Problemas en torno a la utilidad de la arqueología para los movimientos sociales. El mundo maya, desde el Preclásico hasta la Actualidad

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Descripción

Torre Faryluk, Leonardo E. Escuela de Arqueología – UNCa Febrero 2015 Problemas en torno a la utilidad de la arqueología para los movimientos sociales. El mundo maya, desde el Preclásico hasta la Actualidad Monografía para la Cátedra Arqueología de América III

Historización del Mundo Maya: Desde el camino hacia la desigualdad social en el Período Preclásico, pasando por la consolidación del Mundo Maya en el Clásico, hasta la consolidación del sistema-mundo en el Post-Clásico; concluyendo en el actual escenario de conflictos de los pueblos maya.

Ya nos deshicimos de ellos una vez ¿por qué no habíamos de hacerlo de nuevo? (El Viejo Antonio a Marcos, mirando un sitio de la élite maya)

Introducción: Espacio y Tiempo. El conjunto de pueblos que actualmente la antropología y la arqueología denominan “mayas” fueron llamados así debido al uso de idiomas emparentados. Éstos, si bien distintos, tienen un origen común y comparten cierto número de palabras. Fue el lingüista Otto Stoll quien en el siglo XIX caracterizó la relación entre más de 25 lenguas, y quien decidió bautizarlas “mayenses” a partir de una de ellas, hablada en toda la península de Yucatán. La determinación de estos vínculos lingüísticos fue la base para el “descubrimiento” de la arrogada unidad cultural maya. Lo que actualmente reconocemos como el “área maya”, abarca una región de unos 900 kilómetros en sentido norte-sur, y 500 kilómetros en sentido este-oeste, desde la Península de Yucatán a la costa del Océano Pacífico en Guatemala, y de los estados de Chiapas y Tabasco en México al valle del Río Motagua en Honduras, respectivamente. Se trata de un territorio con amplia variedad de climas y topografías, donde pequeñas distancias significan grandes cambios de temperatura, regímenes pluviales y calidades de suelo. Navarrete Linares (1996), distingue para esta región cuatro zonas ecológicas. En primer lugar, la Península de Yucatán, la cual posee suelos calcáreos relativamente jóvenes, lo que conlleva un profundo drenaje de las aguas de lluvia, al punto que no existen

ríos sino los subterráneos, y a los cuales se puede acceder gracias a las típicas formaciones kársticas de la zona, los cenotes. Estos suelos son malos para la agricultura, al menos desde nuestra perspectiva actual, característica que además se ha profundizado debido a las prácticas de monocultivo. La segunda región son las Selvas de las Tierras Bajas del Sur, correspondientes a los estados mexicanos de Campeche, Quintana Roo, Tabasco y Chiapas, así como el Estado de Belice y el departamento Petén en Guatemala. En este espacio, el suelo es similar al de Yucatán pero más antiguo, por lo cual los procesos erosivos redujeron los niveles de drenaje a las capas inferiores del suelo, permitiendo la presencia de ríos y lagos superficiales. Sin embargo, se trata de un suelo pobre, que se mantiene estable gracias a la densa selva, que además fue y es, de gran provecho para poblaciones humanas con necesidad de refugio como ser aquellas que huían de la dominación colonial española. Al oeste del departamento Petén se encuentra la Planicie Costera de Tabasco, que posee suelos aluviales muy pantanosos, y que actualmente está habitada por los mayas chontales. Finalmente, las Tierras Altas de Chiapas y Guatemala son un sistema montañoso muy escarpado y salpicado por volcanes en actividad. Su diversidad altitudinal garantiza una amplia variedad climática. Actualmente se considera también como región maya a la Costa del Pacífico, un territorio de alta fertilidad, que tradicionalmente ha producido cultivos como el algodón y el cacao. El asentamiento de pueblos mayas en estas tierras se entiende como relativamente reciente. Cronológicamente, la época prehispánica en la zona denominada Mesoamérica ha sido dividida en tres grandes períodos: el Preclásico o Formativo (2500 a.C. a 200 d.C.), el Período Clásico (200 a 900 d.C.) y el Período Postclásico (900 a 1500 d.C.), con variaciones según la región específica a la que se remita. Para Braswell (1998), la periodización mesoamericana se constituyó confundiendo dos categorías, el tiempo de reloj y el tiempo de fase. Tomando a Cowgill, dice que la caracterización temporal es exigua, y que los arqueólogos utilizan más frecuentemente la identificación por períodos (el tiempo de fase), que se asocia a la presencia o ausencia de ciertos aspectos de las sociedades (muy disímiles, por cierto), desde la cerámica hasta las formas de organización política. El uso del tiempo de fase conlleva a la inevitable diacronía de un mismo período en diferentes regiones, o incluso, como es el caso del Epiclásico

en la zona maya, su total ausencia. De forma inversa, el concepto de Clásico Terminal, es usado solamente en dicho espacio geográfico-cultural. Sin embargo, dado que no es la intención discutir aquí la validez y utilidad de las periodizaciones y cronologías tradicionalmente usadas en la arqueología de México y Centroamérica, nos remitiremos a la clasificación presentada por López Austin y López Luján (2000), especificando las particularidades que pudiesen presentar los autores de la bibliografía utilizada en cada caso. En términos generales, los distintos períodos mencionados, presentan las siguientes características: PRECLÁSICO (2500 A. C.-150/200 D. C.) 

