muchos esfuerzos para influir en el empera-

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dor Toyotomi Hideyoshi para convencerlo de que los religiosos cristianos eran una mala influencia y atentaban contra las ancestrales religiones locales. En 1596 ocurrió una serie de fenómenos naturales y desastres que fueron aprovechados por los religiosos japoneses para fortalecer la influencia sobre el emperador, quien al ver amenazado su imperio tomó la decisión de encarcelar a los franciscanos en Japón y martirizarlos. Como se ha documentado, algunos fenómenos naturales extremos e incomprensibles para las sociedades antiguas afectaban la percepción colectiva de manera extraordinaria y en algunos casos creaban representaciones muy particulares de la amenaza, el miedo o la protección. Por ejemplo, para la historiadora Margarita Gascón, los eclipses y cometas eran interpretados como malos augurios y señales proféticas. Por ello a principios del siglo xvi, «los astrólogos europeos habrían anunciado la muerte del rey Fernando el Católico y, de acuerdo con los astrólogos mexicanos, el final del imperio azteca» (Gascón, 2009: 26). Para algunas culturas los fenómenos naturales inusuales constituían presagios. Por ejemplo, sobre la llegada de los españoles al continente americano, Miguel León-Portilla (1992) documentó en La visión de los vencidos las manifestaciones de ocho presagios muy representativos para los nativos: un cometa, el incendio en el templo de Huitzilopochtli, un rayo sobre templo de Xiuhtecuhtli, la caída de un meteorito, hirvió el agua e inundó casas, una mujer gritaba por la noche que debían marcharse, capturaron un pájaro extraño y vieron hombres deformes. En el imaginario de los aztecas, estas manifestaciones fueron interpretadas como el vaticinio de algo funesto, lo cual representó para ellos la conquista española en Mesoamérica en el siglo xvi. En el mismo siglo, pero en 1596 y a miles de kilómetros de distancia, los consejeros del emperador Toyotomi Hideyoshi encontraron en varias manifestaciones naturales consecutivas los argumentos inobjetables del peligro que representaban los reli-

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giosos cristianos. La crónica del franciscano Juan de Santa María, publicada en 1615, es un documento muy valioso porque describe ampliamente los sucesos que para otros relatores de la vida de San Felipe de Jesús han pasado casi inadvertidos o carecen de importancia para comprender la amenaza que representaron los religiosos cristianos en ese contexto de conflicto ideológico. El 22 de julio cayó ceniza y arena volcánica en Japón. «En Meaco llovió ceniza, y tierra roja, como sangre, con que se cubrieron los campos y las calles, y en otras partes gusanos» (ljmm, 1802: 77). El franciscano Juan de Santa María (1615) relató el hecho de la siguiente manera: «Se vio nevar todo el día ceniza, y tierra colorada como sangre, en tanta cantidad, que cubrió los tejados, las calles y campos, y de melancolía y tristeza los corazones de todos» (De Santa María, 1615: 68). Es evidente que el acontecimiento representó un suceso asociado con sangre, al menos para el imaginario de los relatores. El 15 de agosto los japoneses comenzaron a observar un cometa «con crines, y muy largos ramales, tan turbados, que no se podía distinguir su color» (ljmm, 1802: 77). Y fue evidente por 15 días. De Santa María (1615: 70) describió al cometa de la siguiente manera: Con unas crines, o ramales muy largos en su aspecto furioso, cercado de unos vapores tan gruesos, que no se podía discernir su propio color, aunque estaba muy bajo y duró por espacio de quince días. Unos cristianos que le vieron, daban voces diciendo ¡uza uza! que en su lengua quiere decir «Triste cola, triste cola» y lo fue harto para todos, así cristianos como gentiles.

