Qué es la globalidad o globalización

June 19, 2017 | Autor: Mario Rechy Montiel | Categoría: Globalización, Capitalismo, Capitalismo como religión, Globalizacion, Economia Global
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Descripción

Las falacias y mistificaciones de la globalización
Mario Rechy M.
Todo en nuestros días se hace como parte del manto de la globalización que supuestamente nos condiciona y nos obliga. Las políticas públicas, la producción, la educación, la información… Sin embargo es prudente preguntarnos si efectivamente todo tiene ese destino, o si este conjunto de naciones que es México tiene solamente ese horizonte. Y si cada uno de nosotros, sus ciudadanos, tenemos que pensar y actuar en función de ella.
Desde mi juventud participaba en la cultura sintiéndome internacionalista, pero guardando ese término una acepción bien diferente. Mi generación creció con la convicción de que los pobres o desheredados de la tierra teníamos en común un horizonte de fraternidad universal, y que sólo se oponía a nuestro sueño una clase burguesa internacional, por lo que todos debíamos adoptar una posición internacionalista de solidaridad en un único combate.
Como ustedes pueden notar inmediatamente, nos han volteado el asunto al revés. Como política económica, hoy la globalización pretende presentar un horizonte común para todas las economías, bajo el supuesto de que el mundo moderno hace a todas las naciones interdependientes, y que el mecanismo de mercado especializa a cada uno en la producción de aquello en lo que es más competitivo.
Sin embargo, ello no es más que un velo ideológico que oculta los verdaderos intereses de quienes impulsan ese mercado transnacional. Como bien dice el financiero y filósofo George Soros, estrictamente hablando deberíamos decir globalización capitalista. Esto es, se trata de una globalización orquestada y en interés de los grandes capitales, ni siquiera de los grandes países, sino de los capitales que ya no tienen nacionalidad ni patria, que hoy pueden concentrarse en la bolsa de Nueva York o Chicago, y al mes siguiente estar moviendo la especulación en la Bolsa de Hong Kong.
Este mundo globalizado es el que conviene a los grandes inversionistas. Que no se caracterizan por las excelencias de la producción, pues no producen nada, sino que especulan, apuestan a las fluctuaciones de precios, a los cambios de moneda, y que se mueven según el riesgo país y las tasas de interés.
Son ellos los que han también inducido a que se importen cantidades crecientes de maíz, trigo, frijol, arroz, a México, y que se produzca cada vez menos de estos alimentos en nuestro país, pues ellos comercializan esos productos traídos de Estados Unidos, de Vietnam, Filipinas o Canadá. So ellos los que sacan ventaja de que México se centre en la exportación de petróleo, jitomate, piña, cebolla, chile y otros productos de los que ellos definen los precios. Son ellos los que conceden la fabricación de algunos modelos de automóvil en Aguascalientes, o en el Estado de Sonora, y que sólko en –europa se puedan fabricar los modelos más avanzados de Mercedes o BMW. Es únicamente a los grandes capitales a quien conviene despojar a todos y cada uno de los países de su anterior base productiva en los renglones de básicos, tanto alimenticios como de vestido, pues de esta manera, teniendo el control sobre le comercio planetario, pueden mantener el monopolio en la distribución, en los precios y, en dado caso, presionar o chantajear con su distribución a cambio de concesiones políticas o nuevas ventajas comerciales.
En una economía global no interesan aquellos productores que siguen sembrando sus propios alimentos. No son racionales ni contribuyen al nuevo orden. Y por lo mismo constituye población atrasada o sobrante. Puede quedar desempleada o simplemente morir de hambre. Y las campañas para terminar con la pobreza pueden ocultar las acciones y lo que realmente se impulsa. En una economía global los grandes países constituyen economías superprotegidas. En primer lugar contra la mano de obra desplazada por la globalización. Tal y como ocurre en Estados Unidos, que nos obligó a abrir las fronteras para vendernos todo, pero nos cerró la frontera para exportar desempleados.
Los diseñadores de la globalidad hablan de libre mercado, pero aplican todo género de barreras arancelarias a las importaciones de sus socios y competidores. O encuentran pretextos para aplicar subsidios superiores a cualquier ventaja que pueda conseguir un competidor potencial. Para ellos el mercado debe ser global en la medida que lo aprovechan, y de economías protegidas en la medida que se vuelven vulnerables.
