RAMALLO, S. F., MURCIA, A. J., VIZCAINO, J.: \"Carthago Nova y su espacio suburbano. Dinámicas de ocupación en la periferia de la urbs\". En D. Vaquerizo (ed): Las áreas suburbanas en la ciudad histórica. Topografía, usos, función. Monografías de Arqueologia Cordobesa, nº 10, 2010, pp. 211-254.

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Descripción

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Garriguet Mata, José Antonio: “Samuel de los Santos Gener y los inicios de la Arqueología Urbana en Córdoba”.

2010

Pág. 11 / 18

Arqueología Clásica Rodríguez, M.ª Carmen: “El poblamiento rural del Ager Cordubensis: Patrones de asentamiento y evolución diacrónica”.

Pág. 45 / 72

León Pastor, Enrique: “Portus Cordubensis”.

Pág. 73 / 86

Cánovas Ubera, Álvaro; Castro del Río, Elena; Vargas Cantos, Sonia: “Intervención arqueológica preventiva en la nueva sede de EMACSA (Avda. Llanos del Pretorio, Córdoba)”.

Pág. 87 / 102

Gutiérrez, M.ª Isabel; Mañas Romera, Irene: “Los pavimentos del Convento de Jesús Crucificado, Córdoba”.

Pág. 103 / 120

García, Begoña; Pizarro, Guadalupe; Vargas, Sonia: “Evolución del trazado urbanístico de Córdoba en torno al Eje Tendillas-Mezquita. Hallazgo de una cisterna romana de abastecimiento de agua”.

Pág. 121 / 140

[ monografías de arqueología cordobesa ]

Pág. 21 / 44

Castro, Elena; Cánovas, Álvaro: “La domus del Parque infantil de Tráfico (Córdoba)”.

monografías de arqueología

Monografías de Arqueología Cordobesa (MgAC), que vio la luz en 1994, es una serie de carácter temático publicada por el Grupo de Investigación Sísifo (P.A.I., HUM-236), de la universidad de Córdoba, y la Gerencia Municipal de Urbanismo de esta misma ciudad,

cordobesa

en el marco de su convenio de colaboración para la realización de actividades arqueológicas, que dirigen

Vaquerizo, D. (Ed.)

Las áreas suburbanas en la Ciudad Histórica Topografía, usos, función

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el Prof. Dr. Desiderio Vaquerizo Gil y el Dr. Juan Fco. Murillo Redondo. MgAC surge como instrumento para dar a conocer de forma monográfica propuestas de interpretación arqueológica desarrolladas por Investiga-

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ÍNDICE

dores de dicho Convenio, que someten así, de manera periódica, su trabajo al juicio crítico de la comunidad científica internacional, así como temas de especial relevancia para el avance de la investigación arqueológica española y cordobesa.

Casal, M.ª Teresa; Martínez, Rafael; Araque, M.ª del Mar: “Estudio de los vertederos domésticos del arrabal de Šaqunda: Ganadería, alimentación y usos derivados” (750 - 818 d.C.) (Córdoba).

Pág. 183 / 230

Murillo, Juan F.; Ruiz, Dolores; Carmona, Silvia; León, Alberto; Rodríguez, M.ª Carmen; León, Enrique; Pizarro, Guadalupe: “Investigaciones Arqueológicas en la Muralla de la Huerta del Alcázar (Córdoba)”.

Pág. 231 / 246

Pizarro, Guadalupe: “El alcantarillado árabe de Córdoba II. Evidencia arqueológica del testimonio historiográfico”.

Pág. 247 / 274

Arnold, Felix: “El edificio singular del Vial Norte del Plan Parcial RENFE. Estudio arquitectónico”.

Pág. 275 / 288

León Pastor, Enrique; Dortez, Teresa; Salinas, Elena: “Las áreas industriales en los arrabales de al-Yanib al Garbi de Qurtuba. El alfar del Cortijo del Cura”.

Pág. 289 / 302

Salinas, Elena; Vargas, Sonia: “Un pozo tardoalmohade en el Hospital de Santa María de los Huérfanos de Córdoba”.

Pág. 303 / 326

Martagón, María: “Qurtuba y su territorio: una aproximación al entorno rural de la ciudad islámica”.

Pág. 327 / 342

Larrea Castillo, Isabel; Hiedra Rodríguez, Enrique: “La lápida hebrea de época emiral del Zumbacón. Apuntes sobre arqueología funeraria judía en Córdoba”.

Pág. 343 / 362

Cánovas, Álvaro; Salinas, Elena: “Excavaciones Arqueológicas en el entorno de la Iglesia de Santa Marina de Córdoba”.

Publicaciones Pág. 365 / 382

Convenio GMU-UCO. Publicaciones y actividades 2008-2010.

Con la colaboración de MINISTERIO DE Ciencia e Innovación

Vaquerizo, D. (Ed.)

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Las áreas suburbanas en la Ciudad Histórica

Arqueología Medieval

Imagen de portada: Propuesta de anastilosis gráfica del acceso a Corduba, Colonia Patricia desde el suburbium orientalis (Schattner y Ruipérez en este mismo volumen, Fig. 4).

NÚMERO

18

2010

[ NUEVA ÉPOCA ]

Las Áreas Suburbanas en la ciudad histórica Topografía, usos, función

Vaquerizo D. (Ed.)

Córdoba, 2010

NÚMERO

18

2010

[ NUEVA ÉPOCA ] Serie monográfica publicada por el Grupo de Investigación Sísifo (P.A.I., HUM-236), de la Universidad de Córdoba, y la Gerencia Municipal de Urbanismo del Ayuntamiento de esta misma ciudad, en el marco de su convenio de colaboración para la realización de actividades arqueológicas en Córdoba, entendida como yacimiento único.

Directores

Desiderio VAQUERIZO GIL Juan Fco. MURILLO REDONDO Secretarios

José A. Garriguet Mata Alberto León Muñoz

Foto de portada: Propuesta de anastilosis gráfica del acceso a Corduba, Colonia Patricia, desde el suburbium orientale (Schattner y Ruipérez en este mismo volumen, Fig. 4).

Correspondencia y pedidos Área de Arqueología, Facultad de Filosofía y Letras Plaza de Cardenal Salazar, 3. 14003 CÓRDOBA Tel.: 957 218 804 - Fax: 957 218 366 E-mail: [email protected] www.arqueocordoba.com D. L. CO: 1.132/2010 I.S.B.N.: 978-84-932591-7-4 Confección e impresión:

Imprenta San Pablo, S. L. - Córdoba www.imprentasanpablo.com

La dirección de MgAC no se hace responsable de las opiniones o contenidos recogidos en los textos, que competen en todo caso a sus autores

Este volumen se inscribe en el marco del proyecto de investigación "In Amphitheatro. Munera et funus. Análisis arqueológico del anfiteatro romano de Córdoba y su entorno urbano (ss. I-XIII d.C.)", financiado por la Secretaría de Estado de Política Científica y Tecnológica (Dirección General de Investigación, Ministerio de Educación y Ciencia, hoy Ciencia e Innovación, del Gobierno de España), en su convocatoria de 2006, con apoyo de la Unión Europea a través de sus Fondos Feder (Ref. HUM2007-60850/HIST). También, del Convenio de Colaboración que el Grupo de Investigación Sísifo (HUM-236; Plan Andaluz de Investigación; Junta de Andalucía) de la Universidad de Córdoba mantiene con la Gerencia Municipal de Urbanismo del Ayuntamiento de esta ciudad para su estudio como ciudad histórica, entendida como yacimiento único. Todos ellos tienen como Investigador Principal a D. Vaquerizo.

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A Manuel Martín-Bueno, por su contribución decisiva en la conformación del Área de Arqueología cordobesa, sus múltiples aportaciones a la disciplina, y su amistad y magisterio de tantos años.

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ÍNDICE

Pág. 11 / 14 Vaquerizo, D.: Presentación y agradecimientos.



Pág. 15 / 34 Martini, W.: Stadteingang und Stadtgrenze im kaiserzeitlichen Kleinasien. Perge in Pamphylien.



Pág. 35 / 52 Santoro, S.; Sassi, B.: Fra terra, mare, colline e lagune: le aree suburbane di Dyrrachium (Durrës, Albania).



Pág. 53 / 66 Liverani, P.: L’anfiteatro extraurbano e le mura nelle città dell’Italia centrosettentrionale.



Pág. 67 / 78 ANNIBALETTO, M.: Per una topografia del limite: riflessioni sul suburbio di Iulia Concordia.



Pág. 79 / 94 Brogiolo, G. P.: Città e suburbio tra tardoantico e altomedioevo in Italia settentrionale.

Pág. 95 / 116 Schattner, Th.; RUIPÉREZ, H: Entradas a ciudades romanas de Hispania: el ejemplo de Córdoba Pág. 117 / 134 Kobusch, Ph.: Römische Gräbbauten im Eingangsbereich hispanischer Städte. Pág. 135 / 152 Márquez, J.: Los suburbios de Augusta Emerita en perspectiva diacrónica. Pág. 153 / 172 Nogales, T.: Imagen funeraria en el suburbium de Augusta Emerita. Pág. 173 / 210 Antequera, F.; Padrós, P.; Rigo, A.; Vázquez, D.: El suburbium occidental de Baetulo. Pág. 211 / 254 Ramallo, S.; Murcia, A. J.; Vizcaíno, J.: Carthago Nova y su espacio suburbano. Dinámicas de ocupación en la periferia de la urbs. Pág. 255 / 266 Klöckner, A.: Die ‘Casa del Mitra’ bei Igabrum und ihre Skulpturenausstattung. Pág. 267 / 288 Campos, J. M.: Los suburbios de Onoba Aestuaria. Pág. 289 / 308 Abascal, J. M.; Cebrián, R.: El paisaje suburbano de Segobriga. [ 9 ]

Pág. 309 / 334 Ciurana, J.; Macías, J. M.ª: La ciudad extensa: usos y paisajes suburbanos de Tarraco. Pág. 335 / 362 Rascón, S.; Sánchez, L.: Complutum, el Campo Laudable, Qala’t Abd al-Salam y el Burgo de Santiuste. Centros urbanos y suburbios de Alcalá de Henares en la Antigüedad y la Edad Media. Pág. 363 / 396 Beltrán de Heredia, J.: La cristianización del suburbium de Barcino. Pág. 397 / 412 Arce, J.: El complejo residencial tardorromano de Cercadilla (Corduba). Pág. 413 / 434 Arbeiter, A.: ¿Primitivas sedes episcopales hispánicas en los suburbia? La problemática de cara a las usanzas en el ámbito mediterráneo occidental. Pág. 435 / 454 Chavarría, A.: Suburbio, iglesias y obispos. Sobre la errónea ubicación de algunos complejos episcopales en la Hispania tardoantigua. Pág. 455 / 522 Murillo, j. f.; Vaquerizo, d.: Ciudad y Suburbia en Corduba. Una visión diacrónica (siglos II a.C. - VII d.C.). Pág. 523 / 526 Normas de redacción y presentación de originales.

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Sebastián F. Ramallo Universidad de Murcia ✉✉ [email protected]

Antonio J. Murcia Museo Teatro Romano de Cartagena ✉✉ [email protected]

Jaime Vizcaíno Universidad de Murcia ✉✉ [email protected]

1. Paleotopografía y desarrollo urbano La descripción de las singulares condiciones de la topografía de Cartagena, Carthago de Hispania o Carthago Spartaria es una constante en todos los relatos históricos que tratan de la ciudad, tanto de época antigua como medieval y moderna1. Muy pocas poblaciones de Hispania, e incluso de todo el Imperio Romano, pueden presumir de un retrato tan detallado y preciso como el que nos proporciona Polibio hacia mediados del siglo II a. C. Dos rasgos sorprenden al historiador griego, el puerto, resguardado y capaz de albergar a una flota, y la extensa laguna que ciñe el perímetro urbano por el norte. Las aguas del Mediterráneo por el sur y el oeste y el estero al septentrión constreñían la tierra emergida cuya superficie máxima no llegaba a las 40 Ha. Sólo un corredor, que según Polibio “no alcanza los dos estadios”, permitía por el este la comunicación natural con tierra firme (Fig. 1). En el extremo opuesto, esto es en el ángulo noroeste, un estrecho canal facilitaba la renovación de las aguas de la laguna al tiempo que aislaba el casco urbano por este sector; un puente se convirtió en el hilo vital de comunicación con el exterior hasta la definitiva colmatación de este canal y el consiguiente cierre del almarjal, circunstancia que debió producirse en el siglo XIX, con la definitiva incorporación de la rambla de Santa Florentina a la trama viaria. En el interior de la península resultante, cinco colinas de diferente altura y tamaño delimitaban el espacio susceptible de urbanización al tiempo que condicionaban su distribución y el trazado del encintado defensivo. Abraza la ciudad un extenso territorium que se caracteriza por su diversidad geomorfológica y variedad de recursos naturales, lo que ha condicionado las formas y modelos de implantación y

Monografías de Arqueología Cordobesa 18  Páginas 211-254  isbn 978-84-932591-7-4

Carthago Nova y su espacio suburbano. Dinámicas de ocupación en la periferia de la urbs

1  Este trabajo se ha realizado en el marco del Proyecto de Investigación: Carthago Nova y su territorium: modelos de ocupación en el sureste de Iberia entre época tardorrepublicana y la Antigüedad Tardía (HAR2008-06115) del Ministerio de Ciencia e Innovación, que es subvencionado parcialmente con Fondos FEDER.

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Fig. 1.- Restitución de la topografía de Carthago Nova en época romana.

Fig. 2.- Vista de la bahía y puerto de Cartagena (Foto: Martínez Andreu).

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explotación, resultado de la propia y compleja configuración geológica de este rincón del sureste hispano. La ciudad y su puerto quedan enmarcados por las Sierras de la Fausilla, Gorda y el Pelayo, cuyas estribaciones más meridionales, los Cabezos de San Julián al este y Galeras al oeste definen el contorno litoral y se erigen en guardianes de las remansadas aguas de la bahía, cerrada en su frente meridional por la isla de Escombreras (Fig. 2). El borde litoral que se desarrolla hacia oriente se caracteriza por un relieve accidentado y con pronunciados acantilados separados por calas, pequeñas ensenadas y bahías, como la de Portmán. La punta más avanzada de este reborde, el Cabo de Palos, marca una clara inflexión, no sólo en la orientación de la costa sino en su naturaleza. A partir de aquí la línea costera asciende en dirección sur-norte definida por una estrecha banda de arena emergida que sirve a su vez para delimitar el borde oriental del Mar Menor, la inmensa palus referida por Festo Avieno, que con una superficie de unos 140 km2 y una profundidad media de 7 m constituye una extensa laguna litoral o albufera con abundantes recursos pesqueros. Amplias y abiertas playas configuran una costa baja, pero donde bancos arenosos, bajos fondos y secos pueden convertirse, en determinadas condiciones atmosféricas, en auténticas trampas para la navegación. No obstante, la fachada costera debió contemplar un continuo trasiego de embarcaciones de distinto tipo y tamaño que aprovechando la corriente general del Mediterráneo descenderían desde el golfo de Denia, siguiendo la ruta de las Baleares o ascenderían en un comercio de cabotaje que redistribuiría de forma eficaz las mercancías de las grandes naves onerarias que alcanzaban el puerto de Carthago Nova. Al oeste del núcleo urbano, la últimas estribaciones de las Cordilleras Béticas modelan una costa recortada y profunda con numerosas escotaduras, calas y puntas, entre playas arenosas, bahías y ensenadas de importancia histórica desigual, que se convierten en fondeaderos y escalas de la

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Carthago Nova y su espacio suburbano. Dinámicas de ocupación en la periferia de la urbs

principal y casi exclusiva ruta de comunicación y comercio entre todas las poblaciones costeras situadas en este tramo litoral y la metrópolis, ante la dificultad de tránsito por el interior impuesta por las sierras del Algarrobo, las Moreras y el Lomo de Bas. Al norte se extiende una amplia llanura con una capacidad agrológica elevada pero limitada por un acusado déficit hídrico característico de su régimen climático, lo que provoca la ausencia de cualquier curso permanente de agua; cultivos de secano alternan con amplias superficies salpicadas por espartizales, planta con amplios usos en la antigüedad y más en una población costera con una dilatada tradición naval. Sobre la planicie destacan además diversos afloramientos volcánicos, que durante varios siglos proporcionaron a la colonia el material constructivo idóneo para el desarrollo de buena parte de su edilicia. Al oeste, las últimas estribaciones de las cordilleras béticas, que proporcionan la única reserva forestal y cinegética del territorium más cercano a la colonia, concurren para diversificar el abanico de recursos que, como bien recuerdan los autores greco-latinos, contribuyeron a sustentar la prosperidad económica de este núcleo urbano del sureste hispano. A levante, pero ya dentro de la misma bahía de Cartagena, los puertos de Santa Lucía y Escombreras constituyen la prolongación natural de la dársena y ofrecen abrigo a embarcaciones de pesca y pequeño tonelaje, así como una comunicación directa con el interior del tramo oriental de la Sierra Litoral, donde se sitúa el principal distrito minero de la ciudad, cuya riqueza en plata y plomo convirtió a Carthago Nova en uno de los principales núcleos urbanos del litoral levantino. Al mismo tiempo sus protegidas playas y costas favorecieron la instalación de factorías relacionadas con la fabricación de salsas de pescado. La almadraba de Escombreras, atestiguada desde el siglo XVI constituye, junto a la de la Azohía, a vueltas del Cabo Tiñoso, un testimonio explícito de la importancia de las actividades pesqueras en el entorno más inmediato a la ciudad, como bien recuerda Estrabón (III, 4, 6) cuando señala, al describir la fundación de Asdrúbal que “en ella y en sus cercanías abundan las factorías de salazón”. La naturaleza de los restos descubiertos en estos parajes, como veremos más adelante, no desmienten sino que refrendan la afirmación del geógrafo griego. En definitiva, las peculiaridades topográficas del entorno más inmediato a la ciudad tendrán una incidencia directa en el desarrollo y organización de sus espacios periféricos, al limitar las posibilidades de los accesos terrestres a la ciudad y por lo tanto la posición de sus necrópolis, así como de las infraestructuras hidráulicas, condicionando al mismo tiempo las zonas de expansión extramuros tanto de carácter residencial como artesanal.

