Pasajes de alcohol y bohemia en Rubén Darío, a través de los libros de memorias de Melchor Almagro San Martín, Rafael Cansinos Assens y Felipe Sassone

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Descripción

Pasajes de alcohol y bohemia en Rubén Darío, a través de los libros de
memorias de Melchor Almagro San Martín, Rafael Cansinos Assens y Felipe
Sassone[1]

Amelina Correa Ramón

Las diversas direcciones en que se encauza el modernismo -exotismo,
orientalismo, misticismo, erotismo, etc.- y que tan acertadamente han sido
estudiadas por Ricardo Gullón, no son, en última instancia, más que
salvavidas diversos con que el artista de fin de siglo busca sobrevivir al
naufragio. La profunda crisis finisecular que se manifiesta en los
frecuentes sentimientos de hastío o desazón que abundan en los textos del
periodo procede en buena medida del desvanecimiento de toda posible
certidumbre, de cualquier asidero espiritual o trascendente, una vez
consolidada la muerte de Dios. Como bien explica José Olivio Jiménez,
desaparecida también la confianza en la suerte de divinidades vicarias que
habían constituido la ciencia y el progreso, el ser humano "quedaría
abandonado así a su propia merced, solo ante el misterio, vacío del mundo
y, al cabo, vacío de sí"[2].
Esta cita alude perceptiblemente a la marginalidad del artista
finisecular. De ahí surge su angustia: de su desasimiento ante la crisis
"que acompaña a la expansión del capitalismo y de la forma burguesa de
vida"[3]. Según la conocida argumentación de Federico de Onís, el
modernismo viene a ser "la forma hispánica de la crisis universal de las
letras y del espíritu que inicia hacia 1885 la disolución del siglo XIX y
que se había de manifestar en el arte, la ciencia, la religión, la política
y gradualmente en los demás aspectos de la vida entera"[4].
Suficientemente conmocionados por todos los aspectos de esta crisis,
los hombres de arte, siguiendo la guía de la única certidumbre posible que
les resta, esto es, su propia subjetividad, se lanzarán a la construcción y
búsqueda de paraísos artificiales, y recurrirán para ello a toda opción
posible. De ahí que "...una de las características del modernismo es la
mezcla de ingredientes ideológicos de procedencias diversas y de patronos
adscritos a santorales distintos. No siendo hombres de sistema, sino
artistas enfrentados con una crisis espiritual de insólitas proporciones,
buscaron en el pasado confortación y orientación, sin negarse a nada:
misticismo cristiano, orientalismo, iluminismo, teosofía, magia,
hermetismo, ocultismo, kabalismo, alquimia... La nómina de doctrinas puede
alargarse fácilmente, pues la inquietud modernista buscó por todas partes
caminos de perfección diferentes de los impuestos por las ortodoxias
predominantes"[5].
Su rechazo total de una sociedad que los ignora se manifiesta, pues,
teñido de un sentimiento de pérdida y de negación. El artista se ve así
obligado a configurar su existencia como si fuera un proscrito, un ser
asocial y, por lo tanto, amoral, a los ojos de la sociedad bienpensante.
Pues como expresara el malogrado escritor Alejandro Sawa, bohemio
impenitente, inspirador del personaje de Max Estrella en la obra Luces de
bohemia de Valle-Inclán, e introductor del joven Rubén Darío en los
ambientes literarios parisinos:


Mientras más avanzo por la ruta mortal, el espectáculo del tartufismo,
de la canallería y de la injusticia, inclinan con mayor imperio mis
simpatías hacia los que se construyen una existencia aparte, aun
siendo culpables, aun siendo infames, según las leyes de los fariseos
de dentro[6].

El artista de fin de siglo buscará una manera particular de
redimirse, aunque, en muchas ocasiones, esa manera se asemeje terriblemente
a la autodestrucción. Ese metafórico viaje de búsqueda que emprende suele a
menudo concluir con la certeza de la imposibilidad. Como ya expresara
Charles Baudelaire en su poema titulado precisamente "El viaje",
perteneciente a Las flores del mal, es un "Saber amargo aquel que se
obtiene del viaje". Por lo cual, el francés termina conminando a la Muerte
para que leve el ancla de su nave[7]. De ahí la invocación a la Muerte, con
la angustia expresada por Rubén Darío, portavoz de un malestar común, en su
poema "Nocturno" de Cantos de vida y esperanza:


..la conciencia espantable de nuestro humano cieno
y el horror de sentirse pasajero, el horror
de ir a tientas, en intermitentes espantos,
hacia lo inevitable desconocido, y la
pesadilla brutal de este dormir de llantos
¡de la cual no hay más que Ella que nos despertará![8]

