QUIRÓS CASTILLO J. A., 2014, Aristocracias, élites y desigualdad social en la primera Edad Media en el País Vasco, en R. Catalán, P. Fuentes y J. C. Sastre (eds), Las Fortificaciones en la Tardoantiguedad. Élites y articulación del territorio entre los siglos V-VIII d. C., Madrid, pp. 143-158

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Descripción

2014

978-84-941796-7-9

SEPARATA

Colección SIMPOSIA _ 5 Madrid, mayo de 2014

© FORTIFICACIONES EN LA TARDOANTIGÜEDAD: ÉLITES Y ARTICULACIÓN DEL TERRITORIO (SIGLOS V-VIII D. C.). Esta edición es propiedad de EDICIONES DE LA ERGASTULA y no se puede copiar, fotocopiar, reproducir, traducir o convertir a cualquier medio impreso, electrónico o legible por máquina, enteramente o en parte, sin su previo consentimiento. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Todos los derechos reservados. © Edición a cargo de Raúl Catalán Ramos, Patricia Fuentes Melgar y José Carlos Sastre Blanco © de los textos: sus autores. © de las ilustraciones: sus autores. © Ediciones de La Ergástula, S.L. Calle Béjar 13, local 8. 28028 – Madrid www.laergastula.com Diseño y maquetación: La Ergástula I.S.B.N.: 978-84-941796-7-9 Depósito Legal: M-14323-2014 Impresión: Publicep Impreso en España – Printed in Spain.

ÍNDICE Preámbulo Rosario García Rozas ................................................................................................................................ 11

— ARTÍCULOS —

Definindo a Lusitânia pós-imperial. Algumas ideias estruturantes Adriaan de Man ........................................................................................................................................ 13 Early Migration period hillforts in Southern Germany: State of research and interpretation Cristoph Eger ............................................................................................................................................ 21 Ciudades, torres y castella. La defensa de la Vía Augusta Josep María Nolla Bufrau ......................................................................................................................... 43 Aproximación al poblamiento tardoantiguo en Andalucía Julio Miguel Román Punzón y José María Martín Civantos ..................................................................... 57 Fortificaciones del reino de Toledo en el sureste de la Península Ibérica: el ejemplo del Tolmo de Minateda Blanca Gamo Parras .................................................................................................................................. 79 Comparación entre los espacios del Valle del Ebro y La Meseta: La Rioja y Burgos en la Antigüedad Tardía José María Tejado Sebastián ..................................................................................................................... 95 Fortificaciones y periferia en Hispania: el entorno de Soto de Bureba durante la Tardoantigüedad Rosa Sanz Serrano, Ignacio Ruiz Vélez y Hermann Parzinger .................................................................. 121 Aristocracias, élites y desigualdad social en la Primera Edad Media en el País Vasco Juan Antonio Quirós Castillo .................................................................................................................... 143 El territorio de Cea (León) durante la tardorromanidad y la Alta edad Media Margarita Fernández Mier, Carlos Tejerizo García y Patricia Aparicio Martínez ...................................... 159 La frontera suevo-visigoda: ensayo de lectura de un territorio en disputa Enrique Ariño Gil y Pablo C. Díaz .......................................................................................................... 179 Fortificaciones tardoantiguas y visigodas en el Norte Peninsular (ss. V-VIII) José Avelino Gutiérrez González .............................................................................................................. 191 El castillo de Gauzón (Castrillón, Asturias) y la fortificación del paisaje entre la Antigüedad Tardía y la Edad Media Iván Muñiz López y Alejandro García Álvarez-Busto ................................................................................ 215

Asentamientos fortificados altomedievales en la Meseta. Algunas distorsiones historiográficas Alfonso Vigil-Escalera Guirado y Carlos Tejerizo García........................................................................... 229 Castra y elites en el suroeste de la Meseta del Duero post-romana Iñaki Martín Viso ..................................................................................................................................... 247 Dos viviendas del siglo VI sin noticias de élites locales en el Cristo de San Esteban (Muelas del Pan, Zamora) Alonso Domínguez Bolaños y Jaime Nuño González ................................................................................ 275 La muralla tardoantigua de Muelas del Pan (Zamora). Una construcción de urgencia en un tiempo convulso Jaime Nuño González y Alonso Domínguez Bolaños ................................................................................ 297 La gestión en el patrimonio arqueológico de la provincia de Zamora Hortensia Larrén Izquierdo ...................................................................................................................... 329 El poblado fortificado de El Castillón en el contexto del siglo V d.C. José Carlos Sastre Blanco, Patricia Fuentes Melgar, Raúl Catalán Ramos y Óscar Rodríguez Monterrubio .............................................................................. 353

— VARIA —

Fortificaciones romanas en el limes de la Cirenaica Ana de Francisco Heredero ...................................................................................................................... 369 La piel del leopardo: espacios campesinos y espacios de poder en el alto valle del Águeda (Salamanca) Rubén Rubio Díez y Enrique Paniagua Vara ............................................................................................ 383 Castro Valente, una fortificación de control del Río Ulla David Fernández Abella ........................................................................................................................... 393 Paleopatología en la necrópolis del Castillo de Zamora (siglos VI-VIII) Laura García Pérez, M. Barbosa Cachorro, F. de Paz Fernández y J.F. Pastor Vázquez.............................. 399 El castillo de Crestuma (Vila Nova de Gaia, Porto, Portugal) entre la Romanidad tardia y la Edad Media: los retos de un sitio complejo António Manuel S. P. Silva ...................................................................................................................... 405 Sistemas de señales a larga distancia. Estudio de los topónimos ‘faro’, ‘facho’ y ‘meda’ en el noroeste peninsular José Carlos Sánchez Pardo ........................................................................................................................ 417 El Proyecto Maila en el yacimiento romano-tardoantiguo de Los Barruecos (Malpartida de Cáceres) Saúl Martín González, Aníbal González Arintero, Juan José Pulido Royo y Sabah Walid Sbeinati .......... 425

ARISTOCRACIAS, PODERES Y DESIGUALDAD SOCIAL EN LA PRIMERA EDAD MEDIA EN EL PAÍS VASCO

JUAN ANTONIO QUIRÓS CASTILLO Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