Además de los japoneses, los navegantes que acompañaban a Felipe de Jesús con rumbo a México, cerca de Japón observaron en el horizonte el mismo cometa «terrible, de tristísimo aspecto, y color turbado, amenazando con sus formidables rayos a la Tartaria y Suria, y principalmente a el Japón» (ljmm,

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1802: 75). Evidentemente este fenómeno para ellos también representó un mal augurio. El 30 de agosto los japoneses de Meaco percibieron un leve temblor que ocurrió a las ocho de la noche. Causó muy poca alarma y no imaginaron las proporciones del terremoto que se presentaría unos días después, el 4 de septiembre, a la media noche, justo cuando casi todos dormían. Durante el terremoto, los japoneses que intentaban correr no lograban salir de sus casas y «muchos se quedaban muertos y sepultados en ellas, especialmente en los templos, o varelas de ídolos, que son infinitos y muy suntuosos los que hay en aquel reino» (De Santa María, 1615: 68-69). En ese sismo fueron destruidos muchos templos de los religiosos locales sintoístas, bonzos y budistas, aun los más espectaculares, suntuosos y casi todas sus esculturas de piedra y otros materiales. En cambio, el templo de los franciscanos, recién construido de madera y de un solo piso, resistió incólume el movimiento telúrico que destruyó la ciudad asentada entre múltiples cauces de ríos con puentes. Un nuevo terremoto se presentó el 5 de septiembre a las 11 de la noche; el miedo y la incertidumbre hicieron que fuera percibida su duración entre 10 y 15 minutos. Con este movimiento se cayó lo que soportó el sismo del día anterior. Según describe el franciscano Juan de Santa María (1615: 69), «parecía que debajo de la tierra andaban ejércitos de demonios, con unos truenos como de una gruesa artillería. De manera que los hombres andaban por los campos atónitos y espantados, llorando sus hijos, mujeres y hermanos, que se quedaban soterrados debajo de las ruinas, y algunos vivos dando voces sin poder ser socorridos». El gran guerrero y emperador Toyotomi Hideyoshi estuvo en gran peligro de perder la vida, como le ocurrió a varias de sus esposas. El emperador «estaba en la cama, se vio en grande aprieto y escapó huyendo desnu-

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do a una cocina baja que había quedado en pie con su hijo en los brazos; y a la mañana con algunos señores de su Corte, se retiró a un monte, donde luego dio orden de hacer una casa. Quedó el desventurado atónito, y espantado con tan grande melancolía y tristeza» (De Santa María, 1615: 69). Los terremotos fueron «muy frecuentes y terribles, que destruyeron la mayor parte, y los más famosos templos y palacios, quedando en pie los oratorios de los cristianos» (ljmm, 1802: 78). No todas las construcciones cayeron, los conventos y casas de los religiosos franciscanos de la «Compañía de los Descalzos se conservaron sin lesión alguna, guareciéndose en ellos muchas personas» (De Santa María, 1615: 69). Además del terremoto ocurrió un tsunami muy destructivo para algunas ciudades, como lo describe De Santa María (1615: 70): En la ciudad de Meaco, Fugimi, Osaka y Zacay hubo un diluvio general en el cual murió tan gran número de gente, que a mí se me hace cosa increíble, porque de sólo la ciudad de Zacay, con ser la más pequeña, y gente más contada la que en ella había, se dice haber faltado más de treinta mil personas. Y fueron tan grandes las inundaciones del mar, que en el Reino de Bungo entró el agua dos leguas [11 km] a tierra adentro y anegó tres o cuatro pueblos, dejándolos del todo cubiertos.

En los días posteriores, la caída de ceniza y arena, el cometa, los terremotos, el tsunami y los para ellos inexplicables desastres impactaron en la percepción de la realidad, enturbiando las emociones de los japoneses. Los religiosos nipones buscaron respuestas a las consecutivas desgracias y se formaron representaciones. Para ellos los cristianos eran parte de la causa, así que no les resultó difícil aconsejar al emperador sobre lo que debía hacer con los cristianos que residían en Japón, los cuales fueron apresados en diciembre, sin razón evidente para los jesuitas y los franciscanos.

