¿\"Razón crítica\" vs. \"sentimiento nacional\"?: Cadalso y el debate europeo sobre los caracteres nacionales (IX Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea, Murcia, 17-19 de septiembre de 2008)

September 18, 2017 | Autor: X. Andreu Miralles | Categoría: Intellectual History, Nationalism, Enlightenment, Spanish History, National Identity, National Character
Share Embed


Descripción

¿"Razón crítica" vs. "sentimiento nacional"?: Cadalso y el debate europeo
sobre los caracteres nacionales
Xavier Andreu Miralles
(IX Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea, Murcia, 2008)

El 24 de septiembre de 1810, con la reunión de las Cortes de Cádiz y el
reconocimiento de que sólo la nación, como sujeto político que se hallaba
en ellas representado, era capaz de gestionar la soberanía política y de
llevar a cabo las reformas que creyera necesarias en el cuerpo nacional, se
daba el paso fundamental hacia la formación en España de una nación
moderna. El primer decreto que aprobaron aquellas Cortes, a propuesta del
diputado Diego Muñoz Torrero, declaraba contundentemente que eran las
depositarias de la soberanía nacional. Con este acto de enunciación la
nación fue "absolutizada", se convirtió en el centro sagrado de la vida
social y política. Una vez las Cortes de Cádiz establecieron a la nación
como el principio de la soberanía, el mismo concepto se transformó: se
asoció a un programa específico de acción política y constitucional que
redefinía la relación entre pueblo, rey (ahora un simple representante de
la nación) y gobierno y sentaba las bases para el desarrollo de una nueva
estructura de instituciones, leyes, modos de conducta y asunciones
culturales "nacionales"[1].
A su vez, la retórica de la nación liberal implicaba también una nueva
concepción de la "identidad" de quienes eran definidos como integrantes de
la comunidad nacional: cada uno de ellos era partícipe de una "esencia"
(unificada internamente y diferente a cualquiera otra) que les era
conferida categóricamente, en tanto que "españoles", y que se proyectaba
hacia el pasado. El edificio constitucional gaditano se asentaba sobre la
narrativa histórica de una nación liberal formada por el compuesto de todas
las familias españolas (un cuerpo moral y autónomo, independiente y
soberano) que hundía sus raíces en la noche de los tiempos. La existencia
de la nación española era previa, para los liberales de Cádiz, a su
organización política. Como afirmaba el diputado Oliveros, España era la
suma de "las familias particulares que están unidas entre sí, porque jamás
hubo hombres en el estado de la naturaleza; y si hubiera alguno, nunca
llegaría al ejercicio de su razón: estas familias se unen en sociedad, y
por esto se dice reunión. [...] Esta Nación, Señor, no se está
constituyendo, está ya constituida; lo que hace es explicar su
Constitución, perfeccionarla y poner tan claras sus leyes fundamentales,
que jamás se olviden, y siempre se observen."[2]
De todo ello se derivaba también una nueva forma de entender a los
españoles y la relación que debían mantener con su patria, a la que debían
el mayor grado de fidelidad y sacrificio. Pocos artículos constitucionales
suscitaron tan poca controversia como el décimo, por el que todo español
quedaba obligado a defender la Patria con las armas cuando fuera llamado a
hacerlo; de hecho no presentó ninguna, se aprobó tal como estaba redactado
e inmediatamente. El artículo séptimo, en el que se declaraba que "el amor
de la Patria es una de las principales obligaciones de todos los
españoles", sí desató cierto debate, pero precisamente porque algunos
diputados lo consideraban superfluo, pues, como argumentaba Terrero, "la
idea de este artículo es una de las que están tan inherentes a los hombres,
que los filósofos llaman innatas o casi innatas, y conocidas por la
sindéresis, esto es, que sin reflexión y atención hay ya este amor a la
Patria. [...] Los irracionales, si pudieran exponer sus afectos, nos
reprenderían viendo que necesitábamos poner por ley este sentimiento tan
natural."[3] La entrega a la nación de los integrantes de las familias que
la componían se suponía, por tanto, un "sentimiento natural", algo sobre lo
que no debería hacer falta legislar. De este discurso se derivaba que
quienes no hicieran gala de patriotismo fueran considerados traidores no
sólo a su nación, sino a la humanidad entera, puesto que negaban un
"sentimiento natural" común al género humano.
Esta forma de pensar la identidad (a la vez individual y colectiva)
contrasta radicalmente con los modos como se había entendido durante los
siglos anteriores. Durante la Edad Moderna, las personas tendían a
evaluarse no tanto por su adscripción "natural" a una determinada
colectividad, como por su comportamiento religioso, su posición social o su
reputación. Los integrantes de las diversas cortes europeas compartían más
rasgos y se sentían más identificados entre sí, que con sus "pueblos"
respectivos. Otro tanto ocurría con los fieles de una determinada comunidad
religiosa o con quienes pertenecían a un mismo oficio. Lo que no quiere
decir que no hubiera ya entonces formas diversas de entender la
"españolidad" (u otras identidades territoriales), sino que éstas no eran
centrales para los sujetos históricos; su identidad, fundamentalmente
"externa", la construían a partir de otros elementos.
Desde finales del siglo XVII y, sobretodo, a lo largo de la siguiente
centuria se produjo en todo el mundo occidental una profunda transformación
de estas formas de pensar el mundo y la identidad. Las "naciones"
adquirieron, progresivamente, un marcado protagonismo, hasta el punto de
convertirse en uno de los elementos a través de los cuales era posible
construir y pensar ese mundo y la relación que con él mantenían los
sujetos. El debate sobre las causas de este proceso es uno de los que más
tinta ha hecho correr en los estudios sobre las naciones y el nacionalismo.
Se ha argumentado que en su base estuvieron las transformaciones
introducidas por la nueva lógica capitalista o por la aparición del estado
moderno, la recuperación del lenguaje del patriotismo o la aplicación al
análisis de las sociedades humanas de nuevas perspectivas
epistemológicas... Como señala Craig Calhoun, no hubo una causa explicativa
principal, sino muchas coadyuvantes, en un proceso que no tenía por qué
conducir necesariamente a la aparición de una forma de conceptuar el mundo
basada en la retórica del nacionalismo[4]; al desarrollo de lo que Joep
Leersen, para superar problemas terminológicos y marcar las diferencias
necesarias con la "nación moderna" tal como la entendemos en la época
contemporánea (cuando se convierte en el eje fundamental de la organización
social y política), llama un pensamiento nacional[5].
El proceso por el que se fue articulando esta forma de pensar el mundo
estuvo íntimamente relacionado con el de la construcción del "individuo"
moderno. Así como los sujetos empezaron a ser conceptuados como portadores
de una vida "interior" que les definía y les caracterizaba[6], igualmente
las naciones fueron concebidas progresivamente como entes autónomos con
personalidad propia. Es dentro de este marco epistemológico en el que cabe
entender el debate que se desplegó en la Europa ilustrada desde mediados
del siglo XVIII sobre los caracteres nacionales[7].
Desde mucho tiempo atrás el término "nación" había sido utilizado,
siguiendo su acepción bíblica, como una forma de distinguir y clasificar a
los diversos pueblos de la historia; en un sentido casi etnográfico (así
como etnocéntrico) que se mantuvo durante el siglo XVIII, cuando empezó a
competir con la idea de "nación" como entidad político-territorial. Por
ello, fue utilizado ampliamente en los debates históricos y teológicos
sobre la naturaleza y la diversidad humanas, que se renovaron a medida que
empezaban a proliferar en la naciente esfera pública europea las obras que
describían las costumbres de otros "pueblos", y que se abrían nuevos
espacios para pensar la relación entre el mundo y el sujeto individual. De
este modo, Feijoo podía comparar en 1728, en el discurso XV del segundo
tomo de su Teatro crítico universal ("Mapa intelectual y cotejo de
naciones"), a la nación holandesa, turca, africana, china o americana,
entre otras, para negar que el clima influyera en la capacidad intelectual
de los hombres de las diversas partes del globo[8]. Aun así, asumía ya como
evidente que las diversas naciones del mundo se distinguían por una serie
de rasgos propios que las diferenciaban.
¿Cómo explicar la gran diversidad cultural, lingüística e incluso física
entre los diversos pueblos del mundo, partiendo de la premisa ilustrada de
la descendencia común de la humanidad? La respuesta la hallaron en la
"propincuidad": los hombres tendían a acercarse unos a otros, a vivir
conjuntamente y a organizarse bajo unas mismas leyes e instituciones. De
esta vida en común se derivaba la formación de un carácter nacional que era
así contingente: basado en la proximidad y en el hecho de compartir lengua,
leyes, gobierno e instituciones. Algunos autores, como Montesquieu,
señalaron también el clima y otras causas "naturales" como explicativas de
la diversidad de los caracteres nacionales, aunque tampoco las consideraron
decisivas (podían ser "corregidas" mediante un buen gobierno o unas buenas
leyes).
Sin embargo, a medida que avanzaba el siglo, una concepción más
"esencialista" de los caracteres nacionales fue ganando terreno. Desde las
décadas centrales de la centuria se fueron imponiendo las "teorías de los
estadios" que permitían explicar las diferencias entre los pueblos de la
humanidad mediante una nueva forma de concebir el tiempo histórico. Cada
una de las diversas sociedades humanas tenía su propio camino hacia el
progreso y la civilización, que había ido pasando por una serie de fases en
una larga trayectoria a través de la cual habían ido conformando su
respectivo carácter nacional. Éste, por tanto, era aún algo contingente y
maleable, aunque muchos menos que antes: si era el resultado de siglos de
formación, también harían falta siglos para transformarlo.
