\"Poblamiento rural romano en el Campo de Cartagena (siglos III a.C.-VII d.C)\". En Poblamiento rural romano en el sureste de Hispania. 15 años después. Murcia, 2009, pp. 141-165

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Descripción

EL POBLAMIENTO ROMANO EN EL CAMPO DE CARTAGENA (SIGLOS III A.C.-VII D.C.) ANTONIO JAVIER MURCIA MUÑOZ (MUSEO DEL TEATRO ROMANO DE CARTAGENA)

1. Introducción Nuestra información sobre el poblamiento rural en el territorio más inmediato a Carthago Noua, procede en su mayor parte de hallazgos aislados, de prospecciones de carácter selectivo, o bien responde a las numerosas intervenciones que con carácter preventivo, se vienen realizando desde finales de la década de los años ochenta. El presente trabajo trata de analizar esa abundante y heterogénea documentación, con el fin de obtener una base desde la que poder plantear unos esquemas básicos sobre la organización del medio rural a lo largo de ese amplio periodo de tiempo, que se inicia con la conquista romana y culmina con el asalto y destrucción de la ciudad por las tropas visigodas. Las notables dimensiones de la comarca y el elevado número de yacimientos existentes, nos ha hecho centrar el estudio en el territorio más inmediato a la ciudad, que se corresponde con el extremo meridional de la comarca del Campo de Cartagena1, aunque haremos alusiones continuas a otros yacimientos situados en el resto de la comarca e incluso fuera de ella. No podemos concebir el estudio de ese espacio rural sin aludir a ese otro ámbito, la urbs, desde el que parten de forma directa o indirecta los impulsos necesarios para su organización y gestión. Carthago Noua, como principal núcleo urbano del sureste peninsular y ante la ausencia de municipios y colonias de envergadura, ejercerá durante amplios periodos de tiempo un importante papel como eje vertebrador de un extenso territorio2, sirviendo incluso como referencia para otras áreas circundantes3. Por su situación geográfica y las excelentes condiciones de su puerto natural, jugó un papel importante como punto de escala de dos de las principales rutas comerciales del mediterráneo occidental: la que recorría todo el levante peninsular ascendiendo hasta Massallia, y la que conectaba con la península itálica, sin olvidar su cercanía con el norte de África. Por tierra se situaba junto a esa ruta de comunicación que recorría todo el litoral levantino, siendo al mismo tiempo punto de partida de otro camino que

1 Este trabajo se inserta dentro de una línea de investigación sobre el ager carthaginensis, dirigida por el Dr. S. F. Ramallo Asensio. 2 En este sentido se ha planteado que buena parte de las comarcas interiores más alejadas de la ciudad formaran parte del ager arcifinius de la colonia (Ramallo, 2003, 304). 3 Sobre este papel de la ciudad uide Abad, 2003, 118.

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HISPANIA, MURCIA, 2009, ISBN: 000-00-0000-000-0,

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se adentraba hacia el interior de la península, sobre el que siglos después discurriría la vía Carthago Noua-Complutum. Esta situación geoestratégica unida a la riqueza de sus minas, la convirtieron en un importante emporium comercial, y en uno de los principales focos de romanización del sureste peninsular (fig. 1).

Figura 1. Plano con indicación del área de estudio (dib.: A. J. Murcia Muñoz).

2. Medio físico y recursos naturales Situado dentro de ese área geográfica conocida como sureste peninsular, el territorio se caracterizada en líneas generales por una extremada aridez, cuyo clima seco actual responde a una degradación del clima Mediterráneo, con unos veranos cálidos y secos, inviernos suaves, y unas precipitaciones escasas e irregulares. No disponemos de estudios paleoambientales practicados en yacimientos de época romana, pero sí contamos con los datos obtenidos en diversos yacimientos de la prehistoria reciente situados en el sureste peninsular, e incluso en la misma comarca objeto de nuestro análisis; sus análisis polínicos, edafológicos y faunísticos, muestran la existencia de un 132

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clima muy parecido al actual, caracterizado igualmente por una marcada aridez, y cuyo paisaje vegetal pese a tener una mayor variedad taxonómica tendría también un carácter estepario, aunque con unos recursos forestales e hídricos menos explotados4. Para época romana tan sólo disponemos de las descripciones realizadas por algunos historiadores y geógrafos, que al referirse a la ciudad aluden en ocasiones al paisaje de su territorio, siendo algunas de sus descripciones sumamente elocuentes: destacamos la cita de Estrabón (III, 4, 9), que describe el campo espartario como un gran campo sin agua donde crece abundantemente la especie de esparto…; en cuanto a sus relieves, según este mismo autor (III, 4, 10) la cordillera Orospeda a su paso por el campo espartario es poco elevada y desprovista de vegetación. A nivel geomorfológico podemos distinguir tres sectores: la sierra litoral, prolongación de las cordilleras béticas; una amplia llanura dispuesta al norte, y la laguna salobre del mar Menor, que delimita la llanura por su extremo oriental. En base a los estudios de medio ambiente y planificación territorial5, hemos tomado como punto de partida la existencia de cinco unidades ambientales provistas de unos caracteres físicos homogéneos6: la primera comprende el tramo de la sierra litoral entre Cartagena y Cabo de Palos, y un sector de cerros intercalados en la llanura litoral, presentando en ambos casos importantes mineralizaciones; el siguiente tramo de la sierra litoral entre la ciudad y la Sierra de la Muela, posee unas formas de relieve similares aunque desprovista de mineralizaciones de envergadura; la tercera unidad se corresponde con el extremo más occidental de la sierra, que con unas altitudes mayores, cuenta con mineralizaciones de menor entidad, fundamentalmente de hierro; al norte de estas tres unidades se extiende una amplia llanura sedimentaria, que por sus características topográficas y edafológicas posee una alta potencialidad agrícola, frenada únicamente por ese acusado déficit hídrico; delimitándola por el este se dispone la laguna del mar Menor, caracterizada por su escasa profundidad, pocos aportes continentales y una alta evaporación que ocasiona una elevada salinidad; todo su sector ribereño se encuentra inmerso en un proceso paulatino de retroceso de la línea de costa, con amplias extensiones convertidas en saladares y marismas. En relación con los recursos naturales que fueron objeto de explotación durante la antigüedad, disponemos de número significativo de referencias escritas de época tardorrepublicana y altoimperial, tratadas en profundidad en diversos trabajos7 por lo que tan solo nos centraremos en las más significativas, aludiendo a la problemática que plantea su estudio. Un primer aspecto a tener en cuenta es la tendencia de los autores antiguos por el empleo de elogios desmedidos, así como de una cierta idealización de los territorios conquistados, laudes que estarían destinadas a exaltar el papel del es-

