Religión en el mundo contemporaneo

July 24, 2017 | Autor: G. Hernández Guer... | Categoría: Religion, Filosofía de la religión, Filosofía
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Titulo: El papel de la religión en el mundo contemporáneo. Autor: Gerardo Hernández Guerrero. Institución: Ateneo Educativo de Formación Integral. País: México. Email: [email protected] Resumen: ¿Cuál es el papel de la religión en el mundo contemporáneo? Nadie duda que en otras épocas, la religión tenía un papel fundamental en la sociedad, servía como medio de control o bien como consuelo para los decaídos, pero en una sociedad contemporánea, dónde se pregona desde todas las azoteas, ¿Para qué puede servirnos la religión? Esta es la tarea que se plantea este breve trabajo, revisar el papel de la religión, la cual se presenta como un “producto” –por llamarla así- que pretende escapar a la razón instrumental y utilitaria, la cual se enfoca de manera, casi exclusiva, en el valor práctico utilitario y económico de todos los productos, incluyendo la cultura y sus manifestaciones, encasillando a todos los componentes en el “para que sirve”, nos parece que la religión es una alternativa a este modo de ver el mundo. Palabras clave: Religión, utilidad, economía, para que sirve, práctico, valor económico, razón. El papel de la religión en el mundo contemporáneo. I.-Esbozo de la actual condición social. Consideremos nuestra actual sociedad contemporánea como una sociedad que ha alcanzado el estado de madurez necesario para llegar a considerarse a sí misma como una sociedad adulta, una sociedad controlada por la razón y que transforma al mundo en un lugar empírico y realista: para que algo sea considerado como verdadero y válido, debe de pasar, forzosamente, por el reconocimiento escrupuloso de la razón, de lo contrario no posee un grado de certeza, mucho menos de reconocimiento. Y no solamente eso, sino que también impera en la sociedad el valor pragmático, es decir el punto de vista que sólo es capaz de enfocarse, de manera un tanto cerrada y limitada- en el valor práctico-utilitario de todo aquello que existe en el mundo. De esta forma, el valor práctico-utilitario, queda como el único criterio de verdad que ha de regir las relaciones del hombre con los otros hombres, pero también del hombre con el mundo y con aquellos que pueblan al mundo (los animales, los vegetales y los minerales e incluso Dios). De tal forma que si algo, lo que sea, no genera una repercusión en términos de utilidad o de beneficio material, debe ser descartado de manera inmediata, relegado a

2 la esfera de lo privado, de lo oculto, de lo personal, esa esfera que sólo corresponde al sujeto. Vemos, entonces que el criterio de utilidad, hoy se ha hecho extensivo a todo, aun a las cosas que parecían más alejadas o incluso más opuestas a tal concepto, desde los utensilios domésticos y más inmediatos: las tijeras sirven para cortar, el lápiz sirve para plasmar los garabatos, la hoja sirve para escribir; hasta aquellas actividades que consideramos más humanas: el ocio ha de servir como un respiro que nos da la fabrica (el trabajo), el sueño sirve para reparar las fuerzas, el comer y el descanso sirven para reponer las energías perdidas en el trabajo en la fábrica. Entonces, bien podríamos decir que en nuestra sociedad adulta y madura, hemos dejado de preguntarnos por el qué de las cosas y nos preguntamos más por el para qué son las cosas. La pregunta fundamental es ¿Para qué sirve? Y la escuchamos repetirse hasta en el cansancio: ¿Para qué sirve la música? ¿Para qué sirve estudiar? ¿Para qué sirve rezar? ¿Para qué sirve trabajar? Y un largo etcétera. Preguntas que serán respondidas, desde el ámbito de la razón y de su aliada la ciencia por medio de la cual se demuestra que “algo” tiene una utilidad, se nos dirá: según los últimos estudios, la música en un determinado número de decibeles incrementa la producción de leche en las granjas, o bien, esta demostrado, científicamente, que quienes estudian se desarrollan más como personas y obtiene los mejores puestos, y así, todo en esta sociedad contemporánea debe poseer un para qué, es decir una utilidad siempre justificable por un estudio científico y razonado. En última instancia, de lo que se trata, aunque nadie quiera decirlo a voz en cuello, es que todo sea medible en términos de utilidad económica, de tal forma que el indicador más elocuente del valor de una cosa es su precio en el mercado. Sociedad que cosifica todo lo que toca y que pone precio a todo cuanto está en ella y le rodea: el hombre, los animales, las plantas, las rocas e incluso los sentimientos y el arte: ¿Cuánto vale este jugador de soccer?, demuestra el amor con un regalo de “x” tienda departamental. ¿Qué sucede entonces en una sociedad como la nuestra? Sucede como mínimo que el ser humano se vuelve frio y calculador, pues antepone a todo sus propios intereses. Preguntémonos en este punto -y parece a todas luces necesario- ¿Qué sucede con las cosas que se niegan a caer bajo el imperio de lo útil y del valor? Sin duda la respuesta más inmediata y también, quizás, la más real, es que no entran dentro de esta sociedad, se les deja fuera e incluso dejan de ser nombradas, se les repliega a vivir en un mundo cubierto por polvo y sombras, arrojadas al baúl de los recuerdos. Ejemplos de lo anterior son sin duda lo natural, aquello que podríamos llamar lo natal u originario y Dios. Tratemos de ejemplificar como es que se da una resistencia por parte de lo natural y Dios al valor práctico-utilitario imperante en nuestra sociedad. Nadie puede negar que una flor, un amanecer, una puesta de sol, se resisten a caer en la esfera de lo