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Imaginarios y desastres en el mar Tras varios años de servicio altruista, Felipe de Jesús quiso ordenarse sacerdote, pero al no haber «un obispo en Filipinas, fue enviado por su superior a su país natal para ser ordenado», precisó en 1609 el historiador Antonio de Morga (2007: 71). Debía cruzar el océano Pacífico en un viaje que podía durar entre cinco y siete meses, para llegar al puerto de Acapulco, aunque hacía escalas en los puertos mexicanos de San José del Cabo en Baja California Sur; Altata, en Sinaloa; y Salagua, en Colima. Días después del galeón San Felipe, también partió de Filipinas el barco San Gerónimo, con destino Acapulco. Pero a diferencia del San Felipe, el San Gerónimo llegó al puerto acapulqueño. En el puerto filipino de Cavite, el viernes 12 de julio de 1596 se embarcaron cerca de 300 personas en la nao San Felipe11. El galeón iba a Acapulco cargado y sobrecargado de ropa y mercaderías, y de muchos españoles soldados, y mercaderes, que iban a la Nueva España, y entre ellos siete religiosos, cuatro del Orden de San Agustín, uno de Santo Domingo, que iba por Vicario del mismo Galeón; y dos de los Descalzos, Fray Felipe de Jesús, o De las Casas, que fue mártir, y Fray Juan Pobre, que había venido del Japón, y le enviaba la obediencia a España (De Santa María, 1615: 71).

Entre los siglos xvi y xix, muchos otros barcos también llamados «naos de China» realizaron la trayectoria de Filipinas a Nueva España, sobrecargados de mercancía como el San Felipe. «Tan valiosa era la carga embarcada que el Gobernador Francisco Tello escribió al Rey de España, que su valor de tasación en México habría sido de más de un millón 300 mil pesos. El galeón […] partió […] con 700 toneladas, bajo el mando del general D. Matías de 11 El galeón San Felipe se llamaba así probablemente en honor a san Felipe Neri, fallecido en 1595, pero el dato aún no está sustentado con evidencia documental.

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Sandecho [sic]» (García-Herrera, entre otros, 2012)12. La carga permanecía en riesgo debido a que el barco duraba más de cinco meses, entre mayo y noviembre, expuesto a los ciclones tropicales recurrentes en el océano Pacífico. En el mar, los navegantes del galeón San Felipe comenzaron a percibir acontecimientos amenazantes. El viernes 26 de julio padecieron «la más deshecha tormenta» (ljmm, 1802: 58), pero no pasó a mayores. El día 15 de agosto presenciaron el mismo cometa que observaron los japoneses. Pero el día 18 de septiembre «púsoseles delante del navío una espantosa ballena, como presagio del mal que les amenazaba: dio unas vueltas por debajo del navío. Temiendo todos que les volcase, tiráronle dos pelotas con que desapareció» (De Santa María, 1615: 71). Aunque estaban acostumbrados a observar ballenas, su tamaño representaba peligro a todos los galeones, pues existían muchas creencias de ataques de estos mamíferos. El mismo día 18 de septiembre de 1596, los tripulantes del San Felipe se enfrentaron a un huracán. Para los marineros, los vientos contrarios, la intensidad de sus ráfagas y el comportamiento del mar son característicos de los huracanes. «Desde este día corrieron tan contrarios los vientos, y fueron tan sucesivas las borrascas» (ljmm, 1802: 58). Santa María (1615: 71)describió que los vientos se comenzaron a mostrar tan contrarios que parecían mensajeros de la ira de Dios y llevaban el navío hacia el Japón, por más que el piloto procuraba hacer su viaje. Los celajes y turbia postura del sol pronosticaban también gran tormenta. El viento iba creciendo y mucho más el temor, y en breve tiempo se embraveció tanto, que afirmaban los pilotos no haber visto jamás tanta furia de vientos ni de mar. Hubo olas altísimas y 14 marinos cayeron al mar, el barco quedó mal trecho y sin timón. 12

Otros autores escriben el apellido del capitán Landecho.

