Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, y el ideal educativo de Francisco Giner de los Ríos

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Descripción

PLATERO Y YO, DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ, Y EL IDEAL EDUCATIVO DE FRANCISCO GINER DE LOS RÍOS

AULA DE LA EXPERIENCIA

PLATERO Y YO, DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ, Y EL IDEAL EDUCATIVO DE FRANCISCO GINER DE LOS RÍOS

Manuel Ángel Vázquez Medel Catedrático de Literatura Española Universidad de Sevilla

SEVILLA 2014

Colección Textos Institucionales Núm.: 66

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Sr. Rector Magnífico; Sra. Vicerrectora de Relaciones Institucionales; Sra. Directora del Aula de la Experiencia; Excmas. e Ilmas. autoridades; Profesores, estudiantes, miembros del Personal de Administración y Servicios; Colaboradores del Plan Integral para el Fomento de la Lectoescritura; Amigas, amigos:



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PRÓLOGO



Gracias, te las doy siempre. ¿A quién las doy? A la belleza inmensa se las doy, que yo soy bien capaz de conseguir; que tú has tocado, que eres tú. Juan Ramón Jiménez: “Como tú, mi amor, miras”, de Animal de fondo (luego, Dios deseado y deseante).

H

an de ser mis primeras palabras, en este tiempo desgraciado, de sincera gratitud. Gratia es lo que se da y se recibe gratis, más allá de los inmediatos intereses, la transacción y la venalidad. Ofrezco este acto, gratis et amore, a la institución a la que he dedicado casi toda mi vida, la Universidad de Sevilla, en el marco del Aula de la Experiencia a la que también ya pertenezco y de la que he recibido durante los últimos años la compensación del entusiasmo, la vitalidad, la generosidad, la capacidad de ilusión, comprensión y diálogo de nuestros mayores. Esto es: de quienes nos anteceden en la vida y casi siempre –la experiencia es un grado– nos exceden en sabiduría. Gracias al Sr. Rector, a la Sra. Vicerrectora de Relaciones Institucionales, a la Sra. Directora del Aula de la Experiencia, por haber confiado en mí para esta hermosa tarea de ofrecer

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la lección inaugural del Curso 2014/2015 en el Aula de la Ex­ periencia. Gracias, también al Director del Secretariado de Publicaciones de nuestra Universidad y a todo su equipo, por acompañar mis palabras con la más amplia versión impresa de este texto, elaborado en una coyuntura extraordinaria. Gracias a quienes, a lo largo de mi vida universitaria, me han acercado al mundo de Juan Ramón, a su ética y a su estética, especialmente a Rogelio Reyes, con quien realicé mi tesis de licenciatura sobre las Baladas de primavera y a Jorge Urrutia, maestro, impulsor de uno de los primeros grandes congresos1 de la democracia dedicado a Juan Ramón Jiménez en el centenario de su nacimiento (1981), decisivo investigador sobre los años iniciales del poeta y de su estancia sevillana, sobre el simbolismo en la poesía española, editor ejemplar de Platero y yo y del curso dedicado por el poeta al Modernismo. Y gracias, siempre, a mi compañera Juana García Contreras, el ejemplo más elevado que conozco de verdad, bondad y belleza en generosa entrega al mundo de la vida. Nos encontramos en el inicio de un Curso muy especial: conmemoramos en este 2014, que ya nos deja, el primer centenario de la publicación de la editio princeps (reducida) de Platero y yo, obra del mayor escritor que haya dado Andalucía en todos los tiempos: nuestro Premio Nobel Juan Ramón Jiménez. T ­ ambién conmemoraremos, dentro del Curso Académico 2014/2015, el centenario de la muerte de Francisco Giner de  1 Cf. VÁZQUEZ MEDEL, Manuel Ángel, “Centenario del nacimiento de Juan Ramón Jiménez”, en Crónica de un sueño (1973-83): Memoria de la transición democrática en Huelva, Málaga, C&T Editores, 2005, pp. 69-72.

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los Ríos –el más alto exponente de un ideal educativo que llega vivo a nuestros días– al que Juan Ramón dedicaría un libro con el significativo título de Un andaluz de fuego, y Antonio Machado –de quien también en 2014 conmemoramos el 75 aniversario de su muerte en el exilio– la hermosa “Elegía” que debe constituir un verdadero referente en los oscuros tiempos que nos ha tocado vivir, y que tiene una profunda conexión con la estética y la ética de Juan Ramón que, como la de Machado, está enraizada en los mejores valores del krausismo y en el institucionismo: A Don Francisco Giner de los Ríos   Como se fue el maestro, la luz de esta mañana me dijo: Van tres días que mi hermano Francisco no trabaja. ¿Murió?… Sólo sabemos que se nos fue por una senda clara, diciéndonos: Hacedme un duelo de labores y esperanzas. Sed buenos y no más, sed lo que he sido entre vosotros: alma. Vivid, la vida sigue, los muertos mueren y las sombras pasan; lleva quien deja y vive el que ha vivido. ¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!   Y hacia otra luz más pura partió el hermano de la luz del alba, del sol de los talleres, el viejo alegre de la vida santa. …¡Oh, sí!, llevad, amigos, su cuerpo a la montaña,

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a los azules montes del ancho Guadarrama. Allí hay barrancos hondos de pinos verdes donde el viento canta. Su corazón repose bajo una encina casta, en tierra de tomillos, donde juegan mariposas doradas…   Allí el maestro un día soñaba un nuevo florecer de España2.

Como el maestro, un siglo después, seguimos soñando y trabajando por un nuevo florecer de España. Una “tercera España”, una “España armónica” frente a las dos Españas enfrentadas del poema de Machado, que solo será posible a través de una profunda regeneración basada en la educación auténtica y en la cultura. Por ello, en el gozne entre 2014 y 2015 deseo unir la voz elegante y delicada, pero también crítica, lúcida y comprometida de Juan Ramón Jiménez en Platero y yo, con el krausismo y el ideal educativo de Francisco Giner de los Ríos, verdadero ejemplo y revulsivo en estos tiempos de atentados contra la cultura y la educación. Platero y yo es, sin lugar a dudas, la obra más conocida de Juan Ramón Jiménez y una de las más universales en lengua española. Así lo acredita el hecho de que, en una encuesta de  2 MACHADO, Antonio, Poesía y prosa. Tomo II: Poesías completas, Ed. crítica de Oreste Macrí con la colaboración de Gaetano Chiappini, Madrid, Espasa Calpe, 1989, pp. 587-588. Fechada en Baeza el 21 de febrero de 1915, tres días después de la muerte del maestro.

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la Biblioteca Pública de Nueva York realizada a finales del siglo pasado, los libros en lengua española más solicitados fueran Romancero gitano de Federico García Lorca y Platero y yo de Juan Ramón Jiménez. Además, Platero y yo es, junto con El Quijote, la obra escrita en español más traducida de todos los tiempos. Queda por escribir, detalladamente, un estudio sobre la influencia que, directa o indirectamente ejercería Platero y yo en la sensibilidad de varias generaciones no solo de niños, sino de escritores tan importantes como Jorge Luis Borges, del que acertadamente dijera Jorge Urrutia que un texto como “Borges y yo” incluido en El Hacedor, hubiera sido imposible si no se hubiera escrito antes Platero y yo. Se conmemora por estos días el centenario de su primera edición –diciembre de 1914– en la colección “Juventud” de editorial “La Lectura”, que Juan Ramón luego rechazaría por ser causa de múltiples equívocos y lecturas sesgadas. Pero es preciso reconocer que también fue una de las razones de su éxito. Esta imprevista edición permitió que pudiera llegar a conocerla Francisco Giner de los Ríos, que moriría poco más de un mes más tarde, el jueves 18 de febrero de 1915 y que fue, según reconoce nuestro Premio Nobel, uno de sus más fervientes defensores. Nos planteamos en nuestra reflexión la vigencia de Platero y yo para lectores de todas las edades en el siglo XXI, como un ejemplo extraordinario de nuevas posibilidades de lecturas con distintos niveles de significación. Por encima de otras consideraciones, en esta obra confluyen los ideales del socialismo humanista, del krausismo y del ideal educativo institucionista de Francisco Giner de los Ríos, al tiempo que cambia los

parámetros del poema en prosa3 en lengua española, gracias a la asimilación del simbolismo francés4. Un siglo después de su publicación, Platero y yo sigue siendo, con su estructura fragmentaria y a la vez articulada, su capacidad de atención a la plenitud de cada instante, que nos revela la “realidad invisible”, un ejemplo de extrema sensibilidad ante la belleza, pero sin olvidar los horizontes que nos llevan a la verdad y la bondad. También un libro de amor por la naturaleza, profundamente ecologista avant la lettre, así como un instrumento de toma de conciencia (y de aceptación y sublimación) del dolor, la enfermedad y la muerte; de acercamiento a las criaturas más débiles y marginadas de nuestra sociedad. Una obra de crítica social y de rechazo de la hipocresía. Todo un ideario de estética y ética estética5, que debe guiar nuestra reflexión y nuestra sensibilidad en tiempos de confusión y de profunda cri­ sis. La obra de Juan Ramón Jiménez nos permite, un siglo después de su primera salida, renovadas experiencias de profunda Sobre el género de la obra, véanse las atinadas reflexiones de URRUTIA, Jorge, “Sobre la práctica prosística de Juan Ramón Jiménez y sobre el género de ‘Platero y yo’ ”, en Cuadernos hispanoamericanos, nº 376-378, 1981, pp. 716-730.  4 URRUTIA, Jorge, Hallar la búsqueda (La construcción del Simbolismo español), Valladolid, Cátedra Miguel Delibes, 2013, p. 210: “Juan Ramón Jiménez consideró críticamente más tarde que la poesía moderna se originaba en el simbolismo becqueriano revisado por el sentido de interiorización del pensamiento krausista”.  5 Cf. JIMÉNEZ, Juan Ramón, Estética y ética estética, Madrid, Aguilar, 1967. También nuestra publicación “Ética y estética en la obra de Juan Ramón Jiménez” (1987), ahora recogida en VÁZQUEZ MEDEL, Manuel Ángel, El Poema Único. Estudios sobre Juan Ramón Jiménez, Huelva, Diputa­ ción Provincial, 2005.  3

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humanidad. No se trata de una obra que admiremos como pieza de museo, sino de un potente caudal de palabras que, desde la coyuntura en que fue escrita, apunta hacia dimensiones permanentes de la condición humana6.