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Los resultados de dichos análisis son recogidos en López, 1998-1999, 224; López, 2000, 366; Martínez, 1996, 27-32. 5 Albaladejo – Díaz, 1983, 89-122. 6 Clima, vegetación, suelos y características geológicas. 7 Ramallo, 1989, 135-153; Conde, 2003, 159-187. 133

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tado romano como conquistador e integrador de los nuevos territorios8, y que pueden conducir a una valoración errónea. No obstante resulta incuestionable la importancia y repercusión que tuvo en la ciudad, la explotación de sus recursos mineralógicos, al menos durante el siglo II y la primera mitad del I a.C. De esta manera, entre los autores clásicos que hacen referencia a la ciudad y su territorio, la riqueza de sus minas de plata es una de las particularidades más resaltadas; Estrabón (III, 2, 10), transcribiendo a Polibio, afirma que estas minas son muy grandes, que distan de la ciudad unos veinte estadios, que ocupan un área de cuatrocientos estadios, que en ellas trabajan cuarenta mil obreros y que en su tiempo reportaban al pueblo romano veinticinco mil dracmas diarios. Todo ese sector al que se refiere Estrabón, localizado al este de Cartagena, se caracteriza por poseer importantes mineralizaciones de plata, plomo, hierro, cinc y en menor medida cobre, que pueden aparecer tanto en forma estratiforme como filoniana, o bien asociadas a zonas de alteración hidrotermal. La riqueza de sus minerales argentíferos propició una intensa explotación orientada hacia la obtención de plata, sin menoscabo de otros productos como el plomo o el hierro. Mucho más difícil resulta valorar el peso y la entidad real de otros de los recursos del territorio, caso de la pesca y las salazones. La proximidad de las sierras béticas al sector meridional del litoral de la región de Murcia, ha configurado una costa muy abrupta, únicamente interrumpida por algunas pequeñas llanuras formadas por la colmatación de antiguos golfos, y un cierto número de pequeñas calas, ensenadas, bahías e islotes cercanos a la costa; todos estos espacios han resultado idóneos para el establecimiento de núcleos de población vinculados con el comercio, la pesca y las producciones que de esta última se derivan. Sin embargo, en el sector noreste de la costa se produce un cambio ostensible en el paisaje, con una amplia llanura abierta hacia el mar Menor que da lugar a una costa baja provista de áreas idóneas para la explotación salinera, así como para la instalación de enclaves productivos sin las limitaciones espaciales del resto del área costera. En cuanto a los recursos marinos, destacan por su abundancia ciertas especies como la caballa o scomber –del cual tomaría su nombre la isla de Escombreras situada frente a la bocana del puerto de Cartagena–, el bonito, la melva o el estornino, sin olvidarnos del atún rojo, que durante sus movimientos migratorios pasa frente a nuestras costas. Todos estos condicionantes debieron favorecer el desarrollo de las actividades relacionadas con la producción de salazones y de ciertos tipos de salsas de pescado, conocidas con el término de garum; no obstante y a pesar de las citas literarias, la información arqueológica sobre esta producción durante el periodo tardorrepublicano y altoimperial es muy escasa, reduciéndose a la identificación de un cierto número de factorías, de las que tan solo una de ellas ha sido objeto de excavaciones sistemáticas, sin que tampoco se hayan podido individualizar hasta el momento ningún contenedor dedicado específicamente a la comercialización del garum, al menos hasta la antigüedad tardía.

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Cabrero, 2009, 19-20.

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Otro de los recursos citados por las fuentes literarias es el esparto, planta asociada a la vegetación esteparia que ocupa buena parte del Campo de Cartagena. Las hojas de esta herbácea de la especie stipa tenacísima, han sido tradicionalmente empleadas para la elaboración de un variado repertorio de utensilios y objetos de uso cotidiano, cordajes e incluso en fechas recientes para la obtención de pasta de papel; otra variedad de menor envergadura conocida con el termino de albardín, de la especie lygeum spartum, también ha sido objeto de explotación al ofrecer unos usos similares. El sobrenombre de Spartaria9 con el que algunas fuentes distinguen a Carthago Noua, muestra la repercusión que su aprovechamiento tuvo en la ciudad, directamente relacionado con algunas de las actividades que acabamos de mencionar, en especial la minería y la pesca. Los hallazgos arqueológicos realizados en el interior de diversas explotaciones mineras de Cartagena y Mazarrón, ha constatado su empleo en un variado repertorio de útiles y vestimentas10 empleadas por los mineros: esportones y espuertas para el transporte del mineral y el desagüe de las minas, cantimploras, sandalias y gorros. Pero también las actividades navales aprovecharon la existencia de esta materia prima para proveerse de las jarcias, instrumentos y redes de pesca que necesitaban sus naves, destacando en este sentido la cita de Tito Livio (XXVI, 47) sobre la presencia entre el botín de guerra obtenido tras la conquista de Qart Hadast, de velas y esparto y otros materiales para armar una flota; en los momentos de más desarrollo de esta explotación fue objeto de una comercialización a gran distancia difícil de valorar, que conocemos gracias a la mención de Estrabón, quien afirma que con este esparto se elaboraban fundamentalmente cuerdas que se exportaban a Italia, posiblemente para ser empleadas en las arboladuras de los navíos. No obstante su uso pudo tener una gran proliferación en otros ámbitos, como el doméstico, para la realización de diversos objetos muebles, vestidos y calzados, así como de material combustible para alumbrar y calentar11; y también en las actividades agropecuarias, con la elaboración de utensilios para las labores agrícolas así como en las actividades de transformación de aceite y vino tal y como parecen sugerir las abundantes fuentes etnográficas.

