Poemas al óleo. Fernando Valerio-Holguín.

October 2, 2017 | Autor: F. Valerio-Holguín | Categoría: Poetry, Dominican Republic, Republica Dominicana
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Descripción

Fernando Valerio-Holguín

Poemas al óleo

Editorial Espesa Caspa & Producciones Galipote S.A.

“La pintura es poesía silente”

Simónides, Poeta griego (556 AC - 468 AC)

© Fernando Valerio-Holguín Fort Collins, Colorado, 2010

Editorial Espesa Caspa & Producciones Galipote S.A. Empresas sin fines de lucro. Edición gratis.

Liberada y desnuda, Fernando Ureña Rib La pintura es callada poesía, afirmaba Simónides. Fernando Ureña Rib ha hecho hablar su silencio como si no le bastara el azul ultramarino el verde y el blanco de las aguas o el siena de la plural muchacha de grandes ojos y pezones rosados ya liberada y desnuda en la memoria del tacto y el beso navegando entre ninfas a la deriva en un sueño de príncipes y potros. Fernando Ureña Rib ha transformado su voz en los colores del deseo como si no le bastara el verbo en la carne o la anáfora de la Bella Liberada Y desnuda amenazando siempre los límites del sueño.

Insomnio, Remedios Varo Remedios Varo habita una casa poblada de infinitos cuartos de ojos vacíos de libélulas de papel asomanadas a puertas que se abren al misterio. La lucidez de una vela desconcierta la inmensa noche amarilla en la que se pasean a sus anchas la soledad, la angustia y la desesperación. ¿Qué amarga obsesión habrá llevado a Remedios Varo a soñar despierta esa ingrávida arquitectura de insomnio como si fuera ella misma una casa vacía! ¿No será acaso el insomio un infierno de palabras que se suicidan arrojándose al vacío de ventanas que dan a la nada? Condenada para siempre Remedios Varo navega a la deriva de su locura pictórica en el insomnio de la casa poblada de ojos.

Early Sunday Morning, Edward Hopper Hay un viejo edificio de dos plantas. La barbería está cerrada. El poste de rayas rojas y azules apagado. Hay una tienda de filatelia que nadie visita. La oficina de correos no abre, por supuesto, los domingos. En la calzada, un hidrante aburrido y gris no recuerda el último crepúsculo.

No sé por qué se torna tan desolada la mañana del domingo en el cuadro de Edward Hopper. Será la tristeza del verde de la luz tamizada que avanza sobre las sombras un domingo temprano en la mañana.

¿Dónde estará la muchacha con su sombrero de pamela que no ha asistido a misa? ¿Dónde se habrá escondido la risa de los niños que deberían estar jugando en las calles? ¿Dónde estará el anciano vestido de blanco coleccionista de sellos? ¿Dónde estarán la loca del pueblo y su cabellera de fuego el barbero italiano y sus arias operáticas la rubia trasnochada en un bar de mala muerte, el panadero y su ayudante de dientes carcomidos por el alcohol, en fin, el ministro blanco de las iglesia bautista blanca el ministro negro de la iglesia bautista negra! Una catástrofe de hastío, acaso, o una epidemia de soledad habrá exterminado a todos los habitantes del pueblo —como una bomba de neutrones— y dejado intacto el edificio en el cuadro de Hopper, temprano, la mañana de un domingo.

Equipaje, Cristóbal Toral Algo habré perdido sin remedio en cada mudanza en cada viaje en la maleta extraviada de algún aeropuerto: el muñequito de plástico que incesante regresa en los sueños los amigos de los que nunca me despedí las canicas de mi infancia los lentos paisajes llenos de rocío y potros salvajes las fotos en blanco y negro los discos que no escucharé los poemas truncos la camisa que alguna vez me gustara. Todo perdido para siempre irremediablemente en la nada de los almacenes.

"Cómo me gustaría ver en algún lugar de nuestro planeta, ocupando quizás todo un país, el equipaje facturado de toda la Humanidad".

Cristóbal Toral

Rotuladas, debidamente etiquetadas maletas que nunca llegaron a su destino. Buenas o en mal estado baratas amarradas con soga, en algún desolado aeropuerto en algún remoto país en algún corazón alguna casa habrán sido olvidadas. Sólo me queda el recuerdo vano de las cosas perdidas.