Preclásico Temprano (2500 a. C.-1200 a. C.). Comienza el proceso de sedentarización, asociado a la aparición de cerámica y de prácticas agrícolas, siendo el ejercicio del cultivo de tipo temporal. Conjuntamente al manejo de los suelos, se observa un aumento demográfico, aunque según la evidencia de asentamientos, éstos no suelen superar una veintena de chozas. La producción de bienes de subsistencia es mayormente para uso interno de la comunidad, que se organiza de forma homogénea



e igualitaria. Preclásico Medio (1200 a. C.-400 a. C.). En espacios geográficos con características que según los arqueólogos son más “favorables” en términos ambientales, se producen cambios tecnológicos, sobre todo en la esfera de la producción agrícola, como ser la aparición de canales, terrazas, represas y otras formas de control del agua. A mayor producción agrícola, mayor variedad de especies cultivables. Comienza la especialización laboral, y aparecen individuos que justifican la posesión de ciertos bienes, que se denominan de “prestigio”, como símbolos de validación de su autoridad en la comunidad. Dado que se han detectado enterratorios de sujetos con poca edad asociados a estos bienes, se asume que en estos momentos surgen las jerarquías por linaje. Las aldeas empiezan a presentar tamaños diferentes y arquitectura de tipo “público”. En el territorio mesoamericano, predomina el fenómeno Olmeca, con



quienes surge el calendario, la escritura y la numeración. Preclásico Tardío (400 a. C.-150/200 d. C.). Continúa la tendencia del período anterior en casi todos los aspectos de las sociedades. Se desarrollan asentamientos que por su tamaño y características de determinan como capitales proto-urbanas, con aldeas satélites. El comercio se desenvuelve fuertemente y se establecen largas rutas mercantiles, siendo la obsidiana un producto de gran relevancia, y por cuyo control (entre otros factores), se producen rivalidades y conflictos bélicos entre distintas sociedades.

CLÁSICO (150/200 D. C.-900 D. C.) 

Clásico Temprano (150/200 d. C.-650 d. C.). La producción agrícola es cada vez más intensiva, y con el aumento de la producción aumenta la población. El sector poblacional emancipado del trabajo campesino parece asentarse en núcleos urbanos, especializándose en otras ocupaciones, y dando paso a la distinción entre campo y ciudad. Las diferencias sociales se acentúan, y las élites gobernantes se consolidan como tales. Las capitales surgidas en momentos anteriores se transforman en potencias políticas de carácter estatal. El comercio a larga distancia se complejiza, y es controlado por los Estados. Predomina en todo el territorio mesoamericano lo



teotihuacano. Clásico Tardío (650 d. C.-900 d. C.). Muchos Estados, entre ellos Teotihuacan, llegan al fin de su ciclo, imponiéndose política y económicamente aquellos que hasta el momento eran sus subordinados. Se produce un fraccionamiento de los territorios y rutas comerciales profundizándose los conflictos armados, por lo que empiezan a observarse centros de poder estratégicamente emplazados y con arquitectura defensiva. La metalurgia se hace presente a pequeña escala al final del período.

POSCLÁSICO (900 D. C.-1520 D. C.) 

Posclásico Temprano (900 d. C.-1200 d. C.). La frontera norte de Mesoamérica sufre una profunda retracción hacia el sur, lo que permite el ingreso de pueblos agricultores y cazadores-recolectores. Se observa una amplia movilidad poblacional, y con ella, de ideas y elementos culturales diversos. Se asume que se trató de un período de gran inestabilidad política y profundamente militarista, dada la cantidad de arquitectura defensiva y las representaciones bélicas y fúnebres en el arte. Se desarrolla la



metalurgia. Posclásico Tardío (1200 d. C.-1520 d. C.). Surgen y desaparecen de forma súbita los Estados militaristas. Los vencidos en los conflictos bélicos son capturados como tributos, siendo inusitado el aumento de sacrificios humanos. Domina la Triple Alianza buena parte del territorio. Los procesos culturales locales “concluyen” con la invasión de los europeos, la conquista del territorio y el inicio del colonialismo español.

El Preclásico en la región Maya. La imagen del surgimiento de la desigualdad social. Corresponden al Período Preclásico Superior las primeras expresiones materiales de lo que siglos más tarde se convirtió en la “civilización maya”. Distintos autores están de acuerdo en que tanto esta cultura, como muchas otras de Mesoamérica, son resultado de la interacción entre poblaciones locales y grupos olmecas, de cuya presencia se encuentra evidencia en amplios territorios geográficos. Covarrubias (1946) es quien por primera vez realiza una descripción detallada de la producción artística de esta sociedad, centrándose en los hallazgos realizados en el sitio La Venta. Concluye que se trata de una “cultura madre”, de gran dispersión y duración temporal, que influenció de manera definitiva a muchas sociedades en el paso hacia el Período Clásico, dada su similitud con lo teotihuacano más antiguo, las primeras formas mayas y los objetos zapotecas. Stirling (1969) parece acordar con esta idea, y agrega que hacia el 100 a.C., en momentos finales de la era Olmeca, tanto el Valle de México como la región de Guatemala y Honduras estaban “marginadas” y “atrasadas”, situación que logran superar, en el primer caso, por haber creado la irrigación y habiendo heredado muchos rasgos olmecas. Los mayas de la segunda región mencionada, mejoraron la escritura, calendario y sistemas matemáticos. Para Clark y Blaker (1991), autores de una teoría más reciente, los olmecas tuvieron gran influencia en los desarrollos posteriores de Mesoamérica, pero más que una cultura madre, fueron a su vez resultado de procesos de interacción entre distintos grupos poblacionales. Esto es, una primera cultura “mestiza”. Observan que existe una relación entre los mokayas y los propios olmecas, consistente en dos etapas principales. La primera remite al origen mismo de esta sociedad, mientras que la segunda a su despliegue por todo el territorio mesoamericano. Estos autores consideran que los mokayas ingresaron a una región poblada de forma dispersa por comunidades “proto-mayas”, donde se dividieron en dos. El grupo mokaya asentado en la zona norte se consolidó en lo que se denomina arqueológicamente como grupos huastecos; mientras que los mokayas de la zona de Mazatán se mantuvieron con una forma organizativa política de cacicazgo simple. Por otra parte, los que se asentaron en la región del Golfo de México se desenvolvieron hacia la cultura Olmeca propiamente dicha. En torno al 800 a.C., aparecen varios asentamientos mayas, como ser Chiapas, El Baúl, Kaminaljuyú e Izapa, siendo este último quizás el más antiguo. Se trata de un conjunto de plataformas de tierra recubiertas de guijarros y losas de piedra (Longhena, 2005). Aunque estos sitios no son equiparables a los olmecas de la misma época, tales como La Venta, cuyo patrón arquitectónico altamente planificado pudo haber sido, según Clark (2001), el modelo para el