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Sobre este huracán, el astrónomo jesuita Miguel Selga documentó en el Observatorio Meteorológico de Filipinas que «mientras [el San Felipe] navegaba en la latitud de Japón, un furioso huracán impactó el barco y ahogó seis hombres. Las olas se llevaron la bitácora, los aparatos de gobierno y la galera: hizo pedazos el timón y las velas principales. Fue necesario aligerar el buque, porque el agua entró por las escotillas» (García-Herrera, entre otros, 2012). El galeón quedó maltrecho, pero los marineros liderados por el capitán y general Matías de Landecho se esforzaron por controlarlo; sin embargo, el 25 de septiembre una nueva tormenta impactó el barco durante 36 horas, los dejó a la deriva y dañó la cubierta superior, como también lo documentó Miguel Selga (García-Herrera, entre otros, 2012). En las condiciones dramáticas del galeón fue necesario arrojar al mar parte de la carga, con tal de aligerar el peso. Eso atrajo a los tiburones, que merodearon alrededor atraídos por los bultos. Terminada la tormenta, los navegantes vieron en el cielo representada una cruz en las nubes que primero fue de color blanca, luego cambió a «color sangre, hasta cubrirse por una nube negra» (ljmm, 1802: 59)13. Este presagio, en su imaginario «a todos puso grande temor y espanto, pareciéndoles que el cielo les mostraba su fin con aquella tan clara señal» (De Santa María, 1615: 74). Con la cruz representada en el cielo, Felipe de las Casas y los demás religiosos del barco imaginaron que su situación no era infortunio, sino providencia del altísimo Dios (ljmm, 1802: 59). El barco quedó a la deriva, pero los vientos fueron acercándolo a la costa japonesa, donde lo remolcaron unos nipones que según Antonio de Morga (2007: 72) lo hicieron con malicia: «metieron a remolque la nao con sus funeas dentro del puerto y la encaminaron y guiaron a un bajo» donde quedó encallado 13 Es deducible que la tonalidad de las nubes que representaron la cruz para los navegantes religiosos se debiera a la continuidad de la actividad eruptiva volcánica que produjo la caída de ceniza y arena el 22 de julio.

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y destruido «el 18 de octubre de 1596» (Pimentel, 2000: 54). El emperador fue avisado y, según Antonio de Morga, la avaricia por quedarse con el botín le hizo ordenar el encarcelamiento de los religiosos cristianos, tanto los que ya vivían en Meaco como los recién llegados en el San Felipe. Luego ordenó que solamente «fuesen crucificados los religiosos que se habían hallado en la casa de Miaco y los xapones predicadores dójicos de su compañía que estaban presos, y que todos los demás y los españoles de la nao se dejasen volver a Manila» (De Morga, 2007: 74). A pesar de que Felipe de Jesús podía haberse salvado con los demás españoles que llegaron en el San Felipe, según diversas fuentes pidió ser tratado como sus hermanos de orden y fue encarcelado del 9 al 30 de diciembre (ljmm, 1802: 62). Posteriormente fueron trasladados a otra cárcel, donde permanecieron del 30 de diciembre al 5 de enero (ljmm, 1802: 64); al día siguiente fueron condenados. El martirio se incrementó cuando «les cortó las orejas derechas y los paseó por las calles» (De Morga, 2007: 75) de distintas ciudades en 800 kilómetros desde Meaco hasta Nagasaki, a veces a pie o en caballo, pero soportando el frío de enero «con mucho dolor y sentimiento de todos los cristianos que los vían padecer, llevando en una asta pendiente, escrita en una tabla en letras chinas, la sentencia y causa de su martirio» (De Morga, 2007: 75). Según Antonio de Morga, en el letrero se leía: Por cuanto estos hombres vinieron de los Luzones, de la isla de Manila, con título de embajadores y se dejaron quedar en la ciudad de Miaco predicando la ley de los cristianos, que yo prohibí los años pasados rigurosamente, mando que sean justiciados juntamente con los japoneses que se hicieron su ley. Y así estos veinte y cuatro quedarán crucificados en la ciudad de Nangasaqui. Y porque yo torno a prohibir de nuevo de aquí en adelante la dicha ley, entiendan todos esto, y mando que se

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ponga en ejecución. Y si alguno fuere osado a quebrantar este mandato sea castigado con toda su familia.

