\"Políticas culturales de la memoria: el caso de la exposición \'Literaturas del Exilio\' en el Centro Cultural de España en México\"

July 6, 2017 | Autor: Helena Lopez | Categoría: Historia, Memoria Histórica, Exilio español y México, Memoria, Políticas culturales, Exposiciones
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Descripción

hispanic research journal, Vol. 12 No. 3, June, 2011, 260–74

Políticas culturales de la memoria: el caso de la exposición Literaturas del Exilio en el Centro Cultural de España en México Helena López PUEG/UNAM, México

En este artículo me interesa detenerme en el cuestionamiento que las memorias de las diásporas políticas ejercen sobre la filosofía de la historia que subyace a la modernidad hegemónica. Inscribo este debate teórico sobre la relación entre exilio, memoria, e historia en el contexto del actual ‘boom de la memoria’ en España. Más en particular, examino el diseño discursivo de la exposición ‘Literaturas del exilio’ que en 2007 se pudo visitar en el Centro Cultural de España en México. Veremos, por lo tanto, un estudio de caso en el que las condiciones de patrimonialización del pasado abren paso a una pregunta crucial: ¿Cuál es el alcance de intervención crítica y transformativa de las políticas culturales de la memoria impulsadas por el estado? palabras clave exilio español, historia, memoria, políticas culturales, exposiciones

Es ya un tópico, no por ello menos cierto, la consideración de la Ciudad de México como lugar de exilios políticos (Yankelevich, 2002).1 Estos desplazamientos han venido registrando a lo largo del siglo xx los dramáticos fracasos de un proyecto de modernidad hegemónica para el que, digan lo que digan sus mitologías fundacionales de ‘libertad, igualdad y fraternidad’, no han tenido cabida otros proyectos modernos alternativos. Precisamente por esta razón Giorgio Agamben reclama la noción de exilio como un lugar conceptual, sin menoscabo de las dificultades reales experimentadas por quienes se ven obligados/as a abandonar su país, desde el que 1

O, en la acertada denominación de Clara Lida, ‘un palimpsesto de exilios: la superposición, capa sobre capa, de expatriaciones que desde tiempo atrás se habían ido sumando gracias a las políticas de asilo de este país después de la Revolución’ (Lida, 2009: 13).

© Queen Mary, University of London 2011

DOI 10.1179/174582011X12983874906536

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repensar formas dominantes de ciudadanía claramente insatisfactorias: ‘Inasmuch as the refugee, an apparently marginal figure, unhinges the old trinity of State-nationterritory, it deserves instead to be regarded as the central figure of our political history’ (Agamben, 1996: 163). Esta problematización del estado-nación moderno que moviliza la figura del/la refugiado/a está cuestionando las estructuras políticas, económicas, y culturales de una versión de la modernidad naturalizada a través de diversos discursos e instituciones como el mejor de los mundos posibles. En este artículo me interesa detenerme en el cuestionamiento que las memorias de las diásporas políticas ejercen sobre una filosofía de la historia que, como una de las estructuras culturales de legitimación a las que me acabo de referir, inspira la noción hegemónica moderna de tiempo vacío y homogéneo (Benjamin, 1992: 252) o, en la formulación de Maurice Halbwachs, de tiempo histórico discontinuo (2007: 140). Regresaré sobre este importante punto. Valga por el momento decir que inscribo este debate teórico sobre la relación entre exilio, memoria, e historia en el contexto del actual ‘boom de la memoria’ en España, un fenómeno que, como explicaré en las páginas que siguen, debe situarse en un marco más amplio de globalización de la justicia. Más en particular, examinaré el diseño discursivo de la exposición ‘Literaturas del Exilio’ que, del 17 de julio al 30 de septiembre de 2007, se pudo visitar en el Centro Cultural de España en México. Esta institución, financiada por la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, ha hecho de la memoria — desde el punto de visto tanto del espacio urbano donde se ubican sus actividades como de las relaciones México-LatinoaméricaEspaña que informan a éstas — uno de los elementos centrales de su agenda. Veremos, por lo tanto, un estudio de caso en el que las condiciones de patrimonialización del pasado abren paso a una pregunta crucial: ¿Cuál es el alcance de intervención crítica y transformativa de las políticas culturales de la memoria impulsadas por el estado?

Historia, memoria, exilio En un libro ya clásico, García Canclini afirma que la modernidad se encuentra constituida por cuatro proyectos fundamentales: emancipador, expansivo, renovador, y democratizador (García Canclini, 1989: 31–32). Se trata de cuatro dimensiones, a menudo antagónicas entre sí, de la emergencia a partir del siglo xviii de una formación político-social (el estado-nación) que según Benedict Anderson se constituye a partir del progresivo colapso de dos sistemas culturales: la comunidad religiosa y el poder dinástico (2000: 12–22). Es sabido que Anderson, en su influyente Imagined Communities, argumenta que la cohesión de esta nueva formación moderna se garantiza a partir de una compleja construcción que involucra elementos tanto estructurales (económicos y tecnológicos) como culturales. Merece la pena señalar que el modelo explicativo de Anderson, como bien han señalado críticos postcoloniales como Partha Chatterjee (1993: 3–13) y Edward Said (2001: 495), funciona para entender el desarrollo metropolitano en Estados Unidos y Europa. Sin embargo, se adapta con muchos problemas a las realidades de los territorios coloniales y postcoloniales. García Canclini coincide también en señalar la improductividad de trasladar el paradigma hegemónico norteamericano/europeo de modernidad (que