2. El recinto protegido La envergadura de las murallas que contornean el perímetro urbano es uno de los aspectos que más destacan los autores greco-romanos, especialmente en relación con el episodio de conquista por Escipión. El primer problema se nos plantea a la hora de concretar el espacio intramuros y, en consecuencia, el perímetro recorrido por el encintado defensivo. Es razonable pensar, y así lo aconsejaban los cánones de la defensa, que los cinco cerros que constriñen en espacio urbano fueran utilizados e incluidos dentro del espacio defendido. En consecuencia, el perímetro debía incluir las cimas de los cerros de San José, Monte Sacro y Molinete, discurriendo por su ladera septentrional, y los de la Concepción y Despeñaperros, en donde transcurría por la meridional. A pesar del perímetro tan dilatado, veinte estadios según Polibio, o unos 2380 m según nuestra propuesta, que encerraría una superficie cercana a las 40 ha, los testimonios materiales que se han conservado son muy escasos y su hallazgo ha sido el resultado de excavaciones relativamente recientes, correspondiendo, sobre todo, a restos de la fortificación bárquida, aprovechada posteriormente durante época romana. El testimonio más explícito es un lienzo descubierto en la ladera meridional del Cerro de San José, que contribuía a cerrar el único acceso natural al interior del recinto urbano, situado a levante. Se conserva en una longitud máxima de 30 m –15 en el forro exterior– y se articula mediante un doble paramento de sillares de gran tamaño colocados a hueso y en hileras horizontales, apoyadas directamente sobre la roca natural previamente explanada y recortada como caja de cimentación aterrazada, configurando un Monografías de Arqueología Cordobesa 18  Páginas 211-254  isbn 978-84-932591-7-4

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Fig. 3.- Paramentos de carácter defensivo y época republicana hallados en la ladera occidental del Cerro de la Concepción.

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perfil adaptado a la pendiente de la ladera (Martín y Marín, 1993). Muros perpendiculares construidos mediante paños de mampostería entre bloques monolíticos verticales –opus africanum– trababan, a modo de tirantes, los forros externos, determinando la existencia de compartimentos cuadrangulares agrupados de tres en tres a los que se accedía desde el interior de la ciudad a través de un vano que coincidía con el central de cada grupo, que a su vez daba paso a los laterales. La menor consistencia del interior hueco se compensaba con la acusada pendiente del monte que impedía la aproximación de artilugios bélicos de embestida. Es posible que el alzado, al menos en el frente interior y a partir de una determinada altura, se completara con adobes de gran tamaño, todo ello revestido por un enlucido de cal blanquecina, siguiendo una práctica reconocida también en otras murallas de ámbito púnico. Las mismas características constructivas se repiten en un tramo de cimentación hallado en la ladera meridional del Cerro de la Concepción entre el anillo perimetral de la cavea del teatro romano y el corte abrupto que delimita por el norte esta colina. En este punto, y desmanteladas por la construcciones de época augustea vinculadas a todo el proceso de reordenación monumental de la zona, se han descubierto restos de poderosas cimentaciones que por sus dimensiones y estructura parecen corresponder a los restos del sistema defensivo de época bárquida al que se superpone un paramento de mampostería de época republicana (Fig. 3). No obstante, el reducido espacio excavado nos hace presentar estos datos con suma cautela a la espera del estudio definitivo que nos permita valorar estos restos con una perspectiva más amplia. Hacia el oste, la cresta donde se halla emplazado el Gobierno Militar debió constituir un importante baluarte en el trazado del cinto murario y marca el vértice sur occidental de la muralla, que desde aquí descendería en dirección norte siguiendo un recorrido paralelo al de la línea costera. Quizás haya que relacionar con este cerco, los restos de un muro con cuidado aparejo isodómico descubierto en la calle Príncipe de Vergara n. 6, en uno de cuyos sillares estaba esculpido un falo de grandes dimensiones, aunque de momento es imposible establecer precisiones cronológicas. Muy cerca de este punto se debieron ubicar también importantes instalaciones portuarias, al ser el sitio donde las aguas eran más profundas. No obstante, con la escasa información arqueológica disponible, es casi imposible determinar la evolución del cinturón defensivo durante época republicana y los cambios que en él se producen tras la concesión del estatuto colonial. Un conjunto de diez epígrafes de características similares corresponden a este nuevo cerco y período, centrado en la segunda mitad del siglo I a. C. Más difícil es concretar, la ubicación del tramo o tramos de muralla donde se debieron insertar estos bloques, que, al menos, dejan constancia de la existencia de torres, puertas y lienzos, que, en algún punto se debieron erigir desde los cimientos (a fundamenteis). Se podría pensar como soporte de los sillares, dada la cuidada modulación y dimensiones, en el largo tramo más o menos rectilíneo que debía

Vaquerizo, D. (Ed.)  Las Áreas Suburbanas en la ciudad histórica. Topografía, usos, función  Córdoba, 2010

Carthago Nova y su espacio suburbano. Dinámicas de ocupación en la periferia de la urbs

discurrir por el frente occidental de la ciudad paralelo a la línea de costa; incluso las turris et portam, que se menciona en alguno de los textos, se adecuarían bien a este sector2 (Fig. 4). Pero, de momento, no hay evidencias arqueológicas claras. Recientemente, se ha interpretado como parte de esta supuesta muralla un paramento de mampostería de 1,85 m de grosor descubierto en un solar de la calle Mayor, esquina calle Medieras, y en parte bajo la línea de fachada del inmueble demolido (Fernández, Zapata, Nadal, 2007,142) pero la falta de una perspectiva amplia del conjunto impide corroborar esta hipótesis. También en algún momento se ha querido ver como parte de la muralla “un muro de sillería de gran grosor, junto a dos basas, tres fustes y cerámica romana”, identificado en la parcela nº 35 de la calle Mayor (Beltrán y San Martín, 1982, 873), para el que, con todo, dada la ausencia de informaciones más precisas, es necesario mantener la cautela. En cualquier caso, el espacio extramuros hasta la línea costera debió estar ocupado por almacenes y otros edificios relacionados con la propia actividad portuaria, en parte precedidos por pórticos como los atestiguados en la Morería Baja, en el extremo septentrional de este frente marítimo o el hallado en el solar del Museo del Teatro, situado en el extremo opuesto. Las excavaciones realizadas en estos últimos años han permitido perfilar mejor los límites entre las zonas sumergidas, hoy colmatadas de forma artificial, y las tierras emergidas, pero falta aún mucha información para poder ofrecer una interpretación coherente de este importante sector de núcleo urbano.

Fig. 4.- Inscripción relativa a la construcción de la muralla colonial. Probablemente, tercer cuarto del siglo I a.C.

3. El área periurbana 3.1. Epóca tardorrepublicana y altoimperial 3.1.1. Instalaciones portuarias. Por el momento, nuestro testimonio más explícito sobre este tipo de instalaciones, aunque no sin voces discrepantes3, lo constituye un epígrafe que fue reutilizado en el paramento de una de las torres del castillo de la Concepción. Dedicado por los libertos y siervos, posiblemente magistrados de un collegium, conmemora la construcción de unas pilae et fundamenta, términos que admiten al menos dos posibilidades: que se trate de columnas conmemorativas situadas sobre los muelles, o más probablemente de los pilares o columnas que sostienen el muelle

2  Sabemos que en este sector occidental de las murallas de época moderna se abrían tres puertas, que se añadían a las tradicionales de San Ginés, herederas de las puertas de San José del más antiguo cerco defensivo, y las puertas de Murcia, que debían corresponder con la vieja puerta ad stagnum et mare versa mencionada por Tito Livio. 3  Cfr. Díaz, 2008, 100, que relaciona la inscripción con la construcción de un pórtico o templo, retomando la hipótesis planteada ya por Hübner.

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Fig. 5.- Topografía de Carthago Nova con inserción de los principales testimonios arqueológicos, relacionados con su función en época republicana.

de un puerto (cfr. Ostrow, 1989). Su datación se puede situar entre finales del siglo II a. C. y el primer cuarto del siglo I a. C. (Abascal y Ramallo 1997, 71-77). Pese a la falta de una información arqueológica precisa sobre el área portuaria de Carthago Nova, la mayoría de los investigadores se decantan por situarla en el extremo occidental de la ciudad, en el espacio comprendido entre la falda occidental del cerro de la Concepción y el piedemonte occidental del cerro del Molinete, con un trazado entre ambos puntos similar al de las actuales calle Mayor y Puertas de Murcia4 (Fig. 5). A partir de las características topográficas de la dársena de Cartagena, es precisamente el extremo NO de la misma el que reúne unas mejores condiciones para albergar unas instalaciones de este tipo, por encontrarse mejor resguardada de los vientos, ocupando una situación de proximidad con respecto a la principal zona de actividad comercial de la ciudad; no obstante, no hay que perder de vista la cercanía a esta zona de la desembocadura de la rambla de Benipila, que con sus imprevistas avenidas provocaría el aporte de gran cantidad de sedimentos que requerirían de trabajos periódicos de mantenimiento para evitar la colmatación. La cartografía de época moderna es muy significativa para seguir el proceso de saturación en este sector limítrofe del casco urbano. El propio topónimo de Mandarache, constatado desde época bajomedieval, deriva de un término árabe que significa el puerto (Grandal, 1986, 418). En cualquier caso, es muy probable que la línea de costa sufriera un progresivo desplazamiento hacia poniente; en este sentido hay que interpretar las posibles estructuras portuarias descubiertas en el solar de la calle Mayor, esquina con c/. Comedias, realizadas con sillares reutilizados, y fechadas en torno a los siglos V-VI. En el resto de la dársena, a partir de la reconstrucción de sus márgenes que hemos expuesto con anterioridad, observamos que en su borde norte la mayor parte de la costa es abrupta a excepción de su extremo NO donde se encuentra la Playa del Batel, junto a la cual se ha planteado la posible existencia de una estructura portuaria a partir de la documentación en sus cercanías de una rampa 4  Sobre la problemática de su ubicación, Abascal; Ramallo, 1997, 70; también Ramallo, 1989, 74; y Martín; Pérez; Roldán, 1991, 273.

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formada con sucesivas compactaciones (Berrocal, 2002, 362); no se puede descartar la existencia de un fondeadero quizás vinculado con alguna actividad industrial y en este sentido destacamos el topónimo de Los Hornicos, situado por Villamarzo al oeste de la playa, pero no existen hasta el momento vestigios arqueológicos precisos que lo avalen, pudiéndose relacionar tal rampa con los caminos que desde este sector de la ciudad se dirigen hacia Santa Lucía y Escombreras. 3.1.2. Instalaciones hidráulicas El 17 de mayo de 1945 marca un hito en la historia de Cartagena, ya que la llegada de los primeros caudales del río Taibilla, a través de un canal de más de 200 km de recorrido, ponía fin a siglos de penuria hídrica y garantizaba una reserva suficiente y constante para el consumo doméstico y público, al tiempo que afianzaba el desarrollo de las incipientes industrias estatales y de sus instalaciones militares. Quedaban atrás complejos y costosos proyectos, como el trasvase desde los ríos Castril y Guardal a través de la construcción de un canal navegable y para riego, desarrollado a comienzos del siglo XVII, pero que nunca llegó a ser concluido (Mediavilla, 1989; Capel, 2001). Y es que, dadas las características climáticas de extrema aridez que caracterizan el sureste peninsular, el aprovisionamiento de agua potable ha sido uno de los factores que más ha condicionado el crecimiento de la ciudad a lo largo de toda su historia, siendo la sequía y la captación de aguas externas temas recurrentes en la documentación de archivo. En época púnica y romano-republicana, pozos y cisternas se convirtieron en el principal recurso para el abastecimiento de agua potable; las evidencias arqueológicas son numerosas (Egea, 2000). Es probable también que algún manantial o nacimiento de escaso caudal al pie de alguno de los cerros del interior de la ciudad contribuyera a paliar este déficit5. No obstante, la construcción de un acueducto y fuentes públicas en época de Pompeyo, recordada en dos epígrafes de reciente hallazgo (Ramallo y Murcia, 2010), marca el fin de esta primera etapa y contribuye a solventar los problemas de un escaso aporte pluvial y de escasez de acuíferos en el propio subsuelo de la ciudad (Fig. 6). La obra debió completarse con un depósito o instalación hidráulica –castellum aquae– desde donde redistribuir los aportes externos hacia el interior de la ciudad. Precisamente, con una estructura hidráulica de este tipo se han relacionado una piscina de grandes dimensiones y dos depósitos revestidos de signinum descubiertos en el sector occidental del Cerro del Molinete (Pérez, et alii, 1996, 90), aunque, de momento, no se pueda establecer vinculación alguna con el programa descrito en las dos inscripciones de mediados del siglo I a. C. Tampoco se puede establecer una conexión clara de estos epígrafes con la cabeza masculina que vierte agua de una emisión monetal, fechada en torno al 19/18 a. C. que ha sido tradicionalmente interpretada como la conmemoración de un infraestructura hidráulica (Llorens, 2002, 69); la cronología parece rechazar tal asociación. Lo mismo sucede con una controvertida inscripción, cuya procedencia original se desconoce, donde aparecen mencionados unos fornices [et] cola ante aedem (Abascal, Ramallo, 1997, n. 29), elementos que han sido identificados con los arcos y filtros de un acueducto construido por un personaje notable de la clase política romana ante un templo. Al margen de la interpretación, características paleográficas e interpunciones son similares a las inscripciones del programa pompeyano. En cualquier caso, el depósito ó depósitos de recepción de aguas debieron ubicarse en puntos elevados, para facilitar la distribución, y en el cordón periférico del núcleo urbano, y a ellos vendrían a desembocar el ó los acueductos y canalizaciones que los alimentaban, que se convertirían en uno de los hitos distintivos del paisaje extra-urbano. Los puntos de captación –caput aquae– y el recorrido de estas conducciones, condicionado por la singular topografía del entorno, es otra cuestión a resolver. A nivel arqueológico, se pueden relacionar con las cimentaciones de las arcadas de un posible acueducto o canalización sobreelevada, cuatro zócalos o basamentos de planta rectangular alineados,

5  En un documento de 1604 se llega a mencionar un manantial “cerca de la ermita de San Jusepe”, al pie del Cerro homónimo, aunque posteriormente no se vuelven a hallar nuevas referencias. Cfr. Mediavilla, 1989, 23.

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Fig. 6.- Inscripción sobre el sillar triangular de remate de un lacus donde se menciona la construcción de una conducción de agua (acueducto) y fuentes en época de Pompeyo.

Fig. 7.- Zapatas de un posible acueducto de época romana identificadas en la Alameda de San Antón, en dirección al Cerro del Molinete (Foto: MAMC).

