Religión, política e ilustración en las Noticias de la península americana de California de

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Descripción

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Baegert, Noticias, p. 3
"La Nueva España es una época en la que el arrobo de una monja, la milagrosa curación de un agonizante, el arrepentimiento de un penitenciado o los vaticinios de una beata, son más noticia que el alza en el precio de los oficios o la imposición de una alcabala; una época en la que son de más momento los viajes al interior del alma que las expediciones a California o a Filipinas; una época para la que el paso del régimen de la encomienda al del latifundio resulta preocupación accidental frente al desvelo ontológico de conquistar un ser propio en la historia. Todo esto explica por qué el doblar de las campanas que marca el pausado ritmo de una vida interior volcada hacia la febril actividad de tejer un glorioso sueño, haya apagado el estruendo de las gestas y de los quehaceres pragmáticos, y el historiador que ignore esa jerarquía en los valores vitales de la época podrá ofrecernos un relato documentado y exhaustivo, si se quiere, de los sucesos que la llenan, pero no penetrará en la cámara secreta de su acontecer más significativo" citado en Rubial, La Santidad, p. 9. Un análisis más detallado sobre la importancia de la dimensión y el pensamiento religioso en la obra de O'Gorman puede encontrarse en Lira, "La religión".
Del Valle, Escribiendo, pp. 40 - 46.
Bernabéu, Expulsados, pp. 46 - 57.
Hartig, "Johan Jacob Baegert"; Bernabéu, Expulsados, pp. 130 - 131.
Fundador de las misiones de la Alta Pimería (hoy Sonora) y California, pero también cartógrafo y astrónomo, reconocido en la primera de estas disciplinas por demostrar que California era una península y no una isla, y en la segunda por la discusión que sostuvo con Carlos de Sigüenza y Góngora a propósito del paso del cometa Halley en 1680-1. Hausberger "El P. Eusebio Kino", pp. 314 - 341.
Hausberger, "Los jesuitas", p. 268.
Gaos, Historia, pp. 125 - 128; Del Valle, Escribiendo, pp. 64 – 69.
Weber, La ética, p. 153; Troeltsch, El protestantismo.
Hausberger, "La conquista", pp. 204 – 227.
Del Río, El régimen, pp. 86 – 92.
Del Río, El régimen, pp. 45 - 46.
Del Río, Conquista, p. 212; Crosby, Antigua, pp. 113 – 114; Bernabéu, "Desatar al demonio", pp. 174 – 178.
Baegert, Noticias, p. 70. De acuerdo con las estimaciones de Cook y Borah, durante la ocupación jesuita la población cayó de 41,500 habitantes a poco más de 7,000 entre 1697 y 1768. Del Río, Conquista, p. 225.
Las vidas edificantes eran un género común en las misiones jesuitas y circulaban a lo largo del mundo. Sabemos, por ejemplo, que en la Nueva España se difundió la vida de Catarina de Tekorvokita, una indígena iroquesa conversa y mística que vivió y murió en las misiones francesas del Canadá Ponce, Cartas de la Nueva Francia, pp. 103 – 137.
Traducida al inglés en los años 20, publicada en español en 2001 por Michael Mathes y en 2005 por María Eugenia Ponce. Una crónica de la expedición de este mismo autor fue incluida en el capítulo dedicado a California en el segundo volumen del Theatro Americano de Antonio Villaseñor y Sánchez de 1748.
Esta obra se tradujo al español y se publicó en 2008. Bernabéu, Expulsados, pp. 139 – 147.
Kirchoff, "Las tribus", pp. 13 – 32. Kirchoff fue uno de los antropólogos más importantes en México, siendo entre otras cosas, quien propuso la división geográfico-cultural de Aridoamérica, Mesoamérica y Oasisamérica, además de ser fundador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia.
León Portilla, La California mexicana, p. 36.
Ruíz, "Representaciones", pp. 59 – 60.
Castillo, "Una institución", pp. 31 - 42.
Hausberger, "Las publicaciones", p. 279.
Del Valle, Escribiendo, pp. 214 - 226.
Baegert, Noticias, p. 8.
Bernabéu, Expulsados, pp. 13 – 19; Torres, Opinión, pp. 47 – 51.
Del Río, El régimen, pp. 231 - 232.
Bernabéu, Expulsados, pp. 57 – 68.
Torres, Opinión, p. 76.
Baegert, Noticias, pp. 3-4.
Resulta también interesante que el autor refiere a la península como una región aún en proceso de exploración, siendo imposible determinar sus coordenadas de longitud, un asunto que esperaba se resolviera con las mediciones del sacerdote y astrónomo francés Jean-Baptiste Chappe d'Auteroche, quien visitaría California en el verano de 1769 para observar el tránsito de Venus. Baegert, Noticias, pp. 13 - 14.
Baegert, Noticias, pp. 239 - 240.
Baegert, Noticias, p. 246.
Baegert, Noticias, p. 99.
Baegert, Noticias, p. 100.
Baegert, Noticias, pp. 101 - 102.
Bernabéu, Expulsados, p. 89.
Rubial, La santidad, pp. 140 – 142.
Castillo, "Una institución", p. 125
Baegert, Noticias, pp. 202 – 203.
Castillo, "Una institución", pp. 152 - 153;
Baegert, Noticias, p.102.
Taylor, "… de corazón pequeño", pp. 7 – 12.
Del Valle, Escribiendo, pp. 202 – 203.
Baegert, Noticias, pp. 109 – 110.
O'Gorman, "Estudio introductorio".
La segunda explicación se refiere a la posibilidad de que la tesis de Sepúlveda relativa a la "esclavitud natural" de los indios persistió a lo largo de toda la colonia, alimentándose de las ideas racionalistas que en el siglo XVIII proponían la inferioridad natural del continente americano con respecto al europeo. Taylor, "… de corazón pequeño", pp. 7 – 12.
El nombre completo de la obra es Historia de los triunfos de nuestra santa fe entre las gentes más bárbaras y fieras del nuevo orbe: conseguidos por los soldados de la milicia de la Compañía de Jesús en las misiones de la Nueva España, y consta de 13 volúmenes, los cuales fueron publicados en Madrid.
Religión, política e ilustración en las Noticias de la península americana de California de Juan Jacobo Baegert SJ, 1772
Formación política de la Nueva España
Pedro Espinoza Meléndez
Doctorado en Historia
Introducción
El significado de la Antigua o Baja California dentro del contexto novohispano puede parecer ambiguo. Por un lado, era un territorio inhóspito del que se obtuvieron escasos beneficios materiales durante el período de ocupación jesuita. Por otra parte, sobre ella se dio una escritura que podría parecer excesiva ante su escasa importancia política o económica. Esta sobre-representación textual puede notarse, por ejemplo, en el Theatro Americano de Antonio Villaseñor y Sánchez. En el libro quinto, relativo al obispado de Guadalajara, se dedican apenas cinco páginas a la cabecera política y eclesiástica, mientras que el capítulo sobre California consta de más de 20. Más curioso aún resulta que esta divergencia fue notada por uno de los misioneros de la península, Juan Jacobo Baegert, quien en 1771 escribió una crónica sobre la misión jesuita en California, la cual abre con las siguientes palabras:
Todo lo concerniente a California es tan poca cosa, que no vale la pena alzar la pluma para escribir sobre ella. De miserables matorrales, inútiles zarzales y estériles peñascos; de casas de piedra y lodo, sin agua ni madera, de un puñado de gentes que en nada se distinguen de las bestias, si no fuera por su estatura y su capacidad de raciocinio, ¿qué gran cosa debo, qué puedo decir?
