Reciprocidad diferida en el tiempo: Análisis de los recursos de los hogares dona y envejecidos

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Descripción

Capítulo V Reciprocidad diferida en el tiempo: Análisis de los recursos de los hogares dona y envejecidos Manuel Triano Enríquez

INTRODUCCIÓN

Este capítulo analiza y discute los factores de vulnerabilidad social de hogares1 que se encuentran en la etapa de dispersión del ciclo doméstico, en particular de los que han sido denominados “hogares dona” (formados por dos generaciones: los abuelos y los nietos, sin la generación intermedia) y de aquellos formados principalmente por adultos mayores. La pregunta a responder es si es factible encontrar, como características distintivas de estos hogares, niveles más bajos de ingresos así como procesos de acumulación 1

En este capítulo se usan indistintamente los términos familia, hogar, grupo doméstico y unidad doméstica. En términos estrictos, la familia indica una relación de parentesco (consanguinidad, adopción o matrimonio) con una fuerte carga normativa que puede rebasar la unidad residencial y que es el ámbito de la reproducción biológica y de la socialización primaria, en el que además hay una sistema de jerarquía organizado en torno al genero y la generación; mientras que hogar, grupo doméstico y unidad doméstica se refieren a un conjunto de individuos co-residentes, emparentados o no, que comparten un presupuesto e implementan estrategias comunes de generación de ingresos y actividades de consumo, es un espacio donde se organiza tanto la reproducción social como física, y que conjuga las dimensiones económica y sociodemográfica (González de la Rocha, 1986: 12-16; García, Muñoz y Oliveira, 1989: 167-168, 181). Sin embargo, en México los hogares son al mismo tiempo grupos de familiares en los que los miembros están vinculados por relaciones de parentesco (González de la Rocha, 2005b); por esta razón y para simplificar la exposición en este capítulo los términos son utilizados indistintamente.

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de factores que resten posibilidades de acción-reacción frente a los riesgos que la pobreza genera y reproduce. La bibliografía ha planteado que la etapa de dispersión del ciclo doméstico es, en efecto, crítica y conducente al deterioro del bienestar debido al menoscabo de la capacidad de generación de ingresos por parte de los individuos envejecidos y a la carencia de apoyos económicos que, en general, sufren estas personas (González de la Rocha, 1994; Montes de Oca, 2003). Algunos estudios han planteado, además, que la vejez está con frecuencia asociada a procesos de pérdida de salud, lo que ocasiona gastos que no siempre se pueden cubrir y a lo que se ha denominado espirales de acumulación de desventajas: escasez de ingresos, enfermedad, incapacidad para el trabajo, aislamiento social (González de la Rocha y Villagómez, 2005). En este capítulo se retoman estos planteamientos desde una perspectiva crítica para analizar los casos de los hogares que actualmente transitan por la etapa de dispersión del ciclo doméstico. Estos hogares ¿son efectivamente escenarios de acumulación de desventajas? ¿Qué efecto ha tenido la incorporación al Programa Oportunidades en la dinámica y en la economía de estos grupos domésticos? ¿Puede un programa como Oportunidades aminorar la vulnerabilidad de los hogares de los viejos? El ciclo doméstico es una herramienta analítica que permite entender el nivel de bienestar y la dinámica cambiante de los hogares. La fase de dispersión, entendida como uno de los tres momentos analíticos del ciclo, inicia cuando alguno de los miembros abandona el grupo doméstico paterno para formar uno propio. La emigración por motivos laborales o escolares también puede dar pie al inicio de esta fase, pues si bien este proceso no siempre implica que el emigrante se desprenda económicamente del hogar, en muchas ocasiones es la antesala del abandono definitivo. La característica económica distintiva de la fase de dispersión es el desequilibrio. Esto en virtud de que quienes abandonan el hogar son los miembros jóvenes, económicamente activos, y de que quienes permanecen son los más viejos (González de la Rocha, 1994: 26-27, 85).

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La dispersión de la unidad doméstica es un proceso paulatino que ocurre en un periodo de tiempo prolongado, desde que el hogar es abandonado por el primer miembro hasta que es completamente disuelto; esto da pie a la sucesión de distintas condiciones sociales y económicas en diferentes momentos de la misma fase. Así, se transcurre desde una situación inicial en la que los hijos comienzan a abandonar el hogar y se preserva algún grado del “equilibrio” característico de la fase previa (dependiendo del número de miembros que se vayan, del número de los que se quedan y de su importancia en la economía doméstica) hasta el momento en que todos los hijos se fueron (dando lugar al llamado “nido vacío”) y ocurre un fuerte desequilibrio económico. Este momento “avanzado” de la fase de dispersión del ciclo doméstico se caracteriza por la disminución en la capacidad para trabajar y obtener ingresos propios por parte de los jefes de familia, presencia de enfermedades crónico degenerativas, paulatina incapacidad para realizar actividades de la vida diaria antes cotidianas, creciente necesidad de cuidados de los más viejos por parte de otras personas, dependencia económica (los viejos padres pasan a depender de los apoyos de los hijos no corresidentes) y aislamiento social. El hogar, finalmente, desaparece cuando alguno de los miembros envejecidos muere. Entonces, es común que quien sobrevive – usualmente la mujer del núcleo conyugal– pase a formar parte del grupo doméstico de uno de los hijos dando lugar a la “fase de reemplazo” (Fortes dixit) en la que el hogar de los hijos sustituye la estructura de la familia paterna (González de la Rocha, 1994: 25, 85; 1986: 21, 71). Entre las estrategias de sobrevivencia propias de la fase de dispersión del ciclo doméstico está la extensión de la estructura2 del hogar a través de la adopción de un niño por parte del núcleo familiar envejecido. En el 2

La estructura doméstica de los hogares puede ser nuclear, extensa o compuesta. Por estructura nuclear se hace referencia a los grupos domésticos formados por uno o los dos miembros del núcleo conyugal y/o sus hijos solteros. Hogar extenso alude a los que están conformados como el nuclear más la presencia de otro pariente La estructura compuesta, por su parte, incluye además a otro miembro que no guarda relación de parentesco.

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corto plazo, esta adopción puede implicar un desequilibrio aún mayor de la situación económica, pues el niño es un consumidor que no aportará recursos. Sin embargo, si la incorporación del nuevo miembro ocurre en las fases “iniciales” del momento de dispersión del ciclo doméstico, ésta puede significar también una estrategia de largo plazo que garantice la existencia de un trabajador en un momento ulterior de la vida del hogar, cuando los abuelos carezcan de posibilidad para trabajar regularmente y generar recursos suficientes para el sostenimiento económico de la familia (González de la Rocha, 1994: 27). En las evaluaciones cualitativas realizadas en 2004 y 2005 se encontró una variación de dicho arreglo doméstico entre los hogares beneficiarios del Programa Oportunidades: la constitución de familias compuestas por abuelos y por nietos dando lugar a estructuras domésticas extensas con personas pertenecientes a dos generaciones: la de los abuelos y la de los nietos.3 A este tipo de hogares se les denominó “hogares dona” por la ausencia de la generación intermedia (ver Escobar y González de la Rocha, 2004: 42-46). Se enfatizó la importancia de este arreglo doméstico porque facilitaba la emigración laboral de la generación intermedia, la de los hijos en edad de trabajar, quienes encontraban dificultades para emplearse en sus localidades de origen. Además, se resaltó el papel crucial que desempeñaban las abuelas al facilitar el proceso de emigración de los hijos mientras ellas se hacían cargo de los nietos y fungían como responsables de su proceso de socialización. Es decir, a pesar de que estas mujeres-abuelas ya habían formado y –prácticamente– disuelto a su propia familia, aún continuaban desempeñando tareas propias del campo de la reproducción social. 3

A lo largo de este documento se hace referencia a personas pertenecientes a tres generaciones de miembros que forman los “hogares dona”: la más envejecida, la intermedia en edad de trabajar y la de los más jóvenes. Para simplificar la mención de cada una de estas generaciones, e intentando claridad en la exposición, los miembros pertenecientes a la primera generación serán denominados como abuelos, los segundos como hijos y los últimos como nietos. Así, por ejemplo, en cada ocasión en que se mencione a los hijos se estará aludiendo a la generación intermedia.

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Asimismo, se subrayó que los “hogares dona” eran particularmente propensos a la acumulación de desventajas porque reunían en un mismo grupo doméstico a miembros muy jóvenes que no trabajaban y ocasionaban gastos educativos con adultos mayores que probablemente padecían enfermedades crónico degenerativas, tenían dificultad creciente para trabajar y obtener ingresos propios. Esto se traducía en dependencia del nivel de bienestar de la continuidad y cantidad de remesas enviadas por la generación intermedia (Escobar y González de la Rocha, 2004, 2005a, 2005b; Montes de Oca, 2003). Por otra parte, uno de los factores que distinguen y determinan el momento más avanzado de la fase de dispersión del ciclo doméstico es la vejez, condición que en sí misma constituye un escenario de vulnerabilidad (Escobar, González de la Rocha y Cortés, 2005). La vejez se caracteriza por una variedad de situaciones que no deben ni pueden circunscribirse a rangos de edad. Por ello conviene entenderla no sólo desde una perspectiva demográfica (población mayor de 60 años de edad), sino desde el punto de vista familiar y del ciclo doméstico. Desde esta perspectiva, además de los rasgos descritos sobre la fase de dispersión, se entiende por vejez el momento de la vida de las personas caracterizado por el “abuelaje” y el surgimiento de una tercera generación –los nietos (Leñero, 1998). En general, los hogares envejecidos o conformados principalmente por viejos tienden a ser caracterizados como cada vez más dependientes. Suele argumentarse que conforme las personas envejecen dejan de ser productivas, carecen de ingresos propios y propenden a sufrir enfermedades crónico degenerativas, algunas de las cuales restan capacidades, deterioran el estado funcional de las personas y exigen que sean cuidadas por otros (Solís, 2001). Hay quienes agregan que la vejez, en sí misma, provoca la pérdida de prestigio sociofamiliar y empobrece (Leñero, 1998). Sin embargo, en México la mayoría de los viejos fungen como jefes de hogar; sea que vivan solos, con su pareja, con hijos solteros o con hijos unidos y la familia de éstos. Además, dos de cada tres hombres de 60 años o

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más realizan actividades productivas regulares (Solís, 2001: 845, 860). Esto en sí mismo indica una situación más compleja, pues subraya que, en buena medida, y aunque puedan recibir transferencias familiares o institucionales, los adultos mayores conservan la capacidad para movilizar recursos propios y un margen importante de autonomía.

OBJETIVOS, HIPÓTESIS Y ESTRATEGIA METODOLÓGICA Los objetivos de este apartado son (a) examinar el “portafolio” de recursos de los “hogares dona” para avanzar en la tarea de establecer los elementos que inciden negativa y positivamente en su vulnerabilidad; y (b) analizar la capacidad de hogares envejecidos para movilizar recursos y responder a situaciones de crisis originadas en el deterioro de su salud. Es necesario averiguar cuáles son los factores que inciden en la acumulación de ventajasdesventajas de estos tipos particulares de composición doméstica. De manera específica, se pretende distinguir las situaciones que favorecen procesos de mejoramiento significativo del bienestar de los miembros de los hogares de aquéllas que sólo les permiten la realización de prácticas cotidianas de sobrevivencia. Deslindarlas aportará elementos para conocer los factores asociados a Oportunidades que conducen a mejoras reales y, por otra parte, los escenarios domésticos que, en el momento de incorporación al Programa, aumentan o disminuyen su grado de impacto. En principio, se espera encontrar cierta propensión de los “hogares dona” y envejecidos a la vulnerabilidad. En el caso de los primeros porque en ellos estarían aglutinadas las desventajas características de los hogares viejos que transitan por fases “avanzadas” del momento de dispersión del ciclo doméstico y las propias de hogares jóvenes que se encuentran en el momento de expansión: un solo generador de ingresos, niños que no trabajan, pero sí consumen recursos (Escobar, González de la Rocha y Cortés, 2005). Asimismo, cabría esperar un aprovechamiento modesto de la ayuda entregada

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por Oportunidades. Dada la edad de los miembros, se presumiría que estos hogares recibirían sólo la transferencia por concepto de alimentación, pues los nietos aún serían muy jóvenes y no elegibles para recibir becas; además, algunos componentes del Programa no serían utilizados en absoluto (complementos alimenticios para mujeres embarazadas o en lactancia) y otros apenas (capacitación para la salud).4 De esta manera, se supondría, la ayuda entregada por Oportunidades se destinaría principalmente a procesos de sobrevivencia tales como adquisición de alimentos y no a procesos de mejoramiento significativo de las condiciones de vida tales como mejoras en la vivienda, acumulación de activos productivos o creación de pequeños negocios. En el caso de los hogares envejecidos se esperaría encontrar una alta propensión a la vulnerabilidad porque se encontrarían conformados principal o únicamente por adultos mayores, cuyo estado funcional estaría deteriorado como consecuencia del padecimiento de enfermedades crónico degenerativas o accidentes. Se supondría que estos hogares no explotan al máximo el apoyo de Oportunidades y destinan los recursos entregados por el Programa sólo a procesos de sobrevivencia porque, además de las razones expuestas respecto a los “hogares dona”, utilizarían una parte significativa de la transferencia monetaria en la adquisición de medicamentos no disponibles en las clínicas (por desabasto) o no existentes en el cuadro básico de las unidades públicas de salud. Para realizar el análisis, se consideró detalladamente cada uno de los estudios de caso de “hogares dona” disponibles en la base de datos de las evaluaciones cualitativas hechas a Oportunidades por Escobar y González

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En el transcurso de las evaluaciones, mujeres beneficiarias adultas mayores han referido –jocosamente– a los investigadores de campo que prefieren no asistir a las pláticas de capacitación para la salud porque exponen temas que ya no les “tocan”; relatan, por ejemplo, que cuando temas de salud reproductiva son abordados “se les antoja” y ellas “ya no pueden”. Adicionalmente, debido a su edad, en muchas ocasiones personal de las unidades de salud las exime de asistir.

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de la Rocha entre los años 2002 y 2005, inspeccionando cada uno de sus recursos-activos. La selección de los hogares envejecidos examinados se hizo a partir de la revisión de los 42 estudios de caso de hogares en la fase de dispersión del ciclo doméstico disponibles en dicha base de datos, eligiendo únicamente aquellos que ilustraban el argumento expuesto. Sólo fueron considerados estudios de caso de hogar de las evaluaciones cualitativas hechas entre 2002 y 2005 por ser aquellos elaborados desde la perspectiva analítica de la vulnerabilidad.5 El enfoque teórico de la vulnerabilidad –como lo refiere Mercedes González de la Rocha en este mismo volumen y fue antes expuesto en las evaluaciones de los años indicados– se refiere al estado cambiante del bienestar de los hogares en un contexto en permanente proceso de transformaciones, donde los grupos domésticos emplean sus recursos a través de diferentes estrategias para transformarlos en activos y responder así a los cambios del entorno (sean estos económicos, políticos, ecológicos o de otra naturaleza) o de la estructura de oportunidades (conformada por el mercado, el Estado y la sociedad). El artículo está dividido en cuatro aparatados. En el primero de ellos se caracteriza de manera muy general el contexto en el que residen los hogares, se presenta sólo la información indispensable para entender el papel que juega el entorno local en el nivel de bienestar de los hogares analizados. En el segundo apartado se presentan los resultados del análisis de los recursos y activos de los “hogares dona”, refiriendo sólo los concernientes al examen de la composición de los hogares, y los recursos (a) trabajo de sus miembros y estructura laboral 5

Las evaluaciones realizadas hasta el año 2002 ponían gran énfasis en el estudio de cómo funcionaba el Programa, la organización a nivel comunitario y la interacción de diversas unidades sociales (como el municipio) con el Programa. Los informes de estas evaluaciones son ricos en datos concernientes a la incorporación de familias al padrón de beneficiarios, a la calidad y disponibilidad de servicios públicos, así como a la organización económica y social de las comunidades; sin embargo, la información sobre las unidades domésticas no posee el mismo detalle y no está presentada uniformemente, desde una misma posición teórica. A partir de la evaluación de 2002, las evaluaciones incluyen –además de los aspectos mencionados- extensos estudios de caso de hogares, elaborados a partir del enfoque de la vulnerabilidad.