A esta invocación casi obsesiva de la muerte que caracterizaría el
arte del periodo, habría que unir la "moderna sacralización del mundo y el
planteamiento de la poesía como tarea de resacralización"[9]. Lo cierto es
que la decidida exaltación del arte como realidad consoladora[10] y como
"único reducto invulnerable del ser contra la aniquilación"[11] contribuye
a reforzar la imagen mítica del escritor, del artista, como una suerte de
dios creador.
Todo ello, junto con la propensión hacia el mito por parte de los
modernistas, posibilitará la puesta en escena de una imagen reiterativa: la
del poeta como recreación de Cristo. Así lo expresa Rubén Darío en
numerosas ocasiones. Por citar tan sólo algunos ejemplos:


¡dolores y angustias que sufren los Cristos
que vienen al mundo de víctimas trágicas![12]

Soy Satán y soy un Cristo
que agoniza entre ladrones...
¡no comprendo dónde existo![13]

Se conjugan en esta imagen varias significaciones. A la significación
de poder de creación que les otorga su arte, y a la de esa asunción de la
muerte como única certeza dentro del sinsentido de la existencia, habría
que unir todo el imaginario que concita la crucifixión de Cristo para la
redención de los pecados, imagen gloriosa de dolor y salvación. Pero el
aspecto sobre el que interesa llamar la atención en relación con el
presente trabajo es que, lejos de conformarse con la plasmación literaria
de este motivo, muchos de los escritores modernistas lo llevaron hasta el
límite a través de sus propias vidas, exhibiendo una visible tendencia,
bien que inconsciente, hacia la auto-inmolación. Como explica Ricardo
Gullón, "Sí, suicidios, locura, drogas, soledad y silencio, son las
benévolas formas de crucifixión a que se ven abocados los poetas"[14]. Y,
en efecto, resulta larguísima la enumeración de la nómina de modernistas y
sus precursores que sucumbieron a su propia destrucción. Destrucción
buscada, de manera inconsciente, en la adicción a la morfina en el caso de
Julio Herrera y Reissig (( 1910), al opio en el caso de Thomas de Quincey
(( 1859), al cloral, el láudano, la morfina y el alcohol en el caso del
prerrafaelita Dante Gabriel Rossetti (( 1882); y en los suicidios de José
Asunción Silva (( 1896), Ángel Ganivet (( 1898), Leopoldo Lugones (( 1938)
y Alfonsina Storni (( 1938). La presencia obsesiva de la muerte se
manifestaba también en el verde ajenjo de Paul Verlaine (( 1896), como
antes en Edgar Allan Poe (( 1849) o en Charles Baudelaire (( 1867)[15]. Por
su parte, los bohemios españoles Manuel Paso (( 1901)[16], Pedro Barrantes
(( 1912)[17] o Pedro Luis de Gálvez (( 1940), entre otros muchos,
dilapidaron su vida anegándola en alcohol. El ya mencionado Alejandro Sawa
(( 1909) explicará vehementemente la seducción irresistible que todos
experimentaron:


¡Oh alcohol! ¡Oh hastzchiz! ¡Oh santa morfina! ¿Por qué los
desgraciados de todas las épocas han quemado ante vuestra ara sus
mejores mirras, si no fuera porque sois clementes, porque sois
piadosos, porque poseéis secretos de fakir para curar las más rebeldes
heridas?
Porque Dios permitió al haceros que os confundáis en vuestra actividad
de magos con su soberana grandeza...[18]

