Palmira: el sueño de la reina del desierto

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Descripción

EL SUEÑO DE LA REINA DEL DESIERTO

Texto y maquetación: Mario Agudo Villanueva Fotos: Mar Moragues, Nacho San Marcos, Zaid ElHoiydi y Dirección General de Antigüedades y Museos de Siria (DGAM) Portada: vía columnada en un amanecer del mes de septiembre de 1989. Autor: Nacho San Marcos. En memoria de Luis Argüelles Arabia (DEP) y Sirio, un perro pastor de Canaán.

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Cuando el viajero francés Constantin-François Chassebœuf de La Giraudais, qué paso a la historia como el conde de Volney, se encontraba recorriendo las tierras del imperio Otomano -allá por el año 1787- se topó con las ruinas de una legendaria ciudad, cuya fama ya era por entonces excelsa: Palmira. Su evocadora descripción ha quedado grabada en el imaginario colectivo, convirtiéndose en el paradigma de la historia del Oriente más exótico, el de los desiertos, los oasis y las caravanas, el de un enorme y cautivador pasado y su legado, todavía hoy visible. La ciudad aparece citada ya en las tablillas de Ebla, en el 2250 a.C., y en las de Mari, del segundo milenio. Su primera denominación fue Tadmor, que en lengua local significaba “la ciudad de los dátiles”. Algunos autores consideran que es la Tamar o Tadmor que la Biblia nos dice que fue reedificada por Salomón (Reyes I, 9-18; Crónicas II, 8-4), aunque parece más lógico pensar que estamos ante otra ciudad, quizás próxima al Mar Muerto. Su nombre latino es el que ha quedado grabado para la posteridad: Palmira, “lugar de palmeras”. Ya vemos, por tanto, una característica fundamental de este enclave, su vinculación con el oasis de Efca, cuyos manantiales hacen fluir la vida en pleno desierto sirio. Esta privilegiada posición permitió que Palmira se convirtiera desde los albores de la civilización en un punto de referencia fundamental en las rutas comerciales que unían Oriente con Occidente, la puerta de Europa para las caravanas asiáticas y la puerta de Asia para los puertos del Mediterráneo oriental. Un intercambio continuo de gentes y de mercancías que derivó en una riquísima mezcla cultural, en un sincretismo de pueblos y tradiciones que todavía hoy podemos adivinar entre sus milenarios vestigios. Un ejemplo de esta bulliciosa actividad es la famosa Estela de los Impuestos, en la que constan las tasas que debían pagar los comerciantes por sus transacciones,

“…Así llegué a la población de Hems, sobre las riberas del Oronto; y hallándome cerca de Palmira, situada en el desierto, resolví reconocer por mí mismo sus ponderados monumentos: al cabo de tres días de marcha en las soledades más áridas, habiendo atravesado un valle lleno de grutas y de sepulturas, observé repentinamente, al salir de este valle, una inmensa llanura con la escena más asombrosa de ruinas colosales; era una multitud innumerable de soberbias columnas derechas, que, como las alamedas de nuestros jardines, extendíanse hasta perderse de vista en filas simétricas y hermosas. Entre estas columnas había grandes edificios, los unos enteros, los otros medio destruidos. Por todas partes estaba el terreno cubierto de cornisas, de capiteles, de fustes, de pilastras todo de mármol blanco, y de un trabajo exquisito. Después de tres cuartos de hora de camino sobre estas ruinas, entré en el recinto de un vasto edificio, que fue antiguamente un templo dedicado al Sol; admití la hospitalidad de unos pobres campesinos árabes, que habían establecido sus chozas sobre el pavimento mismo del templo y resolví detenerme allí algún tiempo, para considerar atentamente la belleza de tantas y tan suntuosas obras. Todos los días salía a visitar alguno de los monumentos que cubrían la llanura; y una tarde, que, ocupado mi espíritu en serias reflexiones, me había adelantado hasta el Valle de los Sepulcros, subí a las alturas que le rodean y desde las cuales a un mismo tiempo domina la vista la totalidad de las ruinas y la inmensidad del desierto... Acababa de ponerse el sol, y una zona rojiza marcaba todavía su curso en el horizonte lejano de los montes de Siria; la luna llena se levantaba por el oriente, sobre un fondo azulado, en las riberas planas del Éufrates; el cielo estaba despejado, el aire en calma; la luz moribunda del día aminoraba el horror de las tinieblas; la frescura de la noche calmaba el fuego de la abrasada tierra, y los pastores habían retirado sus camellos; la vista no percibía ya movimiento alguno sobre la llanura monótona y sombría; un silencio profundo reinaba en el desierto, y sólo a intervalos remotos oíanse los lúgubres acentos de algunos pájaros nocturnos y de algunos chacales…” -. “Las ruinas de Palmira o Meditaciones sobre las revoluciones de los imperios”, conde de Volney, 1791.

