Otra vuelta de tuerca. Saberes locales y asimetría centroperiferia en la historia de la ciencia

August 31, 2017 | Autor: Javier Dosil | Categoría: History of Science, Social Epistemology, Historia, Historia de la Ciencia, Teoría de la Historia
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Descripción

E N C U E N T R O S

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El norte de México y la historia regional Homenaje a Ignacio del Río MARCO ANTONIO LANDAVAZO EDITH GONZÁLEZ CRUZ DENÍ TREJO BARAJAS Coordinadores

U NIVER S I DAD M I C H OAC A NA D E S A N NI C OL Á S D E H I DA LG O UN IVE R S I DAD NAC I ONA L AU TÓNOM A D E MÉXI CO UN IVE R S I DAD AU TÓNOM A D E B A J A C A L I F OR N I A SUR

EL NORTE DE MÉXICO Y LA HISTORIA REGIONAL HOMENAJE A IGNACIO DEL RÍO

UNIVERSIDAD MICHOACANA DE SAN NICOLÁS DE HIDALGO Dr. José Gerardo Tinoco Ruiz Rector Dr. Marco Antonio Landavazo Director del Instituto de Investigaciones Históricas

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO Dr. José Narro Robles Rector

Dra. Ana Carolina Ibarra Directora del Instituto de Investigaciones Históricas

UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BAJA CALIFORNIA SUR Mtro. Gustavo Rodolfo Cruz Chávez Rector

Dr. Gabriel Rovira Vázquez Jefe del Departamento de Humanidades

El norte de México y la historia regional. Homenaje a Ignacio del Río

Marco Antonio Landavazo Edith González Cruz Dení Trejo Barajas COORDINADORES

Encuentros 18

UNIVERSIDAD MICHOACANA DE SAN NICOLÁS DE HIDALGO Instituto de Investigaciones Históricas UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO Instituto de Investigaciones Históricas UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BAJA CALIFORNIA SUR Departamento de Humanidades Morelia~ La Paz, México • 2014

F1314 N67 2014

El norte de México y la historia regional : Homenaje a Ignacio del Río / Marco Antonio Landavazo, Edith González Cruz, Dení Trejo Barajas, —Coordinadores, Morelia, Michoacán de Ocampo, México : La Paz, BCS : UMSNH, Instituto de Investigaciones Históricas : UNAM, Instituto de —Investigaciones Históricas : UABCS, Departamento de Humanidades, 2014. (Colección Encuentros ; 18) 397 p. : il. , map. ; 22 cm. Incluye bibliografía e índice ISBN 978-607-424-504-2 1.- Norte de México – Historiografía – Siglo XVI-XX 2.- Norte de México – Historia – Conquista 1517-1821 3.- Arqueología – Historia – Norte de México 4.- Jesuítas – Historia – Norte de México

Este libro fue evaluado por pares académicos en los meses de junio y julio de 2014,a solicitud del Consejo Editorial del Instituto de Investigaciones Históricas de la UniversidadMichoacana de San Nicolás de Hidalgo, entidad que resguarda los dictámenes correspondientes. Primera edición: 2014 Morelia, Michoacán, México © D.R. Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Instituto de Investigaciones Históricas. Edificio C-1, Ciudad Universitaria, 58090 Morelia, Michoacán, México. http://www.iih.umich.mx/ © D.R. Universidad Nacional Autónoma de México Instituto de Investigaciones Históricas Ciudad Universitaria, 04510, México, D.F. +52 (55) 5622-7518 www.historicas.unam.mx © D.R. Universidad Autónoma de Baja California Sur Carretera al Sur KM 5.5., Apartado Postal 19-,B, C.P. 23080, La Paz Baja California Sur, México. Departamento de Humanidades, Edificio V, Teléfono 612 12 3 88 00, ext. 3300 http://www.uabcs.mx/ Diseño editorial: Itzel Álvarez. Formación de portada: Liliana Díaz Lomelí Formación de interiores: Hugo Silva Bedolla Ilustración: Corrección de estilo y cuidado de la edición: ISBN. 978-607-424-504-2 Impreso y hecho en México Printed and made in Mexico

SUMARIO

Introducción





















































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PRIMERA PARTE HISTORIA REGIONAL, HISTORIA EN CONSTRUCCIÓN Defensa de la historia regional Ignacio del Río ○





































Historia regional en perspectiva historiográfica Evelia Trejo ○

































































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35

Teorías, métodos y aportes de la historia regional en México en el último tercio del siglo XX Gerardo Sánchez Díaz

53

La historia regional en México: consideraciones sobre su importancia y actualidad en la investigación y la enseñanza Dení Trejo Barajas

73

Otra vuelta de tuerca. Saberes locales y asimetría centroperiferia en la historia de la ciencia Javier Dosil

93















































































































































Tres generaciones de historiadores regionales mexicanos en el siglo XX Álvaro Matute 113 ○

















































SEGUNDA PARTE HISTORIA, PASIÓN Y VOCACIÓN: DOS TESTIMONIOS Tras los pasos de un joven bracero. Ignacio del Río y sus aventuras como espalda mojada Aidé Grijalva 131 ○



















































Ignacio del Río: una vida para la Historia Patricia Osante y Carrera ○





































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TERCERA PARTE INSTITUCIONES, IDENTIDAD Y CULTURA EN EL NORTE NOVOHISPANO La cultura material del Norte antiguo de México en las fuentes etnohistóricas: etnografía y arqueología de nómadas y sedentarios bajo la sombra de la monumentalidad mesoamericana Francisco Mendiola Galván

173

La construcción de las identidades de conquistadores y conquistados como base para la fundación de instituciones en el norte novohispano Rosa Elba Rodríguez Tomp

193

Misión y conquista en el noroeste novohispano, siglos XVI-XVIII Bernd Hausberger

213

Desintegración y desmantelamiento del sistema jesuítico misional en el noroeste novohispano, 1767-1793 José de la Cruz Pacheco Rojas

243

























































































































































CUARTA PARTE LA CONSTRUCCIÓN REGIONAL Y NACIONAL: DE LA INDEPENDENCIA A LA REVOLUCIÓN EN EL NOROESTE DE MÉXICO La incorporación de la Baja California a la primera República Federal mexicana Marco Antonio Landavazo ○



































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Sonora, la “colonización soñada”:¿un remedio para los males económicos? (1820-1850)* Juan Manuel Romero Gil

303

La forja de instituciones sociales en la Sonora decimonónica: la Iglesia católica Dora Elvia Enríquez

327

Políticas sanitarias en el Distrito Sur de la Baja California durante el régimen porfiriano Ignacio Rivas Hernández

351

La municipalidad de La Paz a través de los censos de 1900 y 1910 Edith González Cruz

375





































































































































































EL NORTE DE MÉXICO Y LA HISTORIA REGIONAL. HOMENAJE A IGNACIO DEL RÍO

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INTRODUCCIÓN

* La historiografía regional mexicana tanto como la del Norte de México tienen en Ignacio del Río a uno de sus exponentes más relevantes. Sus primeros estudios sobre los procesos de aculturación y sobre el régimen jesuítico en la antigua California, sus trabajos posteriores sobre José de Gálvez y sobre las reformas borbónicas y su impacto en el noroeste, los diversos estudios sobre Sonora y Sinaloa, y las últimas investigaciones sobre el comercio transfronterizo en el norte mexicano, lo convirtieron en un conocedor incomparable de esa amplia zona del país. Sus reflexiones sobre la historia regional enriquecieron, por otro lado, su visión y su práctica historiográficas. El doctor del Río fue también un generoso maestro, un formador de historiadores y un incansable promotor de iniciativas académicas, editoriales y culturales. Entre estas últimas destacan quizás el Seminario de Historia Regional y los programas de Licenciatura en Historia, Maestría y Doctorado que tuvieron su sede en la Universidad Autónoma de Baja California Sur, en la ciudad de La Paz, su tierra de adopción. Nacho fue igualmente, quizás ante todo, un amigo entrañable. Vivió setenta y siete años de una vida plena, llena de experiencias diversas que le permitieron ir construyéndose como persona sensible –era un lector insaciable, que escribía poesía y tocaba la guitarra interpretando sus propias composiciones– y comprometida con su realidad –no sólo observaba el mundo cómodamente desde su cubículo, sino que reflexionaba, pensaba los problemas y trataba de asumir posturas frente a ellos. Por otra parte, todos los que pasaron por su aula, por su cubículo o por su asesoría como director de tesis, conocieron de su alto sentido de responsabilidad académica a la vez de su generosidad. Fue un historiador destacado, que supo plantear con claridad efectiva los problemas que le interesaba discutir, ya fuera en clase, en conferencias, en presentaciones de libros, pero principalmente en sus textos. El lenguaje que utilizaba era claro, llano, sin circunloquios excesivos ni florituras, pero siempre ameno e inteligente, 11

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nunca carente de ideas, argumentos y propuestas, de manera que al leerle o escucharle uno siempre sentía que había aprendido algo nuevo, que facilitaba la reflexión y orillaba a pensar los propios problemas de la investigación histórica. Por esas razones, la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, la Universidad Autónoma de Baja California Sur, el Archivo Histórico Pablo L. Martínez, con el apoyo invaluable de su Alma mater, la Universidad Nacional Autónoma de México, organizaron en mayo del 2013 un coloquio en su homenaje, en el que participaron muchos de sus amigos, colegas y discípulos. Los organizadores quisimos aprovechar la ocasión de la residencia de Nacho en La Paz, comisionado por la UNAM para colaborar en un proyecto de postgrado del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Michoacana con el apoyo de diversas instituciones educativas sudcalifornianas. Desde luego que hubo necesidad de convencerlo, reticente como era a homenajes y reconocimientos formales. Aceptó finalmente, e incluso confirmó que participaría con una conferencia magistral que cerraría los trabajos del coloquio. Desafortunadamente su salud se quebrantó gravemente pocos días antes del evento, de manera que tuvo que encargar la lectura de su conferencia a Jorge Amao, su antiguo alumno en la licenciatura en Historia de la UNAM y uno de sus grandes amigos, además de reconocido historiador. Aunque ponentes y asistentes celebramos el Coloquio, sus aportes y debates, sentimos con tristeza y preocupación la ausencia de Nacho. Luego del Encuentro, Nacho pasó de la gravedad a una esperanzadora recuperación, que incluso permitió, a quienes pudimos visitarlo en su arbolada casa de La Paz, disfrutar como siempre sus amenas charlas, que iban inevitablemente de los males del cuerpo al estado de nuestras investigaciones, la situación de nuestras instituciones y los temas históricos de su interés. A pesar de esa mejoría, que le permitió reescribir su conferencia para entregarla en tiempo y forma a los editores de este libro, sufrió meses después una recaída y falleció el 9 de junio de 2014. ** Este libro se integra por la mayoría de las ponencias ahí presentadas, que sus autores revisaron y corrigieron. Se ocupan en su con12

INTRODUCCIÓN

junto por los dos grandes temas que atraparon el interés de Nacho: el Norte de México en la época colonial y el siglo XIX y la historia regional, y se complementan con dos testimonios personales sobre el hombre. De modo que hemos organizado el libro en cuatro partes: la primera dedicada a la teoría, la práctica, la enseñanza y la historiografía de la historia regional. La segunda a los testimonios. La tercera a la historia del norte novohispano. Y la cuarta y última a la historia norteña del siglo XIX. En la primera de esas partes, que hemos titulado Historia regional, historia en construcción, el lector podrá encontrar seis trabajos que giran en torno a dos ejes: el de la construcción de la historiografía regional profesional y los problemas que ha enfrentado, no sólo para su reconocimiento en el ámbito profesional sino para aclarar cómo se construye lo regional; y el de los problemas del conocimiento histórico profesional encerrado en la academia, puesto en jaque por otras formas de conocimiento alternativo, que si bien en algún momento estuvieron representadas por las historias locales y regionales, con su incorporación al saber científico occidental habrían dejado de lado sus características propias y su posibilidad de hacerse escuchar como un saber paralelo al científico. Con su expresiva y sencilla pluma, Ignacio del Río abre el libro e ilumina —con sus reflexiones claras, matizadas y abiertas, producto de la madurez y el amor a su profesión— lo que es la historia regional, su validez y la necesidad de que siga practicándose. Aunque el título, “Defensa de la Historia regional”, parece aguerrido, lo cierto es que es un discurso bien elaborado en el que podemos encontrar razones muy bien expuestas que permiten valorar lo que es la historia, en general, y la regional, en particular. Por ejemplo, para sólo destacar algunos de los asuntos que toca, habla de la multidisciplinariedad de los procedimientos del historiador, lo que lo lleva a disponer de una variedad de recursos teóricos, metodológicos o puramente técnicos; asume por otra parte que la historia regional comparte teorías y métodos con otras historias calificadas pues ninguna posee ningún fundamento teórico exclusivo; entiende, por lo tanto, que la historia regional estudia lo mismo que las otras, pero “a través de una ventana abierta ex profeso: la región”. Este mirador permite, dice del Río, “establecer una pla13

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taforma de observación que permita examinar el proceso histórico global en el doble plano de lo regional y lo suprarregional”. No está demás decir que en los momentos actuales de poderosas fuerzas que tienden a homogeneizar la vida y el conocimiento, el trabajo de Ignacio del Río se convierte en una especie de mensaje póstumo para practicantes y no practicantes de la historia regional, pues vislumbra y afirma la necesidad de “entender y explicar el proceso histórico nacional en su variedad y en sus múltiples formas de articulación”. Evelia Trejo, en “Historia regional en perspectiva historiográfica”, hace una interesante disquisición historiográfica que le lleva a reflexionar sobre la paradoja surgida a partir de que las historias locales y regionales pasaron finalmente a formar parte de la historiografía científica y académica, en la segunda mitad del siglo XX, pero perdiendo en el camino algo de lo propio e interno que las caracterizaba, como expresiones quizá de sentires y decires pueblerinos, para subsumirse en el aparato crítico y metodológico que caracteriza a la primera, la científica, que se erige en dominante. Se pregunta entonces por las funciones de la historia, la local y la regional en particular, que al perder lo propio para querer encontrar las verdades asépticas de la ciencia estarían olvidando otras funciones que no carecen de valor e importancia en el plano subjetivo, orientador y por lo tanto, apuntamos nosotros, garante posiblemente de la reproducción de esas sociedades. El erudito artículo de Gerardo Sánchez Díaz, “Teorías, métodos y aportes de la historia regional en México en el último tercio del siglo XX”, es una meticulosa descripción de las propuestas que surgieron y se constituyeron como historiografía regional contemporánea en diferentes latitudes del país, a partir de la década de los sesenta del siglo XX. Relaciona este hecho con los procesos de institucionalización de la disciplina de la Historia en centros de investigación e instituciones universitarias dentro y fuera de la capital, en la organización de eventos académicos en los que se propuso la discusión de los planteamientos que al respecto hicieron los historiadores de lo regional y en la publicación de obras que marcaron el rumbo de la discusión historiográfica mexicana. En su artículo, “La historia regional en México: consideraciones sobre su importancia y actualidad en la investigación y la enseñan14

INTRODUCCIÓN

za”, Dení Trejo nos incita por su parte a revalorar la historia regional como una opción en la investigación y enseñanza profesional de la historia, siempre y cuando se piense con detenimiento, dice la autora, en que la región no es en sí misma el objeto de estudio sino el producto de la investigación de relaciones sociales específicas. Luego de observar el contexto de desarrollo de la historiografía regional en el medio universitario mexicano de la segunda mitad del siglo XX, se avoca al análisis del tipo de espacialidad regional que construye Ignacio del Río en algunas de sus obras. “Otra vuelta de tuerca. Saberes locales y la asimetría centroperiferia en la historia de la ciencia” de Javier Dosiles un provocativo e interesante ensayo que pone en evidencia a la historia de la ciencia como un conocimiento que ha sacrificado su libertad para asumir las formas del saber impuestas por la ciencia occidental, como un conocimiento que se pretende absoluto y dispensador de la verdad y cuya característica principal es el ocultamiento del sujeto que enuncia y por lo tanto de sus implicaciones ideológicas. En su cuestionamiento del poder universalista del conocimiento científico creado por occidente pone al descubierto de qué manera los saberes locales han subsistido y resistido al dominio de aquél. En el último artículo de esta sección, Álvaro Matute hace un seguimiento de la cátedra Provincias Internas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, como expresión del desarrollo que tuvo la historiografía regional, a través de los profesores que le dieron sustento: Vito Alessio Robles, Jorge Gurría e Ignacio del Río. Al escudriñar en la trayectoria de esos maestros, Matute nos permite entrever cómo se fueron estructurando los estudios históricos regionales desde los años cuarenta, cuando Alessio Robles, alejándose de los vaivenes y peligros de la política de ese entonces, se encaminó hacia la profesión de historiador interesado en el noreste de México, en particular de la zona (Coahuila y Texas) que en tiempos borbónicos fue parte de la amplia región designada como Provincias Internas; en su cátedra, como dice Matute, propició tempranamente la observación de lo regional “con ese matiz independiente de las visiones de la historia de México como si ésta fuera unívoca.” Heredero de la cátedra de Alessio Robles, Matute nos hace conocer el camino profesional seguido por el erudito Jorge Gurría 15

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Lacroix, que se enfiló más que hacia la historia regional a su cercana disciplina de la Geografía Histórica de México, razón por la que la cátedra de Provincias Internas recuperaría su sello de historia regional, y una enseñanza basada ahora en la investigación de los temas del noroeste de México y el sur de los Estados Unidos, hasta que la retomara Ignacio del Río, con su magistral desempeño como docente, en los años setenta. La segunda parte del libro recoge dos testimonios sobre la vida de Ignacio del Río. El primero, debido a la pluma de Aidé Grijalva, historiadora bajacaliforniana interesada en recoger testimonios orales de migrantes a Estados Unidos y que en este trabajo nos descubre una parte de la vida de Ignacio del Río como joven migrante ilegal en los años cincuenta. La memoria del historiador es rica y Grijalva selecciona muy bien testimonios y anécdotas, de manera que podemos descubrir con ella no sólo al individuo sino también los ambientes y las dificultades enfrentadas por niños y jóvenes que se aventuraron en esos años a recorrer los caminos del norte de México y el sur de los Estados Unidos. Nos seduce la idea de que esos caminos andados por el niño-joven prefiguran de algún modo los lugares y configuraciones regionales que luego serían tema de estudios del historiador. Y en efecto, en el recorrido que hace Patricia Osante por el Ignacio del Río investigador, es posible advertir que sus principales obras se centraron en el noroeste novohispano y mexicano. Nos recuerda también la autora no sólo al investigador acucioso y seriamente comprometido con su labor, sino al colega y maestro siempre dispuesto a la charla amena, al diálogo y al apoyo, el cual extendió a colegas y estudiantes de diversas universidades del país y del noroeste en particular. La tercera parte está dedicada al norte novohispano, quizás la época que atrapó con más fuerza la atención de Ignacio. El primero de los trabajos es el de Francisco Mendiola, “La cultura material del Norte antiguo de México en las fuentes etnohistóricas”, que ofrece una visión crítica del concepto de monumentalidad asociado a las culturas mesoamericanas, que se volvió un espejo en el cual se reflejaron, deformándose, las culturas norteñas. Como observa el autor, la idea de cultura material se volvió determinante para establecer una relación causal entre civilización y 16

INTRODUCCIÓN

monumentalidad, de modo que la ausencia de ésta se volvió sinónimo de barbarie. Así, a partir del análisis de algunas fuentes etnohistóricas e históricas de la época colonial y del siglo XIX, Mendiola nos muestra la manera en que la monumentalidad mesoamericana “atrapó” a historiadores y cronistas y los llevó a edificar su apología, al mismo tiempo que tendió una sombra sobre los grupos nómadas y semi-nómadas del norte, caracterizados como salvajes e incivilizados. El texto de Rosa Elba Rodríguez Tomp, “La construcción de las identidades de conquistadores y conquistados como base para la fundación de instituciones en el norte novohispano”, se hermana de algún modo con el anterior, pues al ocuparse de la construcción de los sujetos históricos en el proceso de conquista y aculturación en el norte de la Nueva España, observa la manera en que las identidades de los pueblos originarios de esa amplia franja del país estuvieron signadas por las nociones de barbarie y salvajismo. En la medida en que los conquistadores de Tenochtitlan avanzaban sobre los territorios del Septentrión, señala la autora, el encuentro con los cazadores-recolectores, sobre todo de la península de Baja California, significó una nueva construcción de alteridades en la que la diferencia entre conquistadores y conquistados se hizo abismal, mayor aún que la que había con las civilizaciones mesoamericanas. Por otro lado, nos dice Rodríguez Tomp, la idea del norte como una frontera inhóspita y peligrosa aunada a la existencia de indios no sumisos, durante el siglo XIX, fueron factores que contribuyeron en la forja de las peculiares instituciones constituidas para dominar y apropiarse de amplios espacios de la geografía norteña desde el siglo XVI hasta el presente. Bernd Hausberger y José de la Cruz Pacheco Rojas se ocupan, cada uno por su lado, de uno de los temas más caros para Nacho: el de la presencia y labor misionera en el norte novohispano. En el trabajo del primero se describe precisamente el avance jesuita en el noroeste, como un proceso fruto de la propia experiencia, hecha de problemas concretos, aunque no exento de influencias también ideológicas y discursivas que la impulsaron, sobre todo las del universalismo monoteísta-católico. Los padres ignacianos, nos dice el autor, sabían que la evangelización de los indígenas debía proporcionar algún beneficio real para gozar del apoyo laico. Se esta17

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bleció entonces una alianza con la Corona y con los colonos, que aseguró a los jesuitas el apoyo militar y facilitó a aquellos la explotación de las minas, lo que a la vez permitió a los religiosos hacerse de fuentes de financiamiento. La misión, de esta suerte, terminó por ser un instrumento de expansión colonial. Ciertamente los indígenas no tomaron una actitud pasiva frente a la imposición de que fueron objeto, sino que reaccionaron de forma muy variada, a veces guiados por la esperanza de poder instrumentalizar a los españoles en favor de sus propios intereses. Sin embargo, no pudieron a la postre evitar la sumisión, aunque sus formas de resistencia hayan marcado las sociedades coloniales y postcoloniales aun hasta hoy. Así, aunque se pondere altamente la labor misionera, no debe minimizarse el carácter altamente represivo de la evangelización jesuítica, nos dice Hausberger, al menos en el caso novohispano. En esa misma línea, el trabajo de Pacheco Rojas se ocupa de lo que les ocurrió a los pueblos indígenas de la Nueva Vizcaya que estuvieron sujetos al sistema jesuítico misional después de la expulsión de los jesuitas, basado principalmente en los informes del gobernador Josef Fayni de 1773 y del primer intendente de Durango Felipe Díaz de Ortega de 1787. El autor busca con ello dar cuenta de los procesos de cambio ocurridos en los pueblos indígenas y de los proyectos generados por las autoridades civiles y eclesiásticas que condujeron al restablecimiento del sistema misional. En el primero de esos informes, el gobernador describe el estado material y espiritual que guardaba la población indígena de la provincia seis años después del extrañamiento de los jesuitas, para a partir de ello proponer un nuevo método de gobierno espiritual y temporal que mejorara las misiones y doctrinas de la región. En el segundo, el intendente formula una extensa relación de propuestas que serían ejecutadas durante su gobierno. Como observa el autor, se trataba, en todos esos proyectos, de revalorar la función religiosa, social y cultural del misionero como agente de cambio, pero en clave ilustrada: la religión católica era considerada necesaria para la domesticación de los gentiles pero también útil para el ejercicio del gobierno. La cuarta y última parte consta de cinco artículos dedicados a dos subregiones del Noroeste de México: Sonora y Baja California. 18

INTRODUCCIÓN

Dichos trabajos se inscriben en la temporalidad que corre durante el siglo XIX y primera década del XX y cuya temática se circunscribe al fomento de la colonización y a la forja de las instituciones políticas y sociales. En el primero de ellos, de Marco Antonio Landavazo, se analiza el proceso de integración del territorio de la Baja California al primer pacto federal mexicano, el de 1824. El autor lo hace a partir de la hipótesis manejada por varios autores según la cual las diferentes regiones que conformaban la Nueva España a finales el siglo XVIII y principios del XIX desarrollaron una notable capacidad de autogestión, que posibilitó a sus élites dirigentes para construir los mecanismos políticos y administrativos a través de los cuales llevar a cabo las tareas de gobierno. El tema arroja luz, por lo demás, no sólo sobre los orígenes y primer desarrollo del sistema federal en México sino sobre la manera particular en que regiones periféricas y marginales se relacionan política y administrativamente, en un periodo histórico de gestación nacional, con un poder central también en proceso de formación. El segundo texto, de la autoría de Juan Manuel Romero Gil, se da cuenta de los proyectos de colonización que impulsaron las elites de Sonora, entre 1820 y 1850, como sustento para el poblamiento, desarrollo económico y defensa de la región, que se veía asediada por las naciones autóctonas hostiles, pero también para frenar el manifiesto expansionismo ruso y anglosajón. Memorias, diarios e informes de la autoría de militares, clérigos, autoridades y comerciantes fueron el soporte del trabajo del autor, en el que advierte que las elites se identificaban con un espíritu liberal que implicaba el impulso del libre comercio y que los europeos se encargaran de la colonización del noroeste de México, pues partían de la idea de que era gente activa, inteligente, de mente libre y de perseverancia industriosa. Sin embargo, Romero Gil deja ver que todos los proyectos de la primera mitad del siglo XIX fueron un sueño y nada más, en la mente de los notables de la región, pero al mismo tiempo evidenciaron el protagonismo de éstos en la construcción del país en una zona periférica, como lo era Sonora. Dora Elvia Enríquez Licón, por su parte, nos obsequia una reflexión sobre el proceso de cambio que experimentaron las instituciones sociales en Sonora, a lo largo del siglo XIX, centrando su atención en la Iglesia católica en su forma diocesana, que nació a 19

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fines de la centuria del XVIII. La autora sostiene que, al igual que otras instituciones sociales, la eclesiástica adquirió características particulares en un escenario de frontera, pues funcionó en un contexto social propio de un esquema misional. De tal forma que en el transcurso del siglo XIX la iglesia católica vivió una situación crítica: por un lado, persistió el sistema misional porque aún se consideraba que era necesario para consolidar la frontera por su supuesta capacidad para mantener a los indios en sumisión; por otro, se advierte un sistema diocesano enclenque que no permitía el establecimiento de parroquias estables. No obstante, para el poder civil, la iglesia católica era considerada como un elemento de unión, ilustración y pacificación. Enriquez Licón concluye que fue durante el régimen porfiriano cuando la Diócesis de Sonora alcanzó su consolidación, como consecuencia de la política conciliadora de Díaz, el crecimiento demográfico y la prosperidad económica. El trabajo de Ignacio Rivas Hernández es un estudio sobre las políticas sanitarias en el Distrito Sur de la Baja California, durante la etapa porfiriana. Rivas Hernández afirma que, si bien desde la segunda mitad del siglo XVIII las autoridades se preocuparon por el cuidado de la salud de los habitantes, fue hasta la década de los setenta del siglo XIX cuando las autoridades territoriales comenzaron a definir una política sanitaria, que se concretó en la construcción de obras de saneamiento público, en la expedición de reglamentos sanitarios y en la transformación del sistema de atención médica. A ello contribuyeron la modernización de la economía y la presencia o el posible arribo de algunas epidemias a la región. Al final pero no al último, Edith González Cruz examina el movimiento de la población y sus componentes en la municipalidad de La Paz a través de los censos generales de 1895, 1900 y 1910; no sin antes hacer un recuento de esos procesos que permita al lector tener una imagen previa de ellos. Sustenta la idea de que el crecimiento demográfico y el carácter de su población están relacionados con el resurgimiento y auge de la minería en la municipalidad de San Antonio y las concesiones que el gobierno federal otorgó a nacionales y extranjeros para la pesquería y cultivo de perlas, así como para la explotación de las salinas; lo que impactó también en la consolidación del perfil comercial de la ciudad de La Paz, cabecera municipal y sede del poder distrital. 20

INTRODUCCIÓN

*** No sabemos si los textos que integran este volumen estarían a la altura de las exigencias del Dr. Del Río, y por desgracia ya no podremos saberlo. Pero sí estamos convencidos que los mueven el cariño y la gratitud, y el amor por la historia. Y eso, seguro que Nacho lo hubiese advertido. Como siempre, claro está, el lector es el último juez. Marco Antonio Landavazo Edith González Cruz Dení Trejo Barajas Morelia-La Paz, México Invierno del 2014

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PRIMERA PARTE HISTORIA REGIONAL, HISTORIA EN CONSTRUCCIÓN

EL NORTE DE MÉXICO Y LA HISTORIA REGIONAL. HOMENAJE A IGNACIO DEL RÍO

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DEFENSA DE LA HISTORIA REGIONAL

Ignacio del Río UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO INSTITUTO DE INVESTIGACIONES HISTÓRICAS

Voy a discurrir aquí en el ánimo de tratar de responder a dos importantes cuestiones: por qué es válida y por qué es necesaria la historia regional. La pertinencia de la segunda cuestión dependerá de la respuesta que demos a la primera. Ninguna de estas preguntas es ociosa, como veremos. Empiezo por decir que, hasta no hace mucho tiempo, en nuestro muy centralizado México la historia regional era vista comúnmente con menosprecio, sobre todo por parte de los historiadores profesionales, instalados normalmente en las instituciones académicas centrales del país. Ese menosprecio se aparejaba casi invariablemente con una sobreestimación de la historia que, con título de nacional, se escribía y publicaba en la ciudad de México. Frente a esa historia de gran angular propuesta como la historia que explicaba lo que a través de los siglos habíamos sido todos los mexicanos, se pensaba que la regional era una historia de lo subordinado, lo meramente replicante, lo intrascendente, lo soslayable; se la consideraba una historia de tono menor, cultivada en general por historiadores no profesionales, por meros aficionados cuya curiosidad histórica los llevaba a aplicarse a la compilación de datos recogidos al azar sin otro propósito que el de nutrir la memoria localista de sus respectivas comunidades. Hoy por hoy, pocos historiadores se animan a hablar de la historia regional como un trabajo de diletantes, cuando no de inocentes provincianos, pero cierto es que, aun en ámbitos académicos, no han faltado quienes sigan asignándole a esa historia un estatuto de elaboración discursiva de orden más bien menor y trascendencia irremediablemente limitada. Con un afán de franca descalificación se ha llegado a sostener que, por no contar con un sustento teórico-metodológico propio, eso que llamamos 25

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historia regional no pasa de ser una mera acumulación azarosa de datos, una práctica irremediablemente empirista que no rebasa lo artesanal; una seudodisciplina ajena al más elemental rigor científico, que no alcanza a tener el rango de las otras expresiones historiográficas con las que de manera improcedente se trata de igualar. Contrariamente a estos puntos de vista, yo pienso que hay sobradas razones para hablar con toda legitimidad de una historia susceptible de tener la más alta validez como disciplina historiográfica y que admita la calificación de regional, aunque sé que el tema pide ser en todo caso considerado con una prudente reserva y ánimo crítico porque se presta mucho a confusión. Es más: debemos hablar siempre con una prudente reserva y ánimo crítico de todas y cada una de las que llamaré “historias calificadas”, que son aquellas expresiones del hacer historiográfico cuya larga y siempre abierta nómina incluiría, aparte de la historia regional, especímenes como el de la historia económica, la historia cuantitativa, la historia serial, la historia de las mentalidades, la historia cultural, la microhistoria, la historia urbana, la geohistoria, la ecohistoria, la etnohistoria, la historia conceptualizante, la historia social, la historia rural, la historia demográfica, la historia de la vida cotidiana, la historia política, la historia diplomática, la historia de las ideas, la historia de las civilizaciones, la historia prosopográfica... Tengo que cortar aquí esta lista, que podría crecer más todavía, sobre todo si agregáramos variantes como las de clásica, decimonónica hecha hoy en día (vale decir, atrasada), nueva, novísima, con enfoque de género, comparada y no sé qué otras más. Pero antes de discutir si la calificación de regional aplicada a estudios históricos puede estar justificada, o en qué casos y con qué salvedades puede estarlo, conviene que nos preguntemos por la materia misma que se está calificando, por la historia sin calificaciones, sin adjetivos. Comúnmente aceptamos los historiadores —y por supuesto que no sólo nosotros— que todo lo que hace, dice, piensa, experimenta, padece, goza, emprende, logra, malogra, vive, pues, el hombre es historiable, esto es, puede ser objeto de una reconstrucción discursiva y de un análisis histórico. Tenemos además por cierto 26

DEFENSA DE LA HISTORIA REGIONAL

que todos los distintos aspectos de la vida humana, de la vida social del hombre, de la vida del hombre en sociedad, están relacionados entre sí en alguna forma y grado, que se influyen y condicionan unos a otros de modo tal que ninguno de ellos puede ser cabalmente comprendido si, con fines de estudio, se decide examinarlo abstrayéndolo por entero de su contexto histórico. Los historiadores podemos estudiar al hombre que produce bienes, que los hace circular o que los consume, pero no lo concebimos sino actuando en ámbitos sociales dados, nunca exentos de contradicciones; no lo podemos ver sino estrechado por marcos normativos e institucionales, respondiendo de alguna manera a su condición de animal político, portador siempre de una cultura establecida y, no obstante ello, dinámica; constreñido por factores del orden natural, pero también enfrentado a ellos, resistiéndolos o modificándolos; capaz de ser movido por resortes ideológicos y de obrar a veces aun en contra de sus propias conveniencias vitales, creador y destructor al mismo tiempo. Estas certezas hacen que el historiador, aun cuando se encuentre estudiando un proceso histórico particular —económico, social, político, ideológico o de la índole que sea—, tenga que lanzar su mirada indagatoria en todas las direcciones que su inteligencia y su malicia de investigador le indiquen. Los problemas de investigación que el historiador se plantea pueden y deben estar apoyados en formulaciones teóricas extraídas de las ciencias sociales; las explicaciones que propone, en cambio, no son —o no deben ser— autocontenidas, esto es, acotadas por alguna disciplina científica particular. El historiador que, por ejemplo, tratara de explicar los procesos económicos como si su curso y desarrollo obedeciera tan sólo a lo que pudiéramos llamar una “racionalidad económica” —que sería la racionalidad propuesta por la ciencia económica, o, más bien, por alguna de las expresiones de la ciencia económica— correría el riesgo de ofrecer explicaciones equívocas o insuficientes. No suelen bastarle al historiador las nociones de una sola de las ciencias sociales; necesita ver el conjunto de ellas como una reserva teórica disponible y, además, susceptible de ser enriquecida por la misma investigación histórica. Por eso bien podemos decir que los procedimientos del historiador son por definición 27

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multidisciplinarios y que, si en cierta medida son tributarios de las ciencias sociales, hay en ellos también un considerable grado de autonomía. Por lo demás, es de decirse que, cualesquiera que sean los problemas de investigación que el historiador pretenda resolver en cada uno de sus estudios, lo que él ha de contribuir a explicar es, en último análisis, el complejísimo y abigarrado proceso histórico global, tarea que tenemos que admitir que también han reclamado como suya algunas de las ciencias sociales, como la sociología o la antropología. Muchos son los caminos por los que transitan los historiadores para abordar la abrumadoramente complicada, vasta y fluente materia que estudian. Muchos y muy variados son también los aspectos de la vida de las sociedades humanas que suelen ser tomados por los historiadores como temas de estudio. Muchos, en fin, son los recursos teóricos, metodológicos o puramente técnicos que la gente de este oficio o profesión utiliza para tratar de avanzar en cada una de sus investigaciones. Y es precisamente esa pluralidad de direcciones, objetivos y procedimientos la que nos ha llevado a calificar las distintas modalidades del hacer historiográfico, a calificarlas con fines meramente de identificación, sin más propósito, digo yo, que el de señalar la común presencia de ciertos rasgos pretendidamente distintivos en algunos conjuntos de estudios históricos. Por supuesto que las calificaciones con las que tratamos de distinguir los haceres historiográficos de nuestro tiempo no constituyen ni una primaria conceptuación ni, mucho menos, una clasificación sistemática de éstos. En unos casos se ha calificado la historia para indicar de qué índole son los fenómenos tomados como objeto central de estudio, en otros para señalar el tipo de fuentes utilizadas, en otros para dar cuenta del uso determinante de ciertas técnicas, y en otros casos más para destacar el empleo de algún recurso metodológico particular como el de precisar la dimensión espacial de los procesos históricos para su mejor comprensión, según hacemos los practicantes de la historia regional. Elementos meramente descriptivos, las calificaciones no suponen en modo alguno una valoración de los estudios históricos a los que se aplican. Tampoco puede haber entre las historias califica28

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das una relación jerárquica ni hay entre ellas alguna que contenga o subsuma a todas las demás, ni siquiera la llamada “historia total”, que no es una historia plenamente factible sino algo así como la estrella polar hacia la que apuntan todas las historias calificadas, cada una de ellas con sus sesgos particulares. No es obligatorio para el historiador establecer de manera explícita el tipo de historia que se propone hacer con la investigación que tenga en curso. Sabe uno qué fenómenos está empeñado en estudiar, qué procedimientos tiene que emplear para tratar de resolver los problemas de investigación que se haya planteado, qué fuentes le proporcionan la información que requiere y qué técnicas especiales le es conveniente utilizar, pero no tiene uno por qué sentirse obligado a someterse a los cánones consagrados, si los hubiera, de alguna de las historias calificadas. Suele suceder que el investigador ni siquiera sepa cómo catalogar cada uno de los estudios que realiza y publica. Se pueden tener dudas a ese respecto, por ejemplo, cuando en el estudio de marras concurren de manera simultánea elementos de los que se consideran definitorios de varias de las historias calificadas o bien cuando esos elementos no se presentan en el estudio en un grado significativo. Puede ser también que falten totalmente elementos de adscripción ya reconocidos, de modo que el estudio no pueda ser puesto bajo el rubro de alguna de las historias calificadas que tengan entre nosotros carta de naturalización. Se da, en fin, el caso, y con mucha frecuencia por cierto, de que el menos interesado en calificar su trabajo sea el propio historiador, entre otras posibles razones porque esté convencido de que la calificación es una mera etiqueta identitaria que no tiene nada que ver con la solidez ni la posible trascendencia de la obra historiográfica resultante. Se ha dicho que la historia regional no existe como una disciplina con fundamento teórico-metodológico propio, y yo estoy enteramente de acuerdo con ese señalamiento: la historia regional no es ni puede ser una disciplina historiográfica discreta y autónoma, que encuentre su fundamento teórico-metodológico en alguna de las ciencias sociales en particular. Ninguna de las historias calificadas, tan numerosas y heterogéneas como hemos visto, es una disciplina de ese tipo; ninguna podría satisfacer la exigencia de poseer ese fundamento teórico-metodológico propio y exclusivo —subra29

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yo este último término: exclusivo— que nos autorizara a tenerla como una disciplina historiográfica particular con estatuto científico incuestionable. Se ha descalificado toda la historia regional sin distingo alguno porque se dice que no está dotada de un sustento teóricometodológico propio. Yo, por mi parte, considero más bien que la historia regional comparte teorías y métodos con las otras historias calificadas y que puede ser una opción de estudio tan válida como cualquiera de éstas, siempre que sea historia de buena factura. Digo, además, que el objeto de estudio de todas las historias calificadas, la regional incluida, no es algo que se asigne a priori y de un modo general sino que es una construcción lógica que se diseña de manera particular para cada una de las investigaciones que se realizan. Y aclaremos: la historia regional de buena calidad no es la que simplemente recopila datos y reseña aconteceres; no, aquí también, como en el caso de las otras modalidades del hacer historiográfico, la historia de mérito es la que explica, la que formula y resuelve plausiblemente una problemática de investigación, la que se sustenta en planteamientos teóricos válidos y se construye con rigor metodológico. Hay que reconocer que no toda la historia que corre con el título de regional tiene estas cualidades, pero eso pasa hasta con las historias calificadas de más distinguida prosapia. Una consideración que es necesario tener presente es la de que la disciplina de la historia regional estudia lo mismo que todas las demás historias calificadas: la multifacética historia de las sociedades humanas. Lo hace observando los procesos históricos a través de una ventana abierta ex professo: la región. Ésta, por lo demás, no tiene, en el procedimiento del historiador, la función de demarcar para aislar, sino la de establecer una plataforma de observación que permita examinar el proceso histórico global en el doble plano de lo regional y lo suprarregional. Gracias a esta posibilidad, la historia regional cubre un campo de interés que no corresponde a las vocaciones explícitas de las otras historias calificadas, a menos que, en alguna eventualidad, éstas también echen mano del recurso de la regionalización. Una visión regional hace posible observar las diversidades que se dan en el espacio histórico y que 30

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suelen no ser perceptibles cuando se emplean enfoques más abarcadores. Quien crea que la historia regional se define de una manera tautológica como la “historia de las regiones” verá en qué atolladero se ha metido cuando trate de establecer cuántas y cuáles son en México esas regiones. Verá también que se puede regionalizar el país de tantos modos como variables o conjuntos de variables se tomen en cuenta, pero que, por su relativismo irreductible, esta posibilidad no nos ayuda a resolver el problema de definir con suficiente precisión ese pretendido objeto de estudio de la historia regional, ese indefinido objeto de estudio que se nos reclama definir. Hace tiempo me atreví a afirmar que si no lográbamos precisar en un plano teórico lo que eran las regiones de nuestro interés era seguramente porque esas regiones no existían. Y me preguntaba: “Si no hay regiones que lo sean de suyo, ¿qué hay, entonces, puesto que hemos de suponer que la realidad histórica existe?”. Mi respuesta era y sigue siendo la de que lo que hay evidentemente es una realidad histórica diversificada, una realidad que se diversifica de muchas maneras, pero que no está en sí misma organizada regionalmente y menos de un modo que pudiéramos describir como de tipo insular. La regionalización de esa realidad es, pues, un recurso meramente metodológico, un recurso que nos permite observar al mismo tiempo lo común y lo diverso. Hay que reiterarlo: lo que estudiamos quienes hacemos historia regional es la historia del hombre, la historia del hombre en circunstancias histórico-espaciales determinadas, no la historia de las “regiones” como totalidades, como bloques históricos. Por eso no es necesario definir lo que son tales supuestas regiones para justificarnos; lo que tenemos que hacer es plantear adecuadamente una problemática de investigación y en función de ella fijar el posible campo espacial de observación de los fenómenos de nuestro interés. Si esto es así, es de reconocerse que la historia regional puede ser tan válida como cualquiera de las otras historias calificadas, siempre que sea el resultado de una investigación concebida de manera original, bien fundamentada teórica e historiográficamente y desarrollada con el necesario rigor metodológico. Que nos que31

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de claro: la validez de una obra histórica depende de sus cualidades intrínsecas, no de las virtudes o defectos atribuidos en general y a priori a alguna línea de producción historiográfica a la que se le pudiera adscribir. Pero, si válida, ¿por qué es la regional una historia de cultivo necesario en nuestro país? Región es una noción relativa que sólo cobra sentido en la medida en que se la relaciona y contrasta con la noción de totalidad suprarregional. Como ya lo dije, en historia, en la buena historia regional, se estudia la región no con el objeto de desprenderla artificiosamente de su contexto histórico y aislarla, sino con el de examinarla sin perder de vista el todo que la contiene, pues de lo que se trata precisamente es de hacerse de elementos que permitan entender a la vez los procesos históricos que se dan en el espacio acotado por efecto de la regionalización y los que se han conjugado para formar el todo del que la región forma parte. Hacer historia regional no es hacer historia de lo chiquito, lo menor, lo meramente periférico, sino que es una opción metodológica de más amplios alcances, un modo de estudiar a la vez las realidades de los espacios históricos regionales y la de sus correspondientes realidades suprarregionales, como sería, por ejemplo, la que suele verse o proponerse como la —llamémosla así— historia nacional, la historia de la totalidad nacional. Si aceptamos como premisa que nuestro país es el resultado de una pluralidad de procesos formativos interrelacionados, no inconexos, entonces será fácil entender por qué el de la historia regional no es nada más un enfoque posible para estudiar la historia nacional, sino que es también un enfoque necesario. La divisa de esta historia podría ser: hay que tratar de entender y explicar el proceso histórico nacional en su variedad y en sus múltiples formas de articulación. Ya sólo quiero decir para poner término a estas reflexiones que los buenos libros de historia regional aparecidos en los últimos años han contribuido, si no a neutralizar del todo, por lo menos a atemperar el centralismo historiográfico que, en nuestro país es un lamentable reflejo del centralismo político. No puedo ocuparme ahora de esa situación, así que me conformaré con decir que cada vez es más improcedente hacer historia de México sin tomar en 32

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cuenta los estudios de historia regional. Qué bueno que ésta se cultive ya con una gran profusión tanto en la ciudad de México como en la mayoría de los estados de la República, pero cabe desear que la historia regional que se haga sea siempre buena, muy buena, excelente de ser posible, pues de otra suerte hacerla será irremediablemente un esfuerzo perdido.

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Evelia Trejo UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO INSTITUTO DE INVESTIGACIONES HISTÓRICAS

Las regiones que nos interesan son, por supuesto, regiones de lo humano, pero se localizan en un espacio que es de naturaleza geográfica. Puede esa práctica calificatoria hacerse pertinente y tener sus ventajas siempre que, además de trabajar con seriedad en lo nuestro, convirtamos la historia calificada en un motivo de reflexión para la historia genérica, la historia a secas. Ignacio del Río

Reconocimiento y consideraciones Un agradecimiento enorme me movió a aceptar este sitio inmerecido cuando a través de mi muy querida colega Dení Trejo fui invitada a participar en el homenaje al doctor Ignacio del Río. Me atrevo a comenzar así porque, efectivamente, guardo para con Nacho un profundo sentimiento de gratitud. Recibí de él, además de lecciones muy importantes para formarme una idea de pertenencia a este país en que nos hallamos cuando en los últimos años de los estudios de licenciatura asistí a su curso de Provincias Internas; un ejemplo de su actitud de confianza, siempre cordial, afectuosa y de respeto. Algo que no es ni con mucho lo más frecuente en nuestro medio académico. A lo largo de varias décadas, he podido aquilatar el valor de su tarea en la que la entrega entusiasta y la disciplina de trabajo saltan a la vista. Al ocupar un lugar entre quienes tienen mucho que aportar respecto al tema elegido, he querido desarrollar una cuestión relacionada con el ámbito de mi competencia; así, el propósito de este 35

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escrito es simplemente colocar en la perspectiva de los estudios historiográficos del siglo XX, algunas llamadas de atención, consideraciones, argumentos y reflexiones que, particularmente en la segunda parte de la centuria, pusieron el acento en la necesidad y conveniencia de la historia regional. He seguido para construir estas páginas una serie de pensamientos que de manera reiterada vienen a mi mente cuando se trata de abordar el tema dentro de los estudios de la historiografía del siglo pasado. En primer término, es de la más radical obviedad que existe un vínculo indisoluble entre la historia de las regiones y la historiografía regional. El acontecer, la memoria, el registro, la preceptiva y el consumo del pasado, forman una suerte de línea continua que nos vemos precisados a observar para identificar los procesos de reconstrucción usuales en el quehacer que profesamos. Lo que sucede, lo que recuerda una comunidad, lo que se inscribe en diferentes soportes, aquello que se supone que debe guiar la presentación de lo ocurrido y, finalmente, la pretensión de que el pasado sea comunicable y accesible, son estaciones de nuestra labor que conviene recorrer para saber en cuál sitio nos queremos detener o en cuál estamos ubicados. También es algo que se da por sentado que las Historias (con mayúscula) de tema local o regional no surgen en el siglo pasado;1 sin embargo, como sucediera con muchas de las temáticas abordadas por los historiadores profesionales, su presencia es promovida, observada y valorada desde muy diferentes puntos de vista en distintas ocasiones en dicho siglo. Tomarlos en cuenta para abundar en algunos aspectos de la problemática que reviste su práctica, resulta pertinente en el momento actual en que se trata de un campo plenamente consolidado entre nosotros. Tomando muy en cuenta un texto señero escrito por Wigberto Jiménez Moreno en 1952, en el que expresa sus expectativas res1 Sobre este particular, hay desde luego muchas páginas escritas además de infinidad de registros que podrían aducirse para sostener esta aseveración. MATUTE, “Precursores de la historiografía”, proporciona una visión impresionista del caso. ARIAS Y CAREAGA, “Dos casos en la Historiografía regional”, p. 613, dan pie con sus palabras sobre la producción de saberes históricos relacionada con el avance cultural de los diferentes espacios, a una apreciación de las infinitas variables que se presentan en el territorio nacional a este respecto. Y basan su afirmación en lo que dejaba ver el proyecto sobre Historia regional, emprendido en el Instituto José María Luis Mora, que estaba en curso por esos años.

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pecto a la historia y la antropología con las siguiente frases: “suponiendo que en el porvenir habrá de realizarse al menos una parte de lo que debiera hacerse, espero que se dará mayor énfasis a la historia regional, como corresponde a la visión de un México múltiple”;2 y con base en ciertos trabajos presentados en congresos de historiadores, cuya particularidad estriba en pasar revista a las distintas especialidades de la historia, recojo algunos elementos representativos de esta arraigada tradición historiográfica que han sido destacados, para intentar establecer su relación con aspectos generales de la escritura de la historia durante el periodo anunciado. Un punto de partida y un texto de apoyo Hace aproximadamente una década, tuve la idea de bautizar con un par de frases el conjunto de obras historiográficas que presentábamos como resultado de un seminario de estudio de algunas de las producidas en el siglo XX, y que habíamos decidido dividir en dos subconjuntos.3 La primera frase era: “Usar la palabra para construir el orden” y provenía de mi convicción de que buena parte de lo seleccionado, escrito en la primera mitad y un poco más del mencionado siglo, buscaba poner en orden el acontecer nacional, acarreando para ello todo género de propuestas, pero sin perder de vista que cada una de ellas podía servir para edificar de manera más sólida esa nacionalidad mexicana que en la historia y en las Historias, se presume, tendría un buen cimiento. Curiosamente, o quizá no tanto, las quince primeras obras que aparecen bajo esa frase, forman un grupo que va de 1931 a 1958, es decir menos de treinta años de producción historiográfica, indicativa de los vaivenes de una profesión añeja que durante esas décadas justamente se va enfilando a la formación disciplinada del quehacer. De Andrés Molina Enríquez a Edmundo O’Gorman, no puede sino decir2 JIMÉNEZ MORENO, “50 años de historia mexicana”, p. 34. En 1951, juzgaba que un nuevo clima, propicio a la vez para la antropología y la historia, se había comenzado a formar al iniciarse, en 1933, un nuevo periodo. Entre las razones que aducía, señalaba que en ese año había comenzado “la larga y fructuosa serie de los Congresos de Historia, estableciéndose contactos entre los estudiosos y organizándose las investigaciones, en especial aquellas de historia regional”. p. 31. 3 TREJO Y MATUTE, Escribir la historia en el siglo XX, pp. 35 y 315.

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se que hay un viaje interesante. Es más, la última, me atrevo a afirmar, sirve de anuncio a la segunda sección. Así es, el conjunto de las otras quince obras, correspondiente a la producción de la segunda mitad del siglo, con las debidas excepciones, por cierto; decidí enmarcarlo con una frase distinta: «Romper el orden para dar la palabra». En este caso, el tema que abre la segunda parte, es el de la obra con mucha razón reconocida de Luis González, Pueblo en vilo. Es oportuno indicar en este año en el que por cierto será materia obligada recordar a don Luis, que con ese libro suyo y los que se presentan en la mencionada sección creí ver una modalidad distinta de la tarea historiográfica que los mexicanos hemos atendido con tanto empeño. En el caso que sigo, esa segunda parte abarca textos publicados de 1968 a 1999, es decir, a lo largo de treinta y un años. La mayoría de ellos me llevaron a pensar que en ese tiempo se fue colocando como un deber inminente el atender aspectos que no se desprendían necesariamente de ese tronco común que es la historia nacional, entendida como un todo compacto del que hay que conocer cada uno de los rasgos. Dar la palabra a quién y para qué, puede constituir un ejercicio guía para repasar lo que allí reunimos. Sin embargo, por lo pronto, quiero enfatizar ese punto de arranque. Recordar que en 1968 se publica precisamente esa obra para destacar que un año más tarde, en la reunión celebrada en Oaxtepec en 1969, dentro de esa serie de congresos de historiadores mexicanos y norteamericanos que se inauguró ya en el clima de la formalización de los estudios históricos en nuestro país, en septiembre de 1949. Es decir, veinte años después de la celebración del primero de ellos, la propuesta del autor de Pueblo en vilo, aparecía con buena tela de donde cortar. Era el 5 de noviembre de 1969, la ponencia “La historiografía local: aportaciones mexicanas”,4 permitió a un Luis González, ya casi a la mitad de la quinta década de su vida, puntualizar que en el balance sobre la producción histórica hecho apenas unos años atrás (en 1965, con motivo de la celebración de veinticinco años de la fundación de El Colegio de México) no figuraba el rubro anuncia4

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GONZÁLEZ, “La historiografía local”, pp. 247-263.

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do. En aquella ocasión, dice don Luis, se recordó que en 1955 (es decir, casi tres lustros atrás del momento que enfoco), Alfonso Reyes había escrito a Daniel Cosío Villegas una carta en la que hablaba de volver los ojos a cronistas e historiadores locales y recoger “´la contribución particular de tanto riachuelo y arroyo en la gran corriente de nuestra epopeya nacional’”.5 ¿Podía ser más elocuente Reyes para indicar la necesidad de usar la palabra para construir el orden? Tengo dudas. Y sigo para puntualizar que en 1969, lo que subrayaba González era que con todo y lo recordado en aquella fecha de 1955, nadie había aceptado la tarea. Con esto dejaba en claro que en el medio cada vez más consolidado del quehacer profesional de la historia, en el que se movían los allí presentes, el fantasma de esas historias locales había rondado por mucho tiempo, sin que se hubieran dado los pasos necesarios para saldar cuentas pendientes. De allí pasaba don Luis a señalar los esfuerzos que suponía una tarea como la arriba indicada, empezando por las dificultades del deslinde implicado entre lo que entonces llamó ‘microhistoriografía’ y aquello que no lo era. En particular, atender a los objetos de conocimiento que podrían caber en la idea de lo local, tan difíciles de homologar, y después, ubicar los métodos para emprender su estudio. Material para disquisiciones teóricas La propuesta de don Luis en aquel entonces, según dice, sólo pretendía aventurar algunas palabras sobre una base bibliográfica bien delimitada, que lo había llevado a elegir, un poco al azar, cinco mil páginas de obras impresas producidas de 1870 en adelante. Afinando el criterio, precisa su idea de tomar en consideración la idea de región siguiendo la pauta de las divisiones territoriales estudiadas por O’Gorman en su obra ya clásica6 y la idea de historia parroquial entendiendo por ella la de la patria minúscula.

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GONZÁLEZ, “La historiografía local”, p. 247. O’GORMAN, Historia de las divisiones territoriales, p. XVI. Como bien señala don Edmundo en las páginas de su Advertencia, firmada en junio de 1937, se trata de un trabajo apegado a la legislación general sobre las divisiones del territorio desde la época de la independencia en adelante, que no atiende propiamente al aspecto geográfico. 6

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Aunque sé que de aquí se han desprendido una buena cantidad de argumentos que abundan en la delimitación de esos objetos de estudio y han poblado de textos sobre lo que genéricamente englobamos como historia regional, no pretendo detenerme en el tema, —cuya problemática por lo demás podría anclarse en algunas de las palabras vertidas por González en este texto y avanzar atendiendo a los debates teóricos a que han dado lugar— y sólo abro un pequeño paréntesis para citar algunos ejemplos de la importancia que adquirió definir dichos objetos. En un sentido amplio, María Eugenia Arias y Lorena Careaga en una ponencia presentada en 1988, señalaban que el concepto regional orientaba hacia lo particular; entendían que el mismo era “aplicable a zonas con ciertas características climáticas, etnográficas, económicas, o a sitios donde se tipifican elementos dentro de un área cultural”. En tal concepto, a su juicio, se concebían “desde entidades o estados, territorios demarcados por la geopolítica, hasta ciudades, municipios y barrios”.7 De manera en cambio mucho más acotada, Margarita Loera se esforzaba por distinguir como asunto de la historia matria, ya bautizada así por Luis González,8 a las historias de los pueblos, y veía en ellas una contraparte deseable de lo producido por las generalizaciones de la historia estatal y nacional. Esto bajo el argumento de que la voz de las “comunidades pueblerinas”, precisaba ser escuchada.9 En todo caso, las variables no dejaron de aparecer y lo que apuntaba con interés Carlos Martínez Assad al comenzar la década de los noventa —que en algún momento tendría que “afinarse más el concepto de lo regional, establecer sus diferencias con lo local, analizar si la historia regional es igual a la microhistoria”— no fue obstáculo para que abundara en la riqueza de los aportes que ya 7

ARIAS Y CAREAGA, “Dos casos en la Historiografía regional”, p. 613.La ponencia en cuestión se presentaba justamente dentro de la mesa denominada “Historiografía regional”, en un congreso celebrado veinte años más tarde de aquel en que Luis González llamara la atención sobre estos temas. 8 El término aparece encabezando el título de este mismo artículo que vengo citando, editado con algunas variantes como un capítulo más de su Invitación a la Microhistoria. GONZÁLEZ, “Un siglo de aportaciones”. 9 LOERA CH. DE ESTEINOU, “Reflexiones en torno a la reconstrucción”, p. 505. En su caso, la ponencia estuvo ubicada dentro de la mesa llamada “Microhistoria”, y sin el interés de entrar en el debate de los términos, sí subraya que la historia pueblerina, en todo caso sería parte de lo que abarca el término puesto en circulación.

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como especialidad venía reportando.10 Él, por supuesto, tomaba como foco de atención lo que ocurría alrededor del tema de la Revolución Mexicana, pero es un hecho que para entonces, la carta de naturalización historiográfica de lo que en un espectro ancho abarcaba esa denominación era indiscutible. Conviene por tanto, para cerrar este punto, dar la palabra a nuestro homenajeado, conscientes de que él, una y otra vez, con la práctica y con la reflexión fue construyendo a partir de lidiar con el tema de la historia regional un conjunto de lecciones. En algunos de sus varios trabajos sobre el particular, anota frases que resultan contundentes: la especialidad de la historia regional hay que ubicarla entre la historia de la totalidad nacional y la de las localidades; aunque se trate de una extensión geográfica, se definen las regiones “por los modos de la presencia y acción de los hombres; y no son esas regiones unidades puramente naturales, sino que las define su desarrollo histórico.11 Y aún más: “Las regiones que refiere la expresión ‘historia regional’ son virtuales, son acotamientos del espacio histórico que utilizamos como recursos metodológicos para el efecto de ‘delimitar posibles universos de análisis’, siempre en función de una problemática específica de investigación”.12 No se trata de liquidar con estas frases de Ignacio del Río un asunto de importancia para la atención de esta temática, sino de dejar anotado que para hacerse cargo del asunto supo hacer precisiones tanto para aludir a la dificultad de fijar el objeto, como para señalar la responsabilidad que concierne al sujeto. Por otra parte, en materia de localidades y de regiones, más allá de la puesta de acuerdo, lo que circuló con entusiasmo fue la idea de que era necesario enfocar la realidad histórica de los distintos espacios del territorio nacional y hacerlo con plena conciencia de su peculiaridad en los diferentes momentos de la historia. Esto en sí mismo constituía un cambio de perspectiva que auguraba novedades. Valoraciones y propuestas de cómo, quiénes y para qué Para dirigirme hacia el objetivo que persigo, es preciso retomar la propuesta de Luis González de 1969, cuando, al caracterizar las 10

MARTÍNEZ ASSAD, “Historia regional. Un aporte”, p. 128. DEL RÍO, “De la pertinencia del enfoque regional”, pp. 23-25. 12 DEL RÍO, “Reflexiones en torno de la idea y la práctica de la Historia”, p. 212. 11

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historias escritas de las que se ocupa, -y recordemos que son historias que corresponden a cualquiera de los planos arriba mencionados, el local o el regional, elaboradas desde antes de inaugurar la especialidad-, señala cuestiones que hoy pueden resultar de importancia para nuestro tiempo. Por ejemplo, dice que esas historias suelen ser expresión de dos emociones de mala fama: el aldeanismo y el provincialismo. En el caso de México, emociones perturbadoras de algo tan grave y sonoro como son la consolidación de la nacionalidad y el patriotismo.13 En otras palabras, esta observación del autor, parece oponerse a lo que tenía en mente Reyes quince años atrás. No riachuelos para alimentar la epopeya nacional, sino elementos para perturbarla. Lo dejo allí por el momento, para advertir que, lo que desde mi punto de vista sí ratifica González, es la idea de su maestro Cosío Villegas, —y no sólo de él—, de que la Reforma produce un corte tan profundo que es a partir de su triunfo que pude comenzar la historia de muchos aspectos de lo mexicano.14 A mi modo de ver, hay aquí una contradicción interesante, pues este último postulado como digo, ratifica la idea del curso de la historia nacional con sus cortes habituales, mientras que la idea anterior parece sugerir que las historias locales resultan más perturbadoras que útiles para construir la epopeya. Está en juego, a mi juicio, el problema de la idea de nación y la dificultad para integrarla a partir de las múltiples variables que revelan las dichas historias locales. El caso es que la propuesta gonzalista de hace casi cuarenta y cinco años, era abordar el tema de la producción de historias de tema local y parroquial en tres periodos. Y al generalizar las características de éstos, parece dejar abierta una posibilidad de ensayar reflexiones sobre lo que viene adelante. Veamos. Para el primero, el porfirista, que intitula de “La rebelión de las provincias”, detecta el clima en que la élite patriótica liberal y positivista procuró hacer a los vecinos de la República, patriotas, prácticos y libres. “Combatió como antiguallas, amores y filias regionales y aldeanas, y procuró aniquilar su expresión política, el cacicazgo”.15 Algunos 13

GONZÁLEZ, “La historiografía local”, p. 249. GONZÁLEZ, “La historiografía local”, p. 249. 15 GONZÁLEZ, “La historiografía local”, p. 250. 14

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gobernadores, señala, favorecieron los libros de historia de sus entidades ya sea escribiéndolos o patrocinando la actividad historiadora que llevaban a cabo individuos de procedencia diversa en cuanto a profesión: ingenieros, periodistas, sacerdotes, educadores y diputados, por ejemplo. Se dieron más las historias de estados que las municipales y el aspecto político fue el predilecto, aunque en las parroquiales, reconoce la conjugación con el tema económico y geográfico.16 Por otra parte, y con toda seguridad inspirado en el modelo gaosiano de observar las operaciones que lleva a cabo el historiador,17 se enfila a caracterizar el modo de proceder, el método que siguen las mencionadas historias, y repara en que no tienen aparato crítico en su mayoría, y por tanto, afirma: “Los laicos las pueden leer a sus anchas, pero no los profesionales de la historia siempre tan mal pensados”.18 Él, quizás auto ubicado más entre los laicos aunque se supiera miembro de la élite de profesionales, puntualiza que no carecían de erudición dichas obras y algunas, incluso, estaban tan documentadas como las que provendrían, años más tarde, del cientificismo. De todas maneras, don Luis hace el inminente viaje entre pasado y presente y no deja de insistir en que desde el mirador de la historia científica del siglo XX aquellos historiadores cometieron faltas graves al no utilizar fuentes manuscritas y dar rienda suelta a la pasión, entre otros pecados. En cuanto al plano interpretativo, reconoce en ellos un afán de servir a los médicos de la sociedad, es decir, a los políticos, en su tarea. De la arquitectónica, aprecia que siguió en casi todos los casos moldes antiguos consignando en efemérides, catecismos y biografías lo que averiguaban, o bien, logró cierta innovación con la incorporación de la geografía y la estadística como recursos para la explicación. No fue el cuidado de la forma y el equilibrio lo que las distinguió. “Arquitectos monstruosos pero buenos prosistas”, 16 Años más tarde, una investigación puntualizaría muchos detalles sobre la producción regional de la última década del siglo XIX y los primeros quince años del XX. ARIAS GÓMEZ, Cosecha histórica, pp. 11-17. 17 GAOS, “Notas sobre la historiografía”, pp. 78-87. Es inevitable pensar en la influencia que pudo ejercer el maestro José Gaos en Luis González, cuando se observa de qué manera procede a hacer la revisión de estos aspectos de la producción historiográfica local. 18 GONZÁLEZ, “La historiografía local”, p. 251.

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concluye de los cronistas liberales.19 Y, aún más, después de repasar su Gaos, según creo, le queda tiempo para mirar algo de lo que supone el tema del comprensivo en este autor y que se ha dado vuelo ya en nuestro tiempo bajo el título de teoría de la recepción, pues señala que la acogida de esas producciones fue modesta o de plano, nula. Pasado el tiempo, concede, se convirtieron en canteras de datos y lograron lectores. Llegaron a ser incluso clásicos locales, y también prestigiados entre bibliófilos y bibliómanos. Del segundo periodo considerado por González, el revolucionario, cuyo tratamiento encabeza con el subtítulo “La provincia es la patria”, quiero destacar lo siguiente. A diferencia de la divisa que pareciera regir en el primero, la de incorporar la provincia a la noción de una patria liberal a toda costa, sucedería una en la que la nueva orden era ir a la provincia y venir de la provincia ¿efecto de una movilización de gente producida por la Revolución? No me atrevo a afirmarlo. El asunto es que esta cuestión se daba a tono con una corriente mundial en que se exaltaba lo trivial y pueblerino, por considerarlo apropiado para alentar la conciencia y el sentimiento nacionales. Permítaseme una digresión para fijar una idea hipotética. ¿Será que en el periodo del Porfiriato, correspondiente en tantas cosas al ánimo evolucionista, estaba presente la voluntad de dirigir la civilización por los derroteros marcados un siglo atrás en los textos de los principales hombres de la Ilustración? ¿Será que como todo lo que se toma su tiempo, los efectos de las revoluciones al igual que en el caso de la francesa, habían depositado un poco de esperanza en lo que proviene de las tradiciones y del pueblo, cuanto más asimilado a sus orígenes, mejor? Tampoco tengo certeza, pero lo anoto. En este punto de su discurso, vuelve don Luis a recordar frases de Reyes, esta vez una, a mi manera de ver, con una idea distinta, casi opuesta a la citada: “‘La República un haz de provincias valioso más por sus espigas que por la guía que los anuda’”.20 El caso es que según nuestro autor, de 1910 a 1940 la literatura local estuvo de moda; los hombres de letras consentidos con car19 20

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GONZÁLEZ, “La historiografía local”, p. 253. GONZÁLEZ, “La historiografía local”, p. 254, apud Alfonso Reyes, A lápiz.

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gos de responsabilidad la cultivaron, pero no lo hicieron los historiadores quienes se interesaron en el colonialismo, el indigenismo y el hispanoamericanismo. Genaro Estrada, crítico del segundo de estos ismos, promovió eso sí, una investigación de bibliografías regionales, —más propiamente, de los estados—, de allí salió, entre muchas más, la de don Luis Chávez Orozco sobre Zacatecas, la de Jesús Romero Flores, sobre Michoacán, la de Vito Alessio Robles, sobre Coahuila.21 La mayoría de los bibliógrafos se confirmaron como cronistas de provincia y lo hicieron por afición, sus profesiones como ocurriera desde antaño, eran otras, pues hay que recordar que en la última etapa de este periodo apenas comenzaba a perfilarse como profesión, estrictamente hablando, la de historiador. Pero lo cierto es que también durante ese periodo es cuando se comienza a desdeñar al microhistoriador. Entre los que la cultivan predomina en sus afanes el tema político, aunque irrumpen con gentes como Manuel Gamio y Manuel Toussaint los intereses etnográficos y los artísticos. La manufactura insiste en la investigación de fuentes y en la compilación; por contraparte, escasea la crítica y las buenas interpretaciones. Entre las novedades producidas está el trabajo de etnohistoriador que producen Jiménez Moreno y Aguirre Beltrán. Respecto a la recepción, González señala que el grueso tuvo escasa acogida. Aunque hubo reconocimiento a algunos autores que incluso ingresaron a la Academia Mexicana de la Historia o a la Sociedad de Geografía y Estadística. El ahora de entonces Será para el último de los periodos a considerar, el actual (en 1969) el que don Luis intitula “La historiografía ninguneada”, para el que destine un tono que me interesa especialmente recoger: Bajo la idea de que desde 1940 el nacionalismo fue más aguado y tibio; señala que también se entibió el provincialismo y el aldeanismo. Ni odios al extranjero ni la provincia es la patria, nos dice. El grueso de los literatos de las tres últimas generaciones, anota, han aban21

GONZÁLEZ, “La historiografía local”, p. 255.

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donado la inspiración en provincia, aunque allí están Yáñez, Rulfo y Arreola. Pero, la historiografía es capitalina y los cronistas locales viven lejos de la gloria que se respira en las actividades de la capital. Se ha acentuado para entonces la diferencia entre historiadores capitalinos y provincianos, un abismo los separa. Son pocos los historiadores profesionales sin conexiones con el gremio. La cosecha de historiografía local no es desdeñable, pero a diferencia de los periodos anteriores, gana lugar la historiografía local (parroquial) frente a la de los estados. Siguen haciéndose listas de personas y de hechos políticos; también siguen presentes las que tienen enfoques enciclopédicos. El trabajo erudito y documentado es influyente. Por tanto, hay avance en el manejo de fuentes. Carecen del vicio del profesionalismo. Los lugareños en cambio, ganan en vocación, experiencia vital y cariño hacia su objeto de estudio. Los profesionales, todo oficio, los amateurs todo corazón, apunta. Y sigue: ‘Lo peor de los localistas es lo que tienen de profesionales’ “‘En nombre de la ciencia construyen con sus materiales castillos vericuetosos que nada tienen que ver con las articulaciones reales de la vida histórica’”. La prosa, salvo excepciones, es poco digna. El número de lectores, reducido y pobre. Sin embargo, “en muchos de estos historiadores locales están las aguas vivas”, dice, citando una vez más a Reyes. Pese a todo, señala ya casi para concluir, el género está de moda. Hace recomendaciones numeradas y otras respecto a lo que conviene revisar hacia el interior de esa práctica. Si se atiende a cada una de sus peticiones, podrá apreciarse en los registros de los futuros encuentros de historiadores, que muchas fueron atendidas. El gremio crecía, las instituciones proliferaban, el Estado tenía con qué invertir, en fin, muchas razones que podríamos denominar de infraestructura colaboraban para hacer realidad al menos en una buena medida el sueño de don Luis con todo y sus ambigüedades. Había que profesionalizar el trabajo de la historiografía local sí, pero al mismo tiempo parecía tener presente aquello que podría perderse en el camino. El después de aquellos años Vinieron adelante otras reuniones. Las participaciones dan cuenta de los avances e incluso de los estancamientos cuando lo que se 46

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procuraba era alcanzar una definición que convenciera a todos de lo que debía entenderse por región. Sin duda alguna, los avances han sido mucho mayores. Incalculables yo diría. Para 1988, algunas muestras, como las arriba aludidas, revelan que los espacios institucionales cobijaban con entusiasmo proyectos de historia regional, que se atendían siguiendo la división administrativa de la República, y que a la vez se discutía con buenos argumentos la cuestión de la delimitación y de la historicidad de las regiones. En materia de fuentes disponibles, de interrelación con ciencias sociales dispuestas a prestar marcos teóricos y a expropiar datos históricos, la cuestión iba siempre adelante.22 Junto a la persistencia de propuestas de ir llenando el mosaico que es México, a base de la indagación de todos los periodos en todas las regiones, también gana terreno la versión que anima a pensar en que las regiones historiadas perturban, descomponen el paisaje de nación antes ideado, empezando por la dificultad de mantener las periodizaciones canónicas y continuando con la de colaborar en la construcción de la epopeya. Lo que a mi manera de ver queda pendiente es el balance de los beneficios y los perjuicios que ha propiciado el grado de profesionalización de las historias regionales y aún locales. Palabras como las que señalan que ante el resultado de las investigaciones sobre localidades mexiquenses se hizo evidente que la influencia universitaria llevó a algunos historiadores a “perder la autenticidad 22 ARIAS Y CAREAGA, “Dos casos en la Historiografía regional”, p. 614. Las autoras reportaban, por ejemplo, que el proyecto de Historia Regional de México, al cual pertenecían ambas tenía como meta producir bibliografías comentadas, antologías y síntesis históricas de los estados de la República, amén de cronologías paralelas y notas biográficas de los autores cuyas obras fueron manejadas”. Es preciso decir que los objetivos se cumplieron en buena medida. Como este ejemplo, existen otros que se generaron con el propósito de recabar voces de la particularidad implicada en ese amplio concepto de región que, admitía en su seno la condición pueblerina, tal es el caso que indica el trabajo mencionado de Margarita Loera sobre un proyecto para escribir las monografías de los municipios del Estado de México dentro del marco de “La política de descentralización y democratización en materia de educación y cultura”. LOERA CH. DE ESTEINOU, “Reflexiones en torno a la reconstrucción”, pp. 511 y ss. Por su parte, en 1988 desde el mirador de El Colegio de Puebla A. C., otro autor echaba un vistazo a lo que instituciones públicas y privadas, y en algunos casos, universidades representaban para el apoyo de proyectos de investigación sobre historia regional e incluso se refería a los trabajos académicos de extranjeros que utilizaban este enfoque. TORRES BAUTISTA, “La micro-historia y la núcleo-historia”, pp. 517-518. Poco a poco se evidenciaba que, a los ojos de los integrantes de la academia, lo que contaba era saber cada vez más sobre cada una de las regiones del país.

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pueblerina”, que si bien sus trabajos revelaron “mejor técnica en el proceso de investigación… al parecer fue precisamente su formación académica lo que les impidió dejar fluir la esencia íntima de sus comunidades pueblerinas”;23 conducen cuando menos a una pregunta sobre el elemento de tensión que se produce al incorporar a la temática de los universitarios, de los historiadores profesionales, la recuperación del pasado de localidades y entidades cuya relación con éste durante mucho tiempo corrió a cargo de quienes buscaban conocerlo por el afán de hacerlo. Y es que necesariamente el asunto de “las aguas vivas” y la “esencia íntima” remite a esa realidad radical que con dificultad asociamos a las reglas del juego que paso a paso impone el quehacer académico. De lo que no cabe la menor duda es de que el orgullo de los historiadores al enfrentarse a la expansión de una especialidad como la aquí presentada, se fincaba en los logros obtenidos en varios frentes. Por una parte, en casi todas las consideraciones sobre el caso hay un lugar para indicar la importancia de pasar de un legado por lo general preñado de subjetividad y superficialidad; de visiones maniqueas y anecdóticas, a las investigaciones que bajo la promesa de las ciencias sociales, entre las cuales ubicaban a la historia, permitirían ver con mayor nitidez los diversos pasados. Se pretendía hacer de ellos una aportación significativa para desterrar las convenciones originadas en el centralismo historiográfico; proporcionar al Estado un buen conocimiento de la historia de todas sus localidades, y a éstas uno mucho más apegado a su propia realidad.24 Lo cual suponía, entre otras cosas, reconsiderar la periodicidad impuesta por la historia general, y atender a problemas y circunstancias que sólo mediante la aplicación de metodologías modernas estarían en posibilidades de dar respuesta a las trayectorias históricas cuya particularidad no había sido evidenciada de manera suficiente. No es mi intención desconocer las razones que asistían a quienes asumiendo el papel de profesionales de la historia o de otras 23

LOERA CH. DE ESTEINOU, “Reflexiones en torno a la reconstrucción”, p. 512. Este tipo de ideas efectivamente aparecen en casi todos los textos aquí referidos y son del todo evidentes, por ejemplo en uno más que al ocuparse del caso del estado de Guerrero, toma en cuenta los estudios ya presentes de su propia historiografía. CATALÁN BLANCO, “Una visión de la historiografía”, p. 599. 24

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ciencias sociales para valorar los aspectos positivos de esta empresa necesaria por dondequiera que se le mirara. Tampoco objetar la insistencia con la que reclamaban el apoyo institucional a las investigaciones que se proyectaban, ni el reconocimiento que unos y otros manifestaban por las aportaciones que en muchos casos procedentes del extranjero habían señalado rutas de interés; menos aún poner en entredicho el sentimiento de satisfacción que mostraban frente a los logros obtenidos a partir de un interés auténtico, ya sea de los propios investigadores, ya de las instancias públicas o privadas que impulsaban proyectos. Sin embargo, me he detenido en los aspectos arriba señalados, para desembocar en las consideraciones a que quiero llegar. Preguntas y votos para el día de hoy Si reitero la fórmula de romper el orden para dar la palabra que he citado en la primera parte de este escrito, me pregunto, para dar la palabra ¿a quién? y ¿para qué? En el caso de la historia regional, cuál es la función que se adjudica con mayor frecuencia, ¿la de consignar una verdad aséptica?, ¿la reivindicadora?, ¿la orientadora?, ¿la que puede colocar la historia de cualquier lugar o de alguna región en paralelo estricto con las exigencias del mundo académico? ¿En cuál plano del tiempo rinde más frutos, en el de la presentación del pasado en sí, en el de la comprensión del presente o bien en el del esfuerzo por identificar aquello que como en las fórmulas médicas debieras ser un c.b.p. para caminar hacia adelante? Sé que resultan preguntas que pueden parecer ociosas y que, como bien ha señalado en sus textos nuestro homenajeado, no es la metodología de la historia regional algo que pueda apartarse de las metodologías de la historia en general. Pero, en el caso de lo que pudo haber quedado en el camino cuando lo que se ha procurado es colocar esta historia en el mismo sitio en que el quehacer de los profesionales ya no capitalinos sino de cualquier parte del mundo, vale la pena preguntarse por la conveniencia de desandar algunos pasos y aprovechar lo que ofrece de propio, y subrayar su condición de proximidad, de posible vía de acceso a lo que verdaderamente importa para quienes quedan comprendidos dentro de los límites de nuestro objeto de estudio. 49

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Revalorar la utilidad del conocimiento en el clima de una sociedad que nos coloca obstáculos para reconocernos, puede suponer revalorar también las voces que han ejercido un liderazgo moral en este camino particular. ¿Es acaso que han logrado, como yo advierto en Ignacio del Río, predicar con el ejemplo lo que invitaba a considerar el sabio Wilhelm Dilthey cuando hablaba de la conexión interna que debe buscarse en el saber histórico?25 Tampoco puedo demostrar con pruebas lo que interpreto como un afán por significar los temas para universalizar el aprovechamiento de lo que acerca de lo humano nos empeñamos en averiguar. Si nosotros somos quienes regionalizamos la realidad del país para su estudio, como Del Río ha afirmado alguna vez, también podríamos intentar esa otra parte que él indica, la de no perder de vista que de lo que se trata a fin de cuentas es de “avanzar en la comprensión del proceso histórico nacional, de entenderlo y explicarlo en su variedad y en sus múltiples formas de articulación.”26 Nada sencillo hacerlo si se hace aprecio de esa indiscutible tensión que se da al buscar el vínculo entre los relatos de lo interno, lo más propio de un pueblo, y lo externo, lo que proviene de la generalización de la historia estatal o nacional. Y menos sencillo aún, si la producción de conocimiento se pretende radicar única y exclusivamente en las fórmulas cultivadas que prescribe la academia y destinarlo además casi exclusivamente al consumo de la misma, insistiendo con ello en ampliar la brecha entre los saberes de los “científicos sociales” y los que solemos calificar de míticos y legendarios, propios de la gente del común. Me limito pues a proponer como deseable el arribo en estos nuestros días de un viento romántico que nos conduzca a detectar y fortalecer la función creadora no de una sino de muchas historias, locales y regionales que sin el temor al fantasma de lo nacional, converjan en el propósito de volver a articular lo que en estos momentos se muestra disperso e inclusive roto.

25 Me refiero a la frase en que afirma que concibe la historiografía regional “como una opción metodológica, como una de las varias maneras que hay de hacer historia ciertamente nacional y aún diría historia de lo humano, historia universal”. DEL RÍO, “De la pertinencia del enfoque regional”, p. 32. 26 DEL RÍO, “De la pertinencia del enfoque regional”, p. 32.

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BIBLIOGRAFÍA ARIAS GÓMEZ, Ma. Eugenia, Cosecha histórica regional en México, 1890-1915, México, Instituto de Investigaciones José María Luis Mora, 2008. ARIAS, Ma. Eugenia y Lorena Careaga, “Dos casos en la Historiografía regional del sureste: Tabasco y Quintana Roo, en Memoria del Simposio de Historiografía Mexicanista, México, Comité mexicano de ciencias históricas, Gobierno del Estado de Morelos, Instituto de Investigaciones Históricas/Universidad Nacional Autónoma de México, 1990, pp. 613-629. CATALÁN BLANCO, Juan Carlos, “Una visión de la historiografía en Guerrero (1968-1988)”, en Memoria del Simposio de Historiografía Mexicanista, México, Comité mexicano de ciencias históricas, Gobierno del Estado de Morelos, Instituto de Investigaciones Históricas/Universidad Nacional Autónoma de México, 1990, pp. 597-611. DEL RÍO, Ignacio, “De la pertinencia del enfoque regional en la investigación histórica sobre México”, Históricas 27. Boletín del Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, diciembre 1989, pp. 21-33. DEL RÍO, Ignacio, “Reflexiones en torno de la idea y la práctica de la Historia regional”, en Virginia Guedea (coord.), El historiador frente a la historia. Perfiles y rumbos de la historia. Sesenta años de investigación histórica en México, México, Universidad Nacional Autónoma de México/Instituto de Investigaciones Históricas, 2007, pp. 201-214, (Serie divulgación, núm. 7). GAOS, José, “Notas sobre la historiografía (1960)”, en Álvaro Matute, La teoría de la historia en México 1940-1973, México, Secretaría de Educación Pública, 1974, pp. 66-93, (Sep-Setentas, núm. 126). GONZÁLEZ, Luis, “La historiografía local: aportaciones mexicanas”, en Investigaciones contemporáneas sobre historia de México. Memoria de la tercera reunión de historiadores mexicanos y norteamericanos, Oaxtepec, Morelos, 4-7 de noviembre de 1969, México, Universidad Nacional Autónoma de México, El Colegio de México, Universidad de Texas, 1971, pp. 247-263. 51

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GONZÁLEZ, Luis, “Un siglo de aportaciones mexicanas a la historia matria”, en Invitación a la microhistoria, México, Secretaría de Educación Pública, 1973, pp. 73-97, (Sep/Setentas, núm. 72). JIMÉNEZ MORENO, Wigberto, “50 años de historia mexicana”, en Evelia Trejo, La historiografía del siglo XX en México. Recuentos, perspectivas teóricas y reflexiones, introducción y compilación de…, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Coordinación de Humanidades, 2010, 360 p., pp. 29-34, (Lecturas universitarias, núm. 48). LOERA CH. DE ESTEINOU, Margarita, “Reflexiones en torno a la reconstrucción de la historia pueblerina”, en Memoria del Simposio de Historiografía Mexicanista, México, Comité mexicano de ciencias históricas, Gobierno del Estado de Morelos, Instituto de Investigaciones Históricas/Universidad Nacional Autónoma de México, 1990, pp. 505-515. MARTÍNEZ ASSAD, Carlos, “Historia regional. Un aporte a la nueva historiografía”, en El historiador frente a la historia. Corrientes historiográficas actuales, México, Universidad Nacional Autónoma de México/Instituto de Investigaciones Históricas, 1992, pp. 121-129, (Serie Divulgación, núm. 1). MATUTE, Álvaro, “Precursores de la historiografía regional”, en Álvaro Matute, Estudios historiográficos, Cuernavaca, Centro de Investigación y Docencia en Humanidades del Estado de Morelos, 1997, pp. 11-24. O’GORMAN, Edmundo, Historia de las divisiones territoriales de México, 3ª. edición revisada y puesta al día, México, Editorial Porrúa, 1966. TORRES BAUTISTA, Mariano E., “La micro-historia y la núcleo-historia: el término y el método”, en Memoria del Simposio de Historiografía Mexicanista, México, Comité Mexicano de Ciencias Históricas, Gobierno del Estado de Morelos, Instituto de Investigaciones Históricas/Universidad Nacional Autónoma de México, 1990, pp. 516-521. TREJO, Evelia y Álvaro Matute, editores, Escribir la historia en el siglo XX: Treinta lecturas, nota preliminar e introducción de..., México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2005, 589 p., (Serie Teoría e Historia de la Historiografía, núm. 3). 52

TEORÍAS, MÉTODOS Y CONTRIBUCIONES DE LA HISTORIA REGIONAL EN EL ÚLTIMO TERCIO DEL SIGLO XX

Gerardo Sánchez Díaz UNIVERSIDAD MICHOACANA DE SAN NICOLÁS DE HIDALGO INSTITUTO DE INVESTIGACIONES HISTÓRICAS

I El interés por rescatar y difundir los aconteceres de un espacio geográfico determinado, fuera de los modelos conformados por las grandes historias nacionales, tiene una larga historia. En la época colonial y en el siglo XIX se inscribieron y publicaron numerosos trabajos con esa orientación. Se trataba de demostrar que los hechos sucedidos en pueblos, villas, ciudades, municipalidades y parroquias también eran parte de la historia. Esos ejercicios hechos principalmente por cronistas, médicos, abogados, sacerdotes o servidores públicos tenían como propósito resaltar y llamar la atención sobre los aportes de esos espacios a la construcción de las historias mayores. La intención en la escritura de esa clase de historias estaba, por otro lado, vinculada a la conformación de la identidad como expresión de pertenencia a un determinado espacio geográfico y cultural.1 En ese contexto, los estudios históricos se convirtieron en instrumentos legitimadores de estructuras políticas y religiosas. Esas fueron, sin duda, las motivaciones que tuvieron los cronistas religiosos, militares y civiles al momento de escribir las numerosas obras que se generaron en la época colonial y que en condiciones parecidas tuvieron continuidad a partir de la consumación de la Independencia y que, a su vez, conformaron las diversas visiones que constituyeron las historias oficiales, ya sean las asumidas por el Estado o la que hicieron suyas las instituciones religiosas. Esas visiones, a veces confrontadas en torno a un determinado aconte1 Para un acercamiento a los estudios históricos sobre diversos espacios regionales del país producidos en los siglos XIX y XX, véase el libro de ARIAS GÓMEZ, Cosecha histórica regional.

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cimiento o proceso histórico, impidieron durante mucho tiempo, un análisis equilibrado de la historia, libre de prejuicios sobre los actores sobresalientes en los acontecimientos sujetos a examen a través de la escritura de libros, folletos o artículos, crónicas, etcétera.2 El interés por recuperar la memoria de espacios territoriales de poca o mediana extensión tuvo un gran impulso a lo largo de los siglos XIX y XX. Baste echar una ojeada a los trabajos publicados en las revistas científicas y culturales editadas en la ciudad de México o en las capitales de los estados. Entre todos destacan, sin duda, el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, que en un lapso de más de siglo y medio dio cabida en sus páginas a numerosas contribuciones de carácter histórico.3 Para la difusión de las historias locales también fue de gran importancia el establecimiento de talleres de imprenta en las poblaciones más importantes de los estados.4 Un buen ejemplo de esa producción historiográfica puede verse en los inventarios que incluyó don Luis González en su Invitación y después en su Nueva invitación a la microhistoria.5 II Como vemos, los estudios sobre localidades y espacios regionales tienen ya un amplio camino recorrido dentro de la historiografía mexicana. Sin embargo, los conceptos de historia regional o de estudios regionales, se introdujeron en la historiografía mexicana ya muy entrada la segunda mitad del siglo XX cobraron fuerza como corriente historiográfica en las tres últimas décadas del siglo. Ese fenómeno se desarrolló con vigor a partir del debilitamiento de las estructuras políticas surgidas del proceso de reconstrucción nacio2 Un estudio crítico en torno a las grandes historias nacionales escritas en el siglo XIX por Carlos María Bustamante, Lorenzo de Zavala, Lucas Alamán, Francisco de Paula Arrangois, Niceto de Zamacois y el esfuerzo colectivo de México a través de los siglos, es el de Enrique FLORESCANO, Historia de las historias de la nación mexicana, México, Editorial Taurus, 2002. 3 Para profundizar en la historia de la Sociedad Mexicana de Geografía y estadística y su Boletín como instrumento de divulgación de estudios regionales véase el estudio de AZUELA BERNAL, Tres sociedades científicas en el Porfiriato, pp. 29-61. 4 Para un acercamiento a la distribución de los talleres de imprenta en los estados a lo largo del siglo XIX, véase: LEÓN, La imprenta en México. 5 GONZÁLEZ Y GONZÁLEZ, Invitación a la microhistoria y Nueva invitación a la microhistoria. Ambas versiones ampliadas en GONZÁLEZ Y GONZÁLEZ, Invitación a la microhistoria, (obras completas IX). Otros textos complementarios pueden verse en La querencia.

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nal generado a partir de la Revolución, que al igual que sus antecesoras surgidas del liberalismo del siglo XX, trataron de imponer visiones totalizadoras acerca de los fenómenos históricos. El creciente interés por la historia regional, tuvo como fundamento la creación de nuevas instituciones dedicadas a la enseñanza y la investigación histórica en diversos espacios de la geografía nacional. La creación de escuelas, colegios, centros, departamentos e institutos dedicados a la historia, contribuyó a la profesionalización de los estudios históricos. Primero esas instituciones sólo estuvieron en la ciudad de México, ejemplos de ello son, sin duda, el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México, la Escuela Nacional de Antropología e Historia, el Centro de Investigaciones Históricas transformado después en Instituto de Investigaciones Históricas y el Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.6 A esas instituciones se pueden agregar las unidades de investigación y de enseñanza de la historia creadas posteriormente en la Universidad Iberoamericana y en la Universidad Autónoma Metropolitana. Con el paso de los años, unidades académicas semejantes fueron creadas en la Universidad Veracruzana, en la Universidad Michoacana, al igual que en las de Puebla, Oaxaca, Guadalajara, Yucatán, Nuevo León, Durango, Guanajuato, Zacatecas, Coahuila, Chihuahua, Tamaulipas, Sinaloa y por supuesto las de las dos Baja Californias. A fines de la década de los setentas, el modelo académico de El Colegio de México como institución de investigación y de enseñanza, pasó a algunos estados como Michoacán, el Estado de México, Guanajuato, Jalisco, Colima, San Luis Potosí, Sonora y Baja California Norte. En unos se consolidó, en otros no, pero en conjunto son una muestra del creciente interés por la historia, a veces vinculada con otras ciencias sociales como la antropología, la sociología, la economía y los estudios rurales y fronterizos, además de los referentes a las tradiciones culturales.7 6 Acerca de los orígenes y evolución de las instituciones dedicadas a la investigación histórica en la ciudad de México véase: ZAVALA, “Orígenes del Centro de Estudios Históricos”, pp. 23-25; GARRITZ, Los trabajos y los años; Setenta años de la Facultad de Filosofía y Letras; OLIVERA, Alicia, Salvador Rueda y Laura Espejel, coordinadores, Historia e historias. Cincuenta años de vida académica del Instituto de Investigaciones Históricas. 7 La información básica de las instituciones agrupadas en el sistema SEP-CONACyT, puede verse en O´Farril Santibañez, Carlos, coordinador, Historias de las Instituciones del Sistema

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En este escenario, hay que agregar que un buen número de historiadores formados en los programas de licenciatura en las universidades de los estados, pudo continuar con sus estudios de posgrado, maestría y doctorado, en las instituciones de vieja tradición historiográfica de la ciudad de México, principalmente en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México y más adelante en el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora y en menor medida en los departamentos de Historia de la Universidad Iberoamericana y la Autónoma Metropolitana. Muchos miembros de esas nuevas generaciones de historiadores decidieron hacer sus tesis sobre temas relacionados con los procesos históricos de sus estados y con ello surgieron versiones metodológicamente renovadas, construidas en su mayoría en nuevas fuentes documentales que luego transmitieron como modelo historiográfico a sus comunidades académicas, principalmente estudiantiles, en las instituciones de educación superior de los estados. Otro elemento que contribuyó al avance de la historia regional, fue la continua organización de seminarios, congresos y coloquios en donde el tema central era la presentación de los resultados de las numerosas investigaciones que estaban en marcha. En el escenario nacional, sobresalían grupos de historiadores interesados en el enfoque regional de los procesos históricos en las instituciones de educación superior, asentadas en estados como Veracruz, Puebla, Oaxaca, Yucatán, Michoacán, Jalisco, Guanajuato, Zacatecas, San Luis Potosí, Nuevo León y Sonora. Más adelante se sumaron nuevos grupos académicos interesados en estudios regionales en las universidades de Chihuahua, Colima, Durango, Coahuila, las dos Baja Californias, Hidalgo, el Estado de México y Tamaulipas. En el escenario nacional también surgieron personajes que dieron impulso a la historia regional como corriente historiográfica. En Veracruz destacan los nombres de Carmen Blásquez y Abel SEP-CONACyT, pp. 217-237; para el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, pp. 241-263; para el Centro de Investigación y Docencia Económicas, pp. 267-282; para el Colegio de Michoacán, pp. 285-310; para la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, pp. 313-338; para el Instituto de Investigaciones José María Luis Mora, pp. 363-377; para El Colegio de la Frontera Norte, pp. 381-396; para el Colegio de la Frontera Sur, pp. 399-418.