Al igual que sus compañeros de generación, también Rubén Darío sintió
la irresistible atracción de los paraísos artificiales, aun a sabiendas de
que su adicción minaba con paso firme su salud. La dipsomanía del poeta
nicaragüense, que acabó conduciéndolo a la muerte por cirrosis en 1916, era
algo público y notorio en el Madrid de comienzos de siglo, y así lo dejaron
registrado en sus libros de memorias varios escritores que compartieron
momentos significativos con Rubén Darío, ejerciendo de este modo como
testigos para la historia literaria. Es el caso del granadino Melchor
Almagro San Martín, del sevillano Rafael Cansinos Assens y del peruano
afincado en España Felipe Sassone.
Melchor Almagro San Martín (Granada, 1882-Madrid, 1947), joven de
precoz sensibilidad e inteligencia, que había formado parte en su Granada
natal de la Cofradía del Avellano animada por Ángel Ganivet, se encuentra
afincado en Madrid en los últimos años del siglo XIX. Allí, alterna su vida
social en círculos aristocráticos y de la alta burguesía, con sus contactos
con los ambientes literarios, y, de manera especial, con el naciente
movimiento modernista. En estos años, el escritor acostumbra a llevar un
diario, donde relata lo más destacado de los sucesos de cada día.
En el año 1943, Almagro publicará para la Revista de Occidente un
libro titulado Biografía del 1900, en la redacción del cual utilizará parte
del material autobiográfico de su diario juvenil. En sus páginas aparece
descrito, con profusión de detalles, el desarrollo de un episodio acaecido
en el piso que ocupaba el Consulado de Nicaragua en Madrid, cuya
titularidad ostentaba, bien que en precarias condiciones, Rubén Darío. Allí
se reúnen "un grupo de poetas, amigos de Rubén, entre quienes estaban los
hermanos Machado, Villaespesa, Valle-Inclán y otros vates de diferentes
cuantías, alguno de los cuales -añade Almagro- une el cultivo de las Musas
con el de Baco"[19]. Cada poeta recita sus composiciones, en un clima de
exaltación que no es ajeno al consumo alcohólico, que Rubén Darío presenta
de manera idealizada, llamando a la manzanilla "ese vino de los dioses
pánidos [...], limpio, transparente como el topacio"[20]. De este modo, "A
medida que la velada transcurre, las libaciones se hacen más frecuentes y
la divina inspiración poética se entrevera de excitaciones
alcohólicas"[21]. El animado grupo, mientras escancia y vacía todas las
botellas de manzanilla, de jerez, de coñac y de anís con que cuenta Darío,
poetiza en torno a los vapores etílicos, invocando al culturalismo, a la
mitología clásica y al concepto de la embriaguez sagrada, cantada por los
poetas griegos y persas, "que permite al hombre participar fugazmente del
modo de ser atribuido a los dioses"[22]. Los poetas modernistas, y, de
manera muy especial, Rubén Darío, acostumbran a exhibir una casi
irreprimible necesidad de inventar, de enriquecer la realidad que los
circunda, mitificándola de tal modo que una intoxicación etílica se
disfrace poco menos que de sagrada ebriedad.
Lo cierto es que la escena termina de manera ridículamente teatral,
pues al escándalo provocado por la general borrachera, acude el dueño del
piso ocupado por Darío, que aprovecha la ocasión para desahuciarlo por
impago del alquiler, sin que sirvan de nada las ampulosas invocaciones que
hace el poeta nicaragüense a su honor patrio. Así pues, la legión de
bohemios escritores implicados en el altercado arramblan con la bandera y
el escudo consular y, enarbolándolos con orgullo, salen a la calle,
procurando no tambalearse demasiado, según relata Melchor Almagro. La
madrugada los sorprende durmiendo la mona sobre un banco del madrileño
Paseo de Rosales, mientras la bandera ondea sus colores al viento. Unos
obreros que van camino del trabajo exclaman elocuentes: "¡Vaya una sarta de
señoritos curdas!"[23].
Rafael Cansinos Assens (Sevilla, 1882-Madrid, 1964), prolífico
escritor sevillano, coetáneo de Melchor Almagro, y, como él, también
afincado en Madrid desde su primera juventud, recoge así mismo en sus
memorias episodios de alcohólica bohemia, protagonizados por Rubén Darío.
De hecho, existe un pasaje en que el propio Cansinos se encuentra por la
calle a los autores modernistas Francisco Villaespesa e Isaac Muñoz, que lo
arrastran, entusiastas y excitados, hasta una cervecería donde han
averiguado que se encuentra el "maestro". El tono de veneración con que
todos los escritores se refieren a Rubén Darío, según recuerda Cansinos,
