Pelayo Quintero Atauri: el sabio de Uclés

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Descripción

Pelayo Quintero Atauri (1867-1946) El sabio de Uclés Cuenca-Uclés

Ayuntamiento de Uclés

Coordinadores: Enrique Gozalbes Cravioto Manuel J. Parodi Álvarez Ana M. Gálvez Bermejo

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Título: Pelayo Quintero Atauri (1867-1946), El sabio de Uclés Copyright de la presente edición © 2014 Excma. Diputación Provincial de Cuenca C/ Sargal, s/n 16002- Cuenca Primera edición: Junio 2014 Diseño de cubierta: Ana M. Gálvez Bermejo Maquetación de interiores: Leticia Fernández Muñoz y Miguel Ángel Pascual ISBN: 978-84-16161-14-0 Depósito legal: CU-126-2014 Impreso en España por Imprenta Excma.Diputación Provincial de Cuenca Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sgts. Código Penal).

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Agradecimientos A Iván González Ballesteros, por su participación en el desarrollo de las Jornadas sobre Pelayo Quintero.

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Índice Prólogo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .   11 Pelayo Quintero Atauri: la Arqueología entre Cuenca, Cádiz y Marruecos, por Enrique Gozalbes Cravioto y Manuel J. Parodi Álvarez. . . . . . . . . . . . . . .   15 Crónica de unas Jornadas: Pelayo Quintero Atauri, el sabio de Uclés, por Ivan González Ballesteros. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .   27 Uclés y Cuenca en la época de Pelayo Quintero, por Ángel Luís López Villaverde. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .   33 Pelayo Quintero Atauri, el arqueólogo ucleseño, por Ana María Gálvez Bermejo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .   53 Pelayo Quintero y sus estudios sobre el convento de Uclés, por Juan Zapata Alarcón. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .   71 Pelayo Quintero: la erudición desde la Arqueología, la Historia del Arte y el Americanismo, por Enrique Gozalbes Cravioto. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107 Las excavaciones y estudios de Pelayo Quintero sobre Segobriga, por Rosario Cebrián Fernández. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131 Pelayo Quintero y las excursiones arqueológicas a Uclés de 1888 y 1905, por Margarita Vallejo Girvés. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157 Pelayo Quintero Atauri y el Museo de Bellas Artes de Cádiz, por Juan Alonso de la Sierra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165 El admirable crepúsculo: Pelayo Quintero y la arqueología en el Norte de Marruecos, por Manuel J. Parodi Álvarez y Javier Verdugo Santos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 183 Apéndice fotográfico, Uclés en la época de Pelayo, Serie de Tarjetas postales editadas por la PP. Agustinos, por Ana M. Gálvez Bermejo. . . . . . . . . . . 219

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Benjamín Prieto Valencia Presidente de la Diputación Provincial de Cuenca Querido lector: Supone para mi un gran placer proponerte que a través de este libro editado por el Servicio de Publicaciones de la Diputación Provincial, descubras la vida y obra de Pelayo Quintero: singular conquense, hijo de Uclés, pionero en el estudio de nuestra historia y encarnación de esa España ilustrada, constructiva y comprometida de finales del siglo xix a la que curiosamente tan poco caso se le prestó. Este libro es también un caleidoscopio en el que diez autores coordinados por Enrique Gonzalbes Cravioto y Manuel J. Parodi Álvarez nos van descubriendo sucesivamente nuevas composiciones sobre el mismo personaje. O quizás lo que tenemos son las teselas del mosaico que dibuja la vida de un aventurero del xix, la historia de un hombre que no se conforma con su espacio inmediato y lo amplía con nuevos horizontes, el retrato de un hombre con el gran talento de interrelacionar lo que sabe, lo que conoce y lo que va descubriendo a cada nuevo paso. Y el libro también es, y con esta sencilla pretensión me voy a quedar, el homenaje a un hombre que amó a su tierra, la quiso conocer en sus más íntimos pliegues y dejó constancia de este amor en sus trabajos y descubrimientos arqueológicos, algunos de los cuales se nos presentan hoy imprescindibles para conocernos. Yo tengo la suerte de conocer la obra de este insigne ucleseño gracias a su paisana y amiga mía, Ana M. Gálvez Bermejo, que en el año 2007 tuvo la iniciativa de reeditar en edición facsímil los tres volúmenes de la Historia de Uclés, que Quintero nos dejó como parte de su gran legado.

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Benjamín Prieto Valencia

Pero hacía falta una obra que nos acercara al investigador, al arqueólogo, al erudito que tantos caminos supo abrir. Así que con este libro nos limitamos a hacer justicia a un gran olvidado, Pelayo Quintero, y en su figura, a su tío Román García Soria, que lo inició en la arqueología, y a ese pequeño grupo de inquietos jesuitas que aprovecharon su destierro en Uclés para excavar, descubrir y desvelar lo que el tiempo y la desgana se habían encargado de enterrar en el olvido. Ojalá que estas letras sirvan para reivindicarles y, sobre todo, para sembrar en las nuevas generaciones de conquenses la misma curiosidad y el mismo amor por su tierra, del que hicieron gala estos pioneros de nuestra arqueología.



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Prólogo Enrique Gozalbes Cravioto Cuenca es una provincia que a lo largo de los siglos ha generado, en unos casos, y ha sido lugar de residencia en otros, de numerosos escritores e intelectuales. La nómina a este respecto es bastante extensa desde el siglo xvi, pero no podemos menos que recordar al Abad Lorenzo Hervás y Panduro, en el siglo xviii, al precursor del arabismo en España en el siglo xix, José Antonio Conde, al geógrafo y periodista, siempre humanista, Fermín Caballero en el siglo xix, y finalmente en el siglo xix, separados por la ideología en el choque de la guerra civil, Juan Giménez de Aguilar y Ángel González Palencia. De igual forma, Cuenca ha sido siempre una provincia que ha estado en primer lugar en los descubrimientos arqueológicos. Sobre todo porque ya en la primera mitad del siglo xvi se reflejaba que existía un cerro, llamado Cabeza del Griego, en el que aparecían muchos restos antiguos, quedaban las evidentes señales de la existencia de una ciudad romana, y la cantidad de sillares eran tan importantes que había servido de cantera para la fabricación del convento de la Orden de Santiago en Uclés. Después de estos momentos, serán múltiples las referencias a hallazgos arqueológicos realizados a todo lo largo y ancho de la provincia conquense, pero siempre ocupará un lugar particularmente primordial el de Cabeza de Griego, con las excavaciones realizadas a finales del siglo xviii que dieron lugar al descubrimiento de la basílica cristiana, así como a tumbas de pretéritos obispos. Esos informes de excavaciones, y esa atención entonces prestada por la Real Academia de la Historia,

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Enrique Gozalbes Cravioto

motivaron el que ya entonces se planteara lo que hoy ya es indiscutible: la coincidencia entre esos restos y la antigua ciudad de Segóbriga. Pelayo Quintero Atauri fue, con su descubrimiento de una inscripción hoy perdida, quien aportó un dato decisivo para esa identificación. Se trata de uno de esos personajes cuya vida marca un entorno cambiante al cual se fue adaptando. La impresión es que nació o demasiado pronto o demasiado tarde para tener un protagonismo diferente. Lo hizo en Uclés justo cuando esta población, otrora cabeza importante en la Iglesia, ya había iniciado su decadencia con el final de las Órdenes de caballería. Pero también lo hizo demasiado pronto, en la medida en la que la España que le tocó vivir fue especialmente dura en relación con la cultura y el patrimonio: había que ir abriendo caminos, luchando contra molinos, inculturas, cerrazones. Pero aún y así, tuvo la fortuna de nacer en un lugar, como era Uclés, en el cual existían restos arqueológicos y patrimoniales excepcionales, pero además tenía en un entorno muy cercano esos vestigios de la ciudad celtibero-romana, naturalmente Segóbriga, que fue su terreno de actuación y de aprendizaje. Y también fue un personaje que marcaba las vanguardias de su época, como muestra su decidida apuesta por el fomento del turismo en Cádiz, y de la integración en el mismo del turismo cultural, de los aspectos del patrimonio monumental y arqueológico. En este sentido concreto guarda cierto paralelismo con Giménez de Aguilar y por lo que luchaba en Cuenca, si bien es cierto que el trabajo realizado a ese respecto por Quintero fue bastante anterior. Y también, y ello no es poco, recibió más apoyos oficiales para desarrollarlo. Cuenca no tuvo la labor incesante de P. Quintero y, sin duda, en ello perdió la arqueología, pero indudablemente el fomento del turismo cultural, la concienciación de la necesidad de preservación y presentación del patrimonio en Cuenca también perdieron. Pero P. Quintero, dentro de su mentalidad, era vanguardia en otros aspectos menos esperables, como el fomento del deporte, o su participación en los carnavales gaditanos. Pelayo Quintero desarrolla sus estudios, como tantos adolescentes y jóvenes en buena parte orientado (a la fuerza) por su padre, que buscaba el mejor futuro para él. Sus estudios universitarios en el área de conocimiento de las Humanidades le empezará a dar conocimiento del mundo, de la cultura, pero también en ellos tendrá posibilidades de integrar esos elementos materiales que su tío, García Soría, le enseñaba como arqueólogo aficionado. Restos de la comarca ucleseña, y también sobre todo procedentes de Segóbriga. La afición de Pelayo Quintero se dejó sentir, pero realmente su afición iba por otros derroteros: los artísticos. Por eso también en 12­

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Prólogo

Madrid entró en el taller de algunos pintores para aprender. Curiosamente ello le facilitó aquello con lo que en realidad tendría un salario toda su vida, la faceta de artista le permitió conseguir plaza de profesor de Dibujo y Artes en las Escuelas de Arte, lo que le condujo en una dirección fuera de Cuenca: en la de Andalucía. Allí será, en concreto en Cádiz, donde desempeñará sus funciones intelectuales, como Director del Museo de Bellas Artes, y también como el arqueólogo que excavó en las necrópolis púnicas y romanas. Y finalmente, el sorprendente escorzo final en su labor, el salto al continente africano, al Protectorado español en Marruecos, cuando por su avanzada edad lo que había conseguido ya era la jubilación. Así pues, en la vida y trayectoria de P. Quintero existen sin duda tres fases bien definidas, aunque naturalmente la ucleseña sea la más modesta, principalmente por ser un periodo de formación. Tres etapas muy distintas, pero que con el personaje mantienen un hilo conductor: el del entusiasmo y el de la arqueología. En Cádiz quiso hacerse cargo no sólo del Museo de Bellas Artes sino también del Arqueológico sin conseguirlo. En Tetuán fue puesto al frente de un servicio de arqueología que, dada la modestia del anterior, prácticamente era él quien debía montarlo. No obstante las circunstancias y la edad impidieron que tuvieran mucho alcance sus iniciativas. A lo largo de esta obra podrán verse aportaciones diversas sobre los trabajos y la trayectoria de Pelayo Quintero. Fueron el resultado de las Jornadas sobre el personaje celebradas en su día en Cuenca y Uclés, organizadas por el Área de Cultura de la Excma. Diputación Provincial, en relación con la que debo agradecer fervientemente el apoyo de Santiago Vieco, entonces diputado del Área. Obviamente el volumen tiene un mayor contenido conquense, puesto que en las Jornadas se trató de prestar una especial atención a la faceta ucleseña y segobricense del personaje. También se incluye una crónica sobre las Jornadas, realizada por quien fue secretario de las mismas, y una aportación importante de Ana María Gálvez, quien entonces era Alcaldesa de Uclés y también intervino en la primera y la última sesión. Debo agradecer a todos los participantes en el volumen y en las Jornadas su colaboración. Los días transcurridos en las mismas, con la presencia de la delegación andaluza (sevillano-gaditana) fueron inolvidables, así como también la convivencia con los alumnos de Humanidades que participaron, y también algunos participantes de la Universidad de Mayores «José Saramago». Y por supuesto a la Excma Diputación Provincial por la organización de las Jornadas, y también ahora, en especial a Francisco Domenech, por la publicación de esta monografía que se honra de formar parte de las prestigiosas publicaciones de la corporación provincial. 13­

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Pelayo Quintero: la arqueología entre Cuenca, Cádiz y Marruecos Enrique Gozalbes Cravioto y Manuel J. Parodi Álvarez (Coordinadores de las Jornadas) Existen personajes que a lo largo de su trayectoria vital dejan una huella en cada una de las actividades que desempeña, así como en cada una de las localidades por las que transcurre su existencia. Este es el caso de Pelayo Quintero Atauri, que surge al conocimiento erudito como el sabio de Uclés, y lo finaliza ya muy entrado en años, en una insospechada aventura intelectual al otro lado del mar, en su actuación cultural en el Protectorado español en Marruecos. Pero entre medias de estas dos actividades investigadoras, una en el interior de España donde nació y transcurrió su infancia y primera juventud, y otra en el continente africano, ya en plena senectud, se encontró la acción más dilatada en el tiempo y posiblemente también en los resultados, que duró tres décadas y media de su trayectoria vital, en la que fijó su residencia profesional en un punto en buena parte intermedio, el de la ciudad gaditana. Allí las Bellas Artes, la Arqueología y la Historia de la ciudad se vieron enriquecidas con su aportación incesante y entusiasta, la que definimos como uno de los pioneros de la Arqueología moderna en España. Fig. 1. Busto de Pelayo Quintero Atauri en Uclés.

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Las mencionadas constituyen tres etapas que son muy diferentes pero que tienen un nexo común correspondiente a su propia formación y experiencia. Uclés, Cádiz y Tetuán se encuentran unidos por la figura y los estudios de aquel que nació en la primera, que vivió una buena parte de su vida en la segunda, pero cuyos restos descansan en el cementerio español de la ciudad marroquí. Pero basta con leer su obra, su trilogía de juventud dedicada al patrimonio monumental e histórico de Uclés, para detectar como en la misma ya está presente el estilo que prácticamente cuatro décadas más tarde de su formulación se desplegará en su obra de síntesis sobre la arqueología del Norte de Marruecos, sus Apuntes de arqueología mauritana de la zona española. Basta también con leer alguno de los capítulos de la trilogía de Uclés dedicados a las exploraciones y excavaciones en Segobriga para detectar con claridad como ese mismo estilo se repite en algunas de las Memorias de Excavaciones en Cádiz, de un lado, y más adelante en las Memorias anuales de Excavaciones en Tamuda, que elaboraría y que de forma generosa compartió en la publicación con el Secretario del Museo tetuaní, el catalán Cecilio Giménez Bernal. Eran tres ciudades antiguas muy diferentes, la celtibero-romana de Segobriga, la púnico-romana de Gadir-Gades, y la mauritano-romana de Tamuda, pero sin duda con dos nexos de unión entre sus disparidades históricas. Las tres acuñaron moneda en la antigüedad, las producciones de sus cecas fueron identificadas y estudiadas por Pelayo Quintero. Y también las tres tuvieron al sabio de Uclés un estudioso en momentos diferentes de su trayectoria vital. En los últimos años de su vida, en el apasionante destino africano, Quintero rememoraba en sus excavaciones en Tamuda, en los restos de una ciudad mauritana y centro militar romano posterior, su primera juventud y aprendizaje cuando hundía el pico en el cerro de Cabeza de Griego en Saélices. Y él que era un convencido, contra lo que se solía defender en la época, que aquellas ruinas correspondían a las de Segobriga, constataba con emoción como hasta la urbe mauritana que excavaba llegó alguna moneda acuñada por la ciudad conquense en época del emperador Augusto, cuando en el África occidental reinaba el culto Juba II, afamado escritor y explorador del Atlas y de las islas Canarias. Fig. 2. Pelayo Quintero Atauri en una fotografía de su etapa de juventud.

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Pelayo Quintero Atauri era un personaje que desde la óptica actual puede incluso considerarse contradictorio. En realidad esa contradicción de P. Quintero era meramente aparente. Vivió plenamente en un mundo cambiante, el de España entre el final del siglo xix y el siglo xx, y con ello mucho de lo que se transformaba a su alrededor hizo que curiosamente fuera anticuado en su juventud y por el contrario moderno en su madurez y vejez. En el terreno intelectual centrado en el estudio del patrimonio, como muy bien ha destacado José Beltrán Fortes, transitó desde el anticuarismo a la arqueología, que hasta ese momento, y de qué manera, sólo cultivaban en España algunos extranjeros. En el terreno social transitó del puro aristocratismo de un invitado personal a la boda de Alfonso XIII en el año 1906, al posterior y serio intento de transformar la dinámica social, a través del fomento de la actividad turística en Cádiz, así como de potenciar algunas actividades deportivas, cuando no su propia participación en el popular Carnaval gaditano.

Fig. 3. Pelayo Quintero (primero de pie a la izquierda) en su etapa gaditana durante una visita en grupo al Puerto de Santa María.

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Y desde el integrismo conservador de los primeros tiempos, que no coincidía en plenitud con la trayectoria de su padre, a una definición marcadamente liberal en el entorno del año 1912 y la conmemoración de La Pepa (es uno de los padres de la idea del monumento a la Constitución en Cádiz), su relación positiva con las repúblicas latinoamericanas, o su lucha por abrir el panteón de héroes de San Felipe Neri, en emocionados cánticos a la lucha por la libertad humana. Y después incluso con una convivencia con la Segunda República, etapa en la que se mantuvo de Director del Museo de Bellas Artes de Cádiz, no exenta de lo que sus enemigos consideraron un «coqueteo», a través de su pertenencia al Rotary Club, que facilitaría más tarde su acusación, a todas luces injustificada, de ser miembro de la Masonería, en momentos en los que ello suponía serio riesgo de eliminación física (es bien conocido aquello que se decía de que quien era masón en España era quien estaba delante tuya en el escalafón). Y un hombre que buscaba el reconocimiento de la relación social, también en Tetuán el personaje se relacionará con la «buena» sociedad local del Protectorado, que estaba en esos momentos representada especialmente por los militares y por los altos funcionarios; debe tenerse en cuenta que en España en ese momento se atravesaban penurias y racionamientos, por el contrario esto no existió en el Protectorado marroquí donde buena parte de los españoles, y no digamos las elites, disfrutaban de una calidad de vida excepcional.

Fig. 4. Pelayo Quintero entre García Figueras (a la derecha) y otra autoridad del Protectorado en una reunión social en La Hípica de Tetuán (hacia 1941).

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Los dos coordinadores de las jornadas científicas y divulgativas del conocimiento, de las que deriva esta monografía estamos unidos a la figura de Quintero por diversos motivos. En algún caso por la trayectoria vital, en direcciones inversas, entre Cuenca y Marruecos con Cádiz de intermedio, pero sobre todo por la simpatía y valoración hacia las actuaciones del intelectual conquense. El primero de los informantes (E. Gozalbes), muy joven, cuando todavía era estudiante universitario, pretendió extraer a P. Quintero del desconocimiento, incluso en ocasiones parece damnatio memoriae, a la que era sometido. Pelayo Quintero era un simple nombre, una referencia más o menos curiosa o erudita, sobre un Uclés muy olvidado y con estudios postergados, sobre una Cádiz en la que se perdían sus recuerdos en medio del silencio, y sobre un Norte de Marruecos, que había luchado por olvidar y dejar atrás el recuerdo de España, en un contexto (años sesenta y setenta) de fuerte postergación por parte de los Gobiernos marroquíes. Entonces en un artículo de 1976, en una revista africanista del CSIC y que titulamos en homenaje en el XXX Aniversario de su fallecimiento, admiramos ese epílogo de su vida personal e intelectual, en la labor arqueológica en el Protectorado español del Norte de Marruecos, en especial en Tamuda. El segundo de los coordinadores (M. J. Parodi) desde otra generación, y desde su origen y actividad profesional gaditana, desde hace ya bastantes años se sintió atraído por la figura y la actividad de Quintero. Eran importantes sobre todo los «silencios» detectados en torno a su figura que lo planteaban como un postergado y «exiliado» por parte de los sublevados franquistas. Justo es indicar que estas primeras percepciones se matizaron después, con la colaboración con el primero de los coordinadores cuya información sobre Cuenca y Marruecos era algo más concreta; Tetuán podía constituir un exilio para quien controlaba los resortes de la cultura y la arqueología gaditanas, pero era claramente un destino dorado para el fin de la vida. Y el lugar donde de una forma muy limitada en el tiempo pudo desplegar sus iniciativas y conocimientos, su ya recia sabiduría, puesta al servicio de la mediocre actuación cultural que hasta ese momento se había desplegado en el Protectorado español de Marruecos. Síntesis de todas estas percepciones e informaciones, de superar los «silencios», se desarrollaba la tesis hoy muy evidente de un Quintero que en el año 1939, después de sufrir un expediente de depuración como tantos otros, recibió una «patada hacia arriba», hacia un destino que para él era apasionante en Marruecos, y además centrado en su querida arqueología, que constituía una dorada y exótica aventura 19­

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en el continente africano. Pero también constituía una forma de quitarlo de en medio en Cádiz sin escándalo, como suponía un proceso político a un antiguo monárquico alfonsino y hombre de «orden» donde los hubiera, pero que se alegraba poco de las victorias del bando franquista. Y también desde Tetuán se aportaba la figura clave para explicar lo sucedido, la del jerezano Tomás García Figueras, hombre fuerte del Protectorado, y quien ideó y posibilitó el nombramiento de Quintero en Tetuán como Director del Museo Arqueológico e Inspector de Excavaciones. En los últimos años los dos coordinadores hemos tratado sobre las aportaciones de Quintero, en Cuenca y Tetuán en el primer caso, específicamente en Tetuán en el segundo caso, en diversas ocasiones. Trabajos por separado, en unos casos, en común en otros, en aportaciones que se mezclan e influyen de tal forma que en ocasiones es difícil saber cuando comienza o termina cada uno. Nuestras aportaciones se han multiplicado, en el análisis de sus hallazgos, sus interpretaciones y de su presencia en la organización de la arqueología marroquí, entre las direcciones de C. L. Montalbán (de 1921 a 1936) y de M. Tarradell (entre 1948 y 1956). La dirección de P. Quintero en el Museo Arqueológico de Tetuán y en la Inspección de Excavaciones del Protectorado, entre noviembre de 1939 y su fallecimiento en 1946 ha sido analizada en detalle, así como sus roces y frenos puestos a los serios intentos de injerencia por parte de Julio Martínez Santa-Olalla, Comisario General de Excavaciones Arqueológicas en España después de la Guerra Civil. Las Jornadas sobre Pelayo Quintero celebradas en Cádiz plantearon el conjunto de su figura y aportación, pero estuvieron especialmente centradas en la etapa gaditana. Las aportaciones fueron recogidas bajo la coordinación de los firmantes bajo el título de Pelayo Quintero en el primer centenario de 1912 (Cádiz, 2011). A esas Jornadas siguió el compromiso de una continuación en Cuenca, y así se celebraron bajo nuestra común coordinación, y con un desarrollo que es resumido por parte de Iván González en otra aportación de esta monografía. Fig. 5. Portada del libro sobre Pelayo Quintero derivado de las Jornadas celebradas en Cádiz.

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Esta monografía conquense amplía los análisis sobre las distintas etapas y aportaciones investigadoras de Quintero en relación con el patrimonio, y al tiempo centra bastante más la atención en algunos contenidos referidos a la etapa de Uclés. Y su propia convicción de que la ciudad antigua en la que se estudiaba no era otra que Segobriga. Su conclusión al respecto influirá en que poco tiempo más tarde A. Schulten también considerara que los restos de Saélices eran los de la antigua caput Celtiberiae. Pelayo Quintero fue en España uno de los mejores representantes del anticuarismo, más o menos anacrónico, pero también al mismo tiempo uno de los primeros representantes de la Arqueología. Como destaca uno de nosotros en su aportación, se trata de una época en la que no existía la más mínima formación arqueológica en las Universidades españolas. Quintero representa los inicios del cambio, en la medida en la que no fue un simple (y admirable) aficionado, sino que partió desde una formación universitaria en la Central (actual Complutense) de Madrid. Por esta razón documenta y escribe de forma muy acertada, pero también en sus orígenes deambula entre contenidos muy diversos, entre los que destacan sobremanera las Bellas Artes. Pero aparte de su tío García Soria, será el P. Fidel Fita, máximo representante del anticuarismo, quien lo orientará hacia el estudio de la antigüedad. F. Fita y su querida Segobriga impactarán más que otros maestros y que el propio imponente convento de Uclés. Ese proyecto arqueológico personal quedará aparentemente aparcado, después de sus actuaciones en el conjunto de Segobriga, por los trabajos sobre pinturas, sobre artistas o centrados en los coros de catedrales españolas, incluso en algún caso por el americanismo, pero lo tendrá siempre presente de forma más o menos sorda, por ejemplo en la poco conocida estancia previa en Cádiz, por iniciativa de F. Fita para tomar nota de las inscripciones romanas de la ciudad. O algo después, con la beca de investigación (en terminología moderna) para estudiar los mosaicos romanos dela ciudad de Italica. No obstante, será sobre todo cuando ya lleve varios años en Cádiz, con la Dirección del Museo Provincial de Bellas Artes, y el estudio de algunas de sus principales obras, cuando sobre todo a partir de 1916 el erudito Quintero podrá desarrollar sus vocaciones anticuarias. Y con el aprendizaje de largos años en las necrópolis púnicas y romanas de Cádiz, P. Quintero transitará imperceptiblemente del anticuarismo a la arqueología. Este hecho se conseguirá mediante el avance personal en los conocimientos. Los contactos exteriores, algunos visitantes, y también las publicaciones recibidas y consultadas, permitirán esa evolución que significará la perceptible mejoría en los métodos, las ilustraciones, inclusión sobre todo al final de una cierta planimetría, e 21­

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incluso rudimentos de estratigrafía. Como ha planteado José Ramos Muñoz, las excavaciones gaditanas al final avanzaban hacia la modernidad. Esa experiencia es de la que se servirá la arqueología del Norte de Marruecos a partir del mes de noviembre del año 1939. Fue entonces cuando se trasladó a Tetuán, junto con su esposa María. Desde labores básicas como sus Apuntes publicados en Tetuán en 1941, pero realizados en una imprenta de Cádiz (la de Salvador Repeto), la publicación de piezas del Museo tetuaní obtenidos en excavaciones anteriores pero que no habían sido publicados. Entre esos objetos había sobre todo una importante colección de monedas. Desde muy pronto P. Quintero iniciará el estudio numismático, con unos trabajos que al principio no estaban exentos de algunos errores, como la atribución a la ceca de Tingi de monedas de otras cecas como la propia Tamuda y Semés. Pero muy pronto el conocimiento de P. Quintero le llevará a un estudio experto de la numismática, con las numerosas monedas que aparecían en sus excavaciones en Tamuda. Sus recogidas y aportaciones, en revistas locales o en Archivo Español de Arqueología, constituirán un referente básico de la numismática antigua de Marruecos que no está suficientemente reconocido. Y entre los numerosos objetos arqueológicos publicados por el autor, en el mismo año 1939, destacará la antefixa en bronce, descubierta en 1923 por C. L. Montalbán en las excavaciones del foro de Lixus (Larache) de un dios marino, el Oceano romano según algunos, el Baal-Haddad púnico según interpretación posterior. Una pieza, una «obra de arte» como la definía Quintero, que todavía en el momento actual constituye una de las piezas fundamentales expuestas en el Museo Arqueológico de Tetuán. Dicha pieza tan sólo había aparecido representada en fotografía, e identificada como un «Neptuno», en un libro publicado en Lisboa y que narraba el viaje realizado por una expedición portuguesa al protectorado español en 1923. Y después de P. Quintero la obra fue nuevamente publicada por A. García y Bellido. Los estudios de Quintero sobre materiales del Museo aunaban la profundización técnica con la descripción artística en muchos casos. Serán recogidos en otra monografía posterior titulada Museo Arqueológico de Tetuán. Estudios varios sobre los principales objetos que se conservan en el Museo (Tetuán, 1942), en la que planteaba «vulgarizar el conocimiento de los principales objetos» a la espera de «publicar un catálogo ordenado y completo». Pero en la propia obra P. Quintero comete un desliz que ha dado lugar a un error: «inauguróse el Museo el 19 de julio de 1940 con la asistencia de …». En realidad era la cuarta ocasión en la que se inauguraba el Museo (1926, 1928 y 1931) puesto que se trataba de la inauguración del nuevo edificio del Museo Arqueológico. 22­

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Pelayo Quintero: La arqueología entre Cuenca, Cádiz y Marruecos

Fig. 6. Bronce hallado en Lixus (Larache), antefixa que estudió P. Quintero en 1939.

En sus excavaciones en la ciudad de Tamuda van a destacar sobre todo tres aspectos. En primer lugar, algunas de las construcciones en el entorno del foro mauritano de la ciudad, en la zona occidental del mismo, una gran plaza abierta, rodeada de importantes edificios en su mayor parte privados, que se encontraba ubicada en la parte más occidental. Sobre todo los datos aportaban conocimiento acerca de la existencia de una almazara de aceite, tanto el espacio muy claro de molino para la producción del mismo, como probablemente también de su venta a la población. Y además, una instalación que aparentemente pudo sobrevivir a la destrucción de la guerra de conquista romana. En segundo lugar, sus estudios se centraron en algunos puntos del importante campamento militar romano, en especial en algunas de sus puertas, en las que aportó datos sobre su monumentalización. Y en tercer lugar, también en las necrópolis de la ciudad, a las que aplicó su experiencia gaditana. Como destacó Quintero, la colección de lucernas o lámparas antiguas de aceite del Museo tetuaní era una de sus principales aportaciones. Pero las necrópolis de Tamuda ofrecían también otros detalles sorprendentes, como ese militar romano joven que murió por el ataque con flecha de los insurrectos mauritanos en algún ataque al campamento. Según los datos de los que disponemos, dicho cráneo procede de un enterramiento de urgencia de cuatro soldados romanos, algunos de ellos con evidentes muestras de una muerte violenta. 23­

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Fig. 6. Una muerte violenta. Cráneo procedente de una necrópolis romana de Tamuda. Uno de los restos que llaman más la atención de los visitantes del Museo Arqueológico de Tetuán.

Las publicaciones de P. Quintero sobre Tamuda también incorporan elementos novedosos. En efecto, Darío Bernal Casasola ha mostrado como el concepto de Círculo del Estrecho, formulado años antes, en esencia se encuentra ya pre-señalado por Quintero, cuando insistía en los años cuarenta en los potentes vínculos humanos y económicos entre las poblaciones hispanas y mauritanas de ambos lados de las costas del estrecho de Gibraltar, y que documentaban las numerosas monedas acuñadas por ciudades hispanas que aparecían en la ciudad marroquí. Pero a ello debemos unir otros aspectos, como el de su visión de la cultura mezcla de lo púnico y lo mauritano, de una civilización púnico-mauritana, en el Norte de Marruecos en los siglos ii y i a. C. Y también los planteamientos (limitados) que trataban de obtener lecturas sobre la evolución histórica a partir de los testimonios materiales, en un uso muy moderno en ocasiones de la arqueología. Pelayo Quintero se incorporó a la dirección del museo tetuaní en un viejo edificio de los servicios culturales. Pero pronto consiguió de las autoridades el esfuerzo económico que significaba la construcción de un nuevo edificio que se inauguró en 24­

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octubre de 1940 y que, por ello, en muchas ocasiones pasa por la fundación del Museo. En el nuevo edificio se construyó además la vivienda del Director, en la que pasó a habitar en compañía de su esposa, Doña María, de origen malagueño. De acuerdo con el inventario del Museo, elaborado en 1956 y recientemente localizado, para los efectos se compró un mobiliario relativamente lujoso, sobre todo en las condiciones de la España de aquella época. Si en 1940 y 1941 todavía Quintero hizo desplazamientos, desde 1942 y en 1943 los mismos se fueron reduciendo a Tetuán. La avanzada edad de P. Quintero iba alterando su propio ánimo y su actividad, en la que se concentró en las publicaciones. En ese momento había entrado al servicio del Museo un conserje marroquí, el joven marroquí Mohammad Ben Maimon al-Tetuani. Desde 1943 a 1945 Maimón sería el fiel «lazarillo» de Quintero, a quien acompañó a sus visitas cada vez más problemáticas a Tamuda para el desarrollo de las excavaciones. En los últimos tiempos, según su propio testimonio, incluso llevaba en hombros al sabio de Uclés. La enfermedad progresiva hundió a Quintero, primero en su domicilio, después directamente en el lecho. La jovencísima española que entró al servicio y cuidado del anciano enfermo sería después la esposa de Maimon. Éste nos recordaba a uno de nosotros, años más tarde, la abnegación de ese cuidado en situación desagradable, y cuando la propia esposa de Quintero buscaba cierta y comprensiva pero poco sacrificada distancia. En el año 1946 fue imposible que el sabio conquense pudiera participar en las excavaciones de Tamuda, por lo que las mismas fueron desarrolladas por el religioso agustino César Morán Bardón, con la colaboración de Cecilio Giménez Bernal. En el Museo tetuaní se conserva la correspondencia en la que gestionaba ante las autoridades los permisos, salvoconducto, para que C. Morán pudiera realizar las excavaciones que a él le resultaban imposibles. Después de la penosa y prolongada enfermedad, Pelayo Quintero Atauri fallecía en Tetuán en el mes de octubre de 1946. La placa de su tumba, con la figura de Cristo, aparece con su nombre precedido de los honores a los que era tan propenso, Excelentísimo Señor Don Pelayo Quintero Atauri, seguido de aquello que consideraba individual y socialmente que lo identificaba en tierra africana, es decir, su cargo de Director del Museo Arqueológico de Tetuán. La dedicatoria del epitafio está realizada por parte de su esposa que señalaba que no lo olvidaba. Tumba y epitafio que todavía en el día de hoy se conservan muy bien en el cementerio español de la ciudad del septentrión marroquí. 25­

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Enrique Gozalbes Cravioto y Manuel J. Parodi Álvarez Fig. 8. Epitafio de Pelayo Quintero Atauri en el cementerio español de Tetuán.

Después de su fallecimiento su viuda continuó temporalmente viviendo en la casa del Director en el Museo Arqueológico. Poco después recibió una concesión para regentar un estanco en un lugar próximo al Museo, pero pocos años más tarde marchó de Marruecos a su Málaga de origen. C. Morán no pudo hacerse cargo de la arqueología marroquí, pese a los deseos de P. Quintero, debido sobre todo también a su estado de salud. El todopoderoso Tomás García Figueras solicitó al Marqués de Lozoya, Director General de Bellas Artes, la propuesta de algún facultativo de Museos para sustituir a P. Quintero. Pero después de una pugna por el control de la arqueología marroquí, entre Almagro Basch y Martínez Santa-Olalla, en el año 1948 sería nombrado nuevo Director del Museo y sucesor de Quintero el joven catalán Miguel Tarradell Mateu, que llevaría adelante una importante actividad en la región, aunque nunca ocupó la vivienda del Director en el Museo. Es más, tampoco cambió el despacho que había tenido Quintero, pues estableció el suyo en otro lugar. Ese despacho de P. Quintero, como Director del Museo tetuaní, naturalmente con el añadido de papeles y libros en las vitrinas, ha estado de igual forma hasta hace muy poco tiempo en que se cambió el Museo. Mohamed Maimón al-Tetuani, a quien queremos rendir homenaje, continuó toda su vida también viviendo en el Museo como conserje del mismo, y se convirtió en un eficaz colaborador de las excavaciones en Tamuda y Lixus principalmente, también en Sidi Abselam del Bahar y Emsá, de Miguel Tarradell primero, y en Lixus de su sucesor después de la independencia, el francés Michel Ponsich. Durante toda su vida el fiel y ejemplar Mohamed Maimón, junto con su esposa, el día 27 de octubre llevaba flores a la tumba de un uclesitano enterrado en el cementerio español de Tetuán; su nombre, naturalmente, Pelayo Quintero Atauri.

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Crónica de unas jornadas: Pelayo Quintero Atauri, el sabio de Uclés Iván González Ballesteros Universidad de Castilla-La Mancha Pelayo Quintero, figura relevante de la intelectualidad española de la Restauración, forma parte del amplio abanico de personalidades que contribuyeron el avance del conocimiento científico histórico en España. Estudiar este personaje siempre supone una labor compleja, no sólo por lo dilatado de su trabajo (que se extendió durante más de seis décadas, desde finales del s. xx hasta mediados del s. xx), sino también por lo variado de su temática (Historia, Arqueología, Historia del Arte, docencia, turismo, patrimonio, museología, etc.). El objetivo que perseguían estas Jornadas era intentar acercar al gran público a este eminente conquense de nacimiento y gaditano de adopción, procurando arrojar algo de luz sobre su vida y su obra, todo ello sin dejar de tratar el contexto en el que vivió. Lo cierto es que se trata de un personaje obviado por la historiografía aunque, por fortuna, últimamente se están realizando varias actividades por recuperar su figura y colocarla en el puesto de relevancia del que se ha hecho acreedor. Así, se celebraron en 2009 en Cádiz unas Jornadas bajo el título de «Pelayo Quintero en el Primer Centenario de 1912», organizadas por la Oficina del Bicentenario 18101812 de la Diputación Provincial gaditana. En ellas se desglosaron tanto el panorama arqueológico en el que se movió el protagonista, como su vinculación a la conmemoración del Centenario, pasando por su etapa vital en Uclés y sus últimos años en Marruecos.

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Las Jornadas «Pelayo Quintero Atauri, el Sabio de Uclés» celebradas en Cuenca suponen, por un lado, la continuación del camino iniciado en Cádiz; por el otro el punto de partida para un nuevo proyecto de vocación anual titulado «Conquenses en la Historia», organizado por la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades del Campus de Cuenca de la Universidad de Castilla-La Mancha y financiado por la Diputación Provincial de Cuenca. Y no sólo eso, ya que también supone la puesta en valor de un personaje relativamente desconocido en su propia tierra natal, gracias a un congreso de alta divulgación abierto al público general. 6 de mayo En el Salón de Actos de la Diputación Provincial de Cuenca dieron comienzo las Jornadas «Pelayo Quintero Atauri, el Sabio de Uclés». La inauguración oficial fue presidida por Juan Manuel Ávila, Presidente de la Diputación Provincial de Cuenca, y contó también con la asistencia de César Sánchez, director académico de Extensión Universitaria de la Universidad de Castilla-La Mancha, Santiago Vieco, diputado provincial de Cultura y Deportes, Ana María Gálvez, alcaldesa de Uclés, y Enrique Gozalbes y Manuel J. Parodi, como directores académicos del coloquio. Durante esta presentación, todos remarcaron la importancia de la organización de jornadas culturales en general y acerca de la figura de Pelayo Quintero en particular. Así, los representantes de la Diputación se centraron en su vocación de convertir, entre otras cosas, al organismo en una referencia fundamental en cuanto a la divulgación del conocimiento a escala provincial. Del mismo modo, el delegado de la Universidad regional señaló que la participación de la institución en este tipo de actividades es un compromiso adquirido desde su fundación, como una forma de compartir el conocimiento que en ella se genera con la sociedad. Finalmente, la alcaldesa de Uclés, también investigadora de la figura de Pelayo Quintero, compartió brevemente los diferentes proyectos de reimpresión de su obra que ha afrontado el Ayuntamiento que dirige. Las actividades puramente académicas dieron comienzo a continuación, con la conferencia «Uclés y Cuenca en la época de Pelayo Quintero», impartida por Ángel Luís López, profesor titular de Historia Contemporánea de la Universidad de Castilla-La Mancha. Supuso una excelente introducción al marco sociopolítico en el que desarrolló la vida del Sabio de Uclés, desarrollando una completa panorámica tanto de su entorno familiar como del pueblo que vio sus primeros años. La disertación continuó siguiendo a Quintero hacia Andalucía y sus relaciones con la alta sociedad de la época, la de la Restauración. Finalmente, tam28­

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bién se trató sobre la incidencia de la II República y la Guerra Civil en la vida de nuestro erudito, y cómo todo ello repercutió en su designación como director de excavaciones de Tetuán. Una vez establecido el marco del personaje, se comenzó a desglosar su vida profesional. Rosario Cebrián, Directora del Parque Arqueológico de Segóbriga, hizo en su conferencia «Las excavaciones y estudios de Pelayo Quintero sobre Segóbriga», un desglose de las diferentes actividades que el erudito desarrolló entre las ruinas de la Cabeza de Griego. Reconocidas desde siglos atrás como de época romana, atrajeron el interés de no pocos viajeros y eruditos desde época moderna. Fue a finales del s. xix, cuando den comienzo las primeras excavaciones en la zona, y en las cuales nuestro ucleseño participó activamente hasta su traslado a Andalucía. Tanto los magníficos dibujos realizados de los diferentes hallazgos como las variadas obras publicadas con respecto a las prospecciones realizadas, lo convierten en una figura imprescindible para la comprensión de la naciente arqueología conquense. En esta etapa podemos apreciar los primeros pasos en la numismática de Quintero, campo en el que fue prácticamente autodidacta; su capacidad para el dibujo de piezas, con cuyas láminas ilustró siempre sus trabajos y también, como dato interesante, se convirtió en el primer arqueólogo que estableció la identidad, gracias a una muestra epigráfica hallada durante sus indagaciones, entre las ruinas de Cabeza de Griego y Segóbriga, décadas antes de que la disputa por la verdadera ubicación de la ciudad romana quedara resuelta. Como punto y final a la primera jornada, y como cierre a la época relacionada con Uclés de Pelayo Quintero, vino la conferencia de José Luis Muñoz, investigador sobre la Guerra de Independencia de Cuenca, «Pelayo Quintero y la Guerra de Independencia». La disertación se centró muy particularmente en el estudio realizado por nuestro erudito, reeditado por el Ayuntamiento de Uclés recientemente, sobre de la batalla producida en esta localidad a comienzos de 1809, que se saldó con la derrota total del ejército español ante las armas francesas. De esta forma, Muñoz disertó acerca del relato del combate que publicó Quintero con ocasión del centenario de este acontecimiento, donde se describen los movimientos de las tropas, las fuerzas en contienda, los mandos implicados, la evolución de los combates y el desenlace final. 7 de mayo El segundo día de las jornadas se dedicó a la etapa andaluza y norteafricana de Pelayo Quintero. A modo de puente entre ambas jornadas, se realizaron dos activida29­

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des. La primera de ellas consistió en una exposición de póster, realizada por Iván González, becario de Tercer Ciclo de la Universidad de Castilla-La Mancha, Javier Aragón y Clara de Paz, alumnos de la licenciatura de Humanidades, y dirigida por Enrique Gozalbes, todos ellos pertenecientes a la Facultad de Humanidades de Cuenca. Esta exposición, que comparte título con las jornadas («Pelayo Quintero Atauri, el Sabio de Uclés»), fue presentada por el propio Iván González, y en ella que se podía contemplar, con gran profusión de imágenes y textos de carácter divulgativo, una panorámica de la vida, la obra y el legado del eminente ucleseño. La segunda actividad, retomando la dinámica de conferencias del coloquio, fue la disertación de Enrique Gozalbes, Profesor Titular de Historia Antigua de la Universidad de Castilla-La Mancha, acerca de los tres grandes intereses de Pelayo Quintero: la Arqueología, la Historia del Arte y el Americanismo, y de cómo fue evolucionando en estas ramas del saber (y contribuyendo a que éstas también evolucionaran) desde posiciones puramente eruditas hasta otras más propiamente científicas. Se destacó así su abundante producción sobre las más diversas materias y cómo puede apreciarse su progresivo perfeccionamiento en el tratamiento de todas ellas. También destacó que, por su propio concepto de la Historia y por la «competencia» que suponían las nuevas tendencias historiográficas y arqueológicas, el método de Quintero no podría acabar creando una escuela, como de hecho no sucedió. A continuación, Manuel Parodi, doctorando sobre Quintero y la arqueología marroquí, emprendió la nada desdeñable tarea de desglosar en algo menos de una hora toda la trayectoria vital y profesional en Cádiz y norteafricana del sabio de Uclés. De esta manera, los asistentes conocieron tanto las aportaciones de Quintero a la Historia del Arte (en investigación y en docencia), como su desarrollo de la arqueología de la ciudad andaluza, la difusión del patrimonio, la promoción del turismo, su relevante papel en la organización del centenario de la Constitución de 1812 y hasta sus gustos deportivos. Parodi también disertó acerca de las relaciones con la alta sociedad del erudito, a pesar de que su situación económica nunca fue ni mucho menos holgada, lo cual da una idea de la relevancia intelectual y del reconocimiento social que gozó en Cádiz. Finalmente, se desgranaron la confluencia de circunstancias que provocaron la salida de Pelayo hacia Tetuán poco después de finalizar la Guerra Civil, su aportación al Museo Arqueológico de la ciudad, y sus campañas de excavación en la cercana Tamuda. Y Tamuda fue el tema central de la última ponencia de la jornada, a cargo de Javier Verdugo, de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. Bajo el título 30­

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«Una herencia de Pelayo Quintero: el Proyecto Tamuda de cooperación cultural en Marruecos», se desgranaron las actividades de varias Universidades andaluces y ONGs españolas y marroquíes en un trabajo de colaboración que persigue varios fines, entre ellos retomar los trabajos arqueológicos y el fomento del empleo y el desarrollo de una zona deprimida social y económicamente. De esta forma, el legado de Quintero perdura en el tiempo 8 de mayo La última jornada del coloquio fue, a la vez, la más distendida, y se inició con un viaje a Uclés, que sería la localidad a la cual se desplazarían las actividades del coloquio. La tarde comenzó con una visita al Monasterio de Uclés, en la que el profesor de Historia del Arte Juan Zapata, de la Universidad de Castilla-La Mancha, ejerció las labores de guía, explicando la fundación y evolución del edificio hasta los tiempos de Pelayo Quintero. El ucleseño estuvo presente de una forma bien palpable a lo largo de toda la visita, ya que alumnos de Humanidades del Campus de Cuenca la fueron salpicando con lecturas de textos seleccionados de sus diferentes estudios del monumento y sus elementos artísticos. De esta forma, se comprobó el compromiso de Quintero con la conservación del patrimonio y su difusión como elemento turístico ya desde finales del siglo xix, lo que lo convierte en un auténtico avanzado en la materia.

Fig. 1. El profesor Juan Zapata explica a una parte de los participantes la aportación de P. Quintero al estudio del monasterio de Uclés.

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A continuación, y ya en el Salón de Actos del Ayuntamiento de Uclés (situado, curiosamente, muy cerca de la antigua vivienda en la que residió Quintero), se realizó una nueva presentación de la exposición de póster realizada por la Facultad de Humanidades de Cuenca. Además, fue cedida de forma temporal al Ayuntamiento de la localidad para que pudieran visitarla los vecinos del municipio más allá de la duración de las jornadas. Por último, y como colofón a las Jornadas, se celebró una mesa redonda, con gran afluencia de público, en la que se expusieron de forma muy resumida las aportaciones de cada uno de los ponentes, estableciendo cierto debate en algunos temas de interés. Participaron en el debate, además de los conferenciantes, Margarita Vallejo, titular de Historia Antigua de la Universidad de Alcalá de Henares y residente en la localidad, y Ana María Gálvez, como Alcaldesa de Uclés. La conclusión principal que se pudo extraer de este debate, especialmente remarcado en el público, es el gran valor de este intelectual, tan desconocido por desgracia para el gran público, pero sin duda tan relevante. Finalmente se produjo la ceremonia de clausura jornadas, con la intervención nuevamente con Santiago Vieco, Ana María Gálvez, Enrique Gozalbes y Manuel Parodi, donde se resaltó la alta calidad de los ponentes, tanto en su encomiable trabajo de investigación como en su capacidad divulgativa, y a los asistentes su gran afluencia al coloquio y el interés prestado en su seguimiento. Todo ello animará a buen seguro a la celebración de nuevas ediciones de estas jornadas culturales, tanto sobre Pelayo Quintero como sobre otros conquenses eminentes.

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Uclés y Cuenca en la época de Pelayo Quintero Ángel Luis López Villaverde Universidad de Castilla-La Mancha Los relativamente escasos datos biográficos que conocemos sobre Pelayo Quintero Atauri proceden de su propia pluma, a través de la voz a él dedicada en la famosa Enciclopedia Espasa1, de la que fue colaborador. Eso le permitió reseñar informaciones que difícilmente podrían saber los demás sobre él, aunque sorprende que hable de sí mismo en tercera persona calificándose de «sabio» cronista de Uclés y describiendo con cierto autobombo su trayectoria vital como «arqueólogo, profesor y publicista español». Pero, más allá de lo anecdótico, su colaboración en esta voluminosa obra se centró en algunas voces sobre la antigüedad española y Uclés, donde nació el 26 de junio de 18672. Conocía muy bien la historia y patrimonio arqueológico de su villa natal (y lugar de residencia veraniega durante muchos años) porque a ella le había dedicado años

1  La voz de «Uclés», en pp. 733 y ss. de la citada Enciclopedia universal ilustrada europeo-americana, Madrid, José Espasa e hijos, 1909-1933. 2  Según la actual alcaldesa ucleseña, Ana María Gálvez Bermejo, nació a las cuatro menos cuarto de la tarde del citado 26 de junio de 1867 y fue bautizado como Pelayo, Silvestre, Agustín, Policarpo y Gregorio a los dos días en la iglesia de Santa María y San Andrés, por sus padres, el ucleseño Agustín Quintero Molina y la logroñesa Joaquina de Atauri Cabezón. Vid. «El autor. Notas sobre la vida y la obra de Pelayo Quintero Atauri (Uclés, 1867-Tetuán, 1946», en Pelayo Quintero Atauri, Uclés, antigua residencia de la Orden de Santiago. Primera parte, Edición facsímil, Uclés, 2007, p. XI, así como la contribución de la autora en esta misma monografía.

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antes una trilogía3. Según sabemos a través de Don Pelayo, Uclés, aunque de origen celtibérico, debe su nombre a «la Ocilis romana (…) que los árabes transformaron en Oclés, Eclis y Uclis». Más allá de debates toponímicos (en torno a si procede de Ocilis o de Oculis, como afirman otros autores), conocemos también que fue amurallada en época visigoda y ocupada posteriormente por los musulmanes hasta mediados del siglo xii. Y que, antes de su paso definitivo a manos cristianas, en 1157, había conocido un breve período de control cristiano del territorio (en las postrimerías del siglo xi), que había concluido con la victoria de los almorávides en 1108, año en que tuvo lugar la primera de las batallas que se dieron frente a sus muros. Es también una evidencia que, desde el último cuarto del siglo xii, Uclés adquirió más notoriedad, al convertirse en sede del Priorato de Santiago en Castilla4, tras la entrega (1774) en depósito del castillo y de la villa a la Orden por parte de Alfonso VIII. Cinco años más tarde dispusieron los ucleseños de uno de los fueros, «más antiguos y muy semejante a los de Sepúlveda y Cuenca»5, en palabras de Quintero Pelayo. Justamente tres siglos después, en 1479, la antigua iglesia del convento de Uclés recogía los restos mortales del poeta Jorque Manrique, enterrado junto a su padre, el maestre de Santiago Don Rodrigo Manrique, a quien le dedicó las famosas Coplas a la muerte de su padre. Con ellos, la fortaleza de Uclés se erigió en escenario privilegiado de las reyertas e intrigas en torno a los conflictos de sucesión6 que enfrentaron a quienes como los Manrique eran partidarios de Isabel I y los que lo hicieron por la Beltraneja. 3  Uclés, antigua residencia de la Orden de Santiago, Primera parte. Madrid, Imprenta de Fortanet, 1904. Uclés, excavaciones efectuadas y noticia de algunas antigüedades, Segunda parte, Cádiz, Imprenta de Manuel Álvarez, 1913; y Uclés, documentos inéditos y algunas noticias tomadas de sus archivos, Tercera parte, Cádiz, Imprenta de Manuel Álvarez, 1915. 4  Extendía su territorio a zonas comprendidas entre las actuales provincias de Cuenca (Los

Hinojosos, Mota del Cuervo, Horcajo, Pozo Rubio, Sta. María de los Llanos, Villamayor y Zarza de Tajo), Ciudad Real (Campo de Criptana, Pedro Muñoz, Socuéllamos y Tomelloso) y Toledo (Corral de Almaguer, Cabeza-mesada, Miguel Esteban, Puebla de Almuradiel, Puebla de Don Fadrique, Quintanar de la Orden, Santa Cruz de la Zarza, Toboso y Villanueva del Cardete). Desde aquí el Obispo-Prior gobernaba el Priorato (diócesis vere nullius) cuya villa sede pertenecía al obispado de Cuenca. 5  Vid. Pelayo Quintero Atauri, Uclés, antigua residencia…, pp. 87-146. 6  Ángel Horcajada Garrido. Uclés, capital de un Estado (cárcel de Quevedo). Cuenca, 1983, pp., 71-73

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Pues bien, tras haber sido desde el siglo xii cabecera de la Orden y de un Priorato con jurisdicción eclesiástica (exenta de la diocesana) el Maestrazgo o gobierno supremo de la Orden fue incorporado en el xvi a la Corona, siendo desde entonces el Rey de España el Gran Maestre de las Ordenes Militares7. En tiempos de Carlos V, a quien el Papa Adriano VI le había concedido por bula el Maestrazgo, empezó la construcción del nuevo convento. Este monumento nacional, al que se ha calificado de «pequeño Escorial de La Mancha»8 y cuyas obras continuaron durante más de tres siglos (desde 1529 hasta 1735), pudo despertar la temprana vocación artística del joven Pelayo. Aún más determinante resultó para su formación el conocimiento de los abundantes restos materiales que civilizaciones pasadas habían ido dejando en la zona. En efecto, pese a que se formó académicamente en Madrid, donde cursó desde las primeras letras hasta la universidad, sin embargo, frecuentó su localidad de origen mediante sucesivas estancias veraniegas. Éstas posibilitaron sus primeros pinitos arqueológicos, de la mano, entre otros, de su tío Román García Soria (investigador de antigüedades) y de varios jesuitas (como Edouard Capelle, uno de los introductores de la metodología arqueológica en la provincia), con quienes formó un grupo de trabajo que estudió tanto los vestigios arqueológicos de Uclés como del cerro Cabeza de Griego (en el término municipal de Saelices). Al grupo se unió años después un mecenas inglés, Mr. Thompson, que sufragó las excavaciones en Cabeza de Griego en 18929, claves para demostrar que esas ruinas correspondían con la antigua Segóbriga. Dicho esto, y pese a que nuestro protagonista dedicó sus primeras publicaciones a las excavaciones de Segóbriga o a la riqueza arqueológica y patrimonial de Uclés, se debe recordar que su trayectoria vital transcurrió realmente fuera de la provincia de Cuenca. Primero en Madrid (como se ha dicho) y, desde principios del siglo xx, por motivos profesionales, en Andalucía (fundamentalmente en Cádiz), para vivir sus últimos años en Tetuán. De manera que, aunque siguió excavando en su Uclés 7  Ángel Horcajada Garrido, p. 120. 8  Ángel Horcajada Garrido, pp. 96 y ss. 9  A. M. Gálvez Bermejo, pp. XIII-XIV. Vid. también Enrique Gozalbes, «Pelayo Quintero y la arqueología de Cuenca y Segóbriga (1867-1904). Tras los altos chopos del convento de Uclés», en M. J. Parodi y E. Gozalbes (Coords.), Pelayo Quintero en el primer centenario de 1912, Cádiz, 2011, pp. 21-49. Vid. también la aportación de R. Cebrián Fernández en esta misma monografía.