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de dimensiones similares, descubiertos durante la construcción del aparcamiento subterráneo de la Alameda de San Antón (Fig. 7), a una cota entre 2,8 y 3,3 m de profundidad, contorneando el flanco occidental del estero, y paralelo a la vía que, partiendo de la porta ad stagnum et mare versa que cita Tito Livio, conducía hacia el interior peninsular (Martínez, 1999, 243). La orientación noroestesureste de estas zapatas, en dirección hacia los actuales barrios de San Antón y Los Dolores, permite relacionarlas con la Fuente de Cubas, situada según G. Hurtado “al norte otra milla camino derecho de Murcia... [cuya agua] no es tan durze y ansi lo más sirve de labar en ella la ropa de lienzo de los vecinos de la ciudad y regar una guerta no muy grande que tiene a esta parte; los caños antiguos y apariencias del agua son más y mayores que el agua dicha y ansi se cree que se a perdido o ba entre ds tierras” (Casal, 1986, 25). Su nombre, no obstante, aparece ya recogido en un texto del siglo XIII bajo la forma de Qubbas, el cual no tiene etimología árabe y podría remontar del latín cupas (Pocklington, 1986, 332) y contamos, además, con varias referencias directas o indirectas que durante el siglo XVI identifican los restos de un acueducto que, procedente del manantial de la Fuente de Cubas se dirigiría a la ciudad (Lumiares, 1776, 94). Cascales afirma haber visto, en 1597, los restos de “un costosísimo aqueducto desbaratado que venia por él encañada el agua a la ciudad desde la fuente Cubas”, en el paraje de Antiguones, muy cerca del anfiteatro situado en la ladera oriental del Cerro de la Concepción; sin embargo, años más tarde Vargas y Ponce afirma que “no es romano el resto de acueductos que Cascales y otros después han creído tal; y habiéndole nosotros registrado atentamente, nada tiene de común con los que dentro y fuera de España hemos visto de aquellas gentes” (Rubio, 1978, 87). Al margen de la autoría y época de la fábrica, su emplazamiento apunta más bien a un origen de las aguas en los afloramientos situados al este de Cartagena, y en particular en algunos de los cabezos de la Sierra Gorda. Un análisis historiográfico sobre los problemas de abastecimiento de agua, ha puesto de manifiesto que las referencias más antiguas y abundantes sobre manantiales, los sitúan al este de la ciudad, siendo esta la que más aportes podía llegar a proporcionar (Martín et alii 1996, 91-92). Precisamente, y en relación a esta zona, un documento de Archivo recogido por Mediavilla (1989, 19) alude a la cesión en mayo de 1294 por el rey Alfonso X de una fuente situada en el Cabezo de San Juan, conocida como la Fuente Santa, a los frailes ermitaños de la Orden de San Agustín, a pesar de que dicho privilegio habría sido otorgado ya a la ciudad por Fernando III (Mediavilla, 1989, 19). En 1584 Hurtado alude a esta misma fuente que “esta una milla de la ciudad, a la parte de lebante y de la población antigua caya mucho más cerca y esta es la mas durze” [que la de Fuente Cubas]. Aunque no hay testimonios que con claridad se puedan remontar a época romana, los restos de acueducto identificados en el Barranco del Feo6, en la vertiente noroccidental del Cabezo de San Juan, podrían ser “los herederos”, en cierto sentido de una tradición que se remontaría a época romana. Además, restos de tres manantiales asociados a construcciones hidráulicas, probablemente modernas, han sido registrados en este mismo entorno en las prospecciones realizadas junto al Cabezo Gallufo por un equipo del Museo Arqueológico de Cartagena (Pérez y Martín, 2002), y refrendan la importancia que para el suministro de la ciudad han debido tener estas aguas en distintas etapas históricas. 3.1.3. Vías de comunicación La elevada distancia entre Carthago Nova y las principales urbes de su entorno –las colonias de Ilici, Acci y Libisosa–, unido al escaso numero de núcleos urbanos menores, ha propiciado que contase a lo largo de su historia con un extenso territorio, que bien de forma directa o indirecta dependía de ella. Su articulación con ese territorio se realizaba a partir de dos grandes ejes de comunicación: uno costero que recorría el litoral del levante peninsular, conocido como vía Augusta,

6  En el año 1577 se hicieron trabajos para “alumbrar” aguas en el Barranco del Feo, que entonces se llamaba de Pedro Pardo. Cfr. Mediavilla, 1989, 20.

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y otro interior que se adentra en la meseta central en dirección a Complutum (Brotons y Ramallo, 1989). El tramo de ese eje litoral comprendido entre Ilici y Carthago Nova tendría probablemente su origen en una ruta prerromana que recorrería buena parte del levante peninsular, sirviendo de base tras la conquista romana para la construcción de la vía entre Tarraco y Carthago Nova, tratándose por lo tanto de uno de los ejes más antiguos, que sería restaurado posiblemente en numerosas ocasiones a lo largo del periodo tardorrepublicano (Ramallo, 1989, 67). La percepción de parte de su trazado durante la época medieval y moderna, ha hecho de ella uno de los restos clásicos más tratados por viajeros, eruditos e investigadores sobre la ciudad romana. La primera de estas referencias sería la realizada en el siglo XIII por el poeta al-Qartayanni en su obra Qasida Maqsura, cuando al describir los alrededores de la ciudad alude a un empedrado cuyas losas están cuidadosamente alineadas y colocadas (Pocklington, 1986, 332-333). Durante el siglo XVIII son numerosas las referencias que se hacen sobre sus vestigios visibles, a los que se le otorga el apelativo popular de Camino de la Hilada. La posibilidad de establecer un trazado hipotético en base a los hallazgos funerarios in situ y al sector de calzada individualizado al norte de Torreciega, cuenta con la dificultad de poder determinar con precisión los límites de la laguna. Tomando como punto de partida la delimitación procedente del plano de J. Ordovás, la vía se iniciaría en la puerta del istmo, desde donde descendería en sentido este con un trazado similar al de la actual Avenida de América, hasta llegar a la zona de la Estación de Ferrocarril, lugar en el que se constata un punto de tierra firme en época romana; desde aquí giraría en dirección norte bordeando el límite oriental de la laguna, con un trazado intermedio entre la vía férrea y la carretera de San Javier (Ramallo, 1989, 22). Continuaría al este del monumento de la Torre Ciega, atravesando este núcleo de población; al norte del cual, cortado por la propia carretera de San Javier, se ha documentado un tramo de la vía (Ruiz et alii, 1988, 32). Desde aquí continuaría en sentido paralelo a la actual carretera en dirección a la población de La Aparecida. En el 8 a. C., desde la propia Carthago Nova se construye –o adecúa– un segundo ramal con dirección a la Bética (Silliéres, 1988, 17), aprovechando con toda probabilidad una ruta prerromana (Ruiz et alii, 1988, 33). En su recorrido pasaría por Eliocroca, Basti, Acci y Mentesa, hasta llegar a Castulo. Su trayecto se iniciaría en la puerta occidental de la urbs, la porta ad stagnum et mare versa citada por Tito Livio (XXVIII, 36, 7), descendiendo probablemente por la vía porticada de la calle Moreria Baja, en cuyo enlosado se distinguen con claridad las rodadas propias de un intenso transito de vehículos, y tras pasar por el puente que salvaba el canal de comunicación entre la laguna y el mar, discurriría aproximadamente entre las calles del Carmen y Sagasta; en la primera de ellas se han documentado parte de un asentamiento, posiblemente fundado en época augustea, que parece extenderse por el centro mismo de la calle7, por lo que la vía debía pasar al oeste del asentamiento, con un trazado posiblemente más cercano a la calle Sagasta. En época bajomedieval el camino de salida de la ciudad discurriría justo por encima de este yacimiento suburbano, desarrollándose junto a sus márgenes el arrabal de San Roque, fosilizándose su trazado con la actual calle del Carmen. Probablemente, en un punto cercano a la actual Casa del Niño, se produjese la bifurcación de la vía con dirección a Complutum, continuando la vía hacia el actual Barrio de la Concepción, tras salvar la Rambla de Benipila. Recordemos que en las obras realizadas a comienzos de siglo para la construcción del asilo de ancianos (Casal, 1972, 43), se hallaron numerosos cubilia iguales a los que constituyen los paramentos de la Torre Ciega, y un poco más al oeste, en un solar colindante con el asilo, se localizaron en 1982 parte de dos urnas de incineración de tradición indígena (Martínez, 1997, 259-260) junto a diversos materiales descontextualizados, entre los que destacamos algunos ungüentarios, un vaso de paredes finas y un fragmento de cerámica de Megara. Tras sobrepasar este sector discurriría por el piedemonte del cerro de la

7  Memoria del seguimiento arqueológico en el solar de la C/ Carmen, nº 34, realizado por los técnicos arqueólogos A. J. Murcia y M. J. Madrid en el año 2001.

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Atalaya, donde también contamos con noticias poco precisas sobre el hallazgo de construcciones, incineraciones y antefijas (Casal, 1932). El segundo gran eje viario que partía de la ciudad se dirigía hacia el norte y articulaba la comunicación de la capital del conventus con las poblaciones del interior. Aunque no aparece citado en ninguna fuente ni itinerario antiguo, conocemos un elevado número de miliarios cuyo análisis deja entrever que la vía se construyó –o pavimentó– en época de Tiberio, siendo reparada por Trajano, y mantenida al menos hasta el siglo III d. C, tal y como indica el hallazgo de un miliario del emperador Maximiano Tracio (Silliéres, 1982, 251). Sobre su trazado preciso al salir de Carthago Nova, se ha manifestado que pasaría junto a la necrópolis de San Antón, atravesando Los Barreros y Los Dolores, para seguir un trayecto similar al de la carretera N-301 con dirección a la población del Albujón (Silliéres, 1982, 253; Ramallo, 1989, 70). Un corto tramo de esta calzada, con una dirección SENO, se ha podido constatar en las excavaciones de seguimiento de la autopista Cartagena-Vera, en el paraje de Casas del Molino, al norte de la ciudad portuaria. Corresponde a un tramo de 23 m de longitud y 4,50 m de anchura construido con piedras de tamaño mediano y cantos rodados trabadas con mortero de cal, que asientan sobre un estrato arcilloso natural muy compacto (Sánchez, 2006, 255). Piedras de mayor tamaño delimitan los bordes del pavimento sobre el que se aprecian huellas de rodadas de carros. Una moneda de la ceca de Carthago Nova, hallada junto al borde del camino parece corroborar la adscripción cronológica de la obra. No obstante, se ha cuestionado el trazado de esta vía pública a través del Puerto de La Cadena (Brotons, 1999), planteándose un recorrido que en su tramo inicial sería común al de la vía augusta en dirección a Eliocroca hasta alcanzar Cuesta Blanca, donde se bifurcaría con dirección al Puerto de la Losilla hasta llegar al valle del Guadalentín, reduciendo el eje que atravesaría el Puerto de la Cadena a la condición de camino vecinal. Sin descartar en absoluto esta propuesta de vía de comunicación, creemos que los hallazgos funerarios realizados entre la Plaza de España y San Antón, y el propio hecho de ser el camino más corto entre Carthago Nova y el valle del Segura, no deben de ser ensombrecidos por la ausencia hasta el momento de vestigios de calzada y obras de acondicionamiento en el Puerto de la Cadena. Por lo tanto este eje viario compartiría el tramo inicial de salida de la ciudad con la vía augusta, partiendo de la puerta occidental del recinto, salvando el canal de comunicación entre la laguna y el mar, hasta llegar a un punto cercano a la Plaza de España, donde ambos ejes se bifurcarían, continuando el que nos ocupa posiblemente por la actual Alameda de San Antón, donde se han encontrado además los restos de un posible acueducto, que construidos en terrenos públicos, con frecuencia aparecen asociados en las cercanías de las ciudades a los grandes ejes de comunicación (Chevallier, 1997, 292). Precisamente, una sepultura de incineración hallada en 1954 en el sector NO de la Plaza de España, viene a marcar un punto de tierra emergida, y a la vez un área de necrópolis que en época imperial se desarrollará a lo largo de la vía de salida hacia el exterior (San Martín, 1985, n. 1). 3.1.4. Necrópolis Proporcionan al visitante la primera impresión de la ciudad antes de cruzar sus muros. De la entidad de sus monumentos funerarios se puede obtener una imagen aproximada del potencial económico y recursos de sus habitantes. En Cartagena la ubicación de las principales necrópolis, excepto la de San Antón, se conoce con cierta precisión desde el siglo XVIII, o quizás incluso antes, gracias a las numerosos epitafios que han sido hallados in situ. Por el contrario, apenas conocemos las sepulturas y los ajuares y mucho menos, los mausoleos o monumentos funerarios que debieron existir a juzgar por los mismos epígrafes. Además de su interés intrínseco, su ubicación en el espacio contribuye a perfilar la topografía del entorno de la ciudad y los pasillos emergidos de comunicación con el territorio. Las más importantes son las de Santa Lucía, Torre Ciega y San Antón, a las que habría que sumar otros hallazgos singulares y dispersos que no se pueden asociar al área nuclear de ninguna de ellas. Monografías de Arqueología Cordobesa 18  Páginas 211-254  isbn 978-84-932591-7-4

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3.1.4.1. Santa Lucía

Fig. 8.- Sepulcro descrito y dibujado por el conde de Lumiares, descubierto en el siglo XVIII en la necrópolis de Santa Lucia.

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Situada al este de la ciudad, probablemente junto al camino que conducía hacia Escombreras y las sierras orientales de la ciudad, es sobre todo conocida por un importante lote de inscripciones, entre las que destacan las placas de caliza gris, con moldura simple o doble, que debieron estar incrustadas en panteones de carácter familiar, como el de la familia liberta Labicia, descubierto en 1868, “en la calle del Sepulcro, junto al fondeadero de Curra”. Algunos epígrafes con fórmulas arcaicas permiten remontar la cronología de este cementerio al siglo I a. C. No obstante, el monumento más sorprendente y mejor conocido corresponde a un panteón con características de hipogeo dotado de una cámara cuadrangular, de 2,52 m de lado, con bancos adosados de 42 y 63 cm en dos de sus lados, precedida por un corto vestíbulo al que desemboca un pasillo abovedado en rampa de c. 1,47 m de longitud y 2,10 m de altura (Fig. 8). Según Lumiares (1781, 4) “en los poyos estaban los huesos de dos cadáveres; como que también se hallaron dos pequeñas redomas a modo de calabacitas una de vidrio y otra de barro, y de esta materia una lámpara en cuyo fondo en relieve parece tiene una zorra lactando dos cachorros”. En una primera aproximación, el tipo de sepultura nos podría evocar los hipogeos característicos de necrópolis de fuerte raigambre púnica como la de Carmona o la de Sabratha, sin embargo el tipo de mausoleo excavado en el terreno, incluso de características similares al de Cartagena, se halla también atestiguado en ámbitos plenamente romanos; no hay más que recordar la conocida sepultura de la familia de los Escipiones, situada al comienzo de la Vía Apia. Y precisamente, al mundo romano-campano nos remite el monumento más emblemático de la arquitectura funeraria de Cartagena: la Torre Ciega.

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3.1.4.2. Torre Ciega La necrópolis se sitúa al noreste de Cartagena, al pie de la carretera de La Aparecida, a un kilómetro y medio del casco antiguo. Ha sido sometida a excavaciones en distintos momentos, si bien los resultados no han sido nunca publicados de forma detallada. Además, de todo el entorno procede un conjunto de diez inscripciones que permiten establecer un marco cronológico aproximado entre el siglo I a. C. y las primeras décadas de la centuria siguiente, lo que coincide con el ritual de incineración practicado en la necrópolis y con las características de las urnas cinerarias recuperadas (Ramallo, 1989). Por el contrario, el mausoleo que da nombre a esta necrópolis es, probablemente, el más popular de la arqueología de Cartagena y el más emblemático del suburbium de Carthago Nova. Desde finales del siglo XVI ha sido descrito o mencionado por todos los historiadores y eruditos que se han ocupado de la historia de la ciudad (Fig. 9). Incluso se conocen varios dibujos de su planta y alzado en manuscritos del siglo XVIII, que han sido publicados en estos últimos años y han servido de base para la interpretación del monumento en los estudios más recientes (Abad, 1989). Cascales nos aporta la primera descripción cuando aún se conservaba el cuerpo superior, ya desaparecido en 1726, fecha en la que, según Cerezuela (Rubio, 1978, 60) “se halla en ser solamente el pedestal”. Según la descripción que el humanista murciano publica en 1597, por encima del prisma cuadrado que configura el piso inferior “está fabricado un cuerpo esphérico escaqueado ni más ni menos y sobre él un cordón de piedras largas vara y media, todas iguales: y remata la torre en un chapitel redondo a manera de campana con la misma architectura que lo demás del túmulo o torre”. En 1706, según cuenta Cerezuela, se conservaba el monumento completo con una altura de noventa “palmos castellanos todo el edificio” (18,81 m) y treinta el pedestal (6,27 m), “todo de piedra negra, y en círculo redondo en forma de coluna la parte principal que sienta sobre el pedestal” (Rubio, 1978, 60), dimensiones cercanas a las 22 varas de altura (18,39 m) y 7 del “pedestal o primer cuerpo” (5,85 m), que por los mismos años proporciona N. Montanaro (Rubio, 1977, 200). No debió ser el único monumento de estas características que salpicaba la necrópolis, ya que el mismo Cascales en 1597 dice haber visto “semejante a este otro en el mismo parage todo derribado por el suelo, y un pedaço del escaqueado de piedras, unas blancas y otras negras, que hazen un viso muy admirable. Esta era cóncava y así fue menos durable. Al mismo tono dicen que hubo otras diez torres en el propio contorno, y hoy viven testigos de ello, que dizen averse aprovechado de quellas hermosas piedras labradas los moradores desta ciudad para diversas obras de sus casas”. Los cimientos de otras dos torres fueron identificados en 1982 por Milagros Ros en la margen derecha de la carretera que conduce desde Cartagena a San Javier, y vienen a añadirse a la excavada por González Simancas (1929, 18) de planta rectangular, 3,05 por 2,55 m, situada, según este autor, “a unos 100 m de la Torre Ciega y otros Monografías de Arqueología Cordobesa 18  Páginas 211-254  isbn 978-84-932591-7-4

Fig.. 9.- Monumento funerario conocido como la Torre Ciega, que da nombre a la necrópolis situada al este de la ciudad.

