Por qué escribir

July 14, 2017 | Autor: Jose A. Pamies | Categoría: Literatura, Teoría De La Escritura, Escritura Creativa, Leer y escribir
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Descripción

Por qué escribir ficción


El presente texto tiene por objeto teorizar a cerca de las razones que
llevan a un autor a escribir ficción en cualquiera de sus géneros, pretende
tratar sobre el impulso que nos lleva a enfrentarnos a una página en blanco
o por qué un determinado individuo decide dedicarse al arte de la
escritura, con sus pros y sus contras, sus luces y sombras, mostrando
distintos modos de enfocarlo según el temperamento del autor, su historia
personal, y distintas variables que no podemos controlar a priori y que tal
vez conformen el motor de la escritura.

¿Por qué escribir? Es una pregunta que no solemos hacernos, quizá si
nos lo preguntásemos constantemente sencillamente no escribiríamos.


Escribimos porque late en nosotros una fascinación ancestral por
contar historias. Escribimos para explicarnos de algún modo la extraña
contemporaneidad del mundo que nos ha tocado transitar. Escribo contra la
resignación y contra el miedo, preservando así la sagrada libertad del
individuo que absurdamente teclea.

Supongo que escribir me gusta, es de esas pocas tareas hacia las que
tiendo de un modo natural, por ello obligar a leer o a escribir ficción es
una tarea absurda e inútil, en cualquier caso deleznable. Escribo gracias a
los profesores que te hacen odiar los programas académicos de Literatura,
impulsándote así a descubrir otras lecturas, otros espacios literarios
afines, propios. Escribo porque leo y amo las palabras, porque sin
decidirlo conscientemente un día me vi instalado con una extravagante
familia de desconocidos interconectados a la que llamé literatura y de la
que ya nunca pude salir. Escribo porque me siento en deuda con algunos
escritores oportunos que me tendieron sus palabras sin pedirme nada a
cambio cuando más los necesitaba, admiro ese gesto de gratuidad hacia el
otro. Por mantener vivo este encuentro fascinante y mágico que la
literatura nos brinda.


Escribo aunque a menudo ofrezca resistencia y lo odie y me odie, y
todo duela. Escribo porque de este modo puedo instalarme en otra realidad
aparentemente alejada de esta, pero que con el paso de los años puede
resultar más viva y real que cualquier otra. Escribo para re-descubrirme,
para revivir en otros bajo la mirada de algún lector cómplice. Escribo
porque a menudo el tiempo de la realidad me agobia, cuando escribo ese
tiempo se detiene: no existe.
Autores como George Orwell no creen que se puedan captar los motivos
de un escritor sin saber antes su desarrollo al principio. Estoy de acuerdo
con esta idea, y así el escritor debe disciplinar su temperamento para
evitar atascarse en una edad inmadura o debido a algún estado de ánimo
desfavorable. Pero no ha de escapar a sus primeras influencias en las que
reside, de un modo consciente o inconsciente, aquel impulso primigenio de
la escritura. El ambiente en que se desarrolla el carácter de un escritor
también podría ser determinante, Orwell distingue cuatro grandes motivos
generales y comunes para escribir en prosa: egoísmo agudo, entusiasmo
estético, impulso histórico y propósito político. Las razones de Orwell a
la pregunta de por qué escribir si bien tienen gran dosis de razón y
experiencia, también adolecen por otra de un excesivo afán de categorizar
mínimos absolutos comunes a la actividad de escribir. De los motivos que
señala, sin duda el más importante y que debe marcar la tarea del escritor
es el del entusiasmo estético. He conocido escritores nada egoístas, no
políticos e incluso inconscientes en cuanto a las funciones históricas de
su impulso creativo, sin embargo no podría decir lo mismo en cuanto al
placer estético, no podría imaginar un escritor que no disfrutara con el
sonido de un lenguaje depurado o una bella distribución de las palabras, un
escritor que no prestase atención a la sintaxis de las oraciones o a
determinado modo de narrar identificable por el cuidado de algún aspecto
estético, ya sea la plasticidad de las descripciones de determinados
paisajes, la agudeza a la hora de retratar la psicología de algún
personaje, la difícil maestría en el arte de escribir diálogos. En fin, no
imagino que alguien escriba sin que haya encontrado placer en la belleza de
las palabras mismas, en su distribución formal o en la construcción que
reproducen a través de personajes, paisajes, tramas… no hay escritor, ni
artista, que no guarde dentro de sí un deseo de perfeccionar el arte, un
amor hacia las obras que le impulsaron y le siguen empujando a realizar su
tarea artística, ese afán estético representa pues un elemento crucial
tanto en su formación y desarrollo como en su ideal de trabajo que
constantemente busca renovar y mejorar de algún modo.
En consonancia con esta idea de perfeccionamiento en el arte me viene
a la memoria una afirmación de un escritor contemporáneo, Ricardo Menéndez
Salmón, "Escribo por insatisfacción. Si estuviera satisfecho, me limitaría
a "vivir la vida", no a intentar comprenderla mediante la escritura."
Esencial, la escritura como conocimiento, como vehículo para la comprensión
de la realidad circundante. Pero ¿acaso es comprensible la realidad? la
vasta realidad, así, en términos absolutos no puede ser digerida sin más,
de una forma simplista, por un temperamento sensible proclive al arte. Al
intentar comprender la realidad, el escritor comprende que ésta resulta
incomprensible; y esa imposibilidad conmueve el genio del escritor que se
empeña en escribir más y más para alcanzar a comprender lo tal vez
incomprensible. La decepción e insatisfacción da lugar así a un gesto de
agradecimiento, de admiración ante el misterio que la escritura abre.