RESUMEN En este trabajo se analizan las formas de desigualdad social que se pueden inferir a partir de los registros arqueológico del País Vasco relativos a los siglos VI-VIII. Más concretamente se toman en consideración tres tipos de evidencias: los castillos, los conjuntos funerarios y la emergencia de formas de poder local a partir de casos como el de Aistra. De forma preliminar se reflexiona brevemente sobre la arqueología del poder y los procesos de interpretación de los marcadores arqueológicos que permiten identificar formas de desigualdad social. Se sugiere que los registros disponibles son aún muy parciales y que es preciso incrementar los estudios sobre estos siglos para hacer una caracterización más precisa de su estructura social. Palabras clave: Castillos, Necrópolis, Longhouse, Élites, Arqueología del poder ABSTRACT This paper analyses social inequality in the Basque Country during the 6th and the 8th century taking into account the archaeological record. Castles, the funerary evidence and the emergence of local powers are examined in order to study the nature and the articulation of territorial powers. Preliminarily the notion of archaeology of power and the identification and interpretation of archaeological markers related to social inequality are discussed. Finally it is argued that the limited available archaeological record biases their capacity of the social analysis. Keywords: Castles, Necropolis, Longhouse, Elites, Archaeology of power

Las fortificaciones en la tardoantigüedad: Élites y articulación del territorio (siglos V-VIII d.C.) 2014 / ISBN 978-84-941796-7-9 / págs. 143 – 158

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1. INTRODUCCIÓN1 El estudio de la primera Edad Media en el norte peninsular ha conocido un notable desarrollo en los últimos 15 años como resultado de la confluencia de toda una serie de factores, entre los que destaca por un lado la acción positiva de la arqueología preventiva y, por otro lado, la puesta en marcha de varios proyectos de investigación arqueológica que han proporcionando nuevos elementos para reexaminar aspectos básicos de las sociedades altomedievales. Todos estos esfuerzos se han visto, además, amplificados por la intensa renovación conceptual y teórica que ha sido llevada a cabo por varios historiadores y arqueólogos dedicados al estudio de este período, que han logrado integrar de forma crítica e inteligente los nuevos resultados de la actividad arqueológica2. El indudable parón que ha comportado la crisis económica/financiera/ética actual en la práctica arqueológica se ha traducido en un profundo redimensionamiento de la actividad comercial y en una reducción de la financiación disponible para los distintos proyectos. Ante esta circunstancia adversa deberíamos aprovechar este momento para reflexionar críticamente sobre los excesos y los errores cometidos en el pasado con el fin de construir una nueva arqueología y, además, sistematizar y editar los muchos registros que se han ido construyendo en los últimos años (Quirós Castillo 2013c). Uno de los territorios del norte peninsular en los que se ha intervenido de forma más sistemática en estos años ha sido el País Vasco3. Aunque ya se habían realizado con anterioridad varias investigaciones, el 1

Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea. Este trabajo ha sido realizado en el marco del proyecto de investigación “Desigualdad en los paisajes medievales del norte peninsular: los marcadores arqueológicos” HUM 2012-32514 financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad y de la actividad del “Grupo de Investigación en Patrimonio y Paisajes Culturales / Ondare eta Kultur Paisaietan Ikerketa Taldea” (IT315-10) financiado por el Gobierno Vasco, la UFI Historia, Pensamiento y Cultura Material y el Grupo de Estudios Rurales (CSICUPV/EHU). 2 Entre la abundante bibliografía producida en estos años se puede citar las actas de los siguientes coloquios: Quirós Castillo 2009: Kirchner 2010; Quirós Castillo 2011; Caballero, Mateos, García de Castro 2012; Caballero, Mateos, Cordero 2012 o el número 15 de la revista ‘Zona Arqueológica’ titulada “711. Arqueología e Historia entre dos mundos”.

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estudio de la Alta Edad Media ha conocido un importante salto cualitativo en torno al cambio de milenio cuando fue posible reconocer y estudiar los contextos de los siglos VIII-XI de la Catedral de Santa María Vitoria-Gasteiz (Azkarate Garai-Olaun, Quirós Castillo 2001; Azkarate Garai-Olaun, Solaun 2009) o realizar estudios subregionales como el de la Bizkaia nuclear (García Camino 2002).3 Estos trabajos han permitido construir nuevos cuadros interpretativos en torno a temas como la formación de los poderes altomedievales, la arquitectura doméstica o la emergencia de las aldeas. Otros proyectos como Zaballa, Zornoztegi, Aistra, Bagoeta, Gorliz, San Andrés, Dulantzi, Abanto, etc. han permitido densificar el relato y analizar la articulación de las sociedades locales a partir del siglo VIII (Campos et al. 2009; Quirós Castillo 2011; Quirós Castillo 2012; Azkarate et alii 2011; Sánchez Rincón 2011; Varón et alii 2012; Quirós Castillo, Loza, Niso 2013). Habría que añadir, además, los trabajos realizados en estos años sobre la cerámica, la arquitectura monumental y doméstica, los conjuntos funerarios, la epigrafía, etc. Asimismo los estudios arqueológicos han puesto el acento sobre la emergencia de poderes señoriales, en particular a lo largo de los siglos IX y XI, a través del estudio de procesos como el del incastellamento en lugares como Treviño o Arganzón, o la construcción de iglesias y monasterios privados en manos de aristocracias y élites aldeanas (Sánchez Zufiuarre 2008; Quirós Castillo 2011c). Ha resultado, y de hecho está resultando, mucho más complejo analizar arqueológicamente las sociedades de los siglos VI y VII en el País Vasco, ya que sus restos materiales son manifiestamente más esquivos y complejos. De hecho, el registro material relativo a estos siglos plantea aún indudables retos interpretativos a los arqueólogos debido a que se trata de una muestra aún muy limitada, faltan estudios geoarqueológicos y bioarqueológicos, y su análisis plantea aún numerosos problemas interpretativos. En términos cuantitativos se trata de una muestra aún muy insufi ciente y repartida territorialmente de forma muy desigual. A diferencia de las evidencias relativas a los 3

De hecho, recientemente C. Wickham ha hecho referencia al “desafío de Álava” como un punto de referencia para construir una historia social del territorio en otros sectores del norte peninsular (Wickham 2012, 476).

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siglos posteriores, donde empezamos a contar con un volumen de datos en territorios compactos como Álava que permiten reconocer líneas de fuerza, no resulta aún factible identificar tendencias netas para los siglos VI y VII. Por otro lado se trata de un registro connotado por realidades materiales muy extremas que incluyen modestas construcciones rurales o cerámica cocida a bajas temperaturas y caracterizada por un repertorio formal multifuncional muy reducido al lado de objetos de adorno personal y de armas que son mucho más visibles, así como algunas imponentes estelas funerarias. Este registro, altamente contrastante, pone a prueba todo el utillaje teórico y conceptual de los arqueólogos que pretenden ‘dar sentido’ a estas colecciones de objetos y evidencias, más aún teniendo en cuenta la naturaleza de las fuentes conservadas y la complejidad de la producción historiográfica relativa a estos siglos (p.e. Urteaga, Arce 2011, 171-184).

