Pasado, presente y futuro de la democracia en Cuba

October 1, 2017 | Autor: Luis Hernández | Categoría: Human Rights, Cuban Studies, United Nations, Democracy, Cuban Revolution, United States
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Pasado, presente y futuro de la democracia en Cuba Por Luis Orlando Hernández Hernández El tema de la democracia se traduce en polémica desde cualquier punto que se le valore. Y hablar precisamente de democracia en Cuba multiplica la controversia varias veces hasta llegar a notas tan extremas como su absoluta negación o el total acogimiento en las opiniones desde dentro y desde afuera. El año 1959 marcó un hito en la historia de América Latina. Un pequeño país ubicado a 90 millas de los Estados Unidos declaró su independencia después de una cruenta lucha contra la tiranía de Fulgencio Batista, y desde el primero de enero de ese año, en voz de su máximo líder Fidel Castro, declaró una inusual guerra al gigante norteamericano. Y lo hizo no solo desde la palabra, sino desde la acción, rompiendo con todo lo que hasta ese momento caracterizó a un país semicolonizado y capitalista del Tercer Mundo. Lo ocurrido en esta historia de 54 años es muestra de grandes aciertos y desaciertos en el intento por marcar la diferencia en la construcción del socialismo. Los líderes históricos de la Revolución cubana todavía viven para contar su versión, y lo hacen desde el poder como en el inicio, lo que intensifica el litigio sobre la realidad de una estructura democrática. El objetivo de este ensayo es determinar los factores que inciden en el cuestionamiento de la democracia en Cuba. Del mismo modo, y para el complemento de este importante tema, el escrito se plantea argumentar las estrategias utilizadas por el poder para su legitimación como Estado mediante el desvirtuamiento de los conceptos de representación, soberanía, deliberación, constitucionalismo y libertad ciudadana. Otros elementos de no menos relevancia como el unipartidismo, la unanimidad, la burocratización agregarán puntos de interés para caracterizar a un Estado que concentra sus poderes y se configura como autoritario. A partir del contexto histórico este ensayo se traza la hipótesis de que por más de cinco décadas el poder en Cuba se ha configurado y mantenido en torno a un líder carismático como Fidel Castro (y en su ausencia de su hermano Raúl) y a una fuerte influencia ideológica del Partido Comunista. Ello se ha visto reforzado con la presión del gobierno de los Estados Unidos como amenaza a la soberanía, repercutiendo en la unidad como nación y, por lo tanto, en la cohesión popular a favor de este liderazgo histórico.

Una hipótesis futura está marcada por varias condicionalidades, ya que el estatus actual del sistema político en pocos años se resquebrajará a partir de la desaparición física de los líderes históricos de la Revolución. El sostén ya no será el carisma, sino más bien pueden ser la unidad en torno al Partido, el reforzamiento del parlamentarismo y la continuación del apoyo del sistema en el elemento intimidador norteamericano, situación política que puede variar positiva o negativamente en dependencia de la evolución de cada uno de estos factores. De cómo se conformaron la centralización y los poderes absolutos en la Cuba revolucionaria Apoyándose en los principios marxista-leninistas de romper con el viejo aparato económico-político-social existente antes del triunfo de 1959, la nueva dirección del país se dio a la tarea de tomar de inmediato una serie de medidas radicales para beneficiar a las mayorías desprotegidas. Según Marx y Engels, en su Manifiesto Comunista, el comunismo no priva a nadie del poder de adquirir bienes y servicios, lo que no admite es que alguien se apodere del trabajo ajeno (Marx y Engels, 2005). En este sentido en Cuba avanzaron con paso raudo las nacionalizaciones, la Reforma Agraria, las incautaciones de grandes propiedades, su socialización y estatalización, los juicios sumarios a los criminales de la tiranía, etc., que condujeron a un amplio apoyo popular y al mismo tiempo al surgimiento de una oposición feroz que emigró hacia los Estados Unidos. La hostilidad constante del gobierno norteamericano se hizo evidente desde el primer día. Por ello temas como la defensa nacional y el orden interno fueron prioritarios para la dirección revolucionaria1, reforzando a su vez el papel primordial de las instituciones estatales y enmarcando el desarrollo institucional del país en una lógica de suma cero frente a la gran potencia hemisférica (Valdez, 2009). La posición de Fidel en el año 1964 ante los problemas unitarios perfiló la realidad que se vive hoy: «esta Revolución es más grande que nosotros mismos», con lo que la 1