¿Cómo explicar ésta paradoja donde la escasa importancia material estuvo acompañada por una prolija escritura, la cual fue notada inclusive por sus contemporáneos? Siguiendo a Edmundo O'Gorman, aproximarnos a la historia novohispana implica, más que evaluar la calidad o la precisión de sus fuentes, tomar en serio los significados que los actores de esta sociedad daban a sus símbolos, y para aprehender su significación es necesario atender su dimensión religiosa. En este sentido, la sobre-representación textual de California en la escritura novohispana es un indicio de que la compañía de Jesús daba una especial importancia espiritual a su misión en California, pese a que esta reportaba escasos beneficios materiales a la orden y a la corona española. No obstante, los textos que surgieron con una finalidad religiosa comenzaron a ser leídos hacia el siglo XVIII con objetivos seculares, y las crónicas jesuitas sobre sus misiones se convirtieron en una importante fuente de información geográfica y etnográfica para los imperios europeos en expansión. Además, los escritos jesuitas tuvieron una gran importancia política, tomando parte de la polémica que llevó a su expulsión de los reinos de Portugal, España y Francia, culminando con su supresión en 1784.
El objetivo del presente trabajo es analizar la crónica titulada Noticias de la península americana de California, escrita y publicada por Juan Jacobo Baegert en la década de 1770. Debido a la detallada descripción de la lengua y costumbres de los indígenas guaycuras, ha sido utilizadas principalmente con fines etnohistóricos. En este ensayo intento una lectura distinta de la obra, sin que esto sea del todo novedoso. Por un lado, me interesa resaltar que su escritura obedece a la coyuntura política que significó la expulsión de los jesuitas y la reorganización de la política en el imperio español. En el fondo, este jesuita hace una apología del régimen de excepción otorgado a la Compañía de Jesús en California, argumentando que lejos de establecer un gobierno terrenal y obtener riquezas materiales, la única razón por la que los jesuitas aceptaron someterse a una misión tan complicada era contribuir a la expansión de la cristiandad y a la salvación de las almas. Por otro lado, intento situar su obra en el contexto de los debates ilustrados con respecto a la naturaleza humana. Aunque la obra comparte con otros escritos del siglo XVIII un estado de ánimo pesimista con respecto a la evangelización de los indígenas, puede ubicarse como expresión de una tercera concepción del hombre americano, distinta a las tesis de Sepúlveda y de las Casas, cuyos orígenes podemos las obras de José de Acosta SJ escritas en el siglo XVI. A partir de estos ejes me interesa adentrarme en el significado de la misión californiana para los jesuitas tras la expulsión, así como dar cuenta de la estrecha relación existente entre el carácter político de sus misiones y la idea que esta orden religiosa tenía sobre la naturaleza humana.
Para su exposición, el trabajo está dividido en tres apartados. En el primero de ellos se describe el contexto de producción y traducción de las Noticias, al tiempo que apuntan algunas generalidades sobre la misión jesuita en California y se revisan algunos de los trabajos que han analizado el documento. En el segundo se revisa la dimensión política de las polémicas establecidas por el autor. En el tercero se analiza su idea sobre la naturaleza humana de los habitantes de california. Al final se apuntan algunas reflexiones generales.
Sobre el autor y la obra
Juan Jacobo Baegert nació en diciembre de 1717 en Schlettstadt, Alsacia. Varios de sus familiares habían sido religiosos, y él ingresó a la Compañía de Jesús en Baviera en 1736. Ejerció su magisterio en Mannheim, Alemania, y estudió teología en Molsheim, Francia. Fue ordenado sacerdote en 1749 e inmediatamente fue enviado como misionero a la Nueva España. Arribó a California en 1751 y fue asignado a la misión de San Luis Gonzaga, al sur de la península; esta fue la única obra novohispana en la que trabajó. Permaneció allí 17 años, hasta que en 1767 la compañía de Jesús fue expulsada de los dominios españoles; salió con otros 16 jesuitas del puerto de Loreto en febrero de 1768. Su primera parada de regreso en Europa fue un monasterio en Madrid donde pasó algunos meses, luego se trasladó a Alemania, instalándose en el colegio de Neustadt an der Haardt en Renania, donde permaneció hasta su muerte en 1772. Se encontraba ahí cuando escribió en 1771 Nachrichten von die amerikanisher Halbinsel Californien...mit einen zweifachen Anhang falscher Nachrichten, trabajo que fue publicado como anónimo en Mannheim en 1772 y 1773.
Su biografía puede entenderse como lo que Bernd Hausberger llama vidas globales, una característica compartida por muchos misioneros de la compañía de Jesús que trabajaron y vivieron en las periferias de los imperios europeos, siendo el caso de Eusebio Kino uno de los más conocidos en la Nueva España. Una característica de común en ambos personajes es que resulta difícil imputarles una nacionalidad. Kino nació en 1645 en Segno, Trentino, un territorio fronterizo entre los reinos italianos y el imperio austrohúngaro, y su trayectoria como misionero en la Nueva España le ha llevado a ser reivindicado por no sólo por Italia y Austria, sino también por España, México y Estados Unidos. Aunque se hablaba alemán, Alsacia formaba parte de los dominios franceses. En la correspondencia que sostuvo con uno de sus hermanos mientras estaba en América mencionó que el barco en el que viajó al nuevo continente se llamaba "San Luis", lo cual lo llenó de orgullo pues refería a su Santo Patrono: San Luis Rey de Francia. Su identidad étnica era alemana, pero su pertenencia política era francesa. Sin embargo, más que francés o alemán, su identidad era la de un misionero jesuita.
Los datos sobre su formación nos remiten a la trayectoria de los religiosos de esta orden, que podemos considerar como síntoma del surgimiento del mundo moderno. Todos los jesuitas debían vivir durante su noviciado la experiencia de los Ejercicios Espirituales, una serie de prácticas ascéticas que ponían énfasis en una experiencia de fe que solo podía ser accesible por medio de la imaginación, de los sentidos y del propio cuerpo. Esta práctica garantizaba que el sujeto interiorizara la disciplina de la orden, pues debido a las obras que les eran encomendadas, era muy común no tuvieran vida en comunidad, sino que se ocuparan de labores más "mundanas", tales como administrar misiones, ejercer como profesores en colegios y universidades, o como profesionales dedicados a disciplinas como la botánica, la medicina, la cartografía, la geografía, la astronomía o la lingüística. Se trata de una forma católica de lo que Weber y Troelstsch llamaron ascetismo intramundano.