Les amants, René Magritte Ciegos se bastan en el silencio contra un paisaje de anodina belleza, los amantes. Mejilla contra mejilla respirando un aire de decrépita felicidad que aniquila la tarde y su transeúnte. Si musita unas palabras, el amado y suspira, la amada jamás lo sabremos. El mundo, sus tribulaciones, son sólo un decorado de esa asfixiante catatonia que todo lo derrama en su justa medida gota a gota como una clepsidra. Resignados al delirio sordo de la pasión los amantes se abandonan a la anticipación de esa imposibilidad necesaria que los consume.

La magie noire, René Magritte

Hay mujeres que se contaminan de mar o cielo con sólo posar en un balcón marino y entonces se van tiñendo de azul y tristeza. Hay mujeres que poseen esa belleza estatuaria sin tener que fingir y uno no sabe entonces qué hacer si amarlas —aun al riesgo del contagio— o perderlas para siempre en su ensueño azul como si todo el deseo se empozara en su pubis negro y mágico.

Con Darío Suro en La Vega A Darío Suro me une la pasión por la lluvia en La Vega. Pequeñas casas amarillas rosadas azules que parecen [alejarse en la lluvia. Y no se escucha sino la lluvia en los techos de zinc como una sinfonía de atardecer y silencio. Un cuarto en penumbras. Un vendaval desatándose a través del espejo de media luna en el armario. No hay nada que temer: Mi madre me contempla desde el umbral de la puerta. Darío Suro también debió haber tenido una madre así, sólo que la suya lo miraba correr bajo una fría lluvia de mayo junto a potros de viento en la desdibujada campiña de palmeras desaliñadas en La Vega. El aguacero difumina el amarillo el rosado el azul de las casas en el pueblo. Afuera huele a verde tierra mojada y a potrero. Y entonces sólo me queda compartir con Darío Suro —y con mi madre— esta lluvia que cae en la pradera llena de potros de tiempo.

El sueño de la razón produce monstruos, Francisco de Goya La razón sin sueños produce monstruos insomnes en el cansancio de la hora incierta. El sueño sin razón puebla la noche de ojos azogados aleteos y graznidos de una catástrofe inminente. El sueño de la razón devora la humanidad del hombre desnudo frente al hombre en toda su espléndida bestialidad. La razón del sueño cauce de furiosas dentelladas secas en la que el hombre agoniza irremediablemente. Goya sólo alcanzó a ver la mitad del horror, no todo el horror de la razón del hombre.

Elegía a Keith Foskin en Fort Collins Despierta la mañana manando sange en la paleta en la blanca soledad cuesta abajo de tu existencia. Cae la nieve fría.

Esboza un presentimiento en el frío lienzo la madrugada de un lunes 4 de febrero. Despierta la mañana a su vasta blancura y su presagio de muerte. Cae la nieve silenciosa. Despuntan al alba, los payasos de nieve y su antigua modelo sonriente y desnuda, de fríos, católicos pezones. En la cabeza del formal muñeco revolotea una bandada de cuervos y todos ríen en una hilarante pesadilla de corbatas y oficinas.

Amanece el lunes 4 de febrero las clases comienzan puntuales la nieve temprana borra tus huellas y una nota oficial anuncia en inglés: “Una pérdida en la comunidad”. La nieve sigue soplando en tu desdibujada barba. Sientes como si te faltara el aire fino, enrarecido. Te llevas la mano al pecho miras hacia la montaña. El viento sigue soplando helado. Habitas tu propia ausencia. El rayo descarga la piedra fatal de otro corazón en el tuyo. Quedan los trazos en el lienzo de la noche antigua. ¡El cenicero repleto de colillas las botellas de un vino barato tu ausencia en otro corazón apuñalado la madrugada de invierno!

