Reflexiones sobre la responsabilidad ética frente a la pobreza

July 11, 2017 | Autor: Simon Parraga | Categoría: Pobreza, Desarrollo, Moral, Ética, Desigualdades Sociales
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CONSIDERACIONES SOBRE EL ARTICULO: “RUMBO AL SUR, DESEANDO EL NORTE” DE ARIEL DORFMAN Simón Alejandro Párraga (2015)

I. Introducción Durante las últimas décadas se ha venido insistiendo en la necesidad de ejecutar políticas destinadas a superar la pobreza y la desigualdad, esta responsabilidad generalmente es otorgada al Estado como ente garante de la igualdad, equidad y seguridad de las personas que se encuentran bajo su autoridad. No obstante, entendiendo solamente que la lucha contra la pobreza es un asunto exclusivo del Estado, nos hace perder de vista un ámbito muchas veces desestimado por el discurso neoliberal, pero que tiene una enorme relevancia, la responsabilidad moral y ética de la sociedad frente a la pobreza.

¿Cómo nos entendemos individual y colectivamente frente a la pobreza, la exclusión y las miserias del otro? Es un punto de partida válido para iniciar una profunda reflexión sobre el tema que no necesariamente nos debe llevar a conclusiones definitivas, lo más posible es que nos plantee aún más interrogantes, quizás tantas como excusas o argumentos se utilizan comúnmente para rechazar o negar esta responsabilidad individual y colectiva frente a esos “otros” que viven en la pobreza.

En este sentido, el planteamiento que se intenta desarrollar y que parte de las reflexiones plasmadas por Ariel Dorfman en su artículo titulado “Rumbo al sur, deseando el norte”, precisamente busca centrar el análisis en las formas en que el discurso del capitalismo individualista intenta decirnos que frente a la pobreza no tenemos ninguna acción y frente al pobre ninguna responsabilidad. También se trata se intentar ubicar este discurso evasor y fraudulento dentro del patrón Dominación/explotación/conflicto que engloba la lógica neoliberal condicionando el comportamiento social y del Estado.

Por último, intentaremos reflexionar sobre hasta dónde debe extenderse nuestra responsabilidad hacia los pobres y si es posible realmente materializar iniciativas

destinadas a superar el tema de la pobreza desde lo individual y desde lo colectivo utilizando para esto lo algunas teorías que se vienen sosteniendo en los últimos años.

II. Que nos cuenta Dorfman Ariel Dorfman nos relata en su artículo su llegada a tierras chilenas desde Nueva York en la época de postguerra. Dicho relato lo enfoca desde sus primeras impresiones acerca de la gente pobre, que mientras estuvo en los Estados Unidos eran una abstracción conocida sólo a través de los aportes intelectuales que sobre el tema hacia su padre.

Confiesa que aunque la pobreza para él era algo lejano, no dejaba de pensar como sería vivir en aquellas condiciones de desesperanza, marginalidad, hambre y exclusión. Dicha visión, que desde temprana edad ya tenía cierto significado, se vio definitivamente transformada cuando se trasladaron a tierras chilenas donde pudo palpar de primera mano ese mundo penoso que era el de la pobreza.

Cuenta Dorfman que en un momento dado un conocido de su padre le dijo que se acostumbraría a ver ese tipo de espectáculos, al notar cierto asombro por lo que estaba viendo, esta realidad le hacía sentirse algo avergonzado cuando veía algún mendigo ya que su vida era totalmente distinta, era joven, estaba protegido, tenía una familia, vivía en un barrio opulento y asistía a un colegio donde se educaban las élites que gobernarían el país.

El relato de Dorfman se centra en la relación que estableció con un niño mendigo que cantaba boleros en un micro. La figura de este pequeño llamó la atención del autor. Éste le conto su terrible realidad y el joven impulsivamente invito al pequeño mendigo a entrar a su casa. Entraron por la cocina donde encontraron a las dos sirvientas de la casa, aquí es donde se encuentra quizás una de los aspectos más relevantes del relato. Cuenta el autor que las sirvientas no les gusto ver a este “huésped” y de forma displicente le prepararon una comida. Esta escena resulta muy importante de analizar ya que estas sirvientas pertenecen a la clase trabajadora y su realidad está más cerca de los pobres que de la realidad de las familias para quienes trabajan.