alcanza momentos de hilarante ridiculez, pues se le describe sumido en un
considerable estado de ebriedad y siempre rodeado de sus "devotos". Todos
permanecen "callados y expectantes ante el gran poeta pontífice del
modernismo, que acaso en su embriaguez taciturna está incubando algún
maravilloso poema"[24]. Rubén musita palabras y frases inconexas, que sus
seguidores escuchan como si se tratara del mensaje iluminado de un profeta
o de un santo, tratando de descifrar lo que puede ser "el preludio de una
sinfonía lírica"[25]. Según Cansinos Assens, Manuel Machado, que es uno de
los más fervientes admiradores del poeta, se encuentra solícito a su lado
insistiendo en que hay que esperar, pues Rubén, poseído de la divina
ebriedad, puede encontrarse en un estado de creatividad sublime, a la vez
que recuerda que "Así de borracho estaba cuando escribió su magnífica
«Salutación del optimista». Es posible que ahora pase por un trance
igual..., y de pronto le venga la inspiración y prorrumpa en un canto
maravilloso, que nosotros -dice- seremos los primeros en oír"[26]. Pero la
realidad será muy distinta, pues lejos de sumergirse en una situación de
trance creativo, el poeta nicaragüense se derrumba sobre la mesa, "en un
estado comatoso. Su cabeza -describe Cansinos Assens- resbala de sus manos
y rueda sobre la mesa, como al cesto de la guillotina"[27]. Así pues,
Manuel Machado y todos los devotos asistentes se ven obligados a rendirse a
la evidencia y admitir que el maestro no se encuentra poseído por las
Musas, sino, de momento, sólo por los vapores de Baco.
No muy distinto es el retrato que de la vida bohemia de Darío lleva a
cabo Felipe Sassone (Lima, 1884-Madrid, 1959), autor teatral, poeta y
novelista peruano que compuso la mayor parte de su obra literaria en
Madrid, donde se había afincado en los primeros años del siglo XX. Sassone
habla elogiosamente con frecuencia de la obra lírica del "maestro" y relata
varios episodios de excesos etílicos sucedidos en su presencia. En
concreto, da cuenta de un banquete que organizó el propio Darío, tras una
lectura poética en la ciudad de Buenos Aires, ciudad donde coincidió con
Sassone, en ese momento de gira por Hispanoamérica con una compañía teatral
española en su calidad de asesor literario. Los manjares para el banquete
fueron preparados cuidadosamente, atendiendo a un especial sibaritismo:
pavo al jerez, paté, trufas, etc. Luego, vinieron las libaciones,
acompañadas siempre por las consabidas declamaciones poéticas. Al final, el
poeta nicaragüense se desplomó sobre la mesa una vez más, completamente
ebrio. Así pues, Sassone lo llevó al hotel donde se hospedaba y lo acompañó
a su habitación para ayudarle a desvestirse y meterlo en la cama. En ese
preciso instante, y encontrándose Rubén Darío en paños menores, parece
volver en sí de entre las nieblas alcohólicas y, según relata Sassone, "me
miró con unos ojos de niño asombrado y me dijo con una gran sonrisa, y como
si me hiciera un gran encargo, mientras se tocaba la tela de la camiseta:
-Tú le dirás a la posteridad que el poeta vestía de seda- y volvió a dormir
profundamente"[28]. Es decir, ante la prosaica evidencia de vestir una ropa
interior corriente, en alguien que cultivaba el esteticismo extremo, surge
de inmediato -aun en estado de embriaguez- la necesidad de reinventar, de
poetizar, de transformar la vida diaria en otra más rica, extraordinaria.
Así, el poeta fabula una imagen que debería corresponderle, la imagen que
sobre él debe transmitirse, esto es, su atavío con una más adecuada y
suntuosa ropa interior de seda. Nuevamente, aflora la fijación esteticista
y exquisita del poeta, que intenta desesperadamente mitificar la realidad,
rasgo éste que parece haber formado parte fundamental del carácter del
nicaragüense.
Y es que ése pareció ser el sino de los poetas modernistas: huir de
una realidad que les resultaba ajena y hostil, idealizándola,
embelleciéndola, transformándola mediante el arma poderosa de su palabra,
aún a riesgo de falsificar su propia vida, de crear una mixtificación de su
imagen real. Visionarios y portadores de la sagrada belleza, no dudaron en
recurrir, gozosos o torturados, a todas aquellas sustancias que producían
un estado especial de consciencia. En este sentido habría que interpretar
también los versos en los cuales Rubén Darío exalta el vino como elemento
creador, pertenecientes a su poema "Invernal", de su libro Azul (1888):