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de los hogares, (b) estructura de ingresos, (c) tierra y vivienda, (d) salud6 y (e) relaciones extra-domésticas. Estos recursos fueron elegidos por haber sido –como se verá a lo largo del texto– los que incidieron sustancialmente en los procesos de mejoramiento o deterioro de las condiciones de vida de los hogares analizados, sobre todo en el periodo en el que ha operado Oportunidades. En el tercer apartado se exponen los resultados del análisis de los hogares envejecidos, presentándolos de acuerdo al tipo de respuesta que instrumentan ante crisis originadas en problemas de salud. El primer subapartado corresponde a la movilización de recursos a través de las redes sociales de intercambio informal y el segundo a la modificación de la estructura doméstica para recibir y de esta manera ayudar a un familiar discapacitado que pasa por un momento de crisis. El último apartado corresponde a los comentarios finales; en estos se hace una recapitulación reflexiva de los puntos expuestos a lo largo del capítulo. 6

Cabe recordar que examinar el estado que guarda el recurso salud entre los miembros de los hogares en la fase de dispersión del ciclo doméstico, y particularmente los “dona”, es importante por el matiz específico que éste adquiere conforme las personas envejecen. Como es bien sabido, el país se encuentra en un momento de las transiciones demográfica y epidemiológica en el cual las enfermedades infecciosas han disminuido como primera causa de muerte para dar pie al predominio de las enfermedades crónico degenerativas. Entre estas las más comunes son la diabetes mellitus, la dislipidemia y la hipertensión arterial; todas tienen como causa la obesidad, situación que afecta a la mitad de la población mexicana. Y, aunque no son las únicas, estas son las enfermedades que predominan entre la población mayor a los 60 años de edad (su gestación, sin embargo, comenzó desde al menos dos décadas antes). Entre otras características, estas enfermedades se distinguen por el paulatino pero constante deterioro que causan en el estado funcional de las personas, provocándoles creciente dificultad para realizar actividades (tanto productivas como domésticas) antes cotidianas. Pero por otro lado, también son causa de crisis inesperadas que exigen atención médica inmediata y pueden traducirse en desequilibrio de la economía doméstica. Así, la salud es un factor que puede incidir negativamente en el nivel de vulnerabilidad de los hogares sobre todo porque obstaculiza la capacidad de las personas para valerse por sí mismas. En el caso de los hogares rurales pobres tanto porque su capacidad para trabajar (uno de sus principales recursos para sobrevivir y enfrentarse a situaciones adversas de acuerdo con González de la Rocha, 1986; 2000; Moser, 1996; 1998; y Zaffaroni, 1999) y conseguir ingresos propios se ve obstaculizada como porque su capacidad de reacción ante gastos inesperados, como los causados por las crisis mencionadas, es limitada, provocando en ocasiones el endeudamiento o la pérdida de los pocos recursos productivos del hogar (Escobar y González de la Rocha, 2001; 2002).

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A continuación se presenta la síntesis del análisis de los recursos de los “hogares dona” y envejecidos, realizado para determinar su situación de vulnerabilidad y los factores que han llevado a procesos de reducción o aumento de la misma.

ENTORNO SOCIOECONÓMICO Los hogares analizados en el capítulo residen en localidades rurales de los estados de Coahuila, Guerrero, Oaxaca, San Luis Potosí, Veracruz y Zacatecas. Entre todas las localidades la de San Luis Potosí destaca por ser la más pobre y marginada; es la que ofrece menos posibilidades para emplearse y remuneraciones al trabajo más bajas. Además, a pesar de que la mayoría de los entornos son indígenas, dicha comunidad es la única donde hay miembros que hablan una lengua indígena: el tének. Por el contrario, la comunidad más próspera es la de Coahuila. Ésta se distingue por encontrarse en la región conocida como La Laguna, zona de pujante actividad económica que ofrece una diversidad de empleos bien remunerados y con prestaciones en todos los sectores. Al ser zonas productoras de cultivos valorados socialmente (algodón y caña) y de productores organizados, también destacan las historias regionales de la localidad de Coahuila y una de Oaxaca. A lo largo de las últimas décadas, ambas han recibido atención especial por parte del Estado. Muestra de ello es el acceso diferenciado a la seguridad social por parte de los ejidatarios de estos lugares.7 Sin embargo, su situación económica actual no es la mejor. En palabras de un peón de Oaxaca: “ésta es una zona cañera y lo fuerte de nosotros es la 7

Entre 1973 y 1975 el gobierno federal decretó el acceso al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) de una serie de grupos de trabajadores no formales, predominantemente rurales, a los que consideró como prioritarios. Entre ellos estaban los ejidatarios algodoneros de La Laguna, los cañeros de diferentes regiones del país, productores de tabaco de Nayarit, así como ejidatarios, comuneros, colonos y pequeños propietarios del Plan de la Chontalpa en Tabasco, entre otros (ver Valencia y Aguirre, 1998: 46; Ordóñez, 2002: 101).

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caña, pero al cañero lo están masacrando a diestra y siniestra. Le pagan una migaja y de esa migaja todavía a nosotros nos dan otra migaja que es el salario”. Algo similar sucede en Coahuila, donde además hay fuertes dificultades para acceder a agua suficiente que permita cultivar adecuadamente; un ejidatario refirió que, si bien la situación aún es decorosa, ya no hay la misma bonanza de la época algodonera: “no como en aquellos años en los que había tanta agua y se regaban parcelas enteras. ‘Ora nomás alcanza para una hectárea, si acaso”. Si bien la situación agropecuaria en la mayoría de las localidades no es la peor, se caracteriza por una disminución paulatina y constante de las condiciones de producción y de los rendimientos; por eso algunos productores se quejaban de la siguiente manera: “no hay precio, ¡uta! está bajo” y “a veces como sí se trabaja uno y no se da, por eso se está pobre aquí, no se da milpa”. Sorprende menos, pero también es menester resaltar que en la mayoría de las localidades existe un denso flujo migratorio. En los estados del norte del país es menor y tiene como destino predominante zonas metropolitanas nacionales, en los estados del centro-occidente y sur es mayor y la dirección es preponderantemente Estados Unidos además de los destinos nacionales.

RECURSOS Y ACTIVOS DE LOS HOGARES “DONA” En este aparatado se examina la composición doméstica y los recursos trabajo, ingresos, tierra y vivienda, salud y relaciones extra-domésticas de los “hogares dona”. El objetivo es exponer la dinámica interna de funcionamiento así como la interrelación de los elementos de cada uno de los recursos. Esto permitirá concluir sobre las fortalezas y los factores de vulnerabilidad de estos hogares y la relación que guardan con el programa Oportunidades. Oportunidades. Del conjunto de alrededor de 250 estudios de caso de hogar elaborados en las Evaluaciones Cualitativas de impacto del Programa Oportunidades,

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sólo ocho de ellos corresponden a los denominados “hogares dona”. Se podría decir que, para la elaboración de este texto, no hubo proceso de selección de los mismos, pues en virtud de su reducido número se eligieron todos. Los estudios de caso fueron hechos en las estancias de trabajo de campo correspondientes a las evaluaciones realizadas en 2004 y 2005; dos corresponden a la primera y seis a la segunda.8 La evaluación de 2004 se llevó a cabo en localidades rurales donde el Programa incorporó a hogares pobres en sus primeros meses de funcionamiento; la evaluación de 2005 se realizó en localidades tanto rurales como urbanas, pero también se enfocó en unidades domésticas elegidas como beneficiarias en las primeras rondas de incorporación. Por esta razón, todos los “hogares dona” forman parte del grupo de unidades domésticas con más años de exposición a Oportunidades, siendo todas ellas beneficiarias desde las primeras rondas de incorporación de localidades. Esto es un elemento clave para el análisis que debería permitir observar claramente el impacto del Programa en las familias estudiadas. El concepto por el cual la mayoría de estos hogares recibieron transferencias monetarias fue alimentación, ya que estos grupos domésticos nunca contaron con miembros que cursaran algún grado escolar dentro del rango establecido –de tercero de primaria a tercero de secundaria hasta el ciclo escolar 2000-2001, a partir del siguiente hasta el tercer año de bachillerato. Sólo dos de ellos recibieron becas para alumnos cursando la primaria y la secundaria; ninguno la percibió por beca para bachillerato, aunque aún hay un hogar en el que esto podría suceder en el futuro. Cuatro de los grupos domésticos fueron calificados por Oportunidades

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Los dos primeros y uno de los segundos fueron elaborados por quien esto escribe, dos de los últimos fueron hechos por Alejandro Agudo Sanchíz, otro por Paloma Paredes Buñuelos, uno más por Nadia Santillanes Allande y el último por Alice Wilson.

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como hogares que habían mejorado su nivel de vida significativamente y por ello fueron transitados al Esquema Diferenciado de Apoyos (EDA)9 en 2003; esto significó que dejaran de recibir transferencias monetarias. Dos de estos grupos domésticos, al no encontrar sentido a seguir cumpliendo con sus corresponsabilidades sin recibir –desde su punto de vista– nada a cambio, causaron baja al siguiente año por dicha razón. De esta manera, el número de años de exposición a Oportunidades de los “hogares dona” considerados no es el mismo para todos. Cuatro de ellos tienen siete años de exposición al Programa; es decir, desde que fueron incorporados y hasta el momento de la estancia de trabajo de campo. Dos hogares, los que transitaron al EDA y siguieron cumpliendo con sus corresponsabilidades, se puede decir que tuvieron cinco años de exposición; y otro par, los que transitaron al EDA pero dejaron de cumplir con sus corresponsabilidades causando baja, solamente cuatro años. Composición doméstica. El grupo de hogares examinados en este apartado tienen como característica común su composición doméstica. Se distinguen por contar con miembros pertenecientes a dos generaciones no continuas: la de los abuelos y la de los nietos. Por ello, por la ausencia de la generación intermedia, la de los hijos-padres, en la literatura especializada han sido denominados hogares de “generaciones saltadas” (Montes de Oca, 2003) o bien como “hogares dona” (Escobar y González de la Rocha, 2004, 2005a, 2005b). En las evaluaciones cualitativas realizadas a Oportunidades en 2004 y 2005 se resaltó que la conformación de estas unidades domésticas se debía 9

Es preciso recordar que el EDA consiste en una modalidad reducida de apoyos. Las familias que se encuentran en este esquema no reciben los montos de la transferencia monetaria correspondientes a alimentación y a las becas de primaria, aun cuando existan miembros cursándola. En caso de existir jóvenes asistiendo a la secundaria o al bachillerato el hogar recibe la transferencia correspondiente a ese concepto (el apoyo en salud se mantiene). En cualquiera de estas circunstancias deben seguir cumpliendo con todas las corresponsabilidades.

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a la emigración de la generación intermedia y que en estos hogares las abuelas desempeñaban un papel “crucial en el cuidado y socialización de una nueva generación de niños, [la de] los hijos de migrantes nacionales e internacionales” (Escobar y González de la Rocha, 2004: 11). Los hogares aquí analizados se caracterizan por ser predominantemente de jefatura femenina monoparental (en el único grupo doméstico en el que están presentes ambos cónyuges, la jefatura económica es femenina)10 y el encontrarse en un momento avanzado de la fase de dispersión del ciclo doméstico. La abuelas asumen la jefatura por diversas causas –separación consensuada, abandono del jefe varón o viudez–, pero en su mayoría relacionadas principalmente con la ausencia física del cónyuge. Elena, mujer beneficiaria de Oportunidades y residente en el municipio de San Antonio en San Luis Potosí; y Juana, oriunda de Cuajinicuilapa, Guerrero y que causó baja, se encuentran en la primera situación. Una vez que todos sus hijos abandonaron el hogar paterno –para formar el propio o por emigración laboral–, Elena decidió hacer una solicitud formal a las autoridades comunitarias para separarse de Hilario, su cónyuge. Estos accedieron bajo el acuerdo de que Hilario conservaría la vivienda en la que residían así como los derechos sobre la tierra por ser él el poseedor del status de comunero y ella tendría que mudarse a una casa prestada sin más que sus efectos personales. El “clima familiar” previo era malo, pues

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El jefe económico de un hogar es aquel que funge como proveedor económico principal; es decir, quien obtiene los recursos principales del grupo doméstico. Se distingue del jefe declarado, pues éste es la persona identificada como tal por el mismo hogar y puede ocurrir que no sea quien aporte más. En su análisis sobre los hogares beneficiarios de Oportunidades con jefatura femenina, contenido en este mismo volumen, Alejandro Castañeda Valdez expone las características distintivas de la jefatura femenina económica vis a vis la jefatura declarada y la jefatura masculina. Ver también García, Muñoz y Oliveira, 1989: 169.

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Hilario era alcohólico, no siempre cumplía con sus papel de proveedor y ocasionalmente la agredía físicamente.11 Esto ocurrió alrededor de 1998, algunos meses después de que Elena había sido elegida para recibir el apoyo de Oportunidades. Juana, por su parte, se separó en los hechos de José desde hace casi 20 años. Éste es el tiempo que llevan sin hablarse y viviendo en casas separadas, aunque edificadas en el mismo solar. Como en el caso anterior, la causa principal que motivó la separación fue el alcoholismo del jefe de familia, vicio que provocó situaciones de violencia y de pérdida de capital productivo del hogar acumulado con años de trabajo (José vendió al menos tres decenas de cabeza de ganado bovino para costear su alcoholismo). Es importante resaltar que en los casos tanto de Elena como de Juana fueron ellas mismas quienes decidieron separarse deliberadamente de sus cónyuges y asumir la jefatura de un nuevo hogar; para ellas esto significó un mayor control de recursos, pero sobre todo la tranquilidad de una familia sin conflictos reiterados. Al tomar la decisión de separarse de su pareja, ¿fue importante para Elena contar con un ingreso seguro y regular, como era la transferencia de Oportunidades? Es difícil responder en un sentido u otro, lo cierto es que en los hechos, en el tiempo posterior a la separación, este ingreso fue importante para su consumo doméstico, pues le permitió adquirir alimentos básicos mínimos e indispensables. Gudelia, mujer beneficiaria residente en Jamiltepec en Oaxaca; y Cirila, beneficiaria residente en Acatlán de Pérez Figueroa en Oaxaca, fueron abandonadas por sus parejas. En el caso de la primera esto sucedió hace más de 20 años y, desde entonces, precisó conseguir los recursos necesarios para criar sola a tres hijos pequeños. El caso de Cirila es ligeramente distinto, pues ella fue abandonada por su segundo cónyuge; para entonces, ya había 11

Con su español entrecortado, Elena –beneficiaria-, refirió la situación de esta manera: “yo dándole de comer y no te contesta nada y ya no quiere que esté adentro [de la casa], entonces cayó gordo, ¡pinche viejo!, y luego entonces yo lo dejé. Porque se pega mucho mis niños, mis niñas. Cuando uno iba a trabajar: ‘ahí tengo mucho coraje’, y por eso pegaba. Tenemos actas donde dice, dice que quiere divorciar pero no podemos porque no tenemos dinero”.

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heredado de su primera pareja derechos ejidales y los activos necesarios para cultivar la tierra que supo administrar adecuadamente para construir un capital productivo que desde entonces le permite vivir dignamente. El abandono de las parejas de Gudelia y Cirila fue un evento inesperado al que ambas reaccionaron con trabajo y echando mano de todos los recursos a su disposición; esto les permitió conservar y eventualmente mejorar sus niveles de vida. Petra, mujer residente en Francisco I. Madero en Coahuila y transitada al EDA en 2003; la misma Cirila; Elia, proveniente de Cuajinicuilapa, Guerrero y con status Oportunidades de beneficiaria bajo el EDA; así como Benita, oriunda de Minatitlán, Veracruz y también en el EDA, están en la tercera situación: son viudas. El esposo de la primera fue asesinado hace 40 años, meses después de que nació su hijo más pequeño. Petra heredó la condición de ejidataria y ella misma se dedicó a trabajar la tierra para sostener económicamente su propio hogar. No se volvió a unir porque su actividad laboral no se lo permitía; “uno trabajando no es igual a estar ahí en su casa”. Mientras ella salía a sembrar y cultivar o a laborar en el servicio doméstico, las hijas más grandes, poco menos que adolescentes, se hacían cargo de los más pequeños. Por su parte, el primer cónyuge de Cirila, así como los esposos de Elia y Benita fallecieron por condiciones indeterminadas; lo cierto es que son viudas “desde hace miles de años”. Como en el caso de Petra, Cirila y Elia heredaron tierra cultivable así como los medios para trabajarla y poder sostenerse ellas mismas. A diferencia de Petra y Elia, Cirila sí se volvió a unir, aunque con el desenlace mencionado. Gozos, mujer residente en Jamiltepec, Oaxaca y beneficiaria, se encuentra en una situación distinta. Ella asumió la jefatura económica de su hogar desde hace más de treinta años debido a que Emilio, su pareja, quedó incapacitado luego de sufrir un accidente: fue impactado por una bala perdida. Como consecuencia del percance, su brazo izquierdo quedó inmóvil y él imposibilitado para desempeñar con destreza cualquier tipo de trabajo manual; el accidente sucedió días después del nacimiento de uno de

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los hijos del matrimonio. A partir de entonces, frente a la necesidad de tener un ingreso que permitiera la subsistencia económica del hogar, Gozos tuvo que empezar a trabajar a cambio de un pago. El hogar no poseía activos productivos que pudiera utilizar y ella no tenía experiencia laboral, ni conocía un oficio, así que comenzó a trabajar en la actividad más sencilla –aunque no por ello menos pesada– que encontró: lavar ropa ajena en el río cercano a la localidad, la duración de sus jornadas era de al menos diez horas. Así pues, desde el momento en que fueron elegidas como beneficiarias por parte de Oportunidades, la mayoría de estas mujeres ya fungían como proveedoras principales, pues tomaban las decisiones respecto al consumo del hogar y eran las responsables declaradas de la familia. Eran, y son, abuelas-madres-jefas de familia. La segunda característica de los “hogares dona” en términos de su composición doméstica –el momento avanzado de la fase de dispersión del ciclo doméstico–, hace referencia a la etapa de vida del hogar en la que todos los hijos lo abandonaron (sea por emigración laboral, para estudiar en otra localidad o para conformar una familia propia) y a que la edad de los miembros del núcleo conyugal es mayor a los 60 años. Un atenuante aquí –dato que contradice y matiza lo esperado ex ante– es que la edad de tres de las jefas se encontraba en el presente etnográfico entre los cuarenta y cincuenta años; 12 esto es, aún no cruzaban el umbral demográfico correspondiente a la llamada “tercera edad”.13 Sin embargo, sí se encontraban en la posición y desempeñaban el rol de abuelas, característica “propia” de dicha “edad” (una de ellas, incluso, era ya bisabuela). 12

13

Al realizar la estancia de trabajo de campo Elena (1965) tenía 40 años de edad, Gudelia (1956) 50 años, Gozos (1952) 53 años, Cirila (1940) 65 años, Benita (1938) 67 años, Petra (1932) 71 años, Juana (1932) 73 años y Elia (1925) 80 años. Se asume esquemáticamente que la “primera edad” correspondería a la infancia y a la adolescencia, y transcurriría desde el nacimiento hasta los 16 años de edad; la “segunda edad” sería aquella de la adultez, es el periodo dedicado a la procreación, socialización de los hijos (o equivalente) y al mundo del trabajo y terminaría a los 60 años; la “tercera edad” sería el momento del retiro del mundo del trabajo, del “abuelaje” y finalizaría a los 85 años; la “cuarta edad” correspondería con la vejez, tal vez el “bisabuelaje” y concluiría al momento en que fallece la persona (Leñero, 1998: 42-43).