EN PLENO DESIERTO Tras tres días de marcha por el desierto, Volney debió de encontrarse con un paisaje parecido al que muestra la foto. El castillo de Qal’at Ibn Ma’n sobre la colina, con las ruinas de dos de las torres del valle de las tumbas. Foto: Nacho San Marcos.

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preocupación para ambos en tiempo de conflictos” (Historia Natural, V-25). Del helenismo a Roma Con la campaña de Alejandro Magno en Asia, Palmira ve incrementada, si cabe, su importancia estratégica. La creación de la Decápolis -en el siglo III a.C.- supone un espaldarazo para la región, que encuentra en la ciudad del desierto un núcleo comercial de primer orden. Durante el Imperio seléucida, la urbe comienza a adquirir una dimensión monumental y empieza a impregnarse de carácter griego, aunque no hay vestigios arqueológicos de ello. Algunos historiadores afirman que la mayor parte de edificios construidos en época helenística debían de situarse en la explanada del templo de Bel. por el consumo de agua o por sus momentos de ocio. Cargamentos de seda, jade, especias, marfil, mirra, perlas, piedras preciosas, perfumes, ébano, así como cerámicas, estatuas de mármol y figuras de bronce transitaban por las calles de la ciudad, que imaginamos angostas y sinuosas, con apenas espacios públicos, polvorienta y sometida a los rigores del calor del desierto, poblada en su mayoría por gentes de origen arameo y árabe. Su otra característica es su posición en zona fronteriza, lo que le confirió un papel de bisagra que fue destacado por el propio Plinio “El Viejo”: “Palmira, ciudad notable por su emplazamiento, por las riquezas de su suelo y por sus agradables aguas, tiene sus campos rodeados por desiertos de arena en un dilatado contorno y, como aislada por la naturaleza del resto de la tierra, se encuentra por una suerte particular en medio de los dos imperios más poderosos, el de los romanos y el de los partos, siendo siempre la principal

Pese a su importancia comercial, la ciudad no alcanzará relevancia política hasta la llegada de Roma. Durante el gobierno de Tiberio, entre el año 14 y el 37 d.C., Tadmor se incorpora a la provincia romana de Siria y toma el nombre de Palmira. En el año 106, Roma anexiona a sus dominios el reino nabateo y la ciudad asume el liderazgo comercial de la zona por encima de Petra. En el 212 recibió el título de colonia romana. Como vimos, Palmira se convirtió en zona de frontera pero, lejos de convertirse en una amenaza, este hecho constituyó una gran oportunidad de desarrollo, puesto que ni a los romanos ni a los partos interesaba quebrar el pujante intercambio comercial que allí tenía lugar. Con la Pax Romana esta red salió más beneficiada, su intensidad se vio favorecida por las calzadas y las vías de comunicación construidas por los romanos. La ciudad comienza a crecer hasta alcanzar los 6 kilómetros cuadrados. Los ingresos y la exención de tasas se dejan notar en grandes construcciones, que van conformando poco a poco el perfil que

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A la izquierda, áureo que representa al malogrado emperador Valeriano. 253-260 d.C. Fuente: http://www.cngcoins.com. A su derecha, retrato figurado de Septimio Odenato, procedente del "Promptuarii Iconum Insigniorum", de 1553. Le sigue una moneda que representa a Zenobia, datada en el 271-272 d.C. Fuente: http://www.cngcoins.com. Finaliza la serie una moneda con el rostro de Vabalato. Fuente: http://www.hjkrenzer.de/