Además, la existencia en el mundo de "salvajes" (como en América) ponía
sobre la mesa otro problema: el proceso de civilización no era inevitable,
sino el resultado de la acción humana en la historia. ¿Por qué algunos
pueblos primitivos habían "evolucionado" mientras otros ni lo habían hecho
ni parecía que quisieran hacerlo? Una respuesta posible era apelar a un
diferente carácter originario, algo que entroncaba con las nuevas teorías
evolucionistas epigenetistas de la historia natural[9]. El carácter
nacional se convertía así, al mismo tiempo, en causa y resultado del
proceso histórico y, como ha estudiado Kathleen Wilson para el caso inglés,
empezaba a vincularse con una concepción racial (o casi) en la que el
factor decisivo era la pertenencia a una comunidad de parentesco de origen
inmemorial[10]. De aquí era posible pasar a una concepción del carácter
nacional como algo que prácticamente se fundía con la naturaleza, como
haría posteriormente Herder.
A su vez, estas reflexiones abrían una posibilidad para explicar los males
del mundo "moderno": el progreso de la civilización había supuesto también,
para algunos autores como Rousseau, la corrupción moral y la pérdida del
carácter nacional (y de los elementos de éste que eran positivos), que en
su caso vinculaba directamente con la "voluntad general". El buen
legislador, para el ginebrino, era aquél que sabía evitar la corrupción de
la virtud cívica (sin la cual no habría auténtica "voluntad general"),
amenazada por el mundo comercial moderno, mediante la preservación de su
carácter propio. Aunque el original, con la civilización, se había perdido,
de lo que se trataba era de conocer la situación existente e intentar
reconducirla en la medida de lo posible mediante leyes sabias. Poco
después, también desde la tradición del republicanismo cívico, un Mably
preocupado porque el absolutismo y el mundo cortesano estuvieran creando
sujetos hipócritas, afectados y serviles (como ya habría advertido
Montesquieu), planteó la necesidad de recuperar el antiguo carácter de los
franceses primitivos. Las implicaciones políticas de la propuesta del que
sería redactor de los Derechos del hombre y del ciudadano eran evidentes:
en los franceses primitivos hallaba los valores del humanismo cívico
(libertad, independencia, autonomía) que habían sido corrompidos por el
despotismo. Tan sólo un férreo Licurgo podría hacer revivir el carácter
puro, austero y frugal de los franceses primitivos, sustituido tras largos
siglos de dominación despótica por la ligereza, la frivolidad y la
afeminación[11].
En las páginas que siguen me propongo analizar, dentro de este contexto,
una de las obras que más influyeron en el pensamiento político español de
la segunda mitad del siglo, las Cartas marruecas de José Cadalso, cuyo
objeto, como escribía su autor en las primeras páginas, era tratar "del
carácter nacional [español], cual lo ha sido y cual lo es". Un asunto, el
de los caracteres nacionales, que, como hemos visto, ocupaba a buena parte
de los autores europeos[12]. Sin embargo, pocos han sido los trabajos que
han intentado arrojar luz sobre la obra de Cadalso situándola en relación
con el debate europeo y lo que de éste se derivaba para España, tanto desde
un plano político como cultural[13]. Es más común interpretar sus textos
como los propios de un autor ubicado en una época que no le pertenece y en
la encrucijada de dos principios irreconciliables: "tradición" y
"modernidad".
Esta dualidad que se propone para el análisis de la obra de Cadalso (y, en
general, para las reflexiones de sus coetáneos sobre la "nación" española)
impide, desde mi punto de vista, comprender en toda su complejidad el
proceso por el que se fue conformando un pensamiento nacional en la España
de las últimas décadas del siglo XVIII. En buena medida esta interpretación
es deudora de las tradicionales visiones historiográficas del Siglo de las
Luces español, uno de los más denostados y estigmatizados por el
pensamiento español contemporáneo, en el que la "modernidad" europea apenas
habría conseguido iluminar el triste y oscuro solar hispánico y que
sentaría las bases del fracasado siglo XIX, incapaz de derrocar el Antiguo
Régimen y de edificar un sólido estado liberal y, con ello, una exitosa
identidad nacional española. Esta imagen se corrigió en buena medida
gracias a los trabajos de Jean Serrailh y de quienes se inspiraron en su
obra[14]. Como demostraron estos y otros autores, los intelectuales
españoles del siglo XVIII no se habían mantenido al margen de la
Ilustración europea, sino que habían participado plenamente de sus
problemáticas y de sus mismos debates. Además, no lo habían hecho
subsidiariamente, sino adaptándolos a sus problemas concretos y a sus
particulares tradiciones de pensamiento. El siglo XVIII español era
singular (como lo era en el resto de países), pero no "anormal" o
"deficiente"[15].
De todos modos, en muchas ocasiones seguía y sigue haciéndose referencia a
la falta de "modernidad" del XVIII español, en tanto se considera que la
voluntad reformista ilustrada (sin duda existente) topó con dos barreras
insalvables: una gran masa ignorante ajena a sus intentos (lo que
comparativamente hablando fue común a toda Europa) y la fuerte presencia de
un pensamiento "antimoderno" (presente también en el resto de Europa, pero
más fuerte en la península) que incluso habría afectado a aquellos que
formaban en las filas de las reformas y les habría llevado a adoptar
posiciones contradictorias.
Estas perspectivas se mantienen especialmente en los trabajos que han
abordado el estudio de la génesis, en las décadas finales del siglo, de una
"conciencia nacional española", a excepción, quizás, del pionero trabajo de
José Antonio Maravall, quien situaba la obra de Cadalso, particularmente
las Cartas marruecas, en un contexto europeo en el que la idea "moderna" de
nación (como espacio político de coexistencia entre los individuos) iba
tomando forma. Al hacerlo, evitaba uno de los errores en los que han
recaído muchos de los estudiosos de su obra en años posteriores: considerar
contradictorios su defensa de la nación española y su afán cosmopolita.
Como bien señalaba Maravall, en las últimas décadas del XVIII, éstas no
eran dimensiones excluyentes, sino más bien la norma del otoño ilustrado.
Además, este autor inscribía acertadamente a Cadalso en el debate europeo
sobre los caracteres nacionales (del que no le consideraba un simple
deudor) y ponía de relieve su manifiesta dimensión política. Aunque no
estoy de acuerdo con Maravall en su interpretación del pensamiento político
de Cadalso (en quien encuentra una especie de "despertar romántico de la
democracia nacional"), ni en su consideración de que puede encontrarse ya
en él una concepción "moderna" de la nación española, considero que su
trabajo apuntaba en una línea que no fue suficientemente explorada[16].
Años más tarde, François López retomó el interés por las últimas décadas
del siglo XVIII y por lo que llamó la "crisis de la conciencia nacional
española". Su objeto de análisis fundamental fue otro autor reputado por la
historiografía, durante muchas décadas, como uno de los adalides del
tradicionalismo antiilustrado, Juan Pablo Forner. En su riguroso y
exhaustivo estudio de su figura y de la tradición intelectual de la que
procedía, López se guardó mucho de interpretaciones excesivamente rígidas e
interesadas del supuesto "tradicionalismo" de autores como Forner o
Cadalso. Sin embargo, no dejó por ello de mantener una visión de la España
de aquel periodo como "tradicional", en oposición a la "modernidad"
encarnada por Francia. Lo que tenía sus efectos en las formas en que los
españoles pensaban sobre su nación: en el desgarramiento que sentían al
escribir de su patria y que se observaba, según López, en un Cadalso que
había sido educado en Francia. Al llegar a España, el futuro coronel se
habría tenido que enfrentar con la realidad de un país atrasado, muy
alejado del que procedía.
Sin ese efecto de expatriación, ¿habría podido escribir sus Cartas
marruecas? Parece que el proyecto de una obra de ese tipo no podía nacer
más que en un español que había tenido el privilegio de abandonar su patria
cuando todavía era un niño.

Esto le habría permitido desarrollar una visión crítica, distanciada, de su
país (que, por consiguiente, sería imposible en alguien nacido y educado
tan sólo en España), pero también le habría sumido en un gran desasosiego.
La unión de una cultura francesa y un temperamento español da un fruto
ciertamente singular, constantemente atravesado por tempestades y abocado a
los más violentos conflictos. Educado en Francia y en Inglaterra,
transplantado después a España, Cadalso vivió siempre dividido entre
tendencias opuestas.[17]

López desarrolló sus reflexiones sobre "Cadalso y la cuestión nacional"
unos años más tarde, en un coloquio internacional celebrado en el
bicentenario de su muerte. En dicho texto no parecía tener tan clara la
capacidad crítica del escritor gaditano: para entender su obra se debería
parar mientes más en su temperamento español que en su cultura francesa.
Incluso, se preguntaba sobre si era adecuado o no considerar a Cadalso como
un "ilustrado". Le consideraba una clara muestra de la encrucijada en la
que se hallaron los pensadores españoles del final del siglo: la nacida de
la superposición de dos planos (uno espacial, España-Europa; otro temporal,
pasado-futuro) no coincidentes. Según López, para Cadalso España había sido
grande en el siglo de Cervantes, mientras el XVIII no pertenecía a los
españoles, sino a extranjeros como Montesquieu. Entre uno y otro siglo no
se habría producido sino una decadencia general. Situado en tal disyuntiva
optó sin dudarlo por el "espíritu caballeresco" del XVI. Sus Cartas
marruecas deberían ser leídas más como texto apologético (en consonancia
con su Defensa de la nación española contra la Carta persiana LXXVIII de
Montesquieu) que como análisis crítico. Incluso, las vinculaba con un
"nacionalismo cultural que para afirmarse tiene que arremeter contra los
valores de la cultura francesa dados como universales". Cadalso no sería
sino un "nostálgico de la grandeza de su patria" que "despreciaba el
"modernismo" y rebajaba a su siglo por enaltecer a una España venida a
menos, en cuyas entrañas sin embargo quería reconocer algo de sus antiguas
virtudes". Aunque le consideraba un ilustrado porque soñaba con regenerar
su patria, "y eso basta para que le consideremos como un ilustrado", no
dejaba de pertenecer a una nobleza "a la prusiana" que pretendía
monopolizar las reformas del estado en beneficio propio y que no dejaba de
orientarse hacia el pasado[18].