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tantos de la vía férrea”. A nivel material, destacan, junto a las urnas de vidrio y plomo recogidas por Fernández Villamarzo (González Simancas, 1905-07, n. 152), los recipientes de cerámica pintada ibérica que junto a ungüentarios de cuerpo fusiforme y cuello recubierto con pintura rojiza, frecuentes en sepulturas ibéricas del sureste de los siglos III-I a. C., traducen la presencia de una importante población de origen ibérico; en este sentido, quizás haya que pensar en los característicos encachados de las tumbas ibéricas como antecedentes de algunas de las “supuestas torres”. El monumento conservado se alza sobre un zócalo de 45 cm de altura formado por tres hileras de bloques rectangulares de andesita, coronado por una moldura de caliza gris formada por plinto, kyma reversa y listel. Por encima se dispone, tres centímetros retranqueado, un prisma en forma de cubo de 4,15/4,18 m de ancho y 3,80 m de altura hasta la cornisa de separación (reconstruida por completo) con el cuerpo superior, desaparecido, al menos, desde comienzos del siglo XVIII y sustituido en la última restauración, realizada por P. San Martín, por un cono truncado de cemento inspirado en los dibujos antiguos. Carece del cualquier hueco o abertura, de donde el nombre con que se le conoce, aunque Cascales habla de un posible vano que debía albergar la urna con las cenizas. El núcleo central está recubierto de un cuidado opus reticulatum formado por prismas apuntados de andesita, y con las esquinas reforzadas por bloques del mismo material con el extremo interior apuntado, en combinación con la red formada por la colocación en hileras oblicuas de las cuñas. Se puede incluir dentro de la serie de “monumentos turriformes”, si bien el estilizado cono que constituye el cuerpo superior le diferencia de la serie más usual; también ha sido relacionado con los monumentos “ad altare” (Abad, 1989, 251). Sin embargo, el rasgo más significativo es el tipo de aparejo utilizado para recubrir el núcleo cementicio, que es sólo característico de la Italia central (Lazio), Campania y la Etruria meridional, siendo cada vez más extraño conforme nos alejamos de estas regiones (Torelli, 1980). En la Península Ibérica es prácticamente desconocido salvo el monumento de Cartagena y un muro mal contextualizado de Ampurias, por lo que su presencia implica la existencia de talleres especializados directamente procedentes de Italia. 3.1.4.3. Barrio de la Concepción Este espacio funerario se encuentra situado al noroeste de Carthago Nova, flanqueando la vía que se dirigía hacia la Bética. En la actualidad se le superpone una barriada periférica que le da nombre, cuyo origen se remonta al siglo XVIII, situación que ha condicionado y limitado enormemente su conocimiento. Los pocos hallazgos localizados in situ, parecen situar su epicentro en el espacio comprendido entre la desembocadura de la Rambla de Benipila y el piedemonte del Cabezo de la Atalaya. El único testimonio directo disponible sobre el ritual funerario practicado en la necrópolis, son los restos de dos urnas de incineración descubiertas en un solar contiguo al Asilo de Ancianos (Martínez, 1997, 259-260), en un contexto que podría situarse hacia finales del siglo II a. C., o inicios del I a. C. En ambos casos se trata de urnas de tradición indígena, de las que destacamos un oinochoe del tipo VIb de Ros Sala, en el que aparece representada una diosa alada posiblemente vinculada con la diosa Tanit del panteón cartaginés (Ros, 1989, 97-98). Otras sepulturas de incineración fueron halladas en esta zona durante los primeros decenios del siglo XX, aunque nada sabemos sobre su ubicación, características y contexto arqueológico (Casal, 1932). 3.1.4.4. San Antón Situada junto a la calzada que conducía hacia el interior del conventus, es la única de todas las necrópolis de época tardo-republicana y alto-imperial que circundan el espacio urbano que ha sido sometida a excavaciones sistemáticas. No obstante, la facies mejor conocida corresponde a la época tardorromana, concretamente a la segunda mitad del siglo IV y s. V, si bien el reempleo de placas con inscripción funeraria en alguna de las sepulturas y el hallazgo de inhumaciones dispersas en sectores más próximos a la ciudad, permite remontar su origen, al menos al siglo II d. C. (Vid. infra). [ 224 ]

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3.1.5. Espacios residenciales La documentación arqueológica disponible sobre este tipo de asentamientos se caracteriza por una elevada parcialidad, procediendo en su mayor parte de hallazgos ocasionales realizados entre el siglo XVIII y los comienzos del XX, que en algunos casos derivaron en excavaciones puntuales sin ninguna metodología. Estas circunstancias y la falta de una documentación fiable, reducida en muchos casos a escuetas citas textuales, hacen imposible determinar en la mayoría de las ocasiones una adscripción cronológica y funcional de tales yacimientos. Según F. Cerezuela8, en el año 1726 fueron descubiertos en la Playa de Santa Lucía, junto al Muelle de Santiago, las ruinas de una edificación de gran extensión entre las que se encontraron testimonios de un rico y variado programa decorativo, entre los que cabe destacar el repertorio de elementos arquitectónicos, como losados de mármol fino, algunas monduras o cornizas de marmol, así como vassas y pedestales de colunas; representaciones figuradas en las pinturas que decoraban algunas de las estancias, como algunas flores y hojas verdes, entre las que se encontraban figuras del tamaño de un palmo, como de medio ombre y medio pescado, otras a modo de sátiro y otras como de Neptuno. Respecto a los suelos de estas salas, estaban losados con unas piedrecitas del tamaño de unos dados de diversos colores, que llaman hoy los romanos fábrica de mosaico. En este mismo lugar también se descubrieron muchos baños y conductos de plomo, con muchas piedras grandes, muy bien labradas y en medio de ellas unas cortaduras o canales que naturalmente parecen servir para fijar algunas tablas para detener las aguas. El único elemento arqueológico que se conserva, es una tegula9 de 59 cm de longitud y 45 cm de anchura, medidas que equivalen a 2 y 1,5 pies respectivamente. Tiene dos rebordes ondulantes10 que no recorren la totalidad de su longitud, restando hasta el final unos 7 cm. En el extremo opuesto presenta un rebaje en la parte inferior, de similares dimensiones, destinado a facilitar el encaje con otra tegula. En la parte inferior de su cara externa, presenta una marca realizada antes de la cocción consistente en impresiones digitales que forman una figura ovalada, sobre la que se superpone un sello enmarcada en una cartela rectangular. En su interior aparece el nombre del propietario dispuesto en una sola línea con su tria nomina C(aius)·LV(cius)· PR[--?]., separado por interpunciones. Por sus características se podría fechar entre la segunda mitad del siglo I a. C. y la primera mitad del siglo I d. C. (Lugli, 1957, 553-558). En Carthago Nova la gens Lucia está atestiguada por sendos epígrafes (Abascal y Ramallo, 1997, nº 147 y 152) datados en la primera mitad del siglo I d. C., y por un magistrado monetal que aparece en la emisión IX de época augustea, en los reversos de semis y cuadrantes, con la leyenda C. Lucius praef. IIv. quinq. De acuerdo con la documentación planimétrica de los siglos XVII y XVIII, el yacimiento se situaría cerca de la orilla de una pequeña ensenada situada en la parte oriental de la dársena del puerto, delimitada en su parte septentrional por un pequeño saliente rocoso, cerca de la cual se construirá en el siglo XVIII el denominado Muelle de Santiago, mientras que al sur existía un destacado promontorio rocoso que se introducía en el mar separándola de la denominada Playa de San Julián. En esta ensenada desembocaba la Rambla de Santa Lucía, procedente del cercano Cabezo de los Cuernos y del Cabezo de San Juan. Por la descripción y ubicación de los restos, parece diferenciarse de forma clara un sector residencial con un variado y rico programa decorativo, junto a la que se dispondría un área industrial, probablemente constituida por un elevado número de piletas, quizás pertenecientes a alguna factoría de salazones bajoimperial (Ramallo 1989, 120), sin que podamos determinar si ambos sectores funcionaron o no al mismo tiempo. 8  Rubio, 1978, 66-67. Esta referencia también fue recogida por N. Montanaro., cuyo manuscrito se transcribe y comenta en Rubio, 1977, 212, y por González Simancas, 1905-1907, 229-232. 9  Esta procedencia ya fue señalada por Ramallo, 1985, 52; el antiguo catálogo de materiales constructivos del Museo Arqueológico Municipal de Cartagena se encuentra actualmente ilocalizable, en las fotografías de esta pieza depositadas en sus archivos se aprecia el número de inventario 467. 10  Según la tipología establecida por Redondo; Borge, 1998, 236.

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En 1868 se encontraron en las excavaciones que se realizan detrás de los cocherones de la estación de ferrocarril, veinticuatro ladrillos en forma de sector de círculo constituyendo parte de un pavimento encontrado a 1,20 m de profundidad (González, 1905-1907, 244). Un año más tarde, según la referencia de Hübner (CIL II, 5125; Ramallo, 1985, 51), se encuentra en ese mismo lugar, los restos de un pavimento de teselas. Según estas breves noticias, el lugar de los hallazgos se situaría a unos 500 m del istmo de la ciudad, junto al límite suroriental de la laguna del Almarjal, por cuyas cercanías pasaría la vía en dirección a Ilici. A. Beltrán (Beltrán, 1952, 73) al valorar el hallazgo del conjunto de ladrillos, los supone integrantes del caldarium de alguna villa extramuros, aunque tampoco se puede descartar la posibilidad de que formaran parte del tambor de alguna columna de un posible atrio o peristilo. En cualquier caso los hallazgos muestran la existencia de un yacimiento dotado de espacios de marcado carácter residencial En los fondos del Museo Arqueológico de Murcia, se encuentran depositados un conjunto de materiales procedentes del paraje Lo Pequeño (Vereda de San Felix, Cartagena), situado a 4 km al norte del casco antiguo de Cartagena, junto a la actual carretera de La Palma, desconociéndose en la actualidad la ubicación exacta de tales restos. Lo componen dos fragmentos de opus signinum decorados con teselas blancas formando esvásticas, junto a dos molinos de grano (Ramallo, 1985, 153-154). Este tipo de decoración podría fecharse entre el siglo I a. C. y comienzos del I d. C. Otro de estos hallazgos se produce en 1772 durante la construcción del tramo de muralla que defendía la dársena del Arsenal, momento en que se descubrieron entre la Puerta de Madrid y la falda del Monte de Galeras y frente al Barrio de la Concepción, las ruinas de edificios que fueron sin duda havitación de gentes, extramuros de la ciudad (Rubio 1999, 25-26), situadas a una profundidad entre ocho y diez pies. Según esta descripción, el yacimiento se encontraría al pie de la ladera oriental de la Sierra de Pelayo, a una cota de altitud que no rebasaría los 10 m, y a no mucha distancia del conocido como Mar de Mandarache. No disponemos de ninguna planta ni dibujo de tales restos, ni se ha conservado material arqueológico alguno con tal procedencia, por lo que tan solo podemos recurrir a la escueta relación de hallazgos del citado informe, del que se desprende la existencia en el interior de alguna de las estancias, de una rica decoración parietal pictórica, con representaciones figuradas entre las que se describe un brazo desnudo agarrando a un animal de que sólo alcanza parte de la cabesa, y otro fragmento de estuco comprehende parte de la orla o marco rojo que sin duda serviría de circunferencia de la pintura. Por la propia descripción de los restos, y su ubicación en las márgenes de una amplia y abrigada dársena rodeada de altas montañas, en cuya orilla opuesta se situaba la ciudad, este asentamiento gozaría de un lugar privilegiado por su entorno paisajístico, estando al mismo tiempo muy próxima a la ciudad y a la vía de acceso procedente de Eliocroca, lo que avalaría su carácter eminentemente residencial. El único apunte cronológico que nos transmite el texto, es el hallazgo en el interior de las ruinas de varias monedas de cobre, de las quales la más moderna es del tiempo de Nerón. 3.1.6. Áreas artesanales Tal y como se desprende del texto de Polibio relativo a la conquista de Qart Hadast, las actividades artesanales y productivas en la capital de los territorios peninsulares conquistados por los bárquidas, contaron con un extraordinario desarrollo, orientado en buena medida al sostenimiento del aparato logístico y militar generado a raíz de su enfrentamiento con Roma; según el historiador griego, tras la conquista por las tropas de Escipión cerca de dos mil artesanos fueron capturados e inmediatamente incorporados a la cadena de los preparativos bélicos, cuya envergadura le lleva a considerar a la propia ciudad como un taller de guerra (Polibio, Hist., X, 17-20). Estas actividades y las propiamente relacionadas con las necesidades de una urbe en desarrollo, debieron conformar un paisaje suburbano con una elevada densidad de ocupación, que aún hoy en día nos es muy desconocido. Esta situación se debió mantener en parte durante la primera mitad del siglo II a. C., al menos hasta la conquista de Cartago, orientándose a partir de ese momento hacia una explotación más especializada y productiva [ 226 ]

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de su distrito minero, así como hacia las necesidades de una civitas con un gran peso específico en el sureste peninsular. El análisis de las instalaciones suburbanas de carácter productivo lo abordamos atendiendo tanto a su relación con el espacio urbano más inmediato, como con el territorio circundante del que se abastecen de materias primas. Existen numerosos testimonios legislativos relativos a la prohibición de situar ciertas instalaciones artesanales y productivas en el interior de las ciudades, cuyas motivaciones más aludidas responden a su carácter nocivo o molesto, o al elevado riesgo de incendio que entrañaba su actividad. Pero del análisis de algunos testimonios jurídicos, como la lex ursonensis otorgada en época de Cesar a la colonia de Urso, y en la que se prohíbe instalar figlinae y tegularium en el interior de la ciudad, se desprenden las dificultades a la hora de establecer el valor semántico de algunos términos, e incorpora otras motivaciones de carácter económico y estratégico al debate (Tsiolis 1997, 134-135). Además, el desarrollo de las intervenciones arqueológicas pone en entredicho la rigidez de estas aseveraciones, y muestra una complejidad de situaciones que sin duda responde a motivaciones de carácter local; si nos limitamos al área costera del levante peninsular, nos encontramos con que la mayor parte de los núcleos urbanos de cierta entidad cuentan con instalaciones productivas en su tejido urbano, unas veces dispuestas en las proximidades de las principales arterias de comunicación, otras ocupando posiciones excéntricas cercanas a las murallas, o bien en relación con las áreas portuarias; son muchos los ejemplos que podemos aludir como la figlina de época augustea dispuesta junto al trazado urbano de la vía Augusta a su paso por Tarraco (Macias et alii 2005, 85); varias alfarerías y un taller metalúrgico en Valentia, situados en las proximidades del trazado urbano de la vía Augusta y en las proximidades del puerto fluvial (Ribera y Marín 2005, 21-26); o el área artesanal de Barcino junto al intervallum de la muralla oriental, que con los datos disponibles hasta el momento, se iniciaría en el siglo I d. C. con un taller metalúrgico, durante el s. II se instala una fullonica y una tinctoria, mientras que en el III se desarrolla una factoría de garum y salazones junto a una industria vinícola (Beltrán 2001, 96-99). Esta misma situación se repite en Carthago Nova, donde se constata paulatinamente la existencia de áreas productivas que se desarrollan alrededor de algunas de las principales salidas de la ciudad, con una proyección tanto urbana como suburbana. La primera de estas áreas se sitúa en el extremo sureste de la ciudad, al pie del Cerro de Despeñaperros o Hefesto según la descripción de Polibio (Hist., X, 8, 10), y muy próximo al cinto amurallado. Este sector ha sido objeto de una intensa intervención dirigida por M. J. Madrid en el marco de un proyecto de reforma interior (PERI CA-4), que ha permitido documentar una figlina dispuesta a intramuros, compuesta por una zona de grandes hornos situados en la ladera media del cerro, y una zona de taller muy próxima a una de las vías de salida de la ciudad, con hornos de menores dimensiones, y espacios de torneado y secado de las piezas (Madrid, 2004, 68). A poca distancia de aquí, las intervenciones realizadas en el entorno del anfiteatro han descubierto la existencia de un hábitat prerromano amortizado en la primera mitad del siglo II a. C., al que se asocian importantes testimonios relacionados con la metalurgia del hierro, en concreto gran cantidad de tortas de hierro, conocidas como de fondo de horno, y numerosos objetos elaborados con el mismo metal; esta actividad pudo tener continuidad durante un amplio periodo de tiempo comprendido entre finales del siglo II a. C. y la primera mitad del I d. C., tal y como parecen indicar la presencia de una elevada cantidad de las tortas férreas que aparecen en los niveles de relleno del entorno (Pérez, Rodríguez, 1999, 196, 210). Pese a no contar con evidencias arqueológicas directas sobre el trazado de la muralla en este sector, los criterios topográficos hacen más plausible situarlo con un trazado similar al del recinto fortificado del siglo XVII, que descendiendo desde la ladera alta del cerro de la Concepción, discurre por la cresta del cambio de vertientes de la vaguada que lo separa del cerro de Despeñaperros; esto nos permite situar los hallazgos realizados en el entorno del anfiteatro en una posición periférica. Para comprender el desarrollo de esta área artesanal durante el período tardorrepublicano, resulta fundamental analizar su posición y relación con el entorno más inmediato: situada alrededor de una de las salidas secundarías de la ciudad, muy próxima a la dársena exterior, y en concreto a los

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Fig. 10.- Horno de posible material edilicio y época republicana hallado junto a la necrópolis de San Antón (Foto: M. Guillermo).