desarrollo urbano de sitios posteriores; todos ellos parecen indicar la presencia de relaciones sociales marcadas por la desigualdad, dado que presuponen para su construcción, la coordinación de la población por parte de una élite que proyecte y dirija la ejecución de los trabajos manuales. Se observa asimismo el inicio de una economía de mercado, que sería característica de la región maya en toda su historia. El jade, la obsidiana, las plumas preciosas, comenzaron a ser transportadas entre los diferentes asentamientos, junto con ideas y prácticas, que dada la presencia de ciertos tipos cerámicos compartidos en toda la región, tales como el estilo Mamom, y luego del 300 a.C. el estilo Chicanel, indican unidad cultural. Clark y Pye (2006), interesados particularmente en los orígenes de la desigualdad social, buscaron evidencia de relaciones asimétricas en el sitio El Vivero. Comentan que el problema que presenta esta temática es la ambigüedad del registro arqueológico, dada la dificultad que conlleva hallar indicadores de privilegio hereditario, pauta de que las clases sociales se encontraban sólidamente establecidas. Si bien se refieren a costumbres funerarias mokayas, cuando describen el hallazgo del esqueleto de un infante pigmentado de rojo, asociado a una piedra verde de río y un espejo de mica en la cabeza; mencionan que estas evidencias de posición de privilegio están bien documentadas para las sociedades olmecas y mayas. La mayoría de las teorías arqueológicas respecto al desarrollo de la cultura maya en las Tierras Bajas consideran que la población fue creciendo gradualmente hasta su punto culminante a fines del Período Preclásico Tardío. Cada investigador del área intentó demostrar que su sitio o su región de estudio fue históricamente más relevante que los demás, debido a alguna característica particular. Así, se ha propuesto que los cacicazgos más complejos se originaron en las Tierras Bajas como respuesta a la presión demográfica, o a las guerras resultantes del mismo factor. Se propuso también que la región nordeste de Petén fue el espacio donde estos desarrollos tempranos acontecieron, considerándolo una “zona nuclear” debido a que posee mejores suelos, aptos para la agricultura por roza. Se ha indicado que tanto Petén como el norte de Belice fue el área clave gracias a la posibilidad ambiental de estructurar rutas fluviales de intercambio con la zona del Caribe. Estos comentarios, de alguna manera desestimantes, provienen de Demarest, quien en 1984 esgrimió que a partir de las evidencias registradas en el sitio El Mirador, tales teorías pueden ser revisadas o abandonadas, a pesar de que el mismo no se encuentra emplazado en la denominada “área nuclear”. El sitio está en una zona pantanosa, con lluvias irregulares, malos suelos y poco conectada con rutas de intercambio. Pero su condición como sitio del Preclásico Tardío es precoz, siendo su auge mucho anterior a lo que usualmente se considera como el fin de dicho período. De manera contraria, la evidencia indica que la actividad constructiva y su supuesto poder político y

económico, tuvo un declive relativo en momentos posteriores, durante el Clásico. Es este autor quien propone quizás uno de los modelos más originales (al menos en relación a sus contemporáneos), para explicar la organización política y económica maya en relación a los llamativos crecimientos y declives de sus asentamientos a lo largo de lapsos temporales relativamente breves. Plantea un desarrollo político basado en un modelo tipo “mandala” o “gobierno galáctico”, que para finales del Preclásico, estaría nucleado en torno a El Mirador. Considera que los centros mayas de Tierras Bajas y sus áreas o regiones dependientes quedaron en un estado de equilibrio dinámico: las organizaciones políticas galácticas “pulsaban”. Mientras un nexo entre dos sitios se ampliaba, otro se reducía. La contracción de la órbita del poder del sitio podría explicar el declive gradual pero notable en la arquitectura pública y supuestamente en el tamaño de la población de apoyo del propio sitio. Tal modelo de pulsaciones, según Demarest, se ajusta mejor con evidencia existente sobre la transición del Preclásico Tardío al Clásico Temprano en El Mirador. Su modelo tiene ciertas similitudes con lo que actualmente se conoce como “Estado segmentario” y algunas propuestas de “heterarquía”.

El Período Clásico en las sociedades mayas, o la percepción clásica de las sociedades mayas. Los datos arqueológicos muestran que el inicio del Período Clásico, datado alrededor del 250 d.C., corresponde al desarrollo de centros ceremoniales surgidos siglos antes en Tierras Bajas, y que alcanzaron su apogeo en torno al 500 d.C. Sitios como Tikal y El Caracol en Guatemala, Copán en Honduras, y Yaxchilán, Bonampak y Calakmul en México, entre otros, corresponden a esta etapa. Los primeros poblados agrícolas del Preclásico Superior, tras haberse desarrollado y transformado en centros ceremoniales, adoptaron gradualmente la estructura de ciudades, con un entramado vasto y complejo. Alrededor de dichas ciudades continuaron los centros rurales donde se practicaba la agricultura intensiva. En el Período Clásico, la sociedad maya se expandió en los territorios que hoy corresponden a los Estados de México, Guatemala, Bélice, Honduras y El Salvador. Como bien esbozamos en el acápite anterior, no pareció tratarse de un imperio unitario sino de muchas ciudades-estado, con relaciones variables. El mencionado proceso de urbanización en esta región comprendió ecosistemas disímiles pero agrupados íntimamente en dos provincias fisiográficas, las llamadas Tierras Bajas y la península de Yucatán. Según Morelos García (1991), las alianzas y controles regionales que se fueron estableciendo facilitaron el intercambio, equilibrando la economía de las