VÁZQUEZ MEDEL, Manuel Ángel, “La palabra viva de Juan Ramón Jiménez en el Siglo XXI”, en Turia, nº 77-78, 2006, pp. 191-200.  6

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LA PRIMERA EDICIÓN PARCIAL DE PLATERO Y YO EN “LA LECTURA” (1914)



En los días próximos a la Navidad de 1914 (el colofón indicaba la fecha del 12 de diciembre) editorial “La Lectura” publicaba un libro en cuarto de 136 páginas, con el siguiente texto de portada: “Platero y yo,/ elegía andaluza, por JUAN/ RAMÓN JIMÉNEZ, con ilustra-/ciones de Fernando Marco. // Ediciones de ‘La Lectura’ Madrid”. Se trata, por cierto, de la primera obra en la que aparece el nombre completo del poeta: “Juan Ramón Jiménez”, frente a las obras anteriores a 1914, en las que firmaba como “Juan R. Jiménez”. También, en este sentido, hay un antes y un después de esta edición de Platero. Se cumplía por esos días el ciclo vital –33 años– de Juan Ramón quien, como sabemos, vino a la vida en Moguer la madru­ gada del 23 al 24 de diciembre de 1881, aunque su memoria distorsionara las fechas del 24 al 25, para nacer el mismo día que el “niñodiós”, denominación que se aplicaba simbólicamente a sí mismo, como en este conocido y reescrito poema7, en el que  7 La primera versión de este poema, con el título de “Remembranzas” y dedicado a Manuel Reina, apareció en Rimas (1902). En 1950 (Romances revividos del 1898) Juan Ramón reescribe el texto y ya aparece la expresión “niñodiós”. Luego, Sánchez Romeralo, como primer poema de Leyenda en el libro Nubes sobre Moguer, ofrecería la versión en secuencias de 8 + 8 sílabas y rima asonante, según las indicaciones de prosificación y reescritura del Juan Ramón último.

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están muchas de las claves de su magnificada visión infantil de su pueblo, en contraste con una nueva apreciación de la ­realidad, tan importantes para una correcta lectura de Platero y yo: CUANDO YO ERA EL NIÑODIÓS   CUANDO yo era el niñodiós, era Moguer, este pueblo, una blanca maravilla; la luz con el tiempo dentro. Cada casa era palacio y catedral cada templo; estaba todo en su sitio, lo de la tierra y el cielo; y por esas viñas verdes saltaba yo con mi perro, alegres como las nubes, como los vientos, lijeros8, creyendo que el horizonte era la raya del término.   Recuerdo luego que un día en que volví yo a mi pueblo después del primer faltar, me pareció un cementerio. Las casas no eran palacios ni catedrales los templos, y en todas partes reinaban la soledad y el silencio. Yo me sentía muy chico, hormiguito de desierto, con Concha la Mandadera, toda de negro con negro, que, bajo el tórrido sol y por la calle de Enmedio, iba tirando doblada del niñodiós y su perro: el niño todo metido en hondo ensimismamiento, el perro considerándolo con aprobación y esmero.   ¡Qué tiempo el tiempo! ¿Se fue con el niñodiós huyendo? ¡Y quién pudiera ser siempre lo que fue con lo primero! ¡Quién pudiera no caer, no, no, no caer de viejo; ser de nuevo el alba pura, vivir con el tiempo entero, morir siendo el niñodiós en mi Moguer, este pueblo!9  8 Respetamos la peculiar ortografía juanramoniana, que ofrece a partir de sus publicaciones en 1917.  9 JIMÉNEZ, Juan Ramón, Leyenda (1896-1956), Ed. de Antonio Sánchez Romeralo, preparado para su publicación, notas críticas y prólogo de María Estela Harretche, Madrid, Visor, 2006, p. 57.

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En el primero de los ejemplares de Platero y yo que recibe en Madrid –donde había regresado los últimos días de 1912– escribe, en la página confrontada a la portada: “A Zenobia / Juan Ramón/ Diciembre, 1914”. Zenobia ya había aparecido en el horizonte vital de Juan Ramón en 1913, para acompañarle durante más de cuarenta años, hasta su muerte el 28 de octubre de 1956, a la que Juan Ramón apenas sobreviviría algo más de un año y medio (29 de mayo de 1958). Una relación compleja y casi siempre mal interpretada, en la que compartimos esencialmente los criterios de Graciela Palau de Nemes10, de la que surge parte de la mejor poesía universal del siglo XX, desde Diario de un poeta recién casado (1917) hasta el último libro de Juan Ramón, publicado póstumamente, De ríos que se van, dedicado a Zenobia. Sin duda, otro de esos libros iría a Francisco Giner de los Ríos, quien decidió comprar un buen número de ejemplares de Platero y yo para convertirlo en el regalo de su última Navidad. Esta primera edición incompleta de Platero y yo tenía 63 capítulos, más uno final, a modo de epílogo, “A Platero en el cielo de Moguer”, en la arbitraria disposición que –según Juan Ramón– le había dado el editor Francisco Acebal, a diferencia de los 138 que ofrecerá en la primera edición íntegra en Editorial Calleja (1917). La edición parcial de 1914 comenzaba con una 10 Así lo hemos explicado en nuestra nota de lectura: VÁZQUEZ MEDEL, Manuel Ángel, “La escritura autobiográfica de Zenobia Camprubí: el Diario del exilio”, en Turia, nº 81-82, 2007, pp. 24-35.

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ADVERTENCIA A LOS HOMBRES QUE LEAN ESTE LIBRO PARA NIÑOS Este breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de Platero, está escrito para… ¡Qué sé yo para quién!…, para quien escribimos los poetas líricos… Ahora que va a los niños, no le quito ni le pongo una coma. ¡Qué bien! “Dondequiera que haya niños –dice Novalis–, existe una edad de oro”. Pues por esa edad de oro que es como una isla espiritual caída del cielo, anda el corazón del poeta, y se encuentra allí tan a su gusto, que su mejor deseo sería no tener que abandonarla nunca. ¡Isla de gracia, de frescura y de dicha, edad de oro de los niños; siempre te halle yo en mi vida, mar de duelo; y que tu brisa me dé su lira, alta y, a veces, sin sentido, igual que el trino de la alondra en el sol blanco del amanecer!

Esta advertencia, tan meditada, implica varios mensajes o “filtros” a través de los cuales han de leerse las páginas de Platero: en primer lugar, estamos ante una obra en la que –como en la vida– “la alegría y la pena son gemelas”; la elegía no es una idealización lírica de la realidad, ya que esta aparece en numerosas ocasiones con su rostro más oscuro y siniestro. En segundo lugar, este no es un libro para niños (luego volveremos a esta idea) aunque, obviamente, puedan leerlo con provecho. Se supone que lo leerán los adultos, y por ello aprovecha la cita del poeta romántico Novalis acerca de la edad de oro de los niños, para pedir que en el mar de duelo de la vida siempre pueda encontrar esta isla espiritual de gracia, frescura y dicha de la inocencia de la niñez, que nunca debe abandonarnos. La breve nota está, además, llena de principios comparativos, analogías y proyecciones simbólicas que anticipan uno de los recursos más potentes para descifrar el significado profundo de la obra.

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Aparece, a continuación, una significativa dedicatoria: A LA MEMORIA DE AGUEDILLA LA POBRE LOCA DE LA CALLE DEL SOL QUE ME MANDABA MORAS Y CLAVELES.

El poeta dedica su obra a un personaje aparentemente insignificante de la intrahistoria11 de Moguer: Aguedilla (puesta ya la marca afectiva en el diminutivo), a quien caracteriza, con clara empatía como “pobre loca”, como también se caracterizará a sí mismo, en un memorable capítulo como “El loco”, como si fuera, mutatis mutandis, un nuevo Don Quijote a lomos, no de Rocinante, sino del pequeño Platero, para descubrirnos aquello que, en nuestra supuesta cordura, no somos capaces de ver. Aguedilla es caracterizada por su dación, por su generosidad conectada con el mundo vegetal y de la naturaleza, que hace llegar al poeta alimento para su cuerpo (moras) y para su espíritu (claveles). El Diccionario de la Lengua española de la RAE define intrahistoria como “Voz introducida por el escritor español Miguel de Unamuno para designar la vida tradicional, que sirve de fondo permanente a la historia cambiante y visible”. El término apareció en el ensayo de Miguel de Unamuno “La tradición eterna”, recogido en la obra En torno al casticismo (1895). Leído sin duda el ensayo por Juan Ramón, es especialmente oportuna su aplicación a Platero y yo. Unamuno opone a la historia externa, grandilocuente, de grandes hechos y personajes, que es la que reflejan los historiadores y los diarios, otra historia más en el fondo, más interior: “Esos periódicos nada dicen de la vida silenciosa de los millones de hombres sin historia que a todas horas del día y en todos los países del globo se levantan a una orden del sol y van a sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana y eterna, esa labor que como la de las madréporas suboceánicas echa las bases sobre que se alzan los islotes de la historia” (UNAMUNO, Miguel de, En torno al casticismo, Madrid, Alianza, 2000, p. 41). 11

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No deja de ser significativo, dada la fidelidad de Juan Ramón a sus recuerdos, que en torno a 1950, con las últimas revisiones del texto, desee cambiar la dedicatoria para ofrecer su obra a Francisco Giner de los Ríos: “A Francisco Giner, que amó y divulgó ya en sus últimos días de mi Platero, en su día de eternidad en el Paraíso de la aurora” (OP, III, 590). Volveremos más adelante sobre ello. Sobre esta primera edición no queremos añadir mucho más. Sabemos que debe su existencia a un enfado de novios: Juan Ramón y Zenobia habían comprometido con Francisco Acebal, director de la editorial “La Lectura” una traducción de La luna nueva [The Crescent Moon] de Tagore, cuya entrega se demoró al afectar algunos problemas en sus relaciones el ritmo del trabajo. Por ello, Juan Ramón, que pensaba publicar Platero y yo como parte de las Elejías andaluzas dentro de sus obras completas, terminó dando un avance de su Platero. La extraordinaria traducción de la obra de Tagore, la primera en lengua española, vería la luz en 1915 dando lugar a algunos malos entendidos sobre las conexiones entre La luna nueva y Platero y yo, hoy totalmente disipados: Platero y yo estaba prácticamente escrito en su integridad entre 1906 y 1912 (a falta de algunos capítulos que se añadirían con posterioridad y hasta 1916), antes, pues, de que Juan Ramón conociera la obra de Tagore, a la que prestó su propio estilo en sus revisiones del texto que traducía fundamentalmente Zenobia desde la versión inglesa. Hemos de dejar constancia del disgusto que causó la edición “menor” de Platero al propio poeta, y que se fue acentuando con el tiempo:

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Suele creerse que yo escribí Platero y yo para los niños, que es un libro para niños. No. En 1913, “La Lectura”, que sabía que yo estaba con ese libro, me pidió que adelantase un conjunto de sus páginas más idílicas para su “Biblioteca Juventud”. (…) Yo nunca he escrito ni escribiré nada para niños, porque creo que el niño puede leer los libros que lee el hombre, con determinadas excepciones que a todos se le ocurren. También habrá excepciones para hombres y para mujeres, etc.12.