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fondeaderos del Batel y Santa Lucía (Berrocal 2008, 341), orientada al mismo tiempo hacia las primeras estribaciones de la Sierra Litoral donde se sitúa el distrito minero, cuenta así con una posición inmejorable para recibir las materias primas necesarias para el desarrollo de sus actividades: la madera, el mineral, y posiblemente el agua; en este último sentido cabe destacar la proximidad de este sector de la ciudad con uno de los principales manantiales conocidos en el área suburbana, la Fuente de San Juan, cuya conducción debía discurrir por las proximidades (Ramallo 1989, 102). El otro sector artesanal se dispone al pie de la ladera NO del cerro del Molinete, que ha sido recientemente objeto de una excavación en extensión dirigida por M. A. Martínez y A. Egea, también ligada al desarrollo de un plan especial (PERI CA-2). De acuerdo con el trazado hipotético que planteamos para la muralla, toda esta ladera baja del cerro ocuparía una posición extraurbana, con unos niveles de ocupación muy precoces datados en época bárquida, que también parecen indicar su orientación artesanal mediante la constatación de un horno vinculado a la metalurgia del hierro, y de posibles piletas de decantación (Egea et alii 2006, 17). Hacia mediados del siglo I a. C., gracias al impulso propiciado por la concesión del estatuto colonial, se desarrolla un extenso barrio artesanal estructurado a partir de un eje viario con dirección NE-SO, flanqueado por otros ejes menores, conectados a su vez mediante pequeños callejones, dotados en todos los casos con una red de drenaje. Alrededor de ellos se fueron construyendo toda una serie de espacios artesanales entre los que se diferencian diversos tipos de piletas, cisternas, bancos de trabajo, y estructuras de combustión, que denotan la existencia de actividades muy heterogéneas (Egea et alii 2006, 2021, 51). Su desarrollo ha debido estar condicionado en buena medida por su posición junto a una de las entradas principales de la ciudad, la porta ad stagnum et mare versa (Tito Livio, XXVIII, 36, 7), desde la que partiría el tramo de la vía augusta en dirección a la Bética, situándose al mismo tiempo en las proximidades del acueducto que conduciría las aguas de la Fuente de Cubas hasta la ciudad. Con este tramo periurbano de la vía se podría relacionar la calzada de la C/ Morería Baja, flanqueada por un pórtico datado entre finales del siglo II y los inicios del I a. C. (Madrid y Murcia 1996, 175). Al norte de la ciudad, en las proximidades del trazado teórico de ese eje de comunicación que desde Carthago Nova se dirigía hacia Complutum, se ha documentado recientemente un espacio artesanal vinculado con la producción alfarera. La actuación de urgencia dirigida por M. Guillermo durante el año 2002, ha documentado un gran horno provisto de doble cámara de combustión excavada en el sustrato geológico, cuyas parrillas se sostenían mediante una serie de pilares de ladrillo adosados a los laterales de las cámaras (Fig. 10); su fecha de amortización se sitúa entre la segunda mitad del si-

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glo II y los inicios del I a. C. (Guillermo 2003, 79-81). El análisis en profundidad que se está realizando de la excavación permitirá en breve conocer la orientación productiva del horno, cerámica o material latericio, resultando en cualquier caso muy significativa su proximidad a un área conocida en época contemporánea con el topónimo de Los Barreros, donde se ubicaban diversas industrias alfareras, así como las áreas extractivas de arcillas, teniendo un abastecimiento de agua asegurado por su proximidad a la conducción de la Fuente de Cubas. Hacia finales del siglo II a. C. se produce una importante reordenación urbana (Ramallo et alii 2008, 583-592), que cuenta entre sus principales hitos con la construcción de infraestructuras portuarias, aterrazamientos, una fachada marítima posiblemente monumentalizada con pórticos y edificios de almacenaje, y una edilicia privada renovada que incorpora nuevos programas decorativos. Esta intensa actividad generó una gran demanda de materiales constructivos, que fue rápidamente cubierta gracias a la variada riqueza geológica de su entorno: rocas volcánicas, calizas y areniscas, sufren a partir de estos momentos una intensificación de su explotación, empleándose fundamentalmente como material constructivo y arquitectónico. De esta manera, al noreste de la ciudad, a ambos lados de la vía Augusta, se concentran los afloramientos volcánicos más próximos a Carthago Nova, que fueron objeto de una intensa explotación. El primero de ellos es el Cabezo de la Viuda, constituido por basalto, donde se aprecian algunos frentes de cantería; los materiales de superficie permiten fijar un marco cronológico entre época tardorrepublicana y el siglo I d. C. Los análisis petrológicos evidencian su uso para la elaboración de teselas de pavimentos tardorrepublicanos, y como material constructivo en edificaciones domésticas (Ramallo y Arana 1987, 74-86); más al norte nos encontramos con el Cabezo Beaza, compuesto por andesitas, con las que se realizaron los cubilia de la Torre Ciega y el podium del templo del Molinete; y en sus proximidades el Cabezo de la Fraila, que también muestra evidencias de explotación desde el siglo II a. C. (Murcia 2010, 150) (Fig. 11). Los afloramientos de arenisca, explotados con intensidad en época púnica (Antolinos 2003, 82) para la construcción de las murallas así como en la edilicia pública y privada, continuaron siendo intensamente aprovechados en época tardorrepublicana. En el caso de las calizas y dolomías, ampliamente utilizadas en la edilicia pública y privada, no contamos apenas con datos directos, aunque sus formaciones son muy frecuentes en las cercanías de la ciudad. La renovación urbana iniciada con la fundación de la colonia alcanzó su máximo apogeo bajo el gobierno de Augusto; en esos momentos se concluye un programa de reconstrucción de las murallas, la construcción del teatro, y se detectan importantes cambios en la edilicia privada (Ramallo et alii 2008, 599). Es poco aún lo que sabemos de los principales edificios del área forense, y persisten las dudas sobre la fase inicial de otras construcciones, como el anfiteatro o las termas, pero todo parece indicar que durante los primeros decenios del siglo I, la ciudad tiene concluidos sus principales referentes monumentales, ralentizándose a partir de estos momentos su actividad edilicia, que se limita durante las dinastías flavia y antonina

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Fig. 11.- Cabezo eruptivo de los alrededores de Cartagena utilizado como cantera de piedra basáltica.

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Fig. 12.- Topografía de Carthago Nova con inserción de los principales testimonios arqueológicos, relacionados con su función en época imperial.

a reestructuraciones de edificios públicos y a reformas de los programas decorativos tanto en ámbitos públicos como privados (Fig. 12). De esta manera las canteras más próximas a la ciudad continúan mostrando signos de actividad durante buena parte del siglo I d. C., en consonancia con esa actividad edilicia que acabamos describir, pero en su mayor parte no parecen alcanzar la segunda centuria: es el caso de los afloramientos volcánicos del Cabezo de la Fraila, Cabezo Beaza y Cabezo de la Viuda, o del sector más oriental de las explotaciones de arenisca (Murcia 2010, 153-154). En cuanto a las áreas artesanales, en torno a los años 80-70 a. C. se están produciendo importantes rellenos y aterrazamientos al sureste de la ciudad, amortizando la vaguada existente entre los cerros de Asclepios y Hefestos, que continúan con gran profusión en torno al 40/30 a. C. o un momento inmediatamente posterior, que coincidiría con la primeras reformas urbanísticas de época augustea en la zona y la construcción del primer anfiteatro (Pérez et alii 1995, 188). La erección del edificio de espectáculos, y la disminución de la actividad extractiva en el distrito minero a partir de época tiberiana, debió de provocar la desaparición o el traslado de esas actividades metalúrgicas detectadas en época tardorrepublicana. En el barrio artesanal del cerro del Molinete la situación es netamente distinta, mostrando la plena continuidad de sus actividades, seguramente favorecida por su posición junto a las principales vías de comunicación que facilitan la conexión con su extenso territorium, el cual a partir de época augustea ve desarrollarse unos modelos de explotación más especializados. Durante el siglo I y la primera mitad del siglo II se constatan en muchas de sus instalaciones numerosas remodelaciones y reestructuraciones, hasta que hacia finales del siglo II, en consonancia con la situación de crisis urbana que se registra en el resto de la ciudad, se produce el abandono de todo el sector (Egea et alii, 2006, 35), situación que se prolongará durante buena parte del siglo III. En el área portuaria de la ciudad se han documentado recientemente unos niveles de ocupación de finales del siglo II d. C. y principios del III, asociados probablemente a un taller de fabricación de vidrio (Antolinos 2002, 52), destacando la presencia de abundantes escorias vítreas, un depósito de arena y diversos ladrillos con evidencias de su exposición a altas temperaturas (Fernández 2010, 144). 3.1.7. Espacios de culto Junto a los templos que poblarían el paisaje urbano de la ciuitas, también el territorium debió acoger pequeños santuarios, del tipo del que cobijaría el conjunto escultórico dedicado por el dispensator Albanus a la Terra Mater y a los

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genii del locus ficariensi(s?) y de la s(ocietas) m(ontis) f(icariensi/-s?) (Noguera y Navarro, 1999), o aquellos otros que conocemos a través de la epigrafía para la Loma de Herrerías (Ramallo y Arana, 1985) o Rambla Boltada (Ruiz, 1995, 157-158), todos en el entorno minero. Por cuanto se refiere al suburbium inmediato, únicamente tenemos constancia de un sacellum dedicado a Iuppiter Stator, divinidad tradicional del panteón romano, que en la cosmopolita Carthago Nova conviviría con otros dioses de procedencia oriental como Atargatis, Isis o Serapis. El edículo se erige en la margen oriental de la bahía, sobre la superficie amesetada de una de las elevaciones que abrigan su puerto, el Cabezo Gallufo, a unos dos km al sureste del núcleo urbano (Amante et alii, 1995). Controlando visualmente tanto éste como sus alrededores y la bahía, el emplazamiento no parece ser ajeno a la advocación, pues, atendiendo a la vieja tradición que remite a los orígenes de Roma, el mismo Rómulo había hecho voto a la divinidad para que detuviera a sus tropas ante el avance de los Sabinos. Con ello, este punto del suburbium cartagenero se convierte en uno de los más idóneos para albergar a la divinidad qui sistit aciem, completando así, de forma simbólica, las defensas de la urbe (Fig. 13). Por lo demás, se trata de un espacio de singular importancia, marcado por el intenso tráfico minero, que deja ver una secuencia de ocupación especialmente activa para época tardorrepublicana y comienzos de época imperial (Pérez y Martín, 2002). Ayudan a ello, los recursos hídricos de la zona, en la que se reconocen al menos tres manantiales. De hecho, también se registra alguna construcción hidráulica, como la que surge a los pies del cabezo, que solo conserva uno de sus ángulos y el posible inicio de otra balsa superior intercomunicada, quizá relacionadas con el tratamiento de los salazones (Egea, 2005, 155, lám. 7). El edificio se articula, al menos en su última fase, entre finales del siglo II y principios del siglo I a. C.11, mediante una doble cella rectangular, con unas dimensiones de 10,45 por 5,79 m (Ramallo, 1997, 264). Con acceso frontal único y dos posibles antas que delimitan el pronaos, junto a la entrada se excavó una fosa, posiblemente relacionada con los ritos propiciatorios de fundación (Portí, 2009). No en vano, el depósito integraba, junto a varias decenas de guijarros de playa, un cubilete de paredes finas, o un conjunto de cuentas de pasta vítrea, un significativo número de restos faunísticos, en su inmensa mayoría pertenecientes a ovicápridos. Ningún individuo fue depositado íntegramente, siendo inexistente la conexión anatómica de los restos. Para éstos, sí se pueden advertir señales de exposición al fuego, que avalarían su preparado, ciertamente adecuado en este

Fig. 13.- Sacellum suburbano del Cabezo Gallufo. Época republicana (Foto: MAMC).

11  Así, el depósito queda integrado por las ánforas Dressel 1A, Lamboglia 2 o Mañá C2b, así como diversos fragmentos de Campaniense A, también presentes en el rudus (Pérez y Martín, 2002).

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tipo de contextos (Plinio, NH 3, 68). En cualquier caso, el aspecto más sobresaliente es la elevada proporción de astrágalos, muchos de ellos intencionadamente perforados y/o retocados, incluso con un ejemplar relleno de plomo, todo lo que induce a pensar en la práctica de la astragalomancia (Suet., Tib, 14), frecuente entre los sortilegia ligados a los ritos de consagración. De la estructura templar destaca su construcción modesta, mediante muros conformados con piedras de medianas y grandes dimensiones trabadas con tierra y pequeños ripios, con la única excepción del paramento que separa dos de las habitaciones, donde se recurre a la argamasa de cal. La estancia noreste presenta bancos adosados a los muros noreste y suroeste así como al paramento de separación de la habitación contigua. Un muro transversal, quizás de cronología posterior, divide la estancia en dos espacios desiguales, determinando un espacio reservado al fondo, de menores dimensiones y estrecho acceso, que protege una cubeta, comunicada con el exterior a través de una canalización que atraviesa de forma longitudinal el espacio anterior, de mayores dimensiones, en cuyo centro se ubica un altar cuadrangular realizado con piedra irregular trabada con barro y recubierta de enlucido blanco. La cámara de la derecha, situada al suroeste, de forma y dimensiones similares a la contigua, alberga en el centro tres basamentos rectangulares, frente a los que discurre una inscripción musiva. El campo epigráfico ocupa una superficie de 167 por 30 cm. El texto está realizado mediante teselas blancas cuadradas, rectangulares y triangulares, que reproducen capitales cuadradas de trazos rectilíneos, y factura poco cuidada, con una altura media de 10 cm. Su transcripción es M(arcus) Aquini(us) M(arci) l(ibertus) Andro / Ioui Statori d(e) s(ua) p(ecunia) qur(auit) / l(ibens) m(erito) (Abascal y Ramallo, 1997, 441-443, nº 204). Nos encontramos, por tanto, ante un acto evergético privado, promovido por un liberto de origen oriental, perteneciente a una de las familias de negotiatores más activas de Carthago Nova, la gens Aquinia, oriunda de la ciudad volsca de Aquinum, en el Lazio12. Con ello también, se trataría de uno de los ejemplos más antiguos de inversión de los beneficios obtenidos en la explotación minera en el seno de la comunidad local, ya que se ha supuesto que la mayoría de veces dichos réditos habrían de ser reinvertidos en las regiones de origen (Domergue, 1985). Comoquiera que sea, el mismo texto ha permitido plantear algunas cuestiones de interés. Así, el uso de nominativos de gentilicios abreviados en –i, hecho lingüístico característico de esta área geográfica, evidenciaría hábitos epigráficos antiguos, muestra a su vez, de la precoz e intensa inmigración de origen campano. También la icnografía del edificio se presta a discusión, en tanto se aleja de la planta canónica del templo etrusco-itálico de época tardorrepublicana (Ramallo, 2000, 194-197). De hecho, poco hay en sus homólogos de la Urbs, que recuerden a las estructuras del Cabezo Gallufo. Únicamente los dos edificios construidos en el interior de la porticus Metelli en el 146 a. C., consagrados al doble culto a Júpiter y Juno Regina, podrían evocar la doble capilla del sacellum cartagenero. Con todo, las diferencias siguen siendo abultadas. Destaca así, por ejemplo, por cuanto entraña de alejamiento de la arquitectura templar itálica, la existencia del altar cuadrangular en el centro de una de las estancias, al parecer el ámbito formativo del edificio, que junto a la existencia de rebancos o la presencia de cubeta revestida de mortero hidraúlico, lo asemejarían a otro edículo cartagenero de fecha similar, el dedicado a Atargatis en el cerro del Molinete (Ramallo y Ruiz, 1994). Más aún, estos últimos rasgos, la misma bipartición o incluso la existencia de los tres pedestales rectangulares, recuerdan claramente a los edificios de culto púnicos, todo lo que abriría la posibilidad de un origen anterior, convirtiéndose en otro ejemplo de sincretismo como los que conocemos en el mediodía peninsular (Ramallo, 2000, 196). No obstante, no hay que olvidar el carácter casi doméstico o corporativo de

12  Junto a la serie de lingotes conservados en la ciudad, a nombre de M. AQVINI C. F. y C. AQVINI M. F., con esta última marca también se han localizado otros tres cerca de Tarragona, al norte de la Sierra del Garraf. Acerca de los mismos, Domergue, 1990, 254, tabla, X. Por lo demás, el hallazgo de uno de estos lingotes en el pecio de Escombreras 2, junto a otro en el que se alude a una soc(ietas) baliar(ica), mostraría la amplitud del radio de acción de estos negotiatores, así como su vigencia durante la primera mitad del siglo I a. C. (Poveda, 2000; Pinedo y Alonso, 2004, 144-146).