La "crisis de la conciencia española" que López identifica a finales del
siglo XVIII se explica, así, como el resultado de la imposibilidad de
encaje entre España ("tradicional") y Europa ("moderna"). Los ilustrados
españoles de final de siglo se habrían dado cuenta de que sumarse a la
modernidad europea implicaba renunciar a su identidad propia. Ante tal
disyuntiva se situaron de un lado o de otro; si bien la norma sería la
lucha interior, en cada uno de ellos, entre su "razón crítica" y su
"sentimiento nacional". Con sus contradicciones y su preocupación por el
carácter nacional español, Cadalso parecía ejemplificar como pocos tal
situación. Para López, como hemos visto, el debate se resolvía en lo
referente al gaditano con su adscripción a uno de los bandos. Otros autores
no lo tuvieron tan claro, y destacaron por contra los elementos de su obra
que parecían situarlo sin ambages en el mundo ilustrado. Entre uno y otro
extremo había espacio para celebrar a un doliente precursor de Larra,
atravesado por sus mismas dudas y lamentos, o incluso del 98; en ocasiones
claro "introductor" de las ideas francesas, simple "imitador" de
Montesquieu, cuando no encarnación del paradigma del tradicionalismo
hispánico y de su mesianismo regresivo[19]; bien ferviente cosmopolita y
ciudadano del mundo, bien igual de ferviente defensor de lo español y
exaltador de lo castizo[20]; crítico racional de su patria y de la sociedad
europea, pero arrastrado por la irracionalidad y el sentimiento cuando
tenía que escribir de su España[21]. En otras ocasiones, la dificultad de
encajarlo en algún modelo de pensamiento se resuelve mediante una doble
afirmación: su mediocridad y su incoherencia. Su medianía intelectual se
hace derivar a menudo, precisamente, de las desviaciones que su pensamiento
presenta de los modelos que se buscan: ni es un auténtico "tradicionalista
español", seducido en ocasiones por los cantos de sirena del pensamiento
ilustrado y extranjerizante, ni un verdadero "filósofo moderno", tentado
una y otra vez por el sentimiento españolista. Todo ello aunque de su
mediocridad, al menos, debería hacernos dudar la consideración que José
Cadalso mereció de sus contemporáneos, quienes le reconocieron su talla
intelectual y su agudeza crítica[22]. En cuanto a su incoherencia, aun sin
negar que la hubiera, no deja de ser un pobre mecanismo explicativo, que
más parece una forma fácil de salir del paso.
En una obra relativamente reciente, Mario Onaindía llevaba al extremo la
indefinición que recorrería a Cadalso al situarlo como representante, a la
vez, de una u otra de las dos grandes tradiciones intelectuales que
considera se habrían ido configurando a lo largo del siglo XVIII y que
parecerían preludiar no sólo las desavenencias de Cádiz, sino la lucha que
a lo largo de toda la contemporaneidad española se habría producido entre
las "dos Españas": un republicanismo cívico en el que le incluye al
analizar su pieza teatral arandina Sancho García, y un nacionalismo étnico
al que se adscribirían sus fundamentalmente apologéticas y tradicionalistas
Cartas marruecas[23]. En mi opinión este autor fuerza hasta el absurdo la
distinción entre las dos tradiciones que (re)construye, y pinta en blanco y
negro una Ilustración española dividida irreconciliablemente entre los
críticos, de tradición republicana y defensores de una "patria cívica"
política base del posterior liberalismo decimonónico, y los apologistas,
partidarios del despotismo y que habrían definido España como una "nación
étnica" y culturalmente diferenciada. Distinciones de este tipo, sin
embargo, son más el resultado de la voluntad presente de construir
tradiciones políticas impolutas que del análisis riguroso de unos discursos
que nadie sabía, en el siglo XVIII, con qué significados serían cargados en
el futuro. Con lo que no pretendo negar las evidentes diferencias
existentes entre los diversos núcleos o círculos intelectuales del siglo
XVIII español. Ni mucho menos dejar de reconocer cómo en algunos de ellos
se habría recibido y desarrollado el pensamiento republicano, a la par que
en otros lugares de Europa, o que sus formas de pensar sobre su nación
fueran diferentes. Lo que quiero señalar es la inconveniencia y poca
utilidad de encorsetar una multiplicidad de discursos muy heterogéneos en
dos supuestos proyectos de España, uno "cívico" y otro "cultural", que
además acaban tomándose como orígenes necesarios de una concepción
"republicano-liberal" o "despótico-servil"[24].
Más interesante resulta el trabajo de José Torrecilla, quien planteó la
cuestión de la idea de nación en la España de finales del siglo XVIII a
través, de nuevo, de las Cartas marruecas de Cadalso[25]. Insistió, en mi
opinión acertadamente, en la influencia que en la obra de los peninsulares
ejerció la "conciencia" de pertenecer a un país "atrasado" con respecto a
Europa, a un país situado en sus márgenes[26]. Que tal conciencia se
ajustase más o menos a la "realidad" interesa menos que su existencia. Los
intelectuales españoles reaccionaron ante una imagen europea de su país que
consideraban denigratoria. Al tiempo, sin embargo, pensaban que tal imagen
no era del todo errónea: España era, a sus ojos, un país "atrasado" con
respecto a sus homólogos europeos. Esta conciencia de marginalidad les
habría llevado a esforzarse por "modernizar" su país, algo que, sin
embargo, amenazaba su carácter propio (ya que la "modernidad" pasaría
necesariamente por el abandono de una identidad vinculada a la España
"tradicional"). La posición de autores como Cadalso no podría ser
considerada sencillamente, entonces, como "tradicionalista", sino como la
de quienes ansiaban al mismo tiempo el progreso de su patria y la
conservación de sus tradiciones.
Sin embargo, aunque comparto muchas de sus opiniones, considero que
Torrecilla sigue manteniendo en su trabajo muchos de los problemas que he
señalado anteriormente. Principalmente, los derivados de utilizar una
plantilla analítica construida sobre la oposición "tradición" vs.
"modernidad". La segunda encarnada, en su trabajo, por el texto que se
elige como punto de referencia comparativo: las Cartas persas del barón de
Montesquieu, que "reflejan con firmeza el espíritu ilustrado moderno, por
más que no dejen de aparecer a veces en ellas ciertas opiniones favorables
a los usos tradicionales"[27]. Las Cartas marruecas de Cadalso son
cotejadas por Torrecilla con este modelo de "modernidad". El resultado,
previsible, es que no coinciden. La razón, que mientras en la obra del
francés (consciente de pertenecer a un país hegemónico) "predomina la
visión temporal que confronta el orden antiguo de la sociedad propia con un
modelo racional de futuro", en la del español, preocupado por la imagen que
se da de su país, preponderan los "temas relacionados con la decadencia
española y el mal concepto del país que se forman los europeos" (la visión
espacial o identitaria)[28]. Por lo que, más que seguir el "espíritu de
crítica interna" que se observa en Montesquieu, la obra de Cadalso "se
relaciona estrechamente con las obras apologéticas que tan profusamente
aparecieron en España contra las críticas derogatorias de fuera, francesas
principalmente"[29]:
La confusión de planos así originada produce como efecto que la pugna
ideológica dinámica e interna entre tradición y renovación se perciba en
gran parte como un rígido conflicto de identidades nacionales en el que el
honor o la esencia española está en juego. Debido a esta interferencia, la
crisis de la conciencia española que puede observarse desde el XVII se
manifiesta en términos esencialmente distintos a la crisis de la conciencia
europea que Hazard identifica en la misma época como característica del
nuevo espíritu que conduce a la modernidad. [...] La crisis de la
conciencia europea que describe Hazard es esencialmente una crisis interna,
temporal, de acceso a la modernidad, mientras que la española es una crisis
de identidad que se origina en la comparación con sociedades más avanzadas
y, en definitiva, mejores.[30]

Con ropajes nuevos, parece presentársenos una vieja tesis: el de la
ausencia de una auténtica "modernidad" en la España del siglo XVIII (como
se deduce de la comparación entre las Cartas persas y las Cartas
marruecas), en este caso perceptible en un pensamiento español que,
consciente de su marginalidad e identificando lo moderno con lo extranjero,
la habría venido asumiendo problemáticamente "desde el XVII": reaccionando
defensivamente hacia ella, enalteciendo el glorioso pasado español e
intentando, a su vez, enraizarla en éste. La ilustración española no habría
sido del todo "moderna". Prueba de ello serían el "buen número de
inconsecuencias y contrasentidos" que Torrecilla detecta en la obra de
Cadalso, como serían la admiración suscitada por lo "moderno" europeo y la
loa del "primitivismo" propio y la negación de "la conveniencia de seguir
modelos extranjeros."[31] Finalmente, tras negarle su carácter
"tradicionalista", la dificultad de ajustar el pensamiento de Cadalso a un
"auténtico" y "moderno" modelo ilustrado (el de Montesquieu) se resuelve
apelando, de nuevo, a sus incoherencias y al predominio de la pasión sobre
el raciocinio. El "sentimiento nacional" (identitario/tradicional) habría
podido más que la "razón crítica" (temporal/moderna).
Esta interpretación, de hecho, naturaliza el sentimiento nacional: su
existencia y su importancia a la hora de entender la relación entre los
sujetos y su nación no se problematiza, sino que se plantea como evidente.
Sería el darse cuenta de que la aceptación de la "modernidad" amenaza su
identidad, lo que produciría una quiebra de la conciencia nacional. La
diferencia entre críticos y apologistas estaría en que algunos serían
capaces, con las armas de la racionalidad crítica, de hacer frente a su
sentimiento nacional (natural), mientras que otros se dejarían arrastrar
por éste. Sin embargo, como he señalado anteriormente, es el proceso que
conduce a la aparición de este sentimiento (que no tiene nada de
"tradicional", sino que es muy "moderno", ni de "natural") el que debe de
explicarse.