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Si nuestra participación en este volumen se limitase únicamente a discutir las fortificaciones en el País Vasco de los siglos V al VIII se podría concluir con brevedad, ya que las evidencias son -de momento- muy reducidas y problemáticas. Por este motivo se ha querido analizar, desde un planteamiento más amplio, la articulación de los poderes territoriales en este espacio a través de los marcadores arqueológicos, teniendo en cuenta que se trata de un argumento ciertamente controvertido. Partiendo de trabajos como el de S. Castellanos e I. Martín Viso (2005) hemos considerado que los poderes locales adquirieron en Hispania un notable protagonismo tras el colapso del imperio, y además estos poderes se articularon a escala territorial a través de central places, en ocasiones fortificados, en otras ocasiones no. Pero ¿cómo se articularon estos poderes en los siglos V-VIII en el actual país vasco?. Tres son los escenarios en los que se puede analizar esta problemática:

Figura 1. Mapa de las principales localidades mencionadas en el texto.

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los castillos, los rituales funerarios y otros centros rurales de poder (Fig. 1). No obstante, de forma previa será preciso reflexionar brevemente desde una perspectiva teórica en torno a los procedimientos mediante los cuáles se identifican y se explican los centros de poder local en términos materiales y, en términos más generales, cómo se construye una teoría social a partir de las evidencias materiales de estos siglos.

2. ÉLITES Y PODERES EN LA ALTA EDAD MEDIA El estudio de la complejidad social y, más en general, de la articulación de los poderes es uno de los ejes en torno a los que la arqueología anglosajona ha construido más teoría en los últimos treinta años desde una multiplicidad de enfoques (Blanton 2005). En nuestro país ha sido la arqueología protohistórica la que más ha explorado estas temáticas (Díaz del Río, García Sanjuán 2006; Lull, Micó 2007; Chapman 2010). Sin embargo, el predominante carácter ateórico de la arqueología de época histórica peninsular explica que aspectos como la formación y el colapso de los estados postimperiales y, de forma más global, la arqueología de la desigualdad social no hayan aún formado parte de la agenda de investigación de la arqueología medieval en el norte peninsular. En esta ocasión pretendemos explorar solamente una temática muy puntual: el reconocimiento arqueológico de la desigualdad social. El reconocimiento de élites y jerarquías sociales en el registro arqueológico requiere de varias operaciones lógicas que permiten formular distintos niveles de inferencias que, de forma extremadamente simplificada, podemos agrupar en dos niveles de análisis aunque, en rigor, no son siempre fácilmente separables. En una primera etapa es preciso hacer inteligible el registro material mediante la construcción e interpretación de marcadores de poder. A diferencia de las fuentes textuales, la mayor parte de las fuentes materiales no están narradas, y por lo tanto es preciso “darles sentido” recurriendo, con frecuencia, a ideas previas que permiten identificar diferencias y procesos que pueden ser leídos en términos de asimetrías sociales. Esta operación requiere, por lo tanto, hacer explí-

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citos los sujetos sociales de los procesos observados y deconstruir la evidencia material. En una segunda etapa es preciso insertar el análisis empírico de estos marcadores dentro de una teoría social en la que adquieren significado y profundidad histórica, ya que en su ausencia los ‘datos’ son extremadamente ambiguos o incluso contradictorios. Solo por poner un ejemplo, recientemente Mauro Rottoli ha sostenido que la diversificación del cultivo de cereales que se observa en el período romano en el Norte de Italia es un síntoma de riqueza, resultado del acceso a un amplio número de recursos agrarios y a redes comerciales; en cambio, la diversificación de cultivo de cereales que se observa en la Alta Edad Media en el Norte de Italia es un síntoma de una economía campesina de subsistencia escasamente comercializada, que busca en la diversidad la reducción de riesgos que supone la especialización4. En un trabajo reciente dedicado al estudio de los marcadores de poder (Quirós Castillo 2013b) he defendido que los arqueólogos que trabajan sobre las élites en la Alta Edad Media suelen recurrir, quizás simplificando en exceso, a tres grupos de criterios y de estrategias de investigación a la hora de identificar las élites que inciden sobre diferentes aspectos del registro arqueológico: 1. En primer lugar habría que agrupar aquéllos criterios que exploran las formas de representación del poder (social display) a través de construcciones y objetos de exhibición social, el uso de objetos exóticos y de prestigio o el hallazgo de armas, lápidas y objetos de adorno personal en contextos funerarios, que en cierto modo exteriorizan lo que Walter Pöhl (1988) ha definido como estrategias de distinción. 2. En segundo lugar, otros trabajos inciden sobre los estilos de vida de las élites, legibles a través de los patrones de consumo singulares y/o exclusivos dentro de una comunidad rural y que denotan una mayor capacidad de inversión o la existencia de 4

Ponencia ‘Farming in Early Medieval Italy’ presentada al coloquio ‘Farming and animal husbandry in Early Medieval Europe (5th-10th centuries)’, en curso de publicación: https://ehutb.ehu.es/ es/video/index/uuid/50d359834967f.html.

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diferentes niveles de vida, en el sentido de C. Dyer (1991), entre las que destacan aspectos como las formas de habitar o los registros arqueobiológicos. 3. La tercera línea de actuación estaría basada en el análisis, directo o indirecto, de la acción del poder de las élites sobre los grupos subalternos a través de patrones como la ordenación autoritaria del poblamiento y de los paisajes, las formas de captación y almacenaje de rentas, las formas de ordenación o condicionamiento de los procesos de trabajo campesino, las pautas de especialización de determinadas producciones y, en general, aquéllos criterios que explican las formas de dominio sobre las personas y el territorio. El papel de la arqueología agraria y de los paisajes es fundamental en este campo, aunque hay que tener en cuenta que hay toda una serie de prácticas sociales cuya modesta materialidad puede esconder formas de dominio y de complejidad muy notables (p.e. Baker, Brookes, Reynolds 2011). No siempre resulta fácil separar de forma nítida estas tres categorías, de manera que en función de los acentos y de los marcos teóricos empleados por los investigadores es posible que una determinada evidencia pueda ser analizada desde una perspectiva u otra, y además no son categorías necesariamente excluyentes. En cualquier caso, estos criterios están ordenados, en mi opinión, en función de su potencialidad explicativa a la hora de estudiar las prácticas sociales. Además se puede establecer -hasta un cierto puntouna correlación entre la calidad de los registros arqueológicos disponibles y la naturaleza de las inferencias que pueden realizarse. Así por ejemplo si estudiamos un cementerio altomedieval únicamente a través de los objetos que aparecen en las ‘tumbas vestidas’ podremos operar únicamente en el primer nivel de inferencia, mientras que si realizamos estudios bioarqueológicos o isotópicos sobre los restos humanos estaremos en condiciones de realizar inferencias propias del segundo nivel de análisis. Si, además, se estudiase de forma conjunta el cementerio y los espacios domésticos y/o los paisajes estaremos, en línea teórica, en condiciones de entender las formas de dominio sobre las personas y los recursos que han ejercido las élites.