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Juárez; los hermanos Roberto y Alfonso Vélez Pliego, Carlos Contreras, Rosalba Loreto, Francisco Téllez, Ana María Huerta, María del Carmen Aguirre, Cristina Gómez y Leticia Gamboa en Puebla; Luis González, Heriberto Moreno, Álvaro Ochoa y Francisco Miranda en Michoacán, José María Muriá, Jaime Olveda8 y Mario Aldana9 en Jalisco; Jesús Gómez Serrano, casi en forma solitaria, en Aguascalientes,10 sin faltar, desde luego, Mario Cerutti, que desde la Universidad de Nuevo León se constituyó en el principal animador de los estudios históricos con enfoque regional, especialmente de los referentes al desarrollo económico de México en el siglo XIX.11 De las instituciones ubicadas en la ciudad de México, fueron significativos los aportes que en el último tercio del siglo XIX hicieron a la historia regional Romana Falcón, Carlos Martínez Assad, Bernardo García Martínez, Leticia Reyna, Rodolfo Pastor, Brígida von Mentz12 y sobre todo, Ignacio del Río, a quien 8 Entre las contribuciones de Jaime Olveda a la historia regional del occidente mexicano destacan sus libros La oligarquía de Guadalajara. De las reformas borbónicas a la reforma liberal; Guadalajara. Abasto, religión y empresarios; La costa de la Nueva Galicia. Conquista ycolonización; De la insurrección a la independencia. La guerra en la región de Guadalajara. Otra vertiente del trabajo historiográfico de Jaime Olveda en torno a los estudios históricos regionales ha tenido que ver con la organización de eventos temáticos de discusión que ha dado origen a varios libros colectivos entre los que destacan: Una aproximación a Puerto Vallarta; Los puertos noroccidentales de México;Inversiones y empresarios extranjeros en el noroccidente de México, siglo XIX; Los vascos en el noroccidente de México, siglos XVI-XVIII, y En busca de fortuna. Los vascos en la región de Guadalajara. 9 Entre las contribuciones más significativas de Mario Aldana Rendón a la historia regional jalisciense destacan sus libros Proyectos agrarios y lucha por la tierra en Jalisco, 18101866; El campo jalisciense durante el porfiriato; Jalisco durante la República Restaurada, 2 vols; La rebelión agraria de Manuel Lozada: 1873. 10 En las últimas tres décadas los estudios emprendidos por Jesús Gómez Serrano han formado el eje historiográfico de carácter regional en Aguascalientes en diversos temas, principalmente en aspectos agrarios, urbanos y culturales. Entre los libros más significativos de Gómez Serrano se pueden citar los siguientes: Aguascalientes: imperio de los Guggenheim; Ojocaliente: una hacienda devorada por urbe; El mayorazgo Rincón Gallardo, disolución del vínculo y reparto de las haciendas; Hacendados y campesinos en Aguascalientes; Mercaderes, artesanos y toreros. La Feria de Aguascalientes en el siglo XIX; La creación del estado de Aguascalientes 1786-1857; Ciénega de Mata. Desarrollo y ocaso de la propiedad vinculada en México; Haciendas y ranchos en Aguascalientes. Estudio regional sobre la tenencia de la tierra y el desarrollo agrícola en el siglo XIX. 11 CERUTTI, Mario, Burguesía y capitalismo en Monterrey, 1850-1910; Mario CERUTTI, “Monterrey y su ámbito regional, 1850-1910: referencia histórica y sugerencias metodológicas”, en Secuencia, núm. 15, pp. 97-113; “Contribuciones recientes y relevancia de la investigación regional sobre la segunda parte del siglo XIX”. 12 FALCÓN, El agrarismo en Veracruz; MARTÍNEZ ASSAD, Los sentimientos de la región. GARCÍA MARTÍNEZ, Los pueblos de la sierra; PASTOR, Campesinos y reformas.

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se dedica este evento.13 Su tenaz insistencia en la pertinencia de los estudios históricos regionales, motivó a muchos de sus alumnos en la Facultad de Filosofía y Letras, a incursionar en esta línea de investigación que también se ha visto enriquecida con los resultados que han aportado sus discípulos hoy diseminados por la geografía nacional. Por otro lado, el Dr. Ignacio del Río, en las últimas décadas, ha sido un destacado defensor de los estudios históricos regionales, siempre que se hagan con rigor y se basen en fuentes confiables.14 Entre los foros académicos, como espacios de discusión que enriquecieron los resultados de las investigaciones históricas regionales resaltan, sin duda, la serie que con el título genérico de Seminario sobre la formación del capitalismo en México: el enfoque regional, promovió durante una década Mario Cerutti con el respaldo del Comité Mexicano de Ciencias Sociales y la colaboración de varias universidades. Ese seminario, constituido originalmente en Mérida en 1980, celebró encuentros anuales y promovió publicación de la revista y los cuadernos El Siglo XIX, que difundieron avances parciales de diversas investigaciones. Al respecto, Jaime Olveda recuerda que: En noviembre de 1980, Mario Cerutti convocó a varios historiadores que trabajábamos en distintos centros de investigación al I Encuentro sobre la formación del capitalismo en México. El enfoque regional, que se realizó en las instalaciones de la Universidad Autónoma de Yucatán. El propósito de este coloquio, fue analizar cómo se fue implantando y desarrollando esta forma de producir bienes de consumo. A partir de entonces, año con año, este grupo de estudiosos de la historia viene congregándose en diferentes lugares del país para presentar trabajos que refieren las particularidades regionales de este proceso. Hasta la fecha han sido sede de este encuentro las ciudades de México, Oaxaca, Jalapa, Morelia, Ciudad Juárez, Toluca y Durango.15

Varias sesiones anuales del Seminario, centraron el interés de sus participantes en el estudio de los procesos regionales de la eco13

DEL RÍO, La aplicación regional de las reformas borbónicas. DEL RÍO, “Reflexiones en torno de la idea y la práctica en la historia regional”. 15 OLVEDA, Economía y sociedad, p. 7. 14

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nomía, la sociedad, la integración del mercado, la explotación minera, el desarrollo de la agricultura y la industria. En algunas ocasiones, el Seminario tuvo un tema como eje articulador. Ejemplos de ello, son los dedicados en Puebla al estudio de Las crisis en la historia de México; Las empresas mineras en el que tuvo lugar en Zacatecas o El Porfiriato en las regiones de México, que tuvo como sede el recién creado Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Michoacana, en Morelia en noviembre de 1988. Otro evento significativo dedicado a los enfoques regionales de los procesos históricos fue el Primer Coloquio de Historia Regional, promovido por la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y de El Caribe y la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. El evento, que reunió a casi un centenar de participantes, se desarrolló en Pachuca entre el 20 y el 24 de enero de 1986. Ese Coloquio, además de trabajos dedicados a la historia de la minería, la agricultura, la industria, la tenencia de la tierra, las transformaciones urbanas y las fuentes para el estudio de la historia regional, también incluyó una sesión especial dedicada a discutir temas teórico-metodológicos de los estudios históricos regionales. Se llamó la atención sobre la necesidad de construir una mayor colaboración entre los historiadores y los geógrafos. Además en el primer coloquio de historia regional se insistió en la necesidad de definir conceptos teóricos relacionados con los espacios en los que se estudiaban los procesos históricos, como el de región, considerada puramente como el escenario de los acontecimientos, y la región histórica, como el espacio geográfico transformado por los procesos históricos. Por otro lado, se insistió en la necesidad de establecer un diálogo con otros académicos interesados en los enfoques regionales, especialmente con los estudiosos de la cartografía, la geografía histórica, la economía, la antropología y la demografía. Ese diálogo, se decía, podría enriquecer los resultados obtenidos desde las diversas especialidades, frente a los retos cada vez más complejos que planteaba el trabajo de investigación con enfoque regional.16 16 MÁRQUEZ HUITZIL, “El concepto espacial región”, pp. 454-461; SÁNCHEZ FERNÁNDEZ, “La investigación histórica regional”, pp. 462-473; MIMIAGA, “La teoría de la historia regional en México”, pp. 474-489.

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III En el último tercio del siglo XIX, se publicaron algunos libros que estimularon los enfoques regionales de los procesos históricos. Muchos estudiosos del pasado han coincidido en el impacto que causó la publicación de Pueblo en vilo. Microhistoria de San José de Gracia, de Luis González, que introdujo un nuevo modelo de uso del lenguaje en la narrativa histórica, soportada esta última en fuentes poco utilizadas hasta ese momento como los papeles familiares, los archivos locales y los testimonios orales, además de las diversas lecturas que mediante la observación, podía hacer el historiador del paisaje y de los sujetos que lo habitan. Por otro lado, en Pueblo en vilo, se puso al descubierto que a partir de las imágenes, el historiador podía recrear las formas de vida de un determinado momento a través de la construcción de un relato impregnado de metáforas, como recurso didáctico de explicación de los fenómenos económicos, sociales y culturales como forma de capturar la atención y mantener el interés del lector. En otras palabras, la propuesta gonzaliana se centraba en la necesidad de bajar el relato histórico de los círculos puramente académicos, a nuevas formas de entendimiento comprensibles para cualquier persona, a través de un lenguaje común desligado de la pedantería de los teóricos. Sólo así, la historia escrita podía despertar el interés de la sociedad y con ello la socialización de los resultados de la investigación.17 Otro libro, que tuvo un impacto semejante en los estudios históricos regionales fue el Zapata y la Revolución Mexicana,18 de John Womack, publicado por primera en 1969. El aporte fundamental de este libro fue, sin duda, la propuesta de su autor de estudiar los 17 Acerca del impacto de Pueblo en Vilo en la historiografía regional mexicana producida en el último tercio del siglo XX véase: OCHOA SERRANO, Pueblo en vilo, la fuerza de la costumbre. De esa obra colectiva véanse sobre todo los siguientes textos: Hira de Gortari, “Mis lecturas de Pueblo en vilo y la historia provincial”, pp. 49-56; Gerardo Sánchez Díaz, “Los estudios michoacanos después de Pueblo en Vilo”, pp. 57-74; Carlos Martínez Assad, “La historiografía después de Pueblo en vilo”, pp. 75-82; Heriberto Moreno García, “Historia oral y oralidad en Pueblo en vilo”, pp. 83-93; Agustín Jacinto Zavala, “Lo universal y lo particular en Pueblo en vilo”, pp. 153-166; Andrés Lira, “Universalidades de la historia pueblerina”, pp. 167-172; Patricia Arias, “Pueblo en vilo, al fuerza de la diversidad”, pp. 173-182. 18 WOMACK JR., Zapata y la Revolución Mexicana. Para una idea del impacto historiográfico de esta obra baste recordar que para 2011 ya se habían publicado 30 ediciones en la misma casa editorial.

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procesos históricos con una mayor profundidad, a partir de análisis desligados de prejuicios y generalidades creadas por el discurso político legitimador ejercido por los vencedores. El aporte metodológico de Zapata y la Revolución Mexicana, es que su autor pudo reconstruir en todas sus partes el escenario regional en el que surgió y se desarrolló el movimiento revolucionario zapatista desde la propia percepción de sus actores y no como se quiso reconstruir desde afuera, a partir de la imaginación de quienes se interesaron en analizar el zapatismo desde la percepción del poder. La investigación realizada por Womack puso al descubierto que era posible estudiar los procesos históricos desde perspectivas distintas, alejados de los discursos históricos tradicionales, que en la mayoría de los casos mostraron la Revolución Mexicana como un fenómeno uniforme y de carácter nacional. Otros estudios producidos por historiadores extranjeros, tal vez sin proponérselo y sin tener vinculación, contribuyeron a la construcción de visiones integrales y de conjunto sobre un determinado espacio, llamados en todos la región, los cuales establecieron las bases para un mejor entendimiento de procesos históricos posteriores al tiempo que articula el conjunto de estudios. El caso más significativo en esta perspectiva es Guadalajara y su entorno, Guadalajara y su región, como se subraya en su mayoría, a través del estudio de las estructuras agrarias, la ganadería y la producción agropecuaria, la conformación del mundo urbano y el tejido de sus relaciones sociales en la vida económica y cultural. Se trata, por supuesto, de las visiones históricas construidas por Richard B. Lindley, Ramón María Serrera, Eric van Young, y Thomas Calvo, que dieron un soporte de comprensión económica y social al estudio realizado más tarde por Jaime Olveda sobre la ciudad de Guadalajara y su entorno sobre la guerra de independencia.19 Además de los casos anteriores, encontramos en las últimas décadas del siglo XX, una amplia producción de libros, artículos y trabajos en obras colectivas acerca de diversas temáticas de histo19 LINDLEY, Haciendas and economic development, versión en español: Las haciendas y el desarrollo económico; SERRERA CONTRERAS, Guadalajara ganadera: estudio regional novohispano; VAN YOUNG, Hacienda and market in eighteenth-century Mexico, versión en español, La ciudad y el campo en México en el siglo XVIII; CALVO, Guadalajara y su región en el siglo XVII; CALVO,Poder, religión y sociedad en Guadalajara.

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ria regional. En ese panorama destacan los esfuerzos de revisión de la historia de algunos procesos nacionales que han confrontado las características con que se dieron en diversos espacios del territorio nacional. Algunas de esas visiones colectivas se dieron en momentos coyunturales y otros, se plantean bajo un interés temático común. Ejemplos de los primeros son los dos volúmenes coordinados por Mario Aldana Rendón, La Revolución en las regiones de México,20 Anarquismo, socialismo y sindicalismo en las regiones, coordinado por Jaime Tamayo y Patricia Valles21 y México en Guerra, 1846-1848. Perspectivas regionales, coordinado por Laura Herrera Serna.22 Entre los segundos destacan El siglo XIX en México. Cinco procesos regionales: Morelos, Monterrey, Yucatán, Jalisco y Puebla, coordinado por Mario Cerutti;23 y Espacio y perfiles. Historia regional mexicana del siglo XIX, compilado por Carlos Contreras.24 Además se pueden agregar a estos ejemplos El Poder y el dinero. Grupos y regiones mexicanos en el siglo XIX, coordinado por Beatriz Rojas; Historia regional. El centro-occidente de México: siglos XVI al XX, coordinado por Gladys Lizama Silva;25 Tradición y cambio. Aproximaciones a la historia regional en México, coordinado por Jesús Gómez Serrano y Francisco Javier Delgado Aguilar26 y Los vascos en el noroccidente de México, siglos XVI-XVIII, coordinado por Jaime Olveda.27 Muchos de estos libros colectivos fueron resultado de eventos académicos en torno a temáticas comunes desarrolladas en distintas instituciones. Por otro lado tanto las discusiones colectivas dedicadas al análisis de un determinado proceso histórico, desde la perspectiva regional, ha dado lugar a debates en torno a la necesidad de profundizar en aspectos teóricos y metodológicos aplicados a esta

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ALDANA RENDÓN, La Revolución en las regiones de México, 2 v. TAMAYO Y VALLES, Anarquismo, socialismo y sindicalismo en las regiones. 22 HERRERA SERNA, México en Guerra, 1846-1848. 23 CERUTTI, El siglo XIX en México; CERUTTI, coordinador, Monterrey, Nuevo León, el noroeste. Siete estudios históricos. 24 CONTRERAS, Espacio y perfiles. 25 ROJAS, El Poder y el dinero; LIZAMA SILVA, Historia regional. El centro-occidente de México. 26 GÓMEZ SERRANO Y DELGADO AGUILAR, Tradición y cambio. Aproximaciones a la historia regional en México. 27 OLVEDA, Los vascos en el noroccidente de México. 21

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clase de estudios.28 También se han emprendido balances de la producción historiográfica generada en las últimas décadas.29 IV De esa forma, la llamada historia regional poco a poco se fue abriendo paso entre las nuevas corrientes historiográficas. Sus aportes enriquecieron las visiones generales referentes a procesos históricos más amplios de carácter nacional o internacional. El sistema educativo también se abrió a esta perspectiva. En algunas instituciones de educación superior se incluyó la historia regional en sus planes de estudio, incluso se abrieron programas de posgrado especializados en estudios regionales que incluían la historia, la geografía y otras disciplinas de carácter social. La intención era formar especialistas para promover el desarrollo de nuevos enfoques de la enseñanza y la investigación en las ciencias sociales. A partir de 1982, la Secretaría de Educación Pública puso en marcha un programa de libros de texto gratuitos llamados Monografías estatales, para fortalecer la formación de los alumnos del sexto año de primaria. Una década después, la enseñanza de la historia de los estados quedó incluida formalmente mediante la elaboración de libros de texto de historia y geografía en el tercer año. A partir de 2012, el libro de Historia y geografía de los 28 PÉREZ HERRERO, Región e historia en México. Esta antología reunió los siguientes trabajos: Luis González, “Terruño, microhistoria y ciencias sociales”, pp. 23-36; Carol A. Smith. “Sistemas económicos regionales: modelos geográficos y problemas socioeconómicos combinados”, pp. 37-98; Eric Van Young, “Haciendo historia regional. Consideraciones metodológicas y teóricas”, pp. 99-122; Guillermo de la Peña, “Los estudios regionales y la antropología social en México”, pp. 123-162; P.E. Ogden, “Demografía histórica y región”, pp. 163-193; Robert D. Sack, “El significado de la territorialidad”, pp. 194-204; Pedro Pérez Herrero, “Los factores de la conformación regional en México 1700-1850: Modelos existentes e hipótesis de investigación”, pp. 207-236; Elizabetta Bertola, Marcelo Carmagnani y Pablo Riguzzi, “Federación y estados: espacios políticos y relaciones de poder en México, siglo XIX”. 29 MARTÍNEZ Assad, “Historia regional. Un aporte a la nueva historiografía”, El historiador frente a la historia. Corrientes historiográficas actuales, pp. 135-144; Eduardo N. MIJANGOS Díaz y Gerardo Sánchez Díaz, “Vicisitudes de la historiografía regional en México, 1950-2000”, Boris Berenzon Gorn y Georgina Calderón Aragón, (coords.), Historia de la historiografía de América, 1950-2000, pp. 305-348; Jaime OLVEDA, coordinador, Balance de la historiografía noroccidental; José María MURIÁ, Nueve Ensayos sobre historiografía regional. Estado de Jalisco; José Refugio DE LA TORRE Curiel, Jessica Santibañez Varela, Laura Alarcón Menchaca, Cristina Albizo Carranza, Angélica Peregrina y Miguel Ángel Medina García, EVOLUCIÓN DE LA HISTORIOGRAFÍA JALISCIENSE 1857-2010.

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estados fue sustituido por otro llamado La entidad donde vivo, en el que la historia y la geografía se mezclan con nociones de civismo y cuestiones rurales y urbanas, con la supuesta intención de que niños comprendan en una forma más integral el entorno en el que viven. En esta propuesta, el eje conductor ya no es la enseñanza de la historia sino el hacer pensar históricamente a los niños. La enseñanza de la historia de los estados también se introdujo a los planes de estudio del nivel secundario y en algunos casos como materia optativa en los bachilleratos. Para acercar información histórica referente a los estados, a las instituciones educativas y al público en general, El Colegio de México y el Fondo de Cultura Económica a través del Fideicomiso para las Américas, hace más de una década, puso en marcha el programa de edición de breves historias en cada estado, encomendadas a especialistas de los propios estados. Se trata de visiones de síntesis, acompañadas de recomendaciones bibliográficas que permitan al lector profundizar sobre algunos temas y periodos. Otros elementos que han permitido el estímulo de la historia regional han sido el establecimiento de premios a los mejores trabajos producidos en esa perspectiva. El más importante ha sido, sin duda, el Premio Atanasio G. Saravia, otorgado por la Fundación Cultural Banamex. En ese sentido también ha resultado significativa la colección Regiones,30 establecida por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes que ha dado cabida a un buen número de estudios con perspectiva regional.

30 Entre la amplia producción de estudios históricos con enfoque regional, divulgada en la colección Regiones de CONACULTA, pueden citarse los siguientes libros: Jaime OLVEDA, La oligarquía de Guadalajara. De las reformas borbónicas a la reforma liberal; Manuel MIÑO Grijalva, compilador, Haciendas y comunidades. Los valles de México y Toluca entre 1530 y 1916; José Antonio GUTIÉRREZ Gutiérrez, Los Altos de Jalisco, Panorama histórico de una región y su sociedad hasta 1821; Emma YANES Rizo, Vida y muerte de Fidelita, la novia de Acámbaro. Una historia social de la tecnología en los años cuarenta: el caso de los ferrocarriles nacionales de México; Pablo SERRANO Álvarez, La batalla del espíritu. El movimiento sinarquista en el Bajío, 1932-1951; 2 vols.; Brian CONNAUGHTON, Ideología y sociedad en Guadalajara, 1788-1853; Dora Elvia ENRÍQUEZ Licón, Colima en los treinta. Organizaciones obrerasy políticas regionales; Thomas BENJAMIN y Mark Wasserman, Historia regional de la Revolución Mexicana. La provincia entre 1910 y 1929; Jorge SILVA Riquer, coordinador, Los mercados regionales en México en los siglos XVIII y XIX.

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LA HISTORIA REGIONAL EN MÉXICO: CONSIDERACIONES SOBRE SU IMPORTANCIA Y ACTUALIDAD EN LA INVESTIGACIÓN Y LA ENSEÑANZA

Dení Trejo Barajas UNIVERSIDAD MICHOACANA DE SAN NICOLÁS DE HIDALGO INSTITUTO DE INVESTIGACIONES HISTÓRICAS

Toda práctica historiográfica debiera reflexionarse tanto en sus planteamientos internos como en las condiciones y circunstancias que propician su surgimiento y desarrollo en un momento dado. Es mi propósito en este artículo, aportar algunos elementos en estos dos sentidos con el objeto de entender la importancia y límites que ha tenido la historiografía regional en México. Mi preocupación surgió luego de observar que estudiantes de posgrado explicaban lo difícil que les resultaba problematizar sus temas en relación a la cuestión de la definición del ámbito espacial, no obstante que varios de ellos se habían planteado estudiar problemas con un carácter regional. En general, los estudiantes terminaban por hacer sus investigaciones sin reflexiones metodológicas sustanciales, pero por el hecho de aducir que se hacían en un lugar en específico, ya por esa razón los justificaban como temas de índole regional, sin reflexionar las diferencias con la historia local o con la historia de los estados o municipios; así como su relación con ámbitos mayores como el nacional o multinacional. Este problema me mueve a tratar de recuperar aquello que fue expuesto hace años por Ignacio del Río, así como por otros investigadores que han abordado el tema, con la intención de revalorar a la historia regional como una opción en la investigación y enseñanza profesional de la historia, es decir en la formación de quienes producirán textos históricos y con seguridad se dedicarán a la docencia de la historia.1 1 Este artículo fue presentado en una primera versión como ponencia en un coloquio homenaje a Ignacio del Río, en mayo de 2013. Algunas de sus partes también fueron utilizadas en una conferencia sobre Historia regional, en la Universidad de Passo Fundo, Brasil.

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La historiografía regional contemporánea No obstante la presencia de historiadores en diversas partes del país haciendo historias de carácter local o incluso regional desde el siglo XIX, propiamente la historiografía profesional de carácter regional en México tuvo su mayor impacto en las tres últimas décadas del siglo XX. Actualmente, su práctica es particularmente importante en el ámbito de los programas de licenciatura y posgrado de las carreras de Historia, sin embargo, hemos podido advertir que después de una cierta euforia por los estudios históricos regionales en los años noventa del siglo XX, su presencia ha disminuido, aunque no me atrevería a decir que a causa de las críticas que aducían que carecía de rigor metodológico y unidad conceptual.2 De cualquier modo, no deja de ser inquietante por qué dejó de tener la presencia que tenía con anterioridad en el ámbito profesional, si bien por otro lado, reitero, no ha dejado de ser una de las prácticas historiográficas más socorridas dentro de las instituciones universitarias, tanto en licenciatura como en posgrado. Reconozco que a los historiadores nos cuesta mucho trabajo el análisis de las prácticas historiográficas, sin embargo, creo que es una tarea insoslayable para tratar de explicarnos por qué en cierto momento una forma de hacer historia adquiere sentido y luego por qué, sin dejar de tenerlo necesariamente, pasa a segundo término, mientras adquieren mayor relevancia otras. Supongo que en parte esto se debe al surgimiento, hacia el fin del siglo XX, de otras opciones para acercarse a lo histórico que han resignificado el pasado en función de otros problemas, lo cual me parece plausible, sin embargo, pienso que esto no nulifica las posibilidades que desde mi punto de vista todavía tiene la perspectiva regional, antes bien considero que hay que enriquecerla y, sobre todo, cuestionar algunas formas de llevarla a cabo en las cuales se le identifica de manera mecánica con los estudios históricos sobre los estados de la República. Me parece importante este asunto porque aduzco que la historiografía regional sigue teniendo un papel significativo en por 2 Creo que este asunto atañe a toda la historiografía. Hay buenas y malas historias regionales y de cualquier otro tipo. Respecto de la crítica véase MIÑO, “¿Existe la Historia”; IBARRA, “Un debate suspendido”.

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lo menos dos sentidos: uno de ellos es el de que amplifica de un modo especial algunos aspectos de la historia de una sociedad que las historiografías más generales, de carácter nacional, sólo pasan de un plumazo o ni siquiera mencionan. En esa amplificación ha sido posible evidenciar que las situaciones históricas particulares no necesariamente coinciden con algunas perspectivas nacionales, de manera que se ha podido ir develando, en el caso mexicano, un país diverso y complejo, antes sólo conocido muy parcialmente por la perspectiva general y centralista de la historia. En síntesis, la historiografía regional, junto con otras perspectivas historiográficas que centran su atención en las espacialidades que forman las interacciones humanas y la percepción que se tiene de ellas, como la local o del paisaje, nos puede permitir entender mejor este país diverso del que formamos parte.3 Tratando de situar la historiografía regional contemporánea podemos decir que su surgimiento en el siglo XX tuvo que ver con algunos cambios paulatinos en las relaciones entre el Estado nacional,4 caracterizado por un fuerte centralismo en buena parte del siglo XX, y el resto de entidades que lo integran, las cuales fueron adquiriendo mayor presencia política, aunque no de manera uniforme. Sin embargo, habría que decir que esta dicotomía, “nación-estados federales”, reprodujo el centralismo nacional dentro de cada estado, ocultando, en ocasiones, otras formas de organización de la sociedad que se expresan en espacialidades diferentes a las político-administrativas o que se habían dado antes de la construcción de estas últimas. Pero aun con sus limitaciones este cam3 Es necesario hacer la aclaración de que a toda porción identificada del territorio del planeta se le ha asumido geográficamente, y sin mayor reflexión, como región. Así por ejemplo, nos referimos a “la región latinoamericana” o “región europea”, sin embargo, a lo que se alude aquí con el nombre de historia regional, es a una historiografía que hace referencia al problema de cómo construimos espacios más o menos delimitados a partir de la investigación de determinadas relaciones sociales localizadas. En general estos estudios se han enfocado en construcciones sociales y espaciales menores a la nación pero mayores a una sola localidad; también en zonas formadas por relaciones transfronterizas. Y no es que el Estado nacional o un conjunto de estados no puedan constituir una región, lo que pasa es que lo importante es la posibilidad de construirla, definirla, en función de determinados fenómenos históricos sociales que precisamente emergen y se hacen visibles poniendo el foco de atención en los actores y en ciertos procesos de interrelación social que se suceden en ámbitos específicos que están por definirse en la investigación misma. 4 Identificado tanto con el territorio total que ocupa la nación como con el centro político del país donde está instalado el gobierno federal.

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bio permitió ir reconociendo esas otras formas de espacialidad dentro del territorio nacional, y junto con ello formas distintas de historiografiar, en las cuales espacios como las regiones, ciudades, pueblos, comunidades, colectivos, se revelan con sus particularidades, no sólo dentro y frente a la nación, sino también respecto del mundo.5 Entonces, resumiendo este punto, me parece que lo regional sigue siendo una posibilidad para entendernos frente a las fuertes tendencias centralizadoras del Estado mexicano y también frente a las ideas globalizantes del mundo actual que homogeneizan de un plumazo a amplios sectores de la sociedad, incluso incorporándolos bajo el paraguas de la multiculturalidad pero sin comprender a fondo sus particularidades y sus formas de resistencia a la homogeneidad capitalista. El otro sentido importante que a mi juicio le dio relevancia a la historia regional, y que en cierto modo se deriva del anterior, tiene que ver no sólo con la mayor presencia de las universidades estatales en la segunda mitad del siglo XX, sino de manera particular con el surgimiento de las licenciaturas de Historia en las últimas tres décadas de dicho siglo y la consiguiente necesidad de que en ellas se impulsaran las historiografías particulares de los estados con un carácter más profesional.6 Esto permitió que la opción 5

Me parece que no podemos soslayar los procesos de globalización actuales, que han hecho que las experiencias regionales se sitúen ahora con más claridad no sólo dentro y frente a lo nacional sino también respecto de lo global. En ese sentido me parece que la confusión de igualar región a estado federal o municipio obedece a la prevalencia de una historia concebida como nacional y que puede ser expuesta por las partes que la componen, los estados de la federación. Esta visión conlleva la idea de que los actores sociales y políticos sólo se mueven e interactúan dentro de límites político administrativos y en diálogo o contradicción con el Estado nacional. 6 De nueva cuenta hay que insistir en que había una fuerte asociación entre historia regional e historia estatal, esta última todavía concebida en buena medida como reproducción particular de los sucesos “nacionales”. Valgan algunos ejemplos interesantes al respecto: el de la Universidad Michoacana, cuya carrera de Historia se fundó en 1973, mientras la Historia General de Michoacán se publicó en 1989, con la colaboración de historiadores de las primeras generaciones de egresados; el de la Universidad Autónoma de Sinaloa, cuya licenciatura en Historia, fundada en 1988, surgió de la formación de un grupo de trabajo a través de una Maestría en Historia Regional que tuvo dos encomiendas: el impulso de la licenciatura y la elaboración de una Historia General de Sinaloa. Información recabada en la página de la UAS el 17 de marzo de 2014: http://www.uas.edu.mx/web/ i n d e x . p h p ? s e c c i o n = o f e r t a - e d u c a t i v a & t i p o carrera=licenciatura&area=6&op=41d&optativas=1&escuela=88&carrera=72; la licenciatu-

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historiográfica de carácter regional adquiriera importancia en la práctica formativa de los estudiantes de Historia. De hecho en las licenciaturas de las universidades estatales la historia regional fue muy bien recibida porque permitía que los estudiantes e investigadores aprovecharan los acervos locales, los cuales, por cierto, habían estado en el olvido y eran tratados con mucho descuido; a partir de entonces empezaron a ser ordenados y modernizadas sus instalaciones en muchos casos. Se abrió entonces la posibilidad de que cada vez con más rigor se pudieran estudiar procesos históricos dentro de los estados, antes sólo conocidos por referencias muy limitadas y que con esa práctica se formaran los nuevos historiadores. El problema de esta historiografía que se desarrolló de manera privilegiada en las universidades estatales es que siguió, en términos generales, el mismo modelo de la nacional, sólo que acotada ahora en los espacios de los estados.7 De esa manera, incluso asignaturas de los planes de estudio que se concibieron con el título de Historia Regional terminaron siendo en realidad de historiografía de Sonora, de Campeche, de Yucatán, de Tlaxcala, etc., sin que en realidad la mayor parte de ellos se plantearan de algún modo una problemática regional. De forma paralela, sin embargo, algunos investigadores comprendieron que era posible estudiar temas que no necesariamente tenían que ver con la configuración política de los estados de la República sino con interacciones sociales que generaban diversas formas de espacialidad no necesariamente coincidente con aquélla. ra en Humanidades (Historia, Letras y Filosofía) de la Universidad Autónoma de Baja California Sur, cuyo inicio data de 1989, y el grupo de profesores-investigadores que tenían a su cargo la terminal de Historia fundaron una Maestría en Historia Regional y elaboraron la Historia General de Baja California Sur, cuyo primer tomo se publicó en el 2002. 7 Además de las historias generales publicadas en los estados de la República, el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora inició un proyecto de historias estatales en el siglo XIX, que se llevó a cabo en los años ochenta. Asimismo, en los noventa El Colegio de México desarrolló su proyecto editorial de historias breves de los estados de la República. Finalmente, habría que mencionar que con la Reforma Educativa de 1993 se impuso que en tercer año de primaria se abordara la historia estatal correspondiente, lo que dio lugar a la elaboración de libros de texto de Geografía e Historia para cada uno de los estados de la República. Característico de estos libros para la enseñanza básica de la historia es que se impuso a los autores una cronología elaborada para la historia nacional y a la cual tenían que ajustar los hechos históricos del estado en cuestión.

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Sus propuestas permitieron una mayor problematización de la historiografía y sobre todo sacarla de los márgenes establecidos por las visiones estatistas. La intensidad que tuvo la historiografía regional bajo esta perspectiva se vio fortalecida por los estudios de especialistas que supieron aprovechar muy bien los acervos locales y plantear algunos de los problemas metodológicos que fueron abordados por la historia regional, sobre todo bajo una orientación de historia económica, como Peter Blakwell, Philip L. Hadley, David Brading, Claude Morin, Erik Van Young, Antonio Ibarra, o de historia política, como Brian Hamnett, Martínez Assad y Leticia Reina. En una perspectiva más de historia social podríamos pensar en los textos de Sergio Ortega o de Chantal Cramaussel, por mencionar sólo algunos dentro de la importante producción historiográfica regional a nivel nacional.8 Sería muy prolijo y no cabe en este artículo hacer una relación amplia de la historiografía de temáticas regionales en México, por lo que remitimos al lector a revisar los trabajos clásicos al respecto.9 Pero entonces cuál ha sido el problema. ¿Cuál es el punto de inflexión por el cual la historia regional declinó? ¿Ya se dijo todo lo que era posible decir con la historia regional? ¿Y ésta tiene que pasar la batuta a otras formas de expresión historiográfica? Soy una convencida de que la historiografía regional ha generado y sigue generando estudios que han contribuido a una mayor comprensión de la complejidad histórica del país, pero también de que es necesaria su renovación constante. En ese sentido pienso que es necesario que profesores y estudiantes reconozcan con claridad los elementos que les permiten construir los ámbitos espacio-tem8 Hay que aclarar, sin embargo, que las posturas en torno a la historia regional de los historiadores que mencionamos difieren entre sí de manera sustancial. BAKEWELL, Minería y sociedad; BRADING, Haciendas y ranchos; HADLEY, Minería y sociedad en el centro minero; HAMNETT, Raíces de la insurgencia; KNIGHT, “Interpretaciones recientes”, pp. 21-43; IBARRA, La organización regional del espacio interno novohispano; VAN YOUNG, La ciudad y el campo; MORIN, Michoacán en la Nueva España; MARTÍNEZ ASSAD, Camino de la rebelión del general, y Los sentimientos de la región; REINA, Rebeliones campesinas;ORTEGA NORIEGA, Un ensayo de historia regional; CRAMAUSSEL, Poblar la frontera. La provincia de Santa Bárbara. 9 Como el compilado por PÉREZ, Región e historia, y al artículo de VAN YOUNG, “Haciendo historia regional”. También, REINA, “Historia regional”. Una amplia recopilación crítica de la historiografía regional en México, en M IJANGOS D ÍAZ Y S ÁNCHEZ DÍAZ , “Conjunciones y disyunciones”.

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porales de sus investigaciones, a la vez que reflexionen sobre si es posible asumirse como “sujetos de esas historias”,10 con el objeto de que la historia regional no cumpla el mismo papel que la historiografía nacional para sectores no contemplados en ella: la de pretenderse el paradigma a partir del cual se explica el resto de las historias.11 Pensar la historia a través del enfoque regional Quiero enfatizar en este apartado que el enfoque regional se propone con el objeto de pensar el espacio como una variable en la definición del problema a investigar y no que se establezca como algo dado o definido de antemano como una configuración político-administrativa.12 Aclaro que entiendo que existen diferentes maneras de hacer historia y, por lo tanto, los recursos metodológicos que se emplean pueden ser distintos en función de las temáticas elegidas, es decir, la historia regional no siempre será el elemento metodológico guía de una investigación, pero sí puede ser uno que induzca a pensar en las formas de relación que se dan en el espacio territorializado, es decir, ocupado por los grupos humanos. En ese sentido vale la pena recuperar el cuestionamiento que hacen algunos autores al hecho de que la historiografía occidental ha privilegiado la noción de tiempo sobre la de espacio, despojando a veces a los procesos sociales de su ubicación: Las visiones del progreso histórico posteriores a la ilustración afirman la primacía del tiempo sobre el espacio y de la cultura sobre la naturaleza… Al diferenciarlas, los historiadores y los científicos sociales usualmente presentan al espacio o a la geografía como un escenario inerte en el cual tienen lugar los eventos históricos, y a la naturaleza como el 10 Me refiero a que cuando el historiador es capaz de observar desde dónde emite su discurso puede llegar a comprender el papel político e ideológico de éste. Puede relativizar su dicho con respecto de otros, no para aceptar todos sino para entender que no puede llegar a una historia total, absoluta. 11 Habría que cuidar que la historia regional no se convierta en regionalista, como algunas historias nacionales que sirven fundamentalmente de formación ideológica nacionalista. 12 No es que lo político administrativo no pueda concebirse como una región, lo que se pretende es que ésta sea un producto de la investigación.

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material pasivo con el cual los humanos hacen su mundo. La separación de la historia y la geografía y el dominio del tiempo sobre el espacio tienen el efecto de producir imágenes de sociedades cortadas de su ambiente material, como si surgieran de la nada.13

En ese sentido, me parece de la mayor importancia el rescate que la historiografía regional ha hecho de la noción de espacio, tratando no sólo de situar los fenómenos históricos sino de advertir el problema epistemológico de fondo, el de la construcción y delimitación de un espacio que no sólo es soporte, sino que se transforma, por la manera en que se establecen ciertas relaciones sociales en él, a la vez que él mismo condiciona y modifica dichas relaciones. A partir de esta reflexión suscitada por la cita puedo destacar que la historiografía de carácter regional en México aporta a la investigación y a la enseñanza la posibilidad de pensar el espacio como problema de conocimiento. Esto implica aprender a construir una “realidad” a través de la observación de las relaciones que los individuos o colectividades han generado y proyectado en un espacio determinado, pero que no es ni puede ser o concebirse, de manera abstracta como fijo. Esto quiere decir que el espacio no está dado de antemano sino que surge de la espacialización que tienen las actividades humanas observadas (relaciones sociales y relaciones sociales con la naturaleza).14 Otro punto a considerar es el de la relación espacio-temporal. Es evidente que estamos muy acostumbrados los historiadores a deslizar una temporalidad preestablecida, construida por la visión occidental de la historia universal, sobre los fenómenos que estudiamos en México. Habría que preguntarse si todos los procesos 13 CORONIL, The Magical State, p. 23, citado por LANDER, “Ciencias sociales: saberes coloniales”, p. 34. 14 En ese sentido coincidimos con posturas como la de Henri Lefebvre, quien pensaba el espacio como “modelado por la sedimentación de prácticas, representaciones y vivencias”. HIERNAUX, “Henri Lefebvre”, p. 23. Señaló asimismo el autor francés, que “el espacio es tanto el producto de, como la condición de posibilidad de las relaciones sociales. Como una relación social, el espacio es también una relación natural, una relación entre sociedad y naturaleza a través de la cual la sociedad mientras se produce a sí misma transforma y se apropia de la naturaleza”. LEFEBVRE, La producción, citado por LANDER, “Ciencias sociales: saberes coloniales”, p. 35.

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que identificamos espacialmente es posible referirlos de manera mecánica a la temporalidad de los fenómenos nacionales o mundiales. No quiero decir que no los relacionemos con ellos, sino que tratemos de identificar los “tempos” propios, su conexión con los otros y sus consecuencias en el espacio. Esto, sobre lo cual también llamaba la atención Henri Lefebvre, parece significativo en la medida en que los espacios de la globalización tratan de imponer visiones y representaciones de un mundo homogéneo espacialmente, ocultando precisamente las características propias, de los espacios hechos por las relaciones humanas particulares, regionales, locales, incluso de la cotidianidad. Pero por si no hemos convencido a nuestros lectores de la necesidad de pensar el espacio, los invito ahora a reflexionar en él a partir de entender la región como una forma, entre varias, de las que asume el espacio como producto social. Asumimos con Eric van Young que “las regiones son buenas para pensar”, y si esto es así no cabe duda que son buenas para la enseñanza y la investigación. Pero, ¿qué es lo que nos pueden incitar a pensar? Podríamos empezar planteándonos si está o no está regionalizada la realidad. Alguien podría argumentar que las fronteras políticas son una forma de regionalización que incluso está dibujada en los mapas en los que se nos enseña, en la infancia, la geografía política de nuestro país y del mundo. Y en efecto esa es una regionalización impuesta, virtual o físicamente, sobre el territorio y sobre todo a una población, de ahí que sea posible estudiarlas en su historicidad, como lo hizo en algún momento Edmundo O´Gorman.15 Y aunque esto es así, sabemos, por otra parte, que es imposible concebir la delimitación territorial, plasmada en dibujos y legislaciones internacionales, como algo estático para la vida humana; no funciona para entender a los que viven, por ejemplo, a ambos lados de una frontera; antes bien, si uno asume que vivencias e interrelaciones se dan a pesar de ella y entrelazan lugares y personas, entonces es posible pensar esas interacciones como un todo y entender que uno construye los límites donde se efectúan éstas. La vida de la gente genera diversos tipos de regionalización, haciendo borrosas con ello, en muchas ocasiones, las fronteras 15

O´GORMAN, Historia de las divisiones territoriales.

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político-administrativas, aunque éstas estén en tratados internacionales y constituciones nacionales y estatales, o incluso con marcas en el terreno, como las bardas para impedir que un grupo humano pase del otro lado de ella: el muro de Berlín estaba ahí, el muro en la frontera México-EEUU está ahí con todas sus toneladas de cemento y sin embargo, ninguno de ellos cortó las interrelaciones sociales que han marcado sus historias. Veamos ahora algunos ejemplos de historiografía regional, con el objeto de tratar de entender cómo asumió el autor en cada caso la idea de espacio regional. Hemos tomado para este análisis tres libros de Ignacio del Río, porque lo valoramos como un exponente clásico en México de la historiografía regional contemporánea, y porque en cada uno de ellos muestra una forma distinta de asumir la región, no porque el autor sea incongruente con una metodología que debiera ser específica para este tipo de historia, sino precisamente porque para él son las relaciones humanas estudiadas las que le permiten construir un espacio en el que se suceden aquéllas.16 En su primer libro propiamente de historia regional, Conquista y aculturación de la California jesuítica 1697-1768, cuya primera edición es de 1984, Ignacio del Río expuso cómo en la península de California se gestó un proceso especial de relación cultural, entre los grupos de cazadores recolectores que habitaban originalmente esos parajes y los misioneros jesuitas con su proyecto misional, que dio lugar a una situación asimétrica que terminó por destruir cultural y demográficamente a la población nativa. Esto que Del Río estudió para una porción de la península californiana determinada por el alcance que tuvo la presencia jesuita y los efectos de su relación con los cazadores recolectores, no sucedió ni en los mismos momentos ni de la misma forma en otras partes del territorio nacional ni latinoamericano. En todo caso, este ejemplo permite comparar procesos de aculturación que se dieron de manera distinta y que por lo mismo no en todos ellos dio 16 Aclaro que no he querido incorporar las ideas de Del Río sobre la historia regional, que ha desarrollado en otros artículos, como: DEL RÍO, “De la pertinencia del enfoque regional”. De hecho en el libro que el lector tiene en sus manos se incluye el último artículo que escribió al respecto. Esto porque me interesaba sobre todo observar directamente en su historiografía su manera de construir el ámbito regional.

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lugar al exterminio de la población nativa como sí sucedió en la porción media y sur de la Antigua California. En ese sentido la historia regional en esta propuesta invita a la comparación, pues no puede quedar encerrada en sí misma o erigiéndose en el paradigama de la historia nacional (como ha sucedido con el hecho de tratar de implantar como general en el país la herencia nahua y también las formas que adoptó su sometimiento por los hispanos, tanto en lo político como en lo cultural. Si bien, procesos de aculturación en el periodo de la conquista y expansión del dominio español los hubo por todas partes de lo que hoy es el territorio nacional, sus características fueron distintas y los problemas presentes hoy en día en cada lugar pueden entenderse, en parte, por esas diferencias regionales de las formas que asumió la conquista y la aculturación.17 Así tenemos que el drama demográfico de los cazadores recolectores de la región bajacaliforniana, según la investigación de Del Río, se debió a una multiplicidad de factores entre los que destacan la modificación de su vida tradicional que implicó la pérdida de su antigua autonomía, al quedar sujetos, así fuera por temporadas, a la misión; de sus formas de organización parental, al prohibirles la poligamia; de sus costumbres alimenticias, al acostumbrarlos al consumo del pozole en las temporadas que permanecían en las misiones y que les hizo quedar a medias entre la vida misional y la de cazadores recolectores; también al separar a los niños de sus madres y al separar hombres de mujeres. Todo esto, más la guerra de exterminio de la que fueron objeto, particularmente los indios del extremo sur peninsular por haberse rebelado, contribuyeron a la desesperanza ostensible en la que cayeron los nativos peninsulares. Esta situación hizo el ambiente propicio para que las enfermedades 17 Es desde luego la presencia indiscutible al día de hoy de rasgos culturales de los pueblos originarios del centro de México, así como de Michoacán, Oaxaca, Chiapas, entre otras zonas, y aún en otros lugares a las que emigran, lo que permite destacar el hecho de que los procesos de aculturación no fueron similares en todas partes. Incluso en el mismo gran norte de México, las diferencias pueden ser importantes con respecto a la península de California, que es el caso que aquí hemos destacado, no obstante la importante presencia en toda la zona de grupos de cazadores recolectores. Véase el caso por ejemplo de zonas de Chihuahua, en las que no obstante que los cazadores recolectores fueron diezmados, algunos grupos fueron obligados a servir, durante un buen tiempo, como fuerza de trabajo de ranchos, haciendas y minas. Al respecto véase, CRAMAUSSEL, «Consideraciones”, p. 173.

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epidémicas, que habían empezado a hacer mella en la población, tuvieran efectos devastadores. Situaciones semejantes de desaparición de grupos de cazadores recolectores sucedieron en otras partes, aunque en el caso estudiado regionalmente por Del Río, se evidencia también la asimetría que se produjo al imponer los religiosos de la Compañía de Jesús un modelo agropecuario, al cual pretendieron incorporar a los cazadores recolectores californios, pero ante la imposibilidad de garantizar el alimento para todos (por las condiciones inapropiadas del medio peninsular para ello y las dificultades que hubo para el abastecimiento), sólo lo pudieron hacer de manera intermitente, rompiendo con ello el equilibrio precario con la naturaleza que tenían las bandas de cazadores recolectores. La desaparición de los cazadores recolectores se ha manifestado en la península californiana, y aun en otros lugares donde los procesos fueron distintos, en creencias de los habitantes actuales en el sentido de que esas regiones eran prácticamente lugares vacíos, de manera que su poblamiento se asume como de origen hispano, como si aquellos grupos no hubieran existido y dejado, a pesar de todo, su huella. Es común en esos lugares que se considere a los ancestros (españoles o extranjeros) como “forjadores” de la civilización que se alcanzó al domeñar al “indio salvaje” y al “desierto”; con base en estas creencias suelen reforzarse actitudes discriminatorias hacia poblaciones indígenas llegadas posteriormente. Nos preguntamos si sería posible que a partir de la renovación de las historiografías regionales se facilite la apropiación de la historia por nuevas generaciones, con el objeto de recuperar las huellas de los grupos diezmados o incluso desaparecidos en las propias formas de vida de los pobladores actuales que niegan o desconocen esos orígenes.18 18 Quiero mencionar aquí, a manera de pequeño homenaje, un trabajo loable en ese sentido de un profesor de primaria, fallecido recientemente, Daniel Davis, quien trabajó, en una de las propuestas didácticas de su tesis de Maestría en Enseñanza de la Historia, la posibilidad de recuperar con sus pequeños estudiantes el reconocimiento del “desierto” a la manera en que lo hicieron los cazadores-recolectores. En la experiencia los estudiantes se percataron de que el “desierto” no estaba desierto, había vida, lo que les permitió entender cómo es que pudieron vivir en esa geografía desdeñada por habitantes posteriores. También reconocieron que sus familias todavía practican la recolección de pitahayas, o saben aprovechar el agua contenida en algunos cactus, como lo hacían los habitantes originarios de la península. DAVIS, El juego y el diálogo del niño.

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El libro de Ignacio del Río también nos hace pensar en el hecho de que a través de las regiones podemos advertir que los sucesos humanos no suceden en el espacio como si éste fuera sólo un contenedor de ellos. Nos engañamos si sólo pensamos en rastrear los acontecimientos sucedidos en un lugar, como si pudiéramos inmovilizarlos (lo que no puede suceder en la realidad). Si observamos y reflexionamos con cuidado podemos quizá advertir una red de relaciones que pueden colarse rápidamente por los múltiples intersticios de las fronteras de la región, guiándonos, si somos buenos observadores, para reflexionar sobre cómo se modifican esos límites (imaginarios y porosos) que delimitan sólo hasta cierto punto esas relaciones. El espacio concebido así, puede ser parte del juego de intercambios sociales y transformarse junto con éstos. Insisto, no es un contenedor estático. Pongo un ejemplo también entresacado del libro, Conquista y aculturación… La delimitación espacial de los procesos de aculturación de los cazadores recolectores de la península quedó definida por los límites de la expansión jesuita hasta la misión última que fundaron y que nombraron de Santa María de los Ángeles, ubicada en el norte de la península, sin embargo, su fundación tardía, en 1767, y las dificultades de la empresa jesuítica hicieron prácticamente imposible la tarea evangelizadora en esa zona.19 En varios textos podemos leer que el dominio jesuita -por tanto se puede entender que el proceso de aculturación- se extendió hasta la latitud de dicha misión, pero esto no sucedió sino por un cortísimo tiempo, de manera que el espacio real del proceso aculturativo se constriñó, lo que nos sugiere entonces que los indios de esas zonas escaparon al proceso misionero jesuita. Sería un error pues, pensar que la California jesuita corresponde a toda la península o incluso afirmar que la frontera del dominio jesuita, donde haya sido que estuviera en la imaginación de los colonizadores o de los historiadores, fuera firme y definitiva. Así pues, son buenas para pensar las regiones porque no existen sin las relaciones humanas que las definen en un momento dado, por lo tanto 19 La salida de los jesuitas en 1768, contribuyó a que esta misión desapareciera rápidamente sin que pudiera ser retomada por los misioneros franciscanos, que llegaron a la salida de los ignacianos, ni por los dominicos que se encargaron, posteriormente, de evangelizar en esta zona norteña peninsular.

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temporalmente. No existen de un modo para siempre, si bien la historia nos permite recuperar algo de su existencia pasada. Entender las conexiones de la región (es decir de una forma de espacialidad que expresa algún tipo de relaciones humanas) con la temporalidad es sin duda parte de ese ejercicio que tiene que hacer el historiador y el profesor de historia. Así pues, podemos hablar, por ejemplo, de la misma península californiana que fue dominio jesuita, pero de relaciones sociales que en otro momento dieron lugar a una delimitación y uso del espacio distintos al establecido por la relación de los misioneros de la Compañía de Jesús con los californios. Por ejemplo, a partir de mis propias investigaciones, puedo decir que la región peninsular en la que se desarrolló de manera privilegiada una economía minero, agropecuaria y comercial por medio de los lazos económicos y sociales establecidos a cabo por los pobladores de los principales asentamientos del extremo sur de la península, en las primeras décadas del siglo XIX, fue distinta de la región jesuita. Es la misma península, como espacio geográfico, pero su configuración regional es distinta. Los nodos alrededor de los cuales se genera con mayor intensidad la actividad humana dentro de las regiones se han modificado: el centro de dicha actividad se ha corrido de la media península, de la misión de Loreto para mayor precisión,20 hacia los puertos de La Paz y San José del Cabo, así como a la región minera sureña, no obstante que subsistían todavía varias misiones como vestigios de la época misional, pero ahora, en la nueva etapa, en vías de convertirse algunas de ellas en el capital inicial de la nueva propiedad agropecuaria.21 Otro asunto podemos pensar con la región. Parto para ello de una pregunta: ¿la región es un medio que nos permite comprender un problema complejo o es el objeto de estudio y la finalidad de una investigación? Desde mi punto de vista este es el problema no siempre comprendido por los historiadores que convierten un 20 En la configuración espacial de la historia de Del Río, Loreto cumple un papel central, en la colonización y en la configuración regional. De este centro (primera misión fundada en 1797) partieron las exploraciones de los misioneros para fundar otras misiones y mientras sobrevivió el sistema allí llegaban los bastimentos que luego eran repartidos a las poblaciones misionales ya fundadas. 21 TREJO, Espacio y economía en la península.

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lugar en objeto de estudio. En el caso de Conquista y aculturación de Ignacio del Río la región es el ámbito en el que se dieron las relaciones socioculturales que llevaron a la extinción de los antiguos californios; relaciones que llevaron a la modificación de la región misma en ese proceso, pues de ámbito natural sólo tocado por las necesidades de las bandas de cazadores recolectores se convirtió en un territorio geográficamente delimitado por las necesidades de las misiones en su proceso de expansión y en el que la agricultura y la ganadería modificarían naturaleza y paisaje. En el libro de Del Río, La aplicación regional de las Reformas Borbónicas en Nueva España. Sonora y Sinaloa, 1768-1787, publicado en 1995, son dichas reformas y sus implicaciones las que son estudiadas en un contexto particular, lo que nos permite entender que hubo entonces diferencias de aplicación y de consecuencias. En ese sentido, el autor plantea un problema historiográfico que me parece relevante destacar porque tiene que ver con su enfoque regional: señala que por lo general se ha pensado la política borbónica a través de un conjunto de documentos que parecen referir una voluntad política (absolutista y colonialista) que prefigura sus resultados. Mediante su estudio Del Río cuestiona esta visión que sobrevaloraba la capacidad del imperio para imponerse en sus reinos y colonias y generar transformaciones, y pone en evidencia las contrariedades y las dificultades que impidieron que esto fuera del todo así. Es de interés precisar que en este estudio lo regional está referido a un ámbito jurisdiccional del virreinato novohispano, el de la gobernación de Sonora y Sinaloa. Esto quiere decir, únicamente, que la espacialidad en este caso está determinada por la especificidad de la aplicación de las reformas y sus consecuencias, más particularmente de unas políticas económicas y fiscales que eran generales para el virreinato, pero que se instrumentaron tempranamente ahí y de manera casi directa por uno de los hombres más leales al absolutismo borbónico, José de Gálvez, lo que permite evidenciar precisamente las contradicciones entre la voluntad monárquica y las debilidades de la aplicación de las mencionadas reformas. En Mercados en asedio. El comercio transfronterizo en el norte central de México (1821-1848), publicado en 2010, la región se 87

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configura por una amplia zona transfronteriza, en la que lo importante son las relaciones comerciales que se realizan y que permiten la introducción de mercancías a México, dando lugar al desarrollo de una economía de mercado que tiene en los centros mineros del norte del país su principal zona de influencia, lesionando con ello, muy probablemente, a la industria manufacturera del centro de México. La región centro norte, como el autor la denomina, refiriéndose a un extenso territorio que incluía principalmente las provincias de Nuevo México y Chihuahua en la primera mitad del siglo XIX, es el espacio donde se materializó una ruta de comercio de gran distancia que relacionaba esta zona, por el lado norte, con Missouri y los centros de abastecimiento de mercancías inglesas en los Estados Unidos, y por el lado mexicano, con las zonas mineras del norte de México. En este libro la región objeto de estudio le permite al autor dar cuenta de una serie de relaciones comerciales, cuyo objeto era la introducción de mercancías, principalmente inglesas, de los Estados Unidos a la República Mexicana. En el momento en que México se empezó a constituir como nación, el problema del comercio exterior se convirtió en un asunto prioritario, porque de éste dependieron, en buena medida, las finanzas públicas, a la vez que de la política adoptada se pensaba un modelo de desarrollo para el país. Esto le permite al doctor Del Río plantearse problemas amplios y complejos, como la geografía comercial de todo el país y el papel que jugaba este comercio regional (pero de carácter internacional) en dicha geografía; también las razones de los vaivenes, entre el libre cambio y el proteccionismo, de las políticas comerciales mexicanas de ese entonces, así como sus implicaciones en el desarrollo económico posterior del país. Este ejemplo me permite insistir en que lo importante en esta perspectiva historiográfica es que la región existe en relación a un problema histórico, económico en este caso, que se desarrolla en ella y por lo tanto la define, pero no como para pensarla como algo preciso e inamovible. Pero además es un estudio particular de un comercio transfronterizo (Missouri-Nuevo México-Chihuahua), de hecho muy poco estudiado y conocido en México, pero que en el trabajo de Ignacio del Río adquiere relevancia porque nunca deja 88

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de lado el contexto nacional en el que se inscribe, pues pondera su importancia en relación al comercio de importación que se efectuaba por los puertos mexicanos y reflexiona en cómo afectó al mercado interno, particularmente al desarrollo manufacturero, y a las políticas económicas del periodo que discutían sobre las bondades del liberalismo o el proteccionismo; tampoco deja de advertir cómo, en el plano internacional, este comercio dio pie a preocupaciones diplomáticas entre Estados Unidos y México debido a sus posibles y contradictorias incidencias en el ámbito comercial e incluso en el de los posibles riesgos a la soberanía nacional. En síntesis lo regional, en este caso, permite una mejor comprensión de los problemas planteados si se le relaciona con los diversos ámbitos con los que está en necesaria conexión. Reflexiones finales La historiografía regional encontró un ambiente propicio para su desarrollo en la universidades y centros de investigación del país, ámbitos donde la profesionalización de la historia encontró un medio para su realización en el estudio de problemas de orden local; sin embargo, no siempre se le ha llegado a comprender del todo como propuesta metodológica que se plantea el conocimiento histórico como una construcción y no como supuesto reflejo por demás inasible de una realidad compleja que se escapa al observador, al historiador. En ese sentido, como problema de la enseñanza de la historia, me parece fundamental que los profesores–investigadores interesados en esta perspectiva discutan con sus alumnos sobre los problemas metodológicos que implica, de lo contrario los trabajos que surjan bajo su perspectiva terminarán siendo lo que tanto criticaba Miño Grijalva, descriptivos, carentes de perspectiva metodológica y de claridad conceptual. Rasgos que, por otra parte, comparten desafortunadamente otras formas de hacer historiografía. He tomado como ejemplos que nos permiten pensar problemas importantes de la historia, tres libros de Ignacio del Río, nuestro homenajeado en esta obra. No ha sido mi interés hacer un examen o un análisis general de cada una de estas obras sino destacar sus aportes, no sólo al conocimiento de la historia de una 89

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región en particular, sino como propuestas que permiten pensar problemas históricos significativos. En ese sentido cada uno de estos libros no son una descripción de sucesos históricos sino una incitación a pensar problemas sociales y por ende históricos, como son: 1) el de las características particulares que asumió un proceso de aculturación, en una región marginal del imperio español, que dio lugar a una crisis cultural y un desastre demográfico; 2) el de cómo la aplicación de las reformas borbónicas en las provincias de Sonora y Sinaloa evidenciaron que dicha aplicación no se correspondió del todo con la voluntad imperial de transformar sus colonias para beneficio de la metrópoli; y 3) el de cómo un comercio regional, pero a la vez internacional, pudo incidir en las características de la economía del país, contribuyendo muy posiblemente al rezago de su producción manufacturera. En los tres casos la forma de pensar y construir el espacio estuvo dado por relaciones culturales, políticas y económicas, que el autor pudo rastrear en documentación histórica. En los tres, esas regiones fueron geográficamente flexibles, dieron soporte a procesos sociales que las definieron, pero a la vez se vieron modificadas por los mismos y contribuyeron a darles a dichos procesos rasgos particulares. BIBLIOGRAFÍA BAKEWELL, Peter J., Minería y sociedad en el México colonial: Zacatecas (1546-1700), México, Fondo de Cultura Económica, 1976. BRADING, David, Haciendas y ranchos del Bajío: León 1700-1860, México, Grijalbo, 1988. CORONIL, Fernando, The Magical State. Nature, Money and Modernity in Venezuela, Chicago, University Press of Chicago, 1993. CRAMAUSSEL, Chantal, Poblar la frontera. La provincia de Santa Bárbara en la Nueva Vizcaya durante los siglos XVI y XVII, Zamora, El Colegio de Michoacán, 2007. DAVIS, Daniel, El juego y el diálogo del niño como herramientas didácticas de la historia de Baja California Sur, tesis de Maestría en Enseñanza de la Historia, Morelia, Instituto de Investigaciones Históricas/Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2014 [borrador]. 90

LA HISTORIA REGIONAL EN MÉXICO: CONSIDERACIONES SOBRE SU IMPORTANCIA Y ACTUALIDAD

DEL RÍO, Ignacio, Conquista y aculturación de la California jesuítica 1697-1768, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1984. DEL RÍO, Ignacio, La aplicación regional de las reformas borbónicas en Nueva España. Sonora y Sinaloa, 1768-1787, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1995. DEL RÍO, Ignacio, Mercados en asedio. El comercio transfronterizo en el norte central de México (1821-1848), México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2010. DEL RÍO, Ignacio, “De la pertinencia del enfoque regional en la investigación histórica sobre México”, en Vertientes regionales de México. Estudios históricos sobre Sonora y Sinaloa (siglos XVI-XVIII), México, Instituto de Investigaciones Históricas/Universidad Nacional Autónoma de México, 2001, pp. 135-145. HADLEY, Philip, Minería y Sociedad en el centro minero de Santa Eulalia, Chihuahua (1709-1750), México, Fondo de Cultura Económica, 1975. HAMNETT, Brian, Raíces de la insurgencia en México: historia regional, 1750-1824, México, Fondo de Cultura Económica, 1990. IBARRA, Antonio, La organización regional del espacio interno novohispano: la economía colonial de Guadalajara, 17701804, Universidad Nacional Autónoma de México, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2001. IBARRA, Antonio, “Un debate suspendido: la Historia Regional como estrategia finita (comentarios a una crítica fundada)”, Historia Mexicana, 1, (205), México, El Colegio de México, 2002, pp. 241-259. KNIGHT, Alan, “Interpretaciones recientes de la Revolución Mexicana”, Secuencia,13, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1989, pp. 21-43. L ANDER , Edgardo, “Ciencias sociales: saberes coloniales y eurocéntricos”, en Edgardo Lander (comp.), La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales, Argentina, CLACSO, 2000, pp. 11-40. LEFEBVRE, Henri, La producción del espacio, Madrid, Capitán Swing Libros, 2013. MARTÍNEZ ASSAD, Carlos, El laboratorio de la revolución. El Tabasco garridista, México, Siglo XXI, 1979. 91

EL NORTE DE MÉXICO Y LA HISTORIA REGIONAL. HOMENAJE A IGNACIO DEL RÍO

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OTRA VUELTA DE TUERCA. SABERES LOCALES Y LA ASIMETRÍA CENTRO-PERIFERIA EN LA HISTORIA DE LA CIENCIA

Javier Dosil UNIVERSIDAD MICHOACANA DE SAN NICOLÁS DE HIDALGO INSTITUTO DE INVESTIGACIONES HISTÓRICAS

La historia de la ciencia y el imperio del Uno “Si no tuviera más que la razón sin pasiones… Si no tuviera más que las pasiones sin razón…”. El pensamiento es de Pascal pero así podrían sonar la sístole y la diástole de la historia de la ciencia. Su destino es nadar entre dos aguas: las frías y tranquilas del pensamiento científico, y las cálidas y turbulentas de la historia. Tan pronto el mar permite unas apacibles brazadas, emergen aletas de tiburones; tan pronto cae la noche serena, se aprecian los relámpagos de una inminente tormenta. ¡Ay, la historia de la ciencia! Nos cautiva por su arrojo para batirse con la divinidad intocable de la ciencia y nos desespera por sus caprichos de salón que siempre aplazan la batalla. Hay que admitir que su tarea no es sencilla. La ciencia es la gran creencia de nuestros días y todo invita a ensalzarla y no a meterle el bisturí de la historia. Podemos imaginarnos a San Ignacio de Loyola hipnotizado en la escritura de su Diario espiritual pero no redactando un tratado de historia de las religiones. Sólo cuando las creencias pierden su velo mágico, son percibidas como tales y pueden ser cuestionadas; hasta entonces más nos valdría aceptarlas con resignación como verdades. Además, el mito de la ciencia resulta bastante extraño. Como todas las creencias defiende su verdad, pero ésta siempre se le escabulle y para buscarla impone una norma: desacralizar el mundo. Esto la convierte en el Atila de las creencias, pero también de su propio mito: desbarata todos los saberes pero con el precio de sacrificar sus mismos productos. Esta herencia cartesiana de ponerlo todo en duda le ha permitido erigirse en una forma de co93

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nocimiento privilegiada. La estrategia que aplica es doble: por una parte, asume la apariencia de método (que etimológicamente significa camino); por otra, se sostiene en una promesa. La ciencia se presenta como un método: el científico. De poco servirá señalar que tal método no existe: si la historia ha arañado las paredes de la ciencia, ha sido para poner de manifiesto que sus métodos han ido cambiando con el tiempo. La promesa resulta aún más inquietante porque pareciera introducirnos en terreno de clérigos y políticos. La ciencia promete que pasito a pasito nos vamos acercando a la verdad. No a mi verdad o a tu verdad, sino a la Verdad con mayúsculas, como confiaba Antonio Machado en su poema. Ni qué decir que tal creencia en la Verdad no es más que eso: una creencia, probablemente una huella indeleble de la secularización. En el movimiento bascular del pensamiento occidental, con Parménides y Heráclito en cada extremo, la ciencia inclina el péndulo hacia el primero: ratifica el imperio del Uno.1 Genera alianzas con otras formas de conocimiento cuando le conviene, como con el saber empírico, pero lo hace para ponerlas a su servicio y finalmente engullirlas. Nada que la contradiga o se escape de su dominio le interesa, y es ella la que tiene la última palabra para legitimar o no un saber. Sus leyes son universales y su procedimiento objetivo, es decir, se resuelve sin necesidad de un sujeto. La realidad es científica, la ciencia sólo constata lo que siempre fue: pone nombres y descifra las leyes que rigen el mundo. La patafísica promulgada por Alfred Jarry hace un siglo, según la cual en el universo predomina la anormalidad (“la regla es la excepción de la excepción”) es una simple boutade, una bufonada propia de surrealistas; la ciencia es seria y compleja —de ahí sus inevitables tecnicismos—, aunque pueda hacerse graciosa y hasta cierto punto asimilable incluso para los niños. El imperio del Uno genera por refracción un mundo bipolar, apofántico, basado, como observó Gilles Deleuze, no en la diferencia sino en la repetición:2 es el mundo de lo verdadero/falso, saber/especulación, subjetivo/objetivo, centro/periferia, etc. Estos binomios no son algo accidental, sino un síntoma (me atrevería a decir el síntoma) del pensamiento científico. Volveremos sobre esto. 1 2

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GARCÍA CALVO, Contra el hombre, pp. 103-116. DELEUZE, Diferencia y repetición.

OTRA VUELTA DE TUERCA.

La historia de la ciencia y la atribución subjetiva Si hemos saltado de la historia a la ciencia es por la influencia que ésta ejerce sobre aquélla. Se esperaría encontrar en la historia un último bastión de defensa contra el dominio de la ciencia; después de todo, ¿no es la historia la que nos recuerda que otros mundos son posibles? En la lengua purépecha, al historiador se le dice “wantari”, que significa literalmente “el que guarda la palabra”.3 La historia guarda la palabra, es decir, mantiene a resguardo el tesoro de lo humano, en sus múltiples versiones y posibilidades. Al igual que el hilo que sostiene Ariadna en la entrada del laberinto, la historia nos indica el camino de regreso, para que cuando se aplaque nuestra inquietud por explorar lo desconocido sepamos volver a casa. La mirada desconcertada ante las barbaries del pasado del “Ángel de la Historia” de Walter Benjamin se complementa con una curiosidad natural por saber qué nos precedió y nos hizo como somos, pues llevamos las alas del pájaro que describe Jorge Luis Borges en su Manual de zoología fantástica, que “vuela hacia atrás, porque no le importa adónde va, sino dónde estuvo”. Además, como observa Vattimo, “el futuro está hoy paradójicamente garantizado por los automatismos del sistema; lo que corre el riesgo de que desaparezca es el pasado, como continuidad de la experiencia, concatenarse de los significados”.4 El hilo de la historia convierte en camino el laberinto. En el Talmud se dice que Dios inventó al ser humano para oírle contar historias. Como vemos, Clío tiene su propio séquito de notables acompañantes, pareciera estar en condiciones de soportar los embates de la ciencia, de convertirse, al menos en Occidente, en el último bastión de resistencia. Y sin embargo… Causa desazón contemplar a la historia atrapada en las redes de la ciencia, seducida por la potencia de su voz. No pretendo desarrollar una crítica trasnochada al positivismo, ¡ojalá fuera tan fácil! En la actualidad Comte no cuenta con la gracia ni de los científicos, pero no por ello dejan de ser tan “científicos” como hace un siglo. Abordaré tres aspectos particularmente inquietantes de esta “cientificidad” de la historia y espero que más adelante se entiendan los motivos. 3

Agradezco a Abraham Custodio, especialista de la cultura purépecha, esta informa-

ción. 4

VATTIMO, Más allá del sujeto, p. 13.

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En primer lugar, la verdad de la historia es un calco de la verdad de la ciencia; el historiador por lo general confía en descubrir tras una minuciosa búsqueda en los archivos lo que realmente sucedió. La diversidad en las interpretaciones está bien, pero como un paso intermedio para reescribir el pasado, que es uno; puede ser que ahora no tengamos elementos suficientes para hacerlo, pero existe la promesa de que en un futuro… Es curioso, por lo demás, el énfasis que ponen en nuestros días tanto la ciencia como la historia en el futuro, bien para hallar regularidades o leyes (la insistencia en la previsión), bien como línea de fuga que se salta el presente: cuando el historiador habla de futuro, lejos de transponer sus valores más preciados (la incertidumbre y la posibilidad) a la comprensión de los tiempos pretéritos, suele convertirlo en una mera repetición de lo acontecido. En segundo lugar, la historia acepta sin reparos la existencia de un tiempo único; se trata de un tiempo lineal, cronológico y cuantificable, que se impone en cualquier rincón del planeta y que constituye el algoritmo que precisa el historiador para sus análisis diacrónicos y sincrónicos. Hay que admitir que la ciencia ha dado un paso adelante al reconocer con la teoría de la relatividad la curvatura del tiempo. Por lo demás, esta idea de los tiempos elásticos y múltiples ya estaba presente en los griegos (el kairós, tiempo de la oportunidad)5 y no es extraño encontrarla en nuestros días en las historias no académicas de muchas culturas. En tercer lugar, científicos e historiadores celebran la objetividad como expresión de honradez y neutralidad ideológica. La advertencia más contundente la hizo José Bergamín: “Soy subjetivo, ya que soy sujeto. Si fuese objetivo, entonces sería un objeto”. Aún se puede decir algo más, aunque no en tan pocas palabras. Los enunciados científicos se caracterizan por no tener sujeto y eso es lo que les confiere la supuesta objetividad. En realidad, esto no es exacto pues sí tienen un sujeto pero aparece forcluido, oculto.6 A cualquier enunciado puede anteponerse un “yo digo:” o un “Juan dice:”. El que esos yo, Juan, sociedad, comités de sabios, etc. no aparezcan explícitamente como sujetos de los enunciados consti5 6

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MARRAMAO, Kairós. Apología del tiempo. BRAUNSTEIN, Freudiano y lacaniano, p. 48.

OTRA VUELTA DE TUERCA.

tuye una maniobra ideológica, quizá la más sutil y perversa de todas. Pongamos un ejemplo casero: queremos hacer una queja por un mal servicio o por un producto defectuoso, vamos a la ventanilla de la dependencia y la encargada muy amablemente nos responde que no puede hacer nada pues no es responsabilidad suya; como se insiste, nos envía con otra persona que dice lo mismo, y así sucesivamente. Como saben bien los escritores, los enunciados sin sujeto (o mejor, con sujeto forcluido) son un valioso recurso literario para recrear atmósferas realistas: dan la impresión de que es el mundo el que habla y no un sujeto. Pareciera que la ciencia se limita a dar voz a un mundo que se esfuerza por expresarse con hechos y leyes. Como vemos, la posición que ocupa este sujeto forcluido es de antemano privilegiada, ya que comparece como el que sabe; además, su invisibilidad le permite no asumir ninguna responsabilidad. Podría decirse que el sujeto forcluido ocupa el vacío dejado por el Dios muerto: ya no habita en los cielos pero se mantiene en posesión de la verdad universal, esto es, en el lugar del amo. La función más importante de la historia de la ciencia consistiría, a mi parecer, en sacar de su escondrijo a este sujeto oculto, llamarlo por su nombre y hacer visible su ideología. Recordemos la alegoría del autómata jugador de ajedrez que relata Benjamin al comienzo de Sobre el concepto de la historia: un enano (para el filósofo representa la teología) mueve con hilos desde su escondite a un muñeco que para sorpresa del público vence en todas las partidas.7 El cometido del historiador, según esto, consistiría en delatar al enano que dirige los movimientos del autómata. En consecuencia, la pregunta esencial que debiera plantearse es: ¿quién habla detrás del discurso científico, por qué habla, desde qué lugar lo hace y cuáles son sus intenciones? Creo que en esto radica la dimensión liberadora de la historia, sobre la que han insistido (cada uno a su modo) pensadores críticos tan dispares como Adorno, Foucault, Freire, Maturana o Lacan. Una liberación que empieza por poner en evidencia al amo camuflado para a continuación favorecer la atribución subjetiva,8 es decir, facilitar la articulación de 7 8

BENJAMIN, Ensayos escogidos, p. 43. Para la atribución subjetiva véase MILLER, Introducción al método, pp. 49-53.

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un discurso en el que el sujeto pueda ya comparecer como sujeto de la enunciación.9 Se trata de una transposición que fuerza la emergencia de un sujeto que se hace responsable de su decir: de la ciencia (sin sujeto) se pasa a una narrativa histórica en la que los sujetos pueden hablar en nombre propio. La tijera de Clío y la legitimación de la ciencia Para que la historia pueda ejercer esta función liberadora (facilitar la emergencia de un sujeto) es necesario que renuncie a sus aspiraciones científicas. ¿Cómo va a favorecer la atribución subjetiva si ella misma pretende la objetividad, para lo cual mantiene bien agazapado al sujeto de sus enunciados? Esta situación plantea un doble problema en la historia de la ciencia, ya que en ella el adjetivo “científico” se repite dos veces. En primer lugar, lo científico está en su objeto de estudio: en la ciencia y en el método que en un momento determinado legitima a un saber para presentarse como tal. En segundo, lo científico está en la historia, al presentarse como una narración que apunta a una verdad objetiva y demostrable. En otras palabras, historia y ciencia comparten un mismo sujeto (forcluido). De este modo, la historia de la ciencia queda atrapada en una tautología que hemos llamado “tijera de Clío” y que puede plantearse en los siguientes términos: el método científico es aquel método legitimado por la historia para privilegiar una forma determinada de conocimiento, que pasa de este modo a ser considerado científico. Todos los saberes que quedan fuera de tal legitimación son considerados marginales o en el mejor de los casos pre-científicos. Este problema sólo permite dos salidas: aceptar la tautología y condenar la historia a una labor de generación de asimetrías, o plantear una historia de la historia de los saberes, es decir, forzar una torsión del discurso histórico-científico para poner de manifiesto el soporte ideológico (el sujeto forcluido) de la ciencia y su modus operandi en el concierto de saberes. Estas dos salidas se 9 Para la diferencia entre enunciado y enunciación que asumo en este ensayo, remito al texto clásico de BENVENISTE, Problemas de lingüística general. La enunciación es el acto mismo de producir enunciado y no el texto del enunciado.

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plantean sobre el papel, porque la historia de la ciencia académica (¿hay otra?), salvo raras excepciones, ha optado por la primera vía. Dicho brevemente, la historia de la ciencia somete una direccionalidad al decurso histórico, construye una línea del tiempo que parte de la pre-ciencia y culmina en la ciencia, y sobre esta línea inscribe los saberes que acatan los lineamientos definidos por el método científico; el resto queda fuera o constituye un indicio de marginalidad social o de estancamiento cultural. La tijera de Clío establece una alianza entre la historia y la ciencia: la primera gana apariencia de credibilidad y la segunda suma a sus filas al principal guardián del tesoro de lo humano; pero mientras la ciencia consigue con el romance integrar a su imperio el registro de las humanidades y poner de su lado al abogado que levanta el acta de sus victorias frente a los otros saberes, la historia debe renunciar en su idilio a su lecho natural: el lenguaje. Los datos empíricos serán a partir de ahora los cimientos que darán soporte a su nueva residencia, mucho más segura pues el lenguaje posee una sismicidad intrínseca. Instalarse en el dominio del lenguaje implica asumir la existencia de un real que es refractario a toda significación y también que el mismo proceso de simbolización genera un resto no simbolizable.10 El lenguaje nunca alcanza a comunicar justamente lo que quiere y siempre dice más de lo que pretende; por mucho que se esfuerce por ser preciso, tarde o temprano nos empuja a recurrir a las metáforas, a dar un salto a la incertidumbre.11 Dicho brevemente, el lenguaje nos interpela como sujetos, nos planta en las arenas movedizas de la subjetividad y de la experiencia. Al sacrificar el lenguaje, el historiador dice adiós a la poesía y con ella a la aceptación de que una parte esencial del ser humano resulta indescifrable, que sólo puede merodearse con preguntas y metáforas. Se advertirá que en el trasfondo de este debate lo que está en juego es la experiencia del afuera.12 La ciencia moderna supuso la anulación de la experiencia como fuente de saber. Uno de sus fundadores, Francis Bacon, observaba que la experiencia “no es más 10

•I•EK, El frágil absoluto, p. 88. BLUMENBERG, El mito y el concepto, pp. 34-37. 12 Véase FOUCAULT, El pensamiento del afuera. 11

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que una escoba rota, un proceder a tientas como quien de noche fuera merodeando aquí y allá con la esperanza de acertar el camino justo”.13 Con una lógica parecida, Leibniz diferenciaba entre “verdad de hecho” y “verdad de razón” para enseguida despreciar la primera. La experiencia tiene validez para la ciencia cuando está controlada y aparece confinada tras las paredes (simbólicas o reales) del laboratorio, y en tal caso se conoce como experimentación.14 La experiencia supone la diferencia, es múltiple e incompatible con las certezas, se rebela contra el orden y se resiste a la interpretación; la experimentación se instala en la repetición, es cuantificable, se pliega a las exigencias de control y pide ser interpretada. En otras palabras, la ciencia expropia a las experiencias de sus respectivos sujetos y los reemplaza por un nuevo y único sujeto: el sujeto forcluido, el significante amo por excelencia en las sociedades modernas.15 Ya sabemos ahora por dónde corta la tijera de Clío y podemos deducir su principal encomienda: podar la experiencia para forzar su entrada en el imperio del Uno. La generación del conocimiento y el centro-periferia Una de las derivaciones más acusadas de la expropiación de la experiencia es la exclusión en la generación de conocimiento. Estamos tan acostumbrados al discurso elitista de la ciencia que nos olvidamos que la producción de saber es inherente al ser humano y que se relaciona con su creatividad y con la necesidad de construir realidad. No es algo que corresponda a los sabios ni tiene que realizarse necesariamente en los laboratorios o en los espacios académicos: el ser humano genera conocimiento con la misma naturalidad con que respira o come. Algunos sociólogos de la ciencia han dado un giro a esta reflexión y prefieren entender por “laboratorio” el lugar donde se genera conocimiento, aunque esté desprovisto de probetas, cuadernos y salones.16 De una forma o 13

Cit. AGAMBEN, Infancia e historia, p. 13. AGAMBEN, Infancia e historia, p. 13. 15 Lacan no dudó en señalar que el sujeto moderno es el “sujeto de la ciencia”, en el sentido de que ambos asumen que la ruta al saber es exclusivamente racional. 16 Tal planteamiento ha sido desarrollado por los autores adscritos a la sociología simétrica, como Bruno Latour, Michel Callon, John Law, etc. Véase DOMÈNECH Y TIRADO, Sociología simétrica. 14

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de otra, la inquietud es la misma: la progresiva institucionalización del saber, hasta el extremo de que en nuestros días tan sólo un pequeñísimo porcentaje de la población está legitimado para producir conocimiento; el resto tendrá que conformarse con aceptarlo (o sufrirlo) de manera pasiva. Quedan inhabilitadas para esta labor la sociedad en general y todas las culturas no occidentales;17 tan sólo unos pocos individuos que han hecho carrera en las universidades y quizá unas cuantas cabezas autodidactas gozan de tal privilegio: son los científicos. Una vez más, se trata de una manifestación del poder de la ciencia y de su capacidad para desplazar a los saberes alternativos. Llegados a este punto, convendrá recordar, aunque sea una obviedad, que la ciencia moderna tuvo su origen en diversos países europeos (Copérnico nació en la actual Polonia, Giordano Bruno en Italia, Newton en Inglaterra, etc.). Se trata de un saber que responde a la tradición y a la cultura de estos países y que irradia desde lo que hoy es Europa al resto del mundo. Se ha escrito, y con razón, que esta irradiación no se limitó a una simple difusión, sino que en cada lugar operaron procesos de traducción que adaptaron el pensamiento científico a las diferentes realidades. Estas traducciones, sin embargo, no alteraron el núcleo duro del pensamiento científico (la objetividad, la creencia en la verdad, la forclusión del sujeto, la expropiación de la experiencia, etc.); al respecto podría aplicarse la célebre sentencia gatopardiana (“algo debe cambiar para que todo siga igual”), porque tales adaptaciones, lejos de poner en riesgo la esencia del pensamiento científico, catalizaron su penetración y aseguraron su conquista. Puestos a “decolonizar” América Latina habría que extirpar la ciencia de todos sus países, pues tuvo una incidencia radical en las culturas; las otras conquistas resultan a su lado anecdóticas. Como hizo Alejandro Magno en Oriente, la ciencia avanzó aparentemente sin grandes obstáculos por el territorio americano, se utilizó de bandera en las luchas independentistas y las primeras constituciones insistieron en la necesidad de impulsarla. En consecuencia, al menos en principio se puede hablar de un centro-periferia, claramente asimétrico, en lo que respecta a la di17

OLIVÉ, “La exclusión del conocimiento”, pp. 1-14.

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fusión de la ciencia en nuestro continente.18 A tal binomio se han apegado hasta el momento la mayor parte de los trabajos de historia de la ciencia. Toman como referencia un célebre artículo de George Basalla publicado en 1967, en la prestigiosa revista Science. El autor describe a grandes rasgos la evolución de la ciencia latinoamericana y reconoce tres etapas: a) Expansión de la ciencia europea (siglos XVI-XVIII); b) La ciencia colonial (siglos XVIII-XIX), y c) Tradición científica local independiente.19 Dicho modelo ha recibido algunas críticas. Se ha señalado que las tres etapas reproducen el modelo de crecimiento estructurado del economista estadounidense Walter W. Rostow. En su libro Las etapas del crecimiento económico, Rostow se refiere a tres fases: la sociedad tradicional, la etapa de transición (condiciones previas al despegue económico) y el despegue económico. También se ha dicho que Basalla plantea un único modelo posible de desarrollo, que va estrictamente ligado a la aceptación de la ciencia como el saber por excelencia.20 En efecto, el planteamiento de Basalla sostiene un historicismo que sólo puede disculparse en parte por la fecha en que fue escrito; pero eso no ha impedido que muchos historiadores sigan apoyándose en su propuesta, a menudo de manera inconsciente: resulta un modelo más fácil de derribar en la teoría que en la práctica. La idea de progreso está plenamente integrada a la narrativa habitual de la historia de la ciencia y no parece sencillo desplegar una alternativa sin antes desmontar la tijera de Clío, es decir, sin cuestionar el estatuto de cientificidad de la propia historia. Aun sin aceptar el modelo de Basalla, quizá no convenga desechar demasiado pronto el binomio centro-periferia, que tiene al menos una ventaja: no oculta la ideología que ha dominado entre los historiadores de la ciencia hasta nuestros días. Además se sostiene en una evidencia: la ciencia ha logrado penetrar en la vida cotidiana de América Latina y de casi todo el mundo; se presenta como la gran vencedora y no faltará historiador que se dedique a alabar sus gestas. En tal caso convendrá señalar que el centro-periferia no debiera referirse tan sólo a una relación entre continentes 18

LÓPEZ BELTRÁN, “Ciencia en los márgenes”, pp. 19-31. BASALLA, “The Spread of Western”, pp. 611-622. 20 POLANCO, “La ciencia como ficción”, pp. 49-52. 19

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(Europa-América) ni entre países, sino que se reproduce en los distintos niveles hasta alcanzar lo más local: entre la metrópoli y sus colonias, entre la capital y las provincias, entre el medio urbano y el rural, entre el pueblo y el individuo. Es precisamente en el registro local donde mejor pueden percibirse las resistencias a la penetración de la ciencia y donde vamos a encontrar los argumentos para matizar su supuesta rotunda victoria (y quizá para cuestionar la conveniencia de mantener el mencionado binomio). Tomemos dos ejemplos del siglo XVIII que muestran la resistencia a aceptar el sistema sexual de clasificación de las plantas de Linneo. En Galicia, una región rural de España, el benedictino Martín Sarmiento, versado en la botánica, desplegó una feroz campaña contra la clasificación linneana porque dejaba al margen todo el saber popular en torno a las plantas.21 Muy lejos de allí, en la capital de la Nueva España, el científico criollo José Antonio Alzate alzaba vehemente la voz contra Linneo y Lavoisier con argumentos similares.22 Ambos personajes supieron ver que la nueva ciencia dejaba fuera de juego al pueblo y no contemplaba sus profundos conocimientos de la naturaleza. Defendieron la versatilidad de los saberes locales y de la experiencia frente al imperio del Uno, que asomaba su rostro en territorios tan alejados de su lugar de origen. Dos siglos más tarde, la industria farmacéutica enviaba sus tropas científicas a las “iletradas” comunidades de América Latina para apoderarse de sus “saberes empíricos”. Con certeza podremos encontrar “sarmientos” y “alzates” en todos los rincones del planeta y en todas las épocas: bastará con poner nuestra atención en las expresiones de resistencia y no sólo en las aportaciones que apoyan una lectura lineal (o radial) y sin obstáculos de la difusión de la ciencia. Las estrategias de resistencias frente a la ciencia Por lo general se asume que la ciencia ofrece ante todo respuestas, bien para atender ciertas demandas económicas y sociales, 21

DOSIL MANCILLA, “La naturaleza en el pensamiento ilustrado”, pp. 103-125. ACEVES PASTRANA, “La difusión de la ciencia en la Nueva España”, pp. 357-385; ZAMUDIO, “El Jardín Botánico de la Nueva España”, pp. 55-98. 22

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bien para resolver las incógnitas que va sembrando el mismo pensamiento científico. En realidad no es así: la ciencia configura una mirada particular del mundo que por encima de todo enseña a formular determinadas preguntas y no otras. Estas interrogantes no proceden de las necesidades naturales de las poblaciones “periféricas”, sino que obedecen a la historia y a la cultura de los países del “centro”. En otras palabras, los territorios periféricos no sólo reciben instrucciones para saber responder satisfactoriamente de acuerdo al método científico, sino que ante todo heredan preguntas que determinan un modo particular de plantarse ante la vida, de gestionar el deseo y de experimentar el afuera y el propio cuerpo. Se trata de una compleja articulación de demandas y expectativas sociales, culturales y personales cuyas raíces habrá que buscarlas en la realidad europea. El hilo dorado que hilvana estas reflexiones y que se muestra sin recato en la noción centro-periferia es la ideología. Haríamos mal, en consecuencia, en limitar los términos de este debate a cuestiones pragmáticas, como la eficacia de la ciencia para resolver los problemas o el poder (económico, militar, estratégico, etc.) de ciertos países para imponer sus criterios. Los saberes locales atendían con pericia las demandas cotidianas de las comunidades y no hay fuerza que por sí sola logre plegar los idearios y las creencias; podrá silenciar sus expresiones, pero no resulta tan fácil derribarlos. Desde el primer momento de la conquista, los indígenas exploraron estrategias de resistencia frente a la cultura dominante, que pasaban obviamente por la discreción y el cultivo de los malentendidos. En Tzintzuntzan, capital del imperio purépecha, los nativos veneraban a los janamus, unas losas con grabados que representaban a un personaje mítico y sagrado con apariencia de flautista.23 Los españoles los reutilizaron como piedras en la construcción (con manos indígenas) del convento franciscano. Cuando los purépechas rezaban en el templo, ¿lo hacían al Dios cristiano o a los janamus empotrados en sus paredes? Estas formas de resistencia, que afloran por doquier hasta nuestros días, constituyen todavía una incógnita para la historia de la ciencia. Su estudio podría ser la aportación más importante de 23

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HERNÁNDEZ DÍAZ, “Los janamus grabados de Tzintzuntzan”, pp. 197-212.