En mi opinión el problema para comprender el pensamiento de Cadalso (y de
otros autores de su tiempo) radica, en buena medida, más que en éste, en
los modelos a los que supuestamente debería de adscribirse. Más aún si
observamos que sus dudas e interrogantes acerca del carácter nacional no
fueron ninguna singularidad española, sino que fueron comunes a buena parte
del pensamiento europeo de la segunda mitad del siglo XVIII, incluida la
"moderna" Francia[32]. Es con este contexto intelectual, español y europeo,
con el que Cadalso intentaba entrar en diálogo en sus Cartas marruecas.
Aunque sin duda presenten elementos comunes con las escritas por el barón
de Montesquieu, entre la edición de las Cartas persas y la redacción de las
Cartas marruecas distan más de cincuenta años y unos cuantos debates (como
el de los caracteres nacionales de mediados de siglo) y autores (como
Rousseau) trascendentales.
Es necesario situar a Cadalso, por tanto, en su contexto sociodiscursivo y
alejarse de modelos preconcebidos si queremos entender su originalidad y
reconstruir el mundo intelectual del que formó parte y con el que
interactuó. Cadalso no fue ni un simple transmisor de ideas procedentes de
Europa, ni el último epígono de una tradición secular del pensamiento
español. Tampoco fue el resultado deficiente del choque de la "modernidad"
europea con la "tradición" española. Explicar su obra y la de sus
contemporáneos partiendo de la dicotomía tradición/modernidad (y la cadena
de significados que generalmente acompañan acríticamente a cada uno de
ambos conceptos: sentimiento, particularismo nacionalista, pasado y
organicismo, por un lado; razón, cosmopolitismo, futuro, individualismo,
por el otro) no hace sino complicar, más que esclarecer, su
comprensión[33]. Desde esta perspectiva, buena parte de lo que ha sido
interpretado como contradictorio e incoherente en su "crítica a la nación
española" y en las ideas políticas que defendió, lo es mucho menos.
En las páginas que siguen me propongo cuestionar una de esas parejas de
conceptos dicotómicos derivadas de la oposición entre "tradición" y
"modernidad": "sentimiento nacional" y "razón crítica". Como hemos visto
hasta aquí, para la mayor parte de los autores, el predominio de uno u otra
sería una de las marcas distintivas de los autores españoles que, a la hora
de escribir sobre su país, derivarían en dos actitudes igualmente
diferenciadas: la crítica y la apologética[34]. En Cadalso, se dice, tras
una dura pugna el sentimiento habría predominado finalmente sobre la razón
y sus Cartas marruecas, aunque desde el principio se plantearan tratar "el
asunto más delicado que hay en el mundo, cual es la crítica de la nación",
serían más un texto apologético (en la línea de su Defensa de la nación
española) que crítico. Aunque su insistencia en ser fiel al pensamiento
crítico y a la razón parecen claras en este fragmento y se repiten una y
otra vez a lo largo de la obra, en determinados momentos el autor se vería
traicionado, según quienes le consideran básicamente un apologista, por sus
sentimientos, lo que propiciaría que diera rienda suelta a una
reivindicación afectiva de su patria[35]. Esto último se percibiría
especialmente en su preocupación por el carácter nacional español,
amenazado por la introducción de costumbres extranjeras, y en su apuesta
por la necesidad de tener en cuenta y valorar justamente la historia y las
tradiciones propias frente a los juicios de los autores extranjeros. En
otros casos, sería su loa a las glorias de la historia española, con su
celebración del reinado de los Reyes Católicos y de Hernán Cortés, lo que
le delataría.
Sin embargo, como se ha expuesto anteriormente, preguntarse sobre el origen
y evolución del carácter nacional español no era, en la segunda mitad del
siglo XVIII, ninguna muestra de falta de razón crítica. Tampoco lo era
recurrir a la historia para explicar la formación del espíritu de una
nación. De hecho, hacerlo era algo muy "moderno" y estaba íntimamente
asociado a la crítica hacia una historia excesivamente erudita y centrada
en héroes y reyes y a la aparición de una nueva historia de las sociedades
(nacionales). En este sentido, Cadalso participaba, junto con sus homólogos
europeos, de una nueva forma nacional de pensar el mundo, según la cual
éste se concebía dividido de forma natural en diversas sociedades humanas,
distintas unas de otras por una serie de rasgos que les eran propios y que
se explicaban por su desigual evolución a lo largo del tiempo (algo que les
confería un determinado carácter nacional). Que hoy en día sepamos que las
naciones son construcciones culturales que se proyectan hacia el pasado y
hacia el futuro de manera esencialista, o que los caracteres nacionales no
existen, no quiere decir que tales consideraciones no formaran parte del
sentido común europeo de aquella época y que no se encontraran en la base e
informaran su pensamiento social y político. Escribir sobre el carácter de
las naciones no era, a finales del siglo XVIII, algo "tradicional", sino
todo lo contrario. Otro tanto puede decirse en cuanto a la utilización de
una historia entendida en términos nacionales.
Cadalso no desarrolló, ciertamente, una teoría propia sobre la formación de
los caracteres nacionales. Sin embargo, en sus textos se observa que era
conocedor del debate que se estaba desarrollando desde hacía décadas en
Europa: el carácter nacional era el resultado de una serie de elementos
(geografía, clima, gobierno, leyes, costumbres, etc.) y se había ido
conformando a lo largo de la historia. Su originalidad, en mi opinión,
reside en que no se limitó simplemente a trasladarlo, sino que intentó
aplicarlo a un caso concreto, el español. Con ello pretendía encontrar las
causas de la decadencia de su patria y hallar los medios que le pusieran
término. Al mismo tiempo, al aplicar el modelo a un caso concreto, encontró
algunas de sus fallas: si gobierno y leyes debían de estar en relación con
el carácter nacional de cada país (como había argumentado especialmente
Montesquieu), un buen conocimiento de aquél era fundamental. Debía estar
libre de prejuicios y de afirmaciones superficiales, puesto que de lo
contrario los remedios serían inútiles o incluso contraproducentes. De
estos defectos pecaban, para Cadalso, la mayoría de autores europeos que
habían escrito sobre los caracteres nacionales en general y del español en
particular. Montesquieu el primero de ellos. En este sentido debe de
entenderse, en mi opinión, su Defensa de la nación española contra la carta
persiana LXXVIII de Montesquieu, escrita entre 1768 y 1771[36].
Ciertamente, refutar en esos momentos la carta persa que dedicó a España el
gascón en 1721 parece completamente extemporáneo. Sin embargo, debe tenerse
en cuenta que sus obras fueron reeditadas una y otra vez, con gran éxito, a
lo largo de todo el siglo. En su Defensa, por ejemplo, Cadalso utilizó la
célebre edición realizada por Richer en 1758. Más importante aún resulta el
hecho de que los juicios de Montesquieu o de Voltaire sobre España se
habían generalizado en toda Europa hasta el punto de que el artículo de
Jaucourt dedicado a España en la Enciclopedia de Diderot y D'Alembert
(aparecido también en los años 1750) se había basado fundamentalmente en
ellos[37]. A mi juicio, al apuntar hacia Montesquieu, Cadalso intentaba
atacar el problema por su raíz. Si la imagen que de España se habían
formado en Europa se basaba en buena medida en obras como las Cartas
persas, rectificar éstas era el primer paso para transformar aquélla.
Porque, en mi opinión, el principal objeto de la Defensa de Cadalso no es
enaltecer a su patria, sino hacer una valoración crítica de la obra de
Montesquieu (a quien admira y no deja de reconocerle su capacidad
intelectual). En primer lugar, desde un planteamiento inspirado, de hecho,
por Montesquieu, Cadalso apunta los factores que explicarían el estado del
país: su situación natural y geográfica, su historia, su religión, la
acción de sus gobiernos... Sin duda, un anticipo de sus posteriores Cartas
marruecas. Después, traduce y anota la carta persiana LXXVIII a la que
recrimina fundamentalmente su escasa y deficiente información sobre España,
lo que no puede redundar sino en la acuñación de ligerezas e inexactitudes:
"Para hacer tan grave papel [el de censor de todo un reino] con algún
acierto, se necesitan muchas calidades como conocimiento de las leyes,
historias, religión, gobierno, revoluciones, constituciones, clima y
producto del país [...]."[38] El célebre escritor francés habría pecado de
no aplicarse sus propias recetas.