Ante el emperador, los cristianos habían desobedecido la ley que impuso cuando los expulsó, regresaron, se asentaron, construyeron templos, predicaban públicamente y el número de conversos se incrementaba, atentando contra las religiones locales y contra el estado en un momento de crisis debido a los desastres de los cuales eran sospechosos. De esta manera Felipe de las Casas Martínez pasó de piadoso franciscano a representar un enemigo del estado japonés. El emperador Toyotomi Hideyoshi los crucificó como enemigos del estado. Desde tiempos ancestrales, a los enemigos del estado se les crucificaba, como hicieron los romanos con Jesús de Nazaret, para dar una lección a todos los sediciosos; el costo era un sufrimiento enorme y se ponía en riesgo a toda la familia. Felipe de Jesús fue colgado en una cruz de madera, lo sujetaron de las extremidades y del cuello con argollas, y con una lanza le hicieron tres perforaciones en el estómago y fue alanceado por los lados. Cuando se encontraba en la cruz, se cree que alcanzó a pronunciar «Jesús, Jesús, Jesús» (ljmm, 1802: 69-70). Como precisa Ainhoa Reyes Manzano, otras versiones coinciden en la creencia de que el piloto mayor Francisco de Landa «abrió un mapa del globo y señaló los inmensos dominios del rey de España» (Reyes, 2005: 62-63) a un grupo de oficiales japoneses y luego les dijo: «Nuestros reyes envían delante a los misioneros, convierten a las gentes del país, y estos se encargan por las buenas o las malas de pasarse a nuestro bando» (Reyes, 2005: 63). Al parecer este mensaje fue llevado al emperador, quien en medio de una crítica situación originada por los recientes desastres, tomó una decisión radical para proteger el estado y aleccionar a todos los posibles invasores.

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Existen diversas interpretaciones; sin embargo, considera Reyes Manzano (2005: 62) que no se sabe por qué […] acabaron crucificados varios padres de todas las órdenes que estaban asentadas en Japón. Sobre los mártires de Nagasaki han corrido ríos de tinta, culpando de la persecución anticristiana a los Padres de la Compañía de Jesús, a los de San Francisco, a la avaricia de Hideyoshi, a la envidia de los bonzos, a los portugueses, a los holandeses, a la diversidad de órdenes.

Pero evidentemente no se habían puesto en consideración las representaciones de los fenómenos naturales y los desastres, para explicar la decisión radical del emperador, como una respuesta ante la crisis en que se encontraba el estado. Tras la crucifixión de los cristianos, el año de 1597 el barco siguió encallado, «la carga fue confiscada, las misiones se pusieron bajo sospecha y se produjo la primera gran persecución de cristianos en Japón en 1597» (Borao, 2005: 7), la cual concluyó a la muerte del emperador en 1599. La construcción de la representación como santo patrono Hipotéticamente se puede argumentar que el desastre del galeón San Felipe, fue divulgado en el occidente de México por algún navegante del barco San Gerónimo, el cual, como se recordará, había zarpado después del San Felipe «hizo su viaje y llegó a la Nueva España en fin del año de noventa y seis» (De Morga, 2007: 71). El San Gerónimo llegó a Acapulco el 11 de diciembre de 1596 y en él viajaba la viuda de Álvaro de Mendaña, recién casada con Fernando de Castro14. Se puede suponer que la pareja y los demás viajeros explicaron en México lo sucedido al galeón San Felipe y su costosa carga, que al perderse en el Se ha documentado que Álvaro de Mendaña fue quien trajo de Filipinas a Colima la semilla de la palma de coco (Felipe Sevilla del Río, Provanca de la Villa de Colima, Jus, México, 1977).

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naufragio impactó a distintos sectores. La nao de China realizaba uno o dos viajes al año, por lo que es posible que durante el resto del año de 1597 los familiares de Felipe de las Casas y otros viajeros que venían a Nueva España esperaron noticias de los sobrevivientes del naufragio, hasta que llegó un nuevo barco y trajo la noticia de lo acontecido al cargamento y a los mártires de Japón. En 1597, quizás, la información también llegó a la Villa de Colima por medio de algún franciscano que vino a reunirse con sus hermanos de orden en los templos de Almoloyan, en Colima, o de Zapotlán El Grande, en Jalisco. Se infiere por las historias locales que la representación divulgada en Colima acerca de Felipe de Jesús fue de mártir. La personalidad de Felipe de las Casas ha destacado en las historias, porque tenía una especial identificación con Jesús de Nazaret. En Filipinas decidió cambiar su apellido De las Casas por De Jesús. Se ha publicado que, a pesar de estar excluido de la lista de sentenciados, decidió sufrir el mismo martirio de sus compañeros. Un penoso recorrido comparable con el padecido por Jesucristo hacia el Calvario. Al iniciar las crucifixiones, solicitó ser el primero y derramó sangre por la fe cristiana. Por estas acciones de fe, los agustinos san Mateo de Mendoza y fray Diego de Guevara solicitaron su cuerpo y con dinero convencieron a los soldados vigías japoneses para que les fuera entregado con el del comisario fray Pedro Baptista (ljmm, 1802: 79). Los otros cuatro franciscanos crucificados, tres jesuitas, 14 cristianos japoneses adultos y tres niños cristianos japoneses (Escalada, 1991: 74-75) permanecieron en las cruces por nueve meses (ljmm, 1802: 79). En cambio, el cuerpo del joven Felipe de Jesús, de 25 años de edad, fue desmembrado y distribuido en diversos lugares para dar fe de su existencia (ljmm, 1802: 79-80). En el mismo periodo, pero a miles de kilómetros, en la Villa de Colima se presentaron también diversas fenómenos extremos