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desde luego está también silenciando muchas modernidades disidentes como veremos más adelante para el caso del exilio español) a Latinoamérica. Una de las razones cruciales de esta inadecuada transferencia sería lo que el propio García Canclini denomina ‘heterogeneidad temporal’ (1990: 72). Lo que me interesa subrayar en relación con esta cuestión es que el pensamiento moderno dominante, en conflicto con otras formulaciones divergentes, ha suscrito una idea económica de modernización y progreso justificada, en términos culturales y de filosofía de la historia, por una supresión violenta de esta ‘heterogeneidad temporal’. Se podría mantener, como de hecho hace Marshall Berman, que esta temporalidad lineal y progresiva — por otro lado diferente a las teleologías emancipatorias (caso del marxismo) en el sentido de que se trata más bien del tiempo homogéneo y vacío descrito por Walter Benjamin o el tiempo histórico discontinuo de Maurice Halbwachs — es inherente a la lógica del capitalismo: ‘All that is solid’ — from the clothes on our backs to the looms and mills that weave them, to the men and women who work the machines, to the houses and neighborhoods the workers live in, to the firms and corporations that exploit the workers, to the towns and cities and whole regions and even nations that embrace them all — all these are made to be broken tomorrow, smashed or shredded or pulverized or dissolved, so they can be recycled or replaced next week, and the whole process can go on again and again, hopefully forever, in even more profitable forms. (Berman, 1988: 99)

Es por este motivo que Jo Labanyi afirma que ‘any model of modernity based on the capitalist idea of compulsory obsolescence has no place for memory’ (2007: 91). Toda una tradición a lo largo del siglo xx, que bien podríamos calificar de modernista, se ha resistido al tiempo de la razón y los discursos que se le asocian para reivindicar una articulación alternativa entre pasado, presente, y futuro.2 Esta articulación permitió elaborar, a partir de intereses intelectuales diversos (psicoanálisis, sociología de la memoria, filosofía), espacios conceptuales para dar cuenta de cómo la identidad social y/o individual es el efecto de temporalidades sin solución de continuidad. Para los propósitos de este artículo me interesa reflexionar brevemente sobre quienes impugnaron el historicismo, cómplice de un tiempo con solución de continuidad, para precisamente comprender cómo éste invisibilizaba con un gesto naturalizador procesos de inclusión y exclusión social. Del mismo modo que el discurso del psicoanálisis, aunque con inversiones ideológicas diferentes, pensadores como Walter Benjamin o Maurice Halbwachs, ambos víctimas del nazismo, problematizan una historia hecha por y para las élites dominantes y teorizan formas en que las memorias marginales pueden insertarse en los procesos históricos que pretenden ocultarlas. Desde sus respectivas posiciones disciplinares Benjamin, al recurrir a ‘la tradición de los/as oprimidos/as’ (1992: 248) y Halbwachs con su noción de memoria colectiva (1997: 129) están poniendo en crisis una filosofía de la historia fundada en una idea de progreso a su vez en alianza con el capital y otros discursos como el del nacionalismo y el estatismo metropolitanos. 2

Esta tradición a menudo, aunque no siempre (caso del psicoanálisis freudiano, de la filosofía del tiempo en Bergson o de la sociología de la memoria de Halbwachs), es crítica a su vez con el tiempo del capital. Para una crítica del tiempo lineal de la historia del estado-nación moderno desde el punto de vista del feminismo véase Kristeva (1986). Este texto se publicó originalmente en 1979 como ‘Le Temps de femmes’.

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Hasta aquí he trazado sucintamente la tensión entre historia y memoria que es constitutiva de la accidentada trayectoria de la modernidad. Esta tensión es recuperada, a partir de los años 80 del siglo pasado, por el campo disciplinar de los estudios de la memoria (Memory Studies). Se trata de un esfuerzo, de origen alemán y anglosajón, en el que confluyen varios elementos: el anti-historicismo modernista al que acabo de referirme; la crítica del postestructuralismo a la noción de verdad, en sintonía con el trabajo de Nietzsche, y la necesaria deconstrucción de todos aquellos discursos a los que informa y naturaliza (el histórico sería uno entre varios); la experiencia del Holocausto; el compromiso con modelos analíticos de ‘abajo a arriba’; el ‘giro subjetivo’.3 Tanto los centros académicos de producción de este conocimiento como las circunstancias específicas de la Shoa no son — y de nuevo regresamos a los riesgos de la circulación acrítica de conceptos como el ya mencionado de modernidad — automáticamente extrapolables a otros contextos nacionales e históricos. Sin embargo, otros de sus componentes teóricos, notablemente el impulso progresista de una agenda política que se empeña en recuperar a sujetos marginales como sujetos históricos (y con este fin recurre a las herramientas teórico-metodológicas arriba apuntadas), sí resultan productivos para crear conflicto en narraciones históricas que han borrado de su relato las huellas de un pasado incómodo (para quienes detentan el poder en el presente): En 1973 en Chile y en Uruguay, y en 1976 en la Argentina se producen golpes de estado de nuevo tipo. Los regímenes que se establecen realizan actos (asesinatos, torturas, campos de concentración, desaparición, secuestro) que consideramos inéditos, novedosos, en la historia política de estos países. Desde antes de las transiciones democráticas, pero acentuadamente a partir de ellas, la reconstrucción de esos actos de violencia estatal por víctimas-testigos es una dimensión jurídica indispensable a la democracia. Pero, además de que fue la base probatoria de juicios y condenas al terrorismo de estado en la Argentina (lo está haciendo posible en Chile), el testimonio se ha convertido en un relato de gran impacto fuera de la escena judicial. (Sarlo, 2006: 28)