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natal hasta el verano de 1907, no podemos hacer copartícipe de los cambios producidos en el ámbito provincial o local a Quintero Pelayo, que vivió más de cerca los cambios históricos desde Madrid o Cádiz. Conviene advertirlo porque mi intervención en estas jornadas se referirá —a petición de la organización— a la provincia de Cuenca y a la situación concreta de su villa natal. Por otra parte, no podemos obviar sus antecedentes familiares, en los que centraré la primera parte de la exposición, pues algunos de sus ascendientes tuvieron protagonismo político y una situación socioeconómica desahogada para la época, lo que permitió que tanto él como su padre tuvieran el rarísimo privilegio entonces de cursar estudios universitarios. Así, siguiendo el hilo de la familia Quintero y su admirado convento de Uclés podremos bucear en la historia local y provincial. 1. Uclés y Cuenca durante la revolución liberal Veamos los precedentes. La villa de Uclés ingresó en la época contemporánea protagonizando (7 de enero de 1809, prácticamente siete siglos después de la primera) la segunda de las batallas que llevan su nombre, una de las más sangrientas de cuantas se desarrollaron en tierras manchegas, entre las tropas españolas y las francesas del mariscal Víctor. Sobre ella escribió el propio Pelayo Quintero en la primera parte de su trilogía sobre Uclés y en el Boletín de la Comisión de Monumentos de Cádiz en 1909, coincidiendo con su centenario. Aunque su resultado no fue definitivo para el control francés de la zona —tendría que esperar, para tener el paso franco hacia Andalucía y Portugal, hasta la batalla de Ocaña, en noviembre de 1809—, su balance fue desastroso para las tropas españolas al mando de Venegas. En palabras de Pelayo Quintero, con «esta desastrosa batalla (…) los habitantes de Uclés pagaron bien caro el privilegio de haber sido elegida la villa para cuartel general» 10 y posibilitó el primero de los tres saqueos (junto a los de junio de 1810 y octubre de 1812) que sufrieron el municipio y el convento durante la contienda. Tampoco se libró la ciudad de Cuenca de saqueos similares a manos de los ocupantes franceses en 1808 y 1810. De manera que si ambas localidades habían tenido trayectorias paralelas en el último cuarto del siglo xii (con la concesión de sus respectivos fueros) la repetirán, aunque ahora en términos más negativos, en la primera década del siglo xix. 10  Pelayo Quintero Atauri. Uclés, antigua residencia., pp. 49-51. La cita es de la p. 51.

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Dos décadas después, y tras sendos intentos fallidos, marcados por las Cortes de Cádiz (cuyo centenario se encargó precisamente de organizar Pelayo Quintero en la propia ciudad andaluza) y el Trienio Liberal, pudo culminar su triunfo la revolución liberal. Con ella hay tres grandes transformaciones: en el ámbito político-administrativo, en el de los derechos y libertades y en el económico. La primera es la centralización del país, con la provincia como marco administrativo y, a su frente, un jefe provincial que, con el tiempo, se llamó gobernador civil, al frente de las nacientes diputaciones provinciales. La segunda es el nacimiento del concepto de «ciudadano». La tercera, una reforma agraria liberal que tiene en la desamortización su principal baluarte. En noviembre de 1833, tras la muerte de Fernando VII, Javier de Burgos elaboraba una división provincial que, salvo retoques, ha llegado hasta nuestros días. Y no son «retoques» menores porque si en 1833 nuestra provincia había perdido, respecto a su configuración originaria de 1591, tierras por el norte (el partido de Molina de Aragón, que pasó a Guadalajara) y por el Sureste, (una porción del partido de San Clemente, que pasó a la naciente provincia de Albacete), dos décadas después, en 1851, se desgajará el partido de Requena para engrandecer la provincia de Valencia sin compensación alguna, constituyendo desde entonces la Valencia castellana, con el río Cabriel como frontera. Cada provincia, a su vez, estaba dividida en partidos judiciales (San Clemente, Motilla, Tarancón, Huete, Priego, Cuenca y Cañete, en nuestro caso) que prácticamente coincidían con las nuevas circunscripciones electorales. Más trascendental desde el punto de vista histórico fue el alumbramiento del concepto de ciudadano, opuesto al de súbdito, en cuanto que se reconocía la igualdad ante la ley y el fin de los privilegios estamentales. Entre los ciudadanos había notables diferencias, porque «activos» eran muy pocos, los mayores contribuyentes varones, a los que estaba restringido el voto (concebido como un deber, y no como un derecho), que configurarán la nueva elite dominante. En la formación de esta nueva elite dominante jugó un papel clave la compra de bienes desamortizados (primero durante la minoría de edad de Isabel II y luego ya durante su reinado) así como la inversión (o «especulación», como se prefiera) en sociedades anónimas ferroviarias. Como es sabido, la primera gran operación desamortizadora comenzó en torno a 1836 y fue completada por Espartero durante su Regencia, a principios de los cuarenta. La historiografía reciente ha destacado el excelente negocio que, en lo político y econó37­

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mico, supuso para el liberalismo emergente y, cómo no, para los compradores de estos «bienes nacionales» (tierras, solares y edificios). Dos décadas después, en 1855, el también progresista Madoz vino a completar la anterior con una desamortización de carácter general, que afectó a bienes, rentas y derechos de Órdenes Militares, del Estado y bienes de propios y comunales, y que resultó aún más antisocial que la primera, al terminar de desheredar al campesinado pobre. Las leyes desamortizadoras nacionalizaron el convento de la Orden de Santiago. El decreto de 1 de octubre de 1820, que suprimía los conventos y colegios de las Órdenes Militares, fue revocado en 1823 pero, de nuevo se vio afectado por los decretos de Mendizábal. Cuenta Félix González Marzo que «la desamortización del Trienio afectó bastante a los bienes del monasterio, según se desprende de los expedientes incoados en 1835 por los antiguos compradores o sus sucesores a fin de legitimar la propiedad adquirida entonces. En el período 1836/1845 afectó al monasterio prioral de Uclés, a la Mesa Maestral de Ocaña y a las Encomiendas de Pozo Rubio, Villaescusa de Haro y Villamayor de Santiago»11. No obstante, la interrupción de la vida conventual no supuso la supresión de la Orden de Santiago ni la enajenación del edificio, que fue devuelto a la Iglesia con el Concordato de 1851. 2. Los antecedentes familiares de Pelayo Quintero Como sabemos también a partir de la obra del citado González Marzo, los grandes beneficiados de la desamortización en la provincia de Cuenca no fueron burgueses madrileños, sino básicamente labradores acomodados y comerciantes locales. Entre ellos nos encontramos con el apellido Quintero, tanto en Uclés como, en menor medida, en Rozalén del Monte y Almendros. El abuelo de nuestro protagonista, Manuel Vicente Quintero, labrador acomodado natural de Rozalén, adquirió 250,50 hectáreas de labor y cuatro hectáreas de regadío entre 1841 y 1842, por un valor de 89.119 reales; una década después realizó una inversión más modesta (12.360 reales) para dos heredades y dos huertos con

11  Félix González Marzo: La desamortización eclesiástica de la tierra en la provincia de Cuenca.

Cuenca, Diputación, 1982, pp. 43-44. Dice que al Monasterio prioral de Uclés le fueron expropiadas 118,72 Has. de tierras labrantías compuestas por pequeñas parcelas dispersas en los términos de Saelices y Uclés.

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33,91 hectáreas12. De tal suerte que, en el amillaramiento de 1863, el «ciudadano» Manuel Vicente Quintero aparecía como el vecino de Uclés más importante en cuanto a riqueza pecuaria, el segundo en fincas urbanas y el cuarto en fincas rústicas13. Aunque, a decir verdad, la agricultura no era precisamente boyante por aquellos años en Uclés, un municipio cuyo cultivo se reducía, a juicio del conquense más eminente del momento, Fermín Caballero, «a granos y legumbres, y a unas huertas que hay junto al pueblo, donde tiene fuentes»14. La posición holgada, desde el punto de vista material, se completó en el entorno familiar con el fugaz protagonismo político de Santos González de Salcedo15 —emparentado, con la familia Quintero— en la época de la Regencia. Fue el primer alcalde constitucional de la localidad, en 183616, y, como «liberal avanzado» (en palabras del que será diputado progresista por Cuenca en 1869, José Torres Mena17) representó a la provincia como senador (después de la renuncia del marqués de Miraflores) en la legislatura 1841-184218, rivalizando entre otros con quien sería poco después diputado y ministro progresista, Mateo Miguel Ayllón. Por entonces, estaba a punto de declararse la mayoría de edad de Isabel II, en cuyo reinado se iniciaría la «apertura capitalista» en España, a cambio de tolerar unas estructuras caciquiles que se irán perfeccionando en las décadas siguientes. En este contexto, la provincia de Cuenca quedará en un papel de marginación socioeconómica respecto a los intereses del capitalismo emergente y, por su configuración marcadamente rural, será pieza fácil para la formación de cacicazgos y la práctica —aún vigen12  Respectivamente, Félix González Marzo, La desamortización eclesiástica, p. 147; La desamortización de Madoz en la provincia de Cuenca (1855-1866), Cuenca, Diputación, 1993, p. 325. 13  Archivo Histórico Provincial de Cuenca (AHPCu), H-4237. 14  Fermín Caballero, Manual geográfico-administrativo, p. 34. Cit. por José Torres Mena,

Noticias conquenses; recogidas, ordenadas y publicadas, Madrid, Imprenta de la Revista de Legislación, 1878, p. 50. 15  Así lo asegura A. M. Gálvez Bermejo (p. XII), que conoce su árbol genealógico. Había pasado su juventud en México, de donde tuvo que huir cuando estalló la insurrección independentista, regresando a Uclés como abogado del Tribunal Eclesiástico de la Real Casa de Santiago en 1823. 16  Pelayo Quintero Atauri. Uclés, documentos inéditos… cit., p. 216. 17  José Torres Mena, p. 786. 18  Archivo del Senado, signat HIS-0202-04. Vid http://www.senado.es/historia/senadores/index.html

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te hoy— del «cunerismo»19. Las principales figuras de la política conquense en este período fueron cuneros, compradores de bienes desamortizados o inversores, que establecieron cacicazgos estables en las circunscripciones de Priego y Huete (los condes de San Luis), Tarancón y Belmonte (los hermanos Muñoz, Jesús y José Antonio). Cuando se gestaron estas redes caciquiles aún no había nacido Pelayo Quintero. Pero cuando apenas contaba con un año de vida estalló una revolución que inició un apasionante sexenio (1868-1874), que ha merecido los calificativos de «revolucionario» y «democrático». Fue un período que pretendió extender las conquistas revolucionarias en el ámbito político para pasar de un Estado liberal a otro democrático y que, en alguna de sus fases, en especial durante la Primera República, la Federal, en 1873, atendió algunas demandas sociales como la abolición de impuestos impopulares. Pero nunca llegó a ser una revolución económica, más allá de algunas novedades como la puesta en circulación de la peseta. Es ahora cuando destaca la figura del padre de Pelayo, que se llamaba Agustín Quintero Molina. Recordemos que, fruto de una holgada situación económica familiar, había podido cursar sus estudios de Derecho en la Universidad Central iniciados en 1856, completándolos con los de Filosofía y Letras entre los años 1860 y 186120. En Madrid comenzó su poco conocida y breve aunque intensa vida política, en un período clave de nuestra historia contemporánea21; fue vicepresidente de la junta provincial madrileña del Partido Republicano Federal en 1871, en los momentos más conspirativos de su partido. Pero la continuó en Cuenca, primero como representante provincial en la Junta Federal Manchega, que debía reactivar la fórmula federal en la vorágine de cambios que anunciaba la recién proclamada Primera República. Su trayectoria culminó con su nombramiento (25 de febrero de 1873) como gobernador de Cuenca y su traslado, apenas unos tres meses después, 19  Los diputados cuneros son políticos desvinculados de la circunscripción a la que representan y que han sido traídos por la presión del Gobierno. 20  Archivo Histórico Nacional, Universidades 4628, exp. 16; y 6764, exp. 17 21  Conviene hacer una advertencia: en la documentación oficial y la bibliografía aparece sólo su nombre y primer apellido, aunque no parece que haya duda alguna sobre su identidad. Retazos de su vida política se pueden consultar en sendas tesis doctorales de María del Carmen Pérez Roldán (Bases sociales del republicanismo madrileño, 1868-1874, Tesis Universidad Complutense, 1997-1998, pp. 67, 68 y 121) y Rafael Villena Espinosa (El Sexenio Democrático en la provincia de Ciudad Real. Economía, política y sociedad, 1868-1874, Universidad de Castilla-La Mancha, 1997, p. 410)

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al gobierno civil de la provincia de Álava, bajo la presidencia de Estanislao Figueras, donde ejerció hasta su dimisión (el 7 de octubre del mismo año), que fue aceptada por el tercer Presidente del Poder Ejecutivo, Emilio Castelar.22 Precisamente era gobernador de la provincia de Cuenca Agustín Quintero cuando se produjo un hecho destacadísimo para la historia de Uclés: la supresión de las Órdenes Militares (decreto de 9 de marzo de 1873). Y estaba en Álava cuando Pío IX promulgó la bula Quo gravius, que suprimía en España la jurisdicción eclesiástica especial de las Órdenes Militares, pasando entonces sus pueblos y territorios al obispado de Cuenca. Tras ser restablecidas aquéllas, en enero de 1874, el edificio del monasterio pasó a la diócesis de Cuenca, convirtiéndose su templo en iglesia parroquial e instalándose en el convento un colegio seminario entre 1874 y 1880, dependiente del seminario conciliar de Cuenca.23 En la capital conquense, lo más impactante del Sexenio fue, sin duda, un hecho luctuoso ocurrido el 15 de julio de 1874. Dos años antes, durante el reinado de Amadeo de Saboya, los carlistas habían abandonado la táctica legalista para volver a empuñar las armas, desencadenando un nuevo conflicto bélico. En octubre de 1873, el jefe de su Ejército del Centro, Santés, había hecho una primera y breve incursión en la ciudad de Cuenca que no pasó de la recaudación de un botín de guerra. En los meses siguientes volvieron incursiones esporádicas. Pero será a mediados de julio de 1874 cuando las tropas de Don Alfonso de Borbón (hermano del pretendiente Don Carlos) entraron en la ciudad, provenientes de Cañete, provocando un gran baño de sangre, cuya crueldad conmocionó al país. Benito Pérez Galdós dedicó a este triste suceso uno de sus Episodios Nacionales (De Cartago a Sagunto) y los conquenses levantaron un monolito en su memoria en 1878 que fue derribado tras la guerra civil, porque los requetés que acompañaban a Franco no podían permitir que perdurara un testimonio —el primer monumento que tuvo la ciudad declarado «nacional»— que emborronaba su historia. Y de paso, cambiaron de nombre la calle, que de 15 de julio (en conmemoración de la masacre) pasó a llamarse 18 de julio (a mayor gloria del mal llamado alzamiento nacional). Fue un drama añadido a una ciudad, Cuenca, que, durante el siglo xix, había asistido a una decadencia económica (iniciada tiempo atrás) y a un creciente dete22 Respectivamente, Gaceta de Madrid, 58 de 27 de febrero de 1873, p. 676; 150, de 30 de mayo de 1873, p. 558; y 281, de 8 de octubre de 1873, p. 67. 23  Ángel Horcajada Garrido., pp. 121-127.

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rioro urbanístico. A la ruina de su patrimonio edificado, por los efectos de las guerras (de independencia y carlistas) o la desamortización, se sumaron unas precarias condiciones higiénico-sanitarias, a raíz de varias epidemias de cólera. 3. Pelayo Quintero, Uclés y la Restauración Tras el Sexenio vino la Restauración. Y no sólo se restauró la jefatura del Estado, sino también el antiguo y tradicional marco político, social, económico y religioso. Por aquellos años, José Torres Mena aseguraba en sus Noticias conquenses el «hecho inconcuso de que la provincia de Cuenca es esencial y necesariamente agrícola y de su manifiesto atraso en el conocimiento y empleo de los medios que constituye su propia existencia»24. Pues bien, el marco de la Restauración fue el que resultó hecho a la medida de las convicciones políticas y morales de Don Pelayo. Sorprende que el hijo de un republicano federalista se convirtiera en un firme defensor de la Monarquía; aunque, las escasas referencias que hace sobre su padre, denotan poca sintonía entre ambos. En Cádiz estuvo muy buen relacionado con las autoridades locales y provinciales y sus relaciones con la Casa Real le valieron el nombramiento como Delegado Regio de Turismo y Bellas Artes. Su mentalidad regeneracionista acogió a Primo de Rivera como el «cirujano de hierro» que necesitaba el país y fue durante su Dictadura cuando se le conoce su única militancia política: en 1927 formaba parte del Comité de la Unión Patriótica provincial de Cádiz, cuyo jefe local era José María Pemán25. No obstante, todo parece indicar que antepuso su vida profesional, dedicada al dibujo, la enseñanza, la arqueología y la investigación, a cualquier otra consideración de carácter político. Retomemos nuestro personaje en su pueblo natal. Como hemos comentado, desde joven había quedado marcado por el atractivo artístico del monasterio de Uclés y de los vestigios arqueológicos del cerro de Cabeza del Griego. Atraído desde tiempo atrás por los estudios artísticos e históricos, a los que no renunció, tuvo que acompañarlos, por «presión paterna», según el mismo confesó, de los de Derecho, con el fin de que pudiera labrarse una posición económica más holgada. Por tanto, se matriculó en la misma carrera que había cursado su padre, también en la Univer-

24  José Torres Mena, p. 157. 25  ABC, 12 de septiembre de 1927, p. 17.

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sidad Central26, pero la simultaneó entre 1883 y 1885 con sus estudios de Dibujo en la Escuela de Bellas Artes y en la de Artes y Oficios. Una vez terminada, en 1886, «cursó la carrera de archivero, anticuario bibliotecario (hoy de historia), teniendo por maestros a Rada y Delgado, Catalina y García y Muñoz Romero», frase ésta que, desde su autobiografía del Espasa ha pasado a engrosar todas las referencias biográficas de D. Pelayo hasta el presente. A su profesor Juan de Dios de la Rada y Delgado ya lo conocía desde su visita en 1883 a las ruinas de Cabeza de Griego. Allí volverá de la Rada en 1888, junto a otro miembro de la Academia de la Historia, el padre Fidel Fita y Colomer —que ejercieron una fuerte influencia en el joven Quintero-, invitados por el grupo de trabajo arqueológico dirigido por su tío, García Soria (lo que le valdrá para ser reconocido como Académico en Uclés)27. Y también de la mano de la Real Academia de la Historia (a iniciativa de Menéndez Pelayo del propio Rada, entre otros) le llegó a Don Pelayo su primera oportunidad para entrar en contacto con los estudios americanistas, cuando aún era estudiante, para colaborar en una bibliografía colombina con ocasión de la preparación del Centenario del descubrimiento de América. Precisamente, su estreno en las labores arqueológicas, como ayudante de Rada, fue el mismo año que llegó el tren a la capital conquense, 1883 (inaugurado oficialmente en 1885). Los ucleseños podían bajarse en la estación de Huelves, a cinco kilómetros28. Pero la llegada del ferrocarril era demasiado tardía29 (con dos o tres décadas de retraso respecto a sus vecinas provincias de Toledo, Ciudad Real o Albacete) para una provincia con un retraso acumulado que compartía, también en este terreno, con las de Teruel y Soria. Además llegaba en condiciones desventajosas, pues el tramo Aranjuez-Cuenca era un ramal secundario que no logró redimir a esta ciudad de su aislamiento, al no ampliarse hacia Aragón o Valencia, pues la compañía MZA se oponía a la conexión Cuenca-Valencia. Ésta no llegó a culmi-

26  AHN, Universidades 4628, exp. 10. En la descripción de su expediente académico en la ficha de PARES (antes de julio de 2010) figuraba por error que era natural de Nohales, pero en la partida de bautismo que contiene el expediente consta como natural de Uclés. 27  A. M. Gálvez Bermejo, p. XIII 28  Pelayo Quintero Atauri. Uclés, antigua residencia…, p. 20. 29  José Torres Mena (pp. 466-478. Cita de la p. 474) le dedica una prolija información a los numerosos «tanteos y proyectos, la mayoría de los cuales no llegaron a salir de las carteras de los concesionarios» que le habían precedido.

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narse hasta 1947. De esa manera se completó el aislamiento de la una provincia que había sufrido una regresión económica en la primera mitad del siglo xix. Porque tampoco era halagüeño el panorama de las carreteras entonces. Cuando nació Pelayo Quintero, se habían completado los 83 kilómetros de la carretera de primer orden que unía Tarancón a Cuenca, pero Torres Mena se quejaba de que las carreteras conquenses eran, por lo general, defectuosas porque, a su juicio, la provincia contaba con unas cartas geográficas que se encontraban entre las peor delineadas de España30. Al aislamiento de la provincia se sumaba la decadencia de Uclés, que Pelayo Quintero podía ir comprobando año tras año y que le sirvió para conformar un discurso pesimista muy noventayochista. Valga el siguiente pasaje con el que cierra su trilogía sobre Uclés: «Al comenzar la guerra de la independencia, las autoridades de la guerra de la Independencia, las autoridades del Partido, creyéndose en Uclés más seguras por su situación geográfica, se refugiaron en su convento, ocasionando esto la desgraciada batalla, perdida por torpezas y rencillas entre los generales Venegas y Duque del Infantado, y que fue el último golpe sufrido por la histórica y noble villa de Uclés, cabeza de la poderosa Orden de Caballería de Santiago; llave, en su tiempo, con Toledo y Cuenca, de las fronteras de Castilla, y queda desde entonces convertida en modesto pueblo de labradores, y como testimonio de pasadas glorias, un castillo y el vetusto edificio, albergue que fue de grandes hombres, y hoy establecimiento de enseñanza, dirigido por PP. Agustinos. Ayer los canónigos reglares laboraban por la propaganda de la fe; hoy sacerdotes que se rigen por la misma regla, trabajan para educar a la juventud. ¡Mudanzas de los tiempos! ¡Designios de la Providencia»31. Gracias a su formación interdisciplinar, nuestro protagonista pudo ejercer de profesor de Dibujo en las escuelas de artes y oficios de Granada, Sevilla, Málaga y Cádiz. En la capital gaditana se estableció de forma definitiva en 1904, como profesor de Dibujo geométrico y de Historia y concepto de Arte, hasta su jubilación. 30  José Torres Mena, p. 439. 31  Pelayo Quintero Atauri. Uclés, documentos inéditos…, p. 217

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En Cádiz estuvo al frente del Museo Provincial de Bellas Artes (1918-1939) y fue el primer presidente de la Real Academia Hispano-Americana de Ciencias y Artes (1915-1939)32. Y su labor docente fue completada con la investigadora, de la que se han documentado más de una sesentena de publicaciones.33 En torno a 1908, Pelayo Quintero deja de visitar anualmente su pueblo. Sus campañas arqueológicas en la zona han terminado y su familia había vendido la mayoría de sus posesiones en Uclés. Ese mismo año, salió a la luz el primer periódico ucleseño, Las delicias de Uclés, a iniciativa de unos veraneantes34 y dedicado, entre otros, «al distinguido profesor de la Escuela de Bellas Artes, D. Pelayo Quintero, ilustrado narrador y cronista»; fue tan fugaz su tirada que, pese a nacer con vocación mensual (y con carácter, como añadía su subtítulo, «instructivo, literario y de información»), sólo se tiene constancia de un solo número, al precio de 10 céntimos, impreso en los talleres de la viuda e hijos de Vera y dirigido por Eusebio Núñez. Cuatro años después (septiembre de 1912), a modo de continuación, nació (y murió pues sólo hay constancia de un número) El Eco de Uclés, «revista mensual literaria» dirigida y escrita en todas sus secciones por Leonardo Torres e impresa en los talleres de La Conquense, que costaba 5 céntimos.35 En la Espasa, Pelayo Quintero destaca su admiración por la obra de los jesuitas en Uclés, que se establecieron en el convento de los Caballeros de Santiago en torno a 188036. Para entonces ya se había creado, a iniciativa de Alfonso XII, el nuevo obispado-priorato de las Órdenes Militares, con sede en Ciudad Real. Pues bien, en menos de dos décadas (hasta su regreso a Francia en 1897) los jesuitas dejaron su huella en Uclés, tanto por su celo arqueológico y restaurador del convento como por el traslado de su Colegio Máximo, donde se daba formación teológica, filosófica y científica. 32  Su actual directora, Carmen Cózar, ha declarado recientemente en Diario de Cádiz (26-1-2010) que, de los directores de la Academia, «fue Pelayo Quintero Atauri el que tenía más aspiraciones internacionales», pues consiguió que se publicaran notas de la Academia en diarios nacionales y también en la prensa hispanoamericana, «y se preocupó por nombrar académicos en distintas ciudades españolas y por crear secciones de la Hispanoamericana en Guatemala, México, Argentina y Filipinas. 33  A. M Gálvez, pp. XXI-XXVII 34  El único número conservado está en la Hemeroteca Municipal de Madrid, signatura

M-HM P.V.P. t.5 (14) 2079300 y M-HM P.V.P. t.5 (14) 2101826. 35 http://www.uclm.es/Ceclm/b_virtual/prensa/Cuenca/Eco_Ucles/index.htm 36  Aunque un error tipográfico en su texto de la Espasa cambia la fecha por 1890.

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Estos fueron sustituidos por los agustinos, que, tras la marcha de los jesuitas, vinieron a hacerse cargo del convento (1902-1936) y a los que Don Pelayo no parecía profesar tanta admiración, pues en la Espasa los ignora y, en su obra sobre los documentos de Uclés, se refiere a ellos en tono poco elogioso, pese a que había explorado con agustinos, en 1904, la cueva prehistórica de Segóbriga que él mismo había descubierto. 4. Cambios demográficos, sociales y políticos en tiempos de Pelayo Quintero En el tránsito de los siglos xix a xx, la demografía provincial había ido experimentando un crecimiento moderado pero sostenido, con crisis coyunturales (en 1918, con la gripe aviaria española, y luego en la posguerra). Las cifras de los censos de población son elocuentes: se superaron por primera vez los 250 mil habitantes en la provincia en 1901 y los 300 mil en 1927 (alcanzando así las mismas cifras que había perdido un siglo antes). A principios del siglo xx, estaban censados en Uclés, según Pelayo Quintero, 315 vecinos37 (entendidos, por supuesto, como unidades familiares, no como habitantes). En 1920, había en torno a los mil trescientos ucleseños (cinco veces más que en la actualidad) mientras los habitantes de la capital superaban ligeramente los doce mil (casi cinco veces menos que en 2010). El moderado crecimiento demográfico conquense no fue uniforme. Según las investigaciones de Reher38, hubo un importante trasvase de población de La Alcarria y La Sierra a Cuenca. No obstante, el incremento demográfico capitalino fue modesto en términos relativos, participando de manera tímida en el proceso de urbanización de la población española en esos años, pues su economía no estaba preparada para asimilarlo: ni el ferrocarril, ni la industria maderera, ni las labores administrativas relacionadas con la consolidación de su capitalidad permitieron que llegara a ser algo más que una pequeña ciudad de servicios. Paralelamente, se iba produciendo una reorganización socioprofesional del espacio urbano de la capital administrativa, como bien ha documentado Miguel Ángel Troitiño39. Mientras decaía la «ciudad alta», la vida urbana se iba desplazando hacia la «ciudad baja», que iba transformando su fisonomía conforme la población se iba tras37  Pelayo Quintero Atauri. Uclés, antigua residencia…, p. 19. 38  David-Sven Reher. Familia, población y sociedad en la provincia de Cuenca. Madrid, CIS, Siglo xxi, 1988 39  Miguel Angel Troitiño Vinuesa. Cuenca: evolución y crisis de una vieja ciudad castellana, Madrid, MOPU/ Universidad Complutense, 1984

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ladando y las autoridades conquenses iban organizando su trazado con arreglo a las nuevas necesidades. En esta última se situaron las principales dependencias administrativas, entre ellas el edificio que hoy nos acoge, el de la Diputación Provincial. Carretería pasó a ser el nuevo centro urbano y se construyeron edificios públicos en torno al parque de Canalejas (hoy San Julián, nacido a raíz del Plan de urbanización de las huertas del Júcar). Mientras, los nuevos aportes demográficos eran asumidos con la expansión de los barrios populares de San Antón, los Tiradores. Como me acompaña en la mesa un especialista en la materia, como José Luis Muñoz, la prudencia aconseja que continúe mi relato volviendo al contexto político. Pues bien, en ese contexto, los trabajadores de pequeñas fábricas, dependientes y jornaleros iniciaban un incipiente y débil asociacionismo obrero, merced a la fundación de una sociedad de socorros mutuos (La Fraternal, en 1903), como preámbulo para uno más reivindicativo que culminó en 1914 con la creación de la Sociedad Obrera La Aurora o Casa del Pueblo, germen del sindicalismo obrero y asociacionismo conquenses. Entre los impulsores de la misma encontramos a Juan Giménez de Aguilar, profesor, escritor y, como Pelayo Quintero, adelantado del turismo cultural a quien se refirió en alguno de sus artículos en la prensa conquense como «admirado cronista de Cádiz y Uclés».40 De la mano del obrerismo haremos un salto hacia los años treinta. Lo más novedoso en esta década fue la dicotomía entre continuismo y ruptura respecto a la situación política precedente, más visible ésta última en la capital o en los municipios más poblados (especialmente manchegos), merced al republicanismo y, sobre todo, del socialismo, que experimentó un crecimiento sin precedentes. En la capital conquense, las elecciones municipales de 12 de abril y las constituyentes de junio de 1931, respectivamente, habían supuesto un vuelco respecto al pasado, con el triunfo de la conjunción republicano-socialista, aunque el voto estaba 40  Aunque habla de pasada sobre Pelayo Quintero en un artículo (titulado «Otro aspecto de la Ciudad Encantada») publicado en El Día de Cuenca (24-1-1920), aludiendo a sus descubrimientos acerca de los colonizadores fenicios de Cádiz y la conquista romana de España, estos calificativos los hace, a propósito de la colegiata de Belmonte (porque no citaba la sillería de la colegiata de Belmonte en su libro sobre las Sillas de coro españolas), en un artículo («La Colegiata de Belmonte») publicado en La Voz de Cuenca (17-8-1931). Entre los artículos de Giménez de Aguilar cabe destacar uno sobre «Uclés y la casa prioral de Santiago», en La Esfera: ilustración mundial, Año XI, (2 de febrero de 1924), 526. Una biografía sobre él, Ángel Luis López Villaverde, Juan Giménez de Aguilar (1876-1947): conciencia crítica de la sociedad conquense, Ciudad Real, Almud/Centro de Estudios de Castilla-La Mancha, 2005.

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muy polarizado y dividido según los diferentes barrios, constituyendo la «ciudad alta» (conocida como «la Sión o la caverna», por el influjo eclesiástico) la mayor cantera de votos a las derechas, mientras los populares barrios de San Antón y los Tiradores votaban masivamente a la izquierda, quedando la parte más burguesa de la «ciudad baja» encargada decantar las mayorías a un lado y otro del espectro político y, con ello, facilitar los cambios políticos. Con su voto escorado a la derecha en las elecciones municipales parciales de 1932 lograron que se hablara en la prensa derechista de entonces de Cuenca como «la Covadonga del resurgimiento derechista español». El voto derechista de la provincia garantizó la presencia de cuneros en las Cortes en representación de una provincia que consideraban como una finca particular (caso del general Fanjul) o que apenas visitaban (como el líder monárquico Antonio Goicoechea) en 1933 y 1936. Incluso pudo haber sentado en las Cortes por Cuenca nada menos que a Franco y a José Antonio en mayo de 1936. El comportamiento electoral de Uclés fue muy conservador durante toda la II República. En las elecciones de junio de 1931 la mayoría de sus votantes apoyaron al agrario Fanjul y a los candidatos de la derechista Acción Nacional. En las elecciones de noviembre de 1933, la candidatura derechista (UDA) obtuvo de nuevo el respaldo mayoritario. Y en las de 1936 vencieron los candidatos contrarrevolucionarios. Ese carácter conservador de la villa y la imponente hechura de su monasterio fueron claros atractivos para organizar el 26 de mayo de 1935 una concentración de las Juventudes de Acción Popular de Castilla-La Nueva y La Mancha para demandar «todo el poder para el Jefe (José María Gil Robles)». En vísperas de la guerra, la situación en el pueblo estaba bastante conflictiva. El 9 de junio de 1936, el alcalde de Uclés, Pío Iniesta García41, fue agredido por «elementos fascistas» en una emboscada, cuando regresaba al pueblo en su carro desde Tarancón. La prensa izquierdista culpó a los agustinos de la localidad de ser los instigadores y se hizo un llamamiento al gobernador civil para que tomara medidas y acabara con la reacción42. Como consecuencia, los agustinos sufrieron un «verdadero acoso», según Dimas Pérez, y las fuerzas de la guardia civil concentraron efectivos en el pueblo.43 41  Así lo relata su hijo, Andrés Iniesta López, El niño de la prisión. Madrid, Siddharth Mehta ediciones, 2006, p. 20. 42  Heraldo de Cuenca, 79 (29-6-36) p. 43  Dimas Pérez Ramírez, Centuria de páginas desiguales: La Iglesia de Cuenca en el siglo xx. Cuenca, Diputación Provincial, 2002, p. 41.

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5. Guerra y posguerra La Guerra Civil, según Rodríguez Patiño, dotó a la provincia de Cuenca de un evidente interés estratégico, tanto desde el punto de vista de las comunicaciones (entre las dos provincias más importantes de la retaguardia republicana, Madrid y Valencia) como de las provisiones y las tropas44. La doble revolución, social y política, que sucedió al fracaso del levantamiento en Cuenca, extendió el control de la CNT desde la capital al resto de la provincia. Esta se convirtió en un enclave cenetista durante un año, bajo el control de la columna del Rosal, que se recuperaba y reestructuraba entre combates en la serranía, desde donde hizo incursiones hacia la capital, Tarancón, Uclés y otros municipios, provocando frecuentes conflictos con la población. En respuesta, el PCE fomentó la organización de «radios comunistas»45 para decantar a su favor el control político de la provincia y frenar la revolución. Los más perjudicados por unos y otros fueron las fuerzas mayoritarias en el Frente Popular antes de 1936, republicanos y socialistas. Con la revolución vino, por emulación, una feroz violencia clerófoba e iconoclasta en la, hasta entonces, pacífica provincia de Cuenca, que no había vivido más conflicto religioso relevante hasta entonces que los sucesos de mayo de 1936, con la expulsión de los paúles de la capital, y los relatados sobre los agustinos de Uclés. El verano de 1936 dejó un trágico saldo de más de cien eclesiásticos asesinados, la mayor parte de ellos sacerdotes46, entre ellos su obispo, Cruz Laplana. También se vio salpicada trágicamente Uclés. Como había ocurrido durante la guerra de independencia, de nuevo fue asaltada y destrozada la iglesia del monasterio, además de la parroquial. Y, tras la capital conquense, resultó el municipio de la provincia más 44  Ana Belén Rodríguez Patiño. La guerra civil en Cuenca (1936-1939): del 18 de Julio a la Columna del Rosal. Madrid, 2003. Á. L. López Villaverde e I. Sánchez Sánchez, Honra, agua y pan. Un sueño comunista de Cipriano López Crespo (1934-1938), Cuenca, CLM, 2004. 45  Sobre los radios comunistas, vid. Ángel Luis López Villaverde e I. Sánchez Sánchez, Honra, agua y pan. Un sueño comunista de Cipriano López Crespo (1934-1938), Cuenca, CLM, 2004 46  Según mis propios cálculos, 77 de las víctimas eran del clero secular (de los cuales 22 eran

de la ciudad de Cuenca) y 24 frailes (seis de los cuales de la capital y once agustinos de Uclés). Vid. Ángel Luis López Villaverde, «El conflicto político-religioso en Castilla-La Mancha. De la República a la Guerra Civil», en F. Alía Miranda y Á. R. del Valle Calzado (coords.) La Guerra Civil en Castilla-La Mancha, 70 años después, Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, 2008, pp. 1403-1493.

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castigado por la violencia clerófoba, si bien, ninguno se produjo en su término municipal. Su presbítero (Vicente Toledano Valenciano) y varios agustinos aquí incardinados fueron las primeras víctimas del clero en la provincia (el 28 de julio). Según relata Cirac Estopañán47, se habían diseminado por casas particulares tras ser expulsados del monasterio el día 24 de julio y unos días después fueron detenidos varios de ellos por milicianos de la columna del Rosal para llevárselos a Tarancón, siendo asesinados cinco de ellos en la madrugada del 27 al 28 de julio a la altura de Belinchón, y otros tres, que habían huido a Madrid, en el kilómetro 10 de la carretera de Valencia ese mismo día 28; tres más fueron asesinados el 21 de septiembre en Cuenca. Las dependencias del convento se utilizaron a continuación como hospital provisional militar o de sangre para atender a los heridos de guerra y a los enfermos de la comarca. Las consecuencias de la violencia revolucionaria fueron convenientemente divulgadas por la pluma del canónigo Cirac Estopañán en 1947. Lo que permanecía casi en el olvido era la otra parte de la historia, la conversión de Uclés, y en concreto su convento, en lugar de represión y muerte para los presos republicanos. En su monografía, Ángel Horcajada48 despacha escuetamente que el edificio pasó a estar «ocupado por organismos del Estado: hospital militar, cárcel…» y que, tras la guerra la diócesis tomó «posesión pacíficamente del edificio», colaborando el Gobierno (de Franco) en las obras de recuperación mediante el servicio de Regiones Devastadas. Y como epílogo dedica un capítulo a Quevedo, que estuvo encarcelado en sus muros, algo que Pelayo Quintero consideraba pura leyenda. Nada habla el citado clérigo de la Prisión Central del monasterio. Y se desconoce que fue durante su conversión en cárcel franquista, hasta 1943, cuando se destrozaron verdaderamente sus dependencias. Sin embargo, según las investigaciones de la ARMH 49 de Cuenca, alrededor de tres centenares de presos perdieron la vida (asesinados o víctimas del hambre, 47  Sebastián Cirac Estopañán Martirologio de Cuenca, Barcelona, 1947, pp. 835-858. 48  Ángel Horcajada Garrido, p. 127. Sobre Quevedo, pp. 187-193. 49  Según datos aún provisionales que maneja la ARMH de Cuenca, hubo que lamentar en la provincia, fruto de la represión franquista, al menos 890 víctimas republicanas, procedentes de casi dos terceras partes de los municipios conquenses (el 64,5%), doblando en este aspecto el número de municipios afectados por la represión revolucionaria (30,5% de los municipios) y superando en cerca

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del frío, de la falta de asistencia médica o de palizas) en lo que constituyó el segundo centro de detención más importante de la provincia. Entre las víctimas mortales había también seis ucleseños; uno de ellos era el ex alcalde Pío Iniesta. Su hijo, Andrés Iniesta, que logró sobrevivir, nos ha dejado un libro de memorias sobre aquellos años de represión, El niño de la prisión. Los cuerpos de las víctimas, junto a los de casi un centenar y medio de civiles y militares muertos en el hospital militar, han sido exhumados recientemente del «cementerio» de La Tahona, al lado del convento. Hubo otro ucleseño republicano ejecutado en la ciudad de Cuenca. Un testimonio en primera persona de la vida en sus cárceles —las mismas que sirvieron para la represión en la retaguardia republicana se utilizaron en la posguerra contra los vencidos—, la prisión provincial (actual Archivo Histórico Provincial, donde estaban los condenados a muerte) y el Seminario (utilizado como prisión para los demás reos políticos) lo describió Meliano Peraile en sus memorias50. Eran malos tiempos para todos los españoles. También para Pelayo Quintero que, ajeno a estas transformaciones del uso del monasterio que tanto había admirado, había sorteado desde la distancia los profundos cambios políticos sin más problemas, castigos o purgas: se había mantenido sorprendentemente como director del museo provincial de Bellas Artes de Cádiz o de la Academia Hispanoamericana de Ciencias y Artes ininterrumpidamente durante la crisis de la Restauración, la Dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República y la Guerra Civil. De talante conservador, católico y amante del orden podían, se le podía suponer adicto al Nuevo Estado. Pero la «victoria» requería adhesiones inquebrantables y éste no era su estilo. Su fuerte personalidad, su moral decimonónica y la pérdida de alguno de sus colaboradores bajo las balas franquistas en Cádiz le habían escandalizado —según se desprende de testimonios orales— y alejados del ideario de los vencedores. Incluso tuvo que soportar alguna acusación infundada, por parte de algún colega rival suyo, de ser un «masonazo», aunque no se han encontrado pruebas de su posible del 30% el total de sus represaliados, que Ana Belén Rodríguez Patiño (La guerra civil en Cuenca, 1936-1939: la pugna ideológica y la revolución, Madrid, 2004, p. 129) ha establecido en 516.. Rebaja notablemente los 1.312 que ofreció el Martirologio de Cuenca de Cirac Estopañán para toda la diócesis conquense, que incluía municipios de otras provincias (p. 676). 50  Meliano Peraile, Lo que fuera mejor nunca haber visto: memorias, 1939-1955, Madrid, ediciones Libertarias, 1991.

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militancia masónica51. Sus fuertes convicciones monárquicas y disputas con emergentes colegas falangistas como Julio Martínez Santa-Olalla o el hermano de José María Pemán, César, le aconsejaban salir de Cádiz para aceptar, ya jubilado, una oferta tentadora —desde el punto de vista profesional— de las autoridades militares del Protectorado: dirigir el Museo Arqueológico de Tetuán y encargarse del servicio de antigüedades. Como ha demostrado Enrique Gozalbes52, son un claro exponente de las tensiones político-científicas de la arqueología española en aquella época. En las sucesivas campañas arqueológicas plasmadas en las memorias de excavaciones de Tamuda, Pelayo Quintero fue mostrando su creciente decepción ante el escaso interés de las autoridades por la investigación arqueológica. Aunque no estaban bien vistas entonces las posturas «derrotistas», se encontraba envejecido y enfermo y, en esa especie de «exilio intencionado»53, el hidalgo castellano que albergaba en su interior podía sincerarse mejor. Encontró la muerte en Tetuán en 1946. La dictadura franquista estaba aislada en ese momento, a iniciativa de la ONU. Don Pelayo no llegó a ver el regreso de los embajadores cuando la Guerra Fría transformó la percepción exterior del Régimen de filofascista a anticomunista. Aquella dictadura, larga y represiva ya terminó, felizmente, hace varias décadas, mientras hoy nos permitimos reivindicar el legado intelectual del que, a su manera, se convirtió en otra de las víctimas de la intolerancia, Pelayo Quintero Atauri, y cuya figura ha podido ser recuperada para sus paisanos. Podemos concluir así, recurriendo al final de las mencionadas Coplas de Jorge Manrique, que también Pelayo Quintero: «dio el alma a quien se la dio / (el cual la dio en el cielo / en su gloria), / que aunque la vida perdió / dejónos harto consuelo / su memoria». 51  Confusión quizás debida al hecho de que era rotario, una sociedad filantrópica cuyos fines pueden ser complementarios —y, de hecho, se han dado numerosos casos de pertenencia al Rotary Club y a la Masonería— pero muy diferente en cuanto a la extracción de sus miembros y ritos. Vid. el artículo de Rafael García Meseguer, «Rotarios y masones», en http://www.logiaconstantealona.org/recortes/_Rotarios%20y%20masones.pdf 52  Enrique Gozalbes Cravioto, «Algunos avatares de la arqueología colonial en el Norte de Marruecos (1939-1942)», en Boletín de la Asociación Española de Orientalistas (2007), pp. 77-96. 53  Vid. A. M. Gálvez Bermejo, p. XVII.

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Pelayo Quintero Atauri, el arqueólogo ucleseño Ana Mª Gálvez Bermejo Alcaldesa del Excmo. Ayuntamiento de Uclés (En la fecha de realización de las jornadas) Me han encargado que aporte un granito de arena, en una publicación de varios autores, sobre la vida y la obra del arqueólogo ucleseño D. Pelayo Quintero Atauri. Esta colaboración es para mí todo un reto; no soy profesional en estos temas, y además el resto de colaboradores son historiadores y arqueólogos del más alto nivel. Espero no defraudar a Enrique Gozalbes Cravioto y Manuel J. Parodi Álvarez, coordinadores de la publicación y quienes han confiado en mí. Pelayo Quintero Atauri nace en Uclés, a las cuatro menos cuarto de la tarde, el día 26 de junio del año 1867. Tal y como confirma su partida de bautismo, fue bautizado a los dos días de nacer, en la Iglesia de Santa María y San Andrés, y le pusieron por nombre: Pelayo, Silvestre, Agustín, Policarpo y Gregorio. Sus padres fueron: Agustín Quintero Molina y Joaquina de Atauri Cabezón. Agustín Quintero Molina su padre, era natural de Uclés, estudió Derecho y Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid1. Fue Gobernador de la provincia de Cuenca durante la Primera República. Su madre Joaquina Atauri era natural de Logroño, y la partida de bautismo de Pelayo, dice que su abuelo era D. 1  Publicó el libro Ley X de Toro: parte de los bienes que pueden mandar los padres á sus hijos ilegítimos y naturales, Imprenta de José M. Ducazcal, 1864, Madrid; correspondiente a su tesis, que fue leída el 4 de abril de 1864 en la Facultad de Derecho de la Universidad Central.

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Policarpo Atauri, natural de Vitoria, el cual ostentó el cargo de Presidente de Sala de la Audiencia de Zaragoza. Agustín y Joaquina tuvieron seis hijos: Manuel, Pelayo, Carmen, Ascensión, María y Antonio; sólo Pelayo nació en Uclés.

Fig. 1. Partida de bautismo de Pelayo Quintero en Uclés.

Su abuelo Manuel Vicente Quintero González de Salcedo fue alcalde de Uclés en 18612. Su bisabuelo Manuel Quintero Ximero, era natural de Rozalén del Monte, y en uno de sus libros Pelayo Quintero decía lo siguiente: en Rozalén del Monte hirieron y dejaron tendido en el suelo, por creerlo muerto, al que fue alcalde de la villa, 2  Sobre la evolución política de este personaje puede verse la aportación de A. L. López Villaverde en este mismo volumen

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D. Manuel Quintero3. D. Manuel Quintero Ximero se casa con la ucleseña Gabriela Tomasa González de Salcedo Fernández, que a su vez era tía de D. Santos González de Salcedo Ressa4, razón por la cual se cita en algún documento, una relación de parentesco entre Pelayo y este insigne ucleseño. Manuel, su hermano mayor, realizó la carrera militar, en 1908 era Comandante del Estado Mayor y profesor de la Escuela Superior de Guerra, según se dice en el periódico mensual Las delicias de Uclés, del cual se publicó un solo número, en Uclés (17 septiembre de 1908). Falleció en Guadarrama, el día 13 agosto de 1913, ostentando el cargo de Teniente Coronel de Estado Mayor. Con motivo del Centenario de la Constitución de Cádiz, Manuel publicó El sitio de Cádiz por las tropas de Napoleón5. Este trabajo fue premiado en el Certamen de la Real Academia Hispano Americana de Ciencias y Artes de Cádiz, el 7 de junio del año 1912. Pero renunció al premio en metálico, concedido por la Excma. Diputación de Cádiz, a favor de la Academia, y ésta en justa correspondencia y para que el público pueda juzgar el mérito del trabajo, acordó la impresión de tan interesante obra. Su hermano Antonio, fue secretario en la embajada de España en París, además de Presidente del Colegio de Agentes de Cambio y Bolsa. Murió con apenas 40 años, de una enfermedad renal, pocos meses después que su hermano Manuel, concretamente el 15 de octubre de 1913 y tuvo una sola hija, Dorotea Quintero Calzado6. En los documentos de la liquidación de venta de las propiedades de la familia Quintero Atauri, en 1922, Pelayo Quintero actúa como tutor de su sobrina Dorotea y años más tarde, fue testigo de su boda. Pelayo estudia las primeras letras y el bachillerato en Madrid, así aparece en su biografía en el Diccionario Espasa-Calpe7. Además cursó la carrera de Derecho en 3  Quintero Atauri P., Uclés, documentos inéditos y algunas noticias tomadas de sus archivos, Uclés, 2007, pág 169. 4  Nacido en Uclés en 1781, Licenciado en Derecho en la Universidad de Granada; ejerció la abogacía en Jalapa y Veracruz (México), fue alcalde de Uclés en 1836 y Senador por la provincia de Cuenca en 1841. 5  Imprenta de M. Álvarez Rodríguez, 1912, Cádiz. 6  Los descendientes de Dorotea son los únicos que he llegado a conocer. 7  Pelayo aparece en la lista de redactores y colaboradores de la Enciclopedia Espasa, publicada en 1923.

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Madrid, cediendo a la presión paternal, porque según dice: sus aficiones le llamaban por el camino de la artes y pretendió seguir la carrera de arquitectura. Cuando nace Pelayo, Uclés era un pueblo donde vivían unos 320 vecinos, poco más de un millar de habitantes. De ellos sesenta eran pobres (casi todos viudos y viudas sin familia), según datos procedentes de un anuncio en el Boletín Oficial y la Gaceta de Madrid, con el fin de cubrir la plaza de médico titular de la villa, 23 de diciembre de 1863. Dos documentos dan cuenta de la situación del Convento de Uclés en esas fechas, por un lado, el publicado por José María Escudero de la Peña, sobre el archivo de Uclés donde dice lo siguiente: Rotas y maltrechas sus techumbres, puertas y estanterías, anidando libremente las garduñas y otras alimañas entre los libros y documentos, sepultados además en el salitre que en gran cantidad se desprendía de los muros; caminaban rápidamente á su completa destrucción y perdida, á la cual, por otra parte, contribuían de vez en cuando la avaricia y la rapiña, fomentadas á la sombra del abandono y falta de responsabilidad, pues durante largas temporadas no residía en el Convento ni aun el Gobernador eclesiástico, que interinamente desempeñaba las funciones de prelado en aquel territorio, destinado según un concordato, á ser cabeza de coto redondo de jurisdicción episcopal de las Órdenes8. Y unos años antes, el informe de Isidoro Bernardo Palomino (Gobernador eclesiástico de Uclés), que remite al Director de la Academia de la Historia de fecha 21 de Diciembre de 1872, con relación al estado del edificio dice así: Fué extinguida la corporación canonical de Santiago de Uclés en el año 1821 y agregado dicho edificio al crédito público, por las oficinas de este ramo se mandó justipreciar para sacarlo á subasta; vinieron arquitectos á la práctica de dicha operación y nada verificaron por manifestar que para realizarla con exactitud y precisión necesitaban invertir muchos meses; por lo que y que su encargo era 8  Escudero de la Peña, José María, BRAH, tomo 15, 1889, pp. 299-312.

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puramente de oficio, se retiraron sin ejecutarlo; más sí expresaron que el valor de dicho palacio con las obras que le son adyacentes, como caballerizas, cocheras, talleres y tahona, que aunque separados existen dentro de murallas, no bajaría de 80 á 90 millones de reales, atendida la solidez de la obra y en consideración á su magnitud y elevación de fábricas y capiteles empizarrados y maderas de colosal marca y fuerza. Y en otro punto se lamenta: muy pronto se verá aquel magnífico edificio abandonado, presa de la rapacidad y el vandalismo y próximo por consiguiente á su total ruina9.