3. Poblamiento prerromano Los datos que poseemos sobre el asentamiento prebárquida continúan siendo muy limitados; hasta fechas recientes se reducían a un pequeño conjunto de materiales cerámicos descontextualizados, que distribuidos por varias de las colinas que posteriormente formaran parte de los recintos urbanos de época púnica y romana, permiten

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Suetonio (Galba, 9); Plinio (NH, XXXI, 94). García del Toro, 1977, 107-111. 11 Conde, 2003, 169. 10

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situar el inicio de la ocupación en la segunda mitad del siglo V a.C., con una continuidad durante los siglos IV y III a.C.12. Los hallazgos más recientes muestran la extensión de los niveles de habitación hacia las laderas bajas y el valle que discurre entre los cerros13. No obstante seguimos muy lejos de poder caracterizar este núcleo de población, al que parte de la tradición historiográfica viene relacionando con la Mastia citada por Avieno, y su papel en la vertebración del territorio. Esta situación tampoco mejora en el resto del territorio donde apenas contamos con yacimientos de estas cronologías. Cabe destacar el poblado ibérico de la Loma del Escorial, situado en la ribera meridional del mar Menor, cuyos niveles más antiguos se sitúan hacia mediados del siglo V a.C.14. Este poblado fortificado, por su proximidad a la vertiente meridional de la sierra minera y las facilidades de comunicación que le proporcionaba la propia laguna, pudo cumplir la función de centro de distribución de mercancías15, asociado a la explotación y transformación de los recursos mineros16. En relación con tales actividades se conocen algunos asentamientos menores17, localizados tanto en la sierra como en alguno de los cerros volcánicos de la llanura, con unas cronologías entorno al siglo IV. Desconocemos por el momento el grado de dependencia existente entre el asentamiento de Cartagena y el poblado de Los Nietos, presuponiéndosele a este último su dependencia en base a las características geoestratégicas del primero. En estrecha relación con el asentamiento prebárquida, tenemos un pequeño yacimiento de 0,7 Ha dispuesto en la cima de una elevación con una posición dominante sobre ese eje de comunicación que se dirige hacia el sur peninsular. Los materiales de superficie señalan un inicio de la ocupación de finales del siglo V a.C. que se extiende hasta finales del III a.C.18. Tras la primera guerra púnica, Cartago se sume en una profunda crisis económica, motivada por la perdida de sus territorios de ultramar y las sanciones impuestas por Roma; en ese contexto, el dominio de la Península Ibérica impulsado por los barquidas, suponía para el estado cartaginés la consecución rápida de amplios beneficios, mediante el control de sus principales áreas mineras, facilidades para reclutar importantes contingentes de tropas mercenarias, y la obtención de excedentes agrícolas. De esta manera Asdrúbal funda en el 228 a.C., Qart Hadast, ciudad que se convirtió en la cabeza visible del poder púnico en la península. Este valor geoestratégico que adquiere la ciudad, encuentra su refrendo en el territorio más próximo: así, en relación directa con el control de los accesos terrestres a

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Ramallo, 1989, 28-36. Madrid, 2004, 33; Antolinos, 2006, 101. 14 García Cano, 2001, 27. 15 García Cano, 2003, 266. 16 Presenta un nivel de destrucción de mediados del siglo IV (García Cano, 1997, 146). 17 Se trata de los yacimientos de El Carmolí Pequeño y de la Fuente Vieja; en este último se constata la presencia de toberas cerámicas. 18 García et alii, 1999, 243-252. 13

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la ciudad se deben poner dos yacimientos situados en las cimas de elevaciones cercanas, que cuentan con un dominio visual de la llanura litoral. El primero se localiza a unos 3 km al noroeste de Cartagena, en la cima del Cabezo Beaza, cerro de pendientes muy acusadas con una altitud de 159 m, que cuenta con una excelente visibilidad de buena parte del Campo de Cartagena; al pie de su ladera oeste discurrirá posteriormente el último tramo del sector de la vía augusta comprendido entre Ilici y Carthago Noua; los resultados de la prospección muestran un momento de ocupación de época púnica19, con perduración en los inicios del II d.C., advirtiéndose la existencia de materiales constructivos, lo que descartaría su vinculación con una simple atalaya u oteadero ocasional. Otro de estos puntos de control se situaría a 1,5 km al oeste de la ciudad, en la cima de un cerro amesetado de 113 m de altitud que forma parte de las estribaciones orientales de la Sierra de la Atalaya, al pie del cual discurría la ruta de comunicación con el sur peninsular, presentando un marco cronológico en torno al siglo III y los inicios del II a.C.20. Siguiendo ese mismo eje de comunicación se ha documentado recientemente un nuevo punto de control dispuesto en la cima de un cabezo21, donde se han localizado los restos de una plataforma de piedras medianas, asociada a materiales de los siglos IV-III a.C. Finalmente junto a esta última vía, a unos 15 km al oeste de la ciudad, se sitúa el yacimiento de la Pinilla, donde varias campañas de excavación han determinado la existencia de un asentamiento asociado a unos contextos cerámicos de finales del siglo III e inicios del II a.C., con abundante presencia de materiales norteafricanos22. El interés por controlar la actividad minera debió de propiciar la reconstrucción del poblado de Los Nietos durante el siglo III a.C., mostrando una acentuada vinculación comercial con el ámbito púnico, que enlazará sin solución de continuidad con el periodo bárquida23. En estos momentos el poblado se fortifica y se convierte en un importante centro metalúrgico, constatándose la presencia de pequeños hornos de fundición relacionados con la obtención de plata24. La continuidad de la explotación tras la conquista romana y la superposición en muchos casos de los asentamientos, dificulta la identificación entre las explotaciones barquitas y las primeras actividades extractivas de época romana25. En estos momentos disponemos de diversos hallazgos descontextualizados diseminados por la sierra minera, como las cerámicas calenas procedentes de Mina Balsa, o el siclo de cobre hallado en las proximidades de la Cola del Caballo26.

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Entre los materiales cerámicos destacan cerámicas con pastas procedentes del área de Cartago-Túnez, en concreto ánforas tipo Merlin/Drappier-3 y cazuelas, ánforas ibicencas del tipo PE-16, así como algunas producciones de barniz negro procedentes de áreas de dominio púnico. 20 García et alii, 1999, 247-248. 21 Yelo, 2006, 247. 22 Martín – Roldán, 1999, 165-166. 23 García Cano, 2005, 157. 24 García – Ruiz, 1995-1996, 146-147. 25 Ramallo – Berrocal, 1994, 90. 26 Berrocal, 1996, 113. 137

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La fundación de Qart Hadast generó una intensa actividad edilicia, en base a una cuidada planificación que contemplaba la división especializada de los espacios en base a su función27; reflejo de la cual son los niveles de explotación constatados en los afloramientos de areniscas situados al noroeste de la ciudad fechados entre el último tercio del siglo III e inicios del II a.C.28. El empleo de esta roca sumamente fácil de trabajar, se ha constatado en la construcción de la muralla, así como en la propia edilicia privada. En otros cerros volcánicos próximos a la ciudad también parece detectarse una temprana actividad extractiva, documentándose diversas producciones anfóricas de ámbito púnico. Todas las evidencias disponibles para este periodo tan concreto y efímero, muestran una estructura territorial condicionada por los factores geoestratégicos derivados del enfrentamiento con Roma, que se manifiestan mediante el control de los ejes de comunicación, y la explotación de sus fuentes de riqueza, fundamentalmente la minería, indispensable para la financiación de las campañas militares (fig. 2).