En otro proceso transicional como el español, también precedido por una larga y represiva dictadura cívico-militar, el énfasis en la noción de memoria ha generado resultados importantes. Además, y como indicaré con más detalle en la siguiente sección de este trabajo, existe una relación entre las transiciones tras gobiernos autoritarios responsables de la sistemática violación de derechos humanos fundamentales en Latinoamérica y en España a través de un fenómeno de justicia transnacional. Pero antes de tratar este asunto quisiera hacer un comentario puntual a propósito de cómo la experiencia del exilio intensifica la conflictiva relación moderna entre historia y memoria. Aunque la expulsión forzosa por razones políticas de un territorio no es exclusiva del siglo xx, sí es cierto que no es sino en este momento cuando el exilio se convierte en un auténtico acontecimiento de masas. El desplazamiento de miles de personas pone de manifiesto los dramáticos antagonismos sobre los que se fundan los modernos estados-nación. Es por esta razón que podemos postular la naturaleza del exilio 3

Para una excelente historia de la configuración de los estudios de la memoria véanse las introducciones de Radstone y Hodgkin (2003a y 2003b). Véase también el editorial en Hoskins et al. (2008).

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como el afuera constitutivo del estado-nación. Y esto en el sentido de que este último se define a partir de la negación — a menudo violenta — del ethos de quienes no tienen un lugar en el cuerpo social. No en vano con frecuencia se considera, como al comienzo de este artículo vimos en Agamben, al exilio como el tropo moderno por excelencia (Said, 2001; Valis, 2000). Ahora bien, no podemos olvidar que las diásporas políticas del siglo pasado son siempre periféricas a la modernidad dominante que representa el estado-nación del que han sido expulsadas. Esta marginalidad significa que la desterritorialización exiliar es replicada en su imposibilidad de integración en el tiempo histórico del estado-nación de origen y en todos los discursos, instituciones, y prácticas que lo legitiman. Expulsado/a de la Historia, el/la exiliado/a recurre a un repertorio variado de estrategias alternativas (Said, 2001: 183) para transformar la nostalgia paralizante de la pérdida en una nostalgia de alcance político que con acierto Svetlana Boym denomina nostalgia reflexiva: ‘Reflective nostalgia does not pretend to rebuild the mythical place called home. [. . .] the past opens up a multitude of potentialities, nonteleological possibilities of historical development’ (Boym, 2001: 50). Se trata, por lo tanto, de un recurso a una memoria prospectiva que interrumpe el curso de esa continuidad histórica de la que ha sido apartada para, de acuerdo con esas posibilidades no teleológicas a las que se refiere Boym, intervenir críticamente en el presente. Probablemente no exista una metaforización más precisa de esta cualidad espectral de la memoria que amalgama pasado, presente, y futuro que la generada por la figura espacio-temporal de la ruina. Frente al uso elegíaco y melancólico de los Románticos, la/el exiliada/o moderna/o celebra con la imagen ruinosa la capacidad de reestablecer un orden, un tiempo, que no se resigna a haber perdido. El siguiente fragmento de la autobiografía de María Teresa León, una intelectual comunista española exiliada en Argentina e Italia a partir de 1939, no puede ser más claro a este respecto: Nada tenemos que ver nosotros con las imágenes que nos muestran de España ni el cuento nuevo que nos cuentan.4 Podéis quedaros con todo lo que pusisteis encima. Nosotros somos los desterrados de España, los que buscamos la sombra, la silueta, el ruido de los pasos del silencio, las voces perdidas. Nuestro paraíso no es de árboles ni de flores permanentemente coloreadas. Dejadnos las ruinas. Debemos comenzar desde las ruinas. Llegaremos. Regresaremos con la ley, os enseñaremos las palabras enterradas bajo los edificios demasiado grandes de las ciudades que ya no son las nuestras. Nuestro paraíso, el que defendimos, está debajo de las apariencias actuales. (León, 1998: 98)5

Precisamente porque el espacio-tiempo de la ruina como metáfora se opone a una temporalidad lineal aliada con quienes detentan el poder en un momento histórico, 4

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Se refiere a la España del desarrollismo de finales de los años 60. La primera edición del texto de María Teresa León se publica en la editorial argentina Losada en 1970. Otro exiliado republicano en México, Max Aub, escribe magistralmente sobre su desencuentro con la España de los sesenta (1971). Otra escritora exiliada republicana en Argentina, Rosa Chacel, expresa en su correspondencia de mediados de los años sesenta con una joven escritora del interior, Ana María Moix, esta misma idea de la capacidad de la memoria exiliar de problematizar el tiempo lineal del estado-nación: ‘EL TIEMPO, todo tiempo, es PRESENTE porque mi presente está enteramente lleno de pasado y de futuro porque para mí no hay temps perdu, no tengo que echarme a buscarlo puesto que nunca dejó de serme presente, y el presente siempre fue un proyecto, un trazado riguroso de futuro’ (Chacel y Moix, 1998: 184–85). Para la relación entre tiempo y exilio en el contexto español véase Balibrea, 2007.