La segunda parte de la Defensa fue publicada en su Suplemento al papel
intitulado los eruditos a la violeta en 1772. En Los eruditos a la violeta
Cadalso había compuesto una exitosa sátira de quienes se las daban de
sabios sin serlo en la sociedad española de su tiempo. Un catedrático a la
violeta enseñaba en apenas siete lecciones (una por cada día de la semana)
lo que tenía que saberse para estar al día y pasar en las tertulias como un
entendido en todas las materias. La lección del domingo trataba de asuntos
diversos, entre ellos aconsejaba cómo debía viajar un auténtico erudito a
la violeta. Tras desechar las "Instrucciones dadas por un padre anciano a
su hijo que va a emprender sus viajes" (en las que le insistía en la
necesidad de conocer bien el país propio antes de analizar seria y
cuidadosamente el gobierno y costumbres del visitado), el catedrático
expone a sus pupilos qué conducta deben seguir al respecto: no saber nada
de España (y si lo supieran, olvidarlo), informarse del país que recorran
rodeándose de peluqueros, sastres y otros sabios de esta índole, afectar
allá donde se esté el aire propio, volver a España "haciendo tantos ascos y
gestos como si entrarais en un bosque o desierto. Preguntad cómo se llama
el pan y agua en castellano, y no habléis de cosa alguna de las que Dios
crió de este lado de los Pirineos para acá"[39]. En el Suplemento los
discípulos a la violeta escribían a su catedrático explicándole cómo habían
hecho uso de sus enseñanzas. El denominador común, como era de esperar, era
el haber experimentado el mayor de los ridículos. El viajante a la violeta
le cuenta que fue reprendido por su padre, "primo hermano del que escribió
aquella pesadísima instrucción que vd. tuvo la paciencia de copiar", para
quien viajar y conocer otros países y costumbres era sumamente provechoso,
pero siempre que se hiciera con juicio y tras haber aprendido en
profundidad la geografía, historia y costumbres de la propia patria. Más
peligroso aún, seguía, era querer conocer otros países leyendo los tan
pueriles como abundantes relatos de viaje que "andan por esas librerías":
Pero si quieres convencerte de esta verdad, has de saber que el señor
presidente de Montesquieu, a quien con tanta frecuencia citas sin
entenderle, no obstante lo distinguido de su origen, lo elegante de su
pluma, lo profundo de su ciencia y, en fin, todas las calidades que le han
adquirido tanta y tan universal fama en toda Europa, y aun entre nosotros,
en todo aquello en que su doctrina no se oponga a la religión y gobierno
dominantes, falta a todas sus bellas prendas, y parece haberse transformado
en otro hombre cuando habla de nosotros en boca de un viajante, y comete
mil errores, no nacidos de su intención, sino de las malas noticias que le
suministraron algunos sujetos poco dignos de tratar con tan insigne varón
en materias tan graves como la crítica de una nación, que ha sido muy
principal en todos tiempos entre todas las demás. Cualquier ruso,
dinamarqués, sueco o polaco que lea la relación de España, escrita por la
misma pluma que El espíritu de las leyes, caerá con ella en un laberinto de
equivocaciones a la verdad absurdas; con que igual riesgo correrá un
español que lea noticias de Polonia, Suecia, Dinamarca o Rusia, aunque las
escriban unos hombres tan grandes como lo fue Montesquieu.

A lo que sigue, ante la incredulidad del hijo, la refutación de la carta
persiana LXXVIII en los términos en que lo había hecho en su Defensa[40].
Como puede observarse en el largo fragmento trascrito, Cadalso se declara
desde el principio admirador de Montesquieu y de su obra, pero no le
perdona lo que considera una actitud poco acorde con su talla intelectual:
no haber estudiado el país que censura con el detenimiento necesario,
fiándose de textos (sobretodo relatos de viaje) inexactos y ridículos. No
podemos afirmar, por tanto, que la Defensa sea un texto simplemente
apologético, producto del apego sentimental de Cadalso hacia su patria. Más
bien parece inspirado por un profundo sentido crítico que alcanza, incluso,
a la obra del barón de Montesquieu. Tampoco es, además, una exaltación sin
más de los que se consideran valores propios, sino que intenta exponer
cuáles son las verdaderas "virtudes y defectos" del carácter nacional de
los españoles sin dejar de señalar, con ellos, los principales problemas y
mejores soluciones para remediar la difícil situación en la que se
encuentra su patria.
Este mismo planteamiento es el que preside sus Cartas marruecas. Sus
modelos son aquellas Cartas que habían sido tan exitosas en su siglo (cita
concretamente las Persianas, Turcas y Chinescas). Las influencias de las
mismas en las Cartas marruecas han sido estudiadas por diversos
especialistas. Sin embargo, de nuevo, debe señalarse que Cadalso no es un
simple "imitador" de estos modelos, sino que introduce una serie de
novedades que distinguen las suyas de las anteriores y que se relacionan
con lo expuesto anteriormente. El elemento característico del género era la
utilización de un personaje exótico a la sociedad que se quería describir,
lo que permitía al narrador situarse respecto a ésta en perspectiva
crítica. Mediante la relación epistolar entre el sorprendido visitante y
sus compatriotas de lejanas tierras, se podía hacer una pintura de las
costumbres y carácter propios, con sus defectos y ridiculeces. Sin embargo,
entre Gazel (un moro que viaja por la península) y Ben-Beley (su sabio
maestro que se halla en Marruecos), Cadalso introduce a un tercer
personaje: el español Nuño, quien guiará al primero en el conocimiento de
su patria y le ayudará a penetrarse mejor de las costumbres que pretende
describir.
Incluso antes de que Nuño aparezca en escena, desde la Carta I, ya ha
declarado Gazel su voluntad (inspirada por su maestro) de no escribir sobre
el país que visita sino tras haberse librado de todos sus prejuicios y de
haber aprendido correctamente la lengua de sus moradores. Además, cuestiona
a quienes, anotando cuatro costumbres superficiales y sin haber estado el
tiempo suficiente, se atreven a escribir la crítica de una nación. Tan sólo
tras llevar dos meses en la península y haber estudiado profundamente su
historia, se atreve a enviarle a Ben-Beley un resumen de la misma escrito
por Nuño, a quien juzga y presenta como imparcial y ajeno a "alguna
preocupación nacional, pues le he oído decir mil veces que, aunque ama y
estima a su patria por juzgarla dignísima de todo cariño y aprecio, tiene
por cosa muy accidental el haber nacido en esta parte del globo, o en sus
antípodas, o en otra cualquiera"[41]. Nuño, que es la figura que más parece
identificarse en ocasiones con Cadalso, se mantendría así ajeno a la
"pasión nacional" (tal como había utilizado el concepto Feijoo) que aqueja
a quienes escriben de su patria. Mediante su tutela, Gazel evitará los
juicios apresurados y poco profundos, así como los malentendidos, que le
impidan el estudio del carácter verdadero de la nación española.
Lo que se propone Cadalso es, pues, por decirlo de algún modo, aplicar
correctamente a Montesquieu en el análisis del carácter nacional español,
puesto que de ello se derivará cuál es el mejor gobierno para España: "Cada
reino tiene sus leyes fundamentales, su constitución, su historia, sus
tribunales, y conocimiento del carácter de sus pueblos, de sus fuerzas,
clima, producto y alianza. De todo esto nace la ciencia de los estados.
Estúdienla los que han de gobernar"[42]. La solución a los males de España
pasa por el conocimiento exacto de cuáles son las virtudes y defectos del
carácter nacional español tal como se ha ido formando a lo largo de la
historia. Un buen gobernante se encargará, una vez conocidos, de potenciar
las primeras y minimizar los segundos[43]. Ésta es la razón por la que
elogia el reinado de los Reyes Católicos, quienes habrían sabido adaptar su
gobierno al carácter nacional de los españoles[44]. Lo cual no es una
muestra de "tradicionalismo" o de "nostalgia de un pasado glorioso", al que
supuestamente querría volver. Buscar en el pasado ejemplos que aplicar en
el presente era lo que estaba haciendo todo el pensamiento ilustrado de su
tiempo[45]. La dinastía de los Austrias, sin embargo, dilapidó la herencia
de Fernando e Isabel, no supo adaptarse al carácter de los españoles ni
llevarlo en la dirección correcta (con lo que se acentuaron sus vicios: la
pereza, la soberbia, un mal entendido orgullo que les apartaba del trabajo
útil...)[46]. El remedio, que habrían empezado a aplicar los Borbones,
pasaba por volver a la senda marcada por los Reyes Católicos.
Lo que también queda claro es que el carácter nacional no es algo que pueda
cambiarse radical ni fácilmente. En ello coincidía con la mayor parte de
los autores europeos de la segunda mitad del siglo XVIII que, como he
señalado anteriormente, empezaban a concebir las naciones de forma más
"individuada" y "esencialista". Como escribe en la Carta XXI:
Cada nación es como cada hombre, que tiene sus buenas y malas propiedades
peculiares a su alma y cuerpo. Es muy justo trabajar a disminuir éstas y
aumentar aquéllas; pero es imposible aniquilar lo que es parte de su
constitución. El proverbio que dice genio y figura hasta la sepultura, sin
duda se entiende de los hombres; mucho más de las naciones, que no son otra
cosa más que una junta de hombres, en cuyo número se ven las cualidades de
cada individuo.[47]

Era necesario moldear en lo posible el carácter, pero transformarlo
completamente era imposible. La función del buen gobernante se asemeja así
a la del jardinero. La metáfora naturalista es evidente en su crítica a los
proyectistas que pretenden transformar de arriba abajo el país sin
preocuparse por conocerlo:
Bien sé que para igualar nuestra patria con otras naciones es preciso
cortar muchos ramos podridos de este venerable tronco, ingerir otros nuevos
y darle un fomento continuo; pero no por eso le hemos de aserrar por medio,
ni cortarle por las raíces, ni menos me harás creer que para darle su
antiguo vigor es suficiente ponerle hojas postizas y frutos
artificiales.[48]

Estos planteamientos implicaban preguntarse (como había hecho Mably en
Francia) por el momento originario en el que se formó el carácter nacional
español. Cadalso parece situarlo en la primera gran gesta patriótica
española: la heroica resistencia de Numancia, en la que se habrían
manifestado ya las dos grandes virtudes españolas: un amor supremo a la
patria (a su libertad e independencia) y un extraordinario espíritu
guerrero, que volverían a escena posteriormente en las montañas asturianas
(no holladas por moros ni romanos) o en la conquista de América. El tema de
Numancia ocupó en diversas ocasiones a José de Cadalso. Sabemos que
escribió una tragedia en cinco actos, La Numantina, que se ha perdido[49].
Posteriormente, en lo que consideró una diversión, elaborar epitafios en
latín para los guerreros más ilustres de la nación, envió a Tomás de
Iriarte una primera muestra para que la juzgase cuyo objeto era, de nuevo,
Numancia, y que terminaba "en memoria de ellos queda erigido por sus
descendientes españoles este monumento"[50]. Como puede observarse, Cadalso
establece una filiación de parentesco entre aquellos primitivos "españoles"
y sus descendientes, y elogia por encima de todo, como rasgo fundamental de
su carácter, su virtud patriótica.
