Patricia, Xu y Leelah: el suicidio y la palabra

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PATRICIA, XU Y LEELAH: EL SUICIDIO Y LA PALABRA

por Daniel Punzón del Álamo publicado en Dispara Mag 23/2/2015 Patricia Heras no era muda. Podía escribir fluidamente en castellano, los músculos de su brazo tenían la fuerza suficiente como para sostener un bolígrafo y moverlo hasta dar forma a un texto, y sin embargo, no tenía la palabra. Patricia se suicidó durante un permiso penitenciario, sus labios se cerraron para siempre, y fue tras la muerte que su palabra brotó, más potente que nunca, e irrumpió en el espacio público por primera vez. Fue dos años después de su muerte, en 2013, cuando el documental Ciutat Morta recuperó su historia y lanzó, canales autonómicos mediante, a oídos del gran público el relato del montaje policial y la tortura en comisarías que rodearon al llamado 'caso 4F'. Durante unas horas, #CiutatMorta fue el tema más comentado en twitter. Sus poemas fueron leídos y su blog alcanzó el medio millón de visitas. El documental, Patricia y las manifestaciones de apoyo ocuparon un sinnúmero de noticias en grandes periódicos. Finalmente, el caso 4F se reabrió, aunque Patricia ya estaba muerta. Un año después, en China, Xu Lizhi se arrojaba por la ventana de su dormitorio para quitarse la vida. Tenía 24 años y dejaba a sus espaldas poemas arrugados que no pudo publicar en vida. Igual que Patricia, sabía hablar, y lo hacía en nombre de toda una generación de trabajadores rurales que migraron a las ciudades buscando una vida mejor, y sólo encontraron jornadas interminables de trabajo y el ritmo de un tiempo fabril que hizo del suicidio el único final posible de la cadena de montaje. Tras su muerte, los amigos de Xu recopilaron sus poemas y los publicaron en internet, y él viajó muy lejos de China en los titulares de varios periódicos, sus poemas se leyeron y la lupa volvió a posarse, aunque momentáneamente, sobre el capitalismo moderno y sus condiciones de trabajo. Tres meses después, Leelah Alcorn anduvo de madrugada por una carretera y se mató arrojándose a los pies de un camión. Leelah tenía 17 años y era transgénero. Al día siguiente su nota de suicidio circulaba por la red, compartido por miles de adolescentes en la misma situación que Leelah, que usaron sus palabras para proyectarse en el espacio público y reabrir el debate sobre la normatividad de género. Llegados a este punto, se nos presenta una pregunta: ¿por qué sólo consiguieron tomar la palabra después de muertos? Y bajo la pregunta, una paradoja: ¿cómo puede alguien hablar, escribir, gritar, y aun así no tener la palabra? Nuestra tarea es la de intentar una respuesta. En primer lugar, no debemos caer en el error de entender el poder como un báculo que ostentan el Rey o el presidente de turno. El poder, por el contrario, es una relación de fuerzas, la acción de una fuerza sobre otra fuerza. ¿Y qué hacen las relaciones de fuerzas? Uno de los modos en que actúan es organizando el espacio, distribuyendo los cuerpos en el espacio(1), creando realidades en las que a cada cuerpo le corresponde un lugar físico y social. Los espacios, además de su forma arquitectónica y los materiales que los forman, tienen capacidades. Un ejemplo de capacidad de los espacios es la de dar o negar la palabra. Existen, en este sentido, dos tipos de espacios: los espacios que se proyectan y los que se cierran en sí mismos. Un plató de televisión, el escenario de un teatro, la redacción de un periódico, el púlpito de una iglesia o la calle durante una manifestación son ejemplos de espacios que se proyectan. Una fábrica, un matadero, una habitación o,  