Mientras Fidel Castro ejercía como Primer Ministro, Manuel Urrutia ocupó el cargo de Presidente de la

República el 2 de enero de 1959. En julio de ese año Osvaldo Dorticós asumió el máximo poder hasta 1976, cuando oficialmente Fidel Castro fue elegido como Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros. Sin embargo la máxima posición partidista siempre fue ocupada por Fidel. Fuente: http://www.ecured.cu/index.php/EcuRed:Enciclopedia_cubana

centralización pasó de ser una forma de concebir la organización del poder, a ser «la forma» de organizarlo (Guanche, 2009), todo un argumento de autoridad para solucionar las disímiles necesidades. Tradicionalmente, la etapa revolucionaria se ha caracterizado por el aprovechamiento de las marchas y las movilizaciones populares para demostrar el respaldo a las decisiones tomadas desde arriba; esto, apoyado en gran medida en los singulares logros en materia de educación, ciencia, cultura, salud, deporte, etc. para un país subdesarrollado como Cuba. Ello ha conducido a legitimar medidas gubernamentales de forma espontánea y a la demostración de la plena confianza del pueblo en el resarcimiento de los daños ocasionados por las malas decisiones sin apenas discrepar. Pudiera decirse que la neutralización del poder social producto del carácter autoritario se fue haciendo cada vez más fuerte mientras la euforia revolucionaria evitaba que la población se percatara o le importara su existencia. Ahí entra en juego el carisma y la posición de «líder autóctono» de Fidel Castro, quien desde sus diversas funciones de poder arrastraba como ningún otro a las masas, aprovechando un amplio dominio de la retórica. La ubicación de Fidel Castro en la historia es privilegiada, transitando de sacro héroe a villano en dependencia de las dos posiciones extremas con que se le mire. En opinión del investigador cubano Julio César Guanche, su logro fundamental fue «conseguir la unicidad entre intereses propios e intereses de la Revolución, en una escala que fundó un consenso tan profundo como abarcador de sectores sociales» (Guanche, 2009: 15). Para continuar con esta línea es necesario remitirnos hasta el 2002 y rememorar al Proyecto Varela2, el cual consiguió unas 11 020 filmas para modificar la Constitución. Sin embargo, a partir del movimiento mediático que se despertó con el apoyo explícito del gobierno norteamericano, el líder caribeño dio un giro «magistral» a la situación y convocó a un proceso plebiscitario único en la historia del país (varios investigadores le otorgan un carácter informal). Más de ocho millones de cubanos se lanzaron a las calles a apoyar la Revolución y firmaron su carácter irrevocable, modificando el artículo tres de la Constitución. Ante las declaraciones de un vocero estadounidense, en la que lo calificaban 2

El Proyecto Varela fue promovido por el líder opositor Oswaldo Payá. Proponía, basándose en el Artículo 88

de la Constitución cubana (a partir de la recolección de firmas de 10 mil electores registrados) convertir en leyes el derecho a la libre expresión, a la libertad de prensa, a la libertad de asociación, a la libre empresa y una modificación de la ley Electoral. Fuente: http://www.oswaldopaya.org/es/proyecto-varela/