La participación de la compañía de Jesús en la evangelización de las periferias dentro y fuera de los imperios europeos les ha valido ser considerados como la primera empresa de alcance global. Los jesuitas se hicieron presentes en la conquista espiritual en los dominios de Portugal, Francia y España. En el caso de la Nueva España fundaron varios colegios para educar a las élites de las ciudades, pero también fueron misioneros en el Septentrión. Se instalaron conforme ocurrían las exploraciones y el avance de mineros y ganaderos, llegando a las provincias de Sonora y Sinaloa en 1591, a la sierra Tarahumara y Chinípas en 1603, a la Pimería Alta y la Apachería en 1687, a California en 1697 y a la sierra del Nayar en 1722.
California fue un lugar especialmente complicado para la ocupación española. Los primeros intentos se remontan a tiempos de Cortés, pero el clima extremoso, la aridez de la tierra y la mala relación establecida con sus habitantes hizo fracasar los distintos intentos de dominar el territorio. Para finales del siglo XVII, cuando los misioneros Eusebio Kino y Juan María de Salvatierra iniciaron su proyecto misional, la corona española se negó a financiar tal empresa, aunque la apoyó con algunos militares. En respuesta, los jesuitas acudieron a otros medios para subvencionar dicha iniciativa, destacando el Fondo piadoso de las Californias. Entre 1683 y 1685 la compañía realizó un intento fallido para establecer la misión de San Bruno, al sur de la península. El primer asentamiento permanente se logró en 1697 con la misión de Nuestra Señora de Loreto, en referencia a la advocación mariana que los jesuitas consideraban su patrona. En siete décadas fundaron un total de 18 misiones, la última de ellas, Santa María de los Ángeles, se erigió pocos meses antes de que se decretara su expulsión.
Como en las reducciones del Paraguay, la corona española otorgó a la compañía de Jesús un régimen de excepción. Aunque en la península se hicieron presentes las dos formas de dominación política del Septentrión novohispano, la misión y el presidio, California no contaba con un gobernador político, por lo que los soldados presidiales estaban subordinados al régimen misional. En febrero de 1697 el virrey Conde de Moctezuma facultó a los jesuitas para impartir la justicia en nombre del rey. Esto obstaculizó la mayoría de las iniciativas de colonización civil emprendidas por soldados y mineros de Sonora y Sinaloa, con quienes sostuvieron una tensa relación. Pero a diferencia de las reducciones paraguayas, reconocidas por su organización política y su notable productividad agrícola, la misión californiana difícilmente puede calificarse como exitosa. No solo fue imposible que las misiones produjeran lo necesario para sostenerse por sí mismas, sino que como veremos, la evangelización de los indios y su incorporación como súbditos de la corona nunca se logró.
Su único logro material fue la habilitación del puerto del Cabo San Lucas como parte de la ruta del Galeón de Manila en 1734, aunque una rebelión indígena inhabilitó la región por tres años, cerrando la navegación, destruyendo las cuatro misiones del sur y asesinando a dos misioneros y a varios marineros de la Nao. De acuerdo con Crosby, Del Río y Bernabéu, este levantamiento fue una forma de resistencia al violento proceso de aculturación que implicó la reducción de los indígenas y los intentos de los misioneros por evangelizarlos y civilizarlos. Paralelamente ocurrió un dramático proceso de despoblamiento, un fenómeno común a las poblaciones nativas del continente americano que también señalado por Baegert, quien estimó que la población antes de la llegada de los españoles no habría superado los 40 mil, mientras que, al momento de la expulsión de los jesuitas, difícilmente habría alcanzado los 12 mil.
Como mencionamos, la paradoja sobre la misión jesuita reside en que pese a lo problemática y poco redituable que resultó, las escrituras sobre la misma fueron prolijas. Las Noticias de Baegert pueden entenderse como parte de un corpus amplio de historias, crónicas, cartas y hagiografías escritas por miembros de la orden, muchas de las cuales han sido traducidas, editadas y publicadas en años recientes. La más antigua es La rebelión de los californios¸ escrita por el jesuita italiano Segismundo Taraval, sobreviviente a la sublevación indígena de 1734. Durante la década de 1740 se publicaron dos biografías, a del padre Juan de Ugarte y la de Francisco María Píccolo, las cuales comparten el tono hagiográfico con la crónica de Taraval. En 1739 el padre Miguel Venegas comenzó a escribir una suerte de historia oficial sobre sus misiones en California por encargo de la orden. Esta obra de tres tomos fue publicada en 1757 tras ser terminada y corregida por Marcos Burriel, con el título de Noticia de la California. Otro texto contemporáneo es la Carta del P. Fernando Consag de la Compañía de Jesús, Visitador de las Misiones de Californias, a los Padres Superiores de esta Provincia de Nueva España, escrita en 1748. Tras la expulsión se escribieron dos obras importantes, Historia Natural y Crónica de California de Miguel del Barco, una suerte de corrección de las Obras que permaneció como manuscrito inédito hasta 1973, y la Historia de la Antigua California de Francisco Xavier Clavijero, que se publicó de manera póstuma en Venecia en 1789. Al igual que Venegas y Burriel, Clavijero fue un jesuita que nunca estuvo en California, mientras que Del Barco fue uno de los expulsados. Además de estos libros, destaca la Relación de la expulsión de la Compañía de Jesús de la provincia mexicana, escrita en latín por el alemán Benno Ducre y publicada en Nüremberg en 1784 por el historiador Christoph Gottlieb von Murr, un apologista de la orden.
Las Noticias son menos conocida que las obras de Del Barco y Clavijero, pero no han pasado desapercibidas para los historiadores, aunque los primeros en prestarle atención y traducirla fueron antropólogos. En 1863 se tradujo al inglés por el instituto Smithsoniano con el nombre de Observations in lower California, pues era considerada una valiosa fuente de información etnográfica, no sobre los pueblos de la península californiana, sino de los estadios más primitivos de la humanidad. Esta versión se reeditó por la Universidad de California en Los Ángeles en 1952, con una reimpresión de 1979. Fue hasta el siglo XX cuando este trabajo se tradujo al castellano, siendo esto una iniciativa del antropólogo alemán Paul Kirchoff, con razones similares a las de las ediciones estadounidenses. La traducción fue trabajo de Pedro R. Hendrichs y el libro fue publicado por la editorial Porrúa en 1942. En su introducción, Kirchoff resalta el valor etnohistórico de la crónica, al tiempo que expone varios elementos de la tesis difusionista que, en su opinión se corroboraría con los testimonios del misionero: el poblamiento de California ocurrió de norte a sur, pero sus habitantes quedaron atrapados en un "callejón sin salida", por lo que permanecieron en un estadio civilizatorio casi prehistórico. Su tesis fue sostenida también por Miguel León Portilla, quien se refirió a la península como un "paleolítico fosilizado" al momento de la llegada de los jesuitas.