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en los casos más extremos, una cárcel o un psiquitátrico, son ejemplos de espacios cerrados en sí mismos. Lo que diferencia a estos dos tipos de espacios es la posesión de la palabra, entendiendo palabra por palabra escuchada socialmente y con capacidad creadora de mundo y, por tanto, de sociedad. Volvemos a la realidad concreta y nos preguntamos qué espacios ocupaban Patricia, Xu y Leelah, para quizá poder entender así por qué la sociedad no sabía quiénes eran, qué necesitaban o qué querían. Xu hizo poesía de sus espacios, así que sólo necesitamos leer su habitación: "un espacio de diez metros cuadrados húmedo y estrecho, la luz del sol ausente todo el año aquí como, cago, duermo y pienso toso, tengo migrañas, me hago viejo y enfermo pero no muero del todo bajo la luz amarilla tengo la mirada perdida y me río como un idiota ando de un lado a otro, cantando suavemente, leyendo, escribiendo poemas cada vez que abro la puerta o la ventana de mimbre parezco un hombre muerto que empuja lentamente la puerta de su ataúd"(2) y la fábrica de Foxconn en la que trabajaba: "cuando llegué a este lugar por primera vez sólo esperaba la nómina gris el día diez de cada mes que me diera un consuelo tardío he tenido que triturar mis castigos y moler mis palabras negarme a faltar al trabajo, a darme de baja por enfermedad o por asuntos personales negarme a llegar tarde, negarme a salir temprano sigo de pie en la cadena de montaje..."(3) La habitación y la fábrica: espacios cerrados. En el caso de Patricia, su habitación, el bar donde trabajaba y la cárcel. Leelah tenía los espacios sociales del instituto y su habitación, y en su habitación, internet como lugar de apoyo y visibilidad, si bien sus padres le habían cortado el acceso a páginas como tumblr, donde tenía redes de afinidad con personas transgénero. Vivían en espacios cerrados, que guardan en sus paredes la palabra y los problemas de quienes los habitan. Si definimos la política como la acción de los sujetos públicos para construir los objetos públicos y sus lugares, funciones y jerarquías(4), todo sujeto cuya vida y palabra queden encerradas en el mutismo de un espacio cerrado es un sujeto no-político, y como tal, será oprimido por la política que construyan aquellos que nacieron con la palabra en las manos. Hemos dicho antes que el poder actúa distribuyendo en el espacio, pero ¿según qué parámetros? ¿Quién o qué mecanismos deciden qué espacio físico y qué lugar social le corresponde a cada persona? En un artículo de Wanning Sun sobre los trabajadores-poetas en China, los lugares sociales son referidos de esta manera: "En contraste con la poesía, que suele tener una de las posiciones más elevadas en la alta cultura y es ejercida por un pequeño grupo de individuos talentosos que están en posesión del tiempo y la cultura necesarios, el trabajo

 