Que se acogiera Platero y yo como un libro para niños no es una cuestión menor, sino que ha condicionado una correcta recepción e interpretación del texto. Con ajustadas palabras lo expresa Jorge Urrutia en su “Introducción” a la edición de Platero y yo en Biblioteca Nueva, tras referirse a la también limitada lectura de El Quijote: Algo similar sucede con Platero y yo, una de las obras peor leídas de la moderna literatura española, posiblemente debido a su propia popularidad. Además, el que se publicara por vez primera como libro para niños lo encasilló en un género calificado de menor e hizo olvidar la edición completa. Platero y yo se entendió, así, como una narración amable y delicada, incluso almibarada y ñoña, cuando constituye uno de los textos más hermosos de la literatura, dolorido y doloroso, testimonio lírico de la desarmonía del mundo 12 AHN, Caja 23, 199/62. Citado en OP, III, p. 435. Véanse en las Referencias finales las abreviaturas que utilizamos para referirnos a las obras más citadas de Juan Ramón.

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(…) Y es que la obra de Juan Ramón en general, y Platero y yo, en particular, es peculiar y ha motivado, como dije al principio, malas lecturas y frecuentes incomprensiones, incluso entre las personas que lo estiman y elogian13.

Juan Ramón, que se quejaba de ser leído en parte, y “siempre en la misma parte”, rechazaba esta comprensión plana y superficial de su obra, como si se hiciera cierto, en proceso de lectura y recepción aquel adagio oriental que indica que “cuando el sabio señala con el dedo la luna, el necio se queda mirando el dedo” y no comprende nada de lo que el sabio dice acerca de la realidad apuntada y referida. El enfado de Juan Ramón se hizo mayor aún con otra edición de Platero y yo en la colección “Libro Escolar” (“¡Quién te conocía! ¡Tú, maestro de escuela, Platero!”, dirá) hasta exclamar: “El que se encuentre un burro con 150 pájinas en papel crudo, con pasta florida a dos pesetas, con el apodo Juventud, u otro de igual número de páginas, con pasta gris, a 0,75, bajo el disfraz El libro escolar, devuélvalo a su dueño, Juan Ramón Jiménez, poeta, Madrid, porque es un burro robado”14. Con todo, la recepción crítica de Platero y yo fue muy positiva, y así lo sintetiza Antonio Campoamor, refiriéndose a tres reseñas de Suárez León, José Subirá y Alejandro Plana en diarios de Las Palmas de Gran Canaria, Madrid y Barcelona, entre febrero y mayo de 1915:

13 URRUTIA, Jorge, “Introducción” a JIMÉNEZ, Juan Ramón, Platero y yo, Madrid, Biblioteca Nueva, 1997, pp. 7 y 27. 14 El texto pertenece al capítulo “Platero y los jitanos”, ofrecido en los apéndices a la edición de OP, III, pp. 582-583.

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Para los críticos, leer Platero y yo era ungirse de su ingenuidad y sentir algo así como si en lo más hondo del espíritu se escuchase una música de cristal con palmas sonoras de alegría; era sumergirse en un raudal de poesía, pues, aunque escrito en prosa, esa prosa rezumaba poesía por todos sus poros, ya que de poesía se había nutrido y con ella se engalanaba, aunque le faltasen el ritmo y la rima; era asistir al prodigio de ver cómo con las palabras, las expresiones, y los giros de uso más corriente, y sin otra ayuda que la ductilidad del idioma, podía urdirse una historia sencilla y transformarla en un poema lírico con ritmo análogo al que gobierna el verso15.

Disponemos, además, de dos excepcionales testimonios sobre lo que supuso la lectura de Platero y yo para los jóvenes de entonces. El primero lo debemos a Rosa Chacel, quien pone el énfasis en el impacto que en 1914 tuvo la publicación de Meditaciones del Quijote16 de José Ortega y Gasset, así como la obra de Juan Ramón, de la que destaca la profundidad y viveza de su cromatismo: “con real, regio, imperioso, soberano decreto cam­ bia la paleta de España”17. El segundo, lo ofreció Alonso Zamora Vicente en la lección inaugural del importante Congreso del Centenario en 1981, al referirse al cambio de la lectura de

15 CAMPOAMOR GONZÁLEZ, Antonio, Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí. Años españoles (1881-1936), Sevilla, Universidad Internacional de Andalucía (UNIA), 2014, p. 317. 16 ORTEGA Y GASSET, José, Meditaciones del Quijote, Madrid, Residencia de Estudiantes, 1914. 17 CHACEL, Rosa, Estación. Ida y vuelta, Ed. de Shirley Mangini, Madrid, Cátedra, 1989, p. 77.

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Corazón, de Edmundo de Amicis18 por la de un nuevo libro (en su caso, leído en la edición de la Residencia de 1926): El nuevo libro, ya lo han adivinado, se llamaba Platero y yo, edición de la Residencia de Estudiantes. Todos teníamos el libro flamante, recién comprado. Un aspecto exterior que luego fue tan familiar. De pronto, con irrupción casi violenta, los chiquillos aprendimos a puntuar de otra manera. Supimos que el campo y el paisaje huelen, se mueven, se visten de colores cambiantes. Supimos que la vida no son solamente los heroísmos dignos de la estatua en los parques, sino algo más recogido, tierno y caluroso. La lectura se trocó súbitamente en delicada entonación19.

La edición de 1914 cuyo centenario ahora conmemoramos tuvo, pues, efectos positivos y negativos. Pero cambió para siempre muchos aspectos de la escritura literaria en nuestro idioma, ofreció una prosa hasta entonces desconocida, y preparó el gran punto de inflexión en la vida y la obra del poeta moguereño: 1917, con la publicación de la edición completa de Platero y yo, y de esa obra extraordinaria que es Diario de un poeta recién casado, escrita el año anterior.

Curiosamente, esta obra la había traducido Hermenegildo Giner de los Ríos, hermano de Don Francisco y colaborador con él en la fundación de la Institución Libre de Enseñanza. Fue publicada por Ed. Hernando en 1887 y conoció ediciones y reimpresiones posteriores. 19 ZAMORA VICENTE, Alonso, “Lección inaugural del Congreso”, en URRUTIA, Jorge (ed.), Actas del Congreso Internacional conmemorativo del nacimiento de Juan Ramón Jiménez, Huelva, Diputación Provincial, 1983, vol.  I, p. 3. 18

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JUAN RAMÓN JIMÉNEZ HASTA LA ESCRITURA DE PLATERO: CLAVES ESENCIALES



Platero y yo aparece por primera vez20 días antes de que Juan Ramón Jiménez cumpliera 33 años. La personalidad de Juan Ramón está plenamente forjada, y el único ingrediente mayor que le faltaba –la presencia de Zenobia Camprubí, con todo lo que ello supondría en su vida21– había hecho su aparición el año anterior (1913). Una vida tan rica y tan compleja (interiormente) como la de nuestro Premio Nobel no se puede desgranar en unos cuantos párrafos. Sobre todo, porque él mismo se encargó de documentar (no sin algunas pequeñas distorsiones, que venían a confirmar su ideal de vida) los hitos esenciales de su existencia. La reciente publicación del primer volumen de Vida. Días de mi vida, es solo una muestra de su obsesión por dejar una orientación interpretativa sobre su acontecer vital. También encontramos su voz expresada con inmediatez y frescura en las Conversaciones

20 12 de diciembre de 1914, reza su colofón, aunque parece que se puso a la venta por los días de la Navidad. 21 Cf. VÁZQUEZ MEDEL, Manuel Ángel, “Zenobia en el universo literario de Juan Ramón Jiménez (el impacto de Zenobia en el cambio de la cosmovisión juanramoniana)”, en ARRIAGA, Mercedes (ed.), Representar – Representarse. Congreso Internacional en Homenaje a Zenobia Camprubí, Moguer, Fundación Juan Ramón Jiménez, 2001, pp. 19-34.

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con Ricardo Gullón, en las que recogiera su fiel Juan Guerrero Ruiz en Juan Ramón de viva voz, o en las declaraciones (a veces inexactas) a Graciela Palau de Nemes, primera gran biógrafa de Juan Ramón y de Zenobia. Estas palabras de Juan Ramón quintaesencian muy bien sus primeros años de vida: Nací en Moguer, la noche de Navidad de 1881. Mi padre era castellano y tenía los ojos azules; y mi madre, andaluza, con los ojos negros. La blanca maravilla de mi pueblo guardó mi infancia en una casa vieja de grandes salones y verdes patios. De estos dulces años recuerdo que jugaba muy poco, y que era gran amigo de la soledad; las solemnidades, las visitas, las iglesias me daban miedo (V, 97).

En efecto, Juan Ramón fue hijo de una familia de la burguesía acomodada de Moguer, que pronto conocería la ruina a causa de la muerte de Don Víctor Jiménez, y poco después por la plaga de la filoxera que acabaría con el negocio de vinos de su padre, que había llegado de Nestares de Cameros en La Rioja, para buscar fortuna en estos lugares privilegiados del sur. El territorio de su infancia cimenta todo un edificio de pensamientos, sentimientos y recuerdos, que el poeta reflejará en los libros que constituyen el proyecto de Elejías andaluzas que, en la monumental edición de la Obra Poética, han sido ejemplarmente reconstruidos por grandes especialistas en la obra juanramoniana: Platero y yo, Josefito figuraciones (Soledad González Ródenas y Howard T. Young), Entes y sombras de mi infancia (Pilar Celma Valero), Piedras, flores y bestias de Moguer (Richard A. Cardwell). Su lectura conjunta, enriquecida con

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todo el aparato de anotaciones e interpretaciones, nos permite apreciar de un modo distinto Platero y yo. Juan Ramón recibe la enseñanza primaria en “La miga” (a la que dedica el capítulo VI de Platero) y en el Colegio San José hasta 1891. Luego inicia el Bachillerato y se examina en el Instituto de Huelva. El poeta, en el ejercicio retrospectivo de la memoria ha querido enraizar su experiencia estética posterior con momentos intensos de la infancia. Así sucede con el breve texto “Pureza”: “El primer afán de poesía pura, con la vaguedad que entonces eso significaba para mí, me lo dieron unas nubecillas rosas y doradas –borreguitos decía mi madre– que todas las tardes se encendían en el cenit” (V, 211). El año 1893 marca un importante punto de inflexión: sus padres lo envían al Colegio de “San Luis Gonzaga”, regido por los jesuitas de El Puerto de Santa María, uno de los más prestigiosos de la Baja Andalucía, donde también se formarían Fernando Villalón, Pedro Muñoz Seca y Rafael Alberti, entre otros conocidos escolares. Ingresó en octubre de 1893 y obtuvo el título de Bachiller en Artes en junio de 1896. Se trata de la primera vez que abandona Moguer y que cambia “la luz con el tiempo dentro” de su pueblo por la oscuridad y los rigores de la educación jesuítica en la que, con todo, encontraría los primeros impulsos para su vocación literaria, así como para la forja de un carácter melancólico, atento a la mirada interior, como recomendaba La imitación de Cristo, de Tomás Kempis, que suscitará la afición juanramoniana por la escritura aforística, así como su tendencia a la introspección y a la soledad. También la “preparación para mi obsesión de la muerte” (V, 203). Así expresa Juan Ramón estos años en