Excursion into philosophy, Edward Hopper No sé por qué habré escogido este cuadro para hablar de ti, de tu cuerpo metafísico semidesnudo a mis espaldas. La filosofía del amor se disuelve en las lágrimas ocultas y en la larga cabellera de fuego de un sueño agitado. No sé por qué habré escogido este cuadro para hablar de mí y del libro abandonado junto a tu cuerpo si el sol entra a raudales por la ventana —porque es verano en el cuadro— y hay tantas cosas que decir y callamos. No sé por qué habré escogido hablar de ti en este cuadro para hablar de mi. Tal vez porque alguna vez se desencontraron nuestros deseos en una tibia habitación de cansancio y estío y preferí desleer tu cuerpo para pensar en la razón de nuestro amor. Se parece tanto a mí esta mujer. Se parece tanto a ti este hombre en el cuadro de Hopper, al menos.

Muchacha leyendo, Theodore Roussel Leyéndome desde tu cuerpo desnudo desde tus diminutos pezones desde tu vulva húmeda. Leyéndome en los peces dorados que se deslizan por tu piel, dulce pergamino de sensualidad más clara. Leyéndome en la voz voz que se escurre en cada pliegue de tu cuerpo en cada poro como el poema que no eres. Leyéndome con la miel de tus ojos para que yo me pierda ya sin remedio en la soledad de estas páginas.

El Cristo de las Flores, Gilberto Hernández Ortega Con su mirada llena de luz, el Cristo de las flores asciende a la noche. Una aureola azul rodea su cabeza. No tiene más para ofrecer que su sangre a las flores. En medio de la niebla, acorralado por el rojo y el amarillo de los crotos. ¿Y si de cada llaga brotara una flor, si de cada herida salieran despavoridas golondrinas, qué sentido tendría el miedo en la oscuridad? La choza de ventanas iluminadas aguarda a la mujer vestida de sombría primavera, con la cabeza florecida y un jarro vacío. Con sus ojos llenos de luz, El Señor de los Crotos hablará en la noche oscura, y sus palabras saciarán la tanta sed de estas mujeres florecidas de pecado.

Retrato de Alma Mahler, Oskar Cocoschka Alma Mahler, muda y fría, casada con el viento, escucha canciones para niños muertos. Ensimismada caprichosa en arreboles de música pintura y poesía Alma Mahler se reinventa a sí misma cada noche y desova su misterio. ¿De dónde me viene esta tristeza si un solo adaggio de Mahler bastaría para entender tus ojos oscuros, para amarte sin que seas otra y dejarme ganar por la ilusión y el sueño de que seas mía —y otra al mismo tiempo— sin falsificarte mía, aunque estés casada con el viento y gima la noche sus canciones de niños muertos!

Mujer pariendo mariposas, Gilberto Hernández Ortega La puérpera de mariposas reposa tranquila. ¡Qué angelado amor la habrá impregnado de colores que no puede contenerse y entonces da a la oscuridad tanta efímera belleza, tanta frágil pasión de rojo, blanco, verde y amarillo! Gilberto Hernández Ortega, partero de colores, toma la abigarrada paleta en sus manos como si fuera un vientre lleno aún de aleteos y colores y deja que el pincel luche con las sombras asesinas.

En la noche del parque, su mirada oscura llena de ensueños, sus pezones hinchados de una leche muy azul, una Mujer pare mariposas, rojas y amarillas enormes mariposas que salen de su vagina como una selva oscura y escapan del cuadro.

¿De dónde habrá sacado Hernández Ortega tanta luz líquida de colores que saben a frutas y de aromas descolgándose por las aristas de la madrugada!

Gitana Tropical, Víctor Manuel

Esta gitana tropical no se parece a ninguna otra. Ni blanca ni negra ni china. sólo gitana. Sus ojos oscuros me miran serenos desde un bosque de casas azules. Esta mujer tropical no se parece a ninguna otra. Su boca es grana —boca que he de besar. La noche se derrama en su vestido azul y entonces no puedo —ni quiero— desear a otra mujer que no sea mi gitana tropical.

Autorretrato, Vincent Van Gogh

Hay un jardín menos triste con hiedras en el asilo de Saint Remy donde un loco genial viste el verde más reciente y se prepara a morir. (El doctor Gachet, especialista en locos amarillos, azules y verdes aparecerá en otro cuadro.) Van Gogh, rala barba anaranjada, ojos verdes de triste hiedra se bebe los colores como si no le bastara el paisaje. ¡Van Gogh es su propia pintura!

