\"Presentación de Mudanza de Alejandro Zambra\". Escritores y poetas en español, 17 de julio de 2004.

October 4, 2017 | Autor: Felipe Cussen | Categoría: Contemporary Poetry
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Descripción

"Presentación de Mudanza de Alejandro Zambra". Escritores y poetas en español, 17 de julio de 2004. http://www.letras.s5.com/az170704.htm

Hasta el día en que empecé a escribir este comentario, sólo había escuchado una vez a Alejandro Zambra leyendo sus poemas. Recuerdo haberle dicho (como un cumplido) que me había dado pena pues consideraba que esos poemas de su libro “Bahía inútil”, y otros inéditos, necesitaban de aquella lectura susurrada, pausada, melancólica, decepcionada. Me pregunto ahora cómo leerá su “Mudanza”, me pregunto si habrá mantenido esa tonalidad y esa lentitud, o si su voz habrá cambiado para hacerse cargo del particular modo en que se despliega la tristeza en su nuevo libro. Me pregunto si su voz también se habrá mudado.

Conviene conocer antes qué tipo de mudanza es la que vertebra este poema, pues a pesar del título en singular está formada por muchas mudanzas, propias y ajenas, reales y ficticias, concretas y metafóricas. Se trata de un cambio que atraviesa distintos espacios: el hogar, el barrio, la ciudad e incluso el país, expuesto con variedad de enfoques en un monólogo que en ocasiones se desdobla y se enfoca en la suerte de la otra persona involucrada. En todo momento persiste la creencia de que ningún cambio es neutro e indoloro; este proceso conlleva el arrastre de recuerdos que con el traslado van esparciéndose y dañándose. Al llegar a la casa nueva es probable que no se reconozca la carga. Esta pérdida propia de todo movimiento es análoga a todas aquellas circunstancias de comunicación que se truncan: los viajes que nunca terminan,

los mensajes que no llegan a destino, los saludos que no son devueltos, las imágenes que huyen, las palabras que caen, que se quitan. Hasta los objetos reflejan y participan de esta soledad: una cerradura cambiada sin aviso, una sopa para uno, media botella o el vuelto que aún se espera. La única certeza parece ser la de aquel destino implacable cuyos instigadores se desconocen; tal fatalidad sólo admite la resignación: “si te gusta te gusta / si no te gusta no te gusta no más”. Dentro de esta corriente que todo lo revuelve, si alguien se atreve a compartir una definición del amor (riesgo que casi nadie intenta en estos días), sólo puede plantearlo como una inesperada fortuna, como una inesperada conjunción: “el amor es una especie / de incidente, un ajuste de los ruidos / en la imagen, unos días, unas noches / con sus veces y sus voces y sus pausas”. No cabe, sin embargo, un exceso de sentimentalismo en esta pena, pues hay momentos en que el autor mira a la cámara borrando la frontera de lo meramente confesional para recordarnos que su pena es de verdad pero también de mentira. Por otra parte, esta tristeza está condenada por la urgencia de los plazos inexorables, con lo que deja de ser un estado pasivo y se desarrolla vertiginosamente, sumada al nerviosismo y la angustia. Los momentos muertos (las pausas, las detenciones en el descanso de la escalera) son sólo instancias de disyunción en cuyo espacio abierto la tristeza aprovecha para revivir y recobrar su velocidad. Hacia el final la presencia de los amigos que quieren cooperar con la mudanza sólo acelera la resolución, pues por más que se reconozca que la mudanza jamás será definitiva, ésta debe terminar.

Vuelvo a preguntarme por la voz de Alejandro, me pregunto si además de esa urgencia transmitirá el ritmo de esta mudanza, un ritmo que incluso palpita en el silencio de la lectura. Para construir su poema ha ocupado herramientas poco usuales en nuestra tradición, como la reiteración y la combinatoria (sólo se me ocurre la comparación con los libros “Ver y palpar” de Vicente Huidobro y “La ciudad” de Gonzalo Millán, y más allá con algunos poemas de Nicolás Guillén, Octavio Paz, Idea Vilariño o Juan-Eduardo Cirlot). Pero en vez de la búsqueda lúdica, metafísica, o sociológica de aquellos, ésta se plantea (en consonancia con autores como Parra, Lihn o Bertoni) en un contexto más reflexivo y cotidiano. Es el vértigo de esta tristeza que envuelve y desordena todo: las palabras en este poema saben repetirse y dispersarse para crear los más variados efectos, elevándonos desde su acelerado inicio en un remolino que por momentos se disuelve para dar paso a momentos de soltura y asentamiento. Numerosos juegos de palabras van contribuyendo a una fuerte saturación del sentido. Varias oraciones se presentan intermitentemente con los versos cortados de distinta manera cada vez, y vuelven a reescribirse más adelante. Las pocas marcas biográficas o intertextuales, en vez de fijar la lectura, se pierden a la deriva, y lo mismo ocurre con algunos giros coloquiales, que se vuelven raramente lejanos. La continua rotación de las imágenes quiere abarcar todo el espacio de las separaciones, barrer con las distancias. Pero a la vez este movimiento provoca que su simbolismo habitual se desfonde, pues no halla su lugar la sentencia perfectamente cristalizada: muchas metáforas son reutilizadas y alteradas, todas podrían ser desechables. Y si bien este discurso inestable y volátil nos muestra que el lenguaje poético quizás no sea definitivo, nos demuestra también que es

infinitamente fértil en su capacidad de variación. Como las piezas del tangram que presenta la portada de este libro, una casa puede ser construida a partir de materiales que antes formaron parte de otras casas: aquí todo parece reemplazable, aquí todo parece irreemplazable. Por eso me gusta este libro. Porque no se limita al lamento ni la confesión, sino que se atreve a profundizar en la complejidad y el dinamismo de una tristeza cruzada por la duda y el temor. Porque juega con la tristeza, la distribuye, la combina, insiste en ella hasta reconocer que es inacabable. A Alejandro Zambra no le ha bastado con recordar una pena, sino que también se ha atrevido a inventarla. Su “Mudanza” es el mejor modo que ha elegido para impedir que la tristeza se transforme en mudez. Por eso, ahora me callo, para que escuchemos su voz.

Felipe Cussen

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