comunidades a partir de una relación social de jerarquías por prestigio, tanto a escalas intra como inter-sitios. En consonancia con la profundización de los procesos comerciales, aparecieron los artesanos especializados, algunos de los cuales se dedicaban a la producción de forma masiva. Esto supone una compleja división del trabajo, que conlleva la dedicación temporal completa, por parte de quienes se avocan a la manufactura. En territorios como el valle de Oaxaca y el de México, se emplazaron talleres en los asentamientos urbanos, cosa que no ocurrió en tierras mayas, donde las artesanías se produjeron en las aldeas, compuestas por terrenos delimitados por vallas (algo que estaría indicando la existencia de propiedad privada), con estructuras domésticas de funciones diferenciadas. A diferencia de las aldeas, los centros mayas están dominados por la arquitectura pública, casi siempre con presencia de cerámica polícroma, uso de calendario, escritura y un arte de características monumentales. Se propone que, para el Clásico Temprano, asentamientos como Tikal, llegaron a contar con hasta 70.000 habitantes, teniendo en cuenta su núcleo y periferia. Tal fue su importancia, que dicho sitio es mencionado en inscripciones de centros distantes como Yaxchilán, por lo que se puede asumir que llegó a poseer rasgos de una capital regional (Manzanilla, 1993). En el auge del Clásico maya, parece ser evidente la centralización del poder político dada la presencia de estelas grabadas con retratos del gobernante. La gran cantidad de información contenida en las inscripciones y el atractivo estético del arte de la época han llevado a sobre destacar la singularidad de la cultura en estos momentos. Dichas estelas conmemoraban los actos de jefes políticos poderosos y sus familias, reflejando un orden social claramente clasista. Dentro de los complejos religiosos, se sepultaba a los personajes importantes como parte de un culto a sus antepasados, tal como se ha observado en las excavaciones del complejo Yune, en Copán: un conjunto de estructuras arquitectónicas superpuestas, donde se hallaron dos enterratorios reales en diferentes niveles, los cuales, según Sedat (1996) serían evidencia que el sitio se trataba de la sede del gobierno emergente del valle de Copán durante el Clásico Temprano. Argumenta que la construcción inicial fue testigo de la verdadera fundación de la dinastía Copaneca en el año 420 d.C., como lo especifica una estructura con inscripciones grabadas, el denominado Altar Q. Para estas épocas, los mayas interactuaron de manera continuada con la sociedad teotihuacana. Se estima que Kaminaljuyú, en Guatemala, contó con la presencia de sacerdotes y soldados provenientes del Estado emplazado en el Valle de México. Posiblemente incluso pudo darse algún tipo de alianza matrimonial (Nelson, 2004). Esta interacción, y podríamos agregar, influencia, se puede observar también en la arquitectura de Tikal (Millon, 1967). Así como se encuentran algunos rasgos arquitectónicos como las construcciones en talud-tablero,

también se han hallado restos de obsidiana verde provenientes de Pachuca, una fuente de aprovisionamiento cercana a Teotihuacán. Por el contrario, no se ha observado presencia teotihuacana en el conjunto de evidencias más célebre de la arqueología, la cerámica. A fines del Período Clásico comenzaron a aparecer inscripciones con contendido “pesimista”. En el sitio guatemalteco de Piedras Negras, así como en Palenque (Chiapas), se observan indicadores de crisis en el poder real. En este último sitio se menciona que “los dioses se perdieron, los reyes se perdieron”. Este registro está fechado en el 611 d.C., cuando la dinastía gobernante fue destituida (Moragas Segura, 2005). Hacia el 800 d.C. los centros mayas dejaron de erigir estelas y de realizar arquitectura pública. Hacia el 909 d.C. se grabó la última fecha en cuenta larga (que había sido iniciada hacia el 3000 a.C.). En torno al 950 d.C. se abandonaron los espacios monumentales de los asentamientos de las Tierras Bajas del sur. La presencia de grupos mexicanizados y el cambio de las rutas de intercambio de tierra firme hacia una modalidad marítima, indican cambios sociales profundos.

El Sistema-Mundo como marco interpretativo del Post-Clásico Maya. Con el declive económico, político y poblacional mencionado, se da por finalizado el Período Clásico, dando paso al Período Postclásico. A pesar de esta caracterización, profundamente instaurada en la arqueología, parece ser que la misma no condice con la evidencia actual. La definición misma del Postclásico presenta un agudo problema: depende de la fecha tomada para sus orígenes, pero la misma depende de su definición. Usualmente se lo enmarca en el 909 d.C., año en que fue finaliza la construcción de monumentos en las Tierras Bajas, según los registros del sistema calendárico de la cuenta larga. Mientras estos territorios iban siendo “abandonados”, comenzaron a surgir nuevas ciudades en la Península de Yucatán, entre ellas Chichén Itzá, que se consolidó en torno al 1000 d.C. Las ciudades de este espacio geográfico crecieron bajo la presión militar y cultural que significó la sociedad tolteca, ubicada hacia el norte del área. Otro espacio de continuidad maya, fueron las Tierras Altas de Guatemala y el estado de Chiapas. Más que un período de decadencia, el Postclásico representa un cambio de dirección en los desarrollos sociales mayas. Así, surgen nuevos temas de investigación que marcan la complejidad cultural de esos tiempos. Comercialmente se experimentó un enorme desarrollo, esta vez a través de las rutas de intercambio marítimo por las costas de Yucatán, quizás hasta América Central y el Caribe, con un correspondiente aumento en la producción artesanal. Los