3 práctico-utilitario, pues ante la pregunta ¿Para qué sirve una flor, un amanecer, una puesta de sol? La respuesta más clara y más sincera es “para nada”, son acontecimientos que suceden y escapan al control del hombre, sin duda la razón y la ciencia pueden explicar estos fenómenos en términos de causas y efectos, estableciendo leyes para describir a dichos fenómenos, pero todo eso, no agota el acontecimiento de lo natural, esté sigue escapando a todos esos intentos por medirlo y controlarlo. El hecho natural simplemente se da, acontece de una manera gratuita, escapando a la pregunta del para qué sirve. Y lo mismo puede aplicar para con Dios, ante la pregunta ¿Para qué sirve Dios? La respuesta, determinada por el marco de lo práctico-utilitario y de lo económico es, nuevamente, “para nada”, pues Dios no vende, no produce plusvalía y por ello se le repliega al ámbito de lo privado, de lo personal, incluso se le asigna un lugar específico, del cual no debe salir: el templo y un día en el cual ha de ser visitado. Sin embargo Dios sigue escapando, sigue estando ahí en una presencia silenciosa, una presencia que nos interpela y que exige de nuestra parte una respuesta. II.- La religión y su papel en la sociedad actual. Entonces es necesario hacer que Dios vuelva a entrar en nuestro mundo ¿De qué manera habremos de hacer esto? ¿Cuál es el mejor medio de lograr una reinserción de Dios en la sociedad? Me parece que para lograr lo anterior debe repensarse el papel de la religión en la actual condición humana. Siguiendo la lógica práctico-utilitaria y del valor económico, se hace imperante plantear la siguiente cuestión ¿Para qué sirve la religión en nuestra actual sociedad? Nadie niega que en épocas pasadas la religión tuvo un papel preponderante, es decir servía para algo; por ejemplo, para procurar y mantener un orden establecido, para inspirar ideologías o bien para consolar a los pobres y atribulados, e incluso para ofrecernos un aliciente ante el horizonte límite de la muerte, (y quizás en nuestra moderna sociedad, ya ni esto). Más hoy, en una época contemporánea, caracterizada por un pluralismo babélico de los relatos sin centro ni jerarquía1, dónde cualquiera tiene algo que decir y eso que dice no es más que un mensaje que no encuentra dónde resonar y se pierde en el vacío2; en una época dónde se pregona desde las azoteas la muerte de los metarrelatos y por ende ya no hay credibilidad en ellos3; en una época en la cual lo ético-moral ha sido reducido a una mera actitud cívica (con virtudes públicas y vicios privados); en una época dónde la teología, víctima de la incredulidad en los grandes relatos, ha perdido su título de reina de las ciencias y se ve a sí misma reducida a ser una rama más de la antropología o de la literatura fantástica4; en una época en la cual todo 1

