Prácticas discursivas y paradigmas en construcción La visión de de la comunidad de ingenieros sobre la innovación tecnológica y el entorno urbano en México, (1930-1946)

September 4, 2017 | Autor: Francisco Delgado | Categoría: Historia Urbana
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IX Ciencia, tecnología y educación

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La construcción del futuro: los retos de las Ciencias Sociales en México Memorias del 4° Congreso Nacional de Ciencias Sociales ISBN 978-607-8240-45-6

Prácticas discursivas y paradigmas en construcción. La visión de de la comunidad ingenieros sobre la innovación tecnológica y el entorno urbano en México, (1930-1946)

Francisco Javier Delgado Aguilar Centro Universitario de Investigaciones Sociales. Universidad de Colima

El objetivo de esta ponencia es describir y analizar la relación entre urbanización, innovación tecnológica y cambio medioambiental en México durante la primera mitad del siglo XX. Para abordar este problema se tomará como referente principal la visión y el imaginario de la comunidad de ingenieros civiles. Esta propuesta de análisis se justifica a partir del entrelazamiento de varios procesos de vital importancia para la historia del siglo XX mexicano: a saber, el creciente protagonismo de las ciudades y la progresiva consolidación del Estado surgido de la revolución de 1910, que convivieron con el afianzamiento de una comunidad de ingenieros civiles que adoptaron y adaptaron innovaciones tecnológicas de primer orden que en muchos sentidos cambiaron las formas de vida urbanas. Tomemos como punto de partida el fenómeno de la urbanización. Sabemos que en este periodo las ciudades experimentaron vigorosos procesos de cambio que impactaron su orientación económica, organización social y estructura espacial. La industrialización, el aumento de la población y el crecimiento urbano estuvieron aparejados con la introducción de servicios públicos que, basados en la adopción y difusión de nuevas tecnologías, tenían la intención de satisfacer las imperiosas demandas de los actores urbanos. Estos cambios modificaron la ecología de las ciudades al incidir en la percepción del paisaje y la apropiación de los recursos naturales. En este contexto, los ingenieros desempeñaron un rol esencial en la descripción, valoración y diagnóstico de las necesidades urbanas y de los medios y recursos disponibles para satisfacerlas. Al analizar dichas tareas, es imprescindible no perder de vista uno de los rasgos que definieron a la comunidad de ingenieros civiles durante las primeras décadas del siglo XX: su carácter de empleados públicos al servicio del gobierno federal.130 En dicho carácter, los ingenieros dejaron tras de sí informes técnicos, artículos y monografías de gran riqueza para reflexionar sobre los procesos de percepción y construcción de la realidad, tanto desde la perspectiva de los protagonistas como del historiador que utiliza dichos documentos para su investigación empírica.

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Domínguez, La ingeniería civil en México, pp. 91-149

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Propongo analizar estos indicios y testimonios desde las aportaciones teórico-metodológicas de Thomas Kuhn y Michel Foucault relacionadas con el cambio de paradigmas y el análisis del discurso. A partir de esta perspectiva, formulo un planteamiento que sirva para reconstruir las disputas y preocupaciones ideológicas que marcaron los debates de la comunidad de ingenieros. Trató además de identificar los paradigmas argumentales y estrategias utilizadas en la construcción de conceptos destinados a dar sentido al cambiante entorno urbano, legitimar proyectos y prácticas políticas del gobierno federal ante los actores y grupos sociales involucrados en los procesos de crecimiento de las ciudades e incidir en la introducción de innovaciones tecnológicas para controlar y explotar los recursos hidráulicos. Aunque en primera instancia pudieran parecer perspectivas teóricas con poca o ninguna relación, resulta interesante comprobar que tanto Kuhn como Foucault destacan las rupturas y discontinuidades de los procesos históricos, enfoque en el que se encuentra implícita una crítica radical a la creencia en el progreso o la acumulación continua de conocimiento. Muy por el contrario, ambos autores enfatizan la sucesión y convivencia de visiones del mundo contradictorias y opuestas entre sí y proponen conceptos para abordar dichos procesos. Según Kuhn, paradigma es la “constelación de creencias, alores (y) técnicas que comparten lo miembros de una comunidad” científica.131 Estas creencias y valores definen el vocabulario y los conceptos que funcionarán como instrumentos de observación de la realidad. Estamos pues, en buena medida, ante lenguajes y discursos que determinan los modos de construir y definir la realidad desde la perspectiva particular de cada comunidad científica. Para Kuhn, las revoluciones científicas ocurren cuando –por razones que no expondremos ahora— un paradigma es sustituido por otro, lo que tienen como consecuencia el trastocamiento radical de los conceptos, métodos y vocabulario de los investigadores. El énfasis en los conceptos y vocabularios, vistos como estructuras o universos lingüísticos, nos remite a su vez a la propuesta arqueológica de Michel Foucault. De manera similar a Kuhn, Foucault propone abordar el estudio de los discursos alejándose de la idea de acumulación del conocimiento y progreso de la razón, así como de la pretensión de fijar su origen o establecer su verdad o falsedad. Desde una perspecti a que bautizó como “arqueológica”, Foucault propone abordar el discurso como una práctica que “puede formar grupos de objetos, conjuntos de enunciaciones, juegos de conceptos, series de elecciones teóricas”.132 Además de señalar la singularidad de cada discurso, el objetivo de esta perspectiva es indicar sus transformaciones y cambios, así como las reglas que definen su elaboración y su relación con el ejercicio del poder y el resto de prácticas sociales que lo rodean e influyen. Foucault sostiene que las prácticas discursivas pueden abordarse no solo como parte de conocimientos científicos estructurados (como sería el caso de los paradigmas de Kuhn), sino también en relación con saberes, que son definidos como conocimientos a partir de los cuales “se construyen proposiciones coherentes (o no), se desarrollan descripciones más o menos exactas, se efectúan erificaciones, se despliegan teorías”. Según nuestro autor, un saber “es también el espacio en el que el sujeto puede tomar posición para hablar de los objetos de que trata en su discurso” y finalmente, “un

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Kuhn, La estructura, p. 269. Foucault, La arqueología del saber, pp. 304-306.