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La mayor parte de los registros de los siglos VI y VII del País Vasco y, en general, de todo el Norte Peninsular son demasiado escasos en términos cualitativos, extensivos y analíticos como para poder explorar en muchos yacimientos estos tres niveles de análisis, por lo que en ocasiones se han descrito más que explicado, delegando en recursos interpretativos externos la tarea de ‘contextualizar’ estos hallazgos. Y es aquí cuando entra en juego la segunda esfera de análisis: la teoría social que ‘da sentido’ a estos marcadores arqueológicos. La arqueología en prácticamente toda Europa es una disciplina histórica más que antropológica, y por lo tanto no resulta extraño que precisamente este bagaje teórico haya sido identificado precisamente en la historia de la alta edad media realizada por especialistas que han dado prioridad al registro textual. Esto explica la verdadera obsesión con la que los arqueólogos exploran -más allá de los aspectos académicos- la compleja relación conceptual que se ha venido a crear entre historia y arqueología en el estudio de las sociedades medievales. Esta relación entre dos hermanas celosas, como la ha denominado Paolo Delogu (2011), ha transitado por varios caminos que incluye una práctica arqueológica dependiente de los problemas y las expectativas formuladas desde los textos, una práctica arqueológica que busca su acomodo y ‘contextualización’ en la correspondencia o identificación de fenómenos y procesos observados desde las tradiciones historiográficas, hasta la construcción de un relato basado en el solapamiento de ambos recursos o la reivindicación de una autonomía disciplinar en los procesos de construcción de los registros con el fin de explotar toda su potencialidad. Lógicamente este no es el lugar donde abordar esta compleja relación, pero si es importante señalar que el estudio de las sociedades del norte peninsular se ha visto ampliamente condicionado por la dependencia de un marco teórico preconcebido en la que se han pretendido ‘encajar’ los hallazgos arqueológicos o buscar correspondencias directas, simplificando la complejidad de los registros. De ello se deriva que, por ejemplo, en el País Vasco tengamos aún dificultades para definir las élites en los siglos VI y VII, establecer la escala a la que operan o incluso determinar en términos lexicales y conceptuales si debemos hablar de poderes locales de carácter aristocrático,

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élites aldeanas o supraaldeanas5 en función del peso que se otorgue a nociones como la frontera, el posible proceso de militarización social o la geografía política del territorio del Cantábrico oriental durante este período tal y como se vislumbra a través de la documentación textual. En todo caso, el estadio analítico en el que nos encontramos permite reconocer elementos de asimetría social y política y, a partir de ellos, sugerir diferentes escenarios interpretativos. Pero las limitaciones cuantitativas y cualitativas de los registros son aún demasiado importantes como para trazar cuadros de una cierta solidez. Venimos, además, de una tradición de estudios fuertemente ideologizada que, desde posiciones como el vascocantabrismo (Ortíz de Urbina 1996), ha defendido planteamientos primitivistas apoyados en paradigmas como el de la escasa (o nula) romanización, enfoques más matizados como la teoría de la aculturación mediterránea (García de Cortázar 2005) o la existencia de aristocracias territoriales crecidas en el seno de la frontera y que se visibilizan en ‘sepulturas privilegiadas’ (García Camino Lógicamente 2002, 376). no se puede ni se pretende analizar en esta ocasión todas estas corrientes, pero frente a los trabajos que recurren a interpretaciones binarias que inciden sobre la debilidad o la fortaleza de la aristocracia en la Alta Edad Media o sobre la supuesta autonomía o dependencia del campesinado resulta, en nuestra opinión, mucho más útil el enfoque teórico y metodológico empleado por Chris Wickham en su obra ‘Framing the Early Medieval Ages’ (Wickham 2005). En este trabajo se explota toda la potencialidad de un análisis comparativo realizado entre diferentes espacios para explicar, en un marco fuertemente fragmentado y atomizado, la articulación de las sociedades locales. Un estudio comparativo reciente realizado en el valle del Ebro, la cuenca del Duero y el cantábrico me ha llevado a caracterizar el País Vasco en los siglos VI y VII como un territorio caracterizado por la ausencia de jerarquías poblaciones evidentes y de aristocracias hegemónicas. Por otro lado, los datos arqueológicos disponibles sugieren que la escala de acción de las 5

Ver las precisiones conceptuales contenidas en Halsall 1995, 2224 y Escalona Monge 2001.

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élites parece ser más reducida que la que observamos en otros espacios ibéricos próximos, como es el valle del Ebro y algunos sectores de la cuenca del Duero (Quirós Castillo 2011d). Ello no quiere decir, lógicamente, que no haya claras evidencias de jerarquías sociales y formas de complejidad social, pero con los datos de los que disponemos a día de hoy debo reafirmarme en estas conclusiones. Obviamente no todos los autores están de acuerdo (Azkarate GaraiOlaun 2011; Azkarate Garai-Olaun, García Camino 2012)6, aunque muchos de sus argumentos se basan más en la descripción de las formas de representación del poder que en el análisis de estilos de vida aristocráticos o en las formas de dominio. Y aunque este cuadro podría cambiar rápidamente a partir de nuevos hallazgos, la edición sistemática de intervenciones inéditas o el reexamen de yacimientos conocidos, en mi opinión es necesario renovar los marcos teóricos, socializar los resultados de los proyectos y generar marcos de debate, tal y como nuestro grupo de investigación intenta llevar a cabo desde hace años.