conocemos hoy en día y que analizaremos más adelante. En el año 129 recibió el status de ciudad libre de la mano de Adriano. Llegamos así hasta el siglo III, momento en el que el Imperio se ve sacudido por diferentes problemas, uno de los cuales se manifiesta a las puertas de Palmira. El Imperio persa sasánida, de la mano de Sapor I, emprendió una serie de campañas en la frontera romana que se saldaron con la humillante derrota del emperador Valeriano, que incluso fue hecho prisionero. Lactancio nos cuenta que fue utilizado por el rey persa para subir al carro o montar a caballo apoyándose en su espalda, lo que le convirtió en motivo de mofa entre los “bárbaros”. Tras su muerte en cautiverio, fue despellejado y su piel teñida de rojo para exhibir en el templo de los dioses como conmemoración del triunfo obtenido (Sobre la muerte de los perse guidores, I-5). No sabemos hasta qué punto este hecho fue exagera-

do por el apologeta cristiano, pues en su interés estaba el de dejar patente el trágico final de todos los que osaron perseguir su religión, pero parece claro que, cuando menos, el destino de Valeriano no fue agradable. Pasó a la historia como el primer emperador romano apresado por el enemigo. Septimio Odenato La situación de Roma en la frontera siria se tambaleaba. Los persas acentuaron su presencia en Siria, Cilicia y Capadocia, que fueron devastadas. Ciudades como Bosra o Apamea sucumbieron ante las campañas de Ardashir y Sapor. Ante este panorama, emergió la figura de Septimio Odenato, noble de Palmira, afín al emperador Galieno, que llegó a hacerse con el poder de su ciudad e, incluso, pudo haber llegado a ser gobernador de una de las provincias sirias y alcanzar el rango senatorial. No se sabe si su familia se enriqueció

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gracias a las rutas de caravanas o a otro motivo. No hay pruebas de que su linaje fuera muy antiguo. Fue ascendido a su cargo por Valeriano. Los magistrados en jefe de la ciudad recibían el nombre de strategoi, antiguo título de origen griego, habitual todavía para designar a algunos funcionarios, pero que en Palmira aún tenía implicaciones militares, pues allí se mantenían importantes contingentes de tropas cuyo cometido era proteger las rutas comerciales. Había palmirenos sirviendo en el ejército romano, como la cohorte de Dura Europos. Las unidades militares más importantes eran los catafractos, una temida caballería pesada, pero también debieron disponer de caballería ligera y de camellos. Combinando estos efectivos con refuerzos romanos, Odenato lideró la resistencia contra los sasánidas, a los que venció en varias ocasiones hasta provocar su retirada. No contento con eso, en el 262 lideró una campaña que llegó hasta Ctesifonte, para luego emprender una segunda, en el año 266, que, a pesar de quedarse solo en escaramuzas, sirvió para alejar la amenaza persa y restituir el prestigio romano. Sapor se mantuvo a la defensiva desde entonces. Galieno le otorgó a Odenato diferentes honores, recibió los títulos de dux, Corrector Totius Orientis e, incluso, se hizo llamar “rey de reyes”, denominación que ostentaban los monarcas persas. No parece que Odenato aspirase al título imperial, le bastaba con dominar, como lo hizo, buena parte de la frontera oriental. En 267, él y su hijo Herodes fueron asesinados por Meonio, supuestamente por una disputa de caza, a la que eran muy aficionados, o por un arrebato derivado de alguna humillación pública. El caso es que este magnicidio supuso un cambio en la proyección futura de la ciudad, que pasará de su mayor esplendor al ocaso en apenas unos años, los que duró la regencia de su segunda esposa.