En la copa labrada, el vino negro,
la copa hirviente cuyos bordes brillan
con iris temblorosos y cambiantes
como un collar de prismas;
el vino negro que la sangre enciende,
y pone el corazón con alegría,
y hace escribir a los poetas locos
sonetos áureos y flamantes silvas[29].

Y es el hecho que, con esa permanente tendencia hacia la
literaturización, hacia la exaltación mitificadora, Rubén Darío expresa en
sus versos una visión idealizada del alcohol, con una fascinación evocadora
de los cultos paganos, cuando lo cierto era que su irremediable dipsomanía
lo estaba conduciendo a marchas forzadas hacia la muerte. Sin duda, Rubén
Darío estaba representando, en cada pasaje de alcohol y bohemia, y quizá
sin saberlo, su propia inmolación.
-----------------------
[1]. Este artículo fue incluido en el volumen Rubén Darío y el arte de la
prosa. Ensayo, retratos y alegorías. Actas del XI Congreso de Literatura
Española Contemporánea (CUEVAS GARCÍA, Cristóbal, ed. y BAENA, Enrique,
coord.), Málaga, Publicaciones del Congreso de Literatura Española
Contemporánea, nº 10, 1998, pp. 283-292.
[2]. JIMÉNEZ, José Olivio, Antología de la poesía modernista
hispanoamericana, Madrid, Hiperión, 1985, p. 22
[3]. GUTIÉRREZ GIRARDOT, Rafael, Modernismo, Montesinos, Barcelona, 1983,
p. 18.
[4]. ONÍS, Federico de, "Introducción", Antología de la poesía española e
hispanoamericana, Centro de Estudios Históricos, Madrid, 1934, p. XV.
[5]. GULLÓN, Ricardo, Direcciones del modernismo, Alianza, Madrid, 1990,
p. 109.
[6]. SAWA, Alejandro, "Hace once años", Los Lunes de El Imparcial, 13 de
enero de 1908.
[7]. Cf. los versos finales del poema "El viaje": "¡Oh Muerte, capitana,
ya es tiempo! ¡Leva el ancla!/Nos hastía este país, ¡Oh Muerte, aparejemos!
(BAUDELAIRE, Charles, "El viaje", Las flores del mal, traducción de Antonio
Martínez Sarrión, Alianza, Madrid, 1985, 2ª ed., p. 179).
[8]. DARÍO, Rubén, "Nocturno", Cantos de vida y esperanza, en Poesías
completas, Aguilar, Madrid, 1954, p. 743.
[9]. GARCÍA MONTERO, Luis, Poesía, cuartel de invierno, Diputación de
Granada, Granada, 1987, p. 28.
[10]. En este sentido, cf. con las siguientes palabras de Alejandro Sawa:
"La vida es el dolor, y toda emoción estética no es bella sino porque ahoga
momentáneamente un quejido de la carne" (SAWA, Alejandro, Iluminaciones en
la sombra, edición de Iris M. Zavala, Alhambra, Madrid, 1977, p. 143).
[11]. GULLÓN, Ricardo, op. cit., p. 37.
[12]. DARÍO, Rubén, "La página blanca", Prosas profanas, Poesías completas,
p. 660.
[13]. DARÍO, Rubén, "Toisón", Poesías completas, p. 1167.
[14]. GULLÓN, Ricardo, op. cit., p. 27.
[15]. La muerte temprana de Baudelaire, a los cuarenta y seis años de edad,
se debió, en realidad, a sífilis en estado terminal, uno de los males más
temidos, pero, sin embargo, más comunes, de la época. No obstante, a través
de su vida y de su obra cultivó una continua incitación al alcohol y a
otras drogas.
[16]. Cf. el poema elocuentemente titulado "¡Vino!", de este desafortunado
poeta, al que pertenecen los siguientes versos: "...el vino me da siempre
la dulce bienandanza/que la razón codicia, pero jamás alcanza./Y el ser
feliz es esto: ¡Beber y más beber!" (PASO, Manuel, Nieblas, Madrid, 1902,
pp. 97-98).
[17]. Precisamente el poemario más conocido de Pedro Barrantes se titula
Delirium tremens, y parece, en efecto, escrito como resultado de uno de sus
ataques.
[18]. SAWA, Alejandro, Iluminaciones en la sombra, p. 130.
[19]. ALMAGRO SAN MARTÍN, Melchor Biografía del 1900, Madrid, Revista de
Occidente, 1943, p. 128.
[20]. Ibidem.
[21]. Ibidem, p. 129.
[22]. CIRLOT, Juan Eduardo, Diccionario de símbolos, Barcelona, Labor,
1985, 6ª ed., p. 464.
[23]. ALMAGRO SAN MARTÍN, Melchor, op. cit., p. 131.
[24]. CANSINOS ASSENS, Rafael, La novela de un literato, vol. I: 1882-1914,
Alianza, Madrid, 1982, p. 183.
[25]. Ibidem, p. 184.
[26]. Ibidem, p. 185.
[27]. Ibidem.
[28]. SASSONE, Felipe, La rueda de mi fortuna. Memorias, Madrid, Aguilar,
1958, p. 389.
[29]. DARÍO, Rubén, "Invernal", Azul, en Poesías completas, p. 588.
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