Lo planteado anteriormente, nos permite reflexionar sobre la tendencia de los oprimidos a buscar imitar o parecerse a los opresores, los pobres a los ricos, los excluidos a los incluidos. Dicha conducta inclusive explica que los pobres aunque tengan alguna forma de ganarse la vida discriminen a otros pobres que viven situaciones menos afortunadas. Ya algunos autores como Paulo Freire en su Pedagogía del oprimido, hace consideraciones al reconocer que los oprimidos, en su proceso de liberación deben reconocer que “alojan” en sí al opresor y que en ello interviene de forma importante las contradicciones que les ha tocado vivir y determinan ciertos comportamientos tendientes a convertirse en opresores o sub-opresores.

A la luz de estas reflexiones hay que reconocer que los pobres no solo deben someterse a la exclusión y desprecio de las clases altas y medias, sino también deben afrontar el desprecio y la discriminación de sus pares que por una razón u otra han tenido posibilidades de obtener mejores condiciones de vida pero que aún no alcanzan los estándares de las clases “superiores”.

Volviendo a la historia contada por Dorfman, luego de invitar al pequeño mendigo por primera vez a su casa éste siguió volviendo en los días posteriores, en algunas ocasiones con otros invitados y en otra oportunidad con su madre. A raíz de esta experiencia, el autor comenta lo que para mí es el segundo tópico más importante dentro del relato. Su madre habló con él y le dijo lo siguiente: “…me advirtió firmemente que así no iba yo a solucionar los problemas perpetuos del subdesarrollo de Chile. Los mendigos se multiplicarían y nuestra familia no podía encargarse de las masas que iban a terminar golpe-ando a nuestras puertas. Había demasiados pobres en el mundo y pocas casas como la nuestra. Si sentía la inclinación, yo podía vender mis discos y mis libros y mis barritas de chocolate (pero no mi ropa, agregó rápidamente) y entregarles a los miserables de la tierra el dinero resultante. Pero iba a alcanzar para pocos, me dijo mi mamá, y a los cuantos días se terminarían los billetes y yo me encontraría exactamente en el mismo lugar donde estaba ahora: afuera la pobreza y acá adentro un joven bien alimentado y vestido y educa-do, sin que la línea divisoria se hubiese extinguido. Tal vez algún día yo podía hacer algo para que esa línea desapareciera, para que no hubiese más miseria, tal como mi padre lo había intentado, pero ese día no era hoy y ésta no era la manera” (Dorfman, 2003).

Luego de la conversación, aquel joven de clase acomodada no volvió a recibir a su visitante y este no volvió a molestarle, aquel evento generó en él una impactante conclusión: “Nunca nos volvió a molestar. Entendió lo que había pasado, los límites de mi compasión, los límites de su dignidad, no tenía sentido tocar de nuevo a nuestra puerta -y yo también entendí que cualquier sentimiento de culpa que me asaltara sería insuficiente para hacerme interrumpir la vida que llevaba hasta ese momento. Continué mi existencia alienada en mi Chile cada vez más lindo, casi como si nada hubiera ocurrido. Pero había aprendido algo: la verdad de quiénes éramos, ese niño y yo, los dos destinos divergentes que nos había entregado la historia. Yo vivía acá, en esta casa segura y alegre, el hijo extranjero y bilingüe de un economista de la CEPAL, asistiendo al colegio más exclusivo de Chile, y ese niño no tenía entre él y la muerte otra cosa que su garganta y sus canciones de amor adulto y traicionero” (Dorfman, 2003).

Esta conclusión, definitivamente nos permite visualizar con mayor claridad las dimensiones del drama que sufren tanto las personas que viven en la pobreza, como las personas que de alguna manera sienten una responsabilidad frente a este fenómeno. La experiencia narrada ilustra lo que hemos vivido algunos de nosotros en algún momento de nuestra vida y nos hace reflexionar hasta donde debe llegar nuestra responsabilidad para con estas personas. El tema para nada es marginal, las líneas que siguen la dedicaremos a analizarlo con la finalidad de tratar de entender las dimensiones éticas y morales que puede tener un individuo o una sociedad frente a la pobreza.