Zenobia Con la muerte de Odenato, el poder pasó nominalmente a su hijo Vabalato, pero como era solo un niño, ejerció de regente su madre, Septimia Bathzabbai Zainib, que pasó a la posteridad como Zenobia. Los títulos que su padre había recibido no eran hereditarios, habían sido otorgados por sus servicios a Roma, pero esta situación excepcional fue permitida por Galieno, que andaba con otros problemas más importantes en aquel momento. Zenobia provenía de la aristocracia de Palmira y tenía la ciudadanía romana. Las fuentes nos dicen que instruyó a sus hijos en latín, aunque no debía de utilizar mucho esta lengua. Hablaba también griego, egipcio y tenía nociones de siríaco. Le gustaba compararse con Cleopatra, de hecho solía afirmar que descendía de las casas reales ptolemaicas y seléucidas. Se trataba de una mujer astuta, decidida, culta y bien asesorada por el filósofo Casio Dionisio Longino, de Emesa, que había enseñado retórica en Atenas. También se mantuvo próxima a Pablo de Samósata, a quien rehabilitó en el cargo tras ser expulsado de su sede. Zenobia se permitió el lujo de despreciar al emperador Galieno, a quien su marido había sido fiel, y a Claudio II Gótico, que estaba empeñado en la guerra contra los godos y alamanes. Una inscripción del año 271 describe a Vabalato como el “restaurador de todo Oriente”. Hasta el ascenso de Aureliano al trono imperial todas las monedas acuñadas en las zonas controladas por Zenobia y su hijo siguieron unos patrones estándar. Se empezaron a producir monedas con dos caras: un Aureliano con barba y corona aparecía con sus títulos imperiales; al otro lado, el niño Vabalato, llamado “el hombre más distinguido” (senador), “rey” de Palmira, “general victorioso” (imperator) y líder de los romanos (dux romanorum). Es

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difícil precisar si estamos ante una maquinaria propagandística orquestada por Zenobia para presentar a su hijo como el coemperador de Aureliano. Lo cierto es que a medida que Roma dejaba de intervenir directamente en la zona, los dominios de Zenobia se iban incrementando. Emprendió campañas hacia el sur, hacia Arabia. En el año 270, una parte del ejército llegó a Egipto, donde derrotaron a un contingente liderado por el gobernador provincial. La composición mixta del ejército palmireno, liderado por Septimio Zabda y Septimio Zabdai, ambos originales de la ciudad del oasis, permitió a Zenobia que Roma no le diera importancia, de momento, a sus escaramuzas, que llegaron a extender sus dominios hasta gran parte de Asia Menor –fue rechazada en Bitinia-, Siria, Egipto y parte de Arabia. En 271 los acontecimientos comienzan a precipitarse. Vabalato sustituye a Aureliano por completo en las monedas que se acuñan desde este momento en lugares tan significativos como Alejandría o Antioquía. El emperador romano es reemplazado, a veces, por la propia Zenobia. La provocación no quedó ahí, sino que madre e hijo se otorgaron el título de Augustos. No parece que aspiraran a gobernar todo el Imperio, pero sí a que Vabalato fuera el corregente de Aureliano. En 272 Aureliano marchó sobre Asia Menor. El primer encontronazo con los palmirenos fue cerca de Antioquía, en Immae. Una maniobra de retirada del ejército romano provocó la carga de los soldados sirios, que quedaron luego atrapados al producirse la reagrupación de las legiones. El ejército de Zenobia se retiró a Emesa. El emperador romano continuó la marcha hacia allí, donde derrotó por segunda vez a los palmirenos. Poco después, tras la reconquista de Egipto por Probo, y animado por la muerte de Sapor, se presentó en las puertas de Palmira, que asedió hasta que Zenobia, sin ninguna

esperanza, trató de escabullirse. Su huida no duró mucho, pues fue apresada cerca del río Éufrates. Las tropas de la ciudad se rindieron. Aureliano no saqueó Palmira, fue generoso con Zenobia, pero no con Casio Longino, su filósofo asesor, que fue ejecutado. De Vabalato no sabemos nada, lo que hace suponer que su peso real en todo este asunto era más bien reducido.

Moneda en la que aparece Aureliano, personificación del sol, derrotando al Imperio de Palmira y celebrando el ORIENS AVG, el sol naciente Augusto. Fuente: http://www.cngcoins.com http://www.cngcoins.com

En 273, una vez que Aureliano retiró sus tropas de Palmira, estalló otra rebelión. Ahora sí, no hubo piedad. La ciudad fue saqueada y comenzó el principio de la decadencia. Las rutas comerciales se desviaron, probablemente hacia Dura Europos y Aureliano regresó a Roma para celebrar un gran triunfo, datado en el año 274, en el que cuentan las fuentes que se hizo desfilar a Zenobia cargada de oro. Sobre su futuro posterior, algunos apuntan a que fue ejecutada, mientras que otros aseguran que se casó con un senador romano y vivió hasta sus últimos días en paz, retirada en una villa que mandó

Castillo de Qal’at Ibn Ma’n, que se alza sobre la ciudad de Palmira y desde el que se obtienen unas maravillosas vistas del conjunto y el paisaje circundante. Foto: Mar Moragues.