Pero la economía global tiene además otras implicaciones y consecuencias para el conjunto de los países y para países subdesarrollados como México. Por ejemplo, e ellos exportan maíz, y lo exportan subsidiado, desplazan producción mexicana porque los compradores prefieren pagar menos que consumir lo nacional. La consecuencia es el abandono de superficies sembradas, el mayor desempleo, la consecuente contracción del mercado interno, la ruptura de las cadenas de producción, la caída en la captación fiscal, y la reducción del producto nacional. En otro sentido, si se habla de un mercado global del petróleo, eso sólo en la medida que Estados Unidos, o mejor dicho sus empresas petroleras, junto con las empresas europeas, tienen la facultad de acopiar o comprar la producción de crudo. Y pueden en consecuencia aumentar sus reservas, pues desde ya son autosuficientes con lo que de por sí producen. Celebrando entonces un despojo legal de lo constituye un bien no renovable. Pero si un vendedor juzga justo subir el precio, entonces las empresas inundan el mercado con ofertas de petróleo, para forzar a la baja, reduciendo así los ingresos de los países exportadores.
La globalidad constituye el dominio de la realidad geopolítica por parte de los grupos financieros aun por encima de las fronteras nacionales, y sin que las políticas particulares de los países involucrados puedan restringir su movimiento o limitar su capacidad de acumulación. Quiere decir, por ejemplo, lo que hemos visto con la Reforma energética, o lo que significan las concesiones mineras que ha otorgado el gobierno mexicano despojando hasta a los pueblos originarios de su territorio.
Esto es la cotidianidad globalizada, a la que se sancocha con una educación "de excelencia", una cultura mundial, la difusión de un modelo de vida consumista, y un modelo de vida "republicana" en donde unos cuantos partidos hacen un show para que todo quede exactamente igual. Se trata de una cotidianidad global que hubiera sido impensable durante el periodo del llamado milagro mexicano, o cuando al gobierno federal le parecía más importante la soberantía que el comercio internacional.
De hecho, la globalidad quiere decir disolución de los estados nacionales para que domine la realidad sin fronteras del capital. Contra lo que exalta la televisión o lo que dicen los periódicos alentados por los monopolios, la globalidad no es algo que actúe en interés de los pueblos o de los ciudadanos, sino algo que se sobrepone a su interés inmediato porque reduce sus niveles de vida, destruye sus capacidades productivas, les hace más dependientes, e incluso atenta contra su identidad y sus valores.
Muy otra cosa entendíamos como la cooperación entre los pueblos sobre la base de la producción.
Las ilusiones que viven hoy los pueblos en el mundo sobre las bondades de una globalidad creciente, no son una quimera más sólida de lo que pretendió el Tercer Reich, o una realidad más estable de lo que se implantó por la fuerza durante la colonización del mundo por Europa. El tercer Reich descansaba en varios supuestos falsos, uno era el carácter superior de la raza aria, otro el que Alemania estaba predestinada a gobernar el mundo, y una tercera que el progreso industrial era la planca para conseguirlo. A su vez, la colonización europea partía de varios supuestos que el tiempo se encargó de desmentir. En un principio postulaban que incluso los habitantes ultramarinos carecían de alma, y por lo tanto era moral y decente matarlos para colonizar. Después, cuando los curas fundamentaron que había que reconocerles rasgos de humanidad, pues "entendían con el corazón", aunque no fueran estrictamente racionales, pues simplemente se les colocó algunos escalones más abajo en la gráfica civilizatoria para justificar la tutela y la aculturación. Y ello les permitió destruir las instituciones indígenas y mantener el etnocidio durante largo tiempo. Pero la emergencia del tercer mundo terminó por destruir los mitos sobre la superioridad del mundo occidental y sobre el nivel más alto en el escalón del progreso que éste pretendía.
Hoy, de la misma manera, la globalidad capitalista pretende ser la única opción, y la perspectiva obligada para todos en el planeta. Sin embargo, preguntamos: ¿Qué tiene que ofrecerles a los indígenas mixes? ¿Qué puede ofrecerles a los pescadores del istmo? ¿Cómo puede atender las demandas de la recién creada organización indígena nacional que celebró recién su congreso en la Sierra Norte de Puebla? Nada. No puede ofrecerles nada. Porque la globalización ve sus tierras como materia prima, como yacimientos de oro o de petróleo, y porque esos pueblos no representan dinero contante y sonante.