Unos cuantos piquetitos, Frida Khalo como treinta bocas de sangre suplicando perdón al reverso del día en una danza macabra de muerte. ¿Quién que no se aborrezca en la profunda vastedad de las horas vacías habrá masacrado tu cuerpo y después marchado dejando un rastro de sangre en el marco o la ventana de un cuarto barato de hotel.

¿Quién que no ame los crepúsculos ensangrentados podrá entender tu muerte contra una fría cama de hotel? ¿Quién que no haya estado en un cuarto amarillo podrá asesinarse a sí mismo en tu cuerpo con tan tierna vocación de muerte! ¿Quién que no haya invocado la rabia secreta habrá desatado treinta puñaladas de agonía como treinta golpes ciegos

¿Quién podrá un día —me digo a mí mismo— simplemente olvidarte y pensar si sería aún capaz de amarte después de haberte odiado tanto! “Así me siento yo herido de tiempo por la vida”. .

Los dos Fernandos, Bob Komives Bob Komives me ha pintado un retrato —hidra de dos cabezas— e insiste en borrarme el rostro de alegría y otorgarme otro más triste. Y es que en realidad siempre he sido dos: Uno que bebe tragos de tafìá del tamaño de la noche y fuma enormes cigarros de yerba mágica y ríe y baila sobre brasas encendidas y escupe el rostro de sus enemigos y maldice las horas aciagas del verano y su ramera insomne con corazón de piedra; otro -muy romántico, europeoque ama las flébiles canciones, los libros, los atardeceres frente al mar y a una muchacha clara de origen italiano o mallorquí; y filosofa sus miserias en descoloridos, Melancólicos retratos ajenos que terminan siendo autorretratos. Como siameses irreconciliables, con dos cabezas y dos corazones distintos, los dos Fernandos discuten y luchan hasta el amanecer en la prosa o el verso. (Bob es ajeno a este conflicto.) No sé cuál de los dos estará escribiendo ahora este poema;

Mujer con ojos cerrados, Lucien Freud Dormida —al menos así parece— en su vasto sueño de acantilados y olas. Muerta mansamente en un orgasmo de mandolina, en un otoño de hojas ocres que danzan al viento, la mujer con rostro de ángel antiguo la mujer que amé la mujer que aún amo, la joven mujer la mujer madura. ¡Recién bañada recién amada recién soñada la joven que florece en el gemido de la mujer madura! Otra envejece por ti en el cuadro con paisaje de montañas al fondo. Otra rejuvenece por ti en la sonrisa de ojos cerrados y en tu pelo de otoño desordenado por el viento.

Viejo con guitarra, Pablo Picasso

Suena la guitarra en la noche de unas cuencas vacías y el color de la soledad. El ciego toca una guitarra sin cuerdas. Sólo los sordos pueden ver el azul de su música. Sus manos rasguean el aire tan pesado y frío que se diría que una limosna nunca fue dada. Tienen los guitarristas ciegos esa vocación de tristeza de aquellos que tocan en el azul para calmar el hambre.

Judith con la Cabeza de Holofernes, Michelangelo Da Caravaggio Una luz muy dulce estalla en las tinieblas y baña la blanca, núbil muchacha que impasible sueña tu [sangre! Las blancas manos asesinas sostienen la daga en el cuello y al reverso del placer te estremece la agonía de un orgasmo. Se parece tanto a ti, Caravaggio, ese rostro de ojos muy abiertos y boca que exhala el aire oscuro del fondo que es poco el suplicio comparado al gozo de morir a manos de la muchacha de torso numinoso. Si pudieras tan sólo morir, Caravaggio, acaso no tendrías que padecer la belleza alucinada de tu verdugo sereno.