Figura 2. Poblamiento en época bárquida (dib.: A. J. Murcia Muñoz).

4. Los siglos II y I a.C. Una vez finalizada la contienda, y durante un dilatado periodo de tiempo que abarcaría buena parte del siglo II, la configuración urbana de Carthago Noua debió

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Ramallo – Ruiz, 2009, 534. Antolinos, 2003, 82.

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de adaptarse en buena medida al proyecto de la ciudad púnica, tal y como parecen indicar algunas intervenciones urbanas, con una edilicia centrada en la reestructuración y adaptación de nuevas infraestructuras29. En el territorio más próximo a la ciudad, convertido en ager publicus por derecho de conquista, se detecta una pronta explotación de sus recursos mineros a lo largo de la primera mitad del siglo II a.C., con una incidencia directa en el extremo oriental de la sierra litoral (Unidad I), donde se concentran las mineralizaciones más importantes. Destacan así diversos yacimientos con cronologías muy precoces30, como los de Mina Balsa, Cabezo Agudo, o el Cabezo de la Atalaya, algunos de los cuales podrían ser la continuación de explotaciones de época bárquida. El interés por controlar los accesos terrestres a la ciudad se manifiesta con el uso continuado de las atalayas de época púnica, al menos durante la primera mitad del siglo II a.C., situación extensible al distrito minero, donde se implantan toda una serie de atalayas en zonas elevadas, desde las que se ejerce el dominio visual sobre los principales accesos al interior de la sierra minera31; otros puntos de control se disponen en las cimas de los cerros volcánicos que se extienden por parte de la llanura litoral32. Pero al margen de estas primeras explotaciones escasamente conocidas, el momento de mayor auge de la actividad minera, se sitúa entre mediados del siglo II a.C. y la primera mitad del I a.C.33, durante el cual el paisaje del distrito minero estará conformado por una extensa red de concesiones, con áreas extractivas, tanto en galería como a cielo abierto, lavaderos, fundiciones, así como con enclaves de control, almacenaje y residencia. El mineral procedente de las áreas extractivas de la vertiente septentrional de la sierra litoral, y de los cerros volcánicos de la llanura, tendrían como punto de salida las ramblas que se dirigen hacia la llanura, donde se situarían parte de los centros metalúrgicos y de almacenaje; desde aquí el metal podía seguir dos vías: siguiendo las terrazas de los cursos bajos de dichas ramblas, hasta alcanzar los fondeaderos de la laguna34, o bien por tierra siguiendo un camino que discurriría en paralelo a la sierra, en dirección a Carthago Noua. Es precisamente en estos momentos cuando se detecta un importante tráfico marítimo en el interior de la laguna, con fondeaderos localizados en diversas playas e islotes35, así como en las zonas de conexión con alta mar36, donde además se concentran un elevado número de pecios de cro-

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Ramallo et alii, 2008, 581. Ruiz, 1995, 155, 158; Ramallo – Berrocal, 1994, 92-93. 31 Berrocal, 2008, 615. 32 Sería el caso de la cima del Cabezo Ventura; recientemente las intervenciones en el Cabezo de la Atalaya han identificado la existencia de una casa-fuerte (Antolinos, 2007, 160). 33 Ramallo – Berrocal, 1994, 114. 34 Berrocal, 2008, 608. 35 Mas, 1982, 167. 36 Sería el caso del fondeadero del Pudrimel (Pinedo, 1996, 65), o el fondeadero de la Rada del Estacio (Mas, 1982, 167). 30

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nología tardorrepublicana37. En cambio, las explotaciones de la vertiente meridional debían de utilizar mayoritariamente las ensenadas y calas encajadas en su abrupta costa, como las de Cala Reona, Bahía de Portmán, Gorguel, o Escombreras, que en muchos casos podían acoger instalaciones metalúrgicas y de almacenaje. Asociados a las débiles mineralizaciones presentes en la unidad III, se han constatado recientemente la existencia de algún pequeño asentamiento vinculado con actividades metalúrgicas, dotado de espacios domésticos muy humildes, reflejo de unas explotaciones de carácter secundario38. En los sectores de la llanura litoral situados dentro del distrito minero, se han diferenciado toda una serie de posibles enclaves agrícolas39, con unas fechas de fundación igualmente tempranas, si bien en algunos casos resulta difícil discernir si nos encontramos ante espacios de residencia vinculados a las explotaciones mineras o con asentamientos agropecuarios, pero poniéndose en cualquier caso de manifiesto la coexistencia de enclaves con funciones diversas40. Los beneficios generados por la explotación minera tuvieron sin duda su repercusión en la ciudad, donde a finales del siglo II se detecta una importante reordenación urbana41, plasmada mediante la construcción de infraestructuras portuarias, aterrazamientos, una fachada marítima posiblemente monumentalizada con pórticos y edificios de almacenaje, y una edilicia privada renovada que incorpora nuevos programas decorativos. Esta intensa actividad generó una importante demanda de materiales constructivos, lo que propició la puesta en explotación de diversos materiales lapídeos situados en las proximidades de la ciudad, en conexión con algunas de sus principales vías de comunicación. Así, al noreste de la ciudad, a ambos lados de la vía Augusta, se concentran los afloramientos volcánicos más próximos a Carthago Noua, que fueron objeto de una intensa explotación. El primero de ellos es el Cabezo de la Viuda, constituido por basalto, donde se aprecian algunos frentes de cantería; los materiales de superficie permiten fijar un marco cronológico entre época tardorrepublicana y el siglo I d.C. Los análisis petrológicos evidencian su uso para la elaboración de teselas de pavimentos tardorrepublicanos, y como material constructivo en edificaciones domésticas42. Más al norte nos encontramos con el Cabezo Beaza, compuesto por andesitas, con las que se realizaron los cubilia de la Torre Ciega y el podium del templo del molinete. Y en sus proximidades el Cabezo de la Fraila, que también muestra evidencias de explotación desde el siglo II a.C. En cuanto a los afloramientos de arenisca explotados desde época púnica, los indicios señalan la continuidad de la actividad extractiva durante época tardorrepublicana. En el caso de las calizas y dolomías,

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Pinedo, 1996, 83; ese intenso tráfico naval aminora en época altoimperial (Lillo, 1986, 32). Martínez – García, 2009, 240-241. 39 Ruiz, 1995, 162-163. 40 Orejas, 2005, 64. 41 Ramallo et alii, 2008, 583-592. 42 Ramallo – Arana, 1987, 74-86. 38