En consonancia con esta lectura, historiadores como Ignacio del Río y Salvador Bernabéu, Michael Mathes, Peter Master Dunne y Harry Crosby, han acudido a las Noticias de Baegert como una fuente etnográfica sobre los pueblos originarios de la península. Esta instrumentalización hasta cierto punto ingenua fue criticada en trabajos más recientes y menos conocidos, donde se señala que es necesario poner atención a los prejuicios con los que los misioneros observaron a unos pueblos indígenas que ya habían sido sometidos por los españoles, así como en el carácter retórico y polémico de la obra antes que etnográfico, por lo que no deberíamos asumir que textos de este tipo nos permiten acceder directamente a la realidad que dicen referir. Hausberger menciona que, pese a los prejuicios y al carácter literario o retórico de estos textos, resultan valiosos para aproximarnos a la cotidianidad de la vida misional y a la imaginación y pensamiento de los misioneros.
Una de las lecturas más interesantes de esta obra ha sido la de Ivonne del Valle, quien la considera un testimonio de una experiencia límite, donde el misionero no solo fue un agente del trono y del altar que afectó la realidad de los pueblos que intentó evangelizar, sino que también resultó profundamente afectado por la experiencia. El clima, la imposibilidad de evangelizar y civilizar a los indígenas, y el prolongado aislamiento de personas que compartieron su lengua y su cultura, marcaron permanentemente la vida del misionero. De acuerdo con la autora, una marca de dicha experiencia en el texto se encuentra al final del prólogo, donde el jesuita expresa que no solo había comenzado a olvidar su idioma, sino que éste ya no era el mismo en el momento en el que regresó a su tierra natal:
Si mi modo de escribir resulta algo áspero y chocante y si a veces he pecado también contra la ortografía, recuérdese que durante 17 años, es decir, de 1751 a 1768, he tenido poca oportunidad de hablar el alemán y en consecuencia, casi he olvidado mi lengua materna. Pero en cuanto a ciertos modernismos que he encontrado en este mismo idioma al regresar al Rhin, deliberadamente no he querido acomodarme a ellos, porque algunos me parecen un poco amanerados y otros, innecesariamente reintroducidos de tiempos remotos.
En las siguientes páginas intentaré ahondar en los contenidos y el significado de las Noticias, poniendo atención en sus implicaciones políticas y religiosas.
La polémica de Baegert y su dimensión política
La historia de la compañía de Jesús en la Nueva España estuvo marcada por su relación con el orden político del imperio español. Durante los siglos XVI y XVII fueron una pieza fundamental en el sistema educativo y misional novohispano, cuando la religión católica y la razón de estado iban de la mano. Esto cambió durante el siglo XVIII con el ascenso del regalismo, una doctrina que apostaba por la subordinación de las autoridades religiosas al poder político. La notable autonomía de la orden, su cuarto voto de obediencia incondicional al papa, su adhesión a doctrinas como el tiranicidio y su oposición abierta al regalismo los convirtió en un obstáculo para la consolidación de las llamadas reformas borbónicas. En 1759 los jesuitas fueron expulsados de Portugal tras ser acusados de participar en un atentado regicida, en 1764 fueron proscritos de Francia y en 1767 salieron del imperio español, tras la participación de algunos religiosos en el llamado motín de Esquilache. Finalmente, el papa Clemente XIV decretó la supresión de la orden en 1773.
En el noroeste novohispano tanto las autoridades políticas como el clero secular pugnaban por la secularización de sus misiones, lo que liberaría sus tierras y la mano de obra indígena que concentraban. A esto habría que añadir que a lo largo de los siglos XVII y XVIII aumentó progresivamente el número de jesuitas extranjeros, de manera que para el año de la expulsión, alrededor de una tercera parte no había nacido en los dominios españoles. El régimen de excepción que poseían en California despertó numerosas sospechas de deslealtad a la autoridad real y de acumulación de riquezas, siendo comparado con las reducciones del Paraguay. Paradójicamente, muchos de estos rumores fueron alentados por la propia historiografía oficial de la compañía de Jesús, que retrataba a California como un país próspero y productivo. De este modo, los relatos sobre las misiones californianas formaron parte de la polémica anti-jesuita que tuvo lugar dentro y fuera del imperio español entre las décadas de 1750 y 1780. El impacto de las discusiones fue tal que el virrey marqués de Croix prohibió, en nombre del rey, que se escribiera u opinara ya fuera a favor o en contra de la Compañía. Las Noticias de Juan Jacbo Baegert forman parte de esta polémica, y nos muestran cómo esta llegó a lugares como Inglaterra, Francia y Alemania. El autor lo expresó en el prólogo con las siguientes palabras:
[…] debido también a que todos los geógrafos y cosmólogos la mencionan, sin que ninguno de ellos diga la verdad. […] debido asimismo a que últimamente se ha puesto el grito en el cielo, tanto en México como en España, por sus riquezas imaginarias, […] he tomado la resolución de acceder a los ruegos de muchos buenos amigos y a otras personas de respeto, y responder, al mismo tiempo, por medio de una breve descripción de este país y otras cosas anexas, no solamente a la de ninguna manera punible curiosidad del público, sino también a las falsedades y difamaciones de algunos escritores.
La crónica consta de cuatro apartados. La primera se titula "De California en general. De su carácter clima y productos", y se trata de una historia natural. Es una descripción geográfica que busca contrastar las imágenes optimistas con el agreste clima y el árido desierto en el que el autor vivió y trabajó por 17 años. La diferencia entre esta tierra y el mundo europeo era tan radical a los ojos del autor, que refiere siempre a las distancias no en términos de leguas sino de horas de camino. La segunda parte, "De los habitantes de California", es quizá la parte más consultada y la razón de ser de su traducción, pues es una descripción de los pueblos nativos de la península, de sus costumbres, alimentación y lenguaje. Podemos calificar esta parte como una proto-etnografía, pues, aunque describe con notable detenimiento la cultura guaycura, la escritura de un misionero tiene objetivos distintos de la antropología moderna. Más que un interés científico, las descripciones de Baegert tienen un carácter moral: mostrar la vida de los indígenas antes y durante la evangelización. Uno de los aspectos más llamativos es que el último capítulo, dedicado a la lengua guaycura, contiene un breve diccionario, así como la traducción del Padre nuestro y del Credo a dicho idioma. Para el jesuita, uno de los mayores obstáculos para la evangelización es que la lengua de los californios carecía de muchas de las palabras necesarias para referir no solo a la revelación divina, sino también a una vida civilizada. En el tercer apartado, "De la llegada de los españoles a California e introducción de la fe cristiana; de las misiones y otras cosas anexas", se narra cómo, con la llegada de los jesuitas, estas "naciones bárbaras" tomaron parte en la historia de la salvación. En este sentido, se trata de una historia natural y moral de California. Al final se incluyen dos anexos, "Noticias falsas acerca de California y de los californios" y "Noticias falsas acerca de los misioneros en California".