Fig. 2. Tarjeta Postal, Biblioteca del Monasterio de Uclés a comienzos del siglo xx (propiedad de Ana M. Gálvez). 9  Palomino, Isidro, Descripción de la Real Casa-Palacio episcopal de Uclés, BRAH, tomo 15, 1889, pp. 284-298.

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El 25 de enero de 1872, se publica la orden de traslado del archivo de la Orden de Santiago de Uclés al Archivo Histórico Nacional. El gobierno de la república disuelve las órdenes militares el 9 de marzo de 1873, con el advenimiento de Alfonso XII se vuelven a reestablecer en 1875. Un año antes se había establecido en el convento de Uclés, el Colegio Seminario de Santiago de la Diócesis de Cuenca. No es de extrañar por tanto, el desánimo de Pelayo Quintero cuando en ocasiones cita a su pueblo, y siente como Uclés entra en un progresivo retroceso, y como se deteriora su patrimonio a ojos vista. D. Román García Soria investigador de antigüedades, como lo define el Padre Fita, es la persona que aficiona a Pelayo a la arqueología, y cito sus palabras cuando es nombrado correspondiente de la Real Academia en Uclés, preocupado por el deterioro y abandono del patrimonio, refiriéndose a las excavaciones arqueológicas dice: dan pan é instrucción al pobre jornalero, ha demostrado una vez más el medio práctico de lograr que el pueblo se asocie á los adelantos de la ciencia, y desprecie ó mire con aversión á los que le empujan á la destrucción de los monumentos10. Pelayo Quintero en su infancia se aficiona a la arqueología, viendo como su tío Román García Soria11, acumulaba objetos en el jardín de su casa de la calle de Baldosería (hoy Isabel I de Castilla), con el fin de crear un museo en el Convento de los Caballeros de Santiago. Una de las piezas que componían el museo, era el ara dedicada al dios Airón, que alguien encontró en Fuente Redonda, y posteriormente empotró en la tapia exterior de la huerta del convento de las monjas dominicas, que daba a la calle de Trinidad, lugar que posteriormente pasaría a ser propiedad de familia Quintero Atauri. Este ara se trasladó al Museo Arqueológico Nacional, hoy se encuentra expuesta en el Museo del Parque Arqueológico de Segóbriga, y desde el año 2010 hay una copia de la misma en el manantial de Fuente Redonda12.

10  BRAH XIII, 1888, 347-349. 11  D. Román es citado en varios documentos como tío de Pelayo, aunque en realidad era tíoabuelo. La abuela de Pelayo, Dª Juliana Molina Díaz de Romeral, era hermana de la esposa de D. Román, Dª Rosalía Molina Díaz de Romeral. 12  Durante mi mandato como alcaldesa Rosario Cebrián, desde la escuela taller de Segóbriga pudo hacerlo posible.

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Fig. 3. Reproducción del Ara dedicada a Airón en Fuente Redonda (fotgrafía Ana M. Gálvez)

D. Román fue alcalde de Uclés en 1863 y 186413. Anteriormente lo había sido el abuelo de Pelayo, D. Manuel Vicente Quintero González de Salcedo (1861) 14. 13  Nació en Uclés el 29 de febrero de 1824 y falleció el 24 de junio de 1910. 14  Me llama la atención que Pelayo en su tercer volumen sobre la historia de Uclés, incluya una lista de alcaldes de la localidad, que comienza en el año 1110 y finaliza en 1836, y pese a que el libro se edita en 1915, omite la lista de alcaldes hasta esa fecha. De esa forma no aparecen aquellos alcaldes que guardan una relación familiar o de amistad con él, como es el caso de su abuelo Manuel V. Quintero, su tío Román García Soria o León González de Salcedo.

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La llegada de los jesuitas expulsados de Toulouse (Francia) a Uclés, supone un cambio importante a nivel cultural, no sólo para el convento, sino también para el pueblo de Uclés y los de la zona; por entonces Pelayo tenía 13 años. Los jesuitas franceses estuvieron en Uclés entre los años 1880 y 1898, tenían imprenta propia y publicaron libros de diversa temática. En el vestíbulo del monasterio, hay una placa de mármol en la que los jesuitas muestran su agradecimiento a los tres obispos que les habían dado cobijo en el convento de Uclés, durante dieciocho años.

Fig. 4. D. Álvaro Yastzembiec Yendrzeyowski y Abad (segundo por la izquierda) junto con su familia (foto gentileza de J. de Torres Rubio)

Los jesuitas P. Edouard Capelle, el rector R. P. Arturo Calvet y el P. Francisco Sáenz España, así como el médico de Uclés, Álvaro Yastzembiec Yendrzeyowski y Abad15, junto con D. Román García Soria, forman un grupo de trabajo, que comienza a realizar estudios sobre arqueología en Uclés y en el cerro de Cabeza de Griego, a finales de siglo xix. Durante las vacaciones de verano, Pelayo se une a ellos y los acompaña. En un principio él es el encargado de realizar los dibujos de las 15  Hijo de un noble polaco desterrado tras el alzamiento de 1830 contra Rusia

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piezas, es un buen dibujante, y así se le cita en la visita de D. Juan de Dios de la Rada y Delgado y P. Fidel Fita y Colomer en 1.888: Sirviónos de mucho para la copia de estas inscripciones y monumentos la pericia artística del distinguido joven D. Pelayo Quintero…16. La primera publicación de Pelayo Quintero sobre Uclés, está fechada en 1.889. Fue en la Revista de España, bajo el título: Uclés arqueológico y artístico. Allí describe las excavaciones de Román García Soria en el Haza del Arca en 1.875, y en las ruinas del cerro de Cabeza de Griego, dando cuenta del descubrimiento de diversas lápidas. Nos consta de nuevo su presencia en Uclés, en el verano de 1.892, cuando excava en Cabeza de Griego junto a Mr. Thomson, súbdito inglés, y mecenas que sufragó las excavaciones. En septiembre y octubre explora la cueva prehistórica de Segóbriga, junto con Edouard Capelle, excavaciones que continua en septiembre de 1.893. Con los hallazgos se montó un Museo Prehistórico en el Convento de Uclés, que se unía al creado por García Soria, y allí permanecerán hasta que el colegio jesuita vuelve de nuevo a Toulouse, momento a partir del cual se pierde el rastro de las piezas. En 1904 Pelayo publica en Madrid el primer libro de la trilogía dedicada a la historia de su pueblo natal: Uclés, antigua residencia de la Orden de Santiago, que recoge la historia de la villa, y describe el monasterio tal y como estaba entonces. Además, hace un repaso de los hombres célebres, transcribe el Fuero de Uclés, las Ordenanzas de la Cofradía de Santiago, y la Confirmación de Privilegios a la Villa de Uclés, por parte de varios reyes desde la época de los Reyes Católicos, documento que aún hoy forma parte del archivo municipal de Uclés. Hay que destacar, que las transcripciones realizadas por Pelayo nos permiten saber de la existencia de documentos hoy desaparecidos. Con motivo de esta publicación, el Ayuntamiento de Uclés en sesión plenaria de fecha 17 de Julio de 1904, siendo alcalde D. Doroteo de Torres, lo nombra cronista de la villa, y se comprometen a adquirir 6 libros al precio de 10 pesetas, según dice el libro de actas: que se custodiaran en el Archivo Municipal y se les facilitará a cualquier vecino que lo pida para su lectura, bajo recibo devolviéndolos tan pronto como haya terminado… Que en vista de las cualidades que 16  J. de la Rada y Delgado y F. Fita, Excursión arqueológica a las ruinas de Cabeza de Griego, BRAH XV, 1889, 107-151.

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reúne dicho señor Quintero las cuales están reflejadas en su historia referente a esta villa, única hasta la fecha, a pesar del olvido en que se ha encontrado este pueblo, siendo una fuente de conocimientos muy grande para la historia, en cuya obra se encuentran todos los datos recopilados de interés general y en particular para este pueblo, dadas las condiciones que le adornan a dicho Señor, acuerdan nombrarle cronista de esta histórica villa…17

Fig. 5. Tarjeta postal, pueblo, monasterio y castillo de Uclés, a principios del siglo xx. (Propiedad Carlos G. Carralero).

La obra de Pelayo Quintero dedicada a Uclés, fue reeditada en edición facsímil, por el Ayuntamiento de Uclés en el año 2007, con motivo del 140 aniversario de su nacimiento, en mi etapa de alcaldesa. El motivo que me impulsó a 17  Archivo Municipal signatura 203/5.

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realizar esta publicación fue poner a disposición de todos los interesados, la obra de un ucleseño ilustre, cronista de la villa, cuyo trabajo sobre Uclés, su historia, sus restos arqueológicos, el estudio de sus archivos, etc., son de especial importancia. Hasta entonces, muy pocos tenían el privilegio de poseer algún volumen original y otros se tenían que conformar con fotocopias de la obra cuidadosamente encuadernadas. Fue una reedición apreciada, en especial por los especialistas.

Fig. 6. Tarjeta postal, lleva escrito el nombre de D. Juan Allende Salazar (propiedad de Carlos G. Carralero), y que también aparece entre las ilustraciones del libro: Uclés Antigua Residencia de la Orden de Santiago.

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En el archivo municipal no había ninguno de los 6 ejemplares que en 1904, se proponían guardar celosamente. En los años 90 el ayuntamiento había adquirido los volúmenes de la segunda y tercera parte18, por lo que tuve que pedir prestado un libro original de la primera parte, para completar la trilogía. Volviendo a la cronología de los hechos, en 1904 Pelayo ya se encuentra en Cádiz, pero vuelve y explora de nuevo la cueva Segóbriga, produciéndose nuevos hallazgos, que narra en el segundo volumen de su obra, editado en 1.913, esta vez acompañando por los Padres Agustinos, tras la marcha de los jesuitas. En el verano de 1905 realiza una excursión a Cuenca y Uclés, con la Sociedad Española de Excursiones, y con D. Juan Allende Salazar al frente19. El 16 de diciembre de ese mismo año, publica una nota en el ABC, bajo el título Monasterio de la Orden de Santiago, en Uclés, haciendo gala de su cargo de cronista de la villa. Su última excavación en Uclés fue en septiembre de 1.907, donde encuentra material que él cree que procede del neolítico. Todos los hermanos Quintero Atauri desarrollaron su actividad profesional fuera de Uclés, pero no faltaban a su cita en el veraneo en Uclés. En el periódico mensual Las delicias de Uclés, de fecha 17 de septiembre de 1908, en la dedicatoria dice así: A cuantos veraneantes nos honran con su presencia, teniendo el honor de citar entre ellos al Excmo. e Ilmo. D. José Ramos Izquierdo, ex ministro de Marina, Contralmirante de la Armada, Consejero de Estado20, etc… al pundoroso el Comandante de E. M., profesor de la E. S. G. D. Manuel Quintero; al distinguido profesor de la Escuela de Bellas Artes, D. Pelayo Quintero ilustrador, narrador y cronista; al digno Presidente de la Institución Colegiada de A.C.B. de Madrid, D. Antonio Quintero, al ilustre abogado fiscal de la Audiencia de Madrid, D. Javier Oliva y sus distinguidas familias. 18  Un particular antes de deshacerse de su biblioteca, envió una carta al ayuntamiento de Uclés, ofreciendo ambos libros, que fueron adquiridos gustosamente, siendo alcaldesa Dª Mª Dolores García Ortega. 19  Amplía la información referente a estas excursiones Margarita Vallejo Girvés en su trabajo sobre el tema. 20  D. José Ramos Izquierdo era el padre de la esposa de Manuel Quintero Atauri, D.ª María

Ramos Izquierdo Fossi.

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D. Agustín Quintero, padre de Pelayo, es citado en varios documentos como rico propietario, y me permito ampliar este punto. La casa familiar se encontraba en la calle Angustias, esquina con la de Trinidad (antes calle de las monjas). Su familia fue propietaria del que fuera convento de las monjas dominicas, y el solar colindante, que salió a subasta en 1864 como Bien del Clero. En los documentos de la subasta se describe como un solar de 3.000 metros cuadrados y una tierra contigua, con un pozo cercado, un moral, un peral y tres olmos pequeños. En la excursión que hace la Sociedad Española de Excursiones en 1905, se cita un huerto propiedad de lo Sres. Quintero, próximo a las murallas del castillo21, que corresponde a la huerta del monasterio, que heredó Pelayo con posterioridad, y que en 1913 vendió a los agustinos. Fig. 7. Casa edificada en el siglo xvii para molino harinero en la huerta del Convento22 (Ilustración del libro: Uclés Documento inéditos y algunas noticias tomadas de sus archivos).

En la publicación que Pelayo titula Linajes, Mayorazgos y Blasones en la Revista Historia23, dice lo siguiente: este mayorazgo era denominado de los Indios, por haberse trasladado á las Indias sus dueños, donde se ha perdido la sucesión, pasando los bienes a la familia Quintero y Molina. Se denominaba los indios, a la familia Velázquez y Cárdenas, porque se trasladaron a Méjico, las Indias24. Quiero hacer referencia a este 21  J. Allende Salazar, Excursión a Cuenca y Uclés, BSEE año XIII, 149, 1905, 137-152 22  Curiosamente existe un cuadro pintado al óleo en una casa de Uclés, que se atribuye a Pelayo Quintero y que reproduce este mismo paraje. 23  http://www.archive.org/stream/revistadehistori02madruoft/revistadehistori02madruoft_djvu.txt 24  Su escudo heráldico se encuentra en un solar de la calle Isabel I de Castilla, una antigua propiedad denominada aún hoy corral de los indios.

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comentario de Pelayo, porque curiosamente los bienes del Mayorazgo de los Indios fueron usados por la Junta Auxiliativa que se constituyó durante la Guerra de la Independencia, para hacer frente a los gastos derivados de ésta. Al finalizar la guerra se abre una causa de infidencia que se alarga durante varios años, de forma que en mi anterior trabajo sobre la Guerra de la Independencia en Uclés25, afirmo que no pude encontrar ni cómo, ni cuándo se devolvieron los bienes de dicho mayorazgo, pero Pelayo me lo aclara. Finalmente D. Agustín vende sus bienes en 1907, y Pelayo formaliza la venta de los suyos en 1908, por entonces tiene 41 años, y por las escrituras de venta sabemos que era catedrático, soltero y con residencia en Cádiz. A partir de entonces, no tenemos constancia de que Pelayo vuelva por Uclés, porque en otro documento de 1922, él realiza sus gestiones notariales a través de un abogado que lo representa26. Con motivo del Primer Centenario de la Batalla de Uclés, publica en 1909 en el Boletín de la Comisión de Monumentos de Cádiz y con una tirada de 50 ejemplares, un cuadernillo de tan sólo 16 páginas y un mapa, bajo el título: Uclés, 13 de enero de 180927. No podía olvidar a su pueblo en una efeméride tan importante, mientras que a su vez preparaba los actos del Centenario de la Constitución de Cádiz. Pelayo supo hacer gala de su nombramiento como cronista de Uclés y además fue un buen publicista de su pueblo, tal y como se define a sí mismo en su biografía en el Diccionario Espasa-Calpe. Pelayo trabajó intensamente en el archivo municipal de Uclés, transcribió y archivó documentos, de forma que cuando se marcha de Uclés en 1.908, lleva información suficiente para publicar sus libros, porque cuando edita el primer volumen, ya describe el contenido de los otros dos volúmenes. Como curiosidad quiero citar, que las carpetillas que él usó para archivar, se conservan en el archivo con sus anotaciones, en algunos casos rectificadas por otro archivero ilustre más reciente, D. Dimas Pérez Ramírez. Me llama la atención que apenas hace referencia al archivo pa-

25 VV.AA. La batalla de Uclés de 1809, Aspectos bélicos y cotidianos, Uclés, 2010, Trisorgar S.L. 26  Por entonces tenía 55 años y aparece como soltero y residente en la calle Bendición de Dios nº 12 de Cádiz. 27  Reeditado por el Ayuntamiento de Uclés en el año 2009, con motivo del II Centenario de la Batalla de Uclés, en la colaboración del Ministerio de Defensa.

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rroquial, aunque me consta que lo conocía, gracias a unos documentos suyos aparecidos hace unos años en un anticuario con notas de dicho archivo. En 1913 edita en Cádiz la segunda parte de su obra: Uclés, excavaciones efectuadas y noticia de algunas antigüedades; y en 1915 la tercera: Uclés, documentos inéditos y algunas noticias tomadas de sus archivos. En el segundo volumen, trata todos los aspectos relacionados con las excavaciones. En lo que se refiere a Segóbriga, hace un estudio documental sobre los trabajos de Ambrosio de Morales y José Andrés de Cornide en el siglo xviii, que a su vez hacen referencia, a los primeros viajes realizados a Cabeza de Griego en el siglo xvi. Describe las excavaciones en la cueva de Segóbriga o cueva del Fraile, la Fuente de la mar, la iglesia visigoda, Sacellum de Diana, etc…, las excavaciones de Román García Soria y Mr. Thomson, y realiza un catálogo de las piezas encontradas. Por último, hace una descripción de cuadros e imágenes del monasterio, según un inventario de 1828, de gran interés, si tenemos en cuenta las vicisitudes por las que pasó este edificio a lo largo del siglo xix; finalizando con la Real Orden de traslado de la Biblioteca de Uclés al Archivo Histórico Nacional en 1856. En el tercer volumen, transcribe documentos del archivo municipal, algunos de ellos hoy desaparecidos y otros restaurados, como cartas, confirmación de privilegios, las novedosas ordenanzas de la villa de 1623 y en general, datos del concejo de especial relevancia para él, dedicando un capítulo al blasón de la villa y otro a la genealogía de algunas familias de Uclés, finalizando con un listado de los alcaldes desde 1110 a 1836. De esta obra además del contenido, quiero destacar la calidad de las ilustraciones. Pelayo Quintero era un buen dibujante y, gracias a su destreza, muchas de las piezas arqueológicas hoy desaparecidas, podemos conocerlas por sus dibujos. Ilustra los hallazgos arqueológicos, se esmera en la sobrecubierta de los libros, y en el comienzo y final de cada uno de los capítulos. Completa los libros con fototipias, que nos muestran cómo era Uclés y el Monasterio a finales del siglo xix y comienzos del siglo xx, siendo los documentos gráficos más antiguos de la villa. No nos consta que Pelayo vuelva por Uclés después de 1908, pero en su pueblo no lo olvidan y saben de sus méritos, por eso en acuerdo plenario del Ayuntamiento de fecha 1 de Febrero de 1925, siendo alcalde D. Claro Jordán, se aprueba que la plaza principal lleve su nombre, como recuerdo y homenaje a este ilustre ucleseño28. 28  Archivo Municipal signatura 106/8.

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Fig. 8. Plaza y casa municipal de Uclés en la época de juventud de P. Quintero (Ilustración del libro: Uclés Documento inéditos y algunas noticias tomadas de sus archivos).

Sabemos que mantiene contactos con familiares y amigos, a los que les envía sus libros. Como muestra tenemos el libro de Sillerías de coro en las iglesias españolas29, que dedica así: A mi querido paisano Ambrosio García, octubre de 192830. Su memoria y su labor perduran en Cádiz, pese al paso de tiempo; prueba de ello, es que en los últimos años, siguen apareciendo artículos, en la prensa escrita local y en los diarios digitales, que recuerdan a este ilustre ucleseño. Probablemente gracias a su influencia, el poeta gaditano Rafael Soto Verges (Cádiz 1936-Madrid 2004, premio Adonais en 1958), escribió la farsa poética titulada El recovero de Uclés (Madrid, Escelicer, 1963). Se estrenó esta obra en Madrid, en el Teatro de Bellas Artes, el 5 de febrero de 1962, por el grupo titular de cámara de teatro, deno29  Quintero Atauri, Pelayo, Sillerías de coro en las iglesias españolas, Rodríguez Silva, 1928,

Cádiz, con un prólogo de D. José M. Pemán 30  Ambrosio García era descendiente de la familia García Soria.

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minado Teatro del Candil, dirigido por José Tamayo31. La obra la sitúa el autor en Uclés, en la época de la Guerra de la Independencia, en la plaza del mercado donde hay un muro almenado de tres metros de altura, la ilustración que acompaña el libreto, es en realidad muy similar a la Puerta del Agua de Uclés. El hecho anecdótico de la aparición en el año 1980 de un sarcófago femenino del siglo v a. C, debajo de la que fuera vivienda de Pelayo Quintero en Cádiz, lo hizo aún más popular y por eso en la novela Mercado de espejismos, del autor gaditano Felipe Benítez Reyes, premiada con el último premio Nadal 2007, es citado de la siguiente manera: Quintero y Atauri tuvo, en fin, un sueño, pero nunca supo que dormía sobre ese sueño… jamás se nos ocurre mirar la tierra que pisamos cada día de nuestra existencia, aunque la mayoría de las veces esa tierra pisoteada es el único tesoro accesible: un lugar insignificante en el universo. Y con posterioridad el cantautor gaditano Alberto Flor, ha escrito las Coplas de Pelayo Quintero y la dama de Cádiz, una prueba más de su popularidad en el siglo xxi. Sus restos descansan en el cementerio cristiano de Tetuán desde 1946 en un nicho sencillo, una tumba digna pero modesta, mientras en Uclés se le recuerda con el nombre de la plaza mayor, y tal como dice en el libro de actas del Ayuntamiento de 1925: en una placa en la que conste siempre su nombre. Desde el año 2011, por acuerdo municipal y con motivo de las obras de rehabilitación de la plaza se colocó un sencillo busto de Pelayo32, en reconocimiento al trabajo de este ucleseño ilustre. Es de destacar que este hombre, poco conocido en Uclés, su villa natal, gracias a su trabajo constante en el mundo de la arqueología, hoy es una persona reconocida y admirada en la ciudad de Cádiz, y en el antiguo Protectorado de Marruecos, donde vivió sus últimos años y donde descansan sus restos. Aprovecho para agradecer a la Excma. Diputación Provincial de Cuenca, a la Excma. Diputación Provincial de Cádiz, a la Universidad de Castilla La Mancha y a la Universidad de Cádiz, la organización de los actos que tuvieron lugar en Cádiz en el año 2008, y en Cuenca y Uclés en el año 2010, y de esa forma contribuir a la difusión de la vida y obra de este ilustre ucleseño, así como de dar testimonio de nuestro rico pasado. Por último quiero expresar mi satisfacción como ucleseña, como amante de la cultura, y como alcaldesa de esta villa de Uclés. 31  Miguel Antonio Bermejo Serrano donó al Ayuntamiento de Uclés, el cartel anunciador de dicho estreno teatral. 32  Obra del taller Dorrego Escultura Tallada, S.L. Véase la fotografía en la aportación introductoria.

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Pelayo Quintero y sus estudios sobre el convento de Uclés Juan Zapata Alarcón Universidad de Castilla-La Mancha Más de un siglo ha pasado ya desde que Pelayo Quintero Atauri publicó el primer libro de su trilogía dedicada a la otrora próspera villa de Uclés1. Esta pequeña población conquense goza de un rico devenir histórico y de un acervo cultural digno de la mayor de las atenciones y, sin embargo, hoy lucha por salir de la inexorable decadencia impuesta por los tiempos modernos. Es verdad que Uclés se conoce, entre otras muchas razones, por su Fuero medieval, su desaparecida imprenta y por albergar durante más de seiscientos cincuenta años la sede conventual de la Orden de Santiago, si bien, tampoco puede negarse el hecho de que pocos se han esforzado tanto por difundir su legado como Pelayo Quintero. Por eso, es justo mantener vivo el reconocimiento por quienes tanto hicieron por su pueblo y evitar que caigan en el olvido. Afortunadamente, contamos con personas como Ana Mª Gálvez Bermejo, en su día alcaldesa de Uclés, que atesoran la sensibilidad necesaria para recoger el testigo y apoyar cuanto sea necesario con el fin de salvaguardar el patrimonio cultural. A todos nos consta su incansable trabajo por sacar a la luz la edición facsimilar 1  P. Quintero Atauri, Uclés. Antigua residencia de la Orden de Santiago, Imp. Fortanet, Madrid, 1904; Uclés. Excavaciones efectuadas y noticia de algunas antigüedades, Imp. Manuel Álvarez, Cádiz, 1913; Uclés. Documentos inéditos y algunas noticias tomadas de sus archivos, Imp. Manuel Álvarez, Cádiz, 1915. Citamos por la edición facsimilar de la Asociación para el Desarrollo de los Recursos Socioeconómicos, Patrimoniales y Culturales de Uclés, Cuenca, 2007.

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de esta trilogía en el 140 aniversario del nacimiento de su autor, a lo que debemos añadir la investigación realizada sobre la biografía y la obra del mismo que se incorpora en el prólogo. También hay valorar las iniciativas destinadas a enriquecer los conocimientos y fomentar el estudio de personajes como el que aquí nos ocupa, de ahí que deba agradecer a los coordinadores de estas Jornadas, especialmente al profesor Dr. D. Enrique Gozalbes Cravioto, el hacerme partícipe de las mismas. Desde luego, Quintero Atauri no fue el único en escribir sobre Uclés, aunque sí el primero en abordar su estudio de manera monográfica dentro de la historiografía contemporánea. Por tanto, el objetivo de este artículo es analizar sus trabajos sobre la antigua sede santiaguista, evaluar sus aportaciones y valorar las repercusiones sobre la investigación actual desde un punto de vista crítico. Para ello, se ha estimado oportuno tomar en consideración aspectos tan relevantes como la evolución del edificio a lo largo del siglo xix, la alusión a cuestiones puntuales del proceso formativo de nuestro autor en su camino hacia la madurez, así como la actualización del catálogo de su obra escrita2. Los vínculos tan estrechos de Pelayo Quintero con el convento de Uclés nacen, sin duda, de la confluencia en su persona de dos factores determinantes: por un lado, su condición de ucleseño, pues en Uclés nació3 y vivió sus años de juventud; por otro, su carácter despierto que le llevó a interesarse muy pronto por la arqueología y el arte. En el primer caso, no hay que insistir demasiado en los lazos tan importantes que siempre han unido a la población con el edificio, no solo por su pertenencia a la Orden de Santiago, sino también porque el antiguo convento se alza como la referencia visual de su paisaje urbano y de su entorno. Por mucho que se lo proponga y por efímero que sea el instante, el ucleseño no puede evitar contemplar el convento a lo largo de su vida cotidiana, pues es lo primero que divisa cuando 2  Es probable que a lo largo de esta investigación se haga referencia a datos de carácter intelectual o biográfico que ya hayan sido mencionados por otros compañeros en sus respectivos artículos. Aun así, y sin ánimo de ser reiterativos, hay que recurrir a los mismos con el fin de alcanzar la necesaria coherencia argumentativa. 3  Archivo Histórico Nacional (AHN.), Sec. Universidades, leg. 4628, exp. 10. En su expediente académico como alumno de la Facultad de Derecho de la Universidad Central (1883-1885), Pelayo Quintero Atauri aparece como natural de Nohales (Cuenca). No obstante, el profesor Ángel Luis López Villaverde, a cuyo texto de este volumen nos remitimos, ha constatado que se trata de un error de trascripción y que no hay motivo para dudar de su naturalidad ucleseña.

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sale a la calle y lo último que observa cuando regresa a su hogar. Ambos, monumento y población, conforman un todo indisoluble que hace difícil concebir al uno sin el otro y más aún si, como en el caso del joven Quintero, se disfrutaba de alguna de las antiguas posesiones del convento4. En segundo lugar, tampoco hay que perder de vista la época en la que Pelayo vivió su infancia, marcada por la dicotomía sentimental entre el romanticismo nostálgico hacia las Órdenes Militares y las propuestas liberales que buscaban la supresión de las mismas. Durante estos primeros años de la década de 1870, lo más probable es que Quintero permaneciera ajeno a las dificultades por las que atravesaba el edificio y disfrutara de una niñez cargada de fantasías sobre las hazañas de los caballeros de Santiago. Aun así, para una mente tan despierta como la suya, esto solo sería el primer paso hacia una madurez que no tardaría en llegar y que estaría marcada por la influencia de su tío Román García Soria y la llegada de los Jesuitas en 1880, cuando contaba con 13 años de edad. 1. Formación, madurez y entorno cultural. Los acontecimientos experimentados por el antiguo convento santiaguista durante el último cuarto del siglo xix constituyen un factor decisivo, entre otros muchos, a la hora de determinar el proceso de madurez y legado intelectual de nuestro autor. Su brillante trayectoria estuvo constantemente marcada por la dualidad entre lo profesional y lo vocacional, pues supo aprovechar como virtud lo que para otros supondría un grave inconveniente. Su inagotable inquietud, su constante afán de superación y su formidable convicción en el trabajo bien hecho, le dotaron de un

4  J. de D. de la Rada y Delgado y F. Fita, «Excursión arqueológica a las ruinas de Cabeza del Griego», Boletín de la Real Academia de la Historia (BRAH.), XV/1-3 (1889), p. 148,… los restos de la muralla romana que se extiende a la falda del cerro sobre que se levantó la fortaleza conventual de los freires de Santiago, muralla que se esconde tras de los altos chopos de la extensa huerta del convento, propiedad hoy del ilustre hijo de aquella población D. Agustín Quintero, y gobernador que fue de la provincia de Cuenca… Que sepamos, la antigua huerta conventual, o parte de ella, aun permanecía en poder de la familia Quintero en el año 1905. J. Allende Salazar, «Excursión a Cuenca y Uclés», Boletín de la Sociedad Española de Excursiones (BSEE), XIII/149 (1905), p. 148,… bajamos al hermoso huerto, en el que los Srs. Quintero, gracias a su amor a los árboles […] han sabido formar en medio de aquellos desnudos cerros un verdadero oasis, tan deleitoso como el que del monte en la ladera tenia plantado el clásico poeta. Desde aquel huerto […] aprecianse perfectamente los restos de la muralla del primer recinto, que, por la igualdad de sus hiladas y demás caracteres constructivos, parece datar de la época romana…

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carácter polifacético que dio como resultado al Quintero docente, arqueólogo, historiador y amante de las Bellas Artes. Gracias a las noticias aportadas por la Enciclopedia Espasa en la voz «Quintero de Atauri (Pelayo)» —considerada por los investigadores como texto autógrafo y por tanto autobiográfico—, sabemos que realizó sus estudios en Madrid5. A la luz de los datos disponibles, parece evidente que desde muy pronto manifestó una atracción especial hacia las Bellas Artes debido, muy probablemente, a la impronta ejercida por Uclés y de la que nunca pudo liberarse. En 1884 obtuvo el grado de Bachiller en Artes en el Instituto de San Isidro6 y ese mismo año iniciaría sus estudios universitarios en la Facultad de Derecho de la Universidad Central7, aun cuando su verdadero propósito era estudiar Arquitectura8. Surgía aquí uno de los grandes dilemas a los que tuvo que enfrentarse y que, a la postre, dictaminó irreversiblemente su futuro. Tuvo que decidir entre lo que «quería» y lo que «debía» hacer, entre lo vocacional y lo pragmático —que hoy llamaríamos carrera con futuro—. Ciertamente, con un padre abogado empeñado en que su hijo continuara con la tradición familiar, el margen de maniobra era muy escaso. Sin embargo, bien por temperamento, bien por obstinación de juventud, simultaneó los estudios de Derecho con los de Dibujo en la Escuela de Bellas Artes y en la de Artes y Oficios de Madrid a costa, claro está, de un esfuerzo personal que anticipaba su inagotable capacidad de trabajo. Durante dos años se prolongó esta situación hasta que sucedió lo inevitable. En 1886 Quintero abandonaba el Derecho para iniciar los estudios de Archivero-Anticuario-Bibliotecario. Una decisión, cuando menos chocante, ya que lo previsible hubiera sido comenzar los deseados estudios de arquitectura que le enfrentaron a su padre y en los que tanto interés manifestó a la hora de reseñarlos en su supuesta autobiografía. Por 5 VV.AA., Enciclopedia Universal Ilustrada, vol. XLVIII, Espasa-Calpe, Madrid, 1908-1930, pp. 1391-1392. 6  La Correspondencia de España, 9632 (1884), p. 3. 1884, agosto, 5. Madrid. 7  Hay que advertir que en la descripción del citado expediente académico de Pelayo Quintero en la Universidad Central se menciona la fecha de 1883-1885 como período de estudios en la Facultad de Derecho. No obstante, si la noticia de su graduación como Bachiller en 1884 es correcta, es razonable pensar que Quintero estudió los dos años Derecho entre 1884 y 1886, año este último en el que inició la carrera de Archivero-Anticuario en la misma Universidad. De no ser así, quedaría un vacío en el curso 1885-1886. 8 VV.AA., Enciclopedia Universal Ilustrada, vol. XLVIII, op. cit., p. 1391.

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tanto, un cambio de esta magnitud solo puede ser imputable a la indecisión propia de un joven de diez y nueve años que se debate entre sus opciones de futuro y las influencias recibidas en el transcurso de estos dos últimos años. Quería estudiar arquitectura pese a que, visto con perspectiva, siempre se mostró más inclinado hacia el dibujo y la pintura. Además, inició lo que hoy correspondería a la carrera de Historia, de modo que este giro habría que atribuirlo a los influjos recibidos de su tío Román García Soria. En efecto, el calado de las estancias veraniegas en Uclés acompañando a su tío en las excavaciones debió de ser muy profundo. Conviene recordar que desde 187518789 García Soria realizaba excavaciones a su costa en El Haza del Arca, La Adehuela y otros yacimientos cercanos a Uclés, así como algunas prospecciones en el cerro de Cabeza de Griego (Segóbriga) que continuaron durante la década de 1880. A estos trabajos, que despertarían el interés de un Quintero adolescente, habría que añadir el atractivo suscitado por la llegada de los Jesuitas en 1880. Ambas circunstancias, esto es, los resultados obtenidos por García Soria y el impulso cultural ejercido por esta comunidad, estimularon el reconocimiento científico de una comarca olvidada que a partir de ahora, por méritos propios, comenzará a ser tenida en cuenta en el campo de las investigaciones arqueológicas. En consecuencia, la actividad de García Soria dejó de pasar desapercibida y paulatinamente sus hallazgos alcanzaron merecida recompensa. A comienzos de esta década, gracias a sus donaciones al Museo Arqueológico Nacional, fue condecorado con los prestigiosos distintivos de la Encomienda de Isabel la Católica y la de Carlos III10. En torno a 1886-1887 fue nombrado correspondiente para el distrito de Uclés por la Comisión Provincial de Monumentos de Cuenca, al tiempo que se le confería la custodia del recién creado Museo Arqueológico de Uclés ubicado en la antigua sede conventual11. 9  Los datos de Quintero sobre el inicio de las excavaciones por García Soria no son precisos. Mientras en su artículo de 1889 «Uclés histórico y arqueológico», Revista de España, CXXV/495 (1889), p. 75 afirma que las excavaciones comenzaron en 1875, en el libro Uclés. Excavaciones…, op. cit., p. 75 cita que empezaron los «…trabajos de exploración por el año 1878». De esta situación ya se percataron A. J. Lorrio y Mª. D. Sánchez de Prado, «La necrópolis romana de Haza del Arca y el Santuario del Deus Aironis en la Fuente Redonda (Uclés, Cuenca)», en Iberia: Revista de la Antigüedad, 5 (2002), pp. 163 y 166. 10  P. Quintero Atauri, «Uclés histórico y arqueológico», op. cit., p. 76. La donación se produjo el 31 de enero de 1880 11  BRAH, XIII/5 (1888), pp. 348-349. El 26 de octubre de 1888 García Soria pronunció un breve discurso por su nombramiento como correspondiente en Uclés de la Real Academia de la Historia.

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Aun cuando su situación económica parece que no era demasiado holgada a la altura de 1888, lo cierto es que este año podría considerarse como uno de los momentos de mayor éxito gracias a la visita de los académicos de la Historia Juan de Dios de la Rada y Fidel Fita, pues suponía el respaldo a su trabajo desde el punto de vista institucional y, sobre todo, científico. No hay duda de que este viaje a Uclés estuvo motivado por la envergadura de los descubrimientos de García Soria, pero tampoco puede descartarse la posible intervención de Quintero a la hora de incentivarlo. Cabe recordar que en el momento de la visita iniciaba su tercer curso de carrera y para entonces, es razonable pensar que mantuviera una relación fluida con tan ilustres personalidades a quienes más tarde calificó como… mis queridos maestros…12. Durante los tres días que permanecieron en Uclés (17 al 19 de septiembre) Rada y Fita estuvieron acompañados en todo momento por García Soria y su sobrino, el cual, contribuyó de manera muy activa con el dibujo de restos arquitectónicos, cerámicos y fragmentos epigráficos13. En todo caso, el año 1888 es una fecha a tener muy en cuenta ya que representa, al menos a nuestro juicio, el punto de partida de una nueva etapa para un joven Quintero que por entonces cumplía los 21 años de edad. Si la visita de Fita y de la Rada14 pudo ser el detonante para el nombramiento de García Soria como correspondiente en Uclés de la Real Academia de la Historia15, para nuestro autor representó un momento decisivo ya que supuso su presentación ante el público especializado de mano de personalidades de reconocido prestigio en el campo de la investigación histórica. Es de sobra conocido que ambos investigadores manifestaron en su informe su satisfacción por las aportaciones de Quintero y ello, muy probablemente, pudo significar el respaldo definitivo que des12  P. Quintero Atauri, Uclés. Excavaciones…, op. cit., p. 78. 13  J. de D. de la Rada y Delgado y F. Fita, «Excursión arqueológica…», op. cit., p. 148,… sirvionos de mucho para la copia de estas inscripciones y monumentos la pericia artística del distinguido joven D. Pelayo Quintero… 14  Conviene recordar que estos dos personajes, entre otros cargos dentro de la RAH, constituían la Comisión del Boletín de la Academia, y que podría equipararse a lo que actualmente conforman los comités científicos de las revistas especializadas. BRAH, XVI/1-2 (1890), p. 12. 15  De hecho, en el cuaderno de enero de 1889 ya aparece como correspondiente de la Academia junto a Mariano Sánchez Almonacid, Juan Vicente Benito, Domingo Soria, Francisco Peñalver y Blas Valero. BRAH., XIV/1-2, p. 122.

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embocara en el inicio de su producción escrita, la cual, al contrario que la de su tío16, será bastante prolija en el futuro. Si aceptamos como autobiográfico el texto de la Enciclopedia Espasa, él mismo definiría sus investigaciones de la siguiente manera: La producción de Quintero de Atauri, siendo tan extensa y variada dentro de su especialidad artístico-histórico-arqueológica, se distingue por su solidez y sencillez de exposición y descripción en temas y asuntos, casi siempre originales o no tratados aún por ningún historiador ni arqueólogo español o extranjero. Formado en la escuela crítica más severa e imparcial, se atiene siempre a la prueba concluyente del monumento o del documento, no utilizando el testimonio popular de la leyenda o la tradición sino cuando le faltan las fuentes directas de conocimiento. Con su pericia artística ha ilustrado con vista, planos y facsímiles, debidos a su pluma, muchas páginas de sus interesantes obras17. Desde luego, una valoración crítica tan generosa solo puede partir de uno mismo o de un gran conocedor de su obra, si bien, hay matices que deben tenerse en cuenta y de los que nos ocuparemos más adelante. De cualquier manera, lo que no parece casual es que a comienzos de 1889, tan solo unos meses después de la visita de Fidel Fita y Juan de Dios de la Rada, Quintero Atauri publicara su primer artículo conocido en la Revista de España, considerada como una de las de mayor calidad intelectual de la segunda mitad del siglo xix18. De la misma manera, tampoco parece anecdótica la elección del tema: «Uclés histórico y arqueológico»19, que si bien es 16  Todos los indicios apuntan a que Román García Soria, bien por voluntad propia o por algún impedimento que desconocemos, fue bastante remiso a publicar sobre el papel los resultados de sus hallazgos. De hecho, así lo atestiguan las escasas, o más bien nulas, referencias bibliográficas documentadas en la actualidad. 17 VV.AA., Enciclopedia Universal Ilustrada, vol. XLVIII, op. cit., p. 1391. 18  C. Ortiz García y L. A. Sánchez Gómez (eds.), Diccionario Histórico de la Antropología Española, CSIC, Madrid, 1994, pp. 584-586. La revista fue fundada en 1868 por José Luis Albareda y en el momento al que nos referimos estaba dirigida por Benedicto de Antequera. 19  P. Quintero Atauri, «Uclés histórico y arqueológico», op. cit., pp. 69-78.

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lógica si nos atenemos a la trayectoria de nuestro autor, adquiere mayor trascendencia si la ubicamos en el contexto en el que tuvo lugar. En efecto, a partir del año 1888 se advierte un interés desconocido hasta entonces por Uclés y Cabeza de Griego20, como así lo atestigua el hecho de que entre noviembre de este año y octubre de 1889, solo en el Boletín de la Real Academia de la Historia, se publicaran hasta 11 textos de diferentes materias entre artículos, informes y documentos21. A partir de estos momentos Uclés y Segóbriga pasaban a formar parte del complejo entramado cultural y científico del país, si bien, tras esta avalancha inicial de publicaciones, el mérito posterior habrá que otorgarlo en buena medida a los trabajos de Pelayo Quintero. Si la década de 1880 supuso el punto de partida en su formación intelectual, los años comprendidos en la de 1890 representan el verdadero paso hacia la madurez. Tras debutar con este primer artículo, al año siguiente publicó otro dedicado a «La pintura y la crítica» 22, mucho más subjetivo y personal, que constituye toda una declaración de intenciones sobre su postura en torno al desprestigio de la pintura española de finales del siglo xix. En tan solo tres páginas muestra una madurez crítica inusual en un joven de 22 años a través de una defensa contundente de la pintura de historia, al tiempo que censura la tendencia de los jóvenes pintores españoles imbuidos por la moda burguesa de los maestros franceses, cuyos temas calificará de… tristes y antipáticos de la vida actual… Dada la rotundidad con la que se expresa —bien podría incluirse como parte de un manifiesto—, nos parece oportuno reproducir un fragmento del texto:

20  BRAH., X/1 (1887), p. 5. Es probable que este hecho estuviera condicionado por la creación en 1887 de una «Comisión de Estudios y Monumentos Protohistóricos» en la Real Academia de la Historia integrada por Fernández Guerra, Saavedra, Fabié, de la Rada y Fita. Su finalidad era… atender exclusivamente a este ramo primordial de la Arqueología… 21  Cfr., BRAH., XIII-XV (1888-1889). Buena parte de la responsabilidad de esta situación hay que atribuirla a Fita y de la Rada, que fueron autores de los artículos o supervisaron la edición de muchos de estos textos. Se publicaron los informes de José Cornide sobre Cabeza de Griego (17901795) y el de Isidro Palomino sobre el estado del convento (1872), así como se reeditaron los artículos de Escudero de la Peña sobre el archivo santiaguista (1872). 22  P. Quintero Atauri, «La pintura y la crítica», Revista de España, CXXVIII/2 (1890), pp. 234-236.

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A algunos de estos señores, que creen sin duda que el ser crítico consiste en murmurar de todo lo existente, les ha dado por censurar los cuadros de historia, sin tener en cuenta que en esos cuadros es donde se ve el artista, y no ya el artista que siente únicamente, sino el artista inspirado, instruido y de un talento sólido; puesto que en un cuadro de costumbres no hay que hacer sino aquello que todos vemos, al paso que en los de historia, para que sean buenos tiene que crear y estudiar los usos, costumbres, trajes, modo de ser, etc., de la época que retrata, para darlos a conocer con gran verdad a sus contemporáneos; encontrándonos, pues, que el cuadro de historia, además del mayor número de dificultades que en sí reúne, instruye a la generación presente y a la futura, mientras que el de costumbres sólo instruye a la futura; esto sin tener presente que el artista ha de ser libre y no se ha de pretender forzarle la marcha que ha de seguir… 23. Como vemos, su actitud es tan explícita que no admite ningún género de duda sobre sus tendencias pictóricas. De hecho, junto con los temas históricos, resulta evidente su apuesta por la pintura figurativa, y por encima de todo, del dibujo como reflejo directo de su formación en las Escuelas de Bellas Artes y Oficios de Madrid, así como de las influencias recibidas en los estudios de los pintores Plácido Francés (1834-1902) y Casto Plasencia (1846-1890)24. Además, emplea un lenguaje en el que se detecta un pesimismo crítico hacia la situación cultural de España, algo que entronca directamente con las tendencias regeneracionistas de finales del siglo xix y que constituye la seña identitaria de buena parte de la intelectualidad española de este período25. 23  Ibídem, p. 235. 24 VV.AA., Enciclopedia Universal Ilustrada, vol. XLVIII, op. cit., p. 1391. 25  P. Quintero Atauri, «La pintura y la crítica», op. cit., p. 234. Consecuencia, sin duda alguna, de la última Exposición de París y del carácter genuino español, que sólo encuentra lo bueno fuera de casa, ha sido la campaña emprendida por algunos en contra de la moderna pintura española; arrastrados por un mal entendido amor patrio, pretende, a fuerza de palos, corregir los defectos que esta pudiera tener, sin fijarse que lo que hacen es desanimar a los artistas y crear una opinión contraria a nuestra pintura, que era lo único propio que teníamos en este país, en que no se sabe sino imitar lo malo del extranjero…

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En el transcurso de los tres años siguientes no nos consta ninguna otra aportación en revistas, aunque tenemos conocimiento de que concluyó sus estudios de archivero y que en junio de 1892 comenzó a dirigir las excavaciones de Segóbriga26. También, en este mismo año, se celebró la Exposición Histórico-Europea para conmemorar el IV Centenario del Descubrimiento de América27, evento de gran impacto cultural y de importantes repercusiones para Quintero, no solo porque fue premiado con… Diploma y Medalla de bronce por varios trabajos artísticos y arqueológicos…28, sino también porque aquí se gestó la creación de la Sociedad Española de Excursiones29 y seguramente estableció contacto con sus fundadores: Enrique Serrano Fatigatti, Adolfo Herrera y Jerónimo López de Ayala, vizconde de Palazuelos y después conde de Cedillo. Concebida para funcionar como instrumento útil al conjunto de la ciudadanía, su modus operandi consistía en el desarrollo de visitas o «excursiones» a los monumentos, colecciones privadas y actos culturales representativos con el fin de impulsar la difusión de un patrimonio histórico-artístico español desconocido, olvidado o poco accesible para el gran público. Todas sus actividades quedaban plasmadas en un Boletín de carácter mensual en el que, a través de artículos monográficos o mediante el formato de crónica, se informaba a todos los socios de los resultados de la visita. Se trataba, pues, de un ambicioso proyecto de ámbito nacional que tuvo gran éxito y que no tardó en completar el vacío dejado por la desaparición de revistas como Semanario Pintoresco Español (1836-1857) o Museo Español de Antigüedades (1872-1880)30. Tanto si fue por iniciativa propia, por el apoyo de Rada y Fita, o por ambas razones a la vez, lo cierto es que desde los primeros momentos desarrolló una actividad frenética en el seno de la Asociación. De las catorce salidas que se realizaron entre marzo y diciembre de 1893 asistió a las de Guadalajara (7 de mayo), Brihuega-To26  P. Quintero Atauri, Uclés. Excavaciones…, op. cit., pp. 21 y 91-92. Estas excavaciones fueron financiadas por el inglés Mr. Thomson. 27  P. Martín Nieto, «Historia de las adquisiciones de algunas colecciones del Museo Arqueológico Nacional», ANABAD, XLIII/1-3 (1993), p. 69. En su organización y desarrollo Fidel Fita y Juan de Dios de la Rada tuvieron un papel destacado. 28  Diario oficial de avisos de Madrid, 96 (1902), p. 2. 1902, abril, 7. Madrid. 29  BSEE., L/1 (1943), pp. 1-4. 30  Este último dirigido por Juan de Dios de la Rada.

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rija (4-5 de julio), Segóbriga (14 de septiembre) y Alcalá de Henares (10 de diciembre), en las que efectuó las crónicas o reseñas de las de Guadalajara y Segóbriga31 así como las fotografías de Torija y Brihuega32. Este último aspecto abre un nuevo perfil de un Quintero interesado en la fotografía y su empleo como documento gráfico puesto que si en un principio la utilizó para testimoniar las actividades de la Asociación, con el paso del tiempo la incorporó de manera sistemática en sus artículos y memorias de excavación. De este modo, según estudios recientes, se convirtió en pionero de la aplicación de este soporte dentro de la metodología arqueológica33. En torno al mes de noviembre de este mismo año fue nombrado secretario de la sección de Bellas Artes34 y algunos meses antes, seguramente debido a su mediación, su tío Román ya había sido designado como delegado de la Sociedad en Uclés35. A todo ello, habría que añadir su contribución como dibujante, tanto con la incorporación de dibujos complementarios a las reseñas de algunas excursiones como con el diseño de la portada del Boletín36. 31  P. Quintero Atauri, «Excursión a Guadalajara», BSEE., I/ 5 (1893), pp. 56-58; «Excursión a las ruinas de Segóbriga, BSEE., I/9 (1893), pp. 114-116; «Excursión a la cueva prehistórica de Segóbriga», BSEE., I/10 (1893), pp. 125-128. 32  BSEE., I/5 (1893), p. 60,…en su número próximo publicará el Boletín la reseña de aquella expedición (Brihuega y Torija), debida a la pluma del Sr. Catalina García, y a ella acompañarán varios grabados de importantes monumentos tomados de fotografías que sacó nuestro consocio Sr. Quintero… BSEE., I, 6 (1893), p. 70…el mal estado de aquellas pinturas impidió que nuestro consocio el Sr. Quintero las reprodujese fotográficamente, según había hecho con otras antiguallas de Brihuega… 33  S. González Reyero, La fotografía en la arqueología española, Real Academia de la Historia, Madrid, 2007, pp. 365 y ss… las memorias parecen haber prestado una prioritaria atención por la fotografía. Así, por ejemplo, en las memorias que P. Quintero escribió sobre las excavaciones de Cádiz la documentación fotográfica resulta ser claramente superior… 34  BSEE., I/10 (1893), p. 143,…por haberse dado de baja en nuestra Sociedad uno de los secretarios de la sección de Bellas Artes, la Comisión ejecutiva ha nombrado para sustituirle al Sr. D. Pelayo Quintero… 35  BSEE., I/5 (1893), p. 60,… ha sido nombrado delegado de la Sociedad de Excursiones […] en Uclés D. Román García Soria… 36  BSEE., II/12 (1894), p. 184,…el dibujo de la portada del primer tomo que se acompaña a este número, es debido a nuestro compañero el distinguido escritor y artista, D. Pelayo Quintero, y donado generosamente a la sociedad. La Comisión ejecutiva se complace en hacer pública esta donación y da las más expresivas gracias al Sr. Quintero… En sus dibujos aparecen las letras L.R. y C.

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Al año siguiente continuará con su participación en las actividades aunque de manera más atenuada debido, seguramente, a que se incorporó como Ayudante numerario de Dibujo lineal y de adorno en las Escuela de Bellas Artes de Granada (7/8/1894) y al poco tiempo en su homónima de Cádiz (26/11/1894)37. Aun así, y pese a que tuvo que prepararse la oposición, en el mes de enero asistió a la visita de «Madrid Viejo», a la de El Escorial en febrero y participó en el homenaje a José Feliú y Codina38, sin olvidar la publicación de dos artículos referentes a un relieve de Aniceto Marinas39 y otro, al que nos referiremos después, sobre el castillo y monasterio de Uclés40. A partir de estos momentos su ingreso en el cuerpo de funcionarios públicos y, sobre todo, su trabajo como profesor en las Escuelas de Bellas Artes e Institutos Técnicos de varias capitales andaluzas lo distanciaron paulatinamente de Madrid, motivo por el que en 1896 fue nombrado delegado de la Asociación en Cádiz 41. Estas nuevas circunstancias no impidieron que continuara durante algún tiempo en la secretaría de la comisión de Bellas Artes, compartida ahora con Manuel Crespo, o que asistiera entre 1897 y 1900 a diversas visitas realizadas en el ámbito madrileño 42. Que sepamos, los vínculos de Quintero con la Asociación arrojan un saldo final de 32 artículos hasta el año 1934, momento en el que se documenta el último dedicado

37  Diario oficial de avisos de Madrid, 96 (1902), p. 2. 1902, abril, 7. Madrid. El 14 de agosto de 1895 superó por concurso la plaza de Ayudante numerario en Sevilla, después pasó a Málaga (4/7/1902) donde impartió diversas asignaturas hasta que se instaló definitivamente en Cádiz en 1904. 38  BSEE., II/13 (1894), p. 2 y II/14 (1894), p 30. 39  P. Quintero Atauri, «Pacificación de los Bandos de Salamanca. Relieve de Aniceto Marinas», BSEE., II/14 (1894), pp. 41-44. Este relieve estaba destinado a la fachada de la iglesia de San Juan de Sahagún de Salamanca, que por entonces se construía bajo la dirección del arquitecto Joaquín de Vargas. En la actualidad aún puede contemplarse, junto con otro de similares características realizado por el mismo autor, en su lugar de origen. 40  P. Quintero Atauri, «El castillo y monasterio de Uclés», BSEE, II/21 (1894), pp. 184-190. 41  BSEE., IV/37 (1896), p. 14. 42  Tenemos conocimiento de su asistencia en enero de 1897 a las visitas del Palacio Real y la Basílica de Atocha (BSEE., IV/48 (1897), p. 208.), así como a las efectuadas a la capilla del Obispo en marzo de 1898 (BSEE., VI/61 (1898), pp. 39-40) y Alcalá de Henares en enero de 1900 (BSEE., VIII/84 (1900), p. 47).