II. La responsabilidad moral: ¿Qué es?, ¿Hasta dónde llega? “¿Soy acaso el guardián de mi hermano?”, con este título Zygmunt Bauman inicia el capítulo 5 de su obra “La sociedad individualizada”. En él analiza las formas en que la sociedad moderna concibe su relación con los menos favorecidos por el modelo capitalista, los pobres. Así mismo, “Dependencia”, es la palabra clave que utiliza el autor en su artículo: “la dependencia de mi hermano es lo que me convierte en un ser ético. Dependencia y ética están juntas y caen Juntas” (Bauman, 2001). Explica, que efectivamente se debe ser el guardián de nuestro hermano se quiera o no, porque es asumiendo este carácter lo que nos hace morales, el bienestar de mi hermano depende de lo que se haga o se deje de hacer, pero nadie nos puede obligar a hacerlo.

Pero esa dependencia de la que habla Bauman está relacionada también con otro concepto que le es de alguna manera intrínseco, la responsabilidad. Según el autor citando a Levinas

explica: “Levinas convirtió la necesidad del otro y la responsabilidad de satisfacer esa necesidad en la piedra angular de la moral, y la aceptación de esa responsabilidad es el acto que marca el nacimiento de la persona moral” (Bauman, 2001).

Si es la responsabilidad la piedra angular de la moral y depende de aceptar y satisfacer la necesidad del otro. ¿Quién este otro? ¿Hasta dónde llega esta responsabilidad?, ¿Qué implica?, ¿Cómo satisfacemos la necesidad del otro? Todas estas son preguntas que debemos tratar de responder y de cada respuesta podremos determinar el grado de responsabilidad moral que tenemos como individuos y como colectivo social con respecto a esos otros, menos favorecidos, los pobres.

Pero, ¿Quién es este otro?, este otro tiene rasgos muy específicos, es un excluido, un pobre, es aquel que forma parte del ejercito de trabajadores rechazados por un modelo económico cada vez más tecnificado y tecnologizado. Es aquel que esta fuera del juego a pesar de que constantemente se le hace creer que está adentro y más aún se juega en su favor. Son lo que a decir de Bauman y citando las definiciones americanas: “personas que cayeron en las garras de la pobreza, madres solteras, fracasados escolares, drogadictos y delincuentes en libertad condicional; uno al lado del otro y ya no es fácil separarlos. Lo que los une y justifica que se les ponga en el mismo montón, es que todos ellos, por la razón que fuere, son ” Siendo este otro “una carga para la sociedad”, como entender esta responsabilidad y como determinar hasta donde llega individual y colectivamente. ¿Podemos como individuos responder a todas las necesidades de los pobres? Leonardo Salamanca1 expresa, citando a Singer que es necesario evitar la pobreza y el sufrimiento hasta donde podamos sin arriesgar nada de importancia moral equiparable – esto quiere decir que para evitar la pobreza o el sufrimiento no podemos nosotros por ejemplo “perderlo todo”- . En este sentido, Singer apela por el utilitarismo consecuencialista2 para responder a las necesidades de los más pobres y sufridos del planeta.

Salamanca, Leonardo. “Responsabilidad Moral frente al Problema de la Pobreza y el Hambre en el Mundo. Una Propuesta desde el Utilitarismo Consecuencialista”, Corporación Universitaria Minuto de Dios, Bogotá, 2010, p. 31 1

Peter Singer sostiene la tesis del “utilitarismo consecuencialista” que viene a ser aquellos actos morales que como consecuencia generen mayor felicidad al mayor número de personas, ya que los actos morales se miden por sus consecuencias. 2

Por su parte, y de raíz mucho más antigua, Kant nos dice que el ser humano es un fin en sí mismo y basándose en esta premisa elabora su imperativo categórico: “Obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto como en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio” (Salamanca, 2010). Este aporte de Kant es significativo porque nos permite llegar a la conclusión de que la responsabilidad frente al otro se mide en base al bien que nos procuramos a nosotros mismos, es decir, el grado de mi bienestar será el grado de bienestar que debo procurar para mis semejantes, es a través de estos actos que podemos visualizar el valor moral de un individuo o un colectivo.