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saber es también el campo de cordinación [sic] y subordinación de los enunciados en que los conceptos aparecen, se definen, se aplican y se transforman”.133 Citando a Foucault, de lo que se trata en última instancia es de ver si el comportamiento político de una sociedad, de un grupo o de una clase no está atravesado por una práctica discursiva determinada y descriptible [y definir] lo que de la política puede devenir objeto de enunciación, las formas que esta enunciación puede adoptar, los conceptos que en ella se encuentran empleados, y las elecciones estratégicas que en ella se operan. Este saber […]se analizaría en la dirección de los comportamientos, de las luchas, de los conflictos, de las decisiones y de las tácticas. Se haría aparecer así un saber político […] regularmente formado por una práctica discursiva que se despliega entre otras prácticas y se articula sobre ellas, no es una e presión que ‘reflejase’ de una manera más o menos adecuada un número determinado de ‘datos objeti os’ o de prácticas reales. (328, 329) Para efectos de esta exposición, me concentraré en dos casos que ilustran la relación entre los paradigmas de la comunidad de ingenieros civiles y los procesos de urbanización, cambios en el medio ambiente, innovación tecnológica y reconstrucción del Estado mexicano. El primero gira en torno al proyecto de ciudad agrícola presentado en 1930 por el ingeniero Ignacio López Bancalari. El segundo se refiere al caso de la contaminación provocada por el drenaje en la ciudad de Aguascalientes a lo largo de las décadas de 1930 y 1940. 1.- Los ingenieros como planificadores: la ciudad agrícola y el colono del futuro. Los gobiernos surgidos de la revolución de 1910 impulsaron con decisión la centralización de los recursos hidráulicos iniciada en las postrimerías del porfiriato. Para esto continuaron con la publicación de leyes que reforzaban la esfera jurisdiccional del Estado central y desplazaban a las autoridades locales. Lo anterior se complementó con la formación de instituciones y autoridades federales que serían las encargadas de aplicar el creciente y renovado número de leyes relacionadas con la explotación del agua. El fundamento de la intervención federal en materia hidráulica durante los regímenes revolucionarios fue el artículo 27 de la constitución de 1917, que establecía la propiedad originaria de la nación (representada por el Estado central) sobre las aguas. Durante la primera mitad del siglo XX, este principio legitimó la publicación de leyes de aguas nacionales, de irrigación y códigos sanitarios, así como la creación de la Secretaría de Agricultura y Fomento en 1917 (en adelante SAyF) y de la Comisión Nacional de Irrigación (CNI) en 1926.134 Las principales actividades de la CNI eran vigilar la edificación, conservación y administración de obras de irrigación. Además, intervenía en la determinación de la superficie cultivada con aguas de jurisdicción federal y en la elección de cultivos.135 El objetivo era consolidar una política de riego centralizada que funcionara como palanca del desarrollo agrícola, favoreciendo el fraccionamiento de latifiundios y la creación de pequeños propietarios que colonizarían las tierras incorporadas al riego.

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Ibidem, pp. 304-312. Tortolero, El agua, p. 99. Aboites, El agua de la nación, pp. 180, 182. 135 Aboites, El agua de la nación, pp. 115, 120, 121. 134

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Aunque estuvo lejos de obtener los resultados deseados, la política oficial de irrigación modificó el desarrollo económico y agrícola con la construcción de grandes presas y el surgimiento de distritos de riego, una forma de organización inédita creada para administrar el aprovechamiento de los recursos hidráulicos.136 El diseño y edificación de presas con mayor capacidad de almacenamiento fue posible, entre otros factores, gracias a la difusión y abaratamiento del cemento “Portland”, base del llamado concreto armado. La introducción de este material modificó los patrones de construcción y constituyó la base de un nuevo paradigma constructivo que amplió los horizontes del campo de la ingeniería.137 La posibilidad de utilizar el concreto armado para construir grandes cortinas e implementar riego a gran escala estuvo acompañada de la intención de crear un nuevo tipo de pequeño propietario agrícola o colono. Según la visión de los ingenieros de la CNI, este nuevo prototipo de campesino debía habitar – como correspondía a su categoría— en centros urbanos muy distintos, por su organización y diseño, a los pueblos campesinos del resto del país. Con respecto a este asunto, sabemos que en enero de 1930, el ingeniero civil Ignacio López Bancalari presentó en el Primer Congreso Nacional de Planeación, un documento titulado “La ciudad agrícola en los sistemas nacionales de riego”. En el congreso, realizado en la ciudad de Mé ico y organizado por el reputado arquitecto Carlos Contreras, se discutieron una gran diversidad de temas como la planificación y conservación de ciudades, los planos reguladores, la organización de servicios municipales, la importancia de los reglamentos de construcción y los códigos sanitarios, entre otros muchos aspectos relacionados con el desarrollo urbano. El texto de Bancalari presentaba un proyecto de ciudad agrícola pensado para los distritos de riego de El Mante, Tamaulipas y de Pabellón, localidad ubicada en el estado de Aguascalientes. En el documento, publicado por la Comisión Nacional de Irrigación, Bancalari proponía una singular traza urbana de tipo radial y concéntrica, muy alejada del conocido diseño en damero de las ciudades virreinales y con influencias de la ciudad jardín del inglés Ebenezer Howard y la urbanística de LeCorbusier.138 Según la concebía Bancalari, la ciudad agrícola de los distritos de riego no estaba destinada a la recreación ni al placer, sino a impulsar el movimiento comercial. Por esta razón, era imprescindible que además de contar con la infraestructura urbana esencial (agua, luz drenaje), estuviera equipada con caminos y carreteras que favorecieran el intercambio y la comunicación. Así las cosas, aunque “la ida interna de la ciudad converge pues, a la acti idad comercial”, tampoco se debían “desatender los aspectos sociales y estéticos de una sana población que trabaja”, por lo que era de fundamental importancia construir bibliotecas, campos deportivos, sala de asambleas, teatro, parques de juego y centros cívicos.139 En su conjunto, estos edificios formarían “un conglomerado simple, sencillo, sin pretensiones metropolitanas ni perfiles de audacia arquitectónica o de atrayente perspecti a”. A lo que se aspiraba era a formar “una ciudad clara, luminosa y sana, de casas modestas rodeadas de prados y jardines sin cercar, de calles rectas y amplias y de grandes plazas públicas dedicadas a las diversas finalidades sociales de la 136