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Latinoamérica a esta disciplina, pero habría de hacerse con sumo cuidado para no interrumpir, y mucho menos poner en evidencia ante el “enemigo”, los procesos sociales en curso; no hay que olvidar que la discreción y la invisibilidad funcionan también como estrategias. 24 Hay formas de resistencias que a menudo son percibidas como hibridaciones culturales o diálogos entre saberes.25 No estoy seguro de que tales conceptos puedan aplicarse con tanta frecuencia como sugieren algunos académicos. Hay una fricción étnica que subyace a todo pretendido diálogo intercultural, dado que siempre se produce en situaciones de franca asimetría; y también una fricción epistemológica al forzar una comunicación entre paradigmas que Kuhn no dudaría en considerar inconmensurables. La armonía que suele prevalecer en tales conciliábulos más parece indicar una comunicación fingida (o una incomunicación consentida) por ambas partes, un gesto vacío que no obstante puede favorecer el respeto mutuo.26 Los procesos de simbolización son complejos, tienden a la estasis y no creo que acepten con facilidad composiciones híbridas. En el artesonado de la iglesia de Nurío, en Michoacán, figura una representación de Santiago, de técnica europea pero de manufactura purépecha, probablemente del siglo XVII; el Apóstol hace su trabajo con los atuendos de rigor y sobre su caballo blanco, pero las cabezas que corta no parecen de moros sino de los conquistadores.27 No creo que a este tipo de hibridaciones se refieran los historiadores y antropólogos que defienden con pasión el diálogo entre saberes. También cierto “ecumenismo” o convivencia intercultural puede ser una forma de resistencia. En este caso, la ciencia se suma como uno más al concierto de saberes: se aceptan sus consejos cuando son útiles, pero no recibe un trato privilegiado ni entra en pugna con otras creencias y formas de conocimiento. No es extraño que en México, por ejemplo, una persona recurra para tratar 24

SCOTT, Los dominados y el arte. Véase GARCÍA CANCLINI, Culturas híbridas. 26 Para un desarrollo de este gesto vacío a partir del pensamiento lacaniano, véase •I•EK, Cómo leer a Lacan, pp. 17-33. 27 La interpretación, por supuesto, es ambigua, como suele suceder con las formas de resistencia, de otro modo la pintura se hubiese destruido hace tiempo. Los indígenas no conocían a los moros y es posible que por ello los pintaran como españoles; pero es seguro que habrán gozado con la representación. 25

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una enfermedad al médico, al herbolario, al curandero y a la virgen de Guadalupe. Este “ecumenismo” cultural (por llamarlo de algún modo) supone sacar a la ciencia del imperio del Uno, despojarla de su parte dogmática e integrarla como una alternativa más a las experiencias del afuera. Por último, señalaremos la estrategia de resistencia que Bolívar Echeverría ha denominado “ethos barroco”: una teatralización de la vida que genera pliegues en los que es posible vivir al margen de los criterios de productividad y rescatar la riqueza cualitativa.28 Este ethos barroco podría explicar en parte el rezago de la ciencia en México, a pesar de los aparentes esfuerzos —históricos y actuales— por promover su desarrollo. No hay que olvidar que en este país la ciencia ha servido de bandera en prácticamente todos los procesos políticos y sociales: la Conquista, las Reformas Borbónicas, la Independencia, la invasión francesa, la República Restaurada, el Porfiriato, los gobiernos posrevolucionarios, etc. Estas muestras son una pequeña parte de las estrategias de resistencia de los pueblos latinoamericanos frente a la ciencia. Por lo general, han pasado desapercibidas y su estudio puede suponer un interesante desafío y constituir la aportación esencial de los países “periféricos” a la historia de la ciencia. Deberían servir asimismo para no juzgar con ligereza los atrasos en la difusión y en la práctica de la ciencia en estos países. No hay que olvidar, como observó Lacan, que toda ignorancia parte de una pasión.29 El supuesto retraso científico de América Latina podría interpretarse, al menos en parte, como una expresión activa de resistencia, una manera de defenderse de la colonización cultural. No en vano estos países gozan, por lo general, de una riqueza de saberes alternativos que no se encuentra en Europa. El concepto de “fuga interior de cerebros”, sugerido por algunos autores, resulta interesante para hacer referencia a los ciudadanos de estos países “periféricos” que optaron por pasarse del lado de la ciencia, es decir, por hacerse científicos.30 Aunque si aceptamos las últimas reflexiones, ya no tendría sentido aplicar el binomio “centro-periferia”: todas las localidades serían “centros”, escenarios calientes donde se fraguan 28

ECHEVERRÍA, La modernidad de lo barroco. LACAN, El seminario. XIX. 30 POLANCO, “La ciencia como ficción”, pp. 46-48. 29

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intensos procesos de simbolización, resignificación, asimilación y resistencia. Volveremos sobre esto, pero antes convendrá pensar a qué se resisten en realidad estas comunidades cuando se resisten a la ciencia. ¿A un cuerpo de conocimientos sobre el mundo? ¿A un método determinado? Sí, pero se puede ir más lejos. La ciencia supone una forma de saber especialmente agresiva y en parte ya hemos apuntado por qué. En primer lugar, asume la existencia de una verdad que sólo se puede alcanzar o al menos merodear por métodos científicos; los otros saberes quedan en posición marginal y sólo tienen validez cognitiva si coinciden con la ciencia. En segundo, para la ciencia la realidad es cuantificable y única; esto afecta tanto al tiempo como al espacio. El tiempo de la ciencia es chronos, lineal y rígido, responsable del síndrome de la prisa de las sociedades capitalistas; se contrapone al tiempo oportuno o kairós de muchas comunidades, un tiempo flexible que se pone al servicio de la vida.31 La concepción del tiempo determina las formas de experimentar el nacimiento y la muerte, la convivencia y el deseo. En la cultura purépecha, por ejemplo, los fallecidos no desaparecen sino que pasan al “lugar de la sombra”; por tal motivo no deben quedarse solos y regresan en la Noche de Muertos para convivir con los seres queridos. El espacio de la ciencia es material y está desacralizado; muchas comunidades, por el contrario, lo siguen percibiendo como algo sagrado y vivo, con cerros y recursos naturales que merecen su culto. En tercer lugar, como hemos visto, la ciencia moderna supone la expropiación de la experiencia, tan importante para las comunidades indígenas. Finalmente, la ciencia impone sus propias preguntas y, como observó María Zambrano, “toda pregunta indica la pérdida de una intimidad o el extinguirse de una adoración”.32 Después de esta reflexión, cuesta aceptar el éxito de la ciencia incluso en las sociedades modernas. Lacan no dudó en considerar a la ciencia una “paranoia plenamente realizada”;33 no es de extrañar que los pueblos latinoamericanos se hayan resistido a cargar 31

MARRAMAO, Kairós. Apología del tiempo. ZAMBRANO, El hombre y lo divino, p. 65. 33 LACAN, Écrits, p. 874. 32

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sobre sus espaldas este delirio de Occidente. En todo caso, habrá que explicar la atracción que suscitó en los sectores sociales que le abrieron las puertas del Nuevo Continente (en el último apartado dedicaremos algunas líneas a esta cuestión). La ciencia pone en riesgo la integridad de las comunidades al incidir directamente sobre sus tejidos simbólicos: desmonta sus creencias, anula sus saberes y desacraliza su realidad.34 Destruye el sustrato que da soporte a la vida comunitaria y, en consecuencia, hace que estas poblaciones sean presa fácil del ethos capitalista, como ha sucedido en Occidente. La ciencia no siempre es sinónimo de destrucción de vida comunitaria, pero para que pueda ser integrada sin violencia en el tejido simbólico de la comunidad, no basta con entenderla y asimilarla. Las comunidades tienen sus propios mecanismos para incorporar lo nuevo; las formas de resistencia mencionadas desempeñan, en este sentido, un papel decisivo. Estos procedimientos permiten a las comunidades tomar de la ciencia lo que les conviene e integrarlo a su vida cotidiana sin dañar los tejidos simbólicos. Las barreras que levantan contra la ciencia son a menudo estrategias para ajustar estos procesos a los tiempos de las comunidades, un modo de ralentizar y dosificar su penetración para que resulte menos agresiva. Las fiestas son también importantes, pues constituyen el momento y el lugar en que la comunidad reunida sacraliza y legitima los elementos foráneos, y los resignifica en función de su propia cultura; además, los despoja de sus efectos indeseables (por ejemplo, del tiempo chronos y de los criterios de productividad capitalistas). La ciencia pierde el imperio del Uno y se suma al concierto de experiencias y saberes como uno más. En otras palabras, la comunidad desplaza al sujeto forcluido de la ciencia y comparece como sujeto de la enunciación. Habrá que añadir que estas comunidades, consideradas muchas veces “analfabetas” científicas, constituyen en nuestros días valiosos ejemplos de “modernidades alternativas”, en expresión de Bolívar Echeverría, y una 34 Los conquistadores por lo general tuvieron más interés en los recursos del Nuevo Mundo que en el saber de los nativos. Un ejemplo curioso es el maíz. Se llevaron la planta pero no el proceso de nixtamalización, fundamental para que esta resulte nutritiva. Probablemente por este motivo, fuera de América Latina el maíz se ha empleado principalmente como forraje.

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guía para Occidente para salirse del callejón sin salida del capitalismo.35 Hacia una nueva topología de la historia de la ciencia en Latinoamérica En esta recta final voy a intentar ligar algunos cabos sueltos. En primer lugar, creo que ha quedado demostrado que el binomio centro-periferia cae del lado de Clío, es decir, constituye un artefacto generado por la historia; será factible mantenerlo si nuestro objetivo consiste en caminar de la mano de la ciencia, como testigos de sus andanzas y cómplices de sus logros. El peligro no lo corre la ciencia, que goza de excelente salud, sino la historia, ante el riesgo de que el sujeto de sus enunciados quede eclipsado por el sujeto forcluido de la primera. Tal suceso, que hemos denominado “tijera de Clío”, supone desplazar la historia de su lugar natural, el lenguaje, seducidos por la objetividad y la búsqueda de verdades universales. Si la historia quiere salvaguardar su independencia y ponerse al servicio del ser humano y de la vida, como pedía Nietzsche en su Segunda Intempestiva,36 más le valdría renunciar a sus aspiraciones cientificistas. Hemos visto también que la ciencia fuerza la entrada de las culturas en el imperio del Uno: un tiempo, un espacio, un saber, una verdad, un mundo, un único sujeto, etc. Cuando algún suceso no encaja en el Uno, se pone entre paréntesis y queda al margen como excepción. El filo del Uno corta los tejidos simbólicos de las comunidades al desacralizar su realidad y desacreditar sus saberes y experiencias. No es extraño que muchas entidades hayan desarrollado estrategias de resistencia, que no pretenden rechazar los beneficios de la ciencia sino tramitar su integración no violenta en el acervo cultural comunitario. Con frecuencia, esta resistencia es malinterpretada como expresión de marginalidad o retraso. En realidad se trata de un proceso intenso y activo con el cual la comunidad desplaza al sujeto forcluido de la ciencia y logra comparecer como sujeto de la enunciación; en otras palabras, le permite ha35 36

ECHEVERRÍA, “Chiapas y la conquista”, pp. 99-119. NIETZSCHE, Sobre la utilidad y el perjuicio.

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blar en nombre propio. No es otra la principal función que, en mi opinión, debería asumir la historia de la ciencia: sacar de su escondrijo e identificar al sujeto que habla por boca de la ciencia y facilitar la atribución subjetiva; la primera parte tiene un carácter ideológico (poner de manifiesto a quién sirve la ciencia) y la segunda epistemológico (construir narrativas porosas en torno a la ciencia que favorezcan la emergencia de un sujeto). De este modo la historia de la ciencia se pone al servicio del ser humano y no de la ciencia. Para esta tarea, el binomio centro-periferia nos queda lejos y quizá también nociones como regional o local, salvo que se vacíen de su sentido geográfico. Se trata de devolver la historia al dominio del lenguaje, por naturaleza distorsionado (siempre dice mucho más y mucho menos de lo que quiere decir), afecto a las modalizaciones (no a respuestas apofánticas, del tipo verdadero/ falso) y que interpela a sujetos (no a objetos ni a territorios) cuya estructura psíquica viene determinada por símbolos, fantasmas, síntomas, represiones, goces y deseos. Nos hemos referido ampliamente al sujeto forcluido de la ciencia y hemos sugerido su posición de amo. Se trata de un síntoma de la cultura que dio origen a la ciencia moderna y que hasta el presente ha llevado las riendas del desarrollo científico. No vamos a profundizar más, pero se advierte que el riesgo para las otras culturas consiste en asumir este síntoma como propio y convertirse en el goce de la cultura dominante. La única salida consiste en desplazarse de esta posición de ser gozado a la de desear en nombre propio, y para eso, si hacemos caso a Lacan, “lo importante es enseñar al sujeto a nombrar, articular, traer a la existencia ese deseo”.37 ¿Cómo lo hacemos? BIBLIOGRAFÍA ACEVES PASTRANA, Patricia, “La difusión de la ciencia en la Nueva España en el siglo XVIII: la polémica en torno a las nomenclaturas de Linneo y Lavoisier”, Quipu, vol. IV, núm. 3, 1987, pp. 357-385. 37

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LACAN, Le Séminaire. Livre II, p. 228.

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LAS PROVINCIAS INTERNAS Y LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA REGIONAL (HOMENAJE A IGNACIO DEL RÍO)

Álvaro Matute UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO INSTITUTO DE INVESTIGACIONES HISTÓRICAS

En marzo de 1974, David Piñera, que entonces residía en México, donde estudiaba su maestría, convocó a un grupo en el que nos encontrábamos algunos de sus maestros, y sobre todo sus amigos, a impartir un curso de actualización para profesores de la Universidad Autónoma de Baja California. Ignacio del Río y yo pertenecíamos a la segunda categoría.1 Aun cuando ya para entonces nos unía una estrecha amistad, cultivada dentro del marco que nos ofrecía el haber sido becarios y luego investigadores del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, ninguno de los dos habíamos tenido la oportunidad de vernos en la actividad profesional. Además de la asignatura a impartir, debíamos ofrecer una conferencia a los profesores. No recuerdo en cuál de las dos actividades, pero posiblemente en ambas, tuve el privilegio de escuchar a Nacho hablar de las Provincias Internas y la historia peninsular bajacaliforniana. Atendí su exposición como cualquier alumno y me contagió su entusiasmo por el tema. Si bien su charla siempre era animada, en la comunicación al grupo se crecía aún más. No se olvide que la forma es fondo. El dominio de objetos que manejaba Del Río era pleno, pero aumentaba al proyectarlo ante los asistentes. Me dije entonces que si hubiera habido una materia y un profesor como él cuando cursé la licenciatura, mi contacto con la historia regional habría comenzado entonces y me habría dado una base sólida para un trabajito que hice al final de mi carrera sobre Miguel Ramos Arizpe, 1 El paquete incluía, además, a Carlos Martínez Marín, Moisés González Navarro, Ernesto de la Torre y Andrea Sánchez Quintanar. De la Torre y González Navarro sólo fueron un par de días, los demás permanecimos toda la semana.

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abogado en Cádiz de las Provincias Internas de Oriente, y en realidad de todas, pero siempre la patria chica (en este caso, enorme) se impone. En fin, la experiencia de haber asistido a las clases de Ignacio del Río en Mexicali me hizo conocerlo más en el aspecto profesional, con lo que nuestra amistad se enriqueció con la admiración hacia él, de mi parte. Dado que algunos alumnos solían pedir recomendación sobre los cursos a tomar, Evelia Trejo puede atestiguar que uno de los que indicaba era precisamente Provincias Internas, a cargo del entonces licenciado Del Río. Creo que nadie se arrepintió de tomarlo, aunque fueran pocos los que se decidieran por los temas derivados de esa enseñanza para dedicarle sus esfuerzos posteriores. Algunos sí lo hicieron, gracias a lo cual comenzó a formarse una escuela o un grupo que colocó en su mira la historia del noroeste mexicano. El que se impartiera una cátedra de Provincias Internas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, se debió a don Vito Alessio Robles, desde 1947. Lo sucedió en 1951 el licenciado Jorge Gurría Lacroix. Después, la materia dejó de impartirse, para que la retomara Ignacio del Río, ya en los años setenta. El fundador, don Vito Alessio Robles Árbol frondoso, cobijarse bajo la sombra de un historiador de la plenitud de Vito Alessio Robles (1879-1957) sólo puede ser motivo de orgullo. Militar del arma de ingenieros, fue de los que abandonaron el Ejército Federal para incorporarse a la revolución. Tuvo la rara virtud de integrar varias vocaciones, para quedarse al final con la que sin duda le dio más satisfacciones, la historia. Además de su formación de ingeniero militar, pronto dio muestra de dos habilidades, el manejo de la pluma y la inquietud política. De las dos, salió bien librado de la primera y mal de la segunda, ya que el seguir con firmeza sus convicciones lo llevó al bando de los perdedores. La primera, en cambio, le permitió tener presencia en la prensa y de ahí caminar hacia la historia. Para esto hubo que esperar. En todo caso, el arribo a lo que consideró su vocación definitiva hubo de demorar hasta poco antes de cumplir el medio siglo de vida. Previamente había escrito historia inmediata, al llevar el porme114

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nor de la Soberana Convención de Aguascalientes, en una obra que permaneció inédita hasta 1979 y que constituye una excelente muestra de historia testimonial.2 Ya en uso de sus intenciones políticas, dio a conocer sus folletos en los que denunciaba los excesos del gobierno de Álvaro Obregón: Desfile sangriento y Los tratados de Bucareli, textos que lo ubican dentro de la tendencia que denominé pragmatismo político3 para caracterizar los trabajos provenientes de la pluma de los protagonistas revolucionarios sobre los actos que atestiguaron, en contraposición a los tradicionalistas empíricos que dedicaron sus afanes historiográficos a reconstruir o recrear el pasado colonial, fuente de las auténticas tradiciones mexicanas y de espaldas a los sucesos contemporáneos. ¿Se convirtió Vito Alessio Robles en tradicionalista? En parte, sí, pero no se le puede recriminar que le haya dado la espalda al presente. Eso nunca ocurrió, como lo prueban las anotaciones cotidianas que pueblan sus copiosos diarios, fuente principal de mis comentarios a su trayectoria.4 En la genealogía de don Vito aparece un personaje central de la historiografía mexicana, Genaro Estrada (1887-1937). Más joven que Alessio, cuando ocupó la Oficialía Mayor y luego la Subsecretaría de Relaciones Exteriores, echó a andar dos colecciones fundamentales para encauzar la investigación histórica en México: el Archivo Histórico Diplomático Mexicano, serie integrada por colecciones de documentos relativos a las relaciones bilaterales de México con diversos países en el siglo XIX, siempre precedidas de un estudio preliminar encargado a quienes entonces iniciaban o ya consolidaban sus trabajos históricos y, lo que nos interesa ahora, las Monografías Bibliográficas Mexicanas, dedicadas a todos y cada uno de los estados de la República, esto es, el primer paso para emprender una nueva historia de las entidades federadas. Estrada encargó a Alessio la bibliografía de Coahuila que culminó al principiar 1927. Antes había sido enviado como ministro plenipotenciario a Suecia, cargo al que renunció, por lo que al finalizar 1926 regresó a México a desarrollar una intensa y valiosa actividad polí2

ALESSIO ROBLES, La convención Revolucionaria. MATUTE, La teoría de la historia, pp. 12-13. 4 ALESSIO ROBLES, Memorias y Diario. 3

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EL NORTE DE MÉXICO Y LA HISTORIA REGIONAL. HOMENAJE A IGNACIO DEL RÍO

tica, la cual fue combinada con la investigación histórica. El fruto de sus esfuerzos culminaría en 1931 con Francisco de Urdiñola y el norte de la Nueva España. Durante el año de 1927, Alessio organizó y presidió el Partido Nacional Antirreeleccionista que se oponía a que con la reelección de Obregón fuera conculcada la otra mitad del lema maderista, ya que el sufragio efectivo no entraba en las preocupaciones de los gobiernos revolucionarios. Buscó alianza con Francisco R. Serrano, que no fructificó, según expresó Alessio después, por intrigas de Antonio I. Villarreal. Entonces dio su apoyo a Arnulfo R. Gómez, quien no le parecía la mejor opción posible, pero al menos tenía el arrojo de ser opositor. Tras la eliminación de Serrano y Gómez en octubre y noviembre de ese año, don Vito fue a recoger el cadáver del general Gómez, trasladarlo, velarlo y sepultarlo en un México en el que hacer eso ponía en riesgo la vida.5 Tras esa acción, en 1929 ofreció a José Vasconcelos el apoyo de su partido, dado que el autor de La raza cósmica carecía de una organización de ese tipo. Al concluir ese año, en el que el propio Alessio fue candidato al gobierno de Coahuila, se hubo de expatriar para pasar sus días entre Austin, San Antonio y otras poblaciones texanas, pero en la primera, fue donde, alejado de su familia y padeciendo enfermedades, la Colección Genaro García de la biblioteca de la universidad le permitió dar cima a su trabajo sobre Urdiñola. Contaba Jorge Gurría Lacroix, que cuando el libro se ofreció a la venta, fue un éxito de librería, acaso porque los lectores esperaban leer entre líneas algo de la política a la que el ingeniero militar se oponía. Seguro que los lectores se decepcionaron, porque lo que había no hacía la mínima mención a Obregón, Calles y compañía. Antes de esa anécdota, el propio autor narra otra de mejor alcance. Vale la pena transcribir la larga entrada de su Diario del 20 de abril de 1930: Anoche no podía dormir y revisé hasta las cuatro de la mañana dos gruesos tomos de copias de Relaciones de méritos y servicios de don Francisco de Urdiñola. Las copias que examiné son los triplicados de las que la Universidad [de Texas] me envió -principal y duplicado en 5

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ALESSIO ROBLES, Memorias y Diario, v. II, pp. 57-60.

LAS PROVINCIAS INTERNAS Y LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA REGIONAL

papel carbón- desde el año de 1927 y que me costaron alrededor de 50 dólares. Contienen datos muy interesantes que no había aprovechado a pesar de que ya llevan en mi poder más de dos años y medio. Los tumbos de la política, las atenciones del Partido Nacional Antirreeleccionista y la falta de tranquilidad completa me hicieron abandonar enlo absoluto mis estudios históricos y puedo afirmar que hasta anoche conocí bien el contenido de esos documentos de los que ya tenía en mi poder copias desde octubre de 1927. A propósito, quiero registrar aquí un acontecimiento chusco con motivo de la llegada de estos papeles. En una obra del doctor Hackett, editada por el Instituto Carnegie, encontré una cita en la que decía que unas Relaciones de méritos y servicios de Urdiñola se encontraban en la Biblioteca de la Universidad de Texas. Inmediatamente me dirigí a la referida Biblioteca en solicitud de copias de los mencionados documentos, y cinco o seis días después recibí la respuesta en la que se me decía que en virtud de contener alrededor de 500 hojas en máquina no se me podrían copiar los documentos solicitados y, con gran atención me decían que si yo arreglaba que la Universidad Nacional de México o la Biblioteca Nacional admitieran en depósito esos documentos, estaban dispuestos a remitirlos a México por el tiempo que yo necesitase para su consulta. Contesté que deseaba las copias y situé 40 dólares, expresando que si se necesitaba más se me dijese. Tardaron algún tiempo en hacer las copias y, entre tanto, en México se desarrollaba con enorme violencia la campaña política. El 2 de octubre ocurrió un extraño movimiento de cuartel en la Ciudad de México y yo fui aprehendido el día tres en la mañana y conducido a la Inspección de Policía. Ese día fueron asesinados el general Serrano, el general Vidal y otros muchos en el camino de Cuernavaca. Llevaba seis días de prisión y mi esposa me llevó un aviso de que a mi disposición se encontraba en las oficinas de correos un certificado. Firmé en la misma tarjeta de aviso un poder especial para que mi hija Leonor pudiese sacar el certificado. Yo ignoraba en absoluto qué pudiese ser. Al día siguiente fue a verme mi hija Leonor, indignada porque en el correo se habían negado a entregarle el certificado y dijo que, entre sonrisas y guiños que se hacían los empleados, estos le habían dicho que la firma del poder no era auténtica. Mi hija, que es enérgica, les respondió que ella no era falsificadora de firmas y que si tal creían la entregasen a la policía. No hicieron esto 117

EL NORTE DE MÉXICO Y LA HISTORIA REGIONAL. HOMENAJE A IGNACIO DEL RÍO

último, pero tampoco entregaron el certificado. Al día siguiente fui conducido a las oficinas del jefe de las Comisiones de Seguridad, un señor Mazcorro, con una cara cuadrada de mascarón de proa, de modales innobles, y me dijo: «Allí están estos papeles que le llegaron por correo y tiene usted que informar quien es ese capitán De Urdiñola, con quien usted está en correspondencia usando una clave, y entregar la clave. Me dieron ganas de soltar una ruidosa carcajada. Con enorme gusto y hasta con avidez, revisé rápidamente aquel montón de hojas escritas en máquina y contesté a Mazcorro: «Ese capitán De Urdiñola vivió hace más de tres siglos. Fue el conquistador de Coahuila y el fundador de Saltillo y, como usted ve -dije señalándole una fecha encontrada al acaso-, estos papeles se refieren al año de 1598.Pero entonces, dándosela de maldito y de listo, gruñó Mazcorro: -Esa es comedia vieja y camino trillado. Todo es lenguaje convenido. Yo, quien tenía más interés en devorar aquellos papeles que en convencer a aquel imbécil, le dije: Le ruego que comisione a alguno de sus agentes para que traiga dos libros de mi casa y con ellos le probaré quién fue el capitán Urdiñola. Accedió el ogro...6

Y así, mientras la opinión pública conocía las atrocidades cometidas en Huitzilac, don Vito “devoraba con avidez” el contenido de las relaciones de méritos y servicios de Francisco de Urdiñola, sujeto sospechoso de estar en connivencia con los opositores a Obregón y Calles. Tras su libro sobre Urdiñola vendría su magna investigación sobre Coahuila y Tejas en las épocas colonial e independiente, que lo dejan establecido como un historiador de primer nivel.7 El reconocimiento no tardaría en llegar. Sustituiría a Genaro Estrada, fallecido en 1937, en el sillón 12 de la Academia Mexicana de la Historia y, lo que más interesa en el propósito presente, desarrollaría una interesante y nutrida tarea docente en Extensión Univer6 7

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ALESSIO ROBLES, Memorias y Diario, v. II, pp. 202-205. OSANTE, “El Noreste fronterizo de México”, pp. 51-68.

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sitaria, Iniciación Universitaria, donde impartiría desde matemáticas hasta las dos historias y alguna materia en la Escuela Nacional de Música. No sería sino hasta el lunes 24 de febrero del mencionado 1947 cuando dictaría Historia de las Provincias Internas de la Nueva España en Filosofía y Letras, ante un grupo de 26 alumnos, “la mayor parte señoritas”. En la época en que esto ocurría no había obsesivos taxonomistas de la actividad académica ocupados en clasificar el trabajo de sus colegas. Cada quien se dedicaba a la historia a la que se quería dedicar, sin pedirle permiso a nadie. La legitimidad la otorgaban la obra y la cátedra. En ésta se podía desarrollar la oralidad que precede a la escritura, como también lo escrito e investigado nutre la enseñanza. Pero lo primero es más viable. En el salón de clases se puede dar en voz alta lo que después aparecerá en páginas impresas. Puede darse el caso de que un buen interlocutor aparezca y con su diálogo venga el enriquecimiento de las ideas propuestas o bien el matiz y la justa adecuación de lo imaginado al objetivarse en el acto comunicativo. La cátedra es al humanista lo que el laboratorio al científico. En ella se realiza el experimento, la probable verificación, la viabilidad de lo previamente concebido tras la lectura de fuentes de uno u otro tipo. Alessio Robles gozó de ese privilegio en un medio en el que esta práctica resultaba reciente, sobre todo tratándose de una asignatura de interés regional. No se advierten materias de este tipo en las revisiones emprendidas al momento, si bien no demasiado puntuales, por lo cual, a reserva de confirmarlo, con esta experiencia se puede asistir a la fundación de una enseñanza centrífuga dentro de un medio centrípeta. Las Provincias Internas de don Vito abrían a los estudiantes la perspectiva regional, el no ver las cosas necesariamente desde el centro. Alessio, dentro de su labor, había publicado a los dos antagonistas norteños, fray Servando y Ramos Arizpe.8 Si bien por ambos tenía admiración y respeto, su inclinación por su paisano era mayor. Podía aducir que era su numen tutelar. La Memoria presentada en Cádiz por el aguerrido diputado coahuilense, que se asumía comanche, le daba el tono centrífuga necesario a don Vito para enfocar su historia desde la periferia, haciendo caso omiso 8

RAMOS ARIZPE, Discursos, memorias; MIER, El pensamiento.

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del centro. Ciertamente, si ha de encontrarse una característica central en la historiografía de tema local o regional es su independencia del centro, el estar basada en su dinámica interna. No obstante, no siempre es explícito, como sí lo es en Alessio y como lo fue, desde el ángulo político en la Memoria presentada a las Cortes por el cura de Borbón. La enseñanza de la historia regional se desarrollaba con ese matiz independiente de las visiones de la historia de México como si ésta fuera unívoca. El cambio en la trayectoria de Vito Alessio Robles podría llevarme a especular que tras el fracaso político encontró su verdadera vocación, si no fuera porque pienso que sería inexacto afirmar que quien tiene vocación política nunca la deja del todo. O tal vez... Max Weber concluye su conferencia sobre La política como vocación con las siguientes palabras: Sólo quien está seguro de no quebrarse cuando desde su punto de vista, el mundo se muestra demasiado estúpido o demasiado abyecto para lo que él le ofrece; sólo quien frente a todo esto es capaz de responder con un “sin embargo”; sólo un hombre de esta forma construido tiene “vocación” para la política.9

Alessio nunca dejó de ocuparse de cuestiones políticas en el sentido de abstenerse de expresar sus opiniones sobre lo que pasaba, de buscar interlocutores válidos para desempeñar esa suerte de oficio o de, ya de vuelta del exilio, de buscar contactos con la gente del poder, en un mundo o en un México en donde el ejercicio del poder se asemejaba a una rueda de la fortuna, en la que los que estaban en las alturas pronto descendían al nivel del suelo. Pienso, por ejemplo, cuando se reencuentra con el general Francisco L. Urquizo, su paisano, también como él desterrado algún tiempo y luego convertido en secretario de la Defensa Nacional. Lo que ya no tuvo don Vito fue cargos públicos, los que por otra parte, no buscaba. Donde él había tenido un desempeño notable fue en la representación, como senador de la República, experiencia que lo animó a armar un partido de oposición ante un dúo al que era mejor no oponerse. Él lo hizo y salió ileso. Pero mejor abandonó esas tareas para colocar toda su pasión en la historia. 9

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WEBER, El político y el científico, pp. 178-179.

LAS PROVINCIAS INTERNAS Y LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA REGIONAL

Vito Alessio Robles trabajó en ella con enorme disciplina y entusiasmo. Tras del Urdiñola no dejó de publicar, prácticamente año con año, ya libros monumentales como los dos dedicados a Coahuila y Tejas, ya sus monografías cobre Acapulco, Monterrey y Saltillo, sus libros de clara intención política, como los mencionados antes a los que se suma su satírico Mis andanzas con nuestro UIises o haber escrito y guardado el de la Convención de Aguascalientes y uno que permanece inédito y que escribió en el exilio texano sobre la historia del antirreeleccionismo, cuya edición se antoja deseable. Fue también un gran editor de autores de interés para la historia de sus provincias internas como Morfi, los aguerridos Mier y Ramos Arizpe, mencionados arriba, y su magna edición del Ensayo político de Humboldt, entre otros libros. Fue asiduo asistente a los congresos nacionales de historia que se celebraban desde los años treinta y en los que disertó y polemizó, como lo hizo con los marxistas Germán Liszt Arzubide y Rafael Ramos Pedrueza, quienes exhibieron en Mérida sus dotes para la politiquería que ahora llamamos grilla.10 Como se dijo, sucedió a Genaro Estrada en la Academia Mexicana de la Historia, donde tras su ingreso don Atanasio G. Saravia, otro gran cultivador de la historia regional le dio respuesta a su discurso de ingreso “Las condiciones sociales en el Norte de la Nueva España”, pronunciado el 25 de marzo de 1938.11 Laboró en el Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional, fue miembro titular del Seminario de Cultura Mexicana, al que defendió en momentos de crisis, participó en la vida universitaria. Se integró, en suma, al nuevo perfil que se fue elaborando de lo que debía ser un historiador profesional. Si tardía, su vocación histórica no deja lugar a dudas, aunque sirvió de manera comprometida a las otras que lo distinguieron. De las Provincias Internas a la Geografía Histórica Como ya dije, su sucesor en la cátedra universitaria fue Jorge Gurría Lacroix, al inicio del año escolar de 1951. Gurría era licenciado en 10 11

ALESSIO ROBLES, Memorias y Diario, v. II, pp. 573-574 SARAVIA, “Don Vito Alessio Robles”, pp. 136-142

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Derecho desde 1943 y, como muchos de su profesión, optó por estudiar historia en el histórico edificio de Mascarones. Martín Quirarte recuerda su ingreso y su asimilación a la generación integrada, entre otros, por Carlos Martínez Marín, Xavier Moyssén, José Servín Palencia, Ernesto Lemoine y Alicia Olivera.12 Como muchos no habían optado por seguir los estudios en Filosofía y Letras, el mosaico de edades es muy diverso. Gurría había nacido en 1917, mientras Martínez Marín y Quirarte, en 1924 y Alicia Olivera, después. Se integró a la Sociedad de Estudios Cortesianos, donde figuraban Josefina Muriel y Guadalupe Pérez San Vicente, quienes editaron un pequeño libro titulado Cortés ante la juventud, al cual contribuyó el joven Gurría. Es muy seguro que, por la erudición que ya poseía, haya impresionado al maestro Alessio Robles, quien no dudó en recomendarlo para sucederlo en su cátedra cuando la salud lo abandonaba. Así, se garantizaba la continuidad de la enseñanza de la historia de las Provincias Internas. La diferencia más obvia entre Alessio y Gurría radicó en que don Jorge no hizo tema de investigación el que sustentaba en esta cátedra. Acaso su oriundez tabasqueña lo hizo sentirse alejado de los vastos territorios norteños y sus afanes lo hicieron derivar, en general, hacia el conocimiento de la Geografía Histórica de México, lo cual no lo distanciaba de su maestro coahuilense, sino que ampliaba los horizontes, sin abandonar a las mencionadas provincias. Finalmente, los dos eran tributarios de don Manuel Orozco y Berra. La erudición de Gurría era su característica más notable. Conocía la historia y la historiografía de la Conquista de México como pocos. Su exposición en clase era puntual. A la menor provocación soltaba una referencia bibliográfica. Enseñó Historiografía de México y, como quedó dicho, Geografía Histórica, igualmente de México. Sus investigaciones también abarcaron esos campos. Dedicó textos a Cortés y el resto de los llamados “soldados cronistas”, así como a precisar la ubicación de sitios y lugares históricos relacionados con el itinerario de los conquistadores. Asimismo, escribió sobre intérpretes decimonónicos de la Conquista, como Alfredo Chavero, y también incursionó en otras etapas historiográficas, como la relativa a la Independencia, a través del rescate que hizo 12

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QUIRARTE, “Jorge Gurría Lacroix: el hombre”.

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de las Memorias de Anastasio Zerecero, e incluso de acercamientos a la historiografía zapatista, cuando tuvo a su cargo la edición de las Memorias de la Academia Mexicana de la Historia. Como editor, rescató la Continuación del Cuadro Histórico de Carlos María de Bustamante, al propio Zerecero y a fray Francisco de Aguilar.13 No sólo sucedió a don Vito en la Facultad de Filosofía y Letras, sino que también lo hizo en la Academia Mexicana de la Historia, ya que al ocurrir el fallecimiento del coahuilense, los académicos decidieron que Gurría era el historiador indicado para ocupar el sillón inaugurado por Genaro Estrada. El discurso de ingreso de Gurría versó sobre “El proceso de don Francisco de Urdiñola”, con lo cual hizo doble homenaje a su antecesor, ya que además de las obligadas palabras de reconocimiento a quien precede, el tema escogido era el que llevó a Alessio a consolidar su dedicación a la historia.14 No obstante haber asumido esa herencia, Gurría siguió otro derrotero: la historia de la Conquista y su historiografía, además de transitar por diversos rumbos de la historia de la escritura de la historia. Mente abierta, proclive al diálogo, se fue pronto de este mundo, tras una breve y brillante gestión al frente del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM. La confianza que Alessio depositó en él, la reprodujo con quienes iniciábamos nuestras tareas históricas.15 Las Provincias Internas, recuperadas No sé de cierto si Jorge Gurría tuvo que ver en el nombramiento de Ignacio del Río para encargarse de la cátedra que él había dejado hacía algún tiempo, pero el caso es que nuestro amigo se convirtió en profesor de Provincias Internas, como quedó asentado al principio de esta disertación. El maridaje enseñanza/ investigación era retomado por el nuevo profesor joven quien seguramente cada viernes por la tarde contagiaba de entusiasmo y sabiduría a los alumnos. De la vastedad territorial oriental de Alessio, el campo 13 Para una bibliografía de Gurría, ver GUTIÉRREZ RIVERA, “Bibliografía del doctor Jorge Gurría”, pp. 35-41. 14 El discurso en VON WOBESER, Discursos de ingreso y bienvenida. 15 CAMELO, “Jorge Gurría y la investigación”; RUBIO MAÑÉ, “Jorge Gurría Lacroix”.

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preferencial de Del Río fue el opuesto y complementario: el noroeste de México y suroeste de los Estados Unidos de América eran su horizonte, el cual es posible de ser contemplado desde el mirador privilegiado de la cátedra y no desde la dificultad de la investigación monográfica, que obliga a espacialidades más acotadas. Con todo, recuerdo mi experiencia de lectura de su tesis doctoral. Me impactaba la vastedad y me producía cierta angustia la dificultad de comunicación entre un asentamiento septentrional y los centros de decisión. En eso me siento humboldtiano, ya que el barón se preocupaba por estos detalles, a los cuales acaso sus historiadores se acostumbran. Del Río se convirtió en una especie de Sebastián Vizcaíno de la historia de la entidad con la que decidió vincularse. La Baja California Sur y sus entornos, a uno y otro lado del Mar de Cortés y al norte del paralelo que divide administrativamente a las dos Baja Californias y a la del norte con la que no lleva el nombre de Baja, más Sonora, Sinaloa y Arizona, pero lo suyo es lo que tiene por capital a La Paz, a la que ha dedicado centenares de páginas y muchas horas de enseñanza, además de haberse convertido en impulsor de los estudios históricos de posgrado en la entidad, lo que ha permitido a itinerantes como yo entablar diálogo con alumnos de estas latitudes, que tuvo a bien gobernar mi abuelo materno al finalizar los años veinte.16 Ignacio del Río forma parte de la historiografía sudbajacaliforniana. Recuerdo que no le hacía mucha gracia que lo vincularan con ese precursor que fue don Pablo L. Martínez. Es irremediable, pero cada quien en su generación, cada quién con su capacidad. Ignacio es producto de una buena enseñanza de la historia que enriqueció mucho a quienes la compartimos; es producto de maestros de primera línea como don Ernesto de la Torre, de feliz memoria, que nos impulsaba a interesarnos en todo lo que valía la pena de captar nuestra atención. Como Alessio que comenzó con la bibliografía de Coahuila, Ignacio lo hizo con las cajas del Archivo Franciscano que custodia la Biblioteca Nacional de México. El haber tomado contacto con los papeles que hacían referencia a 16 Se trata del general e ingeniero Amado Aguirre, gobernador del Territorio Sur y jefe de operaciones militares, 1927-1929.

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la expansión hacia el noroeste lo fueron llevando hacia el siglo XVIII de sus preferencias, el siglo de las Reformas Borbónicas, del visitador Gálvez, en fin, de las Provincias Internas. Historiador del norte y para el norte, ha defendido con argumentos de la mayor solidez teórica la pertinencia y solidez de la historia regional, puesta superficialmente en duda. Los trabajos de investigación de Ignacio son paralelos al auge de la historiografía regional que desde los años setenta comenzó a cobrar la importancia que se le había negado. Independiente del magisterio de don Luis González, puede ubicársele también como impulsor, ya que a la par que investigó, formó alumnos. De hecho, al retirarse de servir la materia en cuestión, con la responsabilidad que le es característica, la dejó en manos de Juan Domingo Vidargas del Moral, quien la imparte actualmente. No limitado a ser historiador del septentrión occidental, o del periodo colonial, Del Río ha escrito sobre otras latitudes y otras temporalidades. Tengo el gusto de haber compartido la experiencia, bajo la guía de Miguel León-Portilla y en compañía del finado Roberto Moreno, de la elaboración de los libros de texto para la Secundaria Abierta, en especial el del tercer año dedicado a la historia de México.17 Especialmente, Ignacio y yo compartimos temas, dado que él se adentraba en tiempos pertenecientes a la esfera moderna. Durante más o menos un lustro llevamos a cabo esa grata empresa, que nos dejó muchas satisfacciones. Los tres catedráticos de la materia compartieron distintas búsquedas vocacionales. Mientras Alessio pasó de ser ingeniero militar a revolucionario, político y finalmente historiador, Jorge Gurría estudió para abogado, pero no parece haber litigado mayor cosa. Su inquietud política lo llevó a ser candidato a diputado federal por un distrito de la ciudad de México en 1967 por el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM), sin duda por sus lazos amistosos con la familia del general Juan Barragán, fundador de ese partido, mientras Ignacio del Río tuvo una accidentada y apasionante biografía juvenil, de la cual da cuenta y razón Aidé Grijalva en este mismo volumen. No se le puede tachar de apolítico, ya que tuvo una cierta militancia, sin llegar a mayores ejercicios. De hecho, el 17

LEÓN-PORTILLA (coord.), México, su evolución cultural.

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auténtico político de los tres fue Alessio, como lo reclamaba el tiempo que vivió. Ignacio, mejor probó suerte en los escenarios. Los tres, en la cátedra, convencieron a sus escuchas de aquello que enseñaban. Por añadidura, los tres ejercieron el noble arte de la bibliografía, siendo Gurría, además, un consumado bibliófilo. El reconocimiento que se le tributa a Ignacio del Río, es muestra de que supo sembrar. La cosecha es rica y abundante. Hay sucesión en la cátedra y hay enriquecimiento en la bibliografía sobre los temas aledaños, mucha de la cual aparte de la suya propia, que es vasta, está la de aquellos que iniciaron sus trabajos guiados por su sabia mano.

BIBLIOGRAFÍA ALESSIO ROBLES, Vito, La Convención Revolucionaria de Aguascalientes, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1979. ALESSIO ROBLES, Vito, Memorias y Diario, ed. y estudio preliminar, Javier Villarreal Lozano, México, Gobierno de Coahuila, Centro Cultural Vito Alessio Robles y Miguel Ángel Porrúa, 2013, 3 vol. CAMELO, Rosa, “Jorge Gurría y la investigación historiográfica”, en VV. AA., De la Historia. Homenaje a Jorge Gurría Lacroix, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1985, pp. 17-28. GUTIÉRREZ RIVERA, Vicente Javier, “Bibliografía del doctor Jorge Gurría Lacroix (1917-1979)”, en VV.AA., De la Historia. Homenaje a Jorge Gurría Lacroix, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1985, pp. 35-41. LEÓN-PORTILLA, Miguel (coord.), México, su evolución cultural. Tercer grado de Ciencias Sociales, México, Secretaría de Educación Pública, CONAFE, Editorial Porrúa, 1977, 2 vol. MATUTE, Álvaro, La teoría de la historia en México (1940-1973), México, Secretaría de Educación Pública, 1974, (Sep Setentas, núm. 126). MIER, fray Servando Teresa de, El pensamiento del Padre Mier, nota biográfica y selección de Vito Alessio Robles, México, Secre126

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SEGUNDA PARTE HISTORIA, PASIÓN Y VOCACIÓN: DOS TESTIMONIOS

EL NORTE DE MÉXICO Y LA HISTORIA REGIONAL. HOMENAJE A IGNACIO DEL RÍO

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CUANDO EL JOVEN IGNACIO DEL RÍO SE FUE PA´L NORTE

Aidé Grijalva UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BAJA CALIFORNIA INSTITUTO DE INVESTIGACIONES SOCIALES

I ¿Cómo es que sabemos que la memoria es un buen recuento de la realidad y creerle al narrador simplemente porque fue protagonista de los hechos que narra?, cuestiona Luis Barrón,1 mientras que para el historiador Víctor Díaz Arciniega es muy cuestionable atribuirle a las memorias autobiográficas el valor de verdad.2 Múltiples son las interrogantes planteadas sobre este tema, a raíz de que la historia oral y con ella, las historias y relatos de vida,3 se han convertido en una técnica que aporta valiosa información a las interpretaciones cualitativas de los procesos y fenómenos tanto históricos como sociales.4 ¿Qué es exactamente un relato de vida? ¿Puede uno fiarse de lo que dicen los entrevistados? ¿Cómo pasar del contenido de los relatos de vida a la compresión sociológica e histórica de un fenómeno social? Éstas son algunas de las preguntas que se hace Daniel Bertaux a propósito de la discusión sobre los relatos y las historias de vida y las autobiografías como fuentes para la investigación de lo social.5 Si bien, como lo señala Francisca Márquez, la vida de una persona no es solo irrecuperable sino también irreproducible, lo relevante de estas historias de vida es que permitan conocer lo social a través de lo individual6 pues, como dice Franco Ferrarotti, “la so1

BARRÓN, “Los relámpagos críticos”, p. 6. DÍAZ ARCINIEGA, “La construcción de un nicho histórico”, p. 200. 3 Muchos autores consideran a la historia oral y a las historias de vida casi como sinónimos, debido a que estas últimas son documentos orales en su mayoría y, en todos los casos, testimonios contemporáneos del investigador. MALLIMACI Y GIMÉNEZ, “Historias de vida”, p. 1. 4 ACEVES LOZANO, “Prácticas y estilos de investigación”. 5 BERTAUX, Los relatos de vida, pp. 53-63. 6 MÁRQUEZ B., “Relatos de vida entrecruzados”, p. 3. 2

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ciedad está en cada persona. Sólo se trata, por parte del investigador, de descubrirla”.7 Desde esta perspectiva, el relato autobiográfico es un elemento clave para el análisis de la realidad social, pues al ser biográfico e histórico, remite a una época, a una situación social, a una clase social y a un género, ya que una historia de vida es producto y testimonio de un grupo social.8 Esta es una de las razones de que en la actualidad las historias de vida están ocupando el lugar de los grandes relatos y ya no son las masas las que hacen la historia como lo establecieron antaño algunas ideologías que, además, se conferían un carácter científico. Ahora son los individuos, con sus historias y relatos de vida, los que están haciendo importantes contribuciones al conocimiento de lo social.9 En este trabajo, Ignacio del Río nos da cuenta de su experiencia como jornalero en los campos agrícolas del estado de California, suceso que aconteció en la década de los años cincuenta del siglo pasado, cuando el ahora prestigiado historiador contaba entre 12 y 17 años de edad. Su recuento nos ayuda a entender cómo era la vida en esa región del oeste estadunidense de los jóvenes mexicanos migrantes, indocumentados la mayoría, de extracción social urbana, a diferencia de los de origen rural, con otras perspectivas de su estancia en el país vecino. Las vivencias laborales de Del Río siendo casi un niño, nos introduce en la existencia del trabajo infantil en el agro californiano, algo poco explorado en los estudios existentes sobre el Programa Bracero. Al mismo tiempo, nos ofrece una imagen fiel de los mecanismos de contratación existentes, así como la dependencia de la agricultura californiana del trabajo manual y el rol coadyuvante de los peones mexicanos en el desarrollo de esta actividad económica en California, considerado el granero de la Unión Americana. El interés de nuestro entrevistado por platicar sobre esa etapa de su vida fue fundamental, pues mostró una gran disposición para ser entrevistado, hablándonos sin reservas no sólo de su experien7

MALLIMACI Y GIMÉNEZ, “Historias de vida”, p. 7. PETRIK AVIA, “Masculinidades en la tercera edad”. 9 ARJONA GARRIDO Y CHECA OLMOS, “Las historias de vida como método”. 8

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cia laboral sino de sus conflictos existenciales, y familiares. Hurgamos no sólo en sus prácticas como bracero,10 sino también en las razones personales que lo indujeron a aventurarse a irse al norte, a Estados Unidos. Estos relatos son equivalentes a una matruska: la historia individual está insertada en una familiar y ésta en una social11 y, conforme vamos insertándolas, encontramos posibilidades interesantes para poder explicarnos los fenómenos sociales. No podríamos entender lo narrado por Ignacio del Río si no nos remitimos al contexto histórico y social que enmarcó la serie de sucesos descritos por él, engarzados todos con los de índole personal. Estamos conscientes de que lo que alguien relata sobre su existencia tiene que ver más con la reelectura que esa persona hace de sí misma, que con una reconstrucción acuciosa de acontecimientos y hechos. Todo aquel que habla de su vida construye una imagen de él y de su familia, escoge algunos recuerdos y desecha otros, selecciona y olvida.12 Tanto el que cuenta y como el que escucha, interpreta. Por tal motivo, sabemos que lo platicado por Ignacio del Río nos ayuda a descifrar una parte de su vida pero al mismo tiempo, nos proporciona pistas sobre la variedad de características históricas y sociales del mencionado fenómeno migratorio. El testimonio obtenido enriquece y modifica la percepción que se obtiene acerca del Programa Bracero cuando ésta se basa sólo en la revisión de fuentes hemerográficas e informes oficiales gubernamentales, logrando así una apreciación “distante y distinta” del mismo, como acertadamente lo señala Irina Córdoba.13 II Allá por la década de los años ochenta del siglo pasado, Ignacio del Río alguna vez nos comentó: “¿Sabías que cuando era joven anduve de bracero?” En otras ocasiones, en medio de amenas charlas, 10 Braceros es un término genérico que se utiliza para denominar a todos aquellos mexicanos que, con o sin papeles legales, participaron en las distintas tareas agrícolas del agro estadunidense, durante los años de vigencia del Programa Bracero (1942-1964). 11 GAULEJAC, “Historia de vida: entre sociología”, p. 62. 12 MÁRQUEZ B., “Relatos de vida entrecruzados”, p. 3. 13 CÓRDOBA RAMÍREZ, “Memoria, testimonios, estereotipos y olvido”, p. 91.

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hacía una que otra alusión a su experiencia como bracero en Estados Unidos, algo que la mayoría de las veces lo considerábamos sólo una anécdota relacionada con su pasado. Por eso, cuando a principios de 2010, enfrascadas en una investigación sobre braceros, recordamos lo que Nacho en forma esporádica nos había contado, decidimos entrevistarlo.14 Con lujo de detalles nos empezó a narrar su experiencia cuando a los 12 años de edad, había aceptado la invitación de un compañero de la escuela para correr una aventura: ir a Estados Unidos. Estudiaba el primer año de los tres de la secundaria y Nacho que, debido al sorpresivo fallecimiento de su madre un par de años antes, vivía con su abuela materna, accedió a acompañar al amigo que empeñó su bicicleta para costear el viaje. “Íbamos un poquito a la brava, a la aventura” recuerda, aunque reconoce que a raíz de la pérdida de la madre y la decisión de su padre de irse a vivir a La Paz con su nueva familia, se sentía abandonado. Eran mediados del año de 1950. El Programa Bracero se había inaugurado en 1942 y aunque originalmente dicho convenio binacional entre México y Estados Unidos fue concebido para apoyar al país vecino ante la escasez de mano de obra que tenía para levantar las cosechas agrícolas, debido a la participación de éste en la segunda Guerra Mundial,15 el programa se fue renovando periódicamente hasta su cancelación definitiva en 1964. Durante 22 años, el gobierno de nuestro país envió jornaleros para que llevaran a cabo en Estados Unidos las arduas labores del campo, en especial las relativas a la recolección de la producción agrícola.16 Pero Nacho y su compañero de clases no tenían entonces la menor idea de esto. Tal como lo recordaba 60 años después: “La palabra bracero no entraba ni en el pensamiento ni en el len14 Cuando se lo propusimos, se rio pero aceptó de buena gana. La entrevista tuvo lugar el 31 de marzo de 2010, en la ciudad de México. 15 El Programa Bracero fue resultado del convenio firmado el 23 de julio de 1942, hecho efectivo el 4 de agosto de ese año, entre los entonces presidentes de México y Estados Unidos, Manuel Ávila Camacho y Franklin D. Roosevelt, respectivamente. El nombre oficial del convenio fue el de “Programa mexicano-estadunidense de prestación de mano de obra”. VÉLEZ STOREY, “Los braceros y el Fondo de Ahorro”, p. 19. 16 En el marco del Programa Bracero fueron suscritos cinco acuerdos internacionales que regularon el movimiento de mano de obra temporal que existió entre ambas naciones entre 1942 y 1964, Véase: CÓRDOBA RAMÍREZ, “Memoria, testimonios, estereotipos y olvido”, p. 92.

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guaje de estos dos muchachitos”, refiriéndose a él y su amigo. Lo cierto es que la primera vez que emprendió el camino rumbo al norte lo hizo hacia Monterrey, en donde se encontraba uno de los principales centros de contratación que el gobierno de México había abierto para enviar mano de obra mexicana a trabajar en el campo estadunidense.17 El plan de nuestro amigo y su compañero era llegar a Reynosa, Tamaulipas, por lo que una vez en Monterrey se subieron al tren rumbo a Reynosa a donde arribaron muy de madrugada. Riéndose, Ignacio del Río rememora: “¡Imagínate dos chamacos de doce años con un velizote y preguntando que por donde estaba el río!” Después de que escuetamente les indicaron: “Pues, por ahí”, salieron de la ciudad y caminaron. Llegamos a la zona del río y asustadísimos ¿cómo vamos a pasar por aquí? A nosotros se nos hacía un río muy caudaloso, traía una como espuma que venía moviéndose con la corriente y tuvimos la duda de que si serían animales. “Oye, hay cocodrilos” dijimos con ignorancia e inocencia y al darnos cuenta que no íbamos a pasar el río, ahí nos quedamos dormidos, porque la noche anterior no habíamos dormido.

Los despertó un hombre que les ofreció ayudarlos a pasar a cambio de gran parte de la ropa que traían en la maleta,18 quedándose sólo con lo que llevaban puesto y con una camisa extra. El hombre los llevó a un rancho en donde, cerca de medianoche fueron por ellos, y por otras “gentes” que estaban en el lugar. Se pusieron de acuerdo con un patero, quien los pasaría al otro lado del río. “Les decían pateros porque a la embarcación le llamaban patos, así como en donde no había río sino cercos de alambres, les comenzaron a llamar polleros”, acota nuestro entrevistado.

17 A partir de 1949 se establecieron centros de contratación de braceros mexicanos en Chihuahua y Monterrey para “evitar aglomeraciones en la frontera e inmigraciones ilegales”. (El Sol de León, 29 de julio de 1949). Entre 1942 y 1944, habían estado en la ciudad de México y en Irapuato así como en Guadalajara durante 1944 y 1947. En GRIJALVA, “Braceros fuimos”, p. 234. 18 El equipaje se componía de dos o tres juegos de camisas y pantalones, tanto de Nacho como de su amigo, que habían sacado poco a poco de sus casas, antes de salir de la ciudad de México.

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Nacho narra con detalle cómo estaban hechas dichas embarcaciones: En un cierto sitio se subieron los dos o tres pateros que iban ahí y bajaron de la copa de un árbol la armazón del pato, que era de ramas, de esas que se hacen curvas, amarradas, bien amarradas y, por otra parte, llevaban una lona impermeable; pusieron la lona, luego la armazón de ramas arriba, la amarraron y quedó hecha la lancha. Solamente llevaban un remo para medio orientar la embarcación, pues era como la corriente te iba llevando y con el remo simplemente iban empujando.

Llegaron al otro lado del río, unos 200 metros más debajo del punto donde se habían embarcado y, junto con otros señores, los chiquillos pasaron a territorio texano. Algunos de sus acompañantes ya tenían contratado un camión que los iba a llevar a McAllen o algún rancho. Los que se quedaron, cuando vieron al par de chiquillos sin saber qué hacer, los invitaron a irse con ellos: “Nos fuimos no sé si a McAllen o algún otro pueblo. Pasamos la noche con gente que conocían a los otros, pero nosotros éramos totalmente advenedizos”. Nadie les preguntó qué andaban haciendo. Del Río explica que había gente de todas las edades moviéndose en la frontera, desde niños como ellos, o jovencitos entre los 13 y 18 años hasta señores de 25, 30 o 40 años: “La palabra más común para referirse a los que andábamos así, en aquel tiempo, era ‘vagos’, o andar de vagos”. Fue así que llegaron a un pueblo desconocido con sólo lo que traían puesto y sin un cinco. La generosidad de compatriotas mexicanos los alimentó durante casi una semana, en calidad de arrimados en diferentes casas, tiempo durante el cual intentaron, sin suerte, conseguir trabajo, “No nada más estuvimos en una casa, sino de ahí nos pasábamos a otra y a otra y a otra de gente mexicana”, menciona Del Río, poniendo al descubierto las redes de apoyo que existían entre los mexicanos que buscaban trabajar en el suroeste de Estados Unidos.19 Redes que incluían “a los que estaban 19 En los estudios sobre migración internacional, se considera a las redes de relaciones sociales como apoyos a la movilidad de las personas involucradas en los procesos migratorios

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viviendo allá, a los que tenían mucho tiempo, a los que tenían papeles, a los que habían nacido allá y a los que recién llegaban. Nosotros estábamos como arrimados y no faltaba quien nos diera un taco”, agrega. Texas, uno de los principales cultivadores de algodón de Estados Unidos, había sido vetado de lo que se conoce como el segundo Programa Bracero, firmado en 1949, debido a las constantes quejas que había por el maltrato que los rancheros texanos daban a los mexicanos que trabajaban en sus campos. Sin embargo, esto último no impidió que el trasiego de mexicanos continuara rumbo a Texas, que ahora lo hacían al margen del programa gubernamental, en calidad de ilegales, sin documentos que ampararan su estancia en ese estado.20 La incertidumbre pronto cansó al par de criaturas, que probaron suerte en varios ranchos recomendados por sus conocidos, después de balbucear dos que tres palabras en inglés, como “Hey mister, no got a job?”. Aquella situación aunada a “la pena de comer con la[s] gentes de ahí”, según admite Nacho, los decidió a regresarse a México. “Salimos a las siete u ocho de la mañana, y llegamos a Reynosa a las diez de la noche, no sé de qué pueblo habríamos salido. En el camino comimos puras naranjas”, señala. Al llegar a la frontera se encontraron con que tenían que pagar 25 centavos de dólar para poder pasar el puente fronterizo. Como no traían dinero y sin saber qué hacer, se sentaron a esperar. Lo curioso, recapacita, era que “la Migración nos veía y nada, nos habían visto varias veces, cuando veníamos, había pasado la julia o patrulla de la Migración y ni nos pelaban a los dos, seguramente por el aspecto de niños que teníamos”. El caso es que un hombre los ayudó a cruzar pagando la cuota y los orientó para que se fueran a la comisaría de policía y pidieran permiso para dormir ahí. Así lo hicieron: “Fuimos ahí, pedimos reduciendo costos y riesgos y ampliando las posibilidades y oportunidades para una movilidad exitosa que incluye desde los inicios hasta los desplazamientos entre los lugares de origen y destino. ANGUIANO TÉLLEZ Y CARDOSO LÓPEZ, “Redes sociales en la migración”, p. 215. 20 Una de las preocupaciones del gobierno mexicano fue parar los abusos que cometían los dueños de las granjas y ranchos con los jornaleros mexicanos, y los rancheros texanos fueron los más señalados al punto que el gobierno mexicano vetó a Texas dentro del primer Programa Bracero, al no enviarle campesinos para pizcar en los campos algodoneros de ese estado. Sobre este tema se recomienda SCRUGGS, “Texas and the Bracero Program”.

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permiso y nos metieron a una celda y a la mañana siguiente nos dejaron salir.” Tal vez era algo muy común porque los policías no les preguntaron nada, especula al respecto. A partir de ese momento, Nacho siguió su camino sin su amigo de la secundaria. Esto era muy común, advierte. Recuerda haber ido de aventón a Monterrey, en donde estuvo un par de días, pues el último chofer que le dio “raite” le pagó hospedaje en un hotel de camioneros que salían rumbo al Distrito Federal, con la esperanza de que consiguiera a alguien que lo quisiera llevar. Desesperado, a los dos días, decidió regresarse por carretera, iniciando un periplo de alrededor de tres meses a bordo de carros, camiones y hasta en una carreta jalada por caballos. En el inter trabajó cerca de Montemorelos, Nuevo León, primero cortando pasto y luego en una casa muy elegante que contaba con albercas y una huerta con cientos de árboles de naranjos, un naranjal. Ahí estuvo dos meses y medio, trabajando en la huerta, ganando un peso diario o algo así, pagándole 50 centavos diarios por la comida a un peón fijo que vivía en el lugar con su esposa y un par de hijos. El menú consistía en frijoles y tortillas de harina, mañana, tarde y noche. “Un buen día que ya me cansé, sin avisar ni nada, me fui a una gasolinera vecina y ahí pedí un raite”, comenta. En el trayecto de regreso pasó por Ciudad Victoria, Tamazunchale, Ciudad Valles, Ixmiquilpan. “Ya no me acuerdo por cuáles pueblos pasaba pero todo el camino venía pensando: voy a llegar con mi abuela y ya con ella me quedo en lugar de volverme a ir con mi padre”, nos confiesa. La abuela materna había sido profesora de primaria y fungió como maestra suplementaria del nieto huérfano, atendiéndolo en casa. “Era de esas profesoras muy queridas y eficaces, muy buena, muy buena”, recuerda Nacho. Sin embargo, al llegar a la ciudad de México, lo esperaba la infausta noticia del deceso de su abuela, fallecida tres meses antes durante la ausencia del nieto. A pesar de tener a su padre vivo, pero con el que había tenido poco contacto, la percepción de orfandad fue total: “Entonces sí ya me quedé completamente huérfano”, nos comentó aún con tristeza 60 años después. Era el mes de octubre de 1950. Seis meses había durado la primera aventura como migrante del futuro historiador. 138

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A partir de ese momento, nuestro amigo comenzó un periodo de inestabilidad emocional. “Andaba en crisis existencial”, revela Ignacio del Río. Al principio vivió con una tía paterna en la ciudad de México, luego en La Paz con su padre y su nueva familia y de ahí de nuevo al Distrito Federal, enviado por su papá, a casa de unos amigos, con el ánimo de alejarlo de algunas malas compañías. “Fue una mala decisión porque me volví a sentir abandonado, no cabía en ningún lado y, entonces, me fui a la frontera”. III El norte, Estados Unidos, la frontera se convirtió para aquel niño casi adolescente, en el espacio-refugio, en la escuela de la vida, en el lugar en donde se transformaría en hombre. Durante más de tres años, entre mediados de 1952 y 1955, por cerca de tres años, Ignacio del Río estuvo moviéndose entre la ciudad de México y la frontera norte. “Nunca estuve conforme en ningún lugar, me rebelaba contra la autoridad y quería salir y me cansaban, me molestaban, buscaba un lugar sin saber que huía de otra cosa, huía como de mí mismo”, reflexiona Ignacio del Río, en un ejercicio de poner en orden esa etapa de su vida, a la que sin proponérnoslo lo convocamos a revivirla. “Nunca había tenido tiempo de hablar de esto con nadie”, nos confesó al final de la entrevista. El noreste mexicano ya no sería nunca más su ruta. Enterado de que en California pagaban mejor que en Texas, ahora los caminos serían por el lado del Pacífico mexicano. Sin dinero para viajar, salió de la estación ferroviaria de Guadalajara, y trampeando trenes llegó a Benjamín Hill después de pasar por Hermosillo y luego hasta Mexicali, como paso hacia Tijuana. En esta segunda incursión, su compañero sería el hijo de un sastre a quien conoció en la ciudad de México. El afán de aventura nos movía a un buen número de los vagos que andábamos en esto, no a los de origen rural que iban a Estados Unidos a ganar dinero y todo era en función de ello. Nosotros, los de origen citadino, no siempre era eso. Sí, ganar dinero, pero para la aventura, la diversión, para escapar, para conocer otras cosas, eran otras las motivaciones. Para vivir una situación distinta de México, lo que veía uno en las películas. 139

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Tijuana era la meta, pues pasar por ahí hacia California no era tan difícil entonces como ahora: “atravesaba uno por partes de la ciudad, por la garita hacia adentro, no por el lado de las marismas, normalmente se iba uno por el traque,21 como se le decía a la vía del tren, por ahí a San Diego, más o menos 16 millas.22 Era como la guía para no perderse”. Una vez en San Diego, el siguiente paso era trampear en tren para seguir adelante. Aquí es donde Nacho se percata de los peligros que corrieron: Ahora pienso yo, de mucho peligro, insólitos, por ejemplo en los vagones de los refrigeradores donde llevaban verduras, en las orillas tenían unos espacios angostitos, con las ventanillas arriba donde echaban hielo, pero cuando iban vacíos iban abiertos para la ventilación. Ahí nos metíamos, pero no solo eso, quitábamos unos fierros que había abajo, unas especies de parrilla y nos metíamos debajo de ella. De tal manera que si hubieran echado el hielo ahí, ya no lo cuentas o que hubieran cerrado las ventanillas y ya ni quien te oye… También había unos trenes que llevaban granos, cemento o cal, pero con unas tolvas con salida hacia abajo. Entre las dos tolvas de cada vagón había un hueco donde nos metíamos y en ese hueco te ibas sentado agarrado de dos tubos, viendo como pasaban los durmientes ¡imagínate! Otra era pescarte de una escalera e irte agarrado de ella, pero era más fácil que te agarrara la Migra.

Durante un poco más de tres años, el adolescente repitió esta travesía para poder llegar a California, desde San Diego hasta Stockton, pasando por la zona de Los Ángeles. El historiador del noroeste novohispano calcula que entró y salió de Estados Unidos unas 20 o 25 veces y que en ese periodo viajó hasta la frontera unas tres o cuatro veces, pues regresaba a la ciudad de México a pasar las fiestas decembrinas, en donde se quedaba con la tía Lola, hermana de su papá, casada pero que vivía sola. En esa época nunca pensó en quedarse en su tierra natal, porque aunque tenía amigos muy queridos, sentía una “ausencia de familia. Mi padre con su esposa y mi hermana, que vivía con ellos, allá en La Paz. Ade21 22

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Del inglés “track” que significa vía, camino, pista. El equivalente a 20 kilómetros.

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más me habían echado prácticamente de la casa.” Durante esos años, su permanencia en el país vecino fue intermitente: cuando más duró fue nueve meses, pero en otras ocasiones, sólo tres o cuatro meses. En otras un día, una hora. La mayoría de las veces cruzó por Tijuana. “Una vez me pasé por Mexicali, nos fuimos a El Centro, California, luego, de alguna manera, trampeamos el tren y fuimos a dar a Indio y por ahí nos agarraron, luego pasé por Algodones, nos fuimos a Yuma, Arizona, pero la mayor parte de las veces fue por Tijuana”, se acuerda. Salvo la vez que cruzó el río Bravo, nunca recurrió ni a polleros ni nada parecido. El primer tramo era a pie, de San Ysidro, de la línea a San Diego. A partir de ahí lo común era trampear en tren, y de ahí para adelante autobús, raites, aunque el autobús era muy común, porque ya había pocos retenes de Migración. Entre Tijuana y San Diego dos o tres retenes, de San Diego en adelante muy espaciados y de Los Ángeles para arriba casi ninguno.

En California trabajó eventualmente como lavaplatos y en la construcción de casas, pero principalmente en la siembra y cosecha de calabacita verde, fresa, uva, pepino, ejotes, chícharos, betabel, ciruela, durazno, uva, tomate y hasta pizcando algodón. Llegó a ser swamper, una especie de ayudante que se usa para apoyar las labores agrícolas, y aprendió a sobrevivir y conocer los pormenores de la vida de los mexicanos en el suroeste de Estados Unidos. Bonita, Encinitas, Oceanside, Visalia, King City, Manteca, Del Rey, Delano, Stockton fueron algunos de los lugares donde trabajó. Vivió en casas como abonado, en cuartuchos con baños colectivos, en “casuchillas”, en galerones, hasta con familias. Un par de ocasiones lo sacaron por San Diego, pero tal como Del Río comenta “apenas iban bajando los otros del autobús cuando ya íbamos por el traque pasando de nuevo”. También varias veces lo devolvieron por Nogales, Sonora, aunque lo habían capturado en California. Según refiere Nacho, el gobierno mexicano permitía a los expulsados usar el ferrocarril para regresarse a sus lugares de origen: “En el tren normal ponían dos vagones de esos de carga, destinados 141

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exclusivamente a que se subieran los que echaban del otro lado y los que quisieran irse a su lugar. Tenían el pasaje, pero no la comida, el tren no les cobraba”. Una de las veces que lo “agarraron” en Los Ángeles, lo llevaron a San Diego donde lo treparon a un avión que lo llevó hasta McAllen, Texas, donde vivió en un corralón entre tres o cuatro meses y de donde lo echaron por barco hasta Veracruz y de ahí en un par de vagones desocupados hasta Lechería, de donde se regresó de nuevo al norte. Ya en Estados Unidos volvió a vagar sin rumbo. En una ocasión caminó solo por las vías del tren a altas horas de la noche, cantando para amainar el miedo de niño adolescente. “Me puse a cantar una de las canciones que en ese tiempo acababa de aprenderme: revoloteando el nido destruido, un pajarillo pecho amarillo…” Trabajó jornadas diarias de ocho o nueve horas, aprendió el slang chicano y a vestirse y comportarse como pachuco. Sólo una vez, pasó legalmente la frontera como bracero, a través del centro de contratación que, a mediados de los años de 1950, se abrió en Mexicali, la capital del entonces recién creado estado de Baja California. IV Mexicali, se había convertido en uno de los espacios saturados de jornaleros y campesinos que buscaban ser incluidos en las listas de reclutamiento para pasar a Estados Unidos. “Año con año pasan por la frontera de Mexicali-Caléxico más de 300 000 campesinos de todas partes del país que se dan cita en aquella lejana frontera, escribió con amargura Braulio Maldonado en 1961, un par de años después de haber dejado la gubernatura de Baja California,23 lamentándose del deprimente espectáculo dado por una multitud de campesinos, la mayoría jóvenes, que habían abandonado sus lugares de origen y que “con prisa” buscaban cruzar la frontera. Ignacio del Río, uno de estos jóvenes, recuerda su experiencia en Mexicali: Llegué a Mexicali esa vez y me enteré de que estaban contratando ahí braceros, ¿y qué se necesita?, pues el acta de naci23

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MALDONADO, Baja California. Comentarios políticos, p. 207.

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miento y escribí rápidamente a La Paz: “Papá, mándame rápidamente un acta de nacimiento” y me la mandó a lista de correos. Con esa acta de nacimiento, debo de estar hablando del año de 54 si no estoy equivocado, fui, porque así se tenía que hacer, a alguna oficina de Mexicali, no sé cuál sería, donde le daban a uno un papel que equivalía a una especie de credencial porque uno no tenía ni una identificación, era un papelito nomás. Por cierto, lo del acta de nacimiento, todavía no tenía 18 años, tenía no sé si 16 todavía o 17 cumplidos, entonces borré con un borrador común la fecha de mi nacimiento y en algún lugar, alguna oficina por ahí donde vi que tenían una máquina de escribir, pedí que por favor me le pusieran como año de nacimiento el que correspondía para que tuviera 18 años; lo pusieron y aunque se veía perfectamente que estaba alterada, ni aun así pusieron peros. Me dieron en Mexicali el papelito, creo que el acta de nacimiento se quedaba ahí y yo me quedaba con el papelito.

Ese “papelito” al que se refiere no era cualquier papel. Era el que lo autorizaba a ser contratado como bracero. En Empalme, que fue uno de los principales centros de reclutamiento de braceros para el noroeste de México, pasaban semanas y hasta meses para que un aspirante a bracero pudiera salir en las listas y obtener ese documento. En Mexicali, diariamente se hacían filas con cientos de estos aspirantes, que se amontonaban sin control alrededor del edificio de la aduana, frente a la población fronteriza de Caléxico, en donde los futuros braceros eran maltratados tanto por las autoridades mexicanas como las estadunidenses. Del Río, en tono de denuncia, recapitula sobre esa situación: Bueno hasta ahí la cosa era latosa por la fila, pero no necesariamente un maltrato; desde el momento en que pasamos la garita y que nos reciben los de la Migración, en Caléxico eran gritos, empujones, regaños, nos bañaban con una especie de polvo, spray, dizque para los animales, los piojos. De ahí nos llevaron a El Centro, donde nos dieron una credencial con retrato y un par de sándwiches.

En El Centro, California, una población ubicada unos 20 kilómetros al norte de Mexicali, el Departamento de Trabajo del país veci143

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no había establecido uno de los centros de contratación a donde llegaban braceros mexicanos para que los agricultores de California y Arizona seleccionaran el personal requerido en sus ranchos y granjas.24 De ahí salían camiones llenos, cargados de jornaleros y campesinos mexicanos, y fue así como fue llevado a trabajar en la cosecha del tomate, cerca de Stockton, en el norte de California. Cuando se percató que en el campo vecino trabajaban puros indocumentados a los que les pagaban el doble que a los braceros, de inmediato se deshizo de la credencial: “En cuanto dejé el campo en donde estaba la tiré, porque si no te iba peor, si veían que habías salido de bracero. En cambio decías: me pasé como indocumentado”. Esperó a que le pagaran y se regresó a Del Rey, California, entre Fresno y San José, en donde había hecho amistad con un contratista de nombre David, que Nacho conoció durante sus anteriores incursiones en esa entidad y con el que trabajó durante varias temporadas. “Me fui a trabajar con don David en la uva. Cerca de Del Rey había muchos campos de algodón, ahí había naranja, ciruela, uva, y más al norte, por Stockton, manzana y cereza, por la costa, betabel, más al sur, hacia Los Ángeles, limón y naranja”. Ese ir y venir del futuro historiador era sin planes precisos. El propósito era juntar dinero y gastarlo. Hizo un grupo de amigos procedentes del Distrito Federal o de otra ciudad grande como Guadalajara o de Veracruz, unidos por el origen urbano. Hasta compraron un carro usado que se les desvieló por falta de aceite y dejaron abandonado en la carretera. “Nosotros cuando cobrábamos no mandábamos giros a nuestras casas, como los que venían del campo, sino que nos los gastábamos en pachangas, bebidas, en el carro y en ropa”, admite sin pena Del Río. “Creo que lo más que mandé fueron unos 150 dólares” y nos revela: “Muy pronto comencé a vestirme y andar como pachuco. Cuando llegué a Tijuana la primera vez, al mes ya andaba apachucado. Y así hasta que me regresé”. Yo sí era pachuco, pero pachucón hasta me compré unos zapatos de ante azules. Los cuellos levantados para arriba, el pelo hacia atrás, separado con una raya, un poquito de copete y una melenita muy acá, 24

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Excélsior, 7 de diciembre de 1955.

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como cola de pato. El pantalón casi cayéndose a la altura de la cadera, mucho levis, pero el gringo que era muy duro, al que le quitábamos las presillas y lo volteábamos por donde va el cinto. En el levis, en un lugar no sé si se llama “presilla” le hacía un hoyito y ahí metía rollitos de billetes y cuando lo necesitaba sacaba un billetito. No usábamos ningún cinto pero sí trajes con sacos largos. La camisa abierta y una cruz colgando sin que esto tuviera una significación religiosa, era más bien moda. A las camisas les cortábamos las mangas. A los pantalones levis les poníamos adornos de remaches. Habían quienes se tatuaban, que se ponían una cruz en la mano, tatuajes. ¡Ah! Y otra cosa típica eran los paraditos y el caminado, no se caminaba normalmente.

Esto del “apachucamiento” según el decir de Nacho les pasaba a muchos que procedían de ciudades mexicanas, a los de origen urbano: “Era una manera de ser fácilmente aceptado por ciertos sectores que se mueven mucho en la frontera, gente fronteriza, entre ellos los que se decían pachucos y más comúnmente chucos. Era una cierta identidad. Además, los chicanos podían sentir más afinidad con los emigrantes de origen urbano y apachucados”. Otra cuestión muy importante era la del lenguaje. Añade: Había que aprenderlo inmediatamente: Baisa es la mano, los zapatos, calcos, los pantalones, tramados. Lisa es la camisa, el sombrero, el tando, trabajo, jale o camellar, comer, refinar o sea el refín. Casa, chante, la mujer es la wisa, el carro, la ranfla. Si oían que no entendías eso o que no hablabas no te aceptaban. Y luego decíamos: “¿Qué pasó loco?, ¿oye, tú, bato?”

El inglés como idioma era solo una referencia, unas cuantas palabras sólo para conseguir trabajo, algunas castellanizadas como “la marketa” para referirse a las tiendas de comestibles o “blockes”, a las cuadras o manzanas de una calle. “Eso es lo malo, que no aprendías el inglés porque había mucha gente con la que hablabas en español”, comenta. “Hablabas en inglés con los gringos o con la gente que te podía contratar pero un inglés muy, muy cómo diríamos muy burdo”. 145

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Sorprende darse cuenta de la capacidad del casi niño para adaptarse a las circunstancias, lo que indiscutiblemente lo curtió para la vida. Cuando relata cómo se movía por el territorio mexicano, yendo y viniendo desde México, por Guadalajara, Mazatlán, Hermosillo, Caborca, Benjamín Hill, Mexicali, hasta Tijuana, poquito a poco, tardando unos 15 días en llegar, bañándose y durmiendo en parques, trampeando trenes, corriendo peligros como cuando se metió a un vagón donde llevaban ganado y que de repente se alebrestaron los animales y comenzaron a mover los cuernos, o cuando los bajaron en medio del desierto y los dejaron ahí o en la que los balearon porque se metieron a un ranchillo a robarse una sandía. Una de las veces que trampee un tren de Benjamín Hill a Mexicali fue tremendo porque llevaban soldados en lugar de policías. En cada estación bajaban los soldados y para poder trampear el tren necesitabas esperar a que se subieran los soldados y entonces correr y meterte en un lugar en donde no te alcanzaran.

Nos enteramos de sus intentos por trabajar en México, como cuando anduvo de lanchero en Acapulco, subiendo y bajando turistas que iban a las playas de Caleta o Caletilla o a la isla de la Roqueta pues “como medio hablaba inglés conseguía clientes para las lanchas”, experiencia que reafirmó sus deseos de irse al norte. En ese puerto, ya había trabajado haciendo limpieza en una estación de autobuses Flecha Roja, lavando los baños de la sala de pasajeros, barriendo y trapeando el polvo. O cuando en Hermosillo se puso de acuerdo con un conocido de ocasión para comprar un tambo de aceite y un cucharón que les permitiera preparar agua fresca de limón con azúcar, para venderla a los aspirantes a braceros que deambulaban alrededor del centro de contratación que ahí existió, antes de ser sustituido por el de Empalme. “Vi que había mucha gente así con vestimenta y aspecto de campesinos, esperando la contratación y eso hicimos durante tres semanas o un mes, hasta que nos peleamos”. Con las ganancias de la venta de limonadas, adquirió un cajón de bolero con todo y su banquillo para sentarse y su cajón para que el cliente también lo hiciera. En un parque que estaba a una 146

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cuadra de la ya desaparecida estación de trenes, bajo un árbol que localizó muchos años después en uno de sus viajes a Hermosillo, el joven Del Río daba grasa entre las ocho de la mañana y las tres de la tarde, sacando para la comida, yéndose al cine por las tardes y durmiendo en un lote baldío grandote, al lado de los aspirantes a braceros, sobre unos cartones que resguardaba cada mañana en las ramas de un árbol. Por cierto, fue en Hermosillo donde el joven defeño se planteó la posibilidad de contratarse como bracero. Se encontró a un amigo de sus andanzas californianas, el Veracruz, que andaba vendiendo cuadros mientras arreglaba su contratación como bracero. El día que lo vio yéndose en un autobús junto con otros contratados, se dijo: “Sería bueno, ya que está tan duro para pasar, irse así”. Nunca anduvo sólo, salvo raras ocasiones, porque Nacho explica que era común hacer alianzas con un compañero eventual, formando pareja de viaje, y por cualquier desavenencia separarse y luego buscarse otro aliado. “Se forman grupos de dos o tres compañeros que se deshacen, se va uno y se incorpora otro. Se disuelve un grupo y se integra otro”. Todos lo hacían por sobrevivencia. “Es raro que anden completamente solo[s], porque se apoyan, se auxilian, se protegen”, acota.25 V Los amigos circunstanciales tuvieron un rol importante en la definición de las rutas seguidas por el aprendiz de inmigrante, pues los lugares de destino cambiaban en función de la experiencia laboral previa de los acompañantes fortuitos. Fue de esta manera que Nacho llegó hasta Visalia y la primera vez que fue a Stockton. Poco a poco fue recorriendo el estado de California hacia el norte y aprendiendo el tejemaneje para subsistir en la costa oeste de Estados Unidos. A veces, simplemente caminando por una brecha, llegar a una granja y pedir trabajo.

25 Esto no es casual. Según Laparra, las redes conectan migrantes y no migrantes a través del tiempo y del espacio, y son de vital importancia en el proceso migratorio; familiares, amigos, vecinos, conocidos, compatriotas, prestamistas, expertos y solidarios, todos son movilizados para facilitar el proceso y todos aportan algo, desde consejos a dinero. Citado por ANGUIANO TÉLLEZ Y CARDOSO LÓPEZ, “Redes sociales en la migración”, p. 216.

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Sobrevivió a las zozobras y vericuetos que significaba vivir como indocumentado al lado de amigos ocasionales. “Andabas en la calle y de repente llegaba la julia, con la famosa frase: ‘¿your papers?’ Si era la migración la que te agarraba, a veces directamente te llevaban a la frontera y te pasabas una noche, un día, unas horas en el corralón de San Ysidro”, aunque recuerda que a partir de abril, que es cuando tiene lugar el desahíje de los árboles frutales y de la vid y hasta octubre, que termina la última pizca del algodón, disminuían tajantemente las redadas de indocumentados, “Cuando había trabajo, se hacían disimulados y hasta amables eran con uno”, añade. Se acostumbró a andar a salto de mata: No era el fin del mundo, había veces que te llevaban al corralón de San Ysidro, a veces a San Diego, un corralón que ahí había, a mí me echaron varias veces, un par de ellas, habiéndome agarrado en California, me echaron por Nogales, en el ánimo quizá de alejarnos. En 1952 cuando entramos la primera vez, nos sacarían dos o tres veces. Luego pasó un mes sin que nos sacaran. Eso fue cuando estuvimos la primera vez en Encinitas, tal vez unas tres semanas. Una vez no me agarró la Migra sino la Policía. Eso fue en Los Ángeles, estaba sentado con unos cuates en la Placita Olvera y nos llevan a la cárcel que estaba en el City Hall, ese edifico largo, muy emblemático de Los Ángeles. Nos ficharon, luego nos pasaron a Migración y nos sacaron de Estados Unidos. Eso ha de haber sido en el 53. Cuando estábamos en Delano, nos sacaron, no sé si éramos como 20 ahí en el campo, –campo se le llamaba al galerón con camas– llegó la Migra a medianoche y ni la ropa nos dejaron recoger. Creo que nos llevaron a Bakersfield, luego a Los Ángeles y de ahí en camión a San Ysidro de donde nos pasaron a México. En diciembre agarré mi maletita, me fui a Fresno primero y ahí se me ocurrió comprarme un boleto para Tijuana, y después de guardar mi maletita en uno de los lockers de la estación de autobuses, se me ocurrió ir a comprarme una chamarra y saliendo de la tienda ¡que me agarra la Migra! A pesar de mi insistencia, no me dejaron recoger mi maleta, perdí mi boleto. Me echaron y me fui a la Ciudad de México y de ahí me regresé al año siguiente.

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En una de las ocasiones que lo capturaron lo echaron por Texas. “Fíjate qué curioso. Me agarraron en algún lugar de California, no sé cuál, y me llevaron a San Diego y de ahí en avión hasta McAllen, en donde estuve en un corralón varios meses”, comenta. Nacho cree que acababa de salir un barco, porque había muy pocos mexicanos en el campamento, donde dormían, mal comían y eran maltratados por los encargados del lugar. No a todos los expulsados los mandaban a ese sitio, sino que eran selectivos. Los camiones procedían de diferentes lugares, de Nuevo México, de Texas y tal vez de Chicago. Cuando juntaron alrededor de 800 mexicanos, salieron de Puerto Isabel, Texas, a bordo del barco Emancipación. Entre las bodegas, las distintas cubiertas, en los pasillos, sin cobijas y mal comidos pasaron los tres días que duró la travesía marina hasta Veracruz. La mitad del trayecto, lo hicieron en medio de la lluvia y el mal tiempo y al llegar al puerto mexicano les dieron un par de sándwiches y dinero. “Con eso te subías al tren y ya bájate donde quieras”. Con excepciones, como cuando cruzó por Mexicali o por Los Algodones, al otro lado de Yuma, Arizona, la mayoría de los trayectos realizados pasaron por Tijuana, y por la vía del tren que llevaba a San Diego, recorriendo una y otra vez las mismas poblaciones: National City, Chula Vista: “Rara vez te ibas por otra parte, era la misma ruta. A mí me tocó una etapa en que pasar era muy cómodo”. Al principio trabajó en varios lugares cercanos a San Diego, uno de ellos, Encinitas, en donde además de haber lavado platos en un restaurante, pizcó pepinos, calabacitas verdes, ejotes y chícharos. Sin embargo, el objetivo era llegar hasta más arriba de Los Ángeles, porque en cuanto más subías al norte era mucho mejor el pago: la diferencia era de siete, ocho, diez, doce dólares. “Entre más cerca estabas de la frontera, eran más bajos los sueldo[s]”, nos aclara. En Encinitas le pagaban muy poco, un dólar diario y la comida, que consistía en un plato de lechuga y vegetales con unas rebanaditas de jamón o algo parecido. Ahí dormía en una casuchilla, hacinado junto a otros cuatro compañeros y la granja donde trabajaba la dirigía una gringa a la que le pusieron La Bonita, reseña con precisión. 149

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Cuando estaba en Encinitas me fui a trabajar con un vecino de la granja donde estaba y ese día la mala suerte, llegó la Migra y ahí voy para fuera. Me llevaron hasta la mera frontera, al corralón que estaba a dos kilómetros de la frontera, arriba en el cerrito, en San Ysidro. El corralón estaba generalmente casi lleno, tal vez en una época del año más que en otra. Unos 300.

Sin embargo, esto no amilanó a Nacho quien volvió a pasarse, siguiendo la misma ruta de la vía del tren de San Diego. Ésta vez lo hizo sólo y por los rumbos de Encinitas estuvo de aprendiz de albañil de un señor que estaba haciendo una casa y que lo trató muy bien, como si fuera casi de la familia y “además con cariño. Tendría en ese entonces unos 15 años, no había cumplido los 16. Ha de haber sido en el 53”. Ante la falta de buenas oportunidades laborales, optó por seguir hacia arriba. A pie, sólo, llegó a Oceanside y trampeando en el tren a Los Ángeles y después en autobús hasta Visalia, en donde un conocido casual le había contado de una señora llamada Conchita en donde se podía abonar. “En esa época era campo y luego el pueblo, campo y pueblo, campo y pueblo. He pasado por ahí y todo es irreconocible, todo ya cambió”, señala. Conchita resultó ser una viejita sola a la que le faltaba una pierna. En su casa, los abonados comían alrededor de una mesa grande los guisados que ella, sentada, preparaba. “En la parte de atrás, en el patio, tenía varios cuartos, de mediano tamaño, con camas rústicas y ahí vivíamos los abonados. Lo bueno era que ella te fiaba e iba anotando en una libretita, para que cuando viniera el trabajo le pagaras. Eso estaba muy bien, porque era una temporada en la que no había mucho trabajo”, comenta nuestro entrevistado. Después de unos dos meses en Visalia, a inicios de 1954, Nacho se subió a un camión que buscaba trabajadores para ir a la costa, a King City, al desahíje del betabel, uno de los trabajos más duros entre las faenas agrícolas. “Una cosa verdaderamente terrible”, exclama al acordarse: “Déjame decirte que en los campos de betabel, en los galerones donde dormían los trabajadores, en las noches parecían hospitales, todo mundo quejándose, gritando ayes de dolor, ¡ay!, ¡ay!” 150

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En esa época, el desahíje del betabel se hacía la mayor del tiempo agachado, con un pequeño azadón de unos 35 o 40 centímetros, con el que se iba dejando un espacio de unos 20 centímetros entre cada matita, para que el betabel creciera grande y no constreñido. Eran cuadrillas de trabajadores a lo largo de surcos de entre una milla y milla media, por lo que los jornaleros no se podían atrasar, pues los de adelante jalaban a los de atrás, sin tiempo para descansar. “Después de 50 metros de estar agachado con el azadón, ya te levantas con dolor de cintura. Además, cuando desahíjas betabel, –añade– llega un momento en que por el frío, la mano ya no se abre fácilmente, por lo que debes darte un masaje en los dedos para que se te puedan abrir.” Pero no sólo era un trabajo difícil, sino muy mal pagado. Huyendo de King City, llegó a Stockton a la cosecha de la fresa, en donde las jornadas eras menos duras pues, como acota, “puedes irte con más calmita, más lentamente, hay que ir escogiendo la fruta y acomodándola”. El siguiente punto en el peregrinaje laboral fue Manteca, de donde, con un grupo de conocidos, se dirigió a Fresno. En el camino, en un lugar llamado Del Rey, se puso en contacto con un contratista llamado David, para el que trabajó originalmente en el desahíje de la uva. El encuentro con don David fue crucial para el adolescente defeño. A partir de ese momento, se convirtió en uno de los integrantes de las cuadrillas de trabajadores del contratista. Con él estuvo no sólo en Del Rey sino en otros lugares como Delano, por los rumbos de Bakersfield. Se adiestró en las diferentes fases del trabajo agrícola, desde la siembra hasta la cosecha. En la uva, en el chaboleo,26 el desahíje, la pizca y su acomodo y traslado en cajas, comenzando como jornalero y ascendiendo a la categoría de swamper, especie de cargador. Lo mismo fue con el durazno, la ciruela y la uva Thompson, “esa uva chiquita, que no tiene semilla y tienes que cortarla y ponerla sobre periódicos en unas camas largas para después de algún tiempo voltearlas para secarlas y ésas son las deliciosas pasitas”, recuerda el ex jornalero. Cerca de Del Rey pizcó algodón: 26

Según lo refiere Ignacio del Río, así se le decía a limpiar la hierba alrededor de la

parra.

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Llegabas con tu saco y si no lo tenías, lo pedías al llegar al campo, y cuando lo llenabas y lo echabas a la raca del camión, había siempre guardias viendo que no fueras a echar algo que no fuera algodón, porque metían piedras y hasta pájaros muertos. Era un trabajo muy pesado, pero te pagaban según lo que pizcaras, así es que lo que ganaras dependía de ti. En octubre se viene una cosa que le llaman la bola, que son las bolitas de algodón que no alcanzaron a abrir cuando dan la primera pizcada; lo que quedan son las bolitas que no abrieron y ésas se cosechan desde mediados de octubre hasta fines de noviembre; por eso pagan la cuarta parte de lo que pagan por la mota del algodón.

Con don David, el joven indocumentado tuvo cierta estabilidad no sólo laboral sino de otra índole: comida asegurada, “claro que te la descontaba del pago”, un lugar donde vivir, “don David tenía unos cuartitos muy pequeñitos con dos literas, habíamos cuatro en cada uno, y un par de baños colectivos” y compañeros de trabajo con los que compartía la vida social de jóvenes jornaleros que tenían un origen urbano como él. El contratista tenía sus cuadrillas de peones, las llevaba y las ponía a trabajar. Cobraba y luego él les pagaba. Según el decir de nuestro entrevistado todos los contratistas hablaban español, y entre ellos había uno que otro mexicano inmigrado, pero ya viejos. La mayoría eran nativos de Estados Unidos, pero para Nacho, los de California eran “cuates”, incluso a algunos los llegó a considerar “muy amigos”. De los capataces, un 95% eran mexicanos, pero también había filipinos.27 “Gringos muy pocos”. Del Río estableció vínculos especiales con don David, pues cuando estuvo en Stockton en la cosecha del tomate, abandonó el lugar para irse de nuevo con él: “En 1954, entre septiembre, octubre y noviembre, volví a trabajar con don David en Del Rey”. Los cerca de tres años pasados entre 1952 y 1955 por Nacho en el país vecino, lo capacitaron en los vericuetos de las arduas faenas agrícolas, pues casi siempre trabajó en el campo: pizcó ejotes hin27 Desde la segunda década del siglo pasado (1920), una gran cantidad de filipinos empezaron a llegar a California a trabajar en los campos agrícolas, siendo usados, muchas veces, por los granjeros como esquiroles. Se asentaron principalmente en Stockton y Salinas y en los valles de San Joaquín y Sonoma. TERRAZAS, “Filipino Immigrants”.

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cado de rodillas, cortó racimos de uva por la mitad para que después creciera la uva, aprendió a anillar el tronco de la uva con un cuchillo especial y a no cortarse los dedos con los agudos picos de las bolitas de algodón remanentes de las primeras cosechas; se llenó los dedos de “padrastros”,28 por la sustancia que sueltan los tomates al cosecharlos, haciendo que le sangraran los dedos y soportó jornadas de hasta diez horas diarias. Llegó a ganar entre 12 y 14 dólares diarios, un dineral en aquel entonces, que nada tenían que ver con lo que le pagaron en Caborca, Sonora, en donde trabajó en el chaboleo y desahíje de la parra, con un salario de 12 pesos diarios de los cuales casi todo se le iba en la comida: “Imagínate allá, en California, con lo que ganabas en una, dos semanas te comprabas un carro, viejito, usado, pero carro al fin”. VI Después de este ajetreo, de ese ir y venir, nuestro joven amigo se cansó. “No me hallaba, no me hallaba”, recuerda. Ya había alentado el deseo de volver a casa cuando se enteró de que su padre se había separado de su segunda mujer, por lo que le escribió y con gran alegría éste le respondió que lo recibiría con los brazos abiertos. “A través de mi tía me contestó que sí, que desde luego, que bienvenido, que qué bueno que ya pensara eso”. Coincidió con que estando trabajando en Bonita, cerca de San Diego, lo agarró la Migra. A pesar de que se escondió en un matorral lo pescaron. “Fue la última vez que me echaron y dije: pues ya mi papá me dijo que sí, pues me voy y decidí regresar a México”, nos comenta. Era el mes de mayo de 1955. Fue así que regresó definitivamente a nuestro país. “Me fui en camión a Mazatlán, luego al DF y de ahí, en avión a La Paz”. Por fortuna, no se encandiló con Estados Unidos. Nunca le gustó el excesivo orden, la vida demasiado reglamentada, tanta rigidez. En cambio, cada vez que regresaba a su tierra sentía una gran alegría: “Es un sentimiento que lo recuerdo así, muy vivo”, reconoce el ex bracero. “Ya fuera México o Tijuana me decía: ¡ay! Ya regresé donde todos me hablan, con todos me puedo entender. Y la Ciudad de México se me hacía muy bonita, comparada con aquellas cosas de allá”. 28 Así se le denomina a los pellejitos que se forman en los dedos y manos a los cuatro o cinco días de estar cosechando tomate.