3. FORTIFICACIONES DE LOS SIGLOS V-VIII Pasemos ahora al análisis empírico de algunos de estos registros. El estudio de las fortificaciones de los siglos V-VIII ha conocido un notable desarrollo en los últimos años en el norte peninsular (Quirós Castillo, Tejado Sebastián 2012; Quirós Castillo 2013a). Además, este incremento de proyectos arqueológicos se ha producido al margen de la explosión de la arqueología preventiva, puesto que la mayor parte de los yacimientos aquí cartografiados no han sido obje to de restauraciones ni han sido afectados por la realización de obras públicas (Fig. 2). 6

Este último trabajo contiene una sesgada simplificación, no exenta de errores, de nuestros planteamientos (que por otro lado se han ido modificando a lo largo del tiempo en función del desarrollo de los distintos proyectos arqueológicos), haciendo valoraciones poco precisas sobre algunos yacimientos. No obstante, creo que en el proceso actual de construcción de los registros arqueológicos y es necesaria mucha generosidad intelectual propia y ajena, especialmente cuando son tan pocos los yacimientos publicados de forma sistemática o los foros de debate en los que clarificar puntos de vista. Asimismo una depuración de los conceptos y de las categorías de análisis permitiría, en mi opinión, dotar de profundidad y complejidad las propuestas actuales.

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Figura 2. Mapa de los principales centros fortificados altomedievales del norte peninsular analizados en el curso de los últimos años.

Aunque en la actualidad hay varios proyectos en marcha y otros no se han publicado más que de forma parcial, estamos en condiciones de avanzar algunas consideraciones preliminares sobre estas fortificaciones: - En primer lugar, la densidad de estas fortificaciones en el sector cantábrico y en el País Vasco parece ser reducida si se compara con la cuenca del Duero o el valle del Ebro. - En segundo lugar, las fortificaciones conocidas en el área cantábrica son de dimensiones reducidas si se comparan con los castillos poblacionales que se han localizado en la meseta, que en ocasiones llegan a asumir unas dimensiones y una funcionalidad de carácter paraurbano. - En tercer lugar, las secuencias ocupacionales documentadas en los castillos del tercio septentrional peninsular permiten sugerir la existencia de dos grupos de fortificaciones: aquéllos que hemos denominado ‘castillos de primera generación’ y que parecen fundarse hacia el siglo V en el marco de la desarticulación del sistema estatal imperial, y aquéllos ‘castillos de segunda generación’ que aparentemente emergen en el curso de los siglos VII-IX en el marco del proceso de consolidación de nuevas realidades políticas y sociales en nuestro territorio (Quirós Castillo 2013).

Pero aquí concluyen prácticamente todas nuestras posibles certezas, teniendo en cuenta que muchos proyectos siguen aún inéditos. No podemos establecer con facilidad si estas construcciones son fundaciones estatales, como por ejemplo han sugerido en otros sectores mediterráneos autores como G. P. Brogiolo y A. Chavarria (2005, 70), o se deben atribuir a la acción de élites locales, como han sugerido otros especialistas (Martín Viso 2006); no sabemos qué formas de dominio territorial se ejercen desde estos central places sobre los espacios rurales circunstantes; no podemos determinar con certeza como han interaccionado con los poderes centrales. Y la lista de interrogantes podría alargarse. Pero la realidad es que, salvo algunas excepciones, no se han realizado proyectos arqueológicos de una cierta extensión en fortificaciones altomedievales. Ciñéndonos al territorio del País Vasco, hay que constatar que prácticamente no contamos con castillos de primera y segunda generación, de tal forma que solamente a partir de los siglos X y XI se datan las primeras fortificaciones bien documentadas. En muchas ocasiones estos castillos son conocidos a través de la documentación escrita plenomedieval, y constituyen el reflejo del proceso de afirmación de poderes señoriales en un marco político y social bastante diferente al analizado en esta sede (Quirós

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Figura 3. Foto del castillo de Aitzorrotz (Eskoriatza, Guipuzcoa).

Castillo 2012). No obstante, hay que tener en cuenta que del casi medio centenar de castillos conocidos en el Pais Vasco, muy pocos de ellos han sido excavados de forma extensiva e incluso algunos de ellos conocidos mediante la documentación textual- aún no han sido localizados. Con todo, en los últimos años se están llevando a cabo nuevos proyectos arqueológicos que han permitido empezar, por vez primera, a documentar la existencia de ocupaciones de altura de los primeros siglos medievales. En el castillo guipuzcoano de Aitzorrotz (Eskoriatza), excavado por primera vez en el año 1925 y nuevamente a finales de los años sesenta por I. Barandiarán, se está llevando a cabo un proyecto arqueológico intensivo (fig. 3). Las excavaciones realizadas en los años 2009 y 2010 por I. Sagredo en proximidad de la ermita de Santa Cruz han permitido hallar unos depósitos con TSHt y probablemente cerámica altomedieval. También se han realizado algunas dataciones radiocarbónicas que apuntarían hacia una cronología tardorromana o altomedieval, aunque todos estos datos aún no han sido publicados. En todo caso, las pocas informaciones disponibles

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permiten pensar que se trata de una ocupación modesta (Sagredo Garde 2011). En la cumbre de Urkabe, situado en el municipio guipuzcoano de Oiartzun, se ha llevado a cabo una intervención arqueológica en la que se han hallado algunos depósitos en los que se ha obtenido una datación radiocarbónica fechable entre los siglos III y IV (Urteaga 2011, 385; Urteaga, Arce 2011, 224). No obstante, a la espera de que se publique la intervención no es posible determinar si se trata de una fortificación, tal y como se ha sugerido, ni la cronología de su ocupación. En el límite meridional del País Vasco, a orillas del Ebro, tenemos constancia de la existencia en el siglo VI de un castro Bilibensi o castelum Bilibium en la localidad riojana de Bilibio (Haro), colindante con Álava. El castro está mencionado en la Vita de San Millán como el lugar en el que habita el eremita Félix que se convierte en discípulo del santo (Oroz 1978, 189). En la colina donde se ubica en la actualidad la ermita de San Felices hay restos de paramentos plenomedievales que delimitan, en cualquier caso, una superficie muy limitada. Tampoco existe una relación evidente entre este castillo y la iglesia hallada en la

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Figura 4. San Martín de Lantarón (Lantarón, Álava).