Cabe señalar que la polémica no se limita a los anexos finales, sino que puede percibirse a lo largo de toda la obra y está dirigida hacia varios frentes. En primer lugar, Baegert escribe contra la historia oficial de su orden, y a diferencia de Del Barco o Clavijero que tratan de corregir la Noticia de Venegas y Burriel, el jesuita alsaciano prefiere no utilizar ninguna fuente escrita, recurriendo únicamente a su experiencia y a lo que sus hermanos misioneros llegaron a contarle. En segundo lugar, intenta desmentir los rumores anti-jesuitas relativos a California. El autor menciona tanto en el prólogo como en los anexos que muchas mentiras se habían escrito en los textos introductorios de la historia oficial de California que circulaban en Europa, especialmente en sus traducciones al inglés y al francés. No obstante, también responde a las acusaciones hechas desde la Nueva España en los años previos a la expulsión. La respuesta de Baegert a los rumores anti-jesuitas podría resumirse en la idea de que, lejos de obtener beneficios materiales, la misión de California era una empresa auténticamente espiritual, cuyo único fin era la salvación de las almas de los californios. La imagen desoladora e inhóspita con la que retrata este territorio va acompañada de un marcado énfasis en la abnegación, el sacrificio y las carencias a las que se sometieron sus hermanos para la mayor gloria de Dios.
La referencia más explícita se encuentra en el segundo anexo, donde el autor transcribe las ocho acusaciones lanzadas contra los jesuitas en California ante las autoridades novohispanas. A los misioneros se les acusaba de esclavizar y explotar a los soldados y a los indios, de tener minas secretas de plata y sabotear la producción de los Reales de Minas de la península, de impedir la colonización española, de comerciar ilegalmente con los ingleses, y la más grave de todas "que no dicen nada a los californios del rey español, para que no sepan ellos que tienen un soberano fuera de California, y que, en consecuencia, consideren a los jesuitas como a sus reyes y los adoren como potentados de California". El jesuita no solo responde, sino que incluso se burla de semejante acusación: "¡Unos bonitos reyes! Quienes, para decir la verdad, bebieron con los caballos, comieron maíz con las gallinas y muchas veces tuvieron que dormir con los perros en el suelo pelón ¡Mucha honra, la que se podía entrojar en California y que podría esperarse de los indios!" . Sin embargo, se ve obligado a conceder cierta razón a las acusaciones:
[…] confieso libre y voluntariamente que ha dicho la pura verdad al escribir que los californios eran sujetos españoles solo de nombre y de apariencia, es decir, puros "sujetos titulares" […] porque si los californios no dan al Rey de España, absolutamente nada, es por no tener absolutamente nada; o están sujetos a prestaciones personales, no le sirven con las armas… porque en California no hay absolutamente nada, y donde no hay nada, allí no hay servidumbre y allí no hay que temer guerras ni enemigos.
En otras palabras, el autor era consciente de que la función política de las misiones, incorporar a los gentiles al imperio español, no se cumplió en California, pero no por culpa de los jesuitas, sino por las condiciones del lugar y de sus habitantes. Los asuntos de la región eran irrelevantes en términos civiles y eclesiásticos, por lo que el autor niega que se usurpara la autoridad real o la episcopal, que en este caso, correspondía a la diócesis de Guadalajara.
Sin embargo, aunque se tratara de "sujetos titulares", la crónica de Baegert ofrece pistas interesantes acerca de las relaciones de dominación más cotidianas, donde el misionero era el único representante del poder real y eclesiástico. Una de ellas es el capítulo "De los matrimonios y crianza de los niños", donde el misionero vuelve evidente la incorporación incompleta de los indígenas al orden social cristiano. Baegert enfatiza que antes de la llegada de los jesuitas, la poligamia era la práctica normal de los californios, y en esto coincide con todos los otros cronistas. La manera en que se refiere a ello da a entender que el matrimonio no existía como institución en estos pueblos, pues "cada hombre tomaba tantas mujeres como podía y como quería", aún y cuando algunas fueran parte de su familia.
[…] en aquellos tiempos se juntaban sin ceremonia alguna, y ni siquiera tenían en su idioma una palabra para "casarse". Hoy, lo llama ingeniosamente Tikére undiri, que quiere decir: chocar sus brazos o manos. Pero la palabra "marido" que si tenían y que todavía usan, puede aplicarse conforme a su sentido y etimología, a cualquier hombre que abusa de una mujer. En aquel entonces, nadie vivía sin cometer diariamente adulterio, y esto sin temor, sin vergüenza alguna, de modo que su vida conyugal no se parecía en nada al verdadero matrimonio, pues en el fondo más bien era un negocio común a todos, y los celos constituían una bestia desconocida entre ellos, hasta el grado de que diversas tribus se avecinaban frecuentemente entre sí, con el propósito único de pasar algunos días en una pública convivencia licenciosa, y en estas ocasiones, nada tenía precio para nadie. ¡Que Dios hubiera querido que nos hubiera sido posible desarraigar tales abusos, (después de haber bautizado y casado correctamente a una mujer con un hombre, según la Ley Divina y las usanzas cristianas), por medio de todas las prédicas y enseñanzas católicas; de todas las amonestaciones y exhortaciones, con amenazas y castigos, y suprimir tales excesos bestiales!
Como el propio autor advierte, el régimen misional introdujo la monogamia, lo que nos remite a una dimensión que era al mismo tiempo política y religiosa. El misionero era el encargado de administrar el sacramento que sancionaba la legitimad o la ilegitimidad de una unión conyugal. Las notas de Baegert nos dan a entender que los guaycuras de San Luis Gonzaga se sometieron al rito católico del matrimonio, "algunas veces piden con energía, sobre todo las mujeres, que el misionero les consiga un marido antes de alcanzar la edad que la ley exige para el matrimonio, o sea los doce años". Dado que se trataba de una tierra de misión, las normas eclesiásticas permitían la dispensa en ciertos grados de consanguinidad, y aun así, muchos matrimonios no se realizaban debido al impedimentum affinitatis. Pero el que los indígenas aceptaran este rito no significaba que lo entendieran tal y como la iglesia lo estipulaba. Por el contrario, una queja igual o mayor que la persistencia en la idolatría de los indios mesoamericanos era que los californios no respetaban este sacramento. De acuerdo con el jesuita, las escasas virtudes entre los nativos hacían inútil el correr amonestaciones o indagar sobre la conducta de los novios, tampoco se hacían arreglos familiares ni celebración alguna. Y una vez dada la bendición "el hombre se iba al oriente y la mujer recién casada al poniente, para buscar sus alimentos, cada quien por su lado, como si esa fecha no tuviese más importancia para ellos que cualquier otra y sin volver a encontrarse todo el día".