datos que informan sobre esta actividad provienen de de dos fuentes, los registros etnohistóricos y los bienes intercambiados. Una segunda característica importante de la cultura maya Postclásica es la concentración de los sitios en entornos costeros o cercanos a ríos, con excepciones como Chichen Itzá y Mayapan. En el Postclásico también aumenta la belicosidad, tornándose comunes los sitios amurallados o rodeados de fosos. Se postula que esta situación de conflicto armado debió ser resultado de los grandes movimientos poblacionales de la época (Chase y Rice, 1985). La mencionada Chichén Itzá debió haber estado en clara competencia económica con Cobá. Si bien los primeros no pudieron controlar el territorio de los segundos, sí pudieron cortar sus vías comerciales, por lo cual, habiendo perdido Cobá sus alianzas con los territorios de Tierras Bajas, en ese entonces abandonados, se encontraron en una coyuntura de estrangulamiento económico. Hacia el 1100 d.C. Cobá abandonó la construcción de obras públicas, y se vaciaron sus asentamientos satélites. Por su parte, Chichen Itzá comenzó a decaer hacia el 1200 d.C., y con ella, toda su red comercial. Los registros históricos muestran que Mayapan y otras comunidades siguieron explotando salinas y otros recursos costeros, mientras que en la costa oriental comenzó un gran renacimiento cultural (Andrews y Robles, 1985). Entre los años 1200 y 1520, período correspondiente al Postclásico Medio y Tardío, Mesoamérica estaba más integrada que nunca en toda su historia. Evidencia de ello son los profundos lazos comerciales, las políticas imperialistas de los distintos Estados y la extensa presencia de determinados estilos artísticos e iconográficos. Es por ello que se considera aplicable la perspectiva de “sistema mundo” propuesta por Wallerstein, quien sin embargo, desarrolló su modelo para explicar el surgimiento del capitalismo. Para lograr que su aplicación sea factible en sociedades no capitalistas como las de Mesoamérica en momentos prehispánicos, autores como Berdan y Smith (2004), debieron realizarle extensas modificaciones. El modelo original consiste en un centro dominante y periferias dependientes, cuyas relaciones están mediadas por espacios semi-periféricos. Se trata de un sistema jerárquico en el que los centros productores de materias primas, la periferia, surten de materiales a centros económicamente complejos y desarrollados que acumulan excedentes y controlan el flujo de dichos bienes y su mano de obra asociada. Para su empleo en el contexto mesoamericano, se debió reconocer la importancia de los objetos suntuarios en las relaciones macrorregionales, se debió dejar de entender a las periferias como incapaces de reaccionar ante las imposiciones económicas, se tuvo que reconocer la existencia de muchos centros en el mismo sistema mundial (pasando entonces a discutirse subsistemas), y desarrollar estrategias

de análisis que incluyan distintos tipos de nexos entre los elementos del sistema. Se identificaron así distintos espacios, tales como los centros comerciales internacionales, las zonas productivas y las zonas de extracción de recursos; distinguiéndose además, entre “periferias especializadas” y “periferias generales”. Cada circuito comercial detectado arqueológicamente es considerado un “mini-sistema mundial”, que a su vez se integra a un sistema mayor. Las sociedades en la zona maya estaban ligadas más bien por el intercambio económico y simbólico, mientras que las de la zona del Pacífico sur enfatizaban el comercio marítimo y la interacción comercial. De este modo, cada subsistema desarrolló su propia estrategia funcional para lograr la integración regional a gran escala. Las piezas fundamentales de la construcción espacial del Sistema Mundial Postclásico de Mesoamérica fueron pequeñas ciudades-estado o sociedades estatales individuales, algunas de las cuales (solas o en forma conjunta) emergieron en diferentes momentos como puntos focales del sistema, en calidad de centros, prósperas zonas productivas, centros comerciales internacionales o zonas de extracción. Las ciudadesestado del Postclásico establecieron y mantuvieron entre sí importantes vínculos multidimensionales y entretejidos, de índole económica, política, social y religiosa (Berdan y Smith, 2004). Del mismo modo que, como dijimos, no se puede fijar con seguridad el comienzo del Postclásico dado que este varía de sitio en sitio, el final del período cuenta con la misma dificultad. Esto se debe por un lado, a una aparente negativa maya a aceptar artículos de origen europeo, o al menos por no haberlos descartado en contextos identificables. El sitio Nogroman-Tipu es una excepción, debido la presencia de tiestos españoles asociados a material de relleno en construcciones mayas.

Colonialismo español y surgimiento de los Estados modernos. La conquista española en la zona maya fue lenta y difícil, tanto por la decidida hostilidad de sus habitantes, como por la aspereza del entorno para los nuevos colonos. Así, el dominio castellano se limitó por un siglo y medio a las Tierras Altas y el norte de Yucatán. Las Tierras Bajas del sur se convirtieron en una región de refugio. Esta zona no fue sometida hasta fines del siglo XVII, a costa del exterminio de pueblos completos. En las zonas conquistadas, los mayas no se sometieron al gobierno español ni a las autoridades eclesiásticas, siendo más de 120 rebeliones el testimonio de su tenacidad. Muchas fueron las estrategias de resistencia

empleadas, tales como negarse a asentarse en los pueblos fundados por los colonos, a pagar tributo, o abandonar su religión. Las casas campesinas se tornaron centros culturales donde se garantizaba la reproducción de sus prácticas tradicionales. Otros pueblos optaron por emigrar a la selva. Pese a todos los mecanismos implementados, la colonización trajo epidemias que diezmaron la población. La imposición del gobierno y la religión europea llevó a la desaparición de los aspectos relativos a las clases de elite de los mayas, incluyendo la escritura, pero no así a los sectores de la sociedad que ya venían viviendo en las posiciones menos favorables. El fin del período colonial y el surgimiento de los nuevos Estados independientes no significaron una mejora para las comunidades mayas. El desarrollo del capitalismo a partir de mediados del siglo XIX, sometió a estas poblaciones a nuevas formas de explotación y expolio, reduciendo sensiblemente su nivel de vida. Pese a que esta situación continúa en la actualidad, los pueblos con identidad mayense, que cuentan con seis millones de personas, resisten y se proyectan al futuro (Longhena, 2005, Navarrete Linares, 1996).