orilla opuesta del Ebro a los pies de Buradón (Martínez 1994), cuya cronología está sometida en la actualidad a una profunda revisión. El último ejemplo analizado es el de Lantarón, uno de los proyectos en los que estamos trabajando en la actualidad. El lugar de Lantarón, situado en el occidente de Álava entre los municipios de Valdegobía y Lantarón, está documentado por primera vez en el año 897 como uno de los centros de poder en los que opera Gonzalo Téllez. Se trata de uno de los más importantes aristócratas activos que operan en el ámbito castellano entre finales del siglo IX e inicios del siglo X y, como ha subrayado J. Escalona, fue quizás el primer candidato que aspiró a dominar todos los condados castellanos unificados (Escalona 2002, 198). Lantarón fue pues una de las piezas o ‘sedes condales’ en los que se articulo el primer solar castellano, y de hecho en el año 935 Fernán González aparece como dominante también de este centro. Pero a partir del siglo XI la centralidad de Lantarón declinó a favor del cercano castillo de Término (actual Santa Gadea del Cid), aunque se mantuvo como centro de referencia durante toda la Plena Edad Media (Martín Viso 2002). El castillo de Lantarón está documentado como tal en un único documento del año 1175, por lo que no podemos establecer con seguridad que el centro altomedieval estuviese fortifi-

cado (aunque es bastante probable). En cambio la aldea de Lantarón debió de abandonarse probablemente en un momento comprendido entre los años 1384 y 1442. El proyecto arqueológico actualmente en curso aún no ha identificado el central places de Lantarón, entre otras cosas porque desconocemos cómo son estos centros en la Alta Edad Media y por la difícil visibilidad que presenta en la actualidad el término de Lantarón. En todo caso, las prospecciones y los sondeos han permitido comprender que se trata de una realidad polinuclear compleja y difusa comprendida entre el desfiladero de Sobrón, Bachicabo y Bergüenda, de tal forma que el castillo ha constituido solamente una parte del sistema. Algunos de estos centros han sido ya localizados y excavados arqueológicamente, entre los que destaca el lugar de San Martín de Lantarón (fig. 4), donde se ha hallado una ocupación doméstica y funeraria que se remonta, al menos, al siglo VII. Por otro lado, la documentación escrita de los siglos X y XII muestra la existencia en este reducido espacio de una anómala concentración de monasteria y palatia que no encuentra parangón en otros sectores del País Vasco. En definitiva, los datos arqueológicos de los que disponemos en la actualidad acerca de la existencia de centros fortificados en el País Vasco durante los siglos

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V-IX son muy escasos (Bilibio es el único caso seguro) y con frecuencia problemáticos. Y aunque este escenario podría modificarse en el futuro7, la evidencia de esta ausencia puede considerarse como un indicador de la simplificación política que parece caracterizar este territorio, aunque tampoco se debe excluir completamente la existencia de aristocracias regionales militarizadas que no se basen sobre sistemas fortificados. 4. REGISTROS FUNERARIOS Un segundo ámbito temático en el que identificar élites y centros de poder local en los siglos VI y VII es el de los registros funerarios, que han constituido tradicionalmente el principal escenario de estudio de la aristocracia de la Alta Edad Media. El cuadro arqueológico disponible se ha ido enriqueciendo en los últimos años con nuevos hallazgos, y aunque la atención principal de los especialistas se ha centrado en el análisis de los cementerios dotados de ‘tumbas vestidas’, hallazgos como los de San Martín de Lantarón o Tejuela se vienen a sumar a otros conjuntos como el de San Miguele en el que se han hallado cementerios de estos siglos carentes de armamento u objetos de adorno personal (Gil Zubillaga, Saénz de Urturi 2001). Como es bien sabido, a finales de los años 80, se hallaron a orillas del embalse de Ullíbarri-Gamboa un total de 116 tumbas en el lugar denominado Aldaieta. El nivel del pantano había bajado notablemente esos años como resultado de una importante sequía, lo que permitió el reconocimiento del cementerio distribuido en dos sectores principales. El 87 % de estas tumbas estaban ‘vestidas’, puesto que contaban con distintos tipos de objetos de adorno personal y ajuares (cerámicas, vidrios, etc.), y el 41 % del total incluía armamento (Azkarate, García Camino 2013). Además, como consecuencia de este hallazgo fue posible reinterpretar otros conjuntos recuperados previamente en el área alavesa y navarra, a la que se han ido 7

Así por ejemplo, cuando la Historia de Wamba cuando describe a los feroces Vasconum menciona la existencia de castra, aunque únicamente aplica esta categoría a localidades no situadas en el actual País Vasco, como Libia o los Pirineos (Historia Wamba Regis 10, 11).

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añadiendo a lo largo de los años otros yacimientos en el sector cantábrico hasta configurar un importante conjunto. No obstante, hay que señalar que la mayor parte de estos hallazgos están configurados por materiales descontextualizados (p.e. Guereñu, Gereña, Gasteiz) o hallados en posición secundaria, y muchos contextos primarios comprenden un número muy reducido de hallazgos (p.e. Finaga, San Mamés, Veleia). Por lo tanto, Aldaieta sigue siendo el yacimiento de referencia en términos cuantitativos, aunque no conocemos los espacios de habitación asociados a esta necrópolis, lo que indudablemente complica la interpretación del lugar. La interpretación de estos yacimientos ha ido variando a lo largo de los años. Tras una primera etapa en la que la se puso el acento sobre las peculiaridades culturales de estos hallazgos en comparación con los denominados ‘cementerios visigodos’, subrayando las analogías que presentan respecto a otros conjuntos continentales, desde hace una decena de años se están explorando otras lecturas de carácter sociopolítico. En particular I. García Camino en su tesis doctoral ha identificado estas ‘sepulturas privilegiadas’ con la existencia de poderes aristocráticos que “supieron aprovechar la situación que el territorio ocupaba en el extremo occidental de la frontera pirenáica...y cuyo poder fue oscilando al compás de la fortaleza o debilidad de los poderes centrales” (García Camino 2002, 376-377). Con posterioridad A. Azkarate ha abundado en esta argumentación subrayando el carácter militar y aristocrático de estos cementerios y los proceso de formación de identidades en el marco de una dinámica En trabajos de frontera previos (Azkarate hemosGarai-Olaun sugerido puntos 2011).de vista alternativos debido a que la distribución de armamento y de objetos de adorno personal de carácter continental no se limita al ámbito pirenaico occidental, por lo tanto parece difícil explicar estos hallazgos en un contexto de frontera. Recientemente ha sido hallado, en el curso de una intervención preventiva realizada en el casco de la villa de Alegría-Dulantzi, un conjunto arqueológico de gran interés. La intervención, que ha afectado una extensión de unos 800 m2, ha permitido recuperar una compleja secuencia ocupacional que arranca en la prehistoria y llega hasta la actualidad. El área indagada fue ocupada durante el período tardorromano por