Aboites/Estrada, Del agua municipal, pp. 21-23, 25. Domínguez, La ingeniería civil, pp.- 257-335. 138 Sifuentes/Parga, “Estudio introductorio”, 7-38. 139 Bancalari, “La ciudad agrícola en los sistemas nacionales de riego”, p. 51 137

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población”. Las construcciones debían ser seguras, los espectáculos modestos y los habitantes morigerados en sus costumbres.140 Este último señalamiento es crucial, pues para Bancalari, el carácter de los habitantes de la ciudad era tan importante como su estructura y organización. Así las cosas, el trabajador de los distritos de riego no sólo debía ser un campesino o colono, sino sobre todo un empresario con “capacidad económica y espíritu de organización y pre isión” para regular sus operaciones de venta, manejar créditos y fundar almacenes. Al mismo tiempo, y acorde con el diseño sencillo y sin pretensiones de la ciudad, también debía ser un hombre de trabajo, “simple” y “sin complicaciones, sin e igencias, ni refinamientos”.141 En su proyecto, el ingeniero Bancalari dedicó espacio para la organización política y financiera de las ciudades agrícolas. Con respecto al tema financiero, sostuvo que las nuevas poblaciones deberían funcionar como cooperati as y que cada colono debía ser dueño de tantas “acciones” como hectáreas trabajara. Además, la cooperativa, al poseer las tierras del proyecto, podría emitir bonos o certificados y así obtener el capital necesario para ejecutar obras públicas de urbanización.142 Aunque no ahonda en la organización política de las ciudades agrícolas, Bancalari deja entrever que el principal órgano de gobierno sería un Consejo Directivo. Este consejo podría compartir las tareas de administración con las autoridades municipales, que estarían encargadas de asuntos como “la labor fiscal, la de policía y igilancia, las reglamentaciones generales de comercio e industria”.143 Bancalari terminaba su exposición subrayando el carácter “audaz y adelantado” de su proyecto y señalaba el riesgo de que fuera calificado como “ ana utopía” o “inconsistente idealismo”. No obstante este señalamiento, resulta claro que muchos de los rasgos de esta ciudad eran producto de la observación crítica de los ingenieros sobre las condiciones de vida de las ciudades y pueblos de México en la primera mitad del siglo XX. Así, el mismo Bancalari, al referirse a la situación de Villa Juárez (poblado que había surgido como campamento de obras durante la construcción del distrito de riego en Tamaulipas), destaca el hecho de haber “crecido notoriamente sin plan pre io alguno”, con irtiéndose en una “población rectangular, monótona, anárquica, como un verdadero campamento, que precisamente por este carácter transitorio no tiene sino un pequeño número de construcciones permanentes [y] ninguna obra de urbanización (atarjeas, agua, pa imento)”.144 El proyecto de la ciudad agrícola, pues, estaba arraigado en la visión de un crecimiento urbano acelerado que –a juicio del ingeniero Bancalari— ocasionaba anarquía, monotonía y ausencia de servicios públicos básicos. Por otra parte, la aspiración a crear un colono-empresario virtuoso, morigerado y versado en las prácticas agrícolas y comerciales, tiene como referente la imagen que los ingenieros tenían sobre su actividad y lo que significaba ser miembro de su comunidad profesional. En el primer número de la revista Irrigación en México, se insertó una nota que definía la ingeniería como “‘el arte de que un peso gane un rédito con el mayor interés posible’. Otras autoridades la definen diciendo que es ‘el arte de hacer bien con un peso lo que un ignorante puede hacer con dos, según el uso común’. TÉNGASE PRESENTES 140

Ibidem, p. 53. Ibidem, p. 49. 142 Ibidem, pp. 65-67. 143 Ibidem, p. 69. 144 Ibidem, p. 57 141

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ESTAS MÁXIMAS AL EMPRENDER CUALQUIER OBRA DE RIEGO”.145 Los colonos de las ciudades agrícolas, pues, debían comportarse como ingenieros y procurar siempre –como lo dejaba ver Bancalari en su proyecto— la ganancia económica a través de la agricultura y el comercio. Aquí, cabe preguntarse hasta qué punto, el discurso y la valoración crítica de Bancalari era compartida por otros colegas que debían laborar en contextos muy diferentes. Esto nos remite al caso de la ciudad de Aguascalientes durante la primera mitad del siglo XX. El ejemplo de Aguascalientes viene al caso no sólo por su cercanía al distrito de riego de Pabellón (para el que Bancalari había pensado su proyecto de ciudad agrícola), sino sobre todo por su acelerado crecimiento y expansión, que modificó sustancialmente el paisaje urbano y la explotación de los recursos naturales. 2.- El ingeniero como mediador: contaminación y medio ambiente en una ciudad en expansión. El desarrollo que experimentó la capital del estado durante la primera mitad del siglo XX se remonta a las últimas décadas del Porfiriato, cuando se instalaron grandes industrias y se impulsó la actividad comercial. Aunque la lucha armada de 1910 trastocó la actividad económica y frenó el crecimiento demográfico, la ciudad estuvo lejos de perder su jerarquía como la principal población de la región. De hecho, pronto retomó su dinámica de crecimiento, pues aumentó el número de habitantes, surgieron nuevos fraccionamientos y se renovó la infraestructura de servicios públicos. En este proceso tuvieron gran importancia la instalación de los Talleres del Ferrocarril Central (1900) y de la Fundición Central Mexicana (1895), pues reactivaron la economía urbana y contribuyeron al surgimiento de una fuerza de trabajo industrial. Además, ambas industrias se convirtieron en hitos que orientaron la expansión urbana. En el oriente de la capital, los Talleres del Ferrocarril impulsaron la apertura de nuevas calles, la instalación de líneas para tranvías y el surgimiento de nuevas fábricas y edificios. Un fenómeno similar ocurrió en la parte norponiente, donde se levantó la Fundición Central Mexicana: se abrieron calles, surgieron comercios y se desarrollaron nuevas colonias. Además, el antiguo barrio de Guadalupe se revitalizó gracias al arribo de personas que buscaban trabajo en las nuevas industrias. Los actores principales de la expansión de la capital fueron los grupos populares, que habitaron las colonias surgidas alrededor de los Talleres del Ferrocarril y la Fundición Central, como la Buenavista, Héroes y del Trabajo –ubicadas al oriente— y la Colonia México y la del Carmen, al poniente. En muchos casos, estas nuevas colonias fueron ocupadas por emigrantes de los Altos de Jalisco, Calvillo y Zacatecas, que llegaron a la ciudad para habitar en vecindades y viviendas pequeñas y humildes que carecían de los más elementales servicios.146 El aumento de habitantes y viviendas es una buena forma de calibrar el impacto cuantitativo del crecimiento de la capital. Sabemos que en 1900 había en la ciudad 6,850 viviendas, número que aumentó a 7,805 en 1920. El crecimiento se aceleró a partir de este último año, pues hacia 1945 se calculaba que existían aproximadamente 14,000 viviendas, casi dos veces más que en 1920. Las cifras disponibles indican que la población también aumentó de forma constante. Entre 1910 y 1920, a pesar de la violencia y las enfermedades, la ciudad incrementó su población de 45,198 a 48,041. En 1930 llegó a 62,244 y en 1940 145 146