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De la misma manera, llama la atención que en el momento en el que se conforma el “hogar dona” la edad de la gran mayoría de los nietos es preescolar (hay una sola excepción). Es decir, que, entonces, los hogares de los hijos transitaban por la fase de expansión del ciclo doméstico, momento de particular fragilidad económica.14 Sin embargo, cabe resaltar que, en el presente, nietos de cinco de los grupos domésticos son ya adolescentes o adultos jóvenes y en tres de ellos estos ya desempeñan actividades productivas remuneradas constantes. De lo anterior se puede concluir que cuando las abuelas y los nietos conforman este tipo de hogar, a pesar de estar ya en la fase de dispersión del ciclo doméstico, las primeras aún no se encuentran en el momento crítico de dicha fase en el que generalmente ya se retiraron de la actividad productiva, tienen dificultad para conseguir recursos, sufren enfermedades crónicas y pierden capacidad para desempeñar actividades físicas. Por el contrario, a pesar de los contextos de pobreza y relativa marginación, aún pueden hacerse cargo de la crianza y sustento económico parcial de sus nietos: asumir de nuevo el rol reproductivo y productivo de generación de ingresos. Tal vez, o precisamente por ello, si se encontraran en un estado avanzado o en un momento crítico de la fase de dispersión no podrían recibir y hacerse cargo temporalmente de otros familiares. Llama la atención la rapidez con que transcurre el ciclo doméstico en contextos rurales, donde –en virtud de la precocidad de las uniones conyugales, del inicio de la vida reproductiva y la exigencia de aportar pronto a la economía familiar– los hogares llegan al momento de dispersión cuando el núcleo conyugal aún se encuentra, en términos estrictamente demográficos, en edad de trabajar o en la mencionada “segunda edad”. Ahora bien, respecto a la conformación de los “hogares dona” se encontró que ésta se presenta en las siguientes circunstancias familiares.15 14

15

Para una caracterización detallada de las dificultades de la fase de expansión del ciclo doméstico ver el capítulo de Paloma Villagómez Órnelas en este mismo volumen. Como se verá al ejemplificar con el caso de Elena, cada una de estas circunstancias familiares puede presentarse en más de una ocasión en el mismo grupo doméstico.

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En la primera de ellas, al disolverse el matrimonio de una de las hijas, ésta regresa al hogar materno con sus hijos (los nietos de la jefa), formando temporalmente un hogar extenso con miembros pertenecientes a tres generaciones. En esta configuración doméstica la hija es auxiliada por la abuela, quien le facilita recursos (no necesariamente monetarios, como se verá adelante) para que no descuide la atención a los nietos. Además, constituye un espacio–tiempo de resguardo útil para que la hija pueda retomar ánimo y reorganizar su vida. Con el tiempo, la hija encuentra una nueva pareja, vuelve a unirse, pero deja a los nietos a cargo de la abuela; sea porque los rechaza el nuevo cónyuge, porque la hija teme que lo haga o para protegerlos de un posible maltrato que supone podrían llegar a recibir de éste. No se deslinda de su responsabilidad económica y sigue aportando para su consumo cotidiano. Una vez consolidada la nueva unión ocurren dos situaciones: que la hija abandone definitivamente a los nietos y disminuya tanto la frecuencia como los montos de la aportación para su manutención, o bien que –sin dejar de contribuir a la economía doméstica de la abuela–, los deje por un tiempo mientras el nuevo hogar se consolida definitivamente y ella se siente segura de que no habrá un nuevo rompimiento.16 En esta situación se encuentran los hogares de Elena, el más pobre entre los examinados, y el de Petra. El grupo doméstico de Elena tomó la configuración de “hogar dona” en dos ocasiones en el periodo 1999 – 2004, la primera de ellas corresponde con la circunstancia enunciada. En 1999, Ema –hija– regresó al hogar materno luego de haber terminado su primera unión conyugal. Venía de residir en la localidad de origen de su ex pareja y tenía unos meses de haber dado a luz a Marcos (nieto de Elena). Para acogerla, no importó la precariedad de la vivienda de Elena, quien se acababa de separar de su esposo y residía en una 16

Esta estrategia de extensión temporal de la estructura del hogar para ayudar a hijas, y en la que se podría señalar que su jefatura es subsumida o escondida para evitar tanto sanciones sociales como asumir la jefatura económica de su grupo doméstico, podría corresponder a la que Moser (1996: 19, 51) denominó de “monogamia serial” (“serial monogamy”). De acuerdo con esta idea, las mujeres evitan ser jefas de familia a toda costa, al menos que sean económicamente independientes.

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modesta casa prestada consistente en un pequeño cuarto, mal equipado, que carecía de servicios públicos y estaba edificada con otates y hoja de palma. Con la incorporación de estos nuevos miembros la estructura del hogar de la abuela pasó de ser unipersonal a extensa con miembros pertenecientes a tres generaciones; esta configuración perduró hasta abril de 2004, cuando Ema se unió por segunda ocasión. Entonces se fue a vivir a la comunidad en la que residía su nuevo cónyuge, pero dejó a Marcos al cuidado de Elena. Lo hizo así porque antes de integrarlo a la familia recién creada quería conocer cómo sería la dinámica doméstica y el trato de su nueva pareja en un contexto distinto al de novios, temía que éste no aceptara a Marcos o lo tratara mal. Es este el momento en el que el grupo doméstico de Elena pasó a tener por primera ocasión en el periodo 1997-2004 la estructura de “hogar dona”. Empero, un par de meses después, y una vez que Ema se cercioró de la solidez de su unión, ésta regresó con su madre para llevarse definitivamente a Marcos a vivir con ella. En la segunda circunstancia que da pie a la conformación de los “hogares dona”, los hijos emigran por motivos laborales dejando a los nietos al cuidado de las abuelas; si la hija que emigra es mujer lo hace preferentemente a un destino nacional, si es hombre sobre todo a Estados Unidos. Esta situación puede presentarse a su vez de dos formas: en la primera, cercana en sus causas a la circunstancia anterior, la hija finaliza intempestivamente su novel unión quedando como responsable única de hijos pequeños y sin desempeñar en ese momento actividad remunerada alguna, por ello precisa comenzar a hacerlo y decide emigrar a un destino nacional para emplearse –típicamente– como servidora doméstica. En la segunda forma, la más común, el hijo varón encuentra obstáculos domésticos y económicos: es el único proveedor para una familia en expansión y sus opciones locales para generar ingresos son mínimas o nulas; por ello, decide emigrar a Estados Unidos, aprovechando la ayuda y experiencia familiar acumulada, en busca de mejores ingresos. En esta circunstancia se encuentran los grupos domésticos de Elena, Juana, Gudelia y Cirila.

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Esta situación fue la que dio pie a la segunda conformación como “hogar dona” de la unidad doméstica de Elena. Un par de meses después de que Marcos regresó a vivir con su madre, otra de las hijas –Victoria– dejó a Juan y Lizbeth, dos de sus tres hijos, a cargo de Elena. Como su hermana Ema, Victoria terminó repentinamente su unión conyugal; pero, a diferencia de ella con tres hijos: dos en edad preescolar y una en edad escolar. Con el objetivo de ser económicamente autosuficiente sin su pareja varón, Victoria decidió emplearse. Para hacerlo preguntó entre sus conocidas y amigas por la posibilidad de contratarse como servidora doméstica en Monterrey, ciudad donde una gran cantidad de mujeres de San Antonio vivían y trabajaban. Después de esperar algunas semanas a que una de estas le avisara que le había conseguido un lugar, acordó mudarse a vivir en casa de sus nuevos patrones acompañada de sólo uno de sus hijos. De tal forma que, de camino a Monterrey, pasó a su comunidad de origen para dejar a Juan y a Lizbeth bajo el cuidado de su abuela. Al momento en que se realizó la estancia de trabajo de campo el hogar seguía siendo “dona”. Elena refería no tener idea de cuánto tiempo podrían pasar sus nietos viviendo con ella, pero aseguraba que, si seguían bajo su tutela cuando llegaran a cursar el tercer grado de primaria, los daría de alta como parte de su familia para que pudieran recibir la beca de Oportunidades. Juana, Gudelia y Cirila comparten otra situación: uno de sus hijos varones emigró a Estados Unidos para trabajar, lo hizo acompañado de su cónyuge y dejando a los nietos bajo el cuidado de la abuela paterna. Con los años, el hijo y la nuera lograron establecerse en términos económicos en aquel país, pero no afectivos. De tal suerte que, en los casos de Juana y Cirila, las uniones terminan disolviéndose. La nuera regresó a su comunidad de origen para residir con sus padres, pero el nieto no se fue a vivir con ella, por gusto de éste, interés de la abuela y conformidad de la nuera continuó formando parte del “hogar dona”. Los eventos que dan pie a la conformación de las tres unidades domésticas restantes se presentan en circunstancias diferentes a las del resto de los grupos

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domésticos. En el caso de Elia, se presenta por emigración internacional de su hija Delfina, quien se va al “norte” para reunirse con su cónyuge, sujeto que había emigrado diez años antes por motivos laborales. Al dejar su comunidad, Delfina no llevó consigo al último de sus hijos corresidentes porque ya era adulto joven (19 años de edad) y se valía por sí mismo. Al cabo de un año, el muchacho se unió y otro año después tuvo a su primer hijo –bisnieto de la jefa de familia. Esto es, en este caso la conformación del “hogar dona” no corresponde a una estrategia en la que la abuela, la hija o el nieto busquen obtener alguna ventaja o ayudar a otro familiar que pase por circunstancias difíciles. Sin embargo, en los hechos, la nueva composición doméstica fue benéfica para la abuela, pues su estado funcional empeoró pronto y pasó a depender económicamente de la familia recién formada por su nieto. Así, cuando se realizó la estancia de trabajo de campo, la situación era más parecida a aquella en la que el hogar de la abuela es disuelto y ésta pasa a formar parte del de uno de los hijos, aunque, en este caso, del de uno de los nietos. El grupo doméstico de Benita tuvo la conformación de “hogar dona” por un periodo de tres años. En 2002, uno de sus nietos se mudó (en realidad fue enviado por sus padres) desde La Venta, Tabasco a residir a casa de su abuela, en un pueblo Minatitlán. Lo hizo con la intención de cuidarla y acompañarla, pues meses antes ésta sufrió una crisis de salud causada por dificultades graves con su hipertensión arterial. Al mudarse, el nieto tenía 15 años de edad, asistía a la secundaria y era becario de Oportunidades. En su nueva localidad, el nieto terminó la secundaria; hasta donde el estudio de caso permite entrever, el muchacho siguió siendo becario, pero quien recibía el dinero de la beca era su madre, en Tabasco. Suspendió su carrera escolar “porque la cabeza ya no le dio para más”; ayudaba a Benita en su trabajo de venta de alimentos e insumos domésticos en una modesta tienda de abarrotes. En 2005 el joven emigró a Sonora para trabajar en la pizca de uva, pero tan solo un mes después se mudó a Ciudad Juárez, Chihuahua con el objetivo de emplearse en una maquiladora.

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Por último, la unidad doméstica de Gozos está conformada por ella, su cónyuge y tres nietas. Cada una de éstas es hija de madre y padre distintos; se integraron al hogar de Gozos y fueron criadas por ella ante la necesidad de que alguien las cuidara. La nieta mayor es, en realidad, media hermana de Gozos: fue producto de una relación extra conyugal del padre de Gozos y cuando tenía nueve meses de edad fue abandonada por su madre biológica.17 Otra nieta también es hija concebida fuera del matrimonio, pero por uno de los hijos de Gozos; en este caso, su madre emigró a Guadalajara para trabajar y también abandonó a la niña cuando aún era una bebé. La nieta más pequeña fue criada por su abuela desde que nació, a pesar de que su madre biológica (hija de Gozos) residía en la comunidad y parece que no tenía dificultad económica ni afectiva alguna para criarla; también fue registrada como hija de Gozos. Esto es, los “hogares dona” se conforman principalmente por la emigración de los hijos e hijas, pero también por la necesidad de las hijas de reorganizar su vida afectiva y económica, luego de una unión fallida. Otras causas son la emigración de la hija de la generación intermedia para reunirse con su pareja, quien emigró años antes que ella; la crianza de nietos concebidos por otros parientes fuera del matrimonio; y la compañía proporcionada a las abuelas que sufren crisis de salud causadas por enfermedades crónico degenerativas. Como se observa, la conformación de este tipo de grupos domésticos responde básicamente –antes que a las necesidades de las mujeres de la generación más añosa– a los requerimientos económicos y afectivos de las hijas que disolvieron sus hogares y a los de los hijos que experimentan dificultades propias del momento de expansión del ciclo doméstico. Como se expondrá de forma más amplia en un apartado posterior, al momento de la conformación del “hogar dona” y hasta el presente la 17

De acuerdo con la narración de la investigadora: “cuando tenía nueve meses, su madre vino a la casa de Gozos, dejó caer a la niña al suelo allí y la abandonó”.

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mayoría de las abuelas contaban con recursos propios suficientes, sean estos provenientes de su trabajo, de pensiones, de transferencias de programas sociales distintos a Oportunidades o de remesas.18 En una situación como ésta, la nueva configuración de los hogares no representó una dificultad económica para las abuelas. Si bien sus circunstancias materiales no mejoraron sustancialmente, en ningún caso la nueva composición significó un empobrecimiento de facto. Por un lado, y dentro de lo que se puede decir en un escenario de pobreza, éstas se encontraban en una posición económica desahogada para cubrir sus propios gastos y los marginales que representaban los de sus nietos; pero, por otra parte, en la situación de los hijos que emigraron, estos enviaban remesas regularmente que ayudaban a cubrir los gastos que aquellos generaban. En los casos de Petra y Elia –aunque todo indicaba que esto ocurriría pronto también en los de Juana y Gozos– la situación mejoró en el largo plazo, pues conforme la abuela fue envejeciendo y los nietos creciendo, la primera disminuyó su “estado funcional” a la par que la capacidad productiva de los segundos creció. Es decir, a través de un mecanismo de reciprocidad intergeneracional diferido en el tiempo, al crecer y encontrarse en edad de trabajar, los nietos comenzaron a hacerlo y a retribuirle a su abuela en el momento en que ella dejó de encontrase en situación de participar en el mercado de trabajo y disminuyó su capacidad para generar recursos propios. Trabajo. En principio, podría suponerse que los “hogares dona”, al tender a conjuntar miembros fuera del rango llamado de “en edad para trabajar”, se caracterizaría por propiciar escenarios laborales desfavorables donde se conjugarían un muy bajo número de trabajadores (participación laboral

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Las excepciones son Elena y Gozos.

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baja),19 estructuras ocupacionales homogéneas20 y relaciones de dependencia elevadas;21 la fuerza de trabajo estaría empleada al máximo.22 Esto sería causado, probablemente, por la emigración laboral o educativa de los hijos, el abandono para conformar sus propios hogares y –en última instancia– al ciclo de vida normal del hogar de la jefa más la adición de un nieto por las causas descritas en el apartado anterior. Y, en efecto, al revisar la estructura laboral de estas unidades domésticas se encontró que tienden a contar con un solo trabajador del cual usualmente dependen una o dos personas; empero hay un hogar (Elia) del que de un trabajador dependen cuatro familiares y otro (Gozos) del que de dos dependen cinco. Usualmente, la abuela–jefa de hogar trabaja; pero en el par de familias en las que los nietos se encuentran en edad de hacerlo, estos también desempeñan alguna actividad de generación de ingresos y aportan a la economía doméstica. Ahora bien, en la mayoría de los casos, la persona que trabaja realiza más de una labor –una clara estrategia de diversificación e intensificación del uso de la fuerza de trabajo. Cuando es la jefa-abuela quien desempeña más de un trabajo, las realiza en el comercio informal; por ejemplo, entre semana Benita sirve comida corrida en el modesto comedor de 19

La participación laboral se refiere a la intensidad de la participación de los miembros de un hogar en el mercado de trabajo. Se clasifica como “baja” cuando sólo hay un miembro que trabaja o “alta”, cuando hay dos o más miembros que lo hacen (Escobar y González de la Rocha, 2001, y 2002a, 2002b).