de «totalitario», Fidel utilizó una marcada ironía alegando que era totalitario porque tenía el apoyo de la totalidad de la población3. A partir de los modelos de dominación propuestos por Max Weber, pudiéramos catalogar al ejercicio del poder cubano como «carismático», ya que en la figura de Fidel Castro se produce en la sociedad cubana la interpretación de un carácter sagrado, de valor ejemplar y el protagonista de la emanación de indicaciones casi sin deliberación, típico de un régimen totalitario (Weber, 1996). No podemos dejar este acápite sin establecer una comparación entre la realidad cubana y el modelo establecido por Thomas Hobbes. El pacto social con el que se dio inicio a la modernidad, donde el individuo sacrifica su ser en busca de protección por parte del Estado, queda evidenciado en la sociedad cubana. Aquí el individuo está amparado por un Estado omnipotente y omnipresente contra el constante peligro norteamericano, quedando sin fuerzas efectivas para contrarrestar el efecto gubernamental sobre sí. Esta idea del centralismo sostenida en un líder se vio reforzada cuando en el año 2006 Fidel tuvo que ceder su cargo de forma interina, después de la aparición de una enfermedad, a su hermano Raúl Castro, quien era el Primer Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, hecho que se ratificó legítimamente en las elecciones del 2008. Ya en 2011 el General de Ejército Raúl Castro asumió como Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba para asegurar así la continuidad de la Revolución y la concentración total del poder. De la legitimidad del Estado a la violación de la deliberación A pesar de que abundaron los improperios en torno a la sucesión política (algunos la catalogaron como dictadura, dinastía, monarquía hereditaria), si nos atenemos a la lógica democrática los gobernantes cubanos son legítimos, ya que a partir del modelo establecido ascienden al poder mediante elecciones y se apoyan en el acta constitucional. Pero el concepto de legitimidad es mucho más amplio. ¿Cómo puede el sistema político cubano tener una legitimidad que vaya más allá del carisma de sus líderes históricos y de lo plasmado legítimamente en su Constitución? Pues mediante una adecuada presencia en los procesos decisionales de la participación ciudadana para enfrentar los continuos cambios de los sistemas social y político, tal cual Cuba lo está 3

Ver: La Jornada Virtual: http://www.jornada.unam.mx/2002/06/14/037n3mun.php?printver=1

viviendo ahora. Y ello incluye también procesar no solo los consensos, sino también los disensos, indispensables ambos para una retroalimentación (Echeverría, 1997). El principio de libertad de autores y la capacidad de reproducción del régimen se anulan desde el simple momento en que el sistema de gobierno está por encima del sistema de administración de justicia. Si existiera de verdad una fiscalización por encima del poder, la capacidad decisional y los beneficios de la sociedad fueran superiores. Esta situación de reducir al mínimo la divergencia, el debate, la oposición… lejos de beneficiar afecta el principio de autorreferencia y autoreproducción del sistema. Canales para discutir y divergir existen realmente en la sociedad cubana; lo más llamativo de todo es que más bien se centran en cuestiones superficiales o de orden interior, obviando la raíz del problema que en sí es la estructura del sistema. Atendiendo al criterio del alemán Hürgen Habermas, se puede llegar a la conclusión de que la política deliberativa del sistema político cubano posee grandes deudas, al no mostrar un medio tolerante para el intercambio de puntos de vista, ni una reciprocidad persuasiva con las demandas en la relación Estado-sociedad (Habermas, 1999). Las concepciones generales de la filosofía extienden el precepto que más democrática será una sociedad mientras mayor participación porte en su seno. Si nos atenemos al criterio de la democracia como el respeto a las minorías, en Cuba no se aprecia una discriminación racial, ni de sexo, ni de etnias, pero sí un menosprecio a la oposición, incluyendo todo en el mismo saco del injerencismo extranjero. Estos simples hechos ya ponen en duda la deliberación y por lo tanto, la legitimidad del sistema. Sobre cómo se aplican los conceptos de soberanía y representación en Cuba Si nos apoyamos en la defensa de los intereses de Cuba ante la injerencia externa, pudiera decirse que este es un país soberano. Por varias décadas se ha enfrentado a la potencia más grande la historia y lo ha hecho con estoicismo, en constante batalla. Pero, ¿y la soberanía ciudadana, existe? Según el criterio del teórico norteamericano Burrhus Frederic Skinner, un gobernante ejerce su dominio gracias a la posesión de la soberanía, que es un «don» temporal y no un atributo personal (Held, 1997), lo que puede significar en teoría su posible destitución legítima en