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Pero Nacho del Río, que aún no cumplía los 18 años de edad, era ya un joven distinto. Aquella estancia de alrededor de cuatro meses en McAllen, Texas, lo había marcado. A pesar del maltrato de las autoridades, en especial de las de origen mexicano llamados “pochos”, que los picaban con macanas eléctricas si estaban mal formados y de la mala comida, en ese horrible corralón tuvo varios encuentros cruciales. Uno, con un evangelista que pertenecía a la iglesia de Dios de la Profecía, y que le empezó a hablar de la historia de las religiones, despertando en el joven cierto interés por saber más de esas cosas. “En el corralón le hacíamos un corito escuchándolo”, reconoce el historiador. La otra fue conocer a un militante del antiguo Partido Popular, el antecesor del Partido Popular Socialista (PPS), partido político que actuaba bajo la línea de Vicente Lombardo Toledano. Estas experiencias despertarían muchas inquietudes que le dieron una visión diferente del mundo que lo rodeaba. Aunque Nacho no era un practicante del catolicismo se había creado en un ambiente dentro de esa tradición, por lo que le llamó la atención la crítica del evangelista a las creencias de la principal religión de los mexicanos. “Me hablaba por ejemplo de que la virgen María había tenido otros hijos, de que Jesucristo había tenido hermanos y lo hacía citándome textos de la Biblia, en donde decían que María había parido a su hijo primogénito, no unigénito”. Después el pastor evangelista lo introdujo en la historia de las religiones, despertando en el joven una inquietud por saber más de esas cosas. Por otro lado, el militante del Partido Popular lo adoctrinó en la ideología de izquierda, marxista-leninista pero, según lo especifica Nacho, bajo la línea de Lombardo Toledano, que no era muy radical y tampoco auténticamente socialista, aunque manejaba un discurso de esa naturaleza. “Está bien el leninismo y la sociedad sin clases en el futuro, pero por lo pronto hay que apoyar al Estado mexicano”, era el planteamiento del activista político. Incluso cuando los vigilantes “pochos” del corralón les hacían una trastada, pensaba a manera de revancha: “Pero ya vendrán los rojos y van a pagar sus maldades”. Era la época del macarthismo y de la guerra fría, con enfrentamiento de los países del bloque soviético denominados comunistas o rojos, con los del llamado “mundo libre” o capitalista. 154

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Nacho lo reconoce. “Llegué a México con tres inquietudes: una de carácter filosófico, otra de tipo religiosa y la última de índole política”. Antes de irse a La Paz, recorrió las librerías del centro de la ciudad de México, preguntando por algunos títulos que le habían recomendado sus mentores hasta que de una de ellas salió con la Historia general de las religiones de Salomón Reinach, el libro más antiguo de su biblioteca, otro del premio nobel Alexis Carrel titulado La incógnita del hombre, así como dos libros de poesía, uno de Amado Nervo y otro de Manuel Acuña, habiendo caído bajo la seducción de éste último. En cuanto a la curiosidad política no supo qué libro pedir. Fue así que se volvió un lector insaciable. Memorizó los poemas de Acuña que más le gustaron, entre ellos el de A la Sociedad Filoiátrica en su instalación,29 aunque reconoce que nunca ha logrado saber el significado de filoiátrica, y otros como las estrofas del poema Ante un cadáver. “Me volvía loco eso. Después perdí el libro y ya no me ha llamado mucho la atención él como poeta, pero en ese momento me pegó”, acepta a más de medio siglo de distancia. Cuando arribó al puerto sudcaliforniano de La Paz, lo hizo acompañado de esos primeros cuatro libros y en el reencuentro con viejos amigos y el descubrimiento de nuevos, empezó el intercambio de libros y la lectura de otros, entre ellos los de Giovanni Papini, o El Lobo Estepario, y El Principito, lecturas muy populares a mediados del siglo pasado. En el camino muy pronto perdió el de Alexis Carrel, que le costó trabajo entender, además del de Manuel Acuña. La otra inquietud, la política, la canalizó a través de la militancia, pues gracias a las pláticas que tuvo con el miembro del Partido Popular en el corralón de McAllen se desprendió de los prejuicios que tenía frente al socialismo y a los movimientos de izquierda y otras cosas, pues en años anteriores su visión estaba influenciada por lo que había leído en la popular revista Selecciones. Por eso, cuando finalizó sus interrumpidos estudios de secundaria y continuó con los preparatorianos se volvió de izquierda y a los pocos 29 Durante la entrevista, Del Río recitó fragmentos de dicho poema: “Sombras gigantes de Escipión y Ciro, de César y Alejandro, no os alcéis de la tumba de mis acentos, que si es verdad que vuestra gloria admiro, me espanta vuestra gloria resonando entre ayes de dolor y de lamentos, yo canto a Atenas, enseñando a Roma”.

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meses ya estaba militando en el entonces clandestino Partido Comunista. Al evangelista lo buscó en la ciudad de México, pues éste le había dado la dirección en donde tenía su iglesia, ubicada en la calle del Taller, por los rumbos de Niño Perdido, ahora Eje Central. Reconoce que lo hizo por curiosidad, para que le contara de las cosas que sabía en contra del canon de las creencias católicas, pero suspendió las visitas al percatarse que lo querían enganchar como feligrés de dicha congregación religiosa. El regreso a La Paz, la capital del entonces Territorio Sur de la Baja California, significó para el joven de 18 años el fin de su experiencia como jornalero indocumentado en los campos californianos, el cierre de una etapa y el inicio de otra que lo conducirían hacia los caminos de Clío. Sin embargo, 55 años después, a principios de 2010, a raíz de que se le venció la visa permanente que le habían dado 30 años antes, con la que había entrado y salido de Estados Unidos infinidad de ocasiones, el historiador acudió al consulado en México a renovarla. La sorpresa es que cuando llegó su turno, una funcionaria lo interpeló: “Oiga, ¿usted ha tenido problemas con las autoridades en Estados Unidos?” Varias veces le preguntó lo mismo y Nacho siempre lo negó. “Pues mire, vamos a pedir sus huellas digitales y lo vamos a citar para mañana”, le comunicó la interpelante. Al día siguiente, después de que lo interrogaron en múltiples ocasiones, preguntándole lo mismo, el interlocutor lo conminó: “A ver, a ver, haga memoria, allá en los cincuenta y tantos”. En ese momento, exclamó: “Oh! I´ve forgotten that. I was 16 years old. Perdone, no me acordaba, sí me pasé una vez en Los Ángeles, me agarró la policía”. Una vez que declaró eso, le dieron la visa. Es evidente que en los “records” del consulado de Estados Unidos aparecía el registro de aquella ocasión en que junto con varios amigos, el ahora historiador había sido detenido por la policía en la Plaza Olvera, y llevado al City Hall de Los Ángeles, California. El pasado le envió un recordatorio sobre esa etapa casi olvidada de su vida, que poco tiempo después nos relataría de forma más detallada.

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VII La historia del Programa Bracero es, indiscutiblemente, una historia de hombres, mediante el cual se satisfizo la demanda de fuerza de trabajo barata. Los granjeros estadunidenses recibieron a hombres jóvenes, con brazos fuertes, dispuestos a trabajar muchas horas.30 Hombres “solos” resultado de la prohibición explícita de incluir mujeres en dicho programa. La experiencia narrada por Ignacio del Río lo comprueba. No recuerda haber visto niños pequeños y mujeres menos. En general, según lo comenta, las mujeres que entonces pasaban eran para trabajar de sirvientas en casas y algunas en bares. “Te enterabas que fulana trabajaba en una casa y era indocumentada o si llegabas a tomar una copa o una cerveza en un bar, la que servía era una mujer mexicana, pero que trabajaran en el campo, no”. Salvo la ocasión en que pasó por Mexicali y fue contratado como bracero, las incursiones de Ignacio del Río en California, siempre las hizo como indocumentado. Lo vivido entonces por el niño-adolescente es una muestra del trasiego constante de mexicanos que cruzaban la frontera norte al margen del convenio binacional existente y que llegó a ser el doble de los que lo hacían bajo el amparo gubernamental. Informes de la época calculan en casi 200 000 el número de braceros contratados en 1953, lo que contrasta con las 800 618 deportaciones reportadas ese mismo año por fuentes oficiales estadunidenses.31 El alarmante movimiento de población expulsada nos habla del registro múltiple de jornaleros que entraban y salían con frecuencia. Tal fue el caso de Nacho quien, como ya lo mencionamos, calcula haber entrado a territorio yanqui alrededor de unas 20 y 25 veces en un lapso de tres años. No sólo eso. Lo expuesto por Del Río nos confirma la existencia de un mercado laboral paralelo: por un lado el de los braceros y, por el otro, el de los indocumentados conocidos como wetbacks. El número de estos últimos creció de tal manera, que el año de 1954 quedó registrado en la historia como el de la dolorosa Operación Wetback, que ocasionó la deportación de 1 075 168 mexicanos indocumentados.32 30

ZATS, “Using and abusing”, p. 857. GRIJALVA, “Braceros fuimos”, p. 256. 32 VEREA CAMPOS, Entre México, p. 28. 31

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La idea generalizada del origen rural de los participantes en esta ola migratoria también es cuestionada. No todos eran campesinos. También estaban los de extracción urbana, con una actitud distinta, más en busca de aventura. Y entre ambos grupos no había mucha comunicación. “Ellos, —señala Nacho— veían con mucha desconfianza a los migrantes urbanos, a los apachucados, se apartaban, trataban de estar entre ellos. No hacían fácilmente migas”. La narrativa de Ignacio del Río sobre su experiencia laboral en los campos agrícolas californianos, corrobora la riqueza de este tipo de relatos como fuentes valiosas de información.33 Tal como señala Snodgrass, la experiencia de los braceros es casi una historia secreta 34 y por tal motivo, existen aún interrogantes de gran importancia. Una de ellas, identificar quiénes eran esos sujetos denominados genéricamente como braceros,35 pues con o sin papeles del gobierno, todos ellos así se consideraban. Los estudiosos de este tema aún tenemos infinidad de preguntas sobre este fenómeno migratorio finalizado hace 50 años. El relato hecho por el especialista en la California jesuítica es, sin duda, una importante contribución para entender mejor ese acontecimiento histórico.

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Algunos de los lugares recorridos por el joven Ignacio del Río entre 1950-1955 (Mapa elaborado por Eduardo Medina Gutiérrez).

CUANDO EL JOVEN IGNACIO DEL RÍO SE FUE PA´L NORTE

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Mapa del estado de California en donde el joven Ignacio del Río trabajó como jornalero agrícola (elaborado por Eduardo Medina Gutiérrez).

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Patricia Osante UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO INSTITUTO DE INVESTIGACIONES HISTÓRICAS

Antes que cualesquiera otras de las apreciaciones que puedan hacerse de la personalidad y la trayectoria académicas del doctor Ignacio Alejandro del Río Chávez es necesario reconocer que se trata de un profesional firmemente comprometido con los más altos fines de la Universidad Nacional Autónoma de México, que lo cuenta entre los miembros de su personal académico. Lo que es de destacarse en él no es tan sólo su continuada presencia en la institución, presencia que se extiende ya por casi cuarenta y cinco años;1 es la sostenida excelencia de su desempeño académico, su generosidad como maestro, su actitud crítica frente al conocimiento establecido y siempre abierta a la consideración de propuestas novedosas en la disciplina que cultiva, su honestidad intelectual, la congruencia entre sus declaradas convicciones y su práctica como investigador y como maestro.2 Quienes hemos tratado cotidianamente al doctor Del Río y quienes lo han hecho de manera circunstancial se persuaden de que no caben en él las poses altaneras o petulantes y sí, en cambio, la sencillez en el trato con colegas, alumnos y, en general, con todas las personas que lo buscan como interlocutor. Es modesto, pero no apocado; en la clase y en la conversación informal defiende, a menudo con vehemencia, lo que él piensa como historiador, ya en 1 El doctor Del Río ingresó al Instituto de Investigaciones Bibliográficas en 1969, donde laboró hasta 1971, año en el que se incorporó, en el mes de septiembre, al instituto de Investigaciones Históricas, en donde actualmente se desempeña como investigador Titular C. 2 Muy encomiables resultan la actividad docente y la formación de profesionales de la historia llevadas a cabo por dicho catedrático. Ignacio del Río ha sido profesor de asignatura en la Facultad de Filosofía y Letras, donde ha impartido cátedras a nivel de licenciatura, como: Provincias Internas y Nueva España, Historia Socioeconómica, y en el posgrado ha tenido a su cargo materias como: Historia Económica Moderna de México y Seminario de Historia Regional.

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el campo de la reflexión teórica, ya en lo que se refiere a la información y el análisis históricos. Sostiene Ignacio del Río que la investigación profesional debe cumplir con una serie de requisitos tanto epistemológicos como éticos —y subraya: éticos— para llegar a ser auténticamente original, rigurosa, significativa y pertinente. Respecto de la exigencia ética del trabajo de investigación ha dicho nuestro historiador: Una investigación sólo puede ser en algún grado valedera si se realiza con plena honestidad intelectual. Se trata de no engañarnos a nosotros mismos por pura soberbia ni mucho menos incurrir en falsía tratando de engañar a los demás. El error o la insuficiencia no son moralmente reprobables; lo es, en cambio, la simulación, que, obviamente, jamás podrá ser una vía para enriquecer el conocimiento. La honestidad pide también ser congruentes con nuestras más altas responsabilidades sociales: ser profesionales de la investigación nos obliga a no quedarnos cortos en el esfuerzo, a emplear siempre al máximo nuestras mejores capacidades, a ser en todo caso nuestros propios y más severos críticos, a nunca dar gato por liebre, a no olvidar que, como historiadores, nos debemos a la sociedad que nos legitima y para la que escribimos, a la sociedad de hoy y a la de la posteridad.3

Más que una mera prédica, estos pronunciamientos son la expresión de lo que alienta invariablemente al doctor Del Río en su propio quehacer como investigador. Muchos años hace que este académico se ha significado como un cultivador y promotor constante de la historia regional en México.4 Ha sido animador de este tipo de historia lo mismo en los institutos universitarios en que ha trabajado (el de Investigaciones Bibliográficas y el de Investigaciones Históricas) que en las aulas de nuestra Facultad de Filosofía y Letras o en las de un buen número de instituciones de educación superior en diversos estados de la 3

DEL RÍO, “Origen y razón de mi interés por los estudios”, pp. 9, 17-20. Luego de su primer contacto con la historia del México colonial, a finales de la década de los sesenta, justamente cuando emprendía en Bibliográficas el laborioso trabajo de catalogación del Archivo Franciscano, el doctor Del Río, seducido por la rica y desconocida información contenida en este acervo documental, definió su interés por la historia del vasto norte novohispano y mexicano. 4

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República Mexicana.5 La excitativa de él no se reduce a solicitar que se estudien los procesos históricos regionales sino a que se piense la historia regional como una opción metodológica para construir lo que podría ser una historia genuinamente nacional. “El propósito —ha escrito el doctor Del Río— es avanzar en la comprensión del proceso histórico nacional en su diversidad y en sus distintas formas de articulación”. Si sugerente en el terreno metodológico, este reclamo ha tenido también un sentido de reivindicación toda vez que la historia regional hasta hace muy poco tiempo era vista como una historia de lo menor, lo periférico, lo marginal.6 Como investigador, Ignacio del Río ha trabajado principalmente sobre la historia del norte de México, que, como todos sabemos, ha sido una historia fuertemente marcada por los fenómenos de frontera. En sus trabajos publicados, sus clases y sus conferencias ha insistido él en que las fronteras no deben considerarse nada más como extremos terminales, sino también y ante todo como espacios de confrontación.7 Parece ésta una idea simple, por evidente; pero la verdad es que se trata de una perspectiva que a menudo se deja de lado en las investigaciones concretas. Por esta razón, la insistencia con que el doctor Del Río ha sostenido su propuesta ha sido pertinente y de obligada consideración por quienes estudiamos regiones de frontera, como son en buena parte las del norte de México.8 5 Sus actividades como profesor se han extendido a las universidades de Baja California, Baja California Sur, Querétaro, Tamaulipas, Durango, Chihuahua, Sonora, Sinaloa y Michoacán, en las cuales ha impartido cursos, cursillos y seminarios. Su permanente labor de formación de nuevos historiadores se aprecia en las tesis tanto de licenciatura como de posgrado que han sido preparadas bajo su pertinente asesoría. El compromiso y la buena disposición del doctor Del Río para encauzar en la investigación a los estudiantes ha tenido su correlato en el reconocimiento de la mención honorífica que muchas de ellas obtuvieron cuando fueron defendidas ante el jurado, así como en el desempeño institucional que hoy ejercemos en el campo de la investigación histórica varios de sus antiguos discípulos. 6 “Reflexiones en torno de la idea”, pp. 201-214. 7 A lo largo de su carrera profesional el doctor Del Río ha impartido un número considerable de conferencias magistrales y ha participado del mismo modo en una serie de congresos, coloquios y foros académicos. 8 De su entusiasmo por cultivar la historia regional habla mucho la formación de grupos de seminarios dedicados a la investigación histórica; recordemos aquí el Seminario del Noroeste de México que, junto con el doctor Sergio Ortega Noriega, coordinara en el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, de 1980 a 1989, así como el Seminario de Historia Regional que, en la mencionada institución, Ignacio del Río también se encargara de coordi-

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El contacto hispano-indígena ha sido otro de los temas ampliamente tratados en los textos del doctor Del Río. El interés de él se ha centrado en los contactos habidos entre los grupos portadores de culturas propias de sociedades sedentarias y los cazadoresrecolectores que en los inicios de la dominación española habitaban extensas regiones del norte del país. Aunque se trata de procesos que habían sido escasamente estudiados por investigadores mexicanos, la novedad de las investigaciones de Ignacio del Río radicó no tanto en el tema cuanto en la manera de estudiarlo. Empeñado en discernir y explicar los mecanismos y efectos sociales de los procesos de aculturación, o sea, los procesos de contacto interétnico y transformación cultural, el doctor Del Río asumió que, para el caso, había que evitar por insuficientes los enfoques puramente culturalistas y manejar en cambio un enfoque cabalmente histórico, esto es, globalizador. Su propuesta teórica, expresada en varios artículos suyos y seguida de manera consecuente en algunos de sus textos de análisis histórico —como en Conquista y aculturación en la California jesuítica 1697-1768—,9 hizo ver que sólo en función del ejercicio del dominio de una sociedad sobre la otra podían explicarse la necesidad y el sentido de los cambios culturales en las situaciones de contacto interétnico. Este planteamiento no sólo ayuda a entender la dinámica de dichos cambios, sino también a explicar las permanencias, cuestiones que resultan de importancia fundamental en un país pluriétnico y tan polarizado socialmente como el nuestro. El interés por la práctica de la historia regional y por el estudio de áreas aparentemente marginales, como se juzgaba que era el caso del norte del país en la época prehispánica, en la colonial y aun en el siglo XIX, llevó a Ignacio del Río a hacerse cargo de los problemas de la relación centro-periferia en los sistemas sociales, económicos y políticos. Un tema que se prestó bien para poner a prueba algunas de las posiciones críticas del investigador fue el de la aplicación en el mundo colonial de las llamadas reformas borbónicas. Frente a la generalizada certeza de que ese fue un nar de 1991 a 1994. Del mismo modo, de 1990 a 1995, fungió como coordinador externo del Seminario de Investigación en Historia Regional en la Universidad Autónoma de Baja California Sur. 9 DEL RÍO, Conquista y aculturación en la California, 244 p.

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momento de alta concentración del poder político y de aplicación prácticamente unilateral de una agresiva política reformista favorable al interés del colonialismo metropolitano, el doctor Del Río emprendió su investigación sobre la base de la idea de que “una cosa son los objetivos que se persiguen con una acción política dada y otra, no necesariamente coincidente con aquellos objetivos, son los resultados que tal acción tiene al incidir en el todo social”. Pudo demostrar así que, para su aplicación en un ámbito colonial como el del virreinato novohispano, la política del régimen borbónico tuvo que pasar por el tamiz selectivo e interesado de los grupos regionales de poder de manera tal que a la postre, lejos de contribuir a fortalecer el poder imperial, esa política contribuyó a afianzar las relaciones internas de dominación. Interpretaciones muy socorridas e ideologizadas de la historia de los últimos tiempos de la Nueva España se han vuelto insostenibles tras la aparición del libro La aplicación de las reformas borbónicas en Nueva España. Sonora y Sinaloa, 1786-1787, y de los varios artículos en que el doctor Del Río aborda ese tema.10 De espíritu inquieto, en incesante búsqueda de nuevos temas de investigación, pero sin perder el piso teórico y la base informativa de los estudios ya realizados, desde hace algunos años el doctor Del Río ha venido trabajando sobre la historia de México en la primera mitad del siglo XIX. La mirada ha estado puesta otra vez en el norte del país y el acotamiento ha sido de nuevo regional: el norte central de México. Pero la temática abordada se aparta en alguna medida de la que había ocupado los afanes del historiador universitario: ahora el tema es el del comercio transfronterizo. Su extenso artículo “Minería y comercio en el norte novohispano”, publicado en el libro titulado: Estudios históricos sobre la formación del norte de México, también de su autoría,11 hace ver que no estamos frente a un improvisado estudioso del comercio y, en general, de los asuntos económicos, idea que se refuerza con la reciente y sólida publicación del libro titulado: Mercados en asedio: 10 DEL RÍO, La aplicación regional de las reformas borbónicas, 238 p. Cabe señalar que el doctor Del Río es autor de once libros y coautor o coordinador de siete más. Asimismo ha escrito cerca de un centenar de artículos en revistas especializadas tanto nacionales como internacionales. 11 DEL RÍO, “Minería y comercio en el norte”, pp. 1-170.

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el comercio transfronterizo en el Norte Central de México: 18211848, obra que, debo señalar, en muchos sentidos resulta reveladora.12 Se han descrito aquí algunos de los más fecundos cauces que han seguido las investigaciones del académico al que en estas páginas se ha tratado de presentar. No se agotan en lo sucintamente reseñado las aportaciones del doctor Ignacio del Río; en cada uno de sus trabajos publicados pueden encontrarse múltiples puntualizaciones analíticas, proposiciones orientadoras, invitaciones a la reflexión, propuestas de nuevos y posibles derroteros para la investigación. Se da todo esto porque el investigador pone toda su inteligencia, su saber y aun su entusiasmo en cada uno de sus trabajos, por pequeño que sea. No es difícil comprobar que todos sus textos, aun los que se han preparado para publicaciones modestas o para ser presentados en congresos y otras reuniones académicas, están hechos con esmero, con igual cuidado en la concepción y en la realización formal, con el sentido de responsabilidad intelectual y social que debe caracterizar a todo académico universitario.13 Desde su gabinete de trabajo en las instalaciones de nuestra universidad, insistimos, Ignacio del Río ha podido seguir el desarrollo de las investigaciones históricas en varias de las universidades de los estados, sobre todo en las del noroeste mexicano: Sinaloa, Sonora, Baja California y Baja California Sur. De una manera constante ha dejado sentir su influjo directo en ellas a través de cursos, seminarios, conferencias, asesorías, encuentros personales. En esas instituciones hermanas, la Universidad Nacional Autónoma de México ha tenido en la persona del doctor Del Río un bien dispuesto y digno emisario académico.14 12

DEL RÍO, Mercados en asedio, 252 p. OSANTE, “Comentarios sobre algunos trabajos de investigación”, pp. 43-51. 14 En la persona de Ignacio del Río se revela también un incansable promotor de proyectos de índole académica, los cuales lo han llevado a impulsar programas de maestría y doctorado en la Universidad de Baja California Sur, así como la Serie de Fuentes para la Historia de Baja California. A las actividades de docencia e investigación que hasta aquí hemos detallado se debe sumar su constante participación en órganos colegiados, comités evaluadores, comisiones dictaminadoras y otros cuerpos de naturaleza académica pertenecientes a la UNAM y a otras instituciones, así como la ocupación de posiciones académico administrativas, entre las cuales cabe citar la de jefe del Archivo Histórico de la UNAM (1965), 13

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Para finalizar esta breve semblanza, no se puede dejar de mencionar que la trayectoria desplegada a partir del conjunto de trabajos emprendidos por el doctor Ignacio del Río Chávez a lo largo de su vida académica ha redundado en la solidez y la excelencia de una obra ejemplar que, más allá del rigor y la imaginación creadora que la sustentan, se cumple en los proyectos viables que la han sabido apuntalar, los cuales, a la vez, siguen alentando los afanes comunes de quienes como él, compartimos una idea de la investigación y del quehacer de la historia que cifra sus más altos valores de realización -no lo olvidemos- en la más estricta honestidad intelectual.15 BIBLIOGRAFÍA D EL R ÍO , Ignacio, Conquista y aculturación en la California jesuítica1697-1768, México, Universidad Nacional Autónoma de México/Instituto de Investigaciones Históricas, 1984, 244 p., reediciones, México, Universidad Nacional Autónoma de México/Instituto de Investigaciones Históricas, 1984, 244 p. [Reedición: México, Universidad Nacional Autónoma de México/Instituto de Investigaciones Históricas, 1998, 242 p.] DEL RÍO, Ignacio, La aplicación regional de las reformas borbónicas en Nueva España. Sonora y Sinaloa, 1768-1787, México, Universidad Nacional Autónoma de México/Instituto de Investigaciones Históricas, 1995, 238 p. la de secretario ejecutivo de la Comisión de Historia del Instituto Panamericano de Geografía e Historia, entidad especializada de la Organización de Estados Americanos (1965-1967), y la de secretario académico del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM (19751976). 15 Por la consistencia, el rigor y la calidad de su trabajo como investigador, Ignacio del Río ha recibido una serie de distinciones entre las que destacan la medalla al mérito universitario “Gabino Barreda”, así como las menciones honoríficas que se le otorgaran tanto en su examen de licenciatura como en los de maestría y doctorado. Asimismo, obtuvo en 1996 el premio “Marcos y Celia Maus”, por la tesis de doctorado en Historia, defendida en 1994. Además, de haber recibido en 1990 y 2008 el premio al mejor artículo de historia novohispana, concedido por el Comité Mexicano de Ciencias Históricas, en 2004 le fue otorgado por la UNAM el “Premio Universidad Nacional”, en el área de Investigación en Humanidades. Por último, es importante advertir que desde 1984 el doctor Del Río pertenece al Sistema Nacional de Investigadores, donde actualmente tiene el nivel III.

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DEL RÍO, Ignacio, Mercados en asedio: el comercio transfronterizo en el Norte Central de México: 1821-1848, México, Universidad Nacional Autónoma de México/Instituto de Investigaciones Históricas, 2010, 252 p. DEL RÍO, Ignacio, “Minería y comercio en el norte novohispano”, en Estudios históricos sobre la formación del norte de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México/Instituto de Investigaciones Históricas, 2009, pp. 1-170. DEL RÍO, Ignacio, “Origen y razón de mi interés por los estudios de historia regional”, en Coloquio homenaje Ignacio del Río y Sergio Ortega. El noroeste de México y la historia regional, Culiacán, Universidad Autónoma de Sinaloa/Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales, 2002, pp. 17-20. “Reflexiones en torno de la idea y la práctica de la historia regional”, en Virginia Guedea (coord.), Perfiles y rumbos de la historia. Sesenta años de investigación histórica en México, México, Universidad Nacional Autónoma de México/Instituto de Investigaciones Históricas, 2007, pp. 201-214. OSANTE, Patricia, “Comentarios sobre algunos trabajos de investigación menores de Ignacio del Río y Sergio Ortega”, en Coloquio homenaje Ignacio del Río y Sergio Ortega. El noroeste de México y la historia regional, Culiacán, Universidad Autónoma de Sinaloa/Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales, 2002, pp. 43-51.

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TERCERA PARTE INSTITUCIONES, IDENTIDAD Y CULTURA EN EL NORTE NOVOHISPANO

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LA CULTURA MATERIAL DEL NORTE ANTIGUO DE MÉXICO EN LAS FUENTES ETNOHISTÓRICAS: ETNOGRAFÍA Y ARQUEOLOGÍA DE NÓMADAS Y SEDENTARIOS BAJO LA SOMBRA DE LA MONUMENTALIDAD MESOAMERICANA

Francisco Mendiola Galván INSTITUTO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA

Es muy grato ocupar este espacio y arropar con la manta de homenaje a nuestro entrañable amigo, Ignacio del Río, figura y ser que estimula la pasión por la historia y la cultura del norte mexicano. Privilegiado soy al compartir aquí algunas ideas desarrolladas a lo largo de más de dos décadas y media de trabajo académico en Sinaloa y Chihuahua, acción que pretendo se sume a la apología de la obra del doctor Del Río y en algo contribuya con la historia regional del norte de México. Durante ese tiempo en las entidades mencionadas estuve dedicado a recorrer los caminos de su arte rupestre, patrimonio cultural, territorio simbólico e historia de la arqueología. De este último sendero hallé guijarros nunca vistos, información que, con los ojos del historiador de la ciencia, se convirtieron en diamantes en bruto, los que a la luz de su estudio recrean un haz de colores nuevos que muestro aquí con el ánimo de desterrar la idea de que la arqueología del norte de México es raquítica, y con ello apuntar que sus diferencias con la de Mesoamericana son paradójicamente su fortaleza. Para Colin Renfrew y Paul Bahn la arqueología reconstruye principalmente la historia y las características de las sociedades humanas por medio de sus restos materiales, lo que hace que esta disciplina sea, desde su enfoque, tanto historia como antropología.1 Siendo entonces su propósito histórico, la arqueología podría definirse, según Jaime Litvak, como la historia de la cultura material.2 Por su 1 2

RENFREW Y BAHN, Arqueología, teorías, métodos, p. 9. LITVAK KING, Todas las piedras tienen 2000 años, p. 130.

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parte, la etnohistoria, siguiendo a Johanna Broda, se define como el estudio de las sociedades del pasado a través de sus fuentes escritas.3 Ahora bien, si la arqueología estudia las sociedades del pasado por medio de su cultura material, ésta comprende todos los objetos que las sociedades han empleado —y aún siguen haciéndolo— pues con ello se hace frente a la realidad física; además, que facilitan la relación social, satisfacen la imaginación y crean símbolos llenos de significado tal y como lo concibe Herskovitz.4 También la cultura material se conforma de artefactos, y de los restos arqueológicos de origen prehistórico, prehispánico y aun los que sobrevivieron a la conquista; de igual manera en esta categoría entran las viviendas comunes y la arquitectura monumental.5 Específicamente la cultura material son las herramientas, instrumentos, armas, vajillas, esculturas, relieves, prendas de vestir, adornos, ofrendas y parafernalia en general, que manufacturados con distintas técnicas aplicadas sobre materiales diversos como la arcilla, piedra (lítica), concha, hueso, madera, textil, fibras, piel (cuero) y metal entre otros, adquieren formas y funciones distintas, sirviendo con ello a las actividades domésticas, de culto y rituales, de fabricación de enseres para la fabricación y labranza, así como también para la guerra, el intercambio, el comercio, la caza, pesca y recolección. Asimismo, los centros ceremoniales (pirámides y plazas), unidades habitacionales y los lugares naturales como los campamentos estacionales a cielo abierto, las cuevas, los abrigos y los bloques rocosos con evidencias de actividad humana con fogones, petrograbados y pinturas rupestres son cultura material. Lo que misioneros, militares, exploradores, viajeros y comisionados describieron durante los siglos de la conquista y la colonia de la Nueva España, y que informaron e interpretaron sobre lo que se consideró era cultura material de los grupos nativos o indígenas con los que convivieron o se enfrentaron, es genéricamente denominado etnografía. Y ésta, en nuestro presente, es ya arqueología, y lo es por el simple hecho de que los objetos dejaron de utilizarse o se desecharon al haberse desgastado, vendido, obsequiado, re3

BRODA, “El ambiente sociocultural o intelectual de los cronistas”,p. 5. HERSKOVITZ, El hombre y sus obras, citado por BALLART, El Patrimonio Histórico y Arqueológico, p. 24. 5 Cfr. RADDING, Paisajes de poder e identidad, p. 17. 4

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cuperado y hasta expoliado por parte de los europeos, es así entonces que inscribir en nuestro tiempo lo etnográfico (descrito y recuperado), lo convierte en una especie de “arqueología etnográfica” y lo es en cuanto a que sus funciones básicas, inicialmente concebidas, ya no se cumplen, aún cuando en el marco de esa cultura material del pasado hayan sido en su momento específicamente objetos etnográficos.6 Esto es independiente de que nuestros etnógrafos del pasado también hayan puesto su atención en las antigüedades, que son los objetos de las sociedades que existieron antes de aquellas con las que tuvieron contacto: herramientas, armas y adornos, así como edificios antiguos en ruinas que aquí citamos en relación con las ideas míticas de la migración azteca, y que los convirtieron, junto con su monumentalidad, en lugares emblemáticos de la historia y la arqueología del norte mexicano. El coleccionismo ilustrado, el positivismo en ciernes y la propia ambición del imperio que veía a México del siglo XIX como un botín, contribuyeron al estudio de su pasado, pero también a la exportación (expoliación) de su cultura material. Me interesa también destacar el vínculo con las fuentes etnohistóricas, al ser éstas las que ayudan a entender mayormente la razón de ser de la evidencia arqueológica; fuentes que, a manera de vehículo, la ubican en lo general en tiempo, espacio y origen cultural. Y esto lo hacen desde marcos conceptuales occidentales con los que se calificaron e interpretaron como salvajes a las sociedades del septentrión aún después de la época colonial. Más adelante, éstas se vieron separadas gradualmente de las mesoamericanas, conservando el mismo status de bárbaras; no así las segundas, que ya en los tiempos decimonónicos se concibieron como civilizaciones, franca expresión del evolucionismo con el que se demarca el más alto peldaño del desarrollo social. Las ideas anteriores delinean el propósito de esta exposición que no únicamente se centra en mostrar cómo algunas fuentes etnohistóricas, las más emblemáticas de los siglos XVI al XVIII y los informes y tratados de historia del siglo XIX —que cito a manera de ejemplo—, abordan la cultura material de las sociedades del Norte Antiguo deMéxico, o exponer cómo sirven éstas a las explicaciones 6

Cfr. MENDIOLA G., Las texturas del pasado, pp. 117-118.

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de la disciplina arqueológica, sino también, dar a conocer lo que subyace en el discurso de las fuentes al respecto de la materialidad cultural de la antigüedad. Para tal cometido, identifico tres grandes bloques: el primero, es el que está determinado por las fuentes de conquista y colonia del siglo XVI, en las que prevalece el tono evangelizador, que en aras de desterrar al demonio, lo único que logró fue denigrar a los indígenas y, paralelamente, imponer el sistema de dominio y gobierno de los españoles en el marco medieval-renacentista.7 La cultura material es vista y descrita como propia de los hombres primitivos y bárbaros, sin embargo, la monumentalidad deslumbra a los conquistadores. Fueron los grupos sedentarios del norte quienes la generaron. El segundo, es el de la información, también de origen colonial de los siglos XVII y XVIII, que se observa determinada por el racionalismo de Ilustración y, ya más tarde, por las incipientes visiones o actitudes románticas que emergen a finales de ese último siglo como reacción en contra del racionalismo, se comenzó a desterrar la idea de la presencia del demonio entre los naturales y a valorar sus antigüedades, acciones entendidas como la expresión del amor al pasado y de la necesidad de dignificar la naturaleza y la cultura indígena. En el tercer y último bloque, que se ubica para el siglo XIX, prevalecen ciertos resabios ilustrados, pero son las actitudes románticas las que afloraron con mayor fuerza, tanto en la línea de la predilección por el pasado, idealización que, junto con la descripción de los paisajes y el rechazo del indio presente, no fue en menoscabo de los intereses neocolonialistas, los que con sus emisarios, comisionados y científicos produjeron inventarios y evaluaciones de los recursos naturales y culturales, arqueológicos e históricos, esto como parte de la idea de buscar apropiarse de ellos y del país entero. La última parte del siglo XIX estuvo determinada por la apología de las grandes culturas mesoamericanas. Su monumentalidad atrapó a los historiadores, pero los grupos bárbaros del norte mexicano, los nómadas, cazadores-recolectores y seminómadas, aunque dieron la batalla, fueron relegados. Es así que a partir de las visiones histórico-arqueológicas quedan a la sombra de esa misma 7 Cfr.PALERM, Historia de la etnología 1, pp. 157-158; FLORESCANO, Memoria mexicana, p. 477.

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monumentalidad, es decir, casi aniquilados. Tangencialmente a ello, Marie-Areti Hers afirma: “La historia del norte difícilmente encuentra su lugar en el orgullo nacional y, más que otras partes, se asimila la imagen del conquistador cristiano a la del civilizado versus la del salvaje. Ésta es una de las principales razones por las cuales la arqueología del norte ha sido muy poco trabajada”.8 Finalmente, la cultura material es determinante para la consolidación de la idea de la presencia o ausencia de civilización, símil de relación entre monumentalidad y su ausencia, vínculo que entabla su correspondencia con la dicotomía barbarie-civilización. Ella cristaliza plena y etnocéntricamente en el discurso histórico de dicha materialidad. Las primeras impresiones del conquistador. La monumentalidad y su contraparte en el siglo XVI en el norte de la Nueva España Son dos ejemplos o casos que aquí hemos considerado para ilustrar la relación entre cultura material, etnografía y arqueología. El primero de ellos, es el de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, quien después de su naufragio, recorrió, entre 1527 y 1536, algunos territorios del norte de la Nueva España. En lo que corresponde a la parte de la Sierra Madre Occidental, ahora sierra de Chihuahua, este personaje encontró “casas de gente y asiento” y cuyos habitantes comían maíz y calabaza: Entre estas casas había alguna de ellas que eran de tierra, y las otras todas son de esteras de cañas; y de aquí pasamos más de cien leguas de tierra, y siempre hallamos casas de asiento, y mucho mantenimiento de maíz, y frisoles y dábanos muchos venados y muchas mantas de algodón, mejores que las de la Nueva España. Dábanos también muchas cuentas y de unos corales que hay en la mar del Sur, muchas turquesas muy buenas que tienen hacia el norte; y finalmente, dieron aquí todo cuanto tenían, y a mí me dieron cinco esmeraldas hechas puntas de flechas, y con estas flechas hacen ellos sus areitos y bailes; y pareciéndome a mí que eran muy buenas, les pregunté que dónde la habían habido, y dijeron que las traían de unas sierras muy altas 8

HERS, “El norte de México y la Mesoamérica”, p. 93.

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que están hacia el norte, y las compraban a trueco de penachos y plumas de papagayos, y decían que había allí pueblos de mucha gente y casas muy grandes. Entre éstos vimos las mujeres más honestamente tratadas que a ninguna parte de Indias que hobiésemos visto.9

Esta información, que recuerda a la visión medieval-renacentista de ciudad, civilización y sedentarismo, corresponde directamente a la percepción de un hombre como Núñez Cabeza de Vaca que encontró referentes con la monumentalidad civilizatoria occidental. Por otra parte, arqueológicamente, si son casas de asiento, es muy probable que formaran parte del continuum cultural con las casas en acantilado que son comunes en dicha sierra y que surgen y desarrollan en el marco de la cultura Casas Grandes (700-1340 d. C.). El segundo ejemplo se sustenta con la fuente de Baltasar de Obregón quien fuera el cronista del conquistador Francisco de Ibarra. Es clara la impresión que causó en él la monumentalidad de las ruinas abandonadas de Casas Grandes o Paquime (como así lo escribió en 1584, y que ahora es conocido como Paquimé en el actual estado de Chihuahua): Empezando por lo que vi diré y he sido informado y he leído, empezando por la notable esperanza que dio y da ésta populosa ciudad de edificios (que parecían fundados de antiguos romanos) adonde estuvo el general [se refiere seguramente a Francisco de Ibarra] y su campo. Son admiración de ver: la cual (ciudad) está en unos fértiles y hermosos llanos que le cercan, lindas e provechosas montañas e pequeñas cordilleras de sierras. Estaba fundada el río debajo de Paquime en sus riveras. […] está muy poblado de casas de mucha grandeza, altura e fortaleza de seis a siete sobrados, torreadas e cercadas a manera de fuertes para amparo y defensa de los enemigos que debían de tener guerras con los moradores dellas. Tienen grandes y hermosos patios, losados de hermosas, lindas e grandes piedras a manera de jaspe, e piedras de navajas sostenían los grandes e hermosos pilares de gruesa madera, traída de lejos; las paredes dellas enjabelgadas e pintadas de muchos colores, matices e pinturas de su edificio com9

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NÚÑEZ CABEZA DE VACA, Naufragios. Comentarios, pp. 120-121.

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puesto a manera de tapias, aunque tejida e revuelta con piedra e madera más durable e fuerte que la tabla.10

Ya apuntábamos que Baltasar de Obregón marcó la esperanza de que Paquimé hubiera sido parte de las míticas Siete Ciudades o de Quivira al decir “notable esperanza que dio”,11 pero también vemos que el impacto de su monumentalidad quedó plasmado al afirmar que este lugar se conforma de “casas de mucha grandeza, altura e fortaleza”, las que seguramente le recordaron a los monumentos de la ciudad de México en la que nació a principios de 1544.12 En contraparte, este cronista menciona la existencia de una nación salvaje habitando la sierra en “casas de terrado” y de “cañas de esteras”. Su alimentación era a base de la tríada tradicional (frijol, maíz y calabaza), además de productos de recolección como las pitahayas. Su ropa era de manta de algodón. Se les veía portar plumería, cuentas, conchas de mar, caracoles, y así también arcos, lanzas, macanas y rodelas.13 Sociedades semisedentarias con un bagaje de cultura material muy rico y que la arqueología contemporánea debería apreciar en la medida de la comprensión integral de esta fuente. Las descripciones abundan. La no monumentalidad y la consolidación de la misma en los siglos XVII y XVIII En este apartado consideramos cuatro ejemplos. El primero, es el de la obra de fray Juan de Torquemada, Monarquía Indiana (1615), en la que aparecen mencionados los chichimecas como gente desnuda de ropa de tela pero sí con pieles de animales. Guerreros de arco y flecha, cazadores y habitantes de “lugares cavernosos” montean y no tienen tiempo de edificar casas.14 Pero así también, el cronista es atrapado por la monumentalidad al mencionar los sitios de Amaqueme [Amaquemecan] y otros que en el marco de 10

OBREGÓN, Historia de los descubrimientos antiguos, pp. 184-185. MENDIOLA G., Las texturas del pasado, p. 133. 12 CUEVAS, “Prólogo”, pp. vi y xvi. 13 OBREGÓN, Historia de los descubrimientos antiguos, pp. 142 y 146. 14 TORQUEMADA, Monarquía Indiana, v. 1, p. 58. 11

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la migración mexica o azteca-nahua a la que hace referencia: Cuextecatl ychocayan y Coahuatlycamac.15 Este último bien puede ser Coatl Camatl, lugar que estudia y levanta topográficamente el alemán Carl de Berghes en 1834 y que corresponde al de La Quemada, en Zacatecas. 16 Es importante mencionar que Torquemada hace hincapié en la migración azteca, fuerte influencia que permanecería hasta el siglo XIX entre los historiadores. Lo relevante de ello es la continuidad de un elemento fundamental del discurso histórico con estos y otros sitios que fueron las moradas de los aztecas en su peregrinaje hacia el sur. El segundo caso, es el del jesuita Andrés Pérez de Ribas, quien realizó su labor evangelizadora en la provincia de Sinaloa a principios del siglo XVII (1605-1616), específicamente en lo que es ahora el norte del estado con ese mismo nombre. Su obra, Historia de los Triunfos de Nuestra Santa Fe entre Gente las más Bárbaras y Fieras del Nuevo Orbe…, fue publicada en Madrid en el año de 1645. En ella encontramos abundante, rica y diversa información que, directa e indirectamente, vinculamos con lo arqueológico.17 Así tenemos que la práctica tan común de pintar y grabar sobre las superficies rocosas por parte de los naturales de esa provincia fue consignada por Pérez de Ribas de la siguiente manera: …halló el padre un lugar lleno de cavernas […] Vio allí el padre un sepulcro de sus calaveras, y huesos humanos de muertos, sobre los cuales echaban los indios montones de piedras porque no les apareciesen tales difuntos. Halló más, que las peñas de aquel cerro y cavernas estaban señaladas con caracteres, y modo de letras, formadas con sangre, y en partes altas, que no podía otro que el demonio haberlas allí formado, y tan fijas y perseverantes que ni aguas ni vientos las habían borrado ni disminuido.18

El apoyo indirecto de la información que proporciona el jesuita se decanta en nuestra experiencia del año de 1988 al encontrar en una excavación por drenaje una urna funeraria con restos huma15

TORQUEMADA, Monarquía Indiana, v. 1, p. 62. Cfr. BERGHES, Coatl-Camatl o las ruinas antiguas. 17 Cfr. MENDIOLA G. Y YÁÑEZ CASTRO, “La etnohistoria y la arqueología”, pp. 233-242. 18 PÉREZ DE RIBAS, Historia de los triunphos de nuestra santa fe, p. 685. 16

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nos de tiempos prehispánicos en el pueblo de San Lorenzo Viejo, en el municipio de Ahome. Nos aplicamos a encontrar respuestas a la existencia de esta población. Fue indudablemente una aldea prehispánica y quedó alejada de las riberas del río Fuerte o Zuaque debido a que éste cambió su cauce en una de sus crecientes, hecho que sucedió antes de la llegada del jesuita. Por ello es que se formó un San Lorenzo Nuevo, el cual se ubica más cerca de dicho río.19 El argumento lo encontramos en Pérez de Ribas: …en tiempo de lluvias o cuando se desatan o derriten sus nieves, traen tan grande pujanza y avenidas de crecientes, que inundan los campos, de suerte que se explayan y tienden su madre antigua cuando se acercan al mar, una y dos leguas de ancho y tal vez mudan la madre antigua, por ser la tierra de estos llanos movediza. A cuya causa hay mucha dificultad de hallar puestos seguros para las poblaciones e iglesias, que cuando entra el Evangelio se edifican.20

La acuciosidad de su información, además de que lo define como un hombre renacentista y riguroso, dio sólidas bases a su obra, engrandeciendo con ello la etnohistoria de Sinaloa. El jesuita italiano fray Eusebio Francisco Kino, que es nuestro tercer ejemplo, no podía faltar ante la relevancia de sus observaciones. En 1697 el Padre Kino partió de Dolores, Sonora hacia las ruinas de Casa Grande, en el río Gila, Arizona. En una carta que le dirige al visitador Antonio Leal el 8 de abril de 1702, le comenta: “Hemos visto unas casas grandes en diferentes puestos, cercanas al río Grande [el Gila], que sus edificios, ya caídos, indican las ha habido y es muy probable que de ellas salieran los ascendientes de Moctezuma, con su mucha gente, y fueran a fundar la gran ciudad de México”.21 Los dos aspectos más relevantes de la misiva de Kino son la mención de las “casas grandes” y la salida de “los ascendientes de Moctezuma”, en otras palabras, monumentalidad y morada, situación que se repite constantemente en el discurso histórico y más 19

MENDIOLA G., “Informe técnico sobre el hallazgo arqueológico de San Lorenzo Viejo”. PÉREZ DE RIBAS, Historia de los triunfos de nuestra santa fe, p. 123. 21 KINO, “Plan de 1702”, p. 172, citado por LEÓN-PORTILLA, Cartografías y Crónicas, pp. 114115. La ocupación de este sitio se dio entre 1350 y 1450 d. C. “Casa Grande Ruins”. 20

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para el siglo XIX; ambas, monumentalidad y morada, existen en función directa a la “mesomericanidad”. Ya es claro entonces que en el norte de la Nueva España sólo hay sitios monumentales, lo demás es sólo ausencia, afirmación de suyo monolítica como es ese mismo discurso.22 El cuarto y último ejemplo es sobre la obra del jesuita Francisco Javier Clavijero. La Historia Antigua de México (1780) marca un hito en la historiografía mexicana por su profundidad y particular estilo de defensa de su patria: México.23 Llevar a cabo aquí un análisis más o menos profundo de la misma nos rebasaría con mucho por espacio y tiempo, sin embargo, podemos resaltar algunos aspectos que van de la idea de la no monumentalidad a la misma, tránsito que es importante considerar en tanto su espíritu ilustrado y un tanto incipientemente romántico con los que el jesuita refleja el amor y entrega a su tierra (sentimiento y actitud que en él se exacerbaron por las denostaciones de Cornelius de Pauw hacia los naturales de América así como por su destierro en el marco de la expulsión de los jesuitas). En su obra, las antigüedades y las cosas de la naturaleza no quedaron fuera, situación que lo hace proyectarse de manera universal. En cuanto a la cultura material de los nómadas chichimecas Clavijero escribió: Tenían sus poblaciones compuestas. Como se deja entender, de chozas miserables; pero no ejercían la agricultura ni otras artes que caracterizan la vida civil. Vivían de la caza y de los frutos y raíces que la tierra inculta les ofrecía. Su vestido eran pieles de las fieras que cazaban y sus armas el arco y la flecha. Su religión se reducía al simple culto al sol, al cual le ofrecían en reconocimiento de su divinidad las flores y hierbas que hallaban nacidas en el campo. Sus costumbres eran más dulces de lo que lleva la condición de un pueblo cazador.24 22 Marie-Areti Hers y Dolores Soto afirman que el norte mexicano es ausencia de lo espectacular o de lo glorioso al no haber en él ni pirámides ni palacios. HERS Y SOTO, “La obra de Beatriz Braniff y el desarrollo de la arqueología”, p. 38. 23 Fue publicada primeramente en italiano con el título Storia Antica del Messico. Editor Georgio Bisiani, Cesena, 1780, 4 v., 1ª edición (El texto en italiano fue preparado por el autor). 24 CLAVIJERO, Historia antigua de México, p. 73. En cuanto a las “poblaciones compuestas”, Clavijero cita a Torquemada quien dice que los chichimecas “no tenían poblaciones ni casas, sino vivían en las cavernas de los montes” (nota a pie de página 14).

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Con respecto al tema de la monumentalidad, Clavijero abundó tanto en Casas Grandes como en La Quemada. En cuanto al primer sitio, nuestro jesuita afirma, al hacer referencia de la partida de las tribus aztecas de Casa Grande en el Gila [es la influencia de Torquemada], que estos se dirigieron hacia el lugar que ocupa actualmente Casas Grandes: El viaje de los aztecas, sobre el cual no puede haber duda, cualquiera que fuese su motivo, se verificó, según las conjeturas más verosímiles, hacia el año de 1160 de la Era vulgar. Torquemada dice haber visto representado en todas las pinturas antiguas de este viaje, un brazo de mar o gran río.* Si en efecto hay en ellas la representación de un río, no puede ser otro que el Colorado, que desagua en el golfo de California, a los 321/2° de latitud, pues es el mas considerable de cuantos hallaron en el camino que siguieron. Después de haberlo pasado, más allá del 35°, caminaron hacia el sureste hasta el río Gila, donde se detuvieron algún tiempo; pues aun se ven las ruinas de los edificios que construyeron en las márgenes [Casas Grande]. De allí volvieron a ponerse en camino, siguiendo casi la misma dirección, e hicieron alto en la latitud poco más o menos de 29°, en un sitio distante más de doscientas millas de Chihuahua, hacia el noroeste. Este lugar es conocido con el nombre de Casas Grandes, a causa de un vastísimo edificio, que aún subsiste, y que según la tradición general de aquellos pueblos, fue erigido por los mexicanos durante su peregrinación. Este edificio está construido bajo el mismo plan que los que se ven en el Nuevo México, esto es, con tres pisos, sobre una azotea y sin puertas ni entrada en el piso inferior. La puerta está en el segundo, y por consiguiente se necesita una escalera para entrar por ella. Así lo hacen los habitantes del Nuevo México, para estar menor [menos] expuestos a los ataques de sus enemigos, valiéndose de una escala de mano, que franquean a los que quieren admitir en sus habitaciones. Igual motivo * Nota 1 a pie de página: “Creo que este supuesto brazo de mar no es otra cosa que la imagen del diluvio universal, representado en las pinturas mexicana, anteriores al viaje, como se ve en la copia publicada por Gemelli de una pintura que le enseñó el célebre Dr. Sigüenza. Boturini cree que este brazo de mar era el Golfo de California, suponiendo que los mexicanos pasaron de Aztlán a esta provincia, y de ella, por el golfo, a Culiacán; pero habiéndose encontrado a orillas del río Gila, y en la Pimería restos de los edificios construidos por aquél pueblo en su emigración, no hay motivo para creer que pasase por mar al punto de su final establecimiento”. CLAVIJERO, Historia antigua de México, p. 149.

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tuvieron sin duda los aztecas para edificar sus moradas de aquella forma. En las Casas Grandes se notan los caracteres de una fortaleza, defendida de un lado por un monte altísimo, y rodeada en el resto por una muralla de cerca de siete pies de grueso, cuyos cimientos se conservan. Vénse en esta construcción piedras tan grandes como las ordinarias de molino; las vigas son de pino, y bien trabajadas. En el centro de aquella vasta fábrica hay una elevación hecha a propósito, según se colige, para poner centinelas y observar de lejos a los enemigos. Se han hecho algunas excavaciones en aquel sitio y se han allado [sic] varios utensilios, como platos, ollas, vasos y espejos de la piedra llamada itztli.25

En la dinámica del peregrinaje, el segundo sitio, que es el de La Quemada, Clavijero lo consideró también como punto de llegada de los aztecas: “…siete leguas al sur de la ciudad de Zacatecas halló Torquemada, a fines del siglo XVI, unas soberbias casas muy antiguas que, según tradición de los Zacatecas, fueron obra de los aztecas en su peregrinación. Hasta hoy subsisten estas fábricas, aunque ya casi arruinadas”.26 Finalmente, ambos sitios (Casas Grandes y La Quemada en articulación con el de Casa Grande) marcan o delinean un eje que ha sido rector para la investigación arqueológica del norte de México, o dicho en otras palabras, la arqueología oficial mexicana se legitima, entre muchas otras formas, cuando justifica la monumentalidad en ese espacio. Sitios monumentales, que a manera de embajadas recrean y sustentan la identidad mesoamericana, enclaves o cabezas de playa que aseguran su predominio.27 25 CLAVIJERO, Historia antigua de México, pp. 149-150. Las negritas y subrayados (cursivas) son nuestros a excepción de las palabras Casas Grandes e iztli y que es la obsidiana. El uso de esta edición responde al hecho de que es más abundante la información arqueológica en ella que en la de 1945 (2003 en Porrúa) y que es la que pertenece al original que Clavijero escribió primeramente en español. Después el mismo jesuita la tradujo al italiano y durante ese lapso le hizo cambios. 26 CLAVIJERO, Historia antigua de México, p. 95. 27 El comisionado para fijar los nuevos límites entre México y los Estados Unidos después de la guerra de 1848, fue John Russell Bartlett. Su obra es muy relevante dado que es una descripción a profundidad de la cultura pasada y presente y de la misma naturaleza de los estados fronterizos de ambos países. Por cierto, Bartlett disiente de Torquemada, de Lorenzo Boturini y del mismo Clavijero con respecto a su idea de que el sitio de Casa Grande fue el punto de origen de la partida de los antiguos mexicanos o aztecas dado que no existen

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El siglo XIX como reducto de la monumentalidad norteña La complejidad del siglo XIX en términos de la relación cultura material con el quehacer de exploradores, viajeros, comisionados e historiadores del norte mexicano, amerita estudios profundos. La historia de la arqueología mexicana poco ha atendido de manera integral esta centuria vinculado con su norte. Se han realizado aproximaciones aisladas por entidades federativas y trabajos que destacan la participación de exploradores como Adolph F. Bandelier y Carl Lumholtz, pero se está en espera de resultados desprendidos de análisis históricos con respecto al tratamiento de la cultura material en el trabajo de los viajeros, exploradores y comisionados como Robert Hardy, Adolphus Wislizenus, John Russell Bartlett, Edmond Guillemin Tarayre y Aquiles Gerste entre otros muchos. Lo mismo sucede con el de los historiadores decimonónicos como Hubert Howe Bancroft, Manuel Larraínzar Pineiro, Niceto de Zamacois, Vicente Riva Palacio, Alfredo Chavero y Elías Amador, entre otros más. Nos percatamos que en todos ellos predomina fuertemente el discurso de la monumentalidad montado sobre la asociación Casa Grande- Casas Grandes-La Quemada. En algunos casos aislados se llega a hacer mención de los bárbaros chichimecas (una vez más como la expresión de la ausencia de monumentalidad). De esos grupos errantes se generó una percepción de carácter racista como así lo percibimos en las obras de Alfredo Chavero y Niceto de Zamacois. El primero, por ejemplo, afirma, al referirse a las “tribus bárbaras del norte”, que eran grupos “degradados y casi embrutecidos”;28 el segundo, señala que: “Al lado de estas cualidades propias solo de los pueblos que tienen algunas nociones de civilización, se encontraban los opuestos rasgos resaltantes que marcaban su incultura. Sus casas eran miserables chozas de tierra con frágiles techos de ramas, que tenían por pavimento el mismo suelo que les servía de cimiento”.29

evidencias suficientes para sustentarla. BARTLETT, Personal narrative of explorations, v. II, p. 283. 28 CHAVERO, “Tiempos Prehistóricos”, t. I, p. 67. 29 ZAMACOIS, Historia de Méjico desde sus tiempos más hasta nuestros días, t. I, pp. 69-70 [el subrayado es nuestro].

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Por otra parte, existe un puente historiográfico de cien años entre Francisco Javier Clavijero (1780) y Manuel Orozco y Berra (1880) con su obra Historia Antigua y de la Conquista de México (1880),30 espacio de tiempo en el que se consolida lo que llamamos eje de la monumentalidad del Norte Antiguo de México, elemento rector del discurso historiográfico de su cultura material. Puente que se apoya en la primera orilla teniendo la idea de que los sitios fueron las moradas de los aztecas en su tránsito migratorio; en la otra, que es la de la propuesta de Orozco y Berra, se asentó que los moradores de Casas Grandes eran “…sedentarios y agrícolas, muy adelantados en el camino de la civilización”.31 Al final se observa el tono evolucionista acorde a los aires decimonónicos de fines de la centuria. Puente que decanta la asociación monumentalidad-civilización y en ese mismo eje-puente existe de manera circunstancial, y reducida a su mínima expresión, la mención de los grupos nómadas o bárbaros: chichimecas, apaches o comanches. Para terminar, señalo que México, después de su independencia y de la pérdida de sus territorios por la guerra con los Estados Unidos, entre 1846 y 1848, siguió siendo el botín que deseaba el imperio, con lo que llegó la hora de los inventarios para legitimar con ello, como lo expresa Raymond Craib, los derechos territoriales. En el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística se encuentran datos de primera importancia: caminos y distancias, estandarización de pesos y medidas, historia precolombina, colonial y contemporánea; de igual manera, información sobre lenguas indígenas y de sitios arqueológicos, esto además de hacer recomendaciones para su conservación. Un hecho importante es el uso de iconografía de origen prehispánico en la cartografía nacional, la que aparece en el marco de la Carta General de la República Mexicana de 1858 de Antonio García Cubas [similar a la Carta Histórica y Arqueológica de 1885 del mismo autor]. Su iconografía presenta cuadrados y rectángulos que contienen dibujos de sitios arqueológicos monumentales del área maya como Palenque y de Veracruz como el Tajín con su Pirámide de los Ni30 31

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OROZCO Y BERRA, Historia Antigua y de la Conquista de México. OROZCO Y BERRA, Historia Antigua y de la Conquista de México, t. II, p. 280.

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chos. Craib precisamente los interpreta como una imagen a la vez que científica, estética, que con profundidad histórica legitima la mitología fundacional. Sitios arqueológicos construidos por grupos indígenas sedentarios [mesoamericanos] que son parte del patrimonio mexicano; sin embargo, contrastan con los grupos no sedentarios, como fueron los apaches y comanches, que se movían en la periferia de los sedentarios y que además eran enemigos del Estado en formación, pues agredían a la civilización y al progreso, así como también, a la visión romántica que se tenía de los agricultores precolombinos; las otras, que eran consideradas tribus en pleno siglo XIX hacían crueles incursiones de traición y perfidia. Estos grupos no tuvieron ruinas apropiadas como las de los sedentarios, quienes con su arquitectura y arqueología, contribuyeron a unificar la identidad histórica y territorial en el marco de esa tradición estática de tendencias gubernamentales centralizadas.32 Epílogo no monumental No hay más que decir: la cultura material de los nómadas del norte mexicano no es monumental y en contraparte la que sí lo es, se halla ensombrecida por la concepción de la monumentalidad mesoamericana. El discurso histórico de dicha materialidad ha transitado sobre opuestos: presencia-ausencia y barbarie-civilización, que fundamentan al eje de la monumentalidad y a su misma reproducción al interior de lo que en nuestro tiempo se desarrolla en el marco de la investigación arqueológica en México. ¿Qué es lo que podría hacerse para atenuar dichas oposiciones? Desde nuestra posición crítica y reflexiva la alternativa sería la de elaborar la historia de la arqueología mexicana, en la que los análisis de las fuentes históricas de los siglos que preceden al XX desterraran la prenoción de que el anticuarismo, el coleccionismo y el diletantismo son obstáculos para la comprensión cabal de la relación entre actores y cultura material. Su integración es fundamental pues en ellos se encuentra el origen y el comienzo mismo de nuestra disciplina. En ese sentido también es importante incluir a la arqueolo32

CRAIB, Cartographic Mexico, pp. 8-9, 23, 28, 30, 34-35-37 y 50-52.

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gía del norte de México, tarea inaplazable y que el discurso historiográfico exige se lleve a cabo en tanto que esta disciplina proporciona elementos que han fortalecido de manera constante la identidad nacional.

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LA CONSTRUCCIÓN DE LAS IDENTIDADES DE CONQUISTADORES Y CONQUISTADOS COMO BASE PARA LA FUNDACIÓN DE INSTITUCIONES EN EL NORTE NOVOHISPANO

Rosa Elba Rodríguez Tomp UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BAJA CALIFORNIA SUR

Construir para conquistar La empresa española de la conquista y colonización del territorio que hoy conocemos como América ha sido relatada por distintos autores casi desde el tiempo mismo en que ocurría la serie de acontecimientos con los que dio comienzo. Dichos eventos fueron posibles gracias a una diferencia que se estableció desde que los europeos tomaron conciencia de que las tierras a las que había arribado Cristóbal Colón eran territorios hasta entonces desconocidos por ellos. El reconocimiento de aquel extenso continente implicó para el viejo mundo de aquel entonces una serie de procesos complejos mediante los cuales tuvieron que modificarse saberes, ideologías, valores, creencias e imaginarios. Tal como lo afirmó Edmundo O´Gorman, el proceso de “invención de América” implicó un esfuerzo de redefinición del mundo y de la humanidad misma.1 Consecuencia del descubrimiento de las nuevas tierras, en el imaginario del viejo continente comenzó a tomar forma la idea de que los habitantes recién descubiertos, quienes debido a un error comenzaron a ser llamados “indios”, eran seres engañados por el demonio a quienes occidente, provisto desde la Edad Media de una inquebrantable voluntad de transformación sobre todos aquellos fuera de su Iglesia, debía dominar para reformar. Afirma Guy Rozat: “La diabolización de las culturas americanas invita, no a un conocimiento de ellas, sino a su drástica erradicación, meta primordial de toda evangelización”.2 Esa construcción de alteridades 1 2

O’ GORMAN, La invención de América. ROZAT DUPEYRON, “Identidad y alteridades”, pp. 27-51.

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que proporcionó la seguridad y especificidad del discurso y la acción conquistadora en la América hispana comenzó a realizarse mucho antes del “encuentro de dos mundos”, como se ha llamado eufemísticamente a la conquista. El estudio de los sujetos sociales que diputan la conformación de un nuevo orden puede considerarse como una forma de acercarse a procesos socio-históricos más amplios. Esto es posible en tanto se concibe a los sujetos sociales como espacios analíticos desde los que pueden estudiarse aspectos vinculados al conflicto y el cambio social, las identidades, los imaginarios y la acción colectiva. Cada teoría creada, cada conocimiento generado se relaciona siempre de manera directa con un tiempo y un espacio particulares y como resultado de necesidades particulares. Darío Barboza Martínez3 recoge de Althusser el concepto de “interpelación” para sustentar su teoría de la construcción de los sujetos sociales. Barboza quiere dejar claro que no existe un lugar privilegiado desde el que se construyan los sujetos sociales, sino un mecanismo mediante el cual la ideología actúa de tal manera que recluta a sujetos entre los individuos o transforma a los individuos en sujetos. Los sujetos son de esa manera construidos mediante la interpelación por parte de la ideología pero en ese mismo proceso en el que recibe la identidad, al mismo tiempo ha de establecerse la diferencia frente al otro. También se aclara que las identidades con las que uno es “bautizado” no son en ningún momento fijas. Son, por el contrario, objeto de disputa, por lo que nunca pueden llegar a cerrarse en su definición, además, de que en esa definición lo crucial es marcar la diferencia existente frente a lo que no se es. El antagonista es a su vez una construcción (el proletariado frente al burgués, el pueblo frente al oligarca, etc.), pero es una construcción que define al sujeto en su identidad, es el “otro constitutivo”.4 En el caso de la América colonizada por España, aunque imaginados de distintas formas, esos “otros” recién descubiertos, fueron desde los primeros encuentros explicados y “construidos” a partir de una confianza irrestricta en la superioridad del conquistador, reivindicada a partir de la fe católica. Es así como el catolicis3 4

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BARBOZA MARTÍNEZ, “La construcción de los sujetos sociales”, pp. 313-324. BARBOZA MARTÍNEZ, “La construcción de los sujetos sociales”, p. 320.

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mo español, al enfrentarse con las civilizaciones mesoamericanas, aunque no deja de sorprenderse ante su grado de complejidad, se muestra empecinado en su obligación de destruir lo que considera producto del demonio y difundir entre los vencidos la “verdadera fe”. Durante los eventos que llevaron a la conquista de MéxicoTenochtitlan, Hernán Cortés, aunque se maravillaba de las edificaciones y otros objetos de la ciudad conquistada, “no reconoce a sus autores como individualidades humanas que se pueden colocar en el mismo plano que él”.5 El descubrimiento del “otro”, como ser humano y al mismo tiempo diferente al “yo” es siempre un proceso de separación y distinción, a la vez que de asombro. El sujeto necesita siempre hacer comparaciones entre lo conocido y lo extraño para volver esto último inteligible. Así se van dotando de sentido las formas nuevas. Si consideramos que toda cultura es una mixtura móvil, que cada experiencia singular, en su irreductible originalidad, está siempre estructurada por códigos y convenciones compartidas, comprenderemos que la realidad percibida está bajo el influjo de los antecedentes culturales de quien la percibe, además de las características particulares del proceso mediante el cual se ha llegado a esa situación de enfrentamiento. Mientras que las construcciones de los europeos como deidades que hicieron los mexicas y otros pueblos americanos no resistieron la prueba del tiempo, esa forma de ver al indígena como eterno niño necesitado de guía y orientación perduró y tuvo consecuencias que repercuten, me atrevo a decir que hasta el presente. Y es que la imagen que los seres humanos construimos con respecto a los “otros”, siempre lleva una carga adaptativa que permite situar el “nosotros” en una posición reconfortante o justificatoria. En este sentido, afirma Georges Baudot: Las imágenes del Otro se sitúan dentro de un proceso a Priori, anterior a la representación directa del Otro y no a Posteriori como resultado o consecuencia de esa imagen o de ese discurso textual. En el desarrollo ulterior de la acción colonizadora el discurso textual de la

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TODOROV, La conquista de América, p. 139.

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imagen del Otro sólo vendrá a conferir matices a la acción, flexionar secundariamente tal o cual línea de conducta, pero nada más.6

La expansión hacia el Norte y las gentes más bárbaras y fieras del Nuevo Orbe El nombre del apartado hace alusión al famoso texto de Andrés Pérez de Ribas y denota la forma en la que fueron construidas las identidades de los pueblos del norte de la Nueva España.7 En la medida en que los conquistadores de Tenochtitlan avanzaban sobre los territorios del septentrión, el encuentro con los cazadoresrecolectores significó una nueva construcción de alteridades, en la que la diferencia entre conquistadores y conquistados era abismal. Una de las ideas de más arraigo en el pensamiento español de aquella época es la que atribuía el más bajo nivel en la escala humana a las sociedades que no producen sus alimentos. Es así que los viajeros y exploradores enfrentados por primera vez a la sequedad del terreno que pisaban y a la simplicidad de la tecnología que mostraban los nativos reportaban siempre esta situación como prueba fehaciente de incapacidad y holgazanería. Al analizar los documentos que dan cuenta de los detalles de esos encuentros salta a la vista el carácter profundamente prejuiciado de la actitud de los europeos; una muestra: “Como que bien se deja ver y es así verdad, ser una gente aquella gentil, nacida en libertad, criada en soltura, connaturalizada con la pereza, repugnante al trabajo, sin sujeción, ni Ley ni enseñanza…”.8 De informes como éste están llenos los archivos que dan cuenta de esos enfrentamientos. El lenguaje con el que los extranjeros hacían alarde de su superioridad frente a los cazadores-recolectores refleja el desprecio por su modo de vida. Pero más allá del desprecio, el cruce de esa frontera cultural puso al conquistador en una situación de gran vulnerabilidad generada por la considerable dispersión y movilidad de las bandas, aunada a la inexistencia de abastos para los soldados y exploradores al no existir en ella campos cultivados. Además, el carácter belicoso de muchas de las bandas 6

BAUDOT, “Nahuas y españoles”, p. 109. PÉREZ DE RIBAS, Historia de los triunfos de Nuestra Santa Fe. 8 Monumentos para la historia de Coahuila y Seno Mexicano, p. 181. 7

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tornó las enormes extensiones del septentrión en demarcaciones codiciadas pero peligrosas. Entonces comenzaron a tomar forma las estrategias que habrían de permitir la expansión de la conquista. La construcción de los intrépidos pobladores fronterizos que habían de domeñar esas agrestes tierras se vio complementada con la de los pacientes misioneros, sobre cuyas espaldas recaería la responsabilidad de introducir a sus indómitos pobladores en las leyes de la “Verdadera Fe”. En la expansión que tuvo lugar hacia el norte de las zonas reconocidas por los conquistadores como áreas habitadas por grupos de cultivadores de maíz influyó de manera preponderante la búsqueda de recursos minerales. El hallazgo, en 1546, de plata en cantidades considerables en el cerro de La Bufa, localizado en tierras de los indios zacatecas, detonó una marea de exploraciones e intentos de poblamiento que exacerbó los choques violentos entre exploradores y cazadores-recolectores. En palabras de Ignacio del Río: “con la fundación de Zacatecas el proceso de la expansión colonial adquirió nuevas características. La ocupación del suelo dejó de tener continuidad espacial, y, además, ya no estuvo circunscrita a las regiones potencialmente agrícolas o ganaderas”.9 Poco a poco esa temible frontera se convirtió en tierra susceptible de ser alcanzada, aunque fuera por un tipo de colono-soldado con suficiente sangre fría para enfrentar a los belicosos indios “bárbaros”, que fue el término con el cual comenzó a reconocerse la identidad de aquellas hordas. Al mismo tiempo que combatía a los bárbaros, el soldado-colono se las arreglaba para buscar minerales o criar ganado.10 Ahí la ocupación española constituyó un largo proceso muchas veces intermitente y con asentamientos frágiles. La expansión hacia el norte fue larga y difícil, y aunque hizo posible la creación de polos de desarrollo y caminos para llevar los productos explotados a los centros de distribución, tuvo siempre que dejar grandes extensiones descuidadas. Las instituciones fundadas, aunque hicieron perdurar y fueron la base del poblamiento, raras veces tuvieron éxito en lo que era su labor fundamental, es decir, el cambio cultural. Po9

DEL RÍO, Estudios históricos sobre la formación del norte, p. 17. POWELL, La guerra chichimeca, p. 19.

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dría decirse que la institución que generó cierta estabilidad en el norte colonial no fue la misión, sino la guerra, porque, tanto en forma de aplastamiento de las cíclicas rebeliones como en forma de ataque permanente a los indios insumisos del norte, la milicia y la confrontación fueron una constante. El análisis del discurso que creó al norte como una frontera inhóspita y peligrosa, y a sus habitantes originarios como “gentiles”, “bárbaros” y “salvajes” también ayuda a comprender el alcance de las medidas que se tomaron a lo largo de siglos, no solamente durante el periodo colonial, sino mucho tiempo después para administrar esos territorios. La construcción de las diferencias, pero sobre todo de las coincidencias entre los grupos norteños contribuyó a dar sentido y legitimación a las peculiares instituciones constituidas para dominar y apropiarse de amplios espacios de la geografía mexicana en tiempos que van desde el siglo XVI hasta el presente. La construcción de alteridades en la Antigua California Hablemos de una zona del septentrión en particular. La exploración y conquista de la península de California constituye un episodio interesante entre el conjunto de hazañas que conforman el avance hacia el septentrión. Ahí también se produjeron informes contradictorios sobre las características de sus tierras y sus habitantes: desde los que relatan las desgracias ocurridas a la tripulación del mítico capitán Hernán Cortés cuando llegó a la bahía de La Paz en 1535, Porque no tenían qué comer, y en aquella tierra no cogen los naturales de ella maíz, y son gente salvaje y sin policía, y lo que comen son frutas de las que hay entre ellos, y pesquerías y mariscos, Y de los soldados que estaban con Cortés, de hambre y de dolencias se murieron veintitrés, y muchos más estaban dolientes y maldecían a Cortés y a su isla y bahía y descubrimiento.11

Hasta las versiones que hacían del territorio recién descubierto un futuro emporio para la corona española: 11

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Bernal Díaz, en GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, Hernán Cortés y la mar del Sur, p. 59.

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Tienen muchas poblaciones la tierra adentro y se gobiernan por rey y caciques, y todos reconocen vasallaje a una mujer, que ellos decían era muy alta, y la pagaban tributo de perlas, plata y oro y ámbar y otras drogas odoríficas que produce la tierra; y que destos tributos tenía un templo lleno, cuya riqueza no se sabe numerar, y así lo certifican los indios de quien nos informamos, cuya lengua tiene los mismos acentos que la de la Nueva Vizcaya.12

Tantas mentiras y exageraciones pueden explicarse si nos imaginamos la atmósfera de aventura y riquezas que se había generado a partir de la conquista de la Gran Tenochtitlán y que había puesto en la mente de muchos europeos el deseo de compartir aquella posibilidad de ascenso económico y fama. Los exploradores de la tierra californiana, como los que anteriormente habían protagonizado episodios de confrontación con el nuevo paisaje y los habitantes americanos, se enfrentaron a la tarea de hacer familiar lo extraño. Conquistar implica nombrar, es decir, renombrar objetos y lugares, para hacerlos propios y reconocibles. En el proceso de nombrar los espacios recién descubiertos, los viajes de Cortés y los subsiguientes estaban destinados a hacer reconocimientos y demarcaciones, pero también a imponer nuevos apelativos a todos los accidentes geográficos, a partir de los cuales se creaban vínculos con grupos y personas destinados a mantener y apoyar la conquista. Así, los viajes de exploración dirigidos por Francisco de Ortega dieron por resultado la imposición del nombre Cerralvo a cierta isla del Golfo de California, en honor del virrey homónimo. Del mismo modo, al reconocer y nombrar algunos sitios propicios para el arribo de embarcaciones, el navegante bautizó a varios con nombres del santoral jesuítico, esperando que la orden religiosa se interesara por la evangelización de ese emplazamiento.13 Los productos de la tierra descubierta eran también objeto de una imposición de nombres, que relacionaban lo “nuevo” con otra cosa ya conocida y familiar. Así, el explorador Sebastián Vizcaíno en su primera experiencia intercultural con los nativos de La Paz 12 Informe de Sebastián Vizcaíno, en MATHES (comp.), Californiana I. Documentos para la historia, v. I, p. 264. 13 LEÓN-PORTILLA, La California mexicana, p. 170.

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narra que al recibirlo, éstos le habían llevado: “… unas frutillas redondas a hechura y tamaño de ciruelas blancas de Castilla, de corteza áspera como alberehiga y de buen gusto, cuyas pepitas tenían dentro una médula del propio sabor de nueces de Castilla…”.14 Como cosa curiosa, podemos afirmar que también los nativos de la Antigua California hicieron uso de estrategias para identificar lo desconocido al relacionarlo con lo que les era familiar. Así lo reflexiona Juan Jacobo Baegert con respecto a los neófitos de su misión: Son muy listos para dar nombres a las cosas que antiguamente no habían visto, v. g., a la puerta llaman ahora hocico; al pan, ligero; al fierro, pesado; al vino, agua mala; a la carabina, arco; a las autoridades, portadores de bastón; al capitán español, salvaje o cruel; a los bueyes y vacas, venado; a los caballos y mulas, tetsché-nutschà, que quiere decir: hijo de una madre sabia, y al misionero, cuando hablan con él o de él: tià-pa-tù, que es: su casa en el norte tiene o, en buen español, hombre norteño.15

Testimonios como el anterior nos permiten afirmar que, aunque no tenemos registrada la voz de los nativos, ellos también hicieron esfuerzos por convertir en familiar y cotidiano el acto de la violenta intromisión y modificación de su cultura. El proceso de colonización hispana de la Baja California tardó mucho más de lo que los primeros exploradores y aventureros hubieran querido; en realidad sólo pudo darse a partir de la llegada y establecimiento de misioneros en 1697, primero de la Compañía de Jesús, seguidos por franciscanos y dominicos. Desde el comienzo de la labor misional había acuerdo general respecto al carácter salvaje y primitivo de los catecúmenos; sin embargo, comenzó a existir entre los que se relacionaban con ellos una distinción clara entre los “mansos”, que no oponían mayor resistencia al contacto y aquellos reacios a la imposición:

14 Informe de Vizcaíno, en MATHES (comp.), Californiana I. Documentos para la historia, v. I, p. 265. 15 BAEGERT, Noticias de la península americana, p. 135.

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Ya por este tiempo empezaban a conocer estas gentes, y en su idioma, que el motivo de esta nueva entrada de los españoles, con padres, era una nueva religión muy contraria a la antigua que tenían y habían siempre abrazado sus mayores; que los padres esta nueva religión enseñaban y persuadían a sus gentes que la abrazasen como necesaria para salvarse y que entre ellos mesmos empezaba a haber bandos de unos que la miraban por bien y de otros que la aborrecían.16

Las misiones tenían por objeto, además de la evangelización, convertir a los cazadores-recolectores en poblaciones sedentarias a partir de la enseñanza de métodos agrícolas. Sin embargo, la aridez de la mayoría de las tierras peninsulares, aunada a la emergencia de epidemias que desde los inicios del contacto diezmaron a la población aborigen y, sobre todo, las campañas de exterminio que se llevaron a cabo en contra de los insumisos, llevaron a largo plazo a la tarea misional al fracaso, y a los indios al borde de la extinción. El sistema misional implantado en la Antigua California tenía como principal objetivo la completa modificación de la cultura de los cazadores-recolectores. Más allá de la necesidad de evangelizar, es decir, instruir a los nativos en los rudimentos de la religión católica, los misioneros se habían propuesto erradicar una buena parte de las características culturales que estos grupos habían compartido tradicionalmente como respuesta a sus necesidades de adaptación con respecto del medio y entre sí. Por ello, las acciones del cambio cultural emprendidas, aunque tuvieran la apariencia de benévolas concesiones, pusieron en riesgo, desde el comienzo de la acción transformadora, la existencia misma de aquellas poblaciones.17 Pero lo que obró como importante freno a la realización de los planes de las distintas órdenes religiosas fue la enorme dificultad que entrañó el tratar de extraer del suelo californiano los recursos necesarios para el sostenimiento de sus actividades. La excesiva aridez de la península mantuvo a los establecimientos misionales siempre dependientes de las provisiones que llegaban del exterior. 16 17

SALVATIERRA, La fundación de la California jesuítica, p. 117. Como lo estableció DEL RÍO en Conquista y aculturación en la California jesuítica.

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Ello significó, para la mayoría de los indios nativos, la necesidad de refugiarse en sus métodos tradicionales de caza, pesca y recolección para no morir de inanición mientras no eran requeridos en una suerte de visitas alternadas para su instrucción religiosa. Como sucedió en muchos otros sitios del norte de México, después de su reducción a la vida misional la mortalidad entre los naturales de la península californiana subió exponencialmente;18 sin embargo, para algunas de las bandas hubo manera de sobreponerse a la catástrofe demográfica. En el sur y centro peninsulares, las misiones perdieron a sus catecúmenos hacia finales del siglo XVIII y principios del XIX, pero en el norte fueron varios los procesos que ayudaron a detener la caída y, en un momento dado a remontar los números negativos: en primer lugar, los nativos que fueron obligados a pasar una parte de su vida en los establecimientos misionales, ya en los territorios que han dado en llamarse “frontera misional dominica”, tuvieron más oportunidades de escapar al control misional.19 En segundo lugar, los establecimientos misioneros dominicos fueron instalados según una estrategia de enlace con la Alta California, pero no a partir de los núcleos de población indígena, por lo que muchos de los territorios de recorrido de las bandas no coincidían con ellos. Además, la labor misional de la orden de Santo Domingo ya no tenía las mismas señales de esperanza que alumbraron el camino de los jesuitas. La falta de apoyo durante la guerra de independencia de México y el aislamiento en el que se encontraban con respecto, tanto de las misiones más antiguas como de las fundaciones en la Alta California le dieron a la empresa dominica en esas latitudes un carácter de derrota anticipada.20 Las fronteras identitarias y sus transformaciones El proceso histórico que han vivido las poblaciones originarias de la Baja California ha sido abordado por distintos autores en distin18 Para un estimado de la magnitud del declive demográfico, véase RODRÍGUEZ TOMP, Cautivos de Dios, pp. 195-232. 19 GOLDBAUM, “Noticia respecto a las comunidades de indígenas”, pp. 19-26. 20 Para una revisión del proceso misional dominico en la Baja California, véase MEIGS, La frontera misional dominica en Baja California.

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tas épocas, y la construcción que esos textos han hecho de los “otros” ha venido cambiando, ella misma, en la medida en que la historiografía, aunque disciplina sujeta a reglas y procedimientos que le dan validez, no registra los acontecimientos tal y como fueron, sino que es una reconstrucción del pasado desde el presente que modula, recrea, olvida e interpreta, de diversos modos, el pasado. Como ejemplo de la anterior aseveración, comencemos por analizar el concepto “yumanos”, que ha servido, entre otras cosas, para construir una identidad colectiva con relación a los distintos grupos que reivindican su pasado como pueblos originarios de la península. El nombre proviene de la lingüística antropológica y designa a una familia de lenguas que actualmente se extienden en el noroeste de México y suroeste de Estados Unidos, pero hoy día los habitantes del estado de Baja California que se reconocen y son reconocidos por el resto de la población como descendientes de los primeros pobladores han adoptado la identidad de pueblos yumanos porque ese resulta un mejor marcador de sus límites identitarios, al sustituir los que se utilizaban todavía a inicios del siglo XX, que tenían que ver con su mansedumbre o beligerancia, o con su pasado como neófitos o gentiles. Es bien sabido que la etnicidad, como todas las identidades colectivas, es no sólo un proceso de auto-reconocimiento, sino que tiene que ver con la forma en que los grupos son percibidos por los demás.21 En nuestro país, a falta de estudios profundos sobre la filiación y cambios adaptativos de algunas de las poblaciones originarias, la forma más usual de reconocer a los grupos indígenas es su lengua materna. Con la ayuda de la lingüística comparada, la glotocronología y la arqueología se ha podido establecer la relación histórico-cultural de los actuales y extintos grupos habitantes de la península. Es importante mencionar aquí que, si bien las lenguas yumanas han sido estudiadas por distintos especialistas y se ha determinado a través de técnicas muy precisas su parentesco histórico,22 para los hablantes de esas leguas, la relación cercana o lejana que han mantenido con sus contemporáneos tiene que ver más con situa21 22

BARTH, Los grupos étnicos y sus fronteras, p. 12. MIXCO, Cochimi and Proto-Yuman.

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ciones específicas, tales como encuentros y desencuentros, afinidades y parentescos. A ese respecto, no puedo dejar de citar un encuentro que tuvieron en 1993 representantes de diversas comunidades indígenas habitantes de los Estados Unidos con los paipái de Santa Catarina, en Baja California. Según la experiencia de Benito Peralta: “inicialmente no se entendían muy bien, sin embargo, conforme se fueron escuchando empezaron a reírse, porque se dieron cuenta que hablaban la misma lengua”.23 En cuanto a la construcción de los protagonistas de su pasado, las diferencias entre las dos entidades que ahora forman la península de Baja California son buenos ejemplos de que los significados de los hechos históricos no son inherentes a los hechos mismos, sino que se construyen en el propio proceso de investigación. Para los nuevos habitantes del sur peninsular del siglo XIX, que por contar con mejores condiciones para el desarrollo de la agricultura, fue el primero en ser ocupado por otra población distinta de la indígena, la desaparición de los antiguos catecúmenos de las misiones constituyó, además de una gran oportunidad para sustituirlos en los antiguos establecimientos misionales, el punto de partida de una nueva visión del pasado misional, en la que no sólo había que exaltar la gran epopeya de los religiosos en su lucha por triunfar sobre las dificultades del árido territorio, sino también debía de seguirse su ejemplo para dar paso al futuro prometedor de “honrados y aplicados pobladores”, apoyados por un gobierno local, cuya responsabilidad era fomentar, como lo aseveraba un jefe político, “con toda eficacia la prosperidad de la población agrícola de esta península”.24 En esa misma época, en el llamado Partido Norte, aunque las autoridades locales y nacionales reconocían la necesidad de mantener los establecimientos misionales, debido a que aún administraban, aunque de manera muy irregular, algunos contingentes indígenas,25 era cada vez más evidente que el reclamo de tierras por parte de civiles iba generando poco a poco una lucha por des23

PIÑÓN FLORES, “La música de las etnias bajacalifornianas”, p. 384. Decreto del jefe político Luis Castillo Negrete para la secularización de las misiones del sur peninsular, en LASSÉPAS, Historia de la colonización de la Baja California, p. 351. 25 Para una visión de las misiones de la frontera dominica en el siglo XIX, véase LEÓN VELAZCO, “El avance en la frontera misional”, pp. 121-159. 24

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plazar a las bandas nómadas. El reconocimiento que hacían las leyes mexicanas de la igualdad de los indígenas como ciudadanos, estaba, por supuesto, supeditado a que mostraran un comportamiento “civilizado”, es decir, que perdieran su identidad étnica y se incorporaran a la sociedad bajacaliforniana en calidad de rancheros o campesinos. Como tal cosa en general no sucedió, las autoridades comenzaron a hacer una distinción tajante entre los indios de misión, en paulatino descenso, y los “gentiles”, insumisos, que, al mismo tiempo que vagaban según sus tradiciones ancestrales, constituían un permanente “foco de infección” para el comportamiento y la estabilidad de los ya reducidos.26 En realidad, tal y como lo afirma Mario Alberto Magaña para la misión de Santo Domingo, la cantidad de redes de parentesco y alianzas entre los contingentes libres y los que vivían “bajo Campana” fueron siempre importantes.27 Esta circunstancia, aunada a la paranoia desatada por los choques con los llamados “indios bárbaros” en otras zonas del norte del país, reforzó la imagen del indígena como un “otro” acechante y peligroso en el imaginario de los pobladores fronterizos. Por otro lado, al convertirse la zona, después del tratado de Guadalupe Hidalgo, que en 1848 puso fin a la guerra con los Estados Unidos, en verdadera frontera de México, comenzó a atraer colonos, ya que dicho tratado preveía el libre paso de embarcaciones norteamericanas por el delta del río Colorado y el golfo de California.28 Todos los movimientos de tropas y gente afectaban, desde luego, la movilidad de las bandas indígenas en la región, y comenzaron a producir efectos en los que, una vez más, podemos reconocer cómo los procesos identitarios constituyen siempre toma de posiciones políticas: las bandas que recorrían la región fueron repentinamente divididas por una frontera entre dos naciones. Todos los grupos reconocían como suyos extensos territorios que comprendían tanto la costa del océano Pacífico como las sierras de Juárez y San Pedro Mártir y la cuenca del río Colorado, y fueron afectados 26

MARTÍNEZ, “La Baja California en 1836”, pp. 23-25. MAGAÑA, Población y misiones de Baja California, p. 57. 28 Tratado de Guadalupe Hidalgo, firmado entre Estados Unidos y México para el establecimiento de las nuevas condiciones de la frontera, en MOYANO PAHISSA, México y Estados Unidos, pp. 295-320. 27

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por las políticas tomadas tanto por México como por Estados Unidos con respecto a los grupos indígenas. Según Florence Shipek, los kumiai recibieron inicialmente al ejército estadunidense como a sus libertadores, puesto que el general Kearny les había prometido que sus tierras estarían seguras y protegidas, pero entre 1868 y 1875, la llegada de numerosos contingentes de colonos que tomaron las mejores tierras agrícolas y de pastoreo pusieron a los kumiai en la necesidad de comenzar a trabajar como jornaleros de los rancheros y, aunque en 1875 el presidente Grant colocó en reservaciones a unas cuantas aldeas kumiai, la mayoría quedaron sin tierras y tuvieron que elegir entre renunciar completamente a su identidad e integrarse a los grupos de trabajadores asalariados, o migrar a México con sus parientes y seguir libres, aunque con territorios cada vez más restringidos.29 Los habitantes decimonónicos del sur peninsular también inquirieron y obtuvieron respuestas acerca de los primeros pobladores de la Antigua California. El periodista e historiador Adrián Valadés decía de ellos en 1893: El indígena californio no había salido aún del estado salvaje y primitivo, y careció de los medios que sólo la civilización facilita a los pueblos, para que puedan alcanzar, en su constante proceso evolutivo, un valor histórico perdurable. Sumido en la obscuridad de la ignorancia, sus ideas giraron dentro de límites tan estrechos que apenas si su pensamiento se levantaba sobre los instintos naturales que lo esclavizaban, y a los cuales obedecían todos sus actos.30

En aquellos años, muchos de los intelectuales interesados en la historia de la humanidad abrazaban las teorías evolucionistas, según las cuales, la humanidad había pasado por tres estadios antes de llegar a la civilización, y el primero de ellos, el Salvajismo, correspondía al primer estrato cultural y se relacionaba con los grupos que ahora la antropología denomina cazadores-recolectores. Aun en el siglo pasado, con todo y el avance de disciplinas como la antropología y la profesionalización de la indagación histórica en 29 30

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SHIPEK, “Las repercusiones de los europeos en la cultura kumiai”, pp. 66-67. VALADÉZ, Temas históricos de la Baja California, p. 15.