Lo más grave para el autor es que no cuidaban mutuamente entre sí, y tampoco de sus hijos. Esta es quizá la mayor frustración de Baegert, pues según él, la educación dada por los padres a sus hijos se limitaba a enseñarles ciertas habilidades de supervivencia, tales como desenterrar raíces y cazar algunos animales. Por ello, la educación habría sido responsabilidad de los misioneros, no sin encontrar resistencia entre los progenitores de los jóvenes guaycuras. La siguiente cita nos deja ver que además de administrar los sacramentos, los jesuitas se encargaban de administrar justicia, castigar y disciplinar a los indígenas, un ejercicio de poder político, pues su ejercicio radicaba en el uso de la fuerza física. Estas formas de disciplinamiento social en las misiones jesuitas han sido estudiadas por autores como Salvador Bernabéu, Bernd Hausberger y Rosa Elva Rodríguez, quienes coindicen en que se trató de uno de los rasgos distintivos de las misiones, cuya finalidad no solo era la conversión sino también la civilización de los pueblos del noroeste.
[…] los padres procederían en forma más consecuente si dejaran de enojarse, o por lo menos, si lo hallaran justo o lo aguantaran con paciencia, cuando uno de los hijos es castigado por la autoridad con unos cuantos azotes, aunque el crimen que haya cometido resulte bastante grave. Lo que en estos casos sucede es justamente lo contrario, pues, al aplicarse el castigo al hijo o a la hija, prorrumpen los padres, sobre todo la madre, en lamentaciones, alaridos como de una furia infernal, se arrancan los cabellos, se golpean el pecho desnudo y se hieren la cabeza con un hueso o madero puntiagudo, hasta que la sangre corre a torrentes; de lo que he sido testigo no solo una vez.
Luego después, los hijos hacen todo lo que se les antoje […]. En vista de tales condiciones, que el misionero no es capaz de remediar, no es difícil imaginarse que frutos pueden rendir sus exhortaciones, enseñanzas y castigos.
En la incapacidad de educar y evangelizar a los californios Baegert nos deja ver un sentimiento pesimista con respecto a su misión. Es por eso que su narración sobre la salida de los jesuitas de California es poco trágica. Según él, desde un punto de vista puramente temporal, sacar a sus hermanos de California y regresarlos a su patria es el mejor favor que la corona pudo haberles hecho, "puedo asegurar que no hubo ni uno entre ellos que hubiera sentido honda pena al tener que abandonar California". Llama también la atención que se expresa positivamente de Gaspar de Portolá, el primer gobernador político de la península, quien llegó precisamente con la orden de expulsión. Por el contrario, externa cierta pena por él, por los soldados y los franciscanos mexicanos que habrían de sustituirlos, pues al llegar a estas costas se habrían percatado de que habían sido engañados por las buenas y falsas noticias que circulaban sobre este lugar. En 1766, un año antes de la expulsión, cuando las relaciones entre la Compañía y la autoridad real se habían desgastado, la propia provincia presentó al virrey Croix su renuncia a las misiones.
Este pesimismo era un estado de ánimo compartido por sacerdotes y religiosos de la época que podemos asociar con el surgimiento del pensamiento ilustrado. La polémica de Baegert va aún más allá de lo hasta aquí presentado, pues discute con otros dos grandes enemigos de su religión y de su orden: el protestantismo y la ilustración secular. A partir de ello es posible observar cómo la misión y las crónicas jesuitas contienen una idea particular del hombre, estrechamente vinculada a su función política y religiosa, y que en el siglo XVIII se enfrentó a la idea que autores ilustrados como Rousseau tenían sobre la política y la naturaleza humana. En el siguiente apartado intento aproximarme a este tema.
La idea del hombre y la naturaleza de los californios
La discusión de Baegert con el protestantismo y con la ilustración es un buen punto de partida para indagar sobre la idea del autor sobre la naturaleza humana, y cómo esta se encontraba articulada a la práctica misional de la Compañía de Jesús. La polémica dirigida a los ministros luteranos y calvinistas, geográficamente próximos a la tierra natal del jesuita, es precedida por la narración del asesinato de los padres Lorenzo Carranco y Nicolás Tamaral, ocurrido en 1734 durante la "rebelión de los californios". Paradójicamente, esta es la única parte del libro que carece de un tono pesimista, pues para el pensamiento católico, el martirio era un signo de la presencia de Dios en la tierra, que regada por la sangre de hombres que ofrecían su vida por el evangelio, podía dar numerosos frutos espirituales. La importancia de estos acontecimientos puede notarse en el hecho de que la primera crónica escrita sobre California fue una hagiografía de estos personajes escrita por el sacerdote Segismundo Taraval, quien logró escapar con vida de la rebelión y dedicó su escrito a los benefactores de la misión, pues la muerte de sus hermanos era una señal milagrosa que debía darse a conocer.
Además del significado religioso de narrar un martirio, este capítulo tiene una función retórica en la discusión con el protestantismo: resaltar la superioridad moral y la fidelidad evangélica del catolicismo. Baegert ataca al luteranismo y al calvinismo identificando una contradicción teológica, pues aunque ambas doctrinas conciben a la biblia como única fuente de autoridad, desobedecían el mandado del propio Jesucristo de salir a predicar el evangelio.
Los señores protestantes tienen la más hermosa ocasión de emprender la conversión de los gentiles, en vista que su comercio y poderío en las dos Indias son notoriamente muy extensos, y podrían llevar a cabo tal obra con mucha más facilidad y más probabilidad de éxito que la iglesia católica, debido a que, conforme a su doctrina o a la de sus teólogos, ellos sólo tienen que predicar la fe a los gentiles, permitiéndoles con Lutero, que cometan diariamente miles y miles de diabluras y asesinatos, y abriéndoles, sin embargo, únicamente por medio de la fe las puertas del cielo de par en par. […] En los círculos católicos, ya desde hace tiempo, se está en espera del primer tomo de cartas edificantes de los misioneros protestantes y del martirologio de los predicadores luteranos y calvinistas martirizados en las Indias, pero hasta la fecha, nadie sabe ni adivina todavía hasta cuando una u otra obra saldrá de la prensa o se publicará. En cambio, de parte de los católicos, y exclusivamente de parte de los jesuitas, ya se cuentan más de 30 tomos de sus cartas edificantes […] y en su martirologio están apuntados ya casi mil mártires, todo esto a pesar de que tales religiosos tienen menos años en el mundo que los protestantes y quizá se cuenten cien pastores protestantes por un jesuita con las ordenes sacerdotales. […] Si los apóstoles se hubieran quedado en su patria y en su casa al lado de la estufa ¿cómo andarían las cosas ahora en el mundo, especialmente en nuestra Alemania?