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La estructura ocupacional se clasifica como “homogénea” cuando todos los trabajadores de un hogar obtienen sus ingresos de la misma fuente de ingresos y como “heterogénea” cuando las obtienen de distintas (Ibídem).

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El índice de dependencia aporta información sobre el vínculo existente entre el número de trabajadores y el de consumidores en un hogar. Mientras esté más cercano a la unidad, la dependencia y la vulnerabilidad (al menos en este aspecto) serán menores, pues se estará más próximo a contar con el mismo número de proveedores que de consumidores; por el contrario, mientras más cerca esté del cero, la dependencia y la vulnerabilidad serán mayores ya que habrá pocos proveedores para muchos consumidores. La relación entre el número de personas que desempeñan alguna actividad productiva y las personas en edad de trabajar (16 a 64 años de edad) permite conocer la intensidad con la que es utilizada la fuerza de trabajo en un grupo doméstico.

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su casa a los profesores de la escuela tele-secundaria, cada quince días vende dulces afuera de dicho plantel y además atiende diariamente una pequeña tienda de abarrotes. Cuando es el nieto quien realiza más de una actividad, combina tareas agrícolas con actividades de otro tipo; por ejemplo, Manuel, el nieto de Petra, se emplea en las mañanas en un establo y en las tardes y fines de semana va a trabajar en el campo de cultivo de familiares. Esto significa que las estructuras ocupacionales de los “hogares dona” tienden a ser heterogéneas; con participación laboral baja (aunque, como es natural, con propensión a cambiar conforme los nietos crecen) y con relaciones de dependencia poco favorables. Las estrategias de diversificación e intensificación, si bien realizadas por un solo miembro en cada grupo doméstico, no están asociadas a la incorporación del hogar a Oportunidades, pues comenzaron a realizarse desde antes que esto ocurriera. Es importante resaltar que estas estrategias son propias de situaciones de crisis y que en estos casos se pueden entender como reacción a la ausencia de fuerza de trabajo suficiente disponible y a los muy bajos salarios que se devengan a cambio de la venta de la fuerza de trabajo existente (González de la Rocha, 1986; 1994; 2000; Moser, 1996; 1998; Zaffaroni, 1999). En este sentido, también es relevante señalar que los nietos que son menores de edad no trabajan, ni en actividades productivas ni domésticas. Esto podría deberse simplemente a su corta edad (son muy pequeños para hacerlo). El impacto del Programa en este aspecto queda descartado porque la mayoría de los nietos en esta situación no son ni han sido becarios. Asimismo, cabe resaltar que todas las abuelas-jefas de familia comenzaron a trabajar regularmente cuando asumieron la jefatura de su hogar. En ese momento eran menores de 60 años de edad y no contaban con experiencia laboral significativa. El suyo fue el ingreso crucial para –primero– sostener a sus hijos pequeños y –ahora, en el presente– lo es para criar a sus nietos. Por otro lado, llama la atención que dos de estas mujeres –en virtud de la situación socio-histórica de sus regiones de residencia– tengan acceso a

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la seguridad social en su calidad de ejidatarias pensionadas. En estos grupos domésticos tanto la historia laboral como la interacción con la “estructura de oportunidades” son determinantes para establecer su actual nivel de bienestar. El resto de los empleos que desempeñan los miembros de estos hogares son informales y por cuenta propia, razón por la que carecen de prestaciones. Así pues, luego de la revisión del recurso trabajo entre los “hogares dona”, es posible establecer tres escenarios laborales. En el primero, la jefa del hogar no realiza ninguna actividad productiva porque está enferma, pero tiene ingresos adicionales provenientes de otras fuentes (pensión, modestas remesas nacionales, maíz y leche para autoconsumo) que permiten sostener un nivel de vida mínimo. Suma al nivel de bienestar que el nieto haya alcanzado la edad para trabajar en el transcurso del último lustro y lo haga relevando, podría decirse, la participación de la abuela. Así, la participación laboral tiende a ser baja, pero la estructura ocupacional heterogénea por la diversificación de actividades del nieto. En esta situación se encuentran Petra y Elia. En el segundo escenario laboral la jefa del “hogar dona” continúa realizando actividades productivas, desempeñándose como comerciante del mercado informal. La participación laboral es baja, pero –de nuevo– la estructura ocupacional tiende a ser heterogénea por la intensificación de horas trabajadas y la diversificación de actividades de la abuela. El ingreso que la jefa-abuela obtiene por su trabajo es y ha sido a través de los años el principal del hogar, sin él la existencia del grupo doméstico simplemente no habría sido y no sería posible en el presente.23 Curiosamente, en esta circunstancia se encuentran los hogares en mejor (Gudelia) y peor (Elena) situación en términos de nivel de bienestar. En el primer caso, podría decirse que –refiriéndonos exclusivamente al recurso trabajo– sí hay una escenario de mejoramiento de las condiciones de 23

“Mi tirada es seguir trabajando para seguirme manteniendo”, dijo Gudelia al explicar la razón de su continuada actividad productiva.

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vida relacionada con la ventana de oportunidades, pues la transferencia monetaria del Programa (aunque modesta, ya que sólo en un hogar se percibe por concepto de becas) aunada a la situación laboral y a otros ingresos como remesas incrementó la base segura de ingresos del hogar y posibilitó situaciones de aprovechamiento como acceso a crédito y mejoras sencillas en la vivienda. En el segundo caso, la transferencia de Oportunidades ayuda a los procesos de sobrevivencia pues no se suma a otros ingresos sustanciales. En esta situación se encuentran Elena, Juana, Benita y Gozos. El último escenario es el más próspero y con mejores perspectivas de bienestar. En este, si bien la jefa-abuela comenzó su vida productiva por necesidad, en el presente etnográfico ya sólo trabaja por gusto. A lo largo de los años acumuló una cantidad suficiente de activos asociados principalmente a la tierra ejidal y a la vivienda que le permiten vivir sin tener que trabajar regularmente, empero continúa haciéndolo para “sentirse bien”.24 Además, su estructura de ingresos es diversificada. La participación laboral también resulta baja y la estructura ocupacional heterogénea. El apoyo de Oportunidades suma; es decir, se aprovecha la ventana de oportunidades, pues la transferencia del Programa permite realizar mejoras en la vivienda y administrar deudas tanto para consumo de alimentos como de equipamiento de vivienda o mantenimiento de la parcela. En esta situación se encontraría Cirila. Ingresos monetarios. Un hogar en la fase avanzada de dispersión del ciclo doméstico podría fácilmente estar sujeto al desequilibrio económico por la ausencia de hijos 24

Cirila explicó lo siguiente: “mira, yo tengo mi pensión, todavía no soy una inútil, yo me siento con ganas de trabajar”. Además, refirió que sus hijos la regañaban por seguir trabajando: “dicen que estoy loca, que ya trabajé mucho y que me quede ya nomás aquí con lo que estoy, con lo de la pensión y con lo que me dan de Oportunidades, pero les digo ‘¡ay no!, a mi me gusta trabajar, yo no me quedo así nomás, yo me voy adelante, yo me siento bien’”. Una de sus hijas agregó que “más que nada se siente activa y productiva”. En este mismo sentido, Juana agregó lo siguiente: “debo yo de hacer algo, nomás que mis hijas me estén manteniendo ... digo, me da vergüenza para estar yo nomás arrecargada de que me manden”.

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adultos económicamente activos y la muy probable inactividad de los abuelos-jefes de familia. Se diría que el hogar estaría empobrecido a causa del envejecimiento. Sin embargo, en la situación encontrada en la mayoría de los “hogares dona” esto no tiende a ocurrir. Pues si bien en estos grupos domésticos propende a laborar sólo un miembro, típicamente la abuela-jefa, sus fuentes de ingresos monetarios están diversificadas. En específico, sus ingresos provienen fundamentalmente de remuneraciones al trabajo y de las remesas enviadas por los hijos. En forma menos significativa, también se perciben ingresos por pensiones y, en mucho menor medida, por transferencias de programas sociales –particularmente Oportunidades y Procampo, sólo un hogar recibe apoyo por parte de un programa destinado a adultos mayores. Parece importante resaltar que cuando las remesas son enviadas por los hijos que dejan a los nietos a cargo de sus abuelas, éstas no contribuyen a la economía del “hogar dona” en conjunto, sino que son utilizadas sobre todo para cubrir –aunque sea parcialmente– los gastos de los nietos. Es decir, todo hace suponer que las remesas enviadas por los hijos –la generación intermedia ausente– a los que las abuelas auxilian no son un mecanismo de intercambio intergeneracional diferido en el tiempo del que la abuela pueda sacar ventaja. Abona a este punto que la mayoría de las abuelas desempeñen actividades productivas regulares. Hay, sin embargo, un pequeño grupo entre estos hogares en los que la economía doméstica en su conjunto sí depende de manera importante de la continuidad de las remesas. A diferencia de la situación anterior, éstas son enviadas tanto por los hijos referidos (para el consumo de los nietos) como por aquellos hijos que no dejaron a los nietos bajo la tutela de las abuelas (y esta otra parte se destina al consumo del hogar en su conjunto). En este caso, el ingreso que la jefa obtiene a cambio de su trabajo es poco e insuficiente para cubrir sus propios gastos, de tal manera que son las remesas –nacionales– las que financian el consumo familiar. Estas unidades

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domésticas son las de Elena y Elia que destacan por ser las más pobres y vulnerables entre los “hogares dona” examinados.25 Por otro lado, llama la atención el caso de los hogares en los que la jefa recibe pensión. Máxime, porque esta situación resulta inusual en un país como México donde la cobertura de la seguridad social históricamente ha privilegiado las áreas urbanas, las actividades industriales y de servicios, así como a los hombres (Barba, 2004: 25-31). Y es que, en efecto, la mejor situación económica de estas unidades domésticas se explica por la relación particular entre el Estado y los grupos de productores rurales organizados en las regiones del país en las que residen. El primer caso de ellos corresponde a Petra, residente en una región antiguamente productora de algodón. Petra percibe pensión por viudez, ya que su cónyuge fue ejidatario, algodonero y derechohabiente del IMSS. Al fallecer el marido, ésta fue indemnizada por dicho Instituto. En el presente etnográfico, el monto de la pensión que recibe representa una quinta parte del ingreso del hogar; empero, cuando fue elegido como beneficiario de Oportunidades, ascendía a dos tercios del ingreso total. El otro caso es el de Cirila quien vive en una región cañera de Oaxaca. Ella percibe dos pensiones: una por viudez y otra por retiro. Al igual que su par del norte del país, su cónyuge fue derechohabiente del IMSS en vida y, al enviudar, ésta recibió la pensión correspondiente. Pero, a diferencia de la primera, logró gestionar que le entregaran otra pensión por retiro una vez cumplidos sus 60 años de edad, en 1990. De tal manera que, desde entonces, la pensión que recibe corresponde a por lo menos un 40-50 por ciento del ingreso total de su grupo doméstico Estos ingresos por pensión son significativos para los hogares de Petra y Cirila por su regularidad. Hasta cierto punto, por la diferencia de contextos domésticos, podría decirse que en estos hogares las pensiones desempeñan el 25

A propósito de esto, Elena refirió los siguiente: “yo nada, yo lo busco sola. Si lo ves que no tengo dinero voy a hablar a mi hijo y me manda poquito, me manda porque yo tengo el niño que tiene hambre, o el marrano que no tenga maíz, me manda y yo voy a ir a comprar”.

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papel que corresponde a las transferencias de Oportunidades en los grupos domésticos que alcanzaron la denominada ventana de oportunidades: posibilitar el acceso a crédito, disminución del impacto catastrófico de eventos como enfermedades y realización de mejoras en sus vivienda. Por su parte, resalta que las transferencias monetarias hechas por programas sociales (Procampo y Oportunidades, en particular) no sean significativas en la estructura de ingresos de la mayoría de estos hogares. En seis de los casos, las transferencias entregadas por el Programa corresponden únicamente al concepto de alimentación. Los montos que reciben por parte de Oportunidades resultan pequeños (tanto en términos absolutos como relativos) vistos en el conjunto de ingresos del hogar. De hecho, en el curso del último lustro nunca representaron más del cinco por ciento del ingreso total, de tal manera que no contribuyeron al mejoramiento sustancial de sus condiciones de vida (ahorro, adquisición de equipo doméstico, creación de pequeños negocios, etcétera).26 Sólo tres unidades domésticas recibieron transferencias además por concepto de beca. Sin embargo, al momento de la estancia de trabajo de campo, únicamente el hogar de Gozos las percibía. En el grupo doméstico de Elia, su nieto fue becario mientras estudió (terminó la secundaria); lo

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En el caso de Elena, por ejemplo, tal vez el hogar más pobre entre los considerados y uno para los cuales el Programa tiene un peso mayor, el ingreso total del hogar al momento de la estancia de trabajo de campo ascendía a 2,728 pesos mensuales promedio. Correspondían a 68 pesos por la venta de “chongos” (agua de sabor congelada), 2,500 pesos por remesas nacionales y a 160 por la transferencia de Oportunidades; esto es, la transferencia corresponde sólo al 5.5% del ingreso mensual promedio total. En el caso del hogar en mejor situación económica, el de Gudelia, el ingreso mensual promedio total ascendía a 12,170 pesos que correspondían a 10,000 pesos por su trabajo como comerciante, 2,000 pesos de remesas internacionales y 170 por transferencia de Oportunidades; aquí el apoyo del Programa corresponde a 1.3% del ingreso del grupo doméstico. Resulta interesante recordar que, cuando comenzó a operar el Programa, el monto de las transferencias se calcularon para representar poco más del 30 % de los ingresos totales de los hogares (ver Progresa, 1997: 50-51 y Hernández, Gómez de León y Vázquez, 1999: 9, 21, 25-26).

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mismo ocurrió en el de Benita, con la diferencia que la beca era entregada y empleada por su madre, quien residía en otra localidad.27 Cuando se le entrevistó, Gozos percibía –además de la transferencia por concepto de alimentación– una beca para sexto grado de primaria, pero un par de ciclos escolares antes llegó a recibir tres becas para diferentes grados de dicho nivel educativo. Considerando la transferencia monetaria del Programa con las tres becas, ésta llegó a representar hasta el 70 por ciento del ingreso mensual promedio del hogar; considerando la situación presente (la transferencia sólo para alimentación y con la beca de sexto de primaria), correspondía al 63.5 por ciento del ingreso total. Es decir, en este caso la ayuda monetaria proporcionada por Oportunidades parecía crucial para el sostenimiento económico del hogar. Parece que en la mayoría de los grupos domésticos “dona”, en los que la mitad o más de los ingresos totales provienen de una sola fuente, sea ésta trabajo o remesas, las transferencias de Oportunidades son aprovechadas principalmente para costear la sobrevivencia cotidiana. Esto en virtud de que los montos de la transferencia sirven principalmente como ayuda para el consumo de alimentos. Que esto suceda así lo sugiere Petra, mujer oriunda de Coahuila, al señalar que “nunca hice nada con lo que me llegaba. [La transferencia de Oportunidades la usaba] para puro comer, puro comer, porque está bien caro, yo nunca hice nada como muchas que hacen, a mí no me alcanzaba para hacer nada”. Puede concluirse este apartado resaltando tres puntos relativos a los ingresos de los “hogares dona”: 1) que sus ingresos provienen básicamente de dos fuentes: trabajo y remesas o trabajo y pensiones; 2) que las jefas– abuelas de estos grupos domésticos dependen principalmente de los ingresos directos, percibidos a cambio de su propio trabajo, para sobrevivir y, de manera secundaria, de las remesas enviadas por sus hijos para cubrir sobre todo el consumo de los nietos a su cargo; y 3) que las transferencias 27

Recordar que en este hogar la presencia del nieto es estacional, sólo en los periodos vacacionales.