LA CONSTRUCCIÓN DE LAS IDENTIDADES DE CONQUISTADORES Y CONQUISTADOS

Baja California Sur, la mirada sobre las sociedades nómadas estaba cargada del mismo etnocentrismo. Como ejemplo citamos al renombrado historiador Pablo L. Martínez, quien consideraba a los habitantes prehispánicos de tal territorio “en un estado cultural desastroso”. Añadía este autor que: “Seguramente, como piensan los expertos, cuando llegaron los primeros hombres a la península traían alguna mayor cultura, la cual se fue perdiendo gradualmente por falta de estímulo de la naturaleza ambiente”.31 Para terminar con estas reflexiones sobre la construcción de los sujetos históricos, hemos de decir que en tiempos recientes tuvo lugar un cambio importante en la forma de reconstruir el pasado de los cazadores-recolectores.32 Ha quedado establecido que las antiguas sociedades del desierto poseían culturas altamente especializadas y con un sorprendente grado de adaptación a su medio, del cual podríamos aprender mucho los habitantes del siglo XXI, tan preocupados por la relación sociedad-ambiente. El estudio de los pueblos que satisfacen sus necesidades de alimentación a través de la apropiación de recursos de la naturaleza ha sido una de las herramientas más importantes para explicar los primeros periodos de la historia cultural de la humanidad. A partir de épocas recientes y de estudios de campo con un enfoque más alejado del colonialismo, se ha dejado de considerar que los pueblos de estas características son como sobrevivientes del paleolítico, para tratar de comprenderlos como sociedades con una cultura compleja, de la cual solamente sus manifestaciones materiales son, por necesidad, sencillas. Si examinamos la trayectoria de cualquiera de las colectividades históricas que se clasifican como cazadorasrecolectoras, encontrarnos siempre que la parquedad de la cultura material, relacionada con la necesaria movilidad a la que los somete la actividad económica que desarrollan, no corresponde con la riqueza y complejidad que llegan a alcanzar otros aspectos de su cultura, como aquellos que tienen que ver con la espiritualidad. El análisis de la vida religiosa entre los cazadores-recolectores, hecho ahora sin el lente del catolicismo autoritario, encuentra su 31

MARTÍNEZ, Historia de Baja California, p. 53. Se considera que el cambio tuvo lugar a raíz de la publicación del texto Man the Hunter,publicado por Lee y Devore en 1968, que contenía visiones innovadoras acerca de los pueblos cazadores-recolectores del pasado y del presente. 32

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asiento precisamente en su cercanía y dependencia respecto de las manifestaciones de la naturaleza. Esta circunstancia provoca que todos los acontecimientos de su existencia se relacionen con formas de conciencia, a las que Mathias Guenther divide en conciencia práctica y conceptual, y estén enfocados hacia los animales, las plantas, los paisajes y sus cambios, así como los fenómenos meteorológicos y astronómicos.33 Sin negar que la actividad económica determina muchas características que pueden considerarse atribuibles a todos los cazadores-recolectores, es necesario puntualizar, sin embargo, que cada grupo puede ser explicado únicamente con base en su propia historicidad, es decir, las circunstancias locales, regionales y temporales que lo constituyen, del mismo modo que con relación al relato histórico, cada teoría creada, cada conocimiento generado, cada sujeto construido se relaciona siempre de manera directa con un tiempo, un espacio y una ideología particulares y como resultado de necesidades particulares. BIBLIOGRAFÍA B AEGERT , Juan Jacobo, Noticias de la península americana de California, La Paz, Gobierno del Estado de Baja California Sur, 1989. BARBOZA MARTÍNEZ, Darío, “La construcción de los sujetos sociales, entre Hegel y Althusser”, Revista Tales [en línea],núm. 4, 2011, [consultado el 28 de abril de 2013], pp. 313-324, http:/ /revistatales.files.wordpress.com/2012/05/313_nro4nro4.pdf BARTH, Frederik (comp.), Los grupos étnicos y sus fronteras. La organización social de las diferencias culturales, México, Fondo de Cultura Económica, 1976. BAUDOT, Georges, “Nahuas y españoles: Dioses, Demonios y niños”, en Miguel León-Portilla, Manuel Gutiérrez Estévez, y otros (eds.), De palabra y obra en el Nuevo Mundo. 1. Imágenes interétnicas, Madrid, Siglo XXI Editores, 1992.

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EL NORTE DE MÉXICO Y LA HISTORIA REGIONAL. HOMENAJE A IGNACIO DEL RÍO

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LA CONSTRUCCIÓN DE LAS IDENTIDADES DE CONQUISTADORES Y CONQUISTADOS

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Bernd Hausberger EL COLEGIO DE MÉXICO

El objetivo del presente ensayo es el análisis de la expansión misionera en el noroeste novohispano como conquista. La misión llevada a cabo por la Compañía de Jesús no se contraponía a la ocupación bélica, sino más bien funcionaba en una simbiótica colaboración y mutua dependencia con los procedimientos militares. Además de hacer patente esta circunstancia, mi texto quiere ofrecer algunas explicaciones del porqué la misión se llevaba tan bien con métodos violentos, lo que podrían parecer estar en contradicción con los ideales cristianos que muchos ven realizados en la labor evangelizadora jesuítica. Hay que subrayar que presentar una versión única de las misiones jesuitas, aunque sólo se trate de las realizadas en la Nueva España, es apenas posible. Limitando el enfoque al marco teórico-espiritual que le dieron los misioneros, la misión se muestra como una gran obra coherente, con objetivos y métodos comunes. Pero en la práctica prevalecían las inevitables adaptaciones a las específicas circunstancias regionales y locales, las que dependían de una serie de variables: de las culturas con las que había que tratar e interactuar para la cristianización; del contexto político en que se realizaba la obra (que, por ejemplo, en un caso fue tolerada por el gobierno chino, y en otro fue apoyada por la monarquía española en América); de las condiciones geográficas y ecológicas en las que había que trabajar;1 finalmente, también del tipo de personalidad de los padres, que trabajaban aislados y solos entre los neófitos. De esta manera, ninguna comunidad misionera era igual a la otra y cada una experimentó transformaciones en el tiempo. Por falta de espacio voy a limitarme, sobre todo, al inicio 1

Véase RADDING, Landscapes.

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de la misión jesuita en Sinaloa, es decir, al periodo entre 1591 y 1620, más o menos, y a la misión de la Baja California, iniciada a finales del siglo XVII. El inicio de la misión jesuita en el noroeste En la periferia noroccidental del imperio español, donde el poder militar de los europeos se había reducido considerablemente y la resistencia de los indígenas beligerantes había crecido, la Compañía de Jesús emprendió una de sus empresas misioneras más ambiciosas. Los jesuitas llegaron en 1572 a la Nueva España y empezaron su obra misional en 1591 en Sinaloa, en las faldas de la Sierra Madre occidental que bajan hacia la costa del Pacífico. Desde allí (y desde su colegio en Durango), extendieron sus misiones a los actuales estados de Durango, Sonora y Chihuahua y finalmente al sur de Arizona, la península de Baja California y a la sierra de Nayarit.2 Su avance fue detenido por los apaches en el norte y los seris de la costa sonorense del Mar de Cortés, grupos de cazadores-recolectores que desde finales del siglo XVII empezaron a incursionar en las poblaciones de la frontera. Esta expansión se llevó a cabo en una compleja interacción con la expansión minera, ganadera y también agrícola del sistema colonial. En 1767, los jesuitas fueron expulsados por decreto real de todos los dominios españoles y, de esta manera, también su labor evangelizadora encontró un repentino fin. La misión tenía como objetivo central la cristianización de gente no cristiana. Para tal proyecto era necesario asentar a los indígenas en un número manejable de lugares accesibles, donde los misioneros pudieran vigilarlos y predicarles la fe. En México, la política jesuítica significaba en casos excepcionales (como en Baja California) un cambio del nomadismo a la vida sedentaria y en algunas zonas la congregación de pequeñas y dispersas poblaciones y su reasentamiento en pueblos más amplios.3 En Sinaloa y Sono-

2 He intentado analizar este proceso en mi libro Für Gott und König, publicado en 2000; mientras tanto hay algunos estudios nuevos, p.ej., para la Nueva Vizcaya, DEEDS, Defiance and Difference. 3 HAUSBERGER, Für Gott und König, pp. 282-298.

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ra, en el momento de la llegada de los ignacianos, no había gran necesidad para tales cambios, aunque más adelante una y otra vez intentaría contrarrestarse el declive demográfico con medidas de congregación. Pero inicialmente la misión conservó los patrones de población existentes. A fin de asegurar la presencia de los indígenas en estas poblaciones, había que sustituir los productos de la caza y de la recolección por la fortalecida producción agrícola y ganadera, haciendo uso del trabajo de los indígenas. Como las nuevas comunidades requerían de bienes que había que adquirir por compra, por ejemplo, para el culto o para la vestimenta cristiana de los neófitos, era necesario producir un excedente para hacerse de ingresos necesarios. Por consiguiente, la misión se entrelazaba con los mercados mineros de la zona y adquirió rasgos de una institución económica. Como tal se hizo crucial que los jesuitas, por encima de toda filantropía, se opusieran (con bastante éxito) al expolio de las tierras y (con menos éxito) a la extracción de los indígenas para el trabajo forzado con los españoles.4 Conforme a la concepción del programa misional, este requería un rígido régimen administrativo. Por consiguiente, los jesuitas instalaron un sistema de autogobierno comunal, con un cuerpo de funcionarios indígenas (gobernador, fiscal, temastián, etcétera). Con frecuencia, eligieron a los nuevos jefes entre los antiguos caciques, a los que dotaron con insignias simbólicas de su rango, como ropas europeas o una espada.5 Es decir, los sistemas de mando, ciertamente entre los grupos del noroeste bastante débiles,6 se fortalecieron, siempre y cuando no se opusieran a la misión y su naturaleza no fuera considerada como en contra de la ley natural, por ejem-

4 HAUSBERGER, Für Gott und König, pp. 510-547; sobre el tema de las tierras, véase también LÓPEZ CASTILLO, El poblamiento en tierra de indios cahitas. Es de notar que los jesuitas prácticamente nunca sacaban títulos de los pueblos y sus tierras, limitándose a reclamar el derecho de la tradición. 5 ZR, vol. 5, pp. 277-278: P. Alonso de Santiago al P. Prov. Esteban Páez, villa de Sinaloa, julio de 1594; PÉREZ DE RIBAS, Historia de los triunfos de nuestra santa fe, v. 1, p. 309 y v. 2, p. 96. 6 “Tienen en cada pueblo alguno a quien obedecen en lo que quieren y les está bien, como es en hacer vino cuando se lo manda y cosas de guerra; en lo demás cada uno vive por sí sin más gobierno ni policía”, P. Martín Pérez, Relación de la provincia Nuestra Señora de Sinaloa, villa de Sinaloa, 1601, en O’GORMAN (ed.), “Relación de la provincia Nuestra Señora de Sinaloa”, p. 184.

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plo, como consecuencia de una amalgamación de funciones guerreras y mágicas en la persona de un cacique. Pero siempre —aunque a veces en vano— cuidaban que el gobierno comunal quedara en manos de personas de su confianza y nos se independizara de su control. Como principio se estableció que el misionero viviera entre los indios (aunque en la práctica, por falta de personal, una misión solía reunir dos o tres pueblos en un “partido”, viviendo el jesuita en “la cabecera” y quedando “los pueblos de visita” sin la vigilancia directa durante la mayor parte del año). La naturaleza de las culturas autóctonas del noroeste facilitaba el trabajo de los jesuitas. En el norte de Sinaloa y en Sonora, la mayoría de los indígenas sembraban maíz, frijoles y calabazas, si bien complementaron su dieta con la caza y la recolección. Los tempranos autores jesuíticos describían a las culturas del noroeste con un discurso altamente tópico, que las hacía parecer a todas bárbaras y necesitadas de la ayuda de los hombres de la Iglesia para introducirlos en la policía y liberarlas de las garras del demonio. Aunque a veces también utilizaban lo que les parecía bueno y civilizado para dar importancia a su labor, de esta manera, formaron una imagen negativa bastante persistente. Pero hay que suponer que a las sociedades del noroeste, en el tiempo de los primeros contactos, no les fue propia tanta rudeza como se les ha querido atribuir. Las fuentes hablan de poblaciones con casas de piedra o de adobe, de una agricultura intensiva y de pequeños reinos, aunque las jerarquías sociales eran poco acentuadas y las estructuras de liderazgo, fundadas sobre todo en el prestigio religioso y guerrero, eran débiles.7 Fueron las epidemias que cundieron en la zona con la entrada de los españoles y, finalmente, con la de los jesuitas las que hicieron sumergirse a este mundo en una profunda crisis. Tal imagen ayudaría a comprender el porqué los indígenas del noroeste aceptaron desde finales del siglo XVI la misión. Significaría que los jesuitas entraron en una zona fuertemente hostigada, además de las permanentes incursiones de los españoles, por las enfermedades europeas y con una población muy trastornada por la catástrofe demográfica que ponía en duda todos los sistemas sociales y valores tradicionales. 7 REFF, Disease Depopulation, and Cultural Change; HAUSBERGER, Für Gott und König, pp. 36-42.

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En Sinaloa, una década después de la conquista de Tenochtitlán habían entrado los primeros españoles pertenecientes a las tropas de Nuño de Guzmán, a los que siguieron otros en búsqueda de las ciudades doradas o sólo como cazadores de esclavos, como con los que se topó Cabeza de Vaca en 1536. De estas campañas quedó como única posición española establecida la villa de Culiacán, fundada en 1531, que formaría por medio siglo el último y más avanzado puesto de la Nueva Galicia. En la segunda mitad del siglo XVI se establecieron los primeros asientos mineros en la sierra entre Sinaloa y Durango y, a raíz de las expediciones de Francisco de Ibarra, todo el noroeste situado arriba de Culiacán fue integrado nominalmente en la nueva provincia de la Nueva Vizcaya, pese a que todavía no existía ningún dominio efectivo en la zona. Una y otra vez se intentó fundar una ciudad en la frontera y someter a la población al régimen de encomienda, e incluso llegaron clérigos para bautizar a la gente.8 Pero siempre los indígenas lograron repeler estos intentos de subyugación, aunque con grandes sacrificios. Cuando, por ejemplo, el asentamiento de San Juan Bautista de Carapoa, el que Francisco de Ibarra había fundado en 1563, tuvo que ser abandonado, según el cronista Antonio Ruiz, al retirarse, “[a los indios] se les hizo mucho daño a fuego y sangre, muchos presos de hombres y mujeres y muchachos, que era lástima ver por aquellos campos tantos muertos y ahorcados por los árboles que el capitán mandó ahorcar”.9 En 1583, los españoles regresaron y fundaron la villa de San Felipe y Santiago de Sinaloa. Mas, no obstante una brutal campaña que el gobernador de Nueva Vizcaya efectuó en la zona, la situación era precaria. Hasta 1591 permanecieron sólo cinco vecinos en la villa, los que se mantenían en un frágil acuerdo con los indígenas de sus alrededores, gracias a su capacidad de manipular a su favor los frecuentes conflictos interétnicos en la zona.10 En esta situación, los jesuitas fueron invitados por el gobernador de la Nueva Vizcaya para dar un nuevo impulso a la colonización de la franja pacífica de la provincia, en la que se esperaba encontrar los 8 RUIZ, Relación de Antonio Ruiz, pp. 30-31; OBREGÓN, Historia de los descubrimientos antiguos y modernos de la Nueva España, p. 235. 9 RUIZ, Relación de Antonio Ruiz, p. 37. 10 RUIZ, Relación de Antonio Ruiz, pp. 42-68.

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mismos metales preciosos como en otras partes del norte novohispano. A los colonos el proyecto misionero les prometía sentar las bases de un nuevo orden más estable y abrirles la posibilidad de hacer efectivas sus encomiendas otorgadas hasta ahora en gran medida sólo en papel. Esta pretensión, a la larga, chocaría con los intereses propios de los jesuitas. Pero por el momento la miserable villa de Sinaloa, en 1591, se convirtió en la base de operación, desde la cual los misioneros empezaron a visitar a los indígenas medio pacificados de los alrededores cercanos. La falta de control sobre el territorio se hizo evidente y, en 1592, el padre Gonzalo de Tapia manifestó su anhelo de una dominación colonial efectiva: Mucha parte de la gente de esta provincia está encomendada a españoles, que fue de importancia, por carecer, como dije, de cabeza. Mas por ser gente criada en tanta libertad, no puede ser, ahora, el gobierno tan fuerte como conviniera, para poner algunas cosas en orden y perfección.11

En otras palabras, cuando los jesuitas empezaron su trabajo ya existían contactos de diversa índole entre los naturales del noroeste y los españoles, en forma de intercambio de bienes y servicios y de constantes choques violentos. Aunque los indígenas habían sabido defenderse, los españoles siempre regresaban con renovados esfuerzos, matando gente y quemando campos, y con ellos también habían llegado las epidemias. Mientras que los españoles se habían mostrado como temibles guerreros, los jesuitas ofrecían una imagen de contraste. No traían armas, sino regalos: ganado, textiles, armas o herramientas de hierro, sobre todo para los jefes. Parecían no pedirles a los indígenas servicios sino les ofrecían una cosmovisión nueva, dando explicación a las catástrofes padecidas, ofreciendo soluciones para reordenar la existencia y prometiendo poner fin a la esclavitud y a los excesos de la encomienda. De aceptar la misión, los indígenas podían llegar a un arreglo con los colonos y recuperar la paz, y aún 11 ZR, vol. 5, p. 8: P. Gonzalo de Tapia al P. Gen. Claudio de Acquaviva, Sinaloa, 1 de agosto de 1592.

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más, vivir en concordia como nunca lo habían hecho antes, pues los padres no sólo prometieron poner fin a la guerra con los invasores sino también a las luchas interétnicas. La fe propagada por los jesuitas los convertía a todos en “hermanos”, sus pleitos se resolverían conforme el derecho real y, para el caso de que sus vecinos no cristianos los atacasen, los españoles les ofrecieron a sus amigos ayuda militar. En fin, los jesuitas obraron como abiertos propagadores y ayudantes de la expansión imperial, vendida como empresa pacificadora y civilizadora.12 Pero el atractivo de todo esto sólo podía darse en contraste con la enorme presión que los indígenas experimentaban por parte de los españoles. Los jesuitas aprobaron que se creara una situación que presentara la misión como única alternativa para garantizar la supervivencia. Los indígenas, ciertamente, la acogieron albergando sus propios intereses. La conversión se realizó, de esta suerte, en una interacción entre misioneros y misionados, que tomó variadas formas de colaboración y resistencia. Tal dinámica, sin embargo, no correspondía a la intención original de los jesuitas, sino que implicaba una permanente amenaza a la pureza de la verdadera y única fe y sus valores.13 Para los indios, el orden nuevo tenía un alto precio. Al aceptar la misión y la protección española, los indios se obligaban —a manera de una alianza militar— a prestar servicio armado en contra de los gentiles no sometidos, siempre cuando los españoles lo exigieran. En estas campañas, los indios ciertamente, con frecuencia, hacían extensivas sus antiguas enemistades interétnicas. Dependían ahora, sin embargo, del mando y de la aprobación de los españoles. Así, los tehuecos actuaban conforme a la voluntad de los españoles al atacar a los zuaques, pero les fue tomada como rebelión cuando agredieron a los ahomes.14

12 PÉREZ DE RIBAS, Historia de los triunfos de nuestra santa fe, v. 2, p. 44; P. ZR, vol. 5, p. 779: Diego de la Cruz al P. Rect. Martín Pérez, 1616; AGNM, Misiones 25, exp. 25, ff. 284v285r: P. Gaspar de Contreras al P. Prov. Andrés Pérez de Ribas, Santiago Papasquiaro, 5 de agosto de 1638. 13 Un ejemplo de la desconfianza de los jesuitas a la adaptación de la doctrina por parte de los indios, véase en ZR, vol. 5, pp. 97-98: Carta anua, México, 31 de marzo de 1593. 14 ZR, vol. 3, p. 107: Relación del P. Vicente de Aguila, Tehueco, 28 de noviembre de 1613.

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Aparte de las obligaciones militares, los indios tenían que escuchar la doctrina cristiana y, además, los ignacianos les exigían la profunda reorganización de su existencia, la que afectaba virtualmente todas las esferas de la vida: el campo espiritual, cultural, económico, social y sexual. Así, los indios tuvieron que transformar radicalmente sus formas de familia, cambiar su estilo de vestimenta, sus cortes de cabello y sus formas de adornarse; en sus casas se intentó introducir nuevas subdivisiones, sobre todo un dormitorio separado para los adultos; y las formas de curarse fueron reprimidas como hechicerías diabólicas.15 Entraban en vigor nuevos principios de trabajo forzado para los colonos españoles, en forma del repartimiento, aparte de que algunas de las viejas encomiendas siguieron vigentes durante un buen tiempo. A esto se sumaban las exigencias de trabajo comunal dentro de las misiones, a las que, aparte de su importancia económica, se les atribuyó una función educativa y ética.16 En suma, los indígenas trabajaban ahora más que antes para los europeos (laicos y jesuitas), aunque de forma más regulada y más calculable. El aprovechamiento colonial de los pueblos del noroeste de México, por lo tanto, sólo empezó con el establecimiento del régimen misional.17 Dentro de los grupos indígenas había, al parecer, serias desavenencias sobre qué hacer. Mientras que unos intentaban abrigar y continuar sus tradiciones en la mejor forma posible en las misiones, otros —inconformes con las estrictas reglas de los jesuitas— se retiraron a zonas de refugio en el desierto y las sierras. Sobre todo, se dio un flujo migratorio voluntario a los asientos mineros de los españoles. Estos movimientos disgustaban a los jesuitas, pero no encontraron modo de pararlos, entre otras cosas debido a la oposición de los empresarios españoles ansiosos de conseguir mano de obra. La salida de muchos descontentos, sin duda, sirvió

15 PÉREZ DE RIBAS, Historia de los triunfos de nuestra santa fe, v. 2. p. 227. En una campaña para congregar unos indios acaxee en la sierra, se les ordenó a los indígenas “el cabello largo que traen se trasquilen porque los hombres no es justo andar de esa manera sino las mujeres”; AGNM, Historia 20, exp. 19, ff. 193r-193v: Auto del capitán Diego de Ávila, s.l., 1° de marzo de 1600. 16 FARÍA, Apologético defensorio, p. 34; NENTUIG, El rudo ensayo, p. 65; compárese HAUSBERGER, Für Gott und König, pp. 399-406. 17 HAUSBERGER, “Comunidad indígena y minería”.

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también para bajar las tensiones internas de las comunidades misioneras. No obstante, también entre los que se quedaron estaba sembrada una semilla de discordia que dividía la comunidad e impedía acciones comunes. Los jesuitas manejaban esta dinámica con destreza. Era su táctica intentar ganarse, primero a los jefes y después se concentraban especialmente en las mujeres y en los niños, los que les parecían los más susceptibles a la doctrina. Así promovieron la división de las comunidades cuya capacidad de reaccionar quedaba debilitada. Todo esto podía justificarse en la Biblia, que ya plantea que la decisión por pertenecer a la comunidad de la verdadera fe estaba por encima de todas las otras relaciones humanas. No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí (Mat. 10: 34-37).

Para establecer distancia entre los reacios a la fe y los neófitos, recurrían a medidas simbólicas, pero tampoco tenían recelos de infligirles a sus opositores humillaciones públicas como rasurarles la cabeza o azotarlos, para destruir su prestigio. La problemática de la situación se puso manifiesta por primera vez cuando, en Sinaloa, los descontentos, liderados por un cacique azotado, mataron a su apóstol, al padre Gonzalo de Tapia, el 11 de julio de 1594, sólo tres años después de su llegada.18 Pero pronto acudieron refuerzos desde Culiacán y de Durango, y la mayoría de los indígenas, en vez de unirse a la insurgencia, enviaron a sus guerreros en ayuda de los españoles. Así, los rebeldes se vieron aislados y, poco a poco, fueron aniquilados. No obstante este desenlace, la aceptación del régimen misional no era segura. Así, los jesuitas exigieron a los representantes de la 18 PÉREZ DE RIBAS, Historia de los triunfos de nuestra santa fe, v. 1, pp. 176-179; RUIZ, Relación de Antonio Ruiz, pp. 79-83.

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corona que se estableciera un cuerpo militar permanente en la zona. Efectivamente, en 1601 se fundó en la villa de Sinaloa un presidio, el que con sus soldados y familias solidificó también la colonización de la región. Su capitán Diego Martínez de Hurdaide se convirtió en el coadjutor más estrecho de los misioneros en los años siguientes. Sobre todo el padre Andrés Pérez de Ribas, el cronista jesuita más importante de la época, utilizó a Hurdaide para construir el personaje-modelo ideal de la conquista espiritual emprendida como empresa común entre la cruz y la espada.19 Para el establecimiento del dominio español en la frontera, el papel de Hurdaide adquirió una importancia clave. No sólo era imprescindible para reprimir la resistencia indígena, sino asimismo fungió como justicia mayor de Sinaloa, subordinado al gobernador de la Nueva Vizcaya. Con su llegada, el territorio misionero se convirtió en una provincia española formal. Pronto llegaron también los curas seculares, enviados por el obispo de Durango, para la administración de los sacramentos a los habitantes de los reales de minas más estables. Lo que caracterizó el orden hispánico en las provincias misioneras del noroeste fue una división de funciones muy clara. A Hurdaide y a los posteriores capitanes y justicias mayores les quedaron atribuidas todas las tareas ejecutivas. A los jesuitas no se les permitió ejercer la justicia secular, y reconocieron muy pronto, si no desde el principio, las ventajas de no tener que hacerlo. Con las leyes reales y sus representantes había un sistema de derecho y una institución externa para vigilar el orden. Funcionaban, por consiguiente, dos instancias para resolver formalmente conflictos entre los indígenas, una mediadora: los jesuitas, y una ejecutiva: el capitán y, más tarde, el alcalde mayor.20 De esta suerte, los jesuitas no dañaban su prestigio y su aceptación como pastores de sus ovejas con la ejecución de los rigores de la ley. Al mismo tiempo intentaban influir, por no decir controlar, la elección de los funcionarios seculares, sobre todo dentro de las misiones, pero a veces también a nivel de la administración de la provincia, para asegurarse de colaboradores políticos susceptibles 19 20

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PÉREZ DE RIBAS, Historia de los triunfos de nuestra santa fe, v. 1, pp. 214-224. ZR, vol. 5, p. 779: P. Diego de la Cruz al P. Rect. Martín Pérez, s.l., s.f. [1616].

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a los consejos de los padres. De esta forma, Martínez de Hurdaide o, en el siglo XVIII, Esteban Rodríguez Lorenzo (el primer capitán del presidio de Loreto, en Baja California) fueron elegidos o al menos enérgicamente promovidos por la Compañía de Jesús. Los jesuitas querían tener su influencia en la política española en la zona, sin ser sus ejecutores. Esta tarea le quedó asignada al brazo secular. Con Hurdaide esto parece que funcionó muy bien, pero con sus sucesores no siempre.21 De la misma manera, las permanentes injerencias en el nombramiento de los funcionarios comunales, formalmente elegidos por los indígenas y confirmados por el alcalde mayor, causaron una cadena de problemas durante toda la historia misional.22 Una vez establecidos la misión, el presidio y la justicia real, tanto los laicos como los jesuitas expandieron sus respectivas zonas de control poco a poco. En su avance se toparon con pueblos nuevos y diferentes niveles de resistencia. Para superarla, resultarían claves las peleas interétnicas tradicionales, las que los europeos sabían instrumentalizar con habilidad. Para hacerles frente a sus enemigos y deshacerse de la latente amenaza por los españoles, nunca faltaba algún grupo autóctono que pidiera ayuda a los presidiales, o éstos ofrecían su fuerza militar por su cuenta, para después lanzar campañas contra los gentiles, destruyendo milpas y casas y ejecutando “culpables” o “indios judíos”, como los llamó un contemporáneo.23 La descripción que nos brinda el P. Pérez de Ribas del trato que algunos prisioneros tepehuanes recibieron por parte del gobernador de la Nueva Vizcaya tal vez fuera una expresión del imaginario del terror barroco, pero aun así es ilustrativa del espíritu con que se llevaron adelante las campañas de pacificación: “[…] mandóles dar tormento el gobernador, para que declarasen los puestos de su gente, se dejaban descoyuntar y hacer pedazos antes que declararlo o responder palabra. Tal gente como ésta se era [sic] la tepehuana y más endiablada y pervertida por su ídolo”.24

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POLZER, “The Franciscan Entrada into Sonora”. MIRAFUENTES GALVÁN, “El ‘enemigo de las casas de adobe’’’. 23 AGNM, Jesuitas II-4: Carta de Martín de Olivas, Topia, 4 de mayo de 1613. 24 PÉREZ DE RIBAS, Historia de los triunfos de nuestra santa fe, v. 3, p. 204. 22

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Los jesuitas, por su parte, se presentaron como intermediarios y ofrecían la paz a cambio de la sumisión a la doctrina y al rey. Así se ganó un grupo tras otro y se generó un sistema de alianzas basado en la ayuda recíproca. Los españoles podían contar con un ejército de indios amigos cada vez más grande, pero cuidadosamente fraccionado en entidades étnicas, y con siempre nuevos enemigos para castigar y someter. Esta alianza, además de su provecho militar inmediato, tenía una función disciplinatoria y un gran valor simbólico. Al preparar sus campañas, el capitán Hurdaide, al parecer como cosa de principios, exigía ayuda a todos sus aliados. Para no convertirse en sospechosos y evitarse problemas los grupos solicitados luchaban contra los enemigos que les fueron señalados, con lo que se reforzaban –o a veces se generaron– las animadversiones interétnicas o intergrupales y al mismo tiempo creció el valor que para cada grupo tuvo la alianza con los españoles. Este sistema de indios amigos, más tarde, sería de gran importancia en las luchas contra los apaches y seris.25 En suma, los gentiles se sometieron por una combinación de regalos, ofertas cristianas, terror, represión violenta y promesas de ampararlos precisamente contra estas mismas amenazas. Cuando la misión, en las próximas décadas, se extendió, a la sierra de Topia (entre Sinaloa y Durango), a la Tepehuana y a Sonora, la estrategia de expansión siguió el mismo modelo, que se aplicaba con plena conciencia. Los jesuitas insistían en la necesidad de tener el apoyo del brazo armado del rey. Eran ellos quienes habían exigido el presidio de Sinaloa, como lo exigirían más tarde también en Sonora, en la Pimería Alta o en Baja California. Sus tácticas en este campo llegaron a ser muy refinadas. Por ejemplo, convenían con los capitanes que fingidamente se condenara a la muerte a un reo, para salvarlo de la horca en el último momento, con lo que quedaban demostradas la rigidez del brazo militar y la misericordia del padre misionero. Así se contaba sobre el P. Gonzalo de Tapia: “Nunca jamás hizo castigo por sí, él ni ningún padre. Antes, si convenía hacerlo, lo avisaba al capitán, y después era el intercesor para el perdón. Y aunque no era presente, avisaba al capitán dijese a los culpados que no era más riguroso por habérselo él rogado”.26 25

HAUSBERGER, Für Gott und König, pp. 176-175. ZR, vol. 5, pp. 279-820: P. Alonso de Santiago al P. Prov. Esteban Páez, Villa de Sinaloa, julio de 1594. 26

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La dinámica de este avance vuelve a presentarse de forma muy clara frente a los yaquis, cuya misión con frecuencia se ha descrito como una conversión voluntaria. Lo que sabemos de lo ocurrido se debe exclusivamente a las narraciones hechas por los españoles, las que hay que leer con cautela. No obstante, permiten percibir a grandes rasgos la práctica misionera. Los yaquis habían entablado múltiples contactos con el sistema colonial desde las primeras correrías de los españoles en la zona. Muy pronto buscaron una alianza en desfavor de sus vecinos, los mayos y pimas bajos, que habitaban la zona entre su territorio y el ya controlado por los españoles.27 En 1613, los guerreros yaquis acompañaron a Hurdaide en una campaña al interior de la sierra. No obstante, los españoles vieron con recelo la libertad de los yaquis, los que por ejemplo recibieron en sus tierras también a indios huidos de las misiones. Por esta razón, una vez establecido el control sobre los mayos y unos grupos sureños de pimas bajos, se estableció cerca de región de los yaquis el fuerte de Montesclaros, con una guarnición permanente del presidio de Sinaloa. Hecho esto, Hurdaide buscó un acuerdo con los nébomes (pimas bajos) más al norte, para cercar a los yaquis y aumentar la presión sobre ellos.28 Al negarse éstos a someterse a la voluntad de los españoles, Hurdaide los atacó tres veces, pero fue siempre rechazado. Teniendo como trasfondo estos eventos, se ha intentado erigir la leyenda de la milagrosa conversión de los yaquis, pues éstos, aunque invictos, de repente en 1617 depositaron sus armas e invitaron a los misioneros a iniciar su labor evangelizadora entre ellos.29 No obstante, parece más probable que los yaquis habían comprendido el sinsentido de continuar la resistencia. Habían rechazado los ataques de Hurdaide, pero el capitán siempre regresaba en poco tiempo con una tropa cada vez mayor. A pesar de los fuertes combates, no había perecido ni un sólo español, pero al parecer sí muchos yaquis. Por consiguiente, según el padre Vicente de Águi27 OBREGÓN, Historia de los descubrimientos antiguos y modernos de la Nueva España, pp. 232-233. 28 ZR, vol. 11, pp. 339-340: P. Andrés Pérez de Ribas al P. Rect. Martín Pérez, s.l. s.f. [1613,] y vol. 4, p. 457: Martínez de Hurdaide al P. Rect. Martín Pérez s.l. s.f. [1614]. 29 Por ejemplo, SPICER, The Yaquis. A Cultural, pp. 16-18.

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la, “toda aquella nación estaba llena de temor no volviese allá el capitán, y [...] las mujeres no se atrevían a llegar al río por agua, pensando que pudieran estar allí los españoles en celada”.30 Además, de 1611 a 1612 y de 1616 a 1617, dos olas de epidemias habían cobrado muchas vidas entre los yaquis, reduciendo la población posiblemente a la mitad.31 En esta situación los yaquis se resignaron y llamaron como mal menor a los jesuitas,32 tal vez también porque se esperaba de ellos amparo contra las desastrosas enfermedades.33 Como prueba de su lealtad, Hurdaide les exigía a los yaquis la extradición de los enemigos refugiados en sus tierras o “en caso que no hallasen seguridad ni traza para prenderlos, los matarían o en alguna borrachera en que los hallasen o de otro modo que les fuera posible”.34 Pero los yaquis entregaron a los exiliados vivos para que los españoles los ejecutaran, y en mayo de 1617 los padres Tomás Basilio y Andrés Pérez de Ribas pudieron empezar la evangelización de los yaquis. No obstante, los misioneros tenían bien claro que no podía mantenerse el dominio cristiano en el noroeste si sus habitantes no vivían intimidados por los españoles. En 1637, el padre Tomás Basilio señaló “que los indios todos, y máxime los de Sinaloa, son hijos del miedo, y sin fuerza y milicia no se pueden gobernar ni conservar”.35 La misión de la Baja California A lo largo de la historia de la expansión misionera jesuítica en el noroeste, el ingrediente militar no disminuyó sino que más bien ganó de importancia. En la famosa misión de Baja California el uso de los medios militares asumía nuevas características. Cuando se inició la conversión de la península en 1697, ya se habían frustrado 30

ZR, vol. 3, p. 116: Relación del P. Águila, Tehueco, 28 de noviembre de 1613. REFF, Disease, Depopulation, and Cultural Change, p. 215. 32 AGNM, Historias 316, fol. 64r-64v: Cap. Martínez de Hurdaide al virrey marqués de Salinas, Culiacán, 6 de febrero de 1620; PÉREZ DE RIBAS, Historia de los triunfos de nuestra santa fe, v. 2, pp. 76-77; y la misma interpretación en NAVARRO GARCÍA, Sublevación yaqui. 33 Compárese PÉREZ DE RIBAS, Historia de los triunfos de nuestra santa fe, v. 1, p. 345, (aunque la cita no se refiere a los yaquis). 34 PÉREZ DE RIBAS, Historia de los triunfos de nuestra santa fe, v. 2, p. 80. 35 BZ, p. 319: P. Tomás Basilio a Gerónimo Sierra, río Yaqui, 8 de diciembre de 1637. 31

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varios intentos de conquista.36 Por último, fracasó, en 1684, la expedición del capitán Juan Isidro Atondo y Antillón, el que tenía en su compañía al posterior “apóstol” de la Pimería Alta, el padre Eusebio Francisco Kino. A raíz de esta experiencia, la Compañía de Jesús decidió hacer un intento propio que no dependiera de ninguna empresa colonizadora laica con miras a una ganancia inmediata. Más esto no significaba que querían prescindir del apoyo militar. Conocían las dificultades que culturas cazadoras-recolectoras como las californianas oponían a la misión, y el jefe de la empresa, el padre Juan María de Salvatierra, había hecho experiencias al respecto en la sierra de Chínipas.37 A partir del fracaso de Atondo y Antillón, Salvatierra criticaba que éste “no venía a reducir a los indios a la obediencia, sino sólo a descubrir; los dejó vivir en su brutalidad: ejemplar que nos ha perjudicado mucho”.38 Volvió a manifestar su inclinación a buscar la colaboración con los militares, cuando acompañaba al padre Kino en una expedición al río Colorado y le urgió a exigir más soldados de lo que él acostumbraba en sus largas exploraciones en búsqueda de una ruta terrestre de la Pimería Alta a California.39 Uno de los elementos claves del proyecto misionero de la California lo constituía una compañía de soldados, la que, dado el carácter religioso de la empresa con licencia real, se puso bajo el mando de los misioneros.40 Antes de que se pudiera reclutar la tropa, en la primera entrada Salvatierra sólo fue acompañado por ocho hombres, más un paje indígena, pero pudo contar también con la tripulación del barco que le llevaba.41 Cuando Salvatierra desembarcó el 16 de octubre de 1697 en la bahía de Loreto actuó con bastante destreza. Su llegada y las provisiones traídas causa36 37

DEL RÍO, A la diestra mano de Dios. PS, p. 32: P. Salvatierra al virrey duque de Alburquerque, México, 25 de mayo de

1705. 38

B, p. 114: P. Salvatierra al P. Proc. Juan de Ugarte, Loreto, 1° de abril de 1699. KINO, Favores celestiales de Jesús y de María Santísima, pp. 116 y 178. 40 Real provisión expedida del virrey conde de Moctezuma, México, 6 de febrero de 1697, citado en CLAVIJERO, Historia de la Antigua, pp. 98-99. Sobre el papel de los militares compárese DEL RÍO, Conquista y aculturación, pp. 100-112. 41 CROSBY, Antigua California. Mission and Colony, p. 3. Compárese la entrada posterior a la bahía de la Paz que siguió a una disposición similar: “No por eso dejé de llevar armas, las correspondientes a los marineros que iban, para que, en caso de alguna defensa, se valiesen de ellas”; BUG, p. 75: P. Visit. Juan de Ugarte, La Paz, 15 de marzo de 1721. 39

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ron la curiosidad de los indígenas de la zona. Los españoles, por lo tanto, fortalecieron su campamento, en que ayudaron los californianos ganados por los regalos, sin darse cuenta de la naturaleza de la obra. Al final se colocó un cañón, y a pesar de que explotó con el primer tiro que se hizo cuando el campo se atacó el 13 de noviembre, los indígenas fueron rechazados y la situación se volvió a calmar.42 Al terminarse la obra de fortificación, los europeos tenían un resguardo seguro, pero los californios aún no estaban dispuestos a someterse al régimen misional. Según Salvatierra, “era bien menester ya alguna demostración, porque con las idas, retiradas y vueltas de indios, se reconocía en ellos mucha soberbia y avilantez”. Esta demostración se les hizo en una escaramuza, y así “[se] les quebrantó el orgullo y soberbia, y reconocieron que saben pelear los nuestros en campo abierto y lejos de las trincheras, y así fue de mucha importancia esta batalla y victoria”.43 Ahora la labor evangelizadora podía empezar en serio.44 La protección militar de la misión siempre fue de importancia primordial. Con algún retraso se había reclutado parte de la compañía autorizada por la corona. Durante el diario impartir de la doctrina siempre había un soldado armado que cuidaba al padre45 y en las incursiones que los padres empezaron a hacer a zonas cada vez más retiradas siempre llevaban escoltas.46 Para facilitar la actividad de la tropa a caballo, se abrieron caminos, “pues con eso se tiene en freno la tierra, y con la luna camina de noche el soldado y se lo hallan sobre sí de repente; y este miedo de que puede llegar de repente el español, es mucho freno a las insolencias de los indios”.47 A las rancherías desperdigadas que se hallaban en el camino se les prometió ayuda contra sus enemigos, de la misma forma 42

BU, pp. 108-131: P. Salvatierra al P. Proc. Juan de Ugarte, Loreto, 27 de noviembre de

1697. 43

B, pp. 62-90: P. Salvatierra al P. Proc. Ugarte, Loreto, 3 de julio de 1698. P. Salvatierra al P. Visit. Antonio Leal, Loreto, 2 de septiembre de 1699, y P. Salvatierra al P. Kino, Loreto, 10 de septiembre de 1701, citados en KINO, Favores celestiales de Jesús y de María Santísima, pp. 86-88, 141-142. 45 B, pp. 94-95, 105: P. Salvatierra al P. Proc. Ugarte, Loreto, 1 de abril de 1699. 46 B, pp. 96: P. Salvatierra al P. Proc. Ugarte, Loreto, 1 de abril de 1699; NÁPOLI, The Cora Indians of Baja California, pp. 36, 40, 53. 47 B, p. 113: P. Salvatierra al P. Proc. Ugarte, Loreto, 1 de abril de 1699; B, p. 125-127: P. Salvatierra al P. Ugarte, Loreto, 9 de julio de 1699. Compárese DEL BARCO, Historia natural y crónica de la Antigua California, p. 285. 44

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como se había practicado en Sinaloa.48 Aunque los indios se sintieran más amenazados por los españoles que por sus vecinos, el sistema de alianzas pronto daba frutos.49 Poco a poco se logró de esta forma la pacificación de muchas rancherías enemistadas.50 No obstante, los jesuitas pronto se enteraron que el reducido número de su tropa imponía límites insuperables a su labor. En 1702 se quedaron con sólo 18 soldados y sus oficiales, a los otros hubo que darlos de baja por falta de dinero.51 En estas condiciones se prescindió del bautizo de los adultos, salvo de los moribundos, pues “si les diéramos el bautismo, corría riesgo de que los pervirtieran sus sacerdotes, y nosotros no los pudiéramos obligar a que cumplieran con las obligaciones de cristianos”.52 Por consiguiente, asediaron a los virreyes para que se responsabilizasen del financiamiento de un presidio en California, lo que finalmente les fue concedido por la corona en 1703, y una vez logrado esto, en los años siguientes no se cansaban de pedir un aumento de la compañía, pues “muestra la experiencia que en los indios nada o poca vale la razón que no es ayudada de la fuerza”.53 El mando supremo del presidio permaneció en las manos de los jesuitas, así como fue estipulado inicialmente entre la Compañía de Jesús y el virrey conde de Galve. No faltaron las ocasiones en que se cuestionó tal arreglo poco usual, pero los padres lo justificaban con la necesidad de controlar a los militares en condiciones tan delicadas como la de la misión californiana.54 En las misiones, los jesuitas, hasta el momento de la expulsión, pudieron contar con al menos un soldado de escolta.55 Aunque las relacio48

B, p. 102: P. Salvatierra al P. Proc. Ugarte, Loreto, 1° de abril de 1699. B, p. 96: P. Salvatierra al P. Proc. Ugarte, Loreto, 1° de abril de 1699; B, p. 190: P. Salvatierra al fiscal José de Miranda y Villazán, Loreto, 3 de abril de 1703. 50 B, p. 142-143: P. Salvatierra al P. Prov. Francisco de Arteaga, Loreto, junio de 1701. Compárese: BZ, pp. 237-239: P. Visit. Clemente Guillén al virrey marqués de Casafuerte, Loreto, 25 de septiembre de 1725. 51 PÍCCOLO, Informe del estado de la nueva cristiandad, p. 57. 52 PÍCCOLO, Informe del estado de la nueva cristiandad, p. 52. 53 BZ, pp. 237-239: P. Visit. Clemente Guillén al virrey marqués de Casafuerte, Loreto, 25 de septiembre de 1725. Compárese: BLB, M-M 1716: P. Proc. Jaime Bravo al virrey marqués de Valero, s.l. s.f. [ca. 1717-20]; NÁPOLI, The Cora Indians of Baja California, pp. 53-62. 54 HAUSBERGER, Für Gott und König, pp. 130-133; VENEGAS Y BURRIEL, Noticia de la California, v. 2, pp. 256-258; DEL BARCO, Historia natural y crónica de la Antigua California, p. 267. 55 VENEGAS Y BURRIEL, Noticia de la California, v. 2, pp. 246-247; NSB, pp. 191-192: P. Juan Jacobo Baegert al P. Georg Baegert, San Luis Gonzaga, 23 de septiembre de 1757; DEL BARCO, Historia natural y crónica de la Antigua California, pp. 236-240, 298. 49

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nes con los soldados poco cultivados —y al parecer descontentos con el servicio en los recónditos pueblos— a veces eran problemáticas, los jesuitas no encontraron alternativa para renunciar a este “mal necesario”.56 Al ausentarse un padre de su misión, la regla era que le sustituyera un soldado. Cosa así no se conocía en ninguna otra parte y sirva como prueba de la destacada importancia del apoyo militar en la misión californiana.57 Aun así, la fe tardaba en arraigarse entre los californios, pero, como comentaba el padre Baegert, no porque se les tratara de forma demasiado dura, sino porque no había suficientes soldados sin los cuales no era posible la misión.58 Con todo, no se trataba tanto de imponerse por la fuerza bruta. El objetivo principal era evitar la guerra abierta mediante oportunas demostraciones de poder. Se esperaba doblegar a los cazadores-recolectores con el mero miedo que se les infligía, consciente que sería extremamente difícil lograr el mismo resultado por la guerra (como se sabía desde las luchas contra los chichimecas en la segunda mitad del siglo XVI). El padre Consag, por ejemplo, en una de sus incursiones a las tierras no sometidas, fue acompañado por una escolta de soldados españoles y más de cien indios cristianos. El padre Miguel del Barco justificaba tan impresionante ejército con que una tropa más pequeña fácilmente podía inducir a los indígenas a un ataque y obligar de esta manera a los cristianos a herir o matar a algunos de ellos. La consecuencia hubiera sido el arraigamiento del odio. Una tropa grande, por lo contrario, con su mera presencia, impedía actos de resistencia desde el principio y apoyaba de esta forma a construir una relación de confianza con los no cristianos.59 La intimidación fue un medio más provechoso para la propagación de la fe que el empleo real de la violencia, premisa que ciertamente sólo funcionaba en contraste con el ocasional uso estratégico de medios más rudos.60 56 VENEGAS Y BURRIEL, Noticia de la California, v. 2, pp. 282; DEL BARCO, Historia natural y crónica de la Antigua California, p. 303. 57 BAEGERT 1773: 270; VENEGAS Y BURRIEL, Noticia de la California, v. 2, pp. 246-247. 58 NSB, p. 169: P. Juan Jacobo Baegert al P. Georg Baegert, San Luis Gonzaga, 4 de octubre de 1754. 59 DEL BARCO, Historia natural y crónica de la Antigua California, pp. 272-273; TARAVAL, La rebelión de los californios, p. 158; DEL RÍO, Conquista y aculturación, p. 88. 60 Véase, por ejemplo, DEL BARCO, Historia natural y crónica de la Antigua California, pp. 307-310.

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La importancia de una eficiente colaboración entre cruz y espada la demostró la rebelión que en 1734 se daba en el recién evangelizado sur de la península y que costó la vida a los padres Nicolás Tamaral y Lorenzo Carranco. En la persecución de los culpables se pasó por las armas a no poco número de indios, sin que se lograra calmar la revuelta.61 Finalmente, el gobernador de Sonora y Sinaloa, Manuel Bernal de Huidobro, se trasladó a California. Mas se llevaba mal con los misioneros y los pleitos que se daban con él ilustran la lógica de la “conquista espiritual” que los jesuitas protagonizaron en el noroeste. Huidobro no perseguía a los rebeldes para castigarlos como pedían los misioneros, sino les hacía ofertas de paz. Con esto se convertía en el antípoda de Martínez de Hurdaide. Su política, según la visión de los misioneros, le hizo perder el respeto de los indios y les arrebató a los misioneros su papel de mediadores en los conflictos y portadores de la paz y, con esto, les quitaba autoridad. Los jesuitas insistían en que los indios, para vivir según las reglas cristianas, tenían que tener miedo a las armas del rey y creer que los únicos que les podían dar amparo eran los jesuitas. Esta división de trabajo había que respetarla si no quería ponerse en riesgo toda la labor misionera y con ella el dominio español en la frontera. Los jesuitas reclamaron, por lo tanto, el retiro de Huidobro de la península. Cuando en 1740, durante la rebelión de los yaquis, reaccionó con la misma actitud pusilánime, intervinieron para quitarle su empleo.62 Si bien los jesuitas se oponían a la violencia indiscriminada, no vacilaron nunca en pedir el castigo físico —y hasta la muerte— para indios desobedientes o rebeldes. Para esto introdujeron una división de funciones astuta. A los militares les correspondían las represalias, el asustar y el castigar con mano dura a los renitentes y a los jesuitas les pertenecían el habla blanda, el perdón, la reconciliación y la paz. Se cuidaban de no aparecer inmiscuidos en el ejercicio de la violencia; y denunciaron como totalmente inapropiado que un capitán declarara una amnistía sin la participación de los padres, como lo hizo Huidobro.63 En estas circunstancias, la conversión voluntaria se convierte en un lugar común altamente teórico. Hasta los jesuitas mismos 61

TARAVAL, La rebelión de los californios, pp. 115, 107-108. HAUSBERGER, Für Gott und König, pp. 378, 504-505. 63 TARAVAL, La rebelión de los californios, pp. 135-136, 157-159. 62

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reconocieron que misioneros y soldados habían entablado en California una unidad como en ninguna otra parte: Aquí [...] el presidio y misiones están tan trabados entre sí y dependientes, que no se da paso sin ministerio y ayuda de sus soldados. Para plantar, propagar y establecer el santo evangelio, es de tal modo necesaria su asistencia, que ambos gremios andamos y hacemos un cuerpo en la operación y ejercicio de los ministerios, con que se convierten y reducen estas almas.64

Los impulsos universalistas de la expansión española en el noroeste de México El recurso a las armas por parte de los jesuitas podría sorprender, pero intentaré demostrar que no estaba en contradicción con los ideales misioneros, sino más bien se derivaba de ellos. La religión católica aportaba al imperio español, aparte de colaboradores, un impulso expansionista que se nutría en el universalismo cristiano, basado en la fe de un único Dios para toda la humanidad y en la postulación de la igualdad de todos los hombres frente a Dios (y no en la tierra). Tal reivindicación universalista, a partir del encargo bíblico de enseñar la fe a todos los pueblos, se formuló un objetivo de alcance universal: salvar a todas las almas del infierno, y el instrumento para ello fue la misión. Puede decirse que se trataba de una necesidad sistémica. Según Niklas Luhmann,65 una religión necesita, como cualquier sistema, definir su espacio de inclusión y su espacio de exclusión, es decir, precisar quiénes le pertenecen y quiénes no, y para esto debe definir también sus fronteras. Pero —así podríamos continuar el modelo— una religión monoteísta que reclama la validez de su dios para toda la humanidad, al mismo tiempo que tiene que definir sus fronteras, nunca puede reconocerlas, si es que no quiere renunciar a su reivindicación universal. Por lo tanto, se esfuerza permanentemente por la inclusión de todos los que están fuera mediante la conversión, siem64 BZ, p. 447: P. Sebastián de Sistiaga al P. Prov. Cristóbal de Escobar y Llamas, San Ignacio, 19 de septiembre de 1743. También: BLB, M-M 1716: P. Sistiaga al P. Proc. Gen. Pedro Ignacio Altamirano, San Ignacio, 20 de abril de 1747. 65 LUHMANN, Die Religion der Gesellschaft.

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pre redefiniendo al mismo tiempo el espacio de exclusión. Misión significa, en otras palabras, una expansión dinámica de las fronteras de un sistema religioso.66 Para los ignacianos, la razón suprema de la misión debía ser la salvación de las almas de los indios. Conforme el teórico misionero jesuita más destacado de su época, el padre José de Acosta, todos los hombres no cristianos eran bárbaros y condenados al infierno. Para explicar los problemas enfrentados para la salvación, Acosta definió tres clases de bárbaros, para lo cual argumentaba con los grados de convergencia de sus formas de vida con el “derecho natural”. El nivel más alto lo ocupaban las civilizaciones orientales de la India, China y Japón, las que se podían convertir a la fe con los mismos métodos pacíficos con que antaño se había logrado la cristianización de los romanos. En el segundo nivel, Acosta ubicaba a las culturas mesoamericanas y andinas. Poseían un orden civil estructurado y religiones desarrolladas, mas sus sistemas de escritura eran rudimentarios y practicaban una serie de costumbres perversas como, por ejemplo, los sacrificios humanos. Acosta consideraba su sumisión a un gobierno cristiano como indispensable para la conversión; las partes de sus leyes y costumbres que no contradecían al derecho natural, sin embargo, se debían conservar, ante todo sus derechos de propiedad. Los pueblos, con que los jesuitas tratarían en sus misiones fronterizas de América, pertenecían todos al tercer y más bajo nivel de la barbaridad. Según Acosta, vivían como animales, apenas con sentimientos humanos, sin rey, sin ley, sin fe, sin orden civil y sin morada fija; eran crueles, caníbales, desenfrenados sexualmente y andaban desnudos o semidesnudos. Como lo puntualizaría el gobernador de la Nueva Vizcaya, Francisco de Urdiñola, “para que sean cristianos es primero necesario convertirles en gente”,67 y si era necesario, por fuerza:68 66 Con más detalle en HAUSBERGER, “Mission: Kontinuität und Grenzen”. Obviamente hay estrategias discursivas para evitar tal expansionismo obligatorio, por ejemplo, sosteniendo la desigualdad de los hombre frente al Dios universal, entre los por él elegidos y el resto desmerecido de su gracia. 67 ZR, vol. 8, p. 268: Memorial del Gob. Francisco de Urdiñola, Durango, 22 de febrero de 1604; véase, por ejemplo, la relación sobre el supuesto canibalismo de los acaxee del P. Hernando de Santarén, GR, pp. 375-376, 381: Anua del año de 1604. 68 ACOSTA, De procuranda indorum salute, pp. 45-48, 220-221.

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A todos estos que apenas son hombres, o son hombres a medias, conviene enseñarles que aprendan a ser hombres e instruirles como a niños. Y si atrayéndolos con halagos se dejan voluntariamente enseñar, mejor sería; mas si resisten, no por eso hay que abandonarlos, sino que si se rebelan contra su bien y salvación, y se enfurecen contra los médicos y maestros, hay que contenerlos con fuerza y poder convenientes, y obligarles a que dejen la selva y se reúnan en poblaciones y, aun contra su voluntad en cierto modo, hacerles fuerza para que entren en el reino de los cielos.69

Esta legitimación del uso de la fuerza culminó en el dictamen de que no era posible la conversión de los bárbaros americanos sin someterlos, previamente, a la dominación de un rey cristiano, pues “debe guardarse como regla común y canon inviolable, que en esas circunstancias cuantas naciones de indios se resuelvan a abrazar la fe pasen al cuidado y administración de nuestros reyes”.70 Las monstruosidades en contra del derecho natural tenían que ser corregidas con rigor. Al mismo tiempo, los jesuitas no querían convertir a los indios mediante la fuerza, pero, según ellos, debían emplear la fuerza para crear las condiciones necesarias para que los bárbaros escuchasen el mensaje de la fe. Como consecuencia, los padres podían oponerse a los excesos de la colonización, pero nunca se oponían a la colonización misma. Conforme al dictamen del P. Acosta, los jesuitas en la Nueva España una y otra vez expresaban su convicción de que entre los bárbaros sin dominación no habría fe. Si muchas veces no aprobaban el trato concreto que los indígenas recibieron por los españoles, subordinaron su malsentir a su gran objetivo de la salvación. Pues, finalmente, ningún dolor terrenal equivalía a la desgracia eterna que esperaba a los que no fueran salvados por las aguas del bautizo e introducidos a una vida en policía según el derecho natural y los preceptos de la religión cristiana. De esta manera, los jesuitas se esforzaban para desvanecer cualquier sospecha de que actuaban en contradicción con los ideales católicos de la época. El padre Andrés Pérez de Ribas, dedicó todo un capítulo de su extensa crónica para explicar la unidad 69 70

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ACOSTA, De procuranda indorum salute, p. 48. ACOSTA, De procuranda indorum salute, p. 220.

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entre rey y fe, “en que se prueba cómo el uso de los presidios no se contraviene al modo apostólico de predicar el Evangelio”.71 Aún a mediados del siglo XVIII se recurría a los argumentos de Acosta para justificar el apoyo en los presidios y el uso de los soldados en la misión.72 Inherente a tal idea de la misión de los bárbaros había una tendencia totalitaria. La expansión misionera no pretendía establecer la unidad de la humanidad por encima de todas las diferencias o de la mezcla igualitaria de las culturas misionera y misionada, sino planteó la confección de la unidad mediante la anulación de todos los rasgos diferenciadores que afectaban al sistema religioso.73 En el caso de la misión jesuita, tales rasgos no se limitaban al campo de la religión, sino abarcaban también lo cultural y lo social, conforme las normas establecidas mediante el derecho natural. “La simple fornicación”, argumentaba, por ejemplo, el P. Acosta, “que los gentiles comúnmente no la creen mala, debe enseñárseles que es contraria de muchas maneras a la ley de Dios, y la misma ley natural”.74 El recurso al derecho natural, por lo tanto, representa sólo otro nivel para formular la superioridad universal de la cultura del occidente y, en el caso de los habitantes de las periferias americanas, servía, como ya hemos referido más arriba, para justificar la intervención represiva contra casi todas las formas de su existencia. Es cierto que en otros contextos, por ejemplo en China, la India o en Japón, la misión funcionaba más como mecanismo de intermediación entre mundos diferentes, aportando también a la transferencia de elementos culturales a Europa. Justamente los jesuitas se mostraban especialmente adaptables a las más diversas condiciones, debido a su marcada disposición a la acomodación (accomodatio), que ya les exigían los principios de la orden.75 71

PÉREZ DE RIBAS, Historia de los triunfos de nuestra santa fe, v. 1, pp. 196-201. VENEGAS Y BURRIEL, Noticia de la California,v. 2, pp. 253-254. 73 Esto no fue política exclusiva de la Iglesia católica; véase, por ejemplo, KØÍ•OVÁ, La ciudad ideal en el desierto. 74 ACOSTA, De procuranda indorum salute, p. 476. 75 Por ejemplo, LABRADOR HERRAIZ, “El sistema educativo de la Compañía de Jesús”, p. 28; también Ratio atque institutio studiorum, p. 103: “Ubi enim nec fidei doctrina nec morum integritas in discrimen adducitur, prudens caritas exigit, ut nostri se illis accomodent, cum quibus versantur”, (aunque se refiere aquí explícitamente a la vida entre católicos). 72

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No obstante, nunca abandonaron la idea de la validez universal del cristianismo monoteísta. La accomodatio jesuita no era un fin sino sólo un medio (y la sospecha de que este medio se convirtiera en fin, dio motivo a acalorados pleitos dentro de la Iglesia). Se utilizó para favorecer la difusión de la fe y de la Iglesia, así como ya lo había exigido la Biblia. San Ignacio de Loyola cita, por ejemplo, en los Ejercicios espirituales (§ 281) a San Mateo: “Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas” (Mat. 10: 16). La accomodatio, de esta manera, muchas veces no era más que un disfraz o un fingimiento, y la conversión pudo entenderse, conforme a la parábola del pescador (Mat. 4, 18-19, Mk. 1, 16-17, Lk. 5, 10), como un lance de red, así como San Ignacio se los había insinuado en una carta de 1541.76 En la América española, donde las diferencias culturales y morales entre las normas indígenas y europeas fueron vistas como muy profundas, los jesuitas aprovechaban de forma consecuente las facilidades que el poder colonial puso a su disposición para aumentar la presión e imponerse contra todos los intentos de persistencia y resistencia. Análogamente a las políticas fronterizas del imperio español, las estrategias misioneras en las fronteras de la fe oscilaron entre agasajos caritativos y la ruda represión. Después de que en el transcurso del siglo XVI, los intelectuales españoles habían llevado a cabo apasionados altercados sobre los derechos y el justo trato de los amerindios, cuyo mejor exponente fue fray Bartolomé de las Casas, en la realidad americana se impuso un realismo pragmático. En el campo de la misión, el padre Acosta exhortó a los misioneros a que “no antepongamos las ociosas cavilaciones de algunos inexpertos [¿las Casas?] a la experiencia y verdad que enseñan los hechos”.77 ¿Cómo funcionaba esta política en la práctica?, ya lo he esbozado en los apartados sobre el inicio de la misión en Sinaloa y Baja California. Agrego aquí que la integración a la verdadera fe, con todas sus implicaciones culturales, a raíz del pensamiento social 76

L, p. 752: San Ignacio a los PP. Broet y Salmerón, Roma, principio de septiembre de

1541. 77

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ACOSTA, De procuranda indorum salute, p. 48.

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de la época, de la estructura imperial jerarquizada o de los intereses coloniales de los españoles en América, nunca tuvo como objetivo la integración de los indios a una sociedad en la que todos tuvieran los mismos derechos. Las disposiciones legales para que se respetaran los altos rangos sociales indígenas como nivel de la nobleza, a lo largo no podían remediar esta situación (aunque contribuyeron a su enorme complejidad). Para los indios, al menos en su gran mayoría, fue prevista la posición social de una clase subalterna, fundamentalmente campesina. La estabilidad de este orden fue cimentada culturalmente, es decir, a los indígenas se les conservó en una cultura diferenciada de la de los españoles, ya desde sus propios idiomas. Para que las mujeres se vistiesen según las normas de la decencia occidental, no se les introdujeron trajes españoles, sino el huipil de los indígenas mesoamericanos.78 Sin duda, en esta “indianización” entraba también toda la gama de resistencia que los indígenas empleaban en defensa de sus tradiciones. Si con ello aseguraron su supervivencia como grupos identitarios, al mismo tiempo contribuyeron a que se estableciera el orden de la sociedad de castas, que, usando un concepto de Michael Hechter, podría denominarse un sistema de división cultural de trabajo.79 Conclusión En este ensayo quise describir el avance misionero en el noroeste como proceso producto de la práctica. En él se esfumaron muchos debates teóricos de la época debido a la presión de los problemas concretos, pero al mismo tiempo esta práctica recibió una fuerte impronta por las fuerzas ideológicas y discursivas que la impulsaron, sobre todo por el universalismo monoteísta-católico. Aunque los jesuitas realizaron una gran parte del trabajo necesario para la integración efectiva del noroeste al dominio español, actuaban —conforme las reglas del patronato real— como subordinados al rey. La corona y muchas veces también los colonos (o partes de ellos) respaldaron las misiones con tropas presidiales o milicianas. 78 ZR, vol. 7, p. 471: P. Juan Bautista Velasco al P. Prov. Francisco Váez, Villa de Sinaloa, 8 de octubre de 1601. 79 HECHTER, Internal colonialism, pp. 9, 39-43.

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Aunque, sin duda, tampoco entre ellos faltaban personajes profundamente piadosos, en sus acciones se guiaban más que nada por intereses materiales. Los padres habían entendido muy bien la naturaleza de la expansión colonial y sabían que la evangelización de los indígenas debía proporcionar algún beneficio real, si quería gozar del apoyo laico. La alianza entablada aseguró a los jesuitas el apoyo militar y facilitó a los españoles, sobre todo, la explotación de las minas, la que a la vez permitió a los jesuitas hacerse de los ingresos necesarios para financiar la evangelización. La misión, de esta suerte fue un instrumento de expansión colonial. Para los padres todo esto fue aceptable, porque perseguían un objetivo trascendental, más importante que cualquier injusticia terrestre, la explotación económica o los muertos impartidos por los soldados: la salvación de las almas del eterno infierno de toda un parte de la humanidad. Los indígenas no tomaron una actitud pasiva frente a la imposición de que fueron objeto, sino que reaccionaron de forma muy variada, a veces guiados por la esperanza de poder instrumentalizar a los españoles en favor de sus propios intereses. Pero, aunque sus formas de resistencia hayan marcado las sociedades coloniales y postcoloniales hasta hoy, no pudieron evitar la sumisión. De esta suerte, la justa insistencia en la agencia (agency) de los indígenas en la historia misional80 corre el peligro de oscurecer el carácter altamente represivo de la evangelización jesuítica, al menos en el caso novohispano. FUENTES Y REFERENCIAS AGNM B BLB BU BUG BZ GR

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80 La agencia de los misionados ha sido uno de los temas centrales de la llamada new misión history; véase por ejemplo, LANGER Y JACKSON, New Latin American Mission History.

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MISIÓN Y CONQUISTA EN EL NOROESTE NOVOHISPANO, SIGLOS XVI-XVIII

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DESINTEGRACIÓN Y RESTABLECIMIENTO DEL SISTEMA MISIONAL EN NUEVA VIZCAYA, 1767-1793

José de la Cruz Pacheco Rojas UNIVERSIDAD JUÁREZ DEL ESTADO DE DURANGO INSTITUTO DE INVESTIGACIONES HISTÓRICAS

En el presente trabajo me propongo hacer un ejercicio de reflexión acerca de lo que les ocurrió a los pueblos indígenas de la Nueva Vizcaya que estuvieron sujetos al sistema jesuítico misional después de la expulsión de los jesuitas, basado, principalmente, en los informes del gobernador Josef Fayni de 1773 y del primer intendente de Durango, Felipe Díaz de Ortega de 1787, con la idea de dar cuenta de los procesos de cambio ocurridos en los pueblos indígenas y de los proyectos generados por las autoridades civiles y eclesiásticas que condujeron al restablecimiento del sistema misional. En el primero, Fayni da cuenta del estado material y espiritual que guardaba la población indígena de la provincia seis años después del extrañamiento de los jesuitas, para a partir de ello proponer “un nuevo método de gobierno espiritual y temporal para el mejor establecimiento de las misiones y doctrinas de las naciones y pueblos que abrazan sus distritos”. En el segundo, Díaz de Ortega formula una extensa relación de propuestas que serán ejecutadas durante su gobierno y se verán reflejadas en el informe sobre las misiones del conde de Revilla Gigedo de 1793. La desintegración del sistema misional En la segunda mitad del sigloXVIII el sistema jesuítico misional, en Nueva Vizcaya, se había reducido a las provincias Tarahumara, Tepehuana, Topia y San Andrés. En 1753 fueron entregadas a la diócesis de Durango las 22 misiones jesuíticas de las provincias de la Tepehuana, Topia y San Andrés, una vez que, en mi opinión, los padres ignacianos llegaron a la conclusión de que los pueblos que 243

EL NORTE DE MÉXICO Y LA HISTORIA REGIONAL. HOMENAJE A IGNACIO DEL RÍO

habían estado bajo su cuidado desde finales del siglo XVI ya no necesitaban de su presencia porque todos eran cristianos, hablaban castellano y, en general, “eran ladinos” o mestizos. En nuestra opinión, el proyecto jesuítico de cambio social, religioso y cultural se había consumado entre los indios tepehuanes, acaxees y xiximes de la Sierra Madre Occidental.1 Al mismo tiempo, apoyados en los intereses de la corona por conquistar a los nativos californianos en el menor plazo posible, los jesuitas tenían fe en que el rey les confiaría dicha empresa, incluso hasta los facultaría para que fueran ellos los que efectuaran el pago de sueldos a las escoltas, como ya ocurría en las misiones de la antigua California. Este plan de conquista tenía desde luego como fondo temporal la explotación intensiva de la «pesquería de perlas, guardar las costas, facilitar el comercio». Para lo cual ordenaba se mantuvieran dos balandras armadas en guerra entre las costas de tierra firme y las de la península, y se prestara todo el auxilio necesario para la transportación de los misioneros. La estrategia misional a poner en práctica en estas tierras era adelantar la fundación de misiones por la parte norte, entre los pimas altos, reducir las naciones de los cocomaricopas y de los yumas en pueblos de misión, que llegaban hasta el río Colorado, cerca del golfo de California, fundando un pueblo a la orilla de este río; se creía que de esta forma se tendría el paso seguro a las Californias: … y logrando allí algún progreso con la nación de los hoabonomas o con la de los bajicopas, que es dócil y de buen trato, podrán fundar otro pueblo para tener asegurado en una y otra orilla el paso del mismo río, y la comunicación con toda la tierra firme: y con este cimiento irse bajando por la tierra de las Californias, a buscar las misiones antiguas.2

El proyecto de extender los dominios españoles más al norte y consolidarlo en la península de Baja California, lo mismo que detener algunas sublevaciones indias apoyado en el régimen misional, 1

PACHECO ROJAS, “Misión y educación”, pp. 197-214. ALEGRE, Historia de la provincia de la Compañía de Jesús, t. IV, p. 418. Pese a estas disposiciones reales, su ejecución se retardó. Véase igualmente BURRUS Y ZUBILLAGA, El noroeste de México, pp. 43-44. 2

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DESINTEGRACIÓN Y RESTABLECIMIENTO DEL SISTEMA MISIONAL EN NUEVA VIZCAYA

tenía el gran problema de la falta de operarios. Para ello la Compañía de Jesús pensó en subsanar esta carencia con el traslado de los misioneros de Nueva Vizcaya fortaleciendo al mismo tiempo su presencia, por eso propusieron la cesión de las 22 misiones de la tepehuana y Topia. Así, el 30 de noviembre de 1745, siendo provincial el padre Cristóbal de Escobar, de acuerdo con el parecer del visitador Baltasar, propuso al rey, en extenso informe, la cesión de dichas misiones bajo la consideración de que ya estaban «enteramente reducidos y acostumbradas a la vida civil». Ese mismo año el provincial Cristóbal de Escobar le había hecho la misma propuesta al obispo de Durango, Martín de Elisacoechea, para que las ocupasen clérigos, lo que el diocesano no había admitido.3 Empeñado en cederlas, se propuso mostrar la viabilidad de la ocupación por el ordinario, para tal efecto el padre Baltasar elaboró una relación pormenorizada de cada una de ellas señalando, sobre todo, las posibilidades para la creación de curatos o, en su caso, la agregación a los ya existentes con la idea de facilitar la cesión apoyado en el informe del visitador Juan A. Baltasar sobre las 11 misiones de los tepehuanes y las 11 de Topia (c. 1745).4 Bien podemos decir que el proceso de entrega o secularización de dichas misiones comenzó en esas fechas para culminar en 1753. A partir de ese momento las otrora cabeceras misionales se transformaron en curatos,5 y desde entonces tuvieron un desarrollo económico y demográfico importante, en especial los pueblos de la Tepehuana como Santiago Papasquiaro, Santa Catarina de Tepehuanes y San Miguel de Bocas y en Topia, su cabecera, Tamazula, Otáez y Canelas, transformándose al cabo del tiempo en sede de los poderes municipales. El obispo Tamarón y Romeral reporta 13 curatos en ambas provincias en 1765, de los cuales solamente dos no poseían cura.6 Por lo que hace a la provincia Tarahumara Baja y Alta, desde el momento de la expulsión de los jesuitas, 1767, el comandante de Chihuahua, Lope de Cuellar entregó las primeras misiones a los frailes franciscanos del Colegio de Guadalupe de Zacatecas, y en 3

ALEGRE, Historia de la provincia de la Compañía de Jesús, t. IV, pp. 413 y 423. BURRUS Y ZUBILLAGA, El noroeste de México, pp. 287-289. 5 TAMARÓN Y ROMERAL, Demostración del vastísimo obispado, pp. 74-94. 6 TAMARÓN Y ROMERAL, Demostración del vastísimo obispado, pp. 63-120. 4

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1768 se añadieron otras, que hicieron un total de 15 en calidad de cabeceras, más sus pueblos de visita.7 En esta provincia, los curatos existían solamente en los reales de minas de importancia económica como Real de Topago, Santa Gertrudis, San Agustín, San Juan Nepomuceno, Maguaríchic, Uruáchic, Batopilas, Urique y Cusihuiriáchic.8 El proyecto de restablecimiento: “Un nuevo método de gobierno espiritual y temporal” Una de las grandes preocupaciones de las autoridades tanto civiles como eclesiásticas después de la expulsión de los jesuitas, fue la relativa al tratamiento de los indios que habían estado sujetos al sistema jesuítico misional. El primero en expresarlo fue el gobernador y comandante general de la provincia de la Nueva Vizcaya, Josef Fayni, en 1773. Si bien esto ocurrió seis años después, su informe “relativo a que se ordene y arregle un nuevo método de gobierno espiritual y temporal, para el mejor establecimiento de las misiones y doctrinas de las naciones y pueblos de indios que abrazan sus distritos…”, es de singular importancia, primero, por el conocimiento que tenía de la situación que guardaban los pobladores de la provincia en esa época, las ideas que externa sobre los indios y las medidas que propone para elevar su estado espiritual y material, de acuerdo a las ideas ilustradas. En suma, después de analizar minuciosamente una serie de puntos sobre los pueblos de indios, Fayni llega a conclusiones muy interesantes acerca del régimen económico, social y religioso que debe imponerse a los indios. Josef Fayni se hizo cargo del gobierno de Nueva Vizcaya en 1771, la que gobernó hasta 1786, año en que fue relevado por Díaz de Ortega, primer intendente de Durango. Fayni pertenecía a la Sociedad Patriótica de Sevilla como socio de número, entre quienes se contaba a José de Gálvez en calidad de socio honorario. Fayni pertenecía, igualmente, a la Orden de Santiago y era coronel de caballería.9 7

MÁRQUEZ TERRAZAS, Misiones de Chihuahua, pp. 221-228. MÁRQUEZ TERRAZAS, Misiones de Chihuahua, p. 229. 9 Continuación de las memorias, p. 592. 8

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A principios de julio de 1769 concluyó la administración del gobernador Joseph Carlos de Agüero; siguió un breve interinato del teniente Manuel de Ureta y San Juan, y el 23 de agosto siguiente se hizo cargo del gobierno de la Nueva Vizcaya el teniente coronel Josef Fayni, designado para el cargo el 22 de julio. A la llegada de éste gobernador, la provincia de Nueva Vizcaya se encontraba bajo una situación jurisdiccional compleja, pues a raíz de la expulsión de los jesuitas el virrey marqués de Croix, apoyado en la adición hecha al decreto de expulsión de la Compañía de Jesús del 1 de marzo de 1767, que contemplaba la posibilidad de trastornos que se podían suscitar por la ejecución del decreto emitido por Carlos III el 27 de febrero de ese año, el capítulo 5º mandaba poner un gobernador interino en las misiones administradas por la Compañía. De este modo, el virrey de Croix dio nombramiento de gobernador de la Tarahumara Alta, Baja, y Tepehuana, así como de comandante militar de sus fronteras y las de corregimiento de la villa de San Felipe el Real de Chihuahua al capitán Lope de Cuellar.10 Esta fue la situación que encontró Fayni a su llegada a México y en particular a Durango, una cuestión de incompatibilidad de gobierno que cercenaba la jurisdicción de la provincia y menoscabando su autoridad. Un problema que no se resolvió durante su mandato. No obstante, se distinguió como un funcionario prudente y enérgico, que siempre estuvo pendiente de los problemas que aquejaban a las autoridades inferiores. Al acometer su informe, Fayni deja claro que lo hace con fundamento en el conocimiento que le da la experiencia directa e “informes seguros” con “el gozo de contribuir a la salvación de unos pueblos que se arrebatan la preciosa atención del soberano”. Así, en el punto tres, de 48, destaca las cualidades que deben tender los operarios y ministros de doctrina, destacando que posean una sobresaliente literatura, de edad madura, fervor, vida ejemplar, prudencia, sumo desinterés y constantísimo ardiente celo de la salvación de las almas.11 Al mismo tiempo contempla que en los 10

PORRAS MUÑOZ, Iglesia y estado en Nueva Vizcaya, p. 47. AGNM, Provincias Internas, vol. 43, exp. 1, f. 150: El gobernador y comandante general de la provincia de la Nueva Vizcaya, en ejecución de las superiores prevenciones de V.E., difusamente informa lo que le parece relativo a que se ordene y arregle un nuevo método de gobierno espiritual y temporal, para el mejor establecimiento de las misiones y doctrinas 11

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pueblos exentos del pago de derechos parroquiales se apoye a los ministros de doctrina con una congrua adecuada o servicio compensativo, a fin de que puedan cumplir satisfactoriamente con su función. En el terreno económico y de gobierno, recomienda buscar el equilibrio en la producción de la sementera del ministro con el empleo del trabajo de los indios, procurando no “recargar el trabajo en unos mismos, dejando ociosos y holgazanes a otros”.12 Pero lo más importante son sus consideraciones acerca de los que él llama “sementeras de comunidad”, donde los indios siembren maíz, trigo y frijol, que todos los pueblos grandes o pequeños deben comenzar a constituir en beneficio de ancianos impedidos, huérfanos o viudas, una especie de fondo común manejado por “manos limpias”. Fayni propone aquí un plan de previsión social interesante. Lo que el gobernador tiene en mente es elevar la economía de los pueblos, haciéndolos productivos, pues “en el decurso de algunos años logrará ponerse sobre un pie ventajoso que merezca emplear la disposición de las Leyes del Reino… y el que la posteridad no muy distante vea florecer con abundancia, pueblos sumergidos en tristísima desolación”.13 Se trata también de hacer a los pueblos de indios tributarios de la corona. Elevar la producción era posible porque, en general, los antiguos pueblos de misión se fundaron en lugares propicios para la agricultura. Se trata, por un lado, de hacer laboriosos a los indios, pero lo interesante de esta propuesta es la idea de hacer que transiten hacia formas de vida económicamente mejores. Llama la atención, pues, que esta visión ilustrada contemple a los pueblos de indios. de las naciones y pueblos de indios que abrazan sus distritos, siendo muchos de ellos fronterizos de indios gentiles, Josef Fayni, Durango, 1773. 12 AGNM, Provincias Internas, vol. 43, exp. 1, f. 155: El gobernador y comandante general de la provincia de la Nueva Vizcaya, en ejecución de las superiores prevenciones de V.E., difusamente informa lo que le parece relativo a que se ordene y arregle un nuevo método de gobierno espiritual y temporal, para el mejor establecimiento de las misiones y doctrinas de las naciones y pueblos de indios que abrazan sus distritos, siendo muchos de ellos fronterizos de indios gentiles, Josef Fayni, Durango, 1773. 13 AGNM, Provincias Internas, vol. 43, exp. 1, ff. 157-158v: El gobernador y comandante general de la provincia de la Nueva Vizcaya, en ejecución de las superiores prevenciones de V.E., difusamente informa lo que le parece relativo a que se ordene y arregle un nuevo método de gobierno espiritual y temporal, para el mejor establecimiento de las misiones y doctrinas de las naciones y pueblos de indios que abrazan sus distritos, siendo muchos de ellos fronterizos de indios gentiles, Josef Fayni, Durango, 1773.

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Desde luego que una de las condiciones era “que se destierre de los indios su natural deseo de entregarse a la vida perezosa, errante y holgazana” y de que se dedicaran de lleno al trabajo. Además de someterlos al orden y disciplina del trabajo, se pretende que produzcan más de lo que acostumbran, pues son muy conformistas, debido a la ociosidad que los caracteriza. En la perspectiva de hacerlos agricultores, se contempla la conveniencia de “influirles con calor la solicitud de criar ganados mayores y menores” para su sustento, al tiempo que los contendrá a cometer robos de ganado de particulares. La idea de fondo era que al hacer los pueblos de indios pueblos de agricultores y ganaderos, a fin de cuentas, rancheros. Para ello lo deseable era la entrega y la constancia de los ministros en la enseñanza de algunos oficios a los indios.14 ¿Cómo lograrlo? Ante todo se consideraba “urgentísimo” juntar a los indios en sus respectivos pueblos, congregarlos, o mejor, re congregarlos, pues había ocurrido que después de la expulsión de los jesuitas muchos de ellos huyeron de los pueblos de misión, regresando a sus antiguas formas de vida dispersa, en rancherías o aún en cuevas. En este sentido, se vuelve a la bien conocida idea de que sólo en la congregación es posible el éxito de la conversión religiosa, la implantación de la moral cristiana y de la disciplina del trabajo. Al mismo tiempo, se piensa, que la vida en pueblos, la vieja idea de la vida en “policía”, contendrá la deserción de los indios de los pueblos y su propensión a la libertad: “origen y manantial de su perdición eterna y decaimiento de lo temporal. De aquella causa se engendran sus idolatrías, su vida torpe y licenciosa, sus pactos no sólo implícitos sino explícitos con el demonio”.15 En fin, de esa condición se derivan todos los males y las perversiones de 14 AGNM, Provincias Internas, vol. 43, exp. 1, ff. 161-162: El gobernador y comandante general de la provincia de la Nueva Vizcaya, en ejecución de las superiores prevenciones de V.E., difusamente informa lo que le parece relativo a que se ordene y arregle un nuevo método de gobierno espiritual y temporal, para el mejor establecimiento de las misiones y doctrinas de las naciones y pueblos de indios que abrazan sus distritos, siendo muchos de ellos fronterizos de indios gentiles, Josef Fayni, Durango, 1773. 15 AGNM, Provincias Internas, vol. 43, exp. 1, ff. 164-164v: El gobernador y comandante general de la provincia de la Nueva Vizcaya, en ejecución de las superiores prevenciones de V.E., difusamente informa lo que le parece relativo a que se ordene y arregle un nuevo método de gobierno espiritual y temporal, para el mejor establecimiento de las misiones y doctrinas de las naciones y pueblos de indios que abrazan sus distritos, siendo muchos de ellos fronterizos de indios gentiles, Josef Fayni, Durango, 1773.

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los indios. Por ello, había que combatir su dispersión regresándolos a vivir a los pueblos y ponerlos a trabajar bajo el doble control, civil y religioso. Pero no era sólo el ocio, la pereza o las recaídas en la idolatría lo que preocupaba al gobernador, el temor más grande era que la condición de indios libres era propicia para el cultivo de las sediciones. Fayni pone de ejemplo las rebeliones recientes suscitadas en la provincia de Nueva Vizcaya y en Sinaloa. Seguramente estaba pensando en la rebelión de los indios mayos y yaquis que sorprendió a José de Gálvez durante su visita al noroeste en 1769, una guerra que abarcó desde el norte de Sinaloa hasta la parte media de Sonora, del río Fuerte al Mayo, en la cual fueron traicionados por los españoles quienes ofrecieron tierras a los rebeldes a cambio de pactar la paz pero en lugar de ello fueron masacrados.16 Medidas para lograr el proyecto Consciente de la envergadura del problema que representaba poner a los indios bajo la nueva tónica de la política ilustrada después del fracaso de los misioneros y curas y de la condición de dispersión o libertad en la que se encontraban, Fayni se propone aplicar “remedios extremos del carácter de la enfermedad, y de tan superior eficacia, que remuevan y sofoquen de todo punto desgracias tan lamentables”.17 Así de dramáticas veía las cosas el gobernador. No le faltaba razón, pues consideraba que en el estado en que se encontraban los pueblos y los indios libres habían destruido todos los avances en la conquista, desluciendo los esfuerzos de los misioneros y las autoridades civiles, estorbando de este modo “para que reciban la doctrina del cielo” esas y otras naciones, quizás, más dóciles y tratables. Una de las medidas que privilegia el gobernador es la política de congregación, de vieja aplicación en el cen16 BNM, vol. 4, 494, ff. 435-437: Apuntamiento instructivo de la expedición que el ilustrísimo señor don José de Gálvez, visitador general de Nueva España, hizo a la península de Californias, provincias de Sonora y Nueva Vizcaya, después de que la residió y emprendió hasta que volvió a México. 17 AGNM, Provincias Internas, vol. 43, exp. 1, f. 165: El gobernador y comandante general de la provincia de la Nueva Vizcaya, en ejecución de las superiores prevenciones de V.E., difusamente informa lo que le parece relativo a que se ordene y arregle un nuevo método de gobierno espiritual y temporal, para el mejor establecimiento de las misiones y doctrinas de las naciones y pueblos de indios que abrazan sus distritos, siendo muchos de ellos fronterizos de indios gentiles, Josef Fayni, Durango, 1773.

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tro de la Nueva España y con otras modalidades en el norte novohispano durante la formación de las reducciones misionales. En el momento que tratamos la idea fundamental era que los indios que se hubieran ausentado de sus pueblos fuesen regresados a sus pueblos de origen. Al mismo tiempo, para impedir que volviesen a huir, se contempla imponer la regla invariable de que bajo ninguna circunstancia o pretexto se dejara salir a indio alguno sin el permiso escrito del cura o ministro de doctrinas y en los casos en que esto ocurriese, estarían obligados a presentar sus guías o licencias a los alcaldes mayores y justicias en tránsito.18 Del mismo modo se recomienda que los alcaldes mayores y sus tenientes indaguen o averigüen qué indios forasteros se hallan en sus jurisdicciones para que, una vez capturados, los entreguen a los curas y gobernadores de los pueblos a los que pertenezcan. Contempla también castigos a quienes los encubrieren o disimularan, ya fuese empleándolos o de otras formas. Asimismo, para un mayor control de la población indígena, Fayni recomienda que cada año se renueven o actualicen los padrones de familias e individuos de todas las edades y sexos de cada pueblo. El trabajo, los oficios Una vez hechas las consideraciones anteriores, estimando las congregaciones como la condición sine qua non para la aplicación del modelo ilustrado de pueblo indígena, cuya base fundamental será la dedicación y la disciplina al trabajo, Fayni señala que en tanto no se ponga atención en que se empleen y ocupen debidamente en el cultivo de la tierra, el proyecto de elevar a esos indios a mejores estadios de vida no será realizable. Reconoce, valga destacarlo, que todos los indios varones gozan de un vivo ingenio pero que está mal aplicado. Para su aprovechamiento recomienda les sean asignados profesores a cada cabecera de partido para que los instruya en las artes mecánicas y, de ser posible, en las liberales, tomando como ejemplo el proyecto de don Vasco de Quiroga en Michoacán: 18 AGNM, Provincias Internas, vol. 43, exp. 1, ff. 167-168: El gobernador y comandante general de la provincia de la Nueva Vizcaya, en ejecución de las superiores prevenciones de V.E., difusamente informa lo que le parece relativo a que se ordene y arregle un nuevo método de gobierno espiritual y temporal, para el mejor establecimiento de las misiones y doctrinas de las naciones y pueblos de indios que abrazan sus distritos, siendo muchos de ellos fronterizos de indios gentiles, Josef Fayni, Durango, 1773.

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…destinándose a las cabeceras de partido, profesores, y compartiéndose en todos los pueblos con distinción la variedad de oficios a que se inclinen, que fue el proyecto más sagaz y glorioso que planteó y llevó al último fin, en la civilizada Michoacán, su insigne prelado el ilustrísimo señor don Vasco de Quiroga; pero que mientras se acercan al punto de su elevación, estos designios, se tenga entre otras, por señal fija de que perseverarán quietos el ver que trabajan buenas sementeras y buenas casas, y que de buena gana oficiosamente envían a sus hijos a la doctrina, a la escuela, y a los demás ejercicios de piedad y religión.19

En cuanto a los oficios de la mujeres, recomienda se les imponga sin mayor dilación los de hilar, tejer, labrar huertos y “aprendan los oficios con que vivan honesta y virtuosamente”, para que de ellas “proceda el fruto de hijos dóciles, en quienes se hayan perdido los resabios de la fiereza, y rústico ser de sus mayores”. En suma, se trata de crear una nueva generación de individuos en el seno de una nueva sociedad. Purga racial Otra de las condiciones para garantizar el éxito del proyecto de los nuevos pueblos de indios de Fayni era la necesaria “purga y limpieza de negros, mulatos, lobos y otras castas de gentes advenedizas, o vecinas, baldías, vagabundas y notadas de los vicios de ebriedad, juegos que aun con el aliento de sus perversísimas costumbres, contaminan las de los indios…”, todos ellos “hombres viles sin temor de Dios”.20 El mayor temor era que de la unión de los miembros de las castas con los indios “prolifican una mezcla contagiosa 19 AGNM, Provincias Internas, vol. 43, exp. 1, f. 169: El gobernador y comandante general de la provincia de la Nueva Vizcaya, en ejecución de las superiores prevenciones de V.E., difusamente informa lo que le parece relativo a que se ordene y arregle un nuevo método de gobierno espiritual y temporal, para el mejor establecimiento de las misiones y doctrinas de las naciones y pueblos de indios que abrazan sus distritos, siendo muchos de ellos fronterizos de indios gentiles, Josef Fayni, Durango, 1773. 20 AGNM, Provincias Internas, vol. 43, exp. 1, f. 170: El gobernador y comandante general de la provincia de la Nueva Vizcaya, en ejecución de las superiores prevenciones de V.E., difusamente informa lo que le parece relativo a que se ordene y arregle un nuevo método de gobierno espiritual y temporal, para el mejor establecimiento de las misiones y doctrinas de las naciones y pueblos de indios que abrazan sus distritos, siendo muchos de ellos fronterizos de indios gentiles, Josef Fayni, Durango, 1773.

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y de índole depravada”, como ocurría, según él, en el pueblo de San Juan de Analco, en las goteras de la ciudad de Durango.21 La vida urbana o en “policía” La tan llevada y traída idea aristotélica de que la forma ideal de vida en comunidad del hombre sólo se da en el ámbito urbano, adquiere vigencia nuevamente en la concepción que tiene Fayni en el arreglo de las viviendas de los pueblos indios que él propone, una idea que va más allá de las reducciones a secas. En contra de la negligencia o ignorancia de la que acusa a las autoridades civiles y militares que lo antecedieron y los culpa de haber permitido que los indios vivieran en la extrema rusticidad, el gobernador recomienda que en adelante “se procuren asentar obligándoles a que sus casas y habitaciones se construyan de adobe y cubiertas de terrado y que en todo su simetría y orden parezcan pueblos formados y no rancherías volantes”.22 En cuestión de salud, el buen arreglo y disposición de las casas evitaría la exposición directa a las inclemencias del tiempo y los prevendría contra enfermedades. En el aspecto moral, los indios dejarían de vivir en hacinamiento e impediría la comisión de “detestables incestos, torpezas y fruto de punibles ayuntamientos” entre padres e hijas. Al mismo tiempo, contribuiría a contener la huida de los indios de los pueblos fomentando su arraigo y el sentido de posesión, de propiedad. Se trata, pues, de “que se destierre de estos naturales la costumbre heredada de su barbarismo”.23 En este sentido recomienda que 21 AGNM, Provincias Internas, vol. 43, exp. 1, f. 172: El gobernador y comandante general de la provincia de la Nueva Vizcaya, en ejecución de las superiores prevenciones de V.E., difusamente informa lo que le parece relativo a que se ordene y arregle un nuevo método de gobierno espiritual y temporal, para el mejor establecimiento de las misiones y doctrinas de las naciones y pueblos de indios que abrazan sus distritos, siendo muchos de ellos fronterizos de indios gentiles, Josef Fayni, Durango, 1773. 22 AGNM, Provincias Internas, vol. 43, exp. 1, f. 175: El gobernador y comandante general de la provincia de la Nueva Vizcaya, en ejecución de las superiores prevenciones de V.E., difusamente informa lo que le parece relativo a que se ordene y arregle un nuevo método de gobierno espiritual y temporal, para el mejor establecimiento de las misiones y doctrinas de las naciones y pueblos de indios que abrazan sus distritos, siendo muchos de ellos fronterizos de indios gentiles, Josef Fayni, Durango, 1773. 23 AGNM, Provincias Internas, vol. 43, exp. 1, f. 177: El gobernador y comandante general de la provincia de la Nueva Vizcaya, en ejecución de las superiores prevenciones de V.E., difusamente informa lo que le parece relativo a que se ordene y arregle un nuevo método de gobierno espiritual y temporal, para el mejor establecimiento de las misiones y doctrinas

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los indios principales anden todos vestidos, así como sus mujeres, para que sirvan de ejemplo a los demás. Al mismo tiempo, manda que no duerman en el suelo, que tengan mesas en que comer y lechos donde dormir en alto. La finalidad: que vivan civilizadamente. Para estas ideas se apoya en los Concilios Limenses, que manda a los doctrineros enseñar a los indios a vivir con: …orden y policía y tener limpieza, honestidad, y buena crianza que como acostumbran los cristianos digan la bendición a la mesa y den gracias después de comer y cuando van a dormir se encomienden a Dios y a menudo se persignen y santigüen y digan el credo y el paternóster y el Ave María, en todo lo cual principalmente sean instruidos los caciques y mayores, para que todos los demás tomen ejemplo; porque mal pueden ser enseñados a que sean buenos cristianos, si primero no los enseñamos a que sepan ser hombres y vivir como tales, según el apóstol; nomprius quod espirituale est, sed quod animale deinde quod espirituale y que así cuiden mucho los doctrineros y demás personas a quienes están encargados que dejando sus fieras y agrestes costumbres antiguas se hagan a las de hombres políticos como entrar aseados en las iglesias, las mujeres cubiertas las cabezas con algún velo conforme a la instrucción del apóstol… y tengan las casas con tanta limpieza y aliño que parezcan habitaciones de hombres y no chozas o pocilgas de animales inmundos a que se añada la inspiración de otras cosas en estaconformidad.24

Vieja idea esta de la vida en “policía” con las implicaciones de buenos cristianos fue una preocupación constante durante toda la época colonial. Por cierto, al inicio de la formación de la provincia Tepehuana, uno de los misioneros decía: “enseñarlos a ser hombres antes de ser cristianos”. En el fondo, pues, Fayni, al igual que las autoridades civiles o religiosas, consideraba redimibles a los indios bajo las condiciones sociales anteriores. Es decir, hacerlos buenos cristianos, tanto en la las expresiones de devoción familiar e íntima, normando su conducta en el hogar, la iglesia, el trabajo y la comunidad. Por su parte, los ministros de doctrina deberán evide las naciones y pueblos de indios que abrazan sus distritos, siendo muchos de ellos fronterizos de indios gentiles, Josef Fayni, Durango, 1773. 24 Concilio Limense 2º. Canon 113, p. 69 y el 3º, acta 5ª, p. 204. El subrayado es mío.