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Jacques Derrida dice que ‘la ruina no es algo negativo’ (2002: 278). Y en la célebre tesis ix de sus Tesis de filosofía de la historia Walter Benjamin apela a la ruina como contrafigura resistente al tiempo del progreso (1992: 249). En un excelente artículo sobre afectividad y posguerra en la ‘ilegal’ República Turca del Norte de Chipre, Yael Navaro-Yashin aboga por una antropología de la melancolía que tenga a la ruina como metáfora central en el análisis de la relación entre afectos, subjetividad, lenguaje y materialidad: But a ruin is also about roots, because it is sited as a ‘trace’ of a historical event, it is remembered, it is kept, lamented, and cherished in the memory of those who left it behind, it is sited and noticed by those who uncannily live in it or in its vicinity, it leaves marks in the unconscious. The ruin, then, works against Deleuze and Guattari’s paradigm setting (or what I have called ‘ruination’). It is vertical and horizontal at the same time; both root and rhizome. (Navaro-Yashin, 2009: 14)

Consideremos qué sucede cuando el estado habla en nombre de esta memoria del exilio que, como acabo de argumentar, suele obstinarse en rectificar — en arruinar, diríamos para activar la metáfora de la ruina — el tiempo lineal de la historia hegemónica. Para el caso de estados postdictatoriales existen varias maneras de abordar el tema de la memoria que podrían quedar abarcadas en tres grandes categorías: legislativa, judicial, y cultural. ¿Tienen estos tres ámbitos el mismo efecto de interpelación? ¿Cuál de ellos ejerce una mayor acción trasformativa en línea con el impulso de contestación de la memoria del/la exiliado/a? ¿Pueden ser las políticas culturales de la memoria, y esto incluso a pesar de sus buenas intenciones, depositarias de la naturaleza profundamente disidente de cualquier exilio?

El ‘boom de la memoria’ en España El nuevo milenio se inaugura en España con un creciente interés por la memoria de la guerra civil, el exilio republicano, y el franquismo que se extiende a prácticamente todos los espacios de la vida pública. ¿Por qué esta atención tardía veinticinco años después de la muerte de Franco? Antes de intentar contestar a esta pregunta creo que se hace evidente cómo el actual ‘boom de la memoria’ pone en entredicho a la modélica Transición española. La política de consenso que suscriben las élites políticas en los primeros años de la democracia, posiblemente con la intención de asegurar el proceso de modernización iniciado ya en el tardofranquismo y de frenar la tendencia antidemocrática de algunos grupos de poder de la dictadura, blinda con la Ley de Amnistía de 1977 la posibilidad de justicia y/o verdad a las miles de víctimas del franquismo. Es muy importante subrayar que, como indica Paloma Aguilar en un trabajo comparativo sobre justicia transicional en Chile, Argentina, y España: Por otra parte, el hecho de que la represión en el Cono Sur fuera, fundamentalmente, clandestina explica que las demandas de verdad y justicia se hayan planteado con mucha más insistencia que en España, donde los juicios de los que se derivaron decenas de miles de ejecuciones en los primeros años de la dictadura tuvieron carácter oficial. A pesar de ello, no deja de ser sorprendente que éstas, a pesar del tiempo transcurrido, no hayan sido aún inventariadas, lo que explica que aún desconozcamos su cuantía exacta. Una comisión de la verdad habría ayudado a esclarecer todos estos asuntos. (Aguilar Fernández, 2007: 26; mi énfasis)

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Así que la sociedad española, privada por el estado durante la Transición hasta del elemental ejercicio de justicia y dignidad que representan las comisiones de la verdad, espera más de veinte años una respuesta de ese mismo estado. Veamos primero qué condiciones posibilitan esta respuesta y, después, sus modalidades legal, judicial y cultural.6 En primer lugar la llamada ‘generación de las/os nietas/os’ ha comenzado a plantear preguntas incómodas sobre el conflictivo pasado político de España. La interpretación psicosocial de esta conducta sostiene que la gravedad del trauma que supuso la guerra de 1936 y sus consecuencias se manifiesta en esta generación como un ‘retorno de lo reprimido’. La distinta inversión personal y política de esta tercera generación, que no ha vivido ni la guerra ni la posguerra y que no siente que una revisión abierta del pasado pueda ya poner en peligro la democracia en España, está en el origen de distintas iniciativas civiles. De éstas probablemente el trabajo de exhumación de desaparecidos/as de la dictadura llevado a cabo por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (sin orientación política explícita) o el Foro por la Memoria (de orientación comunista) sirvieron, desde el año 2000, como catalizador principal de los discursos sobre la memoria.7 En segundo lugar, y como inspiración del trabajo de localización, exhumación e identificación de fosas comunes al que me acabo de referir, hay que mencionar cómo el derecho penal internacional y, muy particularmente, el caso de Pinochet operaron en un contexto de globalización de la justicia que sirvió tanto de aliciente como de procedimiento para muchas personas en España (Silva, 2008: 146–47): ‘[I]n the postPinochet environment of transnationalized ‘transitional justice culture’, Spain can no longer claim it is ‘different’ in that is somehow excused from confronting its past because it made a successful transition to democracy without confronting its past’ (Golob, 2008: 137). En tercer lugar, la guerra civil, el exilio y el franquismo se convierten en motivos que, con distinta legitimidad histórica y con muy diferente voluntad política, tanto el Partido Popular (PP) como el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) deciden capitalizar. El PP a través de gestos culturales, como la reapropiación de ciertos intelectuales prominentes del exilio republicano, persigue a partir de su primer gobierno de 1996 sanear su imagen de proximidad al franquismo. El PSOE, como muy bien indica Stephanie Golob, desde su regreso al gobierno en 2004 se comprometió con políticas de corte social (ley contra la violencia de género, legalización del matrimonio homosexual, incorporación al programa educativo de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, reforma de la ley de extranjería, etc.) orientadas a redefinir, en contraste con las consignas ultraconservadoras del PP, el concepto de ciudadanía. Dentro de estas iniciativas legislativas dirigidas al diseño de una ciudadanía plural e inclusiva podemos desde luego incluir la llamada Ley de Memoria Histórica (Golob, 2008: 133). 6