caso de abuso de poder. Pero esto no parece factible en Cuba, al menos ahora, como trataremos de explicar en las próximas líneas. Con la concentración de poderes el Estado cubano agita la vida diaria de las gentes, las moviliza, pero a la vez las convierte en un ente pasivo en las decisiones, asegurando mediante las leyes su poder supremo. Un derecho fundamental como la libertad (se incluye aquí la de expresión, asociación, creencia, prensa) es vulnerado, homologándose con otros como la seguridad alimentaria y la seguridad nacional. No por gusto Engels llamaba en Sobre la acción política de la clase obrera a preservar las armas del derecho de reunión, de asociación y la libertad de prensa, y no cruzarse de brazos ante la acción de arrebatarlos (Engels, 2003). En los últimos años pudiera decirse que se ha producido un incremento de las organizaciones sociales de diversa índole y carácter (muchas de ellas fuera del espectro estatal), pero todavía es apreciable la limitación de sus facultades, tanto desde el punto de vista autonómico, expresivo, presupuestario, como desde su influencia en la toma de decisiones. Los medios de comunicación son otro ejemplo de desaprovechamiento (en gran medida condicionados por el constante enfrentamiento a la guerra mediática), al no reflejar en su debida forma los problemas por una marcada censura, lo que aplasta otro importante mecanismo de presión del pueblo sobre el poder. Democráticamente se plantea que todo ciudadano puede llegar a intervenir en la dirección del Estado4, incluso, puede entenderse que hasta uno de la oposición. Pero en realidad, a pesar de que la nominación de candidatos municipales desde las asambleas de base es de modo directo, ya en los niveles provincial y nacional existe un filtro denominado Comisión de Candidatura, por el que se frena una posible participación política mediante el ascenso libre a las altas esferas direccionales. Esta carencia de mecanismos para sostener la Constitución demuestra la «imposibilidad de asegurar desde el lugar del ciudadano el cumplimiento de la ley, más allá de la voluntad del Estado de hacerla cumplir» (Guanche, 2010: 54). Del mismo modo, se ha establecido que el Parlamento es el Constituyente, enajenando de este poder al derecho ciudadano. 4

Para más información ver Constitución de la República de Cuba, artículo 131. En:

http://www.cuba.cu/gobierno/cuba.htm

En la Constitución cubana existe la posibilidad de referendo, en caso de que la Asamblea lo solicite, hecho que pudiera significar un acercamiento del pueblo con su poder originario, sin embargo este no se ha ejecutado desde 1976, precisamente cuando se aprobó la máxima ley (recordemos lo que ocurrió en 2002 con el Proyecto Varela). Puede entenderse a partir de este hecho que, a pesar de ir en contra de la declaración legislativa, desde los puntos de vista estadual y social existe un divorcio con la participación directa y un apego a la denominada democracia representativa. Se le agrega a ello la falta de participación popular mediante elecciones en la programática gubernamental5, la designación estatal directa de un sinnúmero de cargos bajo su tutela y el desconocimiento casi generalizado de la Constitución entre la población y los dirigentes6. Este último aspecto agrega otro punto rojo en la legitimidad del sistema y en la aplicación de su democracia ya que como bien decía Lenin el Estado es fuerte cuando las masas lo saben todo, pueden juzgar de todo y lo hacen todo conscientemente (Herrera, 2011). Sin embargo, en Cuba apenas existen los estudios científicos sobre el sistema político y no se aprecia una reflexión abierta sobre la constitucionalidad. De nuevo la teoría viene al auxilio, pues el sistema representativo o el sistema político partidario (tema a debatir en el próximo acápite) tienen la tarea de traducir la demanda social en demanda política, aumentando la representatividad mientras más aceptación popular tenga el programa construido (Echeverría, 1997). Así, si habláramos de una «democracia representativa», estaríamos pensando que es el pueblo el que se representa mediante la elección de sus delegados, quienes fielmente

5

En el año 2011 se generó una amplia consulta popular para elaborar los Lineamientos de la Política

Económica y Social del Partido y la Revolución. El derecho del pueblo a decidir sobre la política quedó negado otra vez, ya que no puede influir en las formas de ejecución de cada lineamiento, ateniéndose solamente a votar previamente por los 313 aspectos generales. En la actualidad el Estado, mediante este documento, convierte en leyes y decretos su interpretación de los artículos y el ciudadano común debe aceptarlos por haber dado su aporte en la elaboración de los Lineamientos. 6