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tar la indecencia de las iglesias de las reducciones, reedificando las existentes o construyendo donde no las hubiere. Llama la atención la prohibición de que no comieran carne de caballo, tal vez porque era una costumbre asociada a los indios nómadas guerreros gentiles, como apaches, comanches o de otras etnias como tobosos o salineros. En cuanto a los pueblos donde habiten españoles e indios, manda “dividir por barrios una y otras vecindad”, con la idea de evitar posibles conflictos entre ellos.25 Respecto al empleo de los indios bajo el sistema de repartimiento, Fayni es de la opinión de moderar esa práctica por las nocivas consecuencias que había acarreado en la población nativa, especialmente porque los hacía huir de los pueblos y se aliaban con los indios rebeldes. Recomienda, en cambio, castigar con trabajo a los “bárbaros o indios apóstatas”, quienes solían aliarse formando confederaciones en las que se les unían cuadrillas de mulatos, lobos y otras castas que incitaban a los indios de los pueblos a unirse en sus “crueles hostilidades”.26 Castellanización y creación de escuelas El proyecto de reforma de los pueblos de indios ideado por el gobernador Fayni encuentra su punto esencial en el reforzamiento de la doctrina cristiana. Pero, sobre todo, encuentra en las escuelas públicas y la enseñanza del castellano, que hará posible extirpar, de una vez por todas, las lenguas nativas, motivo principal de su obscurantismo. Así, nos dice: No alcanza a llenar el deseo, ni será capaz de lograrse a menos que en todos los pueblos tengan escuelas públicas para la instrucción 25 AGNM, Provincias Internas, vol. 43, exp. 1, ff. 179v-180: El gobernador y comandante general de la provincia de la Nueva Vizcaya, en ejecución de las superiores prevenciones de V.E., difusamente informa lo que le parece relativo a que se ordene y arregle un nuevo método de gobierno espiritual y temporal, para el mejor establecimiento de las misiones y doctrinas de las naciones y pueblos de indios que abrazan sus distritos, siendo muchos de ellos fronterizos de indios gentiles, Josef Fayni, Durango, 1773. 26 AGNM, Provincias Internas, vol. 43, exp. 1, f. 183: El gobernador y comandante general de la provincia de la Nueva Vizcaya, en ejecución de las superiores prevenciones de V.E., difusamente informa lo que le parece relativo a que se ordene y arregle un nuevo método de gobierno espiritual y temporal, para el mejor establecimiento de las misiones y doctrinas de las naciones y pueblos de indios que abrazan sus distritos, siendo muchos de ellos fronterizos de indios gentiles, Josef Fayni, Durango, 1773.

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y enseñanza de sus naturales, en leer y escribir y desde su primera locución se hagan capaces de la lengua castellana, aprendiéndola todos indistintamente y desterrando por los venidos siglos su nativo idioma que los tienen y mantendrá enterrados en el obscuro sepulcro de la ignorancia hasta su muerte.27

Resulta muy interesante que ahora se ponga todo el énfasis de la transformación social, cultural y religiosa de los indios en la escuela, una institución que había estado reservada únicamente para los españoles y criollos. Esta concepción, como se sabe, deriva de las disposiciones reales emitidas por Carlos III en 1770, donde manda que de una vez por todas se extingan los diferentes idiomas que hablan los naturales y “sólo se hable el castellano”.28 Previo a la emisión de dicha cédula, el Marqués de Croix, virrey de la Nueva España, anticipado de su contenido, dirigió una carta a Fayni en la que hace referencia a la legislación indiana que contenía los mandatos sobre la enseñanza a los naturales de “la lengua española y en ella la doctrina cristiana; y mucho la indolencia con que por los párrocos y justicias se han desatendido estos importantísimos preceptos, me hace conocer lo mucho que conduce y conviene al servicio de ambas majestades el procurar por cuantos medios dicte la necesidad, que en lo sucesivo se cumplan con la eficacia y buen celo que exigen las respetables circunstancias y estimable objeto que los recomiendan a cuyo fin he rogado y encargado al obispo de esa diócesis, que por su parte concurra con cuantas providencias regule oportunas, para que por los curas de ella se observen 27 AGNM, Provincias Internas, vol. 43, exp. 1, f. 184: El gobernador y comandante general de la provincia de la Nueva Vizcaya, en ejecución de las superiores prevenciones de V.E., difusamente informa lo que le parece relativo a que se ordene y arregle un nuevo método de gobierno espiritual y temporal, para el mejor establecimiento de las misiones y doctrinas de las naciones y pueblos de indios que abrazan sus distritos, siendo muchos de ellos fronterizos de indios gentiles, Josef Fayni, Durango, 1773. 28 http://www.angelfire.com/ca5/mas/gobi/LENG/l06.html. “Por tanto por la presente ordeno y mando a mis Virreyes del Perú, Nueva España y Nuevo Reino de Granada, a los Presidentes, Audiencias, Gobernadores y demás ministros, jueces y justicias de los mismos distritos y de las Islas Filipinas y demás adyacentes (...), que cada uno en la parte que respectivamente le tocare guarden, cumplan y ejecuten y hagan guardar, cumplir y ejecutar puntual y efectivamente la enunciada mi Real resolución (...), para que de una vez se llegue a conseguir el que se extingan los diferentes idiomas de que se usa en los mismos dominios, y solo se hable el castellano”.

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puntualmente las citadas reales leyes, desimpresionando a los indios de todo cuanto hasta ahora les ha influido la perniciosa máxima con que generalmente se ha procurado retraerlos del uso de la lengua castellana.”29 Es a través de la escuela y no por medio de la misión o el curato, la institución en la cual se deposita el cambio civilizatorio de los pueblos indios. Fayni plantea la necesidad de que sea asignado un instructor para cada pueblo, cuyo sustento debe provenir de fondos del virreinato y las sementeras de comunidad. Al mismo tiempo, piensa en la formación de profesores y aun de sacerdotes que se hagan cargo de la instrucción de los indios jóvenes. Propone para ello que se escoja un “indesuelo” de cada comunidad de toda la provincia … hijo de padres principales y limpios para darles estudios menores, y mayores en el tridentino de esta ciudad (Durango); sería la producción heroica que ofreciere a la expectación común de los pueblos, su futura gloria y más si viesen a los suyos elevados por la noble carrera de las letras, que nunca imaginaron… estos párvulos devastados y enriquecidos de letras y doctrinas, acaso después sirvan de columnas para mantener en sus pueblos nuestra santa fe y aunque cooperen en su dilación.30

Obstáculos del proyecto El gobernador Fayni señala dos grandes dificultades para la ejecución exitosa de su proyecto. La primera es la deserción de los indios de los pueblos, quienes encuentran refugios “poco menos que impenetrables para nosotros”, donde encuentran aguajes, frutas silvestres, caballos y otros recursos que les facilitan su huida. Además, en unión de mulatos, lobos y otras castas participan de vicios como la embriaguez y otras perversas costumbres. Fayni propone 29 AGNM, Provincias Internas, vol. 43, exp. 1, f. 62: Carta del Marqués de Croix a Josef Fayni, México, a 10 de octubre de 1769. 30 AGNM, Provincias Internas, vol. 43, exp. 1, ff. 186-186v: El gobernador y comandante general de la provincia de la Nueva Vizcaya, en ejecución de las superiores prevenciones de V.E., difusamente informa lo que le parece relativo a que se ordene y arregle un nuevo método de gobierno espiritual y temporal, para el mejor establecimiento de las misiones y doctrinas de las naciones y pueblos de indios que abrazan sus distritos, siendo muchos de ellos fronterizos de indios gentiles, Josef Fayni, Durango, 1773.

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que los indios fugados sean capturados por las fuerzas de tropa para reincorporarlos a los pueblos y una vez pacificada la provincia, ya asentados y civilizados, “tuviéramos en ellos indios fieles, buenos cristianos…”.31 La otra gran dificultad eran las epidemias, ya que han causado el más sensible deterioro y mengua de los indios, pues ha dejado pueblos y rancherías despobladas, dispersas y alejadas. Bajo esas circunstancias, los indios se convierten en “espeluncas o rochelas de varios indios forajidos y de otras gentes criminosas” al no contar cerca de ellos autorizados ministros que fiscalicen su reprobable conducta.32 Estos son los principales impedimentos que Fayni ve para el establecimiento de las repúblicas. En este particular, el gobernador se refiere a la terrible peste provocada por la hambruna del año de 1786, consecuencia de la sequía que azoló a toda la Nueva España desde el año anterior, causando un sin número de muertes humanas y pérdidas de ganado y de alimentos en el campo, como escasez y carestía de alimentos en todo el reino.33 Vías de solución Después de hacer todas las consideraciones anteriores, el gobernador Fayni propone reunir los pequeños pueblos y rancherías con menos de cincuenta familias a los pueblos con mayor población. Al mismo tiempo, en los casos en que las aldeas abandonadas tuviesen suficiente recursos naturales como agua, madera, pastos, leña y tierras cultivables, podrán fundarse colonias de españoles o “gente que llaman de razón”.34 Esta idea de crear asentamientos 31 AGNM, Provincias Internas, vol. 43, exp. 1, f. 187: El gobernador y comandante general de la provincia de la Nueva Vizcaya, en ejecución de las superiores prevenciones de V.E., difusamente informa lo que le parece relativo a que se ordene y arregle un nuevo método de gobierno espiritual y temporal, para el mejor establecimiento de las misiones y doctrinas de las naciones y pueblos de indios que abrazan sus distritos, siendo muchos de ellos fronterizos de indios gentiles, Josef Fayni, Durango, 1773. 32 AGNM, Provincias Internas, vol. 43, exp. 1, f. 188: El gobernador y comandante general de la provincia de la Nueva Vizcaya, en ejecución de las superiores prevenciones de V.E., difusamente informa lo que le parece relativo a que se ordene y arregle un nuevo método de gobierno espiritual y temporal, para el mejor establecimiento de las misiones y doctrinas de las naciones y pueblos de indios que abrazan sus distritos, siendo muchos de ellos fronterizos de indios gentiles, Josef Fayni, Durango, 1773. 33 ARREOLA VALENZUELA, Epidemias y muerte, pp. 94-97. 34 AGNM, Provincias Internas, vol. 43, exp. 1, f. 188: El gobernador y comandante general de la provincia de la Nueva Vizcaya, en ejecución de las superiores prevenciones de V.E.,

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de españoles ya había sido planteada por José Rafael Rodríguez Gallardo para la provincia de Sonora y Sinaloa desde 1750.35 Finalmente, Fayni se manifiesta partidario de la política de reducción de los indios como el medio más adecuado para conducirlos al estado de civilización tan anhelado desde principios de la conquista y malogrado hasta finales del siglo XVIII, pero ahora con nuevos ingredientes como hemos visto. Así concluye el gobernador: …introducir de nuevo la reducción y pueble de las naciones internas de esta provincia y su católica enseñanza enderezada al intento de mejorarlas, porque lo es principalmente de que se erijan y formalicen las poblaciones, puesto que ninguna hay durable sin justicia, leyes, costumbres, y política de que ignorantes casi todos estos pueblos, vinieron a despeñarse en multitud de errores, descendiendo de ellos a la tenebrosa infelicidad de mostrarse enemigos de la patria, habiendo sido el blanco de su primitiva reducción y conversión, no tanto la fertilidad y riquezas que profusamente ha tributado y ofrece rendir la provincia, como los fundamentos de la fe, piedad, religión y gobierno cristiano político.36

Después de todo, Fayni se muestra optimista en la posibilidad de redimir a los indios, es decir, de que pasen del estado de barbarie al de civilización, pues es de la idea de “que la naturaleza, o el autor de ella, que los crió para racionales y políticos”.37 difusamente informa lo que le parece relativo a que se ordene y arregle un nuevo método de gobierno espiritual y temporal, para el mejor establecimiento de las misiones y doctrinas de las naciones y pueblos de indios que abrazan sus distritos, siendo muchos de ellos fronterizos de indios gentiles, Josef Fayni, Durango, 1773. 35 DEL RÍO CHÁVEZ, “La política de desintegración de las comunidades indígenas”, pp. 233245. 36 AGNM, Provincias Internas, vol. 43, exp. 1, ff. 189-189v: El gobernador y comandante general de la provincia de la Nueva Vizcaya, en ejecución de las superiores prevenciones de V.E., difusamente informa lo que le parece relativo a que se ordene y arregle un nuevo método de gobierno espiritual y temporal, para el mejor establecimiento de las misiones y doctrinas de las naciones y pueblos de indios que abrazan sus distritos, siendo muchos de ellos fronterizos de indios gentiles, Josef Fayni, Durango, 1773. 37 AGNM, Provincias Internas, vol. 43, exp. 1, f. 190: El gobernador y comandante general de la provincia de la Nueva Vizcaya, en ejecución de las superiores prevenciones de V.E., difusamente informa lo que le parece relativo a que se ordene y arregle un nuevo método de gobierno espiritual y temporal, para el mejor establecimiento de las misiones y doctrinas

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Fayni no hizo más que dejar plasmadas sus ideas sobre cómo resolver los mayores problemas que aquejaban a la provincia de Nueva Vizcaya, pues no tuvo oportunidad de poner en práctica su proyecto sobre el gobierno espiritual y temporal que se proponía ejecutar para los pueblos indígenas o no encontró la coyuntura adecuada para hacerlo en medio de los planes ideados por José de Gálvez para el septentrión novohispano, como la erección del obispado de Sonora y el establecimiento de la Comandancia General de las Provincias Internas, que si bien no rivalizaban con las del visitador, tuvieron que esperar más tiempo para ser puestas en práctica. Correspondió a Felipe Díaz de Ortega, primer gobernador intendente (1786-1791) de la intendencia de Durango, llevar a cabo un conjunto de reformas en todos los órdenes del gobierno civil y religioso, algunas de ellas ya esbozadas por Fayni, al punto de que bien podemos afirmar que Díaz de Ortega es el artífice de las reformas borbónicas en Nueva Vizcaya. Proyecto de reforma de Felipe Díaz de Ortega El plan de Díaz de Ortega acerca del gobierno espiritual y temporal de los pueblos indios de Nueva Vizcaya se centra fundamentalmente en la religión. La mayor preocupación de los gobernadores de Nueva Vizcaya que llegaron después de la expulsión de los jesuitas, fue el hecho de que se dieron cuenta de que el grueso de la población de la provincia, especialmente los indios, rancheros, trabajadores en las minas, la plebe en general, se encontraban en un estado de ignorancia extrema sobre los dogmas más elementales y las prácticas morales derivadas de la religión católica. Por lo que llegan a la conclusión de que los indios guardaban un estado social e irreligioso peor que como estaban antes de la conquista, a decir de Felipe Díaz de Ortega en 1787.38 Tanto Fayni como Díaz de Ortega, ven en el estado de irreligiosidad en que se encontraba la mayoría de los habitantes de Nueva de las naciones y pueblos de indios que abrazan sus distritos, siendo muchos de ellos fronterizos de indios gentiles, Josef Fayni, Durango, 1773. 38 AHGED, Ramo Civil, vol. 1363, p. 14: Informe particular del intendente de Durango don Felipe Díaz de Ortega sobre la Nueva Vizcaya, año de 1787. Versión paleográfica de la Biblioteca Pública del Estado de Durango.

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Vizcaya el mayor de los males sociales, morales, económicos, políticos, etc. La cuestión no podía ser más grave, pues ven en la religión el sustento del estado, la piedra angular del dominio del imperio. Sin la religión, no puede haber orden ni leyes que garanticen el buen funcionamiento de la sociedad, porque estrecha los vínculos entre sus miembros, mantiene la paz, la armonía, el respeto a la ley, y concede la obediencia al soberano: en suma, la religión es consustancial, útil, para el Estado. Esta es la idea esencial que tienen los gobernadores ilustrados de Nueva Vizcaya de finales del sigloXVIII. …la religión el más estrecho vínculo de la sociedad; el apoyo más firme de las monarquías y el objeto de primera atención, de los príncipes y soberanos, la unida de ella, y su fiel observancia, (sin excluir, para este solo fin las fingidas y falsas) siempre ha contribuido a alejar de los pueblos, la división, y parcialidad; por ella se conservan en subordinación los hombres… la falta de ella hace fieras, a cuantos hombres habitan sobre la tierra; la independencia, la insubordinación, la incivilidad, la barbarie, los homicidios, las rapiñas, las mutuas asechanzas, procedentes de su defecto, llevan reinos y provincias, al estrago y ruina, un culto fijo, arreglado, y constante, hace y conserva las delicias de nuestra humanidad.39

Así pensaba Díaz de Ortega. Y añadía: … es la religión el apoyo más firme de los reinos, y provincias, su conservación, unidad y fomento, es el principal objeto sobre que deben velar los magistrados.Si de este modo debemos discurrir, de cualquier religión hablando en general es fácil inferir con cuanta más razón deberá sentarse la sobredicha máxima cuando se llega a tratar de la Católica: de una religión, que es entre todas la necesaria, la indispensable, la única; de una religión, que nos enseña a temer al Señor, a honrar al soberano y a conservarnos en sociedad fraterna de una religión… a ofrecer oraciones por nuestros soberanos, a temerlos y honrarlos, no solo por su ira, sino principalmente, porque nos lo dicta la conciencia. 39 AHGED, Ramo Civil, vol. 1363, p. 4: Informe particular del intendente de Durango don Felipe Díaz de Ortega sobre la Nueva Vizcaya, año de 1787.

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De una religión que nos aleja de las iniquidades, delitos y acciones criminales, y nos presenta en cada soberano, un retrato vivísimo de su poder sin límites y a quien el mismo Dios hace empuñar la espada para castigo y defensa: De una religión finalmente que establece por fundamental máxima, que se tribute a Dios, todo lo que es de Dios y no se niegue al César lo que le pertenece. ¡Qué vigilancia, qué cuidado, qué fatigas, qué esmeros, no deben ponerse, a fin de conservar en toda su extensión, y perfección posible este culto exterior, esta fe, esta creencia, sin la que es imposible agradar a Dios! ¡Esta observancia fiel de su voluntad santa, que incluye excepcionalmente la revelada religión que tenemos la fortuna de profesar! Desdichada provincia de Durango, en la que por desgracia, se ve reducida casi en lo general a un lamentable estado, que no se puede pronunciar sin dolor, ni pintar sin las más feas sombras.40

¿A qué se debía esa extrema ignorancia de la religión católica, acusada como la causante de todos los males que padecía la provincia de nueva Vizcaya? En opinión del intendente, esto obedecía, en parte, al corto número de ministros del evangelio, tanto en curatos como en misiones, y por la relajación de las costumbres de sus habitantes, particularmente la plebe. Se dicen cristianos, pero ignoran los dogmas más elementales de la religión católica. La ignorancia de la religión, dice, ha llevado a los pueblos a cometer los peores errores morales y los ha sumido en la superstición. Sin culpar directamente a los miembros del clero del estado religioso de los habitantes de la provincia, deja ver la falta de entrega, de compromiso de los curas. Otro factor importante es la falta de escuelas donde formarse cuando jóvenes, e instruirse en la ley, por lo que no pueden instruirse en los libros. En este sentido señala que en las parroquias no se explican los dogmas de la doctrina cristiana conforme al tridentino ni se enseña el catecismo a los párvulos, lo que deja ver los descuidos o la propia ignorancia de los clérigos y religiosos.41 Además del descuido y el desaliño en que tienen los templos a su cargo, no pueden ser ejemplo de decoro para los indios. 40 AHGED, Ramo Civil, vol. 1363, pp. 4-5: Informe particular del intendente de Durango don Felipe Díaz de Ortega sobre la Nueva Vizcaya, año de 1787. 41 AHGED, Ramo Civil, vol. 1363, pp. 7-8: Informe particular del intendente de Durango don Felipe Díaz de Ortega sobre la Nueva Vizcaya, año de 1787.

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¿Cuáles son las consecuencias de esos descuidos? La inmoralidad y otros males en que viven los indios. Pues, como se ha dicho: No se gobiernan por principios de honor de vergüenza, de civilidad, de policía, de estimación y aprecio entre las genes estoy por añadir que ni se han formado idea de aquella eternidad, que les está esperando: No se avergüenzan de ser tenidos por ladrones, por embusteros por borrachos y adúlteros; y aún las mismas mujeres hacen alarde, y gala de sus incontinencias, vieron que sus padres, sus parientes y hermanos, respectivamente, tuvieron estos vicios, y los criaron con tan malos ejemplos y ellos imitan demasiadamente.42

División y aumento de curatos ¿En qué deriva todo esto? Según el intendente, en la ociosidad imponderable, la repugnancia al trabajo y la ocupación inútil que se advierte en todos; y en lo más grave, en los frecuentes insultos que cometen al asociarse a los apaches en sus correrías.43 Díaz de Ortega, basado en la importancia que tiene la religión en la reconducción social y moral de los indios, rancheros y trabajadores de las minas propone la división y el aumento de curatos, como una de las soluciones más importantes. En este sentido se pregunta ampulosamente y con cierta advertencia crítica al clero, lo siguiente: ¿Se instituyeron los curatos a beneficio de los curas, o a favor de las almas? ¿Se establecieron para que se enriqueciesen extraordinariamente tres o cuatro eclesiásticos para que tuviesen con que comprar haciendas, fabricar casas, abundar en alhajas de oro y plata, vestir preciosamente y tener para gastos tal vez menos decentes? ¿O para socorrer a innumerables gentes, destrozadas y pobres? ¿Asistirlos con caridad, y celo, catequizarlos con paciencia, predicarlos con frecuencia y fervor, y salvarlos como sus redentores?44 42 AHGED, Ramo Civil, vol. 1363, p. 10: Informe particular del intendente de Durango don Felipe Díaz de Ortega sobre la Nueva Vizcaya, año de 1787. 43 AHGED, Ramo Civil, vol. 1363, p. 10: Informe particular del intendente de Durango don Felipe Díaz de Ortega sobre la Nueva Vizcaya, año de 1787. 44 AHGED, Ramo Civil, vol. 1363, p. 12: Informe particular del intendente de Durango don Felipe Díaz de Ortega sobre la Nueva Vizcaya, año de 1787.

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Estas consideraciones críticas sobre el clero son propias de los funcionarios ilustrados que tuvieron que ver con el septentrión, como el gobernador Fayni y, particularmente, el Caballero de Croix, quien en su extensa visita por tierras norteñas expresó severos ataques contra los sacerdotes que no se preocupaban por el bienestar y progreso de su fieles, y que por el contrario los extorsionaban, en vez de dedicar fondos al fomento de la industria y la agricultura.45 El gobernador intendente reconoce que los clérigos merecen vivir con decoro, recibir una paga justa, pero sin exceder los límites de la moderación. Al mismo tiempo considera la imperiosa necesidad de contar con el auxilio de los curas regulares, pues su propuesta incluye la erección de curatos en ranchos, haciendas, reales de minas y la formación de nuevas misiones. Su idea es dividir los curatos grandes con mucha población y crear nuevos reuniendo pueblos o rancherías dispersas, plan propuesto anteriormente por Fayni. Así por ejemplo, manda que las rancherías de indios tepehuanes del partido del Mezquital debían reunirse en pueblos para luego formar curatos, que en el valle de Poanas se erijan nuevos curatos, lo mismo en haciendas, reales de minas y en poblaciones grandes como Parras, Parral, Durango y Chihuahua sean divididos sus respectivos curatos y en cuanto a los que se formaron a raíz de la entrega de las 22 misiones de la Tepehuana y Topia fuesen reforzados.46 Curatos y misiones Por lo que hace a la Tarahumara, prácticamente el único territorio misional de importancia que quedaba en Nueva Vizcaya, tenía su centro principal en el distrito de Cusihuiriachi, situado a 220 leguas de distancia de la ciudad de Durango, lo comprendía 36 pueblos de indios tarahumares y cinco de pimas, integrados en ocho curatos con sínodo, que habían sido erigidos desde la expulsión de los jesuitas y seis misiones atendidas por frailes franciscanos del Colegio Apostólico de Guadalupe, Zacatecas, quienes se hicieron cargo 18 misiones o doctrinas después de la expulsión de los jesui45

MORFI, Viaje de indios y diario, pp.34-35. AHGED, Ramo Civil, vol. 1363, pp. 16-37: Informe particular del intendente de Durango don Felipe Díaz de Ortega sobre la Nueva Vizcaya, año de 1787. 46

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tas en 1767, donde permanecieron hasta 1830.47 Dichos curatos se encontraban, a decir del intendente, en lamentables condiciones, al grado de que o no tenían clérigos o ninguno quería ir debido a las dificultades que representaba la Sierra Madre o a los riesgos que representaba trasladarse a tan largas distancias, más las condiciones rusticas de vida de los indígenas, como la constante amenaza de guerra. Mientras tanto se encontraban agregadas a las doctrinas de los franciscanos. En razón de esa situación, Díaz de Ortega propone que los ocho curatos se volviesen a erigir en misiones y doctrinas. Los curatos en cuestión eran: Coyachi, Temeichic, Papigochi, Santo Tomás, Matachic, Temosachic, Carichic y Sisoquichic, y las misiones; Tonachic, Tutuaca, Moris, Batopilillas, Baquichi y Bachiniva, administradas por religiosos del Colegio de Guadalupe, Zacatecas.48 Otro de los distritos de importancia en la Tarahumara era el de Ciénega de Olivos, que comprendía a 27 pueblos de indios tarahumares y a dos de tepehuanes, administrados por seis párrocos y dos regulares de San Francisco. Los curatos eran San Jerónimo de Guejotitán, San Pablo de los Tepehuanes, Santa Cruz del Padre Herrera, San Lorenzo de Nonoava y San Francisco de Borja; las misiones eran San Juan Bautista de Tonachi y Norogachi. En relación a los mencionados curatos, el intendente propone igualmente que sean erigidos en misiones o doctrinas por presentar las mismas dificultades que las anteriores, al tiempo que recomienda el aumento de misiones en los parajes más poblados.49 Esta idea era factible, pues en 1771 les habían sido restituidos los bienes que habían sido confiscados al momento de la expulsión de los jesuitas, esta vez bajo el título de “bienes de comunidad”, por disposición de José de Gálvez.50 Las mismas recomendaciones se hacen para los pueblos, reales de minas, curatos y misiones de la jurisdicción del distrito de 47

MERRIL, “La época franciscana en la Tarahumara”, pp. 157-158. AHGED, Ramo Civil, vol. 1363, pp. 38-39: Informe particular del intendente de Durango don Felipe Díaz de Ortega sobre la Nueva Vizcaya, año de 1787. 49 AHGED, Ramo Civil, vol. 1363, pp. 41-42: Informe particular del intendente de Durango don Felipe Díaz de Ortega sobre la Nueva Vizcaya, año de 1787. 50 MERRIL, “La época franciscana en la Tarahumara”, p. 165. 48

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Chihuahua, que comprendía a nueve pueblos de indios tarahumares, uno de norteños (sic) y en lo eclesiástico a los pueblos de Santa Cruz y San Bernardillo, del distrito de Cosihuriachi. Tenía tres curatos, el de Chihuahua, el del real de Santa Eulalia y el de Satevó a los que recomienda les sean añadidos otros pueblos y rancherías para su mejor atención religiosa.51 Así continúa proponiendo el aumento de misiones tanto en las proximidades de Chihuahua como en el distrito del real de minas de Batopilas, en pleno auge en ese momento, que comprendía a un gran número de pueblos de indios: 33 pueblos, 22 de la nación tarahumara, 6 de la tepehuana, 4 de tubares y 1 de la mexicana, más 7 reales de minas, administrados todos ellos por nueve padres misioneros o doctrineros de la provincia de Zacatecas y un clérigo en la cabecera de Batopilas. Las misiones eran Navogame, Baborigame, San Miguel de Tubares, Concepción de los Tubares, Serocagui, Guazapares, Chínipas Santa Ana y Guegochi.52 Por lo que hace al distrito de San Andrés de la Sierra, parte noroeste de la Sierra Madre del hoy estado de Durango, comprendía a siete pueblos tarahumares, con algunos reales de minas, haciendas, estancias y ranchos, al valle de Amaculí, extenso y poblado, y al de Chacala, de iguales características, administrado por cuatro párrocos seculares “cuando se encuentran, y cuando no, se ponen en algunos regulares, o se están sin párrocos”.53 Los curatos mencionados eran el de San Gregorio, Los Remedios y Santa María de Otáez, por lo visto mal atendidos y en decadencia, incluido el Valle de Topia. Estos curatos habían sido formados después de la entrega de las misiones de Topia y San Andrés en 1753.54 Es de llamar la atención que en casos como Amaculí, Valle de Chacala, Ciánori, Valle de Topia, la Candelaria, Real de Canelas y San Antonio de Tabahueto, Díaz de Ortega proponga la re erección de misiones o doctrinas55 cuando ya casi no existía población indí51

MERRIL, “La época franciscana en la Tarahumara”, pp. 144-146. MERRIL, “La época franciscana en la Tarahumara”, pp. 147-148. 53 AHGED, Ramo Civil, vol. 1363, p. 51: Informe particular del intendente de Durango don Felipe Díaz de Ortega sobre la Nueva Vizcaya, año de 1787. 54 TAMARÓN Y ROMERAL, Demostración del vastísimo obispado, pp. 63-120. 55 AHGED, Ramo Civil, vol. 1363, pp. 51-53: Informe particular del intendente de Durango don Felipe Díaz de Ortega sobre la Nueva Vizcaya, año de 1787. 52

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gena. Las razones en que se basa son la desatención espiritual de los clérigos, las dificultades para trasladarse de un lado a otro en medio de la fragosidad de las profundas cañadas de la Sierra Madre y la dispersión de sus pobladores. En cuanto al distrito del Mezquital, habitado por indios tepehuanes, propone sea dividido en un curato, con cabecera en el pueblo de San Francisco del Mezquital, con párroco secular, y seis misiones o doctrinas. Finalmente, le queda claro al intendente que sin la asignación de sínodo o aumento del mismo a los curatos, misiones o doctrinas por parte del diocesano, no se lograran los tan deseados cambios en la población de la provincia: …y creo, que sin esta indispensable y esencial circunstancia jamás ha de permitir Dios el remedio de esta desdichada provincia, como que aquel es el medio que proporciona el término de las felicidades, y particularmente en esta, en la que no pueden pasar los párrocos a administrar de un pueblo sin riesgo inminente de perder la vida, a tal extremo ha llegado la civilanted (sic) e insolencia de los apaches, sin que haya quien los contenga.56

Escuelas de primeras letras Más, ¿cómo hacer que entendieran los grandes dogmas de la religión católica puesto que estaba claro que después de 200 años de labor evangelizadora no se había avanzado gran cosa en la conversión de los naturales o de la plebe en general? Más bien, como el propio Díaz de Ortega reconocía, los indios seguían tan idólatras o más que al momento de la conquista. Además de todas las medidas que él planteó, reconocía la imperiosa necesidad de crear escuelas de primeras letras, para lo cual pondría todo su empeño, principalmente en los pueblos de cabecera y subdelegaciones, pues en este aspecto era de lamentarse que en ese momento sólo existieran dos, una en la capital de la provincia, donde se enseñaba además latinidad, y la otra en Parral. Ni siquiera en Chihuahua existía escuela alguna y a pesar de los esfuerzos del intendente únicamente había logrado que se fundara la de Santiago Papasquiaro a expen56 AHGED, Ramo Civil, vol. 1363, p. 46: Informe particular del intendente de Durango don Felipe Díaz de Ortega sobre la Nueva Vizcaya, año de 1787.

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sas de sus habitantes.57 Como vemos, esta misma preocupación era compartida con Fayni, y no podía ser de otra manera, ambos gobernantes ilustrados tenían claro que la razón y la fe son intrínsecamente compatibles. Más aún, la religión debe estar al servicio del Estado. En ese sentido Dorothy Tank ha señalado acertadamente cómo la educación ilustrada tenía un doble propósito: la primera, limitar los gremios; pero ante todo, el deseo de extender la enseñanza al mayor número de estudiantes e incluir, además de la doctrina religiosa, asignaturas técnicas y cívicas.58 La idea que tenían los gobernantes ilustrados sobre la importancia de la instrucción, de acuerdo con la doctora Tank, “era cura casi milagrosa para las enfermedades sociales. Con su extensión a las masas vendría el progreso económico, moral religioso y cívico”.59 Incursiones de indios rebeldes y la defensa El otro gran problema que enfrentaba el intendente Díaz de Ortega y la comandancia de las provincias internas eran las constantes incursiones de los indios rebeldes, principalmente de los apaches, a quienes se les unían los indios desertores de pueblos y misiones, como mestizos, mulatos, negros o miembros de las castas. La situación era realmente grave, como lo deja ver el propio intendente. Desde mi ingreso a esta capital, verificado el 16 de abril del año pasado de 1786, han ejecutado los indios, quinientas diez incursiones, han quitado con inhumanidad la vida, a cuatrocientas treinta y una personas, de ambos sexos, han cautivado treinta y siete, han robado diez mil doscientas veintitrés piezas de ganado caballar, mular y reses: han muerto de estas mismas especies mil setecientas sesenta y dos, siendo de excesivo numero las que han ejecutado en el ganado menor, que ni se libra de su fiereza y aunque lo enuncian los pares no expresan el número por de menor consideración; han quemado la iglesia del Real de Abajo, media legua de Cosiguiriachi, con violación antecedente de sus imágenes, y la iglesia de San Andrés han abrasado el Real 57 AHGED, Ramo Civil, vol. 1363, pp. 68-69: Informe particular del intendente de Durango don Felipe Díaz de Ortega sobre la Nueva Vizcaya, año de 1787. 58 TANK DE ESTRADA, La educación ilustrada, p. 9. 59 TANK DE ESTRADA, La educación ilustrada, p. 13.

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del Estaño con cuantas casas en él había, causando su total despueble; cuyos lastimosos sucesos, parecerán increíbles, en el corto transcurso de veintiún meses, si los partes no lo dijeran, que aun juzgo incompletos, porque la adulación y miedo, no ha dejado de causar algunas ocultaciones, de que también tengo documentos.60

Tal situación afectaba, obviamente, tanto la seguridad de los pobladores de la provincia, sus bienes, la producción minera, agrícola, ganadera y, desde luego, causaba grandes perjuicios a la real hacienda. Hasta ese momento de nada había servido la fundación de pueblos defensivos como San Pedro Namiquipa, villa de Santa Cruz (Cruces), villa de San Antonio (Casa Grande), villa de Santiago (Janos) y villa de San Juan Nepomuceno, fundados por Teodoro de Croix en 1778 el extremo norte de la intendencia,61 siguiendo el plan de José de Gálvez de erigir un cordón de pueblos a lo largo de la frontera con los indios, de Sonora al Nuevo Santander, que sirviera como muro de contención a las incursiones de los apaches y comanches. Tampoco habían tenido éxito las comisiones especiales para el establecimiento de milicias de 1777, ni las instrucciones giradas por José de Gálvez en 1786 y 1787, pues hasta ese momento “han sido imaginarios e inútiles”, dirá Díaz de Ortega.62 Para remediar esas carencias y poder estar en condiciones de enfrentar a los enemigos, propone este intendente estimular a los ayuntamientos y vecindarios de todas las poblaciones, reales de minas, haciendas y ranchos para que, de sus propios recursos, hicieran los mayores donativos de vestuario, armamento y montura de sus respectivas compañías.63 Paces con los indios Díaz de Ortega ve en las incursiones apaches la otra gran causa del estado lamentable de la provincia, por lo que considera que el establecimiento de la paz con ellos no sólo sería deseable sino nece60 AHGED, Ramo Civil, vol. 1363, pp. 104-105: Informe particular del intendente de Durango don Felipe Díaz de Ortega sobre la Nueva Vizcaya, año de 1787. 61 VARGAS VALDÉS, “Namiquipa, tierra de revolucionarios”. 62 AHGED, Ramo Civil, vol. 1363, p. 108: Informe particular del intendente de Durango don Felipe Díaz de Ortega sobre la Nueva Vizcaya, año de 1787. 63 AHGED, Ramo Civil, vol. 1363, p. 108: Informe particular del intendente de Durango don Felipe Díaz de Ortega sobre la Nueva Vizcaya, año de 1787.

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saria para el progreso de sus habitantes y la corona española. Sin embargo, ve en los apaches una nación perversa, despiadada, cruel, traicionera, en fin, dejemos que el intendente nos diga lo que opina de ellos: …estos son los apaches, como lo ha demostrado una triste experiencia, unos hombres en la sola figura, que no se gobiernan, por principio de honestidad que carecen de religión, que ignoran el derecho de las gentes, que no tienen palabra, ni se avergüenzan de ser cogidos en traición: unas fieras humanas, si puedo hablar así, sin policía, sin gobierno, sin freno, sin fe ni dependencia mutua, sin domicilio fijo y que sólo se humilla a procurar la paz por evitar el golpe que recelan, y disponer salvo los que contra nosotros premeditan: unos bárbaros, que ha ya muchos años, que están gritando paz y a pesar de la condescendencia, con que se les concede siempre experimentamos la más cruda y funesta guerra.64

Así, considerados los apaches como la nación más “bárbara” y perversa de cuantas hayan existido en la faz de la tierra, “son gentes de mutua indecencia, sin policía, sin gobierno, sin jefe, sin subordinación sin leyes ni castigos” que además no reconocen la piedad del rey cuando se les perdonan sus fechorías, no hay forma alguna de establecer las paces con ellos, pues no tienen capitanes a quienes obedecen o los gobierne, más bien su organización guerrera se reduce a pequeñas jefaturas familiares que vagan errantes de un lado a otro cometiendo atrocidades, de tal suerte que hace imposible pactar la paz en esas condiciones. Por eso el intendente concluye sugiriendo “acabar tal vez con esa nación fiera… y obligar, por último a los pocos que queden, a reducirse a pueblos, vivir en sociedad, obedecer al rey y abrazar como otros la religión católica”,65 en suma hacerles la guerra, exterminarlos. División de la provincia Finalmente, entre todas las medidas que propone el intendente Díaz de Ortega, relativas al orden que debe ponerse en todos los 64 AHGED, Ramo Civil, vol. 1363, p. 116: Informe particular del intendente de Durango don Felipe Díaz de Ortega sobre la Nueva Vizcaya, año de 1787. 65 AHGED, Ramo Civil, vol. 1363, p. 123: Informe particular del intendente de Durango don Felipe Díaz de Ortega sobre la Nueva Vizcaya, año de 1787.

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ramos de la administración de la intendencia, llega a la conclusión de dividir la provincia espiritual y temporal para su mejor gobierno, dada la vastedad de su territorio y las dificultades de controlarlo. Esta es la idea que tenía Díaz de Ortega sobre la posible jurisdicción de la nueva provincia: Podríase también verificar, y con ventajas a la Real Hacienda, el beneficio espiritual, y temporal de los pueblos, si Vuestra excelencia se dignase disponer la división en lo espiritual y temporal de esta dilatada provincia, situando su capital en el Valle de Casas Grandes o en otro paraje mas a propósito que comprendiese en lo espiritual y temporal desde el Río de Nazas para adentro, con lo espiritual también del Nuevo México. De este modo, muy de cerca atendida la vasta extensión de estos terrenos, o al menos no de muy lejos se podría atender a la Religión al aumento de población que son las mejores defensas a la labor de las minas con, descubrimiento de otras al cultivo de los campos, y al aumento de la cría de ganados. Para compensación de lo que en lo espiritual y temporal a esta se le separase, se le podía agregar el Fresnillo, y Zacatecas con sus respectivas jurisdicciones quedando esta capital no al extremo de su jurisdicción como está ahora, sino en el centro de ella, y aquella con la proporción competente y necesaria quepiden las presentes críticas circunstancias.66

Ejecución del plan de Díaz de Ortega para la reforma del gobierno espiritual y temporal de la provincia de Nueva Vizcaya El informe del intendente Felipe Díaz de Ortega fue enviado al virrey de Nueva España, Manuel Antonio Flores, el 16 de enero de 1788, quien a su vez lo turnó al rey y al consejo de indias, mismo que fue aprobado, particularmente la parte relativa a remediar la reforma religiosa. En este rublo el virrey le recomienda al intendente que al proceder a la ejecución de sus propuestas haga concurrir la participación del comandante general de las Provincias 66 AHGED, Ramo Civil, vol. 1363, p. 132: Informe particular del intendente de Durango don Felipe Díaz de Ortega sobre la Nueva Vizcaya, año de 1787.

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Internas, Jacobo Ugarte Loyola, por estar facultado como vice-patrono, y al obispo de Durango, Esteban Lorenzo de Tristán (17831793), quien mostró la más amplia disposición. A estos funcionarios les correspondió poner en práctica las mencionadas reformas que recayeron en las parroquias y curatos de la diócesis duranguense. Esa fue la base fundamental para el re establecimiento, en algunos casos, y la fundación de curatos y misiones en la intendencia de Durango que reporta el virrey conde de Revilla Gigedo en su Informe sobre las misiones, 1793. Basado en los padrones levantados en los años de 1779, 1780 y 1781, puede afirmarse que la población de la provincia ascendía a 120 000 personas, capaz, según el virrey, de mantener un millón de gentes en “sus fertilísimos y verdaderamente desiertos territorios”,67 con todo, era la más poblada de las Provincias Internas. Swann estima que la población de dicha intendencia era mayor en 1790,68 así que tres años después suponemos debió de haberse incrementado un poco más. Región Intendencia de Durango Nuevo México Texas Sonora Sinaloa

Fecha 1790 1790 1790 1790 1790

Población total 119 965 30 953 3169 38 305 55 062

Fuente: SWANN, Tierra Adentro: Settlement and Society, p. 215.

En relación a las misiones, al momento del extrañamiento de los jesuitas quedaron 27 misiones en pie, mismas que fueron despojadas de sus bienes temporales pasando en esas condiciones a manos de sacerdotes y de los misioneros del Colegio Apostólico de Guadalupe de Zacatecas. Con la reforma realizada por el intendente Díaz de Ortega y el obispo Lorenzo de Tristán, el número de misiones en la Sierra Madre encargadas a curas doctrineros pasó a 11, en tanto que las misiones de la misma sierra asignadas a los religiosos del Colegio de Guadalupe de Zacatecas fue de 18. Por su parte, los franciscanos fundaron ocho más. Éstas fueron: San 67 68

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REVILLA GIGEDO, Informe sobre las misiones, p. 41. SWANN, Tierra Adentro: Settlement and Society, p. 215.

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Cristobal del Nombre de Dios, Bachiniva, San Andrés, Santa Isabel, Babobayava, Julimes, San Buenaventura y Tepacolmes.69 Como se puede apreciar, el restablecimiento de las misiones se realizó fundamentalmente en la provincia de la Tarahumara, no así en la Tepehuana ni Topia, donde, en nuestra opinión, queda confirmada la tesis de que ya no había suficiente población indígena para refundar misiones, al contrario, se trataba de una región con un crecido número de “vecinos de razón”, como quedó dicho al principio. La decisión recayó finalmente en la Tarahumara, pero no sin problemas desde el principio, pues las 11 misiones encargadas a curas doctrineros por el obispo de Durango presentaron dificultades en la atención a los indios por la falta de ministros, no de sínodo. En cambio, las 18 asignadas a los religiosos del Colegio de Guadalupe de Zacatecas estuvieron bien atendidas desde el inicio, así como las ocho que habían fundado antes los frailes franciscanos de la provincia de Zacatecas. En su informe, Revilla Gigedo se une a las críticas de los gobernadores Fayn y Díaz de Ortega a los clérigos por su falta de compromiso espiritual con su grey, encuentra, igualmente lamentable, que habiéndoles otorgado curatos no los atendieran y donde los había los curas estaban en calidad de interinos y los servían contra toda su voluntad, un mal añejo que se convertiría en un problema a resolver por los subsecuentes intendentes de la provincia y por los comandantes de las Provincias Internas, como lo muestra Nemesio Salcedo en la Instrucción de 1813.70 Revilla Gigedo atribuye igualmente la ruina de los curatos y misiones al despojo de sus bienes materiales cometido por el comandante de armas de Chihuahua, Lope de Cuellar, al momento de la expatriación de los jesuitas, concediendo toda clase de créditos a los misioneros franciscanos, en quienes asegura estarían en mejores condiciones gracias a su demostrado empeño.71 Los otros elementos importantes del proyecto de un nuevo gobierno espiritual y temporal para los indios, como lo eran el establecimiento de escuelas de primeras letras para la formación in69

Véase el cuadro completo en REVILLA GIGEDO, Informe sobre las misiones, pp. 43-47. SALCEDO Y SALCEDO, Instrucción reservada de don Nemesio Salcedo y Salcedo, p. 61. 71 REVILLA GIGEDO, Informe sobre las misiones, p. 47. 70

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telectual de la población en general y de los indios en particular, la fundación de nuevos pueblos de frontera compuestos, principalmente, de colonos españoles o de pueblos mixtos, de españoles e indios, para que estos aprendan las buenas costumbres de los primeros, se fueron realizando en forma más lenta. Así por ejemplo, bajo la comandancia de Nemesio Salcedo se fundaron los pueblos de San Luis del Cordero, en Nueva Vizcaya, los de Baján, Cuatro Ciénegas y Palafox en Coahuila y los de Trinidad y San Marcos en Texas.72 La creación de escuelas fue igualmente una de las preocupaciones de las autoridades de la provincia que procuraron atender puntualmente. En el periodo del comandante Salcedo se establecieron dos escuelas de primeras letras en la villa de Chihuahua, una para niños y otra para niñas.73 Conclusión La decisión de arreglar o poner orden en los pueblos de misión que habían estado sujetos al sistema jesuítico en Nueva Vizcaya, como hemos podido apreciar, tuvo que esperar varios años para su ejecución. Este retraso puede atribuirse a la aplicación, primero, de una serie de medidas de orden militar, administrativo y de la reorganización del gobierno de las Provincias Internas, como la visita de José de Gálvez (1765-1769), la formación de la Comandancia General de las Provincias Internas, establecida desde 1769, aunque puesta en operación hasta 1777 con la designación de Teodoro de Croix como primer comandante y la formación de las intendencias (1786). En ese contexto de reestructuración del gobierno y la administración del septentrión, tanto visitadores, gobernadores, obispos y comandantes de las Provincias Internas contribuyeron a brindar una visión más objetiva de la problemática de todo el norte novohispano. De este modo, la información generada por ellos sirvió de base para el diseño de una serie de medidas de solución en todos los órdenes de la sociedad y el gobierno. En cuanto al mundo indígena, como hemos visto, se trataba de erradicar lo que los españoles consideraban los peores vicios de su 72 73

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SALCEDO Y SALCEDO, Instrucción reservada de don Nemesio Salcedo y Salcedo, p. 59. SALCEDO Y SALCEDO, Instrucción reservada de don Nemesio Salcedo y Salcedo, p. 63.

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naturaleza como la pereza, el ocio, la embriaguez; en el plano religioso había que alejarlos de la idolatría y las falsas creencias religiosas enseñándoles los dogmas del cristianismo. Respecto a su condición social y política, obligarlos a vivir en “policía”, sujetos a la autoridad española bajo orden y ley. En el concierto económico, se pretendía hacer a los indios laboriosos, productivos, emprendedores, con la idea de que elevaran su condición social, que vivieran bien, observando la debida urbanidad en el ámbito privado y colectivo, pero ante todo ser buenos cristianos, obedientes y leales a Dios y al monarca. El proyecto de superación económica, social y religiosa de los indios consideraba la enseñanza de oficios para hombres y mujeres, así como leer y escribir, y preparar a los hijos de los indios de caciques para que sirvieran de ejemplo a los demás. El modelo ideal seguirá siendo la misión. Por esa razón el restablecimiento del régimen misional significaba, en primer término, la revaloración de la función religiosa, social y cultural del misionero como agente de cambio, como agente de transformación social. A la religión católica se le reconoce como compañera imprescindible del poder del Estado; no sólo se le considera necesaria para la domesticación de los gentiles sino útil para el ejercicio del gobierno. Si bien esta idea no es nueva, posee ingredientes característicos de la época borbónica en la que los gobernantes y el clero piensan que la razón y la fe no son incompatibles con el orden impuesto por el Estado. Es así como se puede hablar de una religiosidad ilustrada, una religiosidad que no admite excesos como la idolatría ni la libre interpretación de los dogmas cristianos. En el ámbito urbano reprueba las prácticas devocionales privadas como los altares domésticos, las procesiones por ser actos masivos de composición étnica heterogénea, vistos como un potencial subversivo que podían atentar contra la paz pública; por eso se prohibió la instalación de ferias en iglesias durante las fiestas religiosas e incluso se suprimieron algunas cofradías, hermandades y otros cuerpos que antaño formaban parte activa de la religiosidad barroca, así como, obviamente, toda manifestación de idolatría que la iglesia no había podido exterminar del todo. En suma, se trata de corregir de una vez definitivamente el problema de la evangelización a todos los niveles de la sociedad. 275

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FUENTES Y REFERENCIAS AGNM AHGED BNM

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DESINTEGRACIÓN Y RESTABLECIMIENTO DEL SISTEMA MISIONAL EN NUEVA VIZCAYA

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CUARTA PARTE LA CONSTRUCCIÓN REGIONAL Y NACIONAL: DE LA INDEPENDENCIA A LA REVOLUCIÓN EN EL NOROESTE DE MÉXICO

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Marco Antonio Landavazo UNIVERSIDAD MICHOACANADE SAN NICOLÁS DE HIDALGO INSTITUTO DE INVESTIGACIONES HISTÓRICAS

* Yo no sé lo que ocurra en otros lados del país, pero en la Baja California los alcances y los límites de la acción política local se ven condicionados en muy buena medida por las características demográficas, económicas y geográficas que en ella se observan en esta época, la de las primeras décadas del siglo XIX. La considerable extensión territorial de la península californiana era inversamente proporcional al tamaño de su población. Esto, que puede ser un rasgo genérico de los territorios del norte mexicano, parecía llevarse al extremo en Baja California: ahí, en 1803, la población alcanzaba un número de 4508 habitantes, que crecieron a 5700 en 1824 y a 6491 en 1835. Para darnos una idea de los tamaños demográficos de la península, comparemos esos números con el siguiente que corresponde a la vecina Gobernación de Sonora y Sinaloa en el año de 1813, una provincia que no se caracterizaba, por cierto, por ser una de las más pobladas: 123 854. El panorama se completa si comparamos las poblaciones de las localidades más importantes de ambos espacios: Baja California, 1835: La Paz, 780 habitantes; San José del Cabo (considerando el municipio completo) 1476; San Antonio (considerando igualmente a la municipalidad), 1781; Loreto, capital del Territorio, 220. Estado Interno de Occidente, 1827: Hermosillo, 8000 habitantes; Álamos, 6000; Guaymas, 2000; Culiacán, 6000; Mazatlán, 2000; Rosario, 6000.1 1 Para las cifras relativas a Baja California me apoyo en TREJO BARAJAS, “La población de la California peninsular”, pp. 19 y 22-23, cuadros 1 y 2; para la Gobernación de Sonora y Sinaloa en BNM, Archivo Franciscano, c. 37, doc. 838, ff. 1-20: “Informe sobre las proporciones

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Vista en su conjunto y desde una perspectiva temporal, la población bajacaliforniana experimentó un crecimiento sostenido a lo largo del siglo XIX, aunque tendió a concentrarse en el extremo sur de la península, básicamente en las poblaciones de La Paz, San José del Cabo y San Antonio.2 Sin embargo, es incontestable el hecho de que se trataba de una población pequeña, en realidad muy pequeña, que difícilmente podía sostener una economía fuerte en el contexto nacional, y, por consiguiente, una élite con posibilidades de influir significativamente más allá de la política local. A la pequeñez se le sumaba la juventud, como otra característica de la población local, es decir, el hecho de que haya sido apenas durante las primeras décadas del siglo XIX cuando se formaron las principales localidades en la región, como el caso del mineral de San Antonio, que surgió como asentamiento permanente entre 1803 y 1824, y sobre todo el puerto de La Paz, que habría de convertirse más adelante en la capital del Territorio y cuyo poblamiento empezó a gestarse a principios de los años veinte de ese mismo siglo. Ello está ligado, además, con la circunstancia de que los grupos de interés bajacalifornianos se encontraban también, en estos mismos años, en vías de constitución; es por eso que comerciantes, ganaderos y agricultores —los grupos económicos fundamentales en el periodo—, aunque a punto de ser los grupos que ejercerían el control económico y político en el Territorio, observaban dimensiones poco significativas. En otras palabras, a principios del siglo XIX la bajacaliforniana era una sociedad local en proceso de formación. ** En este contexto de precariedad económica y demográfica, aunado a la lejanía física, resulta comprensible el hecho de que los pocos bajacalifornianos que registran los padrones en el primer cuarto de siglo hayan visto pasar de noche acontecimientos fundamentanaturales y políticas de los territorios de la Gobernación de Sonora y Sinaloa por Alejo García Conde”, Arizpe, 14 de agosto de 1813; y para las localidades del Estado Interno de Occidente en LANDAVAZO, “La urbanización demográfica en el noroeste mexicano”, p. 174, cuadro 1. 2 Véase al respecto el estudio de TREJO BARAJAS, “La población de la California peninsular”, pp. 9-69.

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les, definitorios en el proceso de construcción nacional. No hubo, por ejemplo, la menor participación de la Baja California en la guerra civil iniciada en 1810, ni ésta tuvo mayores repercusiones sobre aquélla, salvo la interrupción en las vías de comunicación con Guadalajara y México, que ocasionó la suspensión del pago de las tropas de los presidios y los envíos de dinero y efectos de todo tipo que se hacían a las misiones. Cuando se supo en la península que en la capital se había proclamado la independencia, algunos padres misioneros se negaron a jurarla, pero más por una suerte de desconcierto que por oposición franca; la situación se normalizó cuando ante tal situación la Regencia del Imperio, en sesión celebrada el 1 de abril de 1822, acordó enviar en comisión a don Agustín Fernández de San Vicente, prebendado de la catedral de Durango, hacia las Californias. Allí, con la representación de la Regencia y con credenciales “de los prelados de Santo Domingo y San Fernando” debía presentarse ante los misioneros para instruirlos “del verdadero estado del Imperio” e informarlos de “la opinión de la independencia”; además, llevaría a los gobernadores órdenes del ministro de la guerra, entre las cuales estaban las de “reconocer, jurar y publicar el actual sistema de nuestro gobierno”. No tuvo mayor problema Fernández de San Vicente para cumplir con su comisión, pues dos meses después envió una carta a la Regencia en la que informaba que regía ya en la Baja California “el sistema de independencia”.3 En los primeros años después de proclamada la independencia, los bajacalifornianos asumieron igualmente una actitud francamente pasiva, de aceptación de las decisiones políticas que se tomaban en el centro como hechos consumados. Un oficio enviado por el jefe político de Baja California, José Manuel Ruiz, al ministro de Relaciones Interiores y Exteriores en octubre de 1823 puede ilustrar lo anterior. Respondía la máxima autoridad local en este documento a la solicitud del funcionario federal de información acerca de los individuos que hubiere en la península con “instrucción y mérito”, y que pudieran por tal condición desempeñar algún empleo público. La respuesta del jefe político consignaba únicamente 3 AGNM, Gobernación, sin sección, vol. 34, exp. 7, ff. 12-17: Expediente sobre ocurrencias en las Californias, 1822-1823.

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la existencia, en todo el Territorio, de 16 personas que “se consideran con principios de mediana instrucción”,4 sobre una población total que se estimaba en alrededor de 5700 individuos. Por esta razón, sumada a la penuria financiera del gobierno local, la Baja California fue la única provincia que no tuvo representante ante el Congreso Constituyente de 1823-1824, el mismo que expidió el Acta Constitutiva de la Federación y la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Algo así había ocurrido antes, en el primer Congreso Constituyente. En los documentos oficiales de este congreso aparece el nombre de Manuel Ortiz de la Torre como diputado por Baja California,5 pero sabemos que no era vecino de la península y sí de la ciudad de México, que para 1824 era funcionario de la Secretaría de Relaciones Interiores y Exteriores, y que había sido nombrado como diputado por Iturbide por medio de un decreto del 31 de octubre de 1822;6 es decir, aunque formalmente existía un representante de Baja California en dicho congreso, no había sido electo por los propios bajacalifornianos. En vísperas de realizarse los procesos electorales para diputados al segundo Congreso Constituyente, el jefe político comunicó al secretario de relaciones que en la provincia no había persona “de su confianza para este encargo”, además, de que se carecía de recursos suficientes para otorgarle viáticos, en el remoto caso de que se pudiera elegir a algún individuo como diputado. El secretario informó de lo anterior a los diputados secretarios del congreso, José Agustín Paz y Luis de Cortázar, agregando con asombro que el jefe político bajacaliforniano había llegado “hasta el extremo” de solicitar que se declarara “no deber tener quien le represente en el soberano Congreso” o que se le transfirieran poderes a algún otro diputado “de los nombrados por otras provincias” para que representara a la península; en el último de los casos, sugería el jefe 4 AGNM, Gobernación, sin sección, vol. 44, exp. 4: José Manuel Ruiz al ministro de Relaciones Interiores y Exteriores, Loreto, 30 de octubre de 1823. 5 Por ejemplo, en las listas de los diputados que comparecían a las sesiones del primer Congreso Constituyente, consignadas en las actas de dichas sesiones. Véase al respecto el Diario de las Sesiones del Congreso Constituyente de México. Tomo IV, pp. 2 y 87. 6 AGNM, Gobernación, leg. 25, c. 50, exp. 24: “José Manuel Ruiz al Srio. de Estado y del despacho de Relaciones”, Loreto, 26 de junio de 1824.

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político, podía recaer la representación bajacaliforniana de nueva cuenta en el citado Manuel Ortiz de la Torre.7 Las solicitudes de José Manuel Ruiz fueron consideradas una “notoria nulidad” por parte del secretario de relaciones, pero al mismo tiempo reconocía como una “cosa dura” dejar a aquella provincia, ya de por sí en una situación “desgraciada”, sin el “justo recurso” de contar con representante ante el congreso; pidió de cualquier modo a los diputados secretarios discutir aquellas solicitudes en el seno del congreso. En un primer momento los diputados aceptaron que Manuel Ortiz de la Torre fungiera otra vez como diputado por la Baja California, pero meses después reconsideraron esa postura pues el propio gobierno federal argumentó que Ortiz no podía ejercer tal cargo dado su carácter de empleado público, y de ese modo el congreso resolvió que la península debía cumplir con los decretos sobre elecciones que mandaban realizar éstas como único medio legítimo para el nombramiento de diputados.8 La Baja California no tuvo pues representación ante el congreso que habría de constituir la república. Y esto fue un factor, entre otros, que ayuda a entender la decisión de los diputados de otorgarle a esa provincia el estatuto político-administrativo de Territorio. La península no habría de alcanzar de cualquier modo la calidad de estado, pues no contaba con un número significativo de habitantes ni sus recursos financieros eran suficientes como para sostener los gastos de mantenimiento de un aparato gubernamental, es decir, no cubría los criterios que fueron considerados básicos por el congreso para tomar aquel tipo de decisión.9 7 AGNM, Gobernación, leg. 44, c. 82, exp. 21: “El Srio. de Estado y del despacho de Relaciones a los exmos. sres. diputados secretarios del Soberano Congreso”, México, 24 de marzo de 1824. 8 AGNM, Gobernación, leg. 44, c. 82, exp. 21: “El Srio. de Estado y del despacho de Relaciones a los exmos. sres. diputados secretarios del Soberano Congreso”, México, 24 de marzo de 1824 y “José Agustín Paz y Luis de Cortázar al srio. del Despacho de Relaciones”, Méjico, 15 de mayo de 1824”; AGNM, Gobernación, leg. 44, c. 83, exp. 15: “José Manuel Ruiz al Exmo. Sr. Ministro de Estado y Srio. del Despacho de Relaciones”, Loreto, 29 de diciembre de 1823, “El srio. de Relaciones Interiores y Exteriores al jefe político de Baja California”, México, 24 de febrero de 1825, y “Santos Vélez y Francisco María Lombardo al srio. de Estado y del despacho de Relaciones”, México, 6 de mayo de 1825. 9 En el “Discurso preliminar” del “Proyecto de Acta Constitutiva de la Nación Mexicana” elaborado por una comisión formada por Miguel Ramos Arizpe, Manuel Argüelles, Rafael

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Sin embargo, el curso de los acontecimientos podía haber sido diferente si hubiese habido en el congreso un diputado bajacaliforniano. Esta conjetura puede sostenerse si observamos rápidamente la actuación en el congreso de los diputados por Tlaxcala y Colima, provincias sobre las cuales pendió la discusión acerca de la condición política y administrativa que mejor se adecuaba a sus respectivas circunstancias. De hecho el artículo 7º del Proyecto de Acta Constitutiva de la Federación propuesto por la comisión presidida por Ramos Arizpe, que fijaba el número de estados de la federación y su extensión territorial, suscitó largas discusiones. En la sesión del 20 de diciembre de 1823, en que dio inicio la discusión, un grupo de diputados encabezado por Servando Teresa de Mier solicitó por escrito que se reservara hasta el final dado que existían controversias en torno a Chiapas, las Provincias Internas de Oriente, Durango y Chihuahua, y Colima y Jalisco; de esa manera, opinaban los diputados, mientras se discutía el resto de los artículos las provincias podían formarse mejor opinión para instruir a sus diputados. Se decidió, finalmente, que se discutiera el artículo, pero procediendo casuísticamente, provincia por provincia, y dejando pendiente los casos de Chiapas, Provincias Internas de Oriente y Occidente y Tabasco.10 No se hizo mención en esa resolución de Tlaxcala y Colima, pero fueron dos casos que suscitaron controversias importantes. En efecto, en el artículo 7º del proyecto de Acta de Ramos Arizpe se consideró a Tlaxcala como parte integrante del estado de Puebla y, en un dictamen posterior, a Colima como parte de Jalisco. Sin embargo, el congreso resolvió constituir a ambos como Territorios de la federación. Hubo momentos en que se llegó a proponer que fueran elevadas ambas provincias a la categoría de estados, pero tamMangino, Tomás Vargas y José de Jesús Huerta, y discutido en la sesión del 20 de noviembre de 1823, se señala que la comisión, “abrumada por las dificultades para fijar el número de estados que debían componer la federación mexicana”, partió del principio general siguiente: “que ni fuesen tan pocos que por su estención y riqueza pudiesen en breves años aspirar a constituirse en naciones independientes rompíendo el lazo federal; ni tantos que por falta de hombres y recursos viniese a ser impracticable el sistema”. En Acta Constitutiva de la Federación, p. 99. 10 Acta Constitutiva de la Federación, pp. 373-375: Soberano Congreso. Presidencia del Sr. Mangino. Sesión del día 20 de diciembre de 1823.

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bién se hicieron oír propuestas -como las del ayuntamiento de Huamantla- de dejar el artículo 7º en su redacción original. Fue, pues, la decisión del congreso una opción conciliadora, que se produjo en buena medida por las intervenciones de los diputados José Miguel Guridi y Alcocer de Tlaxcala y José G. Arzac de Colima.11 En el caso bajacaliforniano las cosas fueron distintas: en la decisión de los diputados de considerar a la Baja California como Territorio las opiniones locales estuvieron ausentes, porque no se contaba con un representante de esa provincia. El citado artículo 7º del proyecto de Acta establecía el Estado Interno de Occidente formado por las provincias de Sonora, Sinaloa y las dos Californias. En la sesión del 10 de enero de 1824 se discutió el asunto y se oyeron diversas opiniones: formar dos estados, el uno con Sonora y la Alta California y el otro con Sinaloa y Baja California; conservar a Sonora y Sinaloa como un estado y considerar a las Californias como Territorios; dejar el Estado Interno de Occidente tal y como lo establecía el proyecto. No se pusieron de acuerdo los diputados y dejaron para sesión posterior la decisión. Ésta fue tomada el día 29 de enero de 1824: después de deliberar sobre las consecuencias de unir o no las Californias a Sonora y Sinaloa (Ramos Arizpe pensaba que era mejor formar un estado “robusto y fuerte” con las tres provincias, mientras otros diputados opinaban que para Sonora y Sinaloa las Californias serían una carga) el congreso optó por convertirlas en Territorio, sujeto directamente al gobierno federal, sin que para ello contara en lo absoluto la opinión de la propia provincia.12

11 Véase al respecto Acta Constitutiva de la Federación, pp. 97-108, 139, 177, 378-380, 519, 533 y 576-578: Soberano Congreso. Presidencia del Sr. Mangino. Sesiones de los días 20 de noviembre de 1823, 28 de noviembre de 1823, 2 de diciembre de 1823, 21 de diciembre de 1823, 16 de enero de 1824, 20 de enero de 1824 y 30 de enero de 1824; Actas constitucionales mexicanas, pp. 365-368, 371-373 y 377-382: Diario de las sesiones del Congreso Constituyente de la Federación Mexicana, sesiones de los días 1, 3 y 4 de mayo de 1824; BNM, Lafragua, 859: Decreto del Congreso General Constituyente de 24 de noviembre de 1824 que declara a Tlaxcala territorio de la Federación, México, 24 de noviembre de 1824. 12 Acta Constitutiva de la Federación, pp. 101, 492-493 y 565-566: Soberano Congreso. Presidencia del Sr. Mangino. Sesiones de los días 20 de noviembre de 1823, 10 de enero de 1824 y 29 de enero de 1824.

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*** Podemos decir, en vista de lo dicho antes, que durante los años de la primera república federal mexicana dos características importantes distinguieron a la península de Baja California: su estatuto de Territorio y los niveles incipientes de desarrollo demográfico y económico que dieron como resultado la configuración de grupos de poder locales con escasa influencia más allá de los límites peninsulares. En virtud del primer rasgo, Baja California se diferenciaba de aquellas provincias que habían alcanzado el carácter de estados por un hecho ciertamente crucial: su incapacidad jurídica para dotarse de un ordenamiento constitucional propio y de un gobierno interior, y, por consiguiente, su dependencia directa del gobierno federal en materia política y administrativa. En la península, como consecuencia del segundo rasgo, no pudieron desarrollarse grupos de poder locales con la suficiente fuerza como para disputarle seriamente al gobierno federal espacios de decisión, de manera tal que la confrontación entre poder local y poder central no fue, como en otras regiones y entidades del país, un rasgo distintivo de la relación entre los órdenes de gobierno, el federal y, en este caso, territorial; no es que hayan sido inexistentes las fricciones entre ambas instancias de gobierno, pero la historia peninsular registra mayormente pugnas internas entre los diferentes grupos locales, en las cuales el “Superior Gobierno” empezó a jugar un papel, que pronto devino creciente, de mediación o arbitraje. Habría que añadir un rasgo más, ya señalado: la peculiar situación geográfica del territorio -marcada por su lejanía física respecto del núcleo central del país, intensificada por su peninsularidad-, que obraba como un obstáculo para la integración y para el control que debía ejercerse desde el gobierno federal, lo que a su vez abría la posibilidad para la actuación más o menos autónoma de las fuerzas políticas locales. El resultado de la combinación de tales circunstancias no fue, en tal virtud, ni la total sujeción de la Baja California al gobierno federal, ni una libertad absoluta en el desempeño de los grupos de poder bajacalifornianos; entre éstos y los poderes centrales, específicamente el poder ejecutivo, se establecieron más bien vínculos que tendían a una suerte de laissez-faire por partida doble: 288

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las fuerzas locales del territorio no intentaron significativamente enfrentar decisiones del gobierno federal, y éste por su parte no se planteó con seriedad la intromisión en los asuntos domésticos. Más por omisión que por acción, se construyeron en los hechos relaciones que de otra manera no dudaríamos en calificar como de cooperación y de mutuo respeto, que fueron de beneficio para ambas partes, en la medida en que ninguno de los dos poderes contaba con la fuerza suficiente para imponerse sobre el otro. Quiero ilustrar lo que acabo de mencionar, y haré referencia para ello en primer lugar al carácter “territorial” de la Baja California, a su naturaleza administrativa que lo hacía depender del gobierno federal. El artículo 50 de la Constitución Política, en su fracción XXX, estipulaba, en efecto, que era facultad del Congreso General establecer las leyes que debían regir la vida interna de los territorios de la federación y que, mientras el congreso no llevase a cabo esa tarea, debían quedar bajo el control directo del gobierno federal, tal y como se prescribió en el artículo 7º del Acta Constitutiva de la Federación. El problema es que el congreso no llegó a aprobar nunca leyes o decretos para la administración de los territorios sino hasta los años de 1849 y1850.13 Para salir al paso de esa laguna normativa —pues la vida política y social de la Baja California no habría de detenerse, como es dable suponer—, se encontró una salida bastante peculiar, una for13 Existieron algunos intentos en ese sentido desde luego, tanto en la Cámara de Diputados como en la de Senadores, pero que no llegaron a fructificar: al año siguiente de promulgada la Constitución de 1824, una comisión especial de la Cámara de Senadores, encargada de la revisión del informe expedido por el secretario de Relaciones Interiores y Exteriores, emitió un dictamen en el cual, entre otras cosas, propuso que el Senado elaborara un proyecto de ley para la administración de los territorios y del Distrito Federal. Dos años después, el 25 de abril de 1827, otra comisión, ésta de la Cámara de Diputados, elaboró un proyecto de constitución para las entidades político-administrativas de referencia. Véase BNM, Colección Lafragua, 100:Dictamen de la comisión especial de la Cámara de Senadores del Soberano Congreso Constitucional encargada de ecsaminar la memoria del Secretario de Estado y del despacho de Relaciones Interiores y Exteriores, México, Imprenta del Supremo Gobierno de los Estados Unidos Mexicanos en palacio, 1825; BNM, Colección Lafragua, 194: Dictamen de la comisión especial de la Cámara de Diputados para formar la constitución del Distrito y Territorio de la Federación, México, Imprenta del Correo a cargo del C. José María Alva, 1827. Por su parte, La Junta de Fomento de las Californias, creada por el gobierno federal en 1824, presentó, en 1827, una propuesta de iniciativa de ley, para formar un gobierno en la península, que el presidente de la república propondría al Congreso General para su aprobación. Véase BNM, Colección Lafragua, 31: Iniciativa de Ley que propone la Junta para el mejor arreglo del gobierno de los territorios de Californias, México, s.p.i., 1827.

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ma singularísima de supervivencia jurídica: la utilización de la legislación de las cortes gaditanas y españolas del periodo 1810-1823 y, sobre todo, de la Constitución de Cádiz. Singular porque se trataba de la vigencia de una constitución perteneciente ya a otra nación, en plena época independiente y republicana.14 Debo decir ahora que el recurrir a normas y decretos españoles fue una práctica normal durante el siglo XIX en México, pero se sujetaba al llamado orden de prelación y seguía una lógica por lo demás clara y sencilla: se aplicaban aquellas leyes que no hubiesen sido sustituidas por sus equivalentes mexicanas. Pero resulta que desde octubre de 1824 existía en el país una constitución propia, de tal suerte que no era posible jurídicamente utilizar otro ordenamiento constitucional, sin caer en una falta grave. Por ello don Mariano Galván —editor de una colección de decretos y órdenes de las Cortes de España “que se reputan vigentes en la República de los Estados Unidos Mexicanos”, que vio la luz en 1827— advirtió en la nota introductoria que no había insertado la Constitución de Cádiz en su colección porque no podía regir “ni aun supletoriamente en el distrito y territorios, que no la tienen propia”, además de tratarse de una constitución, en su opinión, que se significaba por su “absoluta diversidad de sistema y repugnancia que dice con la federal mexicana”.15 Y he ahí una evidente paradoja, que habría de marcar el desarrollo político local: no obstante su debilidad política, la península gozaba en los hechos de una relativa autonomía que le permitía tomar decisiones y llevar a cabo acciones no siempre dentro de los cauces estrictos de la legalidad imperante. La Constitución de Cádiz como sustento normativo de la vida política y administrativa de los territorios era un ejemplo claro de ello: a pesar de su imposibilidad jurídica, la constitución gaditana fue utilizada para dar una cuestionable pero efectiva legalidad al entramado institucional a través del cual se expresaron los intereses y las demandas de los grupos de poder locales y tomaron cauce los procesos políticos internos. 14 He abordado este asunto, considerando el periodo 1825-1850, en “Baja California y la Constitución de Cádiz”, pp. 77-89. 15 Véase al respecto GONZÁLEZ, El derecho civil en México, p. 27; Colección de los decretos y órdenes de las Cortes de España, p. III.

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Al igual que en el resto de los territorios del país —Alta California, Colima, Nuevo México y Tlaxcala—,16 durante la primera república federal funcionaron en Baja California dos órganos de gobierno creados por la Constitución de Cádiz: los jefes políticos y la Diputación Provincial, que en este caso fue llamada “Territorial”, instalados ambos en 1825. 17 De igual forma, se establecieron y funcionaron en la península ayuntamientos, a partir de 1822,18 que si bien eran instituciones incorporadas plenamente en el derecho constitucional mexicano, no fue en la constitución de 1824 donde se consignó su existencia, sino que ello se dejó en manos de las constituciones estatales; de esa suerte, la instalación de los gobiernos municipales en los territorios, por omisión, tuvo que ser llevada a cabo también con fundamento en la constitución gaditana. Podría decirse, en tal virtud, que Baja California era un Territorio que funcionaba casi como un estado de la federación: contaba con gobiernos locales o ayuntamientos; con un jefe político que hacía las veces de titular del poder ejecutivo y que a menudo era nombrado localmente, dicho sea de paso; y con una Diputación Territorial que, aunque no llegó a desarrollar una actividad propiamente legislativa, asumió en reiteradas ocasiones el papel de contrapeso del jefe político, es decir, una de las funciones del poder legislativo. Se suponía igualmente que la Baja California, en tanto Territorio, no podía otorgarse un reglamento para su gobierno interior, pero en los hechos ocurría algo parecido con la utilización de las leyes gaditanas; se suponía también que se encontraba sujeta di16 También en la Alta California, Colima, Nuevo México y Tlaxcala, con algunas diferencias en lo que respecta al periodo. Véase una referencia al respecto, para Nuevo México y Alta California, en WEBER, The Mexican Frontier, 1821-1846, pp. 27-30; para Colima y Tlaxcala pueden consultarse algunos documentos, como representaciones, oficios e informes de las Diputaciones Territoriales, los jefes políticos y los ayuntamientos, en BNM, Colección Lafragua, 4897, 5100, 5519, 5547, 5711, 5736-37, 5979, 5992 y 6070. 17 El teniente coronel de ingenieros José María de Echeandía, nombrado un año antes jefe político de ambas Californias por Guadalupe Victoria, instituyó, en 1825, la Diputación Territorial y la Jefatura Política. Véase BANCROFT, History of the North Mexican, v. I, p. 709; AHPLM, Ramo II, vol. 19, doc. 1228: “Antonio Navarro a Luis de Cuevas”, San Antonio, 22 de septiembre de 1825. 18 En 1822 el comisionado del imperio de Iturbide para la Baja California, Agustín Fernández de San Vicente, instaló, el 27 de julio, los ayuntamientos de Loreto, San Antonio y San José del Cabo. LASSÈPAS, Historia de la Colonización de la Baja California, p. 107.

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rectamente al gobierno federal, y por tanto a éste le correspondía tomar todas las decisiones relativas a la política y la administración locales, y sin embargo, ello no siempre fue así. El jefe político, por ejemplo, debía ser la principal autoridad territorial y debía ser nombrado por el ejecutivo federal; pero entre 1825 y 1837, año este último en que se organizó la península conforme a los lineamientos del nuevo orden centralista, la jefatura política fue ejercida en varias ocasiones por los ayuntamientos y la Diputación Territorial: de los poco menos de 20 jefes políticos que fungieron durante aquellos años sólo seis lo fueron por decisión directa del gobierno federal, de los cuales, por lo demás, sólo tres llegaron de fuera del Territorio,19 lo cual evidenciaba la débil presencia del poder ejecutivo en la península. **** A pesar de su irregularidad jurídica, los órganos de gobierno establecidos en la península mostraron en los hechos una efectividad notable, pues se convirtieron en espacios e instrumentos de las disputas que, una vez constituidos los grupos de poder locales, empezaron a producirse de manera permanente. En un primer momento, entre 1822-1825 aproximadamente, es decir, en los años en que se establecieron los órganos de gobierno y empezaron a funcionar, la irregularidad era, quizá, su principal característica: periodos de meses pasaban en ocasiones sin que se nombrase un jefe político o sin que se instalase la diputación, mientras que los ayuntamientos se quejaban constantemente por su penuria financiera. No parecía pues que dichos órganos interesasen a nadie. Pero conforme crecían en importancia e influencia los grupos de interés, aquellas instituciones se fortalecían, ganaban en estabilidad, y al mismo tiempo se volvían objetos de discordia pues se generaba una disputa por su control, en la medida en que se veían como instrumentos útiles no sólo para dar cauce a la vida política sino como medios para la promoción de intereses privados. Muy pronto pues demostraron su eficacia como órganos de gobierno, y muy pronto, también, los vemos protagonizando controversias políticas, jurídicas y administrativas. 19

LASSÈPAS, Historia de la Colonización de la Baja California, pp. 107-110.

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La Diputación, por ejemplo, se llegó a quejar de su subordinación al jefe político. El artículo 325 del código gaditano establecía, por un lado, que el “gefe superior” debía presidirla, mientras que, por el otro, el artículo 17 de la “Instrucción para el gobierno económico político de las Provincias”, sancionada por las cortes españolas, estipulaba que el jefe político era el único conducto a través del cual los ayuntamientos y la diputación podían dirigirse al gobierno. Lucas Alamán, en un oficio dirigido al jefe político bajacaliforniano, le informaba precisamente que sólo a través de él podía hacérsele llegar al gobierno federal cualquier solicitud o notificación.20 La diputación envió entonces al gobierno un oficio en el que señalaba que, aunque tenía facultades para deliberar en algunos ramos, no eran “tan generales” como para “abrogarse el conocimiento de todos”; antes al contrario, aseguraba, aun en aquellas que le eran propias “se ven ligadas y casi nada pueden hacer sin reconocer a sus jefes políticos”. Hasta para dirigirse al gobierno y para tratar con los ayuntamientos sobre medidas de economía, policía y otras de buen gobierno les estaba “designado aquel conducto”.21 Las cosas terminaron resolviéndose finalmente en el sentido deseado por la diputación. Sólo durante la primera diputación instalada, la de 1825, fungió como su vocal presidente el jefe político, pero a partir de entonces dejó de ser así; por otra parte, la diputación y los ayuntamientos no siempre atendieron la solicitud formulada por Alamán, en el sentido de utilizar como conducto exclusivo al jefe político para dirigirse a los poderes de la unión. No necesariamente por un deseo de enfrentar al gobierno federal, sino más bien en virtud de la inestabilidad que caracterizó a la jefatura política, por el hecho simple de que, a menudo, en la península no había un jefe político. Existen al menos un par de testimonios al respecto: dos representaciones del ayuntamiento de San Antonio dirigidas a la Diputación Territorial en las que, después de exponer la penuria financiera en que se debatía esa corporación municipal por la falta de recursos propios, solicitaba su intervención ante el 20 AHPLM, Ramo II, vol. 16, doc. 398: “Lucas Alamán al jefe político de la Baja California”, México, 7 de julio de 1824.

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presidente de la república para que éste, a su vez, enviase una iniciativa de ley al congreso proponiendo la dotación de “fondos o arbitrios para sus gastos”.22 La diputación era quizás el órgano de gobierno más representativo del Territorio, pues los ayuntamientos, con todo y ser los más estables, eran representantes sólo de sus respectivos municipios, mientras que el jefe político lo era del gobierno federal, claro, cuando éste decidía nombrarlo. No es extraño por ello su protagonismo. En el oficio citado arriba, la diputación refería también la circunstancia de que la península, por razones que desconozco, formaba con la Alta California, en los hechos, una sola entidad para efectos de gobierno, de tal manera que existía un jefe político “superior” para ambas Californias, cuya residencia se encontraba en San Diego. Y a pesar de que también se nombró un jefe político “subalterno” con jurisdicción para la Baja California, la diputación reseñó en este documento las dificultades que se derivaban de que el mando político superior se ejerciera desde la Alta California, como el descuido de la administración pública, por efecto de las considerables distancias entre los dos Territorios y lo intransitable de los caminos. De esa suerte, la diputación se preguntaba si era posible que ambas Californias pudieran ser gobernadas por “unas mismas personas”, al mismo tiempo que pedía sutilmente la separación política y poder contar así con un gobierno propio;23 deseo que pudo lograrse, finalmente, en 1830.24 Otro ejemplo significativo fue la disputa, en 1828 y 1829, entre la diputación y la Comisaría General de Occidente, oficina regional del Ministerio de Hacienda con sede en el Rosario, Sinaloa, y de la cual dependían las dos oficinas recaudadoras de impuestos que 21 AGNM, Gobernación, vol. 78, sin sección, exp. 3: “Oficio de la Diputación Territorial al gobierno federal”, Loreto, 23 de septiembre de 1825. 22 AHPLM, Ramo II, vol. 27, doc. 3978 y 3983: “El ayuntamiento del Real de San Antonio a la Diputación Territorial”, San Antonio, 28 de enero de 1833 y “EL ayuntamiento del Real de San Antonio a la Diputación Territorial”, San Antonio, 31 de enero de 1833. Justamente en este mes, y desde octubre de 1831, el primer vocal de la diputación ejercía las funciones de jefe político, porque el nombrado por el gobierno federal desde julio de 1830 había sido electo diputado al congreso el año siguiente. 23 AGNM, Gobernación, vol. 78, sin sección, exp. 3: “La Diputación Territorial al gobierno federal”, Loreto, 23 de septiembre de 1825. 24 AGNM, Gobernación, vol. 3, sección segunda: “Separación del mando político de las Californias”.

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existían en la Baja California, conocidas con el nombre de sub-comisarías. En 1828 la diputación decidió nombrar al titular de una de esas oficinas, la que residía en San Antonio y la que recolectaba la mayor cantidad de impuestos, pues el subcomisario, Antonio Navarro, había sido elegido como diputado al congreso. La Comisaría de Occidente reaccionó ante tal decisión por el simple hecho que era parte de sus atribuciones. En un oficio dirigido al otro subcomisario bajacaliforniano, éste con sede en la capital, Loreto, y jefe del de San Antonio, el comisario de Occidente se quejaba: ...no sé la facultad que tenga la excelentísima Diputación Provincial para hacer nombramientos de empleados de la federación; pero suponiéndola facultada por ley que esta Comisaría no haya visto, parecía que estaba en el orden que su excelencia comunicase el nombramiento, sin cuyo requisito no puede reconocer a un hombre que por conductos extraviados dice que es comisario...25

En este caso, la tentativa de la diputación no prosperó, pues la Comisaría de Occidente nombró a un nuevo subcomisario, quien tomó posesión de su cargo en agosto de 1829. Además, decidió emprender acción legal contra quien fue nombrado por aquella corporación, pues se sospechaba que había incurrido en algunas irregularidades, señaladamente la de permitir el contrabando.26 Ello mostraba que esa práctica era frecuente en el Territorio y que de ella se beneficiaban los comerciantes locales y las propias autoridades,27 hasta el punto en que la propia diputación se encontraba involucrada pues había efectuado el nombramiento del acusado; pero además se ponía en evidencia que existía el espacio social suficiente para la toma de decisiones más o menos autónomas, incluso la de usurpar funciones propias de dependencias de la federación, aunque, ciertamente, en este caso resultó fallida. 25 AHPLM, vol. 22, doc. 2275: “Juan Miguel Riesgo a Luis de Cuevas”, Rosario, enero 25 de 1829. 26 AHPLM, vol. 20, doc. 2489: “Juan Miguel Riesgo a Luis de Cuevas”, Rosario, 31 de mayo de 1829; AHPLM, vol. 20, doc. 2490: “Juan Miguel Riesgo a la Diputación Territorial”, Rosario, 31 de mayo de 1829. 27 Sobre la práctica del contrabando en la península, la participación de comerciantes y autoridades en esa actividad y su importancia en la economía local consúltese a TREJO BARAJAS, Espacio y economía en la península de California, pp. 115-122 y 215-236.

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La ausencia de una reglamentación que estableciera con toda claridad las obligaciones y los derechos de las instituciones políticas y administrativas locales forma parte de la explicación de los conflictos entre éstas y las dependencias del gobierno federal, como los que hemos referido; pero al mismo tiempo era posible sacarle beneficio a tal ausencia. Sin embargo, la irregularidad jurídica del orden político local, aunque no impidió su funcionamiento, fue una permanente preocupación y en reiteradas ocasiones se planteó el asunto como un problema que debía ser resuelto. Baste revisar las memorias anuales de los ministros del Interior y Exterior para darse cuenta que, por parte del gobierno federal, el asunto no dejó de preocupar, al menos al nivel del discurso. En la Memoria de 1825 enviada al congreso, Alamán informaba que aún estaba pendiente el establecimiento de reglas que debían regir el distrito federal y los territorios; agregaba que éstos seguían gobernándose “por jefes políticos, diputaciones provinciales y ayuntamientos conforme al anterior sistema”, pero advertía que ese orden de cosas no podía permanecer por más tiempo, lo cual exigía que el congreso se ocupase “de su arreglo”. Invariablemente, en todas las memorias subsecuentes se hizo mención de ese asunto. En la de 1834 se decía que “en todas las Memorias de la Secretaría de Relaciones se ha manifestado la necesidad de arreglar el Gobierno del Distrito y territorios de la federación”; se agregaba que tal ausencia de reglamentos ocasionaba “embarazos” y tropiezos y obligaba a recurrir a las leyes “que dieron las Cortes españolas”, a pesar de que éstas no podían “llenar su objeto”. Nueve años después de que lo hiciera Alamán, de nueva cuenta terminaba la Memoria urgiendo al congreso a ocuparse “en el arreglo de este asunto con toda la brevedad que les sea posible”.28 Los actores locales fueron también sensibles al hecho, sobre todo la Diputación Territorial, quizá porque aparecía como la institución más ostensiblemente irregular. De hecho fue el único órgano de gobierno local, hasta donde sabemos, que pidió expresamente al congreso que legalizara su existencia. En una sesión celebrada en febrero de 1833, la diputación decidió elevar al 28 Memoria presentada a las dos Cámaras del Congreso General de la Federación, p. 14; Memoria de la Secretaría de Estado y del Despacho de Relaciones Interiores y Exteriores, p. 34.

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congreso una representación en la que, después de puntualizar que había sido reconocida por el gobierno federal y por los gobiernos estatales desde julio de 1825 en que fue establecida, externaba su deseo de que “en ningún tiempo se diga de nulidad de sus determinaciones” o se le quisiera “negar el reconocimiento, la legalidad de su existencia y atribuciones”; más bien aspiraba a “tener la firmeza y solidez necesaria para sostenerse”.29 La diputación argumentaba que era una institución indispensable, pues era la única que servía “de timón” en el gobierno interior de la provincia, tanto por la ayuda que proporcionaba a los jefes políticos como por la atención que prestaba a las necesidades de los ayuntamientos. Su necesidad era evidente, agregaba, por la frecuencia “de las ausencias de los señores jefes políticos”, como ocurría justo en ese momento (febrero de 1833) en que hacía cerca de dos años no lo había. Y si se consideraba que, según el decreto de 6 de mayo de 1822, debía entrar a funcionar en lugar del jefe político el vocal no eclesiástico más antiguo de la diputación, no habiendo ésta no habría por tanto quien gobernase el territorio.30 En tal virtud, solicitaba al congreso se dignase dar “ley que establezca la Diputación Territorial de Baja California”, para lograr así la “firmeza” para sostenerse, y de paso evitar la necesidad de invocar leyes y decretos ya anacrónicos, como los que justamente invocaba la diputación en su representación. ***** El tema del que me he ocupado ahora puede resultar significativo no sólo para los interesados en la historia peninsular, para los propios bajacalifornianos, sino también para quienes se ocupan de los orígenes y primer desarrollo del sistema federal en México. La manera particular en que el territorio de la Baja California se integró al pacto federal mexicano, durante los años de 1824-1836, nos puede decir mucho, en efecto, sobre el modo en que regiones periféricas y marginales se relacionan política y administrati-

29 AHPLM, Ramo II, vol. 26, doc. 3913: “La Diputación Territorial a la Augusta Cámara”, La Paz, 4 de febrero de 1833. 30 AHPLM, Ramo II, vol. 26, doc. 3913: “La Diputación Territorial a la Augusta Cámara”, La Paz, 4 de febrero de 1833.

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vamente, en un periodo histórico de gestación nacional, con un poder central también en proceso de formación. El caso bajacaliforniano ilustra aquello que llegó a señalar hace tiempo el profesor Marcello Carmagnani: la notable capacidad autogestiva de las diferentes áreas que conformaban el México de finales del siglo XVIII y principios del XIX, que no era otra cosa más que la capacidad de los diferentes grupos de interés existentes en el ámbito local y provincial para encontrar los mecanismos a través de los cuales llevar a cabo las tareas de gobierno.31 Muestra en efecto los márgenes de acción que llegaron a tener los territorios de la federación, esas figuras administrativas que supieron organizarse políticamente, sin importar el limbo jurídico a que fueron sometidas por años.

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SONORA, LA “COLONIZACIÓN SOÑADA”: ¿UN REMEDIO PARA LOS MALES ECONÓMICOS? (1820-1850)*

Juan Manuel Romero Gil UNIVERSIDAD DE SONORA

Introducción El tema de la colonización en el enfoque regional, bajo una perspectiva económica, tiene pertinencia histórica en función de analizar los proyectos que impulsaron las élites de Sonora, con respecto a la idea que tenían de cómo lograr el poblamiento del estado y, consecuentemente, su desarrollo económico y social. Lo que marca el eje de reflexión en este estudio es el análisis de los objetivos que estaban en juego, como soporte de diversos proyectos de ocupación-colonización que se definieron y, en algunos casos, se impulsaron a lo largo del siglo XIX. Todos los planes y programas que se propusieron y, en algunos casos, se aprobaron, gravitaron o se definieron con base en las pretensiones de los gobiernos locales y federal por lograr incrementar la fiscalización, el surgimiento del mercado y mejorar los mecanismos y estrategias de defensa; alrededor de estos afanes de colonización-poblamiento se puede identificar que existía un problema con respecto a la amplitud del territorio y a la escasa población que tenía Sonora al iniciar la etapa pos-independencia, situación similar a otras entidades del norte de México. Tal y como se muestra en el cuadro 1, la población de mayor concentración estaba en pequeños núcleos urbanos y de muy escaso desarrollo económico: como era el caso de las ciudades de Hermosillo y Álamos; mientras que fuera de estos espacios urbanos predominaba la dispersión de habitantes en pueblos, villas y ranchos. Ante ese panorama, que se arrastrará durante casi todo el siglo XIX, parecía lógico a las élites de la época impulsar el poblamiento y desarrollo económico con base en la colonización.1 1

LANDAVAZO ARIAS, La población urbana en el noroeste de México, pp. 20-36.

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El tema de la colonización como medio para incrementar la población fue una constante en la literatura oficial en los siglosXVIII yXIX. Fue sin duda, una preocupación que heredaron las autoridades del antiguo régimen. En la época reformista, en 1750, el visitador colonial de las provincias de Sinaloa y Sonora, Rodríguez Gallardo, en clara preocupación por la situación de estancamiento en que se encontraba la minería, el comercio y la agricultura señaló: Se halla esta provincia de Sonora tan desierta y despoblada que en toda ella no hay siquiera un lugar que tenga forma y disposición de tal, o en que estén arraigadas siquiera diez familias, número que constituye población […] por eso es una de las providencias (y la sexta en orden) el que yo y V.S., en nuestros respectivos tiempos procurásemos[…] la fundación de vecindarios y agregación de vecinos.2

El diagnóstico que realizó Gallardo, se mantuvo en pie durante varias décadas. Los datos duros con respecto a la población que había en Sonora, hacia los años 1820-1850, muestran que el problema de falta de población era crónico en especial con respecto a la zona norte del estado, por lo mismo era urgente colonizar para aumentar el número de habitantes, pues, entre otras cosas, se requerían consumidores para un mercado regional en formación y no se diga obtener recursos para la hacienda pública. Otro campo que les interesaba resolver era la defensa del espacio patrimonial ocupado, en esos años asediado por las naciones autóctonas hostiles (sobre todo por la tribu apache), que -como se decía en esos años- sus andanzas llegaban hasta las goteras de Hermosillo. Asimismo se requerían manos para la agricultura y la minería. No menos importante era el papel defensivo que se esperaba de los núcleos de población, en éstos se fincaban las expectativas para contener el manifiesto expansionismo ruso y anglosajón que avanzaban amenazantes por el Pacífico norte. De igual envergadura resultaba la meta de fortalecer el erario público, prácticamente 2 RODRÍGUEZ GALLARDO, Informe sobre Sinaloa y Sonora, p. 111. Para un análisis más completo sobre el tema del poblamiento en el informe de Gallardo y su impacto en el noroeste, ver DEL RÍO, La aplicación de las reformas borbónicas en Nueva España, pp. 117-130; y LANDAVAZO ARIAS, La población urbana en el noroeste de México.