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un conocido autorretrato publicado en la revista Renacimiento en 1907: “Mis once años entraron de luto en el colegio que tienen los jesuitas en el Puerto de Santa María; fui tristón porque ya dejaba atrás algún sentimentalismo: la ventana por donde veía llover sobre mi jardín, mi bosque, el sol poniente de mi calle”. Años después, en el “Apéndice” a Dios deseado y deseante, afirmará: Una de las luchas diarias de mi vida, desde mi adolescencia, y sobre todo después de salir del colejio de los jesuitas, ha sido y sigue siendo pensar en dios sin todo ese aparato y achaque, que le han puesto los hombres durante tantos siglos sobre su infalibilidad (…) Yo quisiera figurarme a dios como me figuro mi propia conciencia, un ámbito infinito lleno de ecos, signos y límites, o como un todo, sin más ni menos que la palabra. Quizás sólo como una palabra, el nombre de una síntesis del universo22 (OP, II, 1199).

Finalizado el Bachillerato, por orientación paterna, se traslada a Sevilla para realizar el Curso preparatorio de Derecho en su Universidad, en la que se matricula en septiembre de 1896, aunque se dedicará con más intensidad a la pintura, en el estudio de Salvador Clemente y a la literatura, especialmente 22 Hemos corregido, por entender que se trata de un error, la palabra “toro” que aparece en la ed. citada por “todo” y “Dios” por “dios”, que es como Juan Ramón solía poner, por profundas razones, esta palabra, tras la escritura de Animal de fondo, luego transformado en Dios deseado y deseante. La palabra “dios”, desde el panteísmo o panenteísmo juanramoniano, que conecta con el krausismo, es el nombre más común, no propio, pues está en todos los seres, en todas las cosas y, sobre todo, en la conciencia.

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en el Ateneo. Juan Ramón escribe y publica sus primeros poemas, no exentos de una clara preocupación social, imbuida por el conocimiento del socialismo humanista a través de Timoteo Orbe23. Richard A. Cardwell ha sintetizado muy bien sus implicaciones: A partir de la relación con Orbe había empezado Juan Ramón a creer que el medio hacia una mejora nacional, social y moral, habría de venir no de los políticos, sino de los poetas y artistas. Desde Rejas de oro, con su llamada a la “juventud intelectual española” y su visión del “amor sublime” y “ensueños”, pasando por sus cartas a Darío y por sus ensayos en Helios, hasta PLATERO Y YO encontramos una línea continua de desarrollo24.

Durante los años en Sevilla inicia, también, los primeros contactos con los ideales krausistas a través de algunos ateneístas. Juan Ramón llegaría a hacerse socio del Ateneo de Sevilla el 1 de marzo de 1898 con el número 253225, y se relacionaría con los principales escritores e intelectuales del momento, que habían impulsado también el proyecto de “La Biblioteca”. Son de imprescindible lectura las aportaciones de Jorge Urrutia al mejor conocimiento de estos años: Sevilla en Juan Ramón Jiménez, Sevilla, Biblioteca de Temas Sevillanos, 1981; “Sobre la práctica prosística de Juan Ramón Jiménez y sobre el género de ‘Platero y yo’ ”, en Cuadernos hispanoamericanos, nº 376-378, 1981, pp. 716-730; “De la prehistoria de Juan Ramón Jiménez”, en Anuario de Estudios Filológicos, vol. 9, 1986, pp. 317-329. 24 CARDWELL, Richard A., “Introducción” a JIMÉNEZ, Juan Ramón, Platero y yo, Ed. de Richard Cardwell, Madrid, Espasa Calpe, 1988, p. 19. 25 Cf. PINEDA NOVO, Daniel, Juan Ramón y el Ateneo de Sevilla, Se­ villa, Ateneo/Fundación Cajasol, 2008. 23

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En un conocido “Esquema autobiográfico” redactado en 1931 y publicado en Poesía española, la importante antología publicada por Gerardo Diego en 1932, Juan Ramón anota junto a estos años que van desde su nacimiento en 1881 hasta su llegada a Sevilla en 1896 algunas de sus lecturas e influencias básicas: “Romancero general, Góngora, Bécquer, Románticos franceses y alemanes traducidos al francés” (V, 125)26. El año que separa el siglo XIX del XX también supondrá un importante punto de inflexión en la vida del poeta: intenso contacto con las corrientes modernistas que le llegaban a través de Mercure de France, viaje a Madrid, contacto con Rubén Darío y Francisco Villaespesa, publicación de sus primeros libros, Almas de violeta y Ninfeas, muerte de su padre, que le sume en una importante crisis nerviosa. Pasado el tiempo, durante los primeros años del exilio, en 1939 en Miami escribirá recordando la noche en que murió su padre: La vida dio aquella noche una vuelta de rara medida para mí y yo di una vuelta para la vida. Era como si yo me hubiera vuelto en mi jirar en mi órbita y me encontrara conmigo mismo de boca. Me parecía que en vez de vivir muriera jirando (…). Una idea quedó fija en mí como mía y ante mí como ajena: la fatal, inevitable muerte repentina. Esto es, una muerte 26 Para el mejor conocimiento de estos años de inicio a la vida literaria en el ambiente modernista es de extraordinario interés el libro de SÁNCHEZ TRIGUEROS, Antonio, El modernismo en la poesía andaluza. La obra del malagueño José Sánchez Rodríguez y los comienzos de Juan R. Jiménez y Francisco Villaespesa, Granada, Universidad de Granada, 1974. Igualmente el volumen de cartas entre Juan Ramón y el poeta malagueño, citado en la bibliografía.

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repentina que fuera sólo la muerte; y que no hubiera otra clase de muerte, sobre todo para mí (V, 258).

Los años siguientes, marcados por su tratamiento psicológico, traerán, además, otros de los ingredientes imprescindibles para entender Platero y yo: por un lado, su contacto con la poesía francesa, especialmente la corriente simbolista, durante su estancia en el Sanatorio del Dr. Lalanne en Castel d’Andorte, cerca de Burdeos27, desde donde se desplaza a Pau, Arcachon, Nérac, haciendo incluso breves viajes a Suiza e Italia. A su regreso de Francia siguen años esenciales de su formación, en los que le frecuentan los grandes intelectuales y escritores del momento durante su estancia en el Sanatorio del Rosario. Mencionará especialmente a Ramón María del ValleInclán, Manuel y Antonio Machado, Francisco Villaespesa y Gregorio Martínez Sierra. También son sus años más intensos de influencias krausistas e institucionistas, en contacto con Francisco Giner de los Ríos, el neurólogo Luis Simarro (con quien fue a vivir a la muerte de la esposa del doctor) o Manuel Bartolomé Cossío: 2 años con el doctor Luis Simarro; frecuentación de la Institución Libre de Enseñanza, Francisco Giner (Lecturas científicas, filosóficas; griegos y latinos en las traducciones interlineales). Lenguas: alemán, inglés; intento de una fundamental preparación griega y latina, fracasado por falta de

27 Un excelente estudio de este momento crucial de la vida del poeta en PRAT, Ignacio, El muchacho despatriado. Juan Ramón Jiménez en Francia, Madrid, Taurus, 1986.

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directores estéticos (Shakespeare, Shelley, Browning; Heine, Goethe, Hölderlin. Música. Guadarrama) (V, 125).

Luis Simarro Lacabra (Roma, 1851-Madrid, 1921) fue una persona decisiva en la vida de Juan Ramón. Importante neurólogo español, fue Catedrático de Psicología experimental de la Universidad de Madrid en el año 1902, siendo la suya la primera Cátedra de Psicología en España. Por ello es considerado padre fundador de la psicología científica. Seguidor en sus primeros años del darwinismo a través de la obra de Haeckel, se ocupó desde el evolucionismo de temas de anatomía comparada, embriología e histología del sistema nervioso. Además, fue Gran Maestre del Gran Oriente Español de la Masonería desde 1917 a 1921. El testimonio de Juan Ramón ahorra todo comentario: Aunque era un sanatorio de cirujía, el Doctor Simarro había conseguido que me dieran en él, como en un hotel, un dormitorio y una sala, porque yo no toleraba los ruidos del centro de Madrid. Don Luis Simarro me trataba como a un hijo. Me llevaba a ver personas agradables y venerables: Giner, Sala, Sorolla, Cossío; me llevaba libros, me leía a Voltaire, a Nietzsche, a Kant, a Wundt, a Spinoza, a Carducci. ¡No se las veces que alejó de mi alrededor, dándome voluntad y alegría, la muerte imajinaria! Más tarde, muerta su mujer, la bella y buena Mercedes Roca, me invitó a pasar un año en su casa (AF, 181).

Un interesante fragmento incluido en Vida sobre Simarro concluye así su nota sobre “un hombre sereno” que no había

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tenido una vida fácil: “Sin Simarro, no sé qué rumbos habría llevado mi camino poético, recto y fácil a su luz conciliadora y tranquila. Hombre paternal, magistral, honrado, jeneroso y bueno, Luis Simarro” (V, 279). Juan Ramón regresa a Moguer28, tras su larga convalecencia, a finales de 1905. La plaga de la filoxera había arruinado el pueblo en 1904 y su familia se traslada a vivir de alquiler al número 5 de la calle Aceña (hoy Sor Ángela de la Cruz). Tienen graves problemas con el Banco de España. Juan Ramón comienza la escritura de Platero, según él mismo confiesa, en 1906. Y, como se ha señalado, a pesar de los momentos duros, de tristeza profunda, de soledad y melancolía, en esta obra –al igual que en otras escritas durante esos años, como Baladas de primavera– es capaz de ofrecer también una dimensión luminosa de la existencia. Ya ha superado el primer modernismo parnasiano de Almas de violeta y Ninfeas, decantado en Rimas (1902), con un implícito homenaje a Bécquer y una reconexión con la tradición poética andaluza, que había nutrido sus lecturas juveniles. Ya ha iniciado un nuevo camino en el marco del gran simbolismo europeo con Arias tristes (1903). Ahora, en estos siete años cruciales, se está planteando el sentido mismo de su existencia y de su dedicación a la poesía. Y nace Platero y yo como respuesta a esa voluntad de vivir la vida en plenitud, de aspirar hacia lo absoluto, alejarse de lo externo y accidental, buscar la belleza 28 Analizamos extensamente la importancia de estos años en nuestro libro El campo andaluz en la obra de Juan Ramón Jiménez, Sevilla, Caja Rural, 1982.