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que fueron percibidos desde la llegada de los españoles exploradores y los conquistadores que se asentaron en 1527. Al llegar a este territorio, los españoles desconocían que el estado de Colima está ubicado entre fallas tectónicas que han producido sismos desde tiempos inmemoriales. Pero muy pronto los terremotos devinieron una amenaza, debido a que el tipo de construcciones propias del estilo arquitectónico español era inadecuado para esta zona sísmica. En 1602 se envió «una confirmación dada a Alfonso Barrecho, para poseer dos solares, hacer tejas, tener hornos de cal y para producir ladrillos» (Reyes, 1981: 17). Así, las paredes de piedra, adobe y ladrillo ofrecían resistencia a los vientos y al calor, pero los techos de zacate y madera constituyeron una vulnerabilidad ante incendios producidos por accidentes con fogones, antorchas, velas, fogatas o atentados. Por ejemplo, en 1563 «un esclavo negro de nombre Juan Gómez, sin causa aparente, prendió fuego a dos casas, y aunque se pudo controlar el fuego antes de que se propagara, cuando menos “dos o tres” personas perecieron en aquel incendio» (Reyes, 1995: 273). Distintos autores han documentado los incendios y sismos que fueron percibidos durante los siglos xvi y xvii, ilustrados en el siguiente cuadro: Incendios y sismos reportados en los siglos xvi y xvii en el estado de Colima, previos a la elección de san Felipe de Jesús como santo patrono contra incendios y temblores Año

Manifestación

Fuentes

1539

Sismo

Tello, 1942: 65

1559

Sismo

Reyes, 1995: 224

1563

Sismo

Levy, 2004: 25; Guzmán, 1973: 220; Oseguera, 1967: 305

1568

Sismo

Romero, 2004: 50

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Sismo

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Sismo

1575

Sismo

1576

Sismo

1585

Sismo

1593

Incendio

1600

Incendio

1603

Incendio

1609

Incendio

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El Informador, 1918: 3 Oseguera, 1967: 305; Guzmán, 1973: 220; Levy, 2004: 25 Levy, 2013: 4 Bárcena, 1887: 1; Hernández, 2009: 62; Brust, 1993: 99; Oseguera, 1967: 305; Guzmán, 1973: 220 Tello, 1985: 180; Reyes, 1995: 112; Brust, 1993: 99; Oseguera, 1972: 80 Oseguera, 1967: 305; Guzmán, 1973; 220; Levy, 2013: 4 Levy, 2013: 4; Oseguera, 1967: 305; Guzmán, 1973: 220 Oseguera, 1967: 305; Guzmán, 1973: 220 Vizcarra, 1891: 4; Oseguera, 1967: 305; Guzmán, 1973: 220, Levy, 2010: 4

Con base en los registros históricos de sismos, es evidente que los procesos de exploración, conquista y colonización se desarrollaron en la región occidental de México entre amenazas de origen natural y antropogénico. Pero además se presentaron erupciones volcánicas, sequías, plagas y huracanes, característicos del medio ambiente natural de esta zona occidental del Pacífico mexicano. Algunos eventos fueron tan destructivos que regresaron a la población al estado natural, es decir, quedaron los afectados sin ropa, alimentos, pertenencias y casa. Por ello, una de las opciones para responder a las amenazas fue por un medio de protección divina, representada en el mártir Felipe de Jesús. La historia, como lo ha argumentado el historiador Eric Hobsbawn (2012), ha servido para inventar tradiciones y jus-