La discusión teológica entre la salvación por la fe o por las obras, que se remonta al tiempo de la Reforma Protestante y ubicó a los jesuitas como defensores de la llamada Contrarreforma, nos permite entender la razón de ser de las misiones. No sólo se trataba de predicar el evangelio a los gentiles y que éstos creyeran, algo que carecía de sentido para los calvinistas creyentes en la predestinación, sino también de que asumieran una vida recta y obraran de acuerdo con la fe cristiana. Como un misionero que había intentado convertir a los guaycuras por 17 años, Baegert ironiza diciendo que sería más fácil realizar esta tarea si se limitara a enseñar una doctrina, y reprocha que, con todos los recursos de sus imperios en expansión, sus paisanos no católicos se rehusaran a seguir los pasos de los mismos apóstoles.
La concepción teológica sobre la salvación tiene implicaciones antropológicas y políticas, y nos ayuda a comprender la lógica de las misiones católicas. Otra forma de aproximarnos a ella es analizando la discusión que este jesuita establece con la ilustración, específicamente con la idea del buen salvaje de Jean Jacques Rousseau. Esta puede resumirse en que, para el pensador francés, el hombre es bueno por naturaleza, y es la sociedad quien lo corrompe. El buen salvaje sería ese ser humano previo a la sociedad y a la cultura, que libre de dicha corrupción, vivía en armonía con sus semejantes; los relatos proto-etnográficos del siglo XVIII que describían la vida y costumbres de los grupos primitivos y ajenos a la civilización nutrieron este mito. Aunque es posible encontrar reminiscencias teológicas en esta idea (el buen salvaje podría ser una suerte de Adán antes de la caída), sus implicaciones políticas eran notables, pues tenía una visión negativa del orden social establecido y del ejercicio del poder y la autoridad en éste, de manera que Rousseau fue condenado tanto por las autoridades francesas como por la inquisición española. Si bien podríamos pensar que la reticencia de los jesuitas a la colonización civil en California se debía a una creencia similar, Baegert nos deja ver que su idea de la naturaleza humana era diametralmente opuesta. El capítulo antes referido sobre el matrimonio y la crianza de los niños cierra con un comentario sobre Rousseau, específicamente sobre Emilio, una obra donde el filósofo francés apuesta por una educación que sostuviera la bondad natural del hombre en una sociedad corrupta. Para Baegert, tal cosa equivalía a un regreso a la barbarie, pues el ser humano estaba lejos de ser bueno por naturaleza, era más bien una criatura caída que necesitaba ser redimida y civilizada. Abandonar la educación religiosa y confiar en la bondad natural traería como resultado que el hombre europeo viviera como los californios, sin ley, sin Dios, y dando rienda suelta a sus pasiones.
¡Que Dios quiera iluminar aún más a los californios y que guarde a Europa de tal crianza de los niños, que, en parte, corre parejas con los planes que el infame JJ Rousseau ha ideado en su Emile, así como con la moral de algunos filósofos modernos de la cofradía de los canallas! Quieren estos, que se dé rienda suelta a las pasiones e instintos y que no se empiece con la educación de los niños, en cuanto toca a religión, fe y temor de Dios, antes de los 18 o 20 años. Lo que mirándolo bien y a la luz del día, quiere decir tanto como relegarla al olvido o, conforme a la bonita usanza de los californios, abandonarla por completo.
El pesimismo con el que este jesuita describió las misiones californianas estaba lejos de ser simplemente un estado de ánimo individual. William Taylor explica cómo desde finales del siglo XVII comenzó a aparecer en los testimonios de los sacerdotes y religiosos una visión más bien pesimista sobre la conquista espiritual y la evangelización de los indios comenzó a ser vista como una empresa inconclusa, pues éstos no solo persistían en viejas prácticas como la idolatría y la poligamia, sino que además habían adquirido nuevos vicios a partir de la conquista, tales como el alcoholismo. Esto no es un fenómeno propio de la Nueva España, sino que forma parte de una visión compartida por los imperios europeos que comenzaron una nueva etapa de expansión, en la que se gestó la idea de la inferioridad no solo de los habitantes, sino también de la naturaleza del continente americana. De acuerdo con Ivonne del Valle, parecía como si a más de dos siglos de distancia, la tesis de la inferioridad natural de los indios propuesta por Ginés de Sepúlveda durante los años de la conquista finalmente hubiera triunfado, por encima de Bartolomé de las Casas, quien insistió en la plena humanidad de los habitantes del continente, y cuya tesis se habría materializado en las leyes e instituciones novohispanas. Veamos lo que el autor aquí analizado dijo sobre los nativos de California.
Por regla general, puede decirse que de los californios que son tontos, torpes, toscos, sucios, insolentes, ingratos, mentirosos, pillos, perezosos en extremo, grandes habladores y, en cuento inteligencia y actividades, como quien dice, niños hasta la tumba; son gente desorientada, desprevenida, irreflexiva e irresponsable; gente que para nada puede dominarse y que en todo siguen sus instintos naturales igual que las bestias.
Pero a pesar de todo, ellos son seres humanos y verdaderos hijos de Adán, como todos los americanos […]. Ellos tienen razón e inteligencia como otra gente, y mi opinión es que, si se les mandara en su infancia a Europa, los niños a los seminarios colegios y las niñas a los conventos de monjas, progresarían en modales, virtudes, artes y ciencias, iguales a los europeos, porque así ha quedado demostrado en otras provincias americanas; que su estupidez bestial no les es innata, sino que su inteligencia, poco a poco, llegaría a desarrollarse, al igual que sucede con otros niños, y que aumentaría con los años.
[…] Tal vez contribuye a este hecho, además de su modo bestial de vivir, el que, desde que nacen, llevan la cabeza descubierta, no solo durante el frío de las noches, sino también bajo el bárbaro calor del día. Por eso, es más que cierto que son muy torpes, groseros y de una inteligencia muy lenta, y que cuesta gran trabajo, mucho tiempo y más paciencia, inculcarles la doctrina cristiana; que puede uno pronunciar ante ellos doce o más veces unas cuantas palabras, sin que sean capaces de reproducirlas o repetirlas.
Aquí cabe citar lo que escribe el P. Charlevoix de los canadienses: que nadie debe hacerse ilusiones acerca de que un indio quede convencido, aunque dé por bueno lo que se cuenta; a todo dice que sí y todo lo acepta, a pesar de que ni siquiera haya comprendido lo dicho ni haya pensado bien su contestación. Sólo lo hace por egoísmo o para complacer al misionero, o simplemente por pura apatía e indolencia.
