Presentación de \"Otoño\"

July 7, 2017 | Autor: F. Marin Naritelli | Categoría: Poesia Chilena
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Descripción

Presentación del libro "Otoño" (1 edición) de Francisco Marín Naritelli

Hans Stange Marcus
Marzo 2014


Buenas tardes,

Quiero agradecer a Francisco Marín la invitación para que presente su libro. También a Nevenka Astudillo, de editorial Piélago, nuestra anfitriona. Y a todos los asistentes que han venido a acompañar a Francisco en este importante momento.

Francisco me ha contado que muchos de los poemas presentados en el libro fueron escritos hace ya una década, por lo que él considera esto una "antología personal". Quiero recalcar este último término, "personal", pues me parece que es la palabra clave de todo el libro.

Otoño está dividido en dos partes, que en un sentido son libros diferentes y, en otro sentido, son el mismo. Intentaré explicar por qué.

La primera parte se llama Elogio y persistencia y es una colección de poemas muy personales e intimistas. Proponen líneas acerca de la experiencia privada del autor y de su mirada emotiva acerca de las cosas que le rodean inmediatamente (objetos de la casa, calles y personas cercanas). Es casi imposible que el mundo de lo amoroso no aparezca en estos poemas.

Los primeros versos de esta parte son sintéticos, mínimos y producen un efecto parecido al de los famosos hai ku: "Triste hoja parada / El viento que la sopla / Triste hoja arrancada" (Otoño, 11).

El resto de los poemas no tienen, por lo general, comienzo ni final, son como acumulaciones de versos que no dan lugar a unidades de sentido, sino a flujos y flujos de imágenes y sentimientos sugeridos, cuyo significado queda al arbitrio del lector.

Ya sea a causa de una explícita estrategia fragmentaria o por la dura hermeticidad de algunos simbolismos, el conjunto forma una estética rabiosamente posmoderna, como atestiguan los siguientes ejemplos:

"Podría haber sido luciérnaga / Esta espera de rotos girasoles / Ahora no tienes cobijo / ¡OH corazón ígneo!" (Otoño, 11)

"Mi corazón te golpea. / Y tú eres fumarola, te incendio / Soy lo que fueron mis crucifijos, / Mis vetas, lo inmenso. / No alcanzan las iglesias / O las putas en la áspera alcoba." (Elogio, 79)

La única imagen maestra del libro es, entonces, la de unos versos que se amontonan unos sobre otros en desorden, como las hojas de los árboles en otoño.

En muchos casos la musicalidad de los poemas es extraña. El verso libre no sigue una prosodia recurrente y se colocan pausas y aliteraciones en momentos inesperados.

Pero al avanzar un poco en las páginas del poemario, se descubre la melodía implícita en estos textos: es la de las canciones populares. Vistos de esta forma, muchos textos de Marín bien podrían no ser poemas en un sentido tradicional, sino letras de canciones esperando la música adecuada, por ejemplo:

"Ya no veo el desespediente. / Ni tantas cosas arrojadas con obstino. / Ya no siento la quema incombustible / De tus ojos aguileños. / Era que el racimo se desprendió. / Era que el fondo se hizo carne de mariposa. / Tal vez ya era tarde para cazar crepúsculos" (Aparte, 21)

"Alguien anda por ahí. / Rabioso de amores profundos." (Alguien anda por ahí, 61)

"Mi memoria es un puñal sin cabellera." (En el ocaso, 93)

"Ya quisiera yo golpear al padre ebrio / Y dejar una única estela de huesos y pólvora / Ya quisiera yo olvidar a los fornicadores de madres / Al vivo excremento de cebollas y conversaciones / Y decir: ¿por qué del ayer?" (Los versos negros, 96)

El poema Silencio (83-85) es genuinamente una canción de rock latino aguardando su partitura. Esta extrapolación de los textos de Francisco es también un rasgo posmodernista de su trabajo: sus referencias no están solo en la literatura, ni principalmente. La forma clásica de la imagen poética desaparece aquí para dar paso a una especie de éxtasis sensual con el simple sonido de las palabras.