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tificarlas. Uno de los primeros historiadores en describir el patronazgo de San Felipe de Jesús en Colima fue Miguel Galindo (1963, 43-44), quien publicó en 1963 que el temblor de 1609 aterrorizó a unos habitantes más que otros, y por tal motivo se procedió a la elección de un santo tutelar de la Villa de Colima que la librara de estos fenómenos. Se reunió el ayuntamiento para hacer una rifa de «santos». […] Ayuntamiento y vecinos juraron solemnemente festejar cada año al santo con las ceremonias de su culto, y además con procesiones, carros alegóricos, iluminaciones, etcétera.

No ha sido posible identificar en otra fuente histórica el temblor de 1609, el cual debió ser muy intenso para «aterrorizar a los habitantes», que ya estaban acostumbrados a los sismos. Sin embargo, coinciden los historiadores del estado de Colima en un incendio que al parecer ocurrió el 17 de noviembre de 1609 y destruyó las principales casas de la Villa (Vizcarra, 1891: 4; Oseguera, 1967: 305; Levy, 2010). Al respecto, José Levy (2010: 4) aseguró que «existen registros que el 17 de noviembre del lejano 1609 ocurrió un incendió de grandes proporciones que consumió gran parte de la Villa de Colima». Y según un documento recopilado por Manuel Cárdenas Silva (1941), el alcalde de la Villa de Colima, en 1668, anunció la llegada de la escultura de San Felipe de Jesús. Para entonces ya había sido reconocido al mártir Felipe de Jesús como santo patrono protector contra incendios y temblores de la Villa de Colima, y para venerarlo se había encargado una escultura que lo representara en facciones, cuerpo y martirio. Sin duda, el fraile franciscano nunca imaginó que algún día representaría tanto para una comunidad que nada representó para él.

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Conclusiones La ausencia de documentos históricos hacen imprecisa la biografía de Felipe de las Casas Martínez desde su nacimiento y suscita distintas discrepancias. Pero como se ha evidenciado, a lo largo de su vida la representación de su persona transita entre el niño rico y joven rebelde, el hermano franciscano, mártir y santo patrono. Según el argumento de este capítulo, ciertos fenómenos naturales y desastres propiciaron la creación de un imaginario japonés en el que los cristianos se convirtieron en enemigos del estado. Y al ser procesados como enemigos del estado japonés, Felipe de las Casas decidió acompañar a sus hermanos en la condena. Su devoción por Jesucristo lo destacó entre los demás mártires y esa representación sirvió para que alguien lo propusiera en la «rifa de santos» en la Villa de Colima en el año de 1609. No está claro en la bibliografía histórica por qué específicamente Felipe de las Casas fue propuesto como santo patrono contra incendios y temblores, a pesar de que los fenómenos naturales extremos y los desastres presagiaron su destino. La representación del mártir Felipe de Jesús debió causar un enorme impacto emocional en el imaginario de los propios franciscanos locales, ya que en 1609 alguno de ellos lo propuso en la «rifa de santos», para elegir un santo patrono. Sin importar, para tan alta responsabilidad de proteger la Villa de Colima, el hecho de que el joven muerto a los 25 años de edad aún no había sido beatificado, lo cual sucedió hasta el 14 de septiembre de 1627, en la bula de la beatificación del papa Urbano Octavo (Montes de Oca, 1801: 112) no está claro por qué fue convertido el mártir Felipe de Jesús en santo patrono contra incendios y temblores, a pesar de que la pasó muy mal con los huracanes, y los desastres detonados por temblores contribuyeron en su martirio. No existe evidencia milagrosa que justifique por qué este mártir debe proteger contra incendios y temblores, lo cual evidentemente no ha realizado.