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incluso en las situaciones más duras, acercarse a la gente sencilla del pueblo y denunciar la injusticia y la hipocresía… En todo ello, las sucesivas sedimentaciones de su inquietud espi­ ritual (pero también de sus inclinaciones carnales), las numerosas lecturas que le acercan a un ideal de la humanidad planteado desde el panteísmo krausista y su voluntad regeneradora de la vida individual y colectiva a través de la belleza. Y en el núcleo de ese proceso, Francisco Giner de los Ríos, el andaluz de fuego.

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ALGUNAS NOTAS SOBRE EL IDEAL EDUCATIVO DE FRANCISCO GINER DE LOS RÍOS



Manuel Bartolomé Cossío, tras la muerte de Francisco Giner de los Ríos el 18 de febrero de 1915, escribió en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza (BILE): “Para hacer la biografía de Giner habría que hacer la historia de la Institución, y para hacer ésta esencialmente habría que hacer la historia de España desde la Revolución [de 1868]”. Y Manuel Azaña proclamaba –a nuestro juicio, sin exageración alguna– que “la obra de Giner es tan considerable que hoy cuanto existe en España de pulcritud moral lo ha creado él”. Podríamos añadir, aplicándolo al momento actual: cuanto a España le falta de pulcritud moral lo podría haber realizado si hubiera seguido el ejemplo y la lección del andaluz de fuego, como le llamaría Juan Ramón. Se comprenderá, pues, que las páginas que siguen son una necesaria síntesis que apenas se propone ser una invitación a la lectura del ideal educativo de Giner desde la hora presente. Nos permitirán subrayar aquellos aspectos esenciales que nutrirán la ética y la estética juanramoniana y que se realizarán en Platero y yo. Nacido en Ronda (Málaga) el 10 de octubre de 1839, Francisco Giner recorrió buena parte de nuestra geografía en su proceso formativo, por los traslados de su familia a causa del trabajo de su padre, Francisco Giner de la Fuente, empleado

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de Hacienda: hizo la segunda enseñanza en Cádiz y Alicante, el curso preparatorio de Jurisprudencia en Barcelona (1852) y los estudios de Derecho en la Universidad de Granada, donde obtiene el grado de Bachiller en 1858. Allí tendrá como maestro a Manuel Fernández y González y conocerá a Nicolás Salmerón, compañero de carrera. El año 1860 es un año importante en la historia cultural y educativa en nuestro país, ya que aparecen dos importantes obras de Karl Christian Friedrich Krause, Sistema de la Filoso­ fía e Ideal de la humanidad para la vida, traducidas y prologadas por Julián Sanz del Río, a quien conocería el 4 de marzo de 1863 ya en Madrid, donde se había trasladado ese año para ha­ cer su Doctorado en Derecho. La primera obra de Giner, Estudios literarios, aparece el 1866, un año después de la muerte de su madre, Bernarda de los Ríos Rosas, a la que estaba muy unido. El mismo año 1866 funda en Madrid Nicolás Salmerón el Colegio Internacional, considerado como un antecedente inmediato de la Institución Libre de Enseñanza que, tras muchos avatares vería aprobados sus estatutos el 10 de marzo de 1876. Entre sus firmantes están Francisco y Hermenegildo Giner, Gumersindo de Azcárate, Joaquín Costa, Augusto González de Linares, Eugenio Montero Ríos, Segismundo Moret y Nicolás Salmerón. El 29 de octubre de 1876 se ofrecería el primer Curso de la ILE, en la que Giner es profesor y director de su Boletín (BILE), cuyo primer número aparecería el 7 de marzo de 1877. Los años siguientes serán fundamentales: en 1879 publica “¿Instrucción o educación?”, y al año siguiente, en el Discurso

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inaugural del año académico 1880-81 en la Institución propone un nuevo modelo educativo que comenzaría a aplicarse desde el curso siguiente, precisamente el año del nacimiento de Juan Ramón Jiménez. También hemos de destacar la versión y anotación del Compendio de Estética de Krause, que apareció en Sevilla en 1874. No es fácil exponer en pocas palabras las ideas –y sobre todo, la práctica– educativas de Giner, que parten de una profunda consideración de lo humano y de la confianza de que, a través de la educación, del arte y de la cultura es posible una transformación profunda de los individuos y de la sociedad. Sin lugar a dudas, lo más relevante es que, muchas de sus propuestas han sido ya plenamente validadas y aplicadas a la educación en épocas muy recientes, al tiempo que aún queda mucho por hacer, a un siglo de la muerte del maestro. José García-Velasco ha sintetizado muy acertadamente sus principios: El sistema pedagógico de Giner se basa en la unidad del proceso educativo a lo largo de las diferentes etapas de la vida, sin separación entre la enseñanza primaria y secundaria. El alumno es el protagonista del proceso educativo y el profesor, su acompañante o consejero. A la escuela de la Institución Libre de Enseñanza (ILE) se acude para disfrutar: la alegría y el juego forman parte esencial de un método en el que se descartan los exámenes y el sistema de premios y castigos como regulador de la vida en la escuela, siempre abierta a su entorno y que se aprovecha de lo que sucede fuera de ella. El aula se traslada a menudo al campo, la ciudad, los museos, las fábricas, lugares o actividades donde transcurre la vida. La escuela institucionista es neutral respecto a cualquier credo religioso o político, aunque

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proporciona los conocimientos imprescindibles sobre el hecho religioso y sus diferentes manifestaciones en la historia, con escrupuloso respeto hacia las creencias de cada uno. La escuela institucionista es mixta y la coeducación se practica desde la infancia. En la Institución Libre de Enseñanza se procura que los alumnos obtengan una formación integral que les permita trascender la mirada del especialista. Las artes, y especialmente la música, forman parte del programa escolar. La institución fue pionera en la enseñanza de idiomas y en el deporte29.

Es evidente que tal concepción de la educación se cimenta en una más profunda visión de la vida: Francisco Giner de los Ríos tenía una visión positiva de la realidad. O, mejor dicho, a partir de un diagnóstico bastante negro de la realidad de su momento (“Se nos enseñan muchas cosas –dice con frecuencia el joven– menos a pensar ni a vivir”) entiende que a través de una educación al servicio de la vida, motivadora, alegre, lúdica, es posible transformar la realidad individual y colectiva. Por ello su proyecto educativo está en contacto con el mundo de la vida, y se plantea la necesidad de que potencie no solo la inteligencia racional (entendimiento y memoria) sino también la emocional (sensibilidad, capacidad de apreciación de la belleza), la motriz (a través del cultivo sano del cuerpo y el de­ porte) y la ejecutiva (a través del ejercicio de la voluntad, la constancia, la perseverancia): 29 GARCÍA-VELASCO, José, “Un fundador de la España contemporánea”, en GARCÍA-VELASCO, José (ed.), Francisco Giner de los Ríos. Un andaluz de fuego, Sevilla, Consejería de Cultura, 2011, p. 23.

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Excitar la fantasía para que su representación de los ele­ mentos transmitidos sea pintoresca y gráfica; el entendi­ miento para que los interprete con clara discreción; la me­ moria para que los conserve y tenga prontos a la primera coyuntura, constituiría el único procedimiento para levantar el niño a hombre formal y adulto; el único método de esa tutela que, por ley de la naturaleza, incumbe a los padres, al mayor, al maestro, sobre el hijo, el menor, el alumno (OS, 236).

Sin duda, nuestro filósofo y pedagogo José Antonio Marina estaría plenamente de acuerdo, porque además añade esa idea que le resulta tan grata y que queda expresada en un refrán africano: “para educar al niño hace falta la tribu entera”. El mayor mérito de Giner, con todo, no está solo en sus principios, sinoen la coherencia de su vida y entrega, que le lleva a impulsar la ILE como una institución independiente del estado, al servicio de un gran proyecto educativo que se concentra, sobre todo, en la educación primaria y secundaria, pero que no dejaría de ejercer su influencia en la Universidad. Y que se ramificaría con iniciativas tan importantes como la Residencia de Estudiantes (fundamental para Juan Ramón y ­ quienes recibieron su magisterio poético), presidida por Alberto Jiménez Fraud a partir de 1910, la Residencia de Señoritas, dentro de aquella, encomendada a partir de 1915 a María de Maeztu, o la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas.

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JUAN RAMÓN JIMÉNEZ Y FRANCISCO GINER DE LOS RÍOS



Juan Ramón conoció directa y personalmente a Francisco Giner de los Ríos en 1902, gracias al Dr. Simarro, que los presentó. Juan Ramón acababa de publicar Rimas, y Giner leyó en voz alta algunos de sus versos, al tiempo que dio un valioso consejo al poeta. Pasados los años Juan Ramón lo rememora así: En esta paz, blanca, torna a mí la tarde en que conocí a D. Francisco. Me llevó a él Simarro, este hombre justo y bueno a quien debo tanto. Cuando salió me pareció una llama. “Pero Simarro, usted con este violinista ruso… ¿Cómo es posible?” Y se reía, cojiéndome de los hombros desde el primer momento y metiéndome el fuego vivo de sus ojos azules en el alma. Yo le llevaba Rimas. Al momento leyó allí mismo el “Nocturno” (…) “Doy toda la obra de Núñez de Arce, de Campoamor, por estas ocho líneas” Creí que era mío […] y dijo: “¡Pobre muchacho! Sí, claro. Pero esto es nuevo, esto es poesía (…) Me despidió con estos versos: Llega un aire perfumado, caen mis lágrimas; estoy solo; mis amores están lejos…

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Y luego: “Pero no se dé usted tono, ¡eh! Eso no es nada, eso no vale nada. Es que a mí me gusta… Eso lo hace cualquiera, usted, por ejemplo…”. Y me atraía contra su pecho en un medio abrazo rápido y sonriente, amargado por aquel jesto de su boca triste… larga y ornada de limpia nevada plata… (AF, 121-122).