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monetarias de Oportunidades, tanto en términos absolutos como relativos, no son significativas en la mayoría de las estructuras de ingresos de estos hogares. Tierra y Vivienda. La vivienda es el activo “ordenador” que posibilita la existencia y dinámica familiar de los “hogares dona”. Esto, en virtud de la solidez lograda por las abuelas-jefas de familia en el transcurso de vida de sus grupos domésticos respecto a este recurso. Incluso en los escenarios de mayor vulnerabilidad, en los que la vivienda es prestada, precaria y frágil, ésta resulta crucial como recurso doméstico para ayudar a otros miembros de la familia en situación de crisis. Por ello no sorprende que, desde antes de ser elegidas como beneficiarias de Oportunidades, la mayoría de las abuelas–jefas de estos hogares sean las dueñas de sus tierras, viviendas y solares; que, aunque con matices regionales, las viviendas sean sólidas; que, en general, tengan acceso a servicios suficientes; que todas se encuentren bien equipadas y hayan adquirido en el último lustro muebles nuevos; que sean de tamaño suficiente como para no presentar índices de hacinamiento altos; y que la mayoría desempeñen alguna actividad productiva en ellas (venta de “chongos” o “bolis”, de alimentos, de abarrotes, almacenamiento de productos para comerciar, elaboración de pan y tamales, etcétera). En este mismo sentido, asombra poco que en el transcurso de la última década y media algunas de estas mujeres hayan decidido hacer uso de una estrategia intergeneracional de densificación de sus solares para ceder –hasta a tres hijos– una parte del terreno a las familias entonces recién formadas por algunos de estos. Asimismo, y a pesar de que muchos de ellos han preferido emigrar que dedicarse a actividades agrícolas, el acceso formal al uso de la tierra por parte de estos pasa por la cesión de derechos ejidales o de uso de agua para riego una vez que las mujeres han decidido “jubilarse” o disminuir su participación en estas actividades a las que dedicaron su vida. Cuando esto

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no ocurre, la renta de la tierra no cultivada para el pasteo de ganado o para que la siembre otra persona es una fuente adicional de ingresos monetarios o en especie. Además, es muy visible cómo, en el transcurso del último lustro, la mayoría de las abuelas-jefas de familia han renovado poco a poco su equipo doméstico. Esto lo han hecho principalmente a través de regalos de los hijos y en menor medida vía compra a crédito con aboneros que recorren puerta por puerta las localidades en las que residen los hogares estudiados. En muchas ocasiones la transferencia monetaria de Oportunidades es destinada a pagar estos abonos. Los obsequios son hechos principalmente por los hijos distintos a aquellos que dan pie a la conformación del “hogar dona” y van desde estufas de gas, que no siempre es posible usar al no poder comprarles combustible,28 hasta modulares y televisiones.29 La ausencia del jefe de hogar varón no ha significado el deterioro de la vivienda, pues en muchas ocasiones la compostura y el mantenimiento de pisos, paredes y techo lo realizan los hijos varones adultos o los yernos. En el caso de un par de hogares con recursos diversificados –con ingresos por trabajo y remesas o pensión, además de la transferencia de Oportunidades–, incluso han contratado a una persona para que realice trabajos diversos de mantenimiento, mejora o edificación. Asimismo, en los casos en los que las abuelas cedieron una parte de su solar a sus hijos emigrantes, estos envían remesas destinadas exclusivamente a la edificación de la que será su 28

29

Elena relató que cuando uno de sus hijos le regaló una estufa le dijo lo siguiente: “aquí está la estufa mamá para que no te preocupes con la leña, si quieres una cosa rápido aquí la haces”. Desafortunadamente, al elegir el obsequio, el joven no consideró que la ubicación de la vivienda de su madre (en un empinado cerro con difícil acceso) y sus magros ingresos le impedirían adquirir el combustible para usarla. Cuando se realizó esa estancia de trabajo de campo Elena cocinaba con leña y llevaba semanas sin adquirir gas. Petra relató al investigador de campo la ventura que era contar con un ventilador en buen estado que permitiera soportar la particularmente difícil canícula de la región. Además, le explicó cómo lo adquirió: “ese [el ventilador] es nuevo, apenas la semana pasada [un hijo] me lo trajo porque le dije que tenía mucho calor”.

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vivienda cuando regresen; en esta situación la abuela funge además como administradora de este dinero. Las casas de las familias residentes en los estados de Guerrero y Oaxaca se han beneficiado del apoyo de organizaciones no gubernamentales internacionales, particularmente la llamada “Misión Mundial”, quienes les han regalado diversos tipos de materiales que se destinaron a encementar el piso de un cuarto o a techar con láminas de zinc el espacio destinado a lavar ropa. La vivienda también es el espacio desde el que algunas de estas mujeres realizan las actividades productivas que les permiten obtener ingresos, tanto monetarios como no monetarios. Trabajar en casa o desde casa permite generar recursos sin descuidar las tareas domésticas y la crianza de los nietos. Ahí tienen equipo de trabajo como hornos de barro para elaborar pan, estufa para preparar “comida corrida” y refrigeradores para hacer “chongos”. La vivienda es donde confeccionan y almacenan los productos que comercializan, así como el espacio propicio para criar animales de traspatio para el propio consumo, para vender o intercambiar. Hay, sin embargo, casos en los que la vivienda es prestada, frágil e insegura. Esta situación corresponde a dos de los hogares más vulnerables: los de Elena y Gozos. Los miembros de este grupo doméstico residen en una casa prestada, de tamaño insuficiente, edificada con materiales precarios, mal ubicada, con acceso a servicios ineficientes cuya obtención exige una gran cantidad de tiempo que podría destinarse a actividades productivas y sin poder usar al máximo el poco equipo disponible por falta de dinero. Esto, empero, no obsta para poder extraerle el mayor provecho y, con todas sus limitaciones, darle un uso social (pero no productivo). Así, resulta claro que la vivienda es el activo que permite a las abuelas ayudar a sus hijas a amortiguar situaciones domésticas de crisis en su incipiente vida independiente afectiva y laboral, que es el espacio donde se les acoge mientras estos eventos difíciles son elaborados y les permite tanto reorganizar su vida inmediata como volver a planear su futura situación doméstica independiente. La vivienda es, asimismo, el espacio en el que las

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abuelas reciben, alimentan y socializan a sus nietos al mismo tiempo que desempeñan alguna actividad que les permite a ellas mismas seguir siendo productivas y autónomas. Además, si existe aún alguna dependencia de los hijos respecto a las abuelas-jefas de familia, pertenecientes a grupos domésticos en el momento de dispersión del ciclo doméstico, ésta no se debe principalmente a sus ingresos, sino a recursos acumulados durante años como la vivienda, la tierra y los solares. Salud. Como era de esperarse, dada su estructura por edades, los problemas de salud están presentes en la mayoría de los hogares examinados en este capítulo. Estos son causados principalmente por enfermedades crónico degenerativas como hipertensión arterial, diabetes y artritis; pero sobre todo por sus complicaciones asociadas no a la vejez, sino al mal control clínico de la enfermedad y a malos hábitos de cuidado personal. Sin embargo, sólo en dos de los ocho “hogares dona” el deterioro del estado de salud de las abuelas-jefas de familia y la crisis que esto provocó incidieron negativamente en el nivel de vulnerabilidad de sus unidades domésticas. El resto de ellas pudo solventar satisfactoriamente los eventos de salud que se les presentaron y controlar adecuadamente sus padecimientos. Esto lo lograron a través de la movilización eficaz de redes de intercambio social con familiares –hijas básicamente–, quienes costearon traslados, medicamentos y honorarios de doctores, así como por el acceso a la seguridad social. Los grupos domésticos que empeoraron sus condiciones de vida a partir del deterioro de su estado de salud son el de Gozos y el de Elia. Estos son dos de los hogares más pobres encontrados entre los “dona” y los únicos que, además de la transferencia por concepto de alimentación, recibieron becas escolares por parte de Oportunidades. La familia de Gozos sufrió la disminución de su bienestar y la reorganización doméstica por causas vinculadas con el quebranto de la salud en más de una ocasión en el transcurso de las últimas tres décadas. La primera

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de ellas sucedió en los setenta del siglo pasado cuando Emilio, cónyuge de Gozos, tuvo un accidente a causa del cual su brazo derecho quedó inutilizable y él incapacitado para desempeñar competentemente los empleos de la región (agrícolas sobre todo, en los que la destreza manual es imprescindible). A partir de entonces, Gozos comenzó a trabajar a cambio de dinero y asumió la jefatura económica del hogar. La actividad inicial que realizó fue lavar ropa ajena en el río, pero poco tiempo después empezó además a elaborar tamales para vender y a ejercer como partera, combinando todas las actividades. Estos trabajos los realizaba sin descuidar sus tareas reproductivas, de las que era la responsable. Sin embargo, en 2005 tuvo que suspender toda actividad pues perdió la visión. Aparentemente, la causa de este problema se encuentra en su enfermedad crónico degenerativa: diabetes mellitus. Gozos asistía con regularidad a la unidad de salud local para recibir tratamiento; para su poca fortuna, esto no fue suficiente para evitar las complicaciones y las nefastas consecuencias. Alrededor de seis meses después de haber perdido la visión, Gozos fue operada con la intención de rehabilitarle uno de sus ojos. El costo de la intervención a cada uno de ellos es de 5,000 pesos, cantidad difícil de reunir para ella y su familia. De tal manera que para obtener el dinero necesario para la operación de un ojo, tuvieron que recurrir a la ayuda de diversos familiares y conocidos. Con la intervención quirúrgica, Gozos recuperó parcialmente la vista, pero no la posibilidad de seguir trabajando y realizar actividades de la vida cotidiana por sí misma. Las consecuencias del padecimiento de Gozos fueron mayúsculas: al dejar de trabajar, y ser ella la proveedora económica principal, disminuyeron drásticamente los ingresos del hogar. Emilio, quien por su discapacidad física tiene dificultades para encontrar trabajo y cuando lo consigue gana una quinta parte de lo que obtiene cualquier otro jornalero,30 pasó a ser el único 30

Al respecto, la investigadora que elaboró el estudio de caso escribió lo siguiente: “por vigilar animales durante dos meses, Emilio ganó 1,000 pesos. Es decir, ganó 125 pesos por semana. Actualmente en Cortijos, un peón gana 100 pesos por una jornada laboral de seis horas. Emilio gana cantidades minúsculas comparadas con lo que podría ganar si no tuviera discapacidad”.

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generador de ingresos. Además, la división de las tareas domésticas tuvo que ser modificada, pues éstas no sólo dejaron de ser desempeñadas por Gozos, sino que ahora ella requería de alguien que la acompañara permanentemente. Cuando se realizó la estancia de trabajo de campo, la familia entera acababa de mudarse a vivir a casa de uno de los hijos; su intención era compartir entre nietas, sobrinas y nuera el cuidado de la abuela, pero también ayudarse entre sí en los gastos domésticos indispensables y aprovechar las ventajas parciales de confort que ofrecía la vivienda del hijo (baño con letrina, por ejemplo). Este arreglo doméstico, en el corto plazo, parecía ventajoso sólo para el hogar de Gozos, por ello cabe preguntarse qué sucederá en el mediano plazo con la familia del hijo –en la fase de expansión del ciclo doméstico– si se presenta una situación de escasez de recursos y de presión por el uso de estos por parte de su cónyuge o descendientes. Tal vez la ayuda podría suspenderse o disminuir significativamente, con lo que la situación del hogar de Gozos empeoraría;31 pero, por otro lado, cabría también la posibilidad de que las nietas mayores comenzaran a trabajar, aportaran a la economía doméstica y sumaran recursos con la familia del hijo –como sucedió en el hogar de Petra (ver adelante). No es clara la incidencia de Oportunidades ni de los servicios públicos de salud adyacentes a éste en el proceso de enfermedad de Gozos. Si bien asistía regularmente a las revisiones periódicas del Programa y a control médico, esto no fue suficiente para detectar con oportunidad sus complicaciones y mitigarlas. La narración etnográfica del estudio de caso tampoco refleja la participación de Oportunidades en su proceso de recuperación parcial de la vista. Con todo, la ayuda monetaria entregada por el Programa jugó, sin lugar a duda, un papel crucial en el sostenimiento de un nivel mínimo de bienestar en este grupo doméstico. Considerando lo expuesto, es muy probable que sin la transferencia el impacto de la ceguera de Gozos hubiera sido mayor. 31

Tal como González de la Rocha y Villagómez (2005), en su investigación sobre aislamiento social, encontraron entre familias residentes en localidades urbanas y semi-urbanas.

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Por otro lado, en lo que respecta a los hogares en los que se enfrentaron padecimientos que no se transformaron en escenarios de crisis para la unidad doméstica, se encontraron dos situaciones. En la primera de ellas, el control de la enfermedad crónico degenerativa así como de su impacto económico se logró con la movilización de recursos familiares; en la segunda, por la existencia de una situación atípica entre la mayoría de los grupos domésticos rurales del país, y específicamente entre los elegidos como beneficiarios por Oportunidades: el acceso a hospitales del IMSS. Petra –quien comparte con Cirila el estatus de derechohabiente– sufre un pronunciado declive físico y su salud se encuentra en una situación de alto riesgo. Años antes de ser elegida como beneficiaria por Oportunidades le diagnosticaron hipertensión arterial y, durante algún tiempo, los medicamentos le permitieron vivir sin mayores complicaciones. Sin embargo, en el transcurso del último lustro la situación salió de control: sufrió dos infartos, una lumbalgia y fue contagiada de herpes.32 Esta última infección agravó sensiblemente su cuadro clínico, pues la padece en los ojos y le provocó disminución de visión; además, tras sufrir un infarto se incrementa la probabilidad de padecer otro más. De tal suerte que Petra pasa la mayor parte del tiempo postrada, deprimida33 y requiere continua atención por parte de familiares –su nieto corresidente, hijas que además son vecinas, una comadre y, recientemente, la esposa del primero– para desempeñar actividades de la vida diaria. Sin embargo, el deterioro de su salud no significó un aumento de la vulnerabilidad del grupo doméstico en su conjunto, pues se conjugaron los siguientes eventos afortunados: (a) el nieto inició su participación regular en el mercado de trabajo local antes de que la salud de su abuela empeorara 32 33

Muy probablemente por uno de sus nietos, quien sufría varicela. Describió su estado de ánimo de la siguiente forma: “mis sueños son cuando me vaya al panteón, yo ya no pienso en otra cosa porque he sufrido tanto que ya no, ya nomás pienso en lo que me duele, me duele en toda la cabeza ahorita con este calor y luego que nomás quiero estar acostada porque es del modo que descanso tantito”.

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y comenzó a contribuir con dinero al grupo doméstico; (b) Petra continúa aportando recursos monetarios a su hogar a través de la pensión que recibe, de remesas y, antes de ser transitada al EDA en 2003, de la transferencia monetaria de Oportunidades; (c) aunque la enfermedad implica gastos regulares, estos son costeados exitosamente en virtud de su calidad de derechohabiente del IMSS, donde le proporcionan gratuitamente consulta y medicamento; y (d) cuenta con el apoyo de la hija y comadre que son sus vecinas, quienes la asisten en diversas actividades cotidianas. Como se observa, hay un despliegue de recursos familiares que permiten enfrentar exitosamente las amenazas causadas por el deterioro de la salud de la abuela-jefa de familia. Por otra parte, la división de tareas con la que los familiares responden a la crisis de salud de la matriarca resulta muy tradicional: el nieto se dedica principalmente a trabajar para aportar recursos y tanto la hija-vecina como la comadre`vecina ayudan sobre todo con tareas domésticas y cuidados. La segunda situación en la que otros “hogares dona” enfrentaron adecuadamente crisis de salud es en la que la ayuda recibida por parte de las hijas resulta crucial. En esta circunstancia se encuentran los grupos domésticos de Elena y Benita. Elena reside en una pequeña localidad sin unidad médica asequible en situaciones de emergencia. En 2003, sufrió una fuerte infección estomacal que le provocó vómito, ausencia de apetito y desánimo.34 Después de un par de días de malestar, buscó atención con un curandero tradicional de una localidad vecina. No fue al centro de salud donde le corresponden las revisiones de Oportunidades porque no era práctico, pues se encuentra a una distancia que se recorre en más de una hora con treinta minutos trasladándose a pie a través del monte; tampoco fue al ubicado en la cabecera municipal porque supuso que, como en otras ocasiones, le iban a decir que su dolor era provocado por

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Relató que se le quitaron las ganas de caminar, le dio mucho sueño y dormía todo el día, se la pasaba recostada en su petate.

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hambre.35 Para restablecerla, el curandero le insertó agujas en el vientre, le dio vitaminas y un jarabe; dichosamente, esto fue suficiente para mejorar su salud y ánimo. Para la buena fortuna de Elena, cuando esto sucedió el grupo doméstico estaba compuesto por ella, dos nietos y la madre de estos, Ema.36 De tal suerte que su hija –sin dejar de ir a trabajar, para no perder el jornal– pudo asistirla, sustituirla parcialmente en sus tareas domésticas, acompañarla con el curandero y pagar los 100 pesos que éste cobró. El estado de salud de Elena mejoró pronto y el hogar no sufrió un proceso de deterioro en su nivel de bienestar. Sin embargo, la composición doméstica de los “hogares dona” invita a suponer qué habría sucedido si la infección hubiera ocurrido en un momento –como el del presente en la mayoría de estos grupos domésticos– en el que ningún otro adulto estuviera ahí para ayudar. En el caso de Elena, ésta no habría podido apelar en primera instancia a la ayuda de un familiar, pues los únicos residentes en su localidad son su ex cónyuge –con quien sostenía una relación conflictiva y estridente– y su hija –de quien se distanció en el transcurso de los últimos años. También cabe preguntarse qué habría ocurrido con el cuidado de los nietos (en edad preescolar), la adquisición y elaboración de alimentos para todos, y con el mismo estado físico de la enferma. La respuesta de Elena frente a este escenario, aunque pesimista, es tal vez muy cercana a la realidad: si su hija no hubiera estado cuando enfermó habría muerto de inanición porque “quién iba a trabajar, quién iba a dar de comer, estos chiquitos no saben hacer nada”. Por último, cabe resaltar que Gudelia, una de las tres abuelas-jefas menor a los 60 años de edad, no sólo cuenta con salud óptima, sino que se encuentra 35

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De acuerdo con Elena, el personal de la unidad médica le dijo en una situación anterior similar que el dolor que sentía en su estómago era causado por no comer adecuadamente, porque “nomás engañamos el estómago para comer”. En términos de la historia del hogar relativa a la composición doméstica, éste era el momento posterior a la disolución de la familia de la hija, en el que regresa a vivir con la abuela cuyo hogar pasa de estructura nuclear monoparental a extenso en tres generaciones; a su vez, es el momento previo a la segunda unión de la hija y en el que deja a los nietos al cuidado de su abuela.