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ciudad no consiguió recuperar su esplendor. Palmira va cayendo poco a poco en el olvido hasta que en el año 636, con la llegada del Islam, recupera su nombre original, Tadmor. Las iglesias se convirtieron en mezquitas y el templo de Bel fue fortificado. Más tarde se edificó el castillo de Qalʿat Ibn Maʿn, que todavía hoy se alza sobre las ruinas de la vieja urbe. Desaparecido el comercio, la ciudad fue ocupada por los beduinos, que se establecieron en los alrededores del templo, hasta ya bien entrado el siglo XX. El yacimiento en la actualidad

construir el propio Aureliano. Resulta más factible la opción de que recibiera un trato favorable, al igual que en el caso de Tétrico, proclamado emperador en la Galia. Tanto uno como otro no eran vistos como líderes nacionalistas que trataran de separarse de Roma, sino usurpadores que pretendían alcanzar el poder de una manera moderada, sin atacar a los propios romanos de forma abierta, pero buscando controlar zonas concretas del Imperio. Tanto Tétrico como Zenobia mantuvieron un grado de gestión que Roma no estaba en condiciones de garantizar. Las instituciones romanas no dejaron de funcionar y esto permitió que el debilitado gobierno central no acabara por desintegrarse antes. Suponían un peligro para la autoridad Imperial, pero significaban una garantía para el control del territorio bajo el manto de Roma. El fin de la edad de oro de Palmira Diocleciano construyó un campamento militar muy próximo a la ciudad, lo que la convirtió en una posición de defensa fronteriza como las muchas que se levantaron por la zona. En época cristiana, los bizantinos edificaron algunas iglesias sobre antiguas ruinas, pero la

La Palmira original, previa a la llegada de griegos y romanos, debía de ser una ciudad sin trama urbanística definida, una amalgama de viviendas e instalaciones vinculadas con su actividad principal: el comercio. Se trataba, por tanto, de una ciudad de tipo oriental, que fue adquiriendo poco a poco una fisonomía romana. En palabras de la escritora inglesa Vita Sackville-West: “Palmira es una beduina, que llora porque está vestida como una mujer romana” (1928). Este hecho es perceptible si observamos el trazado de su famosa vía columnada, que hace un ligero escorzo para adaptarse a la planta de la antigua ciudad. Otro factor reseñable es que, aunque Palmira presenta algunos edificios característicos de una ciudad romana, como el teatro, no dispone de otros que sí tienen el resto de urbes importantes: templos de culto imperial, anfiteatro, gimnasio o baños, aunque Diocleciano construyó unas termas ya en el ocaso de la urbe. Esta peculiaridad puede deberse al mayor peso de la tradición local y helenística frente a la dominación romana, que debió de quedar más reducida al ámbito administrativo.

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Por otro lado, los templos más importantes estaban consagrados a tríadas de origen semítico, representadas con un estilo híbrido entre oriental y grecorromano: la de Bel-Aglibol-Yarhibol y la de Baalshamin-Aglibol-Malakbel. Esta manera de agrupar las divinidades recuerda a las tríadas sumerio-acadias y babilonias, de carácter astral, que muy posiblemente ejercieron una importante influencia sobre las gentes de la ciudad. Cabe recordar, en este sentido, que también existe en Palmira un templo consagrado al dios Nabu, de origen babilónico. Pero el panteón palmireno era amplio y complejo. A través de las abundantes inscripciones funerarias que nos ha dejado su necrópolis, conocemos también dedicaciones a las diosas árabes preislámicas Al-Lat –identificada con Minerva- y Manat, que junto con Al-Uzzaa, formaban una trinidad relacionada con la vida y la muerte. También encontramos inscripciones a Asthot (la diosa Astarté) y a Arsu y Azizu, divinizaciones del amanecer y anochecer de sexo masculino. Poco más sabemos, pues muchas de las dedicatorias son genéricas, como las que rezan al “dios bueno”, “señor del mundo”, “gran diosa” u otros semejantes. No faltan tampoco las representaciones mitológicas de origen griego, como el

Izquierda: exterior de la cella del templo de Bel. Foto: Zaid El-Hoiydi. Derecha: interior de la cella. Foto: Mar Moragues. Abajo: bajorelieve con una dedicatoria de Ba’alay a Bel, Baalshamin, Yarhibol y Aglibol.Fuente: Museum of Fine Arts, Lyon.