Según una encuesta publicada en 1987, las 2/3 partes de los encuestados desconocían la Constitución, con

un 44.5 por ciento del universo de los dirigentes del país incluido. Ver Derechos y Garantías en Cuba: fundamentación y propuesta, p. 5. En http://www.law.yale.edu/documents/pdf/sela/SELA13_GuancheFernandez_CV_Sp_20130316.pdf

responderán a los intereses de las masas en las discusiones a los distintos niveles del poder. Los siguientes aspectos a valorar demuestran lo contrario. Sobre los efectos de la unanimidad, la burocratización y el unipartidismo en la sociedad cubana En los inicios de la Revolución ya Ernesto Guevara planteaba la necesidad de buscar un acercamiento profundo con las masas para asegurar una sucesión de medidas sensatas, yendo más allá de la relación líder-pueblo. El Che reconocía en esa etapa que cuando el Estado se equivocaba, pues disminuía el entusiasmo colectivo, lo que conllevaba necesariamente a rectificar (Guevara, 1965). La necesidad de la institucionalización del país se hizo evidente (la Constitución que regía era la de 1940 y muchas de las medidas y leyes se tomaron de manera espontánea y emergente), lo que se consolidó al fin en 1976. Sin embargo, la extensión del sufragio, que ha sido indudable (la participación promedia el 95 por ciento) ha mostrado algunas llagas típicas de disfuncionalidad. Una de ellas es el «voto unido» en las elecciones parlamentarias, que según la propaganda oficial demuestra el apoyo irrestricto de la población a la unidad revolucionaria. La mayoría de los electores dan su aporte en este sentido, además de por seguir a la causa, por el simple hecho de desconocer a la mayoría de los candidatos. Este tipo de votación se relaciona de forma estrecha con la prevaleciente unanimidad, un mal que por varias décadas ha azotado el sufragio en la Asamblea Nacional y en sus eslabones descendientes. Varias veces el presidente Raúl Castro ha insistido en sus discursos en acabar con la falsa unanimidad. De hecho, con esta el Parlamento se convierte en un simbólico paso más para la toma de decisiones centralizadas, perdiendo el poder intrínseco de domar la pasión y discrecionalidad del carisma (Weber, 1996). Por este motivo la crítica liberal centra sus ironías en que en Cuba no se toman leyes, sino resoluciones y decretos. Otro aspecto que se entroniza negativamente es la burocratización, el que para la Revolución cubana resulta un peligro más grande que el mismo azote del imperialismo. En opinión del italiano Norberto Bobbio, el poder en una sociedad burocrática se mueve del vértice a la base (Bobbio, 1986). Esto, según lo analizado, es distintivo de la Mayor de las

Antillas, que presenta una insuficiencia de democracia al no existir una correspondencia entre la ejecución de las políticas y la participación popular en ella. Mucho se especula sobre la discordancia entre el nivel de vida de un dirigente cubano, lo que este pregona a las masas y la realidad económica y social de las mayorías que acatan las decisiones. Ahí radica otro de los problemas del burócrata enmascarado de revolucionario, pues si el actor político no neutraliza los intereses privados en pos de favorecer a los públicos, se erosiona la legitimidad sistémica debido a la corrupción política (Echeverría, 1997). Han sido y son muchos los corruptos eliminados de sus cargos. Lastimosamente, prevalece la ausencia de información pública sobre sus sanciones (positivo método aleccionador y a la vez de respeto al pueblo), transitando varios de los «castigados» a cargos inferiores o semejantes, lo que a la vez puede ser muestra de burocratismo y corrupción. También ha estado en el centro de la polémica desde el mismo inicio de la Revolución, sobre todo en las democracias occidentales, el tema del unipartidismo. Los puntos de apoyo del sistema cubano en un solo partido son muchos, partiendo del marxismo y llegando al legado del Héroe Nacional José Martí, quien desde 1892 fundó el Partido Revolucionario Cubano y alegó que este en sí mismo era el pueblo cubano, resultando indispensable para la unidad de pensamiento nacional (Martí, 1992). Desde el marxismo-leninismo, el Partido Comunista es la única forma para atacar la contrarrevolución, de planificar la expansión de las fuerzas productivas y de supervisar la reconstrucción de la sociedad, esto acompañado del liderazgo de cuadros disciplinados y bien orientados (Held, 1997). La unidad nacional frente a la hostilidad de los Estados Unidos ha sido una de las grandes justificaciones para la prevalencia del unipartidismo en Cuba, como mismo la continuidad en el poder de sus máximos líderes. El objetivo ha sido cumplido hasta el momento, ya que el pueblo ve en la organización política única y en el líder las salvaguardas para la preservación de la soberanía nacional ante el peligro yanqui. Pero este parámetro rozaría con lo permisible si desde dentro del Partido se generara el consenso y el disenso, para suplir así la ausencia de otros partidos que repliquen sus postulados. Y que las amplias masas que no se integren a esta «vanguardia política» tuvieran un espacio para ser escuchadas y en poco tiempo vieran canalizadas sus demandas.