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Para un buen panorama sobre la memoria de la guerra civil y del franquismo después de 1975 en los ámbitos político, social y cultural, véase Aguilar Fernández, 2006. Para la historia de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, véase la entrevista de Jo Labanyi a Emilio Silva, presidente de esta organización (2007). Véase también el reportaje de Lola Huete (2010), con fotografías de Sofía Moro, en El País Semanal, así como la página web del imprescindible proyecto de investigación dirigido por el antropólogo Francisco Ferrándiz ‘Las políticas de la memoria: balance de una década de exhumaciones en España’: [con acceso el 16 noviembre 2010].

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Por último, los medios de comunicación y las industrias y políticas culturales están capitalizando esta movilización de los discursos sociales, políticos, y afectivos de la memoria y, a pesar de los riesgos de comodificación y espectacularización, contribuyen muy activamente a mantener vivo el debate en el espacio público (López, 2009: 376). Retomo ahora la cuestión sobre los tres ámbitos de inscripción de este ‘boom de la memoria’. Primero la actuación legislativa. La Ley de 7 de julio de 2006 declaró el año 2006 como Año de la Memoria Histórica.8 A esta medida siguió la aprobación en el Congreso de los Diputados en 2007 de la llamada Ley de Memoria Histórica cuya tramitación, dicho sea de paso, experimentó muchas dificultades debido a diferencias entre los distintos grupos políticos.9 Con todas las deficiencias de esta ley, especialmente en lo relativo a la responsabilidad explícita del estado respecto al tema de las fosas (Armengou, 2008: 217; Silva, 2008: 152), hay que señalar que supone uno de los momentos más importantes en el desarrollo del actual debate sobre la memoria en España.10 En lo que concierne a las actuaciones judiciales no cabe duda de que la causa abierta contra el franquismo por el juez Baltasar Garzón en septiembre de 2008 representa otra de las acciones más significativas de este proceso. El 18 de noviembre de 2008 Garzón declara extinguida la responsabilidad penal del general Francisco Franco y otros cuarenta y cuatro cargos de la dictadura al haber recibido sus respectivas actas de defunción. Los inculpados eran acusados de crímenes contra la humanidad de manera que la extinción por fallecimiento se convierte en un acto que honra a las víctimas por no ser equivalente a la impunidad o el olvido judicial. En ese mismo auto de 18 de noviembre el juez español también se inhibe en favor de los sesenta y dos juzgados territoriales donde se encuentran las fosas que, según este mismo magistrado, deben ser objeto de investigación. El 28 de noviembre de 2008 la Audiencia Nacional confirmaba, por catorce votos a favor y tres en contra, que el juez Garzón era incompetente para investigar los crímenes de la guerra civil y del franquismo (Altozano, 2008). La controversia suscitada en distintos espacios de la esfera pública, como el poder judicial y los medios de comunicación, pone de manifiesto hasta qué punto la relación pasado-presente está sujeta a distintas estructuras político-discursivas y afectivas (por supuesto también materiales) insertas en pugnas por el poder (de nuevo político-discursivo, económico, etc.).11 8

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Ley 24/2006, de 7 de julio, sobre la declaración del año 2006 como Año de la Memoria Histórica. Boletín Oficial del Estado num. 162 (8 julio 2006: 25573). [con acceso el 15 noviembre 2010]. Ley 52/2007, de 26 de diciembre, por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura. Boletín Oficial del Estado num. 310 (27 diciembre 2007). [con acceso el 15 noviembre 2010]. Véase de Amnistía Internacional (2008). Fernando Savater (2008) encuentra que la causa contra el franquismo es un disparate estéril, mientras que Jordi Gracia mantiene la postura contraria: ‘La fortaleza de la democracia no necesitaba esa iniciativa de Garzón. La necesitaba esa suerte de capital simbólico que es atreverse a respaldar de frente la verdad histórica cuando está en riesgo de descrédito. Y el mejor modo, en 2008, es que Franco vaya haciendo compañía en los calabozos de la conciencia a su admirado confeso Pinochet’ (Gracia, 2008: 27). Ya concluido este artículo la Comisión Permanente del Consejo del Poder Judicial decide, en febrero de 2010, iniciar trámites para suspender al juez Garzón de sus funciones en la Audiencia Nacional.

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La tercera dimensión que quiero examinar es el territorio cultural. Dos acontecimientos inauguran la avalancha de productos y prácticas culturales (películas, ensayos, libros de ficción, congresos, conciertos, exposiciones, programas de TV, documentales, reportajes periodísticos, etc.) que abordan el tema de la memoria de la guerra civil, el exilio, y la dictadura en el nuevo milenio en España. Por un lado, el éxito de ventas de la novela Soldados de Salamina de Javier Cercas, publicada en 2001, y de cuya versión cinematográfica en 2003 es responsable David Trueba. Y por el otro, la exposición ‘Exilio’ organizada en 2002, en el Palacio de Cristal del Parque del Retiro en Madrid, por la Fundación Pablo Iglesias en colaboración con el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. El análisis de la capacidad de intervención política de los discursos culturales no es sencillo. Es cierto que la visibilización de estos temas debería movilizar, y en este sentido es muy bienvenida, el conocimiento de un pasado común sistemáticamente olvidado o distorsionado y que en su transmisión transgeneracional puede funcionar como una forma tanto de verdad como de justicia.12 Pero al mismo tiempo, no podemos desestimar las condiciones de esa visibilización. El espacio cultural, por su propia estructura y autonomización (un estatus adquirido como resultado de la racionalización y división del trabajo impuestos por la modernidad), contiene el perverso efecto de sobredeterminar su significante, a expensas del significado, en la forma de mercancía y/o espectáculo. La reacción cognitiva que estas condiciones produce en los públicos suele, aunque no siempre sea el caso, agotarse en una experiencia estética. Habiendo señalado las limitaciones que imponen las condiciones estructurales del campo cultural quiero dedicar la última parte de este artículo al examen de la configuración discursiva de una de estas manifestaciones culturales en la Ciudad de México.