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manual mal pagado es lo único que los trabajadores rurales migrantes son considerados capaces de hacer"(5). Las palabras en que hemos de fijarnos están al final: "considerados capaces de". Como dijimos, el poder se ejerce al asignar un reparto de lugares sociales y funciones a cada persona o grupo. "Ese es el lugar que te corresponde, y ahí puedes hacer esto y no puedes hacer aquello". Y de nuevo, la pregunta, ¿es un señor con bigote y sombrero el que dirige estas órdenes a todos sus súbditos, o funciona el poder de otra manera? Para continuar, es necesario entender que el vehículo de esta ordenación del espacio es la norma, que en palabras de Janet Saltzman, es "la conducta que se espera de las personas sobre la base del estatus que se les asigna"(6). La norma determina qué puede hacer, decir, querer, pensar y ser una persona según el lugar social que le corresponde. Leelah nació con pene, así que no podía ser una mujer. Y la norma ejercía su poder a través de múltiples mecanismos: "Mi madre empezó a llevarme a terapia, pero todos los terapeutas a los que me llevaba eran cristianos (y eran todos muy parciales) así que nunca tuve la terapia que necesitaba para salir de la depresión que tenía. Sólo me trataron adultos cristianos que me decían que era egoísta y estaba equivocada, y que debería buscar ayuda en Dios"(7). El terapeuta cristiano que, a diferencia de Leelah, sí estaba situado en el lugar de la palabra tenía la capacidad de decidir qué espacios correspondían a qué cuerpos: y al cuerpo de Leelah, cuerpo de varón, le correspondía el lugar social del hombre: vestir pantalones, no maquillarse, comportarse corporalmente según la masculinidad gestual establecida, etcétera. Cuando, después de que Leelah se suicidara, su madre seguía llamándola 'Josh', hacía de su palabra un arma normativa: a todo lo que nace con pene le corresponde el género masculino. La norma atravesaba a Leelah desde la religión, la terapia, la medicina, el entorno social y familiar, los medios de comunicación, las representaciones del amor en libros, revistas, cómics, películas... todos ellos lugares donde la palabra se hacía norma y asignaba al cuerpo de Leelah un lugar que ella deseaba tan poco que prefirió escapar de él de la única manera que vio posible: suicidándose. Como comprobamos viendo Ciutat Morta, el caso de Patricia Heras estuvo también modelado por la norma. Patricia fue detenida por su peinado. Literalmente: un policía la detuvo en el hospital al asociar su apariencia con la casa okupa en la que se produjeron los altercados con la policía el 4F, si bien ella sólo estaba en el hospital por una caída con la bici. El caso 4F es un ejemplo claro de cómo la ley, en los espacios vacíos que deja al libre arbitrio de la praxis judicial, permite que la norma entre en juego como factor de poder, cuya organización de los espacios y las funciones complementa el veredicto, convirtiéndolo en parcial y reproduciendo en él los sistemas de dominación. Y la norma era sencilla: para el policía, alguien que se había rapado un lado de la cabeza con la forma de un tablero de ajedrez pertenecía necesariamente al entorno okupa. Para la jueza, alguien con la apariencia de Patricia pertenecía necesariamente al espacio de las actividades delictivas. Y norma a norma se fue creando un caso sin pruebas y se dictó la sentencia que llevó a Patricia a la cárcel y a la muerte. Todo proyecto político emancipador debe, necesariamente, pasar por disolver la norma como factor de organización de los cuerpos en el espacio social. La norma sólo se puede combatir tomando la palabra desde lugares no-normativos y creando discursos,  

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imágenes y mundos posibles donde los lugares sociales establecidos sean cambiados. Leelah, Xu y Patricia no consiguieron apropiarse de la palabra en vida, y fue la muerte la que llevó su voz al espacio público donde la sociedad se construye. Sus muertes señalan la que debería ser la dirección de nuestros esfuerzos políticos: que los olvidados y oprimidos puedan tomar la palabra sin tener que saltar de un edificio. ¿Cómo tomar la palabra? Leelah lo tenía muy claro cuando, en su nota de suicidio, pidió que todo su dinero y posesiones fueran donados a asociaciones transfeministas. Por suerte, para responder a esta pregunta no hay que mirar al horizonte, sino a nuestras espaldas. Los presos tomaron la palabra gracias al GIP (Grupo de Información sobre las Prisiones). Las personas internadas en instituciones mentales tomaron la palabra en Radio La Colifata. Las mujeres la tomaron en cada grupo de punk o fanzine feminista, en Guerrilla Girls, en Orange Is The New Black. Al tomarla, irrumpieron en lo visible y se hicieron parte creadora en la organización del espacio y de las funciones sociales, fracturando los sistemas de opresión que venían sufriendo, y caminando en la dirección de una sociedad en la que nadie, nunca más, tenga que morir para tomar la palabra.

(1) Deleuze, Gilles. "Foucault y el Poder", Errata Naturae, Madrid, 2014, pág. 121. (2) y (3) Traducción propia de los poemas publicados en libcom.org (http://libcom.org/blog/xulizhi-foxconn-suicide-poetry) (4) Rancière, Jacques. "El espectador emancipado", Ellago Editores, Madrid, 2010, pág. 63. (5) Sun, Wanning. "Poetry of Labour and (Dis)articulation of Class: China's worker-poets and the cultural politics of boundaries". Journal of Contemporary China, noviembre de 2012. (6) Saltzman, Janet. "Equidad y género", Madrid, Cátedra, 1992, pág. 45. (7) Fragmento consultado en: Fantz, Ashley. "An Ohio transgender teen's suicide, a mother's anguish" (http://edition.cnn.com/2014/12/31/us/ohio-transgender-teensuicide/)

 

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