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en buen “estado funcional”; es decir, es capaz de realizar adecuadamente actividades de la vida diaria tales como trabajar, asearse, vestirse, alimentarse y desplazarse por su cuenta (Solís, 2001; Montes de Oca, 2005). De hecho, y esto es algo que ocurre también entre algunas de las mujeres que enfrentaron dificultades de salud como Elena, Elia y Benita, puede efectuar diligencias productivas y domésticas que requieren alguna exigencia física. Con todo, algunas de estas mujeres refieren que después de realizar faenas pesadas (como trasladar cubetas con agua a través de montes empinados o salir a comerciar por periodos de más de ocho horas) sienten dolores de cabeza, malestar en todo el cuerpo, sueño, hambre y/o cansancio. Relaciones extra-domésticas. La red de relaciones extra-domésticas en la que participan los “hogares dona” es robusta; el intercambio, tanto de bienes como de servicios, del que forman parte ocurre efectivamente y en los momentos en que lo requieren. No hay referencias claras a procesos de deterioro significativo de las redes de intercambio ni indicios de aislamiento social. El papel que principalmente desempeñan las jefas de estos grupos domésticos es el de proveedoras de bienes relacionados con la vivienda (división del solar para cederle una parte a los hijos y puedan edificar su propia vivienda ahí, acoger temporalmente a familiares), la tierra (cesión de derechos ejidales y de uso del agua), y de servicios vinculados a los cuidados personales (el de los nietos y las hijas). Los destinatarios de los dos primeros son principalmente los hijos varones, del último tanto hijos como hijas. La mayoría de las abuelas-jefas de familia de estos grupos domésticos, incluso una vez disuelto su propio hogar por eventos demográficos y el transcurso del ciclo de vida de la unidad familiar, siguen asistiendo a sus hijos. Esto lo hacen administrando aquellos activos que –aunque muchas veces modestos– han heredado, obtenido y acumulado a lo largo de su vida. Cabe resaltar que lo efectúan sin recibir gran cosa a cambio, no al menos en el corto plazo, pues, si bien las hijas emigrantes madres de los

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nietos bajo su tutela se preocupan por enviar remesas regulares, este dinero parece destinado casi exclusivamente al consumo de los nietos, sin que las abuelas puedan sacarle mayor provecho. Esto podría deberse en parte a que las abuelas cuentan con ingresos propios provenientes de otras fuentes o bien a la incapacidad de los hijos por generar recursos suficientes para también reciprocar a sus progenitoras. Además, en algunos casos, las abuelas emplean parte de los ingresos que obtienen por su cuenta para “completar” los gastos de los nietos que las remesas no alcanzan a cubrir. En todo caso, quienes ayudan a las abuelas con más dinero y realizan obsequios con alguna regularidad no son los hijos o hijas que dejaron a los nietos bajo su cuidado, sino aquellos hijos que ya formaron su hogar aparte y lograron algún grado de “equilibrio” en términos del ciclo doméstico. Desde cierto punto de vista, y asumiendo que los nietos que llegan a residir con sus abuelas siendo niños no abandonarán el “hogar dona” para residir de nuevo con sus madres o en otro grupo doméstico, podría suponerse que quienes en realidad redituarán a las abuelas en el futuro serán los nietos. Una vez que crezcan, comiencen a trabajar, ganen dinero y, paralelamente, las abuelas envejezcan hasta un punto en que dejen de poder valerse por sí mismas en actividades de la vida cotidiana, entonces aquellos podrían hacerse cargo de sus abuelas; suponiendo una división tradicional, tal vez las nietas sobre todo en términos de cuidados físicos y los nietos fundamentalmente otorgando apoyo económico. Esto daría pie a una circunstancia doméstica ventajosa que podría denominarse como una “segunda fase de expansión del ciclo doméstico”. Así sucedió en el caso de Petra37 y tal vez podría ocurrir en los de Elia, Gozos y Juana. Por otra parte, hay un par de hogares –el de Benita y el de Gozos– en los que ocurre la situación contraria a la descrita hasta aquí: la posición de las 37

Esta mujer relató que su nieto la atiende atenta y diligentemente. Contó que, además de que el nieto es ya el principal proveedor económico, “ahí está que ‘ándele abuelita la soda’, ‘ándele ahí le van los jugos’, él me ayuda mucho, él es el que ahí anda ‘ándele abuelita véngase a almorzar’, ‘ándele abuelita véngase a comer’”.

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abuelas en la red de intercambio es la de receptoras y son los hijos quienes las proveen de algunos bienes (ropa, equipo doméstico o vivienda temporal) y servicios (cuidados).38 Esta situación de intercambio, ventajosa y oportuna para las mujeres, comienza a ocurrir a partir de crisis de salud por las que pasan las abuelas. Ahora bien, teniendo en mente estas consideraciones es posible establecer cuatro sistemas de relaciones sociales extra-domésticas en los que participan los miembros de los “hogares dona”. En el primero, el proceso de deterioro de la salud de la jefa del hogar es causa de la disminución drástica del intercambio establecido con ciertos familiares, pero también activa el de otros que, a pesar de que antes no ayudaban, ahora resultan cruciales para sostener un mínimo nivel de bienestar; es el caso de Petra, principalmente, y de Benita, parcialmente. En el segundo, hay un proceso de restablecimiento de los vínculos sociales, perdidos luego de un tiempo de relativo aislamiento, que resultan cruciales para mejorar el estado económico y afectivo de la jefa; es la situación de Elena. En el siguiente, parece que las redes de intercambio social se mantuvieron estables a lo largo de la última década y sirvieron para mejorar y luego mantener un decoroso nivel de vida; esta sería la situación sobre todo de Gudelia y Cirila y, en menor medida, de Juana. En el último escenario, se presenta un mecanismo de reciprocidad intergeneracional diferida en el tiempo en el que los hijos retribuyen a la abuela, quien pasa por una situación de deterioro económico desencadenado por una crisis de salud; esta es la situación mencionada en la que se encuentran Benita, pero sobre todo Gozos. Así, en el primer escenario, cuando la salud de la jefa del “hogar dona” se deteriora ocurren dos eventos: por un lado, aparece la necesidad de ayuda por la disminución de las capacidades físicas; por otra parte, el 38

De hecho, esta circunstancia es la que da pie a la conformación del “hogar dona” de Benita. Después de haber sufrido una crisis de salud, una de las hijas de Benita mandó al nieto adolescente a residir con ella para acompañarla y asistirla en caso de emergencia médica.

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intercambio antes constante con familiares residentes en otros municipios o estados cesa por la incapacidad para trasladarse (causada por el mismo deterioro de salud) y mantener un contacto frecuente (ver González de la Rocha y Villagómez, 2005).39 Sin embargo, el proceso que sigue no es de aislamiento social, el intercambio y la ayuda no desaparecen, sino que se reconfiguran: otros parientes consanguíneos (el nieto corresidente y los hijos que viven en otras comunidades o municipios), la familia política y comadres que antes no intervenían activamente en la red de intercambio, o lo hacían en menor medida, comienzan a hacerlo. Es decir, familiares que no ayudaban al grupo doméstico comienzan a participar una vez que se presenta el deterioro en la salud de la jefa. A partir de ese momento, la ayuda otorgada por los primeros –los parientes consanguíneos– se convierte en la más importante para sostener un nivel de vida decoroso por la constancia y los montos. Esta nueva ayuda implica una diversificación, tanto de personas con las que se intercambia como de los bienes y servicios que se intercambian. En el caso de las personas connota limitarse en términos físicos a las que residen más cerca; en el de los bienes y servicios las nuevas ayudas se otorgan para paliar las crecientes limitaciones físicas de la jefa (se empieza a prestar modesta ayuda económica, asistencia en la realización de tareas domésticas y muchos cuidados físicos). Así, podría decirse que el sistema de intercambio social en este escenario es básicamente uno tradicional, de tipo intergeneracional diferido en el tiempo, en el que tanto los hijos como los nietos sanos tal vez retribuyen a la

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Petra relata que “antes” ayudaba regularmente su hija, residente en otro municipio, con tareas domésticas y acompañándose mutuamente en la realización de diferentes diligencias familiares; “antes yo no salía de con ella”, indicó. Pero dejó de frecuentarla debido a sus dificultades para trasladarse asociadas a su enfermedad, entonces el intercambió cesó. “No he ido y hace poco se alivió una hija, ‘ándele amá dice que vaya a verla, que vaya a conocer a su bebé’ y no, no voy”, dijo. La hija tampoco va a la comunidad de su madre, la informante dice que no sabe por qué no lo hace.

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madre-abuela enferma el apoyo que ésta les facilitó a lo largo de sus vidas.40 En general, cabe descartar la posibilidad de que la ayuda de los familiares más jóvenes responda a intereses personales en bienes como tierra ejidal o solares para vivienda, pues en el momento en que ocurre la situación descrita estos han sido ya cedidos. En el segundo escenario referido, la jefa se encuentra en un proceso de paulatino restablecimiento de los vínculos de intercambio social, luego de un periodo prolongado en el que vivió una situación de incipiente aislamiento causado por violencia intrafamiliar. La relación con un cónyuge alcohólico, violento y que no aporta regularmente a la economía doméstica entorpecen durante años tanto el trato social como la participación en las redes de intercambio, pues garantiza la carencia de recursos suficientes para poder reciprocar. Empero, una vez que la jefa resuelve esta dificultad, al abandonar el hogar y formar uno unipersonal nuevo, comienza a restablecer los vínculos deteriorados y a diversificar tanto las personas como los bienes y servicios que intercambia. Así, se pasa de apenas sostener contacto con algunos familiares políticos a tenerlo además con hijos residentes en otros municipios y estados, con autoridades comunitarias y con compadres; del mismo modo, se transcurre de apenas intercambiar información con familiares políticos a recibir ayuda en especie, económica y de servicios. Este es el contexto que da pie a la conformación del “hogar dona”. El restablecimiento de los lazos sociales está sostenido en la alta observancia de las normas comunitarias (seguimiento de las normas encarnadas por el mandato de autoridades tradicionales) de una localidad indígena y en el intercambio de cuidados-dinero (o ayuda en la crianza de 40

Sobre esta forma particular de intercambio social, Portes (1995: 12) refiere lo siguiente: “resources acquired through social capital often carry the expectation of reciprocity at some point in the future. Unlike the expectations involved in the market transactions, these expectations tend to have a diffuse time horizon, without fixed deadlines. In addition, the very character of the repayment is flexible since it may involve ‘currency’ of a different nature from that in which the original gift was made”. Ver también González de la Rocha (2003).

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nieto que permite a la hija reorganizar su vida personal a cambio de envío de remesas) establecido con hijas migrantes. Es preciso acotar, sin embargo, que en este tipo de “hogar dona” aún están presentes algunas características de aislamiento social: entre todos, por ejemplo, es el único en el que se refieren dificultades para encontrar quien cuide a los nietos mientras la jefa-abuela desempeña actividades fuera de la vivienda. El tercer escenario corresponde a la mejor situación, en la que las relaciones de intercambio social eran robustas desde antes que los hogares fueran elegidos como beneficiarios por el Programa y que en el transcurso de los años posteriores fueron fortaleciéndose aún más a través del envío continuo e ingente de remesas así como de la creciente entrega de regalos en especie (equipo doméstico sobre todo) a las abuelas por parte de los hijos. No hay indicios de aislamiento social; el cuidado de los nietos en ausencia de su abuela, por ejemplo, es realizado tanto por hermanas o hijas de ésta. El uso efectivo de las redes de intercambio social en este escenario tiene que ver con los firmes arreglos establecidos con las hijas emigrantes. Es decir, se podría decir que es un efectivo mecanismo de intercambio intergeneracional diferido en el tiempo en el que, una vez que el jefe abandonó la unidad doméstica, la madre asumió el rol de proveedora única para sostener y sacar adelante a sus hijos, continuó haciéndolo incluso una vez que estos abandonaron el hogar para unirse o emigrar por motivos laborales. Ahora, aquellos le retribuyen significativamente con ayuda económica y en especie. En el cuarto y último escenario, la jefa sufre una fuerte crisis de salud que desequilibra la situación económica del hogar y provoca la reorganización completa del mismo. Hijos, tanto hombres como mujeres, y la familia de estos ayudan a los miembros de la unidad doméstica de la abuela a impedir que los daños provocados por la enfermedad se traduzcan en deterioro drástico de sus condiciones de vida. Esto lo hacen –en orden de importancia– prestando su vivienda, transfiriendo dinero y proporcionando cuidados personales. El padecimiento de la jefa ocurre en el transcurso del último lustro, una vez que el grupo doméstico ha sido elegido como beneficiario por parte

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de Oportunidades. En términos del recurso “relaciones extra-domésticas”, la transferencia monetaria hecha por el Programa es importante porque permite que el hogar no sea completamente dependiente de la ayuda de la familia del hijo y le facilita reciprocar en el corto plazo, aunque sea de forma modesta. Sin embargo, el mecanismo de intercambio social básico que opera en esta circunstancia también es del tipo intergeneracional diferido en el tiempo. Es decir, la ayuda de los hijos sería el regreso de un “favor” recibido en un momento pasado (tal vez muchos años antes) y probablemente pagado con una “moneda” diferente (González de la Rocha, 2003). De tal suerte que no habría que suponer que el hijo espera que la familia de la abuela le devuelva un “favor” de similar magnitud en el futuro. Además, como en el primer escenario descrito en este apartado, hay que eliminar la consideración del interés personal de los hijos en bienes de la abuela en el corto plazo, pues en este caso la familia de la abuela se encuentra crecientemente empobrecida y carece de posibilidad para reciprocar con bienes o servicios la misma naturaleza que los que recibe. Por último, cabe resaltar que los bienes y servicios que se intercambian informalmente, en todos los casos comentados en este apartado, son para sostener procesos de sobrevivencia; no hay intercambio informal asociado a la movilidad social.

VEJEZ Y RECURSOS EN LOS HOGARES EN EL MOMENTO AVANZADO DE LA FASE DE DISPERSIÓN Aunque previsibles y evitables hasta cierto punto, los problemas de salud ocurren intempestivamente. Una vez que suceden pueden acarrear el desequilibrio económico de la unidad doméstica que, a su vez, provoque consecuencias graves para su supervivencia. Sobre todo, si ésta ya se encontraba en una situación precaria y la capacidad de respuesta ante situaciones imprevistas era limitada.

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Una de las características de la vejez es el incremento de la probabilidad de sufrir dificultades de salud, en particular aquellas asociadas a las enfermedades crónico degenerativas y a los accidentes,41 que deterioran el estado funcional de las personas. Los hogares envejecidos reaccionan de diferentes maneras ante estos problemas. Sus respuestas dependen básicamente del apoyo que puedan recibir por parte del Estado (a través de mecanismos como la seguridad social, la asistencia social o los programas de política social), de las redes de apoyo informal y de la composición doméstica. Empero, la literatura especializada suele resaltar que en México –dada la limitada y estratificada cobertura de la seguridad social– la familia es la principal instancia para apoyar económica y afectivamente a los adultos mayores (Barba, 2004; González de la Rocha 1986, 1994; Montes de Oca, 2004; Solís, 2001). En este apartado importa resaltar dos tipos de respuestas que despliegan los hogares pobres –unipersonales y conformados principalmente por adultos mayores– frente a la adversidad originada en problemas de salud. Una es la movilización de recursos a través de la red de relaciones extra-domésticas informales; la otra es la extensión de la estructura nuclear a través de la recepción de un familiar adulto mayor incapacitado quien requiere cuidados. Ambas implican la reorganización de la unidad doméstica e ilustran la forma en que los hogares en el momento avanzado de la fase de dispersión movilizan los recursos a su disposición para hacer frente a la adversidad y el papel que Oportunidades puede desempeñar al respecto. Movilización de recursos a través de la red de relaciones extra-domésticas informales. En los casos analizados en este apartado la ayuda proporcionada por vecinos y –sobre todo– por familiares resulta crucial para sortear las dificultades originadas en problemas de salud. En las situaciones examinadas, quienes intervienen para ayudar son principalmente los hijos e hijas, residentes en su 41

Solís (2001) resalta que con la edad avanzada se incrementa el riesgo de sufrir más accidentes pequeños con consecuencias mayores.

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mayoría en Estados Unidos, pero también en otros estados de la república y localidades del municipio;42 de manera menos significativa también lo hacen otros vecinos o personas sin parentesco residentes en la misma localidad. La ayuda proporcionada puede presentarse de diferentes maneras. Una de ellas consiste en el envío de remesas extraordinarias destinadas exclusivamente a pagar los gastos en medicamentos, honorarios para doctores y traslados entre la localidad y el lugar donde se encuentre la unidad médica; pero, considerando que el evento de salud merma la capacidad de trabajo del adulto mayor, también se presenta la situación en la que algunos de los hijos continúan enviando remesas regulares, en montos significativamente menores sin embargo, para costear la supervivencia cotidiana de la matriarca o patriarca. Las remesas son enviadas principalmente por hijos varones residentes en Estados Unidos, pero también por hijas quienes emigraron a destinos nacionales. Otro tipo de ayuda es el acompañamiento en la búsqueda de quien proporcione la atención médica adecuada, la convalecencia y el auxilio para desempeñar actividades de la vida diaria. Esta asistencia es prestada sobre todo por hijas quienes residen en diferentes localidades del mismo municipio o estado; empero, también se encontró que algunas nueras además envían a las nietas de la persona enferma para que la acompañen, cuiden y residan con ella durante el periodo de las vacaciones escolares, dando pie a la conformación estacional de un “hogar dona”. Una forma más de auxilio al adulto mayor enfermo o accidentado es extendiéndole los beneficios de la seguridad social; es decir, dándole de alta como dependiente ante una instancia como el IMSS para que reciba atención adecuada y medicamentos gratuitos que le permitan superar la dificultad de

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En la mayoría de los casos utilizados para ilustrar estas estrategias de sobrevivencia no hay hijos o hijas que vivan en la localidad donde reside la jefa. Al parecer, al dejar el hogar paterno, estos también abandonaron la localidad, sea porque el cónyuge era de otro municipio o porque emigraron para trabajar en otro estado o país.