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a un cuadro de Rubens43. Muchos de ellos conciernen al estudio de diversas sillerías de coro españolas, tema al que se aficionó a partir de 1900 y que culminó con la edición de un libro monográfico, a modo de compendio, en el año 190844.

Fig. 1. Portada del Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, obra de Pelayo Quintero.

43  P. Quintero Atauri, «Un cuadro inédito de gran interés», BSEE., XLII/3 (1934), pp. 163-166. 44  P. Quintero Atauri, Sillas de coro. Noticia de las más notables que se conservan en España, La Ibérica, Madrid, 1908.

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Como vemos, la relación de nuestro ya «maestro» Quintero con la Sociedad Española de Excursiones constituye un factor a tener muy en cuenta en el contexto de su formación y proyección posterior. Está claro que le sirvió de plataforma editorial para la publicación de numerosos trabajos pero, sobre todo, el carácter social de las visitas le permitió el acceso definitivo a los círculos eruditos del momento. Mantuvo contacto directo con grandes personalidades del mundo del arte y la cultura como el Conde de Cedillo o Catalina García, así como con otros personajes dignos de mención como José Garnelo (1866-1944) —discípulo del pintor Casto Plasencia y a quien seguramente conoció en su estudio—, o Miguel Velasco y Santos (1831-1897) —miembro de la comisión que se ocupó de catalogar en 1860 el archivo y biblioteca del convento de Uclés—45. Además, gracias a la Asociación pudo contemplar importantes colecciones arqueológicas privadas como las del Conde de Valencia de D. Juan o la de la Marquesa de Mondéjar, cuyo acceso era estrechamente restringido46. Una vez instalado definitivamente en Cádiz, Pelayo Quintero publicará en 1904 la que todavía en la actualidad puede considerarse como una de las obras más destacadas sobre Uclés. Concebida a modo de trilogía, tuvieron que pasar más de diez años hasta que se publicó de manera íntegra a pesar de que el texto ya estaba preparado desde el primer momento. Más adelante nos ocuparemos de su análisis detallado, al menos en lo que corresponde al convento, aunque debemos adelantar que se trata de la gran aportación de nuestro autor, aunque también la última, referente a su pueblo natal. 2. El convento de Uclés en el siglo xix. Resulta difícil comprender lo que representó el convento de Uclés para Pelayo Quintero sin conocer las vicisitudes que lo llevaron al estado en el que se encontraba en el último cuarto del siglo xix. La evolución del edificio, incluida la permanen45  J. Mª Escudero de la Peña, «El archivo de Uclés», op. cit., p. 163. Junto con Velasco, la comisión estaba integrada por Juan Eugenio Hartzenbusch, Escudero de la Peña, Antonio María Cossio y Manuel de Goicoechea. Desde 1862 fue Académico Correspondiente de la Historia y miembro de la Subcomisión de Monumentos de Alcalá de Henares. Director del Archivo General de Valencia y luego del Central del Alcalá. Cfr., M. Vallejo Girvés, El solar de Complutum. Memoria histórica de la arqueología en Alcalá de Henares, Ayuntamiento de Alcalá de Henares, Alcalá, 2005, pp. 100 y 135. 46  BSEE., V/49 (1897), pp. 23 y 39. Las visitas se efectuaron el 24 de febrero y el 22 de marzo respectivamente.

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cia de su comunidad, estaba unida al destino de la Orden de Santiago y éste, a su vez, a las políticas irreconciliables sobre las que descansaba el futuro de las Órdenes Militares. No en vano, éstas eran consideradas como una de las instituciones que mejor representaban los valores del Antiguo Régimen y, precisamente por ello, siempre estuvieron en el punto de mira de las diferentes ideologías a la hora de aplicar su reformas políticas, por no mencionar la poderosa atracción que despertaban los cuantiosos bienes y rentas acaparados desde su nacimiento en la Edad Media. En un contexto más complejo, liberales y absolutistas vieron en la supresión o vigencia de las Órdenes, según el caso, un medio eficaz para la proyección social de sus políticas, ya sea como requisito ineludible en el camino hacia la erradicación del Antiguo Régimen, ya como muestra de la pervivencia, en mayor o menor medida, de los valores tradicionales. Basta con recordar que a lo largo del siglo xix estos arqueológicos institutos, como se les denominara en la I República (1873-1874), fueron suprimidos y restituidos en varias ocasiones47, sin olvidar la disolución de sus conventos48 y la aplicación de reformas estructurales en sus órganos de gestión inter47  Durante el siglo xix, el primer golpe importante a la integridad institucional de las Órdenes Militares se produjo en el reinado de José I mediante la creación de la Orden Militar de España, denominada después Orden Real de España, y constituida por decreto de 20 de octubre de 1808. Sobre la Orden Real de España véase A. de Ceballos y A. de Arteaga, La Orden Real de España (1808-1813), Ediciones Montalvo, Madrid, 1997. Por decreto de 18 de agosto de 1809 se suprime el Consejo de Órdenes, siendo el siguiente paso la disolución de las Órdenes de Militares y la aplicación de sus bienes para la dotación de la Real de España (decreto de 18/09/1809). Cfr., Prontuario de Leyes y Decretos del rey nuestro señor Don José Napoleón I, tomo I, 2ª edición, Imprenta Real, Madrid, 1810, pp. 56-57 y 349-352, publicados también en la Gaceta de Madrid, 264 (1809), pp. 1163-1164, y 194 (1810), p. 842. Tras la caída del gobierno afrancesado y el restablecimiento del absolutismo con Fernando VII, las Órdenes Militares fueron restituidas en 1814. Aun cuando sufrieron una merma importante de sus atribuciones en las décadas posteriores, no volverán a ser disueltas hasta la llegada de la I República (Decreto de 9/3/1873) siendo restituidas de nuevo durante la Restauración Monárquica (R.D. 12/1/1875), Gaceta de Madrid, 70 (1873), p. 820, y 13 (1875), p. 108. 48  Naturalmente, la supresión de las Órdenes Militares llevaba aparejada la disolución de sus sedes o casas conventuales, y así ocurrió durante el período del llamado gobierno «Intruso». No obstante, no tenía por qué suceder lo mismo en el caso contrario. Por decreto de las Cortes de 1/10/1820 (sancionado por Fernando VII el día 25) quedaron suprimidos los conventos y colegios de las Órdenes Militares, pero no se estableció la disolución de las mismas. Lo mismo ocurrió con la supresión definitiva de los conventos por decreto de 9 de marzo de 1836, sobre la base de los de 25 de julio y 11 de octubre de 1835. Gaceta de Madrid, 444 (1836), pp. 1-3; 211 (1835), pp 841-842 y 292 (1835), p. 1157

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na que las redujeron, en la práctica y de manera progresiva, a meros símbolos testimoniales49.

Fig. 2. Vista occidental de monasterio y fortaleza de Uclés anterior al año 1845. (Litografía de J. Banon sobre dibujo de F. J. Parcerisa)50.

49  Uno de los ejemplos que mejor demuestran esta situación es la creación del «Tribunal Especial de las Órdenes», instaurado por las Cortes de Cádiz por decreto de 26 de mayo de 1812, que sustituía al disuelto Consejo de Órdenes (18/09/1809) y limitaba sus competencias a los «negocios religiosos», Gaceta de Madrid, 61 (1812), pp. 509-510. Derogado por Fernando VII (11/10/1814), restituido por las Cortes (20/03/1820) y así sucesivamente en cada uno de los convulsos períodos políticos del siglo xix. De hecho, es probable que hubiera desaparecido totalmente de no ser por el celo de la Corona —no olvidemos que Rey era administrador de los maestrazgos—, por conservar sus regalías en materia de jurisdicción eclesiástica: «…teniendo en consideración S M. que la jurisdicción de que se trata no radicaba en las casas religiosas de las mismas órdenes, sino en el gran maestre y gran prior (de San Juan)…». Gaceta de Madrid, 926 (1837), p. 1. 50  J. Mª. Quadrado, Recuerdos y Bellezas de España, vol. VII, Castilla la Nueva-II, Imprenta de López, Madrid, 1853.

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Los efectos derivados de esta situación no tardaron en manifestarse en el convento de Uclés, tanto en el deterioro de su fábrica material como, sobre todo, en el abandono, degradación, expolio y dispersión de las innumerables obras de excepcional valor artístico que conformaban su riquísimo patrimonio de bienes muebles. No es el momento de pormenorizar en cada uno de los sucesos que condujeron a esta situación51 pero valga, a modo de contexto, el recuerdo de algunos acontecimientos que nos permitan acercarnos al Uclés que contempló Quintero. Tras los…perjuicios inevitables que suelen acometer las tropas al entrar en los pueblos obstinados…52 —tal como denominó el gobierno josefino a los saqueos y las represalias durante la Guerra de Independencia—53, el convento de Uclés fue restituido en dos ocasiones (1814 y 1823) 54 e incluso agregado al crédito público en 182155 hasta 51  P. QUINTERO ATAURI, Uclés. 13 de enero de 1809. Centenario de la Guerra de la Independencia, Comisión de Monumentos de Cádiz, Cádiz, 1909, p. 13, (citamos por la edición facsimilar del Ayto. de Uclés, 2009). Según nuestro autor, durante la Guerra de la Independencia la población sufrió tres saqueos (13/1/1809, 21/6/1810 y 27/9/1812), afectando también, al menos en la primera ocasión, al convento, ya que no sólo se robaron numerosos libros de la biblioteca sino que, peor aún, se quemaron otros muchos. ID., Uclés, antigua residencia…, op. cit., p. 51. A esta circunstancia, aunque Quintero no lo menciona, habría que añadir el expolio de objetos de oro, plata y todos aquellos bienes considerados de valor por los franceses y susceptibles de ser transportados con facilidad. 52  Prontuario…, op. cit., vol. I, p. 179. 53  AHN., Estado, Junta Central Suprema Gubernativa del Reino, leg. 46.308. Un ejemplo de las atrocidades cometidas en Uclés por el ejército francés podemos encontrarlo en el relato desgarrador del marqués de Sabrán: Relación de los crímenes cometidos en la ciudad de Uclés en la Mancha por el exército francés al mando del General Victor, dirigida a los franceses padres de los conscriptos», oficina del Diario, Valencia, 1809. 54  R.O. de 20/05/1814 y 11/05/1823, cfr., F. Martín de Balmaseda, Decretos del Rey Don Fernando VII, vol. I, Imprenta Real, Madrid, 1818, p. 19; ID., vol. VII, Imprenta Real, 1824, p. 35. 55  Real Academia de la Historia (RAH.), sig. CACU/9/7953/10(2), fol. 19r-v,…Por último y en comprobación de que sería muy oportuno y conveniente la conservación de dicho palacio, puede decirse que cuando fue extinguida la corporación canonical de Uclés en el año 1821 y agregado dicho edificio al crédito público, por las oficinas de este ramo se mandó justipreciar para sacarlo a subasta; vinieron arquitectos a la práctica de dicha operación y nada verificaron por manifestar que para realizarla con exactitud y precisión necesitaban invertir muchos meses, por lo que y que su encargo era puramente de oficio, se retiraron sin ejecutarlo; mas sí expresaron que el valor de dicho palacio con las obras que le son adyacentes […] no bajaría de 80 o 90 millones de reales…». I. Palomino, «Descripción de la Real Casa-Palacio Episcopal de Uclés», BRAH., XV/4 (1889), pp. 284-298.

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que, junto con el resto de comunidades y colegios de las Órdenes Militares, quedó definitivamente suprimido en el contexto de las propuestas desamortizadoras de Mendizábal (R.D. 9/3/1836)56. Para entonces, igual que en otros muchos conventos y monasterios, una parte significativa del tesoro artístico de Uclés había desaparecido57, de ahí que la comunidad santiaguista, durante su restitución, tuviera que adquirir nuevos ornamentos para la celebración del culto ordinario58. Por el inventario de 1828, publicado por el propio Quintero, parece evidente que el patrimonio artístico del convento estaba prácticamente extinguido, al menos en lo tocante a la orfebrería. Según este documento, cuyos datos hay que manejarlos con reservas mientras no haya un estudio más detenido59, de las innumerables 56  Gaceta de Madrid, 444 (1836), pp. 1-3. A partir de este momento, los freiles santiaguistas nunca volverán tomar posesión de su antigua sede. Para el caso del proceso desamortizador en Cuenca véase F. González Marzo, La desamortización de la tierra eclesiástica en la provincia de Cuenca, Diputación Provincial de Cuenca, Cuenca, 1985; La desamortización de Madoz en la provincia de Cuenca (1855-1866), Diputación Provincial de Cuenca, Cuenca, 1993. 57  El saqueo y el pillaje no fueron las únicas causas que produjeron la pérdida o dispersión del patrimonio del convento. Hay que tener en cuenta que la propia normativa legal para la supresión de conventos, en virtud de la cual se asignaba al crédito público todos los bienes de los mismos, amparaba el reparto de sus ornamentos a las parroquias más necesitadas, la apropiación de los exclaustrados de «los muebles de su uso particular», el traslado de los archivos, bibliotecas, cuadros, etc., a institutos públicos e incluso, como ocurrió durante el reinado de José I, se aplicaban «…al remedio de las urgencias del Estado las alhajas de oro y plata no necesarias para el servicio del culto en la iglesias del reyno». 58  AHN., Sección Códices y Cartularios, sig. 435b, fol. 260. «Libro de gastos y productos de la casa de Uclés, de la Orden de Santiago 1832-1836», …día 28 de marzo de 1833 se pagaron a D. Tadeo Aparicio, maestro platero de la ciudad de Cuenca, nueve mil nuevecientos rs por el coste total que han tenido las ánforas de plata para la consagración de Santos Olios…». 59  Sin detenernos en analizar la imparcialidad de este tipo de inventarios, no debemos olvidar la dificultad que supone la comprobación de lo existente con lo inventariado, más aún cuando, desde antiguo, han existido coyunturas que pueden derivar en conclusiones erróneas. Es el hecho, por ejemplo, de la reutilización ornamentos deteriorados para la composición de otros nuevos o, simplemente, para el cambio por otros más necesarios. En dicho inventario no aparecen recogidos otros bienes de valor artístico como es el caso de los retablos, algunos de los cuales, junto con el magnífico monumento de Semana Santa, todavía se conservaban a finales del siglo xix y fueron reproducidos por Quintero. En cuanto a la orfebrería, valga como ejemplo el hecho de que en 1833 algunas de las piezas citadas en el inventario, después consideradas inútiles, se canjearon por un cáliz…en el mismo día (28 de marzo) se dio al mismo platero (Tadeo Aparicio) un caliz, patena y vinageras de plata ya

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piezas que en su día conformaron el rico tesoro de Uclés, tan sólo se conservaban unas cuantas y la mayoría de ellas ni siquiera llegó a conocerlas nuestro autor:…de las alhajas citadas en este inventario, no queda ninguna y de los cuadros se conservan algunos… 60. En cualquier caso, de lo que no hay duda es que a partir de 1836 (R.D. 9/3/1836) se inicia un largo camino sin retorno para el convento de Uclés. Como en las supresiones anteriores, la comunidad santiaguista quedó disuelta y sus freiles ordenados in sacris se incorporaron a las parroquias como eclesiásticos seculares (arts. 12 y 19). De la misma manera, la jurisdicción eclesiástica —que antes ejercían los priores santiaguistas como parte de sus antiguos privilegios—, se transfería a los ordinarios de las diócesis en las que se hallaban los territorios afectados (art. 14). Sin embargo, a diferencia de las ocasiones precedentes, el Obispo-Prior de Uclés mantuvo sus competencias en materia de jurisdicción eclesiástica (R.O. 25/04/1836)61, condicionando así la evolución del antiguo convento en las décadas posteriores. De hecho, en la medida en la que el prelado conservó sus atribuciones espirituales el edificio pudo considerarse como palacio episcopal y, por tanto, quedaba exento de la nacionalización en virtud del artículo 4º de la Ley de supresión del diezmo (29/07/1837) en el que se estipulaba que…el palacio de cada prelado […] continuará aplicado a sus actuales destinos…62. Puesto que la «Real Casa-Palacio Episcopal de Uclés» —como se le denominará a partir de ahora— no fue incautada, la propiedad del inmueble siguió en manos de la Orden de Santiago, de modo que se alejaba, al menos por el momento, la posibilidad de su venta o reutilización por el Estado para cualquier otra función. No por ello la situación dejó de ser compleja y delicada. Por un lado, el Estado mantuvo su interés en el edificio, lo que explica su intención de destinarlo a videsechadas con peso de 42 onzas, valorado todo en setecientos noventa y ocho rs, y dio en cambio un caliz nuevo con patena, y cucharita de plata, en precio de setecientos sesenta rs, y su peso es de 18 onzas y un adarme, y el exceso de treinta y ocho rs que devolvió el platero constan anotados y cargados en el libro correspondiente… AHN, Sec. Códices, sig. 435b, fol. 260. 60  P. Quintero Atauri, Uclés. Excavaciones…, op. cit., pp. 181 y ss. 61  Gaceta de Madrid, 499 (1836), p. 2. 62  Ibídem, 974 (1837), p. 1. Esta misma exención se mantendrá en el art. 6º de la Ley de 2 de septiembre de 1841, en la que se declaraban bienes nacionales las propiedades del clero, y en el art. 2º de la Ley desamortizadora del 1 de mayo de 1855.

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vienda militar63 justo después del fallecimiento del último Obispo-Prior D. Antonio García Balsalobre († 3/11/1844)64. Por otro, los largos años sin reparos se manifestaron especialmente en el deterioro de las cubiertas, lo que derivó en la pérdida en poco más de treinta años de los dos chapiteles de la fachada occidental de la iglesia65. Tras la desaparición de los priores, los gobernadores eclesiásticos66 tuvieron que sortear de la mejor manera posible la falta de recursos económicos sin los cuales, era difícil evitar la ruina del inmueble. Su escaso margen de maniobra y los constantes vaivenes políticos tampoco ayudaron a la facilitar su tarea. Gracias a que la vicaría eclesiástica aún se ubicaba en el antiguo convento, el Estado mantenía una pequeña dotación que los gobernadores aplicaban en frenar el alarmante deterioro de las cubiertas. Tan solo en ocasiones excepcionales se documentan otro tipo de intervenciones, como la efectuada en los órganos de la iglesia a finales de la década de 186067. 63  AHN., Sec. Órdenes Militares, Consejo, leg. 5505, s/f. 1845, enero, 5, Madrid. En esta fecha el Tribunal Especial de las Órdenes se quejaba del envío de un ingeniero a Uclés para reconocer el edificio de cara a su inminente destino como vivienda militar. 64  A. Horcajada Garrido, Priores santiaguistas de Uclés, edición de autor, Tarancón, 1982, pp. 167173. Según el autor, este Obispo-Prior (1831-1844) desarrolló buena parte de su labor episcopal desde su palacete de Torrubia del Campo (Cuenca), a causa de la interrupción de la vida conventual. De ser así, es probable que este absentismo animara al Estado a intervenir en Uclés. 65  P. Quintero Atauri, Uclés. Antigua residencia…, op. cit., pp. 66-67. Según Quintero el 3 de mayo de 1845, a las nueve de la noche y el 23 de febrero de 1877 a las tres de la tarde. El propio autor, que probablemente asistió a la destrucción del segundo chapitel, afirmaba que los incendios se produjeron por estar los chapiteles «…desprovistos en parte de las pizarras que los cubrían…». 66  A. Horcajada Garrido, op. cit., pp. 171 y ss. Los gobernadores eclesiásticos administraron el antiguo priorato desde la muerte del último Obispo-Prior en 1844 hasta la disolución de las Órdenes Militares en 1873. 67  I. Palomino, «Descripción…», op. cit., p. 291. En su memoria del año 1872, este autor afirmaba que estaban… colocados entre barandas dos órganos recientemente construidos, y el mayor, de dos teclados… A primera vista, cuesta trabajo creer que la precaria situación económica permitiera invertir en la construcción de dos órganos nuevos. Puesto que no disponemos de suficiente información para rebatirlo pensamos, tan solo como hipótesis, que lo que realmente se ejecutó fue el reparo de los antiguos. Además, gracias a la imagen proporcionada por Quintero, se puede comprobar que los órganos mantenían sus primitivas cajas barrocas a finales del siglo xix.

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Fig. 3. Interior de la iglesia del antiguo convento de Uclés a finales del siglo xix en la que se muestra la imagen del magnífico monumento barroco de Semana Santa y los dos órganos, también con caja barroca, en las tribunas del coro. (Foto: P. Quintero).

Desde el año 1848 se celebraban las negociaciones que desembocaron en el Concordato de 1851, en cuyo articulado se contemplaba tanto la supresión de la exención eclesiástica en el territorio de las Órdenes Militares, como la creación de un Coto Redondo en el que faltaba por precisar los pueblos que lo integrarían y la modalidad de su gobierno. En cualquier caso, las posibilidades de ubicar en Uclés la nueva sede prioral eran muy escasas68. Además, por otro lado, el derrocamiento de Isabel II por La Gloriosa de 1868 despertó los recelos, con bastante fundamento, de los que temían por la supervivencia de las Órdenes Militares. De hecho, una de las primeras medidas del nuevo gobierno fue la integración del Tribunal Especial de Órdenes en el Tribunal Supremo de Justicia (Decreto de 2/11/1868)69 y para entonces, según Escudero de la Peña, la vicaría eclesiástica ya se encontraba en Villamayor de Santiago70. Del mismo modo, la asignación a la gobernación y la pequeña dotación para el mantenimiento de Uclés quedaron suprimidas en el presupuesto eclesiástico de 187371. El 9 de marzo de ese mismo año, el gobierno de la Primera República decretó la disolución de las Órdenes Militares72. 68  J. Jimeno Coronado, «Creación del Obispado Priorato de las Órdenes Militares», en Cien años del Obispado Priorato de las Órdenes Militares, Instituto de Estudios Manchegos, Ciudad Real, 1977, pp. 7-20. 69  Gaceta de Madrid, 309 (1868), pp. 1-2. 70  J. Mª. Escudero del a Peña, «El archivo de Uclés», Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos (RABM.), 11 (1872), p. 164 71  RAH., sig. CACU/9/7953/10(1). 72  Gaceta de Madrid, 70 (1873), p. 820.

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Ciertamente, el escenario económico y político no contribuía al optimismo, pero los años transcurridos desde la expulsión de los santiaguistas en 1836 sirvieron también para la incorporación de importantes cambios culturales gracias a la paulatina asimilación del Romanticismo73. En efecto, a partir de las décadas centrales del siglo xix asistimos al desarrollo de una sensibilidad hacia la riqueza monumental del país desconocida hasta el momento, dando lugar, por mencionar un ejemplo representativo, al nacimiento de la definición moderna del concepto de «monumento histórico-artístico»74. No obstante, a pesar de los cambios, Uclés continuaba con su lucha particular por evitar la ruina en un momento en el que ya se había efectuado el traslado de buena parte de los documentos santiaguistas al Archivo Histórico Nacional75. La supresión de la escasa remuneración para el mantenimiento del edificio desencadenó una serie de reacciones encabezadas por Isidro Bernardo Palomino, llamado a ser el último gobernador eclesiástico76. A finales de 1872 elaboró una interesante descripción para recabar el apoyo de personajes como Tomas de Huet que, por su condición de caballero de Santiago77 y sobre todo como Presidente de la sala 2ª del Tribunal Supremo, gozaba de un alto grado de influencia78. El contenido de esta descripción no destaca solo por los datos que aporta sino, más bien, porque centra su interés en la necesidad de conservar el edificio por su propio valor histórico-artístico desligándolo, al menos sobre el papel y de manera inteli73  Cfr. M. Cortés Arrese, Las Órdenes Militares de los Románticos, Catarata, 2011. 74  I. González Varas, Conservación de bienes culturales. Teoría, historia, principios y normas, Cátedra, Madrid, 1999, pp. 29-42. 75  Por Real Decreto de 1 de enero de 1869 el Estado incautaba todos los archivos y bibliotecas pertenecientes a las Órdenes Militares. Por Real orden de 25 de enero de 1872 se mandaba que los documentos del archivo se incorporaran a los fondos del AHN., mientras que los libros de la biblioteca, así como su estantería, debían trasladarse a la biblioteca provincial de Cuenca. RABM, 2 (1872), p. 20. Sobre las diligencias practicadas cfr., J. Mª. Escudero de la Peña, «El archivo de Uclés», RABM, 10 (1972), pp. 145-151 y 11 (1972), pp. 161-176; C. Crespo, «Los primeros cien años del Archivo Histórico Nacional (1866-1966)», RABM., 73/2 (1966), pp. 293-294. 76  A. Horcajada Garrido, op. cit., p. 171 77  V. Cadenas y Vicent, Caballeros de la Orden de Santiago que efectuaron sus pruebas de ingreso durante el siglo xix, Hidalguía, Madrid, 1958, p. 310. 78  B. Díaz Sampedro, La politización de la justicia. La designación de los Magistrados del Tribunal Supremo (1836-1881), Dykinson, Madrid, 2005, pp. 174 y 409.

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gente, del futuro incierto de la gobernación. Huet envió el texto de Palomino a las Academias de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando, con una carta adjunta en la que proponía la ubicación en Uclés de una comunidad de misioneros79. Como era preceptivo, ambas instituciones solicitaron los informes a sus respectivos correspondientes, de modo que la de Bellas Artes preguntó a la Comisión Provincial de Monumentos de Cuenca80 mientras que su homónima de la Historia hizo lo propio con Fermín Caballero. El resultado fue una comunicación oficial al ministro de Fomento el 23 de febrero de 187381. En este sentido, cabe destacar que la implicación de Fermín Caballero y Morgáez, conquense de pro, antiguo ministro de la Gobernación, alcalde de Madrid, abogado, erudito y literato, fue más intensa aun cuando su postura hacia los santiaguistas no era precisamente favorable82. El 25 de junio de 1873, suprimidas ya las Órdenes Militares desde el 9 de marzo por la I República, Caballero firmó en Barajas de Melo, su pueblo natal, un artículo titulado «Santiago de Uclés» que vio la luz en La Ilustración Española y Americana, uno de los rotativos gráficos de mayor alcance en la época. El texto nacía del ya citado informe remitido a la Real Academia de la Historia y destacaba sobre todo por su planteamiento, claramente inspirado en el concepto de «monumento» y en el convencimiento de que su protección debía considerarse como una obligación moral del Estado y sus ciudadanos:…de esta casa (Uclés) quiero hablar en alta voz, no por entretener la curiosidad de los lectores, sino con el objeto patriótico de que el público conozca lo que fue y lo que es este edificio mag-

79  RAH., sig. CACU/9/7953/10(2). La descripción fue remitida a D. Antonio Benavides, presidente de la misma y también caballero de Santiago. En la carta adjunta le exhortaba a medrar desde su cargo para buscar una salida, al tiempo que le informaba de su propuesta al gobierno a través del Presidente del Tribunal Supremo. 80  Cfr., Actas de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, pp. 481-482. 1873, febrero, 3. Madrid. La Academia resolvió informarse de la Comisión Provincial de Cuenca. 81  RAH., sig. CACU/9/7953/10(4). Publicado en BRAH, XV/4 (1889), p. 298. 1873, febrero, 24. Madrid,…muy pronto quedaría y sería presa de la rapacidad y el vandalismo si el Gobierno no atendiera a su conservación como monumento artístico como de los más notables de España, de grandes recuerdos históricos y muy propio por su construcción sólida y espaciosa para Colegio de enseñanza o de Misioneros de Ultramar. Urge por tanto adoptar alguna determinación que le libre del peligro que le amenaza… 82  A. Horcajada Garrido, op. cit., p. 43.

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nífico, y ayude con su fuerza moral a que se salve de la ruina próxima, que desgraciadamente le amenaza…83. Ahora bien, a pesar de los esfuerzos, hubo que esperar algunos años hasta el inicio de las primeras reformas, ya que a lo largo de este tiempo los intereses se centraron en las negociaciones que derivaron, no sin ciertos problemas, en la ejecución del concordato de 185184. Su aplicación, y la consiguiente anexión a la Diócesis de Cuenca de la mayor parte de los territorios del antiguo priorato de Uclés, supuso el traspaso al obispado de la Real Iglesia y Casa Matriz de Santiago85 y, por tanto, adquiría la responsabilidad de conservar el monumento. En consecuencia, las primeras reacciones no tardaron en llegar. El 4 de febrero de 1874 el obispo de Cuenca declaraba efectiva la nueva situación y a la Casa-Matriz de Uclés parte principal de la parroquia de la misma villa…86. Acto seguido, la Comisión Provincial de Monumentos se apresuró a enviar a uno de sus académicos para reconocer el inmueble e informar sobre las obras necesarias87, de manera que en septiembre de 1874, una 83  La Ilustración Española y Americana, XXVII (1873), p. 438. 84  J. Jimeno Coronado, op. cit., pp. 17-18. La disolución de las Órdenes Militares en marzo de 1873 provocó la reacción del Vaticano mediante la publicación de la bula «Quo gravius» (14 de julio), que fue ejecutada por el Cardenal Moreno, Arzobispo de Valladolid, el 26 de enero de 1874. Sin embargo, la ejecución de esta bula fue considerada «nula» puesto que carecía del exequatur o pase del Gobierno quien, a su vez, reaccionó con la restitución del Tribunal Especial de las Órdenes el 14 de abril. Puesto que se consideraba ilegal, se intentó procesar a los Obispos que se habían anexionado los territorios de las Órdenes. El conflicto se solventó, al menos temporalmente, con la publicación de la nueva bula «Ad Apostolicam» (18-XI-1875) por la que se creaba en Ciudad Real el Priorato «nullius» de las Órdenes Militares. 85  J. Guerra Campos, «Por qué el Convento santiaguista de Uclés es de la Diócesis de Cuenca», en Boletín Oficial del Obispado de Cuenca, 10 (1979), pp. 178-179. La declaración se produjo el 4 de febrero de 1874, es decir, tan sólo diez días después de la ejecución de la bula. 86  Ibídem, pp. 180-181. A. Horcajada Garrido, op. cit., p. 185. Según este autor, la iglesia conventual no llegó a ser utilizada como parroquia. 87  Comisión Provincial de Monumentos Históricos de Cuenca, Reseña de los trabajos verificados por la misma desde su reinstalación en 1879, Imprenta provincial, Cuenca 1882, p. 9. Según el propio Quintero, Uclés. Excavaciones…, op. cit., p. 65, en 1876 el vicepresidente de la Comisión, Vicente Sánchez Almonacid, giró una visita a Saelices para comprobar el hallazgo del acueducto que abastecía Segóbriga, hecho que podría encuadrarse en el contexto al que nos referimos. El informe fue publicado en el BRAH., XV/1-2, pp. 160-170.

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vez realizados los reparos de urgencia, se constituía en el antiguo convento el Colegio de Santiago, sección del Seminario de Cuenca 88. No obstante, el cambio de propiedad tampoco supuso un gran avance durante los primeros momentos. En los años inmediatamente posteriores se evidenciaron las dificultades del obispado para mantener el inmueble, y así lo demuestra el incendio del último chapitel de la fachada de la iglesia a causa de un rayo89. En consecuencia, la carencia de fondos para acometer las obras más urgentes obligó a buscar nuevas soluciones. Una de ellas era albergar a una de las comunidades de Jesuitas expulsados de Francia, solución que parecía del agrado del obispo y ello explicaría que les ofreciera personalmente el inmueble en 1879 90. Superadas algunas reticencias iniciales, al año siguiente se estableció una comunidad procedente de Toulouse y con su llegada se efectuaron reparos notables en el convento91. Además, gracias a los Jesuitas, Uclés conoció un período de verdadero renacimiento cultural que actuó, sin ninguna duda, como uno de los referentes más importantes en el devenir del joven Pelayo Quintero. Tras la marcha de los franceses, cuyo recuerdo se mantiene en la placa conmemorativa que aún se conserva en el zaguán de la entrada principal, en 1897 el obispado instaló un colegio de Segunda Enseñanza que pasó a ser regentado por Agustinos a partir de 190292.

88  J. Guerra Campos, op. cit., p. 180. 89  Vid. cit. 65. 90  Sobre las negociaciones para la llegada a Uclés de los jesuitas franceses y su posterior repatriación véase M. Revuelta González, La Compañía de Jesús en la España contemporánea, vol. I, Universidad Pontificia de Comillas, Santander, 1984, pp. 577 y ss. Según el autor, los Jesuitas manifestaron algunas reservas sobre los inconvenientes de establecerse en el ex convento de Uclés. 91  Comisión Provincial de Monumentos Históricos de Cuenca, op. cit., p. 9. «En 1879 en que dicho ex convento estaba entregado a la mitra de esta Diócesis también se solicitó del Ilmo. Sr. Obispo atendiera a su conservación, y finalmente en 1880, el ilustrado Arquitecto provincial Sr. Alfaro lo reconoció de nuevo e informó sobre las reparaciones que eran necesarias y que hoy están en parte realizadas por la orden de Jesuitas que lo ocupa». 92  Reglamento del Colegio de Santiago de 2ª Enseñanza establecido en Uclés (Cuenca) bajo la inmediata inspección del Excmo. e Ilmo. Señor Don Pelayo González Conde, obispo de esta Diócesis. Fundador y jefe nato de este centro docente incorporado al Instituto Provincial, Imprenta y Librería de José Gómez Madina, Cuenca, 1899.

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3. Trascendencia de las investigaciones sobre el convento. Que sepamos, Quintero nunca mostró un interés especial por el estudio de las Órdenes Militares en general o por la de Santiago en particular más allá de lo indispensable para contextualizar sus trabajos sobre la villa y el convento de Uclés. Su única aportación conocida sobre esta materia procede del año 1905, en la cual, aborda de forma breve la convocatoria de las Órdenes a mediados del siglo xvii con motivo del levantamiento catalán93. Así pues, los estudios dedicados por nuestro autor al análisis del convento se limitan al artículo de 1894 y al primer volumen de su trilogía publicado diez años después, si bien, hay menciones de carácter puntual en los textos de 188994, 190895 y 191396. Desde los primeros momentos, incluso antes de impartir esta materia en las Escuelas de Bellas Artes, manifestó un gran interés por el ornato, seguramente heredado por influencia de Casto Plasencia y, sobre todo, de Plácido Francés97. Este hecho se muestra sin reservas en el artículo de 1894, pues al referirse a la fachada oriental del convento añade que estaba…cuajada de finos adornos platerescos que bien merecieran reproducirse…98. En efecto, a lo largo de su obra se detecta una fuerte inclinación por incluir motivos ornamentales, entre los que destacan preferentemente los de tipo vegetal, como también el empleo de una grafía que intentaba asemejar caracteres medievales. Así, en la apertura del texto de 1894, reproducido diez años después en el libro de Uclés, introdujo hojas de parra y letra capital gótica, si bien, donde mejor se advierten estas características es en la portada del libro dedicado a las sillerías de coro, concebida a modo de frontispicio con imitación de tipografía gótica y orla vegetal. 93  P. Quintero Atauri, «Noticias históricas referentes al batallón de las Órdenes», RABM., XIII /9-10, pp. 241-243. 94  P. Quintero Atauri, «Uclés histórico y arqueológico», op. cit., pp. 71-75. 95  P. Quintero Atauri, Sillas de coro…, op. cit., pp. 34-35. Corresponde con la descripción de la silla prioral que reproduce, casi de forma íntegra, el texto publicado en 1894 y 1904. 96  P. Quintero Atauri, Uclés. Excavaciones…, op. cit., pp. 183-194. Se trata del inventario de algunos bienes muebles realizado en 1828 y que está inserto a modo de apéndice. 97  Hay que recordar que éste último se encargó de la decoración de varias estancias en los palacios madrileños del Marqués de Dos Aguas y del Duque de Santoña. 98  P. Quintero Atauri, «El castillo y monasterio…», op. cit., p. 187.

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Fig. 4. El ornato siempre fue algo que despertó un gran interés en Quintero Atauri. Imagen del comienzo del artículo sobre el castillo y convento de Uclés en 1894 (izquierda) y portada del libro dedicado a las sillerías de coro españolas (derecha).

De la misma manera, también son dignas de consideración las numerosas imágenes que ilustran sus trabajos, ya sea mediante carboncillos o plumillas —en los que demuestra su dominio técnico del dibujo—, o a través de fotografías. Entre los primeros, además del ya citado para la portada del Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, cabe destacar la Alegoría de la Orden de Santiago que se inserta en el primer volumen sobre Uclés publicado en 1904, cuya composición y marco arquitectónico hunden sus raíces en el más puro academicismo de la época. Entre los segundos, sobresalen las ruinas de la fortaleza medieval con las torres del Pontido y del Palomar en primer plano, y la muralla y la torre Albarrana al fondo. Sin duda, se trata de un documento gráfico excepcional en tanto que corresponde, que sepamos, con una de las primeras vistas dedicadas al castillo en detrimento del convento, cuya monumentalidad acaparaba la atención de todas las imágenes editadas hasta entonces. 97­

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Fig. 5. Vista de las ruinas de la fortaleza en 1894 según Quintero (arriba) y la misma en su estado actual (abajo). (Fotografía: Francisco A. Mazuecos)99.

99  http://cofrades.pasionensevilla.tv/profiles/blogs/monasterio-de-ucles-el (9/7/2012).

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Por otro lado, dentro de lo que aportan sus dibujos como documento gráfico, es necesario aludir a la reproducción de la magnífica silla gótica que tradicionalmente se ha identificado como asiento presidencial, bien de los antiguos maestres o bien de los priores. Trasladada primero al Museo Arqueológico Nacional y en 1881 a la catedral de Ciudad Real con motivo de la creación del Obispado-priorato, esta magnífica obra fue destruida en 1936 y tan solo conservamos testimonio de su imagen gracias autores como Manuel de Assas, Quintero y algunas fotografías. Ahora bien, contamos con indicios que apuntan a que nuestro autor no llegó a conocerla directamente, pues su descripción formal, así como el propio dibujo, son una copia fiel de las aportaciones de Assas en 1878 a pesar de que nunca llegó a mencionarlo en sus textos.

Fig. 6. Imagen de la antigua silla presidencial de Uclés tal como la reprodujo Assas en 1878100 (izquierda) y la copia de la misma por Quintero (derecha) en las sucesivas publicaciones de 1894, 1904 y 1908.

100  M. de Assas, «Silla presidencial del castillo-monasterio de Uclés», Museo Español de Antigüedades, 9 (1878), pp. 11-33.

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En todo caso, y sin ánimo de restar importancia a su trabajo, a la hora de analizar su obra sobre la sede santiaguista hay que tener en cuenta una serie de factores que, en el contexto historiográfico de finales del siglo xix, determinan en buena medida el resultado de los estudios. En primer lugar, no debemos olvidar que en este período la metodología empleada en el análisis de las obras de arte estaba más ligada al interés que despertaban desde el punto de vista arqueológico, esto es, por su antigüedad, que por su valor intrínseco dentro de un estilo artístico101. Con una disciplina como la Historia del Arte todavía en proceso de formación, no resulta extraño que nuestro autor aplicara las metodologías procedentes del formalismo y del positivismo histórico102 a la hora de abordar sus trabajos sobre Uclés a pesar de que, como ya se ha visto, gozaba de un juicio crítico plenamente formado al menos en el caso de la pintura de su época. No obstante, según el propio Quintero su finalidad no era «estudiar», esto es, «interpretar» la documentación sobre Uclés, sino aportar el mayor número de datos posible para que otros los analizaran. Aun así, está claro que no se limitó a realizar un simple compendio documental y, más aún si cabe, a partir de su nombramiento como «Cronista de Uclés» en 1904103. Basta con recordar los lamentables sucesos ocurridos a mediados de siglo sobre el expolio de la biblioteca conventual, entre los que destacan como más sangrantes la sustracción a cambio de un reloj de un códice «Beato» donado por el obispo Martín Pérez de Ayala 104, para comprender el sentimiento de responsabilidad que debió de inundar a nuestro autor. 101  J. Gállego, «Varias tendencias en la Historiografía del Arte», en Historiografía del Arte español en los siglos xix y xx, Alpuerto, Madrid, pp. 9-15. 102  P. Quintero Atauri, Uclés. Antigua residencia…, op. cit., p. 5,…al publicar este trabajo, no pretendo hacer una historia completa de la villa de Uclés […] Propóngome únicamente recoger cuantos datos y documentos encuentre relacionados con Uclés, y reuniéndolos todos, al tiempo que facilito la tarea al que quisiera hacer una historia, pongo a disposición, tanto de vecinos como de viajeros, todas aquellas noticias que pudieran serles de algún interés, sin que tenga que molestarse en pesadas averiguaciones y sin correr el peligro de ser engañados por despreocupados y poco verídicos cronistas… 103  A. Mª Gálvez Bermejo, Uclés. Antigua residencia…, op. cit., prólogo a la edición facsimilar de 2007, p. XX. El nombramiento tuvo lugar con motivo de la publicación del primer volumen de la trilogía. 104  G. de Andrés, «Nuevas aportaciones sobre los códices «Beatos», RABM., LXXXI/3 (1978), p. 545. Según el autor en la actualidad este códice se encuentra en la colección Pierpont Morgan de

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Por tanto, y en segundo lugar, es necesario prestar atención a las fuentes documentales conocidas en la época, pues no debemos olvidar la tendencia común a omitir la referencia de muchas de ellas. Algo similar ocurre con la utilización de textos escritos por otros autores que, o bien no se mencionan con la frecuencia debida o, peor aún, ni siquiera se aluden a los mismos. Este hecho, entorpece el seguimiento sobre el origen de las ideas aportadas por los diferentes autores ya que muchas de estas hipótesis, por «efecto dominó», se mantuvieron con el paso de los años al no efectuarse la necesaria revisión documental. De este modo, surgen problemas importantes sobre todo cuando la interpretación de las fuentes es errónea, algo en lo que Quintero tampoco es una excepción. A lo largo del siglo xix las fuentes más conocidas procedían de algunas obras impresas entre los siglos xvi y xviii, así como de diversos documentos del convento incorporados paulatinamente al Archivo Histórico Nacional. Entre las primeras destacan las de autores como Ambrosio de Morales, Francisco de Rades y, sobre todo, las de Diego de la Mota, José López de Agurleta y Antonio Ponz105. Entre las segundas, sobresalen las menciones al llamado Tumbo Menor de Castilla106, así co-

Nueva York con la signatura Ms. 644, tal como se reconoce en su catálogo en red: http://utu.morganlibrary.org/medren/mslistview.cfm?ACCNO=M.644&Startrow=1 (18/12/2012) 105  A. Morales, Noticias históricas sacadas del Archivo de Uclés, de sus sepulcros y calenda y del testamento del Infante Don Enrique con un cronicon hasta ahora no publicado, oficina de Benito Cano, Madrid, 1793; F. de Rades y Andrada, Chronica de las Tres Ordenes y Cavallerias de Sanctiago, Calatrava y Alcantara… Imp. Juan de Ayala, Toledo, 1572; D. de la Mota, Libro del principio de la Orden de la Cavalleria de S. Tiago del Espada […] y la fundación del convento de Ucles, cabeça de la Orden, con un catalogo de los maestres y priores y de algunos cavalleros, Alvaro Franco, Valencia, 1599. J. López de Agurleta, Vida del venerable fundador de la Orden de Santiago y de las primeras casas de redempcion de cautivos, continuacion de la Apologia por el habito canonico del patriarcha Santo Domingo en la misma Orden, Imp. Bernardo Peralta, Madrid, 1731; A. Ponz, Viaje de España o cartas en que se da noticia de las cosas mas apreciables, y dignas de saberse, que hay en ella, vol. III, Imp. Joaquín de Ibarra, Madrid, 1774, pp. 174-181 106  Este manuscrito procedía de Uclés y en esta fecha se encontraba ya entre los fondos del Archivo Histórico Nacional (actualmente en la Sección Códices, sig. 1046b). En el folio 15r, en el documento correspondiente a la donación de Uclés a la Orden de Santiago, se incluye la conocida representación del castillo con el pendón de Santiago.

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mo las diferentes visitas efectuadas al convento entre mediados del siglo xv y comienzos del xvi107. A lo largo de sus diversos trabajos sobre Uclés, Quintero incorporó de manera progresiva el contenido de casi todas estas obras, aunque la ya citada tendencia a omitir o restringir las citas sobre las fuentes utilizadas dificulta que sepamos si la información procedía de su consulta directa o si, por el contrario, la obtuvo a través de otros autores108. Esta circunstancia se manifiesta de manera clara en sus investigaciones, cuya evolución alcanza su plenitud con la publicación de los tres volúmenes publicados entre 1904 y 1915. En efecto, si el primer artículo de 1889 corresponde a una obra de juventud, —con los errores que ello conlleva—, en el de 1894 ya se advierte una madurez que le permitió aprovecharlo como esbozo de la obra definitiva posterior. De hecho, reutilizó la práctica totalidad del texto, fotografías y dibujos, algo que será una constante a lo largo de sus publicaciones. Como él mismo reconoció, a la altura de 1904 ya tenía redactado, o al menos previsto, el contenido de los otros dos volúmenes posteriores, lo que significa que se escribieron a lo largo de los diez años transcurridos entre esta fecha y el artículo de 1894109. Es precisamente a través de esta trilogía donde mejor se pueden evaluar las verdaderas aportaciones de Pelayo Quintero sobre el convento de Uclés. Con diferencia, uno de los trabajos más completos de cuantos se escribieron sobre este tema a lo largo del siglo xix corresponde al realizado en 1853 por José María Quadrado110. A través de Diego de la Mota, Agurleta y Ponz, así como de la consulta de fuentes documentales como la visita de 1480 este autor, con la retórica 107  Las visitas eran inspecciones periódicas a través de las cuales se supervisaba el correcto funcionamiento de la vida espiritual en el convento así como la gestión de los bienes materiales. En la actualidad están consideradas como una de las fuentes más representativas para el conocimiento de las Órdenes Militares. Las referentes a Uclés han sido publicadas respectivamente por Mª. L. Rokiski Lázaro, Colección de documentos para la Historia del Arte en España, vol. V, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid, 1998, pp. 262-318; E. Jiménez Rayado, y otros, Libros de visita de la Orden Militar de Santiago. Provincia de Cuenca. Siglos xv-xvi, 2 vols., Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, Sevilla, 2009. 108  Aquí cobran especial interés los numerosos artículos publicados entre 1888 y 1889 en el BRAH. 109  P. Quintero Atauri, Uclés. Antigua residencia…, p. 6. 110  J. Mª. Quadrado, op. cit., pp. 550-561.

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que le caracteriza, fue capaz de reunir en apenas doce páginas la información que se conocía en la época, al tiempo que su interpretación de las fuentes se mantuvo prácticamente inalterable hasta mediados del siglo xx. Junto a éste, habría que añadir el informe de Palomino realizado en 1872 y publicado en 1889 en el que se incorporaron nuevos datos que, a la postre, serán fundamentales para las investigaciones de Quintero. Dentro de la mencionada trilogía, el contenido que aquí nos interesa se concentra básicamente en las páginas 53-80 del volumen primero, así como en las once últimas del tomo segundo en las que se incluye el mencionado inventario de 1828 y la trascripción de la Real Orden que autorizaba el traslado de la biblioteca conventual en 1856. Si lo comparamos con lo que se había escrito antes, el estudio de nuestro autor se caracteriza por la pervivencia de planteamientos anteriores, así como por la incorporación de una estructura novedosa a la hora de describir el edificio. En el primer caso, según las costumbres de la época, el relato estaba concebido de forma que conjugaba la información de las fuentes con los resultados de la observación directa, lo cual nos resulta muy útil en la actualidad en tanto que se convierte asimismo en un documento histórico. En el segundo, estructuró el texto de manera que hacía una distinción entre fortaleza y convento y, a su vez, entre convento nuevo y viejo, algo que sin duda estuvo condicionado por la consulta de Diego de la Mota —que puede considerarse como verdadera obra de referencia— aunque solo la considera como una relación del año 1598111. En efecto, si los datos concernientes al establecimiento de la Orden en Uclés proceden de López de Agurleta112, la mayor parte de la información descriptiva del edificio medieval está directamente sacado de Mota, a los que añadirá notas a pie de página con apuntes sobre los descubrimientos realizados en su época113. Ahora bien, será precisamente la obra de Mota la que conduzca a nuestro autor a cometer algunos errores de interpretación. Cuando este religioso santiaguista escribió su obra aún permanecía en pie la clausura del convento primitivo, de manera 111  P. Quintero Atauri, Uclés. Antigua residencia…, op. cit., p. 55,…respecto a la antigua planta, una relación del año 1598, que existió en el archivo… 112  J. Lopez de Agurleta, Vida del venerable fundador…, op. cit., pp. 80 y ss. 113  P. Quintero Atauri, Uclés. Antigua residencia…, op. cit., pp. 66 y 73. Es el caso, por ejemplo, de la destrucción de los chapiteles en 1845 y 1877 o del hallazgo del sepulcro del prior Pedro Alfonso en 1897

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que a la hora de describirlo hay ocasiones en las que consideró las fábricas medieval y moderna como una sola. Quizás, el caso más representativo sea la ubicación del refectorio, ubicado en la panda sur del antiguo edificio hasta 1570. Pues bien, cuando Quintero se ocupa de la descripción de este espacio dice que…el refectorio era ya el mismo que hoy existe, y se entraba por el claustro bajo, cubierto éste de magnífico artesonado de lacería… 114, afirmación que denota la confusión entre el refectorio antiguo y el nuevo y que no hubiera tenido lugar si hubiera consultado los textos de las visitas medievales a las que tanto se refiere. Por tanto, si la lectura de Diego de la Mota y de López de Agurleta está fuera de duda, de lo que no estamos tan seguros es de que investigara realmente las mencionadas visitas. De hecho, o bien leyó a Quadrado aunque no lo mencione en ningún momento, o bien, lo que es menos probable, desconocía su existencia y utilizó las mismas fuentes (Ponz, Cean-Bermúdez, etc.). Es más, resulta extremadamente sospechoso que de las abundantes visitas medievales conservadas en el Archivo Histórico Nacional, Quintero recurriera precisamente al mismo texto y al mismo año de 1480 recogido por Quadrado, lo cual confirma la hipótesis de que si consultó los documentos no los utilizó en sus escritos. En todo caso, tampoco será la última ocasión en la que nuestro autor utilice textos ya publicados sin mencionar su procedencia. Así, por citar un ejemplo, puede aludirse a la descripción de la silla presidencial en la que reproduce de forma casi literal lo dicho por Manuel de Assas en 1878, de manera que es a éste y no a Quintero a quien hay que atribuirle los detalles de la explicación115. Algo similar ocurre a la hora de incluir al arquitecto Francisco de Luna en el catálogo de personajes ilustres de Uclés, cuya información fue aportada Llaguno y CeanBermúdez en 1829116. Por otro lado, en lo respectivo al convento nuevo, realizó una interesante descripción gracias, como se ha dicho, a los añadidos de noticias contemporáneas. Sin embargo, al igual que sus predecesores, tampoco supo resolver el problema de la datación de las obras y la autoría de los maestros tracistas. Aunque se conocía la fecha de 1529 como inicio de la nueva fábrica conventual gracias a la lápida conme114  Ibídem, p. 57 115  Cfr., M. de Assas, «Silla presidencial…», op. cit., pp. 32-33. del castillo-monasterio de Uclés», Museo Español de Antigüedades, 9 (1878), pp. 11-33. 116  E. Llaguno y Amírola y J. A. Ceán-Bermúdez, Noticias de los arquitectos y arquitectura de España desde su restauración, vol. I, Imprenta Real, Madrid, 1829, p. 166

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morativa situada en el ábside de la iglesia, existían graves inconvenientes para refrendarlo desde punto de vista documental. Desde que Llaguno y Cean-Bermúdez atribuyeran la autoría de las obras al arquitecto regio Gaspar de Vega117 y la noticia se difundiera al gran público a través de Quadrado, los autores posteriores mantuvieron esta hipótesis durante largo tiempo sin contrastarla con otras fuentes. Ciertamente Felipe II encargó a Gaspar de Vega la ejecución de unas trazas del convento, aunque hoy sabemos que no fueron las primeras. Sin embargo, este hecho producía un anacronismo importante ya que, a pesar de las obras platerescas, la participación de Vega no pudo comenzar hasta la década de 1550 y esto era un problema en la medida en la que la totalidad del proyecto se adjudicó a este arquitecto. Quintero, por su parte, se limitó a reproducir lo ya dicho si bien, no debemos olvidar que hasta el año 1928 no se publicaron nuevas noticias sobre la participación de maestros durante la década de 1530118, y hasta 1956 no se atribuyó la autoría de las primeras trazas del convento119. De hecho, habrá que esperar a fechas muy recientes para que los estudios lleguen a desvelar los entresijos de la fábrica conventual durante sus primeros momentos120. En definitiva, si bien no puede decirse que las investigaciones de Pelayo Quintero sobre el convento de Uclés sean determinantes desde el punto de vista de la información histórica, no cabe duda de que se trata de una obra excepcional que ofrece un magnífico panorama de su imagen a comienzos del siglo xx, tanto desde el punto de vista gráfico, de la recopilación documental, como por la incorporación de noticias contemporáneas que hoy nos serían prácticamente desconocidas. Así pues, en lo que atañe a la Historia del Arte debemos estar agradecidos a su contribución y a su esfuerzo por dar a conocer el magnífico patrimonio histórico de esta población conquense.