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ampliamente utilizadas en la edilicia pública y privada, no contamos apenas con datos directos, aunque sus formaciones son muy frecuentes en las cercanías de la ciudad. Tampoco debió de ser menor la demanda de materiales latericios, como muestran los talleres urbanos localizados en el extremo oriental de la ciudad43, o el dispuesto en el área suburbana, del que se conocen dos grandes hornos amortizados entre un momento avanzado del siglo II y los inicios del I a.C.44. En la llanura litoral (unidad IV) encontramos algunos asentamientos que presentan materiales anfóricos encuadrables dentro de la primera mitad del siglo II a.C., en concreto producciones púnicas del área de Cartago e Ibiza45, pero su exigüidad y la dificultad a la hora de identificar otras producciones contemporáneas, dificulta cualquier valoración; no estamos en condiciones de poder determinar si se trata de fundaciones ex novo o responden a asentamientos prerromanos que perduran tras la conquista; algunos de ellos se encuentran próximos a las unidades de la sierra litoral y no podemos descartar que tengan una relación directa o indirecta con la explotación minera, aunque en otros casos no parece posible establecer tal vinculación. Pero no será hasta finales del siglo II a.C. cuando se pueda hablar de la existencia de una estructura bien organizada de asentamientos agropecuarios, coincidiendo con esa reforma urbana de Carthago Noua, y la llegada de importantes contingentes itálicos, cuyos nombres se atestiguan en epígrafes y lingotes de plomo46; los materiales de superficie recuperados en buena parte de los yacimientos permiten restituir un posible contexto material cuya vajilla estaría compuesta de forma mayoritaria por campanienses A, como los platos Lamb. 36, y en menor medida Lamb. 5 y 6, o los boles Lamb. 27 y 33 b, y en una proporción más reducida cerámicas de barniz negro de Cales, con los tipos Lamb. 3, 4 y 5; entre las cerámicas comunes y de cocina destacan sobremanera las de producción itálica, y más en concreto las del área campana, con un repertorio formal integrado por patinae de borde bífido, tapaderas Burriac 38.100, ollas tipo Vegas 2, sartenes, todo ello acompañado de los morteros tipo emporiae 36.2; respecto al material anfórico la hegemonía de las importaciones itálicas es igualmente resartable, con alta presencia de formas antiguas de Dressel 1 A de producción Campana, junto a ánforas apulas Lamboglia 2, provistas de labios de tendencia triangular, todo ello acompañado de envases de púnicos como las PE-17 o las Maña C. Esta asociación de vajilla de barniz negro encuentra su mejor referente entre los contextos urbanos de la propia Carthago Noua, en concreto con los repertorios definidos para el tercer y el último cuarto del siglo II a.C.47, y en general con los conjuntos cerámicos definidos en Tarraco, la otra gran capital de la Hispania Citerior, durante la se-

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Madrid, 2004, 47-48. Guillermo, 2003, 80. 45 En concreto se trata de las formas T-7431, T-7421 y T-8132, v. Torres, 1995, 209-211 y 223-224. 46 Abascal – Ramallo, 1997, 16-17. 47 Ruiz, 2004, 97-98. 44

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gunda mitad del siglo II a.C.48. Algunos hallazgos numismáticos parecen incidir en tal cronología, como el denario de la ceca de Roma, procedente de un yacimiento del entorno de Carthago Noua, fechado hacia el 104 a.C.49. Entre los repertorios cerámicos documentados en estos yacimientos de la llanura, destaca en primer lugar la escasa presencia de producciones indígenas, totalmente desplazadas en todas las categorías funcionales por las producciones itálicas, en especial de la Campania, circunstancia especialmente significativa en lo referido a los hábitos culinarios. Todo parece indicar que nos encontramos ante un temprano asentamiento de pobladores itálicos, no evidenciándose ese fenómeno de proliferación de granjas indígenas observado en comarcas interiores50. Las producciones de carácter indígena parecen tener una mayor presencia en algunos enclaves del distrito minero, y en las unidades II y III de la sierra litoral, en concreto en yacimientos dispuestos en valles intramontanos, o en hábitats en cueva. La información arqueológica disponible sobre la producción de salazones durante el periodo tardorrepublicano y altoimperial es muy escasa, reduciéndose a la identificación de un cierto número de factorías ubicadas fundamentalmente en el mar Menor, de las que tan solo una de ellas ha sido objeto de excavaciones sistemáticas. En el extremo meridional de la laguna se disponen dos de estas factorías: Los Castillitos y Las Mateas; en esta última se han podido documentar distintas partes de una instalación fundada en la segunda mitad del siglo I a.C., entre las que cabe destacar varias piletas de pequeñas dimensiones, una gran balsa, y una zona de almacenamiento; otra posible factoría se situaría en el cordón litoral que separa la laguna del mar abierto51, y en la dársena de Escombreras. La colonización de otros sectores más alejados de la ciudad se intensificaría hacia mediados del siglo I a.C., momento en el cual la ciudad adquiere el estatuto colonial52, lo que conllevaría la asignación de tierras a veteranos del ejército, tal y como parecen reflejar algunos de los motivos representados en las serie VI y VII de la ciudad, en concreto el uexillum o el águila entre signa53. Es en estos momentos cuando se detecta la aparición de los primeros asentamientos tipo uillae en la zona de Lorca54. Pero al mismo tiempo se inicia un periodo de marcada inestabilidad, marcado por el enfrentamiento entre cesarianos y pompeyanos, y que pese a no ser el escenario de destacados episodios bélicos, las fuentes reflejan el interés que en ambos bandos suscitó

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Díaz – Otiña, 2003, 71-73. Procede del yacimiento de Escucha, dispuesto junto a un área de alta potencialidad agrícola en el área suburbana de Carthago Noua; sobre el análisis numismático uide Lechuga, 2008, 661. 50 Brotóns, 1995, 271-274. 51 Se situaría en el Estacio (Mas, 1982, 167); en esta misma zona aunque descontextualizado, se encontró un fragmento de mosaico decorado con una roseta de seis pétalos, datado en época augustea (Ramallo, 1985, 61-64). 52 Ramallo, 2003, 299-300. 53 Llorens, 1993, 52-54. 54 Martínez, 1995, 208. 49

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su control: así en el 47 a.C., C. Gneo Pompeyo toma la ciudad, que volverá a pasar a manos de Cesar en el 45 a.C., y tras la muerte de este Sexto Pompeyo intenta de nuevo retomar su control. Esta situación sin duda debió dejar su impronta en la propia ciudad y su territorio, tal y como comienza a evidenciarse en comarcas interiores con el descubrimiento de diversos enclaves fortificados55 que asegurarían el movimiento de tropas entre el levante y el interior de Andalucía; o quizás con algunos abandonos de asentamientos agrícolas que se producen en el Campo de Cartagena56. También en estos mismos años centrales del siglo I a.C., se detectan cambios en el distrito minero, con remociones, abandonos o potenciación de nuevos sectores productivos57 (fig. 3).