Giner de los Ríos tenía entonces 62 años; Juan Ramón aún no había cumplido los 21. No nos extraña, pues, que el afecto desbordante del maestro, su natural empatía, impresionara vivamente al joven poeta, que le aplica esa imagen del fuego, de la luz, que ya hemos encontrado también en la “Elegía” de Machado y en la mayor parte de las referencias de quienes le conocieron. Incluso en esa idealización convierte sus ojos castaños en azules. Pero lo importante del testimonio es la sensibilidad que Giner muestra hacia la poesía, una poesía que suena distinta y que contrapone a la ampulosidad de la poesía decimonónica. Ahí está el Giner bromista, irónico, pero que, al tiempo que reconoce los valores del joven que tiene ante él, le advierte de la importancia de la humildad, de no envanecerse, de no “darse tono”. Desde entonces hasta la muerte de don Francisco, la relación entre ellos fue entrañable y, por parte de Giner, paternal. Juan Ramón le acompañó en largos paseos –por el Retiro, por el Pardo– siempre avivados por las conversaciones; se aficionó a las excursiones a la naturaleza, que comenzó a ver con ojos distintos. Le siguió en algunas excursiones a la Sierra de Guadarrama. No siempre estuvieron de acuerdo en todo (sobre todo acerca de la poesía del momento), pero también en esas circunstancias Giner ofreció testimonios ejemplares, como relata Juan Ramón en “La reacción noble”:

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Una de las cosas que para mí dan la medida exacta del hombre es su modo de reaccionar ante sí mismos. Francisco Giner, que era una encrucijada de pasiones y dominios, fue en esto de una excelencia verdadera (…) Yo hablaba aquel día con el entusiasmo y falta de respeto a los demás propio de la primera juventud exaltada, de Verlaine, Rimbaud, Mallarmé, en quienes se derivan los tres estremos de la poesía del gran Baudelaire (…) Don Francisco, con bromas primero, serio más tarde y al fin violento, me dijo que Baudelaire, Mallarmé, Verlaine, Rimbaud, Rubén Darío eran unos cursis e insoportables poetas y yo que los exaltaba y que estaba influido por ellos y todos mis amigos modernistas, otros insoportables cursis. (Después comprendí qué gran parte de razón tenía Francisco Giner, aun cuando él mismo cayera sin verlo del otro lado, del otro estilo de insoportabilidad romántica). ¡La estrema juventud y la madurez estrema con sus dos ciegas exaltaciones! Y yo le dije a Don Francisco que era muy difícil para un muchacho discutir en ese tono con una persona mayor. Don Francisco se volvió al balcón del comedor con aquella necesidad de jestos deshechos cuya compostura era su dominio. Se le notaba en la cabeza que miraba lejos y profundo por el cristal, contra el descampado. De pronto se volvió sonriente. Nos habíamos quedado solos los dos. “Tiene usted mucha razón, poeta”, me dijo. “Es difícil para un joven como usted, discutir con un viejo chocho e impertinente como yo; y le pido que me dispense. Acaso tenga usted razón y yo no. Y si no en esto tendrá usted razón en otras cosas y yo no la tendré.” (Ninguno de los dos teníamos completa razón.) Y entonces, como si me conociera por vez primera, me habló con gran cariño e interés de lo que él creía mejor en

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la poca cosa que yo entonces había escrito: lo descriptivo y lo crítico (AF, 149-150).

Por ello, Juan Ramón –como casi todos los que trataron personalmente a Giner– destaca de él la coherencia, la profunda implicación entre lo que pensaba, lo que sentía y lo que hacía. Es su ejemplo –más incluso que sus escritos– la llama que hizo arder el panorama intelectual, creativo y pedagógico del momento: “Don Francisco, que era en vida un profesor máximo, era sobre todo un vividor de la filosofía. Por eso su ejemplo, su contajio estaba en su persona más que en su obra escrita, que no fue lo fundamental de su vida (…) Fue un fruto de fuego con semilla de carne” (AF, 128). Otro aspecto que subraya Juan Ramón es el amor de Don Francisco por la verdad. El 29 de enero de 1868, Giner de los Ríos, ya entonces Catedrático de la Universidad Central de Madrid, presentó ante el ministro de Fomento un escrito de protesta por la sanción impuesta a otros dos profesores y afirmaba de sí mismo que “la Ley le autoriza a comunicar la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, deber imperioso del que no espera le aparte, mientras viva, ninguna fuerza ni consideración humana”. Que se mantuvo fiel a ese principio lo acredita también Antonio Machado: Era don Francisco Giner un hombre incapaz de mentir e incapaz de callar la verdad; pero su espíritu fino, delicado, no podía adoptar la forma tosca y violenta de la franqueza catalana, derivaba necesariamente hacia la ironía, una ironía desconcertante y cáustica, con la cual no pretendía nunca herir o denigrar a su prójimo, sino mejorarle. Como todos los grandes andaluces, era don Francisco la viva antítesis

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del andaluz de pandereta, del andaluz mueble, jactancioso, hiperbolizante y amigo de lo que brilla y de lo que truena. Carecía de vanidades, pero no de orgullo; convencido de ser, desdeñaba el aparentar. Era sencillo, austero hasta la santidad, amigo de las proporciones justas y de las medidas cabales. Era un místico, pero no contemplativo ni extático, sino laborioso y activo. Tenía el alma fundadora de Teresa de Ávila y de Iñigo de Loyola; pero él se adueñaba de los espíritus por la libertad y por el amor. Toda la España viva, joven y fecunda acabó por agruparse en torno al imán invisible de aquél alma tan fuerte y tan pura30.

Si la verdad fue siempre un horizonte vital de Giner, él sabía que la verdad auténtica –que es también bondad– se realiza plenamente en la belleza. Juan Ramón, que tanto le debe en su concepción de su estética y ética estética, del trabajo gustoso, del comunismo poético, ha expuesto su personal percepción de lo que denomina “La creación pedagójica lírica” de Giner y su gratitud por su saludable influencia en estas palabras: Yo no me eduqué, no fui discípulo infantil de Francisco Giner, como algunos han escrito, en la Institución Libre. Lo conocí a mis 21 años. Y aprendí entonces en él, en su acción de educar a los niños, parte de lo mejor de mi poesía, presencié en el jardín, en el comedor, en la clase, el bello espectáculo poético de su pedagogía íntima: un fruto ya sin árbol, maduro y lleno de semilla. La realización no

30 Este hermoso texto apareció en Idea Nueva, Baeza, el 23 de febrero de 1915, pocos días después de la muerte de Giner, y se recogió en el BILE número 664 de 1915. Puede consultarse online: http://museovirtual.csic. es/historia_csic/hh2.htm.

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imajinativa, personal de la poesía: en el amor, en la relijión, en la educación. Un buen empleo para poetas porque encontrarán en su desempeño inspiración, principio, y utilidad, fin (AF, 24).

Que Juan Ramón aprendiera parte de lo mejor de su poesía de Giner no puede extrañarnos: el ejemplo de don Francisco y su actitud ante la vida, llena de generosidad y de entrega, de humildad, de voluntad transformadora de la realidad a favor de los más débiles, estuvieron siempre presentes en el recuerdo del poeta. Cuando, a finales de 1952 escribe el prólogo para una nueva edición francesa de Platero, Juan Ramón recuerda su última visita a Giner y recogerá con detalle lo que ya había afirmado en varias notas: Me complazco ahora en escribir (porque decirlo lo he dicho infinidad de veces) que el impulso inicial del éxito se lo dio a Platero don Francisco Giner cuando el librillo salió en la colección Juventud. Entrando yo en su celdita encalada, que él amuebló con sencillos muebles populares españoles, su catre modesto de estudiante y el sillón de enea con respaldo alto de tablas de pino que fue de su madre, vi que tenía en su cómoda un montón de ejemplares de Platero. Al verme entrar, se sonrió triste, con aquella sonrisa de su boca grande y fina que le abría toda la cara azul ya de cianosis; y mirándome con sus ojillos grandes también y entornados de tanta luz propia, y mirando al montón de los sonrosados libros, me dijo: “Sí, ya he regalado muchos ejemplares desde Nochebuena. Este año mi regalo ha sido Platero”. Nuestra entrevista no podía durar más que unos minutos, ya que él estaba tan débil, y otros aguardaban para entrar, uno a uno, en

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la biblioteca inmediata al dormitorio. Nunca olvidaré que antes de separarnos para siempre, cojidas nuestras cuatro manos, don Francisco separó su derecha suavemente para no prolongar la pena, aunque dejó quedada la izquierda un poco más entre las mías. Tomó un ejemplar que tenía cerca, lo abrió cuidadosamente con aquel tacto delicado con que él trataba los libros y todo lo tratable y lo intratable, y me lo dio abierto por la página de la muerte de Platero: “Es perfecto”, me dijo lento. “Con esta sencillez debía usted escribir siempre.” Volvió a tenderme de pronto su mano también morada como su cara, dejando el libro sobre la colcha; sonrió forzado y añadiendo: “Pero no se envanezca” (OP III, 576-577).

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INSTITUCIONISMO Y KRAUSISMO EN PLATERO Y YO



En sus Conversaciones con Juan Ramón, Ricardo Gullón anota, en la correspondiente al lunes 12 de octubre de 1952, las siguientes palabras de Juan Ramón: Yo me eduqué con krausistas –dice–. Estudié algún tiempo en Sevilla y no me licencié porque un incidente me obligó a abandonar la carrera. El krausismo era entonces lo que fue el modernismo. De don Federico de Castro se decía en tono ofensivo: “es un krausista”, y los compañeros de la Universidad me preguntaban: “¿cómo tratas a ese krausista?” Les parecía que serlo era algo pecaminoso. Después, ya viviendo en Madrid, un jesuita, el padre Oliver, me advertía: “No vayas a la Institución, que allí todos son krausistas”. Y el caso es que Giner era cristiano; sobre eso no hay duda, pues yo mismo se lo oí decir. En España, en­ tonces, un krausista era un pedagogo sentimental. Krause había sido un filósofo idealista, un postkantiano. Entre krausismo, o mejor dicho, entre krausistas españoles y modernismo hay alguna relación31.