El caso de la exposición Literaturas del Exilio No es obvio cómo podría patrimonializarse la memoria de cualquier exilio político que, por definición, se sitúa en actitud de resistencia en los márgenes de los imaginarios y los discursos dominantes tanto del país de origen como del de acogida. Esta dificultad me ha resultado lo suficientemente estimulante como para rastrear el esfuerzo realizado por los tres curadores de la exposición Literaturas del Exilio: el escritor Julià Guillamon, el artista conceptual Francesc Abad y el director de cine Joaquim Jordà. La victoria de las tropas franquistas en abril de 1939, tras tres años de guerra civil en territorio español, supone el establecimiento de una dictadura de cuarenta años comprometida con un plan de exterminio de lo que los ideólogos de este régimen dieron en llamar ‘la anti-España’. Este sistema represivo, iniciado durante el conflicto bélico y continuado con sistematicidad durante la posguerra, forzó el exilio de medio millón de mujeres y hombres vinculadas/os a proyectos políticos antifascistas.13 Es bien conocido que el gobierno mexicano de Lázaro Cárdenas ofreció una ayuda

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Sobre el papel cuasi-judicial que pueden jugar los muchos documentales que desde el 2000 han investigado aspectos siniestros y poco conocidos de la represión franquista, véase el interesantísimo artículo de Gina Herrmann (2008). Para destinos en el exilio y repatriaciones tempranas a España, véase Cervera, 2009: 41.

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excepcionalmente generosa — por empatía ideológica con las/os republicanas/os así como por razones ligadas al proceso de modernización en ese país — al recibir a un gran número (se calculan unas/os veinte mil) de refugiadas/os (Pla, 2007). La tematización artística de la experiencia del exilio en México está siendo en la última década, desde el punto de vista de la posmemoria, objeto de varias novelas, alguna película y al menos un par de exposiciones.14 Sobre éstas últimas, la ya referida Exilio que trataba la diáspora a México en un marco mucho más amplio que incluía otros destinos importantes en Latinoamérica y en países europeos como Francia o la Unión Soviética. Detengámonos en la segunda exposición, esta vez sí dedicada íntegramente al exilio republicano en México, titulada Literaturas del Exilio. El proyecto original se presentó en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona de octubre de 2005 a enero de 2006. La producción estuvo a cargo de la Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior de España (SEACEX), el Institut Ramon Llull, el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) y, para el caso de su montaje en México, el Centro Cultural de España en México (CCEM). Colaboraron también el Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación de España y el Ministerio de Cultura de España. Además, la exposición en México contó con el apoyo de la Embajada española en ese país. Este evento, como veremos, ha tenido el mérito de intentar repensar algunos de los lugares comunes más persistentes sobre el exilio republicano en general y el que se dirigió a México en particular. En este sentido, uno de los aciertos de esta propuesta creo que ha consistido en plantearla como una exposición itinerante reproduciendo así el carácter nómada de todo exilio y, al mismo tiempo, renunciando a una apropiación rígida o monopolizada por un sólo país (a saber, España) de un fenómeno que, como ya he insistido, no se deja aprehender fácilmente por las grandes narrativas nacionales. Es además un muy justo homenaje a todos aquellos países que aceptaron en sus sociedades a refugiadas/os de la España nacionalcatolicista. Después de Barcelona, Literaturas del Exilio viajó al Centro Cultural Recoleta en Buenos Aires, el Centro Cultural Palacio de la Moneda en Santiago de Chile, el Museo de Arte Moderno de Santo Domingo y el Centro Cultural de España en México. Este carácter transnacional se ha beneficiado de una segunda decisión: adaptar el contenido de la muestra a las peculiaridades de cada contexto nacional para así insistir en cómo diferentes condiciones de recepción determinaron diferentes modalidades de exilio e inserción. En el verano de 2007 visité Literaturas del Exilio en la calle Guatemala del centro histórico de la Ciudad de México. Lo que siguen son algunas consideraciones sobre el relato que diseñaron los curadores de esta exposición que interroga el tema del transtierro republicano a México desde el punto de vista de los/as escritores/as catalanes/as y recurriendo a la memoria material de éstas/os (novelas, dietarios, objetos 14

El término posmemoria, acuñado por Marianne Hirsch, ‘describes the relationship that the generation after those who witnessed cultural or collective trauma bears to the experience of those who came before, experiences that they ‘remember’ only by means of the stories, images and behaviors among which they grew up’ (Hirsch, 2008: 106). Sobre novelas que retratan desde la posmemoria el exilio republicano español en México cabe citar a Anamari Gomís (2002) y a Jordi Soler (2004; 2009). En cuanto a filmografía de ficción sobre el mismo tema, véase Arturo Ripstein (2002), una cinta basada en el relato breve del exiliado Max Aub (1979).