5. Los siglos I y II d.C. La renovación urbana iniciada con la fundación de la colonia alcanzó su máximo apogeo bajo el gobierno de Augusto; en esos momentos se acomete un programa de reconstrucción de las murallas, la construcción del teatro, y se producen importantes cambios en la edilicia privada58. Es poco aún lo que sabemos de los principales edifi-

Figura 3. Siglos II-I a.C. (dib.: A. J. Murcia Muñoz).

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Murcia – Brotóns – García, 2008, 555-557. Sería el caso del yacimiento de la Loma del Gallina, cuyos materiales muestran un abandono anterior a época augustea. 57 Berrocal, 2008, 616. 58 Ramallo, ——. 56

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cios del área forense, y persisten las dudas sobre la fase inicial de otras construcciones, como el anfiteatro o las termas, pero todo parece indicar que durante los primeros decenios del siglo I, la ciudad tiene concluidos sus principales referentes monumentales, ralentizándose a partir de estos momentos su actividad edilicia, que se limita durante las dinastías flavia y antonina a reestructuraciones de edificios públicos y a reformas de los programas decorativos tanto en ámbitos públicos como privados. De esta manera las canteras más próximas a la ciudad continúan mostrando signos de actividad durante buena parte del siglo I d.C.59, en consonancia con esa actividad edilicia que acabamos describir, pero en su mayor parte no parecen alcanzar la segunda centuria: es el caso de los afloramientos volcánicos del Cabezo de la Fraila, Cabezo Beaza y Cabezo de la Viuda, o del sector más oriental de las explotaciones de arenisca. A partir de estos momentos la minería, ese motor de desarrollo durante el periodo anterior, sufre un importante reajuste con el abandono de buena parte del distrito minero de La Unión; tan solo contados yacimientos parecen mostrar continuidad durante el siglo I d.C.60, y más aisladamente durante el II61. En cambio, en el distrito de minero de Mazarrón, situado al oeste de Carthago Noua, la explotación parece prolongarse hasta finales del siglo I y en algunos casos durante el II62. No obstante, la ciudad mantuvo su posición como principal centro económico y administrativo del sureste peninsular, e importante foco latinizador en territorio ibérico63; su puerto continuó desempeñando un papel destacado en la circulación de mercancías y productos de primera necesidad. Las actividades vinculadas con la pesca y las salazones debieron de adquirir un notable desarrollo durante la primera mitad del siglo I d.C., de acuerdo con algunas evidencias procedentes de la ciudad: es el caso de la columna conmemorativa dedicada a Mercurio y los Lares Augustales64, por los piscatores et propolae, posiblemente integrantes de una organización colegial, o el sillar decorado con bajorrelieves que representan útiles empleados en la captura de túnidos, en concreto un bichero, maza y hacha, que pudo formar parte de un monumento funerario de la primera mitad del siglo I d.C.65; no menos destacadas resultan las referencias de Plinio (NH, XXXI, 94) alusiva a un tipo de garum altamente valorado, que se produciría en las inmediaciones de la ciudad. En el área costera del mar Menor la única intervención arqueológica

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Esta intensa actividad sin duda contribuyó a la aparición de un amplio contingente de operarios y artesanos de distintos rangos, tales como el liberto M. Messius Samalo, en cuyo epígrafe funerario datado en época augustea, se hace referencia a su profesión de faber lapidarii; uide Abascal – Ramallo, 1997, 369-371. 60 Es el caso de Mina Balsa, donde aparecen materiales de finales del I d.C. (Ruiz, 1995, 158); en la fundición de La Cañada se detecta actividad hasta época flavia (Antolinos, ——). 61 Es el caso del Cerro de La Atalaya, donde se constata la presencia de materiales hasta mediados del siglo II d.C. (Ruiz, 1995, 163). 62 Ramallo, 2006, 119. 63 Abascal, 1995, 147. 64 Abascal – Ramallo, 1997, 161-164. 65 Noguera, 1993, 165. 144

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realizada en una de las factorías, proporciona una fecha de fundación de época augustea con esplendor en época julio-claudia y abandono hacia mediados del II66. Otras factorías como la Playa de Los Castillitos, con materiales de época tardorrepublicana y altoimperial, también debieron resentirse durante la segunda mitad del siglo II, tal y como parece indicar la disminución cuantitativa de producciones cerámicas de estos momentos; otros enclaves como Los Triolas dedicados a la pesca u obtención de sal, no parecen alcanzar la mitad del siglo II, al igual que parece suceder en el enclave costero de Escombreras. En cuanto a los asentamientos de carácter agropecuario dispuestos en la llanura (unidad IV), desconocemos si se produce alguna reestructuración entre la fundación de la colonia y época de augusto, pero lo cierto es que todos los indicios parecen señalar una importante renovación del poblamiento durante el siglo I d.C., apareciendo toda una serie de uillae de mayores dimensiones con sus sectores urbano, rustico y fructuario bien diferenciados, que responden a un modelo de explotación más especializado, hacia el que podrían haber derivado parte de los capitales generados con la explotación de los distritos mineros. En el extremo septentrional de la comarca del Campo de Cartagena, contamos con las recientes intervenciones realizadas en las Villas de la Raya y del Salero, o el testimonio más parcial de la villa de Balsicas67, que ejemplifican este tipo de uillae con espacios funcionales muy diferenciados. Dentro de nuestro área de estudio tan solo contamos con los datos parciales de la villa del Molino del León, donde se ha excavado parte del sector fructuario y quizás rustico, destacando una gran nave u horreum68 de planta rectangular, con 262 m2, provisto en su parte central de una hilada de zapatas para la sustentación de la techumbre; este esquema es muy similar al constatado en otras villas situadas en comarcas interiores, como el de la pars fructuaria de la villa de la Fuente de la Teja, cuya fundación se sitúa en época flavia69, o a la de la villa de Los Villaricos70, asociadas en ambos casos a la producción del aceite. En base a las dimensiones y alta especialización de las instalaciones de estas dos últimas uillae, junto a un elevado número de elementos asociados a la producción oleícola repartidos por buena parte del territorio71, se puede deducir la existencia de una producción, que sin tener una vocación exportadora, podría estar destinada a cubrir buena parte de la demanda generada por los principales núcleos urbanos del territorio. En el sector septentrional del distrito minero, los únicos yacimientos que muestran actividad son los relacionados con las actividades agropecuarias, bien como continuidad de los de época tardorrepublicana, bien surgidos a partir de la conversión de espacios residenciales vinculados a las actividades mineras.