La muestra de cómo había sido el gobierno de los monarcas de los siglos XVI
y XVII la causa de la decadencia de España la encuentra en el hecho de que
éstos habían conseguido prácticamente extinguir la principal virtud de los
españoles primitivos: el patriotismo. Además, aunque el carácter original
español todavía podía encontrarse en algunos hombres (sobretodo en las
provincias)[51], la homogeneización y el afrancesamiento de las costumbres
lo arrinconaban cada vez más. Unas ideas que lo acercan a Rousseau[52]. Si
la gran familia española de los descendientes de Numancia quería volver a
contar en el mundo, debía recuperar algunas de sus virtudes primigenias
(especialmente el amor patriótico), que servirían para moderar los efectos
negativos de un mundo moderno, determinado por el lujo, al que Cadalso en
ningún caso renunciaba.
Cadalso no se opone a la "modernidad", sino a sus efectos negativos. La
preservación de las cualidades positivas del carácter nacional español es
fundamental, precisamente, para evitar que tales efectos se impongan.
Coincide con Rousseau en que determinadas virtudes "naturales" son
necesarias para contrarrestar la corrupción introducida por el lujo y la
relajación de las costumbres. Eso es lo que debe hacer, en buena medida, un
"hombre de bien", un verdadero patriota. Pulir las virtudes del carácter
nacional español le permitirá afrontar con garantías los peligros del mundo
moderno. Su propuesta, por tanto, no es volver al pasado; mucho menos a una
supuesta España primitiva. En este sentido, critica duramente a aquellos
que alaban el pasado por que sí[53] y a quienes entienden por patriotismo
nada más que el mantenimiento de un determinado "traje nacional" (que,
encima, ni siquiera lo es) o la defensa a ultranza de la filosofía
aristotélica (igualmente no española)[54].
En mi opinión, por tanto, las Cartas marruecas intentan aplicar
"críticamente" a Montesquieu a un caso concreto, el español, para analizar
el proceso que explicaría la formación de su carácter y, a partir de ahí,
las causas de su decadencia. Sin embargo, como hemos visto, lo hace
utilizando también otros argumentos propios del mundo intelectual europeo
de su tiempo (desde la recuperación del lenguaje del patriotismo cívico
hasta la crítica a los efectos nocivos del lujo moderno). No son producto
de un "sentimiento nacional" que habría nublado su entendimiento y le
habría llevado a adoptar una actitud apologética hacia su patria (de hecho,
creo que es clara la voluntad de Cadalso a lo largo de toda la obra de
evitar caer en la "pasión nacional" feijooniana, algo que le critica
indirectamente, incluso, al propio Voltaire, quien en su historia universal
de las naciones no habría escrito prácticamente sino de Francia)[55].
La apelación al peso del "temperamento" en la obra de Cadalso se fundamenta
también en su propia existencia, vivida de forma "romántica" y apasionada,
y marcada por un "patriotismo" autoimpuesto que le habría llevado a morir
en acción bélica, en 1782, ante los muros del sitiado Gibraltar. Sin
embargo, su sentimentalismo y su apuesta por hacer del "amor patriótico" el
eje de su vida no pueden presentarse, sin más, como muestras del predominio
del temperamento ("tradicional", "nacionalista") frente a la razón
("moderna", "cosmopolita"). Cadalso puso en práctica una nueva forma de
entender los sentimientos para nada "tradicional", sino muy "moderna", que
no era incompatible con el racionalismo y que implicaba una nueva forma de
entender la relación entre el sujeto y su patria.
En algunos de estos aspectos es perceptible también la influencia de
autores como Rousseau. Por ejemplo, en una exaltada celebración de la
amistad franca y verdadera (ajena a las convenciones e hipocresías del
trato social moderno) que caracterizaron, posteriormente, a la llamada
Segunda Escuela de Salamanca, tan influida por Cadalso. Sus epístolas a
Ortelio o a Batilo recuerdan a las que en La Nueva Eloísa dirige Saint-
Preux a su buen amigo Lord Bomston; sus poemas o sus Noches lúgubres
delatan, igualmente, la huella del autor francés. Esta explosión de
sentimentalismo que sorprende al lector contemporáneo era común en los
círculos avanzados de la Europa de finales del siglo XVIII. Su principal
precursor y difusor fue Rousseau (aunque previamente, autores como el conde
de Shaftesbury o Hutcheson habían desarrollado en Inglaterra la llamada
"teoría de los sentimientos morales"), quien proponía renunciar a la
afectación y la hipocresía de la vida cortesana para volver a la franqueza
y naturalidad (en el seno, también, de un nuevo tipo de "familia") que tan
sólo se encontraba en el supuestamente alegre mundo campesino, más cercano
a la naturaleza y al carácter primigenio[56].
Lo planteaba no como una renuncia a la "razón", sino como la mejor forma de
adecuarse a ella: la opción más racional para los seres humanos era
atenerse a su verdadera naturaleza y dar rienda suelta a sus buenos
sentimientos, especialmente al del amor al prójimo. Consecuencia de todo
ello era la recuperación, también, del "patriotismo" o "amor patriótico",
concebido como un sentimiento natural común a todos los seres humanos
(situado a medio camino entre el amor a la familia y el amor a la
humanidad), pero amenazado constantemente (como otros) por el egoísmo y la
corrupción de las virtudes cívicas.
Es la Carta LXIX, Gazel le hace saber a Nuño de su encuentro con un
caballero que vive retirado junto a su virtuosa familia; un hombre de
semblante apacible, vestido sencillo, pero aseado, y con ademanes "llenos
de aquel desembarazo que da el trato frecuente de las gentes principales,
sin aquella afectación que inspira la arrogancia y vanidad". Su mayor
preocupación es el cultivo de sus tierras (a las que aplica sus
conocimientos adquiridos en la Universidad y en sus constantes lecturas) y
el bienestar de las gentes que las laboran, a las que se encarga de
ilustrar y de imprimir el amor en el trabajo[57]. Para Gazel no existe vida
más deseable que la de este caballero. Sin embargo, Nuño responde en la
siguiente carta a su amigo marroquí que, si bien aprecia las virtudes del
caballero retirado, le considera culpable, por dejadez, de los males de su
patria. Su actitud no es en nada racional. En lugar de vivir retirado,
debería ofrecer sus servicios a la patria:
¿No crees que todo individuo está obligado a contribuir al bien de su
patria con todo esmero? Apártense del bullicio de los inútiles y
decrépitos: son de más estorbo que servicio; pero tu huésped y sus
semejantes están en la edad de servirla, y deben buscar las ocasiones de
ello aun a costa de toda especie de disgustos. No basta ser buenos para sí
y para otros pocos; es preciso serlo o procurar serlo para el total de la
nación. Es verdad que no hay carrera en el estado que no esté sembrada de
abrojos; pero no deben espantar al hombre que camina con firmeza y valor.
[...] El hombre que conoce la fuerza de los vínculos que le ligan a la
patria, desprecia todos los fantasmas producidos por una mal colocada
filosofía que le procura espantar, y dice: Patria, voy a sacrificarte mi
quietud, mis bienes y vida.[58]

Después, señala cuáles son las carreras que, dentro del estado, deberían
reservarse a esta clase de ciudadanos[59]: la milicia, la toga, el palacio
y las ciencias. Tan sólo entregándose a ellas se puede ser un "buen
ciudadano", que es "una verdadera obligación de las que contrae el hombre
al entrar en la república, si quiere que ésta le estime [...]. El
patriotismo es de los entusiasmos más nobles que se han conocido para
llevar al hombre a despreciar y emprender cosas grandes, y para conservar
los estados"[60]. En la carta siguiente Nuño desarrolla sus ideas acerca
del patriotismo, el entusiasmo más noble de todos y que ha servido para
guardar los estados, detener las invasiones y producir los hombres más
honorables del género humano. Sin embargo, el discurso se interrumpe: el
supuesto editor de las Cartas, que tan sólo había intervenido al principio
para explicar cómo las había hallado y cómo había dispuesto su publicación,
reaparece para hacer saber entre paréntesis que en este punto "estaba roto
el manuscrito, con lo que se priva al público de la continuación de un
asunto tan plausible"[61]. Posiblemente Cadalso era consciente (en el
momento en el que trataba, en mi opinión, el punto esencial de su obra) de
que estaba yendo demasiado lejos y de que se imponía una inteligente
autocensura. Las Cartas marruecas concluyen con una "Protesta literaria al
editor" en la que los lectores le recriminan que se halla ocupado de
escribir sobre materias tan serias "como patriotismo, vasallaje, crítica de
la vanidad, progresos de la filosofía, ventajas e inconvenientes del lujo,
y otros artículos semejantes". Temen que, si le dispensan favor, no se le
ocurra sino imprimir luego
Los elementos del patriotismo, ¡pesadísima obra! Quieres reducir a sistema
de obligaciones de cada individuo del estado, de su clase, y las de cada
clase al conjunto. Si tal hicieras, esparcirías una densísima nube sobre
todo lo brillante de nuestras conversaciones e ideas; lograrías apartarnos
de la sociedad frívola, del pasatiempo libre y de la vida ligera, señalando
a cada uno la parte que le tocaría de tan gran fábrica, y haciendo odiosos
los que no se esmerasen en su trabajo.[62]

Es la ausencia de patriotismo lo que más preocupa a Cadalso. Las Cartas
marruecas debían servir para infundirlo a sus coetáneos, pero los problemas
con los censores retuvieron la obra durante años. Aun así, como se ha
señalado, circuló entre la intelectualidad española de su tiempo. En
febrero o marzo de 1777 respondía a Tomás de Iriarte sobre un poema
filosófico que le había enviado éste diciéndole que en "mis Cartas
marruecas (obra que compuse para dar al ingrato público de España y que
detengo sin imprimir porque la superioridad me ha encargado que sea militar
exclusive), he tocado el mismo asunto, aunque con menos seriedad". Le
indica que le manda trascrito el índice y algunos de los fragmentos que se
ocupaban del tema copiados de su borrador. A esas alturas Cadalso parece ya
exasperado porque el fruto de tantas reflexiones y desvelos no pueda ver la
luz. Desde la sinceridad que permite la relación epistolar, le expone su
visión de la falta de patriotismo existente en España, de la que se deduce
también la no publicación de su obra:
Pero, amigo, no hay patria. Todo lo que sea patriotismo es cuando menos
inútil, tal vez peligroso. Vd. crea que desde que los chapuceros a quienes
oyó Felipe 2do, le hicieron creer que para que un pueblo fuese fácil de
gobernar era preciso empobrecerlo, desnudarlo, abatirlo y arrastrarlo, no
se ha pensado sino en ello. De aquí vino una serie larga y cruel de
providencias tomadas para llevar aquella idea a efecto total y cumplido. Se
ha logrado tal al pie de la letra, que ningún hombre, no digo patriota,
pero sólo racional y humano, [no] se desmaya de dolor al ver toda nuestra
península, y mucho más si la compara con otros países de Europa, bien
inferiores a ella en clima, suelo, etc., etc., y cien mil etcéteras.[63]

Cadalso hizo gala de su patriotismo a lo largo de toda su vida (y quiso que
le fuera reconocido en el epitafio que dictó para su tumba). De hecho, su
proyecto político, como hemos visto, pasaba por la recuperación de este
"sentimiento", una de las virtudes de los españoles primitivos que se
habían ido corrompiendo con el paso de los siglos. La razón debía encauzar
los sentimientos naturales, no ponerles trabas. En cualquier caso, "razón"
y "sentimiento" no eran conceptos irreconciliables, sino complementarios.