117  Ibídem, vol. II, pp.49-50; J. Mª. Quadrado, op. cit., pp. 557-558. 118  M. Durán, «Excursión a Uclés», BSEE., XXXVI/2 (1928), pp. 153-162. 119  J. Mª de Azcárate Ristori, «El convento de Uclés y Francisco de Luna, maestro de cantería», Archivo Español de Arte, XXIX/115 (1956), pp. 173-189. 120  E. Herrera Maldonado y J. Zapata Alarcón, «La construcción del convento de Uclés (15291550)», Revista de las Órdenes Militares, 5 (2009), pp. 141-185.

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Pelayo Quintero: la erudición desde la arqueología, la historia del arte y el americanismo Enrique Gozalbes Cravioto Universidad de Castilla-La Mancha 1. Planteamiento de una revisión Hasta hace muy poco tiempo la figura intelectual del ucleseño Pelayo Quintero Atauri ha sido particularmente desconocida. Las alusiones al mismo transitaban en algunas breves referencias en obras acerca de diversos temas que cultivó en su producción escrita, pero sin destacar especialmente en ninguna de ellas. Ni dejó una huella profunda en la provincia de Cuenca, probablemente por su despego respecto a la capital administrativa, ni la realmente existente en Cádiz, su lugar principal de actuación profesional e investigadora, conseguía un reconocimiento adecuado que le sacara del silencio, de un nombre del pasado. Por ejemplo, en el terreno mismo de la arqueología gaditana, el hecho de que quien pudiera haber sido discípulo principal manifestara fuerte animadversión, influyó sin duda en ese vacío1. La re1  Nos referimos naturalmente a César Pemán Pemartín, quien fuera hermano del famoso poeta gaditano. C. Pemán, Memoria sobre la situación arqueológica de la provincia de Cádiz en 1940, 2ª ed., Madrid, 1954, pp. 14-15 destaca sus publicaciones como inventario de hallazgos, pero acusa sus publicaciones de que «casi nunca abordan, y mucho menos resuelven, las ingentes cuestiones de clasificación y cronología que las piezas descubiertas plantean; las fotografías son casi constantemente insuficientes y faltan planos y dibujos, así como todo intento de reconstrucción del campo de las necrópolis… Sus tesis y conclusiones no son válidas hoy día». Sobre este estudioso, en realidad más dedicado a la Historia del Arte, vid. E. Gozalbes, s. v. «Pemán Pemartín, César», en M. Díaz-Andreu,

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visión de su figura y de su aportación forma parte del elemento necesario de recuperación de la memoria en nuestro país, en su concepción más amplia. Otras personas que atravesaron por actitudes más o menos similares, la de la desmemoria, hasta la más cruel de las damnatio memoriae, lo fueron por padecer el despiadado rechazo por su ideología republicana. No es precisamente el caso que nos ocupa, Pelayo Quintero para nada perteneció a la intelectualidad republicana española, pese a los antecedentes paternos que Ángel Luís López Villaverde recuerda en esta misma monografía, sino que la desmemoria del personaje se produce sobre un intelectual en principio eminentemente conservador. No obstante, a fuer de ser justos, es preciso indicar que Pelayo Quintero estuvo bien vinculado con los intentos de modernización de la cultura, la ciencia y el pensamiento españoles en el siglo xix y primeras décadas del xx. Además esa marginalización se producía sobre alguien que poseía una señalada personalidad, de la que hizo gala en Cádiz defendiendo de forma personal y polémica el patrimonio arqueológico y artístico, como Director del Museo y miembro de la Comisión Provincial de Monumentos, levantando con ello no pocas ampollas en personas con bastante poder, y más tarde ya en su crepúsculo, en su actuación arqueológica en el Protectorado español en Marruecos, manteniendo al margen el mismo del dominio de Martínez Santa-Olalla2, que era el Comisario General de G. Mora y J. Cortadella (Coords.), Diccionario histórico de la Arqueología en España, Madrid, 2009, pp.514-515. En cualquier caso, baste indicar que las carencias que Pemán le atribuía eran generales en España en la época en la que eran formuladas, y que los problemas de las fotografías estaban en relación, sobre todo, con la mayor carestía de las publicaciones, efectuadas en esos momentos con medios muy poco costosos. 2  Al respecto hemos tratado en E. Gozalbes, «Algunos avatares de la arqueología colonial en el Norte de Marruecos (1939-1942)», Boletín de la Asociación Española de Orientalistas, 43, 2007, pp. 77-96; Quintero fue escogido para dirigir la investigación arqueológica de la «hermandad hispanomarroquí», en el contexto del «renacimiento hispano-árabe», por parte de los militares africanistas, proyecto de revitalización del Protectorado español de Marruecos, como premio por la colaboración de soldados marroquíes en el bando franquista en la guerra civil. Paralizó los intentos de Martínez Santa-Olalla por dominar la arqueología desde la perspectiva colonial. En fechas recientes, aunque sin mención de Quintero y de la problemática de la arqueología marroquí, ha tratado de la lucha política por el control de la arqueología española F. Gracia Alonso, La arqueología durante el primer franquismo (1939-1956), Barcelona, 2009. Sobre la actuación arqueológica de Quintero en Marruecos, E. Gozalbes, «África antigua en la historiografía y arqueología de la época franquista», en F. Wulff y M. Álvarez, Antigüedad y franquismo (1936-1975), Málaga, 2003, pp. 133-166; M. J. Parodi,

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Excavaciones Arqueológicas en España en la época. Más allá de su ideología, la realidad es que la personalidad de Quintero, mucho más amable con las gentes normales, pero de los que precisamente no «hacen amigos» entre los poderosos, influyó sin duda en sus problemas y en su olvido.

Fig. 1. Pelayo Quintero Atauri enseñando a diversos dirigentes políticos el proyecto de panteón para los diputados de las Cortes de Cádiz.

De sus tres etapas básicas, perfectamente definidas por su propia vivienda en ciudades diferentes3, la inicial de formación y consolidación que se encuentra en relación con su Uclés natal, la etapa gaditana, que es la más extensa y principal «Arqueología española en Marruecos, 1939-1946. Pelayo Quintero de Atauri», SPAL (Revista de Prehistoria y Arqueología), 15, 2007, pp. 9-20, así como en otros numerosos trabajos de este autor. Vid. también una completa síntesis, con una exhaustiva bibliografía, en M. J. Parodi y E. Gozalbes, «La arqueología en el Norte de Marruecos (1900-1945)», en D. Bernal, B. Raissouni, M. Arcila y otros (Eds.), Arqueología y Turismo en el Círculo del Estrechoi. Estrategias para la puesta en valor de los recursos patrimoniales del Norte de Marruecos, Colección Monografías del Museo Arqueológico de Tetuán, 3, Tetuán-Cádiz, 2011, pp. 175-197. 3  Vid. la aportación en este mismo volumen de E. Gozalbes y M. J. Parodi, «Pelayo Quintero: la arqueología entre Cuenca y Marruecos».

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en su trayectoria, así como el peculiar y fascinante epílogo marroquí, disponemos de una documentación que siempre ha sido rigurosamente seleccionada. Por esta razón debemos acudir a revisar la propia imagen ofrecida en cada momento para poder valorar la realidad del personaje en el contexto de la cultura española de la época, con sus avances y con sus fuertes limitaciones. Nuestro análisis se va a centrar sobre todo en la etapa inicial, la de su formación, puesto que las posteriores serán objeto de análisis por parte de otros especialistas, aunque haremos luego referencia a ellas. Baste indicar que Pelayo Quintero rebasó ampliamente el marco de la Arqueología, pero el hecho de ser la misma la única constante en las tres etapas, contribuye sin duda a su definición como «arqueólogo» 4. A nuestro juicio lo que mejor define su realidad es la de un erudito humanista, y como tal muy interesado en el Patrimonio. Pero también sería cerrar los ojos el no detectar que la arqueología formó siempre la afición principal del ucleseño. 2. Entre el anticuarismo y los balbuceos de la Arqueología. La primera etapa de la trayectoria de Quintero arranca desde su nacimiento hasta el establecimiento definitivo en la ciudad de Cádiz en el año 1904. Sobre la misma disponemos de su propia producción escrita inicial, hasta ahora escasamente valorada de forma crítica, y sobre todo los datos que indudablemente él mismo recoge en la voz que le dedica el diccionario «Espasa-Calpe» del que fue redactor, y que ha sido fuente constante de información sin mayor escrutinio al respecto. Su formación universitaria en el terreno de las Humanidades reflejará esa inevitable deficiencia propia del sistema español en la época. En efecto, si en 1886 cursó la carrera de archivero, anticuario, bibliotecario lo hizo en la Escuela Diplomática, que no era otra cosa que la expresión de un fuerte arcaísmo conceptual y organizativo. Ya en el decreto de 2 de junio de 1873, del Gobierno de la Primera República, auspiciado por el ministro Chao, se suprimía la Escuela Diplomática y sus enseñanzas se remitían a nuevas Facultades de Letras, y se recogían como enseñanzas la Historia, Paleografía, Diplomática, Latín y lenguas romances, Arqueología, Historia del Arte, Historia de las literaturas orientales, Historia de las literaturas extranjeras, Numismática y Epigrafía. Se trataba de una evidente modernización, que 4  E. Gozalbes, s. v. «Quintero Atauri, Pelayo», en Diccionario, pp. 538-539. Vid. también diversas contribuciones recogidas en el volumen de M. J. Parodi y E. Gozalbes (Coords.), Pelayo Quintero en el primer centenario de 1912, Cádiz, 2011.

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seguía el modelo de la Universidad francesa, pero dicho decreto quedó sin efecto al caer la Primera República española. Tan sólo sería el 20 de julio del año 1900 cuando el nuevo Ministerio de Instrucción Pública suprimió la Escuela de Diplomática, y transfirió las enseñanzas de Patrimonio a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central. Así pues, la formación de Pelayo Quintero, como la de todos los universitarios de Humanidades en la España de la época, fue terriblemente deficiente, pese a que en algunos planes desde antes de esa época se defendía voluntariosamente la superación de la situación. Sus maestros son nombrados por él mismo en la mencionada enciclopedia, donde aparecen seleccionados los que por entonces consideraba que habían sido los principales: Juan de Dios de la Rada y Delgado, Juan Catalina García López, y al que nombra como Muñoz Romero. Veamos algunos datos sobre los mismos que nos servirán para interpretar al personaje. En este último caso debemos realizar una corrección del lapsus, indudablemente, se trata de una errata y confusión por parte del propio Quintero, puesto que Tomás Muñoz y Romero había fallecido en el año 1867, por tanto mucho antes de realizar los estudios universitarios Pelayo Quintero. Es indudable que Quintero se refiere realmente a Miguel García Romero, que ocupaba la cátedra de «Geografía Antigua y de la Edad Media» en la Escuela Superior de Diplomática. Así pues, una formación básicamente geográfica, que era la incluida en su temática.

Fig. 2. Juan de Dios de la Rada Delgado.

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De la Rada aparece mencionado en primer lugar, y ello marca sin duda una jerarquía en el aspecto de discípulo y de aprecio hacia el maestro. En ese momento De la Rada tenía ya 57 años. Era un personaje del régimen isabelino, en el que participó hasta el estallido de «La Gloriosa». Doctor en jurisprudencia (1852), ocupaba desde 1856 la cátedra de Arqueología y Numismática en la Escuela Superior Diplomática. Desde la época de caída de Isabel II comienza a tener presencia importante en el recién creado Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, e ingresa en el Museo Arqueológico Nacional, del que fue Director desde 1891 a su jubilación en 1900, en el que, sin duda, planteó avances museísticos: fomento de adquisiciones, sistema de catalogación sistemática y divulgación científica5. Juan Catalina García tenía 41 años en esa época, era un personaje que tenía unas ideas muy conservadoras, acababa de ocupar una cátedra en la Escuela Superior de Diplomática donde impartía Arqueología y organización museística; en 1900 al suprimirse la Escuela Diplomática pasó a ocupar la primera cátedra de Arqueología en la Facultad de Letras de la Universidad de Madrid, así como desde ese año hasta 1911 sería Director del Museo Arqueológico Nacional 6. No obstante, y pese al nombre de la disciplina científica, tanto De la Rada como Catalina no eran precisamente buenos conocedores de la Arqueología, como muy bien ha destacado Maier7, y sus puntos de vista acerca de estas cuestiones eran puramente anticuarios, por tanto arcaicos. En efecto, la visión de la arqueología decimonónica estaba destinada a «rescatar» monumentos y al estudio de las Bellas Artes, y no a la investigación científica8. Ello nos refleja que Quintero recibió la enseñanza mejor entre las posibles, pero la misma evidenciaba un retraso considerable en relación con la establecida en otros países europeos.

5  C. Papí, «Rada y Delgado, Juan de Dios de la», Diccionario, pp. 541-543. 6  M. Díaz-Andreu, Diccionario, p. 189. 7  J. Maier, «La enseñanza de la Arqueología y sus maestros en la Escuela Superior de Diplomática», Revista General de Información y Documentación, 18, 2008, pp. 173-189 8  M. A. López Trujillo, Patrimonio. La lucha por los bienes culturales españoles (1500-1939), Madrid, 2006.

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Fig. 3. Juan Catalina García

3. Actividades arqueológicas en Uclés y Segóbriga Así pues, la formación de Quintero fue realmente la de un anticuario, y no la que en la actualidad podemos mínimamente entender como la de un arqueólogo, que por aquel entonces era absolutamente inexistente en España. Pero no es menos cierto que respecto a la misma tuvo una enorme ventaja en el terreno práctico, pues fue uno de los escasísimos eruditos españoles que en esta época desarrollaron alguna actividad de arqueología de campo. En efecto, como es bien sabido su tío, el sacerdote Román García Soria (nacido hacia 1823 y fallecido en 1910), desde el año 1878 (cuando Pelayo contaba con apenas 11 años de edad) había comenzado la recopilación de restos antiguos en la zona de Uclés9, que incluía la excavación en una necrópolis en Haza del Arca, junto a la Fuente Redonda, que mostraba la existencia de sepulcros de dos momentos diferentes: la época ibérica, entre los siglos v al iii a. C., y la época romana, en concreto del siglo i10.

9  P. Quintero, Uclés. Excavaciones efectuadas en distintas épocas y noticia de algunas antigüedades, Cádiz, 1913, p. 75: «no ha habido más que una persona en todo el siglo xix capaz de recoger estos restos e invertir parte de su capital en descubrirlos: esta persona fue Román García Soria, correspondiente de la Real Academia de la Historia, que falleció no hace mucho, y empezó sus trabajos de exploración por el año 1878». 10  Estos vestigios arqueológicos, actualmente en el Museo Arqueológico Nacional, han sido estudiados por A. J. Lorrio y M. D. Sánchez de Prado, «La necrópolis romana de Haza del Arca y el santuario del Deus Aironis en la Fuente Redonda (Uclés, Cuenca)», Iberia, 5, 2002, pp. 161-193; A. J. Lorrio, «Historiografía y nuevas interpretaciones: la necrópolis de la Edad del Hierro de Haza del Arca (Uclés, Cuenca)», Caesaraugusta, 78, 2007, pp. 251-278.

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A la altura de 1888, cuando el joven Pelayo Quintero ya había acabado la carrera universitaria en Madrid, Román García Soria había formado un auténtico Museo comarcal de Arqueología, que tiempo más adelante la Comisión Provincial de Monumentos de Cuenca aprobó que se estableciera en el Convento de la Orden de Santiago. Entre los restos había incluso antigüedades prehistóricas, entre ellas una importante colección de hachas pulimentadas procedentes de varias localidades cercanas a Uclés. En el verano de 1888, recién acabada su licenciatura universitaria, Pelayo Quintero auspició la visita a las ruinas de Cabeza del Griego de su maestro universitario, Juan de Dios de la Rada, y del sacerdote que tenía una fuerte presencia en la Real Academia de la Historia, y que en esos momentos se interesaba sobre todo por la epigrafía latina española (por influjo directo de E. Hübner, redactor del volumen II del CIL), Fidel Fita y Colomé. Qué sepamos ésta fue la primera incursión del sacerdote en la antigüedad conquense, pero ni mucho menos iba a ser la única. La visita de De la Rada y de Fidel Fita a Cabeza del Griego, en momentos en los que todavía no se conocía su denominación antigua (Segóbriga), significó el punto de partida de los conocimientos más modernos acerca de la ciudad celtibero-romana, que fue calificada por Plinio como Caput Celtiberiae11. Juan de Dios de la Rada declararía rotundamente el avance en las actividades desarrolladas por García Soria a raíz de su visita a la población conquense: «su casa, una de las mejores de la villa de Uclés, sita en la calle de la Baldosería, núm. 7, y el pequeño jardín que detrás tiene, se han transformado en verdadero Museo»12. Resultado de 11 Plinio, NH. III, 25. De la expresión de Plinio se han hecho dos interpretaciones, una la de que Segobriga era «capital» de la Celtiberia, manifiestamente inconveniente como tal, y otra que era el principio de la región geográfica. Este es el sentido más verosímil, aunque es hipoteticamente posible que el enciclopedista latino jugara con el sentido doble para considerarla «cabeza» en el sentido de una ciudad noble. La discusión sobre Segóbriga la conocía P. Quintero por las aportaciones de Juan Antonio Fernández, «Noticia de la escabación (sic) hecha en el territorio llamado Cabeza del Griego», manuscrito de 1790 en la Real Academia de la Historia (9 / 5597) y sobre todo por Josef Cornide, «Noticia de las antigüedades de Cabeza del Griego», Memorias de la Real Academia de la Historia, 3, 1799, opp. 71-244. 12  J. D. de la Rada, «Excursión arqueológica a las ruinas de Cabeza del Griego», Boletín de la Real Academia de la Historia, 15, 1889, p. 107. En la actualidad continúa existiendo el solar, con jardín abandonado, y una casa en obras con aspecto de abandonada. Esta casa se hallaba en el centro de la población. Sobre el personaje, C. Papi, s. v. «rada y Delgado, Juan de Dios», en M. Díaz-Andreu y otros (Coord.), pp. 541-543.

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ello fue para García Soria su propio ingreso como correspondiente en la Real Academia de la Historia. Por su parte, el joven Pelayo Quintero, junto al interés intelectual, sin duda buscaba lógicamente una salida profesional en esos momentos; el propio de la Rada marcaba su valía, al escribir que la familia Quintero vivía «tras los altos chopos de la extensa huerta del convento», y alababa la «pericia artística del distinguido joven Don Pelayo Quintero, hijo del rico propietario que acabamos de mencionar»13. Fig. 4. El P. Fidel Fita y Colomé.

Las ideas fuertemente conservadoras de su círculo de formación influyeron sin duda en Quintero más que los recuerdos de su propio padre, que había estado mucho más ligado al campo político progresista. El propio Pelayo Quintero recordaba con bastante cariño la visita, algunos años más tarde: «En el mes de septiembre realizaron un viaje a Uclés y Cabeza del Griego los señores académicos de la Historia, D. Juan de Dios de la Rada y Delgado, y D. Fidel Fita, mis queridos maestros, a los cuales hube de acompañar, sacando calcos y dibujos de cuantas inscripciones y objetos se habían hallado… recorrimos el Cerro, observando las ruinas del circo (sic), del cual se veían algunas gradas, tres cárceres y un vomitorio, estando la arena cubierta de cenizas y carbones hasta una altura de tres metros y más, según por la excavación hecha en el centro y que no llegó hasta el suelo. Visitamos los algibes colocados en distintos puntos alrededor de la muralla y fabricados de aglomerado de guijo y argamasa, y sobre todo, fueron objeto de especial atención las ruinas de la basílica visigoda descubierta en 1760 y descrita por Cornide con gran detalle»14.

13  J. D. de la Rada, p. 108. E. Gozalbes, «Pelayo Quintero y la arqueología de Cuenca y Segóbriga (1867-1904). Tras los altos chopos del convento de Uclés», en M. J. Parodi y E. Gozalbes (Coords.), op. cit., pp. 21-49. 14  P. Quintero, pp. 78-79.

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Y también, como señalamos, la Comisión Provincial de Monumentos aprobó el establecimiento del pequeño Museo arqueológico en el Convento de Santiago de Uclés, nombrando custodio del mismo a García Soria. En esta misma época, e incluso antes de la aparición del artículo de De la Rada sobre la visita a Segóbriga (indicaba Quintero que «en breve lo publicarán en el Boletín de la Real Academia de la Historia»), se produjo la primera publicación científica de Pelayo Quintero, su artículo titulado «Uclés histórico y arqueológico», que se publicó en la Revista de España.

Fig. 5. Portada de la primera publicación de Pelayo Quintero Atauri

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El arranque del mismo señala una nueva concepción de los elementos ligados al Patrimonio, en un joven de formación universitaria que anunciaba con bastante claridad que pisaba fuerte: España era un país con una enorme riqueza arqueológica, pero el carácter apático que mostraban sus habitantes, y la escasa o nula atención prestada al Patrimonio por los distintos gobiernos, hacía que la misma fuera en gran parte desconocida. Esta será a lo largo del tiempo una de las constantes de Quintero, quien consideraba que era obligación de los «ilustrados» el difundir el conocimiento sobre el patrimonio histórico-artístico. Así se quejaba explícitamente Quintero de que en la Exposición Internacional de Barcelona, se refiere a la celebrada en el año anterior (1888), «se ve reunida la colección de monumentos prehistóricos sacados de la provincia de Almería por dos ingenieros belgas, colección que les ha valido nombradía europea y no escaso producto pecuniario»15. Obviamente aquí Pelayo Quintero desliza una descarada imagen de reproche a las importantes actividades arqueológicas que en esos momentos estaban realizando los hermanos Siret, Louis y Henry, en lugares como Los Millares, El Algar, Almizaraque, Villaricos, y otros tantos puntos de la provincia de Almería, y que dieron origen al conocimiento de las Edades del Metal en el Sur peninsular16. Esta curiosa crítica del joven Pelayo Quintero, sin duda con la anuencia silente de De la Rada, encierra sin duda un criterio. Aparte de la nombradía europea se alude a los beneficios económicos, indudablemente por la venta en el extranjero, y a coleccionistas, de objetos diversos. Aunque no se diga expresamente, el criterio del anticuario se está ya transformando, con una rebelión frente a la venta del Patrimonio español que, pese a los servicios y meritos indudables de los europeos que actuaban en España, y de los que quizás Louis Siret fue el más importante, tenían en su contra el que todos ellos hicieron salir objetos al extranjero. Detrás de la crítica estaba, sin duda, un planteamiento nacionalista, con todas sus limitaciones, frente al «imperialismo» de otros paises, presentes ante el atraso español en la época17. Figu15  P. Quintero, «Uclés histórico y arqueológico», Revista de España, 1889, p. 69. 16  G. Aranda Jiménez, s. v. «Siret y Cels, Enrique» y «Siret y Cels, Luis», en Diccionario, pp. 627-630. 17  Pese a todo, la crítica se dulcificó después, al entrar en contacto Quintero con Pierre Paris, hacia el 1900, nada menos que con el responsable de la salida de la Dama de Elche de España, así como de otras numerosas piezas de arte ibérico. Pierre Paris visitó Cabeza del Griego en 1899, y García Soria le regaló una terracota en forma de mascarón, y después Pelayo Quintero le regaló otra en Madrid; P. Paris, «Antiquités de Cabeza del Griego», Revue des Estudes Anciennes, 4, 1902, pp. 255-257.

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ras como Siret o como Jorge Bonsor resultan importantes, en una España que desconocía la arqueología, y que por tanto no valoraba el patrimonio arqueológico, al tiempo que desconocía los rudimentos de su recuperación y estudio18. Este artículo dedica mayor atención a la historia de Uclés y al convento, pero en el mismo ya hay referencias a las excavaciones efectuadas por García Soria en Segóbriga. Destaca el empeño contumaz de P. Quintero en nombrar el anfiteatro segobricense como «circo hoy terraplenado y otros edificios que aguardan una mano diligente y ávida de fomentar el progreso científico»19. De los hallazgos efectuados destaca la mención de la sepultura constituida por una «piedra con un hueco de forma cilíndrica, conteniendo una urna de plomo dentro de la que a su vez había otra de vidrio con un unguentario de colores azul y amarillo y los restos de la cremación del cadáver de un adolescente. Encontró también varios objetos de cerámica, entre los que figura un kilix de fondo negro con una figura de hombre en actitud de arrojar un disco»20. Se trata la primera de un tipo de tumbas de la necrópolis Este, junto al trazado de la muralla, y el kilix ático es del siglo v a. C., junto a un fragmento de ánfora la pieza más antigua hasta ahora descubierta de la ciudad. Por lo demás, todavía en 1889 Quintero manifestaba sobre la identidad de las ruinas: «según unos fue Segóbriga, y según el parecer hoy más general fue Ergábica o Arcábica»21. Fue en el año 1892 cuando Pelayo Quintero tuvo la oportunidad de efectuar excavaciones con un mayor desarrollo en el campo de las ruinas del cerro de Cabeza 18  En los últimos años en España se está produciendo una cierta revalorización de las aportaciones de estos extranjeros introductores de la arqueología en España, pero que al tiempo eran negociantes en una consideración de sus luces y sombras. Vid. como buenos ejemplos J. Beltrán Fortes, «Pelayo Quintero de Atauri (1867-1946). Entre la anticuaria y la Arqueología, a caballo entre dos siglos», en M. J. Parodi y E. Gozalbes (Coords.), op. cit., pp. 51-107: Memorial Luis Siret, Sevilla, 2012; Jorge Bonsor y la recuperación de Baelo Claudia (1917-1921), Sevilla, 2009. 19  En su artículo de 1902, que más adelante mencionamos, indica que ya algunas exploraciones realizó en el edificio de espectáculos. 20  P. Quintero, «Uclés», pp. 76-77. 21  La resistencia a la identificación de las ruinas de Cabeza del Griego con la antigua Segóbriga partía sobre todo de la visión tradicional de la Iglesia que, en sus divisiones eclesiásticas, había identificado el antiguo Obispado de Segóbriga con Segorbe. Con toda probabilidad además Quintero se inspira para el «parecer hoy más general» de supuesta identificación con Ercávica, en T. Muñoz Soliva, Historia de la Muy Noble, Leal e Impertérrita ciudad de Cuenca y del territorio de su provincia y Obispado, Cuenca, 1866, p. 477.

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del Griego. El ciudadano británico Thompson decidió, a instancias del P. Fita, «invertir alguna cantidad en hacer trabajos de investigación, para ver si lograba dar con alguna inscripción que nos digera de un nombre indubitable el nombre de la población». Este personaje que se nombra se trata de Robert Laurie Thomson, que después será académico correspondiente de la Real Academia de la Historia residente en Londres22. En esta época, según la correspondencia del P. Fita, disponía de una moneda árabe de plata (al parecer del siglo ix) hallada cerca de Segóbriga23, proporcionada por sus protegidos de Uclés. El patrocinio de la excavación en esos momentos fue lo que permitió la realización de la misma. Esta actividad inicialmente de Pelayo Quintero marcaba directamente la transición del concepto meramente «anticuario» de la arqueología a uno bastante más novedoso, a partir de la metodología de la apertura de zanjas o trincheras, y el seguimiento de muros descubiertos para el estudio de la planta de las construcciones antiguas. La metodología empleada por P. Quintero en 1892 fue en el terreno teórico la propia de finales del siglo xix y primeras décadas del xx. Como hallazgo importante en esta campaña debemos destacar el de la inscripción que por vez primera recogía el nombre de SEGOB, «lo cual unido a todos los demás datos, nos afirmó en nuestra creencia de ser Segóbriga la correspondencia que cabe aplicar al actual despoblado de Cabeza del Griego»24, y lo mismo indicaba por vez primera en 1902 en un artículo publicado en Francia bajo el patrocinio de Pierre Paris25. En efecto, el epígrafe en cuestión es un epitafio, desgraciadamente no localizado en el momento actual, perteneciente al característico taller local que utilizaba como decoración los arcos entrecruzados símbolo del paso a la otra vida, y era una estela 22  Thompson había realizado trabajos diversos sobre Historia de América, y ello fue sin duda lo que le puso en contacto con Pelayo Quintero, con motivo de la preparación del IV Aniversario del Descubrimiento de América. El nombramiento como académico correspondiente fue, sobre todo, por el fomento de la arqueología en España, y específicamente por su generosa actuación en Cabeza del Griego. Dicho nombramiento lleva fecha de 28 de octubre de 1892. 23  J. M. Abascal, El Padre Fidel Fita y su legado documental en la Real Academia de la Historia, Madrid, 1999, p. 149. 24  P. Quintero, Uclés, p. 92. Remitimos a este respecto a la contribución de R. Cebrián Fernández en este mismo volumen, y al dibujo allí recogido. 25  P. Quintero, «Antiquités de Cabeza del Griego», Revue des Estudes Anciennes, 4, 1902, pp. 245255.

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de cabecera semicircular, que servía de epitafio a una mujer llamada Barbarae, que era sierva de la Rei [publi]cae Segob[rige]nsium26. Así pues, Pelayo Quintero encontró en 1892 la referencia bastante concluyente, y ello fue suficiente para que a partir de ese momento defendiera sin vacilaciones la ubicación de la antigua Segóbriga en el cerro de Saelices. No obstante, su lejanía de tierras conquenses impediría el que su convicción pudiera transmitirse con más facilidad a otros estudiosos, y que la discusión se haya prolongado hasta hace bien poco tiempo. Las excavaciones descubrieron también las termas dotadas de un mosaico, pero que Quintero curiosamente confundió con un columbarium. La planta que inserta el propio Quintero, dibujo suyo, corresponden bastante bien con los restos hoy bien conocidos de las termas del teatro27.

Fig. 6. Las termas del teatro de Segóbriga, excavadas por P. Quintero, según dibujo del mismo.

26  M. Almagro Basch, Segóbriga II. Las inscripciones, Madrid, 1984, p. 191. 27  E. Gozalbes, «Pelayo Quintero y la arqueología de Cuenca y Segóbriga (1867-1904). Tras los altos chopos del convento de Uclés», en M. J. Parodi y E. Gozalbes (Coords.), Pelayo Quintero en el primer centenario de 1912, Cádiz, 2011, pp. 21-49.

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Los errores de interpretación son bastante evidentes y hasta burdos. De una forma absurda P. Quintero interpretaba como «antesala» la sala redonda, que es indudable que realmente correspondía con el laconicum o sauna seca de las termas. El espacio definido con el número 1, lo interpretó como una «cámara de cremación», con un basamento de altar y la base de una pila de mármol, y que en realidad es el caldarium o zona de agua caliente, que además tenía una pequeña piscina para la misma. Lo que define en los números 5 y 6 como «departamentos de paso» eran en efecto un pasillo, pero se hallaban las letrinae con el canalón de desagüe. Finalmente, la supuesta cámara mortuoria número 3, con restos de un banco corrido, y las taquillas o cubiculi, en realidad se trata del apodyterium o vestuario. Así pues, como observamos, se trataba de una disparatada interpretación. Y el dato fundamental recogido por Pelayo Quintero acerca de que el lugar «estaba pavimentado con latérculos de barro de forma romboidal y en una cabecera de la sala (que es de planta rectangular de 10´30 m. por 5´50) había un recuadro, formado por tesellas rojizas con la siguiente inscripción de 0´38 por 0´99 m., hecha con otras piedrecitas blancas y dice así: [B]esso [abi]loq[um] Belcille[sis a]rtifex a fundame[ntis]28 (Quintero, 1913: 92-94). No era la única estancia, había evidencias de que habían estado en su momento pavimentadas con mosaico. De igual forma, Quintero recoge una ilustración del mosaico que es la única imagen de la que disponemos, pues éste se perdió después (Vease fig. 9, capítulo 7 de este libro). 4. De 1891 a 1904: entre el Americanismo, la Historia del Arte y la Arqueología En esta misma época de las excavaciones en Segóbriga, cuando estaba buscando su salida profesional, Pelayo Quintero participó en un proyecto de gran importancia y de una cierta proyección internacional. En concreto en el año 1891 la Real Academia de la Historia decidió seleccionar un licenciado de la Escuela Diplomática que participara en un trabajo de investigación de cara a unos trabajos a desarrollar con vistas al cuarto centenario del descubrimiento de América. La España de la época intentó festejar los hechos que daban protagonismo histórico a España, al estilo de lo que haría un siglo más adelante, curiosamente en vísperas de que el país perdiera en el desastre del 98 sus últimas colonias americanas y asiática. Pero además, la conmemoración del descubrimiento debía servir para establecer una serie de relaciones con las repúblicas latinoamericanas que contribuyeran defi28  P. Quintero, Uclés, pp. 92-94.

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nitivamente a sellar las heridas del pasado. Las disputas entre ciudades españolas por el protagonismo en el Centenario ahogaron muchas de las posibilidades, junto con la falta de fondos y el problema político de Cuba sin duda, y de entonces quizás lo más característico que permanezca sea el monumento a Colón en La Rabita, y las celebraciones de las fiestas colombinas en Huelva29. La proyección internacional de España fue, por el contrario, enormemente limitada, en el plano indicado que conducía hacia el desastre del 98. Por parte de la Real Academia de la Historia se trataba sobre todo de elaborar una amplísima bibliografía colombina, que permitiera poner en orden esa extensa documentación, a la vez que demostrar el constante interés de España por el continente americano. Para ello se creó una comisión particularmente potente, formada nada menos que por Marcelino Menéndez Pelayo, Juan de Dios de la Rada y Eduardo Saavedra, entre otros múltiples eruditos que formaban la crema y la nata de la intelectualidad española de la época. Junto a los ilustres y reputados comisionados, el joven «becario» Pelayo Quintero Atauri se sumaba a ellos para el trabajo diario de recopilación. Esta labor, que duró todo un año, es el origen del conocimiento y de la afición de Pelayo Quintero por los temas americanistas, que continuará y desarrollará con muchísima amplitud más adelante en su destino en Cádiz. La propia personalidad de los integrantes de la comisión, con Menéndez y Pelayo al frente, indica hasta qué punto el proyecto americanista en esos momentos era de naturaleza ideológica fuertemente conservadora. Al final de cuentas, se trataba de recordar de una forma entusiasta el papel de la Madre Patria, la personalidad de Cristobal Colón y la vital aportación española a la ampliación del mundo conocido. Un carácter fuertemente conservador que contrasta con el muy liberal que mucho tiempo más tarde, ya con la participación de Rafael Altamira, tomaría el americanismo español30. Precisamente P. Quintero marcaría en ese americanismo esa transición tan abierta entre conservadurismo y liberalismo que marcarán su evolución en su largo destino en la ciudad de Cádiz. Después de esta actividad, el hecho de obtener la plaza de profesor de Dibujo en Bellas Artes, y de sus destinos provisiona-

29  Vid. O. Abad Castillo, El IV Centenario del Descubrimiento de América a través de la prensa sevillana, Sevilla, 1989l 30  S. Bernabéu Albert, «Los americanistas y el pasado de América: tendencias e instituciones en vísperas de la guerra civil», Revista de Indias, 239, pp. 251-282.

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les en diferentes Centros de enseñanza de capitales andaluzas, supondrán el aparcamiento de esa labor americanista iniciada31. El americanismo volverá en Quintero de forma expresa a partir de 1909, cuando en Cádiz junto con Cayetano del Toro transformó la Real Academia de Ciencias y de Artes en Academia Hispanoamericana de Ciencias y Artes32. Se trataba del reflejo de un movimiento conservador, el que en esos momentos se llevaba por parte de ministros y personajes desde el Centro de Cultura Hispanoamericana. Al morir del Toro en 1915 le sucederá en la presidencia Pelayo Quintero, y desde entonces mantendría múltiples relaciones con intelectuales de países americanos, así como con españoles amantes del la temática americanista. Años más tarde la Academia Hispanoamericana de Cádiz, presidida por P. Quintero, iniciará una campaña para conseguir que en el oratorio de San Felipe Neri se enterraran los restos de varios diputados doceañistas, como colofón del centenario de 1812, lo cual despertará la simpatía de liberales como Canalejas, o de republicanos como Lerroux, y de hecho el proyecto se llevaría a cabo ya bajo la Segunda República33. Pero no es menos cierto que el americanismo casi siempre fue de representación y de cierto postín en Cádiz, en la medida en la que era una iniciativa bien vista y 31  En realidad sería muy difícil conocer esa aproximación de P. Quintero al americanismo si no fuera por su propia biografía en el diccionario «Espasa-Calpe». En el volumen 3 de la trilogía sobre Uclés, publicada en Cádiz en 1915, recogía al final una lista de folletos y libros publicados por el autor. Dejando aparte los dos tomos anteriores, recogía 6 obras de Historia del Arte, una de Historia de Uclés (dedicada a la batalla de 1809), ocho sobre Cádiz, una sobre Sevilla-Jerez-Cartuja y tan sólo una sobre América con el título tan poco atractivo como Monografía estadística de la colonia española en Chile, Cádiz, 1914, en la misma imprenta en la que editaba sus libros. 32  A. Franco Silva, «Pelayo Quintero Atauri, Director-fundador de la Real Academia Hispanoamericana (1915-1938)», en M. J. Parodi y E. Gozalbes (Coords.), op. cit., pp. 251-256. El seguimiento del libro de Actas de la Academia ha permitido detectar al autor que las mismas se interrumpen, de forma abrupta, unos meses antes de acabar el año 1938, de donde se deduce en la trayectoria vital la represión a la que fue sometido en ese momento por el régimen franquista. 33  Pese a este acercamiento al liberalismo, en el año 1927 la Academia hispanoamericana homenajeaba a Alfonso XIII. Por otra parte, también Pelayo Quintero pasó a formar parte del Comité Provincial de la Unión Patriótica, del que era presidente José María Pemán, quien había ingresado en la Academia Hispanoamericana en 1921, en 1923 fue Secretario, en 1925 Vicepresidente, y a partir de 1939 logrará el desplazamiento de Quintero, y ocupará la presidencia.

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hasta aristocrática. Por el contrario, Pelayo Quintero siempre mostró mucho más interés en la investigación en otros terrenos, por un lado las Bellas Artes, y por el otro la Arqueología. Si en el primer aspecto las cuestiones están bastante claras, no lo es menos en el segundo, y no nos vamos a extender por ser objeto en ambos casos de otras aportaciones en esta misma monografía. Pero sí nos queda por precisar que los intereses arqueológicos, e incluso marroquíes, de Pelayo Quintero fueron bien anteriores a los momentos en los que los mismos pudieron formularse. En el año 1893 encontramos a Pelayo Quintero, después de su trabajo en el centenario, trabajando en Cádiz para hacer los calcos de inscripciones romanas de la antigua Gades, encargo de su maestro y protector Fidel Fita, y a quien se los remitirá y facilitará la publicación de éste de un artículo. Y también conservamos una curiosa referencia que muestra que en 1896, durante su destino provisional como profesor en la Escuela de Bellas Artes de Cádiz, ya Quintero había sido nombrado director del Museo de Bellas Artes. Entonces su contacto con los franciscanos españoles de Tánger le permitieron tener conocimiento de los hallazgos arqueológicos realizados en Tánger en el año 1880 durante la construcción de la iglesia franciscana española, actual Catedral de Tánger. Quintero le prometía en 1896 a Fidel Fita el remitirle un dibujo del magnífico mosaico entonces encontrado, y que otras descripciones sabemos que representaba a Orfeo y los animales. Este interés del sabio de Uclés por la arqueología marroquí resultaría predictorio de su admirable crepúsculo, en la jubilación dirigiendo el Museo Arqueológico de Tetuán. 5. Epílogo: los contactos internacionales de un arqueólogo Uno de los aspectos de modernidad de Pelayo Quintero estarán representados por sus conexiones internacionales34. A nuestro juicio, estas conexiones serán las que le permitirán transitar realmente del anticuarismo a la arqueología, en la medida en la que también tuvo la fortuna de trabajar con unos contenidos arqueológicos excepcionales. Es curioso que, como hemos destacado en esta misma aportación, su actitud inicial de muy joven fuera de un especial rechazo a la participación de los extranjeros a la arqueología en España, fundamentalmente 34  Este epígrafe se ha elaborado en el marco del Proyecto de Investigación «Una arqueología sin fronteras», MINECO-Ministerio de Economía y Competitividad, Plan Nacional I+D+i. Número de referencia HAR2012-334033/Hist (fondos FEDER).

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debido al negocio practicado por algunos de ellos, y del que eran magníficos ejemplos los Siret o Bonsor. Debe tenerse en cuenta que nos encontramos con la etapa de lo que Margarita Díaz-Andreu ha definido como «arqueología imperialista»; el desconocimiento español hacía que estos extranjeros pudieran actuar en nuestro país como en los países colonizados. Pero la denuncia de Quintero es cierto que prontamente se enfriaría, y quedaría en el rechazo de un elemental nacionalismo. Y ello sería, sin duda, por las limitaciones tan estrechas que observaría en la actitud de los españoles, y de la administración. La pérdida del patrimonio no se consideraba un problema, y el desconocimiento de las raíces parecía circunscrito a escasos intelectuales. Pelayo Quintero comienza a trascender del anticuarismo, en la evolución hacia la arqueología, a nuestro juicio por dos razones antes apuntadas: su formación universitaria, y su práctica de la arqueología de campo en Segóbriga. Pero no hubiera bastado probablemente con ello, dadas las estrechas limitaciones del momento, sin otro factor que va a ser excepcional en su persona: los contactos internacionales. A partir de ellos logrará la superación de parte de ese techo y esas paredes que aprisionaban las posibilidades una arqueología científica en España. Lo hará, por ejemplo, en su colaboración con el agustino Padre Capèlle en las excavaciones de la «cueva de Segóbriga», una cavidad con restos del Eneolítico y la Edad del Bronce, así como en el asesoramiento de este religioso en otros aspectos de la arqueología del Occidente de la provincia de Cuenca. Lo hará con el contacto y la financiación de Thompson en la campaña, particularmente importante, de las excavaciones en Segóbriga. Y lo hará algún tiempo más tarde con su conexión con Pierre Paris, su publicación en idioma francés, su convicción expresada en una revista de impacto internacional sobre unos restos arqueológicos, así como sobre la identidad de Cabeza del Griego. Pero además, más tarde en su etapa gaditana será cuando esos contactos con extranjeros y sus obras se intensificarán. De esta forma, el sabio de Uclés superará de una forma definitiva los límites de la formación del P. Fidel Fita. Como expresamos en ocasiones, Pelayo Quintero inicia sus excavaciones en Cádiz buscando un nuevo sarcófago antropomorfo como el de Punta de Vaca, a ser posible femenino, y se topa en ocasiones con el material romano. Comienza hablando de «barros saguntinos», nombre típico de los anticuarios. Pero sin embargo, en sus últimas publicaciones gaditanas, por supuesto ya en Marruecos sin vacilación, ya aparece su nombre arqueológico preciso a nivel internacional, la Terra Sigillata. 125­

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Fig. 7. Pelayo Quintero en 1931.

En su estancia en Cádiz el ucleseño recibe numerosas publicaciones extranjeras, donde consulta materiales, estilos de trabajo y metodología de las expresiones. Continúa mostrando la tendencia anticuaria, pero cada vez más va introduciendo elementos más especializados de arqueología. Y contacta sin problemas con Jorge Bonsor, a quien realmente y más allá de sus méritos, y admirables capacidades, puede considerársele hoy como un auténtico expoliador, eso sí en el contexto relativo de su época. Los viejos reparos ante lo extranjero, ante el interés que muestra A. Schulten por los hallazgos púnicos de Cádiz, estaban ya plenamente superados. La visita del alemán a Quintero se producirá ya en el año 1920. Y Jorge Bonsor le declaraba, en una de sus amistosas epístolas, que la labor de P. Quintero mostraba que Cádiz era la Pompeya española, lo que no deja de ser el dorarle la píldora hasta unos niveles que provocan cierto rubor. No es menos cierto que en estos momentos ya se había producido el cambio en la actuación de los extranjeros, como los religiosos Abate Henri Breuil, o Hugo Obermaier, éste último incluso asumida la nacionalidad española, y que no tenían impedimento alguno en participar en la formación de los españoles y en una actitud no relacionada con la venta de objetos. Había comenzado la reacción española al sufrimiento de la arqueología colonial en su propio territorio. Y finalmente, en la etapa marroquí. La misma permitía precisamente un contacto que su avanzada edad, y las circunstancias de la Segunda Guerra Mundial, impedirán. En el Marruecos francés había trabajado activamente Louis Chatelain, desde 1916, que en el momento de la llegada de Quintero al Marruecos español 126­

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acababa justamente de jubilarse. Su sucesor era Raymond Thouvenot, que había trabajado en España, a quien es probable que Quintero conociera; Thouvenot se hizo cargo del servicio de arqueología del Marruecos francés prácticamente al tiempo que Quintero lo hizo en la parte administrada por los españoles, aunque llevaba ya años trabajando en el país. Thouvenot realizó en esa época su Tesis Doctoral, un clásico historiográfico, dedicada a la provincia romana de la Bética. Pero los contactos entre ambos investigadores, que pudieron ser intensos, vinieron imposibilitados por las circunstancias políticas, debido al estallido de la Segunda Guerra Mundial. También los contactos internacionales le permitirán a Quintero tener conocimiento de los hallazgos realizados en la zona internacional de Tánger. En efecto, en este territorio se habían producido las actuaciones de dos norteamericanos, el encargado de negocios Doolittle y el médico Nahon (a quien llama erróneamente Mahon). Así utiliza los testimonios de ambos para señalar la realización de algunos descubrimientos arqueológicos, algunos de ellos totalmente desconocidos como los que realizaron en el lugar conocida como Cotta, en lo que sabemos que constituía una factoría de salazón de pescado de época romana. Y también las excavaciones realizadas por estos dos aficionados en la cueva de El-Aliya35. Pese a los informes, Quintero precisaba que «todos los restos encontrados fueron trasladados a Estados Unidos por haber sido hallados pocos antes de la incorporación de Tánger a la zona de nuestro Protectorado» 36. Y es que en efecto, el 14 de junio de 1940 las tropas españolas ocuparon Tánger en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. No obstante, no tenemos ningún dato que certifique una actuación de Quintero en relación con la arqueología tangerina, pese a que en esta ciudad exis-

35  Se trata de la cueva «Alta» (High Cave) del conjunto de las grutas de Hércules. En la misma, aparte de estratos anteriores paleolíticos, y posteriores neolíticos, se identificó por los norteamericanos un nivel en el que aparecían unas piezas extraordinarias; en el contexto de una industria paleolítica aparecían puntas pedunculadas y piezas foliáceas con talla bifacial. Se trata de un Ateriense (Paleolítico Superior africano) muy avanzado, con piezas muy bien fabricadas y con retoques bifaciales. Dichas piezas son importantes en la medida en la que marcan los posibles contactos entre el Ateriense africano y el Solutrense europeo que todavía hoy son objeto de debate. Sin embargo, ni en la comunicación de los norteamericanos, ni tampoco en lo recogido por P. Quintero, hay el más mínimo dato al respecto de estas piezas y de su problemática. 36  P. Quintero, Apuntes sobre arqueología mauritana de la zona española, Tetuán, 1941, p. 56.

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tía un museo arqueológico creado por los franceses 37. Ningún dato concreto muestra que tomara contacto alguno con los franceses ni actividad en la ciudad internacional que, en teoría, tenía la arqueología bajo su autoridad. Sin embargo, un documento del Museo Arqueológico de Tetuán muestra el oficio de convocatoria para el día 6 de noviembre de 1941 «con el fin de dar comienzo a los trabajos encomendados a esta Junta regional de Monumentos Históricos y Artísticos»38

Fig. 8. Documento de convocatoria de Pelayo Quintero en Tánger. Fotografía Manuel J. Parodi. 37  Hemos consultado también la Memoria sobre «Tánger y el Fahs (antigua zona internacional)» del interventor local nombrado por los españoles, siguiendo el estilo de los del Protectorado. En la p. 211 se trata del Museo Arqueológico de Tánger, que estaba instalado ya entonces en la Kasbah tangerina desde el año 1928, Allí se afirma que su actual Director era Monsieur Julien Molle, aunque sin embargo después se le menciona como Conservador, que estaba al frente del Museo desde 1925. Se indica que estaba bajo la responsabilidad del Director de la Enseñanza Francesa en Tánger. Oficialmente P. Quintero estaba al frente de la arqueología tangerina como Inspector General de Excavaciones, según establecía el Reglamento para el funcionamiento de la Inspección General de Excavaciones de la Zona y Dirección del Museo Arqueológico de Tetuán, aprobado el 15 de mayo de 1941. 38  Agradecemos a Manuel J. Parodi la aportación de este documento descubierto por él en el Archivo del Museo Arqueológico de Tetuán.

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En todo caso, en el Museo Arqueológico de Tetuán se conservan los datos que los norteamericanos remitieron a Quintero, acompañados de algunas fotografías, y que le sirvieron para su resumen en Apuntes. A juzgar por lo indicado en el informe, y por lo recogido en las fotografías, ciertamente los aficionados norteamericanos profundizaron muchísimo en la excavación de la cueva de El-Aliya. Este hecho, constatado en los papeles de P. Quintero en el Museo tetuaní, permite mantener la prudencia en relación con los hallazgos realizados en la cueva tangerina. La siguiente foto inédita muestra a dos trabajadores marroquíes transportando la tierra.

Fig. 9. Fotografía del fondo de documentación de P. Quintero en el Museo de Tetuán. Excavaciones en la cueva tangerina de El-Aliya.

Como señalamos, si P. Quintero se había establecido en Tetuán al final de la guerra civil, malos tiempos para los contactos exteriores fueron los que se desarrollaron a continuación. Los documentos del Museo Arqueológico de Tetuán muestran sus esfuerzos por establecer un servicio de arqueología moderno, a partir del muy ambicioso Reglamento aprobado en mayo de 1941. En el mismo se multiplicaban las personas en relación con la arqueología, con directores «regionales» (en tres zonas), guardas de las ruinas, directores del Museo de Tetuán, Directores de los pequeños Museos. La realidad de todo este servicio de la Inspección General se resumía en realidad a P. Quintero. Por otra parte, el desarrollo de un servicio de arqueología suponía otra necesidad, la de los contactos exteriores. Los mismos eran imposibles, con el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. P. Quintero en sus memorias de excavaciones explica que «las circunstancias por las que atravesamos» no son adecuadas (Memoria de 1943 publicada en 1944). El aislamiento general, la inexistencia de contactos con la zona francesa de Marruecos, es muy evidente, lo cual además no es nada extraño 129­

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después del cambio de bando a raíz del desembarco aliado en Casablanca en noviembre de 1942. La imposibilidad de contactos exteriores se sumará al problema posterior del deterioro del propio P. Quintero. Cuando termine la guerra, en el año 1945, el régimen franquista temía justamente las represalias europeas, y desde luego era muy mal momento para que los arqueólogos franceses viajaran al Marruecos español. En cualquier caso, y más allá del aislamiento, es cierto que P. Quintero en su ulterior destino marroquí se caracterizó además por dos hechos. Primero, que frenó los intentos del Comisario General de Excavaciones Arqueológicas Julio Martínez Santa-Olalla para extender su radio de acción al protectorado marroquí. Y segundo, que además en Marruecos fue una persona generosa, que repartía «juego» entre las personas, que no quiso ser él sólo la arqueología, y así lo hizo con personas distintas, desde antropólogos como Julio Cola Alberich, arqueólogos y epigrafistas como César Morán Bardón, colaboradores en el Museo como Cecilio Giménez Bernal, o numismatas como Felipe Mateu y Llopis. También temporalmente, probablemente no tuvo más remedio, también utilizó a otros como César Luis Montalbán, director de excavaciones en la zona occidental, y con el falangista Rafael Fernández de Castro, director de excavaciones en la zona Oriental. Y es que P. Quintero, que siempre había querido ser cabeza de un equipo del que carecía, con generosidad e inteligencia aparentó que existía.

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Las excavaciones y estudios de Pelayo Quintero sobre Segobriga Rosario Cebrián Fernández Universidad Complutense de Madrid 1. Introducción Pelayo Quintero de Atauri dedicó toda su vida a la arqueología. Su interés por esta disciplina nació de la mano de su tío Román García Soria, al que acompañó desde muy joven en las excavaciones arqueológicas en diversos lugares de Uclés y Segobriga, siendo siempre el encargado de realizar los planos y los dibujos de los materiales que se hallaban. Cursó estudios de Derecho, Dibujo en las Escuelas de Bellas Artes y Archivero Anticuario Bibliotecario en la Escuela Superior de Diplomática. En 1904 se trasladó a Cádiz, donde desempeñó el cargo de Director del Museo Provincial de Bellas Artes y realizó excavaciones desde 1916 a 1935, dando lugar a una amplia bibliografía de índole arqueológica 1. Al finalizar la Guerra Civil, viaja al Protectorado de Marruecos, donde residirá hasta su muerte.