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personales, prensa, dibujos, fotografías, etc.). Esta perspectiva, al menos en su planteamiento inicial, no puede ser más oportuna. Persistentemente la memoria pública del exilio español de 1939 ha ocultado su diversidad demográfica (y las variables incluyen etnicidad, género, clase, generación, ideología, religión, etc.) para reducirla a un grupo de intelectuales españoles (en el sentido de no pertenecientes a ninguna de las otras tres nacionalidades históricas del estado español) a menudo hombres y de ideología liberal. Una reducción que claramente suprime muchas otras memorias que, no por más molestas al imaginario exiliar que se quiere consolidar a partir de 1975 (un exilio homogéneo e identificado con la razón liberal que no entorpeciese la política de consenso de la transición a la democracia), son parte constitutiva fundamental de los proyectos de modernidad que en los años treinta antagonizaban con las fuerzas más reaccionarias de la sociedad española. Insisto pues: la atención al caso del exilio catalán viene a enmendar esta inmensa deficiencia de nuestra memoria histórica. Pienso, con todo, que la narrativa de la muestra al asumir una noción no problemática de la catalanidad y por lo tanto al reificar esta identidad, no consigue sacar el máximo partido a esta aproximación en principio productiva. La sola exhibición de material relacionado con la intelectualidad catalana (una de las instalaciones de Francesc Abad conformada por ediciones originales de autoras/es catalanas/es que de una manera muy eficaz ocupaba un ventanal con vistas a la calle Guatemala es un ejemplo de esta reificación) o la mención de sus lugares de reunión y asociación en la Ciudad de México, no profundiza en una de las preguntas clave para un análisis que no suponga la ahistoricidad (es decir, la naturaleza esencialista) de ninguna de sus categorías: ¿Cómo se relaciona la catalanidad con otras divisiones sociales y qué efectos tienen estas intersecciones en la construcción de diferentes identidades exiliares consecuentemente posicionadas de manera diversa tanto en la sociedad mexicana como en la comunidad refugiada?15 Por otro lado, y en el sentido que acabo de indicar, la elección del grupo social de las/os intelectuales entra en contradicción con uno de los objetivos fundamentales de esta exposición según se puede leer en su catálogo: ‘En lugar de mostrar los aspectos políticos e institucionales del exilio pone el acento en la experiencia humana. Tomando como referencia novelas, poemas, dietarios y libros de memorias se ha construido un relato de relatos que explica una vivencia colectiva’ (Guillamon, 2007: s/n). El curador también afirma que el relato de las/os escritoras/es al compararlo con otros testimonios ‘constituye una formulación estilizada’ (Guillamon, 2007: 11). Al menos en mi opinión, la mejor manera de ahondar en lo que Guillamon denomina ‘la experiencia humana’ pasaría por un ejercicio de historia social y/o cultural para el que no exista una jerarquización estética de las narrativas personales. Además, y a pesar de que sí es cierto que la identidad catalana supone un cierto grado de marginalidad dentro del fenómeno del exilio republicano,

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Clara Lida responde a esta pregunta de una manera que evita el riesgo de reificación al someter la noción de catalanidad a una deconstrucción que la historiza en relación con condiciones, discursos y entornos específicos: ‘una clara voluntad de preservar la memoria de una cultura compartida por una colectividad que defendía su identidad nacional o regional en lucha contra una dictadura que se abocaba a eliminarla y sumirla en el olvido. [Sin embargo] La voluntad de mantener viva y diferenciada una cultura particular se volvía una exclusión de la realidad circundante, lo cual, tarde o temprano, no sólo se demostraría imposible, como lo advertía tempranamente Manuel Andújar, sino que explicaría la dificultad de integración — y así se ha manifestado en numerosos testimonios del exilio — o la escasa voluntad de hacerlo’ (Lida, 2009: 73).