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inexistente; este último agravará su crisis hacia 1850, con el éxodo que provoca la “fiebre del oro” y con la estela de muerte que dejaban las epidemias de cólera y viruela. Sonora, durante la primera mitad del sigloXIX, era un territorio escasamente poblado, lo que se reflejaba en sus censos poblacionales. Ante ese panorama, los ejes que ordenaban los intereses de los notables por colonizar y que con sus variantes se mantendrán a lo largo de la centuria eran: necesidad de contar con gente ingeniosa y emprendedora; población libre para el trabajo; contribuyentes para el fisco y contingentes para la milicia. Aunque a decir verdad el problema de la falta de manos y contribuyentes se arrastró casi todo el siglo, no fue sino hasta la década de 1890 cuando se alcanzó una efectiva política de estado en materia de colonización y poblamiento al consolidarse el Porfiriato. Los años más críticos corresponden a las primeras siete décadas del Sonora independiente. Para efecto del periodo que analizamos, es de observarse en el mapa que la zona del centro y sur del estado concentraba la poca población existente al cerrarse las primeras tres décadas del citado siglo; por otro lado, la ilustración gráfica significa que casi todo el septentrión (señalado en gris) se encontraba, sino despoblado, escasamente habitado por una población -como se ha señaladodispersa en ranchos y haciendas. A la inversa de los distritos centrales representados por Ures, Hermosillo, Guaymas y Álamos. Lo anterior prueba que existía un gran espacio: el septentrión, a la espera de ser colonizado para dar paso a la explotación de las minas, cultivar tierras y criar ganado. Además, a esta explicación debemos agregar que se trata de la zona territorial en la que se derrumbó el Presidio, la única institución de defensa que apuntalaba el avance hacia el norte de la provincia. La ruptura del orden colonial y la falta de situados bajo los nuevos gobiernos precipitaron su crisis y caída. Esto último dejó a pueblos y ranchos, primero, a merced de los apaches y, posteriormente, bajo amenaza de los filibusteros. Aunque el evento más desestabilizador y causante de una parálisis, en la ya de por sí alicaída economía fronteriza, fue la violenta arremetida de las tribus originarias: apaches en el norte y yaquis y mayos en el sur del estado. 305

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Como señalaba un testigo de la época “las pavesas (todavía) echaban humo” en el septentrión sonorense entrado el siglo XIX. Efectivamente, un cuadro dramático se describía hacia 1830 en las crónicas y relatos de las autoridades y notables: Y de todas estas poblaciones y riquezas ¿qué es lo que resta? La memoria, los escombros y las pavesas que aún humean, con la sangre de más de cinco mil ciudadanos o indígenas amigos, que han sido asesinados[…]Las adquisiciones de cien años fruto de sacrificios de toda clase se han perdido, cuando Sonora ha tenido la dicha de formar parte de la República Mexicana independiente de la metrópoli; y por una desgracia inconcebible sólo ha recibido de su gobierno un comandante general con jefes y oficiales, que generalmente hablando, consumen los escasos recursos de la comisaría que no se ha podido sentir sino a la vista de las pérdidas de la sangre y el sacrificio de los sonorenses.3

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ZÚÑIGA, Rápida ojeada al estado de Sonora, p. 50.

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Ahora bien, en el mismo sentido del problema de falta de habitantes que acusaba Sonora, el cuadro 1 representa cuantitativamente el problema de población que había al cerrar la primera mitad del siglo XIX. Así tenemos, que los datos que aparecen en la columna correspondiente a la década de 1850 confirman que los distritos centrales tenían mayor población, debido a la relativa protección que tenían las haciendas, ranchos y comercios de los ataques intermitentes de las tribus hostiles. Al mismo tiempo, es de llamar la atención que hacia 1870 la población de por si escasa -de acuerdo con la Memoria que publicó Ignacio Pesqueira-4 tuviera una caída de un tercio en el número de habitantes; tal decremento se explica por diversos fenómenos, entre otros: la pérdida de vidas y la permanente migración que se presentó entre 1850-1860. Ambos eventos fueron provocadas por: 1) la “fiebre del oro” californiano, que atrajo a miles de sonorenses (ver cuadro 2) en busca del preciado metal; 2) la mortandad por la epidemia de cólera; 3) la oferta de trabajo en haciendas y minas de Arizona, esto último después del Tratado de La Mesilla; 4) las muertes que provocaban las guerras intestinas, o los conflictos con las etnias locales. Es hasta la década de los noventa del siglo XIX, cuando podemos apreciar un crecimiento poblacional; para esos años ya se mueven las estadísticas con respecto a los distritos que aparecen como menos poblados en el mapa. Vale agregar, que la década de los años ochenta, después de un interesante levante económico producto de inversiones en minería y la construcción del ferrocarril, resultó igual de catastrófica que las precedentes pues se repitieron fenómenos en el campo de la salud y de las rebeliones indígenas.

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PESQUEIRA, Memoria del estado de la administración pública.

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Cuadro 1 Población de Sonora, 1850-1870 y 1890 H A B I T A N T E S Años

1850

1870

1890

DISTRITOS Ures Hermosillo Guaymas Álamos Sahuaripa Moctezuma * Arizpe * Magdalena Altar Totales

22,631 18,697 36,504 27,401 8,003 12,622 8,785 7,197 5,311 147,151

7,996 19,873 14,947 21,800 7,996 9,395 8,525 3,907 5,468 108,211

27,538 21,930 15,803 43,346 11,443 10,979 13,670 10,944 14,328 165,892

Fuente: Censo General de la República Mexicana verificado el 20 de octubre de 1895; Censo General de la República Mexicana verificado el 28 de octubre de 1900;para 1910, ver Sonora, Sinaloa y Nayarit;PESQUEIRA, Memoria del estado de la administración pública.

La colonización soñada, 1820-1850… Como hemos indicado, fueron diversos los proyectos que impulsaron los sonorenses en la búsqueda de la colonización como panacea al desarrollo económico. Los primeros proyectos los hemos denominado: “La colonización soñada” y nos referimos al conjunto de ideas y proyectos que germinaron en el periodo de 1820 a 1850, impulsados por los notables en el marco de autonomía que propicia la revolución de independencia. Cabe advertir que todos los proyectos se quedaron en el terreno de las expectativas, fueron sólo un sueño en la mente de los notables de la región; no obstante hace ver el papel protagónico de los actores (élites y notables) en la construcción del “país” en una zona periférica. Este primer eje de reflexión que desarrollamos en el trabajo, se sustenta en diversos documentos que surgieron de la mente y mano de actores que participaban en los procesos legislativos que definían el nuevo marco constitucional, tanto de orden federal como local. Para ello, tomamos en cuenta las memorias, diarios e infor308

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mes elaborados por militares, clérigos, autoridades y comerciantes. En estas visiones o propuestas de colonización, aparte de ideas o proyectos, encontramos retratos estadísticos de la realidad que guardaba Sonora con respecto a su población y condición económica. En cada uno de los documentos podemos apreciar el germen de un espíritu liberal que quiere promover la colonización aplicando diferentes medidas, entre otras: el libre comercio y la aceptación de extranjeros, tema este último que parecía vedado hasta antes del Sonora independiente. Con esta postura se identificaban las élites, con ello podemos pensar que el asunto de la colonización y sus posibles proyectos era más un tema de grupos de poder (de las oligarquías locales) que algo encarnado socialmente en el pueblo llano. Vale recordar, que los mueve el interés por aumentar la tasa fiscal con consumidores y contribuyentes, disponer de fuerza de trabajo libre y cubrir la cuota de defensa para proteger el patrimonio. A ello podemos agregar que son años en los que se activa la resistencia y rebelión de las naciones indígenas, especialmente memorable en el imaginario de la época fueron las rebeliones encabezadas por Juan Banderas en 1825 y 1831. Movimiento de resistencia que lo detonó un decreto local de 1828, cuya intención era privatizar la tierra de propiedad comunal bajo el disfraz de restituir reconocerles a las etnias su derecho al usufructo de los predios en forma individual. Como es de imaginar, esta disposición liberal chocaba con la forma tradicional de la posesión colectiva de la tierra.5 Los textos y memorias representan muy bien esta necesidad urgente de las élites por ocupar el territorio al colonizar; es asimismo identificable -como se indicó- un incipiente espíritu liberal. Una primera voz de las élites, que reivindicaban su visión de país, estuvo a cargo de Carlos Espinoza de los Monteros.6 5

SALMERÓN, “La formación regional”, p. 88. “Gobernador de la mitra. Originario de Culiacán, en su juventud fue maestro de primeras letras en la Villa de Sinaloa y recibió las órdenes sacerdotales en su población de origen en 1804 de manos del obispo Rous.et. Cinco años después fue nombrado prosecretario de la Mitra, ascendió a secretario; al restablecerse la Constitución española de Cádiz en 1820 fue electo vocal de la diputación provincial de Sonora y Sinaloa, después de la independencia diputado al Congreso Nacional […]. Diputado local al Congreso Constituyente del Estado de Occidente en 1824, volvió a representar a éste en el Congreso General en el bienio 1829 y 1830”, ver, ALMADA, Diccionario de historia, p. 226. 6

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Espinoza de los Monteros, desde su posición de diputado, sostenía la necesidad de que pudieran venir extranjeros a colonizar el noroeste de México. Con un pensamiento económico muy propio de su época y que deslinda del antiguo régimen a un sector de notables, reflexionaba: Si los españoles con el sabio gobierno hubieran dado a nuestros pueblos el impulso que piden sus producciones, podrían haber satisfecho la ambición más desenfrenada. No conocieran término las riquezas de nuestra minería fomentada con establecimientos que embarazarán la total extracción de plata, así los súbditos fueran poderosos y los tesoros públicos inagotables. Una buena colonización de extranjeros industriosos y benéficos en aquellos feracísimos terrenos, y un comercio de cambio en nuestros mares con tantos efectos naturales de nuestro país que llaman la atención del extranjero, darían a las provincias mayor caudal del que pudiera extraerse.7

Vale decir que para Espinoza de los Monteros no todo se circunscribía al proyecto de colonización con la participación de extranjeros; había en su exposición una radiografía de las aristas económicas y sociales, con sus respectivos problemas estructurales, en que se debatía la vida en el noroeste. Con detalle dio cuenta de: falta de población en la provincia de Sonora, del atraso y ausencia de capitales en la minería, de la escasez de moneda y su respectiva falsificación que daba pie a un proceso inflacionario, del tráfico furtivo de mercancías y minerales en pasta, de la precariedad organizativa de la hacienda pública, de la falta de tribunales para dirimir asuntos civiles y comerciales, sumando a ello la falta de letrados. También, resaltaba la pobreza y desorden de la milicia. Para remediar esos y otros males propuso varias medidas, destacamos las siguientes: en el Real de Álamos, la creación de un tribunal de segunda instancia en Álamos, para las dos provincias y una casa de moneda; oficinas de ensaye y fundición en Arizpe, para contrarrestar el contrabando de metales; y fortalecer con recursos del erario público a los presidios para robustecer la línea de defensa en la despoblada frontera septentrional.8 7

ESPINOZA DE LOS MONTEROS, Exposición que sobre las provincias de Sonora y Sinaloa, p. 16. ESPINOZA DE LOS MONTEROS, Exposición que sobre las provincias de Sonora y Sinaloa, pp. 17-21 y 36-39. 8

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Cuatro años después, en 1828, Juan Manuel Riesgo y Antonio de Valdés, publican la Memoria Estadística del Estado de Occidente.9 La información daba fe -al igual que la exposición de Espinoza de los Monteros- de la situación en que transcurrían las actividades económicas y sociales de esta región; la causa del atraso se debía a la falta de población y escaso espíritu de empresa. Llama la atención que propongan una ley de colonización de puertas abiertas para el arribo y arraigo de extranjeros a esta zona del país, porque —aseguran— de esa manera se podía contar una población activa e inteligente.10 El argumento de Valdés y Riesgo, resultaba avanzado e importante para la época, ya que disipaba temores de recibir migraciones de extranjeros que pusieran en riesgo su territorio, patrimonio y religión; es decir, simpatizaban con una política sin restricciones para que llegaran los inmigrantes a esta zona del país. Aunque decían congeniar —preferentemente— con los de origen francés y alemán, por considerarlos miembros de naciones desarrolladas en las que campeaba una mente libre y de perseverancia industriosa.11 Tal preferencia por este tipo de europeos, reconocía la presencia de comerciantes y empresarios extranjeros no españoles en los principales puntos de comercio, antes de que se decretara la expulsión de éstos últimos. Con las siguientes palabras se expresaban Riesgo y Valdés: El comercio se aumentaría con una sabia ley de colonización. Estamos en tiempos de que los principios de la legislación que la República ha adoptado…abran las puertas de par en par a los extranjeros, industriosos que quieran venir con sus capitales, sus talentos o sus brazos…La riqueza y la fuerza del Estado van en razón compuesta de la extensión de su suelo y de su activa población. Nada hacemos con inmensidad de tierras feraces si no hay brazos que la desmonten y las hagan productivas. La ilustrada economía manda prescindir de la repugnancia a los extranjeros que caracteriza a las naciones bárbaras y que procuraron inspirarnos lo españoles, para conservar el monopolio tiránico con que pudieron dominarnos.12 9

RIESGO Y VALDÉS, Memoria estadística del Estado de Occidente. RIESGO Y VALDÉS, Memoria estadística del Estado de Occidente. 11 RIESGO Y VALDÉS, Memoria estadística del Estado de Occidente. 12 RIESGO Y VALDÉS, Memoria estadística del Estado de Occidente. 10

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Como se señaló, había en el pensamiento de estos dos notables la preocupación por la seguridad del territorio y por el desarrollo de la industria, esta última calificada de artesanal y en pañales. Sobre lo primero —la protección del territorio— escribieron: “Las carnes nos palpitan cuando advertimos que el imperio Ruso, después de ser el más anchuroso de la tierra…se venga también recostando sobre el territorio mexicano”.13 En ese ambiente de la primera mitad del sigloXIX que, como se señaló, muestra algunas luces con espíritu liberal, era igualmente notoria la presencia de comerciantes extranjeros normalmente avecindados en los puertos. Varios de ellos formularon medidas para resolver el atraso económico y la falta de población. El caso más representativo fue el del escocés Tomás Spence, quien llega a Guaymas al iniciar la década de los veinte y que cambia su profesión de galeno por balanzas y pagarés, al convertirse en un exitoso comerciante porteño. Como otros extranjeros comerciantes que se radicaron en el puerto, se aprovechó de la expulsión de los españoles. Fue un personaje con relación e influencia en el gobierno local de esos años. Con base en un pensamiento moderno, sugirió en un documento que lleva por título: Carta a un amigo sobre la situación del estado de Sinaloa,14 publicado en 1825, un conjunto de medidas que empalmaban con las ideas e intereses de los notables de Sonora. Entre otros remedios, creía que la solución al problema del atraso podría resolverse con la colonización. A diferencia de lo propuesto por Espinoza de los Monteros, sostenía que el colono que mayor podía beneficiar a Sonora serían preferentemente colonos europeos, a semejanza de la política de colonización e inmigración que impulsó Inglaterra. Aunque —al final— no descartaba que podría tratarse de cualquier extranjero siempre y cuando trajera espíritu de artista (emprendedor, industrioso, creativo). Como es de imaginar, en su argumentación resaltaba las virtudes que traería colonizar con sus compatriotas: con su presencia se apoderaría del noroeste “el más puro espíritu liberal y por lo mismo dominaría la libre empresa”.15 13

RIESGO Y VALDÉS, Memoria estadística del Estado de Occidente. SPENCE, Carta a un amigo sobre la situación del Estado de Sinaloa. 15 SPENCE, Carta a un amigo sobre la situación del Estado de Sinaloa. 14

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En la posición de este extranjero había una clara doctrina liberal, adelantada para el tiempo histórico que vive Sonora, pero nada extraña dada su condición de europeo. Su paradigma son el desarrollo económico de Inglaterra y los Estados Unidos. Así tenemos que aparte de proponer medidas, como la mejora del puerto de Guaymas, el establecimiento de la aduana, la apertura de una casa de quintos, cuestionaba y culpaba del atraso al despotismo que cargaba a las provincias con pesadas cargas fiscales. Esto explicaba —según Spence— que: Sonora la más rica de todas en el ramo de minas, está reducida a la mayor miseria y pobreza: así como la pobre oveja entre los lobos cada uno tira su tarascada (impuestos) y deja a la infeliz Sonora boqueando: hasta la fecha ha sido perseguida con contribución, empréstitos, donativos voluntarios, préstamos forzosos, derechos excesivos y arbitrarios y como usted bien sabe, (carta dirigida a José Francisco Velasco) nada o muy poco se ha invertido en la misma provincia.16

Ante ese panorama complejo, tenía claro que había que “desterrar el despotismo, la opresión y el egoísmo; por el contario había que fomentar el comercio (libre), la agricultura y la minería; desterrar toda clase de vicios castigándolos y estimulando el ejercicio de las virtudes; formar leyes suaves y benignas; imponer derechos moderados; establecer la buena fe que es la base principal del comercio”.17 A lo anterior, agregaba que tratándose de una República federada no había que admitir ningún bando que perjudicará a Sonora. Con respecto a la población de la provincia consideraba que poco ayudaba a la economía que sus habitantes se mantuvieran dispersos en pequeñas rancherías, ante ello, aparte de fomentar la existencia de pueblos, recomendaba: El modo más fácil de aumentar los pueblos es admitir colonos, sean de la nación que fueren, como sean artistas y útiles al estado, lo demás poco supone: terrenos nos sobran, repartírselos se formarán en 16 17

SPENCE, Carta a un amigo sobre la situación del Estado de Sinaloa, p. 3. SPENCE, Carta a un amigo sobre la situación del Estado de Sinaloa, pp. 8-9.

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pueblos, y no habrá que temer de ellos, como algunos falsamente suponen, pues en el mero hecho de entrar en nuestro territorio y abrazar nuestras leyes, es señal que gustan de la libertad y lo que queremos en nuestro estado formado de hombres independientes y de ideas liberales.18

El debate sobre las estrategias de colonización continuó al avanzar la primera mitad del siglo XIX. Una vez constituido el estado de Sonora, al separarse de Sinaloa en 1831, encontramos en el pensamiento de las élites el mismo afán por resolver el poblamiento, la colonización y el desarrollo económico. Ignacio Zúñiga,19 en 1838 (a 18 años de vida independiente) recuperó el viejo plan para alcanzar la tan ansiada colonización.20 En dos ejes fincaba el militar y tribuno sonorense sus propuestas: primero, revitalizar los presidios como puntal de la seguridad y la colonización. Según su proyecto, correspondía al Estado atraer y subvencionar con créditos a los soldados-colonos que se hicieran cargo de la defensa en los presidios. El apoyo pecuniario se aplicaría en la compra de alimentos, herramientas, aperos de labranza, armas, ropa, semillas; es decir, los presidios no sólo serían atalayas o fuertes de protección, sino los encargados del desarrollo de actividades económicas como la ganadería, la agricultura e industria. En otras palabras se trataba de ciudadanos prestos tanto para la defensa, como para la colonización.21 El otro eje propuesto por Zúñiga consistía en reactivar el sistema misional como una unidad social de producción, bajo un molde secular liberal.22 Sobre su propuesta de pacificar y colonizar con base en la misión, proponía: 18

SPENCE, Carta a un amigo sobre la situación del Estado de Sinaloa, p. 20. “Militar sonorense, sirvió en el ejército desde la época colonial, en 1809 obtenía el mando de la compañía presidial del Tucson; en 1816 del Pitic y tres años después era comandante de la compañía de Horcasitas y juez militar y político de la región. En 1825 fue electo senador por el Estado de Occidente y en 1829 obtuvo igual representación en la Cámara de Diputados […]; en 1837 secundó la rebelión federalista encabezada por el general Urrea, secundó al general Santa Anna en la rebelión de 1841, representó al Estado en la Junta convocada en México para nombrar presidente de acuerdo con las Bases de Tacubaya y fue electo diputado al Congreso Federal que disolvió el presidente Bravo en diciembre de 1842”, ALMADA, Diccionario de historia, p. 746. 20 ZÚÑIGA, Rápida ojeada al estado de Sonora. 21 ZÚÑIGA, Rápida ojeada al estado de Sonora, pp. 74-75. 22 TREJO CONTRERAS Y DONJUAN ESPINOZA, “Sonora y el proyecto liberal”. 19

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El establecimiento de misiones es preferible en mi humilde concepto al de curas: son muchas las razones que (se) me ocurren; pero por ahora sólo expondré dos: primera la falta de eclesiásticos; segunda la que es un país sembrado de escombros en que se necesitan manos laboriosas que sepan reunirlos, ordenarlos y deificar en ellos[…] además estos misioneros podrían traer algunos maestros de oficios como alfareros, carpinteros, herreros, etcétera que serían enganchados y contratados por su convento.23

Con fines de aprovechar el mercado de los pueblos y comunidades del golfo de California, proponía un plan de creación de un astillero que fuera el detonante de una industria marítima, tan necesaria en su época dado los amplios litorales de Sonora. Con respecto a esto último señalaba: Lo que se podría conseguir con señalar algún premio o privilegio al que primero planteara la navegación interior de los ríos, la libertad a los buques nacionales y extranjeros en lastre, para tocar la costa a cargar efectos de libre exportación […] los yaquis son excelentes marineros; el comercio puede hacer algunos avances marítimos; y el gobierno formar algunas matrículas de consideración, en las costas del Yaqui y Mayo, en donde fácilmente podrá enganchar seis mil marineros y establecer un astillero[…] ¿qué es lo que falta? Que el gobierno protector y paternal procure la subyugación de los apaches, la reconquista de los terrenos perdidos, y la pacificación y tranquilidad de las tribus sometidas […] es necesario un plan combinado que prevea la reposición de los presidios y pueblos de la frontera, porque sin ese cimiento previo, mal se puede asegurar el interior.24

La propuesta de Zúñiga por fortalecer las funciones del presidio —como se ha señalado— respondía a la lógica de las élites de contar con seguridad para sus vidas y protección a su patrimonio; además, de incentivar todo tipo de actividad económica que permitiera arraigar a la población. Obviamente que el pensamiento de Zúñiga reflejaba los temores de las élites al sentirse amenazados por los 23 24

TREJO CONTRERAS Y DONJUAN ESPINOZA, “Sonora y el proyecto liberal”, p. 103. ZÚÑIGA, Rápida ojeada al estado de Sonora, pp. 56-58.

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apaches y el avance de otras naciones, representado no sólo por los norteamericanos, sino también por el avance colonizador de los rusos en el Pacifico norte. Acompañaban a Zúñiga en esta misión, otros dos notables —que igualmente habían ocupado cargos militares y de representación en los congresos locales y en el nacional— Agustín de Escudero25 y José Francisco Velazco.26 La posición de ambos es muy parecida a la de Zúñiga. Sobra con analizar la literatura de Velasco, publicada 10 años después, para encontrar —con sus respectivos matices— la correspondencia de pensamiento con lo que había propuesto Zúñiga. Velasco —como se sabe— dejó un conjunto de apuntes que fueron publicados en el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, entre 1845 y 1850. Todas sus notas y observaciones respondían al interés, tal vez no muy decantado, de mostrar al estado de Sonora en su estructura socioeconómica y cultural; incluso, se percibe el empeño de llamar la atención del gobierno central, seguramente con la idea de obtener mayores recursos humanos y pecuniarios para la defensa del territorio. En el caso de Velasco, visión que aparece integrada en el libro Noticias estadísticas de Sonora, deja en claro que un punto central en el avance de la colonización es contar con una mejor defensa del territorio. Por lo mismo, y en clara sintonía con Zúñiga, va a insistir en la oportunidad de que puedan reconstruirse los presidios. Estas atalayas de defensa que habían funcionado con cierta regularidad hasta los años treinta, se encontraban en crisis al ce25 “Escudero fue uno de los miembros más acuciosos de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, formó parte de ésta desde los primeros años en que fue creada y no dejó de participar en sus tareas hasta el momento de fallecer. Para 1857 era ya Socio de Número de la misma; también fue miembro del Ateneo Mexicano, de la Comisión de Estadística Militar y de otras instituciones literarias y de beneficencia […] empezó a participar en diversos puestos públicos: en 1825 fue oficial mayor de la secretaría del gobierno de Chihuahua, luego fue juez de imprenta del Estado, miembro del Tribunal Supremo de la misma entidad”, en ESCUDERO, Noticias Estadísticas de Sonora y Sinaloa (1849), p. 24. 26 “Nació en 1790, desempeñó la Secretaría de la Comandancia General de Provincias Internas, fue presidente del primer ayuntamiento de Hermosillo en 1821 y con este carácter juró la independencia de acuerdo con las bases del Plan de Iguala. Diputado al primer Congreso General en 1822 […] Fue también diputado a los congresos constituyentes del Estado de Occidente en 1824 y de Sonora en 1831; Secretario General de Gobierno de 1828 a 1829, pasó a la administración de la aduana de Guaymas; se contó entre los socios de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística”, ver ALMADA, Diccionario de historia, p. 722.

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rrar la mitad del siglo XIX, debido a la escasez de los situados y a la corrupción en sus mandos militares. Aunque el proyecto impulsado por Velasco mantiene en su estructura general al modelo que dio nacimiento al viejo presidio colonial, propone la creación de colonias militares. Tal idea nace en la debacle del país ante la guerra con Estados Unidos, lo que significó la pérdida de una gran porción del territorio. El argumento de Velasco, aparte de considerar que se requería una buena ley de colonización, era el siguiente: Primero, restablecer los presidios bajo el pie que tenían, y cuyos benéficos resultados acreditó la experiencia de más de 40 años. Segundo, si esto no puede ser, abrir la puerta franca para una colonización de familias extranjeras laboriosas, que sin más estipendios del gobierno que cederles tierras y las franquicias que son consiguientes, lograra ver dentro de pocos años poblados no solo esos desiertos inmensos, sino concluida para siempre la guerra cruel y de exterminio que nos hacen los apaches, consiguiéndose además el engrandecimiento de la República, poniendo un dique a las tentativas de nuestros vecinos los norteamericanos, cuyas miras de ambición son conocidas de algunos años atrás.27

Por otro lado, para este notable, que terminó de escribir sus apuntes después de 1850, resultaba muy atractivo el despertar económico que produjo la bonanza del oro en California, particularmente el intempestivo desarrollo del puerto de San Francisco, cuyo crecimiento poblacional dio lugar a un pujante mercado. Ante ello, consideraba que Sonora tenía dos llaves para emular al puerto californiano: una bahía (Guaymas) con todas las bondades naturales en profundidad y protección; y un territorio virgen preñado en metales, un “panino mineral”. Con las minas de oro y plata en explotación y radas y rutas marítimas se tendría la palanca -según su visión- para el despegue económico del estado.28 Por otra parte, el pensamiento de Agustín de Escudero, al igual que el de Velasco, está influenciado con la debacle moral que dejó la guerra con los Estados Unidos. En su discurso se refleja el temor 27 28

VELASCO, Noticias estadísticas de Sonora, p. 111. VELASCO, Noticias estadísticas de Sonora, pp. 26 y 247.

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de que los norteamericanos avanzaran en el despojo territorial, agregando más superficie a su nación. Señalaba: “He aquí lo que constituye el poderoso empuje de los Estados Unidos de Norte América, que amenaza constantemente hacer desaparecer aún nuestra raza como la de los aborígenes y antes de esto aniquilar nuestra prosperidad”.29 Ante ese temor real propuso que las medidas de defensa debían ser obra de las autoridades locales y no provenir del criterio errado “en que con frecuencia han incurrido algunos de los más eminentes políticos y escritores de la capital”.30 En suma, recomendaba un plan de defensa y colonización de la frontera rescatando la “fuerza y la política que aplicaban los españoles [...] aprobando sabias y oportunas leyes que acarrearán dentro de muy pocos años la riqueza, el bienestar y el contento de los individuos y de las clases todas de que se compone toda aquella interesante parte (frontera) de nuestra sociedad”.31 El pensamiento de Escudero resultó profético, tan sólo tres años después se perdería la parte más septentrional de Sonora con el Tratado de la Mesilla. En este mismo sentido de pensar la solución a los problemas económicos de población-desarrollo, encontramos que algunos extranjeros que viajaban por el noroeste del país, dejaron recomendaciones sobre cómo resolver el palpable atraso en que se encontraban sus entidades. Uno de ellos fue el español Vicente Calvo, quien después de analizar con detalle a la sociedad sonorense y sus carencias, propuso como salida el aumento de población del estado con la inmigración de extranjeros. De la siguiente manera retrataba y proponía remediar la situación de la minería –el eje económico puntal– de Sonora, al comenzar la década de los cuarenta del sigloXIX: Es muy sensible y doloroso que un país tan rico en minerales tenga sus minas en un total abandono, que la mayor parte de ellas se hallan decaídas y destruidas o llenas de agua. En una palabra, en un estado de ruina y miseria […] esperemos que con la ley del 11 de marzo últi-

29

ESCUDERO, Noticias Estadísticas de Sonora y Sinaloa (1849), p. 144. ESCUDERO, Noticias Estadísticas de Sonora y Sinaloa (1849), p. 185. 31 ESCUDERO, Noticias Estadísticas de Sonora y Sinaloa (1849), p. 186. 30

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mo de 1842, que el supremo gobierno ha tenido a bien decretar a favor de los extranjeros para adquirir bienes raíces en México, es un paso inminente en la vía del progreso. El extranjero llegando a ser propietario se naturalizará y vendrá a ser uno de los más ardientes defensores del suelo y de millares de leguas […] que en la actualidad se hallan desiertas por falta de brazos para desmontar estas tierras del reino vegetal con la colonización, y el comercio mercantil se irá ensanchando, y el territorio tan valioso […] llegará a ser con el tiempo fuerte, opulento y civilizado.32

Apostilla Como es de notarse, la posición de las élites y de los notables sonorenses después de 1848, estuvo influenciada por el trauma y la debacle moral que dejó la derrota de los Estados Unidos; es decir, derivó en un abierto resquemor ante los vecinos del norte, por lo mismo, el paradigma norteamericano se derrumbaba. En ese contexto se empieza a construir un discurso claramente anti yanqui; les preocupa sobremanera el avance del país vecino hacia el sur. Ese es uno de los motivos –por no decir miedo– principal o central de los sonorenses de la época. De ello se habla en diversos textos: en la correspondencia, en memorias e informes de carácter oficial se habla este “mal infernal” que amenaza con echar a los sonorenses de su propia tierra. Por ello y pensando en la necesidad de manos para integrar los cuerpos de defensa, como lo era la Guardia Nacional, es que tratan de resolver un problema real como la sangría poblacional -un goteo permanente- que agudizaba la vida de la sociedad sonorense en su conjunto. Vale recordar que en la primera mitad del sigloXIX, la población se diezmó por el cólera morbus y por el impacto de la migración que provocó la fiebre del oro. Tan sólo la epidemia de cólera había dejado más de 2000 muertes en el distrito de Hermosillo; mientras que la población que va detrás del oro a California fue superior a los 9000 sonorenses, de acuerdo con la memoria del gobernador José de Aguilar de 1851. Ambos datos confirman la importancia que cobraba colonizar Sonora al comen32

CALVO, Descripción política, física, moral y comercial, pp. 123-124.

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zar la segunda mitad del siglo XIX. Del propio informe del gobernador Aguilar, en el apartado sobre migración, se comprende como iniciaba la segunda mitad para los sonorenses, veamos: Desde el descubrimiento de las bonanzas de California, estimulados nuestros sonorenses por el deseo de adquirir riquezas, comenzaron a emigrar a aquel país, moviendo más este espíritu la miseria en que quedó nuestro Estado celebrada la paz con los Estados Unidos de América, nada entonces valía, el labrador con dificultad hallaba salida a sus cosechas y el criador a sus bienes; pero el ruido del oro hizo como de improvisto estimar toda clase de productos: grande fue la emigración en el año de 49, y mucho mayor lo ha sido en el finado de 1850: no es fácil aceptar si esta revolución viajera; sin embargo, puede asegurarse que en población ha disminuido […] los pueblos en la emigración han quedado más débiles y los salvajes con más impunidad han podido hacer sus incursiones.33 Cuadro 2 Sonora. Migración a la Alta California, 1849-1850 POBLACIÓN Hombres Mujeres Ures 1 578 18 Hermosillo 1 920 50 Arizpe 810 31 Álamos 1 134 34 Altar 130 10 San Ignacio 130 Moctezuma 1 216 Salvación 650 30 Sahuaripa 853 11 TOTAL 8 421 184 DISTRITO

Niños 10 30 100 24 9 18 47 238

Total 1 606 2 000 941 1 592 149 130 1 216 698 911 9 243

Fuente: AGUILAR, Memoria en que el Gobierno Libre de Sonora.

Los tres fenómenos que hemos descrito: la guerra con los Estados Unidos, la epidemia de cólera y la fiebre del oro, ocurren en un lapso comprendido entre 1848-1851; por lo mismo, es de com33

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AGUILAR, Memoria en que el Gobierno Libre de Sonora, pp. 29-30.

SONORA, LA “COLONIZACIÓN SOÑADA”

prenderse que sus expectativas de impulsar la colonización del septentrión sonorense dependa ahora de la inmigración francesa, mostrando resquemores con respecto al inmigrante anglosajón, con clara dedicatoria a los yanquis. La razón del por qué los notables sonorenses piensen exclusivamente en el colono galo, se debía: a la empatía con el origen latino de su raza, al idioma que nace del mismo tronco lingüístico y a que comparten la religión católica. Además, consideraban que un buen número de franceses que arribó a California atraídos por la “fiebre del oro”, se encontraba en bancarrota porque no lograron amasar la fortuna esperada. Había que aprovechar entonces su espíritu aventurero e industrioso, para impulsar proyectos mineros y agrícolas en la zona norte del estado; amén de que serían ellos como fuerza de defensa los encargados de rechazar los ataques de los apaches y los afanes filibusteros norteamericanos. Aparte, consideraban que al tratarse de una política que debería ser costeada por el Estado, resultaría menos oneroso traer la población gala de la Alta California, por la cercanía territorial. Como es de notarse, el objetivo de traer colonos franceses es para detener el avance norteamericano (“furia infernal”) y los desmanes que hacían los apaches a los ranchos, haciendas, minas y pueblos ubicados en el septentrión.Tal meta exigía que desde el poder local, gobernador y legisladores, se definiera un proyecto formal que fijará las políticas de colonización más convenientes. Ello explica que integren una junta de notables que abordará “científicamente” el problema de la colonización. Entre otras cosas la junta se encargaría de emitir una opinión acerca de la conveniencia de traer población extranjera a Sonora, sobre todo, como ya se indicó de origen francés. Es interesante hacer notar que este organismo al entregar su resultado señale que la única manera que tienen de detener a los vecinos —se refieren a los norteamericanos— es aumentando la población en el norte del estado. No parece haber otra fórmula y, en alguna medida pero con proyecto diferente, se empataba con la política decidida desde el centro de formar colonias militares. Como es de notarse, en las élites sonorenses se construye un discurso y acciones específicas como el aprobar una ley de colonización en el congreso local, sosteniendo la simpatía con respecto a 321

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los franceses; en forma abierta se pretendía evitar la experiencia texana. En abril de 1850 se materializa la recomendación de la junta al aprobarse en el congreso local la ley de colonización para el estado de Sonora.34 En la exposición de motivos de la ley se señalaba: Sonora considerado como uno de los países más ricos de la tierra es ambicionado por una nación a la que no puede resistir; una línea imaginaria la separa de una población ávida de dominación y riqueza. Esa población por razones obvias se apoderará de Sonora tarde o temprano si no oponemos la única resistencia capaz que puede y debe oponérsele, la de otra población simpática a la nuestra (francesa).35

Tal acto reviste importancia porque en ese momento, después de que se ha perdido territorio, el Congreso de la Unión no había publicado ninguna disposición de carácter general en materia de colonización. Lo anterior indica el grado de autonomía que habían alcanzado las regiones; la ley recién aprobada constituía un acto soberano que encabezó el gobernador Aguilar. Con este proyecto, que tiene legitimidad jurídica, los notables locales pretendían tomar en sus manos el proceso de colonización; con ello se desbrozaba el camino en lo referente a lo legal para que, como era su deseo, arribarán los colonos franceses a ocupar territorio. La expectativa era que pusieran en trabajo minas abandonadas y tierras 34 La ley o decreto que dio lugar a esta política local se promulgó el 6 de mayo de 1850 y autorizaba al Ejecutivo, en ese entonces el gobernador José de Aguilar, para que procediera a colonizar los terrenos baldíos existentes en el estado, inclusive, como se ha señalado antes, con los extranjeros que lo solicitaran, a quienes, además, se les otorgarían las franquicias necesarias para la explotación de las minas y exención de impuestos locales y municipales. En ese contexto, se vale señalar que entre 1850 y 1860 dominó entre los gobernantes locales la idea de abrir la frontera de Sonora a los extranjeros, lo que se explicaba por el fracaso en repatriar a sus propios ciudadanos que habían ido a la fiebre del oro en California, y por la imposibilidad del peculio público de trasladar colonos mexicanos desde el centro hasta el noroeste del país. Para los notables sonorenses: “más listos y a la mano, en California, se encontraban hombres de la primera nación latina (Francia), pioneros que habían cruzado los mares en busca de oro”. Sin duda que con la inmigración gala se pretendía poner una barrera al avance anglosajón. Además, se esgrimían argumentos de religión e idioma; una frase parecía decirlo todo: población “simpática con la nuestra que aborrecen el dominio yanke [sic]”, en ROMERO GIL, “Sonora: empresarios, grupos de poder y sociedades étnicas”, pp. 86-87. 35 CUEVAS ARÁMBURO, Sonora textos de su Historia.

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incultas en las que se imponía la presencia hostil de los apaches, sobre todo las ubicadas en el septentrión de Sonora. La paradoja es que este marco jurídico permitirá, entre otras cosas, la presencia de grupos de franceses con intenciones de ocupar territorio sonorense con fines filibusteros. La primera caravana gala que respondió a la iniciativa la encabezó el francés Prinday, experiencia que resultó fallida al perecer trágicamente el líder. Lo significativo de esta política de colonización impulsada de manera independiente por los sonorenses es que permite legitimar el acto soberano de ocupación de la tierra. No obstante lo anterior, un año después de aprobada la ley, el gobierno general la abolió, dejando transitoriamente sin vigencia legal el afán colonizador de las élites y notables locales. De esta forma los afanes colonizadores resultaron una quimera en la mente de los notables sonorenses en el periodo 1820-1850. De ahí que podamos calificar estos intentos de colonización como un sueño, que dominó el pensamiento de las élites sonorenses en la primera mitad del sigloXIX. En los años subsecuentes no cesaron estos afanes por lograr la ocupación, transformación y desarrollo del amplio espacio del suelo sonorense cuya riqueza agrícola y minera se encontraba en estado virgen. Al respecto de la empresa de colonización de la élites locales, son reconocibles otros dos momentos: uno que ocupa el periodo 1850-1880, al que podemos identificar como la “Colonización frustrada”, por tratarse de una secuela de proyectos fracasados, pues no obstante que se tomaron decisiones políticas y jurídicas para impulsar la inmigración extranjera, estas fracasaron dando lugar a intentos filibusteros con intenciones de crear pequeñas repúblicas. El otro momento se ubica en los años comprendidos entre 1880-1910, al que calificamos como la “Colonización realizada”, al alcanzar con base en la agricultura, la minería moderna y el ferrocarril, una ocupación-transformación del espacio sonorense, lo que se tradujo en una modernización de la zona fronteriza.

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SONORA, LA “COLONIZACIÓN SOÑADA”

ROMERO GIL, Juan Manuel, “Sonora: empresarios, grupos de poder y sociedades étnicas. La mirada de tres intervencionistas franceses (1864-1866)”, en R. Arturo Román Alarcón y Gustavo Aguilar Aguilar (coords.), Economía regional, empresas y empresarios en México, siglos XIX y XX, México, Editorial Práxis, 2010. SALMERÓN, Rubén, “La formación regional, el mercado local y el poder de la oligarquía en Sonora: 1740-1840”, El Tejabán, núm. 1. Sonora, Sinaloa y Nayarit. Estudio estadístico, económico y social, México, Departamento de la Estadística Nacional, 1929. SPENCE, Tomás, Carta a un amigo sobre la situación del Estado de Sinaloa. En el año de 1824, Guadalajara, Imprenta de la viuda de Romero, 1825. TREJO CONTRERAS, Zulema y Esperanza Donjuan Espinoza, “Sonora y el proyecto liberal a través de la reflexiones de Ignacio Zúñiga”, en De los márgenes al centro. Sonora en la independencia y la revolución: cambios y continuidades, Hermosillo, El Colegio de Sonora, Colegio de Bachilleres del Estado de Sonora, 2011. VELASCO, José Francisco, Noticias estadísticas de Sonora, México, Gobierno del Estado de Sonora, 1985. ZÚÑIGA, Ignacio, Rápida ojeada al estado de Sonora, México, Gobierno del Estado de Sonora, 1985.

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EL NORTE DE MÉXICO Y LA HISTORIA REGIONAL. HOMENAJE A IGNACIO DEL RÍO

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LA FORJA DE INSTITUCIONES SOCIALES EN LA SONORA DECIMONÓNICA: LA IGLESIA CATÓLICA

Dora Elvia Enríquez Licón UNIVERSIDAD DE SONORA

Homenaje y exordio Me siento sumamente honrada de participar en el merecido homenaje a nuestro muy apreciado y distinguido Ignacio del Río. Es un verdadero privilegio compartir este espacio con muy reconocidos historiadores y tener la oportunidad de manifestar mi enorme respeto, gratitud, admiración y aprecio a tan destacado historiador, de quien tanto he aprendido en las últimas décadas. Expongo enseguida una reflexión sumaria en torno al proceso de cambio ocurrido en Sonora durante el siglo XIX mediante el cual se fueron remodelando viejas instituciones y configurando nuevas, que encontrarán acomodo en el inédito y recién llegado orden sociohistórico, definido por los imperativos de la modernidad. Apuntaré rápidamente los rasgos particulares que adquirieron las instituciones políticas y el conflicto social, que fueron conformando la sociedad regional en el ambiente inseguro y violento de una, al parecer, inexpugnable frontera de guerra. Concedo particular atención al proceso de cambio experimentado por la Iglesia católica en su forma diocesana, nacida en las postrimerías del siglo XVIII y que a lo largo de la siguiente centuria buscará afianzarse. Al igual que otras instituciones sociales, la Iglesia adquirió características particulares en un escenario de frontera. La historiografía realza la debilidad de la institución eclesiástica en los años que siguieron a la expulsión jesuita, aceptando tácitamente que otras instituciones —las políticas, por ejemplo— tenían fortaleza. Sabemos que no fue así: en los límites norteños de la Nueva España todas las instituciones eran igualmente débiles pues apenas estaban fraguando en moldes sui géneris, como lo ha demostrado en numerosos trabajos Ignacio del Río. 327

EL NORTE DE MÉXICO Y LA HISTORIA REGIONAL. HOMENAJE A IGNACIO DEL RÍO

La cuña borbónica Imposible voltear la mirada al siglo XIX sin prestar atención al paquete de disposiciones político-administrativas contenido en las genéricamente llamadas Reformas Borbónicas, cuya aplicación en el noroeste novohispano ha estudiado puntillosamente Nacho del Río y que pretendían apurar la configuración de un nuevo orden social, desatando desde los años de 1760 complejos procesos de larga duración.1 Si las ansias transformadoras de los Borbón tuvieron como propósito fundamental que la metrópoli recuperase el control político sobre sus posesiones coloniales y sacara mayor provecho económico de ellas, en la ancha franja fronteriza del norte novohispano debían reconfigurar totalmente la sociedad, pues las avanzadas reales (colonos civiles y milicia) en acción desde el siglo XVII, no habían conseguido afianzar tal dominio, que para el siglo XVIII estaba en poder de jesuitas e indígenas.2 Así pues, el objetivo nuclear de las reformas fue consolidar el dominio territorial y político sobre las poblaciones nativas, que para esos años se habían apropiado de las formas organizativas que les había endonado la república de indios, utilizándolas a su favor. Es sabido que la institución, desarrollo, permanencia y desaparición de sociedades históricas está asociada a su ubicación en un espacio geográfico territorializado, apropiado. La ocupación y dominio de un territorio demanda el ejercicio de una serie de acciones colectivas que van configurando relaciones sociales específicas, frecuentemente conflictivas, en las que entran en juego distintas concepciones del mundo o imaginarios sociales. El territorio puede definirse como “el espacio apropiado, ocupado y dominado por un grupo social” con el objeto de crear condiciones seguras para su propia reproducción y obtener la satisfacción de sus necesidades primordiales, sean éstas materiales o simbólicas.3 1

DEL RÍO, La aplicación regional de las reformas borbónicas, pp. 13-14. Si bien la acción misional de los jesuitas constituyó la estrategia de más impacto en la penetración colonial, su celo en prolongar el régimen de los pueblos misionales entró en contradicción a fines del siglo XVII con intereses económicos de los colonos civiles, al defender el estatus corporativo, comunitario y excluyente de los pueblos indios, que limitaban el pleno dominio territorial de la corona española, pues tenía limitaciones para cambiar el carácter de la posesión territorial e impulsar la propiedad privada. 3 RAJCHENBERG S. Y HÉAU LAMBERT, “La frontera en la comunidad imaginada”, pp. 38-39. 2

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LA FORJA DE INSTITUCIONES SOCIALES EN LA SONORA DECIMONÓNICA

De acuerdo con Sheridan, la territorialidad debe entenderse como “el intento de un individuo o grupo [social] de afectar, influir o controlar gente, elementos y sus relaciones, delimitando y ejerciendo un control sobre un área geográfica”.4 Al territorializar un espacio, los grupos sociales despliegan diversas formas de apropiación: constituyen asentamientos poblacionales, hacen producir la tierra, se apoderan de sus productos, le confieren significaciones simbólicas y despliegan acciones defensivas para impedir la apropiación de ese espacio por otros grupos. Para hacer efectivo su dominio territorial en el noroeste novohispano, muy endeble a mediados del siglo XVIII, los españoles (soldados, colonos civiles, funcionarios reales) debían erradicar la influencia de los misioneros, lo que consiguieron con la expulsión de los jesuitas en 1767. Tenían, asimismo, el gran reto de “pacificar” la frontera por lo que, a las frecuentes y amenazadoras rebeliones indígenas, respondieron con la militarización de la sociedad en sus instituciones de gobierno, en el reforzamiento de puestos de defensa (presidios) y el desarrollo de expediciones militares para desalentar cualquier acción de los indios avilantados. De igual manera, fue perentorio quebrantar el carácter corporativo del pueblo de misión desbaratando la posesión comunal de las tierras mediante su transformación en propiedad privada. Finalmente, autoridades reales y colonos civiles requerían tener de su lado una institución eclesiástica afín. Tales estrategias reconfigurarían la sociedad regional y permitirían incrementar el poblamiento con españoles y castas, hacer más seguro el resguardo y defensa de la frontera del expansionismo extranjero, pero también de los insumisos indios de misión o gentiles que aún se oponían al dominio colonial defendiendo su propio sentido de territorialidad. Haría posible también aprovechar la mítica riqueza mineral de la región. Para que todo lo anterior pudiera ser realidad, era preciso crear las instituciones pertinentes; en primer lugar, las instancias político-administrativas que ejecutaran el proceso transformador. Pero, como bien lo ha consignado Ignacio del Río, el “vendaval” reformista que se manifestó con gran fuerza durante la visita de 4

SHERIDAN PRIETO, “Diversidad nativa, territorios y fronteras”, p. 25.

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EL NORTE DE MÉXICO Y LA HISTORIA REGIONAL. HOMENAJE A IGNACIO DEL RÍO

José de Gálvez al noroeste novohispano (1769-1771) se topó con una realidad “rejega” que imposibilitó en el corto plazo la aplicación de las reformas aunque, por su coincidencia con el imaginario de los colonos civiles (las futuras élites decimonónicas), marcaron la ruta a seguir en el futuro.5 Ignacio del Río analiza los rubros que configuraron el proceso transformador y dieron sentido a las reformas sociales y económicas en el noroeste novohispano;6 escudriña, además, el accidentado proceso de conformación de las instituciones de gobierno. Queda claro que en tan amplia geografía la unificación territorial y demarcación jurisdiccional fue un ejercicio prolongado, complejo y trastabillante desde la creación de la Gobernación de Sinaloa y Provincias Agregadas en 1732, pues, como asegura Ignacio del Río, “la integración política regional, lejos de pasar a ser un hecho consumado, era apenas un incierto programa a cumplir”.7 En el agitado ambiente de las Reformas Borbónicas y ante la perentoria necesidad de reforzar los controles político-administrativos, el visitador José de Gálvez y el Marqués de Croix firmaron, iniciando 1768, un plan para erigir un gobierno y comandancia general, que comprendería las Californias y las provincias de Sinaloa, Sonora y Nueva Vizcaya. Dicho plan fue el sustento para que en 1776 se instituyera la Comandancia General de las Provincias Internas;8 el proyecto contempló, entre otros aspectos, la erección de un obispado en las provincias del noroeste. A la par, ambos funcionarios suscribieron el Informe y Plan de Intendencias para el reino de la Nueva España.9 5

DEL RÍO, “La gestión político-administrativa”, pp. 38 y 48. Los rubros que analiza en La aplicación son los siguientes: 1) el problema del poblamiento (con españoles) y la política de integración social, 2) La reordenación de la tenencia de la tierra, 3) El recurso institucional de la Iglesia, 4) la organización militar y paramilitar y 5) La promoción del desarrollo económico. 7 DEL RÍO, La aplicación regional de las reformas borbónicas,p. 33. 8 De acuerdo con Velázquez, la Comandancia General “fue la jurisdicción territorial con la cual la corona española intentó dar unidad y cohesión a los establecimientos españoles de la zona septentrional del virreinato mexicano”. Cfr. VELÁZQUEZ, “La Comandancia General de las Provincias”, p. 163. Domínguez, por su parte, enfatiza el carácter “puramente militar” de esta institución gubernamental; ver DOMÍNGUEZ RASCÓN, “Estado, frontera y ciudadanía”, p. 13. 9 DEL RÍO, La aplicación regional de las reformas borbónicas, pp. 65 y 84. El obispo de Puebla, al avalar el Informe y Plan de Intendencias para la Nueva España (1768) suscrito por Gálvez y Croix, comunicó al rey: “Aún no conocemos la comprensión y calidad del terreno 6

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LA FORJA DE INSTITUCIONES SOCIALES EN LA SONORA DECIMONÓNICA

Si la implantación de instituciones político-administrativas no tuvo un éxito contundente, la creación de una institución eclesiástica afín a los proyectos reformadores borbónicos no presenta un panorama más halagüeño. Es bien sabido que la Iglesia católica, en sus formas diocesana o misional, fue una institución imprescindible en la conquista y colonización de América; su desenvolvimiento histórico corre a la par que el de las instituciones políticas y militares, llegando inclusive en distintos momentos a ubicarse por encima de ellas. La notoriedad y prestigio de la Iglesia tuvo fundamentos bien definidos. En primer término, el compromiso que la corona española estableciera con Roma para difundir la doctrina católica entre los infieles. En segundo lugar, la Iglesia fue una institución incorporada a la estructura político-administrativa colonial pues gracias a las prerrogativas que el Patronato Real otorgaba al monarca español, los obispos eran en cierto sentido parte de la jerarquía administrativa. En el escenario de las Reformas Borbónicas en la frontera septentrional y ante la urgencia de redoblar los esfuerzos en materia de poblamiento, la acción de la jerarquía eclesiástica se sumaría al esfuerzo de las autoridades civiles para hacer vivir “en policía” a poblaciones antes dispersas o congregadas recientemente.10 El proyecto de creación de un obispado para las provincias del noroeste, postulado en 1768,11 se hizo realidad en 1779 gracias a las ágiles gestiones de José de Gálvez, ya con su investidura de mique habitamos por estar mucho sin descubrir, otro sin poblar, y otro sin Jefes que puedan administrar verídicas noticias de él, lo que no sólo se experimenta en lo político sino también en lo eclesiástico, pues no se puede asegurar cuáles sean los límites del Obispado de Guadalajara, y mucho menos los de Durango, que por el Norte se extiende a Países que sólo estriban en noticias inciertas y la mayor parte está ocupado de gentiles, que según los grados en que están situados, confinan hipotéticamente con la Groenlandia y con los dominios del tártaro; proviniendo esta oscuridad de estar muy remotos del calor de las provincias de los Exmos. Sres. Virreyes y no tener cerca un Jefe que procure oportunamente adelantar la Conquista, exterminar los Gentiles y conocer a fondo aquellas provincias septentrionales llenas de preciosas Minas y otras riquezas; lo que más es, ignorándose con qué dominaciones se comunican, de lo que puede resultar en lo venidero alguna invasión improvisa”. Véase en http://memoriapoliticademexico.org/Textos/1Independencia/1768IPI.html [consultado el 5 de mayo de 2013]. 10 NAVARRO GARCÍA, “Poblamiento y colonización”, p. 40. 11 Desde la fundación del obispado de Guadiana (Nueva Vizcaya), en 1622, el clero secular y las escasas parroquias establecidas en las provincias del noroeste, dependían del obispo de Durango.

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nistro de Indias, y el soporte aliado del franciscano Antonio de los Reyes. Su fundación obedeció esencialmente a criterios políticos y administrativos, lo que le acarrearía innumerables vicisitudes, pues la nueva diócesis funcionaría en un contexto social propio de un esquema misional. El propósito de las transformaciones eclesiásticas en Sonora fue, por un lado, impedir que los misioneros franciscanos, que tomaron el lugar de los jesuitas después de su expulsión, pudiesen ejercer un dominio absoluto sobre los pueblos de indios, tal como había ocurrido con los padres de la Compañía de Jesús. Se buscaba con ello liberar el acceso a las tierras y fuerza de trabajo indígena, así como eliminar la rebeldía de los indios mediante su asimilación cultural, que supuestamente llegaría al convivir indios y españoles en el mismo asentamiento. En segundo término, a la corona española le interesaba disponer de un clero regular y secular atento a sus intereses, independiente de autoridades intermedias, y dedicado, exclusivamente, a la atención de las necesidades espirituales, sin injerencia en la economía o en la política.12 Sin embargo, había grandes dificultades para hacer operativo tal esquema de organización diocesana en un amplio territorio que continuaba siendo tierra de misión. La estrategia más viable pareció ser el ensamblaje del obispado de Sonora y una nueva entidad, la Custodia de San Carlos, según la propuesta diseñada y defendida por fray Antonio de los Reyes, misionero franciscano que había residido en Sonora de 1768 a 1774 y en 1780 se convirtió en primer obispo de la nueva diócesis, coincidiendo plenamente con los cambios planteados por los reformadores borbónicos. La Custodia de San Carlos albergó el propósito de separar a los franciscanos de sus provincias religiosas y colegios de Propaganda Fide, haciéndolos depender de una autoridad colonial residente en España.13 La creación de la custodia fue aprobada en noviembre de 1779, y en mayo de ese año se había aprobado la constitución del obispado de Sonora. Ambas instituciones quedaron bajo la dirección de Antonio de los Reyes. 12

DEL RÍO Y LÓPEZ MAÑÓN, “La reforma institucional”, p. 243. DEL RÍO, “El obispo fray Antonio de los Reyes”. En este trabajo Ignacio del Río analiza con profundidad el proceso de creación de la Custodia de San Carlos, así como los problemas que enfrentó para su operación. 13

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Tan novedosa situación expresó el problema fundamental de la Iglesia diocesana en Sonora finalizando el siglo XVIII, que continuaría a lo largo del siglo XIX: no existían las condiciones para que el obispado pudiera lograr su pleno desarrollo, pues no había feligresía suficiente y con los recursos económicos necesarios para constituirse en parroquias o curatos. Tampoco funcionó la Custodia de San Carlos, pues tuvo una existencia meramente formal y desapareció en 1791.14 Como puede advertirse, para las últimas décadas del siglo XVIII persistía un escenario poco favorable para la Iglesia católica. El nuevo obispado enfrentó problemas severos al momento de su arranque por la imposibilidad de transformar en parroquias los pueblos de misión. Por otra parte, las misiones franciscanas eran sumamente vulnerables, pues además de padecer el constante asedio, indisciplina y movilidad de los indios, los misioneros enfrentaban la ambigüedad del poder civil y militar: las autoridades locales ponían trabas a la creación de nuevas misiones, confinando la acción de los misioneros al auxilio espiritual y enseñanza de la doctrina; por otro lado, los funcionarios reales tenían la convicción de que las misiones eran fundamentales para resguardar la frontera y trazar nuevas rutas para la colonización. Si un aspecto nuclear de las Reformas Borbónicas fue el dominio territorial y político sobre los indios, una vez expulsados los jesuitas tal dominio implicó (además de la defensa militar de la frontera) recuperar para la corona la propiedad territorial concedida de manera corporativa a los indígenas en sus pueblos, delimitando individualmente el acceso a la tierra comunal mediante su reparto y ofertando los excedentes a los vecinos, que tanto habían reclamado el acceso a las mejores tierras de cultivo y pastos hasta entonces en poder de los pueblos de misión. Era ésta una reforma apremiante, por lo que José de Gálvez dictó, en junio de 1769, sus “Instrucciones para la asignación y repartimiento de tierras en los pueblos de indios y para la cuenta de tributarios que al mismo tiempo deben hacer en ellos”15 que, como bien afirma Ignacio del Río, estuvieron “orientadas a transformar 14 15

DEL RÍO, “El obispo fray Antonio de los Reyes”, p. 130. DEL RÍO, La aplicación regional de las reformas borbónicas,p. 80.

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radicalmente las condiciones de los procesos productivos en las comunidades indígenas y […] debilitar las formas tradicionales de la organización comunitaria”,16 aunque también tuvieron el propósito de limitar las facultades de los franciscanos en la administración económica de los pueblos. Si bien el reparto de tierras comunales enfrentó innumerables dificultades para su aplicación en las últimas décadas del siglo XVIII, dejó el camino marcado para un futuro próximo. La expulsión de los jesuitas y su relevo con franciscanos, la creación del obispado y el reparto de tierras comunales fueron factores que matizaron el complejo proceso de secularización de los pueblos indios en Sonora, por cierto poco exitoso en las postrimerías del siglo XVIII, si por secularización entendemos la transferencia de jurisdicciones eclesiásticas del clero regular al secular, es decir, su transformación en parroquias, rango que únicamente alcanzaron los pueblos ópatas de Oposura y Batuc; los pueblos de la Pimería Alta y algunos de la Baja continuaron con su estatus de misión y algunos más (entre ellos los del yaqui y mayo) se transformaron en doctrinas seculares17 a cargo de sacerdotes diocesanos.18 ¿Cuáles cambios institucionales propiciaron en Sonora las Reformas Borbónicas entre 1767 y 1810? Pocos, pero de gran significación: se advierte una mayor visibilidad (y poder) de los funcionarios gubernamentales asociada a un debilitamiento en la capacidad administrativa de los misioneros que se tradujo en fisuras importantes en los pueblos indios, cuyo orden social se reconfiguró, generando un ambiente favorable para que los indígenas recuperaran su autonomía, expresada en las numerosas rebeliones del siglo XIX. Se advierte, de igual manera, un parsimonioso proceso de secularización de las misiones asociado a un dinámico proceso de cambio en la tenencia de la tierra, que transfirió la propiedad corporativa a propiedad privada individual.

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DEL RÍO, La aplicación regional de las reformas borbónicas, pp. 130-131. Las misiones eran asentamientos destinados a evangelizar “infieles”, las doctrinas “eran parroquias de indios ya evangelizados” pero que requerían seguirse instruyendo en la fe “a fin de lograr su incorporación total a la civilización cristiana”. GERHARD, La frontera norte, p. 191. 18 ENRÍQUEZ LICÓN, “Secularización de pueblos de misión en Sonora”, pp. 134-135. 17

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La re-configuración de instituciones en el siglo XIX Una de las secuelas importantes de la revolución de independencia en la Nueva España fue el cambio operado en las instituciones políticas como efecto de los postulados básicos de la Constitución de Cádiz (1812), particularmente en lo que concierne a la creación de ayuntamientos y la diputación provincial de Arizpe (1822), instituciones que dieron vigencia a nuevas formas de representatividad política y a la emergencia de una nueva categoría social, el ciudadano. Con tales cambios, los pueblos indígenas perdieron sus formas de gobierno tradicional y quedaron subordinados a los intereses políticos de los vecinos quienes, una vez que tuvieron en sus manos el control político, de inmediato dieron continuidad a la transferencia de tierras comunales a manos de particulares, generando un ambiente de profunda inconformidad y frecuentes rebeliones indígenas. La Constitución de Cádiz buscó erradicar formas corporativas de representación política y colocó en primer plano al ciudadano. A tono con los nuevos imaginarios políticos, la Constitución del Estado de Occidente (1825) se fundamentó en los principios de libertad individual, seguridad personal, propiedad e igualdad ante la ley, lo que implicó que las antiguas corporaciones (pueblos de indios) con sus formas de gobierno y territorio inalienable perdieran vigencia, dado que sólo serían reconocidos los ayuntamientos electos por los vecinos.19 Los propósitos de hacer efectivos tales ordenamientos constitucionales provocaron violentas movilizaciones armadas de yaquis y mayos, lo cual impidió que se pusieran en práctica. En la Opatería, donde el número de vecinos residentes en los pueblos fue más abultado, los indios eligieron alcaldes y síndicos procuradores, “que eran los cargos municipales a que tenían derecho por su tamaño y categoría, según lo establecía la constitución.”20 Así pues, los “ciudadanos indígenas” pasaron a formar parte de las instituciones 19

MEDINA BUSTOS Y ESQUIVEL, “Liberalismo y rebeliones”. Para fungir como elector y ocupar cargos municipales se estableció como requisito el saber leer y escribir, lo cual favorecía a los vecinos que, invariablemente, ocuparon el cargo de alcalde mientras los indígenas fueron electos síndicos procuradores debido a la presión ejercida por los pueblos. Cfr. MEDINA BUSTOS Y ESQUIVEL, “Liberalismo y rebeliones”. 20

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políticas republicanas, confiando en que por ese medio tendrían mejor posición para defender la tierra de sus pueblos y dar continuidad a su gobierno tradicional. Ante el acelerado proceso de privatización y pérdida de sus territorios comunales, los indígenas desarrollaron estrategias de negociación y resistencia armada en defensa de sus tierras y la continuidad de sus pueblos, aminorando el impacto de las transformaciones.21 En este contexto, los indígenas se apropiaron del concepto de “nación” y soberanía del imaginario liberal, utilizando el nuevo entramado jurídico para defender su espacio comunitario y organización sociopolítica.22 La presión de los pueblos indios y el peligro siempre latente de sublevaciones provocó el reforzamiento de los nuevos marcos jurídicos; en septiembre de 1828 se aprobó la Ley número 88 “Para el gobierno particular de los pueblos de indios” que confirmaba la participación de los indígenas en la elección de los ayuntamientos; estableció, además, la desaparición de las milicias y cargos militares indígenas (capitanes y tenientes generales). El mismo día fue aprobada la Ley número 89 sobre el reparto de tierras comunales y su transformación en propiedad privada.23 La aprobación de las antes mencionadas leyes desató en los dos años siguientes una profunda oposición ópata expresada en levantamientos armados; los indígenas reclamaban el regreso al “antiguo gobierno de sus pueblos” y que siguiera vigente el cargo de capitán general.24 El Estado Libre y Soberano de Sonora (1830) dio continuidad a los postulados fundamentales de las leyes que buscaron modificar la tenencia de la tierra así como la organización política y militar de los pueblos.25

21

RADDING, Paisajes de poder,pp. 116-117. RADDING, Paisajes de poder,p. 130. 23 MEDINA BUSTOS Y ESQUIVEL, “Liberalismo y rebeliones”. 24 MEDINA BUSTOS Y ESQUIVEL, “Liberalismo y rebeliones”. Las presiones indígenas ocasionaron que se diera marcha atrás a tal disposición, por lo que el cargo de capitán general se mantuvo. 25 La Constitución del Estado promulgada en 1831, facultó al congreso, en su artículo 36, para “dictar leyes y reglamentos para establecer el gobierno interior de los pueblos indígenas de la manera más análoga, y conveniente a su situación, circunstancias y costumbres; arreglar los límites de sus terrenos y dictar cuanto se crea conducente a terminar sus diferencias”. 22

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La primera mitad del siglo XIX estuvo plagada por diferendos entre facciones de élites que aspiraban a establecer su hegemonía política y económica, expresando sus antagonismos en la afiliación al centralismo, federalismo e imperio, aunque estuvieron de acuerdo en un punto fundamental: conseguir el dominio sobre los pueblos indígenas y, por tanto, imponer sus propios cánones sobre la territorialidad. Manuel María Gándara, más sensible a los reclamos indígenas, emitió en abril de 1847 y mayo de 1853, dos leyes que normaban la organización de los gobiernos indígenas yaqui y mayo.26 Las instituciones sociales que correspondían a un nuevo orden social, dominado por el imaginario de la modernidad, ganaron estabilidad en la segunda mitad del siglo XIX con el arribo del gobierno liberal del general Ignacio Pesqueira, que arremetió con renovado vigor los ataques contra los pueblos indígenas, sobre todo yaquis y mayos. Para entonces, los más vulnerables ópatas y pimas altos atravesaban un avanzado proceso de mestizaje e hispanización, perdiendo sus tierras comunales y formas de gobierno tradicional, así como su antiguo poder militar, que daría como resultado la extinción étnica de los ópatas finalizando el siglo XIX. Mientras tanto, la Iglesia diocesana aparece como pasmada, con una lenta reconstitución, sujeta a los cambios en el contexto político, demográfico y económico. Un problema fundamental para la erección de parroquias fue la provisión de sustento; la Iglesia en Sonora no tenía beneficios, obras pías, cofradías o alguna otra forma de obtener recursos,27 por lo que en esta primera etapa el apoyo gubernamental fue básico: los obispos recibían una aportación económica anual por parte de las instancias gubernamentales. La 26

TREJO, “Leyes especiales para el gobierno”, pp. 113-114. Un beneficio es un ingreso fijo, usualmente generado por la propiedad territorial; las parroquias que no tienen ingreso fijo no tienen beneficio y su existencia depende de limosnas y donativos. Cfr. The Catholic Encyclopedia. La cofradía religiosa es una organización de católicos vinculada, generalmente, al santo patrono de un pueblo; organiza las festividades anuales y atiende asuntos diversos relacionados con el culto, incidiendo ampliamente en la organización de la comunidad; asimismo desempeña funciones de asistencia social -otorga préstamos a sus miembros, pensiones a viudas, ayuda para entierros, etcétera-; en los pueblos del centro y sur de México dicha institución ha tenido una gran importancia religiosa y política. 27

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disposición de recursos para el sostenimiento de los curatos determinó los ritmos de la secularización de los pueblos indios y definió las características de la diócesis de Sonora, uno de cuyos rasgos perennes fue la escasez de sacerdotes. La Iglesia Católica Diocesana La crítica situación que enfrentaba la Iglesia católica en el noroeste durante las últimas décadas de dominio colonial, empeoró en la etapa de la independencia y persistió durante todo el siglo XIX. Por un lado, se advierte la existencia de un sistema misional que era necesario para consolidar la frontera por su supuesta capacidad para mantener a los indios en sumisión, pero los misioneros franciscanos vieron cómo sus proyectos eran constantemente obstaculizados, primeramente, por las autoridades coloniales y, posteriormente, por las instituciones republicanas que consideraron innecesarias las misiones. Por otra parte, se percibe un esquema diocesano sumamente endeble, con muy raquíticas posibilidades de consolidarse en las condiciones sociales y económicas imperantes en esa etapa, que no permitían el establecimiento de parroquias estables. La Iglesia poscolonial El sistema misional se diluyó paulatinamente. Para 1821 subsistían 16 pueblos de misión en la Pimería Alta y la Opatería, atendidos por religiosos franciscanos. La Constitución del Estado de Occidente (1825) declaró a la religión católica como la única tolerada, aunque no hizo ninguna alusión a las misiones pues, según Kessel, se consideraron vestigio del colonialismo español.28 Para este tiempo los misioneros habían perdido autoridad entre indios y no indios, a la par que dejaban paulatinamente de recibir el apoyo financiero de sus respectivos colegios, Santa Cruz de Querétaro y Provincia de Jalisco. Por si fuera poco, las misiones se vieron ante el recrudecido acoso de los ataques apaches, pues los presidios también entraron en un proceso de debilitamiento des28

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KESSEL, Friars, soldiers and reformers, p. 259.

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pués de haber concluido el dominio colonial. Hacia 1828 únicamente dos misioneros permanecían en Sonora, dividiéndose entre ellos el cuidado de los pueblos de la Pimería Alta.29 En 1834 el Congreso Federal decretó la secularización de todas las misiones que persistían en el país. La legislatura sonorense, de la que formaban parte algunos sacerdotes diocesanos, solicitó fuese suspendida la ejecución de tal decreto para la Pimería Alta, pues temían el seguro alzamiento de los indígenas, cuya rebeldía ayudaban a contener los pocos frailes establecidos en el área. Sin embargo, ya para estos años las misiones se encontraban en agonía: los colonos se oponían a los frailes casi de manera cotidiana, alentando a los indios para que solicitaran el reparto de las tierras comunales; los misioneros fracasaron también en su propósito de reemplazar los subsidios que ya no recibían, solicitando a los colonos asentados en tierras misionales la entrega de un tributo mínimo. Para 1841 quedaban tan sólo dos misioneros bajo las órdenes del superior de Jalisco, quien les ordenó abandonaran la región. El obispo sonorense Lázaro de la Garza declinó la petición de tomar a su cargo las misiones de la Pimería Alta, por no disponer de sacerdotes.30 En su libro Noticias estadísticas del Estado de Sonora (1850), José Francisco Velasco describe profusamente la situación imperante en lo que denomina el Estado Eclesiástico. Destaca, por un lado, la escasez de sacerdotes y las enormes dificultades que debían enfrentar los pocos ministros establecidos en curatos y pueblos de doctrina para administrarlos, enfatizando, además, las ruinosas condiciones materiales en que se encontraban los edificios eclesiásticos heredados de la etapa misional, a la vez que presenta un pormenorizado recuento de la carencia de iglesias parroquiales en los principales pueblos y ciudades del estado.31 Pero la situación de penuria económica no era exclusiva de la Iglesia católica, pues el estado en su conjunto atravesaba por condiciones difíciles. Dos poderosos enemigos retrasaban los proyectos “civilizatorios” impulsados por la sociedad de origen hispano: en el 29

KESSEL, Friars, soldiers and reformers,p. 274. KESSEL, Friars, soldiers and reformers, p. 297. 31 VELASCO, Noticias estadísticas del Estado,p. 46. 30

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sur, yaquis y mayos impedían con las armas en la mano el asentamiento de colonos en sus territorios; en el norte, los apaches tenían ganada la frontera desalentando cualquier intento de poblamiento y explotación de riquezas minerales. En la primera mitad del siglo XIX, la Iglesia presenta una situación ambivalente. Por un lado, la presencia social de la institución eclesiástica tendía al desvanecimiento al reducirse aún más el número de sacerdotes y deteriorarse su infraestructura material. Por otra parte, destacados miembros de la jerarquía —la mayoría herederos de familias notables de la región— ocuparon cargos diversos en las instituciones republicanas,32 algunos sacerdotes figuraron reiteradamente en diputaciones provinciales, congresos constituyentes y constitucionales, así como en juntas y asambleas departamentales entre 1822 y 1864.33 Es posible asegurar que, no obstante los graves problemas enfrentados durante la primera mitad del siglo XIX, la Iglesia fue un factor político relevante, pues destacados miembros de la jerarquía participaron activamente en el diseño y construcción de las instituciones republicanas. Además, la Iglesia constituía la única voz autorizada y legitimada socialmente para establecer los cauces morales en pueblos y parroquias.34 En aspectos esenciales, como apoyar la no desaparición del sistema misional, la defensa de la propiedad privada y apropiación de las tierras comunales, el diseño y funcionamiento de las instituciones políticas y la vigilancia de la moral pública, hubo afinidad de intereses entre las élites gobernantes y la Iglesia, pues era ésta una institución sin la cual no se podía concebir la buena marcha de esa sociedad de frontera. Con esta convicción, autoridades y vecinos

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Las referencias a la participación política del clero se encuentran en CALVO BERBER, Nociones de Historia;CUEVAS, Sonora. Textos de su Historia; ALMADA, Diccionario de Historia; HERNÁNDEZ SILVA, “Las élites regionales de Sonora”. 33 ALMADA BAY Y MEDINA B. en Historia panorámica registran detalladas nóminas en referencia a la integración de las legislaturas, en las que se aprecia la constante participación de sacerdotes en el Congreso local. 34 Destacados historiadores sostienen que después de la expulsión de los jesuitas, la Iglesia perdió su sitio privilegiado en la sociedad regional; véase, por ejemplo, VIDARGAS, “Sonora y Sinaloa como provincias independientes”, pp. 342-343; ORTEGA NORIEGA, Un ensayo de Historia Regional, p. 93; VOSS, On the periphery of nineteen century Mexico, pp. 80-81 y TINKER SALAS, In the shadow, pp. 36-37, entre otros.

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externaron reiteradamente su deseo de que el obispado se dividiera en dos y que los sonorenses pudieran tener más cerca un prelado que impulsara diversos proyectos, esencialmente el establecimiento de un seminario.35 Al evaluar las condiciones prevalecientes en Sonora durante la primera mitad del siglo XIX, algunos investigadores sostienen que la religiosidad de sus habitantes fue endeble y frágil. Tinker, por ejemplo, afirma que “las instituciones religiosas tuvieron débiles raíces en el noroeste. Excepto por el inicial éxito de los jesuitas entre la población indígena, el catolicismo no generó la misma devoción observada en otras áreas del México central. Fuera de Hermosillo, Guaymas y Álamos, pocas iglesias operaban realmente en Sonora durante el siglo XIX”.36 No obstante, las fuentes primarias sugieren que los sonorenses no abandonaron sus valores religiosos. Los feligreses (indios y no indios) se lamentaban frecuentemente de no tener acceso al “pasto espiritual” y demandaban contar con sacerdotes de manera permanente en sus pueblos.37 En tales peticiones, las autoridades civiles fueron invariablemente mediadoras entre los católicos y la jerarquía eclesiástica. Esto sugiere que la Iglesia, aun debilitada como se encontraba, era en Sonora un soporte valioso del poder civil para mantener en paz a una importante porción de la sociedad, los indios, además de ser todavía la única institución con legitimidad social para que los pueblos alcanzaran la “ilustración” y “moralidad”. Las relaciones Iglesia-Estado eran en extremo armoniosas, pues ambos poderes compartían la tarea de moldear la sociedad; tal convicción fue compartida por liberales y conservadores. La Iglesia sonorense en la Reforma La cercanía entre el Estado y la Iglesia observada en este tiempo, no sufrió alteraciones sustanciales durante los días de la Reforma; los liberales sonorenses, al igual que los conservadores, confiaban 35 VIDARGAS, “El cabildo intermitente de Arizpe”, pp. 140-145; HERNÁNDEZ SILVA, “Las élites regionales de Sonora”, p. 161. 36 TINKER SALAS, In the shadow, pp. 36-37. 37 Ejemplos puntuales se registran en ENRÍQUEZ LICÓN, “Pocas flores, muchas espinas”, pp. 59-62.

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en la Iglesia como factor de unión, ilustración y pacificación. Pero el conflicto Estado-Iglesia no pudo evitarse, aunque la querella no adquirió el grado de encono expresado en otras regiones del país. En Sonora, el obispo Pedro Loza y Pardavé expresó su oposición al juramento de la constitución mediante carta pastoral fechada el 17 de abril de 1857, en la cual ordenó a sus párrocos informaran a los fieles sobre la ilicitud de tal acto; dispuso que quien jurase la Carta Magna no sería absuelto ni en artículo mortis si no se retractaba públicamente. Tal disposición le confrontó con autoridades de distintos niveles, incluyendo al recientemente electo gobernador, el católico y liberal Ignacio Pesqueira, quien en diciembre de 1858 ordenó a los prefectos del estado guardaran las consideraciones debidas al obispo, que estaba por iniciar una visita pastoral a Sonora obligado por su expulsión del vecino Sinaloa por el gobernador Plácido Vega. El gobernador Pesqueira requirió a los ayuntamientos, autoridades y empleados públicos, prestaran todo el apoyo al obispo, manifestándole así “el alto aprecio con que el Gobierno mira sus apostólicos afanes por los resultados que ellos pueden traer para la salud de las almas y para la paz pública”.38 No obstante, la negativa del obispo a dispensar a los juramentados que no se hubiesen retractado, así como la postura política del clero frente a la constitución liberal, extendieron pronto el conflicto a todos los pueblos, expulsándose a algunos sacerdotes insumisos junto con el obispo, en 1860.39 La evaluación de los conflictos presentes en Sonora durante los años de la Reforma40 permite advertir que el encono liberal contra la Iglesia y el clero no alcanzó dimensiones significativas, a diferencia de lo ocurrido en otras regiones del país, en las que la Iglesia perdió gran parte de sus bienes inmuebles, establecimientos educativos y de beneficencia, además, de haber desaparecido su influencia política y debilitado su autoridad espiritual.41 38 ACM, c. 29: Circular expedida por el gobernador Ignacio Pesqueira y fechada en Álamos el 19 de diciembre de 1858. 39 Un recuento detallado del conflicto entre Iglesia-Estado se registra en ENRÍQUEZ LICÓN, “La Reforma en Sonora”. 40 Un completo registro de tales eventos se encuentra en ALDACO, “El trono y el altar: pugnas entre la Iglesia y el Estado”. 41 KRAUZE, Siglo de caudillos, p. 243.

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La institución eclesiástica era vista por las autoridades sonorenses como un factor importante de unidad social y estabilidad política, circunstancia sumamente apreciada en un escenario fronterizo de conflicto perpetuo, no únicamente alentado por los indios nómadas (apaches y seris principalmente), sino por las facciones políticas confrontadas. Por ello, no resultó adecuado establecer una separación entre poder espiritual y temporal, sino un pacto de armoniosa colaboración entre ambos, mismo que fue restablecido iniciando la década de 1870. Una diócesis consolidada A lo largo del siglo XIX los sonorenses se quejaron de los múltiples perjuicios que padecían por el hecho de que el obispo de Sonora residiera en Sinaloa, por lo cual solicitaron reiteradamente ante Roma que la diócesis fuese dividida en dos, pues abarcaba una extensa demarcación (Sonora y Sinaloa, además de la Baja California) y difícilmente podía ser atendida por un prelado desde la ciudad de Culiacán. En tal sentido se manifestaron el gobernador Alejo García Conde (1813) y el obispo fray Bernardo del Espíritu Santo en la década de 1820; posteriormente la petición fue renovada por el obispo Pedro Loza y Pardavé en 1865, poco antes de ser trasladado a la arquidiócesis de Guadalajara. El sucesor, José María de Jesús Uriarte, reiteró el mismo deseo apoyado por católicos sonorenses, particularmente por las Sociedades de la Vela Perpetua establecidas en el estado.42 Finalmente las peticiones fueron escuchadas en Roma. El Papa León XIII emitió el 24 de mayo de 1883 un decreto consistorial mediante el cual dividía el territorio de la diócesis de Sonora creando con la parte desmembrada la diócesis de Sinaloa, reduciéndose ambas a los límites políticos de las respectivas entidades federativas, aunque el sumo pontífice puso bajo el cuidado del obispo de Sonora el Vicariato Apostólico de la Baja California. De esta forma, los sonorenses pudieron contar con obispo propio residente en Hermosillo, que a su reciente transformación en capital del estado 42 ACM, c. 29: Carta fechada suscrita por la “Hermana Mayor” de la Vela Perpetua de Ures, la profesora Trinidad Arvizu, 18 de febrero de 1881.

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sumó la distinción de ser designada sede episcopal, convirtiéndose en asiento del poder político y espiritual. Después del súbito fallecimiento del primer obispo, José María de Jesús Rico (1883-1884), en 1887 fue designado Herculano López de la Mora como nuevo pastor de los católicos sonorenses. Al igual que su antecesor, encontró una infraestructura material sumamente deteriorada, parroquias extensas e incongruas,43 insuficientes sacerdotes, falta de seminario, catedral y cabildo.44 Su feligresía, aunque profesaba la fe católica, se encontraba alejada de la ortodoxia doctrinal; disponía de una mesa episcopal sumamente pobre y topó con insalvables dificultades para restablecer el cobro del diezmo, de donde supuestamente la Iglesia sonorense debía obtener los recursos destinados a su sostenimiento; de igual manera, encontró las parroquias desorganizadas y muy pocas asociaciones religiosas. El obispo Herculano López administró una diócesis pobre y con múltiples carencias pero, en contraparte, tuvo la ventaja de realizar su labor pastoral en un entorno político caracterizado por el ánimo conciliador del régimen porfirista, que resultó muy adecuado para echar a andar sus proyectos diocesanos. Asimismo, el estado inició por esos años una etapa de crecimiento demográfico y gran prosperidad económica, lo que hizo plausible la obtención de ingresos en la mayoría de las parroquias y, principalmente, en la sede episcopal. Los católicos sonorenses, por su parte, apoyaron los proyectos pastorales debido a la indudable legitimidad de que gozaba la institución eclesiástica y su jerarquía. El obispo sonorense encontró pocas resistencias sociales en su propósito de reconstrucción. 43 Congrua es un término canónico para designar el ingreso anual necesario para el sostenimiento de un sacerdote, debe ser una suma suficiente y acorde con la dignidad clerical, que permita no sólo la manutención diaria y la adquisición de los bienes necesarios (como libros) sino también que le permita realizar actos de caridad entre la feligresía. Una parroquia incongrua, por tanto, es aquella que no cuenta con ingresos suficientes para que el párroco cumpla con efectividad sus deberes. Cfr. The Catholic Encyclopedia. 44 El Cabildo eclesiástico es un cuerpo de beneficiados (o partícipes de un beneficio), adscritos a una iglesia determinada (cabildo catedral o cabildo metropolitano) a quienes compete “la celebración solemne del culto divino en el coro capitular” compartiendo también la retribución obtenida por la “mesa episcopal” (ingresos de obispos o arzobispos); el Cabildo es una corporación indispensable para apoyar al obispo, haciendo las veces de “senado” o cuerpo consultor, además de suplir las ausencias del prelado en el gobierno de la diócesis. TERUEL DE TEJADA, Vocabulario básico de la Historia,pp. 31-32.

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El proyecto pastoral de Herculano López de la Mora contempló como aspecto prioritario la reconstrucción material de su diócesis, pero esencialmente le preocupaba la atención espiritual de una feligresía que él sentía muy alejada de la doctrina cristiana y sumamente vulnerable al avance de la modernidad. En estas condiciones, una de sus tareas impostergables fue dar marcha a un riguroso programa de readoctrinamiento de la sociedad. Ignacio Valdespino, sucesor de Herculano López, aprovechó plenamente la coyuntura abierta por la conciliación porfirista entre el Estado y la Iglesia, manteniéndose en estrecha cercanía con las élites políticas y económicas, lo cual le facilitó participar del progreso económico y canalizara la reconstrucción de su Iglesia los recursos obtenidos por la vía de aranceles, donativos y limosnas. Dio un importante impulso al establecimiento de escuelas católicas en la sede diocesana y en las parroquias. Éstas entraron en una ágil dinámica marcada por las festividades del calendario litúrgico, las visitas pastorales y las frecuentes misiones apostólicas desarrolladas por religiosos de distintas órdenes que anualmente visitaban los pueblos sonorenses, apoyando al obispo y a los párrocos en las tareas de adoctrinamiento.45 Al valorar los avances de la Iglesia durante el Porfiriato, es posible afirmar que en la primera década del siglo XX la diócesis de Sonora alcanzó su consolidación. El proyecto de fortalecimiento eclesiástico y reconquista espiritual implementado por los obispos tuvo diversas vertientes para afrontar los principales problemas materiales, administrativos y espirituales. Contra el “indiferentismo religioso” y la apatía de los sonorenses en materia religiosa, así como para contrarrestar las doctrinas de los enemigos de la Iglesia (masones, liberales y protestantes), se planteó realizar un cabal readoctrinamiento de la sociedad. Mediante la enseñanza de la doctrina católica se buscó modelar una nueva moral social que incidiera tanto en el ámbito privado, el de la religiosidad, como en el público, orientando el cambio social. El readoctrinamiento incluyó la constante prédica desde el púlpito, la enseñanza catequética a niños y adultos, la observancia 45 Los detalles de la obra pastoral de Ignacio Valdespino en ENRÍQUEZ LICÓN, “Pocas flores, muchas espinas”.

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del calendario litúrgico y un estricto apego del culto a los cánones eclesiásticos. La educación y la prensa católica fueron valiosos instrumentos para contrarrestar la tendencia secularizadora impulsada en las escuelas oficiales y los órganos formadores de la opinión pública; en tal sentido, los obispos Herculano López e Ignacio Valdespino alentaron la publicación de periódicos católicos (La Antorcha Sonorense, El Hogar Católico y el Boletín Eclesiástico). El fomento de nuevas devociones adquirió gran importancia en el propósito de transformar una religiosidad autónoma, popular, por otra apegada a la ortodoxia. El Sagrado Corazón de Jesús, la Inmaculada Concepción de María, San José y la Virgen de Guadalupe, cuya devoción estaba débilmente arraigada en Sonora, tuvieron una significación particular en los proyectos de reconquista espiritual. Importante fue también la organización de los laicos: creció el número de asociaciones piadosas y laicales cuyo objetivo era fortalecer las devociones, el culto y labores de caridad, además de la obtención de los recursos económicos necesarios para la construcción y reconstrucción de la infraestructura material (templos, catedral, casas curales, escuelas, seminario), renglón que requirió una atención urgente pues los bienes inmuebles heredados de la etapa misional estaban prácticamente en ruinas. Los templos parroquiales fueron remozados y otros más fueron construidos, incrementándose también la magnificencia y esplendor en el culto. La formación de nuevos sacerdotes se impulsó con el establecimiento del Seminario Conciliar en Hermosillo (1888), que se convirtió en foco importante de la educación católica, creciendo significativamente el número de establecimientos dedicados a este fin y orientados en su mayoría a la educación de las élites. Así pues, la Iglesia católica en Sonora experimentó cambios sustanciales durante las casi tres décadas de dominio porfirista. Importante fue la cercanía de las élites económicas y políticas respecto a la jerarquía eclesiástica. De acuerdo con el pensamiento católico dominante, a las clases superiores correspondía dirigir el funcionamiento ordenado de la sociedad y, como eran las más proclives a alejarse de las prácticas religiosas, pusieron especial empeño en atraerlas de nuevo. Las élites, por su parte, además de las necesi346

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dades espirituales que pudiesen tener, requerían consolidar signos de prestigio y legitimidad social que les asegurara su dominio y hegemonía.46 Durante el Porfiriato, la Iglesia católica en Sonora tuvo pues significativos avances; esta etapa de notables afanes reconstructivos llegó a su fin en 1913, cuando el obispo Ignacio Valdespino recibió nombramiento como prelado de la diócesis de Aguascalientes; ya para entonces se habían presentado los primeros conflictos entre la jerarquía y los revolucionarios. En 1913 concluyó una etapa en la historia de la Iglesia católica sonorense, con la cual se cerraría también el largo siglo XIX para la institución eclesiástica, centuria iniciada justamente en el contexto de las Reformas Borbónicas y la constitución del obispado de Sonora en 1779.

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA ACM

Archivo de la Catedral Metropolitana de Hermosillo

Fondo Fernando Pesqueira (Colección Documentos para la Historia de Sonora) The Catholic Encyclopedia, http://www.newadvent.org/cathen/. ALDACO, Guadalupe B., “El trono y el altar: pugnas entre la Iglesia y el Estado en Sonora (1856-1860)” en Memoria del XVII Simposio de Historia y Antropología de Sonora, Unison, 1993. ALMADA, Francisco R., Diccionario de Historia, Geografía y Biografía sonorenses, Hermosillo, Instituto Sonorense de Cultura, 1990. ALMADA BAY, Ignacio, “Indagación sobre la posible relación entre la religiosidad norteña y las misiones de la Compañía de Jesús”, Boletín de la Sociedad Sonorense de Historia, núm. 32, mayo-junio 1987, Hermosillo. ALMADA BAY, Ignacio, “Conflictos y contactos del Estado y de la Iglesia en Sonora”, en Felipe Mora A. (comp.), Coloquio sobre 46

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POLÍTICAS SANITARIAS EN EL DISTRITO SUR DE LA BAJA CALIFORNIA DURANTE EL RÉGIMEN PORFIRIANO

Ignacio Rivas Hernández UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BAJA CALIFORNIA SUR

Las autoridades de la Baja California se preocuparon, desde el siglo XVIII, por diversos aspectos que afectaban la salud de sus habitantes, como lo hizo el visitador real José de Gálvez, quien, en su instrucción publicada en el real de Santa Ana, el 1 de octubre de 1768, dispuso que las viviendas que se edificasen tuvieran habitaciones separadas para impedir el hacinamiento, que se observase una juiciosa limpieza en las casas y que las camas guardasen cierta altura para evitar que el contacto directo de los cuerpos con el suelo ocasionara enfermedades.1 Sin embargo, fue hasta la década de los setenta del siglo XIX cuando las autoridades territoriales empezaron a diseñar una política sanitaria, que se materializó en la construcción de obras de saneamiento público, en la expedición de reglamentos sanitarios y en la trasformación del sistema de atención médica. En este proceso jugaron un papel importante dos factores: la modernización de la economía y la presencia o el posible arribo de ciertas epidemias al territorio. La modernización de la economía sudpeninsular En las dos últimas décadas del siglo XIX, el Distrito Sur de la Baja California2 experimentó importantes transformaciones económicas y sociales, pues, a pesar de su incomunicación geográfica y su superficie desértica, no quedó al margen de la política modernizadora del régimen de Porfirio Díaz. El gobierno federal celebró diversos contratos con capitalistas nacionales y extranje1

ALTABLE, “La economía misional”, p. 132. A partir de 1888, el Territorio de la Baja California quedó dividido en dos distritos: el Sur y el Norte, cada uno con su propia organización político-administrativa. 2

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ros para que colonizaran y explotaran los recursos mineros y marinos de la sudpenínsula. Lo anterior llevó al asentamiento de empresas mineras, pesqueras y salineras. Así tenemos que la compañía El Progreso, de capital norteamericano, se instauró en 1878 en la municipalidad de San Antonio, donde en una superficie de 1196 hectáreas se aplicó a la extracción y beneficio de la plata. La compañía El Boleo, de capital francés, se asentó en 1885 en la municipalidad de Mulegé, en una extensión de 20 000 hectáreas que dedicó a la explotación y beneficio del cobre.3 También se establecieron compañías nacionales y extrajeras con el objetivo de explotar y cultivar la concha perla. En 1884, Francisco Cañedo y Socios obtuvieron en contrato por 16 años la zona marítima que iba desde la punta del Mechudo, al norte de la bahía de La Paz, hasta isla Coronado, convenio que cedieron al año siguiente a la compañía formalizada por Herman Levinson, Juan Hidalgo y Maximiano F. Valdovinos; en 1893, esta sociedad traspasó los derechos a la Compañía Perlífera de la Baja California Sucesores, organizada mayoritariamente por estadounidenses, cuyos apoderados fueron los hermanos Carlos, Miguel e Ignacio L. Cornejo; ésta, a su vez, en 1896, transfirió el contrato a la empresa inglesa The Mangara Exploration Limited.4 A esas empresas mineras y perlíferas se sumaron las salineras. Tirso Hidalgo adquirió en adjudicación las salinas de la Ventana; Santiago Viosca obtuvo los permisos para beneficiar las salinas de la isla del Carmen, las cuales explotó hasta 1909 en que pasaron a la compañía inglesa The Pacific Salt Company Limited.5 La producción a gran escala que verificaron esas empresas demandó un significativo número de trabajadores, por ejemplo, El Progreso, durante la década de los ochenta, ocupó un promedio anual de 821 y en la siguiente, de 953; la compañía El Boleo, a lo largo de los años noventa, contrató en promedio anual un poco 3 RIVAS HERNÁNDEZ Y GONZÁLEZ CRUZ, “Modernización de la economía sudpeninsular”, pp. 291-293. 4 RIVAS HERNÁNDEZ Y GONZÁLEZ CRUZ, “Modernización de la economía sudpeninsular”, pp. 376-379. 5 RIVAS HERNÁNDEZ Y GONZÁLEZ CRUZ, “Modernización de la economía sudpeninsular”, pp. 310-312.