Sin lugar a dudas, hay algo más que “alguna” relación. Hay mucha relación, sobre todo, si entendemos el modernismo, como GULLÓN, Ricardo, Conversaciones con Juan Ramón, Madrid, Taurus, 1978, pp. 57-58. 31

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acertadamente lo entendía Juan Ramón, como el espíritu de una época. Más aún, si lo relacionamos con el modernismo teológico, del que también nuestro poeta hizo importantes lecturas, sobre todo del abad Loisy. También parece una reducción importante afirmar que “un krausista era un pedagogo sentimental”, a menos que entenda­ mos que, desde el impulso de una filosofía aparentemente menor como el krausismo, en España se realizó desde la introducción de este pensamiento por Sanz del Río, un importante replanteamiento del ideal educativo. Un proyecto que culmina en Giner, y que tenía como objetivo último la formación integral del ser humano –hombres y mujeres– en su inteligencia racional, pero también en su inteligencia sensitiva y emocional, en contacto con el mundo de la vida y en armónica convivencia con la naturaleza. Se trataba, en efecto, de una corriente de raíces protestantes, convergentes también con el modernismo teológico –condenado por la Iglesia Católica– que en el fondo propugnaba una vuelta a los ideales evangélicos y un rechazo de las obsesiones dogmáticas y reglamentistas de las iglesias, que también Juan Ramón rechazaba. La importancia que el krausismo y el institucionismo tienen en la formación ética y estética de Juan Ramón, en la forja de sus ideales y en la adecuada comprensión del complejo y rico trasfondo de su obra más conocida solo ha sido señalada con claridad varias décadas después de su muerte, especialmente a partir de los trabajos de Gilbert Azam y Richard A. Cardwell. En su edición de Platero y yo Predmore afirmaba: Platero y yo es, en su concepción artística, la expresión de un poderoso mito de regeneración y, como tal, representa una

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modalidad del mejor regeneracionismo de su tiempo. Este sueño de una España mejor es el mismo sueño de Giner, Unamuno incluso, en parte, del joven Antonio Machado (…) Platero y yo también cumple plenamente con una función del arte que exige Francisco Giner: ser una síntesis de “la realidad sensible y su concepción ideal en la fantasía”. La “realidad sensible”, en este caso, es la caracteriología de Moguer, la psicología cultural en un momento dado de su historia. Y “su concepción ideal en la fantasía” es la elevación de este pueblo andaluz al Ideal de la humanidad, por medio de la imaginación que tiene tanto de ético como de estético. “Estética y ética estética”, como le gustaba decir a Juan Ramón. El krausismo español de la época es fundamental para entender el pensamiento y la ideología del poeta. Vemos su influencia no solo en Platero y yo, sino también en toda la obra del autor. De ahí derivan su aguda sensibilidad social, su fe y confianza en un mundo mejor, su creencia en el progreso y la perfectibilidad humana, y, sobre todo, su constante y creciente amor por el pueblo y por los niños que van a ser, ambos, los protagonistas del porvenir. Del krausismo español deriva, de hecho, el “regeneracionismo” de Platero32.

También Richard A. Cardwell se expresará rotundamente en su “Introducción” a su edición de Platero: “Sostengo que la influencia de Giner es patente y que PLATERO representa una versión de la ‘pedagojía íntima’ de don Francisco”33. 32 PREDMORE, Michael P., “Introducción” a JIMÉNEZ, Juan Ramón, Platero y yo, Ed. de Michael P. Predmore, Madrid, Cátedra, 1978, pp. 67, 68-69. 33 CARDWELL, Richard A., cit., p. 27.

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Con todo, corresponde a Javier Blasco, en su imprescindible monografía La poética de Juan Ramón Jiménez. Desarrollo, contexto y sistema el mérito de haber trazado las grandes coordenadas del pensamiento poético de Juan Ramón con rigor y precisión, y de situar en uno de sus núcleos el krausismo y el institucionismo, que Juan Ramón combinó y armonizó con otros impulsos vitales: “Es el krausismo para Juan Ramón una herencia a la que no renunció nunca. Su influjo fue decisivo y contribuyó en gran medida a la configuración de su pensamiento”34. A más de treinta años de su publicación, escrita incluso antes de que conociéramos muchos nuevos textos de Juan Ramón, esta obra conserva una extraordinaria vigencia, y solo puede ser matizada en cuestiones de detalles. Como afirma en su prólogo Víctor García de la Concha, director de esta Tesis, Desde aquí, desde estas páginas se puede medir mejor el alcance de la concepción juanramoniana del Modernismo literario como parte integrante del Modernismo ideológico y cultural. Atraído por el krausismo desde 1896, Juan Ramón aparece como uno de los intelectuales españoles en que aquel movimiento de regeneración por la estética se hizo más operante. En tal sentido, Helios, hasta ahora considerada como la plataforma de un modernismo que se disolvía en la evasión, resalta en su esfuerzo de conectar la cultura española con la europea, en concreto a través del simbolismo, y enfocada hacia el objetivo de la regeneración espiritual del país. En mi lección de clausura del Congreso Internacional Juanramoniano he explicado cómo Platero y yo

BLASCO, Javier, La poética de Juan Ramón Jiménez: Desarrollo, contexto y sistema, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1982, p. 107. 34

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es la más clara plasmación literaria del Ideal de humanidad para la vida y cómo, en última instancia, esa gran epopeya de un concreto pueblo andaluz a lo largo de un año es un producto paradigmático de los propósitos de la Generación de 191435.

La aportación a que se refiere García de la Concha36 parte de las tres fases del lenguaje que Ernst Cassirer esboza en su Filosofía de las formas simbólicas, como tres posibilidades gradativas de realizar la existencia humana, que se corresponde a los tres géneros (lírico, épico, dramático): expresión sensorial, expresión intuitiva y expresión discursiva. Y formula la siguiente hi­ pótesis: “la prosa de J.R. representa como peculiaridad el constituirse en ámbito de confluencia de las tres etapas: sin perder lo que es propio de la narración contemplativa o épica poemática arranca, casi siempre, de una percepción de la dramaticidad, y se resuelve en fusión lírica”37. Dedicada la reflexión a dilucidar las dos primeras dinámicas, ofrece claves muy importantes para superar lecturas anecdóticas o fabulísticas de la obra. García de la Concha subraya componentes esenciales de Platero: la obstinación juanramoniana por fundir lo espiritual con lo material; la búsqueda del sentimiento de la vida verdadera

GARCÍA DE LA CONCHA, Víctor, “Prólogo” a BLASCO, Javier, La poética de Juan Ramón Jiménez: Desarrollo, contexto y sistema, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1982, pp. 12-13. 36 GARCÍA DE LA CONCHA, Víctor, “La prosa de Juan Ramón Jiménez: Lírica y Drama”, en URRUTIA, Jorge (ed.), Actas del Congreso Internacional conmemorativo del nacimiento de Juan Ramón Jiménez, 2 vols., Huelva, Diputación Provincial, 1983, pp. 97-115. 37 Ibid., p. 100. 35

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(“La fuente vieja”); la nostalgia de lo universal que late en el poeta como semilla, y que es capaz de revelarnos simbólicamente en contacto con las cosas concretas; la tensión de dramaticidad por las antinomias que la vida nos revela, especialmente la miseria que conecta con la falta de cultura y que la educación podría redimir con la luz que proyecta en la vida, como el rayo de sol sobre la pared de “La cuadra”; su amor profundo por el pueblo, que va mas allá de lo castizo y lo pintoresco y que se compromete con su mejora, para conseguir la aristocracia de intemperie; su anhelo de llevar su pueblo a lo universal. “Tal dimensión universalizadora –dirá–, que convierte al Platero y yo en la ejemplificación práctica de los ideales de Krause, no elimina, antes bien reclama, el enraizamiento en el medio popular propio”38. Y añade: La épica poemática se resuelve en lírica porque el instante se hace eternidad y el ámbito concreto se transfigura en espacio de inteligibilidad más profunda. En él está, en su sitio, Platero, cuya alma –recordad la dedicatoria última “A Platero en el cielo de Moguer”– “ya pace en el paraíso”, y con ello está “el alma de nuestros paisajes moguereños” y el alma, también, del poeta que, “caminando entre zarzas en flor a su ascensión, se hace más buena, más pacífica, más pura cada día”. Justo el proyecto krausista del Ideal de humanidad para la vida39.

En efecto, como ha indicado certeramente Isabel PérezVillanueva, el krausismo implica una epistemología (una nueva

Ibid., p. 109. Ibid., p. 112.

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visión del conocimiento científico y, en general, del conocimiento de la realidad), una antropología filosófica y una filosofía de la historia como devenir y sucesión dinámica, pero –sobre todo– es un impulso reformador y humanitario que se traduce en un programa de acción: El krausismo español no fue sólo un sistema filosófico, una filosofía sin más; fue también, y eso llegó a ser lo más importante desde el punto de vista de su influencia y su significado, un “estilo de vida”, una cierta manera de pensar y de vivir, apoyándose en la razón. Comparten los krausistas “una misma confianza en la razón como norma de vida”, creen todos ellos “en la perfectibilidad del hombre, en el progreso de la sociedad, en la belleza esencial de la vida” y trabajan con entusiasmo “en pro de un mundo mejor”. Además, de esa confianza en la razón, única autoridad reconocida, depende el carácter políticamente liberal del krausismo: el liberalismo es, para los krausistas, la “proyección política” de su “racionalismo armónico”40.

Este ideal lo encarnaría como nadie Francisco Giner de los Ríos y lo plasmaría literariamente, como la creación krausista mayor, Juan Ramón Jiménez en Platero y yo. En una extraordinaria aportación de síntesis, Pedro Cerezo Galán ofreció hace unos años “El pensamiento de Giner de los Ríos” exponiendo algunas líneas-madre krausistas que inspiraron 40 PÉREZ-VILLANUEVA, Isabel, “Introducción” a GINER DE LOS RÍOS, Francisco, Obras Selectas, Ed. de Isabel Pérez-Villanueva Tovar, Madrid, Espasa Calpe, 2004, p. 20. Las citas entrecomilladas del párrafo proceden del importante libro de LÓPEZ-MORILLAS, Juan, El krausismo español. Perfil de una aventura intelectual, México, Fondo de Cultura Económica, 1980.

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el pensamiento y la acción de Giner de los Ríos, y que a su vez son claves interesantes para la lectura de Platero: 1. Armonía y humanismo. El arte de lo humano. Si hay una idea clave en el pensamiento de Krause es la de armonía, hasta el punto de darle nombre a todo el sistema. Su racionalismo era armónico porque lograba exponer la unidad y congruencia entre las distintas esferas de la realidad41.

Se trata, pues, de conectar razón y vida. Luego, Ortega de­ sarrollaría la idea de una razón vital e histórica, y María Zambrano, de una razón poética. Esta y no otra es la que ofrece Juan Ramón en Platero y yo, sin excluir, por cierto, la desarmonía del mundo. Pero es la mirada poética y la transmutación en la palabra la que produce ese sentimiento de armonía que experimenta cualquier lector competente de la obra juanramoniana. Así lo vimos ya en nuestro primer libro, El campo andaluz en la obra de Juan Ramón Jiménez, en el que frente a la idea de M ichael P. Predmore de que la obra era la expresión de la ­ armonía universal centrada en Moguer, contradicha por Jorge Urrutia, que manifestaba acertadamente “creo, sin embargo, que lo que pone de manifiesto, precisamente, el libro, es la desarmonía del mundo”42, afirmábamos: Sí. Es cierto. Existe “desarmonía” en las páginas de Platero: todo un mundo en su conflictividad se devana inexo­ 41 CEREZO GALÁN, Pedro, “El pensamiento de Giner de los Ríos”, en GARCÍA-VELASCO, José (ed.), Francisco Giner de los Ríos. Un andaluz de fuego, Sevilla, Consejería de Cultura, 2011, p. 123. 42 URRUTIA, Jorge, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. La superación del Modernismo, Madrid, Cincel, 1980, pp. 47-59.