1  Una aproximación a la contribución de P. Quintero a la arqueología gaditana en M. J. Parodi, «Pelayo Quintero: Arqueología en las dos orillas del Fretum Gaditanum», Julián González et al. (eds.), L’Africa romana. Le ricchezze dell’Africa. Risorse, produzioni, scambi. Atti del XVII Convegno di studio (Sevilla, 14-17 diciembre 2006), 2009, pp. 2517-2526; M. J. Parodi y E. Gozalbes (Coords.), Pelayo Quintero en el primer centenario de 1912, Cádiz, 2011.

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Allí funda en 1940 el Museo Arqueológico de Tetuán y realiza campañas sistemáticas de excavación en Tamuda (Tetuán)2. Cuando García Soria comienza a interesarse por los restos arqueológicos de Cabeza del Griego, la imagen del cerro no había cambiado desde las excavaciones de finales del siglo xviii, cuando Juan Antonio Fernández, archivero de la Orden de Santiago, junto con Antonio Tavira, Capistrano de Moya y Vicente Martínez Falero llevaron a cabo las primeras excavaciones realizadas en Segobriga, en el lugar donde se había encontrado de forma casual los fragmentos de la lápida del obispo Sefronio en el año 1760. 2. Primeras excavaciones en Segobriga Hombre de letras, Fernández escribió una cuidadosa descripción de los hallazgos realizados en Segobriga entre 1789 y 1790, levantó actas de los descubrimientos de reliquias y realizó numerosos dibujos3. Aquellas excavaciones habían aportado el descubrimiento de la basílica visigoda pero, además, sabemos por él que la actividad arqueológica había continuado en el anfiteatro y en el descubrimiento del criptopórtico monumental situado junto al teatro, que describe minuciosamente. Las excavaciones realizadas en el anfiteatro permitieron localizar parte de la estructura que sustentó el graderío norte y uno de los tramos de escaleras de acceso a él, junto con una pequeña estancia abovedada situada en el centro del graderío norte a nivel de la arena y el costado septentrional de la Porta Triumphalis (Figura 1).

2  Sobre su labor arqueológica en Marruecos puede verse M. J. Parodi, «Arqueología española en Marruecos, 1939-1946. Pelayo Quintero de Atauri», SPAL (Revista de Prehistoria y Arqueología), nº 15, 2007, pp. 9-20 e idem, «Notas sobre la organización administrativa de las estructuras de gestión del Patrimonio Arqueológico en el Marruecos Septentrional durante el Protectorado (1912-1956)», Herakleion, 2, 2009, pp. 117-141, entre otros trabajos. 3  La documentación manuscrita de J. A. Fernández sobre las excavaciones en Segobriga se conserva en la Real Academia de la Historia. Sobre ella, J. M. Abascal y R. Cebrián, Manuscritos sobre antigüedades de la Real Academia de la Historia, Antiquaria Hispánica, 12, Madrid, 2005, pp. 204-209.

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Fig. 1. Dibujo de las estructuras excavadas en el anfiteatro de Segobriga en 1790, según Juan Antonio Fernández (RAH 9-5597-1).

La excavación realizada en el año de 1790 puso al descubierto casi por completo el muro de opus caementicium, que cerró el criptopórtico adosado a la muralla por el costado meridional y parte del lienzo del extremo occidental y se localizaron ocho de los doce pilares situados en el eje de la nave, que sirvieron para sustentar el piso superior4. Sin embargo, ninguna referencia a este criptopórtico encontramos en el trabajo de Quintero pues a finales del siglo xix había vuelto a quedar sepultado. De hecho, en 1888 los académicos Rada y Delgado y Fita visitaron Segobriga y en rela4  El criptopórtico adosado a la muralla y situado junto al teatro ha sido objeto de excavación arqueológica en la campaña del año 2009. Sobre su estudio e interpretación, J. M. Abascal, A. Alberola, R. Cebrián e I. Hortelano, Segobriga 2009. Resumen de las intervenciones arqueológicas, Cuenca, 2010.

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ción a este criptopórtico facilitan la siguiente información: los restos de un pórtico que hacia el Norte, y no lejos del circo, vieron los que levantaron el plano de Cornide5. Fernández realizó un croquis de los restos excavados y en el dibujo titulado Vista del territorio llamado Cabeza de Griego, y sus inmediaciones: sitio de la Excavación y parte de sus descubrimientos sitúa la basílica visigoda, el anfiteatro, el criptopórtico adosado a la muralla, cuatro cisternas, la ermita dedicada a la Virgen de los Remedios, que fue construida en el siglo xvi sobre el caldarium de las Termas Monumentales, y el santuario de Diana, que ubica al sur de la ciudad en el paraje conocido con el nombre de El Almudejo6. El párroco de la Fuente de Pedro Naharro, Capistrano de Moya, que había participado en esas excavaciones, fue el primero en divulgar los hallazgos, publicando una extensa relación de los hallazgos realizados en Cabeza del Griego7. En su publicación indica que las excavaciones, por último, se han trasladado al Cerro de Cabeza del Griego …, donde describe los restos localizados en el anfiteatro, criptopórtico adosado a la muralla y, probablemente, en una de las cisternas situadas al sur, que refiere como en una garita, o calabozo, o quadra oblonga de la muralla de la población al Mediodía se ha descubierto un fragmento de columna de vara y media de alta que tiene estas cuatro letras pertenecientes perpendicularmente colocadas, una encima de otra F.R.E.A. La Real Academia de la Historia se hizo eco del descubrimiento de los sepulcros de los obispos Sefronio y Nigrino que se habían producido en Segobriga durante las excavaciones de los años 1789 y 1790. Por ello, en 1794 comisionó a José Cornide para que realizara una descripción de las ruinas de Cabeza del Griego y solicitó a Capistrano de Moya que acompañase y facilitara la tarea al académico. De aquel viaje, que tuvo lugar entre el 8 y el 17 de octubre, redactó una extensa memoria sobre los hallazgos y restos conservados, que fue publicada por aquella Institu-

5  J. de D. de la Rada y F. Fita, «Excursión arqueológica a las ruinas de Cabeza del Griego», Boletín de la Real Academia de la Historia, XV, 1889, p. 122. 6  J. A. Fernández, Noticia de la excavación hecha en el territorio que llaman Cabeza del Griego y sus descubrimientos, Copiados y explicados por D(on) Juan Antonio Fernández dtc. Año de 1790, 1790, p. 45. (ms. RAH 9-5597-1). 7  J. Capistrano de Moya, Noticia de las excavaciones de Cabeza del Griego, Alcalá de Henares, 1792, pp. 100-103. (ms. inédito RAH 9-5939-14).

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ción8. Le acompañaba el arquitecto Melchor de Prado y Mariño que, entre otros dibujos, realizó un boceto de la situación de los restos constructivos conservados en Cabeza del Griego y los caminos de acceso9. En ese dibujo a tinta, que sirvió de base al grabado publicado por Cornide, se localiza gran parte del trazado de la muralla salvo por su lado norte, once cisternas10, el anfiteatro, el criptopórtico adosado a la muralla y la ermita dedicada a la Virgen de los Remedios en las termas monumentales, junto con algunos restos de estructuras en el lugar que ocupa el teatro y otras dispersas por el interior del recinto amurallado (Fig. 2).

Fig. 2. Boceto del cerro de Cabeza del Griego con la situación de los restos conservados realizado por Melchor de Prado (RAH 9-4130-15) durante el viaje de 1794 con J. Cornide y reproducido en grabado por Tomás López Enguídanos, en la crónica del viaje a Segobriga (Cornide 1799, lám. 2).

8  J. Cornide, Noticia de las antigüedades de Cabeza del Griego reconocidas de orden de la Real Academia de la Historia por su académico de número Don Josef Cornide, Memorias de la Real Academia de la Historia, tomo III, Madrid, 1799, pp. 71-244. El diario del viaje de Cornide a Segobriga en 1794 se conserva en RAH-9-3912-14 y ha sido publicado recientemente por J. M. Abascal y R. Cebrián, Los viajes de José Cornide por España y Portugal de 1754 a 1801, Antiquaria Hispánica, 19, Real Academia de la Historia, Madrid, 2009, pp. 203-228. 9  Boceto de Melchor de Prado, RAH-9-4130-15, publicado en J. M. Abascal y R. Cebrián, 2009, p. 208. 10  En la leyenda del grabado publicado por Cornide en 1799 sólo identifica tres cisternas o aljibes, mientras que el resto considera que son vestigios de torres interiores de la muralla.

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Aunque no existe documentación manuscrita que confirme la realización de excavaciones arqueológicas en Cabeza del Griego entre los años 1790 y 1794, Cornide en su Noticia menciona los continuos saqueos en busca de materiales de construcción en diversos lugares del cerro11. De hecho, en el grabado al que hemos hecho referencia con anterioridad, señala que en la parte alta del cerro se están realizando excavaciones modernas. Por otro lado, entre el dibujo de Juan Antonio Fernández y el de Melchor del Prado hay diferencias importantes en la ubicación de las estructuras excavadas en Cabeza del Griego, donde llama la atención el aumento de la superficie excavada en las Termas Monumentales y donde parece adivinarse una terrera en el lugar ocupado por la palestra. En el dibujo del segundo aparece excavado el apodyterium y las salas de baño de las termas monumentales mientras que Fernández sólo sitúa la ermita. No se volverán a realizar excavaciones en Segobriga hasta que Román García Soria se interesa por el lugar a finales del siglo xix y, a sus expensas, lleva a cabo intervenciones arqueológicas en diversos puntos de la ciudad12. García Soria comienza a excavar en Segobriga el año 1875 y continuará su actividad arqueológica en el yacimiento hasta 1892. Según nos cuenta Quintero con distintos intervalos, y aprovechando las épocas en que sus ocupaciones se lo permitían, realizó en los alrededores de Cabeza del Griego varias excavaciones13. Durante esos años, Quintero se convirtió en su estrecho colaborador y en el cronista de los hallazgos14. Su destreza en el dibujo permite hoy contar con el material gráfico de los objetos arqueológicos e inscripciones encontrados en aquellas

11  J. Cornide, 1799, p. 177. 12  El mismo año que García Soria comienza las excavaciones en Segobriga, Mariano Sánchez Almonacid, que por aquel entonces era vicepresidente de la Comisión de Monumentos de Cuenca, excava el acueducto de la ciudad romana realizando su descripción desde la captación de las aguas en la Fuente de la Mar, al norte de Saelices, hasta su llegada a Segobriga. Cf. M. Sánchez Almonacid, El acueducto romano de Cabeza del Griego, Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo XV, 1889, pp. 160-170. 13  P. Quintero, Uclés = Excavaciones efectuadas y noticia de algunas antigüedades. Segunda parte, 1913, p. 78. 14  P. Quintero, 1913, pp. 75-80 (capítulo titulado Excavaciones hechas por D. Román García).

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excavaciones, que significaron el inicio de una nueva etapa en el estudio de los restos arqueológicos de Cabeza del Griego15. 3. Las excavaciones de R. García Soria en Segobriga Román García Soria falleció en Uclés el 24 de junio de 1910, habiendo costeado numerosas excavaciones arqueológicas en varios parajes de Uclés y Cabeza del Griego16. Comenzó su actividad investigadora en 1875 en la necrópolis de Haza del Arca, cerca del nacimiento del río Bedija, pero también excava en los parajes de la Aldehuela, La Fuente Nueva, Cerro del Sepulcro, La Defensa y en La Calzada. Ese mismo año comienza sus trabajos arqueológicos en Segobriga17. Estas excavaciones le permitieron recuperar un importante conjunto de materiales fechados entre los siglos vi a. C. al vii d. C, que custodiaba en su casa situada en la calle Baldosería, nº 7 de Uclés. En 1880, García Soria dona al recién inaugurado Museo Arqueológico Nacional una colección de sesenta y siete piezas procedentes de las excavaciones en la necrópolis de Haza del Arca, que le valió la distinción de la Encomienda Ordinaria de la Real Orden de Isabel la Católica, concedida por el Gobierno18. En 1887, el Gobernador de la provincia de Cuenca y Presidente de la Comisión de Monumentos, Jerónimo Arenas, dispone la creación de un Museo Arqueológico en el convento de los Caballeros de Santiago, dirigido por el P. Calvet, que acogió la idea con gran entusiasmo y que había invertido también algún caudal en exploraciones arqueológicas19. Las intenciones de formación del Museo quedaron, aparente-

15  El relato de las excavaciones de R. García Soria y P. Quintero ha sido tratado por M. Almagro Basch, Segobriga I. Los textos de la antigüedad sobre Segobriga y las discusiones acerca de la situación geográfica de aquella ciudad, Excavaciones Arqueológicas en España, 123, Madrid, 1983, pp. 131-141 y 147-150. 16  F. Fita, «Noticias», Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo LVII, 1910, p. 254-255. 17  Las primeras excavaciones de García Soria en Cabeza de Griego debieron realizarse en 1875 y no en 1878, como dice P. Quintero en su publicación de 1913, donde comete algunos errores debido a los años transcurridos. En efecto, en el trabajo que publicó en 1889 en la Revista de España señala que la actividad arqueológica de su tío en Segobriga comenzó en aquella fecha. 18  Expediente nº 10 del año 1880 del Museo Arqueológico Nacional. 19 «Noticias», Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo XIII, 1888, pp. 349.

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mente, en saco roto y fue el Museo Arqueológico Nacional quien adquirió todo lo hallado en las excavaciones de García Soria20. Los noticias sobre sus descubrimientos despertaron el interés por los estudios arqueológicos sobre Segobriga en la Real Academia de la Historia y provocaron la visita de los académicos Juan de Dios de la Rada y Delgado y Fidel Fita entre los días 17 y 19 de septiembre de 1888 a Uclés y Segobriga, invitados por Arturo Calvet. El informe de aquella visita, que se convirtió en la primera crónica de las excavaciones de García Soria en Segobriga, fue presentado en la Academia y propició su nombramiento como académico correspondiente en Uclés21. En la sesión de la Academia de fecha 26 de octubre de 1888, García Soria agradece el nombramiento e informa de la donación al Museo Arqueológico Nacional de la estela de Baebia Calybe, que halló en las excavaciones de la necrópolis romana de Segobriga22. Fig. 3. Inscripción funeraria del taller de la serie de arcos dedicada a Baebia Calybe, hallada en 1880 por R. García Soria en las excavaciones del sector de la necrópolis romana de Segobriga situada al norte del anfiteatro. (Almagro Basch, 1984, p. 177)

Quintero publica por primera vez en 1889 en la Revista de España, donde describe las excavaciones que en 1875 llevó a cabo García Soria en el término municipal de Uclés23, destacando las realizadas en la finca denominada Haza del Arca, donde documentó una extensa necrópolis con dos momentos de ocupación, uno perteneciente a la Edad del Hierro y otro de cronología alto-

20  Expediente nº 22 de 1888 y nº 3 de 1891 del Museo Arqueológico Nacional. 21  Este informe fue publicado con el título «Excursión arqueológica a las ruinas de Cabeza del Griego», en el Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo XV, 1889, pp. 107-151. 22 «Noticias», Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo XIII, 1888, pp. 347-349. 23  P. Quintero «Uclés arqueológico y artístico», Revista de España, cuaderno 1, Madrid, enero de 1889, pp. 79 y ss.

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imperial24. En ese mismo trabajo, da a conocer las excavaciones de su tío en los años 1875 y 1880 en Cabeza del Griego y su entorno, e informa del descubrimiento de varias inscripciones. García Soria volverá a excavar en Segobriga entre los años 1889 y 1891 en un área de la necrópolis romana y aún en 1892 participa en las excavaciones financiadas por R. L. Thomson en la ciudad25. Tras casi dos décadas de dedicación a los estudios sobre Segobriga, García Soria pone fin en aquella fecha a su actividad arqueológica. Sólo volveremos a tener noticias de él en 1899 cuando recibe en su casa a P. Paris, acompañado de P. Waltz, y le enseña algunos de los objetos hallados en las excavaciones de Thomson, regalándole una antefija para el Museo del Louvre26, y en 1906 al dar cuenta a la Academia del hallazgo de un miliario en el paraje Campo de la Defensa de Uclés27. Los trabajos arqueológicos de García Soria en el cerro de Cabeza del Griego y su entorno se centraron, sobre todo, en la excavación del área cementerial situada al pie del yacimiento en el lado oriental, junto al camino que se dirige a Uclés, la antigua vía romana hacia Complutum, pero también se llevaron a cabo excavaciones en la acrópolis, la basílica visigoda y necrópolis adyacente y en el santuario rupestre dedicado a Diana. En 1880, García Soria encuentra la estela funeraria dedicada a Baebia Calybe en la que se menciona al colegio funerario de los sodales claudiani, que fue hallada, se24  Durante años, los materiales recuperados en la excavación de la necrópolis de Haza del Arca fueron considerados como procedentes del cerro de Cabeza de Griego. Estos materiales, que sufrieron continuos traslados provocando la pérdida de muchos de ellos, se encuentran actualmente en el Museo Arqueológico Nacional y en el Museo de Segobriga. Sobre las excavaciones realizadas en la necrópolis de Haza del Arca (Uclés) en 1875 y la revisión de sus materiales, A. J. Lorrio y Mª D. Sánchez de Prado, «La necrópolis romana de Haza del Arca y el santuario del Deus Aironis en la Fuente Redonda (Uclés, Cuenca)», Iberia, nº 5, 2002, pp. 161-193 y A. J. Lorrio, «Historiografía y nuevas interpretaciones: la necrópolis de la Edad del Hierro de Haza del Arca (Uclés, Cuenca)», Caesaraugusta, 78, 2007, pp. 251-278. 25  C. Fernández Duro, «Noticias», Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo XX, 1892, pp. 634-635. 26  P. Paris, «Antiquités de Cabeza del Griego», Revue des Études Anciennes, IV, 1902, pp. 255-257. 27  F. Fita, «Nuevas inscripciones de Fórua, Rasines, Quintanilla, Somuño, Uclés, Cartagena y Zahara», Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo XLIX, 1906, pp. 428-429.

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gún Quintero, en la falda oriental del cerro entre los restos de los sepulcros que hay a uno y otro lado de la vía romana28 (Figura 3). En este mismo trabajo, refiere el hallazgo de una magnífica cabeza de león y algunas pequeñas esculturas en bronce en la ladera situada al noreste del anfiteatro, donde las excavaciones arqueológicas realizadas entre los años 2006 y 2008 han documentado una extensa necrópolis de incineración situada bajo el circo29 (Figura 4).

Fig. 4. Vista general desde el sur del sector de la necrópolis de incineración excavada entre los años 2006 y 2008 bajo el circo de Segobriga.

28  P. Quintero, 1889, p. 76. Sobre la inscripción CIL II Supl. 5879 y M. Almagro Basch, Segobriga II. Inscripciones ibéricas, latinas paganas y latinas cristianas, Excavaciones Arqueológicas en España, nº 127, 1984, nº. 58 (A-5), pp. 177-178. 29  Sobre los trabajos arqueológicos en esta necrópolis de incineración, puede verse J. M. Abascal, M. Almagro-Gorbea, R. Cebrián e I. Hortelano, Segobriga 2007. Resumen de las intervenciones arqueológicas, Cuenca, 2008 e idem, Segobriga 2008. Resumen de las intervenciones arqueológicas, Cuenca, 2009.

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En 1891, los trabajos arqueológicos continúan en un campo al oriente del famoso cerro, encontrándose más inscripciones y algunas sepulturas30. Resulta difícil identificar el lugar exacto donde se llevaron a cabo estas excavaciones a partir de las imprecisas referencias de Quintero pero debieron realizarse a los pies del yacimiento arqueológico, hacia la parte oriental del teatro, donde Almagro Basch31 excavó en 1972 un conjunto termal y una extensa necrópolis, muy destruida y removida, con tumbas de inhumación en cistas de piedra fechadas en el siglo v d. C., que pudieron utilizar para su construcción algunas de las estelas funerarias halladas en 1891. Es en esta zona, donde las noticias de Quintero indican que se hallaron dos de las inscripciones al Oriente del Cerro, a un lado de la calzada que va con dirección Uclés y Huelves32. Los monumentos epigráficos que se encontraron en esta fecha, según la información facilitada por Quintero, fueron los siguientes33: – Friso de un edificio u obra costeado por L. Sempronius Valentinus, y construido per pedes. (CIL II Supl., 6338 dd)34. – Estela funeraria dedicada a la esclava Atthis (CIL II Supl., 6338 ee) – Estela funeraria dedicada a Vettiena Aucta por su hijo Crescentinius (CIL II Supl., 6338 gg). – Estela funeraria dedicada a Nymphe (CIL II Supl., 6338 ff ). Antes de la visita de Rada y Delgado y Fita a Segobriga, García Soria había realizado excavaciones en la parte más alta del cerro, donde localizó una estructura de planta cuadrada y comenzó el trabajo de vaciado de tierra en el interior, aunque no lo concluyó35. En presencia de los dos académicos, se llevó a cabo una ligera excavación que fue lo bastante para convencernos por los trozos de sillares encontrados y al30  P. Quintero1913, p. 79. 31  M. Almagro Basch, Segobriga. Guía del conjunto arqueológico, Madrid, 1978, pp. 87-89. 32  P. Quintero, 1913, p. 104. 33  Estas inscripciones fueron adquiridas por el Museo Arqueológico Nacional el 22 de septiembre de 1891 y trasladadas en 1972 al Museo de Segobriga, donde se conservan en la actualidad. 34  M. Almagro Basch, 1983, p. 127 considera que esta inscripción podría relacionarse con las construcción de las termas situadas al exterior de la ciudad y en la parte oriental del teatro, aunque no descarta, siguiendo la noticia de Quintero, que refiera a la construcción del acueducto. 35  J. de D. de la Rada y F. Fita, 1889, p. 123.

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gún fragmento escultórico de mármol, de que allí hay que buscar los restos del templo que presentimos. En 1892, durante las excavaciones financiadas por Thomson prosiguieron los trabajos arqueológicos en esta zona, encontrando una columna con capitel visigodo y tres fragmentos de placas de canceles decoradas36. Al pie de la vía que unía Segobriga con su capital conventual, Carthago Nova, se conserva el templo rupestre dedicado a Diana, un antiguo frente de cantera sacralizado como santuario37. Se localiza a 1,5 km al sureste de la ciudad en un entorno montuoso de encinas. Es Quintero quien informa que realizaron excavaciones en el santuario de Diana: nosotros hicimos excavaciones, y bien fuera porque ya otros las hubieran hecho anteriormente, bien porque haya caído gran cantidad de tierra encima, ello es, que no apareció el menor resto de vasijas o tejas de aquella época38. Este comentario alude a la inexistencia de un tejado en el templo, que describe A. Morales39. Esta intervención arqueológica debió realizarla García Soria en los años finales de la década de los 80 del siglo xix, pues prosigue el relato de Quintero: pero no muy lejos había aparecido poco tiempo antes, una piedra (que hoy está en el Museo Arqueológico Nacional), en la que con caracteres del mismo tiempo, esto es, del siglo 1º al 2º, se lee: DIANE/DOMI/NE CO/RNELI/VS IVLIA/NUS E///. En efecto, el árula votiva

36  P. Quintero, 1913, p. 127 y dibujo de las piezas en p. 91. Sobre estas piezas, H. Schlunk, «Esculturas visigodas de Segobriga (Cabeza de Griego)», Archivo Español de Arqueología, XVIII, 1945, p. 311 y 316 y figs. 5, 7, 12 y 14; M. Almagro Basch, 1978, p. 81 y láms. XXI, XXII y XXIII y S. Gutiérrez y J. Sarabia, «El problema de la escultura decorativa visigoda en el sudeste a la luz del Tolmo de Minateda (Albacete): distribución, tipologías funcionales y talleres» en L. Caballero y P. Mateos (eds.), Escultura decorativa tardorromana y altomedieval en la Península Ibérica, Madrid, 2007, Anejos de Archivo Español de Arqueología, XLI, 2006, fig. 21. 1, 4 y 5. 37  Sobre la sacralización del lugar, cf. M. Almagro Basch, «El Delubro o Sacellum de Diana en Segobriga», Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 79, 1976, pp. 187-214; G. Alföldy, «Epigraphica Hispanica 6. Das Diana-Heiligtum von Segobriga», Zeitchrift für Papyrologie und Epigraphik, 58, 1985, pp. 139-159; M. Almagro-Gorbea, «El Lucus Dianae con inscripciones rupestres de Segobriga», en A. Rodríguez Colmenero-L. Gasperini (eds.), Saxa Scripta (inscripciones en roca). Actas del Simposio Internacional Ibero-Itálico sobre epigrafía rupestre, Santiago de Compostela y Norte de Portugal, 1992, Anejos de Larouco, 2, 1995, pp. 61-96. 38  P. Quintero, 1913, 62-63. 39  Sobre la autenticidad del manuscrito de Morales, cf. J. M. Abascal y R. Cebrián, 2009, p. 215, nota 568.

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dedicada a Diana fue entregada por García Soria al Museo Arqueológico Nacional40 con fecha 22 de septiembre de 1891.

Fig. 5. Santuario rupestre dedicado a Diana en Segobriga, situado al pie de la vía hacia Carthago Nova.

García Soria no debió realizar excavaciones en la Basílica visigoda pero, en cambio, recogió algunas inscripciones en su interior y en sus inmediaciones41. En 1885, en una escombrera situada al norte de la Basílica localizó un fragmento de la placa en la que aparece una lista de doce nombres de condición servil, tal vez, pertene40  CIL II Supl. 6338 mm. M. Almagro Basch, 1984, p. 60, recoge la información sobre el hallazgo y entrega al Museo Arqueológico Nacional que F. Fita incluye en la publicación de la inscripción en 1891, según la cual el ara dedicada a Diana fue entregada por el cura de Almonacid del Marquesado a García Soria, que a su vez entregó a aquella Institución. 41  P. Quintero, 1913, p. 79: y menos mal, que practicados algunos trabajos, removiendo los restos se han hallado fragmentos de inscripciones que fueron trasladados a Uclés y de allí al Museo Arqueológico.

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cientes a un colegio funerario, mientras que un segundo fragmento de esta inscripción lo encontró el 30 de agosto de 1888 en el mismo lugar42. En las proximidades de la Basílica, en un campo detrás de las ruinas de la basílica visigoda y al Occidente de ellas, se halló la estela de la esclava Phillis43. Otros seis fragmentos de inscripciones funerarias se encontraron cerca de la Basílica, que fueron trasladados a Uclés44.

Fig. 6. Vista general de Segobriga con indicación de los lugares donde P. Quintero realizó las excavaciones que en 1892 financió R. L. Thomson: 1) «termas del teatro». 2) zanjas realizadas en la parte alta del cerro. 3) anfiteatro.

4. Las excavaciones de Quintero en Segobriga La labor arqueológica en solitario de P. Quintero comienza en el verano de 1892, cuando se hace cargo de las excavaciones financiadas por el inglés Thomson en el cerro de Cabeza de Griego, realizando un pormenorizado catálogo de las piezas arqueológicas encontradas en aquella intervención arqueológica. Entre principios del mes de junio y el día 26 de agosto de 1892 se trabajó en las denominadas termas 42  J. de D. de la Rada y F. Fita, 1889, p. 124; CIL II Supl., 5878; Almagro Basch, 1984, nº 62 (A-9), pp. 181-183. 43  J. de D. de la Rada y F. Fita, 1889, p. 128; CIL II Supl., 5882; Almagro Basch, 1983, nº 48 (J-1), pp. 162-163. 44  P. Quintero, 1913, p. 102-103.

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del teatro, anfiteatro y en la zona más alta del cerro, donde se realizaron varias zanjas siguiendo las indicaciones de Thomson, aunque las excavaciones se interrumpieron en la época de la recolección45. En septiembre de ese año, los trabajos arqueológicos continuaban, según Quintero: en el mes de septiembre del año 1892 encontrábame en el Cerro de Cabeza del Griego dirigiendo las excavaciones que, comenzadas en junio (y de las que más adelante tratamos), habíamos reanudado46 (Fig. 6). Sr. Robert Laurie Thomson fue elegido Correspondiente en Londres de la Real Academia de la Historia el 28 de octubre de 1892, a propuesta de los Académicos F. Fernández y González, F. Fita y M. Menéndez y Pelayo, en reconocimiento de muy eruditos trabajos históricos acerca de la América central y meridional y distinguido protector de las exploraciones arqueológicas en varios parajes de España y singularmente en Cabeza del Griego47. Por una carta que escribe a F. Fita en septiembre de 1892 sabemos que tenía la intención de ofrecer a la Academia la colección de documentos y datos que había recogido en los dos viajes que realizó a la parte sur de América Central. Además, en esa misma carta dice a Fita que está a punto de terminar un libro sobre la 1ª República Española y otro titulado «La España del siglo xix»48 (Fig. 7). Participó en la Exposición Histórica-Europea celebrada en Madrid en el marco de la conmemoración del IV Centenario del Descubrimiento de América49, que fue inaugurada oficialmente el 12 de noviembre de 1892 y clausurada el 30 de junio de 1893. Fue F. Fita, tal y como nos cuenta Quintero, quien le habló de las antigüedades halladas en Cabeza de Griego que, en compañía de Rada y Delgado, había visitado unos años antes50. 45  P. Quintero, 1913, p. 97. 46  P. Quintero, 1913, p. 21. 47  RAH, Expediente Laurie Thomson (Roberto). La propuesta de Académico Correspondiente fue firmada el 30 de septiembre de 1892 y se votó en la sesión de 28 de octubre; el nombramiento fue expedido al día siguiente. 48  RAH, 9-7581. 49  Entre los trabajos dedicados al estudio del IV Centenario del Descubrimiento de América, destacamos los de S. Bernabéu, «El IV Centenario del descubrimiento de América en la coyuntura finisecular: 1880-1893», Revista de Indias, XLIV/174, 1984, pp. 345-366 y 1892: El IV Centenario del Descubrimiento de América en España, Madrid, CSIC, 1987. 50  La narración de Quintero sobre las excavaciones de 1892 en Segobriga, en P. Quintero, 1913, en el capítulo titulado «Excavaciones costeadas por Mr. Thomson», pp. 91-98.

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Fig. 7. Nombramiento de R. L. Thomson como Académico Correspondiente de la Real Academia de la Historia en la Junta de fecha 28 de octubre de 1892 (RAH, Expediente Laurie Thomson, Roberto).

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Los trabajos arqueológicos tenían por objeto la realización de varias zanjas en distintos sentidos, hasta dar con el firme del terreno, y una vez que apareciera algún suelo o muro que, por su fábrica, demostrara la importancia del edificio, seguir su trazado hasta descubrirlo. En definitiva, Thomson trataba de encontrar alguna inscripción que permitiera conocer el nombre de la ciudad romana asentada sobre el cerro de Cabeza del Griego y que tantas discusiones había provocado en los círculos eruditos de los siglos xvii y xviii. De las referencias aportadas por Quintero se deduce que excavó en las denominadas Termas del Teatro: en la falda norte del Cerro y no muy lejos del Circo (anfiteatro) aparecieron una serie de departamentos, pavimentados de mosaico, que formaron parte indudablemente de un columbarium (apodyterium de las termas)… y en la zona más alta del cerro: el día 23 de agosto reanudáronse los trabajos, haciendo otra zanja, unos 30 metros al Norte de la cima del Cerro, en dirección de Poniente a Saliente, no dando más resultado que hallar algunos muros de mampostería y, entre ellos, cenizas, cascote, un pedazo de asta de gamo o ciervo, conchas y un esqueleto humano, pero sin ninguna inscripción. El 24 y 25 (agosto), se hicieron otras zanjas en las direcciones indicadas por Mr. Thompson, sin que apareciera nada hasta el 26 y siguientes, en que encontramos más inscripciones, una columna de mármol blanco con su basa y capitel, un fuste estriado, trozos de cornisa y una moneda augustea de cobre con la leyenda Segobriga, todo lo cual nos indicaba un edificio de importancia, pero tan arruinado que no pudimos deducir su destino. Cuando las excavaciones arqueológicas que Thomson había financiado en Segobriga ya habían concluido, envía el 28 de septiembre de 1892 desde Madrid una carta a F. Fita en la que le comunica el hallazgo de una moneda árabe, un dirhem, en Segobriga y un poco después le informa en una segunda carta que la moneda no ha sido encontrada en Cabeza de Griego sino en los alrededores51. Thomson debió regresar a Londres52 antes de finales de octubre de 1892, ya que en su nombramiento como Correspondiente de la Academia se le ruega se sirva designar persona que recoja su diploma y el ejemplar que le está destinado de los Estatutos y Reglamento de este Cuerpo literario, aunque no contestó a esta Institución. Murió 51  J. M. Abascal, Fidel Fita (1835-1918), su legado documental en la Real Academia de la Historia, 1999, p. 149, nº 468 y 469. 52  En el expediente de Thomson en la Academia hay una anotación en la que se indica Mr. R. L. Thomson, Island of Eigg, N 2B, que podría indicar su último domicilio.

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en diciembre de 1896, fecha en la que se le dio de baja en la Real Academia de la Historia, según consta en su expediente personal tras la contestación a la circular dirigida a los Embajadores de España en el extranjero. 5. La excavación de las termas del teatro. En 1902, P. Quintero publica la planta de las excavaciones realizadas en 1892 en las Termas del Teatro de Segobriga, que identifica con los restos de un mausoleo funerario al considerar que los nichos que aparecían a lo largo de las paredes de dos de las habitaciones correspondían a un columbario e identificar una estancia destinada a la cremación de los cadáveres (Figura 8)53.

Fig. 8. Planta de las denominadas «termas del teatro» publicadas por P. Quintero en 1902 (P. Quintero, 1902, p.246).

El hallazgo se produjo al realizar una zanja de unos 28 metros de longitud y 4 metros de anchura, en dirección N-S, a unos cien metros al oriente del anfiteatro, localizándose las letrinas y la caja de la escalera (estancias 5 y 6 del plano de Quin53  P. Quintero, 1902, pp. 246.

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tero) que daba acceso al conjunto termal desde el decumanus maximus. Durante los trabajos de excavación en esta zanja se localizó esta calle (estancia 7) y el extremo oriental del pórtico norte del foro, junto al criptopórtico que sirvió para cimentar el pórtico situado a la misma cota que la plaza forense por su lado norte, que Quintero halló pavimentado con losas. El descubrimiento de estas estancias, que conservaban originales los niveles de suelo, llevó a Thomson a ampliar el área excavada hacia el oeste, localizándose cuatro habitaciones más. Es Quintero quien nos ofrece una descripción detallada de la planta del edificio y de los hallazgos54. La estancia 1 (caldarium de las termas) tiene planta rectangular y presenta unas dimensiones de 10,30 x 5,50 m. Conserva un pavimento de ladrillos romboidales y en la cabecera de la sala se descubrió una inscripción sobre un mosaico de teselas blancas y rojas en la que se menciona al artesano que lo elaboró, el indígena Belcilesus. La inscripción está enmarcada por un rectangular de ca. 99 x 38 cm. Las letras medían 5 cm de altura. El texto dice55: [L]ESSO[---]LOQ[VM] BELCILE(N)[SVS A]RTIFEX A FUNDAME[NTIS---] Esta inscripción fue cuidadosamente copiada por P. Quintero a la acuarela y constituye la única evidencia de ella, ya que se encuentra perdida56 (Figura 9). En el ángulo suroriental de la habitación describe y sitúa en el plano una gran piedra como de dos metros de largo, con rebajo o canal en el centro en todo su largo con otra más pequeña en el lado derecho, que puede corresponder a los restos de una bañera o pequeña piscina. El lado oriental de la estancia está recorrido por un 54  P. Quintero, 1902, pp. 246-251 y 1913, pp. 92-97. 55  Fita 1892a, 634-635; 1892b, 143; 1892c, 251 (= Hübner, EE VIII, 183); Quintero — Paris 1902, 246-247 (= AE 1903, 184); Quintero 1913, 92-93; García y Bellido 1955, 15, n.º XXII, fig. 5 (= HAE 826); Almagro Basch 1984, 128-130, n.º 42; González 1986, 130, n.º 132 (= HEp 1, 337); Gimeno 1988, 9-10; Gómez Pallarés 1991, 63-64; Donderer 1996, 297-299, Taf. 63.1; Gómez Pallarés 1997, 88-90, n.º CU-1; Hurtado 2003-2004, 194; Hurtado 2005, 239. Cf. Albertos 1964, 229; González 1994, 174; Luján 1996, 205; Abascal 2003, 154; Curchin 2007, 139. 56  P. Quintero, 1913, p. 92.

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desagüe, que se conserva hoy. Por último, en el interior de la habitación sitúa un pedestal cilíndrico, que sostiene los restos de una pila en piedra, que refiere probablemente a los restos de un labrum.

Fig. 9. Acuarela de P. Quintero de la inscripción de Belcilesus hallada en la estancia 1 de las denominadas «termas del teatro» (P. Quintero, 1913, p. 92).

De la estancia 2 (frigidarium de las termas), Quintero sólo dice que es de planta circular, que está pavimentada en igual forma que las demás y que en su interior no se halló nada que merezca mención. Considera que se trata de la antesala de las dos siguientes estancias (nº 3 y 4) destinadas a guardar las cenizas de los difuntos en los nichos que se abren en los muros. En la estancia 3 (apodyterium de las termas) identifica dieciséis hornacinas, que se disponen cuatro en cada uno de los muros que cerraron la habitación por los lados norte y sur y ocho en el muro situado al este. Describe un banco adosado a los muros este y sur, que considera pudo servir de triclinio para los banquetes fúnebres. Como parece demostrarlo un canalón de desagüe que pasaba bajo la puerta. Localiza tres vanos en la estancia, que comunican con las estancias 2, 4 y 5 y que aparecieron tapiados con piedras y ladrillos unidos con cal. En el interior de esta habitación halló dos árulas votivas, una dedicada a los Lares Viales57 y otra a Fortuna58 (Figura 10).

57  EE VIII, 1889, n. 181; P. Quintero, 1913, pp. 104-105, n. 17; J. Mª. Blázquez, 1962, p. 113; M. Almagro Basch, 1984, n. 9 (V-9). 58  F. Fita, «Noticias», Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo XXI, 1892, p. 139; P. Quintero, 1913, p. 105, n.18; M. Almagro Basch 1984, n. 8 (V-8).

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Fig. 10. Dibujo de P. Quintero de las dos árulas votivas halladas en el apodyterium de las termas excavadas en 1892 (P. Quintero, 1913, p. 104).

De la estancia 4 (apodyterium de las termas) no realiza ninguna descripción pero contamos con el dibujo de la planta, donde sitúa en el muro oriental dos hornacinas y el vano de acceso a la estancia 3 y un banco corrido adosado a los muros norte y este. Las excavaciones arqueológicas realizadas por Almagro Basch59 en los años 70 del siglo xx en el mismo lugar evidenciaron que se trataba de unas termas situadas entre el teatro y el decumanus maximus, con entrada desde un kardo que se abría en la muralla y que accedía, atravesando las letrinas, a un apodyterium de planta rectangular, de 9,84 x 4,66 m, con un banco corrido y con los cubiculi o taquillas arqueadas en los muros que localizó Quintero. Hacia el oeste, se abría un segundo apodyterium, de 4,86 x 4,25 m, también con un banco corrido y dos cubiculi en el muro oriental de la estancia y se accedía al frigidarium de planta circular, de 59  M. Almagro Basch, 1978, p. 48. Sobre las reformas en los accesos a estas termas, véase J. M. Abascal, A. Alberola, R. Cebrián e I. Hortelano, 2010, pp. 35-36 y 44.

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4,80 m de diámetro, y pavimentada con ladrillos romboidales. Desde aquí, se pasaba al caldarium de las termas, una gran estancia de planta rectangular, de 9,82 x 5,17 m, con hypocaustum en el extremo oriental donde se sitúo una bañera, hoy perdida (Figura 11).

Fig. 11. Vista aérea de las denominadas «termas del teatro», tal y como se encuentran en la actualidad.

6. Las zanjas realizadas en la parte alta del cerro Al inicio de las excavaciones de 1892, Quintero, siguiendo las indicaciones de Thomson, realiza una zanja en la terraza superior al foro hacia el sureste, de circa 60 m de longitud en dirección E-W. En ella, localizó una estela funeraria del taller de la serie de arcos dedicada a Barbara, sierva pública de Segobriga60. Su hallazgo significaba una prueba inequívoca de que la ciudad romana se asentó sobre el cerro de 60  Almagro Basch 1984, nº 67.

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Cabeza del Griego y, a priori, debía despejar las dudas sobre su ubicación61. Consciente de la importancia de la inscripción, García Soria dio cuenta del hallazgo a F. Fita, y le remitió la acuarela que su sobrino Quintero había realizado del monumento epigráfico. El mismo año del hallazgo, Fita publica la inscripción en el Boletín de la Academia62. Según el relato de Quintero, la estela fue entregada al Museo Arqueológico Nacional pero no aparece registrada en los inventarios de entrega al Museo y hoy está perdida63 (Figura 12). Fig. 12. Dibujo de P. Quintero de la estela funeraria de la esclava Bárbara con mención a la ciudad de Segobriga, hoy perdida. (P. Quintero, 1913, p. 104).

El día 23 de agosto de 1892, después de haber finalizado las excavaciones en las llamadas «termas del teatro», Quintero continúa realizando varias zanjas en la parte alta del cerro, que se reconocen en la actualidad y que han alterado la topografía original del yacimiento arqueológico en esta zona. Tres de ellas, presentan orientación E-W. A 22 metros de la cima del cerro de Cabeza del Griego hay una zanja que mide aproximadamente 28 metros en dirección este-oeste. Una segunda zanja, se sitúa a 30 metros de la cima y mide 40 metros y una tercera, a la que ya hemos hecho referencia, se sitúa a 40 metros del punto más alto del cerro. Otras zanjas, en dirección N-S, de menor longitud se realizaron también en esta área. 61  Sobre las distintas opiniones surgidas a partir del hallazgo de esta inscripción sobre la ubicación de Segobriga, véase M. Almagro Basch, «La discusión de la situación de la antigua Segobriga ante los hallazgos epigráficos», Revista Cuenca, nº 19 y 20, 1982, pp. 7-38. 62  F. Fita, «Antigüedades romanas», Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo XXI, 1892, p. 138 y fotograbado de la estela funeraria de Bárbara en p. 136. 63  P. Quintero, 1913, p. 104.

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Los hallazgos arqueológicos en la parte más alta del cerro fueron publicados por primera vez en 1902 por Quintero64. Entre ellos, se encontraron gran cantidad de piezas trabajadas, como fustes de columnas, capiteles, bases y placas decoradas de época visigoda.

Fig. 13. Inventario de los materiales arqueológicos recuperados en Segobriga realizado por P. Quintero, procedentes de las excavaciones en las que participó en el último tercio del siglo xix. 64  P. Quintero, 1902, p. 252-253.

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7. Los trabajos arqueológicos en el anfiteatro Simultáneamente a los trabajos arqueológicos realizados en la parte alta del cerro, Quintero comienza a descubrir el anfiteatro por el costado meridional, probablemente, junto a la puerta sur. En esta zona, lleva a cabo una excavación de más de 3 metros de profundidad localizando la habitación situada en el costado oriental de la puerta sur del anfiteatro, que describe con paredes cubiertas de estuco rojo, pavimentada con un mosaico de piedras romboidales, hay huesos de animales y una moneda de oro de Recaredo, obispo de Toledo, única pieza visigoda que se ha hallado65. También excava en la arena donde localiza un nivel de cenizas y carbones de 2 metros de espesor. Las excavaciones en el anfiteatro concluyeron ante la oposición de uno de los propietarios del terreno y habiéndose terminado el dinero aportado por R. L. Thomson para los trabajos arqueológicos. 8. Las excavaciones de Quintero en la cueva prehistórica del Fraile (Saelices) En octubre de 1892, Quintero colabora con el jesuita francés E. Capelle en la excavación de la cueva del Fraile o cueva de Segobriga, lugar al que volverá en 1904 realizando nuevos hallazgos. Quintero descubrió la cueva por casualidad en septiembre de 1892 cuando el guarda de Monte Villalba le informó de su existencia y halló varios fragmentos de cerámica a mano de época del Bronce66. La excavación de la cueva y su posterior publicación por Capelle supusieron un avance importante en el conocimiento de la Edad del Bronce en la parte oriental de la Meseta. En su interior se hallaron gran cantidad de huesos humanos correspondientes a una treintena de enterramientos de inhumación muy revueltos, salvo uno de ellos que se encontraba en el interior de una urna. El material gráfico de los hallazgos fue elaborado por P. Quintero y utilizado por Capelle en la publicación de la cueva67. *  *  * 65  P. Quintero, 1902, p. 254. En la publicación de 1913, p. 98 describe los hallazgos con mayor precisión: moneda de oro de Recaredo, el cráneo de un caballo y fragmentos de huesos, ungüentarios, barros saguntinos, ánforas, latérculos pero nada completo. 66  P. Quintero, 1913, pp. 20-36. 67  E. Capelle, «La cueva prehistórica de Segobriga», Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo XXIII, 1893, pp. 241-272 e idem, «Notes sur quelques découvertes prehistoriques autour de Segobriga dans l’Espagne Centrale», Anales de la Sociedad Española de Historia Natural, XXIII, 1894, pp. 5-119.

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Rosario Cebrián Fernández

Cuando el joven Quintero se incorpora a las excavaciones que su tío R. García Soria lleva a cabo en Segobriga y en Uclés, la arqueología clásica estaba ligada aún al anticuarismo. El trabajo de inventario que Quintero realizó de los objetos arqueológicos hallados en aquellas excavaciones, que incluía las inscripciones, la cerámica, el vidrio, los objetos de metal y hueso, las monedas y los fragmentos en piedra decorados, seguía los criterios de la nueva ciencia de la arqueología, impulsada por el positivismo de la escuela francesa. Su vocación arqueológica se vio favorecida por el ambiente cultural que se desarrolló en Uclés a partir del año 1880, cuando la Compañía de Jesús de Toulouse se instala en el Convento de Santiago. Quintero era además un buen dibujante. Los dibujos y acuarelas que realizó de las piezas arqueológicas halladas en las excavaciones en las que, de una manera u otra, intervino suponen un material gráfico único para conocer piezas que están en la actualidad perdidas. La manera en la que se acercó a la arqueología y al registro de los hallazgos abrió una nueva etapa de investigación de las ruinas de la ciudad romana asentada sobre el cerro de Cabeza del Griego. La crónica de las excavaciones en Segobriga en el último cuarto del siglo xix que fueron publicadas por Quintero en 1913 a modo de diario permite hoy reconstruir y situar los hallazgos de la excavación de las llamadas «termas del teatro», de la puerta sur del anfiteatro y de las zanjas que se realizaron en la parte más alta del cerro.

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Pelayo Quintero y las excursiones arqueológicas a Uclés de 1888 y 19051 Margarita Vallejo Girvés Universidad de Alcalá Pelayo Quintero, ucleseño ilustre e importante figura de la arqueología española entre el fin del siglo xix y la primera mitad del siglo xx, llegó a trabajar y dirigir excavaciones arqueológicas en varios yacimientos de la Península Ibérica y del antiguo Protectorado Español de Marruecos. De todo ello se hablará en otras contribuciones de este volumen porque la misión que en esta ocasión nos ha sido encomendada es otra: la figura de Pelayo Quintero en Uclés enmarcada en la dinámica de los viajes y excursiones arqueológicas que tan en boga estuvieron en España especialmente desde el siglo xviii. La cercanía de la ciudad celtibérica e hispanorromana de Segóbriga a la ya entonces pequeña localidad conquense de Uclés fue la principal razón por las cual gentes naturales de ésta o vinculadas profesionalmente a la misma, todas con inquietudes intelectuales e históricas profundas, comenzaron a interesarse por los objetos arqueológicos, de clara tradición prerromana, romana y visigoda, que se encontraban no sólo en aquel yacimiento sino en los campos que rodean la villa de Uclés e incluso en los propios edificios de la misma. No obstante es justo reconocer 1  Sobre los conceptos de «excursión arqueológica» y «viaje literario» véase G. Mora, «Viajes Literarios», M. Díaz-Andreu, G. Mora & J. Cortadella coords., Diccionario histórico de la arqueología en España, Madrid 2009, 688-689.

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que no sólo eran los vecinos de ésta los interesados por los materiales que se encontraban allá y acá de los campos alrededor de Segóbriga y por reivindicar la importancia de ésta en el conjunto de la vida romana y visigoda de la Península, pues gentes de la vecina localidad de Saelices, surgida tras el abandono de la ciudad antigua, mostraron también un vivo interés por las antigüedades de la zona. Destaca, obviamente, en este sentido, su alcalde, Juan Francisco Martínez Falero. Sin embargo, la existencia en la localidad de Uclés del monasterio que fue cabeza de la Orden de Santiago y la presencia en él durante el siglo xix primero de sacerdotes jesuitas y, posteriormente, de agustinos, interesados, como buena parte del clero hispano, en las antigüedades, unido al propio foco artístico que suponía, y supone hoy en día, el conventual de Uclés, importante obra arquitectónica de tradición herreriana, favoreció que fueran principalmente gentes de esta población las que, unidos sus esfuerzos con los citados sacerdotes de las sucesivas órdenes que ocuparon el edificio histórico, publicitaran la importancia de los hallazgos de materiales antiguos de la zona alrededor de Segóbriga y Uclés. Sin duda que fueron Román García Soria y su sobrino Pelayo Quintero Atauri, figura en torno a la cual gira el presente volumen, junto con el jesuita Edouard Capelle, del monasterio ucleseño2, los que con su interés y hallazgos favorecieron que académicos de la Real Academia de la Historia e interesados en la arqueología y el arte incluyeran a Uclés y su comarca entre los lugares dignos de ser visitados y reseñados en sus publicaciones. En varias ocasiones a lo largo del último tercio del siglo xviii, José de Cornide, acompañado por un dibujante, viajó a las tierras segobrigenses con el encargo de la Real Academia de la Historia para conocer el sitio en el que estaban apareciendo importantes materiales de la antigüedad y para determinar si la población antigua que estaba apareciendo podía ser identificada con alguna de las ciudades celtibéricas y romanas que citaban autores como Estrabón, Frontino o Plinio el Viejo. Pero también para ocuparse de conocer si la sede eclesiástica visigoda de Segóbriga se ubicaba en el lugar de los hallazgos. Cornide visitó en varias ocasiones la zona ucleseña, y la segobrigense, fruto de los cuales fueron varios escritos, algunos publicados en las Memorias de la Real Academia de la Historia y otros inéditos pero que han sido objeto de varias ediciones en los últimos años. Recientemente toda la obra escrita de Cornide, publicada o no, incluidos los que fueron fruto del viaje que acabamos 2  M. J. Bernárdez Gómez, J. C. Guisado di Monti y F. Villaverde Mora, «Édouard Capelle», Pioneros de la Arqueología en España. Del siglo xvi a 1912, Alcalá de Henares 2004, 345-351.

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de mencionar, ha sido objeto de una amplia edición a cargo de Juan Manuel Abascal Palazón y Rosario Cebrián y publicada con el auspicio del Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia3. Un siglo después, en el último tercio del siglo xix, Uclés y sus alrededores vuelven a conocer la llegada de viajeros interesados por las antigüedades y el esplendor artístico de su monasterio. No quiere ello decir que entre la visita de Cornide y la de los viajeros de ese período del xix no se hubieran producido visitas de este tipo; simplemente queremos decir con ello que queda mayor constancia escrita de ellos que de los restantes. Sin duda que la coincidencia del interés de la Real Academia de la Historia, con académicos tan importantes como Juan de Dios de la Rada y Delgado y Fidel Fita, por conocer el pasado arqueológico de España con la presencia en Uclés de los jesuitas franceses, de Román García Soria y de su sobrino Pelayo Quintero, están detrás de los motivos por los cuales comienza a haber de nuevo abundante constancia escrita de los viajes con interés artístico-arqueológico a la comarca ucleseña. Gracias al Boletín de la Real Academia de la Historia y a la documentación recibida en el Gabinete de Antigüedades de la misma, que está siendo desde hace algunos años publicada con todo detalle pues la mayoría permanecía inédita al tratarse fundamentalmente de correspondencia que daba noticia de detalles de hallazgos, sabemos que los citados García Soria y Quintero fueron dos de los principales comunicadores de los hallazgos de materiales y de lugares de interés arqueológico. El nombramiento de García Soria como correspondiente por Uclés, Cuenca, de la Real Academia de la Historia4 y la formación de carácter más científico de Pelayo Quintero en Madrid, favorecieron, en consecuencia, la visita de los académicos. La hospitalidad de ambos y de los sacerdotes del monasterio, sucesivamente jesuitas y agustinos, contribuyeron a que Uclés en cuestión se convirtiera en lugar elegido como sede desde el cual emprender las excursiones arqueológicas a los alrededores, singularmente a Segóbriga y su territorio más inmediato. De entre las excursiones cuyos detalles fueron publicados en el Boletín de la Real Academia de la Historia deberíamos destacar aquellas en las que se menciona a Pelayo Quintero como interesado por las antigüedades de la zona y protector de las 3  J. M. Abascal Palazón y R. Cebrián, Los viajes de José Cornide por España y Portugal de 1754 a 1801, Madrid 2009. 4  BRAH XIII, 1888, 347-349.