mosaico de Aquiles en Skyros, de la llamada “casa de Aquiles”, conservado en el Museo de Palmira o la representación de Casiopea en la casa del mismo nombre, que ahora se conserva en el Museo Nacional de Damasco. Todo ello es una muestra evidente del hervidero cultural, mezcla de gentes de diversos orígenes, que la actividad comercial aportó a la ciudad. Como ejemplo, basta con analizar el nombre del propio Vabalato, hijo de Zenobia, para desentrañar esta maraña: Lucius Iulius Aurelius Septimius Vaballathus Athenodorus, los primeros nombres son romanos, Vaballathus viene del árabe Wahb Allat (regalo de la diosa Al-lat) y Athenodorus, del griego (nombre relativo a la diosa Atenea). El templo de Bel Bel era la divinidad más importante de Palmira, de ahí que el templo en el que se le rendía culto fuera el de mayor tamaño. Fue erigido en el año 32 d.C. sobre una colina muy estratificada, en la que se han localizado los restos más antiguos de la ciudad, que se remontan al tercer milenio. Bajo el templo hubo un “primer templo de Bel” y luego un “templo helenístico”, de los que no se ha conservado nada.

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pavimentada hay un podio sobre el que se ubica la cella, que está rodeada por completo de columnas corintias, interrumpidas para abrir el acceso que a través de una escalinata procede del exterior. Dentro de la cella hay sendos adyton, al norte y al sur, en los que se rendía culto probablemente a otras divinidades. En este lugar se encontró una representación en bajorrelieve de los siete planetas conocidos y de las constelaciones del zodiaco, así como una representación de camellos y mujeres. La cella está iluminada por sendas ventanas que se abren en la parte alta de los muros que la delimitan. En las esquinas del edificio se ubicaron escaleras que conducían a las terrazas. También se conserva una rampa, probablemente a través de la que se conducían los animales que iban a ser sacrificados. El exterior estaba rematado por una cornisa de formas triangulares, de tipo oriental, algunas de las cuales se conservaban hasta la actualidad. El templo fue fortificado y convertido en mezquita en el período islámico, lo que permitió que se mantuviera en un gran estado de conservación.

Tríada que representa a Baalshamin (centro), acompañado por Aglibol (izquierda) y Malakbel (derecha). Divinidades orientales con indumentaria militar de inspiración romana y reminiscencias astrales babilónicas. Fuente: Museo del Louvre.

El edificio es una síntesis de estilo oriental y grecorromano. Está rodeado por una serie de pórticos y es de forma rectangular. Se alza sobre una base pavimentada, rodeado por una larga pared, de 205 metros de longitud, con un propileo. En el centro de la base

De origen semítico, Bel –el Señor o el Amo- aparece casi siempre acompañado por Aglibol y Yarhibol. A Aglibol se le representa como un joven coronado por un disco solar y un creciente lunar. Esta iconografía ha hecho pensar a los estudiosos que se trata de un dios lunar. Su nombre significa “ternero de Bel”, por lo que el creciente lunar podría representar también a los cuernos del toro. Yarhibol aparece representado de una manera muy semejante, pero solamente con el disco radiado completo. Se ha considerado como divinidad solar, sin embargo, la etimología de su nombre presenta un problema. La raíz yarh es el apelativo sirio de la luna, por lo que podría tratarse de un dios lunar en vez de solar. Juan Antonio Belmonte, investigador del Instituto Astrofísico de Canarias y arqueoastrónomo, ha planteado la interesante posibilidad