Cfr. Gianni Vattimo, Después de la cristiandad, (Traducción de Carmen Revilla), Buenos Aires, Edit. Paidos, 2004. Cfr. Gilles Lipovetsky, La era del vacío, (Traducción de Joan Vinyoli y Michéle Pendanx), Barcelona, Edit. Anagrama, 2012. 3 Cfr. Jean-Francois Lyotard, La condición postmoderna, (Traducción de Mariano Antolín Rato), Madrid, Edit. Catedra, 2008. 4 Esta es la concepción que tiene Jorge Luis Borges de la teología y lo afirma de la siguiente manera: “Yo creo que la teología es una rama de la literatura fantástica. Otra rama de la literatura fantástica es el psicoanálisis”, frase sitada en http://www.revistacronopio.com/?p=6583, consultada el día 22 de mayo de 2013. 2

4 el contenido de la vida espiritual y de los efectos de la oración en la persona, pueden ser explicados desde y en términos de la psicología5, qué alguien venga y nos explique ¿Para qué sirve la religión? ¿Cuál es su utilidad? ¿Qué finalidad debe perseguir en una época adulta y contemporánea? La situación descrita anteriormente proviene, al menos en parte, de la exacerbada confianza, por parte del ser humano en la razón, en la ciencia, en la técnica y en la tecnología, a los cuales ha visto como catalizadores para lograr una mejoría de la condición humana o lo que es lo mismo hacia un progreso, se da aquí una igualdad: progreso equivale a mejora de la condición humana (aunque no se sepa exactamente qué quiere decir todo esto). Y claro que, tanto la razón, la ciencia, la técnica y la tecnología, producen una mejora de la condición humana, al menos esta se ve en un incremento de la calidad material de la vida (por decirlo de un modo). La humanidad ha buscado acceder de la manera, más rápido posible, hacia un mejor estadio de humanidad, es decir busca un progresar. En la búsqueda de ese progreso, la humanidad se ha enfocado más en tener un progreso puramente técnico, efecto de una mentalidad técnica, de una mentalidad que se ha creído omnipresente y omnicomprensiva, creyendo, con razón o sin ella, que tener una mejoría de las condiciones materiales de la vida, repercutiría en una mejoría directa de las condiciones de vida espiritual6. No podemos (y atrevernos a hacer semejante cosa sería hasta cierto punto insensato) negar que es por medio de los avances en la ciencia y de su repercusión en la tecnología y en la técnica que se ha dado una mejora en nuestra calidad de vida, al grado que el confort del que hoy gozamos no habría sido posible sin los avances en la ciencia, en la técnica y en la razón. Sin duda, en las cuestiones materiales de vida, la humanidad por fin puede decir que ha progresado, y sin embargo, todo tiene un precio. Pues el progreso científico, técnico y tecnológico, lejos de ser una verdadera victoria de la razón del hombre (humana), se ha mostrado como aquel que le ha llevado

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Cfr. Joan Baptista Torelló, Psicología y vida espiritual, (Traducción de José Ramón Pérez), Madrid, Edit. Rialp, 2008. (En este libro el autor presenta las implicaciones psicológicas de la vida espiritual). 6 Para quien escribe esto, uno de los efectos de la postmodernidad es el de producir en la humanidad, una sensación de nostalgia, es decir un sentimiento o deseo de retorno, que hace añorar (eh aquí la nostalgia) un “estar de vuelta” y recordemos que esta expresión implica que la salida o el viaje hacía una dirección particular ha terminado, y que tal viaje o salida, es, hasta cierto punto, inútil o infructuosa pues no se encontró aquello que se deseaba, por lo que se desea un retornar, pero este retornar, implica ya no estar en el mismo punto de partida, pues ahora ya se sabe que existe, al menos una dirección que ya se exploró y en la cual no está aquello que se buscaba. Desde lo anterior, se puede decir que la postmodernidad, nos desengaña, nos hace quitarnos el velo de los ojos y nos muestra, en toda su crudeza, que la dirección a la cual se le había apostado todo, la del progreso basado en la razón, en la ciencia, en la técnica y en la tecnología, para lograr un progreso en la condición humana, ha resultado ser sólo ilusoria, que ahí no estaba aquello que deseábamos, esto infringe un duro golpe moral en la humanidad, nos equivocamos y debemos regresar en el camino para volver a echar a andar, no es sencillo aceptarlo, pero los resultados de esa apuesta están ahí: la brecha entre países pobres y ricos es enorme y parece infranqueable, la constante amenaza de los accidentes nucleares (como el de Chernóbil o el de Fukushima en Japón), el daño ecológico causado al ecosistema y que parece ya irreparable, una nueva enajenación del hombre, producida ahora por su dependencia a la máquina y otros hechos que hace añorar un cambio de dirección, pues este mundo que nos hemos construido ya no nos satisface.