Planteado en estos términos, parece que pudiéramos establecer una relación
directa entre Cadalso y el artículo séptimo de la Constitución de Cádiz,
aquél que afirmaba que el "amor a la Patria" era una obligación de todos
los españoles y que algunos diputados habían impugnado al considerarlo un
"sentimiento natural" sobre el que no cabía legislar. Sin duda, su obra
puede entenderse como un paso (que, no obstante, podría no haberse dado) en
esa dirección, más si tenemos en cuenta el papel que sus discípulos
salmantinos (directos o indirectos) desempeñaron a partir de 1808. Ahora
bien, entre Cadalso y Cádiz median también numerosos debates, revoluciones,
giros conceptuales y cambios epistemológicos que no se pueden obviar y que
no son objeto de este trabajo. Lo que me he planteado aquí, y esto puede
servir de conclusión, es que es necesario reconstruir el mundo intelectual
español de las últimas décadas del siglo XVIII en su particular contexto
social y discursivo si queremos entender en toda su complejidad los
procesos que condujeron a la aparición en España de un pensamiento nacional
o a la aceptación en Cádiz de la nación como principio supremo de
organización social y política. Reducir este rico y heterogéneo mundo
intelectual a una simple pugna entre un "tradicionalismo" y una
"modernidad" que definimos de antemano y convertimos a su vez en el
enfrentamiento entre una serie de dualismos (étnico-cívico; sentimiento-
razón; pasado-futuro; particularismo nacionalista-cosmopolitismo
universalista; organicismo-individualismo), no nos lleva sino a hacer de la
incomprensión insuficiencia.
-----------------------
[1] PORTILLO, J. M.: Revolución de nación: orígenes de la cultura
constitucional en España, 1780-1812, Madrid, CEPC, 2000. En España se
reprodujo, por tanto, con la revolución liberal, la misma ruptura que en
Francia y que se acabó exportando al resto del mundo; para el caso francés:
William H. SEWELL Jr., "The French Revolution and the Emergence of the
Nation Form" en Michael A. Morrison y Melinda Zook, Revolutionary Currents
in the Transatlantic World, Oxford, Rowman & Littlefield Publishers, 2004,
pp. 91-125-
[2] DSC, 25-VIII-1811.
[3] No obstante, el artículo se aprobó tal como había sido redactado por
la Comisión Constitucional, posiblemente porque, como afirmaba el diputado
catalán Aner, no se podía dejar de reconocer que tal sentimiento no era tan
natural como señalaban algunos próceres de la asamblea y como habían puesto
de manifiesto bastantes españoles durante la guerra; DSC, 2-IX-1811.
[4] CALHOUN, C.: Nacionalisme, València, Afers, 2008.
[5] LEERSEN, J.: National Thought in Europe. A Cultural History,
Amsterdam, Amsterdam University Press, 2006.
[6] TAYLOR, Ch.: Fuentes del yo: la construcción de la identidad
moderna, Barcerlona, Paidós, 1996.
[7] Sobre los orígenes del debate en siglos anteriores, LEERSEN, pp. 25-
70; para el siglo XVIII, véase ROMANI, R.: National Character and Public
Spirit in Britain and France: 1750-1914, Cambridge, Cambridge University
Press, 2002 y BELL, D.: The Cult of the Nation in France: Inventing
Nationalism, 1680-1800, Cambridge (Mass.), Harvard University Press, 2001,
pp. 140-168.
[8] FEIJOO, B. J.: "Mapa intelectual y cotejo de naciones", en Teatro
crítico universal, Madrid, Castalia, 1986, pp. 175-198. Edición de G.
Stiffoni.
[9] PALTI, E. J.: La nación como problema. Los historiadores y la
"cuestión nacional", Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2002, pp. 29-
48.
[10] WILSON, K.: The Island Race: Englishness, Empire and Gender in the
Eighteenth Century, Routledge, Londres y Nueva York, 2003.
[11] ROMANI, op. cit. Sobre el humanismo cívico en la Francia del siglo
XVIII, BAKER, K. M.: "Transformations of Classical Republicanism in
Eighteenth-Century France", The Journal of Modern History 73 (2001), pp. 32-
53.
[12] Con lo que sus reflexiones al respecto no lo convierten en ningún
"adelantado" (que incluso parece iluminar el futuro noventayochismo), sino
en un hombre de su tiempo preocupado por los problemas y los debates de su
época; FERNÁNDEZ SANZ, A.: "La teoría de Cadalso sobre la identidad y el
carácter nacional", en Antonio JIMÉNEZ GARCÍA (ed.), Estudios sobre
historia del pensamiento español (Actas de las III Jornadas de Hispanismo
Filosófico), Santander, Asociación de Hispanismo Filosófico, 1998, pp. 79-
88.
[13] Aunque ya apuntara en esa dirección MARAVALL, J. A.: "De la
Ilustración al Romanticismo: El pensamiento político de Cadalso", en
Estudios de historia del pensamiento español (siglo XVIII), Madrid,
Mondadori, 1991 [1966], pp. 29-41. Me refiero a los trabajos que han
abordado su pensamiento político, que es fundamentalmente el que aquí me
ocupa. Para su dimensión literaria, véase SEBOLD, R. P.: Cadalso: el primer
romántico "europeo" de España, Madrid, Gredos, 1974.
[14] Autores como Richard Herr, Julián Marías, José Antonio Maravall,
Antonio Mestre, Antonio Domínguez Ortiz o François López.
[15] Un balance en DIZ, A.: Idea de Europa en la España del siglo XVIII,
Madrid, CEPC, 2000, pp. 17-48.
[16] MARAVALL, op. cit.
[17] LÓPEZ, F.: Juan Pablo Forner (1756-1797) y la crisis de la
conciencia española, Salamanca, Junta de Castilla y León, 1999 [1976],
citas en p. 229.
[18] LÓPEZ, F.: "Cadalso y la cuestión nacional" en Mario DI PINTO,
Maurizio FABBRI y Rinaldo FROLDI (coords.), Coloquio internacional sobre
José Cadalso. Bolonia, 26-29 de Octubre de 1982, Bolonia, Piovan, 1985, pp.
235-255.
[19] HUGHES, J. B.: José Cadalso y las Cartas Marruecas, Madrid, Tecnos,
1969. La expresión "mesianismo regresivo" la toma este autor de Américo
Castro.
[20] Sobre lo inapropiado de considerar a Cadalso un "patriota
tradicionalista" y "castizo" véase CAMARERO CEA, M.: "Cosmopolitismo y
casticismo en las Cartas Marruecas", Dieciocho 21-1 (1998), pp. 37-47.
[21] SEBOLD, op. cit., p. 215; EDWARDS, J. K.: Tres imágenes de José
Cadalso: El crítico. El moralista. El creador, Sevilla, Universidad de
Sevilla, 1976, p. 62.
[22] Como es bien sabido, Cadalso fue uno de los principales animadores
de la Fonda de San Sebastián y uno de los hombres de confianza del conde de
Aranda, además de haber influido decisivamente, tanto en la renovación de
la literatura española como en la formación de la llamada segunda escuela
de Salamanca. Para la vida de Cadalso, GLENDINNING, N.: Vida y obra de
Cadalso, Madrid, Gredos, 1962; sus relaciones en Madrid en SEBOLD, op.
cit., pp. 15-44; AGUILAR PIÑAL, F.: "Moratín y Cadalso", Revista de
literatura XLII-84 (1980), pp. 135-150; LÓPEZ, Juan Pablo..., pp. 227-243.
[23] ONAINDÍA, M.: La construcción de la nación española. Republicanismo
y nacionalismo en la Ilustración, Barcelona, Ediciones B, 2002, pp. 180-186
y 223-233.
[24] Aunque mucho más reflexivos y profundos, creo que los trabajos de
Pablo Fernández Albadalejo que se han ocupado del análisis de la identidad
española fundamentalmente en la primera parte del siglo XVIII presentan un
problema similar; véase FERNÁNDEZ ALBADALEJO, P.: Materia de España:
cultura política e identidad en la España moderna, Madrid, Marcial Pons,
2007; especialmente pp. 177-244 y 287-321.
[25] TORRECILLA, J.: "La luz de la nación en las Cartas marruecas" en LA
RUBIA, E. y TORRECILLA, J.: (dirs.), Razón, tradición y modernidad: re-
visión de la Ilustración hispánica, Madrid, Tecnos, 1996, pp. 271-297.
[26] Con lo que retomaba lo planteado por François López; LÓPEZ, Juan
Pablo..., pp. 312 y ss.
[27] TORRECILLA, p. 273.