El problema fundamental, que se trata ahora de combatir en la reinstitucionalización del país, es que el Partido a lo largo de la historia ha asumido funciones que no le corresponden, suplantando y protagonizando a las organizaciones de masa, estatales y políticas. Ello, en «detrimento de sus funciones de representación de los intereses y demandas de sus bases frente al sistema político y al económico, en particular frente al Estado» (Valdez, 2009: 85). De hecho, por mucho tiempo ha existido el desconcierto en la población entre los conceptos Partido, Estado, Gobierno, Revolución y Patria, ya que de una u otra manera el sentido que el sistema les ha dado es el mismo. Como bien describe el expresidente ecuatoriano Rodrigo Borja en su Enciclopedia de la Política, en los regímenes de partido único cada uno de los planos de la organización estatal corresponde a uno del partido, quedando asegurada la omnipresencia de su doctrina en todos los órdenes de la vida pública (Borja, 1997). Esto se ratifica con que además de que la máxima figura política del país posee el poder administrativo, judicial y legislativo, en las provincias y municipios el Primer Secretario del Partido asume semejantes poderes omnímodos (incluso cuando el pueblo ni los militantes del partido pueden votar para la asunción de su cargo), ya que supervisa, controla y funciona como «líder salvador» en la toma de las decisiones locales, siempre que no merezcan la consulta de las máximas esferas del poder central. Algunas consideraciones generales a modo de conclusión parcial La Cuba actual es un país de grandes cambios. Medidas reales que benefician a la población, y que antes parecían un sueño, ya son reales: la emigración legal, el derecho a la pequeña propiedad privada, el uso legítimo de la propiedad en la compra y venta, la repartición de las tierras, la autonomía local, entre otras. Pero lo más importante de todo, desde el punto de vista de quien redacta, es la disposición de la máxima dirección del país a continuar en el avance de su institucionalización.

En voz de su Presidente, Raúl Castro7, se ha llamado a armonizar los postulados de la Constitución de la República con la aplicación de los Lineamientos e introducir en la Carta Magna la restricción de no más de dos periodos sucesivos de cinco años en el ejercicio de los principales cargos (después de décadas sucesivas de poder de los líderes históricos). Por su parte, la unidad ejecutiva en el máximo poder gubernamental y estatal seguirá rigiendo como premisa del sistema de construcción socialista. Desde la visión democrática, quien escribe considera que en Cuba es prudente reforzar el funcionamiento de la representación. Ello se traduce en aumentar el número de sesiones ordinarias de la Asamblea Nacional del Poder Popular (se realizan dos periodos anuales, al finalizar cada semestre), debido a que recae en el Consejo de Estado8, que la representa entre uno y otro periodo de sesiones, disponer la celebración de sesiones extraordinarias, lo que se celebra con escasa frecuencia. Por esto, proliferan los decretos y resoluciones emitidos por el Consejo de Estados y de Ministros, incluso leyes, lo que en sí viola el principio de constitucionalidad y de Estado de derecho. Del mismo modo, se propone erradicar la siguiente situación: la doble forma de sujetar la actividad estatal bajo el control jurisdiccional de la legitimidad (jueces independientes) y bajo el control político ejercido por el parlamento sobre los aparatos legislativos y ejecutivos, no se logra en Cuba todavía, así como la división de poderes rousseauniana. Por supuesto que cada país puede construir su democracia, debido a la ambigüedad de este término y a sus múltiples usos, pero la legitimidad de las decisiones en la Mayor de las Antillas continúa en duda partiendo del vigente modelo del alemán Niklas Luhmann de la autorreferencialidad del sistema mediante filtros selectivos. La opinión pública, como el primero de ellos, se ve frenada a desarrollarse por la censura en los medios de comunicación, lo que impide definir la colectividad y priorizar las expectativas de esta. De igual manera, el sistema electoral cubano enmascara la posibilidad 7