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esta construcción, y lo poco que aún conocemos sobre el aspecto de este tipo de estructuras religiosas en el ámbito de la arqueología itálica, a diferencia de lo que sucede con los edificios sacros de carácter público. Por otra parte, tal vez en línea con la tradición púnica, perpetuada, al menos en un primer momento, en época romana, haya que poner un espacio de culto situado en la ladera occidental del Cerro de la Concepción, el mons Aesculapii de Polibio. Corresponde a los restos de una gruta excavada en el monte, muy alterada por intrusismos modernos, ante la cual se disponían, al menos, tres rústicos altares de adobe revestidos con un enlucido blanquecino y con restos de ignición sobre los pulvinos. Una pequeña terraza, cortada en época romana por la monumental plataforma que ocupaba el espacio situado tras el muro anular de la summa cavea del teatro augusteo, se extendía ante la cueva. El material asociado, compuesto esencialmente por pateritas de carácter litúrgico, reafirma el carácter sacro de este espacio, cuya cronología inicial no podemos precisar, aunque pensamos que se pueda remontar a época púnica, y que siguió en uso hasta finales del siglo II a. C., a juzgar por algunas formas de campaniense C que aparecen en el relleno de colmatación. 3.1.8. Edificios de espectáculos La fuerte atracción que munera y venationes ejercieron sobre la sociedad romana, reflejada en las dimensiones de los edificios que los albergaban y en una intensa circulación en torno a ellos, ya no sólo de los habitantes de la propia ciudad sino también de todo el territorium, aconsejaban su ubicación en las áreas periféricas de la urbe, próximos a una de las puertas de entrada y junto a la muralla, sea intra o extramoenia. Esta norma se cumple en todos los anfiteatros de Hispania. Fuera de los muros urbanos pero junto a uno de los accesos encontramos los anfiteatros de Emporiae, Tarraco, Segobriga, Italica, Capera y Carmona; en el interior, los de Augusta Emerita y Conimbriga. En Carthago Nova, no podemos afirmar con absoluta certeza, la posición extra o intramoenia para este edificio de espectáculos, aunque nos inclinamos hacia la primera posibilidad, a pesar de que carecemos de pruebas concluyentes. La accesibilidad estaba garantizada por una serie de cardines que entroncaban con el decumanus que ponía en comunicación la puerta principal de la ciudad con el área portuaria. Por el contrario, el teatro, ubicado en el mismo Cerro de la Concepción pero en la ladera opuesta, se hallaba intramuros, aunque también en un sector periférico y cercano al puerto. Al margen de estos dos edificios, y con la información hoy disponible, nada se puede afirmar sobre el circo, que de haber existido debió haberse ubicado, por razones de espacio y dimensiones, fuera de la ciudad, cuyos condicionantes topográficos limitarían enormemente sus posibilidades de ubicación a dos alternativas: junto al tramo final de la Rambla de Benipila, una zona que por el régimen de precipitaciones estaría sujeta a inundaciones, lo que en principio parece descartarla como hipótesis, o bien en las proximidades de la salida oriental de la ciudad, en el espacio comprendido entre la via augusta, el estero y las estribaciones montañosas de la sierra litoral.

3.2. Epóca bajoimperial y tardorromana Cuando a partir de mediados del siglo II d. C. confluyan toda una serie de causas que socaven las bases sobre las que Carthago Nova había cimentado su antiguo esplendor, comenzará un proceso de reformulación del modelo de ciudad, y por ende, de su territorium, del que resultará la Carthago Spartaria tardía. En lo sucesivo, merced a las nuevas circunstancias, se producirá la redefinición integral de la ciuitas, tanto en su concepción, como también por ello, en su plasmación material. Obviamente, en tal dinámica se replanteará el mismo espacio urbano, sus límites, implicando una profunda transformación. De hecho, dentro de una sintomatología diversa, pareja a la causalidad compleja que impulsa los cambios, quizá uno de los fenómenos más expresivos sea la relativización de los límites del recinto, cuestionando la misma esencia del entorno urbano, al facilitar su fusión con la realidad extra moenia (Fig. 14). No en vano, en el marco de este proceso se aprecia una mayor permeabilidad de los muros ciudadanos, antes infranqueables para gran parte de lo que acontecía Monografías de Arqueología Cordobesa 18  Páginas 211-254  isbn 978-84-932591-7-4

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Fig. 14.- Topografía de Carthago Nova con inserción de los principales testimonios arqueológicos, relacionados con su función en época tardorromana.

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fuera de su trazado. Así, en adelante, el grado de clausura de la cerca urbana, su diferenciación del espacio intramuros respecto al territorio circundante, cifrará el estado de salud de la ciuitas clásica. En este sentido, también se entiende que la profunda coyuntura involutiva vivida en Carthago Nova desde época antonina13, suponga, al menos durante su momento de eclosión, ya en el siglo III, la práctica “invisibilidad” de la muralla, determinando una mayor vinculación, sino plena identidad, entre las zonas urbana y suburbana. Lo muestra así el quebrantamiento de una de las más ancestrales prohibiciones para el pomerium, su inviolabilidad funeraria, ya contemplada en la Lex XII Tabularum, y reforzada por sucesivas disposiciones limitadoras de los iura sepulcrorum (López, 1997). De este modo, durante dicho lapso, de forma pareja al abandono de algunos sectores de la ciudad, se registrarán algunos enterramientos dentro de ésta. Cabe incidir en tal circunstancia, en tanto en modo alguno se puede hablar de un uso programático del suelo con fines funerarios. Antes bien, más que documentar verdaderas agrupaciones, se trata de enterramientos aislados, cuya razón de ser estriba en el profundo estado de abandono en el que se encuentran determinadas áreas. Lo significativo es que algunas de estas últimas son lugares emblemáticos de la antigua ciudad. Ocurre así, por ejemplo, con la inhumación infantil en ánfora localizada en el porticado del collegium augustalium (Fuentes, 2006, 146, lám. 8-9), o con dos sepulturas practicadas en el aditus occidental del teatro augusteo (Martín, Pérez y Roldán, 1997, fig. 5). Si para este primer momento las evidencias resultan, de algún modo, “espontáneas”, dentro del estado de “colapso” que parece intuirse, la situación cambia a partir del siglo IV. En efecto, cuando, sobre todo en la segunda mitad de esa centuria, comiencen a materializarse los efectos dinamizadores que había conllevado la promoción dioclecianea de la ciudad como capital de la recién creada provincia Carthaginiensis, asistiremos a una suerte de “refundación” urbana (Murcia et alii, 2005; Ramallo, 2010, 529-531). En ésta, la combinación de los nuevos impulsos con las inercias a las que había abocado la anterior crisis, crean un panorama distinto, en el que se produce una transformación y reajuste del esquema de ciuitas clásica, en su triple dimensión de urbs, suburbium y territorium. En la definición de estas realidades cambiantes juega un papel fundamental la muralla, lamentablemente, poco conocida. El hecho de que sólo se hayan podido documentar tramos parciales del encintado púnico y republicano –este último conocido también a través de la epigrafía (Ramallo, 2003)–, ha hecho preguntarse acerca de su continuidad o sustitución en época tardía (Ramallo y Vizcaíno, 2007). De hecho, aunque sabemos que en este último período la ciudad contaba con un cerco defensivo, como recuerda la inscripción que conmemora la intervención en él del magister militum bizantino Comitiolus, la habitual retórica de este tipo de textos impide discernir en qué se concretó la obra (Abascal y Ramallo, 1997, nº 208; Fontaine, 2000). A este respecto, si bien la ausencia de registro condena a la especulación, toda una serie de indicios permiten adelantar hipótesis. Entre ellos, dos parecen determinantes. Así, hemos de tener en cuenta que ya en el siglo III se abandona el sector oriental de la península sobre la que se asienta la ciudad, provocando su repliegue al área occidental, en torno al puerto (Murcia, 2009). La reducción afecta prácticamente a la mitad del antiguo recinto, que es abandonado en bloque, a diferencia de otras ciudades, donde la contracción es centrípeta, desocupándose únicamente su periferia. Cabe pensar, por tanto, que una nueva muralla englobara únicamente el área habitada, que ahora ocupa c. 15 Ha. Experiencias similares también lo aconsejan. De esta forma, a pesar de que en Caesaraugusta, Corduba o Tarraco, la retracción del área habitada no implica la sustitución del viejo cerco; ciudades donde dicha dinámica se vive de forma acusada, como Egitania, Conimbriga o Itálica, se acompañan también de nuevas murallas acopladas a la realidad resultante (Gurt, 2005, 73-75). En Carthago Spartaria, los recientes hallazgos llevan a apostar por esta idea. De este modo, en ese sector oriental abandonado, en su lado meridional, se ha podido excavar una extensa necrópolis, cuyo carácter masivo, con más de doscientos enterramientos, implicaría su ubicación extra moenia 13  Para la ciudad y su hinterland, documentando los niveles de abandono asociados, Ruiz Valderas, 1996; y Murcia Muñoz, 1999.

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(Madrid y Vizcaíno, 2006a; y e. p.). La misma cronología del conjunto, cuya génesis se puede situar en el siglo V, reforzaría tal impresión, en tanto sólo a partir de la siguiente centuria se registran zonas funerarias de discreta envergadura en el interior de las ciudades (Godoy, 2005, 66). Con ello, el límite occidental del cementerio ayudaría también a perfilar el trazado de un nuevo cerco (Ramallo y Vizcaíno, 2007, 494-514). En este punto, nuevos argumentos, sobre todo de tipo defensivo, consolidan la propuesta. Ocurre así, por ejemplo, con la topografía, que hace de la línea comprendida entre las extremidades orientales de los cerros de la Concepción y Molinete, el espacio más propicio para su defensa. No en vano, las sucesivas murallas de época moderna han seguido el mismo recorrido sin apenas variaciones (Gómez y Munuera, 2002), circunstancia que también pudo implicar el desmantelamiento de la línea primitiva, y así, su falta de registro14. En la misma dirección, atendiendo al plano arqueológico de la ciudad, sólo a partir de dicho eje comienza el aparato monumental de la urbe, lo que ofrecería la oportunidad de integrar en la nueva fortificación alguno de los edificios abandonados, o hacer de éste una eficaz cantera para su construcción. Nos referimos a edificios como el augusteum de calle Caballero, el templo capitolino, la curia de calle Adarve o los porticados y estructuras colindantes a la plaza forense. Las prácticas de reutilización tan extendidas durante el período motivan, de hecho, casos similares, como el de Pollentia, cuya muralla tardía aprovecha la zona forense (Orfila et alii, 2000, 229-236)15. En nuestro caso, algún indicio sugerente podría apoyarlo. Así, junto al edificio que limita el augusteum por su lado occidental, de hecho integrado en la fortificación moderna (De Miquel y Roldán, 1999), surgen varios vertederos tardoantiguos (Berrocal Caparrós, 1996, 122), quizá a semejanza de cuanto ocurre de forma característica en otros cercos, donde resulta habitual el adosamiento de contextos domésticos y la formación de escombreras junto a los muros (Gutiérrez y Abad, 2001, 138-139). Por otra parte, también la necrópolis suburbana permite observaciones acerca de la fecha de erección del nuevo cerco. Ya que su sector fundacional comienza a formarse a partir del siglo V, éste sería el terminus ante quem para la obra. Se hace difícil, en cualquier caso, concretar el momento exacto. Quizá, pudo ser consecuencia inmediata de la promoción de la ciudad en época dioclecianea, dentro del general impulso defensivo que se aprecia en tantas otras ciudades a partir de finales del siglo III y comienzos del siglo IV, sobre todo, de Gallaecia, como Lucus Augusti, Bracara Augusta, Asturica, Legio o Gijón, y en menor medida, de la Tarraconense, como Barcino o Gerunda (Rodríguez y Rodá, 2007). En el caso de Cartagena, la secuencia que los hallazgos arqueológicos permite reconstruir para la ciudad durante el período tardío, muestra la segunda mitad del siglo IV y sobre todo el siglo V, como uno de los momentos de mayor dinamismo, con un renovado pulso de la edilicia pública, testimoniado en obras como la remodelación del conjunto de Plaza de los Tres Reyes y, especialmente, la construcción de un macellum sobre el antiguo teatro (Murcia et alii, 2005; Ramallo, 2010). Cabe la posibilidad de que fuera entonces cuando se erigiera la nueva fortificación, de forma paralela a los esfuerzos que se destinan a otras urbes, como la misma Gerunda, y ya más tarde, en el 483, Emerita, que ven ahora consolidados sus cercos (Nolla, 2007, 641; Alba, 1998, 364). Sabemos, además, que la ciudad viviría durante ese siglo diversos acontecimientos militares, como el saqueo vándalo del que se hace eco Hidacio para el 425, o la concentración naval de Mayoriano en el año 461, precisamente para hacer frente al reino norteafricano, todo lo que induce a pensar que ya para entonces, como renovado enclave estratégico, contaría con sólidas defensas.

14  Tenemos así constancia del fuerte impacto de tales fortificaciones en la estratigrafía. Ocurre, por ejemplo, con la muralla proyectada en el último cuarto del siglo XVI por Juan Bautista Antonelli, que, en su tramo septentrional, llega a cimentarse directamente sobre la escalinata oriental del pódium del templo capitolino (Martín, 2006, 63-66). En el mismo sentido, De Miquel y Roldán, 1999, p. 468. 15  En el cercano norte de África, durante la ocupación bizantina podemos ver los casos de murallas, fuertes y fortines que acaban englobando tanto foros (Dougga), termas (Calama, Mactar, Thubursicu Numidarum), arcos (Theveste, Thubursicu Bure, Mactar o Ammaedara), y en menor medida casas como ocurre en Sbeitla. Sobre éstos, vid. Ghedini, 1993, p. 325.

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Sea como fuere, reemplazada la muralla, se produciría el definitivo ajuste entre perímetro fortificado y área habitada. Se sanciona así una situación que arranca ya de atrás, convirtiendo en área extramuros, el sector oriental de la ciudad que, salvando alguna coyuntura, siempre había tenido cierto carácter suburbano. A partir de dicho trazado, se extiende un suburbium también transformado, para el que es posible diferenciar dos etapas. En la primera de ellas, coincidente con la reactivación de la ciudad, los cambios no serían acusados. De este modo, algunos enclaves revelan cierta continuidad. Ocurre así, por ejemplo, con el poblado costero de Escombreras, quizá beneficiado por el nuevo impulso que se dan a las actividades pesqueras, erigidas en motor económico de la costa sureste, como también da cuenta el desarrollo de los municipios litorales de Águilas y Mazarrón (Ramallo, 2006a). En el yacimiento se diferencian dos sectores separados por un ramblizo. La parte occidental se identificó como zona de hábitat, manteniéndose activa hasta los siglos VI-VII (Murcia, 2000, 374-375), como muestra el material cerámico recogido, entre el que destacan piezas de importación norteafricana (TSA-D, lucernas Atlante X) u oriental (Late Roman C, forma Hayes 3F, Late Roman unguentarium). En la zona oriental se hallaron varias sepulturas de inhumación, a veces recubiertas de tegulae, que proporcionaron un mínimo ajuar, sea el caso de sendos vasos en TSA-A, el guttus Hayes 121 y el askos Hayes 123, recuperados en la sepultura nº 1 (Ramallo, 1989, 138, fig. 19. 1-2). Si dicho depósito se puede fechar entre los siglos II-III, las características constructivas de las sepulturas aconsejarían considerar para el conjunto una vigencia mayor, cubriendo las dos siguientes centurias (Murcia, 2000, 375). Otro tanto ocurre con la zona de San Antón, situada en la orilla occidental de la laguna que envolvía la ciudad por el Norte, aproximadamente a una milla romana. Aledaña al eje viario que permitía la comunicación con la meseta, también se trata de un espacio de dilatada vigencia. Si ya para época tardorrepublicana tenemos constancia de la ubicación de un área artesanal (Guillermo, 2003, 79-81), en época tardía la zona acoge una extensa necrópolis, cuya principal fase de actividad se puede situar entre los siglos IV-V (San Martín y Palol, 1972; Laíz y Berrocal, 1995). De hecho, también este cementerio sucede a los enterramientos previos que habría que situar en torno a la vía, de donde proceden sendos epígrafes, aquí reutilizados en la cubierta de una de las sepulturas (Abascal y Ramallo, 1997). Aunque sólo ha podido excavarse en extensión una superficie de c. 700 m2, hoy en buena parte musealizada, las intervenciones realizadas en el entorno, donde se documentan enterramientos tanto al N como al S, revelan que el espacio hubo al menos de triplicar dichas dimensiones, para albergar en torno a los 300 enterramientos (Fig. 15). En cualquier caso, parece que el sector exhumado correspondería al área central del conjunto, apreciándose una densidad superior, que decae considerablemente en el flanco meridional, situado a unos 100 m, donde tan solo se registran dos tumbas (Guillermo, 2003, 79-81). Respecto al patrón constructivo, encontramos fosas y monumentos funerarios de mayor entidad (Berrocal y Laíz, 1995). Las primeras pueden estar realizadas mediante losas de andesita, mampostería, material latericio o una mezcla de estos elementos, dando también cabida a las lajas de arenisca para la cubierta. Un tipo también utiliza tegulae dispuestas a doble vertiente, unidas mediante imbrices. Son más escasas las sepulturas excavadas directamente en el terreno, o las inhumaciones en ánfora, limitadas a los infantes. Estas últimas, por lo demás, aparecen por distintos sectores, descartando la segregación por edad. En cuanto a las estructuras de mayor envergadura, junto a dos panteones de planta rectangular, construidos en piedra de tamaño mediano con sillares y elementos arquitectónicos reutilizados, predominan las mensae rectangulares, cuadrangulares o en sigma, que ocupan intensivamente todo el espacio situado entre aquellos. Dichas estructuras se configuran a modo de túmulos de discreta altura, realizados con piedra mediana o cantos rodados con mortero de cal, revestidos de opus signinum. Suelen contar con un rehundimiento en su parte central, a veces cubierto de losas de mármol, o también en un caso, de mosaico. A este respecto, la única lauda musiva localizada (Ramallo, 1985, 58-60), conservada fragmentariamente, insiste en la

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Fig. 15.- Necrópolis tardorromana de San Antón.