Otras corrientes como la comunitarista explican que el deber u obligación de asistencia se limita a las personas que conforman el entorno más próximo a un grupo local, sin embargo, como bien lo explica Salamanca, esto hay que analizarlo con cuidado ya que la sociedad moderna no se circunscribe solo a nuestro entorno más cercano, muy al contrario nuestras acciones pueden afectar el bienestar de otras personas que no precisamente pertenecen a nuestra localidad. Por otro lado, encontramos las posiciones contractualistas como la de Rawls quien nos dice que para lograr la igualdad y asegurar el bienestar de todos los miembros de la sociedad se debe iniciar un proceso “desde cero”, donde todos estén envueltos en un velo de ignorancia. Según este autor el sentido moral le es inherente a todos los seres humanos y se da por su racionalidad, por lo tanto, en las circunstancias explicadas anteriormente estos procurarán el bienestar de todo el colectivo social, no obstante, y a pesar de la importancia de sus aportes, han sido comunes las críticas a su teoría por carecer de viabilidad en la práctica.

Las teorías expresadas anteriormente nos permiten acercarnos al tema de ¿Hasta dónde puede llegar la responsabilidad frente a los pobres?. Sin embargo, es fundamental analizar también el tema desde el punto de vista del individuo común, aquel que vive y determina su realidad en base a la lógica del patrón dominación/explotación/conflicto3 capitalista.

Para saber más sobre el patrón Dominación/explotación/conflicto consultar, Aníbal Quijano, “El fantasma del desarrollo en América Latina”, Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales, 2000, Vol. 6, N° 2 (mayoagosto), pp. 73-90. También se puede consultar en http://www.ceapedi.com.ar/imagenes/biblioteca/libros/56.pdf 3

Según algunos autores el ser contemporáneo es un sujeto egoísta e individualista que “surge de una cosmovisión en la que la economía es la que lidera el sistema y está por encima de los intereses de generar una sociedad que brinde dignidad e igualdad a las personas” (Salamanca, 2010). En otras palabras, el sujeto tanto en su rol individual como colectivo busca siempre el bienestar para el mismo, no importa si con sus actos afecta a una mayor cantidad de personas o afecta al conjunto social, la supervivencia del más fuerte dirían los defensores del darwinismo social. Sobre esto Salamanca comenta: “La diferencia de clases es el sustento natural de la sociedad y siempre, por selección natural, habrá una clase más fuerte que la otra, ¿qué interés tiene un capitalista en ayudar a los pobres si a través de ellos y por su existencia obtiene sus ganancias? Los pobres son los que sostienen la posibilidad de que haya alguien fuerte por encima de ellos, se necesita además de personas que compren y consuman sin preguntarse por qué, aunque algunas veces los ricos también lo hagan. Además se necesita de un Estado que no interfiera en lo que no es de su competencia, no le debe importar el mercado ni debe poner límites a los consumidores”. Esta reflexión es fundamental para entender lo que queremos decir cuando hablamos del patrón dominación/explotación/conflicto capitalista que sustenta las lógicas con que la sociedad se relaciona y como el sujeto se ubica en el mundo. En este sentido, la responsabilidad se limita a lo que cada individuo crea correcto hacer –que generalmente se manifiesta como caridad-. Por supuesto, sin afectar sus intereses ni poner en riesgo ni su bienestar ni su estatus de clase, lo que implica que aunque acepta ayudar esto no significa que acepta el derecho que todos los seres humanos tienen a la felicidad, la dignidad y la igualdad.

En una sociedad capitalista, qué identificación puede tener un individuo de clase alta o media con una persona pobre, con sus necesidades y expectativas. ¿Qué obligación puede sentir una persona hacia otra que vive situaciones de infortunio, hambre y pobreza? Si esta decide ayudar ¿Qué separa la ayuda de la caridad? ¿Qué comprende la decisión de ayudar o no?