Irrigación en México, Tomo I-Número 1, mayo de 1930, pp. 10. Martínez, Cambio y proyecto urbano, pp. 197-272.

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había en la ciudad de Aguascalientes un total de 82,234 habitantes. Esto convirtió a Aguascalientes en uno de los estados de la república en donde la población urbana rebasaba a la rural.147 Así como la construcción de grandes presas y distritos de riego fue posible gracias a la difusión del concreto armado, el crecimiento urbano tuvo una de sus bases fundamentales en el uso y expansión de otra innovación tecnológica de primer orden: el uso de fierro en la construcción de drenajes y sistemas de abasto en red para llevar el agua hasta cada domicilio particular. Esta clase de sistema sustituyó –de manera progresiva y desigual— a las infraestructuras hidráulicas en uso durante el siglo XIX, que utilizaban resumideros, pozos, fuentes, acueductos y acequias al aire libre para introducir, distribuir y desechar el agua en los centros urbanos. En la ciudad de Aguascalientes fue en 1899 cuando se introdujo el sistema en red y el abasto de agua a domicilio, en sustitución de la tubería de barro y las fuentes públicas. En un principio el sistema se limitó a las viviendas del centro, pero con el paso de los años, y sobre todo después de la revolución, las tomas de agua a domicilio se extendieron hacia el norte y oriente. La instalación del drenaje requirió más tiempo, pues todavía durante los primeros años del siglo XX se utilizaban acequias, resumideros y pozos absorbentes para el desecho de aguas negras. No fue sino hasta 1923 que se emprendió la primera instalación de un sistema de drenaje de 3,044 metros lineales de tubería, 1,352 correspondientes al colector principal y 1,692 para colectores laterales. El drenaje fue de tipo combinado, pues mezclaba aguas negras y pluviales y abarcó los principales jardines, plazas y edificios de la ciudad, así como las calles más céntricas. Como el de otras de ciudades de México, el drenaje de Aguascalientes resultó insuficiente para evitar la contaminación provocada por la actividad industrial y la población urbana en constante crecimiento. El problema fue evidente en los diversos arroyos que rodeaban la ciudad a principios del siglo XX. Al norte, cerca del barrio de Guadalupe, pasaba el arroyo de Los Arellanos, que a fines del siglo XIX se destinaba para el riego de las huertas de San Marcos. Sin embargo, durante la década de 1910 la fábrica de maíz La Perla comenzó a depositar sus desechos (hasta 15 mil litros diarios de aguas residuales) en la corriente del arroyo. La contaminación llamó la atención de la prensa local y de los habitantes de colonias circunvecinas, que junto con las autoridades estatales sostenían que las aguas estancadas del arroyo olían mal y amenazaban la salud de los habitantes, pues muchos las utilizaban para satisfacer sus necesidades domésticas. En el sur y oriente de la ciudad ocurrió algo similar, pues los arroyos que corrían por aquella zona (el del Cedazo y el de Los Adoberos) fueron contaminados hasta terminar entubados y desaparecer bajo el pavimento. El problema fue más evidente en el arroyo de Los Caleros, que a fines del siglo XIX se alimentaba de los sobrantes del manantial del Ojocaliente, por lo que –según funcionarios del gobierno federal— sus aguas eran “más o menos claras” y relativamente abundantes. Sin embargo, tal y como lo señalaban los informes oficiales, el “crecimiento y urbanización de la ciudad, la desaparición de arias huertas y el mejoramiento de la acequia o canal principal de riego (…) determinaron la disminución progresi a” de las aguas del Ojocaliente, que fueron sustituidas por las del drenaje. 147

Gómez/Delgado, Aguascalientes. Historia breve, pp. 260, 261.