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fuerte influencia africana que denota el conjunto, enlazando con algunos argelinos del tipo de Tipasa. Presenta un campo blanco silueteado por una orla circular que enmarcaría la composición principal, posiblemente alusiva a la condición cristiana del inhumado. Ya en el siglo V, el paisaje funerario de la ciudad tardía se vería completado por la necrópolis inmediata a la muralla, ubicada en el sector suroriental del antiguo recinto urbano (Madrid y Vizcaíno, 2006; y e. p.). En este caso, el nuevo conjunto se sitúa a lo largo del acceso principal a la urbe, donde desembocaba el eje que ponía en comunicación con la costa mediterránea. Tras una utilización sincrónica a lo largo del siglo V, en la siguiente centuria este cementerio sustituiría al de San Antón, que a partir de ese momento sólo registra una limitada perduración. En este sentido, dicha secuencia deja ver, en el margen de poco más de una centuria, evidentes cambios en la topografía de la ciudad. Así, si en un momento inicial el dinamismo de la urbe había impulsado una ocupación suburbana de cierta envergadura, con un radio algo extenso, ya en el siglo VI, en una suerte de acantonamiento, el suburbio se reduce al espacio más cercano al área urbana, anexo a sus murallas. A este respecto, el mismo surgimiento de este cementerio puede considerarse, de algún modo, eclosión de tímidos antecedentes, que arrancan al menos de época púnica, momento en el que queda constatado el uso funerario de parte del área, mediante el registro de un hipogeo (Madrid y Vizcaíno, 2008a). También en lo relativo a la ubicación de la nueva necrópolis, cabe destacar la proximidad al viejo anfiteatro, abandonado al parecer en el siglo II, pero aún con gran parte de su estructura en pie, como seguirá hasta el siglo XVIII (Pérez et alii, 1994). En este sentido, si bien, como hemos visto, la situación del cementerio viene dictada por el carácter suburbano del terreno, flanqueando la principal

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vía de acceso a la ciudad, no sabemos hasta qué punto la presencia del citado monumento pudo también ejercer alguna influencia sobre el conjunto. Quizá, a semejanza de cuanto ocurre en Tarraco (TED’A, 1990), la espiritualidad de la época pudo ver en los viejos muros el escenario de pasadas vivencias martiriales, moviendo a la inhumación ad sanctos. No en vano, tales creencias se dieron al menos en época moderna, momento en que se solicitó licencia al concejo para la construcción de una ermita a los “Santos Mártires de Cartagena”, cuya passio era situada en la ciudad por algunos cronicones. En el topónimo de la zona, Antiguones, alusivo a los restos arqueológicos aún visibles, se quiso ver incluso el nombre “los Santiguones”, en tanto su “suelo sería regado con sangre de dichos mártires”, todo lo que motivaría diversas rebuscas durante el siglo XVIII16. No obstante, cuestionada la veracidad de tales cronicones, lo cierto es que, a diferencia del ejemplo tarraconense, ni los restos materiales ni las fuentes escritas sostienen por el momento tal hipótesis. Hemos de tener en cuenta que, por cuanto sabemos, la densidad de los enterramientos decrece en el entorno más inmediato del edificio de espectáculos, donde en rigor ya no se constatan (Madrid y Vizcaíno, 2008a). Así las cosas, el destino del anfiteatro durante este período sigue siendo una incógnita. Abandonado en el marco del proceso involutivo que la ciudad experimenta durante el siglo II, momento en el que la estratigrafía se detiene hasta época moderna (Pérez et alii, 1994), nada lleva a pensar que volviera a recuperar su uso original. De hecho, para cuando la ciudad experimente su reviscencia, el edificio ha dejado de tener sentido, como muestran medidas como el edicto del 325, que retira el patrocinio imperial a los juegos (Ville, 1960, 312). El mismo código de Teodosio, publicado en el año 438, recoge leyes que indican la más que probable desaparición de los ludi (Teja, 1995, 69). Otros anfiteatros hispanos prueban la suerte de este tipo de edificios. De este modo, el anfiteatro de Tarraco, tras la reforma promovida bajo el gobierno de Heliogábalo (Alföldy, 1975, n.º 84; id., 1990, 130-137), se abandona a principios del siglo V (Dupré, 1995), como también ocurre en Segóbriga, donde incluso llega a ser objeto de ocupación doméstica (Sánchez Lafuente, 1995, 183). A partir de este momento, las venationes sustituyen por completo los certámenes gladiatorios (Jones, 1964, 732-737). En el caso de Carthago Spartaria, algún indicio lleva a pensar incluso en una sustitución de este edificio para semejantes usos. Así, el teatro augusteo, tras su destrucción y abandono hacia el primer tercio del siglo III, experimenta en la siguiente centuria una remodelación quizá destinada a ello. En concreto, la desaparición del frente del pulpitum, la sobreelevación del nivel de la orchestra, con la anulación de las tres gradas de la proedria, o la prolongación de este espacio hasta el paramento de la scaenae frons, parecen indicar una adecuación para un nuevo tipo de espectáculos (Ramallo, 2006b, 862-863), que, en cualquier caso, ya en el siglo V se amortizaría con la construcción de un macellum. En estas coordenadas, desconocemos si el anfiteatro volvió a ser objeto de ocupación. El hecho de que buena parte de su estructura se mantuviera en pie, apostaría por su uso, bien para nuevas funciones, bien simplemente como cantera. De ocurrir lo primero, su reaprovechamiento pudo ser similar al que experimentó en época moderna, integrando la nueva cerca urbana o siendo objeto de hábitat doméstico (Rubio Paredes, 2009). Más difícil se presenta, en cambio, la segunda opción, pues ninguna de las tumbas del entorno, a pesar de recurrir activamente a lajas de nueva talla cuan16  Memorial de D. Francisco López del Castillo al concejo de Cartagena, Archivo Municipal de Cartagena, Actas Capitulares 24. 04. 1736, citado por Rubio Paredes, 2009, 44-45. En el mismo sentido, el erudito Nicolás Montanaro, en sus Observaciones sobre Antigüedades de Cartagena (c. 1740-1750) se hace eco de tales textos piadosos, y manifiesta su escepticismo: “(Publio Daciano) Llegó respirando muertes de cristianos a la ciudad de Cartagena, en que se manifestaron fieles y constantes testigos de la fe de Jesucristo muchos que por defenderla fueron el objeto del furor de Daciano. Hay rumor de que padecieron en esta ciudad Philemon y Dominino, de quienes hace memoria el martirologio romano a 21 de marzo. Siguiólos en el triunfo la constante matrona Santa Consesa, que también celebra dicho martirologio a 8 de abril. Si no se halla otro fundamento, éste claudica sin más apoyo que el de los cronicones... No hacen fe, ni la tradición se reconoce, pues yo he preguntado a personas vulgares, y nadie da razón” (Montanaro, 1977, p. 225).

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Fig. 16.- Sepulturas sobre el peristilo de una de las viviendas altoimperiales (Foto: M.J. Madrid, 2004).

do no a los materiales de los edificios precedentes, parece reutilizar alguno del anfiteatro. Sólo cabe esperar, por tanto, que las campañas de excavación que se están llevando a cabo en el monumento, arrojen algo más de luz. Comoquiera que sea, la necrópolis que surge en su proximidad, aprovecha su emplazamiento sobre el antiguo barrio altoimperial (Madrid, 2004), no sólo para la extracción de materiales con los que construir las sepulturas, sino también para una eficaz distribución de los enterramientos, que se agrupan en conjuntos posiblemente unidos por lazos de parentesco17, delimitados por los antiguos muros de las estancias (Fig. 16). Aun dentro de un comportamiento bastante homogéneo, ciertos aspectos constructivos, algunos relativos a la ocupación del espacio, así como otros referentes a las prácticas rituales, y, sobre todo, al análisis de los ajuares, permiten dividir esta nueva necrópolis de cerca de 1600 m2, en sendos sectores de uso correlativo (Madrid y Vizcaíno, 2006a; y e. p. 1). De este modo, el núcleo originario radica en el sector occidental, que, utilizado a partir del siglo V, se vería saturado en la primera mitad de la siguiente centuria, generando un sector oriental, que continúa activo hasta las primeras décadas del siglo VII. El mismo aprovechamiento intensivo del área oeste, con una mayor densidad de enterramientos, un número superior de superposiciones (4), o incluso una reutilización más masiva de las tumbas, con casos de cuatro, cinco y hasta seis inhumaciones por sepultura, respaldan su carácter formativo. Así, en este área occidental, aunque son mayoría las tumbas realizadas con lajas o mampostería, como también ocurre en el sector oriental, se documentan también enterramientos con material latericio, más característicos de los conjuntos cementeriales del Sureste durante los siglos IV y V. Otro tanto ocurre con una práctica ritual propia de este momento más temprano, que, de nuevo, desaparece en la etapa final, el ágape funerario, dado también en esta zona occidental de forma esporádica (Berrocal et alii, 2002, 228-230). En ambos casos, las coincidencias muestran la relación con el panorama funerario tardorromano, si bien los bajos porcentajes de estos y otros aspectos, como la preparación de superficies de deposición y, sobre todo, la ausencia de algunos tipos constructivos como panteones, estructuras de determinada envergadura o recubiertas de signino, entre otros rasgos, son indicativos de cierto distanciamiento, apuntando un carácter más tardío, ya en el siglo V. La tipología de los ajuares y el análisis estratigráfico confirman tales impresiones (Madrid y Vizcaíno, 2006b, 2007a, 2007b y 2008b). Así, debemos 17  En la actualidad, se están realizando estudios de tipo antropológico. Entre ellos, para la cuestión que nos ocupa, cabe destacar el registro de casos de agenesia dental, indicativa de parentesco (Moreno et alii, 2006)

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destacar el hallazgo de sendas hebillas, datadas entre el último cuarto del siglo V y el tercer cuarto de la siguiente centuria (Ripoll, 1998, 47-56). El hecho de que una de éstas, con hebijón de base escutiforme (Fig. 17), pertenezca a una tumba superpuesta a otra anterior, es la prueba más evidente para situar décadas antes la génesis del conjunto, ya en el siglo V, como también respalda el registro cerámico18. También se aprecian diferencias respecto al sector oriental más tardío, ya no sólo en la tipología de otros elementos de ajuar, sino también en su misma composición y proporción. De este modo, aquí el ajuar es, de forma prácticamente exclusiva, de tipo personal, dándose de forma aislada, con un solo ejemplar, el de tipo simbólico, tan abundante en la otra zona oriental (Vizcaíno y Madrid, 2006). De la misma manera, si allí predominan las piezas ligadas a la indumentaria, aquí lo hacen, por el contrario, las que pertenecen al adorno personal. Sintomático es, por ejemplo, el caso de los collares, que en esta área más temprana triplican a los aparecidos en la zona este (Madrid y Vizcaíno, 2007b). Además, dichas piezas de adorno presentan una mayor diversidad, de modo que, si collares y aretes son comunes a ambos sectores, anillos y brazaletes se dan únicamente en este occidental. Incluso, para los mismos elementos de indumentaria es posible diferenciar distintos comportamientos, ya que, coherentemente a la diacronía reconocida, en este primer espacio sólo se utilizan hebillas simples, frente a los broches compuestos empleados en la segunda zona. En conjunto, el análisis de los ajuares de este sector occidental muestra su cercanía respecto a las necrópolis del denominado “Andalusische Gruppe”, cuyo registro se concentra sobre todo en las áreas rurales más romanizadas de Hispania, como la Bética Oriental y Levante, quizá no más allá de inicios del siglo VI (Zeiss, 1934, 160-161; Ramallo, 1986, 144). No obstante, la falta de determinados ítems materiales, como los alfileres y cierres de cabujones cristalinos, también podría indicar la existencia de lotes funerarios sensiblemente diversos, y con ello, las diferencias entre “modas” urbanas y rurales (García y Vizcaíno, 2008 y 2009; y Vizcaíno, 2010). A partir de mediados del siglo VI, agotadas las posibilidades espaciales del sector occidental, o al menos muy mermadas, la necrópolis siguió creciendo hacia el este, en dirección a las viejas murallas de época clásica. En este sentido, el uso de dicha área funeraria tiene lugar bajo el dominio bizantino de la ciudad, que se extiende hasta c. 625. En líneas generales, las diferencias en el comportamiento constructivo o en la deposición de ajuares, confirman esta datación avanzada. Así, en lo relativo

Fig. 17.- Hebilla con hebijón de base escutiforme (CA4 34474-902-1) documentada en la tumba 34000-24.

18  Así, en el paquete estratigráfico en el que se insertan las tumbas, si bien son mayoría las formas pertenecientes al contexto de abandono del barrio altoimperial, datado a partir de mediados del siglo II (formas en Terra Sigillata Africana A Hayes 14, 16, 23 A/B, 27), también se han documentado algunos tipos propios de un horizonte más avanzado, que se puede fechar desde finales del siglo III hasta principios del siglo V. Nos referimos a las formas en Terra Sigillata Africana C, Hayes 45, 46 y 50, así como a las ánforas africanas Keay III A, y lusitanas Almagro 50 y Keay XXIII (Berrocal et alii, 2005, pág. 388).

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a estos últimos, varía sustancialmente su composición, de tal forma que, ahora adquiere un mayor protagonismo el ajuar de tipo simbólico. Incluso, dentro de la categoría de ajuar personal, la composición de los lotes es diversa, acaparando un mayor peso los elementos ligados a la indumentaria. Precisamente, entre estos encontramos los mejores indicadores cronológicos, como son un broche de cinturón de placa rígida sencilla u otro similar al tipo Siracusa, pertenecientes, respectivamente, a los niveles IV (560/80-600/40) y nivel V (600/40-710/20) que se han individualizado para este tipo de materiales (Ripoll, 1998, 56-66). También se documentan exclusivamente en este sector los cuchillos, derivación tardía del tipo Simancas (Ardanaz et alii, 1998, p. 444; y García y Vivó, 2002, 165). En lo referente al ajuar simbólico, lo componen cuatro jarras cerámicas y dos ungüentarios vítreos (Vizcaíno y Madrid, 2006; Madrid y Vizcaíno, e. p. 2). En el caso de las primeras, salvo un interesante ejemplar, las otras tres son de producción africana, con paralelos en época bizantina. En cuanto a los ungüentarios, pertenecen a los tipos I. A y I. C. 2 de la tipología realizada para los vidrios de época visigoda (Gamo, 1995, 308, fig. 5), con paralelos en la necrópolis de l’Almoina (Escrivá y Soriano, 1992, 108, lám. 2. 2; Albiach et alii, 2000, fig. 22, pág. 80; VV. AA., 2007, 151). Algún hallazgo numismático, como un ejemplar de cuatro nummi acuñado en la ceca local de época bizantina; la única inscripción en soporte pétreo aparecida en este espacio, que consta de un solo carácter con grafía idéntica a los epígrafes de época visigoda plena; o el depósito cerámico de algún vertedero cercano, insisten en la datación de este sector entre mediados del siglo VI y principios del siglo VII19. Junto a esta cronología avanzada, y la estricta orientación de todos los enterramientos según la tradición cristiana, con la cabecera situada al oeste (Fig. 18), algunos materiales confirman la confesionalidad de la población inhumada. Es el caso, por ejemplo, de un anillo del sector occidental, en cuyo chatón, entre sendas cruces, figura el lema uiuas, para el que hay que sobreentender alguna de las expresiones que tan frecuentemente lo completan, como in deo, in aeterno, etc. Otro tanto se puede señalar de las jarritas depositadas en algunas sepulturas, que si ya suelen ser habituales en cementerios del período –entre ellos algunos vinculados a basílicas, como los de l’Almoina (Pascual, Ribera y Rosselló, 2003, fig. 12) o San Pedro de Alcántara (Hübener, 1965)–, aquí, en un caso concreto, se acompaña de una inscripción cristiana. Ocurre así con un ejemplar del secFig. 18.- Vista parcial del sector oriental de la necrópolis suburbana.

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19  Para el ejemplar numismático, agradecemos la identificación de esta pieza al arqueólogo M. Lechuga, Acerca de las monedas de la ceca local abierta en época bizantina, vid. Lechuga, 2000. Sobre los paralelos epigráficos, Velázquez, 1993, p. 272. Por otra parte, hay que destacar el vertedero del cercano yacimiento de calle Duque 33, datado en época bizantina (Laíz y Berrocal, 1991).