Actualidad maya, viejas luchas y nuevas estrategias. La situación de las comunidades indígenas en todo el continente americano parece ser similar: discriminación, marginalización, expoliación de los recursos de sus territorios, explotación laboral, avasallamiento de sus prácticas culturales, etc. Sin embargo, tanto las estrategias de resistencia de dichas comunidades ante estas situaciones, como los discursos por parte de los Estados y los académicos, han tomado diferentes características en un asunto que es, sin dudas, un conflicto de clases. El territorio donde habita la población maya, que como dijimos antes, suma casi seis millones de personas, se inscribe dentro de los límites de varios Estados-nación contemporáneos. Por lo tanto, los resultados de las discusiones dependen de la actitud de los interlocutores. En algunos casos, lo maya es signo de pauperización, mientras que en otros es un símbolo identitario del país. Aún en otros, su presencia actual es directa y sistemáticamente negada. Cualquiera sea la postura de los gobiernos al respecto, los arqueólogos tienen gran parte de la responsabilidad. Como señalan García y Pereira (2007), el movimiento maya es cuestionado por ser considerado político ¿Se puede esperar que un posicionamiento ideológico sea interpretado de otra manera? La construcción de cualquier identidad es política, tanto la indígena como la estatal y la académica. Así, es política la arqueología, aunque quienes la ejerzan no tomen conciencia de ello o se nieguen a aceptarlo. Ninguna ciencia es ajena al sistema social donde se

desenvuelve, y menos aún esta disciplina en particular, que en la mayoría de los casos es regulada por el Estado. Se plantea que hay un conflicto entre las interpretaciones del pasado por parte de los arqueólogos y de las comunidades mayas. Para los primeros la evidencia es explicada de manera impersonal y materialista; mientras que para los segundos tanto la historia como los espacios físicos que remiten a ella están sacralizados, cargados de significados y símbolos de carácter espiritual. Para diferentes sectores de la sociedad, y por impulso estatal, los sitios arqueológicos, a su vez, son una fuente de ingresos económicos. En Guatemala, un caso paradigmático es Tikal. Incluso para los conservacionistas, este sitio es un enclave de la conservación de especies dentro de la Reserva de Biosfera Maya. Así, un mismo espacio físico está entrecruzado y contiene múltiples significaciones. El discurso del Estado se adjudica la representación de todas las posturas e intereses antes mencionados, así como el derecho para administrar este patrimonio, que como el mismo término lo indica, es considerado “propiedad”. Pero el Estado no actúa de manera simétrica con toda la población. Es más, incluso en los gobiernos más progresistas, es imposible que sea absolutamente equitativo, dado que su estructura organizativa conlleva inherentemente, la existencia de sectores con poder y sectores subordinados. Así, en el caso de Guatemala, son las comunidades indígenas las que históricamente han quedado relegadas frente a los grupos que ejercen la administración. Arqueólogos implicados en la problemática del diálogo entre los Estados y las comunidades indígenas, como por ejemplo Cotji Ren y colaboradores (2007), suelen coincidir en que la disciplina debe aportar en la búsqueda de soluciones a los conflictos étnicos; pero tienden a hacer notar que las colaboraciones mutuas hasta el momento han sido generalmente indirectas o incluso involuntarias, con algunas excepciones, por supuesto. Arguyen que los arqueólogos trabajan principalmente para la ciencia, para sus unidades académicas y para producir información destinada al mercado comercial e intelectual. En los mejores casos, los proyectos están orientados a que las comunidades mayas se inserten en el mercado capitalista desde posiciones más favorables, o simplemente brindan información que es reapropiada y resiginificada por éstas. Otros arqueólogos, y con ellos los Estados que los respaldan, dudan que exista una continuidad cultural entre las poblaciones actuales y los mayas prehispánicos, negando así cualquier posibilidad de lucha a partir del uso como herramienta de la adscripción étnica. Herramienta que se visualiza como básica para el reconocimiento de sus derechos.