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un espacio funerario que amortizó un área doméstica previa sobre la que se construyó en el período 4 (fechado en la segunda mitad del siglo VI y el siglo VII) un edificio eclesiástico asociado a algunos espacios domésticos y un área funeraria (Quirós Castillo, Loza, Niso 2013). Se puede atribuir a la fase 4a la construcción de un edificio de planta basilical conservado únicamente en sus cimientos o con pocas hiladas dotado de un ábside semicircular inscrito en un rectángulo con una cámara rectangular contigua, un aula rectangular presumiblemente dividida en tres naves, y un cuerpo cuadrangular situado al SO dotado de una pila con dos escalones revestida en su interior por un enfoscado rosáceo similar al hallado en la tumba fundacional que ha sido identificado con un baptisterio. El edificio ha sido fechado en un momento indeterminado del siglo VI a partir de la datación radiocarbónica de los restos humanos hallados en una tumba femenina en posición secundaria ubicada en el ábside y construida en el momento En el interior de la fundación del edificio del templo. y en su proximidad se han hallado un número mínimo de diecinueve tumbas, la mayor parte de las cuáles se localizaba en el aula del templo o en la cámara contigua al ábside durante la fase 4b. Todos los individuos han sido enterrados con una orientación E-O, siguiendo la alineación del edificio eclesiástico, y se ha reconocido la existencia tanto de sepulturas múltiples como individuales. En nueve de estas tumbas se han hallado ajuares que comprenden objetos de adorno personal, cerámicas, armas y otros materiales de prestigio que presentan grandes analogías con los hallados en la cercana necrópolis de Aldaieta, de tal forma que en el catálogo de materiales de este yacimiento se encuentran paralelos prácticamente para todas las piezas de Dulantzi. Tanto las dataciones radiocarbónicas como las analogías con el mencionado cementerio de Aldaieta permiten sugerir que este espacio funerario estuvo en uso durante la segunda mitad del siglo VI y todo el siglo VII. Además hay que señalar que la iglesia no estaba aislada, puesto que en su exterior se han hallado varios rebajes, estructuras negativas y agujeros de poste que indican la existencia de algunas estructuras domésticas próximas al templo. Sin embargo, la limitada extensión excavada, determinado por la naturaleza de la intervención, deja en el aire algunos

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aspectos interpretativos. La presencia de estas armas, ajuares y objetos de adorno personal: ¿identifica aristocracias territoriales? La presencia de este tipo de objetos en solamente la mitad de estas tumbas, ¿permite diferenciar los poderosos respecto al resto? Las características de estos objetos y la presencia de armas, ¿permite sugerir que son inmigrantes del área continental? El estudio biarqueológico e isotópico de este cementerio ha permitido dar respuesta a alguna de estas cuestiones. En primer lugar, el análisis de la relación isotópica de 87Sr/86Sr de 6 muestras de tierra y 32 antropológicas de individuos pertenecientes a varias fases del yacimiento ha permitido reconocer tres rangos de valores isotópicos que permiten diferenciar los individuos de origen local y dos grupos de inmigrantes. La mayor parte de los individuos analizados son autóctonos, puesto que presentan valores comprendidos dentro del rango de las aguas locales. De hecho, de los únicos tres individuos emigrados pertenecientes a la fase 4b, solo uno de ellos (el 204) cuenta con ajuares, y otros dos alóctonos (210, 211) carecen de ellos. En consecuencia, no hay ninguna correlación entre el ritual funerario y la proveniencia de estos individuos (Ortega etEnaliisegundo 2013). lugar, el análisis de los isótopos de carbono y nitrógeno de 65 individuos y 11 restos de fauna ha permitido establecer que la dieta de la población altomedieval de Dulantzi se basa en el consumo de recursos C3, con una aportación en casos puntuales de C4. Los análisis estadísticos infieren que existe una correlación entre los valores de δ15N y la variación cronológica. Dicho de otra forma, los valores obtenidos en el cementerio de la fase 4, son más elevados respecto a los de la fase 5 y son similares a los de la fase 6, lo que permite sugerir que los patrones alimentarios han sido diferentes en los siglos viii-ix respecto a los del VI-VII y X-XI en cuando a lo que se refiere al aporte proteinico. Además, el análisis interno de los individuos atribuidos a la fase 4 ha mostrado que no hay una diferencia entre los patrones alimentarios de los individuos enterrados con ajuares y sin ellos. Esta constatación nos permite sugerir que la pequeña comunidad enterrada en la iglesia de Dulantzi durante los siglos VI y VII era más homogénea de lo que la composición o incluso la ausencia de ajuares deja entrever (Quirós, Loza, Niso 2013).

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Teniendo en cuenta la casi total ausencia de iglesias coetáneas en todo el territorio del País Vasco e incluso las notables dimensiones del edificio, es razonable sugerir que constituye un marcador de poder en cuanto comporta una inversión arquitectónica poco frecuente en los contextos arqueológicos de este período. Esta estrategia de distinción se ve acentuada, ulteriormente, por el uso en algunos enterramientos de ajuares, armas y objetos de adorno personal. Por otro lado, las construcciones domésticas que se intuyen son muy similares a las identificadas en otros yacimientos campesinos coetáneos (p.e. Zaballa o Zornoztegi). En rigor, no tenemos ningún criterio para determinar si estos niveles de vida identifican aristocracias regionales o son propias de líderes locales, grupos familiares o élites rurales que han adquirido una relevancia social local en un contexto de fuerte competitividad social. En definitiva, de la misma forma que la ausencia de castillos no excluye completamente la posibilidad de la existencia de aristocracias regionales militarizadas, tampoco podemos asumir de forma mecánica y automática que un cementerio formado por tumbas con armas y otros objetos de representación identifique élites militares que actúan a escala territorial. Es más, el balance de conjunto que se puede hacer con los datos actualmente disponibles tienden a mostrar una estructura de los sistemas de poder mucho más segmentada.

5. OTROS CENTROS DE PODER RURAL: AISTRA De hecho, el último ejemplo apuntala esta línea argumental. En el yacimiento de Aistra (ZalduondoAraya), situado en el oriente alavés a pocos kilómetros de Dulantzi, se ha identificado un centro de poder rural de pequeña escala activo entre los siglos VI-VII al XII y que difícilmente puede ser identificado con una aldea. El lugar ha sido excavado durante los años 2006-2009 en colaboración con la University College of London, y se ha intervenido en una superficie de unos 1.600 m2 (Reynolds, Quirós Castillo 2011). Las primeras evidencias de la ocupación medieval se corresponden con la construcción de una serie de 5 terrazas de 120 m de longitud realizadas en la pen-