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La designación de san Felipe de Jesús como santo patrono protector contra incendios y temblores en el estado de Colima evidencia que los incendios y sismos representaban amenazas para la sociedad colimense, pues habían detonado desastres. Por ello una parte de la sociedad de fines de los siglos xvi y xvii pensó en que un santo patrono los protegería simbólicamente e intercedería ante Dios para aplacar su ira. La prioridad fue aclamar un protector, sin importar quién fuera, y al ser propuesto Felipe de Jesús, lo eligieron a él. Le dieron significado a su representación oficializándolo con un juramento y conmemoración anual, que incluye diversas manifestaciones públicas de devoción. Mandaron construir una escultura que lo representa físicamente y establecieron normas de conducta durante la conmemoración. El juramento ha sido renovado anualmente, y además se han realizado múltiples romerías, misas, oraciones y muestras públicas de fervor emocional cuando se han presentado desastres en Colima, al parecer único lugar del mundo donde san Felipe de Jesús es considerado santo protector. En la catedral de la ciudad de México es santo patrono de la juventud. La historia escrita de Felipe de las Casas Martínez ha sido contada por los historiadores como enigmática, contradictoria, oscura en algunos periodos e ilógica como muchas razones de la fe. Sin embargo, fue posible construir un hilo discursivo y con el método histórico se han destacado aspectos e incorporado elementos que proponen un diálogo sobre la importancia de los fenómenos naturales y los desastres en la construcción de representaciones y la invención de tradiciones. Las representaciones asociadas a santos protectores contra calamidades son importantes porque como fenómeno sociorreligioso sirven de consuelo emocional durante las crisis y porque se perpetúan en una larga duración debido a que la devoción es una respuesta ante los desastres que, por desgracia, siguen siendo recurrentes. El pueblo colimense en el siglo xvii invocó colectivamente una súplica de protección ante sismos e incendios; sin embargo,

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a pesar de la intervención divina las calamidades han persistido y recurrentemente han detonado desastres. Después del patronazgo de san Felipe de Jesús, algunos de los sismos más letales del siglo xx han detonado desastres en 1932, 1941, 1973, 1985 y 200315. Las muertes se han producido por distintas causas, pero hasta el siglo xxi las normas de construcción de edificios y viviendas son aplicadas inadecuadamente en el estado de Colima y eso propicia condiciones de riesgo y edificaciones vulnerables ante la sismicidad de la zona. Con respecto a los incendios, tan sólo en el siglo xvii se presentaron grandes siniestros en los años 1625, 1653 y 1693 (Vizcarra, 1949: 51; Oseguera, 1967: 305, y Machuca, 2009: 191). En los siglos posteriores no hay registros sistemáticos anuales, pero se observa que han cambiado ciertas prácticas de construcción, como el desuso de los techos de zacate y madera. Durante siglos, los incendios masivos fueron parte del imaginario de las amenazas colectivas colimenses. Y se puede deducir que comenzó a articularse una respuesta institucional ante esa amenaza hasta mediados del siglo xx, cuando el viernes 2 de mayo de 1952 fue integrado por el ayuntamiento de Colima y el gobierno del estado, el Patronato de Administración del H. Cuerpo Voluntario de Bomberos de Colima (Ecos de la Costa, 1952: 1). Así, ante la amenaza de los incendios, la conformación del cuerpo de bomberos ocurrió hasta el siglo xx. Esto no significa que antes se careciera institucionalmente de programas de protección para la sociedad, pero es evidente que entre las primeras respuestas institucionales la sociedad recurrió a la protección simbólica por medio del santo patrono. 15 Con información del proyecto y base de datos Prensa y procesos de desastre en el estado de Colima durante el siglo xx (Predescol), coordinado por Raymundo Padilla Lozoya y financiado por el Fondo Ramón Álvarez-Buylla de Aldana de la Universidad de Colima durante el año 2007. Se compone de fichas electrónicas de contenido bibliográfico, hemerográfico y documental, diseñadas en el software Filemaker, que incluyen reportes de cualquier tipo de amenaza natural y desastre.

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Representaciones en san Felipe de Jesús…

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E

sta primera edición de Imaginarios y representaciones sociales y culturales en transición

El cuidado de la e

fue impresa en los talleres de Editorial Praxis, Vértiz, 185, int. 000, col. Doctores, del. Cuauhtémoc, 06720, México, , en diciembre de 2014. La com-

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hizo en Garamond Premier Pro de 32 a 8 puntos. El tiro, sobre ahuesado de 44.5 kg, es de 1,000 ejemplares.

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