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Se trata de la factoría de Las Mateas, en las proximidades de la población de Los Nietos (Ruiz, 1995, 173-174). Ramallo – Ros, 1988, 165-168. 68 Fuentes, 2006, 253-254. 69 Murcia, 1999, 222. 70 Amante – Lechuga, 1999, 337-342. 71 González Blanco et alii, 1983; Antolinos – Soler, 2000. 67

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Pero durante la segunda mitad del siglo II d.C. se detecta una importante crisis urbana en la ciudad, manifestada en el abandono de numerosas domus localizadas especialmente en el extremo oriental de la misma72, acompañada de una progresiva decadencia y ruina de buena parte de sus edificios públicos, reduciéndose el espacio urbano que se concentrara en su extremo occidental junto al área portuaria. Esta situación se debió de reflejar en una importante caída del papel de la urbs como centro consumidor y de mercado, provocándose un desequilibrio en la relaciones de intercambio con su ager, que se tradujo en una drástica reestructuración del ámbito rural con el abandono de buena parte de las uillae entre la segunda mitad del siglo II y los primeros decenios del III (fig. 4).

6. Los siglos III-VII d.C. Todas las intervenciones realizadas hasta el momento en el centro histórico de la ciudad, confirman la profunda crisis que se produce durante la segunda mitad del siglo II, en el modelo urbano gestado con la concesión del estatuto colonial, y completado durante los primeros decenios del siglo I d.C., que conllevará el abandono de todo el sector oriental de la ciudad73, así como de sus espacios públicos74. Inmersa en

Figura 4. Siglo I-II d.C. (dib.: A. J. Murcia Muñoz).

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Ruiz, 1996. Ramallo, 1989, 155-157; Ruiz et alii, 1993, 59. 74 Durante la primera mitad del siglo III los edificios del foro se encuentran amortizados por derrumbes y colmataciones (Noguera, 2003, 57; y también Noguera et alii, 2009, 278). 73

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ese proceso de regresión, recibirá Carthago Noua la noticia de su elección como capital de la nueva provincia Carthaginensis, en el marco de una profunda reestructuración administrativa promovida por el emperador Diocleciano que pudo entrar en vigor hacia el 29375. En su elección debieron de influir fundamentalmente componentes de carácter estratégico, como su posición intermedia en la costa levantina, punto de escala de esa gran ruta meridional que unía la Bética con la península Itálica, así como del comercio interregional de cabotaje, y su fácil comunicación marítima con las emergentes provincias africanas; tampoco podemos olvidarnos de las excelencias de su puerto natural, y de sus comunicaciones terrestres con el levante e interior peninsular. De esta manera son pocos los yacimientos de la llanura litoral que presentan continuidad durante el siglo III76, y algunos de los que sí lo hacen, ni siquiera alcanzan la segunda mitad del mismo. En el caso de los yacimientos vinculados con la pesca y las salazones, tan solo constatamos la continuidad de una de las factorías del mar Menor (fig. 5). Si bien la obtención del rango de capital de la nueva provincia no tuvo una incidencia inmediata en la ciudad77, si podemos afirmar que se convertirá en un hecho de gran significación para su devenir histórico: el establecimiento de una administración provincial, y la progresiva potenciación del papel de su puerto como centro redistri-

Figura 5. Siglo III d.C. (dib.: A. J. Murcia Muñoz).

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Richardson, 1998, 239-240. Tan solo los yacimientos del Cucarell, Villa de la Puebla, Las Palas, muestran evidencias de continuidad; en la unidad I también presentan actividad durante el siglo III los yacimientos de El Montillo y Pozo Blanco. 77 Ramallo – Vizcaíno, 2008, 494; Noguera et alii, 2009, 280. 76

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buidor, servirán de base para su desarrollo económico y urbano durante la segunda mitad del siglo IV y el V. Esta renovada vitalidad se manifestará igualmente en el territorio, aumentando de forma significativa el número de yacimientos con nuevas evidencias de ocupación; no obstante, el estudio de la dispersión de los materiales bajoimperiales muestra su concentración en sectores muy concretos de los yacimientos, sin llegar a ocupar en ningún caso la totalidad de la superficie de los yacimientos altoimperiales. En otros casos nos encontramos ante fundaciones ex novo localizadas en las estribaciones de la Sierra Litoral (unidades I, II y III), con unas superficies inferiores a las 0,6 Ha. De esta forma, en la llanura litoral nos encontramos con un cierto número de yacimientos situados preferente en las proximidades de manantiales, o bien en relación con los ejes viarios; los datos procedentes de la propia ciudad así como de otros núcleos de población situados en el interior del territorio, resaltan el papel renovado de Carthago Spartaria como centro receptor y redistribuidor de un elevado número de productos y mercancías procedentes en su mayor parte del norte de África. Esto incidió sin duda en la revitalización de sus ejes viarios: así pues, en relación con la vía augusta78, además de un cierto número de yacimientos, contamos con un epígrafe funerario localizado a pocos kilómetros de la ciudad, datado entre los siglos VI-VII79, junto a la vía que parte en dirección a Complutum, se desarrollará entre los siglos IV y V una extensa necrópolis80, evidenciando su destacado papel como eje de intercambio y comunicación entre la costa y el interior peninsular81. En ningún caso podemos relacionar ninguno de estos asentamientos con esas grandes uillae, constatadas en áreas adyacentes, caso de la cercana villa de Los Alcázares, dispuesta en las inmediaciones del mar Menor, o la recientemente excavada villa de La Alberca, con destacadas zonas residenciales, y a las que deberían corresponder extensos fundus. Así pues la mayor parte de estos pequeños yacimientos se corresponderían con granjas de carácter disperso, zonas de habitación o de desempeño de actividades rusticas82 por parte de poblaciones campesinas dependientes de grandes explotaciones rurales, todo ello en el marco de un proceso de concentración de la propiedad rural. En la franja costera de la laguna del mar Menor, encontramos varios yacimientos separados de la primera línea de costa83, en muchos casos marcando el límite de los saladares, o zonas inundables de la ribera de la laguna, a los que quizás podríamos atribuirles una orientación pecuaria. Los datos procedentes del sector costero comprendido entre el Golfo de Mazarrón y Águilas, muestran un gran desarrollo de la

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Es el caso de los yacimientos de la villa de la Puebla, Lo Gallego, Cucarell, Las Palas e incluso La Pinilla. Abascal – Ramallo, 1997, 472-473. 80 La necrópolis de San Antón presenta una continuidad de uso entre los siglos IV-VI (Láiz – Berrocal, 1995, 165). 81 Gutiérrez, 1996, 324. 82 Chavarría, 2007, 137-138. 83 Es el caso de Los Pérez, Pozo Blanco y Los Beatos. 79