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diente occidental del yacimiento, que han sido fechadas en un momento impreciso situado entre mediados del siglo V y medidos del VI. Las estructuras atribuibles a este primer momento medieval están constituidas por una serie de evidencias negativas excavadas directamente en la roca que han sido muy alteradas por las ocupaciones posteriores (Fig. 5). En el siglo VII se produjo una primera transformación significativa del yacimiento. Se puede atribuir a este momento la realización de una serie de silos asociados a un fondo de cabaña así como una longhouse barquiforme. Esta construcción, que ha sido excavada de forma parcial, cuenta con unas dimensiones desconocidas hasta el momento en la arquitectura doméstica rural altomedieval peninsular, puesto que alcanza al menos los 20 metros de longitud y más de 6 metros de anchura. En su lado oeste está delimitada por grandes agujeros de poste, mientras que en lado sur esta delimitada por una roza perimetral de forma semicircular definiendo una planta a forma de barca. Una de las puertas de acceso al edificio se localizada en el lado meridional, donde se ha podido identificar un hoyo reforzado donde se ubicaría el gozne. Algunas alineaciones de postes presentes en el interior del edificio permiten pensar que la construcción estaba dividida en al menos dos ambientes diferenciados. En los rellenos de amortización de las estructuras domésticas de esta fase se ha hallado un broche de cinturón liriforme íntegro fechado a mediados del siglo VII, un abalorio de vidrio similar a los hallados en el cementerio de Aldaieta, además de varios fragmentos de cerámica tosca similares a la de Aldaieta o Dulantzi. En el curso del siglo VIII se produjo una nueva transformación del yacimiento. Se amortizaron las estructuras de las fases anteriores y se construyó un espacio funerario, una nueva longhouse barquiforme así como otra serie de edificaciones ordenadas en torno a un patio o espacio abierto central. Destaca sustancialmente la nueva longhouse (E5), que presenta características similares a las del período anterior (estructura sobre postes en los lados largos, remate con una roza semicircular en el lado oriental, acceso abierto en proximidad de la roza, divisiones en naves del edifico), aunque el espacio construido supera los 250 m2. También los edificios anexos muestran una cierta complejidad, como es el caso del E3, que se

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Figura 5. Planta del yacimiento de Aistra (Zalduondo-Araya, Álava).

encuentra dividido en dos espacios bien delimitados, cada uno dotado de un acceso propio. Todos estos edificios fueron objeto de frecuentes tareas de mantenimiento, puesto que se han identificado casos de agujeros dobles en casi todos ellos, de tal forma que sabemos que la longhouse permaneció en uso hasta el siglo X, cuando se construyó la iglesia privada de San Julián y Santa Basilisa. En el cementerio atribuible a esta fase no se han hallado ajuares u objetos de adorno personal. Por otro lado, el registro arqueozoológico muestra patrones de consumo propios de grupos socialmente elevados. En particular destaca la notable importancia de la caza, un dato absolutamente anómalo en los registros medievales de todo el País Vasco, el alto porcentaje de animales jóvenes, la relevancia de patrones de sacrifico orientados al consumo de carne y

el alto número de cerdos, que constituye el segundo taxón representado en los contextos altomedievales (Grau Sologestoa 2014). Este patrón de consumo contrasta, además, con el del yacimiento coetáneo de Dulantzi, donde parecen ser predominantes los ejemplares adultos. En definitiva, Aistra nos muestra la emergencia de un centro de poder local a partir del siglo VII en la llanada oriental alavesa y documenta con detalle estilos de vida propios de élites. Tal y como ha señalado H. Hamerow “the construction of a longhouse and associated buildings…required access not only to substantial quantities of material capital (i.e. timber) but also considerable ‘social capital’ in the form of reciprocal labour obligations, perhaps extending across several communities” (Hamerow 2012, 129). Por otro lado, destaca notablemente el contras-

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te existente entre los marcadores de poder existentes en Aistra y en Dulantzi.

6. CONCLUSIONES En definitiva, resulta aún complejo historiar la primera edad media del País Vasco debido a las limitaciones de los registros de los que disponemos, aunque también es cierto que en pocos años se está incrementado notablemente el número y la entidad de los yacimientos disponibles. Zornoztegi, Aistra o Zaballa han proporcionado ocupaciones domésticas de los siglos VI y VII a la vez que proyectos como el de Dulantzi han ampliado nuestro conocimiento sobre las sociedades locales en espacios concretos. Y aunque aún son muchos los interrogantes, es evidente que en algunos territorios como la llanada alavesa se observa una multiplicidad de realidades locales en los que se observan distintas formas de desigualdad social durante los siglos VI y VII. El patrón que define estos asentamientos es precisamente la ausencia de un patrón que se pueda generalizar, a pesar de las similitudes que puedan presentar algunos materiales. Resulta mucho más complejo, en cambio, determinar la escala de acción de las élites activas en este territorio, aunque la casi total ausencia de fortificaciones y de centros territoriales de articulación territorial de una cierta entidad llevan a cuestionar, en mi opinión, la importancia atribuida a la aristocracia8 militar que opera a una escala regional. Las características de las cerámicas halladas en los contextos de estos períodos no permiten identificar la existencia de una demanda aristocrática sostenida, aunque no se puede negar que ha habido talleres de producción de objetos de adorno personal, armamento y lápidas de una cierta entidad. Pero es muy probable que estos objetos estén sobrerepresentados en términos materiales respecto a otras realidades más comunes, menos A lavisibles. luz de los registros disponibles se podría sugerir que a lo largo del siglo VII han ido poniendo las 8

Nuevamente es pertinente recurrir a la diferencia conceptual que establece Halsall entre la nobility de rango definida por nacimiento, y la aristocracy definida en términos de poder efectivo, aunque no tenga un respaldo legal (Halsall 1995, 24). En la Alta Edad Media parece más pertinente traducir al castellano su nobility con aristocracia y su aristocracy con élites.

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bases sobre las que se construye, en los siglos siguientes, un nuevo orden social y político que, esta vez si, logramos enfocar de forma más nítida. Este cuadro podría ser coherente, además, con otras tendencias que se observan en varios sectores cantábricos. Pero en cualquier caso, la naturaleza de las inferencias que podemos realizar sobre estos registros sigue dependiendo, sustancialmente, de la calidad de los mismos y de los instrumentos de naturaleza teórica que manejamos. Visto que la escasísima documentación textual de los siglos VI y VII tiene grandes limitaciones y que el colapso de la arqueología preventiva va a ralentizar durante años la posibilidad de acceder a nuevos registros, es imprescindible superar el estado de la descripción del poder a través de sus formas de representación para explicarlo a través de sus formas de dominio y de acción social. AGRADECIMIENTOS Agradecemos a Alfonso Vigil-Escalera Guirado sus acertados comentarios que (otra vez más) han permitido mejorar el texto, aunque todos los errores son responsabilidad exclusiva del autor.

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