[28] Ídem, p. 276.
[29] Ídem, p. 277. En nota al pie se añade, siguiendo a Froldi, que tal
afán apologético no se mueve en un terreno meramente racionalista, sino que
junto a la inteligencia racional sitúa los sentimientos. Aunque cabe
señalar que Froldi no establece una vinculación entre el elogio, por parte
de Cadalso, de los sentimientos que considera positivos (señaladamente el
patriotismo) y su "afán apologético"; FROLDI, R.: "Apuntaciones sobre el
pensamiento de Cadalso" en DI PINTO, FABBRI y FROLDI (eds.), op. cit., pp.
141-154; concretamente en p. 146.
[30] TORRECILLA, op. cit., pp. 283-284. En nota, seguidamente, se nos
advierte que aquí radicaría la causa del "carácter problemático de la
Ilustración española". Una interpretación "problemática" del siglo XVIII
español que preside, en líneas generales, el volumen del que forma parte el
texto.
[31] TORRECILLA, op. cit., p. 295. El texto concluye con una frase
esclarecedora: "Entre esas dos fuerzas se debaten según se ha visto los
planteamientos e incluso el enmarque formal de la obra [las Cartas
marruecas]; entre la luz de la razón y del progreso, encarnado en Francia,
y la necesidad de reivindicar una luz nacional, más modesta sin duda y
mortecina, pero también más pasionalmente sentida", p. 296.
[32] BELL, po. cit.
[33] Una discusión de estas dicotomías en PALTI, E. J.: El tiempo de la
política. El siglo XIX reconsiderado, Buenos Aires, Siglo XXI, 2007.
[34] Dos posturas que habrían recorrido todo el siglo XVIII español;
véase MESTRE, A.: Apología y crítica de España en el siglo XVIII, Madrid,
Marcial Pons, 2003; especialmente pp. 15-70, quien reconoce la dificultad
de establecer una clara distinción enre unos y otros. Joaquín Álvarez
Barrientos prefiere hablar, en lugar de "críticos" y "apologistas", de
"tradicionalistas" (aquellos contrarios a toda novedad por el hecho de
serlo), "reformistas" y "eclécticos", aunque él mismo reconoce que las
fronteras entre unos y otros (especialmente entre los dos últimos) son
difíciles de precisar; ÁLVAREZ BARRIENTOS, J.: Ilustración y Neoclasicismo
en las letras españolas, Madrid, Síntesis, 2005, pp. 97-101.
[35] Sirvan de muestra estas palabras de Russell P. Sebold:
"Intelectualmente, Cadalso es un moderno y un liberal entusiasta. Pero se
siente desgarrado por una angustiosa crisis de lealtades, una contradicción
total entre su lealtad intelectual a su siglo y su más apremiante lealtad
emocional a ese indefinible quid Hispanicum que encontraba en la tradición
nacional. Por una parte, Cadalso se declara crítico imparcial y ciudadano
del mundo. Por otra parte, con sus observaciones sobre el posible efecto
negativo de la 'ilustración aparente' del siglo XVIII en los países
individuales de Europa, rechaza completamente la idea dieciochesca de la
Humanidad como denominador común para juzgar todas las naciones de los
hombres"; SEBOLD, op. cit., p. 215. Entre quienes consideran a Cadalso
eminentemente crítico se sitúan Manuel Camarero Cea o Rinaldo Froldi,
mientras que lo califican de apologista John B. Hughes, François López,
Jesús Torrecilla o Mario Onaindía.
[36] CADALSO, J.: Defensa de la nación española contra la carta persiana
LXXVIII, Toulouse, Université de Toulouse, 1970. Edición de G. Mercadier.
[37] ÉTIENVRE, F.: "Avant Masson, Jaucourt: L'Espagne dans l'Encyclopédie
de Diderot et d'Alembert", Bulletin Hispanique 1 (2002), pp. 161-180;
IGLESIAS, M. C.: "Montesquieu and Spain: Iberian Identity as seen through
the Eyes of a non-spaniard of the Eighteenth Century" en HERR, R. y POLT,
J. R. (eds.): Iberian Identity: Essays on the Nature of Identity in
Portugal and Spain, Berkeley, California UP, 1989, pp. 143-155.
[38] CADALSO, Defensa..., p. 5.
[39] CADALSO, J.: Los eruditos a la violeta, Madrid, Aguilar, 1967, pp.
118-120.
[40] CADALSO, J.: Suplemento al papel intitulado Los eruditos a la
violeta, Madrid, Aguilar, 1967, p. 187.
[41] CADALSO, J.: Cartas marruecas, Madrid, Cátedra, 1984, p. 86. También
antes de escribir sobre la conquista de América, Gazel se preocupa de
escuchar las diversas opiniones y de valorarlas críticamente; la polémica
sobre la conquista de América y la intervención en la misma de Cadalso en
YAGÜE, J.: "Defensa de España y conquista de América en el siglo XVIII:
Cadalso y Forner", Dieciocho 28-1 (2005), pp. 121-140.
[42] CADALSO, Cartas..., p. 108.
[43] "Para curar a un enfermo, no bastan las noticias generales de la
facultad ni el buen deseo del profesor; es preciso que éste tenga un
conocimiento particular del temperamento del paciente, del origen de la
enfermedad, de sus incrementos y de sus complicaciones si las hay"; ídem,
p. 260.
[44] "La reforma de abusos, aumento de las ciencias, humillación de los
soberbios, amparo de la agricultura, y otras operaciones semejantes,
formaron esta monarquía. Ayudóles la naturaleza con un número increíble de
vasallos insignes en letras y armas, y se pudieron haber lisonjeado de
dejar a sus sucesores un imperio mayor y más duradero que el de la Roma
antigua (contando las Américas nuevamente descubiertas) [...]"; ídem, pp.
88-89.
[45] Como señaló Rinaldo Froldi: "El recurrir de Cadalso a la edad de los
Reyes Católicos no nos parece repetición del culto tradicionalista y
conservador; se trata sólo de la aceptación de un momento, elegido por el
influjo de razones históricas motivadas, como punto de partida para poder
crecer con coherencia en el futuro y esto corresponde a algo típicamente
ilustrado: la historia es un instrumento de formación de los hombres y se
considera el pasado no por amor del mismo sino en función del presente y
del porvenir"; FROLDI, op. cit., p. 150. También LOPE, H.-J.: "'Pongamos la
fecha desde hoy...' Historia e historiografía en las 'Cartas marruecas'" en
Coloquio internacional..., op. cit., pp. 211-233.
[46] Carlos I dilapidó tesoros, talentos y sangre en sus continuas
guerras en Alemania e Italia, política que continuó Felipe II. Murió éste
"dejando su pueblo extenuado con las guerras, afeminado con el oro y plata
de América, disminuido con tantas desgracias y deseoso de descanso". Sus
sucesores fueron todavía peores y "en la muerte de Carlos II no era España
sino el esqueleto de un gigante"; CADALSO, Cartas..., p. 89.
[47] Ídem, pp. 139-140.
[48] Ídem, p. 167.
[49] En cuyo prólogo había vertido sus opiniones sobre el teatro, como
explicaba a Meléndez Valdés en una carta de 1775; CADALSO, J.: Escritos
autobiográficos y epistolario, Londres, Tamesis Books, 1979, p. 102.
Edición de Nigel Glendinning y Nicole Harrison.
[50] "Carta a Tomás de Iriarte, escrita en Talavera la Real el 16 de
septiembre de, quizá, 1775", en ídem, p. 116. Cito según la traducción del
latín de los editores.
[51] CADALSO, Cartas..., pp. 138-139.
[52] La influencia de Rousseau parece clara en este fragmento: "Examina
la historia de todos los pueblos, y sacarás que toda nación se ha
establecido por la austeridad de costumbres. En este estado de fuerza se ha
aumentado, de este aumento ha venido la abundancia, de esta abundancia se
ha producido el lujo, de este lujo se ha seguido la afeminación, de esta
afeminación ha nacido la flaqueza, de la flaqueza ha dimanado su ruina.
Otro lo ha dicho antes que yo; pero no por eso deja de ser verdad y verdad
útil [...]"; ídem, p. 247. Subrayado mío.
[53] "Cuando miro a un anciano que ha gastado su vida en alguna carrera
útil a la patria, lo miro sin duda con veneración; pero cuando el tal no es
más que un ente viejo que de nada ha servido, estoy muy lejos de venerar
sus canas"; ídem, p. 181.
[54] De todo ello no resulta "sino que el patriotismo mal entendido, en
lugar de ser una virtud, viene a ser un defecto ridículo y muchas veces
perjudicial a la misma patria", puesto que le impide aceptar lo que de
positivo hay en las ideas procedentes del extranjero; ídem, p. 142.
[55] Ídem, p. 216.
[56] Un mundo que también celebrarían Cadalso, en sus Ocios de mi
juventud, y sus discípulos salmantinos, con Meléndez Valdés a la cabeza.
Véase, por ejemplo, su "Carta a Augusta, matrona que, inclinada a la
filosofía, empieza a fastidiarse de la corte", en CADALSO, Escritos
autobiográficos..., p. 58.
[57] Con su actividad y su ejemplo: ha creado una escuela, se ocupa de
pobres y enfermos, ha introducido novedades en la agricultura y las ha
enseñado a los labradores, formando con ello vasallos industriosos y
útiles...; CADALSO, Cartas..., pp. 249-251.
[58] Ídem, pp. 254-256. Subrayado mío.
[59] No está de más recordar que la propuesta política de Cadalso no es
en nada igualitaria, sino que pasa (como ocurre con otros autores
vinculados con el "partido aragonés" o con Jovellanos), por la reforma de
la nobleza como clase patricia/dirigente.
[60] CADALSO, Cartas..., p. 256.
[61] Ibidem.
[62] CADALSO, Cartas..., p. 304.
[63] CADALSO, Escritos autobiográficos..., p. 121. Subrayado mío.

-----------------------
26
Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.