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La contaminación fue notoria por lo menos desde 1914, cuando el ayuntamiento permitió que los desechos del Hotel Francia se descargaran en la corriente. El problema se agravó a partir de 1923, con la introducción del primer sistema de drenaje, construido “sin ningún plan pre iamente estudiado”, pues tan solo se instalaron colectores a lo largo de las calles que se asfaltaban. Como las siguientes administraciones continuaron “haciendo cone iones de atarjeas sin estudio preconcebido”, no pasó mucho tiempo para que comenzara a percibirse un pésimo olor en la ciudad, en virtud de que los desfogues de los colectores no caen directamente a la masa de agua de la corriente, de suyo muy pequeña […] sino que la boca de salida de esos colectores queda, en muchos casos, a varios metros de altura de la lámina de agua, resultando que los desechos y residuos caen sobre los taludes del arroyo y forman promontorios de inmundicia. A las aguas negras del drenaje se agregó el chapopote de los talleres del ferrocarril y los desechos de las colonias surgidas al oriente de la ciudad, como la de Los Héroes y la del Trabajo. A inicios de la década de 1930, la fábrica de harina La Perla también obtu o permiso para arrojar en el arroyo “las aguas residuales de la fabricación de la maicena”. Como estas aguas contenían gluten –“cuya descomposición produce una fetidez insoportable”— el resultado fue que en una extensa zona de la capital comenzó a percibirse “intensamente el pésimo olor de los desechos que arrastra” el arroyo, que así terminó convertido en el principal depósito de aguas negras de la capital. No pasó mucho tiempo para que el arroyo fuera identificado como un foco de insalubridad que pro ocaba “la mayor parte de las fiebres que reinan en la ciudad”. La creciente cantidad de aguas negras también impactó en el cultivo de las huertas que rodeaban a la capital. Desde la época colonial, la horticultura había sido una de las principales actividades económicas de los habitantes, aunque entró en decadencia durante las primeras décadas del siglo XX debido a la prioridad otorgada al uso doméstico del agua. Ante esta situación muchos horticultores comenzaron a utilizar las aguas negras que corrían por los drenajes y desembocaban en los arroyos.148 Los horticultores del norte de la capital, por ejemplo, construyeron bordos y represas para aprovechar las aguas residuales que la fábrica de La Perla depositaba en el arroyo de Los Arellano. Algo similar ocurrió en el sur, donde los dueños de las huertas recurrieron a las aguas negras del arroyo de Los Caleros para regar sus propiedades. Así las cosas, aunque para la década de 1930 se prohibió el cultivo de hortalizas debido a la contaminación del arroyo, todavía hacia 1938 se consignaba la existencia de huertas en donde se cultivaban desde árboles frutales (incluyendo chabacanos, ciruelos, duraznos, granados, manzanos, perales e higueras), hasta plantas florales (alcatraz, rosales, claveles y palmas), maíz y alfalfa.149 El ejemplo más conspicuo de esta práctica lo constituyen los hermanos Rafael y Edmundo Games, dueños de una de las huertas más importantes de la capital a principios del siglo XX. Los Games habían heredado esta propiedad por parte de su tía, María del Refugio Orozco, quien había construido un bordo o 148

Delgado, “Obra pública, cambio urbano y protesta social”, pp. 213-231. AHA, AS, caja 285, expediente 6836, fs. 77f.-81f.: 5 de septiembre de 1933, “Informe del ingeniero au iliar Miguel N. Rodríguez, dirigido al jefe de la Dirección de Aguas” caja 285, e pediente 6836, fs. 122f.-129f: 2 de julio de 1938, “Informe relati o al estanque o presa de los CC. Rafael y Edmundo Games, sobre el arroyo Viejo o de Los Caleros”. 149

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represa con mampostería de piedra para aprovechar el agua del arroyo de Los Caleros. Al recibir la huerta y la represa (que se comenzó a conocer como “Presa Games”) los hermanos mejoraron el sistema de riego, pues instalaron norias y bombas para elevar el agua y regar las partes más elevadas de sus terrenos. Por otro lado, tuvieron que enfrentar la contaminación del arroyo, lo que los obligó a mantener represada durante más tiempo el agua “a fin de que sufra una ligera decantación, yéndose al fondo del depósito las materias pesadas que acarrea en suspensión el agua y a la superficie libre de ésta las ligeras, formándose una capa gruesa de chapopote que es remo ida de cuando en cuando”. Con estos procedimientos, los Games pusieron en pie una de las huertas más grandes de la ciudad, pues hacia la década de 1940 contaba con alrededor de dos mil árboles “tanto frutales como de forestación”.150 El cultivo de huertas convivía con la explotación de yacimientos de cal, ubicados en los terrenos adyacentes al arroyo de Los Caleros. Las noticias que tenemos de esta actividad se remontan a 1888, año en el que Jesús Díaz de León consignó la e istencia, al oriente de la ciudad, de terrenos con “gruesas capas de caliza arcillosa” que eran utilizadas para fabricar loza blanca y adobes, “artículos de primera necesidad en los materiales de construcción de esta ciudad”. Según afirmaba Díaz de León, los alfareros de la ciudad e traían la caliza “desde tiempo inmemorial” y para fines de la década de 1880 esta acti idad era “una de las principales industrias de la población”.151 Al igual que la horticultura, la extracción de cal continuó durante las primeras décadas del siglo XX y tomó cierto auge gracias al crecimiento de la ciudad, pues la construcción de casas demandaba dicho material. Esto provocó la sobreexplotación de los terrenos más ricos en cal, ubicados entre la estación del ferrocarril y los manantiales del Ojocaliente. Al ocurrir esto, los trabajos de extracción se trasladaron a la ribera del arroyo de Los Caleros, en tierras pertenecientes a la hacienda del Ojocaliente. Con el paso de los años las excavaciones ganaron tanto en amplitud (hasta abarcar un área de aproximadamente 60 mil metros cuadrados) como en profundidad, por lo que la extracción se volvió cada vez más complicada, pues era común que brotaran aguas freáticas que dificultaban obtener la cal. Además, como las horadaciones llegaron hasta el lecho del arroyo y no se había tenido la precaución de construir bordos para evitar derramamientos, éste terminó modificando su cauce.152 La coexistencia de la horticultura con la industria de la extracción de cal, unida a la construcción del sistema de drenaje y la contaminación del arroyo de Los Caleros, originaron conflictos entre horticultores y caleros. El principal motivo de desacuerdo fue la existencia de pequeñas presas en el cauce del arroyo (sobre todo de la llamada presa Games), pues se alegaba que dichas construcciones perjudicaban la salud de los habitantes. Los horticultores, por supuesto, siempre se opusieron a este argumento, pues eran precisamente esas pequeñas presas las que les permitían aprovechar no sólo las aguas del arroyo, sino también las cada vez más abundantes aguas negras transportadas por la red de drenaje. En la disputa en torno al arroyo de Los Caleros se concentran varios asuntos de interés, pues además de ilustrar un aspecto de los conflictos por el uso del agua, nos introduce en varias facetas importantes del proceso de urbanización: a saber, la modificación del paisaje, la lucha por la explotación y 150