La segunda parte es un poco confusa. Se titula El viento que barrió las hojas y en ella Marín reúne poemas de un tono político y social más notorio. Es un ejercicio tímido, en cualquier caso. La referencia a la historia reciente y a la conflictividad social que emerge de ella reclamaría de los textos una relación con la realidad más "metonímica", pero Francisco parece querer permanecer en el registro de la voz interior, con el cual se siente claramente cómodo.

Esto produce como efecto un tipo de romanticismo anacrónico, que puede literalmente "sonar" contradictorio con los versos de la parte precedente. Es como si un espíritu anterior a nuestra edad observara en retrospectiva hechos que ocurrieron después de él: como si un modernista de los 40 hablara del golpe de Estado de 1973 en pasado.

Tal sensación se acrecienta al percibir el influjo nerudiano en esta parte del libro. No solo hay un poema titulado Neruda (171-174), sino que muchos textos están plagados de las poderosas palabras y las exuberantes exclamaciones del vate.

Marín recibe aquí las "piedras tutelares", los "cantos del agua" y otras expresiones similares como propias. Poemas como Las cosas del cielo (123-125) y Pequeña patria (128-130) son buen ejemplo de esto.

Este modo de escribir es riesgoso. No solo la sensibilidad de Neruda es ya un poco ajena a nuestra generación sino que ideológicamente reclama un "gran relato" que el posmoderno Marín se niega a ofrecer. El resultado conlleva algunos versos fallidos -los menos- pero vale la pena, pues exhibe el profundo dominio que el autor tiene de las múltiples dimensiones en las que habita la palabra.

La segunda parte forma una colección que, al parecer, pretende ser el opuesto o el complemento de los poemas más subjetivos del escritor y que, sin embargo, se resiste a abandonar su tono más constante, el de la autodefinición:

"Y soy yo mismo vestido de antaño" (Eterno, 75)

"Si pienso tanto y me busco, y estoy solo / Repito el puro de violencia. / Lanzo dados. Espero mucho / Escribo, desdeñado. / Hoy fue el mismo día que se repite. / Día a día, alambrado." (La última cruz, 154)

Por consiguiente, los mejores poemas de Francisco se reparten equitativamente entre ambas partes del libro. Estos son, en mi opinión, Los tiempos (81-82), un pasaje de Preámbulo de invierno: "… Pero caen las hojas en ese escritorio / Donde muchas veces pequeñas ciudades cuelgan su muerte / En lo alto del respaldo." (89), Los versos negros (96-98), y un pasaje de La furia del soldado: "¿Dónde está el hombre? / Sin duda, se extinguió / Por consideraciones metálicas, / Explicaciones marciales, / Mandamientos de apertura, / Soledad." (132)

Francisco Marín ha escrito este libro para atestiguar que sabe escribir, y sabe hacerlo bien. Nos ofrece además la posibilidad de mirar un haz de las cosas a través de su singular mirada. Tenemos que agradecerle eso, pues supone un buen comienzo: el de los poetas que atienden como primera tarea el dominio de la palabra.

Ya solamente tenemos que esperar, en los próximos volúmenes, que esa capacidad y ese trabajo nos ofrezcan imágenes frescas y el discurso original de este poeta por derecho propio.

Muchas gracias.








Algunos versos fallidos: "No me hallo en ninguna parte." (Preámbulo de invierno, 88); "Ciégame, litoral de sangre, pérfida mi amiga / Y yo beberé del roído planeta / Que a tu sílice diseminado / En el ejército del olvido, dejará palabras." (Fascinación, 99); "Medias, medianías, de medianoches y mediodías" (Antartandes, 121); "Vivo es el dolor… dolor de lluvia / Lluvia herida corriendo por el dolor" (2033, 134); "Como una larga sombra errando astros" (Canción de sangre a la caída de una estatua, 139); "Tú sabes que yo sé / Y yo sé muy poco, / Propagador que aprietas el aire / Que le fue destinado / Por novedad de ventas, sabor / De proféticos aéreos. / Y ver caer lo aterido, / Y ves perder el calcio, / Y atravesar un día sin párpado." (11 de septiembre, 147)



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