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mismas. Nos vamos a detener en el que dio por fruto la comunicación titulada «Excursión arqueológica a las ruinas de «Cabeza de Griego»5. Éste tuvo lugar por espacio de tres días en 1888. Los académicos de la Historia, de la Rada y Delgado y Fita, emblemáticas figuras de la arqueología española de finales del siglo xix6, fueron invitados a Uclés por García Soria y por el director del colegio que albergaba entonces el monasterio con la intención de «reconocer los monumentos históricos y artísticos de que se lleva hecha mención y en explorar otros nuevos». Allí se comprende que no era esa la primera ocasión en la que uno de los visitantes de Uclés en el 1888, Fidel Fita, visitaba la localidad, prueba ello de que las visitas «arqueológico-artísticas» a ésta tenían ya una larga historia7. En ese artículo del Boletín de la Real Academia de la Historia se menciona, por supuesto, el ‘Museo Arqueológico’ creado por García Soria en su casa de Uclés y que después pasó sucesivamente al monasterio de la localidad, y algunas piezas al Museo Arqueológico Nacional. Igualmente se comprende no sólo su exploración de «Cabeza de Griego» y su estancia en Uclés sino también su visita a la localidad vecina de Saelices. Sin embargo, el protagonismo ucleseño desde el aspecto arqueológico en ese 1888 no es aún de Pelayo Quintero sino sobre todo de García Soria. Pelayo Quintero es descrito en esta comunicación del BRAH como «el distinguido joven D. Pelayo Quintero, hijo del rico propietario» del que se elogia su «pericia artística». Sin duda será la estancia de Pelayo Quintero en Madrid, durante sus años de formación, y su vinculación con García Soria, lo que volvió a motivar la visita 5  J. de la Rada y Delgado y F. Fita, «Excursión arqueológica a las ruinas de Cabeza de Griego», BRAH XV, 1889, 107-151. 6  Como primera lectura, con bibliografía más concreta, deben consultarse los artículos de C. Papí Rodes, «Juan de Dios de la Rada y Delgado», Pioneros de la Arqueología en España. Del siglo xvi a 1912, Alcalá de Henares 2004, 253-260 y J. M. Abascal, «Fidel Fita», op. cit., 299-305. 7  En el BRAH de 1918 se aludía a un viaje de J. de la Rada y Fidel Fita a Uclés y su territorio en 1888, que también había derivado en una publicación titulada «Excursión arqueológica a Uclés, Sahelices y Cabeza de Griego». Ésta no fue publicada en el BRAH y no se conocen ejemplares de la misma. J. M. Abascal Palazón en http://www.ua.es/personal/juan.abascal/fita_colome.html, menciona brevemente la posibilidad de que fuera la misma excursión que la comentada por de la Rada y Fita que hemos analizado. Propone que esta publicación fuera una tirada aparte hecha por encargo de los autores. Ahora bien, de ello no hay que inferir, necesariamente, que de la Rada y Fita hubieran visitado en dos ocasiones en el año 1888 la villa de Uclés. Por otra parte, parece que en 1905 se conocía la existencia de ella, aunque no se llegó a utilizar, como veremos en párrafos sucesivos.

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de carácter artístico-arqueológico a Uclés de académicos e intelectuales hispanos de finales del siglo xix y primeros del xx. El alojamiento y la cordial acogida que les daba el padre de Pelayo Quintero, los nuevos encargados del Monasterio, los agustinos, y otros moradores de Uclés, como el médico Yastrzembiec de Yendrzyoswski, de padre polaco, favorecían la visita. Además, no hay que olvidar que las comunicaciones por ferrocarril entre Madrid y Cuenca, y las estaciones de Tarancón y Paredes, cercanas a la localidad, acortaban la duración del viaje y reducían las incomodidades de los viajeros. No sólo fueron académicos de la Real de la Historia a los que atrajeron Pelayo Quintero y las antigüedades de la zona para visitar Uclés y su comarca. La Sociedad Española de Excursiones también realizó al menos una visita a la zona, motivada sin duda por los contactos de ese ucleseño. En el año 1904 Pelayo Quintero ya había publicado dos de los volúmenes de su monografía sobre la historia de Uclés; en ese año ya había abandonado Uclés pues se había formado en Madrid y, además, ya había tenido destinos profesionales en distintas ciudades andaluzas. Sin embargo, fue entonces cuando Pelayo Quintero acompañó a varios miembros de la Sociedad Española de Excursiones a visitar Cuenca y Uclés, dejando constancia de ello en el Boletín de la citada sociedad del año 1905. La Sociedad Española de Excursiones era una institución creada por varios intelectuales españoles en el siglo xix, entre ellos Jerónimo López de Ayala, conde de Cedillo, el citado Juan de Dios de la Rada y Delgado o Juan Catalina García, estos dos últimos reconocidos interesados por la antigüedad hispana y miembros los tres también de la Real Academia de la Historia. Recientemente se ha llamado la atención sobre la intención y estatutos de esta institución en una entrada del Diccionario Histórico de la Arqueología en España titulada con el nombre de la citada institución y debida a Margarita Díaz-Andreu 8. Entre los objetivos de la sociedad estaba «popularizar en las regiones y localidades visitadas los estudios que cultivan, contribuyendo así a la cultura general». A tal fin, organizaron varias actividades entre las que destacaban las excursiones con carácter cultural. Una de ellas fue la que llevaron a cabo en 1905 con el objetivo de visitar Cuenca, Uclés y la comarca entorno a Segóbriga.

8  M. Díaz-Andreu, «Sociedad Española de Excursiones», M. Díaz-Andreu, G. Mora & J. Cortadella coords., op. cit., 643-644.

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Integraban la expedición, cuyo primer destino fue Cuenca, los socios Lampérez, el Marqués de Figueroa, Pablo Bosch, Barandica, Allende Salazar y el propio Pelayo Quintero, que los debió acompañar expresamente puesto que, como hemos dicho, su destino profesional se encontraba ya en tierras andaluzas. Integraban por lo tanto la expedición dos profundos conocedores de las zonas que iban a visitar pues si Pelayo Quintero conocía con profundidad la comarca ucleseña, Lampérez, responsable de la restauración de varios edificios históricos españoles, tendrá también una relación en este sentido con la catedral de Cuenca9. La visita a Uclés de 1905 se produce después de la de Cuenca. Llegaron en tren, desde la capital de la provincia, hasta la estación de Paredes. Desde allí continuaron viaje por camino de tierra y en coche de caballos hasta Uclés, donde les esperaba un recibimiento oficial por parte del alcalde y su corporación. Se alojaron, como no podía ser de otro modo, en la casa del padre de Pelayo Quintero y en las celdas del monasterio. En su recorrido por la población y por las ruinas de Segóbriga les acompañó continuamente, como es lógico, el propio Pelayo Quintero pero también el citado medico Yastrzembiec de Yendrzyoswski, también interesado en las antigüedades arqueológicas. El objetivo de la excursión se acomodaba perfectamente a los estatutos de la Sociedad Española de Excursiones pero también al carácter de las que hemos denominado «excursiones arqueológicas», esto es, conocer monumentos artísticos y restos arqueológicos de las zonas que visitaban. Este viaje, al igual que otros, fue publicado en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones; firmado por Juan Allende Salazar, uno de los integrantes de la excursión, apareció en el número 13 del año 190510. Es en esta excursión donde adquiere protagonismo Pelayo Quintero, al que Allende Salazar presenta como consocio, pues reconoce que «con tanta constancia como fortuna ha escudriñado las antigüedades e historia de su tierra natal, la antigua cabeza de la Orden de Santiago, la antes poblada y guerrera, hoy decaída y agrícola, pero siempre noble y hospitalaria villa de Uclés»11. Como ya venía siendo la tónica 9  M. E. Díaz Jorge y G. Ripoll López, «Lampérez Romea, Vicente», M. Díaz-Andreu, G. Mora & J. Cortadella, op. cit., 376-377. 10  J. Allende Salazar, «Excursión a Cuenca y Uclés», BSEE 13, 149, 1905, 137-152. 11  J. Allende Salazar, art. cit., 146.

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habitual, se describía la población pero sobre todo el monasterio y las ruinas arqueológicas de la zona, la historia de su descubrimiento y las hipótesis acerca de su identificación, siendo todos ellos principales objetivos de la excursión y, como hemos dicho, de la Sociedad que la promovió. Allende Salazar, el redactor de la nota de la excursión, incluye una curiosa nota que no deja de llamar la atención. Afirma que «después de escrito este artículo, me dicen que el P. Fita y el Sr. Rada y Delgado publicaron años atrás una monografía acerca de las antigüedades de Cabeza de Griego. Lamento muy de veras no haber tenido noticia de dicho trabajo, que probablemente me hubiera sido de gran utilidad para la redacción de este reseña»12. Con probabilidad esta monografía de los dos conocidos académicos debía ser la que se tituló «Excursión arqueológica a Uclés, Sahelices y Cabeza de Griego», a la que hemos aludido más arriba y que J. M. Abascal considera que pudo ser publicada como una pequeña monografía, de la que debieron hacerse pocos ejemplares. No parece que Allende Salazar la llegara a utilizar pero nos parece muy probable que fuera el propio Pelayo Quintero quien, aunque tarde, le hiciera saber al autor la existencia de dicha publicación. Pelayo Quintero es el vínculo común entre de la Rada, Fita y Allende Salazar, puesto que García Soria, el académico correspondiente de Uclés en la Real Academia de la Historia era ya muy anciano y, además, no parece tener ningún contacto más con los excursionistas. Mientras, Pelayo Quintero tuvo relación con ambas expediciones, con la de los dos primeros en 1888 y con la de la Sociedad Española de Excursiones, en 1905. Durante las décadas siguientes Uclés y su territorio continuaron siendo objetivo final de las excursiones de eruditos e intelectuales hispanos, pero ya para entonces Pelayo Quintero había reducido su relación académica y personal con Uclés. Ya no aparece como anfitrión de ninguna excursión destacada. Otros intereses profesionales le retenían en el sur de la Península. Pero Uclés y su territorio continúa hoy siendo visitado para conocer su historia, su arquitectura y su arqueología, como hicieron de la Rada, Fita, Allende Salazar, todos ellos conocedores del saber de Pelayo Quintero Atauri.

12  J. Allende Salazar, art. cit., 150, n. 2

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Pelayo Quintero Atauri y el museo de Bellas Artes de Cádiz Juan Alonso de la Sierra Museo de Cádiz Pelayo Quintero es uno de los personajes más destacados del mundo cultural gaditano de la primera mitad del siglo xx. En 1894, una vez finalizados los estudios en la Escuela Superior de Pintura de Madrid, obtuvo por oposición la plaza de profesor en la Escuela de Artes y Oficios de Granada y poco después se trasladó a Cádiz, donde desarrolló la etapa más extensa e importante de su vida profesional. Persona de gran erudición, inquieta y ambiciosa, compartió su labor docente con diversas actividades, entre las que destacan las de arqueólogo y director del Museo de Bellas Artes. Como arqueólogo se había iniciado aún muy joven en su localidad natal, Uclés, de la mano de su tío, el conocido erudito Román García Soria, dirigiendo las excavaciones del Cerro de Cabeza de Griego (Segóbriga). Para la dirección del museo le avalaban sus estudios artísticos y la carrera de Archivero Anticuario y Bibliotecario. Además, participó activamente en la organización del primer centenario de la Constitución de Cádiz, fundó la Real Academia Hispano-Americana de Artes y Letras, y durante un tiempo fue Delegado Regio de Bellas Artes en Cádiz y Delegado de la Comisaría Regia de Turismo. Sus numerosas publicaciones constituyen un valioso legado que nos permite adentrarnos en etapas esenciales para la historia de la arqueología y museística local.

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Fig. 1. Pelayo Quintero en su despacho del Museo de Bellas Artes de Cádiz

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Cuando fue nombrado director del Museo de Bellas Artes de Cádiz en 19181, la institución iniciaba una nueva andadura impulsada por un Real Decreto de 1913 que creaba nuevos museos en las provincias donde aún no existían y reorganizaba los ya existentes2. Por entonces, la pinacoteca gaditana contaba con más de medio siglo de vida, pues la Academia Provincial de Bellas Artes abrió al público una sala de pinturas en 1852, apenas transcurridos dos años de la publicación del Real Decreto que ordenaba la creación de museos provinciales para salvaguardar los fondos procedentes de la desamortización localizados por las Comisiones de Monumentos. La sala exhibía importantes obras, algunas de la colección de la Academia y la mayoría de conventos desamortizados, entre las que destacaba el conjunto de pinturas realizado por Zurbarán para la Cartuja de Jerez de la Frontera. El edificio de la Academia, el mismo que ocupa en la actualidad el Museo de Cádiz, estaba integrado por antiguas dependencias del Convento franciscano de Nuestra Señora de los Remedios, en concreto el ala que daba a la huerta del conjunto monacal, convertida en 1838 por Juan Daura en plaza pública con el nombre de Espoz y Mina3. El mismo arquitecto se ocupó de la reforma del edificio articulando la amplia fachada abierta a uno de los frentes de la plaza con una sobria composición clásica en cuyo eje situó el nuevo acceso que daba paso a una sencilla escalera de tipo imperial. Las dependencias interiores apenas se transformaron, conservando la distribución monacal original en torno a un patio que quedaba desplazado de la entrada principal ubicada en la renovada fachada. Tampoco se resolvieron entonces una serie de problemas estructurales que a lo largo del tiempo incidieron negativamente en la conservación del edificio y el patrimonio en él custodiado. A esta importante lacra se suma el hecho de haber alojado a lo largo del tiempo a otras entidades que en algunas ocasiones llegaron incluso a suponer una amenaza para la conservación de las colecciones.

1  Hasta 1970 existieron en la ciudad dos museos provinciales, el de Bellas Artes y el Arqueológico, de cuya fusión es producto el actual Museo de Cádiz. Vid. J. Alonso de la Sierra, «Apuntes sobre el Museo de Cádiz en la época de Pelayo Quintero», en M. J. Parodi y E. Gozalbes (Coords.), Pelayo Quintero en el primer centenario de 1912, Cádiz, 2011, pp. 227-248. 2  R. D. de 24 de julio de 1913 del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. 3  Juan R. Cirici Narváez, Juan de la Vega y la arquitectura gaditana del siglo xix, Cádiz, 1992, pp. 40-51.

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El Museo se reorganizó en 1875 y el año siguiente se publicó el primer catálogo de pinturas y grabados, vigente como veremos durante muchos años. Con el transcurrir del tiempo las colecciones fueron incrementándose con aportaciones del Ayuntamiento, diputación y otras entidades, un depósito de cuadros procedentes del Museo de la Trinidad de Madrid, donaciones particulares y algunas compras realizadas por la Academia en las exposiciones provinciales que organizaba. Estos nuevos fondos obligaron a montar una segunda sala que ya estaba abierta al público a comienzos del siglo xx. Pero el gran cambio se produjo a partir del Real Decreto de 1913, en el cual se disponía que el fomento y administración de los museos, hasta entonces en manos de la Academia, correría a cargo de Las Juntas de Patronato, siendo nombrado el director por el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. La Junta del museo gaditano se constituyó en 1916 y en la primera reunión Pelayo Quintero tuvo ya una destacada participación como vocal en calidad de miembro de la Academia. Con anterioridad se había elaborado y publicado el Reglamento por cuyas disposiciones debían regirse4. La primera reunión comenzó con la constitución de la Junta para tomar posesión del Museo a continuación. Fue elegido como presidente Sebastián Martínez de Pinillos, perteneciente a una de las familias más importantes de la burguesía mercantil local, que presidía también de la Academia de Bellas Artes. Todos los miembros visitaron las salas de exposición, el almacén y la sala de grabados. Se acordó que la entrega de las obras se haría por inventario, que en esos momentos ya estaba realizando el director. Una vez terminada la labor —«larga y pesada»— una comisión nombrada por la Academia de Bellas Artes las entregaría a la Junta, en cuya representación iba a actuar otra comisión de tres miembros entre los que figuraba Pelayo Quintero. También se plantearon en esta primera reunión dos temas que serán referentes esenciales de las actuaciones emprendidas durante los siguientes años, la necesidad de realizar un nuevo catálogo del museo y la ampliación de los salones de exposición, ya que los existentes estaban saturados y había obras que no podían exponerse. Quintero intervino apoyando la propuesta y mostró su conformidad con el director de la Junta y el director del Museo en cuanto a que primero era necesario conocer el número de obras de la colección para después decidir el orden de

4  «Reglamento del Museo Provincial de Bellas Artes de Cádiz», Boletín del Museo de Bellas Artes de Cádiz, nº 2. Cádiz, 1919. pp. 67-68.

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colocación y su ubicación definitiva con el fin de elaborar un catálogo que ofreciera las mayores facilidades a los visitantes5. Desde los primeros momentos Pelayo Quintero debió sentirse muy interesado en conseguir la dirección. Era su única oportunidad en la ciudad, ya que la del Arqueológico Provincial era por aquél entonces inaccesible para él por estar unida a la de la Biblioteca. Además, la coyuntura se presentaba favorable pues pasado un año de la primera Junta el director del Museo de Bellas Artes estaba enfermo y se había nombrado uno interino; la vacante, por tanto, podía producirse en cualquier momento. El depósito que hizo ese mismo año de joyas localizadas en las excavaciones de Puerta de Tierra y la reclamación por el Patronato a instancias suyas de otras depositadas años antes en el Museo Arqueológico, podría interpretarse como una búsqueda de apoyo6. Cuando finalmente es nombrado director en 1918, su primer gesto es renunciar al sueldo, poniendo a disposición del Patronato las mil quinientas pesetas que le correspondían por el cargo, sin duda era el prestigio que conllevaba el que despertaba su interés. Por razones que desconocemos cesó como director el 31 de diciembre del mismo año para ser confirmado nuevamente diecinueve días después7. Desde entonces desempeñó su cargo con firmeza y tesón, sobreponiéndose a numerosas dificultades y a la indiferencia de algunas autoridades locales y nacionales. Solo en una ocasión lo puso a disposición de la Junta de Patronato, pero fue más un gesto para reclamar atención a sus demandas que un propósito real. Ni siquiera se planteó dejar la dirección cuando ya anciano marcha a Marruecos en 1940, manteniéndola hasta su muerte en Tetuán seis años después. La escasez de recursos económicos constituyó uno de los problemas más importantes en la gestión de Pelayo Quintero8. El mantenimiento del Museo corría a 5  Libro de Actas de la Junta de Patronato. Acta 1 de 18 de octubre de 1916. 6  Libro de Actas… Acta 9 de 25 de octubre de 1917. 7  Libro de Actas… Acta 10 de 11 de mayo de 1918. / Real Orden de14 de marzo de 1918. 8  Las Memorias Reglamentarias publicadas en el Boletín del Museo Provincial de Bellas Artes

constituyen un valioso fondo documental para conocer la labor desarrollada por Pelayo Quintero al frente del Museo de Cádiz. Analizamos su actividad desde un enfoque museológico actual, teniendo en cuenta los siguientes ámbitos de actuación: recursos económicos, recursos humanos, espacios expositivos, conservación del edificio, seguridad de las colecciones, investigacióndifusión, incremento de colecciones y número de visitantes.

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cargo de la Diputación Provincial y el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes9, pero muy pronto Quintero comprobó que las aportaciones eran insuficientes y sus demandas para afrontar las mejoras necesarias no se atendían. Entonces decidió cobrar las entradas con al apoyo de las atribuciones que le concedía el Reglamento. El precio se estipuló en una peseta, excepto los domingos, en los que se mantenía el acceso libre. Las cifras demuestran que resultó ser una decisión muy acertada, pues durante muchos años se convirtió en una de las principales fuentes de ingresos, superando con frecuencia las otras dos subvenciones. En las relaciones de gastos e ingresos recogidas en la memoria del año siguiente se constata con claridad que los ingresos por entradas en ese período ascendieron a mil sesenta pesetas, mientras que la aportación de la Diputación Provincial solo sumó trescientas ocho pesetas, cantidad que correspondía además a libramientos atrasados de abril a agosto de 1918. Otra parte del presupuesto, doscientas diez pesetas, se consiguió con los beneficios dejados por la venta del catálogo de la Sala de Retratos publicado ese mismo año y cuyo autor era Pelayo Quintero10. Con posterioridad las aportaciones fueron más equilibradas y en 1924 se incorpora una nueva fuente de ingresos, las postales, que supusieron una modesta suma agregada al dinero de las entradas. Hasta 1931 mantuvieron su ventaja y a partir de entonces la cantidad obtenida con su venta llegó a ser similar o algo inferior a las restantes. En 1932 se produce un moderado aumento en la aportación del Estado, que alcanza las mil setecientas cincuenta y nueve pesetas11, y desde 1935 se incrementa considerablemente la realizada por la Diputación, diez mil pesetas 12. El drástico cambio fue debido a que por primera vez se recoge en la memoria el dinero destinado a personal, lo que nos permite suponer que desde el principio la aportación de esta institución fue más amplia que la reflejada en las memorias anteriores a esa fecha. Durante la postguerra los ingresos por entradas se reducen considerablemente13. En general, las memorias evidencian que los presupuestos se incrementaron 9  Tras la Guerra Civil fue sustituido por el Ministerio de Educación Nacional. 10  Pelayo Quintero, «Memoria Reglamentaria», Boletín del Museo de Bellas Artes de Cádiz, nº 3. Cádiz, 1920. pp. 70-73. (En adelante: B.M.BB.AA.) 11  B.M.BB.AA., 18, 1935, pp. 1-5. 12  B.M.BB.AA., 19, 1919, pp. 97-101. 13  B.M.BB.AA., 20, 1942, p.139.

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muy poco a lo largo del tiempo. En 1922 ascendían a cuatro mil quinientas veintiocho pesetas14; y diez años después se habían incrementado en seiscientas diez pesetas, si ignoramos ampliación que se produce en la aportación de Diputación para gastos de personal15. En las memorias hay pocas referencias a los recursos humanos, al contrario de lo que sucedió con los económicos, sobre cuya escasez Pelayo Quintero nunca dejó de lamentarse. Podemos deducir las personas que componían la plantilla por alusiones ocasionales e indirectas. Inicialmente, además del director había un portero y una limpiadora; en 1922 Diputación aumentó una plaza de mozo de vigilancia, como se había solicitado tras la ampliación de la salas de exposición16 y cuatro años después había también un auxiliar escribiente17 y desde 1929 hubo un restaurador, Eduardo Ruiz de Somavía, que tras su muerte en 1935 fue sustituido por Manuel López Gil. También se habla en ocasiones de un forrador e instalador. Pero Quintero nunca expresó quejas por falta de personal ni demandó reiteradamente una plantilla más amplia. Solo en una ocasión, en 1932 indica que el Tríptico de Leiden permanece «sin resanar» por falta de medios, ofreciéndose la Dirección General de Bellas Artes a enviar restauradores del ministerio18. En otro momento reconoce el apoyo de un miembro de la Junta, D. Sebastián Ayala y Pérez-Lazo, a quien define tras su muerte como «fraternal compañero». Secretario de la Academia y vocal de la Junta de Patronato desde su constitución, Quintero, en la nota necrológica que le dedica, reconoce que auxilió tanto a su primer director como a él mimo. El escrito deja entrever su forma de valorar al trabajo como principal vehículo de reconocimiento social: «hombre bueno, el amigo sincero, que con solo su esfuerzo personal llegó a alcanzar los cargos que desempeñó con la misma estima y respeto de sus conciudadanos»19.

14  B.M.BB.AA., 5, 1922, p. 3. 15  B.M.BB.AA., 17, 1933. p. 3. 16  B.M.BB.AA. 7, 1923, p. 75. 17  Antonio Campoy Marín, Guía de la provincia de Cádiz, año 1925-1926, s/f., p. 60. 18  B.M.BB.AA., 17, 1933, p. 2. 19  B.M.BB.AA., 17, 1933, p. 1y 5-7.

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Uno de los primeros objetivos que Pelayo Quintero se propuso conseguir al asumir la dirección fue la ampliación de las salas de exposición, como ya se había planteado en la primera Junta de Patronato. En 1919 inauguró una nueva sala de retratos cuya instalación fue pagada de su bolsillo. Ese mismo año solicitó apoyo para abrir nuevas salas y el año siguiente el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes concedió una subvención extraordinaria de mil pesetas para material, cantidad que le permitió continuar el proyecto. En mayo de 1921 informa que las obras se encontraban en ejecución, considerando que con la ampliación quedaba el Museo en «condiciones aceptables de presentación» y que la empresa se podía completar con poco esfuerzo20.

Fig. 2. Pelayo Quintero acompañado del Director General de Bellas Artes y autoridades locales con motivo de la inauguración de la Sala de Zurbarán en 1921.

A finales de ese año se inauguró una nueva sala dedicada a las obras de Zurbarán con la asistencia del Director General de Bellas Artes en nombre del ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes. Poco después, ya en 1922, se abre la entrada al público con tres salas más y completamente modificado el salón antiguo, «en el 20  B.M.BB.AA., 4, 1921, pp. 89-93.

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cual los cuadros principales se han colocado a una altura más conveniente para poder ser estudiados y los de pequeñas dimensiones y aquellos que obran en depósito temporal, aparecen en mamparos y caballetes en el centro del salón»21. Pese a estas mejoras, Quintero se lamentaba en 1923 de no tener el museo con la buena presentación que era necesaria, aunque su espíritu tenaz y optimista le lleva a afirmar que «muy pronto, si seguimos tanto por el contenido como por la presentación podremos decir que nuestro museo es uno de los mejores museos provinciales»22. En 1926 tenía cinco salones unidos y uno aislado para sala de retratos y además el despacho del director, en el que se guardaban «algunos grabados y objetos arqueológicos encontrados en las afueras de Cádiz». El contenido de las salas era el siguiente: Sala I, Pintura Antigua, Sala II, Pintura de Historia y pintores del xix y xx no gaditanos, Sala III, Pintores Gaditanos del xix y vivos, Sala de Zurbarán, Sala de Madame Anselma, «dedicada especialmente a pintoras femeninas y objetos relacionados con la mujer», y finalmente la Sala de Retratos en cuyo techo se conservaba el techo pintado por la señora Anselma que había decorado uno de los salones de su casa de París23. Más adelante, en 1928 propone una nueva ampliación en dos o más salas. Con posterioridad se realizaron algunos cambios puntuales; en la memoria de 1936 indica que se ha utilizado el espacio donde estuvo ubicada durante unos años la sillería de la iglesia de Santo Domingo para reubicar la Sala de Arqueología y la que ocupaba esta sala, que tenía la ventaja de contar con luz cenital y estar unida a las salas de pintura se dedicó a Sala Gargollo con la donación de la duquesa de Bibona, que inicialmente se había instalado con carácter provisional en la sala inmediata a la dirección24. Los criterios expositivos utilizados para la organización de las salas fueron cronológicos, de género pictórico o de procedencia geográfica de los autores en el caso de la pintura contemporánea local. Los cuadros más importantes se colocaron a la 21  B.M.BB.AA., 5, 1922, p. 1-2. 22  B.M.BB.AA., 8, 1924 . p. 95. 23  Antonio Campoy Marín, Opus cit., pp- 59-60. 24  Pelayo Quintero, «Memoria Reglamentaria», Museo de Bellas Artes. Memorias Reglamentarias de 1936 a 1939. Cádiz, 1939. p. 2.

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altura del observador y sobre ellos iban copias o piezas de factura inferior. En mamparos situados en el centro de algunas salas se ubicaron obras de especial interés o de pequeño formato25. En el caso de la Sala de Zurbarán, se trató de evocar un ambiente monástico con mesa y sillas fraileras, un candil de Lucena, etc.26. Resulta curioso el recurso museográfico utilizado para la exhibición de una pieza arqueológica por el escultor Vasallo Parodi cuando hizo un busto en 1933 para exhibir un collar encontrado en Punta de Vaca que fue colocado en una vitrina especial. Para los rasgos faciales tomó como modelo una máscara de barro encontrada en la necrópolis fenicia de la Isla de León27. Con independencia del interés puesto en mantener abiertas unas salas de exposición dignas, los problemas de conservación del edificio supusieron una lacra constante. El mal estado de los forjados provocaba importantes desperfectos que se repetían año tras año. En el período 1923-24 solicitó a Diputación un dinero extra para resanado de muros exteriores y azoteas y en el siguiente demanda de nuevo la necesidad de reparar los desperfectos que ocasionaban las lluvias y solucionar el desgaste que presentaban las solerías, empresas imposibles de abordar con los presupuestos ordinarios28. En 1926-27 se vivió un momento crítico a causa del hundimiento de parte del techo de la denominada Sala de Madame Anselma provocado por la lluvia. Una serie de cuadros se vieron afectados al caer directamente el agua sobre ellos, otros tuvieron que ser retirados y almacenados porque fue necesario apuntalar el espacio y cerrarlo al público.29. Quintero presentó un presupuesto de trece mil pesetas para reparar los daños que inicialmente fue aceptado por la Dirección General Bellas Artes, pero pasaba el tiempo y el dinero no llegaba. Ante la gravedad de la situación no dudó en apoyarse en testimonios de personalidades como Mariano Benlliure o el Duque de Alba y algunos periodistas que se ocuparon del asunto en la prensa. Finalmente, en un gesto que tenía más de llamada de atención que de propósito, puso su cargo a disposición de la Junta de Patronato, renuncia que lógicamente no fue aceptada. 25  B.M.BB.AA., 10, 1926, p. 64. 26  César Pemán Pemartín, «La nueva Sala de Zurbarán», B.M.BB.AA., 5, 1922, p. 32. 27  B.M.BB.AA., 17, 1933, p. 2. 28  B.M.BB.AA., 10, 1926, p.44. 29  B.M.BB.AA., 11, 1927. p.70.

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Poco tiempo después muere Sebastián Martínez de Pinillos, el primer presidente de la Junta, y le sucede José María Pemán. En la memoria de ese año Quintero se congratula del cambio y hace una interesante reflexión que ilustra muy bien la falta de apoyo que habían tenido hasta entonces sus demandas: «La vida en los museos provinciales es casi siempre lánguida, por falta de medios pecuniarios, y esto movió sin duda al legislador a disponer que los presidentes de estos patronatos fueran personas de posición social o de influencia política…desgraciadamente, no siempre, entre tales personas es fácil hallar un alma de artista, y tal dificultad fue a mi ver, la causa del fracaso de este establecimiento a pesar de mis buenos deseos y constante tesón como director de él, al tratar de vencer las dificultades con que hube de tropezar para conseguir mejoras; dificultades nacidas unas veces de la indiferencia, hija de la falta de cultura, y otras, por personalismos y egoísmos incomprensibles»30. El año siguiente culminaron dos importantes actuaciones, los forjados antiguos de las salas de exposición fueron sustituidos por otros más seguros y resistentes de hormigón con lucernarios y se colocó una cancela en el vestíbulo de acceso a la sala de arte antiguo. Con los nuevos forjados se pretendía acabar con las filtraciones de aguas que se habían convertido en un problema endémico; además, la ausencia de vigas de madera lo convertían en un espacio más seguro. La cancela serviría para controlar la corriente que penetraba directamente desde la escalera de acceso los días de fuerte viento. También se ubicó la sala de juntas al fondo del museo, de tal forma que los miembros tenían que pasar por las salas con lo que se conseguía la inspección personal y obligada por cada uno de ellos31. Poco después, el arquitecto Romero Barrero elaboró un proyecto de mejora general del edificio, pero el dinero no fue librado. Quintero lo atribuye al cambio de política que tiende a economizar, para él política mal entendida32. El anuncio de una visita del Ministro de Instrucción Pública Elías Tormo, acompañado de Manuel Gómez Moreno, que había sido nombrado Director General de Bellas Artes, abrió grandes expectativas, pero una vez realizada la decepción fue mayor. «El olvido más completo es cuanto puede agradecer el Museo de Cádiz a 30  B.M.BB.AA., 12, 1928, pp. 101-106. 31  B.M.BB.AA., 13, 1929 . p. 102. 32  B.M.BB.AA., 14, 1930, pp. 25-30.

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esas personalidades» escribe Quintero33. En la memoria de 1932 comentaba «El cambio trascendental del régimen político y sucesos ocurridos como consecuencia natural, hubieran sido circunstancias favorables para el enriquecimiento del museo de haber dispuesto de local adecuado para la presentación de nuevas obras de arte procedentes de conventos de la provincia y como resultado de las recientes disposiciones sobre riqueza monumental»34. Una serie de temporales acaecidos en 1935 provocaron de nuevo diversos destrozos en las cubiertas y, sobre todo, en la sala de Zurbarán. El arquitecto del Ministerio de Instrucción Pública Antonio Sánchez Esteve realizó un proyecto de obras, pero no había asignación presupuestaria para afrontarlo. La sala de Zurbarán tuvo que ser clausurada por seguridad35. En 1942 José María Pemán entregó personalmente en el nuevo Ministerio de Educación Nacional otro proyecto del mismo arquitecto que fue aprobado. En la memoria correspondiente, Quintero expreso su agradecimiento a Pemán por «sus desvelos para conseguir el mayor auge de este Museo, que la hagan merecedor de esta patria chica, primer peldaño de la Una, Grande y Libre que todos deseamos»36. La ubicación de un cuartel de la Guardia Civil en la zona abierta a la calle Antonio López, supuso durante muchos años un grave problema para la seguridad de las colecciones. El cuartel tenía incorporada una cuadra y viviendas en la planta baja, cuyas cocinas se situaban justo debajo de la nueva Sala de Zurbarán. La situación se descubrió al levantar la solería durante las obras de acondicionamiento de la sala en 1921 y tenía el agravante de ser los forjados de madera. Quintero lo denunció indicando que la situación contravenía las disposiciones vigentes respecto a museos, informó a la Junta de Patronato para descargar su responsabilidad en caso de alguna desgracia y aprovechó la visita del Director General cuando asistió a la inauguración de la sala a finales de ese año para presentar una denuncia escrita37. Pasado un tiempo, solicitó la instalación de aparatos avisadores y extintores de incendios, pero 33  B.M.BB.AA., 15, 1931, pp. 93-99. 34  B.M.BB.AA., 16, 1932, pp. 117-121. 35  Pelayo Quintero, «Memoria Reglamentaria», Museo de Bellas Artes. Memorias Reglamentarias de 1936 a 1939. Cádiz, 1939. pp. 1-2. 36  B.M.BB.AA., 20, 1942, pp. 132-140. 37  B.M.BB.AA., 4, 1921, pp. 74 y 90.

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en marzo de 1924, el Subsecretario del Ministerio dirigió una comunicación al director de la Guardia Civil para que trasladase las viviendas a un lugar más adecuado. El cambio según Quintero, además de acabar con tan grave amenaza, abría nuevas posibilidades para en su día acometer la ampliación del Museo38. Pero el traslado no se realizó y Pelayo Quintero reiteró sus quejas por no ser atendidas las demandas y llegó a atribuir su fracaso a la existencia de intereses creados, culpando de la situación al alcalde, vocal nato del Patronato que nunca asistía a las juntas. Finalmente en 1928 se desalojan las viviendas y se proyecta el traslado definitivo del cuartel, aunque el asunto aún no estaba zanjado, como parecía. En 1932 se habla que en la zona desalojada se va a instalar un cuartel de la Guardia de Asalto, a pesar de existir ya un proyecto de ampliación del museo, y en año siguiente la amenaza se convierte en triste realidad39. En función de las posibilidades que ofrecían los escasos recursos los fondos de la colección fueron incrementándose con la adquisición de pinturas, sobre todo de autores contemporáneos locales, y piezas de artes decorativas o mobiliario. Fue una política acertada, pues con el paso del tiempo algunas obras se han revalorizado. En los primeros años es demasiado evidente el interés de Quintero por la arqueología y algunas adquisiciones son poco apropiadas para un museo de Bellas Artes. Según se describe en la memoria de 1920 en esa anualidad se compraron cuatro pinturas, dos lienzos de Damís y Cortés, otro de Eduardo Chao y un estudio de cabeza de niño de Antonio María Esquivel, pero a ellas se sumaron una espada y lanza de hierro ibéricas, cuatro ánforas romanas, una urna de barro cineraria romana, varios ungüentarios, vidrios, una lápida con inscripción, y varias piezas más. Posteriormente fue más discreto aunque no renunció a la adquisición eventual de algunas piezas arqueológicas. Destaca la adquisición del lienzo Retrato de Familia, de Valeriano Bécquer, comprado por el Estado a propuesta de la Junta de Patronato40. También se compraron varios retratos, cuadros de historia, Juana la Loca ante el cadáver de su esposo, de Rodríguez Losada41; obras de carácter costumbrista, como Patio del convento de San 38  B.M.BB.AA., 19. 1935 . p. 93. 39  B.M.BB.AA., 17. 1934, p. 2 / B.M.BB.AA., 18, 1934, pp. 37-41. 40  B.M.BB.AA., 5, 1922, p. 2. 41  B.M.BB.AA., 7, 1923 . p. 74.

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Francisco, de Salvador Viniegra42; paisajes, entre ellos Vista de la carretera de Málaga a Marbella de Álvarez Dumont o Un remolque, pastel realizado por Ruiz Luna. Una de las escasas piezas incorporadas de pintura antigua es la tabla anónima del siglo xv Virgen con el Niño43, por el contrario se compraron con cierta frecuencia retratos en miniatura y también algunas piezas de artes decorativas y mobiliario, abanicos, jarrones y tazas de porcelana, sillones, sillas o sofás. En 1925 Quintero intentó comprar un cuadro a plazos con el propósito de ir pagándolo con parte de los ingresos generados por entradas, pero enterado el Ministerio de Instrucción Pública aportó la cantidad suficiente para adquirirlo sin fraccionamientos44. El capítulo de las donaciones es importante. Algunas fueron realizadas por los propios autores, Felipe Abarzuza Paisaje de la Barrosa, Federico Godoy Retrato de señora, Horacio Lengo Un golfo y Gaviota, Manuel Díaz Villalobos Retamas de Ayamonte, Aniceto Marinas una escultura en escayola denominada Constitución, etc. Otros fueron donativos de familiares de artistas. La viuda de Godoy donó siete obras de su esposo: Dar de comer al hambriento, Retrato de Doña M. P. B, Retrato del Dr. Gómez López, Iglesia de Santo Domingo de Cádiz, Puerta de Tierra y En el calabozo, su primer obra premiada45, La viuda de Morillo el Autorretrato de su marido. En otra ocasión varias obras de pintores locales, entre ellos una de Francisco Prieto, procedían de la exposición regional. Algunos particulares donaron también obras de su propiedad, algunas veces se trataba una pieza, son los casos de Manuel López Gil, restaurador del Museo, con la obra de Morillo Retrato de Doña María Rodríguez, esposa del pintor, de D. Miguel Gutiérrez, Beneficiado de la Catedral, con su propio retrato realizado por Godoy o del presidente de la Junta de Patronato, Sebastián Martínez de Pinillos, con un Retrato de la Infanta Isabel. En otras ocasiones fueron conjuntos de piezas; Miguel Mancheño donó una terracota, la Casta Susana de Gabriel Astorga y varias piezas de artes decorativas, los hermanos Siravegne dos pinturas de Esquivel, los retratos de Emilio Castelar niño y su madre46. Dª. María de la Paz Hidalgo legó un lienzo con moldura de talla representando a San Francisco atribuido a Murillo; un abani42  B.M.BB.AA., 12, 1928, p. 103. 43  B.M.BB.AA., 18, 1934, pp. 37-38. 44  B.M.BB.AA., 10, 1926 . p. 43. 45  B.M.BB.AA., 20, 1942, pp. 136-137. 46  B.M.BB.AA., 5, 1922, pp. 2 y 6.

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co del s. xviii, de los llamados de esponsales, un espejo monumental que figuró en el gabinete preparado para Isabel II cuando se hospedó en la Diputación durante su visita a Cádiz y un Magnífico reloj inglés de sonería y artística caja del s. xviii47. La Excma. Sra. Clara Lengo Gargollo, Duquesa viuda de Bivona, donó varios lienzos, un retrato suyo realizado por su padre, el pintor Horacio Lengo, y tres retratos realizados por Fernández Cruzado de Doña María Josefa de la Corte, D. Luis y D. Fernando Gargollo, esposa e hijos de D. Luis Gargollo que fue Secretario de la Junta de Defensa de Cádiz y Regidor de la Ciudad48. Resulta llamativa la donación de un almohadón bordado por una donante en estilo egipcio, suponemos que fue aceptada por tratarse de un compromiso ineludible. No faltaron algunos depósitos que Quintero consideraba al comienzo de su gestión como una muestra de la confianza de los propietarios en la buena presentación y conservación de los cuadros49, pero no solo hubo depósitos de particulares, también la Academia y la Diputación hicieron algunos. En 1931 se depositó la sillería de coro de Santo Domingo, salvada del incendio provocado en el templo el 11 de mayo50 , que fue devuelta a su lugar de origen en 1934. En resumen, durante los veintiocho años de la dirección de Pelayo Quintero se adquirieron en total veintidós óleos, treinta y un retratos en miniatura, una acuarela, un pastel y diversas piezas de artes decorativas. Las donaciones sumaron treinta y dos cuadros, un retrato en miniatura, dos esculturas y tres piezas de artes decorativas. Los primeros años como director fueron activos en el campo de las publicaciones. En unos meses vio la luz el Boletín del Museo de Bellas Artes, que se editó hasta 1942 con el paréntesis de la Guerra Civil, y también realizó el catálogo de las obras expuestas en la sala de retratos. No llegó a elaborar el catálogo general de obras, proyecto que ya se había planteado en la primera Junta de Patronato, aunque nunca abandonó la idea de conseguirlo. El escaso presupuesto del museo pudo ser una de las razones para el fracaso de la empresa. En la memoria de 1921 recuerda que el artículo 16 del reglamento obliga a la publicación de un catálogo para servicio del público y que no existe impreso por falta de consignación, indicando que está dispuesto 47  B.M.BB.AA., 7, 1923 . p. 74. 48  B.M.BB.AA., 19, 1935. p. 97-101. 49  B.M.BB.AA., 5, 1922, p.2. 50  B.M.BB.AA., 16, 1932, p. 118.

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a publicarlo en cuanto sea posible. Estimaba entonces que la cantidad necesaria para su edición serían unas dos mil pesetas. En tanto se conseguía este propósito obtuvo el permiso de la Junta para ir editándolo por pliegos51. También utilizó el Boletín del Museo para ir publicando periódicamente algunas fichas de cuadros. En 1923 encargó a la casa Hauser y Menet de Madrid la realización de cuarenta fotografías de los mejores cuadros antiguos, formando dos colecciones de fototipias a dos tiradas con el propósito de que sirvieran de ilustración para el catálogo. Por esas fechas la casa Thomas de Barcelona trabajaba en la edición de un folleto con textos en castellano, inglés y francés cuyo texto realizó Pelayo Quintero52. En 1929 consiguió instalar la biblioteca, según él cumplía así con el artículo séptimo del Reglamento que disponía la organización de una biblioteca compuesta de obras de arte e industrias artísticas abierta al público. Contaba con «valiosas obras de consulta, adquiridas por compra y donativos, así como algunos catálogos de museos, obras todas de especial interés para el estudio comparativo del material artístico encomendado a nuestra custodia»53. Muchos años después, en 1952, será César Pemán el que por fin haga realidad la empresa de culminar un nuevo catálogo. En el prólogo comenta su interés por terminarlo desde que ocupó el puesto de vocal de la Junta de Patronato en 1925 y olvidando los problemas económicos recogidos en las memorias informa que en su momento proyectó incluso hacerlo con Pelayo Quintero, pero no fue posible porque «este maestro, aferrado a ciertas ideas de su época, sentía especial prevención por toda rectificación de atribuciones (…) no pensaba que más bien la depuración de atribuciones y el rigor científico son en definitiva los verdaderos motivos de prestigio y el verdadero servicio que la tarea de catalogación exige» . Sobre el catálogo de retratos comenta «el principal interés de tal publicación está en contener alguna primera noticia de ciertos cuadros añadidos a los catalogados en 1876 (…) pero en general, (…) su valor para la ciencia es pequeño»54. Es evidente que no existió una buena relación, al menos intelectual, entre ambos. 51  Libro… Acta 39 de 26 de febrero. 52  Pelayo Quintero de Atauri, El Museo de Bellas Artes de Cádiz. El Arte en España, Barcelona, s/f. 53  B.M.BB.AA., 12, 1928, p. 102. 54  César Pemán Pemartín, Catálogo del Museo Provincial de Bellas Artes de Cádiz, Madrid, 1964, pp. XII-XIII.

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Aunque durante los primeros años las memorias no hacen referencia explícita al número de visitantes, por las entradas vendidas podemos deducir que hasta 1926 oscilaron entre mil sesenta y dos mil doscientos veintiséis, la mayoría extranjeros, según escribe Quintero. El año siguiente se alcanza la cifra de tres mil cuatrocientos ochenta y los primeros años de la República descienden, pero en 1934 hay una recuperación y se llega a dos mil trescientos sesenta y tres. En la memoria correspondiente a ese año por primera vez se desglosan las cifras por meses. La máxima afluencia se producía en verano, durante julio hubo novecientos cuarenta y dos visitantes, la menor en noviembre, que tuvo únicamente doce55. En los años de postguerra se produce una importante recesión. Al poco tiempo de finalizar la Guerra, Pelayo Quintero planteó a la Junta de Patronato que a través del Ayuntamiento se solicitara al Patronato Nacional de Turismo que las excursiones de «Turismo Andalucía» incluyeran a Cádiz en sus itinerarios56. A partir de 1926, Pelayo Quintero también recoge en las Memorias Reglamentarias una relación de las personas de cierta posición en el campo de lo social o la cultura que visitaban el Museo cada año. En el período comprendido entre 1918 y 1936 podemos destacar a Alfonso XIII, al príncipe de Calabria, heredero de la corona italiana, la reina María de Rumanía, Manuel Azaña, Richard Strauss, Manuel de Falla y Arturo Rubinstein, Armando Palacio Valdés, Ramiro de Maeztu, Mariano Benlliure, Ignacio Zuloaga, Pierre París, Enrique Romero de Torres, Gregorio Marañón, Eugenio D´Ors, Elías Tormo y Manuel Gómez Moreno. En 1935 y 1936 comienzan a consignarse visitas escolares de institutos de Madrid, Sevilla, o Jerez de la Frontera, fruto sin duda de la política educativa del período republicano, y tras la Guerra Civil evidencian la «Nueva España» las visitas de camaradas del primer Consejo Provincial de Falange Española Tradicionalista y de las Jons, una expedición de Falange femenina de Tenerife de paso para Medina del Campo, aspirantes de Acción Católica, Camaradas Divulgadoras Rurales de F.E.T., señores cursillistas Maestros Nacionales o Sindicato Español Universitario. También se constatan algunas personas relacionadas con el mundo de la cultura, Ramón Pérez de Ayala, el Marqués de Lozoya, en calidad de Director General de

55  B.M.BB.AA., 19, 1935, pp.99-100. 56  Pelayo Quintero, «Memoria Reglamentaria», Museo de Bellas Artes. Memorias Reglamentarias de 1936 a 1939. Cádiz, 1939. pp. 10.

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Bellas Artes, miembros de la nobleza, el embajador de la República Argentina y un Ministro de Uruguay. Los últimos años en la dirección de Pelayo Quintero son oscuros. En 1940 ya no firma las actas de las sesiones de la Junta de Patronato, tres años después expone que su ausencia se debe a un viaje que le ordenaron realizar a Marruecos para organizar el Museo de Tetuán57. Ese mismo año se ve obligado a entregar en el Museo Arqueológico las joyas y otros objetos procedentes de las excavaciones efectuadas en la necrópolis extramuros de Cádiz entre 1915 y 1935 expuestas hasta entonces en Bellas Artes. Finalmente, muere en Tetuán en 1946 y a comienzos del año siguiente es nombrado nuevo director César Pemán, vocal de la Junta de Patronato desde hacía muchos años como académico de número. Este hecho y la explosión de minas que asoló la ciudad en agosto del mismo año provocando graves destrozos en las instalaciones del museo, constituyen los hitos que cierran para la institución la primera mitad del siglo xx y con ella el dilatado período protagonizado por Pelayo Quintero. Son muchos los años transcurridos desde entonces, pero la solidez de su labor ha permanecido latente en la vieja institución museística, no ha sido posible borrarla, a pesar del intencionado olvido al que se sometió su figura58. Su trabajo, contemplado desde la perspectiva actual, se nos presenta como una aportación esencial para la configuración del museo que hoy disfrutamos. No fue una labor fácil, pero la tenacidad que mostró ante la incomprensión y la falta de apoyo, su capacidad gestora y erudición, le ayudaron a conseguir logros quizás inalcanzables para otros personajes del mundo cultural gaditano de su época.

57  Libro de Actas… Acta de 24 de marzo de 1943. 58  Parece una ironía del destino que bajo el solar de la casa donde vivió Pelayo Quintero se localizara en 1980 un sarcófago antropoide femenino similar al aparecido casi un siglo antes, que dio lugar a la creación del Museo Arqueológico Provincial. Entonces, el nombre del arqueólogo y director del Museo de Bellas Artes volvió a sonar entre los gaditanos tras décadas de silencio.

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El admirable crepúsculo: Pelayo Quintero y la Arqueología en el Norte de Marruecos Manuel J. Parodi Álvarez Grupo de Investigación PAI-HUM 440. UCA Javier Verdugo Santos Conservador de Patrimonio. Junta de Andalucía En el mes de mayo de 2010 fue posible dedicar unos días, en el seno de la primera edición de las Jornadas tituladas «Conquenses en la Historia» y gracias a la fundamental y generosa acción combinada de la Excma. Diputación provincial de Cuenca y de la Universidad de Castilla La Mancha1, a considerar y estudiar la figura, la peripecia vital, el trabajo y los múltiples aspectos profesionales (como investigador, historiador, como arqueólogo, pero también como crítico de arte, como docente, como director de museos, como académico, como lo que hoy denominaríamos «gestor cultural», y suma y sigue…) de aquel conquense de nacimiento y gaditano de adopción que fuera Pelayo Quintero Atauri a lo largo y ancho de su extensa geografía vital, tan íntimamente ligada a la ciudad no sólo a su tierra castellano-manchega, a Cuenca y a su Uclés natal, sino a la provincia de Cádiz, y a la Comunidad 1  De entre las varias personas que han hecho posible este Encuentro es justo mencionar muy especialmente al prof. Enrique Gozalbes, de la UCLM, querido amigo, sin cuyo decidido impulso y empeño esta actividad no habría podido llevarse a cabo; sirva su mención para condensar al conjunto de personalidades que se han reunido para hacer factible estas Jornadas y su continuidad, especialmente a los responsables de la Excma. Diputación Provincial de Cuenca y de la Universidad de Castilla-La Mancha. Igualmente es oportuno hacer especial mención del Excmo. Ayto. de Uclés, a la asociación cultural Urcela y a Dª. Ana Mª. Gálvez, cuyo trabajo e ilusión nunca serán suficientemente ponderados.

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Autónoma de Andalucía, adonde llegaría en los últimos años del siglo xix para ya nunca abandonar del todo aquellas tierras del Sur peninsular hispano, pese a su traslado —forzado por las circunstancias— al Norte de África, a Tetuán, la Paloma Blanca, ciudad magrebí que lo viera trabajar y, finalmente, morir, entre 1939 y 1946. Las páginas que conforman este volumen son el fruto de aquellos días de encuentro dedicados a estudiar la figura de Quintero, unos días transcursos no casualmente a caballo entre Cuenca y Uclés, en el mismo entorno geográfico que le viera nacer y dar sus primeros pasos como historiador y arqueólogo. Pelayo Quintero, a quien cabe tildar de verdadero «motor» de la gestión del Patrimonio arqueológico en el ámbito provincial gaditano —y no sólo por sus responsabilidades administrativas y ejecutivas como presidente de la Comisión Provincial de Monumentos de Cádiz, sino, y esencialmente, por su dinamismo, compromiso profesional y capacidad de trabajo— constituyó un punto de referencia obligado en los prolongados años de su ejercicio (en uno u otro de sus acumulativos desempeños) en el referido ámbito territorial y de gestión, unos años que habrían de extenderse de manera ininterrumpida desde 1904 (si no desde finales del xix) hasta el fin de sus días ya que, pese a su «trastierro» marroquí, continuaría manteniendo su vinculación administrativa con la gestión del Patrimonio Histórico y Artístico en la provincia de Cádiz, como demuestra el hecho de que conservase su puesto como director del Museo Provincial de Bellas Artes —cargo que seguiría ejerciendo en el momento de su fallecimiento— o su adscripción a diversos organismos pertenecientes al ámbito cultural gaditano (como su relación con las Academias —especialmente con la de Bellas Artes, tras sus últimas y poco alegres experiencias con la Real Hispanoamericana, de la que fuera fundador y uno de sus primeros directores) en el cada vez más lejano otoño de 1946. El decidido y sostenido compromiso de Quintero Atauri con la tarea de divulgación histórica, que marchaba parejo al desarrollo de su trabajo de gestión, de sus labores docentes y de su trabajo de investigación (de campo y de gabinete) le establecen como un claro precedente de la valoración con que cuenta la difusión histórica, así como de las actuales perspectivas de trabajo sobre el Patrimonio y de las labores desarrolladas desde la administración pública competente en materia de Patrimonio Histórico en Andalucía (hoy la administración autonómica), y su visión sobre el papel a desempeñar por los monumentos (i.e., por el Patrimonio en sus diferentes ramas) como elementos de atracción de cara al gran público —una línea de trabajo en la que fue asimismo pionero y que fomentó desde su cargo de 184­

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Delegado Regio de Turismo para la provincia de Cádiz a principios del siglo xx— viene a representar una suerte de precedente de la actual consideración del Patrimonio como industria cultural y, por ello como agente económico y, en cualquier caso, como un elemento de promoción turística y de atracción de visitantes para nuestras ciudades y pueblos. Sería a todas luces excesivo sostener que Quintero consideraba el Patrimonio como una industria cultural bajo prismas actuales, pero no es tampoco menos cierto que el ucleseño concedía gran predicamento a la relación entre Cultura y turismo (y ello a principios del siglo xx), esto es, al aspecto económico de la Cultura (dicho de otro modo, a la Economía de la Cultura), y ello en el contexto de la divulgación (o «vulgarización», como solía decirse en la época) de la Cultura, ya fuera en ámbitos académicos, en el espacio docente, o de cara al visitante; esta actitud y perspectiva lo llevarían a ser autor de una ingente producción destinada a la divulgación histórica, una producción divulgativa que habría de ver la luz en publicaciones diseñadas a tales efectos y no pocas veces impulsadas por el propio Quintero2. No resulta del todo fácil desentrañar el hilo conductor de la trama de motivos y razones que llevaron a Pelayo Quintero a marcharse de Cádiz en 1939, de esa ciudad y provincia de Cádiz donde se había afincado más de tres décadas atrás, donde había desarrollado la parte del león de su actividad, una tierra a la que había entregado las casi por entero las últimas cuatro décadas de su vida (considerando unas fechas-tope como las de 1904 y 1939). Ante el hecho material de la marcha de Quintero a Marruecos se abren varios interrogantes, ya que en todo momento parece resistirse a marchar del todo; se resiste a ello, y, de este modo, rehúsa entregar diversos materiales de sus últimas excavaciones gaditanas, al tiempo que manifiesta su protesta por la suspensión de los trabajos de investigación que estaba realizando en los glacis de Puertas de Tierra en 1937. Se resiste a ello, pero finalmente acaba 2  Compromiso que le llevaría a escribir miles de páginas de carácter divulgativo, en los más variados repertorios y soportes, desde los Boletines de la Sociedad de Excursionistas a publicaciones gaditanas relacionadas con las Academias y el Museo de Bellas Artes (que él mismo llegaría a sostener económicamente, caso del Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos de Cádiz, cuya edición costearía Quintero (vocal entonces de dicha Comisión) de su propio bolsillo a lo largo de varios años de los principios del siglo xx entre 1908 y 1913 más exactamente, como señala el Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos de Cádiz, 2ª. Época, Nº. 1) o, ya en sus últimos años, en revistas como la africana «Mauritania», editada por los franciscanos de Tánger y en la que aparecerían diversos artículos de su autoría relativos a la Arqueología del Norte de Marruecos.