Dos mujeres en la ventana, Esteban Murillo Un pueblo blanco en España. La ventana proscenio de la vida cotidiana en la plaza, marco en el que una joven sonríe con picardía y una mujer madura oculta su desentada boca. Alegría curiosidad infantil el espectáculo del santinbanqui joven que hace malabares con naranjas o palabras del domador que ordena a un oso subir al banquillo, del pregonero que anuncia con voz de barítono el cachivache la fruslería el artilugio. Recién bañada vestida con sus remudas más finas la muchacha emerge de la oscuridad a la ventana a estrenar un mundo de maravillas. En su rostro de luz maduran las frutas más rápido y la tarde de sol y bullicio inaugura el verano. ¡Qué fresco el mundo en la curiosa mirada infantil de la muchacha en la ventana!

Creación de las aves, Remedios Varo En la noche insomne de la creación Minerva belleza serena corazón de violín pies descalzos y fríos hilvana los hilos del deseo. Y el pájaro pobre marioneta de viento entre sus dedos destila aún los colores de su muerte. Alguno habrá que no pueda escuchar el estropicio de alas y graznidos o simplemente aspirar el olor a cadmio y azufre del amarillo en la clausura de sosegada, epistemológica sensualidad de Minerva y sus grandes ojos de ensueño. ¡Qué soledad de piso ajedrezado, la de la creación! ¡Qué mundo de ensueño magia y música, cuando esta Minerva emplumada levanta el vuelo al crepúsculo!

Sin título, Jorge Severino

La fiesta ha terminado los invitados, partido. Como si soñara —aunque despierta— reclinada en el diván Anaísa espera. Bajo el blanco vestido de sacerdotisa su carne de aceituna empieza a florecer y un rumor de agua clara atraviesa su pecho. Anaísa me mira desde el sueño y sonríe porque sabe que allí estaré esperándola al reverso de la noche bajo el imperio de su mirada.

Morena, Juan Carlos Capellá En la noche voluptuosa moviendo su nalgatorio ecuménico, la Morena soberbia baila bachata Dime que faltó Que yo no te di En la noche sorda, de ebrios inmortales de cerveza y olvido cantando a coro Qué querías tú Más de mí la Morena que nunca fue mía baila bachata. En la noche metafísica del Colmado Wanda bebiéndose una cerveza fría la Morena color níspero baila bachata Dime que faltó Que yo no te di En la noche etílica esbozando una sonrisa de dientes perfectos la Morena gozosa baila bachata Qué querías tú Más de mí

En la noche lejana de Santo Domingo el Paraíso tiene forma de colmado, cerveza bachata, fuegos artificiales y olor a carne frita con tostones; en la brisa navideña el Paraíso tiene forma de Morena bailando bachata en la noche metafísica Dime que faltó Que yo no te di

La despedida, Remedios Varo

Hay un palacio color sangre con arcos de medio punto como ventrículos de diástoles sordas y umbrales de bestezuelas asustadas; escaleras que suben o bajan. Los amantes han dejado largos rastros de sombra y perfiles en los que aún resuenan las palabras de gritos que aún no encuentran su voz. Han salido por puertas separadas a una luz de irreconciliables lejanías.

Habitación, Cristóbal Toral Las maletas debidamente dispuestas del que parte y deja la casa vacía del que llega y encuentra la casa vacía. El fuego apagado en la chimenea frente a la cual alguna vez ardieran en pasión los cuerpos desnudos. Las paredes tristes de ocre, hastío sin cuadros en los que alguien haya empacado aprisa un corazón entre ropas y sonrisas y cosas hechas de niebla para marcharse una madrugada sin amor; sin cuadros en los que alguien haya llegado sin desempacar aún y en la calle paga al taxista.

El autor Fernando Valerio-Holguín nació en Concepción de La Vega, República Dominicana, en 1956. Entre sus publicaciones se encuentran: Viajantes insomnes (cuentos, 1982), Poética de la frialdad (crítica, 1996), Autorretratos (poesía, 2002), Memorias del último cielo (novela, 2002), Café Insomnia (cuentos, 2002), Banalidad posmoderna (crítica, 2006), Presencia de Trujillo en la narrativa contemporánea (crítica, 2006), Las Eras del Viento (poesía, 2007), Los huéspedes del paraíso (novela, 2008), El bolero literario en Latinoamérica (crítica, 2008) y Rituales de la

Colofón

Se imprimieron 20 panfletos en Fort Collins, Colorado, en febrero de 2010. Distribución gratuita.

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