5 a su derrota, de tal forma que “el se obtiene por reducción y esterilización del 7”, ¡eh ahí el precio pagado! Desde lo anterior, sucede lo siguiente, la máquina, creación humana, surge como una necesidad por parte del hombre de multiplicar su fuerza física, se da así la primera sustitución: la máquina sustituye a los músculos; la segunda sustitución se da, en el momento en que la máquina, ya no sólo sirve para sustituir los músculos y la fuerza del hombre, sino que ahora sustituye la función del cerebro, la máquina es la que piensa, la que ordena, entramos, de lleno a un mundo pragmático y realista, a un mundo dónde lo único que tiene cabida es lo cuantificable, lo que es verificable y por lo mismo, lo que es susceptible de ser controlado. Es así como el hombre ha ganado al mundo, pero ha perdido su alma. Y es que el hombre, muchas de las veces, se olvida de que no es únicamente soma (cuerpo) y sarx (carne); sino que también es psyche (alma) y pneuma (espíritu), por lo que, para que el hombre tenga una mejora total en su humanidad, debe de progresar, no solamente el cuerpo y la carne, sino también la psyche y el pneuma, esté es uno de los puntos dónde la religión puede tener, en nuestra sociedad actual, uno de sus mayores ejes de acción, sobre todo si consideramos que la religión no se interesa por una sola parte del ser humano, en ella no hay una preferencia de la psyche y del pneuma por sobre el soma y la sarx, sino al contrario, a la religión le interesa salvar al hombre completo y total, es decir, al hombre que es cuerpo y alma, al hombre que es carne y espíritu. La religión, en esta época contemporánea, ya no es el “opio del pueblo”, tal como Marx la concebía, ahora el “opio” son los valores de la propiedad privada y del dinero, el hombre es capaz de “vender su alma” si con ello tiene trabajo y dinero y puede acceder a lo que “está de moda” o a un estatus social elevado; el hombre, entonces ya no sueña con una revolución, pareciera ser, que más bien, se ha acomodado en el sitio que el sistema le otorga y así, al igual que el progreso, la revolución emancipadora se ha revelado como falaz e ilusoria. Y nadie, al menos nadie cuerdo, duda de que este mundo requiera de una revolución. Tal revolución puede, y quizás sea mejor decir debe, venir de la religión. No hablamos o invocamos una revolución de tipo armada y belicosa, no, la revolución que se desea es una revolución en el plano moral y espiritual del hombre, pues esta revolución es la que debe ir delante de todo progreso científico y tecnológico. Decimos que la revolución que este mundo requiere debe venir de la religión, debido a que ella posibilita y da entrada a valores inherentes al ser humano y que este ha ido dejando en el olvido a causa de su alienación material; es así que la religión se revela a sí misma como una guía para la conducta de los hombres en todos los contextos de la vida.

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José María Cabodevilla, Hacerse como niños, Madrid, Edit. BAC, 1994, p. 36.