Ver discurso de Raúl Castro en la clausura de la Sesión Constitutiva de la Asamblea Nacional del Poder Popular, y del Consejo de Estado, celebrada en el Palacio de Convenciones de La Habana, el 24 de febrero de 2013. En: http://www.cubadebate.cu/raul-castro-ruz/2013/02/24/raul-castro-la-mayor-satisfaccion-es-la-tranquilidady-serena-confianza-que-sentimos-al-ir-entregando-a-las-nuevas-generaciones-la-responsabilidad-decontinuar-construyendo-el-socialismo-fotos/ 8

Para más información sobre el Consejo de Estado de la República de Cuba, ver: http://www.granma.cubaweb.cu/secciones/estado_cubano/consejo_estado.html

de medir los niveles de aceptación de una u otra prestancia selectiva, así como los diferentes espacios de poder decisional que pueden existir para dar solución a las expectativas (Echeverría, 1997). La creación de espacios para el debate; una apertura a la libertad de prensa, incluso bajo las riendas del Estado; un mayor acercamiento entre el dirigente y las masas y el desarrollo de la rendición de cuentas; el apego a la Constitución; el reforzamiento del poder parlamentario; la descentralización y fortalecimiento del poder loca; la desburocratización y la lucha contra la corrupción son grandes retos que posee Cuba para enfrentar los venideros años. Conclusiones generales A lo largo de más de medio siglo la legitimidad del sistema político cubano, construida a base de carisma y del reforzamiento de la soberanía ante el repudio a los gobiernos norteamericanos, ha sido manifiesta en el apoyo mayoritario de la población. Con el avecinamiento de la muerte de los máximos líderes del proyecto revolucionario una próxima fase, tal vez incierta, toca a las puertas de la ciudadanía y del sistema político cubanos. Lejos del carisma y de los personalismos, el Partido Comunista está llamado a continuar con la unidad, creando una verdadera vanguardia política en sus filas como guía de la sociedad y del Estado. Esto, a todas luces resulta otro gran desafío. En el Partido, el Parlamento y la amenaza norteamericana como fuente de unión, radica la perspectiva de solución y mantenimiento a corto plazo. De alterarse uno de los tres elementos (el bloqueo puede desparecer por decisión unilateral norteamericana o mediante negociaciones bilaterales, y con ello cambiaría completamente el espectro de chantaje a la soberanía) las consecuencias serían impredecibles a más largo plazo. ¿Perspectivas futuras? Cualquiera de las siguientes (negativas o positivas) puede ser aplicada a Cuba de aquí a unos diez años: -Disminución del apoyo popular al Gobierno y al Estado -o retorno al autoritarismo personalista -o guerra civil -o intervención extranjera -o permanencia de altos niveles de aceptación popular al actual sistema -o reforzamiento o ascenso a la democracia en el pleno uso de este concepto

Por todo lo anteriormente analizado se comprende la difícil y controversial situación que ha vivido el concepto de democracia en Cuba. A partir de la escasez de documentación investigativa al respecto, en este ensayo se intentó dilucidar teóricamente algunos de los elementos que componen la democracia y cómo esta se aplicó y se aplica en la Mayor de las Antillas. Nuestra sugerencia es ampliar los estudios sobre las tendencias futuras de la democracia en Cuba aprovechando la coyuntura de cambios estructurales actual y del posible reforzamiento del unipartidismo y del parlamentarismo.

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