Allen Ginsberg decía que escribía porque le gustaba cantar cuando
estaba solo y porque no tenía ninguna razón, porque no tenía un por qué.
Henry Miller dijo que escribir es como la vida misma, es un viaje de
descubrimiento y todo lo que hace lo hace por la mera alegría de hacerlo.
No le preocupa que lo entiendan el lector corriente ni el crítico y tan
pronto como oyó su propia voz quedó encantado, y el hecho de que fuera una
voz diferente, distinta, única, le sostuvo. José Agustín Goytisolo dijo que
escribir le ha ayudado a vivir, a estar alegre entre tanto desastre y tanta
miseria moral, entre tanta mediocridad y cobardía y que uno siempre escribe
por carencias profundas, por desequilibrio. Cioran ha escrito que para él
escribir es vengarse. Vengarse contra el mundo, contra sí mismo. Casi todo
lo que escribió fue el producto de una venganza. Gabriel García
Márquez dijo que escribía para que sus amigos lo quisieran más. 







Por otro lado, me refiero ahora a algunas razones poderosas para no
escribir, vivir instalado en la ficción produce deficiencias en el ámbito
de lo pragmático. La vida de numerosos escritores, y artistas, en los
aspectos más cotidianos han resultado un desastre, tanto en el ámbito
laboral como sentimental, por no mencionar problemas mayores con
consecuencias nada deseables, algunos incluso con resultado de acabar con
su propia vida. Entiendo que un escritor debe ponderar sus decisiones y
encaminarse en la dirección que le permita encarar su pasión temprana por
las letras sin descuidar otros aspectos de lo cotidiano. Los peligros están
presentes: el peligro de estar vivo sacude incesantemente a los seres
humanos, pero algunos otros lo viven de un modo mucho más particular. Así
pues, el arte como modo de encauzar la propia existencia representa un arma
de doble filo, de doble dirección: uno hacia las profundidades del propio
ser, con sus luces y sombras, y otro proyectado hacia los otros, hacia la
existencia de las cosas y los seres que conforman el espacio cercano del
escritor, un espacio frágil en comparación con el sólido magma de
creatividad que genera y almacena día tras día en su obra en marcha,
desprovista de una finalidad a priori o unos tiempos marcados, de una
seguridad, en suma, que requiere el otro lado de la realidad pragmática.
Entre la luz y la sombra hallar ese claroscuro donde conciliar vida y obra,
este matiz es clave en la permanencia del ser escritor para sostener su
función creadora. En nuestro devenir existencial andamos a la búsqueda de
este equilibrio que, con sacrificio y esfuerzo, quizás algún día
consigamos.

Otra razón: no se puede vivir de la escritura literaria, al menos no
en términos racionalistas y económicos, según mi modo de entender el arte.
Y es mejor que no tengas que vivir de ello, conviene no tener que verse
obligado a escribir al servicio de otro tipo de intereses ajenos, al menos
si sientes cierto amor por esto y quieres conservar un espíritu libre y
crítico. Escribir requiere también tiempo, concentración y soledad. Algo
difícil de compatibilizar con los ritmos de vida que exige el mundo actual,
resulta más que obvia esta idea, basta una mínima experiencia para tomar
conciencia de ello. Surge entonces la dicotomía entre el trabajo vocacional
de la escritura y el trabajo que deberás realizar para mantenerte y poder
pagar tus facturas. En la buena o mala resolución de esta disyuntiva el
escritor se juega gran parte de su futuro existencial, estamos plagados de
contradicciones, para el artista ninguna como la de hacer frente a las
obligaciones que la vida pragmática impone desde fuera. En este choque de
realidades la fortaleza del escritor demostrará el grado de intensidad de
su vocación que probablemente tendrá que compatibilizar con cualquier otro
tipo de trabajo.


Es muy difícil, pues, que exteriormente entiendan o valoren tus
esfuerzos en este ámbito: no es una dedicación con demasiada recompensa en
ese sentido y, aunque no tengas muchas pretensiones, deberás ser consciente
y asumir o no el sacrificio solitario que supone la escritura ficcional en
cualquiera de sus vertientes. En muchos momentos no podrás asumirlo.



Poner las palabras por escrito en un libro es, decía Unamuno, una
"tragedia del alma", y acaso se escriba por miedo a quedarse uno a solas
con su dolor. Uno no sabe cómo ni por qué comienza un día a escribir, la
mayor parte de nosotros comenzamos inconscientemente al abrirnos por vez
primera a vivencias y lecturas de otros escritores a los que tendemos a
emular por alguna desconocida razón, por un acto de pura imitación en la
adolescencia. Más tarde, con algún que otro desengaño, empezamos a adquirir
experiencia y mayor conciencia de los distintos matices de la existencia al
mismo tiempo que vamos aumentando nuestras conexiones literarias, nuestra
relación con libros y autores, en un diálogo sin fin. Lectura, existencia y
escritura no ya solo como vocación primigenia sino también, y sobre todo,
como apuesta vital.




José Antonio Pamies Franco
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