AHEA, FPE, SGG, caja 461, legajo 1, e pediente 10: 4 de agosto de 1941, “De Rafael Games al presidente Manuel Á ila Camacho”. Díaz, “Apuntes”, pp. 182, 183. 152 AHA, AS, caja 285, expediente 6836, fs. 122f-129f.: 2 de julio de 1938, “Informe relati o al estanque o presa de los CC: Rafael y Edmundo Games, sobre el arroyo Viejo o de Los Caleros”. 151

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control de recursos naturales y la conformación y divulgación de un conjunto de ideas de ideas y valores acerca de la higiene urbana. Esta polémica se ventiló ampliamente en la prensa local e involucró no sólo a autoridades locales, horticultores y trabajadores urbanos, sino también a los ingenieros radicados en la ciudad, a través de cuyos informes el gobierno federal procuró informarse y decidir cuál sería la solución del problema. La contaminación del arroyo de Los Caleros y la presa Games llamaron la atención de las autoridades y habitantes de la ciudad a partir de la década de 1930, aunque al parecer aún no se le consideraba como un factor que afectara la salud pública urbana. Sabemos, por ejemplo, que en abril de 1932, un regidor de apellido Rodríguez Franco sostu o, después de e aminar el lugar, que “el caudal de dicha presa en la forma en que ha venido utilizándose hasta ahora para lavar periódicamente el arroyo que atraviesa la ciudad en su parte sur de oriente a poniente, es de positiva utilidad ya que es el único medio por ahora, de mantenerlo en relativas condiciones de limpieza y por tanto, hacer el servicio del drenaje en la referida parte de la ciudad”.153 Esto marcó el inicio de quejas, estudios y recomendaciones, muchas de ellas contradictorias, acerca del papel que tenían en la salud pública de la ciudad los aprovechamientos existentes en el arroyo de Los Caleros. En diciembre 1933, el periódico Alborada otorgó un espacio en sus páginas a un escrito de Hilario Villegas Gutiérrez, quien aseguraba que en la región sureste de la ciudad (que comprendía las colonias de San Luis, Héroes y del Trabajo, “hasta las ecindades del ferrocarril”) se estaba desarrollando el paludismo y otras enfermedades que tienen como vehículo de contagio el mosco o zancudo que generalmente se procrea en los pantanos y aguas corrompidas, y esto debido a que en el arroyo conocido de Los Caleros, existe una represa propiedad del señor Rafael Games para captar las aguas de los desperdicios del Hospital de los Ferrocarriles, Talleres de los mismos y molino de La Paz, cuyas aguas de por sí estancadas entran en putrefacción y de allí que es un foco de infección que está invadiendo en primer lugar la barriada o sector que se ha mencionado, con grave perjuicio de la salubridad pública de toda la ciudad.

Por lo anterior, el señor Villegas pedía a las autoridades –principalmente al “ciudadano jefe del Departamento de Salubridad Pública”— obligaran “al e presado señor Games a que les de curso a esas aguas estancadas, así como también prevenir a los vecinos de la conocida garita de San Luis, igualmente den curso a todas las aguas sucias que se hacen charcas”.154 Días después de que el periódico publicara la anterior queja, Rafael Games envió a Alborada una respuesta para defenderse de las acusaciones de Hilario Villegas. En dicho escrito, Games afirmaba que las aguas que almacenaba la presa construida en el arroyo de Los Caleros no son foco de infecciones palúdicas, porque provienen totalmente de los talleres de los Ferrocarriles conteniendo gran cantidad de aceite y petróleo, que forman una espesa nata que impide la creación del anófeles, mosquito considerado como agente palúdico; además, el aceite

153 154

AGMA, FH, caja 776, e pediente 37: 11 de abril de 1932, “Sesión de cabildo del ayuntamiento de la capital”. Alborada, 22 de diciembre de 1933, en AHEA, FPJ, JC, caja 895, expediente 22.

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quemado que va al fondo impide la fermentación que al descomponerse, pudieran producir las materias orgánicas Según Games, el verdadero problema y foco de contaminación eran los pantanos y charcos existentes en las inmediaciones de la presa, que se habían formado debido a la explotación inadecuada de los yacimientos calizos que existían en los terrenos aledaños pertenecientes a la hacienda del Ojocaliente. Para acabar con esta situación –continuaba Games— no era necesario vaciar la presa, sino únicamente cavar, veinte metros delante de la misma, un canal longitudinal que sirviera para drenar los charcos que se formaban a causa de los trabajos de extracción de cal. Con esto no solo se evitaría un perjuicio a la salud pública de la ciudad –pues “la presión del agua de la represa permite el lavado del arroyo de la población, donde descargan todos los drenajes de la ciudad”—, sino que los horticultores “que dependemos del agua de la represa, podríamos cultivar nuestras huertas, fuentes, aunque pequeñas, de trabajo y sostén de numerosas familias de peones”.155 Por su parte, los caleros, sostenían que las presas y bordos eran focos de “infección palúdica”, pues mantenían estancadas aguas con deshechos pro enientes de “los talleres del ferrocarril, e cusados de la colonia Ferronales [y] de la sala de operaciones y e cusados del hospital de los mismos ferrocarriles”. Además, los bordos contribuían a inundar sus casas y los terrenos que excavaban para sacar la cal, lo cual favorecía a Rafael Games, “capitalista ambicioso” que deseaba establecer una especie de “monopolio de la cal”.156 Por esta razón, según los trabajadores, el “represamiento y decantación” de las aguas negras era un problema “que afecta muy hondamente la salubridad pública de este estado”, pues contribuía a la aparición frecuente y alarmante de “enfermedades tanto palúdicas como intestinales, toda ez que las aguas negras las emplean para el regadío de erduras y árboles frutales”.157 La disputa dio pie a la intervención del gobierno federal, que a través de la SAyF trató de solucionar el conflicto de intereses. El proceso fue complicado, pues los ingenieros encargados de hacer un balance de la situación, presentaron informes contradictorios y propusieron soluciones contrapuestas al problema de la contaminación. El primero en sopesar la situación fue el ingeniero auxiliar Miguel N. Rodríguez, quien en un informe entregado el 5 de septiembre de 1933, recomendaba que el gobierno federal hiciera efectivo el control del arroyo de Los Caleros (que había sido nacionalizada en abril de 1932) para obligar a los usuarios a legalizar sus aprovechamientos y abandonar las prácticas que habían convertido al arroyo en un foco de contaminación. Además –sostenía el ingeniero— era preciso ordenar al ayuntamiento que mejorara el desfogue del sistema de drenaje para que las aguas negras cayeran directamente en la corriente y “e itar la acumulación de inmundicias en los taludes del arroyo”. Lo mismo debía hacerse con la fábrica de La Perla, para obligarla a tratar sus aguas residuales antes de arrojarlas a las atarjeas. Finalmente, se consideraba necesario que los 155