Como hemos visto, varias corrientes resaltan la obligación moral que tienen los individuos de ayudar a las personas que padecen hambre y pobreza, pero también han resaltado que no hay nada que obligue a un individuo a prestar dicha ayuda. Bauman comenta que no hay ninguna buena razón para que debamos ser “guardianes de nuestros hermanos”, para

preocuparnos por los que sufren. En una sociedad orientada hacia la utilidad, los pobres e inútiles no tienen pruebas racionales de su derecho a la felicidad, por lo tanto no hay razones suficientes de asumir la responsabilidad para ser moral y termina afirmando que la moral se tiene a sí misma para apoyarse. En base a ello, es mejor preocuparse que mantenerse indiferente, ser solidario con la infelicidad del otro, ser moral, aun cuando con ello las personas dejen de ser más ricas y las empresas menos rentables.

De esta manera, ayudar o no pareciera reducirse a la conciencia de cada persona que conforma la sociedad, a la capacidad de superar los discursos que nos dicen que cada individuo debe asegurar su subsistencia, que la gente exitosa es la que “se hace a sí misma”, entre otras falacias que constantemente nos impone el modelo capitalista y su patrón dominación/explotación/conflicto. También pasa por reconstruir los principios morales y éticos de la sociedad rotos y remplazados por la competencia, el ánimo de lucro y sectarismo.

No cabe duda de que nuestras acciones afectan directa o indirectamente a otros. Singer utiliza para explicarnos ésto su tesis de las “acciones negativas”, en la cual establece que el estilo de vida de clase alta y media puede ser una causa negativa de la pobreza. El autor expone que estos sectores gastan dinero en ciertas cosas materiales de costo elevado o lujos cuando otras cosas de menor costo pudieran aliviar el sufrimiento de los que padecen hambre y pobreza, es tener la posibilidad de ayudar pero sencillamente no hacerlo. Si admitimos que esto es cierto, podríamos estar ante una sociedad que pierde su esencia, vacía su contenido y queda solo como una estructura hueca cada vez más vulnerable a conflictos y divisiones.

Reconstruir la moral y la ética para sustentar la solidaridad y la responsabilidad tanto en las personas como en la sociedad pareciera ser la principal meta de los próximos tiempos. Es difícil hablar de igualdad y equidad cuando nuestros principios morales y éticos se ven continuamente torpedeados por la emergencia del consumo y el lucro, es más que imposible siquiera pensar en la terrible realidad que viven los pobres si el modelo capitalista nos envuelve en un círculo vicioso de trabajo-consumo. Romper las lógicas del modelo capitalista puede significar el inicio de la reconstrucción moral y ética que mencionábamos.

Además, esta reconstrucción de los lazos de solidaridad y responsabilidad que nos hagan seres morales, también pasa por hacer una clara diferencia de lo que es ayuda y lo que es caridad. Ya antes mencionábamos que las clases altas y medias capitalistas tienden a confundir –convenientemente- la caridad con ayuda. La caridad viene a ser un acto que no implica ni responsabilidad ni compromiso con la igualdad del ser humano, viene a ser un acto vacío, efímero e intermitente que solo busca esconder “las vergüenzas” ante las desigualdades abismales que separan a pobres y ricos. La ayuda como la concibo aquí implica todo lo contrario, porque es aceptar las desigualdades, asumir la responsabilidad y el compromiso por la superación de éstas y buscar soluciones estructurales al problema de la pobreza.

¿Qué tanto puede hacer un solo individuo para lograr tan ambiciosa tarea?, es un poco el dilema y al mismo tiempo el drama que nos relata Dorfman en su texto. Parece claro que todos tenemos un papel que jugar para ayudar a los pobres, pero como viabilizamos esta ayuda de manera que pueda ser efectiva y no implique un sacrificio excesivo para nosotros mismos, ¿es la lucha contra la pobreza tarea de un solo individuo? ¿Podemos abrogarnos individualmente la tarea de sacar al pobre de tan terrible condición? Debo reconocer que aunque creo que cada individuo debe asumir su responsabilidad frente a la pobreza, creo que la solución no pasa por acciones aisladas, el rechazo a la pobreza debe ser algo colectivo y las soluciones también, solo actuando en colectivo podremos asegurar que la responsabilidad individual tenga un efecto positivo en la superación del hambre y la pobreza. Es partir de una posición responsable, moral y ética individual y manifestarla o hacerla realidad en colectivo. Creo igualmente, que el tema no se agota aquí y que es un deber promover un amplio debate sobre este tema si queremos tener una sociedad igualitaria y equitativa cuyos pilares principales sean la ética y la moral.