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de que estemos ante una trinidad y no ante una tríada. Los tres dioses serían diferentes manifestaciones de una misma divinidad, el gran dios lunar árabe. Bel podría ser la forma abstracta de la divinidad; Aglibol, en su fase de luna nueva y Yarhibol en su fase de plenilunio. Estamos acostumbrados a considerar el disco radiado como el sol, pero la luna también genera luz y fue representada como tal en algunos discos de la tradición “megalítica” (Belmonte, 1999). El templo de Bel está orientado según los cuatro puntos cardinales pero con la puerta principal de acceso abierta hacia el oeste. Es el único templo que tiene esta orientación, pues los de Al-lat o Baalshamin están orientados al sol naciente. El templo de Baalshamin Baalshamin era el “Señor de los cielos”, dios de origen cananeo identificado con Zeus por los griegos. En algunos ciclos míticos fenicios, Baal aparece relacionado con la lluvia y la vegetación, por ejemplo en el mito de Baal, Aliyan y Mot, que explica el ciclo agrícola o el mito en el que Baal caza a los ugarim, o demonios devoradores de cuernos y rabos, que explica cómo la lluvia triunfa sobre la sequedad del desierto y acaba generando los oasis. No debería extrañarnos, pues, que el culto de Baalshamin pueda tener relación en el contexto palmireno con la importancia que para la población tenía el oasis de Efca. Aparece, como Bel, acompañado de otros dos dioses. De nuevo Aglibol, lunar; y Malakbel, un dios de la vegetación y la fertilidad solarizado. Su templo es uno de los mejor conservados de Palmira, erigido en el siglo II d.C., tal y como indica una inscripción del año 131 dedicada por el senado de Palmira a su benefactor, un oficial palmireno llamado Agripa. Está flanqueado por un extenso pórtico Foto superior: Vista exterior del templo de Baalshamin, con el pórtico que rodeaba la cella. Foto: Nacho San Marcos. Foto inferior: evocadora imagen del interior del templo. Foto: Mar Moragues. Izquierda: panorámica de las ruinas. Autor: Zaid El-Hoiydi.

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Izquierda arriba: arco monumental / derecha arriba: vista general de la vía columnada con el templo de Bel al fondo. Izquierda abajo: Tetrapylon / derecha abajo: dovela del arco ligeramente desplazada. Fotos: Nacho San Marcos (1989).

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de columnas de orden corintio. La cella está precedida por un pronaos de cuatro columnas del mismo orden, con estilizados acantos de influencia egipcia. Sus muros están decorados con pilastras. El interior presenta tres capillas formadas por elegantes columnas de fuste estriado y capiteles corintios dispuestas a modo de exedra. Se ilumina por dos ventanas abiertas en los muros. En época cristiana, fue utilizado como iglesia.

aguantan el equilibrio de los siglos de una forma frágil, aunque cautivadora. El tetrapylon marcaba la unión de las dos vías principales. Está formado por cuatro pabellones de columnas de granito rosa erigidas sobre un podio, dentro de los cuales se elevaba una estatua. Solamente una de las columnas es original, el resto está reconstruido.

El templo de Nabu El templo de Nabu se asienta sobre un podio de grandes sillares. Solo se conservan las columnas que rodeaban la cella rectangular. Estaba consagrado al dios babilonio de la escritura y la sabiduría, Nabu, patrón de los escribas, que los griegos identificaron posteriormente con Apolo, pero también con Hermes, pues la astrología tardía de Babilonia atribuyó a este dios el planeta Mercurio. La vía columnada La vía columnada es uno de los iconos de Palmira. Desde la lejanía, el bosque de columnas parece emular al bosque de palmeras del oasis cercano. Se prolonga más de un kilómetro y realiza un ligero escorzo para adaptarse al entramado urbano, que cruza de este a oeste. Cuenta con más de 200 columnas corintias que conservan las peanas de las estatuas de quienes las sufragaron, según las inscripciones en griego y palmireno. Originalmente estaba porticada. El arco monumental y el tetrapylon La planta triangular del arco monumental le permite orientar la vía columnada hacia el templo de Bel. Está decorado con relieves de formas vegetales. Las dovelas están ligeramente desplazadas, pero

Templo de Nabu. Foto: Mar Moragues

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Escena del teatro de Palmira. Conservada en fabuloso estado. Foto: Zaid El-Hoiydi

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El teatro

La plaza oval

El grado de conservación del teatro es excepcional. Permanecen todos los nichos y columnas originales de la escena. Los asientos – cavea- están separados del espacio escénico –orchestra- por una barrera de losas verticales. Al parecer, quedó inacabado.