La escasa inteligencia de los californios se habría traducido no solo en su barbarie sino también en su incapacidad para aprender la doctrina cristiana. El pesimismo es evidente, al tiempo que resalta su explicación biológica sobre la torpeza de estos hombres. La idea de los efectos perniciosos del calor en el cuerpo y la mente humanas está presente, por ejemplo, en el Teatro mexicano de Vetancourt (1698), y nos remita al origen de las ideas médicas y antropológicas modernas, cargadas de connotaciones políticas e ideológicas, pues aceptar que los pueblos de climas templados eran más inteligentes que los de zonas cálidas implicaba afirmar la superioridad intelectual de Europa sobre los territorios coloniales. Sin embargo, ni Vetancourt ni Baegert estaban completamente de acuerdo con la inferioridad natural de América, no coincidían con la idea de Sepúlveda, pero tampoco con la de Las Casas.
William Taylor ofrece una explicación alternativa al aparente regreso de la tesis de Sepúlveda, en la que la Compañía de Jesús tiene un papel protagónico. En 1576 el jesuita Joseph de Acosta publicó De Procuranda Indorum Salute, un manual para la misión en el continente americano, y en 1590 su Historia natural y moral de las Indias. En el pensamiento de este religioso encontramos, como señaló en su momento Edmundo O'Gorman, una tensión entre la tradición teológica cristiana y la naciente modernidad, así como una suerte de punto medio entre las tesis de Sepúlveda y de Las Casas. A diferencia de estos pensadores, Acosta tomó como referencia la experiencia acumulada durante los primeros años de evangelización, afirmando que ésta no era posible sin la reducción de los indios a una vida civilizada, por lo que su colaboración con el poder político y económico era inevitable. Aunque podríamos decir que con ello justificó la violencia en la conquista espiritual, no lo hizo apelando a la inhumanidad de los indígenas, sino a la vieja oposición entre civilización y barbarie trasladada al cristianismo y la gentilidad. Para Acosta, los bárbaros, es decir, los no cristianos, se dividían en tres categorías relativas a su estadio civilizatorio: los pueblos civilizados que no conocían el cristianismo (China y Japón), los que tenían una organización social y política, pero carecían de ciertos elementos como una escritura plenamente desarrollada (Mesoamérica y los Andes), y los bárbaros con escasos sentimientos humanos y rasgos propios de los "esclavos naturales". En este esquema, la conquista era una labor no solo evangélica, también civilizatoria.
El ejemplo más claro de cómo esta idea del hombre estuvo vinculada a la misión jesuita del noroeste se encuentra en el libro Triunfos de la fe de Andrés de Pérez de Ribas, quien en 1645 publicó una de las primeras historias sobre la ocupación española en el noroeste novohispano, entendida como la obra de Dios entre las gentes más bárbaras del mundo, cuya señal privilegiada era la sangre derramada por los misioneros martirizados. La diferencia entre Pérez y Baegert es evidente y tiene una explicación temporal y geográfica. El primero escribe en un momento de optimismo con respecto a la conquista material y espiritual, y sobre un territorio donde la dominación española fue más o menos efectiva, mientras que el segundo escribe un siglo más tarde, cuando el pesimismo se había vuelto un lugar común en las descripciones de los religiosos y acerca de un lugar donde la misión había fracasado. Sin embargo, ambos autores coinciden en la idea del hombre como un ser que esperaba ser redimido por la fe cristiana y por sus obras dentro de una vida civilizada.
Comentarios finales
Más que por la calidad de los datos etnográficos presentados por Baegert, su obra resulta valiosa por su capacidad de adentrarnos al espíritu de la época de finales del siglo XVIII, marcado por el ascenso del pensamiento ilustrado y del regalismo, un proceso en el que la compañía de Jesús fue uno de los grandes derrotados. En la polémica que este jesuita estableció con la historiografía de su orden, con los discursos antijesuitas, con el mundo protestante y con la ilustración secular, se discutían distintas formas de conocer el mundo, de concebir la naturaleza humana y de entender el ejercicio de la política. A sus hermanos que habían escrito la historia de la misión jesuita en California, les reprocha haber dado rienda suelta a su imaginación y descrito un lugar maravilloso sin haber pisado nunca la península. Él, como un misionero que había pasado 17 años en este inhóspito lugar, se encontraba mejor autorizado para escribir esta historia; la experiencia individual se convertía en el criterio último de veracidad.
A los anti-jesuitas les hace un reclamo similar, pero con una apología más clara: los jesuitas no pudieron haberse enriquecido gracias a la explotación de los recursos de California y al comercio por el simple hecho de que no había recursos que explotar ni bienes que comerciar. Más aún, desmiente la acusación de haberse comportado como reyes de este país, pues sus habitantes "semejantes a bestias", jamás reconocieron autoridad alguna. A los protestantes les reclama desobedecer una de las máximas evangélicas y no salir a predicar la palabra de Dios a quienes no la conocían. Como ejemplo de la superioridad moral y de abnegación del catolicismo y de los jesuitas, el misionero relata la muerte de los padres Tamaral y Carranco a manos de los "californios". Este es uno de los mejores indicadores del significado que los propios jesuitas daban a su misión en California, pues el martirio, lejos de ser visto como un fracaso o un incidente penoso, era visto como una bendición que daba testimonio de la acción divina en estas tierras, ahora regadas por la sangre de dos mártires. Esta es la única parte de la obra que parece alejarse de su carácter moderno para dar paso a la apologética y las hagiografías más tradicionales.
Se trata también de un texto escrito sobre una experiencia límite en los confines de la Nueva España, y de una mirada extranjera sobre una región conflictiva y en proceso de despoblamiento, cuyos habitantes eran solo "sujetos titulares", pues nunca fueron integrados ni al orden político novohispano ni a la cristiandad. La mirada de este jesuita nos deja ver también la desconfianza radical con la que muchos sacerdotes y religiosos comenzaron a ver la obra evangelizadora, con una idea particular sobre a la naturaleza humana. El hombre no era bueno por naturaleza como proclamaba el mito ilustrado del buen salvaje, pero podía ser redimido si se incorporaba a una vida civilizada que le permitiera asimilar las enseñanzas cristianas, las cuales garantizaban la salvación de su alma. En este sentido, podemos leer las Noticias de Baegert en sintonía con De procuranda indiae de José de Acosta, como expresión de una tercera concepción del hombre americano, distinta a la de Sepúlveda y de Las Casas, pero lejos de narrar los Triunfos de la fe como lo hizo Andrés Pérez de Ribas, Baegert relató más bien el fracaso de la misión jesuita en California.
Para O'Gorman, la sociedad novohispana daba más importancia a los viajes del alma que a los viajes a regiones como Filipinas o California. Cabría preguntarnos si para la segunda mitad del siglo XVIII, en los comienzos de la ilustración, las sociedades europeas tenían más interés sobre estos lugares que los propios novohispanos, y si para Juan Jacobo Baegert, los 17 años que pasó en California no fueron antes que otra cosa una experiencia espiritual. Me inclino a pensar que era así, pues dentro de su pesimismo, el misionero alsaciano llegó a expresar que las almas de los numerosos californios que murieron bautizados, confesados y con la extremaunción, hacían que esta costosa empresa hubiera valido la pena.
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