Cuando lo indígena forma parte de la argumentación política del Estado, éstos se asumen “multiculturales”, “diversos”, pero siempre reticentes a que reclamos como el derecho a la autonomía o el autogobierno sean puestos en discusión, como si éstos conllevasen necesariamente a la escisión de sus territorios, una amenaza a la “soberanía nacional”. En estos casos, las legislaciones regulan una forma adecuada de “ser indio”, reconociendo la identidad de un “otro”, incluso esencializándola, siempre y cuando ésta se defina por la aceptación de una identidad mayor, ligada a la idea de “patria” (que también es una esencialización, usualmente promotora de valores que están a un paso de la xenofobia). Estas formas de reconocimiento de la diversidad no son más que sutiles mecanismos de ocultamiento de algo muy diferente, pero que se tiende a confundir: la desigualdad. Como lo planteó el analista político Víctor Ferrigno, según Bastos y Camus (2004), el Estado no tiene ningún inconveniente en permitir que los mayas desarrollen sus prácticas culturales, mientras se sigan muriendo de hambre. A más rígidos parecen ser los discursos del poder en contra de las comunidades indígenas, estas suelen asimilar más fuertemente determinadas posturas esencialistas, ya que las mismas necesariamente amplían la brecha entre el “nosotros” y el “otros”, entre el oprimido y el opresor. La identidad se transforma en un búnker: un espacio de resistencia a través del aislamiento. Se trata generalmente de posiciones coyunturales que garantizan la permanencia de sus luchas. La diversidad interna en todo grupo social es innegable, y se hace visible una vez que sus movimientos están asentados y son reconocidos externamente, como se ha dado con el caso del Neozapatismo, movimiento que comentaremos en párrafos posteriores. Para Macleod (2006), el mayor reto de la interculturalidad en Guatemala pasa por el entendimiento y apreciación de la diversidad de saberes, en este caso, los saberes mayas. Esto no significa que todos deban interiorizarlos, sino más bien reconocer su existencia para darles un lugar en el ámbito del conocimiento. En Honduras, la situación es inversa: el Estado oficializó la herencia maya como parte de la identidad nacional. Podríamos pensar que se trata de un gran avance en los procesos de inclusión y reconocimiento de la diversidad cultural y los derechos de las poblaciones establecidas en el territorio antes de la existencia del Estado nación moderno. Sin embargo, esto es posible mientras no se cuestionen las bases organizativas del mismo, ni al sistema económico imperante. Además, al momento que la identidad maya es absorbida por el Estado, se invisibiliza la presencia de otras formas de ser indígena. Entre la población hondureña estos “otros” no permitidos son los Lencas, un grupo étnico que habita zonas contiguas a Copán y varias ruinas mayas, cuyos ancestros resistieron a la llegada española en dicho territorio. Aquí

el gobierno, a través del uso de ciertos discursos científicos, aseveró que la civilización maya es la piedra angular del autorreconocimiento y la construcción de la identidad nacional. Se produce un proceso que Euraque (1998) denomina “mayanización”, y que se refleja como la puesta en valor de ciertos sitios arqueológicos en pos de la construcción de una imagen del Estado. Así, los indígenas Lencas son destinados a la invisibilidad, mientras se destaca la monumentalidad de las élites mayas. En 1994, representantes de estas comunidades, mayanizados casi 100 años atrás, comenzaron a marchar reclamando por sus derechos, casi al mismo tiempo que había comenzado la rebelión Zapatista en Chiapas (México). Si bien las imágenes de los guerrilleros del EZLN, quienes escondieron sus rostros para hacerse ver, recorrieron los medios de comunicación del mundo como un reguero de pólvora a partir de su aparición el 1º de enero de 1994; la lucha maya en Chiapas no comenzó en ese momento. El levantamiento zapatista es el pico en una cadena de conflictos sociales que politizaron y organizaron durante décadas a un sector de los indígenas chiapanecos, habitantes de una región de México con estadísticas de accesos a servicios como salud o educación, que alarmarían a los menos afines al movimiento. A pesar de sufrir una marcada exclusión por parte del Estado, los indígenas de la Selva Lacandona no viven fuera del capitalismo, sino inmersos en el mercado de fuerza de trabajo, de insumos, de productos agrícolas, de artesanías e incluso, como muestra Coronado (2008), en la industria turística que debido al impacto del EZLN ha tomado aspectos particulares en lo que se ha dado por denominar el “zapaturismo”. Los originarios chiapanecos y el EZLN tampoco mantuvieron una misma línea política a través del tiempo, demostrando con el paso de los años un amplio manejo de diversas estrategias de lucha, y llegando a obtener un reconocimiento mundial tan amplio, que lo indígena pasó a representar la búsqueda de reconocimiento y emancipación para múltiples y muy diversas formas de “ser” en el mundo. Así, el EZLN se inició con una perspectiva marxistaleninista de la lucha armada, que contemplaba el avance desde el campo a la ciudad, razón por la cual se lanzaron a derrotar al ejército mexicano y a tomar la ciudad de México. La represión militar fue inmediata y la desproporción de fuerzas los llevó a abandonar esta idea casi de inmediato. La imposibilidad del gobierno de realizar una masacre en momentos que todas las cámaras estaban puestas sobre San Cristóbal de las Casas, abrió el camino al diálogo. En los Acuerdos de San Andrés, se logró el reconocimiento oficial de algunos derechos básicos y de algunas reformas legales a favor de las comunidades mayas. En estos momentos no se planteaba la autonomía, la autogestión o los gobiernos locales paralelos que hoy representan los Caracoles. Luego de que el gobierno se negase a cumplir con estos acuerdos de 1996, se