Alborada, 27 de diciembre de 1933, en AHEA, FPJ, JC, caja 895, expediente 22. AHA, AS, caja 285, expediente 6836, fs. 117f.-118f: 17 de febrero de 1938, “De Enrique Mendoza, secretario general de la Federación de Trabajadores de Aguascalientes, al jefe del Departamento de Salubridad Pública”. 157 AHA, AS, caja 285, expediente 6836, fs. 119f., 120f., 121 f.- : 14 y 27 de junio de 1938, “De Enrique Mendoza, Secretario General de la Federación de Trabajadores de Aguascalientes al Jefe de los Ser icios Sanitarios y al jefe del Departamento de Salubridad”. 156

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horticultores destruyeran las represas que habían construido y buscaran formar alternas para aprovechar el agua del arroyo. Según el ingeniero de la SAyF, la e istencia de esta represas contribuía “al perjuicio de que se quejan el Departamento Federal de Salubridad y el vecindario de Aguascalientes, pues el estancamiento por más o menos tiempo de esas aguas en cada una de las presas produce fermentaciones que son un peligro y una molestia para la salubridad”. A lo anterior habría que agregar el hecho de que con dichas aguas se regaban “pequeñas parcelas situadas en las márgenes del arroyo, en donde se culti an erduras, alfalfa y frutales y ya se comprenderá el peligro que entraña la irrigación del estos cultivos con aguas cargadas de microbios de diversas enfermedades, entre las cuales la tifoidea ocasiona muy graves males en Aguascalientes”. 158 Cinco años después, ante la persistencia del problema, la SAyF encomendó una nueva inspección, realizada entonces por el ingeniero Romualdo Godinez. En julio de 1938, Godinez entregó un “Informe relativo al estanque o presa de Rafael y Edmundo Games, sobre el arroyo Viejo o de Los Caleros”. Godínez había residido varios años en Aguascalientes a principios de la década de 1930 y conocía de primera mano la problemática del abastecimiento de agua potable en la ciudad, lo que le permitió elaborar un reporte extenso y detallado de la situación que imperaba en torno a la presa Games y la explotación de cal al oriente de la capital. Aunque admitía que la presa Games almacenaba aguas negras, el ingeniero Godínez no pensaba que fueran perjudiciales para la salud pública de los habitantes de la capital. De hecho, aseguraba que las aguas no constituían un “foco de infección”, pues al contener petróleo crudo y quemado se impedía “el desarrollo de los mosquitos anófeles que son los transmisores del paludismo”. Por otro lado, el ingeniero de la SAyF sostenía haber estado en la presa “a diferentes horas del día y principios de la noche y no he notado la presencia de mosquitos ni de olores fétidos […]. Además me he informado si ataca el paludismo en las barriadas circun ecinas y se me ha contestado que no”. En su reporte Godínez sostenía incluso que la presa Games era útil y necesaria porque permitía “pro ocar golpes de agua por medio de los cuales se la a la parte más baja del arroyo en donde desembocan los drenajes de la ciudad que por la poco agua que conducen va completamente saturada de materias fecales”. Además, el agua de la presa no se utilizaba para regar hortalizas, sino únicamente árboles frutales, plantas florales y cereales, por lo que no se corría ningún peligro de contaminación en los alimentos. Finalmente, Godínez aseguraba que el agua almacenada permitía la existencia de una extensa área arbolada que beneficiaba a la ciudad, por lo que no convenía suprimir la presa tanta veces mencionada. Además de concluir que la presa no eran “un gra e peligro desde el punto de ista sanitario”, Godínez aseguraba que las aguas negras se habían e tendido en esta zona de la ciudad “por obra de los mismos caleros, pues estos, al rebajar el terreno, no se han preocupado por dejar bordos protectores del arroyo, sino que han llegado hasta su lecho y aun lo han deri ado ligeramente”. Este e ceso de agua obligaría a trasladar esta acti idad a otra zona fuera de la ciudad, “a fin de e itar dificultades, pues si

158

AHA, AS, caja 285, expediente 6836, fs. 77f.-81f: 5 de septiembre de 1933, “Informe del ingeniero auxiliar Miguel N. Rodríguez, dirigido al jefe de la Dirección de Aguas”.