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rablemente ante nosotros. La vida sigue su curso y la muerte aparece de vez en cuando, como preludio de la muerte final que supondrá, también, el final del libro. Sin embargo no es esa la sensación que queda a cualquier lector de Platero. ¿Qué ocurre? Simplemente, que ese desajuste en las relaciones entre los hombres, de éstos con la naturaleza y de los seres naturales entre sí, ha sido subli­ mado en la armonía de la belleza. Es la estética de la obra la que arroja la impresión de orden, de paz, de felicidad. Estamos, pues, ante la resolución del conflicto humano a través de la belleza. La fórmula, precisamente, que Juan Ramón siguió durante toda su vida…43.

Según Cerezo Galán, el segundo principio fundamental del pensamiento de Giner de los Ríos, que también procede del krausismo, es el amor por la verdad y la importancia del conocimiento científico, que debe eliminar el pensamiento mágico y la superstición: 2. Regeneración por la ciencia. Si la estética es, pues, una ciencia del arte, y la ética lo es de la conducta honesta o el derecho de la regulación de la vida social, todas ellas, en cuanto formas de armonía, re­ miten a una Ciencia universal y primera, que en Giner es un mixto de metafísica y de conocimiento objetivo. Para Giner la ciencia constituye la más alta esfera de la vida espiritual, por encima del arte, la religión o la política. Profesar en la ciencia es tanto como profesar en la verdad (…) Podrían añadirse a este ethos de la ciencia otras cualidades, VÁZQUEZ MEDEL, Manuel Ángel, El campo andaluz en la obra de Juan Ramón Jiménez, Sevilla, Caja Rural, 1982, pp. 90-91. 43

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como la exigencia, la abnegación y sacrificio, la disciplina, la autocrítica (…)44.

Tal vez, a primera vista, nos podría parecer que esta dimensión no aparece tan acusada en Juan Ramón y en Platero. Pero solo aparentemente. Juan Ramón ama la verdad. Y la busca con entrega. Es ese espíritu de entrega y abnegación, de autocrítica y corrección constante, el que aplica a su propia obra. Y tampoco hay conflicto entre ciencia y arte. No puede haberlo. Por eso nuestro poeta pedirá en el poema primero de eternidades que “la inteligencia” le dé el nombre exacto de las cosas. Por ello, también, era un gran lector de ciencia, que no está ausente en algunas de sus obras culminantes, como Espacio. 3. Religión, ética y estética. Fácilmente se advierte en Giner, como en todos los krausistas, un tono religioso inconfundible, incluso devoto, cuando ensalza la ciencia como alternativa a la cultura tradicional, de base teológica. Y, sin embargo, no por eso se desplaza a la religión o se la deja vacante, sino que, conforme al sincretismo krausista, se la hermana con el espíritu de la ciencia. Me refiero al concepto de religión natural o racional, característica del deísmo ilustrado y que en el panenteísmo krausista alcanza una intensificación, incluso mística, en la unidad armónica con el todo (…) Ahora bien, el concepto de armonía es de inspiración estética y conserva este sentido, aun aplicado a la esfera moral, como una armonía interior del alma, de la sociedad o del todo de la humanidad45. CEREZO GALÁN, Pedro, cit., pp. 125 y 127. Ibid., pp. 128 y 132.

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No es momento este para hablar del conflicto religioso y espiritual que acompañó a Juan Ramón toda su existencia, pero sí para afirmar su aversión hacia los dogmas, los ritos esclerotizados y las costumbres que nada tienen que ver con el fondo auténtico de la religión, mientras que acepta y valora formas sencillas de la religiosidad popular profundamente vinculadas con la naturaleza, como las romerías. Su búsqueda constante de la belleza y su aprecio por la bondad, por la correspondencia y actuación de cada ser según su realidad interior aparecen una y otra vez en los diálogos del poeta con ese alter ego que es el burrillo. 4. Política, sociedad y derecho. También la política, como la ética, ha de ser sustantiva, material y concreta, y no formalista, de meros principios y procedimientos que no llegan al fondo de la cuestión. Este principio reside en la vida social y sus necesidades46.

Juan Ramón comparte muchos de los principios políticos ginerianos, y los desarrollará más adelante en su Política poética. Pero Platero está lleno de denuncias constantes a las auto­ ridades (el alcalde, el cura y el guardia civil), a la contaminación por razones económicas y la especulación que no deja casi alternativas a los pobres (recordemos su crítica a la contami­ nación en el Río Tinto: “Mira, Platero, cómo han puesto el río entre las minas, el mal corazón y el padrastreo […]. El cobre de Riotinto lo ha envenenado todo. Y menos mal, Platero, que con el asco de los ricos, comen los pobres la pesca miserable de

Ibid., p. 132.

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hoy”). Sin duda, podríamos seguir poniendo numerosos ejemplos de este rechazo a las convenciones sociales ancladas en el pasado y que no están al servicio de la comunidad. Por ello alaba la acción positiva del médico o del maestro, elogia el trabajo bien hecho de la gente sencilla en el campo, y prefiere la soledad a participar en la hipocresía que también existe en su pueblo. En el prólogo a Piedras, flores y bestias de Moguer, Juan Ramón expresa su ideal: “Arruinado y lejano, yo haré por ti, ­Moguer, en lo ideal, lo que no han querido hacer materialmente los que te han manoseado inicuamente, los arteros, los fantasmones, los egoístas; los que no te han dejado hacer a ti, hermano Eustaquio, ni, contigo, a los buenos moguereños. Te llevaré, Moguer, a todos los países y a todos los tiempos. Serás por mí, pobre pueblo mío, a despecho de los logreros, inmortal” (OP, III, 837). Y tal proyecto, sin lugar a dudas, lo llevó a cabo magistralmente en Platero y yo. Una obra para pensar, para sentir, para apreciar la realidad invisible que se oculta tras cada cosa. * * * Agotado este primer esbozo para una nueva lectura de Platero y yo desde el siglo XXI, nos queda, para un momento ulterior, descender al pormenor y al detalle de señalar la presencia de rasgos del krausismo y del institucionismo en los fragmentos más significativos de la obra. No quiero finalizar mi intervención sin ofrecer una coda: hace ahora cinco años tuve el honor de ofrecer la Lección de apertura del Curso Académico de nuestra Universidad, titulada

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La universidad del siglo XXI en la sociedad de la comunicación y del conocimiento. En aquel texto no pude incluir un fragmento de Giner de los Ríos que, con el título “La idea de Universidad” se publicó en 1900 y que pasado un siglo y casi tres lustros está aún lejos de cumplirse. Pero que sigue constituyendo un estímulo para quienes deseamos trabajar por una Universidad pública de calidad para todos y al servicio de la vida y de la mayor felicidad de los seres humanos: La nueva Universidad, cuyas líneas poco a poco van dibujándose en nuestro tiempo, tiende a ser, pues, un microcosmos. Abraza toda clase de enseñanza; es el más elevado instituto de investigación cooperativa científica; prepara no sólo para las diversas profesiones sociales, sino para la vida, en su infinita complejidad y riqueza. Estimula al par, con la vocación al saber, la reflexión intelectual y la indagación de la verdad en el conocimiento, el desarrollo de la energía corporal, el impulso de la voluntad, las costumbres puras, la alegría de vivir, el carácter moral, los gustos sanos, el culto del ideal, el sentido social, práctico y discreto en la conducta. De esta suerte, dirige hacia un tipo de vida cada vez más completo, no el adiestramiento cerrado de una minoría presumida, estrecha y gobernante, sino una educación abierta a todos los horizontes del espíritu, que llegue a todas las clases y que irradie hacia todos lados su acción vital, no sólo de conocimiento, y no digamos de mera instrucción, sino de ennoblecimiento, de dignificación, de arte, de cultura y de goce. Esta Universidad, con la extensión popular, que le da por alumnos todas las edades y las clases, la colonia rural y urbana, la cantina, los baños, el alpinismo, la audición musical, los juegos y deportes, el periódico, el libro, la biblioteca circulante, las excursiones

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al campo, a la granja, al museo, a la mina, al monumento, al taller, y tantas otras vías de infiltración, ahondando en la unidad del alma nacional, difunda en buena hora por todos sus ámbitos el piadoso anhelo de una sociedad y una vida cada vez más humanas (ES, 523).

QUE ASÍ SEA.

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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS



[Incluimos a continuación no solo las obras citadas en el cuerpo del texto sino aquellas que, aun sin haber sido explícitamente mencionadas, han sido tomadas en consideración y constituyen importantes aportaciones para el mejor conocimiento de Platero y yo y su relación con el ideal educativo de Francisco Giner de los Ríos]. ABELLÁN, José Luis, “Francisco Giner de los Ríos: su ideario filosófico y pedagógico”, en Historia crítica del pensamiento español, tomo V, La crisis contemporánea, Madrid, Espasa-Calpe, 1989, pp. 156-165. ALARCÓN SIERRA, Rafael, Juan Ramón Jiménez. Pasión perfecta, Madrid, Espasa-Calpe, 2003. AMIGO, María Luisa, Poesía y Filosofía en Juan Ramón Jiménez, Córdoba, Caja de Ahorros de Córdoba/Universidad de Deusto, 1987. AZAM, Gilbert, La obra de Juan Ramón Jiménez, Madrid, Editora Nacional, 1983. BLASCO, Javier, La poética de Juan Ramón Jiménez: Desarrollo, contexto y sistema, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1982. BLASCO, Javier y PIEDRA, Antonio (eds.), JRJ. Juan Ramón Jiménez. Premio Nobel 1956, Madrid, Residencia de Estudiantes, 2006. BROCHET, Marc, Guía de lectura. Platero y yo, Madrid, Akal, 1999.

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ÍNDICE Prólogo............................................................................. 9 La primera edición parcial de Platero y yo en “La Lectura” (1914)..................................................................... 19 Juan Ramón Jiménez hasta la escritura de Platero: claves esenciales..................................................................... 31 Algunas notas sobre el ideal educativo de Francisco Giner de los Ríos......................................................................... 43 Juan Ramón Jiménez y Francisco Giner de los Ríos......... 51 Institucionismo y krausismo en Platero y yo.................... 61 Referencias bibliográficas................................................... 77

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Este libro se terminó de imprimir el día 5 de septiembre de 2014, en los talleres gráficos de Dosgraphic, s.l.

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