La globalidad no puede restaurar la producción de maíz en México, no puede revertir el que importemos la mitad de ese cereal. La globalidad no puede revalorar la producción familiar campesina. Ni ver con buenos ojos la economía minúscula de los pequeños talleres, y los negocios familiares. La globalidad solo quiere talar nuestros bosques, llevarse los minerales de nuestros cimientos, extraer el petróleo que podría servirnos a nosotros mismos para desarrollar una industria más avanzada que la simple producción de crudo.
La globalidad depreda, saquea, compra, extrae, acaba con los bancos de peces y crustáceos, y a cambio nos ofrece imágenes de televisión, música moderna, políticos funcionales a ella, enriquecidos y jactanciosos de su poder. En ningún momento políticos que reorganicen la economía y la vuelvan soberana.
¿Qué pueden ofrecerle los globalizadores a los que viven de su modesto trabajo en las regiones tradicionales de México? Solo inseguridad, producción de drogas, y un espejismo de una vida inalcanzable que se mira en el cine y se difunde por los medios masivos.
¿Y a dónde deben mirar entonces los campesinos y los trabajadores de este México que se niega a ser global? Pues a sus propios mercados, a sus economías locales, a su atonomía. Porque los paradigmas o supuestos en los que descansa la globalidad también son falsos. Es falso que todos podamos vivir como en Nueva York. Es falso que todos vamos a manejar un bmw o un maserati. Es falso que podemos desayunar cangrejo de Alaska, comer salmón de Canadá, y cenar un Bife argentino. Sólo los conductores o usufructuarios de la globalidad pueden hacerlo. Pero no suman más del uno por ciento de la población mundial.
No pretendo hacer apología del feudalismo. Ni tampoco propondré que acabemos con el comercio internacional. No es ese el punto. El punto está en identificar los fundamentos de la globalidad y ver su falta de correspondencia con el interés de la mayoría. No podemos aceptar un orden universal que implica una creciente disparidad en la distribución del ingreso. Ni que las políticas públicas se ocupen dadivosamente de darles algunas canastas a los damnificados del progreso. No podemos aceptar que nos sigan engañando con la filosofía del progreso. Tenemos que ser capaces de ver que hay tres supuestos que no se sostienen: 1 el comercio no es la base de la economía, es la producción su fundamento. 2 no es sobre la base de vender cada vez más fuera del país como puede progresarse, sino produciendo y vendiendo cada vez más dentro de nuestra propia frontera. Y 3 no es cierto que tenemos que ser tan productivos como en cualquier otra parte, porque la productividad no puede darse a costa del desempleo.
Si pudiéramos generalizar esta consciencia. Y si como ciudadanos nos empeñáramos en reconstruir nuestra economía. No desde el Estado, que está secuestrado por la globalidad, sino desde nuestra modesta realidad inmediata, tal vez podríamos rescatar otra perspectiva.
Crecer nuestros mercados internos será encaminarnos a tener un día excedentes. Y entonces podríamos llegar más lejos con nuestras mercancías. Pero tenemos al mismo tiempo que reorganizar el comercio, porque hoy está en manos de los monopolios y no podrá ser justo hasta que los productores intercambien entre sí sus productos. Y ello conlleva un cambio de énfasis de la competencia por la cooperación.
Es desde luego un largo camino. Que comienza por cierto en la consciencia. Que deberá proseguir por una sustitución de la política asistencial por una verdadera política de fomento y desarrollo. Por una erradicación del reparto de canastas y procampo para dejar en su lugar una política de inversión.
Ese horizonte no es todavía visible para todos. Pero desde la perspectiva del México Profundo, que no solamente comprende a los pueblos originarios, sino a la mayoría de la juventud y de los profesionistas libres, podemos decir que se repetirá la suerte de los otros proyectos del mundo tecnificado, con valores distantes, y que podemos plantearnos con confianza una ruta en la que veremos caer la globalidad, y el surgimiento de un mañana solidario y justo, en el que lo importante no será el capital sino el trabajo, y en el que el comercio exterior será solamente una parte menor y estrictamente indispensable. Pues el mundo del futuro no es el del dominio del mercado global, sino el de la consolidación de las economías locales. Aunque hoy decir eso parezca tontería o pecado contra la religión del neoliberalismo.





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