III. Conclusiones Bauman expresaba que “la calidad humana de una sociedad debería medirse por la calidad de vida de sus miembros más débiles. Y puesto que la esencia de toda moral es la responsabilidad que asumen las personas de la humanidad de los demás, es asimismo las medida del nivel ético de una sociedad” (Bauman, 2001). No creo que pueda expresarse de mejor manera la forma como debemos concebir una sociedad dentro del contexto en que vivimos. Las terribles condiciones de pobreza y hambre en el mundo nos llaman a dejar

de lado nuestras “zonas de confort” y asumir decididamente una posición activa en pro de acabar con el flagelo de la pobreza y la desigualdad.

El capitalismo bajo el patrón dominación/explotación/conflicto no sugiere constantemente que cada individuo en la sociedad tiene lo que “se merece”, que todos tenemos los mismos medios y oportunidades para vivir dignamente y nos llena de excusas y razones para rechazar y excluir a todos aquellos que no obtienen dichos resultados. Pero lo que generalmente se nos esconde, se nos oculta, es que el capitalismo es un modelo de ganadores y de perdedores, de explotadores y explotados en el cual por cada rico existen cientos de pobres que intentan vender lo único que tienen su fuerza de trabajo para un sistema que cada día necesita menos de éste.

El capitalismo juega a la diferenciación de unos sujetos y otros, juega a la construcción de relaciones de clase y de poder, juega a la dominación de unos sobre otros, por lo tanto, si se admite que el futuro de la humanidad, de la sociedad y del propio ser humano se encuentra en peligro de disolverse no podemos sino reconocer que la única alternativa para evitar dicho destino es superar el capitalismo y aportar por modelos más humanos, más solidarios, más incluyentes aunque el camino para lograrlo sea a veces más difícil y traumático.

Lo que puede criticarse a los aportes de Singer citado en el texto de Salamanca es precisamente que no cree necesario la superación del capitalismo para obtener los cambios necesarios para lograr un individuo y una sociedad más ética y más moral lo que resulta contradictorio puesto que los principios de este modelo son los que sustentan la exclusión, el desprecio, la indiferencia que nos lleva a abandonar a los pobres a su suerte.

Debemos reconocer de una vez por todas, que todos tenemos responsabilidad frente a la pobreza, reconocer que también todos somos culpables directa e indirectamente de las consecuencias del hambre y la pobreza ya que aunque tengamos los medios generalmente decidimos no intervenir y cuando lo hacemos no escapamos de caer en la caridad. Debemos transformar la comprensión de caridad por la comprensión de deber u obligación para que sea posible un cambio de conciencia frente a la pobreza.

Finalmente, reitero que aunque es fundamental asumir la responsabilidad individual frente a la pobreza, también resulta fundamental entender que las soluciones estructurales pasan por una acción colectiva y que con esta acción no solo estamos hablando del Estado y sus instituciones, nos referimos a la sociedad en concreto, una posición individual combinada y desarrollada por muchos individuos que comparten esta responsabilidad, a mi entender, podría garantizar cambios radicales en la situación de muchos de los pobres del planeta.

IV. Bibliografía

Bauman, Z. (2001). ¿Soy acaso el guardián de mi hermano? En Z. Bauman, La Sociedad Individualizada (pág. 280). Madrid: Cátedra. Dorfman, A. (2003). Rumbo al sur, deseando el norte. Barcelona: Planeta. Salamanca, L. (2010). Responsabilidad Moral Frente al Problema de la Pobreza y el Hambre en el Mundo. Una Propuesta desde el Utilitarismo Consecuencialista. Bogotá D.C.: Corporación Universitaria Minuto de Dios.

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