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continúan orillándose a la calle del 5 de febrero, o pasándose al otro lado de la misma, se presentará otro problema con los canales de riego como estuvo ya a punto de suceder si no obra con energía la Liga de Horticultores”.159 Las opiniones del ingeniero de la SAyF fueron adoptadas por las demás oficinas federales involucradas en la disputa por la existencia de la presa Games. Así, tanto el Departamento de Salubridad Pública como la Dirección de Población Rural, Terrenos Nacionales y Colonización, consideraron que debía cesar la e plotación de cal alrededor de la presa para e itar la formación de charcos, los cuales “deben ser considerados como un motivo de insalubridad por ser criaderos de moscos, aun cuando precisamente no exista el paludismo en esa región”. Además, se sostenía que en ista de que la presa “se utiliza para dar golpes de agua que lavan algunas atarjeas de la población, puede por ahora tolerarse su existencia y entre tanto no exista algún otro sistema de lavado más apropiado para el objeto”.160 Dada la diversidad de actores e intereses en conflicto, no resulta extraño que los estudios y dictámenes oficiales carecieran de efectos evidentes en la resolución del problema, que persistió durante muchos años. Todavía hacia 1943, periódicos de la ciudad como la Provincia siguieran describiendo cómo las aguas negras que producían los talleres del ferrocarril y la fábrica de “La Perla” desembocaban en el arroyo de Los Caleros, que transportaba los desechos “por todo el sur de la ciudad, contaminándola y llenándola de fétidos olores y […] cuando se acerca al centro, pasa solo a dos cuadras de la Plaza de la Constitución y a espaldas de innumerables casas que tienen un foco de infección a sus puertas”. El mismo periódico sostenía que el presidente municipal había inspeccionado el arroyo hasta llegar a “unos charcos de agua estancadas que en estas épocas de calores se llenan de mosquitos” que contribuían a propagar “con toda rapidez y eficacia un cúmulo de enfermedades. Como en ocasiones anteriores, la autoridades habían “girado órdenes” para sanear la zona, “esperándose que la cooperación de los vecinos sea efectiva, pues es en provecho de todos en general, pero particularmente de ellos, que son los más afectados”.161 Palabras finales Si trasladamos las nociones Kuhn y Foucualt al escenario de las innovaciones tecnológicas que modificaron el medio ambiente de las ciudades y su relación con los recursos naturales durante el siglo XX, podemos hablar de paradigmas y comunidades que, desde distintos saberes y discursos, pugnaban por el control de los espacios y recursos urbanos desde una visión y un ideal de ciudad. Las evidencias de los casos presentados en este trabajo permiten empezar a vislumbrar algunos de los elementos que conformaban el paradigma desde el cual los ingenieros observaron y dieron sentido a la realidad urbana del país durante la primera mitad del siglo XX. Por un lado, el caso del proyecto urbano de Ignacio López Bancalari remite al papel de los ingenieros como planificadores y reformadores sociales que 159

AHA, AS, caja 285, expediente 6836, 122f.-129f: 2 de julio de 1938, “Informe relati o al estanque o presa de los CC. Rafael y Edmundo Games, sobre el arroyo Viejo o de Los Caleros”. 160 AHA, AS, caja 285, expediente 6836, fs. 153f.-156f: 27 de octubre de 1938 y 7 de febrero de 1939, “Dictámenes de la Dirección de Población y del Departamento de Salubridad Pública”. 161 Provincia, 1 de junio de 1943, en AHEA, Fondo Poder Judicial, Sección Judicial Civil, caja 901, expediente 3. La disputa entre caleros y la familia Games fue zanjada hasta 1950, cuando el gobernador Luis Ortega Douglas obtuvo de la Secretaría de Recursos Hidráulicos un “donati o” de 500 mil pesos para entubar el arroyo de Los Caleros y construir una amplia avenida que se bautizaría con el nombre del presidente Adolfo López Mateos.

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proyectaron ciudades que complementarían la transformación que el gobierno federal pretendía llevar a cabo mediante la construcción de grandes presas hechas de concreto armado. Estos núcleos urbanos, según se desprende del texto de Bancalari, debían ser ordenados, limpios, confortables y seguros. Además, debían ser habitados por colonos que reflejaran las virtudes con que los ingenieros se concebían a sí mismos: trabajadores prácticos, con conocimiento del entorno y enfocados a la explotación eficiente de los recursos naturales. El caso de la contaminación de los arroyos en la ciudad de Aguascalientes indica que muchos rasgos de este paradigma urbano eran compartidos por ingenieros que, a diferencia de Bancalari, estaban inmersos en circunstancias y contextos radicalmente distintos. Así, de las descripciones e informes de gente como Miguel Rodríguez y Romualdo Godínez se desprende la existencia de la aspiración por una ciudad higiénica, ordenada y libre de enfermedades. No obstante, ni Rodríguez ni Godínez podían actuar como planificadores, pues su posición los obligaba a desempeñarse como mediadores de actores enfrentados y con intereses contrapuestos, ya que se relacionaban de forma diferente con un paisaje urbano y explotaba de forma particular los recursos naturales. En este escenario (marcado también por el cambio tecnológico y del medio ambiente), el paradigma ingenieril se convierte en una práctica discursiva más, que al estar inmersa en una lucha por el control del agua y la tierra, demuestra sus contradicciones y vaivenes. Ejemplo de esta situación lo constituyen las conclusiones enfrentadas a las que arribaron los ingenieros inmiscuidos en la valoración de las causas de la contaminación del arroyo de Los Caleros, pues mientras que uno (Miguel Rodríguez) sostenía que los horticultores eran responsables del problema, otro (Romualdo Godínez) acusaba a los trabajadores de la cal por las enfermedades que agobiaban a los habitantes de la capital. Aunque sin duda hacen falta más elementos para otorgar un panorama completo del paradigma ingenieril, los casos aquí estudiados nos remiten a un escenario donde donde los paradigmas más que sucederse mediante revoluciones, se combinan y traslapan. En este contexto, destaca el papel protagónico de los ingenieros como planificadores o mediadores, hecho que remite a la importancia de las formas en que los grupos profesionales asumen la innovación tecnológica y determinan su impacto sobre el desarrollo económico y social. Finalmente, estos casos pueden ser útiles para reflexionar sobre los procesos de percepción y construcción de la realidad y los conflictos y relaciones de poder entre los actores que habitaban y modificaban los espacios urbanos. FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA Archivo General Municipal de Aguascalientes (AGMA) Fondo Histórico (FH) Archivo Histórico del Estado de Aguascalientes (AHEA) Fondo Poder Ejecutivo (FPE) Sección Secretaría General de Gobierno (SGG) Fondo Poder Judicial (FPJ) Sección Judicial Civil (JC) Archivo Histórico del Agua (AHA)

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