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producción de las salazones, donde se concentran un gran número de factorías y de talleres productores de ánforas, con una actividad centrada en los siglos IV y V, aunque en algunos se prolongaría hasta el VI. Sin embargo durante estos momentos el área del mar Menor parece quedar relegada a un segundo plano; tan solo en su ribera meridional contamos con varios yacimientos que pudieron estar asociados a tales actividades84, pero sin que se tenga constancia de ningún centro productor de ánforas en la laguna. Otra área que pudo conocer una cierta incidencia de tales actividades, es la del entorno costero de la propia ciudad, caso de la dársena de Escombreras, o la propia dársena de Carthago Spartaria. En la sierra (Unidades I-III) ya hemos mencionado la existencia de yacimientos ex novo, que conviven con otros que simplemente reocupan un espacio, y con los que se instalan en cuevas y abrigos montañosos; estos últimos pueden responder tanto a fenómenos de ocupación esporádica ligados a actividades de carácter pecuario, o ha ocupaciones habitacionales permanentes de difícil relación. Precisamente en la unidad I contamos con otro tipo de asentamiento singular, que posiblemente sea el germen de una pequeña aldea o aglomeración rural, compuesta por un asentamiento principal de —— Ha, otro de menores dimensiones, ubicado a una corta distancia y junto a un manantial, un área de enterramiento que reutiliza una antigua villa, y entre ellos espacios con materiales dispersos quizás indicadores de ciertas actividades productivas o de almacenaje. Durante el periodo del dominio bizantino, buena parte de estos yacimientos que hemos mencionado son abandonados, circunstancia en la que sin duda debió influir el conflicto greco-gótico que generaría un fuerte clima de inestabilidad; tan solo los yacimientos de mayor envergadura situados en la unidad I, como el núcleo del Montillo, o el de Escombreras, siguen poblados hasta el momento final de la presencia bizantina (fig. 6).

7. Valoración final Durante el breve pero intenso periodo de dominio bárquida hemos podido comprobar como el poblamiento ha estado en buena medida condicionado por factores geoestratégicos derivados de su enfrentamiento con Roma, lo que implicaba la necesidad de establecer un control efectivo sobre el territorio, su puerto natural y vías de comunicación, la explotación de sus recursos –en especial los mineros–, todo ello con el fin de contribuir a garantizar el abastecimiento de materias primas y las fuentes de financiación necesarias para el mantenimiento de los esfuerzos bélicos. Desconocemos el papel que pudo llegar a desempeñar la sociedad indígena en este proceso, aunque

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Son los yacimientos de Playa del Castillito, Los Triplas e Isla Redonda. 149

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Figura 6. Siglos IV-VII d.C. (dib.: A. J. Murcia Muñoz).

todo parece indicar que de forma previa a la fundación de Qart Hadast, se encontraba fuertemente influenciada desde el ámbito púnico. Tras la conquista romana estos mismos principios parecen marcar en líneas generales la intervención sobre el territorio, el cual, devenido en ager publicus del estado romano, conoce una pronta explotación de su distrito minero. Una vez finalizada la tercera guerra púnica y hasta mediados de la centuria siguiente, asistimos al periodo de máxima densidad de poblamiento, concentrado inicialmente alrededor de la actividad minera, pero que pronto se hará extensible a la llanura litoral con la proliferación desde finales del siglo II de numerosos asentamientos agropecuarios que denotan al menos la implantación de un catastro, y cuyos contextos materiales parecen sugerir el componente itálico de sus pobladores; también los epígrafes de los lingotes de plomo, así como los de carácter funerario, ponen en evidencia la importancia de la migración itálica durante estos momentos. Esta intensificación de la explotación del territorio trajo consigo una primera remoción urbana, con especial incidencia en su área portuaria. No queremos dejar de plantear la cuestión sobre el espacio centuriado de la ciudad, cuyo análisis será objeto de un estudio pormenorizado, y del que se tiene constancia de la existencia de dos tramas. A mediados de la siguiente centuria se producen dos hechos de especial relevancia: la obtención del estatuto de colonia, cuya fecha sigue siendo objeto de discusión, pero que cada vez son más los indicios que permiten atribuirlo a Pompeyo o a Cesar, y casi de forma solapada la guerra civil que enfrenta a los partidarios de ambos. Es en estos momentos cuando asistimos a una profunda transformación urbana, y muy posiblemente al asentamiento de nuevos colonos itálicos en otros puntos del territorio, pero al mismo tiempo se detectan algunos cambios en el poblamiento que pudieron 150

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estar relacionados tanto con la concesión del estatuto, como por la propia contienda. Desde época augustea asistimos a la práctica desaparición de la actividad en el distrito minero, iniciándose probablemente una reconversión de parte de los establecimientos ubicados en las zonas llanas, hacia una función agropecuaria. En un momento avanzado del siglo I d.C. se produce un importante cambio en el modelo de organización y explotación del territorio más próximo a la ciudad, mediante la implantación de toda una serie de uillae de mayores dimensiones, provistas en muchos casos de sectores de carácter urbano, rustico y fructuario, netamente diferenciados, situación que también se aprecia en otras comarcas más alejadas de la ciudad. Este periodo comprendido entre la segunda mitad del siglo I y parte del II, será uno de los de mayor desarrollo agrícola del territorio de Carthago Noua. Durante la segunda mitad del siglo II se produce una abrupta ruptura de este modelo, con el abandono de buena parte de las uillae y un importante retroceso urbano, cuyas causas aún no estamos en condiciones de precisar, pero que servirán de sustrato para la futura aparición de un nuevo sistema de organización territorial. La concesión del rango de capital de provincia a finales del siglo III, marcará una inflexión de ese proceso de contracción, detectándose durante el IV una destacada reactivación del poblamiento rural mediante pequeñas granjas dependientes en su mayor parte de unas pocas villas, en las que se concentraría buena parte de la propiedad de la tierra. Esta situación alcanzará su máximo desarrollo durante el siglo V, en parte gracias también a la explotación de los recursos pesqueros, detectándose en la ciudad una destacada actividad edilicia cuyo mejor exponente será la construcción de un macellum sobre el teatro. El dominio bizantino implicará una importante disminución en el número de asentamientos, circunstancia probablemente favorecida por la propia dinámica de confrontación con el reino visigodo. A lo largo del presente trabajo sobre un periodo tan dilatado de tiempo, se pone de manifiesto en primer lugar la estrecha relación que se establece entre este territorio y la ciudad –ager y urbs– que conforman en definitiva una unidad indivisible que encuentra su concreción mediante el concepto de ciuitas.

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