Reflexiones de un hipopótamo

November 22, 2017 | Autor: Mario Tavares Moyrón | Categoría: Philosophy, Literature, Literatura
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Descripción

Reflexiones de un hipopótamo Cada vez que por alguna razón alguien ha decidido prestarme atención en esas formas en que no cualquiera lo haría, como es por ejemplo (y no exclusivamente), haciéndome piojito, rascándome la espalda o cualquiera de esas modalidades del cariño medianamente expreso, debo decir que me siento casi como un hipopótamo. No es que me considere una persona de enormes proporciones. Muy por el contrario, mi moderación en tamaño corporal es en buena medida, desde mi particular punto de vista (que quizá tampoco sea ominable, dadas las circunstancias narradas), una de las características definitorias de que existan personas que sin mayor complicación puedan poner mi cabeza en sus piernas y proceder a los cariños mencionados. Poniendo las cosas así, no es entonces que me sienta un hipopótamo por un gigantismo fisiológico, que en todo caso (echándome muchas flores) le debería al orden de las ideas o cómo me siento en el fuero interno. Lo de ser similar a tan majestuoso mamífero, viene por lo de las acicaladuras. No es tema reciente que me parezca admirable la simbiosis con la que conviven algunos animales en su ambiente. Uno de esos casos es el que me traslada a toda esta serie de conclusiones, aparentemente sin sentido, pero que desde el punto de vista de un hipopótamo, resultan de toral importancia. No deja de parecerme curioso que la palabra hipopotamus contenga este sufijo hipo, relativo a lo que está debajo de algo o que representa la escasez de alguna cosa. Y digo que llama la atención porque un animal de tales dimensiones parecería poco un eslabón inferior en una cadena que contemple a otros mamíferos, pero desde conclusiones burdas y más inclinadas hacia el humor que hacia la razón, pienso que esto responde a su condición debajo de un ave acicaladora; de eso no me cabe duda. El hipopótamo recibe en sus anchas espaldas a pájaros que si acaso representarán el uno por ciento de su masa corporal total. Estas aves no hacen más que pasearse por esa especie de porta aviones de carnes duras en búsqueda de pequeños bichos con que alimentarse y, a su vez, librando de invasores a su domable anfitrión. La relación es de lo más interesante: el hipopótamo se entrega al disfrute de una limpieza aparentemente gratuita, mientras que el ave se da un festín de aquellos que te conté, haciendo la buena acción del día (para los dos). A esa posición de simbiosis es a la que me refiero cuando digo que me siento como un hipopótamo, sólo que omitiendo el beneficio para quien provea los piojitos y demás atenciones. A diferencia de tan monumentales mamíferos, yo no puedo (de momento) proveer de animales para la supervivencia básica de pequeños organismos.

El punto al que quisiera arribar con todos estos comentarios es que, pese a que el hipopótamo está recibiendo toda la atención de su huésped, me asalta la duda sobre si cuando el pájaro lo está “rascando”, el primero no tiene la necesidad de indicarle específicamente el lugar de la espalda donde le gustaría más recibir el gesto. Quiero decir, ¿qué a diferencia del ser humano, el hipopótamo no puede respingar o exigir un trato determinado (en este caso, del pájaro)? Por más lamentable que parezca, creo que no. Es posible que a diferencia de nosotros, seres melindrosos, el hipopótamo no exija mayores ritos, dado que en su naturaleza no está haberse habituado a recibir cariños per se, y por tanto, las atenciones que reciba representan únicamente una forma de continuar las funciones primordiales de ambos organismos: hipopótamo y pájaro. Es un gran problema, dado que en el caso hipotético (que además es gracioso, pues suena como hipopótamo) de que el animalazo en verdad quisiera mayores atenciones, quedaría la duda de si existe alguna manera de comunicárselo a su huésped. ¿Sería suficiente con moverse de acuerdo al área de la espalda en que quiere que lo piquen? Sería muy difícil, dado que el pájaro a lo mucho entendería lo que comunicaran en su forma otras aves, pero, ¿un hipopótamo? Lo veo complicado. Esto me lleva a pensar que una incapacidad de comunicar sus deseos de mayor atención o de una al menos más determinada a ciertas zonas de su cuerpo, llevaría al hipopótamo a sufrir grandes frustraciones que en el menor de los casos, descargaría con sus compañeros de especie o quienes le acompañen en su hábitat. Habrá quienes digan que, dado lo dura y gruesa que debe ser la piel de ese animal, difícilmente sentiría comezón. Aunque tal axioma resulta altamente posible, aceptarlo terminaría por minar y destruir toda esta discusión, por lo que prefiero no caer en provocaciones y seguir con la tesis defendida. En un contexto como el narrado, imagino que la desesperación del hipopótamo al ver que no puede comunicar sus deseos de mayor atención, de acabar con la comezón y, dadas las circunstancias, quedándose con las ganas y una tremenda comezón que ni la comprensión de sus colegas puede quitarle, el pobre animal no tiene otra alternativa más que buscar una vía para descargar su ira. Es bien sabido que en algunas zonas de África, una de las mayores causas de muerte de los habitantes de tribus cercanas es el ataque de los hipopótamos. Para algunos eso suena poco fehaciente, pero he aquí toda la explicación: el hipopótamo sufre tanto su frustración por la comezón que, en un arranque de furia y a la vez búsqueda de ayuda para acabar con su sufrimiento, se acerca arremetiendo a las poblaciones más cercanas, terminando esa visita con terribles desgracias humanas y una mácula encima de su historial. Se acabó la imagen del hipopótamo tranquilo y bueno, derivado, como es claro, de una incomprensión de la situación. Supongo que a veces los organismos no buscan la forma de ser agresivos y traer el caos sólo porque sí, puede incluso que en ocasiones las respuestas más sencillas (fantasiosas, quizá) están en frustraciones inacabadas que no se pueden depurar. A los animales más

sofisticados, como el humano, le cuesta al parecer un esfuerzo adicional. Los sentimientos reprimidos y sensaciones incómodas pueden habitar durante años encima de la espalda de cada uno. Es una fortuna que la mayor parte de nosotros no goce de proporciones fisiológicas como las de un hipopótamo, porque con tanta hostilidad acumulada, sería inevitable llevarse a un par de colegas entre las piernas ante cualquier arranque de ira. No es mi intención sonar condescendiente, pero no dudo que como en la vida salvaje del hipopótamo, también en nuestra convivencia con el mundo encontremos relaciones simbióticas, sin aves implicadas, en las que unos hacen más llevadera la cotidianidad del otro. Festejo esas pequeñas cosas, como pequeño que es el comentario, desde este estanque sin hipopótamos. Mario Tavares Moyrón.

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