organizó la Marcha del Color de la Tierra, que exigió una reforma de la constitución nacional con el reconocimiento de todos los derechos indígenas. Este intento fracasó, debido a la presión de la derecha. En 2006 se organizó La Otra Campaña, popularizándose la expresión “todos somos Marcos”, una invitación a la construcción de espacios para visibilizar a todo tipo de sectores sociales y un amplio panorama de reclamos, donde destacaron aquellos de tipo étnico, de clase, de género e ideológicos. Luego de ésta movilización que cubrió todo el territorio mexicano a lo largo de casi un año, el EZLN se replegó a Chiapas apareciendo por medio de cartas y comunicados de prensa de forma más esporádica. La problemática y las luchas de los pueblos mayas exceden actualmente sus territorios tradicionales, ya que han generado inspiración y han logrado apoyo de todos los rincones del planeta. En el Encuentro Internacional por la Humanidad y Contra el Neoliberalismo, que se celebró en Chiapas en agosto de 1996, se puso en marcha un movimiento, que como lo expresó el Subcomandante Marcos, estaba organizado “por todos los rebeldes del mundo”. La idea de “una red intercontinental de resistencia” fue expuesta en la Segunda Declaración de La Realidad. No se trata de una estructura con un director o un responsable único en la toma de decisiones; no tiene un poder de mando central, ni dispone de jerarquías. Quienes participan son la red. En 1997 los partidos zapatistas europeos agrupados en el movimiento Ya Basta organizaron un segundo encuentro en España. Al año siguiente, nació el conocido como “movimiento anti-globalización”, que en realidad es el “movimiento anti-neoliberalismo”, celebrando un encuentro en Ginebra. Desde un primer momento, atraídos e inspirados por el neozapatismo, participaron grupos anarquistas y sindicatos de España, Gran Bretaña y Alemania, la Liga de Agricultores Socialistas Gandhianos de la India, asociaciones de pescadores de Indonesia y Sri Lanka, sindicatos de maestros argentinos, grupos indígenas como los maoríes de Nueva Zelanda y los kuna de Ecuador, el Movimiento de los Sin Tierra de Brasil, entre muchos otros. De toda esta interacción surgieron nuevas formas de enfrentarse al poder establecido, al status quo Estatal y capitalista: el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional pasó a ser un tipo de “ejército” que organiza “invasiones” de bases militares, en las que cientos de rebeldes invaden completamente desarmados, gritando y tratando de avergonzar a los soldados que en ellas están destinados (Graeber, 2002); o grandes marchas como la ya mencionada “Otra Campaña”, donde comenzó a desandar su imagen de vanguardia, remanente de la perspectiva marxista de revolución con la que se iniciaron, para tornarse simplemente en un canal, un espacio de interacción y apoyo mutuo. Como dijo el propio Marcos, el EZLN quiere perder la “E”.

Si el neozapatismo es observado por todo el mundo, es porque permite visibilizar múltiples conflictos sociales, mucho más allá del indigenismo que fue su punto de partida. Esta idea de serruchar todas las sillas del poder es tal, como decía Don Durito, que incluso en la actualidad, momentos en que la población mexicana está viviendo un profundo proceso de reevaluación respecto a las bases sobre las que está constituido su Estado a raíz de la desaparición de los 43 estudiantes de la escuela normal de Ayotzinapa (estado de Guerrero), el EZLN es una fuerza revolucionaria más, junto a muchas otras que están actuando para concretar un cambio. El objetivo no es la toma del poder estatal, sino el desenmascaramiento, la deslegitimación y el desmantelamiento de mecanismos de dominio a la par que se consiguen espacios de autonomía cada vez mayores.

A modo de cierre. Se planteó que la colaboración mutua entre los mayas actuales y la arqueología, en el mejor de los casos, es indirecta. Esto queda claramente reflejado en la bibliografía utilizada en el presente trabajo, la cual remite por un lado a las investigaciones relativas a los mayas prehispánicos y por otro a los actuales. Contraponiéndolas, las perspectivas y abordajes son diametralmente diferentes, las relaciones escasas. Algunos autores han propuesto que esto se debe básicamente a cuestiones de posicionamiento político o al manejo de cosmovisiones distintas por parte de los actores implicados. Consideramos que esta dicotomía radica en realidad, en el tipo de preguntas realizadas. Los movimientos indígenas propugnan por el reconocimiento de sus derechos, por la autonomía o más ampliamente, por la emancipación total de las clases subalternas. Para ello requieren respuestas y soluciones en torno a sus objetivos; respuestas que no van a encontrar en papers que son resultado de investigaciones apuntadas a conocer cómo surgió la desigualdad social, cómo se conformaron los Estados, los espacios urbanos o las economías mercantiles, o cómo las clases dominantes legitimaron su poder. Los arqueólogos, que tanto han recalcado los peligros de abusar de las analogías etnográficas, parecen incapaces de evitar la mayor de todas: el uso del Estado-nación moderno con burocracia centralizada y jerárquica, así como de la economía capitalista como únicos caminos para explicar formas de organización pretéritas. Actualmente la historia reconoce (y mucho más la antropología), que el tipo de gobierno basado en soberanos “absolutos” y las economías mercantilistas, no tomaron forma en Europa sino hacia el siglo XVII, cuando las formas de organización poliárquicas, heterárquicas e incluso anárquicas, además de una

enorme variedad de “economías humanas” (Graeber, 2011), comenzaron a ser desplazadas. Parece ser difícil romper con conceptos, estructuras y lógicas morales que resultan cómodas y comprensibles para los actuales valores burgueses (Daneels y Gutiérrez Mendoza, 2012). Los marcos teóricos predominantes en la arqueología mesoamericanista son la historia cultural, el materialismo histórico y el procesualismo. La primera está interesada solamente en las “altas culturas”, remitiéndose con desprecio a aquellas que considera inferiores, meras receptoras de las influencias de las primeras. La segunda, con una concepción lineal y en cierto sentido evolutiva de la historia, se conforma con comprobar la existencia de opresores y oprimidos. La tercera, también evolucionista, y con una idea del progreso a través de la mayor obtención de energía por medio de la explotación de los recursos del ambiente, hace una defensa más o menos intencionada al capitalismo. Estos modelos no solo ocultan la gran diversidad de prácticas de interacción política y económica, sino que son de utilidad nula para aquellos que desean generar prácticas sociales exentas de relaciones de dominación. Modelos alternativos de interpretación arqueológica, tales como el Estado segmentario, el faccionalismo, los sistemas corporativos, la heterarquía y la anarquía, pueden empezar a dar respuestas al lado menos atendido de las relaciones en contextos con desigualdad. Indagar cómo funcionaron las relaciones de ayuda mutua, la descentralización del poder, las formas de cooperación o las economías humanas, podría significar un gran cambio a la hora de mejorar las relaciones entre los intereses de las comunidades indígenas y los arqueólogos.

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