Solo queda un tramo de columnas con capiteles corintios en forma de arco y enlazaba la vía columnada con una de las puertas de la ciudad. A su lado se levantó el campamento de Diocleciano. Las columnas estaban unidas por un arquitrabe decorado con refinadas cenefas y recuerda, salvando las distancias, las plazas ovales de ciudades como Gerasa, Jordania. Otros edificios En Palmira se encuentran también los restos del Senado, que dispone de un pequeño patio peristilado al lado de los asientos de los senadores y se encuentra próximo al teatro. También allí se encuentra el Ágora, lugar de reunión, centro de la vida pública, que estaba decorado con estatuas. Próximo a uno de los lados de la vía columnada se encuentran las Termas de Diocleciano y un ninfeo. Son reconocibles por las cuatro columnas de granito rosa traído de Egipto que aún se alzan en pie. Contaba con las tres salas típicas de estas instalaciones: caldarium, tepidarium y frigidarium. De esta época es también el conocido como Campo de Diocleciano, un fuerte romano donde destaca el Templo de los estandartes, el lugar donde se custodiaban las insignias y los estandartes. Fue levantado por el gobernador de Siria, Sosianus Hierocles, en el mismo lugar sobre el que se alzaba el palacio de Zenobia. Las necrópolis

Termas de Diocleciano, situadas en la zona del llamado Campo de Diocleciano, muy probablemente sobre el antiguo emplazamiento del palacio de Zenobia. Foto: Nacho San Marcos (1989)

Existen cuatro grandes áreas de tumbas en Palmira: las del sureste, las del suroeste, las del noroeste y las del conocido Valle de las Tumbas.

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Arriba: vista general del valle de las tumbas. Derecha vertical: tumba-torre de Elhabel. Autor: Nacho San Marcos (1989). Planta del hipogeo de Yarhai, uno de los más importantes de Palmira. Foto: DGAM.

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El valle de las Tumbas, el más conocido, está formado por tumbastorre e hipogeos, que son auténticos mausoleos que podían acoger a cientos de difuntos. Los interiores acumulan una gran cantidad de obras de arte, pues están decorados con pinturas, relieves y estatuas de los muertos. Estas obras están a medio camino entre el realismo romano y la idealización asiática. La primera familia enterrada solía representarse en un gran grupo escultórico, con el padre y la madre reclinados sobre un diván y los hijos de pie, detrás. El resto de miembros de la familia iban colocándose en nichos decorados con sus bustos, lo que cubría las paredes al completo, al estilo de una galería de retratos. La torre de Elhabel es la de mayor altura. Se compone de tres plantas. Su interior está decorada con elegantes pilastras coronadas por capiteles corintios. En los espacios entre pilastras se abren los nichos con los bustos de los miembros de la familia que reposa allí para siempre. Dada la envergadura del enterramiento, la tumba parece pertenecer una rica familia de la ciudad. Las otras tumbastorre son las de Kithoth, Iamliku y Atenatán, todas ellas de estructura semejante a la de Elhabel, pero de dimensiones más reducidas. Entro los hipogeos más destacados destaca, por ejemplo, el de los Tres Hermanos, que cuenta con más de 400 enterramientos y su decoración recrea escenas de la Ilíada. Se trata de uno de los enterramientos con la decoración pictórica más hermosa de la ciudad. En el área sureste destaca la tumba de Artaban, un hipogeo formado por una gran galería subterránea adornada por pilastras y

Decoración interior de la tumba de Yarhai, actualmente en el Museo Nacional de Damasco. Se observa la acumulación de bustos de los miembros del linaje que yacía enterrado en este hipogeo. Foto: DGAM 2004.

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estructurada en nichos de diferentes tamaños en los que se alojaban los bustos de los fallecidos. En esta zona se encuentra también la tumba de Tybul, de las mismas características que la anterior. En ella se halló un hermoso busto de una mujer palmirena que fue expoliado y posteriormente recuperado por las autoridades sirias. Otra tumba de esta zona es la tumba de Ibn Bulha Nabushori, que mandó construir en el año 88 para él y sus hijos. Una de las tumbas más grandes es la de Yarhai, cuya decoración fue trasladada, en parte, al Museo Nacional de Damasco cuando la tumba fue reconstruida en los años 30.

Arriba: otro detalle de la tumba de Yarhai. Foto: DGAM 2004. Izquierda, parte superior: interior de la tumba de los Tres Hermanos. Foto: DGAM 2004. Derecha, parte inferior: relieve funerario palmireno conservado en el MET de Nueva York. Foto: MET

Interior de la tumba de los Tres Hermanos. Foto: DGAM 2004.

IN MEMORIAM KHALED AL-ASAAD (1932-2015)

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