6 Y quizás por encima de todos los valores que la religión puede aportarnos, debamos de poner el valor de la caridad o amor como el valor supremo de la religión. No se entienda caridad como el acto de generosidad o de ayudar a los más necesitados y desprotegidos, esto sería más filantropía o ayuda humanitaria (asistencialismo); entiéndase la caridad o el amor como la “caritas” es decir, como la generosidad de espíritu y el acto de la entrega desinteresada, es decir la práctica del don como una condición existencial, en la cual uno se entrega a sí mismo debido a que aparece en su horizonte otro que también se entrega (te doy porque tú ya me has dado); hacer esto es ya poner de manifiesto a Dios, pues recordemos que donde hay caridad está presente Dios8. Finalmente -qué no quiere decir que se ha llegado al límite o a las últimas consecuencias- la religión, debe de hacernos recordar y reconocer nuestra condición de creaturas y aquí la condición de creatura, implica la condición de filiación. Tal vez es en este punto dónde la religión encuentra mayor complejidad, pues recordemos que desde la Ilustración y hasta nuestros días, la humanidad se ha declarado como “mayor de edad”, de esta forma se ha emancipado de Dios, del Creador; declararse como “mayor de edad” significa que la humanidad considera que ha dejado la edad infantil, aquella dónde aún necesitaba de un Padre para ser guiada y se declara como adulta, como capaz de seguir avanzando sin la guía de un Padre. Es duro llegar a ser adulto. Cuando se crece se tiene que soportar la adversidad, ya no se encuentra el Padre para que nos defienda, ya no hay derecho a quejarse de la orfandad en la que se vive, el miedo que se puede sentir, aún cuando es un sentimiento legitimo, no puede ser expresado, debe incluso verse como algo deshonroso, pues se es adulto y los adultos no temen, sólo los niños lo hacen. La condición contemporánea actual, se ha encargado de mostrarnos cuan ilusoria es la edad adulta, ella se ha encargado de mostrarnos que, en última instancia, el poder conquistado está sustentado sólo en la humanidad misma, con lo que a un nivel más profundo, dicho poder, se revela como debilidad. El peso de esta debilidad se debe sobrellevar en solitario, pues, resulta imposible descargar el peso en otro, ya que sabemos que él también es débil. Si todos los metarrelatos murieron, eso incluye también el metarrelato de la autosuficiencia del hombre, de su adultez, la desilusión pesa sobre nosotros; pero resulta paradójico, que ante la muerte de los metarrelatos, aparezca en el horizonte del hombre, la necesidad de un nuevo relato capaz de reorientar y de dotar de nueva significación a los relatos hoy a punto de extinguirse. Este relato, viene de la mano de la religión. Uno de los pilares de toda religión, es el de recurrir siempre a la presencia de un Creador supremo de todo cuanto existe, al cual se le nombra de muchas maneras, pero 8

Cfr. Gianni Vattimo & John D. Caputo, Después de la muerte de Dios, (Traducción de Antonio José Antón), Buenos Aires, Edit. Paidos, 2010. Especialmente la parte dedicada a la caridad.

7 una de las mas cariñosa es aquella que lo designa como Padre. Quizás haya llegado el momento de revivir el relato del Padre, de ese Padre que está esperando el regreso del hijo prodigo, de la creatura que mira al Creador con ojos de un niño asombrado. Es por medio del relato del Padre de su re significación como símbolo que la religión puede (ayudar a) reorientar el caminar de la humanidad, permitiéndole acceder a un estado de “infancia” en el cual poder vivir la dependencia hacia el Padre sin ningún tipo de rubor, cómo el que experimenta aquella persona que ya se siente mayor, más bien le permitiría experimentar la dependencia, como la mayor seguridad que se pueda tener. Esta es la tarea que con mayor urgencia debe plantearse el quehacer religioso y parte de la reflexión filosófica que hay en torno a ella; establecer una crítica directa de los valores establecidos por el marco práctico-utilitario-económico, transformarse en un motor de sublevación y generar un despertar de la conciencia en el hombre, para que este sea capaz de reconocerse como un hijo necesitado de un Padre que lo lleve de mano hacia el mejor destino, pues, al final de todo ¿Qué hay en este mundo que sea tan fuerte, tan vulnerable como un niño inerme cogido de la mano de su padre? Bibliografía: Gilles Lipovetsky, La era del vacío, (Traducción de Joan Vinyoli y Michéle Pendanx), Edit. Anagrama, Barcelona, 2012, 1a edición mexicana, p.p. 220. Gianni Vattimo, Después de la cristiandad, (Traducción de Carmen Revilla), Edit. Paidos, Buenos Aires, 2004, 1a reimpresión, p.p. 168. Gianni Vattimo & John D. Caputo, Después de la muerte de Dios, (Traducción de Antonio José Antón), Edit. Paidos, Buenos Aires, 2010, 1a edición argentina, p.p. 271. Jean-Francois Lyotard, La condición postmoderna, (Traducción de Mariano Antolín Rato), Edit. Catedra, Madrid, 2008, 10a edición, p.p. 119. Joan Baptista Torelló, Psicología y vida espiritual, (Traducción de José Ramón Pérez), Edit. Rialp, Madrid, 2008, 2a edición, p.p. 256. José María Cabodevilla, Hacerse como niños, Edit. BAC, Madrid, 1994, p.p. 304. Fuentes electrónicas: http://www.revistacronopio.com/?p=6583, consultada el día 22 de mayo de 2013.

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