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tor oriental, que, decorado con pintura al manganeso, cuenta con un grafito de difícil interpretación, precedido de una cruz latina20. Con ello, queda claro que el conjunto constituye otro de los cementerios cristianos que pueblan los suburbia de las ciudades tardías, conformando nuevos vici christianorum (Gurt y Sánchez, 2010, 334-340). En muchos de tales casos, además, ha sido posible determinar el carácter martirial de los mismos, documentando procesos de monumentalización, dentro de la creciente veneración a estas figuras, erigidas en nuevos patroni ciuitati (Brown, 1984). De hecho, el emplazamiento extra moenia de tales loca sanctorum acaba configurando una suerte de cinturón de protección espiritual, una corona, que sustituye la delimitación también sagrada del antiguo pomoerium (Godoy, 2005). En Hispania, la realidad cubre así buena parte de las ciuitates más destacadas (Mateos, 2005, 53-55; Gurt y Sánchez, 2010, 334-340), donde aparecen cementerios vinculados a mártires que, en alguna ocasión nos son desconocidos, como ocurre en Ampurias (Nolla, 2000, 248), pero en otras cuentan con gran notoriedad en el orbe cristiano, como es el caso de Tarraco, con el obispo Fructuoso y sus diáconos Augurio y Eulogio (Del Amo, 1979; Sánchez, 2006); Emerita, con Santa Eulalia (Mateos, 1999), Complutum, con los Santos Justo y Pastor (Rascón y Sánchez, 2000, 240-241), Valentia, con San Vicente (Ribera, 2008, 385-388), Corduba, con San Acisclo (Hidalgo, 2002), o Calagurris, con las mártires Emeterio y Celedonio (Godoy, 2000). No en vano, si en época clásica el centro político y religioso se situó en el foro, la ciudad cristiana polarizó su religiosidad en estas zonas suburbanas, generando aglomeraciones que darán lugar a los arrabales que prefiguran la ciudad medieval. A veces, incluso, como se especula para Complutum o Ampurias, la fuerza de tales enclaves supondrá la instalación suburbana de sus conjuntos episcopales, si bien, tampoco es lo más común, pese a la frecuente cercanía a las murallas de tales complejos, al menos en un primer momento (Guyon, 2005; Mateos, 2005, 59). A pesar de la tónica, también dada en las ciuitates de Galia (Gauthier y Picard, 1986-1998) o Italia (Cantino Wataghin, 1995, 235 ss.), por el momento no sabemos si el suburbium funerario de Carthago Spartaria pudo tener dicho carácter martirial. Cronología, entidad del conjunto o emplazamiento, en torno al principal acceso a la urbe y quizá sustituyendo simbólicamente a los templos que se erigían en los cerros que flanquean ésta, dedicados a Hephaistos y Aletes, emblemas de la antigua prosperidad minera, podrían apoyarlo, si bien nada es determinante. Ni el anfiteatro situado en su entorno arroja datos en esta dirección, ni se ha documentado mausoleo o basílica que permitan apoyarlo. La misma distribución homogénea de las sepulturas, con pequeñas concentraciones sólo motivadas por el uso dilatado del sector formativo, el aprovechamiento de las estancias altoimperiales, o la cercanía al decumano de acceso a la ciudad, tampoco dejan ver la presión centrípeta originada por la tumulatio ad sanctos. No obstante, la condición de sede episcopal de larga trayectoria, ya representada en el concilio de Elvira, y su estatus de capital provincial, hacen esperar evidencias de este tipo. Por lo demás, la necrópolis se emplaza únicamente dentro del valle formado entre las laderas de los cerros de la Concepción y Despeñaperros, teniendo como límite septentrional el antiguo decumano de acceso a la ciudad que comunicaba directamente con la zona portuaria. En este sentido, aunque algunos tramos de su trazado occidental dejan ver un abandono para el siglo II (Antolinos, 2009, 64-65), el hecho de que actúe como barrera del cementerio probaría su vigencia. No en vano, salvo una evidencia esporádica del sector oeste, donde se produce una parcial superposición de las sepulturas (Berrocal et alii, 2002, 224; y 2005, 389), lo cierto es que la necrópolis respeta el parcelario previo, de forma que incluso los cardines que recorren el espacio, parecen seguir sirviendo de pasillos de circulación (Fig. 19). Al otro lado de este decumano, la secuencia del espacio es sustancialmente diversa. Así, aunque también esta mitad nororiental aqueja del abandono a partir de mediados del siglo II (Martín 20 

La pieza está siendo objeto de estudio en colaboración con la Dra. María Paz de Hoz, de la Universidad de Sala-

manca.

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Fig. 19.- Panorámica del sector oriental de la necrópolis, emplazado sobre el entramado urbano de época altoimperial (Foto: M. J. Madrid)

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et alii, 2001, 44-48), perdurando únicamente toda una serie de vías, que son recrecidas (Murcia, 2004; y Vidal, Vizcaíno y Quevedo, 2006, 186-190), el registro esporádico de toda una serie de vertederos y materiales aislados, prueban un hábitat poco denso. Por el momento no conocemos los contextos emisores de tales vertidos, si bien el análisis de sus depósitos permite intuir su naturaleza doméstica. Se asociarían así posiblemente a toda una serie de estructuras de mínima entidad constructiva, con abundante recurso a material endeble, que hemos de suponer en el entorno más inmediato. Ocurre así, por ejemplo, con el vertedero de calle Duque 33, bordeando el citado decumano, frente a la necrópolis. Se trata de un pozo de vertido de morfología aproximadamente circular, con un diámetro de boca en torno a 1 m. En éste destaca la presencia de los tipos en TSA-D, Hayes 99C o Hayes 101, acompañada de ánforas africanas (Keay XXXVA) y orientales (Keay LIII, LXVI), así como de un fragmento de lucerna tardía o formas propias de la cerámica de cocina de producción local, que indican un mantenimiento de los vertidos hasta principios del siglo VII (Laíz y Berrocal, 1991). Del mismo modo, se localizaron cerca de un centenar de restos faunísticos, pertenecientes en su mayoría a ovicápridos (Portí Durán, 1991, 341-352). Testimoniando la escasa densidad de ocupación, sobre las domus de las parcelas anexas no se registra evidencia alguna más allá del abandono en el siglo III (Martín Camino et alii, 2001, 19-52; Fernández-Henarejos, López y Berrocal, 2005; Suárez y Fernández, 2008), aunque sí existe algún material descontextualizado en los alrededores, caso de un ungüentario bizantino recuperado en las ínsulas traseras (Vizcaíno y Pérez, 2008). En el área noreste las evidencias apuntan a la misma dirección. Así, cabe destacar los vertederos hallados entre la calle Serreta 3-7 y San Vicente 10-18 (Fernández-Henarejos, López y Berrocal, 2003). En este caso, se trata de dos pequeñas fosas de planta circular, situadas sobre los niveles de abandono de principios del siglo III de una calzada augustea. Un estudio preliminar arroja un período de uso algo más dilatado, situado entre los siglos V y VII. En cualquier caso, tales vertederos no se limitan únicamente al suburbium de Carthago Spartaria, sino que, por el contrario, se distribuyen por todo el espacio intramuros (Vizcaíno, 1999; Egea, Ruiz y Vizcaíno, e. p.). A este respecto, aunque ya en las ciuitates clásicas existen espacios para los desechos localizados en huertos y jardines (Alvarado y De Molano, 1995, 281-295), la novedad viene dictada ahora por su generalización, por el aumento de su frecuencia de aparición a la par que de la magnitud de los vertidos, que lo convierten en uno de los fenómenos más característicos de las transformaciones del urbanismo tardoantiguo (Gutiérrez, 1996, 16-17; Remolà, 2000, 118). Esta proliferación de loci sordentes (Panciera, 2000, 105) y su proximidad a las estructuras domésticas, han de insertarse en una dinámica más amplia de colapso de las infraestructuras de saneamiento urbano, que incluye tanto el cegamiento de alcantarillados como

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el crecimiento de los niveles de circulación por una progresiva acumulación de residuos (Gutiérrez, 1993, 15; Remolà, 2000, 117-118). Teniendo detrás la transformación de los órganos de gobierno locales, ahora no garantes del mantenimiento integral de los antiguos equipamientos (Jordán, 1997, 97-133; González, 1997, 181-192), lo cierto es que pone de relieve la nueva permeabilidad de la cerca urbana, incapaz de contener actividades antes limitadas al área suburbana. No extraña así tampoco que en algunas de estas ciudades aparezcan áreas cultivadas, fenómenos todos, que muestran el proceso de desestructuración urbana, con la desaparición de las tramas reticulares y la gestación de un nuevo modelo urbano, la ciudad del espacio discontinuo, que prologa la ciudad medieval (Gutiérrez, 1996; Gurt, 2000-2001). Así, otro tanto ocurre con toda otra serie de actividades consideradas molestas para la población, como la producción industrial, ahora cobijada dentro de los muros. De nuevo, al igual que sucedía con los vertidos, no se trata de situaciones radicalmente nuevas, sino que el cambio ha de cifrarse en su extensión y ubicación junto a zonas emblemáticas. De este modo, ya Carthago Nova contaba con zonas artesanales en zonas periurbanas, como lo fueron el barrio sector suroriental en un primer momento (Madrid, 2004, 38-50), y, sobre todo, el barrio del área portuaria noroccidental a lo largo de un período más dilatado (Egea et alii, 2006). Precisamente, también en esa misma franja portuaria habrían de emplazarse algunos talleres, como el situado en calle Mayor 41, dedicado a la producción del vidrio desde un momento avanzado del siglo II (Fernández, 2009, 142-143). En cambio, en la etapa tardía, las evidencias se desplazan también hacia el corazón de la urbe. Lo vemos, por ejemplo, en la vivienda altoimperial situada al este de las termas del foro, que pasa a convertirse en un taller para la manufacturación de vidrio, amortizado posiblemente a principios del siglo V (Fernández, Zapata y Tercero, 2007, 125-128; Fernández, 2009, 144-151); o, igualmente, en otra vivienda ubicada tras el límite meridional del foro, en calle San Francisco, n.º 8, que se transforma en un espacio de tipo industrial, que habrá de perdurar hasta principios de esa centuria (López y Berrocal, 2003, 52). El mismo epicentro forense, tras los cambios vividos durante los siglos III y IV, acogerá en época bizantina un nuevo barrio, en el que las actividades artesanales ocuparán un lugar importante (Noguera y Madrid, 2009, 13). Lejos de ser una evidencia aislada, el fenómeno se materializa en otros espacios y edificios relevantes de la antigua ciuitas. Ocurre así, por ejemplo, también en el teatro augusteo, que dentro de un complejo proceso de cambios, debió cobijar alguna instalación metalúrgica durante el siglo V, como da cuenta el registro de sendos crisoles cerámicos en el interior de una pileta adosada al muro de la analemma oriental (Fuentes y Mato, 2006). De hecho, la actividad debió gozar de cierta fortuna en el entorno, documentándose también bancos de trabajo, estructuras de combustión y escorias metálicas, en la zona aledaña occidental, limitando con el frente costero (VVAA., 2009, 42). En este orden de cosas, también hemos de incluir en este comportamiento suburbano, el surgimiento de pequeñas áreas cementeriales inmediatas a los muros, que de alguna forma configuran una especie de cinturón funerario (Ramallo y Vizcaíno, 2007, 28-32). Es el caso así, por ejemplo, de la zona situada junto a la hipotética línea suroriental del cerco tardío, intramuros. Está formada por tres inhumaciones situadas sobre uno de los decumanos que delimitan la plaza forense por el sur. Para éstas, si bien la carencia de ajuar impide mayores precisiones, el hecho de que estuvieran practicadas sobre fosas tardías de vertido, así como su misma tipología, consistente en la contención en ánfora, cista de tegulae y fosa, muestran una cronología avanzada (Moro y Gómez, 2007, 102), quizás, en cualquier caso, previa a la formación en el siglo V de la gran necrópolis extra moenia. Otra pequeña concentración se sitúa sobre el barrio artesanal portuario, junto al acceso noroccidental a la ciudad y posiblemente extra moenia. En este caso la integran dos inhumaciones en ánfora y un tercer enterramiento en fosa. La tipología de los envases, o el depósito numismático fechan tales usos en el siglo IV (Egea et alii, 2006, 37-38). También podría pertenecer al conjunto otra sepultura con fondo latericio, afectada por intrusiones (Roldán y De Miquel, 2000, 398). En el extremo meridional del frente costero, sobre una zona artesanal tardorromana, también se registran sendas inhumaciones, posiblemente de época bizantina, con paredes y cubiertas que

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reutilizan materiales constructivos (Ramallo et alii, 2006, 98). A este respecto, a pesar de que nada permite establecer su conexión en un mismo conjunto, lo cierto es que esta zona suroccidental del recinto urbano, en el entorno portuario, pudo tener un uso funerario más extenso. No en vano, de aquí proceden los únicos epígrafes funerarios del período, hallados, no obstante, salvo en una ocasión, descontextualizados. Se trata así de tres inscripciones de época bizantina, dos de ellas en griego (Fig. 20), y una tercera en latín, descubiertas en el barrio de esta cronología construido sobre el antiguo teatro, así como también, quizá, de un cuarto epígrafe latino, posiblemente más temprano21. Teórica localización, manifestación expresa de confesionalidad cristiana y, sobre todo, su mismo contraste con la realidad de la necrópolis extramuros, donde se encuentra prácticamente ausente el hábito epigráfico en soporte pétreo, podrían indicar la presencia de un área funeraria privilegiada, intra moenia, posiblemente, ad sanctos. De hecho, se trata de otra de las pautas características en la transformación de las urbes tardías, inserta en el proceso de cristianización de su topografía, claramente rupturistas respecto al esquema clásico de inviolabilidad funeraria del pomoerium (Godoy, 2005, 69; Gurt y Sánchez, 2010, 332-334). Sea como fuere, insistimos, para Carthago Spartaria, el desconocimiento de su contexto original, así como la falta de registro de cualquier estructura relacionable con el culto cristiano, hacen mantener las reservas.

Fig. 20.- Inscripción griega de época bizantina.

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21  En cuanto a este último, que incluye la amenaza de correr con la suerte de Judas Iscariote para aquel que viole la sepultura, existe cierta controversia tanto en lo relativo a su lugar de hallazgo, como a su misma cronología. Así, si bien algunos autores señalan su localización en los derribos de la “calle de los cuatro Santos”, para otros, procedería de los Molinos Marfagones, en el entorno de la ciudad. Igualmente, aunque la grafía parece apuntar al siglo V, también se ha señalado que el formulario es más característico de las siguientes centurias. Vid. al respecto, Abascal y Ramallo, 1997, nº 223; Perea, 2006; y Vizcaíno, 2008. Respecto a los restantes epígrafes, Abascal y Ramallo, 1997, nº 210, 212, 214.

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De un modo u otro, los cambios enumerados reflejan una suerte de “desurbanización”, que ha planteado también la polémica acerca de la “ruralización” de las ciudades (Brogiolo, 1987). En cualquier caso, tales procesos han de entenderse respecto al modelo urbano clásico, que, como consecuencia de los complejos cambios que acarrea la Antigüedad Tardía, se verá reformulado en sus relaciones entre ciuitas, suburbium y territorium, alumbrando una nueva realidad ocupacional (Gutiérrez, 1996).

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Arqueología Clásica Rodríguez, M.ª Carmen: “El poblamiento rural del Ager Cordubensis: Patrones de asentamiento y evolución diacrónica”.

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León Pastor, Enrique: “Portus Cordubensis”.

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Cánovas Ubera, Álvaro; Castro del Río, Elena; Vargas Cantos, Sonia: “Intervención arqueológica preventiva en la nueva sede de EMACSA (Avda. Llanos del Pretorio, Córdoba)”.

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Castro, Elena; Cánovas, Álvaro: “La domus del Parque infantil de Tráfico (Córdoba)”.

monografías de arqueología

Monografías de Arqueología Cordobesa (MgAC), que vio la luz en 1994, es una serie de carácter temático publicada por el Grupo de Investigación Sísifo (P.A.I., HUM-236), de la universidad de Córdoba, y la Gerencia Municipal de Urbanismo de esta misma ciudad,

cordobesa

en el marco de su convenio de colaboración para la realización de actividades arqueológicas, que dirigen

Vaquerizo, D. (Ed.)

Las áreas suburbanas en la Ciudad Histórica Topografía, usos, función

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el Prof. Dr. Desiderio Vaquerizo Gil y el Dr. Juan Fco. Murillo Redondo. MgAC surge como instrumento para dar a conocer de forma monográfica propuestas de interpretación arqueológica desarrolladas por Investiga-

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ÍNDICE

dores de dicho Convenio, que someten así, de manera periódica, su trabajo al juicio crítico de la comunidad científica internacional, así como temas de especial relevancia para el avance de la investigación arqueológica española y cordobesa.

Casal, M.ª Teresa; Martínez, Rafael; Araque, M.ª del Mar: “Estudio de los vertederos domésticos del arrabal de Šaqunda: Ganadería, alimentación y usos derivados” (750 - 818 d.C.) (Córdoba).

Pág. 183 / 230

Murillo, Juan F.; Ruiz, Dolores; Carmona, Silvia; León, Alberto; Rodríguez, M.ª Carmen; León, Enrique; Pizarro, Guadalupe: “Investigaciones Arqueológicas en la Muralla de la Huerta del Alcázar (Córdoba)”.

Pág. 231 / 246

Pizarro, Guadalupe: “El alcantarillado árabe de Córdoba II. Evidencia arqueológica del testimonio historiográfico”.

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Arnold, Felix: “El edificio singular del Vial Norte del Plan Parcial RENFE. Estudio arquitectónico”.

Pág. 275 / 288

León Pastor, Enrique; Dortez, Teresa; Salinas, Elena: “Las áreas industriales en los arrabales de al-Yanib al Garbi de Qurtuba. El alfar del Cortijo del Cura”.

Pág. 289 / 302

Salinas, Elena; Vargas, Sonia: “Un pozo tardoalmohade en el Hospital de Santa María de los Huérfanos de Córdoba”.

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Martagón, María: “Qurtuba y su territorio: una aproximación al entorno rural de la ciudad islámica”.

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Larrea Castillo, Isabel; Hiedra Rodríguez, Enrique: “La lápida hebrea de época emiral del Zumbacón. Apuntes sobre arqueología funeraria judía en Córdoba”.

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Cánovas, Álvaro; Salinas, Elena: “Excavaciones Arqueológicas en el entorno de la Iglesia de Santa Marina de Córdoba”.

Publicaciones Pág. 365 / 382

Convenio GMU-UCO. Publicaciones y actividades 2008-2010.

Con la colaboración de MINISTERIO DE Ciencia e Innovación

Vaquerizo, D. (Ed.)

Pág. 143 / 182

Las áreas suburbanas en la Ciudad Histórica

Arqueología Medieval

Imagen de portada: Propuesta de anastilosis gráfica del acceso a Corduba, Colonia Patricia desde el suburbium orientalis (Schattner y Ruipérez en este mismo volumen, Fig. 4).

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