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por partir, estableciéndose de manera permanente y de forma definitiva en su «exilio dorado» de Tetuán entre 1939 y 1940. Quintero Atauri, nacido en junio de 1867, es un hombre ya anciano en 1936: cuenta con 69 años al iniciarse la Guerra Civil; pasada ya su fecunda etapa de madurez3, está entrando en la senectud; han ido quedando atrás los momentos de mayor actividad, pese a lo cual sigue conservando buena parte del acúmulo de cargos que ha venido desempeñando durante décadas, y se niega a aceptar roles secundarios ni a quedar relegado a un papel más alejado de la actividad quasi febril que venía llevando a cabo, pretendiendo mantener sus niveles de actividad y su ámbito de influencia como hasta entonces. Pero, como las circunstancias se encargarían de poner finalmente de manifiesto, su momento había pasado. Vinculado estrechamente a la Monarquía, y relacionado personalmente con la figura del Rey Alfonso XIII, Pelayo Quintero (que mantuviera buena parte de sus desempeños durante la República, debió verse en una encrucijada en julio 1936: el de su voluntad de permanecer al frente de sus responsabilidades culturales en la provincia de Cádiz como hasta ese momento y las consecuencias de su falta de conexiones (y de sintonía) con el golpe de estado que desembocó en la Guerra Civil española. A ello hubieron de sumarse sus desencuentros con algunos personajes de la escena gaditana afectos al (por no decir partícipes del) nuevo régimen, caso de Augusto Conte Lacave, o la pujanza de otros, como los hermanos Pemán, César y José María, quienes partiendo de unas posiciones subordinadas a Quintero (en el campo cultural) acabarían suplantándole en el escenario cultural (y de gestión del Patrimonio) gaditano a raíz de la Guerra Civil, perteneciendo ambos hermanos al bando vencedor (y José 3  Una madurez que le viera desempeñar numerosas actividades y ocupar no pocas responsabilidades en la provincia de Cádiz, desde ámbitos distintos pero todos directamente relacionados con la gestión del Patrimonio Cultural en la provincia, como la Reales Academias Hispanoamericana y de Bellas Artes de Cádiz, de las cuales fuera presidente, la Escuela de Bellas Artes, donde ejercía su docencia y de la que fuera director, del Museo de Bellas Artes de Cádiz, del que fue igualmente director —hasta su muerte en 1946— o de la Comisión Provincial de Monumentos de Cádiz, de la que fue presidente; igualmente son de contar sus responsabilidades como responsable provincial en materia de arqueología («arqueólogo-director»), su papel como Delegado Regio de Bellas Artes y Turismo (de «Cultura y Turismo», sería el equivalente actual), todo ello sin descontar su rol como representante consular de diversas repúblicas hispanoamericanas, como Colombia o Panamá, y su papel como artífice de la celebración del I Centenario de la Constitución de Cádiz de 1812, o su comisariado en el Pabellón gaditano en la Exposición Iberoamericana de Sevilla en 1929.

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María a las élites rectoras del mismo). La Guerra Civil habría de ser la «bisagra» que determinase el final de la presencia gaditana de Quintero: su ausencia física y la damnatio memoriae material con la que se le condenase, fruto de una conjunción de factores entre los que podríamos enumerar la pujanza de elementos del nuevo régimen (los mencionados hermanos Pemán y Conte), la propia edad de Quintero y, sobre todo, su falta de sintonía con la dictadura franquista4. Si mantuvo (como entendemos) su sentimiento monárquico (recordemos nuevamente su cargo de Delegado Regio de Bellas Artes y Turismo en la provincia de Cádiz, que databa de los años 20), incrementándole tal vinculación los problemas con el franquismo, como Enrique Gozalbes ha señalado antes que nosotros, no resultaría extraño que todo ello, como venimos señalando, le hubiera de causar problemas. Su pertenencia al Club Rotario de Cádiz (del que llegase a ser presidente) ciertamente hubo de contribuir a las represalias franquistas contra él tomadas. No es de descontar, además, que su avanzada edad (72 años en verano de 1939, cuando es nombrado director del Museo de Tetuán e inspector de antigüedades del Protectorado en Marruecos), unida al hecho de su extrañamiento respecto al nuevo régimen franquista, junto a la necesidad de dicho régimen por mantener bajo su estricto control todos los ámbitos del saber y la administración, junto a los factores personales reseñados supra, resultaran cartas en su contra, elementos que jugaban con demasiada fuerza en contra de un Quintero Atauri desbordado por los tiempos y las circunstancias. En este sentido, es de agradecer el testimonio que nos presta nuestro amigo José Luis de la Rosa relativo a lo acontecido a su propio abuelo materno, el gaditano José Barrasa Muñoz de Bustillo, amigo personal y mano derecha de Pelayo Quintero Atauri, secretario que fuera de la Real Academia Hispanoamericana de Cádiz siendo Quintero presidente de la misma; Barrasa, habría de acabar sus días víctima de la represión franquista, siendo fusilado en 1936 en Cádiz (cuando era concejal del Ayuntamiento gaditano amén de secretario de la referida Academia). La filiación política republicana de Barrasa, que acabaría por costarle la vida, no habría sido compartida por Quintero Atauri, pero la represión que acabó con los 4  Resulta a este respecto significativo que entre los documentos de puño y letra de Pelayo Quintero pertenecientes a las fechas de la Guerra Civil e inmediatamente posteriores (1939, 1940) conservados en los fondos de Archivo del Museo de Tetuán y consultados por nosotros no exista ninguno en el que Quintero, a la hora de su rúbrica, haga constar los acostumbrados vítores y saludos fascistas al uso (obligado) en la época.

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días de Barrasa afectó también al propio Quintero, quien no habría de resultar indemne: así, en ello hemos de encontrar una parte determinante de las razones de su ausencia de Cádiz, de su marcha a Tetuán, así como del manto de silencio que durante décadas cubriera a su persona, a su trayectoria, a su trabajo de varias décadas en pro del Patrimonio local, un manto que sólo muy recientemente está comenzando a ser alzado5. Quizá, además y como venimos señalando, Pelayo Quintero contaba con un perfil, desempeñaba un papel y ocupaba unos puestos ambicionados por otros personajes de la escena local gaditana, unos personajes mucho mejor relacionados con la sublevación militar y el posterior franquismo (cuando no partícipes del Movimiento Nacional), unos personajes más jóvenes y pujantes que el de Uclés, que habrían contado con una estela ascendente (soles en orto, frente al ocaso del anciano Quintero), y que a todas luces pudieron aprovecharse de un momento que les resultaba beneficioso y oportuno. Estos mismos personajes se habrían servido de la oportunidad que se les brindaba, aprovechándose de la situación para expulsar del ámbito gaditano a un Quintero Atauri que decididamente habría de constituir un estorbo, un obstáculo para lograr unos objetivos determinados y definidos: hacerse con el control de la escena cultural gaditana desde la perspectiva de la gestión y la administración pero también desde la perspectiva de la repercusión social en un ámbito por local no menos objeto de deseo. La eliminación de figuras como el mencionado José Barrasa (secretario de la Hispanoamericana) o Pelayo Quintero (el primero asesinado, el segundo, expulsado de la ciudad y la provincia) serviría a los intereses de estos personajes adscritos al nuevo régimen, eliminando competidores 5  En este sentido agradecemos igualmente el testimonio personal de D. Ramón Corzo, quien fuera director del Museo Provincial gaditano a principios de los 80 del siglo pasado, gran estudioso de la arqueología gaditana (descubridor del sarcófago femenino de Cádiz, la así llamada «Dama de Cádiz», que, casualmente, apareciera en una excavación llevada a cabo en el solar de lo que un día fuera la finca de Quintero en Cádiz, «La Quinta» -anécdota repetida hasta la saciedad por los medios de comunicación a lo largo del tiempo y más especialmente a raíz del cumplimiento, el pasado 2010, del trigésimo aniversario del descubrimiento de la citada pieza) y buen conocedor de la figura y la obra de Pelayo Quintero Atauri, quien nos señaló que Quintero (de acuerdo con el testimonio prestado a Corzo por uno delos protagonistas directos de aquellos momentos y de aquella vieja historia) habría corrido serio peligro de ser eliminado por su desafección al régimen y sus vinculaciones personales y políticas, siendo salvado casi «in extremis» gracias a la acción de varios elementos del nuevo régimen que le facilitaron una salida honrosa —y segura— del panorama gaditano.

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y sombras. De este modo, y en relación con lo señalado, podemos apuntar que la presidencia de la Academia Hispanoamericana de Ciencias y Artes de Cádiz vino a recaer, tras ser abandonada por Pelayo Quintero, en José María Pemán, mientras el papel y los desempeños en materia arqueológica en la provincia de Cádiz (equivalentes al antiguo puesto de «delegado-director de excavaciones» o a la presidencia de la Comisión Provincial de Monumentos), pero ya actualizados —también en la nomenclatura— y armonizados con la nueva situación resultante de la victoria de los sublevados en la Guerra Civil y la «reorganización» de las estructuras administrativas relativas al Patrimonio arqueológico (con la institución de la Comisaría General y su red provincial y local), recayeron en el hermano del anterior, César Pemán Pemartín, quien habría de convertirse en el «comisario provincial de excavaciones arqueológicas» (estrenando el cargo, de reciente creación) para la provincia de Cádiz desde el año 1940. En cualquier caso, y en relación con el traslado de Quintero a Marruecos y las responsabilidades allí desarrolladas por el de Cuenca, una figura fundamental habría de ser Tomás García Figueras; militar, oficial de artillería, García Figueras y Quintero habrían de conocerse desde años atrás, como prueba la correspondencia entre ambos sostenida y conservada en los fondos documentales del Museo Arqueológico de Tetuán6. García Figueras, quien a lo largo de su vida militar habría estado destinado previamente en Marruecos en diferentes ocasiones, habiendo participado en diversas campañas militares en la década de los años 20 (en plena Guerra de Marruecos —o segunda Guerra de África) habría de desarrollar una notable carrera administrativa (y política) en el Marruecos colonial tras la Guerra Civil, ocupando diversos cargos en la administración del Protectorado, desde la Secretaría General del mismo hasta diversas Delegaciones de la Alta Comisaría (entre las que hubo de contarse la de Educación y Cultura). Su vinculación, pues, con Marruecos provendría de más antiguo; ya en la segunda mitad de los años 20 (tras la pacificación del territorio de la Zona Española a consecuencia del desembarco de Alhucemas y el fin de las operaciones militares) y coincidiendo con su presencia en el Alcázar de Segovia (sede de la Academia de Artillería, donde estuvo destinado como profesor en 1927, de manera previa a su responsabilidad en la ciudad interna6  Quintero regalaría a García Figueras un ejemplar de su Monografía sobre las Sillas de Coro en 1928, y dirigía sus cartas por ese entonces a este militar a la Academia General de Artillería de Segovia, donde habría estado destinado el mismo.

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cional de Tánger, ya en 1929, en materia de seguridad)7 publicaría su obra Geografía de Marruecos y Colonias de España en África. Actuación de España en Marruecos. 1909 a 1927 (Apuntes), no casualmente editada por la Imprenta de la propia Academia de Artillería, en la misma Segovia, en el referido año 19288. Fig. 1 Permiso expedido por el general Beigbeder, Alto Comisario de España en Marruecos, autorizando el desplazamiento de Quintero al Norte de África

Así, junto al general Juan Beigbeder, quien firmó los pertinentes permisos para el traslado de Quintero y su esposa a Marruecos, habría que buscar en García Figueras al fautor del destino marroquí de Quintero Atauri y de la inserción del mismo en las estructuras administrativas de la Alta Comisaría Española, lo que es decir, de la administración del Norte de Marruecos, mediante el desem7  Tomás García Figueras ocuparía en Tánger (ciudad sujeta a un estatuto internacional desde 1923, controlado por varias potencias entre las que se encontraba España) el puesto de Jefe de la Oficina Mixta Internacional y de Inspector General de Seguridad de la ciudad en el año 1929; cfr. al respecto www.http://especial.lavozdigital.es/mis-familias-preferidas/articulo/1444-garcia-figueras-unapellido-con-historia.html. 8  Cfr. Mª.D. García Ramón y J. Nogué Font, «La experiencia colonial española en Marruecos y las monografías regionales (1876-1956)», en Anales de Geografía de la Universidad Complutense, 15. Madrid 1995, pp. 335-349; este trabajo sería uno de los no pocos estudios publicados por García Figueras en relación con temas africanistas (y, más específicamente, marroquíes); el «africanismo» de Tomás García Figueras en palabras de su sobrino Manuel Fernández García-Figueras, en la web http://www.bne.es/es/Actividades/ActosCulturales/CicloCitaBN/CitaBN2007/docs/ manuelfdezgarciafigueras.pdf

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peño de las funciones para él reservadas, a saber: la dirección del Museo Arqueológico tetuaní (que estrenaría sede en 1940 abandonando las dependencias que ocupara con anterioridad -de las que trataremos infra) y su puesto como responsable en materia arqueológica en el Protectorado, con la dirección de la oficina central de Tetuán (sita en el mismo Museo) y un ámbito de gestión que abarcaba todo el territorio de la Zona Española, con dos subsedes en Larache (a cargo de otro superviviente de la Guerra Civil, César Luis de Montalbán y Mazas, igualmente «repescado» por García Figueras tras su paso como refugiado por Tánger entre 1936 y 1939) y la ciudad de Melilla (empero no perteneciente —como Ceuta— al territorio del Protectorado). El panorama que encuentra Pelayo Quintero al llegar a Marruecos (esto es, el panorama de Marruecos en los momentos inmediatamente posteriores al fin de la Guerra Civil) presenta unas estructuras embrionarias, en una incipiente formación, que cuentan con algunos marcos legales y administrativos ya gestados en décadas precedentes (años 10 y 20); son años que arrastran las penurias causadas por la recién acabada Guerra Civil española y que se encuentran igualmente atenazados por la II Guerra Mundial y las vivísimas tensiones generadas por la misma en el entorno del Norte de África. Los trabajos materiales previos se han repartido en varios yacimientos arqueológicos, en el reconocimiento y excavación de los mismos (como los de Lixus, Tamuda o M’zora, ya mencionados), en el marco de un esfuerzo esencialmente realizado —como venimos señalando— desde la segunda mitad y fines de los años 20 en adelante (esto es, en los lustros inmediatamente anteriores al bienio 1939-40, testigo de la llegada de Quintero al Tetuán de la época). El Norte de Marruecos —y la ciudad de Tetuán en concreto— serían el destino final, el último paisaje, el último hospedaje, de Pelayo Quintero Atauri; su larga relación personal de amistad con Tomás García Figueras (como bien nos señalara Enrique Gozalbes y que, cuando menos, se remonta a los años 20 del siglo pasado, tal como hemos señalado que atestigua la relación epistolar existente entre ambos), habría propiciado esta salida relativamente airosa de una ciudad y provincia de Cádiz controlada por elementos hostiles (en lo político y cabe pensar que en lo personal, a tenor de la situación) al de Uclés. García Figueras, oficial de artillería, veterano africanista y personaje clave en la estructura de la administración del Protectorado en los años 40 y 50 del siglo xx, forjó en torno suyo un grupo activo y altamente cualificado de profesionales de la gestión en materia cultural, a quienes dotó de responsabilidades y competencias con independencia de cuáles hubieran 191­

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sido sus filiaciones anteriores a la guerra; así, Pelayo Quintero y el pintor Mariano Bertuchi habrían de ocupar los puestos clave en la gestión del Patrimonio Arqueológico y de las Bellas Artes (y la dirección de los Museos Arqueológico y «Marroquí» -de acuerdo con la denominación de la época) —respectivamente— en la Zona Española del Protectorado. Al mismo tiempo otros profesionales de distintos campos de la gestión cultural, como Dora Bacaicoa en la Biblioteca y Hemeroteca General de Tetuán, Carlos Guastavino o César Luis de Montalbán (este último literalmente recuperado para la gestión y devuelto a sus tareas arqueológicas por Tomás García Figueras) formarían parte igualmente de las estructuras de la administración cultural del Protectorado Español de Marruecos.

Fig. 2. Pelayo Quintero (cuarto por la derecha), junto a García Figueras (tercero por la derecha) en la Hípica de Tetuán

Si bien la figura y presencia en el «paisaje personal» de Quintero de Tomás García Figueras y su relación con el de Cuenca no explican por sí solos las razones de la salida del ucleseño de Cádiz, sí proporcionan una explicación a su establecimiento en Tetuán. Como cabría esperar, las relaciones de Quintero con el franquismo habrían de resultar complejas y encontradas; sirva como botón de muestra la forma en que se trataban, con notable frialdad, Quintero y Martínez Santaolalla, comisario general de excavaciones, en sus obligados intercambios epistolares, así como el sos192­

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tenido ninguneo que mutuamente se dedicaban (mientras Pelayo Quintero mantenía el territorio a su cargo —en la medida de lo posible— al margen de las instrucciones que se recibían de Martínez Santaolalla y de la Comisaría General de Madrid, Martínez Santaolalla visitaba —fugazmente— el territorio norteafricano en una sola ocasión en los años que nos ocupan (entre 1939 y 1946) sin ser recibido o acompañado por Quintero y trataba de mantener sus contactos con Melilla, donde encontraba voluntades más favorables a la hora de relacionarse con la antedicha Comisaría General bajo su dirección). Entre las causas de la partida de Quintero Atauri de Cádiz (esbozadas supra) debemos tener en consideración, como hemos señalado, una serie de factores de naturaleza mixta (personales y políticos) entre los que se encuentran desde su avanzada edad hasta su nula vinculación con el franquismo, o la presión de determinados personajes del nuevo régimen, quizá ansiosos por conseguir el control de los ámbitos (y cargos) hasta entonces ocupados por el de Cuenca en la gestión del Patrimonio Arqueológico gaditano, logrando además una clara hegemonía en el panorama cultural de la provincia (además de sobre los ambientes locales). Pelayo Quintero (a quien podemos imaginar personalmente afectado por sucesos como la muerte a manos de los alzados de su amigo José Barrasa, cuando no por su propia situación) debió resistirse a los hechos consumados; quizá podamos ver un rasgo de esta resistencia en su renuencia a entregar los fondos del Gabinete de Antigüedades del Museo de Bellas Artes (fruto de sus excavaciones a lo largo de varias décadas en el ámbito gaditano) a su destino definitivo en el Museo Arqueológico de Cádiz durante unos años, los primeros de su estancia en Tetuán. Es igualmente innegable que esta resistencia parece desaparecer en un momento determinado (si bien no podemos tampoco singularizar con rotundidad las razones para este cambio de actitud, más allá de apuntar algunos de los posibles motivos a ello conducentes), un momento que podríamos datar en el año 1943, cuando Quintero contaba con setenta y siete años y se encontraba, viejo, enfermo y cansado, a sólo tres años de distancia respecto a la que habría ser la fecha de su fallecimiento y a dos de la que habría de resultar su última campaña de trabajo de campo. Quizá terminó cediendo a las hipotéticas presiones que desde instancias superiores se le podrían haber estado dirigiendo, quizá se rindió al cansancio y a la evidencia de la edad. Quizá sólo se dejó guiar por el bien común, por la idea del bien común y por su propio sentido de la responsabilidad. En cualquier caso, en su decisión final y la consiguiente entrega de las 733 piezas al Museo Arqueológico de Cádiz 193­

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(cuya custodia se había reservado hasta esos momentos), encontramos la manifestación de su vocación y su responsabilidad como gestor público y su decidida apuesta por la protección y la conservación del Patrimonio: cerca ya de su final físico y consciente al mismo tiempo de su responsabilidad así como de su obligación y su deber, Quintero acabaría por remitir los frutos materiales de sus largos años de investigación de campo (en forma de piezas arqueológicas) en el ámbito gaditano al lugar que les correspondía, el Museo Arqueológico gaditano. Su conciencia del deber y su sentido de la responsabilidad, como había sido habitual en sus largos años de carrera profesional, se situarán por encima de otras cualesquiera consideraciones (personales, profesionales o ideológicas), de forma que el sentido de lo público primará (una vez más) en las decisiones que Quintero tome en relación con el Patrimonio (público) en los que habrían de ser los últimos años de su vida (su último año en activo en materia de investigación arqueológica habría de ser 1945, cuando dirigió su última campaña de excavaciones en el yacimiento de Tamuda; en el verano de 1946 un Quintero yaciente y postrado por la enfermedad —falleció, recordemos, en octubre de dicho año— debió ceder la dirección de campo de los trabajos a sus habituales colaboradores Morán y Giménez).

Fig. 3. Quintero cede a Morán y Giménez la responsabilidad de las excavaciones de Tamuda en 1946

En relación a este particular (lo que atañe a las piezas entregadas al Museo Arqueológico gaditano por Quintero), es de reseñar el testimonio prestado al respecto por la directora por aquellas fechas de dicho museo, Concepción Blanco Mínguez, 194­

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quien dejaría constancia escrita acerca de las iniciativas tomadas en este sentido por Quintero Atauri; así, por la misma Blanco sabemos que Pelayo Quintero continuó favoreciendo a los Museos gaditanos (no sólo al de Bellas Artes, sino también al Arqueológico, del cual no ejercía la dirección9): de este modo el conquense remitió diversas publicaciones al Museo gaditano desde la ciudad de Tetuán en el año 1942, lo cual queda reflejado en la Memoria anual del citado año (publicada en el correspondiente número de las Memorias de los Museos Provinciales, la de 1943) del referido Museo gaditano; del mismo modo, Blanco deja constancia de los ofrecimientos de Quintero para colaborar en diversas tareas de mejora del Museo, como en el caso de la instalación de una zona expositiva específicamente destinada a contener la recreación de las estructuras de la necrópolis fenopúnica gaditana excavada por él mismo (algo que —de acuerdo con la propia Blanco Mínguez— sólo podría efectuarse de manera satisfactoria mediante el concurso del que había sido único excavador en Cádiz durante largos años, Pelayo Quintero Atauri). Blanco Mínguez deja igualmente constancia de su intención de incorporar al Museo Arqueológico de Cádiz la colección arqueológica conservada en depósito hasta entonces en el de Bellas Artes10 y reunida por su director, el Ilmo. Sr. D. Pelayo Quintero (tratamiento que otorga Blanco a Quintero, la cursiva es nuestra), una intención preferente en los planes de la directora del Arqueológico y que, de acuerdo con su propio testimonio, contaría con el beneplácito y el respaldo de Quintero y con la voluntad expresa de cooperación del veterano estudioso a tales fines y efectos; será la misma Concepción Blanco quien presente, sin embargo, un dato revelador al especificar que dichas buenas intenciones no se habían podido materializar pese a los buenos deseos de Pelayo Quintero, señalando al mismo tiempo que se llevarían a cabo «…tan pronto cesen las circunstancias adversas que le han impedido ocuparse de la cesión» (Blanco, 1943: 104). No tenemos noticia sobre la naturaleza de tales «circunstancias adversas», y no se recogen tampoco en el texto de Blan9  El Museo Provincial de Cádiz, creado como tal en 1980, es fruto de la unión de los hasta entonces Museo de Bellas Artes y Museo Arqueológico gaditanos. 10  Una colección que daba forma al «Gabinete de Antigüedades» del referido Museo de Bellas Artes gaditano; Quintero conservaría la dirección del Museo de Bellas Artes hasta su final físico, a pesar de algunos intentos por «convencerlo» (intentos desde Cádiz, desde los poderes fácticos del ámbito cultural gaditano) para que renunciara a dicha responsabilidad, como atestiguan documentos epistolares conservados en los fondos documentales del Museo de Tetuán.

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co (que es, en fin de cuentas, un texto «oficial» que ofrece más abundancia de información); quizá dichas «circunstancias adversas» pudieron haber tenido que ver con las anteriormente mencionadas razones de la partida y mudanza de Quintero a Tetuán desde la Cádiz que había sido su casa en las últimas cuatro décadas. Fuere como fuere, Pelayo Quintero entregaría al Museo arqueológico gaditano un total de 733 piezas, procedentes de sus excavaciones en Cádiz (desarrolladas entre 1915 y 1937, de incluir el último y frustrado intento de trabajo de campo llevado a cabo por Quintero en Cádiz, en plena Guerra Civil, en 1937), de acuerdo con el dato publicado en la «Memoria-Resumen de la Inspección General», publicada a su vez en el Volumen IV (correspondiente a 1943) de las Memorias de los Museos Arqueológicos Provinciales (publicado en Madrid, en 1944), un texto firmado por J.M. de Navascués, Inspector General; en el mismo Volumen IV, y en las páginas dedicadas a la «Memoria» correspondiente al Museo de Cádiz (MMAP 1943. Madrid, 1944, pp. 74-ss.), la directora del arqueológico gaditano, la mencionada Concepción Blanco Mínguez, recoge asimismo dicha información: los frutos restantes del dilatado periplo arqueológico gaditano de Quintero Atauri engrosaron los fondos del Museo Arqueológico (que él mismo nunca llegaría a dirigir) en 1943. Quintero daría —de nuevo— muestra de su positiva disposición hacia el Museo Arqueológico de Cádiz al donar un conjunto de 52 obras para la Biblioteca del mismo (algo que resulta aún más significativo si se contempla en su debido contexto: son 52 obras del total de 56 que ingresarían en el año 1943 en dicha Biblioteca). Vemos, pues, que el de Uclés conservó, pese a las graves circunstancias que precedieron a (y en buena medida provocaron) su marcha, su buena disposición hacia la ciudad que le acogió a principios del siglo xx (tras unas primeras y breves estancias a finales del xix) y en la que habría de desarrollar la parte del león de sus labores profesionales en materia de gestión y cuidado del Patrimonio Histórico, Arqueológico y Artístico (amén de sus otras múltiples ocupaciones profesionales, vocacionales, políticas y sociales)11. 11  Pelayo Quintero, historiador del arte, americanista, docente, académico, historiador y ar-

queólogo que desarrolló su trabajo en dos Continentes, entre España y Marruecos, desde el corazón de Castilla hasta la entraña de la Yebala y las puertas del Rif, desde Cuenca hasta Tetuán, pasando por Granada, Málaga, Sevilla y, sobre todo, Cádiz, durante más de medio siglo, mantuvo durante su no precisamente breve periplo vital y profesional un claro compromiso con lo público, resultando algunas de sus concepciones históricas (una de ellas la relativa a la comunidad existente entre ambas orillas del Fretum Gaditanum, argumento en el que precedería a

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Fig. 4. Gabinete de Antigüedades del Museo de Bellas Artes de Cádiz

Respecto a la gestión del Patrimonio Arqueológico del Norte de Marruecos a partir de la ejecución y puesta en marcha (desde 1912) de las disposiciones resultado de las conclusiones y acuerdos dimanados de la Conferencia de Algeciras (que se celebró, como es sabido, en la referida ciudad andaluza en el año 1906)12, sería César Luis de Montalbán y Mazas quien fuera el responsable de los primeros pasos en lo que pudiera llamarse con cierta propiedad (considerando el momento) la gestión quienes de manera más exitosa, pero no más original, hablaron del «Círculo del Estrecho» con posterioridad a él) y no pocos de sus posicionamientos prácticos (como en lo relativo al rol económico y social de la Cultura) un adelanto, limitado (por su propia contextualización histórica y porque, en fin de cuentas, Quintero es hasta cierto punto un representante de un mundo que agoniza y que fracasa con la Restauración) pero no por completo descaminado, a su tiempo. Su trabajo debe ser correctamente puesto en su momento histórico: será ésa la mejor forma de hacer justicia a sus méritos, que no fueron pocos. 12  Como hemos tenido oportunidad de considerar en textos anteriores, a los que nos remitiremos sobre este particular, especialmente PARODI: 2009, e igualmente VERDUGO y PARODI: 2010.

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pública oficial del Patrimonio Arqueológico del Norte de Marruecos13, centrándose fundamentalmente su trabajo en el aspecto más directamente relacionado con la investigación, esto es, con la labor arqueológica de campo (reconocimiento de sitios y excavación, en su caso, de los mismos, como en Lixus, Mezora o Tamuda, e.g.) en la Zona Española del Protectorado, encontrándose adscritos sus trabajos (sin perder la perspectiva de la época, es de insistir) a una sistemática directamente emanada de la administración, vinculada a tareas regladas y organizadas, dependientes no de iniciativas particulares más o menos aisladas, sino a un trabajo subordinado a unas estructuras administrativas constituidas como tales en el seno de las cuales se incardinaba, unas estructuras «marginales» (paralelas) respecto a las del territorio del estado pero relacionadas con las mismas (cuando no directamente dependientes de ellas) a través de la normativa española (v.g, la Ley de Excavaciones de 1911, apenas aprobada cuando se hace efectivo el Protectorado sobre la Zona Norte, y su Reglamento, de 1912) y de las instituciones de la época14. Este perfil, el de responsable de las tareas de gestión del Patrimonio Arqueológico de la Zona Española15 será ulterior y más abundantemente desarrollado por 13  Obviaremos aquí la crítica sobre el trabajo de Montalbán; recordaremos sólo las fechas en las que desarrolló su labor (la primera mitad del siglo xx) y el estado aún embrionario de las estructuras de gestión del Patrimonio Arqueológico en el Norte de Marruecos, desarrolladas con mayor plenitud a partir de la organización de las mismas por el impulso que en buena medida les habría inprimido la gestión de Tomás García Figueras a principios de los años 40 del siglo pasado. 14  Acerca de las relaciones entre los organismos dedicados a la protección del Patrimonio en Cádiz y Tetuán en la década de los 20 del siglo pasado, hemos podido señalar la correspondencia existente entre el «Museo» de Tetuán y la Comisión Provincial de Patrimonio de Cádiz ya en los primeros años 20 del siglo pasado: estaríamos contemplando correspondencia escrita entre Montalbán y Quintero, esto es, entre los responsables del Patrimonio Arqueológico de las dos provincias que enmarcan el Estrecho de Gibraltar: la Cádiz europea y la Yebala africana ( PARODI: 2008, 2008b, 2008c).. 15  Teniendo en cuenta que hasta la llegada de Quintero (bajo la gestión de Montalbán) habían primado los aspectos relacionados con la investigación sobre la conservación o la difusión, aspectos igualmente esenciales en la gestión del Patrimonio; sería precisamente el binomio García FiguerasQuintero quien, con el establecimiento de unas estructuras más fuertes y articuladas, con la creación del nuevo Museo Arqueológico tetuaní en 1940, y con la decidida vocación divulgadora de Quintero, contribuiría a reforzar lo relativo a la conservación (siquiera de los restos muebles fruto de las excavaciones) y a la difusión (gracias a la profusa labor desarrollada en este sentido por Pelayo Quintero) dentro y fuera del territorio magrebí.

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Pelayo Quintero Atauri, nombrado Inspector General de Excavaciones del Protectorado (Inspección radicada en Tetuán, como señalábamos supra) en 1939, y con ello responsable de los trabajos de campo, entre otros menesteres 16; esta Inspección General dependía de la Delegación de Cultura de la Alta Comisaría de España en el Protectorado y sería heredero del precedente «Servicio de Arqueología» que había venido desarrollando sus tareas precedentemente en el territorio del Marruecos septentrional, un Servicio encargado del estudio de las antigüedades preislámicas de la Zona Española y que, dependiente de la Junta Superior de Monumentos Históricos y Artísticos, había estado a cargo de Montalbán hasta el estallido de la Guerra Civil en 1936 (Tarradell, 1953-54, 8-ss.).

Fig. 5.Pelayo Quintero en Tamuda, campaña de 1943 16  El documento que recoge el permiso expedido por el general Juan Beigbeder Atienza, por aquel entonces Alto Comisario del Protectorado Español, a favor de Quintero Atauri, señala que a éste se le permitía visitar «…las plazas de soberanía y Zona de Protectorado de España en Marruecos…», dejando constancia asimismo de que la presencia en el Norte de Marruecos del ya anciano arqueólogo conquense obedecía al propósito de «…realizar una Comisión científica…» encomendada a Quintero por el propio Alto Comisario; dicho documento está firmado y fechado en Tetuán el 16 de julio de 1939; una apostilla añadida al mismo y firmada por el Gobernador Civil de Cádiz el día 28 de julio de ese mismo año señala que don Pelayo Quintero viajaría «…acompañado de su Sra. Dª. Juana María Hidalgo Ruiz» (correspondencia de Pelayo Quintero, Museo Arqueológico de Tetuán); como se desprende del propio documento (y de las palabras del general Beigbeder), es la administración del Protectorado la que reclama la presencia de Quintero en tierras africanas, en lo que podría muy bien verse la mano de García Figueras.

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Como hemos apuntado, el trabajo de campo de Quintero Atauri en sus años marroquíes habría de centrarse casi exclusivamente en el yacimiento de Tamuda, lo cual habría sido la resultante de una unión de factores entre los que se contarían la propias circunstancias físicas (anciano y enfermo) de Quintero, la proximidad de este sitio arqueológico17, a los márgenes del río Martil, por aquel entonces a cinco Km. de Tetuán, aunque hoy los confusos límites de los arrabales de la ciudad —fruto del crecimiento de la misma— se han aproximado hasta las inmediaciones del sitio), o lo mermado de los presupuestos disponibles para el Servicio (objeto de las quejas de Quintero). Merced a las seis campañas que, con periodicidad anual 18, se emprendieron en el yacimiento de Tamuda ya fuera bajo la única dirección de Quintero Atauri (las de 1940 y 1941), o bajo la dirección conjunta de Quintero y de Giménez 19, secre17  Una antigua ciudad mauritana-prerromana y romana, con un horizonte cronológico que cabe determinar entre época púnico mauritana (siglos iii-ii a.C.) y el Bajo Imperio Romano (siglos iv-v d.C.), sin perjuicio de las facies de destrucción de la misma como consecuencia de diversos avatares históricos, caso de la conquista romana del reino mauritano consumada a principios del reinado del emperador Claudio tras la muerte a manos de su predecesor, Calígula, del último de los Lágidas, Ptolomeo, nieto de Cleopatra y Marco Antonio (PARODI: 2006; y, especialmente, GOZALBES: 2005d), a tenor de las más recientes labores de investigación efectuadas desde 2008 por las Universidades de Huelva y Cádiz (por parte española) y Abdelmalik Essaadi de Tánger-Tetuán así (cfr. CAMPOS et alii: 2008 y BERNAL et alii: 2008) como por el Museo Arqueológico de Tetuán (por parte marroquí), apoyadas por los Ministerios de Cultura español (que le ha concedido el reconocimiento de Proyecto Arqueológico Español en el Exterior —antigua Misión Arqueológica— bajo el título «Investigación y puesta en valor de la ciudad de Tamuda —Tetuán, Marruecos—», dirigido por el prof. Juan Campos Carrasco, catedrático de Arqueología de la Universidad de Huelva) y marroquí (a través de su Dirección Regional de Tánger-Tetuán, de la que es responsable del Dr. Mehdi Zouak, director a su vez del Arqueológico tetuaní), por la Agencia Española de Cooperación Internacional y la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía; el yacimiento es hoy el eje vertebrador y objeto matriz del desarrollo del Plan Estratégico de Tamuda (PET), proyecto generado por las ONGD’s «OIKOS» (Observatorio Andaluz de Economía, Cultura y Desarrollo), española, y «Al Birrou al Ishane», marroquí, que contempla el papel del recurso patrimonial que representa el yacimiento arqueológico (y el recurso medioambiental que constituye la zona en la que se encuentra, en la ribera del río Martil, el antiguo Martín) de cara a la posible contribución del mismo (del yacimiento como Bien) y del PET en el desarrollo económico sostenible de la propia ciudad de Tetuán (CANTERO y VERDUGO: 2010). 18  Vid., infra, Bibliografía. 19  Cecilio Giménez Bernal, secretario del Museo (y de Quintero) desde 1940, y cuyo nombre aparece así en las Memorias de Tamuda (como «Giménez», y no «Jiménez»).

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tario del Museo Arqueológico de Tetuán (las de 1942, 1943, 1944 y 1945), se amplió la zona prospectada y excavada anteriormente en dicho yacimiento (por César Montalbán) y viéndose aumentando, como consecuencia de dichas campañas, el volumen de los fondos del Museo Arqueológico tetuaní. Las tareas de investigación en Tamuda absorbieron la mayor parte de las energías que el ya anciano manchego pudo destinar a la investigación directa de campo en sus años tetuaníes20; de este modo, Quintero dedicó al estudio de dicho yacimiento los que habrían de ser lo últimos años (laborales y biológicos) de su vida, sin que ello fuera en detrimento de las restantes facetas de su trabajo y sus responsabilidades en el Norte de Marruecos (ejemplo de lo cual viene a ser —entre otros— la inspección que realiza en mayo del año 1940 en Alcazarseguer), y en España (en este sentido es de recordar que mantendría hasta su muerte en 1946 la dirección del Museo de Bellas Artes de Cádiz, la cual, de acuerdo con los testimonios epistolares conservados en el Museo de Tetuán, no ejercería de un modo meramente nominal); cabe señalar igualmente en relación con este particular que Quintero era miembro de la Academia de Bellas Artes de Cádiz (y que como tal recibía las correspondientes convocatorias para las sesiones de la misma), y que continuaba siendo correspondiente de la Academia de Bellas Artes de San Fernando en Cádiz aún en el año 194621; junto al elenco de las atribuciones, responsabilidades y desempeños que seguiría manteniendo en la Cádiz que lo viera partir en el verano de 193922 cabe asimismo recordar su espíritu positivo, su voluntad de colaborar con las instancias culturales de la ciudad (al menos con algunas), así como su talante, que se pondría 20  Frente a quienes en ocasiones han reprochado a Quintero que centrase su trabajo de campo

en Marruecos casi de manera única en Tamuda, es de señalar que la edad y salud de Pelayo Quintero (un hombre anciano y enfermo que en 1940, cuando llevó a cabo su primera campaña tamudense, contaba 73 años de edad) debieron dificultar suficientemente su trabajo, esencialmente circunscrito (en lo relativo a la investigación de campo y por los motivos señalados, amén de las circunstancias de la época —de transporte y desplazamiento, presupuestarias…) a este —por otra parte tan relevante— yacimiento de las inmediaciones de Tetuán. 21  Correspondencia de Pelayo Quintero; Museo Arqueológico de Tetuán. 22  Si bien es de considerar que su avanzada edad y su estado de salud, más que otras circunstancias a no desdeñar en cualquier caso, acabarían llevándole (especialmente a partir de 1943) a dejar caer poco a poco sus vinculaciones gaditanas, que (en cualquier caso) cabe considerar que ocuparían un lugar secundario (no podría haber sido de otro modo) en el día a día de Quintero.

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por ejemplo de manifiesto en su ofrecimiento de cara a colaborar con la dirección del Arqueológico de Cádiz en posibles montajes y exposiciones en el mismo y en su cesión de las piezas del antiguo gabinete de antigüedades del Museo de Bellas Artes al Arqueológico gaditano (ut supra). En esta línea constructiva y positiva, de cooperación con otras instancias, Quintero mantenía relaciones cordiales dentro de un positivo espíritu de colaboración académica e institucional con otros museos españoles de la época, testimonio de lo cual presta con sus propias palabras (en la «Memoria» del año 1945), por ejemplo, la directora del Museo de Granada, Joaquina Eguarás Ibáñez, quien habría realizado varias visitas de estudio al Museo de Tetuán bajo los auspicios de Pelayo Quintero, quien la apoyara y animara en dichas visitas y en el curso de sus trabajos de investigación (Eguarás, 1946, 68-ss.).

Fig. 6. Inspección en Alcazarseguer, 1940

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Las Memorias de las Excavaciones de Tamuda (que serían publicadas entre los años 1941 y 1948)23 recogen los trabajos y los avances realizados a lo largo de esas seis campañas. Quintero mantendría, en lo relativo a las publicaciones, básicamente la misma actitud en Tetuán que en Cádiz: fue su empeño el divulgar el trabajo realizado, tanto desde la perspectiva de la investigación (y para ello las Memorias de las excavaciones) como de la difusión entre el gran público (y para ello los artículos 23  La Memoria publicada en 1948 es la correspondiente a 1946, campaña dirigida por Morán

y Giménez, llevada a cabo en los que habrían de resultar los últimos meses de la vida de Quintero Atauri (fallecido en octubre de 1946, a la edad de 79 años), único caso en que se vería alterada la periodicidad anual de su aparición, debido sin duda al fallecimiento de Quintero y a la situación de provisionalidad que se viviría en la gestión del Patrimonio Arqueológico en la Zona Española entre la desaparición del anciano investigador y su sustitución efectiva por Miquel Tarradell (precisamente en 1948); en dicho breve lapso que se extendería desde finales de 1946 hasta 1946, el P. César Morán Bardón, sacerdote agustino, colaborador de Quintero Atauri (a quien se llegaría a anunciar en la prensa tetuaní de la época como el sustituto definitivo del de Cuenca: en este sentido, cfr. la noticia aparecida en el Diario «África» de Tetuán, el 31 de julio de 1946, que titula: «El R.P. César Morán Bardón continuará las excavaciones en Tamuda») se haría cargo de forma interina de los trabajos (como hiciera ya con la campaña de Tamuda de 1946, junto a Cecilio Giménez de acuerdo con la designación a estos efectos expedida por el propio Quintero y fechada en Tetuán el quince de julio de 1946); las Memorias de Tamuda serían las siguientes: Excavaciones en Tamuda. Memoria resumen de las excavaciones practicadas en 1940 presentada por Pelayo Quintero Atauri. Protectorado de España en Marruecos. Memoria de la Junta Superior de Monumentos Históricos y Artísticos (en adelante M.J.S.M.H.A.), Nº.2 [1941]. Tánger. Instituto General Franco para la Investigación Hispano-Árabe. Larache, 1941; Excavaciones en Tamuda. Memoria resumen de las excavaciones practicadas en 1941 presentada por Pelayo Quintero Atauri. M.J.S.M.H.A, Nº.5 [1942]. Tánger. Instituto General Franco para la Investigación Hispano-Árabe. Larache, 1942; Excavaciones en Tamuda. Memoria resumen de las practicadas en 1942 presentada por Pelayo Quintero Atauri y Cecilio Giménez Bernal. M.J.S.M.H.A, Nº.6 [1943]. Tánger. Instituto General Franco para la Investigación Hispano-Árabe. Larache, 1943; Excavaciones en Tamuda. Memoria resumen de las practicadas en 1943 presentada por Pelayo Quintero Atauri y Cecilio Giménez Bernal. Memoria Nº.7 [1944]. Alta Comisaría de España en Marruecos. Delegación de Educación y Cultura. Imp. Martínez. Tetuán, 1944; Excavaciones en Tamuda. Memoria resumen de las practicadas en 1944 presentada por Pelayo Quintero Atauri y Cecilio Giménez Bernal. Memoria Nº. 8 [1945]. Alta Comisaría de España en Marruecos. Delegación de Educación y Cultura. Imp. del Majzén. Tetuán, 1945; Excavaciones en Tamuda. Memoria resumen de las practicadas en 1945 presentada por Pelayo Quintero Atauri y Cecilio Giménez Bernal. Memoria Nº. 9 [1946]. Alta Comisaría de España en Marruecos. Delegación de Educación y Cultura. Imprenta del Majzén. Tetuán, 1946.

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de su firma aparecidos en publicaciones de esta naturaleza del Norte de Marruecos, como antes lo hiciera en la provincia de Cádiz); así, como venimos señalando, y obedeciendo a este interés (esencial en todo investigador), diversos estudios de su autoría fueron publicados en este período en el Archivo Español de Arqueología o en la revista Mauritania (publicación periódica de naturaleza divulgativa a la par que órgano de difusión de la cultura española en la región, editada por los franciscanos) así como en prácticamente cuanto medio escrito en lengua castellana pudo estar a disposición del conquense, caso de los periódicos de la Zona Española donde no vacilaba en remitir textos divulgativos relativos a los trabajos en curso realizados desde la Inspección General, ayudando de este modo a la difusión del Patrimonio Arqueológico en el Marruecos de los años 40 del pasado siglo xx. Por otra parte, en relación con el Museo Arqueológico de Tetuán, los trabajos de campo llevados a cabo por C.L. de Montalbán en el período de su responsabilidad (desde 1919 hasta 1936) habrían evidenciado lo necesario de contar con unas instalaciones que pudieran contener de manera adecuada los materiales fruto de dichas actividades (materiales que hasta aquel entonces eran almacenados en varias instalaciones de Larache y Tetuán). Como consecuencia de todo ello se tomó la decisión de habilitar como Museo, en la ciudad de Tetuán, ciertas dependencias de un edificio sito en la calle Mohammed Torres (en el entonces nº. 7 de la misma) en las que habría quedado instalado el Museo Arqueológico de Tetuán en noviembre de 193124; no mucho tiempo más tarde, en 1938 (el mismo año de la creación de la Biblioteca General y de la Hemeroteca de Tetuán, entre otras instituciones culturales auspiciadas por la administración dual del territorio), se resolvió el traslado del mismo, por resultar insuficientes dichas instalaciones: el año siguiente, 1939, comenzarían las obras del nuevo Museo, construido en la calle Mohammed ben Hossain, sito junto a la muralla, en el eje de confluencia entre las bien identificadas áreas urbanas de las zonas del Ensanche español y de la Medina medieval de Tetuán (de hecho, el Museo viene a situarse a modo de «bisagra» entre ambas zonas de la ciudad). El nuevo Museo Arqueológico tetuaní, inaugurado el día 19 de julio de 24  La responsabilidad sobre tales primitivas instalaciones de almacenaje y sobre dicho embrio-

nario Museo (mencionado en la antedicha correspondencia de 1923) ya antes de la puesta en funcionamiento (en 1931) de las dependencias sitas en la calle Mohamed Torres (en la zona del Ensanche tetuaní, no demasiado lejos de la posterior y —hasta el momento— definitiva ubicación del Museo en 1940), debía ser ejercida por César Luis de Montalbán.

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1940 (Zouak, 2006, 343-ss.), tuvo como primer director a Pelayo Quintero Atauri (ya desde enero de 1940) antes incluso de la propia inauguración de las instalaciones, merced a su doble nombramiento como Inspector de Excavaciones de la Zona Española y como director del Museo Arqueológico de Tetuán25.

Fig. 7. Quintero, director del Museo Arqueológico e Inspector de Excavaciones de la Zona Española

25  Pelayo Quintero habría venido ejerciendo la dirección de las instalaciones museísticas de la calle Mohamed Torres desde su llegada a Tetuán en 1939; debemos al amigo y colega Enrique Gozalbes —cuyo magisterio reconocemos en materia de Historiografía Arqueológica marroquí— la reciente información de que dichas dependencias (de las que hablamos en textos precedentes) se encontrarían en el edificio hoy sede del Instituto Cervantes de Tetuán, a cuyo director, Don Luis Moratinos Cuyaubé, queremos agradecer todas las facilidades prestadas por él y el Instituto en cada ocasión en la que nos ha sido necesario contar con su colaboración.

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Con Pelayo Quintero como director se lograría poner en marcha un primer Museo funcional (de acuerdo con los parámetros de la época) en el Norte de Marruecos, un Museo que sirviera no sólo como depósito y exposición de colecciones arqueológicas, sino como núcleo de trabajo de la gestión del Patrimonio Arqueológico de la región, fundamentalmente orientado hacia la investigación arqueológica de campo y la conservación del referido Patrimonio (especialmente del mueble). También sería fruto del esfuerzo y el impulso de Quintero que desde 1943 el Museo tetuaní (que no pertenecía a la red de Museos Provinciales y no se encontraba gestionado por el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Arqueólogos y Bibliotecarios) incorporase su Memoria anual al conjunto de las Memorias de dichos Museos Arqueológicos Provinciales (MMAP, publicadas con periodicidad anual); Quintero Atauri cumplió ordenadamente con el procedimiento, de forma que en los años en los que se mantuvo al frente del Museo (que fueron los que le quedaron de vida), la correspondiente Memoria del mismo apareció regularmente en el correspondiente número de las referidas Memorias de los Museos Arqueológicos Provinciales. La presencia de Pelayo Quintero en el Norte de Marruecos, que obedeció inicialmente a razones ingratas (la difícil situación en Cádiz) tanto como a motivaciones positivas (su valía profesional y su engarce en las reorganizadas estructuras de gestión del Patrimonio Cultural en la Alta Comisaría Española en Marruecos, de la mano del entonces Secretario General de la misma, Tomás García Figueras y del propio Alto Comisario, el general Juan Beigbeder Atienza), habría de resultar un revulsivo para la administración cultural en la que se insertó. Su ocaso personal habría de resultar un punto de partida para la labor de quien hubiera de sucederle tras su fallecimiento. Pese a su merma personal y las limitaciones económicas que hubo de afrontar, Quintero desempeñó su trabajo con toda seriedad, dignidad y pulcritud en un Norte de África sacudido por la II Guerra Mundial: la «isla» que representaba el territorio de la Zona Española se vio rodeada por el oleaje de la conflagración mundial, que sacudió especialmente sus orillas a partir de 1943, cuando los ejércitos aliados desembarcaron en Argelia y en el Marruecos controlado hasta entonces por la Francia de Vichy. En una Tetuán, cabecera de una administración dual hispano-marroquí, a la que podemos imaginar salpicada de intrigas y agentes extranjeros26, no muy alejada de la evocadora imagen de la 26  Tan sólo recordemos a este respecto que Tetuán era la sede de la HISMA, la Hispano-Marokkanische Transport-Aktiengesellschaft, compañía de transportes creada por el partido nazi en 1936, muy vinculada al alzamiento contra la II República Española desde los primeros momentos del mismo y verdadero motor de la presencia alemana en el Marruecos Español.

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Casablanca inmortalizada en el film homónimo de Michael Curtiz, Pelayo Quintero Atauri alcanzó el fin de sus días, en un crepúsculo que nos atrevemos a tildar de admirable, digno de admiración.

Fig. 8. Quintero, poco antes de su fallecimiento, en el Museo de Tetuán

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Apéndice fotográfico Uclés en la época de Pelayo Serie de Tarjetas postales editadas por la PP. Agustinos

Fig. 1. La Fuente, con 5 jarrones, 3 caños y la pila más pequeña (propiedad de Carlos G. Carralero).

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Fig. 2. Plaza Mayor (propiedad Manuel Gómez).

Fig. 3. Alumnos en el patio del monasterio (propiedad Ana M. Gálvez).

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Apéndice fotográfico

Fig. 4. Calle de las Angustias (propiedad Manuel Gómez).

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Fig. 5. Vista de la plaza y del pueblo desde el monasterio (propiedad de Carlos G. Carralero).

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Apéndice fotográfico

Fig. 6. Alumnos externos en el cerro de enfrente del monasterio (propiedad de Carlos G. Carralero).

Fig. 7. Personal de servicio en las caballerizas (propiedad de Ana M. Gálvez).

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