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salud. En el caso de los hogares examinados, este beneficio es compartido por un hijo varón, quien se desempeña como empleado en un trabajo formal en otro estado del país. Estas situaciones pueden ser ejemplificadas con varios de los estudios de caso de hogar contenidos en la base de datos correspondiente de las evaluaciones cualitativas hechas a Oportunidades. Para ilustrar los puntos mencionados, aquí se exponen sólo las historias de Susana y de Isabela. Susana es una mujer de 68 años de edad, viuda desde la década de los ochenta del siglo pasado, que forma un hogar unipersonal y reside en una localidad rural de Cuajinicuilapa, Guerrero. Se podría decir que su hogar se encuentra en un momento avanzado de la fase de dispersión del ciclo doméstico a partir de 1997, cuando el último de sus hijos abandonó el hogar para emigrar por motivos laborales a Estados Unidos. Fue beneficiara de Oportunidades desde 1998 hasta 2002, año en que fue dada de baja por la situación perversa que provocó su accidente. Este ocurrió en 2002, cuando fue atropellada por un automovilista que huyó. A causa del impacto, sufrió contusiones múltiples, fractura de cadera y de hueso pélvico. Su hijo mayor, residente en Estados Unidos y que afortunadamente la visitaba entonces, la llevó de inmediato a un hospital particular de Ometepec, donde, por la magnitud del golpe, se declararon incompetentes para atenderla. Entonces la refirieron a Acapulco donde le proporcionaron auxilio básico antes de ser derivada a la Ciudad de México. Allí le realizaron diversas intervenciones como la colocación de un yeso y la operación de una pierna. Susana permaneció en la capital del país durante año y medio; en este transcurso residió en casa de una hija que vive allí. Todos los gastos médicos fueron cubiertos por sus hijos, residentes en diferentes estados del país y en Estados Unidos. A causa del accidente, el estado funcional de Susana se deterioró gravemente, quedando imposibilitada para desempeñar por sí misma cualquier actividad productiva o doméstica. Sin embargo, esto no significó la disminución significativa de sus condiciones materiales de vida. Es interesante observar cómo la pérdida de sus capacidades activó e intensificó

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la ayuda proporcionada por sus hijos y vecinos, teniendo como consecuencia la reorganización completa de la dinámica doméstica. Así, los hijos varones residentes en Estados Unidos incrementaron los montos y la frecuencia con la que mandan remesas, llegando a remitirle hasta 4,000 pesos mensuales (su ingreso monetario dependía enteramente de estos envíos) y subsanando la incapacidad de Susana para trabajar y obtener ingresos por su cuenta; por su parte, la hija residente en la Ciudad de México le compra y gira mensualmente los medicamentos que requiere para paliar las secuelas físicas del accidente; otro hijo residente en el municipio le obsequia regularmente costales de maíz; una nuera (separada del hijo de Susana) envía en temporada de vacaciones a su nieta para que la auxilie en lo que se le ofrezca; e incluso vecinas la asisten realizándole tareas domésticas como limpieza de la vivienda, compra y preparación de alimentos, así como lavado de su ropa. Al momento de realizar la estancia de trabajo de campo, Susana se encontraba de buen ánimo y satisfecha con su nueva circunstancia de vida. Otra de las consecuencias del accidente fue que Susana se encontró imposibilitada para cumplir con sus corresponsabilidades con Oportunidades y como consecuencia de ello fue dada de baja del Programa. Una vez que se recuperó y regresó a su localidad, intentó volver a darse de alta; sin embargo, la ayuda proporcionada por autoridades locales y vocales del Programa no fue eficiente. Oportunidades no intervino de ninguna manera en el trance descrito. Por su parte, Isabela es una mujer de 71 años de edad, viuda desde el año 2000 cuando su cónyuge de 81 años falleció victima de una embolia y que desde entonces forma un hogar unipersonal. Vive en una comunidad indígena tének del municipio de San Antonio en San Luis Potosí. Se podría decir que es monolingüe, pues apenas habla español. Su hogar se encuentra en el momento avanzado de la fase de dispersión del ciclo doméstico desde 1990, cuando el último de los hijos corresidentes abandonó el hogar para unirse e irse a vivir al solar que entonces le otorgaron las autoridades comunales. Su vivienda es propia, pero muy frágil, mal conservada y carente de equipo doméstico; el único servicio con que cuenta es electricidad. A

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pesar ser pobre, muy vulnerable y haber sido elegida en dos ocasiones para ser beneficiara del Programa, Isabela nunca pudo recibir el apoyo entregado por Oportunidades.43 Le extrajeron la matriz en el 2002. Se dio cuenta de que estaba enferma porque sentía fuertes dolores en el vientre, además cuando iba a defecar sólo evacuaba líquido y orinaba sangre. Para atenderse, primero fue al centro de salud de la cabecera municipal donde la revisaron y le dieron medicina que no surtió efecto alguno. Fue a Tanjasnek, localidad vecina, con una de sus hijas para que la cuidara mientras se sentía mal. Al ver la intensidad del sufrimiento de su madre, la hija se asustó y decidió llevarla al centro de salud de otro municipio. Ahí le informaron que Isabela tenía problemas graves en su matriz, aparentemente un tumor. La hija decidió comunicase con sus hermanos residentes en Altamira, Tamaulipas para informales de la enfermedad de su madre, de la gravedad de ésta y para pedirles auxilio. Sólo uno de ellos respondió, éste decidió ir a Cuechod por su madre para llevarla a vivir consigo, darla de alta en el IMSS como su dependiente y lograr que la operaran para que se restableciera. Isabela fue intervenida en una clínica del IMSS en Ciudad Madero.44 Para que la pudieran atender en esta institución primero fue necesario que su hijo la diera de alta como su familiar vía trámite administrativo y luego que le tramitaran su propia credencial. Estos procedimientos fueron lentos, en total tardaron alrededor de diez meses. Una vez que la dieron de alta como derechohabiente le hicieron análisis, exámenes y finalmente la operaron, poco más de un año después de que comenzó a sentirse mal. Mientras, Isabela fue atendida por médicos particulares y en el 43

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La primera ocasión porque estaba hospitalizada y no pudo ir a recoger sus hologramas, la segunda porque –de acuerdo con una de sus nueras- “le iban a dar a ella, nomás que ese día cuando fue en auditorio tardaron baastaaantee en ese día y a ella y a otras se les hizo noche, dieron las once y ella no quiso esperar más, se desesperaron y se fue”. Isabela asiente y agrega: “yo creo que no van a dar nada, por eso me vine”. Además había dejado pan cociéndose y temía que se le quemara; como ese pan implicaba el dinero con el que iba comprar alimentos para comer el siguiente día no se esperó y regresó a su casa. Recordar que esta ciudad junto con Altamira y Tampico forman una zona metropolitana.

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Hospital Regional (de atención gratuita a toda la población). Al momento de la estancia de trabajo de campo, a Isabela aún le dolían el vientre y la zona púbica cuando caminaba mucho o cargaba algo que rebasara sus fuerzas; por ejemplo, en las ocasiones en que iba por agua a la noria o por leña al monte o cuando se trasladaba en camión. El padecimiento de Isabela activó el uso de recursos familiares necesarios que le permitieron sobrevivir y conservar un mínimo de salud física. Sin embargo, a diferencia de Susana, los recursos no fueron de una magnitud tal que le permitieran sostener –e incluso mejorar– el nivel de vida material que tenía antes de su afección. Esto se debió en gran medida a la precariedad y escasez de bienes disponibles entre sus familiares. Aún con sus capacidades disminuidas, Isabela precisó seguir trabajando para sobrevivir, desempeñando una intensa actividad laboral para su edad y deteriorada salud;45 su preocupación principal era conseguir los alimentos del día a día. Los riesgos que enfrenta son muchos: deterioro y malestar físico constante, ingresos irregulares muy bajos dependientes exclusivamente de su actividad laboral, disminución drástica del consumo y vivienda precaria. Su vulnerabilidad es muy alta. De haber podido hacer efectiva la ayuda de Oportunidades, ésta, sin duda, habría sido de gran importancia para conservar un nivel mínimo de bienestar y enfrentar mejor las adversidades de la enfermedad y la vejez. Extensión de la estructura doméstica entre adultos mayores. En este parágrafo se expone el caso de hogares extensos conformados principalmente por adultos mayores, en los que la extensión de la estructura doméstica ocurre para ayudar a un familiar mayor de 60 años de edad, discapacitado, que queda desamparado luego de que su hogar fue disuelto por eventos demográficos. 45

Elaborando pan y confeccionando ollas de barro con técnicas artesanales, así como desgranando mazorcas.

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En esta situación, el adulto mayor que se integra al nuevo grupo doméstico es discapacitado a causa de un accidente que ocurrió hace años, a partir del cual quedó en un estado funcional muy deteriorado e incapaz de valerse por sí mismo. El hogar del que pasa a depender es la familia de un hermano o hermana, que está conformada principalmente por adultos mayores y se encuentra en una situación de recursos limitados. Al adulto mayor discapacitado se le ayuda proporcionándole una vivienda, servicios personales y dinero. La recomposición implica, por un lado, la modificación completa de la organización doméstica y económica del hogar receptor; pero también el empobrecimiento de facto por la incorporación de un miembro que consume, no aporta y exige el cuidado permanente de otro miembro que podría aportar recursos. Entre el conjunto de estudios de caso de hogar en la fase de dispersión del ciclo doméstico de las evaluaciones cualitativas, los casos de Antonio y Gregoria son útiles para ilustrar esta situación. Antonio es un hombre de 83 años de edad, residente en Nochistlán de Mejía, Zacatecas, quien enviudo en 1997 pasando entonces a formar un hogar unipersonal. Trabajaba por su cuenta y los ingresos que obtenía a cambio de su actividad eran suficientes para mantenerse. Sin embargo, en el 2000 sufrió una caída que le lastimó las vértebras del cuello y lo dejó casi inmovilizado e incapaz de valerse por sí mismo. A partir de entones pasó a depender del hogar de su hermano, cuya familia lo mantiene y cuida desde ese momento. Antonio es beneficiario de Oportunidades bajo el EDA, fue recertificado en 2003 y a mitad de ese año dejó de percibir la transferencia monetaria por concepto de alimentación. El grupo doméstico actual está conformado por el núcleo conyugal (jefe de 77 años y jefa de 73 años), el mismo Antonio y, a partir de 2004, además un hijo (48 años) separado que regresó al hogar paterno luego de una unión fallida. El jefe de familia es el proveedor principal y se desempeña como herrero en jornadas diarias de al menos 12 horas; sin embargo, en el transcurso del último lustro ha visto reducida su capacidad para trabajar por

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problemas de salud y desánimo ante la muerte de familiares. El hijo se ejerce como albañil, pero de forma irregular y apenas contribuye a la economía doméstica; la mayor parte de sus ingresos los entrega a su ex cónyuge quien es discapacitada. La jefa se dedica a tareas domésticas y al cuidado de Antonio, son sus dos únicas responsabilidades; como su pareja, también ha disminuido la intensidad de su actividad en los últimos años a causa de sus afecciones físicas y emocionales, dejando incluso de salir de casa durante días. Una de las fortalezas del hogar es la vivienda, la cual es sólida y está bien equipada; además, es ahí donde el jefe desempeña su actividad laboral. Los tres adultos mayores del hogar sufren enfermedades crónicas: el jefe de familia es hipertenso, su cónyuge tiene un padecimiento cardiaco y el hermano –además de su incapacidad– artritis y úlcera. Afortunadamente, el núcleo conyugal tiene acceso al IMSS, pues fueron registrados como dependientes por uno de sus hijos quien es profesor de bachillerato, y en el Instituto reciben tanto atención como medicamentos gratuitos. Los remedios para Antonio, sin embargo, tienen que comprarlos; pues, aunque él es beneficiario del Programa, el tipo de medicamento que requiere suele ser surtido deficientemente. Mientras recibió la transferencia monetaria de Oportunidades, Antonio la destinaba íntegra para comprar su medicamento. Como se observa, en el transcurso del último lustro el hogar del hermano de Antonio pasó de ser uno biparental en la fase de dispersión avanzada, de los llamados de “nido vacío”, a uno extenso al recibir a Antonio y a un hijo. La extensión se realizó para ayudar a ambos familiares quienes pasaban por diferentes tipos de crisis. El papel del hermano de Antonio, quien se encontraba en mejor situación económica propiciada por la acumulación de activos en el transcurso de las décadas, fue el de apoyar a familiares desvalidos compartiendo sus recursos y cobijándolos. Sin embargo, las enfermedades crónicas, la limitada capacidad para movilizar fuerza de trabajo, la dependencia del ingreso del jefe y la composición doméstica delinean un escenario de recursos limitados y a un grupo doméstico vulnerable. Es previsible la

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crisis económica en el corto plazo, cuando la capacidad de trabajo del jefe comience a disminuir sensiblemente y el ingreso del hijo sea insuficiente para la unidad familiar en su conjunto. Cabe preguntarse si las redes informales de intercambio social serán suficientes para remediar la incapacidad del patriarca para obtener recursos por su cuenta o qué estrategia implementaran pasa subsanar el deterioro (¿venta de equipo doméstico o de trabajo?, ¿disolución del hogar y pasar a depender de las hogares de otros familiares?). El segundo caso es el de Rubén, de Ramos Arizpe en Coahuila, quien tiene 70 años de edad, es soltero y depende de familiares desde hace años. Es ciego, perdió la visión en una fecha indeterminada –hace más de un lustro– luego de ser atropellado por un camión de carga; a partir de entonces quedó bajo el cuidado de una de sus hermanas, sin embargo, cuando ésta falleció pasó a formar parte del hogar de su único familiar vivo: Gregoria, otra hermana. Así, su unidad doméstica actual está conformada por tres miembros: Gregoria, de 75 años de edad, quien es la jefa de familia desde 1975 cuando su cónyuge la abandonó; su hijo Juan de 45 años, soltero; y Rubén. De acuerdo con el mismo hijo, él vive con su madre para cuidarla; esta es la razón por la cuál nunca se unió y ha rechazado trabajos en otras localidades. Gregoria fue elegida como beneficiaria de Oportunidades en 1998, recibiendo sólo la transferencia por concepto de alimentación; en 2003 fue transitada al EDA dejando de percibir transferencia monetaria alguna. Gregoria se dedica a vender tamales, lo hace una vez a la semana. Hay ocasiones en las que no ha podido elaborarlos por falta de insumos y de dinero para adquirirlos, en otras por falta de fuerza. Juan trabajó en una ladrillera hasta 2004, año en que ésta cerró; a partir de entonces se dedica a hacer fletes con una vieja camioneta que compró en 2002 con el dinero que le dieron de aguinaldo. Se podría decir que esta es una situación de jefatura económica compartida, pues tanto los ingresos de Gregoria como de Juan son escasos e irregulares y ninguno de los dos alcanza a aportar más de forma regular. Rubén no desempeña actividad remunerada alguna, pasa los días postrado, acompañado de su hermana.

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Gregoria sufre de forma recurrente diferentes padecimientos, algunos de los cuales no sabe especificar. Entre otros, menciona dolores fuertes de estómago que le provocan vómito, colitis, “vejiga caída”, infecciones en las vías urinarias y “tos por debilidad”. Si bien Gregoria no se preocupa por cuidarse, sus hijas la instan a que lo haga y la llevan a recibir atención en unidades médicas públicas de la cabecera municipal; ellas cubren los gastos de transporte y otros que se presentan en el viaje. Por su parte, Juan tiene dificultades con una de sus manos, pues se cayó en 2003 fracturándose la muñeca de una de ellas. A partir de entonces no puede utilizarla correctamente para realizar actividades manuales y que requieran fuerza, esto lo ha descartado para ejercer algunos trabajos disponibles en su localidad como la compostura de las vías del tren. También sufre dificultades en el estómago que no le es posible especificar, pero que le hacen sentir malestar constante. Aparentemente, no hay enfermedades crónicas, como diabetes o hipertensión arterial, diagnosticadas a ningún miembro del hogar. Ante esta situación de recursos escasos y deteriorados, algunos de los hijos de Gregoria ayudan al hogar transfiriéndole recursos; sin embargo, como su situación también es precaria, estos son modestos. En concreto, dos hijas le regalan mensualmente a Gregoria una despensa y un hijo le envía remesas destinadas exclusivamente a que adquiera la medicina que requiera en ese momento. Por otra parte, hay ocasiones en las que Gregoria no puede desempeñar actividades de la vida cotidiana, entonces una de sus hijas la asiste personalmente y le ayuda tanto con el “quehacer” como con el cuidado de Rubén. La mayoría de conocidos y vecinos de Gregoria ya fallecieron por lo que carece de redes de intercambio informal con sus pares; la ayuda mutua está circunscritas a sus hijos e hijas. Como se observa, la situación del nuevo hogar de Rubén es muy vulnerable. A un escenario de por sí ya precario, marcado por los múltiples padecimientos de Gregoria y los accidentes de Juan, se agregó su presencia, que exige cuidados y consume parte de los pocos recursos; además, Rubén carece de posibilidad alguna de aportar a la economía doméstica. Si bien, la

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situación no está marcada por el aislamiento social, las redes informales de intercambio están circunscritas a algunos hijos y los recursos disponibles son también escasos.