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a fin de cuentas las/los intelectuales, por su carácter de grupo elitista y minoritario, están próximos a ‘los aspectos políticos e institucionales’ y no son representativos de ‘una vivencia colectiva’ (más allá de la propia). Hasta aquí mis comentarios sobre las ventajas y desventajas de lo que es el fundamento vertebral de la exposición. Paso ahora a otros elementos que me parecen interesantes. Desde el punto de vista de la organización narrativa creo que Guillamon tomó varias decisiones acertadas. En primer lugar, el relato oscila entre la ordenación cronológica (que sobre todo afecta al final de la guerra en Barcelona, los primeros meses de las/los exiliadas/os en Francia y su experiencia en los campos de concentración del sur de este país y de Alemania) y la disposición temática (que tiene que ver con diferentes aspectos de la vida de las/los refugiadas/os en México). Esta combinación dispositiva evita el riesgo de deshistorización — habitualmente asociado a las exposiciones temáticas — sin renunciar a ciertos lugares de enunciación que prefieren prescindir del dictado de la cronología lineal a favor de temas que promuevan la reflexión en direcciones productivas. Uno de estos motivos temáticos, de especial interés para esta muestra, tiene que ver con una comprensión de la experiencia del exilio como fenómeno intercultural. Los artículos que Lluís Ferran de Pol escribe para El Nacional sobre un terremoto en la Ciudad de México en 1943 o su reportaje sobre la erupción del volcán Paracutín en Michoacán; el interés en las culturas precolombinas que demuestran algunos escritores como el propio Ferran de Pol o Avel·lí Artís Gener. Éstos son algunos ejemplos que los curadores seleccionan para ‘presentar una serie de aspectos menos conocidos, que no se acostumbran a tratar cuando se estudia la emigración republicana: el descubrimiento de México, la fascinación por el mundo precolombino, el contacto con los paisajes y la realidad indígena, que deja su huella en la obra de muchos escritores’ (Guillamon, 2007: s/f). Este punto de partida es, sin duda, innovador en el marco de los estudios sobre la diáspora republicana aportando además una muy apreciable intención no eurocéntrica. Una genealogía más exhaustiva de los discursos que estos intelectuales utilizaron para hablar de la realidad mexicana — casi todos remiten a la oposición binaria civilización/naturaleza — quizás podría haber aportado una visión más crítica (y contra-metropolitana) sobre los términos en los que se produce ‘el choque de mentalidades que representó la llegada de los exiliados a América’ (Guillamon, 2007: 8). El hecho de que la curaduría integrase a un equipo interdisciplinar permitió una narrativa flexible que facilita lo que algunas/os teóricas/os denominan estética relacional o dialógica al convertir la exposición no tanto en un relato cerrado como en un proceso en comunicación abierta con el público (Lerm Hayes, 2007: 21). Si bien Julià Guillamon es responsable de la concepción general del proyecto en su trabajo participaron otros dos creadores. El artista conceptual Francesc Abad, a cargo del montaje de la exposición así como de cinco piezas (cuatro instalaciones y un cartel que las/os visitantes se podían llevar como obsequio) y Joaquim Jordà que filmó un documental, con guión de Guillamon y la colaboración de cuatro realizadores/as mexicanos/as (Arturo Ripstein, María Novaro, Juan Carlos Rulfo y Violeta Leduc), sobre el desplazamiento de refugiadas/os después de 1939. Para completar esta atmósfera interdisciplinar Literaturas del Exilio, junto con el Centro Cultural José Martí y la Fábrica de Artes y Oficios de Oriente (FARO), incluyó un ciclo de cine en torno

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a varios aspectos relacionados con la diáspora republicana así como con otras migraciones políticas y económicas.

Consideraciones finales Como he intentado demostrar a lo largo de este artículo, la tensión entre historia y memoria es constitutiva del proyecto metropolitano hegemónico de modernidad. Un proyecto que, necesitado por razones de tipo económico e ideológico de procesos de exclusión (a menudo muy violentos), generó a lo largo del siglo xx multitud de exilios masivos. Estos flujos exiliares, por definición antagónicos a las modernidades dominantes de las que son expulsados, sólo encuentran en el tiempo disidente de la memoria que interviene críticamente en la Historia con mayúscula una forma de nostalgia reflexiva. Con este último concepto he querido subrayar cómo la memoria del exilio, para evitar los riesgos de una melancolía improductiva que fetichiza el pasado, ha de buscar formas de contestación que, honrando el pasado, intervengan también transformativamente en el presente y el futuro. Para examinar estas cuestiones teóricas me he referido al ‘boom de la memoria’ en la España del nuevo milenio y a sus ámbitos de actuación: legal, judicial, y cultural. Me interesaba sobre todo examinar qué tipo de patrimonio construyen las políticas culturales de la memoria promovidas por el estado español cuando se preocupan por el tema del exilio republicano. Creo que tras el análisis propuesto es posible concluir que, de los tres ámbitos señalados, el campo cultural parece ser el más inofensivo. No por nada tanto las acciones legislativas como judiciales han encontrado en España infinidad de detractores mientras que nadie se habría atrevido a (o interesado en) protestar ante la miríada de representaciones y prácticas culturales de los últimos años. Es importante dejar bien claro que esta neutralidad de lo cultural tiende a ser independiente de sus contenidos.16 Se trata más bien de una cualidad determinada por las propias condiciones de posibilidad de la cultura que más que crear conflicto establecen los términos en los que éste opera. Sin duda es mejor saber a no saber. Pero ¿qué públicos tienen acceso al conocimiento? ¿Cómo se relacionan con éste? ¿Hasta qué punto la experiencia estética, al menos la generada en circuitos oficiales, sutura otras posibilidades (legales, judiciales) de reacción ante nuestro pasado común?

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A pesar de esta implosión del significado — Baudrillard diría que debido al orden del simulacro que es la lógica cultural del tardocapitalismo — mantengo que no es lo mismo el execrable libro de Pío Moa (2003) que la valiosa exposición Literaturas del Exilio de la que me he ocupado en este artículo. Para un excelente análisis del ‘fenómeno Moa’ en el contexto de toda una corriente historiográfica conservadora, véase Espinosa, 2006: 205–53.

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This article explores how the memories of political diasporas problematize the philosophy of history structuring hegemonic modernity. I situate this theoretical debate about the interplay between exile, memory, and history in the context of the current ‘memory boom’ in Spain. More specifically, I examine the discursive design of the ‘Literaturas del exilio’ exhibition at the Centro Cultural de España in Mexico in 2007. We consider a case study which, given the conditions shaping the relation between heritage and the past, opens up a crucial question: to what extent can cultural policies on memory promoted by the state generate critical and transformative interventions? keywords Spanish exile, history, memory, cultural policies, exhibitions

Nota sobre la autora Helena López trabaja actualmente en el Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Sus principales intereses de investigación se encuadran dentro de los estudios literarios, culturales y feministas en España y Latinoamérica. Diríjase la correspondencia a: Dra Helena López, Programa Universitario de Estudios de Género, Torre II de Humanidades, piso 7, Circuito interior de Ciudad Universitaria, Ciudad de México C.P. 04510, México. Correo-e: [email protected]

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