COMENTARIOS FINALES Las tribulaciones de la fase de dispersión del ciclo doméstico son tal vez las menos conocidas entre las que enfrentan los hogares a lo largo de su vida. La contribución principal de este artículo consiste en aportar información analítica de esta fase del ciclo doméstico, en especial de dos tipos de arreglo familiar: el de los “hogares dona” y el de los hogares envejecidos. A continuación se presentan reflexiones finales correspondientes a cada uno de estos tipos de hogar. Los “hogares dona” son un tipo de arreglo doméstico lejano tanto del modelo tradicional de familia como del privilegiado por Oportunidades,46 pues, además de encontrarse en el momento avanzado de la fase de dispersión del ciclo doméstico y tener estructura extensa, están principalmente compuestos por (a) nietos, quienes son niños pequeños que aún no alcanzan a recibir la beca de Oportunidades o jóvenes que han concluido su trayectoria escolar y (b) mujeres adultas que finalizaron su vida reproductiva, que son abuelas y jefas de hogar. La generación intermedia en edad de trabajar está ausente 46

Considerando el objetivo principal de Oportunidades –combate a la pobreza extrema, entendida como aquella que se transmite intergeneracionalmente- y sus componentes –beneficios y obligaciones dirigidos a madres de familia en edad reproductiva, a niños y a jóvenes-, se podría caracterizar al hogar predominantemente beneficiado por Oportunidades como uno con estructura nuclear biparental, conformado por una pareja heterosexual, que se encuentra en la fase de expansión del ciclo doméstico, en el que el jefe varón se dedica a actividades productivas, siendo el proveedor económico más importante, y su cónyuge se ocupa principalmente en tareas domésticas como reproductivas, y en el que hay algún hijo cursando un grado escolar entre el tercero de primaria y el tercero de bachillerato. Ver el comentario de González de la Rocha al respecto en la Introducción de este libro.

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por emigración o por reconstitución de sus familias vía segundas nupcias. La jefatura femenina de los “hogares dona” es asumida por ausencia física del cónyuge, sólo en un caso ésta es económica. Son grupos domésticos de pocos miembros; entre los estudiados aquí, el número promedio es de tres: la abuela, entre uno y tres nietos y –en dos casos– una nuera.47 La mayoría de estas mujeres-abuelas-jefas de familia se encuentra lejos de haberse retirado de la vida productiva, mantienen una actividad laboral intensa desde hace décadas que –en muchas ocasiones– requiere que desempeñen jornadas dobles y tareas disímiles. Esto les permite ser autónomas y es uno de los factores que explican por qué antes que requerir ayuda, son ellas quienes la proporcionan activamente. Sin embargo, cuando no trabajan se debe a que sufren enfermedades que restan capacidades. En esta situación, frente a la pérdida de la trabajadora y generadora de ingresos principal, la reorganización doméstica que tiende a ocurrir implica el inicio de la vida productiva-remunerada del nieto corresidente, conservando una situación laboral similar a la previa. Este tal vez sea uno de los mecanismos de sobrevivencia fundamentales de los “hogares dona”: garantizar una composición doméstica tal que pueda conservar siempre a un miembro en el mercado de trabajo. De esta manera, cuando los nietos son niños o jóvenes, la abuela es quien desempeña el papel de proveedora; cuando ésta se retira por dificultades de salud y de edad, los nietos –quienes ya han crecido– comienzan a trabajar asumiendo la jefatura económica. Este 47

Estas características sociodemográficas coinciden con las encontradas por Salles y Tuirán (2000: 7576) en los hogares encabezados por mujeres en México. En su revisión de la literatura especializada, sobre pobreza desde una perspectiva de género, señalan que dichas familias tienen los siguientes rasgos: (1) el número promedio de integrantes tiende a ser más reducido que el de las unidades domésticas encabezadas por varones; (2) se concentran en las etapas más avanzadas del ciclo de desarrollo familiar; (3) las jefas por lo general son viudas o están separadas o divorciadas; (4) conforman arreglos residenciales predominantemente no nucleares; (5) son mayoritarios los hogares integrados por jefas solas con sus hijos solteros o por las jefas, sus hijos solteros y otros parientes; (6) las jefas presentan tasas de participación económica mayores que las mujeres no jefas en todos los grupos de edad; (7) la ausencia de los ingresos de un jefe varón tiende a ser compensada por las contribuciones económicas de hijos o por otros integrantes.

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segundo momento podría dar pie a una suerte de “segunda fase de equilibrio del ciclo doméstico” (ver adelante). Los trabajos desempeñados por miembros de estos hogares eran informales, con ingresos fluctuantes y sin prestaciones; la excepción era el hogar de Coahuila, donde el nieto consiguió un empleo con contrato y prestaciones. Los ingresos monetarios de los “hogares dona” provienen básicamente de dos fuentes, sean estas trabajo y remesas o trabajo y transferencias institucionales (de programas sociales o por pensión). Las remesas enviadas por los hijos, padres de los niños que quedan a cargo de las abuelas, tienen como destino principal a estos y no son destinadas a cubrir el consumo del hogar en su conjunto; es decir, no son un mecanismo de intercambio intergeneracional diferido en el tiempo del que la abuela pueda sacar ventaja. Por su parte, las transferencias monetarias de Oportunidades tienden a no ser significativas en la mayoría de estos grupos domésticos, ni en términos absolutos ni relativos, pues la mayoría de los hogares las perciben solamente por concepto de alimentación; en esta circunstancia no representan más del cinco por ciento del ingreso total del hogar. Este dinero se destina a la adquisición de insumos domésticos y comida. Por el contrario, cuando la transferencia es recibida además por becas llegan a representar más de la mitad del ingreso total del hogar y resultan cruciales en situaciones de crisis (caso de Gozos), así como estimulan la asistencia escolar hasta por lo menos el noveno año (caso de Elia). Los hogares más pobres y vulnerables son aquellos que no tienen al trabajo como la fuente de ingresos principal; dos de ellos dependían en más de un 80 por ciento de las remesas, uno más en un 70 por ciento de la transferencia de Oportunidades. La salud no es un factor que incida negativamente en el nivel de vulnerabilidad de la mayoría de los “hogares dona”. Esto, a pesar de la presencia extendida de enfermedades crónico degenerativas y de eventos de salud que podrían fácilmente transformarse en crisis para la economía doméstica. Los dos factores que impiden que los padecimientos sean catastróficos son el acceso a la seguridad social y la red de intercambio social sostenida principalmente

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con las hijas. Cuando las dificultades de salud sí devienen en crisis domésticas se debe a la situación de vulnerabilidad preexistente (vivienda frágil, escasez de recursos, dependencia de una fuente de ingresos), a que la ayuda prestada a través de las redes sociales resulta insuficiente (los recursos disponibles a movilizar son minúsculos) y a que la fuerza de trabajo existente no es utilizada (miembros que podrían trabajar no lo hacen). La vivienda y la tierra son dos de las fortalezas más importantes de los “hogares dona”. Aunque precaria y prestada en algunos casos, la vivienda es el espacio físico y social que permite la conformación de este tipo de hogares y que posibilita la reorganización de la incipiente vida autónoma de los hijos. Es un activo en el que la mayoría de los núcleos conyugales invirtieron a lo largo de sus vidas y al que, una vez que el jefe varón se ausentó, las abuelasjefas de familia le sacaron gran provecho dándole uso productivo y social. De la misma manera, la tierra para cultivar facilitó la obtención de ingresos monetarios y en especie a lo largo de años; al concluir su vida productiva, las abuelas la cedieron a alguno(s) de sus hijos, permitiéndoles tener así una fuente de ingresos propios. Además, en una situación por demás atípica, la condición de ejidatarias les permitió a un par de mujeres (Petra y Cirila) tener acceso a la seguridad social, elemento fundamental para enfrentar exitosamente crisis desencadenadas por dificultades de salud y fuente extra de ingresos (pensión por viudez y por retiro). Las relaciones extra-domésticas son otra de las fortalezas más importante de estos hogares. Por un lado, la ayuda que las abuelas-jefas continúan brindando a sus hijos, aun cuando estos ya formaron sus propios hogares, es crucial para que estos sostengan un nivel de bienestar mínimo en momentos de dificultades propias de la fase de expansión del ciclo doméstico. Entre otros, esta ayuda consiste en entrega de una parte del solar materno para que los hijos edificaran ahí su vivienda, acceso a derechos ejidales, de agua para riego y –más importante– sustitución de las actividades reproductivas a través del cuidado y crianza de los nietos. Pero en los casos en los que quienes pasan por dificultades son las abuelas, los nietos les retribuyen a través de un mecanismo

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social que bien podría ser calificado de intercambio intergeneracional diferido en el tiempo proporcionando cuidados, dinero y acompañamiento. En síntesis, un primer vistazo podría dar la impresión de que el arreglo doméstico que da pie a la conformación de los “hogares dona” representa una desventaja para la generación más añeja, pues a las dificultades propias de su ciclo de vida suma las de la fase de expansión. Esto, si se considera que la extensión de la estructura del hogar en la fase de dispersión avanzada ocurre a través de la incorporación de niños que no aportan recursos pero sí los consumen. Sin embargo, visto en una perspectiva del largo plazo, dicha extensión se transforma en ventaja al configurar una situación en la que los nietos permanecen en el hogar hasta que alcanzan edad para trabajar, lo hacen y aportan a la economía familiar, dando pie a una suerte de “segunda fase de equilibrio del ciclo doméstico” en la que los ingresos obtenidos por los nietos se suman otros que la abuela obtiene por su cuenta y que no dependen de su actividad (remesas o transferencias institucionales). Esta situación podría ser aún más ventajosa si el inicio de la vida laboral de los nietos ocurre en un momento cercano a aquel en el que la capacidad de las abuelas para obtener recursos por su cuenta disminuye, evitando así el fuerte desequilibrio económico característico de situaciones críticas de hogares en la fase de dispersión del ciclo doméstico. Es preciso resaltar que al momento de la conformación de los “hogares dona”, las abuelas poseen un abanico de recursos mínimo y una capacidad para movilizarlos que les permite ayudar –sin recibir algo a cambio en el corto plazo– a sus hijos, quienes son más vulnerables pues sufren las desventuras propias de los hogares que se encuentran en la fase de expansión del ciclo doméstico. Es posible que si las abuelas se encontraran en un momento avanzado de la fase de dispersión no podrían recibir y ayudar a otros familiares. Es decir, este es un arreglo doméstico que constituye una ventaja para los miembros de las tres generaciones involucradas siempre y cuando el hogar receptor del nieto se encuentre en los momentos iniciales de la fase de dispersión del ciclo doméstico. De esta manera se propicia un acompañamiento

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económico entre abuelas y nietos a través del tiempo que permite considerar la existencia de una estrategia de sobrevivencia de largo plazo. Los años de exposición a Oportunidades de los “hogares dona” van de cuatro a siete. En este tiempo, las jefas de estos grupos domésticos recibieron una transferencia monetaria por concepto de alimentación, dos de ellas además becas, asistieron a pláticas de capacitación para la salud y a revisiones médicas semestrales. Sin embargo, la mayoría no lograron incrementar significativamente sus ingresos, ni mejoraron sus capacidades sustancialmente por procesos vinculados con el Programa. De una manera un tanto obvia, las únicas unidades domésticas (dos) de las que se podría asegurar que los nietos asistieron más años a la escuela, es en aquellas que recibieron becas por parte de Oportunidades (son, también, dos de las familias más vulnerables y pobres). Así, se puede concluir señalando que la composición doméstica de los “hogares dona” –al menos en lo que concierne a los examinados aquí– no permite aprovechar el apoyo de Oportunidades para realizar mejoras significativas en sus condiciones de vida. Dicho de otra manera: la ayuda entregada por el Programa es utilizada básica, pero significativamente, por los “hogares dona” en procesos de sobrevivencia, tales como la adquisición de alimentos. Por su parte, tal como se resaltó en la evaluación cualitativa de 2005, los hogares que se encuentran en un momento avanzado de la fase de dispersión del ciclo doméstico y que además están conformados principal o exclusivamente por adultos mayores son muy vulnerables (Escobar, González de la Rocha y Cortés, 2005). Estos hogares se caracterizan por la presencia de miembros que padecen enfermedades crónico degenerativas, que han pasado por fuertes accidentes y por la recurrencia de crisis originadas en eventos de salud. El estado funcional de la mayoría de sus miembros está muy deteriorado, razón por la cual requieren de cuidados permanentes y la realización de gastos constantes para adquirir medicamentos. Para enfrentar las crisis de salud, sin embargo, estos hogares son capaces de movilizar efectivamente sus redes de intercambio informal, permitiéndoles

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responder con algún grado de éxito a la adversidad. Desafortunadamente, los recursos disponibles en estas redes son escasos, de tal forma que, si bien los servicios y bienes recibidos ayudan a controlar los daños causados por las enfermedades, no son un recurso del cual puedan echar mano para la sobrevivencia diaria. Como en el caso de los “hogares dona”, el apoyo informal es proporcionado por familiares (hijos y hermanos) y el mecanismo de intercambio social que opera principalmente entre estos grupos domésticos es del tipo intergeneracional diferido en el tiempo. Por otra parte, los accidentes provocan que quienes los sufren dependan de otras personas para realizar las actividades de la vida diaria. La respuesta encontrada en las unidades domésticas analizadas, ante eventualidades de esta naturaleza, fue la conformación de hogares extensos en los que predominan los adultos mayores. En estos, quienes se encuentran en mejor estado funcional comparten los escasos recursos que poseen y cuidan a los desvalidos. A pesar de su vejez, el recurso principal de estos grupos domésticos sigue siendo su capacidad para trabajar. Por ello, la situación de estos hogares es crítica ya que –por un lado– su sustento económico depende del precario ingreso que uno o dos miembros puedan obtener; pero –por otra parte– la capacidad física para el trabajo de estos está en su ocaso, de tal forma que la situación en el corto y mediano plazo no es halagüeña. El papel que desempeña Oportunidades en situaciones de la naturaleza descrita es mínimo. Muchos de los hogares envejecidos tienen en común que, en el presente etnográfico, no reciben apoyo monetario alguno por parte del Programa. Esto se debe a que los grupos domésticos conformados principalmente por personas mayores de 60 años y sin miembros en edad escolar no son los más propicios para recibir los apoyos de Oportunidades. Por ello, es común encontrar que los grupos domésticos de adultos mayores reciban sólo transferencias por concepto de alimentación, pero también que con el paso de los años –y luego de pasar el filtro de la recertificación– estos sean transitados al EDA o dados de baja, dejando de percibir transferencia monetaria alguna. Conservar el acceso gratuito a la unidad de salud puede

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ser de gran importancia, sin embargo a veces esto resulta insuficiente, pues en algunas ocasiones dichas unidades carecen de la dotación adecuada del medicamento necesario para el tipo de afecciones crónicas o provocadas por los accidentes que los adultos mayores pobres padecen. En este sentido, resulta un acierto el nuevo componente del Programa instrumentado a partir de marzo de 2006 y destinado a la población de mayor edad. Éste consiste en la entrega bimestral de un apoyo monetario para los miembros de las familias beneficiarias que sean mayores de 70 años de edad.48 Si el hogar está integrado exclusivamente por adultos mayores, la transferencia se recibe y, a partir de los cambios que el Programa realizó con base en el análisis del EDA que dio lugar a la detección de factores de vulnerabilidad (Escobar, González de la Rocha y Cortés, 2005), no es transitado al EDA, lo que resulta un acierto al encontrarse un número significativo de familias beneficiaras en esta situación. La desventaja es que – como sucede en casos como el de Juana, uno de los “hogares dona”– algunas de las unidades domésticas de adultos mayores fueron dadas de baja al dejar de cumplir con sus corresponsabilidades luego de haber transitado al EDA. Esto ocurrió porque consideraron que no valía la pena seguir asistiendo a las revisiones de salud sin –desde su punto de vista– recibir nada a cambio, dejando de presentarse a dichas actividades y siendo dados de baja por esta razón. Tal vez entre estos hogares se encuentren algunos de los más pobres conformados por adultos mayores, por lo que Oportunidades debería crear un mecanismo que les permitiera recuperar el apoyo (siempre y cuando, claro, volvieran a cumplir con sus corresponsabilidades). 48

En el primer semestre de 2006 la transferencia por este concepto ascendía a 500 pesos bimestrales. De acuerdo con información aparecida en el sitio web de Oportunidades (2006), para febrero de 2006 se “validó” la existencia de 370 mil adultos mayores entre los cinco millones de hogares beneficiarios que comenzarían a recibir los apoyos a partir de marzo de ese año. Según Rogelio Gómez-Hermosillo, coordinador nacional del Programa, “el padrón de Oportunidades tiene registrado a un millón de adultos mayores de 70 años, que forman parte de los hogares atendidos por el Programa”.

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