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más de 2000 trabajadores. La mayoría de estos trabajadores provenía de otras entidades, principalmente de Sonora y Sinaloa; así que esa migración externa generó un importante desarrollo demográfico en el Territorio de la Baja California, pues de 22 896 habitantes que poseía en 1878 creció a 40 041 en 1900. De ese total, 7546 se encontraban asentados en la municipalidad de La Paz; 7044, en la de San Antonio; 2581, en la de Santiago; 2461, en la de Todos Santos; 5098, en la de San José del Cabo; 2539, en la de Comondú; y 12 772 en la de Mulegé.6 Paralelamente al crecimiento demográfico de la media península, se ensancharon las actividades agrícola, pecuaria, industrial y comercial, amén del avance de las comunicaciones terrestres y marítimas, ya que sin éstas era inadmisible la importación y traslado de bienes de capital y consumo, así como la exportación de cobre y metales preciosos. A esto abonó la política de subvenciones a empresas navieras por parte del gobierno de Díaz que consintió en articular no sólo la actividad mercantil en la región, sino que ésta se vinculó a los mercados nacionales y extranjeros. De esta manera las aguas del Pacífico y el Golfo de Cortés empezaron a ser recorridas por las embarcaciones de las compañías VaporesCorreos del Pacífico, Línea Acelerada de Vapores del Golfo de Cortés, Vapores de California y México, Mexicana Internacional de Vapores del Pacífico y Golfo de California, Vapores de la Costa del Pacífico, Navegación del Pacífico y Naviera del Pacífico.7 La modernización económica favoreció a una élite comercial que había venido desarrollándose desde la primera mitad del siglo XIX, y cuyo asiento era la ciudad de La Paz, la cual se vio fortalecida con el desarrollo de la minería en la municipalidad de San Antonio y con las concesiones perlíferas y salineras que obtuvo del gobierno federal, así como por su papel de agente comercial y representante de las empresas extranjeras. Asimismo, se constituyó un sector de medianos y pequeños propietarios, que se desarrolló por todo el distrito, teniendo como residencia la cabecera de su jurisdicción municipal. Un rasgo de este sector, sobre todo el de las municipalidades del partido sur, fue su dependencia económica 6 7

GONZÁLEZ CRUZ, Motivaciones y actores de la Revolución, pp. 37-38. GONZÁLEZ CRUZ, Motivaciones y actores de la Revolución, p. 35.

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con la élite comercial de La Paz, quien los habilitaba con todo tipo de bienes para el desenvolvimiento de sus actividades productivas.8 Precisamente esa élite y los pequeños y medianos propietarios representados en los ayuntamientos, así como la jefatura política fueron los que impulsaron un nuevo ordenamiento urbano. A partir de los años ochenta del siglo XIX, los diferentes cabildos emprendieron una serie de obras materiales, tales como la construcción de nuevas calles, mercados, rastros, cárceles, plazas públicas, kioscos, edificios para escuelas, etcétera. En ese ordenamiento urbano se consideró esencial el saneamiento y la dotación de servicios para acometer la insalubridad y evitar la propagación de epidemias. Las epidemias Desde la primera década del siglo XVIII existen testimonios de enfermedades como la viruela y el sarampión que causaron pérdidas entre los catecúmenos de las primeras misiones californianas. Francisco Xavier Clavijero refiere que hacia 1710 “el contagio de viruelas, desconocido antes en la península, hizo en aquel tiempo tales estragos que murieron muchos adultos y casi todos los niños”. El mismo historiador jesuita sostiene que, después de la rebelión de los pericúes, sobrevinieron diversas enfermedades epidémicas, entre los años de 1740 y 1748, que “hicieron tanto estrago en aquella nación, que apenas escapó la sexta parte de ella”.9 El desenlace de las enfermedades y otros siniestros que ocurrieron en las misiones del sur fue la supresión de su población original hacia la última etapa de la administración jesuítica. Cook dedujo que debieron haber muerto cerca de 8000 personas, como consecuencia de las epidemias.10 Para la primera mitad del siglo XIX, las epidemias seguían afectando el parsimonioso crecimiento demográfico de la Baja California. En 1844, San José de Comondú, lugar que tenía unos 400 habitantes, se vio afectado por la aparición de un brote de viruela que provocó la muerte de 160 personas, es decir, el 40% de 8

GONZÁLEZ CRUZ, Motivaciones y actores de la Revolución, pp. 38-40. CLAVIJERO, Historia de la antigua, pp. 132 y 197. 10 RODRÍGUEZ TOMP, “El declive de la población”, p. 239. 9

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su población. En los últimos meses de 1850 una fragata extranjera evacuó en Cabo San Lucas a varios enfermos de cólera, quienes al disgregarse por el territorio peninsular contagiaron la infección, que ocasionó un resultado de 60 víctimas en San José del Cabo y 11 en Loreto. En 1852, la viruela se desencadenó en Mulege: 19 defunciones fue la secuela. Por último, en 1853, una epidemia de calenturas suscitó cerca de 200 víctimas, fundamentalmente niños, en las municipalidades de San José del Cabo, Todos Santos y La Paz.11 En los años setenta se dio un aumento intenso de la población de Baja California, esta circunstancia estuvo relacionada con los procesos económicos que describimos en el inciso anterior. Las municipalidades con un crecimiento demográfico elevado fueron las de La Paz y San Antonio, a pesar de que en ellas tuvo lugar una epidemia de viruelas en 1876. En efecto, en enero 1876, el puerto de La Paz fue atacado por un brote epidémico de viruela. Sobre este acontecimiento el jefe político rindió al Ministerio de Gobernación un informe minucioso, identificando el número de enfermos, convalecientes, muertos y el total de afectados por cada sección de la ciudad. Las personas perjudicadas por la epidemia en el primer mes fueron 153, de las cuales 92 se encontraban sanos, 23 permanecían enfermos y 38 habían muerto. Al mes siguiente, la epidemia continuaba y el número de habitantes perjudicados llegó a 105, de ellos, 40 se hallaban ilesos, 26 permanecían enfermos y 39 habían fallecido.12 Para el mes de marzo, el gobierno local declaró que la epidemia de viruela en el puerto de La Paz había desaparecido, pero se iniciaba un nuevo brote en la municipalidad de San Antonio. Los informes no dan cifras de muertos y enfermos; sin embargo, advierten que fue tan intensa la enfermedad que la autoridad distrital accedió a suspender temporalmente las actividades en ciertas industrias extractivas y de servicios públicos. El 22 de abril de 1876, Santiago Viosca, administrador del señor Henry S. Brooks, envió un comunicado al jefe político en el que le exponía que, a consecuencia de la enfermedad epidémica de viruela existente en EL Triunfo, 11

TREJO BARAJAS, “La población de Baja California”, pp. 359 y 366. AHPLM, Gobernación, vol. 131, exp. 23: Informe al Ministerio de Gobernación acerca del desarrollo de una epidemia de viruela en La Paz, La Paz, enero-marzo de 1876. 12

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la mayoría de los trabajadores de las minas se fueron del poblado, lo que llevó a suspender los trabajos en las vetas “Codicia” y “Soledad”. Por lo tanto, el apoderado pidió una prórroga de seis meses, “tiempo indispensable para restablecer los trabajos o que se acabe la epidemia o vengan nuevos trabadores que se manden traer”.13 La autoridad concedió el amparo por el tiempo solicitado. Unos días después, el 2 de mayo de 1876, el presidente municipal de San Antonio informó al jefe político que el preceptor de la escuela nacional de varones del poblado de San Antonio compareció en su oficina a manifestar que: “por la enfermedad de viruela que en tan alarmante modo se ha desarrollado en este lugar, los padres de familia se han resistido a que sus hijos concurran a la escuela; de manera que se ha visto obligado a cerrar su establecimiento con fecha 30 del pasado abril por no haber concurrido uno sólo”.14 El edil municipal agregaba que similar circunstancia acaecía en la escuela de niñas. La respuesta del gobierno distrital fue la de suspender, por dos meses o por el tiempo que fuese necesario, las actividades en las referidas escuelas. Este brote epidémico, aunque no afectó sustancialmente el crecimiento demográfico, sí perjudicó las actividades productivas, por ejemplo, la emigración de operarios de los pueblos de San Antonio y El Triunfo, como consecuencia del temor al contagio de la viruela, provocó la paralización de los trabajos en las minas y el declive del nivel de producción de plata. La compañía Hormiguera, la cual en 1875 obtuvo una producción de plata por un valor de 526 000 pesos, para 1876, año en el que suspendió sus labores por seis meses a causa de la epidemia de viruela, la producción se precipitó, pues tuvo un valor de 397 000 pesos.15 En los sucesivos siete años, hubo amenazas de nuevos brotes epidémicos: en 1878, las autoridades se prepararon para un brote epidémico de viruela, pues presumían que la falta de lluvias y la sequía que se registró en ese año podía provocar esa calamidad; en 1880, a causa de haber estallado una epidemia de viruela en 13 AHPLM, vol. 132, exp. 9: Se autoriza suspender los trabajos en las minas “Codicia” y “Soledad” a causa de la viruela, La Paz, 22 de abril de 1876. 14 AHPLM, vol. 132, exp. 9: Se manda a suspender por dos meses las clases en las escuelas de San Antonio mientras cesa la epidemia de viruelas, San Antonio, 1 de mayo de 1876. 15 RIVAS HERNÁNDEZ, El desarrollo minero en San Antonio, p. 24.

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San Blas, Nayarit, el gobierno local dio la voz de alerta, ya que de ese puerto llegaban mercancías y pasajeros; en 1881, igualmente el gobierno del territorio pidió se tomaran todas las precauciones necesarias a fin de evitar que entrara, en el puerto de La Paz, la epidemia de viruela que se había desarrollado en Mazatlán.16 No obstante las conjeturas de las autoridades, en los años que hemos mencionamos no ocurrió ningún brote epidémico, sino hasta 1883, cuando varias personas murieron por fiebre amarilla. El brote epidémico de fiebre amarilla tuvo su origen en el estado de Sinaloa, el primero de septiembre de 1883, las autoridades del puerto de Mazatlán enviaron un telegrama al secretario de gobernación, en el que le informaron: “descuido de las autoridades marítimas que permitieron comunicarse dos vapores procedentes de Panamá infectados de fiebre amarilla ha hecho desarrollarse esta epidemia en la población”.17 Al mes siguiente, la epidemia rebasó las fronteras de Sinaloa: en octubre de 1883, las autoridades del estado de Sonora reportaron que la población de Guaymas sufría los embates de la fiebre amarilla y afirmaban que la causa fue el arribó, el 26 de septiembre, del vapor Sonora, ya que de sus 21 pasajeros uno iba contaminado de la enfermedad. En el mismo mes de octubre, las autoridades de Tepic comunicaron al secretario de gobernación que en el puerto de San Blas se encontraba estacionada la fiebre amarilla.18 El Territorio de la Baja California no fue ajeno a los efectos de la fiebre amarilla. El 5 de septiembre de 1883, las autoridades locales informaron al secretario de gobernación que en el puerto de La Paz se habían detectado varios enfermos de fiebre amarilla, la cual había sido introducida por la tripulación de un buque procedente de Mazatlán.19 El dato anterior pone en evidencia que la enfermedad se trasladó a casi todos los lugares que tocaban los buques de

16 AHPLM, vol. 140, doc. 080: El jefe político solicita al secretario de gobernación autorice vacunación contra viruela, La Paz, 15 de febrero de 1878; AHPLM, vol. 153, doc. 166: Providencias para evitar contagio de viruelas, La Paz, 29 de abril de 1880; AHPLM, vol. 163, doc. 183: Se comunica a la junta de sanidad tomar medidas para evitar el contagio de viruela, La Paz, 15 de marzo de 1881. 17 GARCÍA Y SALCEDO, “Fiebre Amarilla en Mazatlán”, pp. 124-125. 18 RIVAS HERNÁNDEZ, “Epidemias y comercio”, pp. 80-82. 19 RIVAS HERNÁNDEZ, “Epidemias y comercio”, p. 83.

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las empresas navieras que habían establecido sus rutas comerciales en las aguas del Pacífico y el Golfo de California. Con el fin de frenar el avance de la fiebre amarilla, entre los meses de agosto y octubre de 1883, las autoridades mexicanas decretaron el cierre de los puertos de Mazatlán, Guaymas, San Blas y La Paz. Esta disposición generó una situación crítica para la vida económica de dichos lugares, por ejemplo, el gobierno de Sonora informaba que los negocios mercantiles se habían reducido a tal grado que las finanzas públicas estaban al borde del colapso. Por su parte, la Jefatura Política del Territorio de la Baja California comunicaba que había una escasez considerable de víveres, que llevó prácticamente a suspender las actividades en los centros mineros.20 Después de permanecer casi dos meses, la epidemia empezó a ceder. El 27 de octubre de 1883 se declaró terminada la epidemia en el puerto de Mazatlán; y el 6 de diciembre, el jefe político de la Baja California notificaba al secretario de gobernación que “desde mediados de noviembre ha desaparecido por completo en los puertos de este territorio la fiebre amarilla”. 21 Aleccionadas las autoridades por los efectos negativos de las epidemias sobre las actividades productivas, se propusieron aplicar una serie de medidas para prevenir las enfermedades. Disposiciones para prevenir las enfermedades En los años ochenta del siglo XIX aún no existía en México una unidad normativa y ejecutiva en salud pública que reglamentara todos los aspectos particulares de la salubridad, pues fue hasta los años noventa cuando el Congreso de la Unión aprobó el primer código sanitario. Por lo tanto, en el Distrito Sur de la Baja California, con base en las ordenanzas municipales aprobadas para el Distrito Federal y los Territorios Federales, en junio de 1841, los ayuntamientos fueron los encargados de cuidar la salubridad en sus respectivas jurisdicciones; en esa función se incluía, entre otros asuntos, atender el buen estado y la limpieza de las calles y edifi20 21

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RIVAS HERNÁNDEZ, “Epidemias y comercio”, p. 85. RIVAS HERNÁNDEZ, “Epidemias y comercio”, p. 85.

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cios públicos, vigilar que las inhumaciones se hicieran con la conveniente profundidad en cementerios ventilados, asegurar que los comestibles fueran de buena calidad, observar que no se dejaran descomponer a la intemperie la carne y los huesos de animales muertos. Otras obligaciones de los ayuntamientos, que establecieron las ordenanzas, fueron: nombrar juntas de sanidad, organizar a la comunidad en caso de epidemias y curar a los enfermos indigentes.22 No obstante que desde la década de los cuarenta estaban definidas las responsabilidades de los ayuntamientos con respecto a la salubridad, no existen referencias de que las autoridades de la Baja California mostraran preocupación por cumplirlas, sino hasta los años ochenta. Así tenemos que con relación al saneamiento de las calles y edificios públicos, en 1880 el cabildo de La Paz instauró, con algunos de sus miembros, una Comisión de Limpieza, la cual con el auxilio de la policía, realizaría una inspección periódica en las diversas poblaciones de la municipalidad, al final de esa supervisión rendiría un informe sobre la problemática observada. En octubre de 1880, la Comisión de Limpieza de La Paz notificó que los responsables de la prisión del puerto paceño taparon las grietas que se formaron con la lluvia, que se derribaron los matorrales espinosos que crecieron en medio de varias calles, que en la población no había pozas de aguas corrompidas, ni miasmas que pudieran causar enfermedad, y que considerando la denuncia de que ciertos vecinos tiraban aguas sucias en la vía pública acudieron personalmente a evitar ese desorden. En el mismo año de 1880, el municipio de La Paz introdujo el uso de carros en la limpieza de las calles, para ello, el cabildo, a través de la comisión de limpieza, suscribió con un particular un contrato, en el que se estableció que la limpieza de las calles de la ciudad se realizaría en dos días de cada semana, que los carros que se ocuparan en ese trabajo llevarían una campanita para anunciar al vecindario que comenzaba la limpieza y que la basura o escombros serían depositados en los lugares que designara la comisión de limpieza.23 22

CORTÉS MARTÍNEZ, De los miasmas y efluvios, pp. 27-28. AHPLM, vol. 158, leg. 10, doc. 462, Informe de la Comisión de Limpieza de la corporación municipal de La Paz, La Paz, 9 de octubre de 1880. 23

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En cuanto a los edificios públicos, los que causaron mayores problemas de insalubridad fueron las cárceles. En junio de 1883, uno de los regidores del municipio de San Antonio informó que la situación del edificio que albergaba la cárcel del mineral de El Triunfo era deplorable por la pésima disposición de su interior, que lo convertía en un foco de infección, pues “lo reducido del local, la falta de ventilación y la aglomeración de inmundicias hace que los presos respiren una atmósfera realmente venenosa como lo prueban los muchos casos de enfermedad que entre los referidos presos se están dando”.24 Por lo tanto, el concejal propuso invertir 200 pesos en su reparación. Respecto a las inhumaciones, en julio de 1881, por decreto de la jefatura política, se ordenó la clausura del antiguo campo mortuorio de La Paz y la apertura de uno nuevo, el cual se ubicó al norte de la población en el lugar conocido como “Los San Juanes”, se consideró que para los habitantes del puerto representaba un riesgo seguir haciendo las inhumaciones en el antiguo cementerio, en cambio el nuevo estaba situado en un zona donde concurrían todas las circunstancias y condiciones higiénicas. En esa misma fecha se publicó el reglamento que definía su funcionamiento, en ese documento se estipularon las reglas a que debía sujetarse la construcción de sepulturas y los derechos que debían pagarse por las cuatro clases de inhumaciones que ofrecía el panteón. De esas normas destacaban dos: una, la que señalaba que no se permitiría en ningún caso poner loza o rellenar de alguna manera el fondo de las sepulturas, cuya profundidad sería obligatoriamente de dos metros; otra, la que establecía que habría un departamento especial donde serían sepultados todos los que hubieran fallecido de enfermedades epidémicas “reinantes en la población, respecto de las cuales aconseja la ciencia esta medida para evitar su mayor desarrollo o reaparición”.25 Sobre la calidad de los alimentos a la venta destacó el Reglamento del Rastro y Expendio de Carne de la ciudad de La Paz, que fue aprobado el 25 de septiembre de 1880, en este ordenamiento 24 AHPLM, Gobernación, vol. 179, exp. 4: Acta de sesiones del ayuntamiento de San Antonio, El Triunfo, 18 de junio de 1883. 25 AHPLM, Gobernación, vol. 165 bis., doc. 409: Reglamento del panteón “Los San Juanes”, La Paz, 27 de julio de 1881.

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se estableció, entre otras cosas, que el expendio de carnes se haría en el mercado dentro de las casillas destinadas a ese uso, que todas las carnes que se vendieran al público deberían ser frescas y bien preparadas, que los vendedores estarían sujetos a la inspección siempre que se considerara conveniente hacerlo, que los expendedores estarían obligados a barrer diariamente sus respectivos espacios, lavar sus mesas y llevar diariamente los huesos que se desecharan fuera del fundo legal de la ciudad, y que todos los expendios de carnes o cualquier otro producto de esa naturaleza deberían tener sus mostradores de zinc, siempre limpios y sin ningún objeto corrompido o pestilente.26 Detrás de esas disposiciones y reglamentos se encontraba la percepción, que la mayoría de los médicos mexicanos sostuvieron hasta fines del siglo XIX, de que la causa que provocaba las enfermedades eran los miasmas, concepto que se refería al conjunto de emanaciones fétidas que provenían de diversas fuentes, como, por ejemplo, aguas estancadas, excrementos o materias en descomposición y ciertas grietas del subsuelo. Los miasmas se generaban en determinadas condiciones de temperatura, suciedad, vientos y cambios atmosféricos. Los galenos sustentaban también que del cuerpo de los cadáveres y de los enfermos emanaba un gas químico que se disolvía en el ambiente o que podía adherirse a la ropa de la cama, vestidos y paredes, y de este modo contaminar el suelo, el agua y el aire.27 Lo anterior explica por qué en las disposiciones y reglamentos que emitieron las autoridades se instaba a cuidar que en las calles no hubiera grietas, ni aguas sucias; que la basura de las casas y los desechos de los expendios de carne se depositaran fuera de la ciudad, que los edificios públicos estuvieran ventilados y no saturados de personas y que las inhumaciones se hicieran a una profundidad de dos metros. Por otra parte, esas disposiciones y reglamentos, que se dirigieron a trasformar hábitos y espacios presumibles de inducir ciertas enfermedades, no fueron aceptados, de manera inmediata, por los ciudadanos. Por ejemplo, cuando en los años ochenta, el ayun26 AHPLM, Ayuntamientos, vol. 157, doc. 427: Reglamento del rastro y expendio de carne de la ciudad de La Paz, La Paz, 25 de septiembre de 1880. 27 CORTÉS MARTÍNEZ, De los miasmas y efluvios, pp. 4-6.

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tamiento de La Paz introdujo el servicio de limpieza pública, algunos vecinos fueron indiferentes al llamado de llevar su basura al paso de los carretones y la siguieron acumulando en los patios de sus casas o bien la colocaban en las zanjas de las calles o la arrojaban en la playa, incluso los propios recolectores de basura, en ciertas ocasiones, no la almacenaban en los lugares indicados por la comisión de limpieza, sino, igualmente, la arrojaban en la playa. En septiembre de 1880, el capitán del puerto de La Paz envió a los miembros del ayuntamiento una queja, en la que sostenía que: “los carretones contratados por el municipio para hacer la limpieza por las calles de la población, en lugar de tirar las basuras en puntos más convenientes, se ha notado que, con la mayor indolencia y sin atender al gravísimo mal que resulta, la arrojan en las playas”.28 El presidente municipal de La Paz respondió al capitán de puerto que se habían girado instrucciones a la policía, así como a los jefes de cuartel, cuya residencia estuviera más inmediata a la playa, para impedir que se arrojaran basuras en ella; igualmente, señalaba el funcionario, que previno al conductor del carretón, que hacia la limpieza, tirara la basura en el lugar designado por la Comisión de Limpieza, el cual estaba ubicado hacia los ejidos de la ciudad. Para lograr el cumplimiento de los reglamentos, las autoridades tuvieron que recurrir a medidas coercitivas, como la intervención de la policía en el caso que ya mencionamos de los vecinos que tiraban la basura en la playa, o en la imposición de gravámenes a los transgresores. En marzo de 1880, el presidente municipal de La Paz advirtió que los dueños de puestos en el mercado no hacían diariamente el aseo de los frentes que les correspondía, conforme a lo dispuesto por el bando de policía, por ello el edil nombró a Ángel Fernández como juez de la plaza y lo facultó para que “imponga una multa de 50 centavos por primera vez, por segunda un peso y por tercera dará usted parte a esta misma presidencia para los efectos a que tenga lugar”.29 28 AHPLM, vol. 157, doc. 435: El capitán del puerto de La Paz solicita al presidente municipal que la basura que se recolecta en las calles no se arroje en la playa, La Paz, 27 de septiembre de 1880. 29 AHPLM, vol. 152, doc. 013: Se nombra juez del mercado al C. Ángel Fernández y se le autoriza para imponer multas de hasta un peso, La Paz, 8 de marzo de 1880.

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Otro aspecto que vale la pena destacar es que esas disposiciones sanitarias formaron parte de la nueva política de regularización urbana que implementaron las autoridades, la cual se sustentó en el principio de que todo foco infeccioso debía ser retirado de la ciudad. De ahí la norma de alejar los establecimientos que infectaban el ambiente, en consecuencia, el nuevo cementerio del puerto de La Paz “Los San Juanes” se construyó en el sector norte de la ciudad, el basurero en la franja de los ejidos y el rastro en la zona periférica. Así, la disposición de los espacios urbanos estuvo en correspondencia de la proximidad o alejamiento respecto a los efluvios pútridos. La preocupación de las autoridades por el saneamiento del medio ambiente, calles, casas, edificios públicos y negocios comerciales, se acentuaba cuando se presumía el arribo de una epidemia. En marzo de 1881, ante el peligro de que la epidemia de viruela que se había desarrollado en Mazatlán penetrara en el territorio, el jefe político solicitó a los presidentes municipales dictaran, en acuerdo con las juntas de sanidad, las medidas higiénicas necesarias, una de ellas, indicaba el funcionario, era la inmediata limpieza de las calles para evitar que la basura aglomerada se convirtiera en un verdadero foco de infección. El presidente municipal de La Paz contestó de manera inmediata el llamado de la jefatura política e informó que, “ya anticipadamente he advertido a la junta de sanidad tomara las precauciones de su resorte a fin de que se evite, en cuanto sea posible, el contagio de la viruela que se ha desarrollado en algunos lugares de la otra costa”.30 Como se advierte en el testimonio anterior, los ayuntamientos debían resolver los asuntos de salubridad, apoyándose en las juntas de sanidad. Las juntas de sanidad Con base en las ordenanzas municipales, los ayuntamientos estaban obligados a instalar, cada año, una junta de sanidad constitui30 AHPLM, Ayuntamiento, vol. 163, doc. 169: Circular que envía el jefe político a los presidentes municipales para tomar medidas frente a una posible epidemia de viruela, La Paz, 25 de marzo de 1881.

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da por dos miembros del cabildo, el párroco, un médico, dos o más vecinos y, en los lugares donde se hiciera comercio de altura, el capitán del puerto.31 Los ayuntamientos, como los de otras entidades, no instauraron las juntas de sanidad como lo indicaban las ordenanzas, solamente se erigían cuando se presentaba un brote epidémico. Sin embargo, a partir de los años ochenta del siglo XIX, sobre todo en la municipalidad de La Paz, la junta de sanidad operó de manera más regular. Así, en su sesión del 15 de abril de 1880, el cabildo de La Paz renovó la junta de sanidad, nombrando a los señores José Arce y José Encinas como representantes del ayuntamiento, al dr. Manuel M. Hidalgo y a los vecinos José Peláez y Pablo Hidalgo.32 En los siguientes años, el ayuntamiento de La Paz procuró mantener en funciones a la junta de sanidad: en 1881 fueron nombrados miembros de la junta los señores Pablo Hidalgo, Laureano Ramírez y dr. Manuel M. Hidalgo; en 1883, Julián H. Cota, Pablo Bretón y Francisco Rivera; en 1885, dr. Federico Cota, dr. Manuel M. Hidalgo, Eulogio Romero, Tirso Hidalgo, José H. Hidalgo y Aparicio Soriano; en 1886, en sustitución de Tirso Hidalgo y José H. Hidalgo, se designaron a Carlos Guiara y José González; en 1887, en permuta de José González, se nominó a Guillermo Silver y como comisionados de hacienda del cabildo a los munícipes Gastón J. Vives y Agustín Arriola; y en 1888 se eligieron a Octaviano Rufo, Teófilo Uzárraga, Guillermo Silver y Ramón R. Manriquez. 33 La mayoría de estas personas formaban parte de esa élite de comerciantes y empresarios, cuyos negocios se habían consolidado con la modernización económica.

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CORTÉS MARTÍNEZ, De los miasmas y efluvios, pp. 29-30. AHPLM, Ayuntamiento, vol. 153, doc. 138: Acta de instalación de la junta de sanidad en el puerto de La Paz, La Paz, 19 de abril de 1880. 33 AHPLM, Gobernación, vol. 161, doc. 48: Nombramientos junta de sanidad, La Paz, 24 de enero de 1881; AHPLM, Gobernación, vol. 176, doc. 095: Nombramientos de la junta de sanidad, La Paz, 27 de enero de 1883; AHPLM, Gobernación, vol. 191, doc. 028: Nombramientos de la junta de sanidad, La Paz, 30 de enero de 1885; AHPLM, Gobernación, vol. 197, doc. 14: Nombramientos de la junta de sanidad, La Paz, 8 de enero de 1886; AHPLM, Gobernación, vol. 205, doc. 216: Nombramientos de la junta de sanidad, La Paz, 27 de octubre de 1887; AHPLM, Gobernación, vol. 208, doc. 66: Nombramientos de la junta de sanidad, La Paz, 5 de marzo de 1888. 32

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En Santa Rosalía se constituyó la junta de sanidad en septiembre de 1885, con el capitán del puerto y los señores Camilo Mejía y Fidel A. Mendoza, jueces de la cabecera de Santa Águeda; dos años después, llegó al puerto rosalino el doctor de medicina y cirugía B. Fodese, quien se integró a la junta de sanidad como presidente; más tarde, también se nombró miembro de la misma junta al señor P. Escalle, director general de la compañía El Boleo.34 Algunas de las funciones de las juntas de sanidad fueron: detectar a los habitantes que padecían enfermedades contagiosas o a los individuos que venían de otras localidades, donde se había originado una epidemia; estas personas eran aisladas en los lazaretos que se levantaban en la periferia de las poblaciones. Por ejemplo, en septiembre de 1881, la junta de sanidad de La Paz tuvo conocimiento de un posible caso de viruela; después de las investigaciones correspondientes, el dr. Manuel Hidalgo informó que “un individuo a quien anteriormente le dio viruela se halla atacado de una enfermedad que se llama varicela y que también es contagiosa”.35 El mismo facultativo aconsejó como medida precautoria su aislamiento. En enero de 1887, arribó al puerto de La Paz la familia Genovevo Gámez, como procedía de Guaymas, puerto que en ese momento era atacado por una epidemia de viruela, se le obligó a permanecer fuera de la ciudad hasta que la junta de sanidad declaró que no existía peligro de contagio.36 Cuando sobrevenía una epidemia en elsur de la península, las juntas de sanidad se encargaban de vigilar que las inhumaciones se hicieran adecuadamente, llevar la estadística de enfermos y fallecidos y recomendar las precauciones que debían tomarse en los domicilios donde se encontraba un doliente de enfermedad contagiosa. En septiembre de 1883, la junta de sanidad de La Paz dirigió una misiva al cabildo, en la cual informó que varias de las personas que habían muerto de la fiebre amarilla no fueron sepultadas con las precauciones debidas, ni a la profundidad necesaria 34 AHPLM, Guerra, vol. 203, doc. 33: Medidas para prevenir el contagio de enfermedades en Santa Rosalía, Santa Rosalía, 25 de enero de 1887. 35 AHPLM, vol. 166, doc. 498: Se avisa de un posible caso de viruela, La Paz, 29 de septiembre de 1881. 36 AHPLM, vol. 203, doc. 030: Precauciones con las personas procedentes de Guaymas, La Paz, 25 de enero de 1887.

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para evitar que los miasmas, que despedían los cadáveres en su putrefacción, causaran infección en la población; por lo tanto, la junta de sanidad sugirió que se contratara un sepulturero que construyera las fosas a tres varas de profundidad. En el mismo comunicado, la junta de sanidad se lamentó de que, por falta de datos, no podía tener un conocimiento exacto del número de enfermos y fallecidos de fiebre amarilla; al parecer, los jefes de manzana no habían cumplido con su obligación de informar sobre el número de contagiados en sus respectivas demarcaciones; por ello, propuso la formación de un cuerpo compuesto de soldados, preferentemente de aquellos que con anterioridad habían padecido la enfermedad, para que llevaran a cabo una inspección y ubicar a los enfermos de dicho mal.37 En cuanto a las casas donde hubo enfermo de fiebre amarilla, la junta de sanidad recomendó se aplicara, en ciertos espacios, soluciones de sulfato de cobre y que la vajilla que se utilizó para alimentar al doliente se sometiera al agua hirviendo antes de volverla a usar.38 Otra función de las juntas de sanidad fue visitar todos los buques de vela y vapor, que entraran a los puertos, para detectar si traían personas con enfermedades contagiosas. Esta operación se extremaba cuando se tenía noticia de que en los puertos de la contracosta había brotado una epidemia. En septiembre de 1881, cuando la junta de sanidad de La Paz tuvo conocimiento de varios casos de viruela ocurridos en Mazatlán acordó que, para mayor eficacia y seguridad, los reconocimientos de los buques que llegaban al puerto paceño se realizaran en un sólo sitio, determinándose que el paraje fuera “Punta Prieta”. Asimismo, la junta de sanidad solicitó al administrador de la Aduana Marítima que, en acuerdo con la capitanía del puerto, no se permitiera la entrada, por las noches, a los buques que vinieran de Mazatlán hasta que recibieran la visita de la mencionada junta de sanidad.39 La práctica de las visitas a los buques se realizaba con base en el Reglamento para el Buen Orden y Policía de los Puertos de Mar, 37 AHPLM, vol. 181, doc. 536: Se informa que las personas que han muerto de fiebre amarilla no fueron sepultadas con la precaución debida, La Paz, 14 de septiembre de 1883. 38 AHPLM, vol. 194, doc. 244: Medidas preventivas de higiene pública, La Paz, 12 de enero de 1885. 39 AHPLM, vol. 166, doc. 498: Varias disposiciones que suma la junta de sanidad para evitar el contagio de viruela, La Paz, 29 de septiembre de 1881.

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aprobado en 1851 y vigente aún en los años ochenta, sobre todo, para prevenir la invasión del cólera y la fiebre amarilla. El reglamento estipulaba, entre otras cosas, que: la comisión de visita examinaría, antes de entrar el navío, la patente de sanidad e interrogaría al capitán y a algunos pasajeros; si de la investigación resultaba que la embarcación había tocado algún punto donde existía cólera, pero sabiéndose con certeza que en la travesía no hubo ningún enfermo, dicho barco se sometería a una cuarentena de tres días; en caso de que el buque trajera a bordo enfermos de cólera, sólo se permitiría su desembarco en los puertos que tuvieran lazaretos bien arreglados, donde se separarían a los enfermos para tratarlos en riguroso aislamiento y a los demás pasajeros se les sujetaría a una cuarentena de 10 días; la desinfección de las mercancías y ropa se haría en el lazareto por medio de estufas, a una temperatura mínima de 110º centígrados o con ácido sulfuroso.40 Es evidente que las disposiciones que hemos descrito se sustentaban en la concepción miasmática, cuyo objetivo era evitar la penetración de enfermedades infecciosas. Sin embargo, algunas de esas medidas se convirtieron en un obstáculo al desarrollo mercantil que impulsaban el régimen de Díaz y la élite regional, sobre todo la relativa a la prevención de someter a los barcos, carga y pasajeros a un forzado aislamiento temporal. Precisamente con base en esa ordenanza, en los últimos meses de 1882, se decretó suspender la comunicación entre el puerto de Mazatlán y los de este territorio, ya que en el primero se habían detectado varios casos de viruela, este hecho afectó a los agricultores de la municipalidad de San José del Cabo, quienes, según el jefe de la sección marítima de esa jurisdicción, tenían “ya lista toda su carga, y existen en la playa de este puerto más o menos mil quinientos bultos de naranjas y cañas listos para embarcarse”.41 Afortunadamente para los productores, al mes siguiente se levantó la cuarentena a los buques procedentes de Mazatlán. 40 AHPLM, Gobernación, vol. 180 bis., doc. 499: Disposiciones tomadas por el gobierno general para prevenir la invasión del cólera, México, 9 de agosto de 1883. 41 AHPLM, Hacienda, vol. 175, doc. 432: Ocurso de varios vecinos de San José del Cabo para exportar en el vapor México, sujeto a cuarentena por la epidemia de viruela que hay en Mazatlán, San José del Cabo, 13 de diciembre de 1882.

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Una situación más crítica fue la que ocurrió, entre los meses de agosto y octubre de 1883, cuando las autoridades determinaron el cierre de los puertos de Mazatlán, Guaymas, San Blas y La Paz para detener el desarrollo de la fiebre amarilla, lo que provocó una escasez relevante de víveres en el Territorio de la Baja California, que llevó prácticamente a suspender las actividades en los centros mineros.42 Dos años después, en junio de 1885, el gobierno territorial tuvo noticias de que en el vecino puerto de Ahome y en algunos lugares de la costa de Sinaloa se había desarrollado una epidemia de viruela, por ello el jefe político comunicó a los distintos ayuntamientos tomaran las medidas oportunas con el fin de evitar la comunicación con el referido puerto de Ahome.43 Frente a las quejas de los empresarios de distintos estados de la República, referente a lo perjudicial que resultaba para el comercio el establecimiento de cordones sanitarios, el secretario de gobernación, en agosto de 1887, consultó al Consejo Superior de Salubridad sobre esta situación. Este órgano consideró que no debían adoptarse las cuarentenas como medio preservativo contra la irrupción de la viruela, solamente tomarse algunas precauciones, como la desinfección de ropas y equipaje en los barcos que transportaran enfermos de esa afección. Dichas providencias fueron aprobadas por el ejecutivo federal y comunicadas a las juntas de sanidad y a las autoridades de los distintos puertos del país.44 El dictamen del Consejo Superior de Salubridad se fundamentó en las opiniones del Congreso Nacional de Higiene, en la práctica sanitaria de otros países y en la circunstancia de que para la viruela existía la vacuna. La vacuna contra la viruela El tratamiento de la vacunación, descubierto por el médico Eduard Jenner, se introdujo en México desde 1804, sin embargo, en el Territorio de la Baja California empezó a formalizarse hasta los últi42 43

RIVAS HERNÁNDEZ, “Epidemias y comercio”, p. 85. AHPLM, vol. 193, doc. 197: Viruela en Sinaloa. Precauciones, La Paz, 3 de junio de

1885. 44 AHPLM, vol. 204 bis., doc. 166: Circular de la Secretaría de Gobernación sobre las providencias para precaver el contagio de la viruela, México, 26 de agosto de 1887.

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mos años de la década de los setenta. En febrero de 1878, ante la preocupación de que se diera una epidemia de viruela, el jefe político informó al secretario de gobernación que en el territorio no había personas capacitadas para extraer el pus de las vacas, por lo que le solicitaba le enviara 16 tubos de pus vacuno. La autoridad central remitió el producto solicitado, y la Jefatura Política lo distribuyó a cada municipalidad, acompañado de una circular en la que se pedía a los alcaldes dictaran las medidas convenientes para la aplicación de la vacuna.45 No hay datos que nos muestren los resultados de esta campaña de vacunación, lo que sí queda claro es que el jefe político y los presidentes municipales asumieron la responsabilidad de aplicar la vacuna. En los últimos meses de 1880, previendo que se presentara un brote epidémico de viruela, el jefe político solicitó nuevamente al Ministerio de Gobernación frascos de linfa vacunal; asimismo, informó que se había nombrado al dr. Manuel M. Hidalgo como encargado de la conservación del antídoto. El secretario de gobernación envió un paquete con 50 tubos de suero vacunal,46 los cuales fueron enviados a los distintos municipios del Territorio. Sobre esta campaña de vacunación existen algunos datos, por ejemplo, el cabildo de La Paz informó al jefe político dos situaciones: la primera, que frente a la evasiva de los vecinos de no llevar a vacunar a sus hijos por considerar que tal acción los predisponía a la afección, se dieron instrucciones a todos los jefes de cuartel e inspectores de manzana para que obligaran e hicieran concurrir a esta operación a todas las personas que habitaban en sus respectivas demarcaciones; segunda, que de febrero a marzo de 1881 se habían inoculado 460 personas, de las cuales solamente a 30 no les benefició el medicamento.47 Sin embargo, no en todas las municipalidades los saldos fueron positivos, el subprefecto de San Antonio solicitó, en abril de 1881, nuevos tubos de pus vacuno, pero indicaba que “fuera tomado de inoculaciones recientes y no del 45

AHPLM, vol. 140, exp. 80: El jefe político solicita al secretario de gobernación autorice vacunación contra viruela, La Paz, 15 de febrero de 1878. 46 AHPLM, Gobernación, vol. 159, doc. 581, exp. 127: La Secretaría de Gobernación remite tubos de linfa vacunal, La Paz, 12 de noviembre de 1880. 47 AHPLM, vol. 163, doc. 169: Se informa sobre la vacuna aplicada contra la epidemia de viruela, La Paz, 29 de marzo de 1881.

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que contienen los tubos remitidos por ese gobierno, en febrero último, que no dio buenos resultados”.48 Las dificultades que se enfrentaron al aplicar la vacuna no fueron distintivas a las de otras regiones, en febrero de 1882, la Secretaría de Gobernación, envió una circular a todas las entidades, donde se sostenía que en la mayoría de los estados de la federación los servicios públicos de vacuna no estaban establecidos debidamente, de tal manera que en muchas municipalidades la práctica de esta operación se encomendó a personas absolutamente ajenas a la medicina, de ahí que más que la mala calidad de la linfa, la verdadera razón era la poca o ninguna experiencia del vacunador. Por lo anterior, la Secretaría de Gobernación recomendó a los gobernadores que instituyeran en sus entidades oficinas de vacuna, de manera que en todas sus poblaciones se administrara el preservativo con regularidad y que, hasta donde fuera posible, la operación la practicara algún médico, quien podría examinar los tubos de linfa para determinar su calidad.49 La indicación de la Secretaría de Gobernación fue sólo a nivel de propuesta, pues en estos años no existía todavía una legislación en asuntos de salud que fuera aplicable a todo el país, pues ni la constitución de 1824, ni la de 1857 contemplaban dentro de su articulado el tema de la salubridad pública, por lo tanto se interpretaba que cada entidad estaba facultada para expedir sus propias leyes de salud; el ejecutivo federal únicamente podía intervenir en el Distrito Federal y en los territorios. Así que mientras los gobiernos de los estados discutían la iniciativa de la Secretaría de Gobernación, el ministro de esta dependencia envió a todos los estados y territorios la Breve instrucción sobre la vacuna formulada por el Consejo Superior de Salubridad del Distrito Federal, para que “se reparta profusamente, a fin no sólo de que los prácticos a quienes se encomienda la vacuna tengan mayores datos para practicarla y distinguir la verdadera, sino con el objeto de combatir algunas preocupaciones que reinan a cerca de ella, y lograr así que 48 AHPLM, vol. 163, doc. 169: Se informa sobre la vacuna aplicada contra la epidemia de viruela, El Triunfo, 2 de abril de 1881. 49 AHPLM, Gobernación, vol. 169, doc. 2: Circular que envía la Secretaría de Gobernación a los gobernadores de los estados sobre la organización de los servicios de vacunación, México, 18 de mayo de 1882.

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las familias opongan menos obstáculos a la propagación y conservación de tan excelente preservativo”.50 En la Breve instrucción sobre la vacuna se explicó que la inoculación podía aplicarse en cualquier estación o época del año, no debía abrigarse temor alguno de que pudiera perjudicar al utilizarse cuando hubiera estallado una epidemia; al contrario, era entonces indispensable vacunar a los niños de todas las edades. Asimismo, exponía con detalle los pasos que se deberían seguir en el manejo de la inoculación y los síntomas que presentarían los vacunados, desde el tercer día en que aparecía un botoncito rojo en los puntos picados hasta el octavo en que surgía un grano. Así que “sólo la vacuna que ha seguido esta marcha y cuyo grano ofrece a los ocho días los caracteres antes dichos, debe considerarse como buena y verdadera y sólo de esta debe usarse para vacunar a otros niños”.51 Algunos gobernadores de los estados de la República acataron las recomendaciones del ejecutivo federal y crearon organismos encargados, exclusivamente, de la inoculación. Por ejemplo, en Hidalgo se estableció la Inspección General de Vacuna, en otros lugares, como Coahuila, la responsabilidad recayó en la burocracia sanitaria: la Oficina Inspectora de Salubridad; a veces, como en Colima, el gobierno encargó la tarea a un responsable: el administrador del ramo de la vacuna; en otros casos, como ocurrió en Jalisco, la correcta conservación y aplicación de la linfa vacunal estuvo en manos de las autoridades políticas: los jefes y directores políticos.52 En el Territorio de la Baja California, las autoridades no pudieron establecer una oficina de administración y conservación de la vacuna, pues ello demandaba gastos que ni la Jefatura Política ni los ayuntamientos podían erogar debido a sus escasos recursos. No obstante lo anterior, las autoridades peninsulares hicieron su mayor esfuerzo para que las campañas de vacunación se mantuvieran. En julio de 1886, el dr. Federico Cota informó que el número de vacunados, en lo que iba del año, fue de 256 individuos 50 AHPLM, Gobernación, vol. 169, doc. 2: Circular que envía la Secretaría de Gobernación a los gobernadores de los estados sobre la organización de los servicios de vacunación, México, 18 de mayo de 1882. 51 AHPLM, Gobernación, vol. 169, doc. 2: Circular que envía la Secretaría de Gobernación a los gobernadores de los estados sobre la organización de los servicios de vacunación, México, 18 de mayo de 1882. 52 CARRILLO, “Los difíciles caminos de la campaña antivariolosa”, p. 19.

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de ambos sexos y distintas edades, de los cuales predominaron los niños sobre los adultos; los revacunados representaron, aproximadamente, una cuarta parte; en cuanto al desarrollo completo de la pústula vacunal se dio en más de un 70%. Asimismo, el médico señaló que de la linfa que él cultivaba, una parte la remitió a personas que de otros municipios se la solicitaron y otra la conservó en su poder para continuar la vacunación y revacunación a los interesados que se presentaran en su consultorio. Por su parte, el dr. Manuel M. Hidalgo manifestó que había vacunado cerca de 400 personas.53 Además, cuando no alcanzó la cantidad de pus vacuno que enviaba el gobierno central o no fue de buena calidad, algunas autoridades municipales, principalmente las de La Paz, procuraron adquirirlo en otros lugares y lo compartieron con las demás jurisdicciones. En mayo de 1887, el alcalde de La Paz pidió al tesorero que enviara al cónsul mexicano radicado en San Francisco, California, el pago del pus vacuno que dicho funcionario había enviado de aquel puerto. Igualmente, el presidente municipal de La Paz remitió a sus homólogos de San José del Cabo y San Antonio una porción de dicho pus bovino, aclarándoles que “es fresco y está tomado directamente de terneras bajo las mejores condiciones, siendo por tanto de la mejor calidad… se hace necesaria su aplicación inmediata porque el calor y la humedad esterilizan su acción”.54 En abril de 1890, frente a la recomendación que hizo el jefe político al presidente municipal de La Paz de que se aplicara la vacuna entre los habitantes del puerto, el edil respondió que el pus vacunal que había recibido de la Jefatura Política no había funcionado, por lo que el ayuntamiento pidió a Culiacán y Mazatlán la linfa necesaria, la cual estaba próxima a llegar en el vapor Alejandro.55 A pesar de los anteriores inconvenientes, en los años ochenta del siglo XIX, en la sudpenínsula se fueron creando las bases de la 53 AHPLM, Ayuntamientos, vol. 200, doc. 206: La Comisión de Salud del municipio de La Paz solicita a los doctores Federico Cota y Manuel M. Hidalgo noticias sobre niños vacunados, La Paz, 30 de julio de 1886. 54 AHPLM, Ayuntamientos, vol. 204, doc. 106: Pago del pus vacuno que se remitió de San Francisco, California, La Paz, 19 de mayo de 1887. 55 AHPLM, vol. 219, doc. 108: Medidas tomadas para evitar el contagio de viruela, La Paz, 19 de abril de 1890.

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institucionalización de la vacuna, lo que significó también el desarrollo de un nuevo modelo de atención médica, el de la medicina preventiva. La descripción hecha hasta aquí apuntó sólo algunos de los elementos de un cuadro más amplio de iniciativas, de reglamentaciones y de formación de instituciones que fueron constituyendo las políticas sanitarias que los municipios y la Jefatura Política de la Baja California emprendieron a partir de 1878. Dicha política sanitaria iba en correspondencia con la política de regularización urbana, en tanto que ambas partían de que todo foco infeccioso que afectaba el ambiente debía retirarse del centro de la ciudad. Asimismo, esas disposiciones sanitarias no estuvieron exentas de resistencias y de incertidumbre por parte de los ciudadanos, a los que se apremió a cumplirlas, en ocasiones a través de la coerción; aunque ciertas medidas fueron reconsideradas cuando se vio que afectaron los intereses de la modernización económica.

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA AHPLM

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GONZÁLEZ CRUZ, Edith, Motivaciones y actores de la Revolución Mexicana en Baja California Sur, México, Gobierno del estado de Baja California Sur, CONACULTA, Instituto Sudcaliforniano de Cultura, Archivo Histórico Pablo L. Martínez, 2011. RIVAS HERNÁNDEZ, Ignacio, El desarrollo minero en San Antonio y El Triunfo, Baja California (1856-1925), México, Colegio de Bachilleres del Estado de Baja California Sur, 2000. RIVAS HERNÁNDEZ, Ignacio y Edith González Cruz, “Modernización de la economía sudpeninsular (1860-1910)”, en Dení Trejo Barajas (coord. gral.), Historia general de Baja california Sur. I. La economía Regional, México, CONACYT, SEP de Baja California Sur, UABCS, Plaza y Valdés Editores, 2002, pp. 287-421. RIVAS HERNÁNDEZ, Ignacio, “Epidemias y comercio en la costa del Pacífico mexicano: la fiebre amarilla de 1833”, Panorama. Revista de la Universidad Autónoma de Baja California Sur, núm. 57, octubre-diciembre de 2009, pp. 80-85. RODRÍGUEZ TOMP, Rosa Elba, “El declive de la población indígena en la península de California”, en Edith González Cruz (coord. gral.), Historia General de Baja California Sur. III. Región, Sociedad y Cultura, México, CONACYT, SEP de Baja California Sur, UABCS, Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, XI Ayuntamiento de La Paz, BCS, 2004, pp. 319-346. TREJO BARAJAS, Dení, “La población de Baja California, siglos XVIII y XIX. Declinación y crecimiento”, en Edith González Cruz (coord. gral.), Historia General de Baja California Sur. III. Región, Sociedad y Cultura, México, CONACYT, SEP de Baja California Sur, UABCS, Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, XI Ayuntamiento de La Paz, BCS, 2004, pp. 347-376.

374

LA MUNICIPALIDAD DE LA PAZ A TRAVÉS DE LOS CENSOS DE 1895, 1900 Y 1910

Edith González Cruz UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BAJA CALIFORNIA SUR

La mayoría de los trabajos que se ocupan de la historia de la ciudad de La Paz se circunscribe a aspectos que tienen que ver con el comercio, la cultura y la urbanización. Sobre la evolución demográfica y la estructura de ésta en toda la municipalidad, sólo se tienen los trabajos de Dení Trejo Barajas, quien da cuenta de estos procesos desde 1834 hasta 1895, con base en algunos padrones municipales e informes de jefes políticos.1 Por consiguiente, el objetivo del presente trabajo es examinar el movimiento de la población y sus componentes en la municipalidad de La Paz, a través de los censos poblacionales de 1895, 1900 y 1910. Lo hacemos con la cautela debida, en virtud de que dichos documentos fueron resultado de una práctica que recién había empezado en el país, como medio de conocimiento y diagnóstico para orientar las políticas de gobierno. Al respecto, Olegario Molina, secretario de Fomento, expresaba que “el servicio de estadística se ha ensanchado gradualmente y perfeccionado en los posible, no sin que deje aún bastante que desear, tanto en la amplitud como en la exactitud de los datos que ministra”.2 Es de precisar que de él dependía la Dirección General de Estadística, que se instauró en mayo de 1882, y entre cuyas responsabilidades estaba la de formar el censo del país, a partir de la clasificación de sus habitantes por sexo, edad, nacionalidad, profesión, oficios y nivel de instrucción.3

1 TREJO BARAJAS, Espacio y economía, pp. 84 y 242-244; TREJO BARAJAS, “La población de Baja California”, pp. 358-375; TREJO BARAJAS, Informes económicos y sociales, pp. 101-125. 2 Olegario Molina, Secretario de Fomento, citado en COSÍO VILLEGAS, Historia Moderna de México. El Porfiriato, p. 11. 3 COSÍO VILLEGAS, Historia Moderna de México. El Porfiriato, p. 4.

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EL NORTE DE MÉXICO Y LA HISTORIA REGIONAL. HOMENAJE A IGNACIO DEL RÍO

Desde el 3 de mayo de 1535 en que Hernán Cortés desembarcó en lo que hoy se conoce como la Bahía de La Paz, a la que él bautizó con el nombre de Bahía de Santa Cruz, tuvieron que pasar casi tres siglos para el poblamiento definitivo de su ribera. Fue en el transcurso de la segunda década del siglo XIX cuando se registraron los primeros asentamientos en el puerto de La Paz, como consecuencia de su cobijo natural, su cercanía al centro minero de San Antonio y ser refugio temporal de las embarcaciones perleras; a lo que se sumó, en 1828, su habilitación como puerto de altura. La creciente importancia comercial de dicho puerto llevó a que ahí se establecieran, en 1829, las autoridades hacendarias y en 1830, sin hacerse de manera oficial, se convirtió en la capital peninsular al asentarse también ahí el jefe político José Mariano Monterde. Al año siguiente, se dotó al puerto de una organización municipal, la cual fue reconocida por el gobierno central en 1833.4 Así pues, La Paz nació como un centro comercial, donde fueron arraigándose varios inmigrantes extranjeros, entre ellos Antonio Ruffo, originario de España; Antonio Belloc, de nacionalidad francesa; Francisco de Sosa y Silva, portugués; y Manuel Amao, peruano; así como otros provenientes del interior del país, como Manuel y Tirso Hidalgo, que llegaron de Nayarit, y Juan José Encinas, de Sonora. De ocho a 10 vecinos que había en 1826, para 1835 vivían en el puerto de La Paz 781 personas y en toda la municipalidad 1226.5 Una mirada previa Dirigir la mirada al censo de 1857 y a los padrones de 1869 y 1881 correspondientes a toda la municipalidad, así como al padrón de 1857 que se constriñe sólo a la cabecera de dicha jurisdicción, permiten tener una imagen de la evolución y componente demográfica como antecedente de la que se desprende de los censos de 1895, 1900 y 1910. De acuerdo al censo de 1857, la municipalidad se dividía en cuatro secciones: La Paz, con 1057 personas; Interme4

TREJO BARAJAS, Espacio y economía, pp. 87 y 113-127. TREJO BARAJAS, Informes económico y sociales, p. 108; AHPLM, Libro de Actas de Cabildo 1833-1859, vol. 1.1: Acta del ayuntamiento de La Paz, La Paz, Baja California, 9 de noviembre de 1835. 5

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LA MUNICIPALIDAD DE LA PAZ A TRAVÉS DE LOS CENSOS DE 1895, 1900 Y 1910

dios (sur), con 157; La Huerta, con 123; y las Calabazas, con 42. Un total de 1379 habitantes, cifra inferior a la de las municipalidades de San José del Cabo y San Antonio, donde estaban asentadas 3334 y 1788 personas, respectivamente, pero con la observación de que el puerto de La Paz era la segunda sección municipal más poblada de todo el Territorio de la Baja California.6 Por consiguiente, en el puerto de La Paz vivía el 77% del total de habitantes de la municipalidad. Al enfocar el lente al padrón de 1857 que se levantó en ese lugar y que brinda información sobre el estado civil, edad, troncos familiares y ocupación, se observa que de las 1057 personas7 que ahí se encontraban, 245 (23%) eran casadas y 45 (4%) habían enviudado. En cuanto a la edad, el 50% de los residentes tenía 15 años o menos, lo que reflejaba que era una población joven, en contraste con aquella que tenía más de 60 años, cuyo porcentaje apenas rebasaba el 2%. De los troncos familiares se advierten varios: Ruffo Santacruz, Duprat León, Gibert Toba, Arriola Toba, Toledo Meza, Sosa y Silva, Savín Cota, Famanía Angulo, Ramos Romero y Tabares Lieras, entre otros. Respecto a la población económicamente activa, hay registradas 204 personas, es decir, 19%, de las cuales 91 (45%) se dedicaban a las actividades tradicionales; 36 (18%), a los oficios; y 75 (37%), a los servicios (ver cuadro 1). Entre estas personas figuraban dos mujeres que trabajaban como sirvientas. De acuerdo con esta estructura ocupacional, se infiere un predominio de los oficios y servicios que evidencian el rostro urbano que iba adquiriendo el puerto de La Paz. Un indicador más de esa faz urbana es la introducción de algunos servicios públicos, tales como la escuela, cárcel, camposanto, alumbrado y vigilancia; además de la apertura de calles, a las que se les fue dotando de una nomenclatura.8 6

LASSÉPAS, Historia de la colonización de la Baja California, p. 112. Cabe decir que en el resumen del censo aparece un total de 1057 personas, cifra que coincide con la que asienta Lassépas en su libro Historia de la colonización de la Baja California; sin embargo, al hacer la suma de cada una de las personas que vienen enlistadas en el padrón, resultan 1164. Si esta es la cifra correcta, entonces, para 1857, La Paz era la cabecera municipal más poblada del Territorio de la Baja California. AHPLM, vol. 68 bis., exp. s/n, doc. 469: Padrón de la ciudad de La Paz, La Paz, Baja California, 8 de abril de 1857. 8 TREJO BARAJAS, Espacio y economía, p. 245; AHPLM, Libro de Actas de Cabildo 18331859, vol. 1.1: Actas del Ayuntamiento de La Paz, La Paz, Baja California, 1º de mayo de 1834, 10 de noviembre de 1835 y 28 de diciembre de 1849. 7

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EL NORTE DE MÉXICO Y LA HISTORIA REGIONAL. HOMENAJE A IGNACIO DEL RÍO

Cuadro 1 Ocupación de la población de la ciudad de La Paz (1857 y 1869) Actividades tradicionales Marinos

1857

1869

Oficios

1857

1869

Servicios

1857

61

77

Carpinteros

10

Sirvientes

32

Buzos Jornaleros

12 9

5 43 (135) 5 (47)

Albañiles Zapateros

6 4

Comerciantes Alguacil

28 1

Herreros

4

33 (39) 19 19 (21) 6

1

8 9 (45) 20 (42) 4 1 1

Panaderos Artesanos Plateros

3 3 2

Jefe de Hacienda Administrador Capitán Sacristán

Sastres Relojero Cigarrero Meritorio Barbero Hojalatero Peinetero Cocineros Talabarteros

2 1 1

Rancheros criadores Mineros Labradores Operarios

o

5 3 1

Vaqueros Pescador Propietario

Sombrereros Impresores Ladrilleros Varillero Músico

Total

91

173

36

19 3 (5) 6 1 1 1 1 1 1 3 6 (13) 2 4 2 1 1

130

Obispo Militares Abogados Empleados Domésticas Cónsul Agente Sereno Ingeniero

1869

54 1

1 1 1 1 9

Cargador Capataz Abastero Preceptor Velero Médico Escribiente Eclesiástico 75

1 197 3 23 22 1 1 1 1 1 1 3 2 1 1 1 1 316

Fuente: AHPLM, vol. 68 bis., exp. s/n, doc. 469: Padrón de la ciudad de La Paz, La Paz, Baja California, 8 de abril de 1857. Por lo ilegible de la letra, no fue posible identificar dos ocupaciones. AHPLM, vol. 97, doc. 86: Censo de la municipalidad de La Paz, La Paz, Baja California, 31 de enero de 1869. Las cifras en paréntesis corresponden a toda la municipalidad.

Para el año de 1869, el número de habitantes en dicha municipalidad se había multiplicado casi por dos, pues vivían en ella 3598, de los cuales 2159 tenían como asiento la cabecera de la jurisdicción. En relación con la población económicamente activa, tomando en cuenta sólo la del puerto de La Paz para contrastarla con la de 1857, se evidencia un cambio significativo, al pasar de 19% en 1857 a cerca de 29% en 1869, con un decrecimiento de 17% de las actividades tradicionales en favor de los servicios y oficios, es decir, aquellas pasaron de 45 al 28% y éstas, en conjunto, de 55 al 72% (ver cuadro 1). Una lectura más que se infiere del cuadro 1 es la diversificación que registraron los oficios y el aumento en el nú378

LA MUNICIPALIDAD DE LA PAZ A TRAVÉS DE LOS CENSOS DE 1895, 1900 Y 1910

mero de personas en aquellos que tenían que ver con la construcción y producción de bienes de consumo directo. Diversificación que se advierte también en el rubro de servicios, en razón de la serie de necesidades que implicaba la concentración de habitantes; por ejemplo, la aparición de más de un veintena de empleados lleva a pensar en la expansión del aparato político administrativo, como también la presencia de algunos profesionistas; en tanto el incremento de militares es presumible que respondiera a la exigencia de hacer frente a la inestabilidad política que se vivía en aquel entonces como efecto de las desavenencias entre los grupos locales;9 igual de notorio es el crecimiento en el número de comerciantes, lo que revela cada vez más el carácter mercantil de la ciudad de La Paz. Es de apuntar que en este mismo censo vienen enlistadas 74 personas como extranjeras, con predominio de los europeos, enseguida los estadounidenses, los sudamericanos y los asiáticos. De ese total, 67 estaban concentrados en el puerto, cuya cuota a la población económicamente activa era de alrededor de 7%, distribuida como se mira en el cuadro 2. Cuadro 2 Ocupación de la población extranjera residente en la ciudad de La Paz (1869 y 1881) Actividades tradicionales Marinos Jornaleros Agricultor Propietario Operarios Criadores

1869

1881

Oficios

1869

1881

Servicios

1869

1881

10 2

16

Zapateros Carpinteros

3 2

2 11

12 1

4 3

1

4 1 8 2

Herreros Barbero Sastre Relojero

1 1 1 1

1 2

Cocinero Panadero Fotógrafo Albañil Maquinista Sombrerero Músico

1

Comerciantes Agente de negocios Cónsul Ingeniero Preceptor Profesor de música Médico Negociantes Farmacéutico Sirvientes

Industrial Mineros

Total

13

34

10

1

1 1 1 1 1 2 21

1 1 1 1

2

1 2 1 2

18

14

Fuente: AHPLM, vol. 97, doc. 86: Censo de la municipalidad de La Paz, La Paz, Baja California, 31 de enero de 1869; AHPLM, vol. 163, exp. s/n, doc. 175: Padrón de extranjeros residentes en la ciudad de La Paz, La Paz, noviembre de 1881. 9

ALTABLE, De la autonomía regional a la centralización, pp. 78-87.

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EL NORTE DE MÉXICO Y LA HISTORIA REGIONAL. HOMENAJE A IGNACIO DEL RÍO

Se ve que la mayor parte de esa población se ocupaba en los servicios, sobre todo en los más especializados; además, de que su importancia en la actividad mercantil no era irrisoria, pues su presencia representaba el 22% del total de comerciantes que venían empadronados. En correlación con el crecimiento poblacional está el levantamiento de construcciones, como se colige de la información que se tiene para la ciudad de La Paz. En 1857, ahí había 66 edificaciones, entre casas habitación, accesorias y oficinas públicas; mientras para 1869 se encontraban registradas 137 casas, cuyo valor de cada una de ellas oscilaba entre 200 y 8000 pesos; además, de que algunos vecinos eran propietarios de más de una, tales eran los casos de los comerciantes Gabriel Santisteban, Rafael Salorio, Miguel González, Ramón Gil, Pablo Hidalgo y Tranquilino Villasana.10 Se puede aventurar que el crecimiento poblacional de la municipalidad de La Paz se debió a dos circunstancias: una está relacionada con el resurgimiento de la actividad minera en la cercana municipalidad de San Antonio. Ahí, entre 1857 y 1869, se habían establecido unas 12 empresas, de las que sobresalían la Compañía Unida de Minas de la Baja California, de accionistas nacionales; y la Compañía Hormiguera de Minas de El Triunfo, de capital estadounidense. De la primera, en 1861, el jefe político refería que era la única que derramaba en el poblado de San Antonio y en el puerto de La Paz de 16 a 20 000 pesos al año. Respecto de la segunda, en 1868, aseveraba que era la negociación que mantenía el movimiento económico en la parte austral de la península.11 La otra circunstancia tenía que ver con el desarrollo de la pesquería de perlas que, a partir de los años treinta, adquirió una mayor importancia como efecto de la demanda en el mercado extranjero, al grado que los comerciantes paceños fueron desplazando a los armadores provenientes de Sonora y Sinaloa.12 10 AHPLM, vol. 71 bis., doc. 1481: Noticia de las casas que hay en el cuartel número uno del puerto de La Paz, La Paz; AHPLM, vol. 97, doc. 128: Acta de la sesión del Ayuntamiento de La Paz, La Paz, Baja California, 14 de enero de 1869. 11 AHPLM, vol. 77, doc. 2: Informe de Teodoro Riveroll al presidente de la República, La Paz, Baja California, 12 de marzo de 1861; AHPLM, vol. 95, doc. 462: Oficio del jefe político del Territorio de la Baja California al ministro de Hacienda, La Paz, Baja California, 20 de junio de 1868. 12 TREJO BARAJAS, “Las actividades económicas”, pp. 214-216; GONZÁLEZ CRUZ Y RIVAS HERNÁNDEZ, “Las actividades primarias”, pp. 372-374.

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LA MUNICIPALIDAD DE LA PAZ A TRAVÉS DE LOS CENSOS DE 1895, 1900 Y 1910

Otro documento que aporta información sobre toda la municipalidad es el padrón de 1881, donde se registra una población total de 6402 habitantes,13 un crecimiento promedio al año de 6.5% respecto a 1869. Ahí mismo se asienta que dicha jurisdicción se componía de una ciudad, que era La Paz, y 106 ranchos; en la ciudad vivían 3554 personas y en los ranchos, 2848; sólo en cuatro de éstos se rebasaba la centena (La Junta, 118; Estero del Chisguete, 166; Soledad, 167; y Estero de los Islotes, 200).14 Si bien este testimonio de 1881 no es tan pródigo como los anteriores debido a que sólo se limita al total de habitantes de cada una de las secciones que integraban la municipalidad y al número de escuelas y niños inscritos en ellas, resulta interesante porque anexo a él viene un padrón de población extranjera residente en el puerto, donde se especifica el nombre, nacionalidad, estado civil, descendencia, ocupación y bienes de cada uno de los enlistados. En total, se encontraban inscritas 79 personas: 69, hombres y 10, mujeres, con preeminencia de los europeos, seguían los sudamericanos, los estadounidenses y orientales. En cuanto al estado civil, de los 49 hombres que aparecen como casados, 45 lo habían hecho con mexicanas; en tanto las mujeres, cinco estaban casadas, de las cuales dos tenían como esposos a mexicanos. Respecto a la descendencia, del total de los hombres casados, sólo uno no tenía hijos, y prácticamente la mayoría de éstos había nacido en México; las cinco mujeres casadas, todas tenían descendencia y era de origen mexicana. Por lo que toca a su ocupación, 34 se dedicaban a las actividades tradicionales; 21, a los oficios; y 16, a los servicios (ver cuadro 2); todos eran hombres,15 por lo que se infiere que las mujeres se limitaban a la labores de la casa. En relación con los bienes, aparecen asentados 24 propietarios, de los cuales 10 poseían fincas urbanas, ranchos y minas; entre ellos destacaban el francés Adolfo Savín, con una inversión de 80 000 pesos, le seguía el estadounidense Santiago Viosca, con 40 000 pesos, 13 AHPLM, vol. 163, exp. s/n, doc. 175: Padrón de la municipalidad de La Paz, La Paz, Baja California, 14 de mayo de 1881. 14 AHPLM, vol. 163, exp. s/n, doc. 175: Padrón de la municipalidad de La Paz, La Paz, Baja California, 14 de mayo de 1881. 15 AHPLM, vol. 163, exp. s/n, doc. 175: Padrón de extranjeros residentes en la ciudad de La Paz, La Paz, noviembre de 1881.

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el alemán Federico Ernest, con 20 000 pesos; y una mujer, María de Vives, quien era viuda y de nacionalidad francesa, con 15 000 pesos. Entre estos cuatro propietarios se concentraba alrededor del 70% del valor total de los bienes, que ascendía a 227 850 pesos. Si bien el padrón arroja 79 extranjeros, la ocupación, el matrimonio con mexicanos y mexicanas, el arraigo y su carácter de propietarios son rasgos que evidencian que varios de ellos habían echado ya raíces en el país y que sólo se consideraban extranjeros por el origen de su nacimiento, pues su identidad era ya más de mexicanos. Por ejemplo, Adolfo Savín, el propietario más acaudalado, llevaba 40 años de residencia, estaba casado con una mexicana y tenía nueve hijos, de los cuales siete habían nacido en el país; Santiago Viosca, computaba 26 años de vecino, también estaba unido en matrimonio con una mexicana y era padre de cinco hijos, todos mexicanos; y Federico Ernest, sumaba 17 años de residencia, tenía como esposa a una alemana, con quien había procreado un hijo, de origen mexicano.16 El auge de la actividad minera en la municipalidad de San Antonio con el establecimiento de la compañía norteamericana El Progreso, en 1878, y las concesiones que el gobierno federal otorgó a nacionales y extranjeros para la pesquería de perlas y explotación de las salinas, a partir de la década de los ochenta, fueron factores que siguieron determinando no sólo el crecimiento demográfico de la municipalidad de La Paz, sino la consolidación del perfil comercial de su cabecera. El grupo de comerciantes que ahí había venido desarrollándose desde la primera mitad del siglo XIX, fortaleció su papel de agente comercial y representante de las empresas mineras establecidas en la jurisdicción antonina. De tal suerte que ese grupo conformado por los Ruffo, González, Hidalgo y Viosca fue el que articuló no solamente el mercado de las municipalidades del sur, sino que vinculó a éste con los mercados de la contracosta (Sinaloa y Sonora) y del extranjero, a través de los diferentes vapores que con regularidad comenzaron a tocar el puerto, entre ellos el Granada, Colima, Coquille, General Rosales, Sonora, Newbern, México, Curazao y Orizaba.17 16 AHPLM, vol. 163, exp. s/n, doc. 175: Padrón de extranjeros residentes en la ciudad de La Paz, La Paz, noviembre de 1881. 17 GONZÁLEZ CRUZ, Motivaciones y actores de la Revolución, pp. 38-39; BUSTO IBARRA, Comercio marítimo en La Paz, pp. 19-25.

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LA MUNICIPALIDAD DE LA PAZ A TRAVÉS DE LOS CENSOS DE 1895, 1900 Y 1910

Para 1892 hay evidencias de que ese grupo de comerciantes importadores y exportadores de una gama diversa de mercancías trabajaba ya en sociedad y representaba no sólo a las empresas mineras que se encontraban en la municipalidad de San Antonio, sino también a las agencias del Banco Nacional, de seguros marítimos y de las compañías de vapores, es decir, era un grupo que había trascendido las fronteras del Distrito Sur (ver cuadro 3) y responsable de la monetización de la economía. En este mismo sentido son ilustrativos los datos sobre importaciones y exportaciones: las primeras, de 140 000 pesos que se registraron en 1872-1873 se elevaron a más de 200 000 en 1888-1889, Cuadro 3 Lista de comerciantes importadores y exportadores residentes en la ciudad de La Paz (1892) Nombre Antonio Ruffo

Firma con que giran Antonio Ruffo

Capital $ 200 000

Miguel González y Francisco González

Miguel González e hijos

$150 000

José H. Hidalgo y Manuel Navarro

Hidalgo y Cía.

$ 100 000

Carlos C. Cornejo y Juan Hidalgo Julián Vives y Edmond Vives

Cía. Perlífera de la Baja California Hermanos Vives

$ 100 000 $ 50 000

Julián H. Cota y José Peláez

Cota y Peláez

$ 30 000

Santiago Viosca (h)

Viosca hermanos

Ramo Comercio mixto de lencería, mercería y abarrotes, por mayor y menor. Casa importadora. Comercio mixto de lencería, mercancía y abarrotes, por mayor y menor. Casa importadora y agencia del vapor Alejandro. Comercio mixto de ropa y abarrotes, al por mayor y menor. Casa importadora. Buceo y comercio de concha perla. Buceo y comercio de concha perla y otras industrias. Comercio mixto de lencería, mercancías y abarrotes. Agencia del Banco Nacional de México y de seguros marítimos. Agencia de vapores y de las salinas de El Carmen, expendios por mayor de velas y petróleo

Fuente: AHPLM, col. 242 1/1, exp. s/n, doc. 29: Lista de comerciantes existente en la ciudad de La Paz, La Paz, Baja California, 24 de junio de 1892.

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cifra que, en promedio, se mantuvo hasta 1899-1900; las segundas, pasaron de 340 000 pesos en 1872-1873 a más de 704 000 en 1877-1878, manteniendo desde esta última fecha hasta 1899-1900 un promedio anual de un poco más de 670 000 pesos. A lo que se sumó el comercio de cabotaje, que igualmente se vio favorecido con la política de subvenciones a las compañías navieras por parte del gobierno porfirista.18 Paralelamente al crecimiento demográfico y mercantil, la ciudad de La Paz se fue embelleciendo con el alineamiento y prolongación de sus calles y la aparición de nuevas construcciones, como la pinta Adrián Valadés, a fines de 1893: La población se prolonga de noreste a sureste, en una extensión de tres kilómetros, siguiendo la línea de la playa… Sus calles tienen una amplitud de 20 metros y corren bien rectas, en toda su extensión, paralelas al mar, y las transversales de suroeste a noreste, formando manzanas regulares de cien metros por lado, con excepción de la parte antigua en donde las calles son estrechas e irregulares… El aspecto de la ciudad es halagüeño, especialmente vista desde el mar a una distancia de donde pueda abarcarse en todo su conjunto. Su caserío, de colores claros y alegres…, se encuentra entrecubierto por palmeras, alamedas y naranjales… En lo general, las fincas son de un solo piso, de buen aspecto y tienen toda la ventilación que permiten y el clima requiere. Del año de 1881 a la fecha [1893] la ciudad ha crecido notablemente…, se han llevado a cabo importantes mejoras materiales, como son un jardín público, un nuevo panteón y apertura y arreglo de algunas calles..., la reconstrucción del muelle y la conclusión del palacio de gobierno; edificio éste de elegante apariencia y bastante amplio y cómodo, en el cual se encuentran las oficinas públicas del ramo político y judicial, archivos, imprenta, y cuartel para la fuerza…19

18 Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, Estadísticas Históricas, pp. 672-673 y 679-680; GONZÁLEZ CRUZ, “El comercio”, pp. 404-408. 19 BAGN, Adrián Valadés, “Historia de La Paz”, Periódico El Correo de La Paz, No. 5, La Paz, Baja California, 10 de diciembre de 1893.

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Los censos de 1895, 1900 y 1910 Antes de ocuparnos de cada uno de estos censos, vale detenernos un momento en la metodología que les dio sustento. En los tres, el procedimiento al que se recurrió para la obtención de la información fue el autoempadronamiento, lo que conllevó algunos problemas por el alto grado de analfabetismo. Otro lineamiento que se siguió fue el de considerar a la población presente, de paso y ausente, lo que implicó la utilización de tres boletas, en los censos de 1895 y 1900; en tanto en el de 1910, seguramente para evitar la duplicidad que provocó el conteo de personas de paso y ausentes, se optó por usar una sola boleta en la que únicamente se consignó el tiempo de residencia, lo que se ha considerado también insuficiente para definir esa categoría con precisión. Por lo que se refiere a las variables que se captaron, prácticamente fueron las mismas en los tres censos, a saber: edad, sexo, estado civil, lugar de nacimiento y nacionalidad, lengua, religión, instrucción elemental, ocupación, defectos físicos y mentales.20 Pasemos al análisis de algunas de estas variables, comenzando con las del censo de 1895, en el cual se asienta que el número de habitantes de hecho o de facto (presentes y de paso) en la municipalidad de La Paz era de 7204,21 lo que la ubicó en el tercer lugar de las demarcaciones más pobladas del distrito (ver cuadro 4). Respecto a 1881 se observa un crecimiento de cerca de 1% en promedio anual, mientras en la cabecera municipal fue de 2.4%, pues el número de habitantes se elevó a 4737; lo que significaba que en la ciudad se concentraba el 66% de los pobladores que vivían en toda la jurisdicción municipal. Un dato más que viene registrado es el correspondiente al número de casas existentes en la ciudad y en las secciones rurales, que al relacionarlo con la cifra de habitantes, resulta que en cada casa de la ciudad vivían seis personas y en los ranchos cerca de ocho,22 donde es presumible que la promis20 Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, Estados Unidos Mexicanos. Cien años de Censos, pp. 7-18. 21 Si a esta cifra se le suman las 466 personas ausentes, la cifra se eleva a 7670. AHPLM, Fomento, vol. 259 1/1, exp. 8, doc. 4: Censo General de Población de 1895, La Paz, Baja California, 9 de diciembre de 1895. 22 AHPLM, vol. 259 1/1, exp. 8, doc. 4: Censo General de Población de 1895, La Paz, Baja California, 22 de noviembre de 1895.

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cuidad haya sido la característica común en un buen número de familias, sin descartar que esto mismo imperaba también en algunas de la ciudad. Una limitante de este censo es que la información viene de manera general para todo el Territorio de la Baja California, ni siquiera se desglosa por cada uno de los distritos en que se encontraba dividido, desde 1888.23 De ahí la imposibilidad de referirnos a prácticamente todas las variables que se captaron. Mejor suerte se tuvo con el censo de 1900, como se verá enseguida. De acuerdo a dicho censo, la municipalidad de La Paz tenía 7546 habitantes, suficientes para ubicarse en el segundo lugar de las municipalidades más pobladas del distrito, dejando atrás a sus homólogas de San José del Cabo y San Antonio (ver cuadro 4), no obstante que su crecimiento promedio anual se mantuvo cerca del 1%; en tanto el de su cabecera fue de 1.3%, pero menor a lo registrado en 1895. Una hipótesis al respecto es que la expansión económica comenzó a llegar a sus límites, como se infiere de los datos sobre importaciones y exportaciones que se tienen para esos años.24 Cuadro 4 Población en las municipalidades del Distrito Sur de la Baja California en 1895,1900 y 1910 Municipalidades La Paz San José del Cabo Santiago San Antonio Todos Santos Comondú Mulegé Total

1895 7 204 4 656 2 346 7 577 2 441 2 325 8 286 34 835*

1900 7 546 5 098 2 581 7 044 2 461 2 539 12 772 40 041

1910 8 647 4 144 2 900 6 311 2 362 4 027 14 121 42 512

Fuente: AHPLM, Fomento, vol. 259 1/1, exp. 8, doc. 4: Censo General de Población de 1895, La Paz, Baja California, 9 de diciembre de 1895; AHPLM, Fomento, vol. 409, exp. s/n, doc. 776: Censo General de Población de 1900; AHPLM, Fomento, vol. 563, exp. 8: Censo General de Población de 1910. * En esta cifra se incluyó a las personas presentes y de paso, es decir, a la población de hecho o de facto.

23 El 14 de diciembre de 1887 el gobierno federal decretó que el Territorio de la Baja California quedaba dividido en dos distritos político administrativos: el Sur y el Norte, lo cual cobró vigencia a partir del primero de enero de 1888. 24 Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, Estadísticas Históricas, pp. 672-673 y 679-680.

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El total de esa población se encontraba distribuido entre una ciudad, que era La Paz; una isla, San José; y 170 ranchos. En la ciudad residían 5046 personas (67%); en la isla, 5; y en los ranchos, 2495 (33%). Es pertinente referir aquí que en el censo se enlistan todos los lugares, ya sea ciudad, pueblo, villa, rancho, ranchería, hacienda e isla, que conformaban el Territorio de la Baja California, así como el número de personas que habitaba en esos lugares. Al hacer la suma de los que vivían en la ciudad, en la isla y en los 170 ranchos, resultan 8247 personas para toda la municipalidad, una diferencia de 701 a favor de la población que vivía en los ranchos. Por consiguiente, el número total de habitantes en éstos se eleva a 3196, lo que se traduce en un incremento del 29.5% en relación a 1895.25 De los 7546 habitantes que oficialmente contempla el censo del año de 1900 para toda la municipalidad, se observa un equilibrio entre hombres y mujeres; lo que no sucede a nivel de la ciudad, donde las mujeres rebasaban en 25% a los hombres, debido, quizá, a su carácter económico que se sustentaba en los servicios y oficios; mientras en los ranchos su número decreció 15%. Otro indicador que se incluye en dicha fuente es el origen geográfico de los habitantes, donde se atisba que el 92% eran nativos del Territorio de la Baja California (6935), 7% procedía de 23 entidades del país (537) y 1% eran inmigrantes asiáticos, europeos, latinos y estadounidenses (74). En cuanto a los que provenían de la República Mexicana: Sinaloa, Sonora, Jalisco y Tepic, concentraban el 83%, distribuido así: 37, 19, 14 y 13%, respectivamente. Es presumible que esta inmigración nacional fue en familia, o por lo menos en pareja, pues de las 447 personas que llegaron de Sinaloa, Sonora, Jalisco y Tepic, 236 eran hombres y 211 mujeres.26 Por lo que toca a la población extranjera, que ascendía a 17% del total que se encontraba asentada en el Distrito Sur, porcentaje más alto después de la municipalidad de Mulegé (ver cuadro 5), se mira una reconfiguración en relación con 1881. Ahora el predominio era de los orientales (chinos), con el 51%; seguían los europeos, con 32%; los latinos, con 9% y los estadounidenses, con 7%. El que se haya 25 26

AHPLM, Fomento, vol. 409, exp. s/n, doc. 776: Censo General de Población de 1900. AHPLM, Fomento, vol. 409, exp. s/n, doc. 776: Censo General de Población de 1900.

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insertado una nueva población como era la china y que el número total de extranjeros se abatiera 6% en comparación a 1881,27 permite suponer que una buena parte de los que se consideraban extranjeros en ese año de 1881 tenían ya la nacionalidad mexicana o bien habían muerto. Cabe decir que la presencia china en el país se vio favorecida con el convenio que la Compañía Mexicana de Navegación firmó con el gobierno federal en 1884, por el que se comprometió a realizar 12 viajes redondos al año al continente asiático y transportar por sus vapores a trabajadores de esa región; y con el Tratado Sino-Mexicano, de 1899, donde el gobierno de Porfirio Díaz aceptó que México se abriera a la inmigración china.28 Al parecer, la principal ocupación de los orientales fue el comercio. Para 1899, el viajero J.R. Southworth daba cuenta de dos negocios propiedad de chinos: uno de Quo Ley Yuen y Compañía y otro de Hong Chon Tai; ambos empleaban un total de 39 trabajadores.29 Cuadro 5 Extranjeros residentes en las municipalidades del Distrito Sur de la Baja California (1900 y 1910) 1900 Hombres Municipalidades La Paz San Antonio Todos Santos Santiago San José del Cabo Comondú Mulegé Total

Mujeres

Total

1910 Hombres

67 36 4

7

74 36 4

89 25 11

16 6 235 364

3 1 54 65

19 7 289 429

5 9 371 510

Mujeres

Total

12 2

101 27 11 1 5 11 414 570

1 2 43 60

Fuente: AHPLM, vol. 785, exp. 42: Censo General de Población de 1910.

Un aspecto más que contiene el censo de 1900 es el referente a las ocupaciones de la población, que vienen organizadas en 18 rubros y que hemos compactado en tres como se hizo con la información del padrón de la ciudad de 1857. De la cifra oficial de 7546 habitantes para toda la municipalidad, 2898 (38.5%) componían la AHPLM, Fomento, vol. 409, exp. s/n, doc. 776: Censo General de Población de 1900. PRECIADO LLAMAS, “La población china en Sudcalifornia”, p. 179; PUIG, Entre el río Perla y el Nazas, pp. 133-142. 29 SOUTHWORTH, Baja California Ilustrada, p. 56. 27

28

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población económicamente activa, la cual se dividía así: 56% se encargaba de las actividades tradicionales, 29% de los oficios y 15% de los servicios. Al dirigir la mirada a la ocupación por sexo, se encuentra que el 82.5% correspondía a los hombres y el 17.5% a las mujeres, cuando en 1857 figuraban sólo dos, como criadas. Si bien la mujer se desempeñaba principalmente como lavandera, costurera y criada o sirvienta, aparece también como comerciante, empleada en la administración pública, propietaria o rentista y profesora, superando a los hombres en estas dos últimas actividades (ver cuadro 6). Aunque se observa un predominio de las actividades tradicionales, es de destacar que el porcentaje de éstas estaba por abajo del registrado a nivel distrital (78%) y nacional (65.5%); ello en favor de los oficios y servicios, cuando el resultado nacional de éstos fue de 17.8% y 8.8% y distrital, de 14% y 8% respectivamente.30 Una explicación posible a lo anterior es que mayoría de las personas que se dedicaba a los servicios y oficios tenía como residencia la ciudad de La Paz, que se caracterizaba por ser un puerto comercial, cabecera municipal y distrital. Por ejemplo, en el rubro de servicios sobresalían los comerciantes, los empleados y funcionarios públicos, así como los profesionistas; en los oficios había registrados más de 30, entre los que destacaban aquellos que tenían que ver con la construcción (carpinteros, albañiles, herreros y ladrilleros), elaboración de bienes de consumo (costureras, panaderos, sastres y zapateros) y transporte (ver cuadro 6). Con ayuda de otras fuentes se puede advertir que varios de los agricultores y ganaderos vivían en el puerto de La Paz, pues se desempeñaban también como comerciantes, empresarios y funcionarios públicos, entre ellos destacaban Gastón J. Vives, Candelario Antuna, Federico Von Borstel y Franciso J. Cabezud.31 Por consiguiente, es factible que la mayor parte de la población económicamente activa se concentrara en la cabecera municipal, cuyo rostro acusaba cada vez una diversificación social, como se desprende de la conformación de las viviendas, cuyo número, para el año de 1900, 30 HERMOSILLO ADAMS, “Estructura y movimientos”, pp. 467-473; 30 Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, Estados Unidos Mexicanos. Cien años de Censos, p. 14; AHPLM, Fomento, vol. 409, exp. s/n, doc. 776: Censo General de Población de 1900. 31 GONZÁLEZ CRUZ Y RIVAS HERNÁNDEZ, “Las actividades primarias”, pp. 327-362.

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ascendía a 1196, de las cuales 878 eran de un piso; 12, de dos pisos; y 306 se consideraban como chozas y jacales,32 ubicadas estas últimas en la periferia, pues en el Bando de Policía y Buen gobierno, que comenzó a regir a partir del 1º de enero de 1895, se acotaba: No se permite en lo sucesivo que en las calles céntricas de la población, dentro del radio alumbrado, se construyan o reconstruyan casas o jacales con techo de paja, palma, zacate u otra materia de esa naturaleza, bajo la pena de ser obligados los propietarios a destruirlos a su costa y a satisfacer una multa de cinco a veinticinco pesos.33

Al comparar la información del censo de 1900 con la que se obtuvo en el de 1910, se aprecia que la población en la municipalidad se elevó a 8646 habitantes, una tasa de crecimiento medio anual de 1.4%, pero menor a la que se registró en todo el distrito (6%); aun así conservó el segundo lugar, después de la de Mulegé (ver cuadro 4). La Paz siguió apareciendo como la única ciudad de todo el Distrito Sur de la Baja California, donde vivían 5536 personas, un crecimiento en promedio anual de .97%, pero ligeramente menor al que registró entre 1895 y 1900, atribuible probablemente a la disminución de los trabajos mineros en la municipalidad de San Antonio.34 En tanto en los ranchos, si se parte de la cifra oficial del censo de 1900, se refleja un incremento de 21%, es decir, se pasa de 2496 a 3024 personas; además, de que el número de ranchos se elevó a 242, correspondiente a un 42%, derivado de la política modernizadora del régimen porfiriano que dio pie a la formación de nuevos propietarios, entre ellos Gastón J. Vives, quien para 1910 poseía más de 10 predios, que había venido adquiriendo desde 1884; otros nuevos propietarios eran Félix Ortega y Federico Cota.35 Por lo que toca a la población en las islas, además, de la de San José, ahora se encontraban habitadas las de Cerralvo, Espíritu Santo y Pichilingue, donde había un total de 87 personas. 32

AHPLM, Fomento, vol. 409, exp. s/n, doc. 776: Censo General de Población de 1900. AHPLM, Ayuntamiento, vol. 256, exp. s/n, doc. 22: Bando de Policía y Buen Gobierno, La Paz, Baja California, 25 de diciembre de 1894. 34 RIVAS HERNÁNDEZ, El desarrollo minero en San Antonio y El Triunfo, p. 55. 35 GONZÁLEZ CRUZ, Motivaciones y actores de la Revolución, pp. 149 y 154. 33

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Dicho poblamiento tenía que ver con la explotación de las salinas y el cultivo de perlas. A nivel de toda la municipalidad se sigue guardando la misma proporción entre mujeres y hombres; igualmente se repite la situación para la ciudad, donde las mujeres conservan la primacía respecto a los hombres, con el 6%; aunque la distancia se acortó en un 15%, probablemente por las actividades relacionadas con el cultivo de perlas y la explotación de las salinas, que se hacía en las islas antes mencionadas, donde el 87% de las personas que ahí vivía eran hombres; en los ranchos, tampoco hay variación, pues los hombres siguen conservando una diferencia a favor de 14%. En cuanto al origen geográfico, si bien hay cambios, éstos fueron menores, pues la población nativa subió de 92 a 94% (8155), diferencia porcentual que se reflejó en la inmigración nacional que provino de 24 entidades del país (391). Sinaloa, Jalisco, Sonora y Tepic fueron los lugares que aportaron el mayor número de habitantes, una cuota de 64%, como consecuencia de la cercanía geográfica y la comunicación marítima. Se mantiene la hipótesis de que la población que provino de esos lugares fue en familia o en pareja, pues prácticamente hay un equilibrio entre el número de mujeres y hombres. En relación con la población extranjera, se mira el mismo comportamiento que en 1900, es decir, su cuota fue de 1% (101), con lo que mantuvo el segundo lugar de presencia extranjera en el distrito (ver cuadro 5); los orientales (chinos) siguieron despuntando con el 54%, luego los europeos y estadounidenses, cada uno con el 19% y el 9% correspondía a los latinos. De los chinos, se puede decir que su ocupación continuó siendo el comercio. Respecto a las ocupaciones de la población, cuyos 18 rubros asentados en el censo se han sintetizado también en tres, se tiene lo siguiente: la población económicamente activa era de 3374 personas, lo que significa que no hubo variación en relación con 1900, ya que se conservó la cifra de casi el 40% de la población total. En la estructura ocupacional se nota un diferencia de 2.7% a favor de las actividades tradicionales y en detrimento de los oficios, pues las primeras registraron un crecimiento de 58.7% y los segundos de 26.5%, en tanto los servicios conservaron el mismo porcentaje de 15% (ver cuadro 6). Al revisar la ocupación por sexo, aparece que de la población económicamente activa, las mujeres tuvieron 391

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un decrecimiento de 3%, además, de que su desempeño principal siguió siendo de costurera, lavandera y criada o sirvienta, sin dejar de figurar como comerciante, profesora y propietaria o rentista, manteniendo la supremacía en esta dos últimas actividades (ver cuadro 6). Cabe precisar que en los oficios se incrementó el número de personas que tenía que ver con la construcción, como eran los albañiles y herreros. Al respecto, en junio de 1908, Don Clarito, un periódico semanal que circulaba en la ciudad de La Paz, asentaba: en todos los rumbos de la ciudad se están observando mejoras. Don Antonio Ruffo, frente al viceconsulado inglés, construye elegante y sólido edificio… Don Miguel González fabrica cómodas residencias. El señor Fidel Valdivia…, levanta en la manzana número 93 una simpática casita de dos pisos.36

En cuanto a los servicios, se observa también un aumento de casi el 50% en el número de empleados y funcionarios y de 72% en la tropa (ver cuadro 6), lo que refleja la expansión del aparato político-administrativo para responder a las necesidades que derivaban de la concentración de la población y la expansión económica. Precisamente esta información permite colegir que la ciudad de La Paz fue el principal asiento de las personas que se dedicaban a los servicios y oficios. Asimismo, se mantiene la idea de que varios de los agricultores y ganaderos vivían en el puerto de La Paz, pues se desempeñaban también como comerciantes, empresarios y funcionarios públicos. El crecimiento demográfico y la expansión económica impactó en el número de casas, de 1196 que había en el año de 1900 se pasó a 1479, una diferencia de 23.6%, cuya distribución era como sigue: 875 eran de un piso; 13, de dos pisos; y 591 estaban consideradas como chozas y jacales. Mientras las dos primeras categorías conservaron el mismo número, los jacales y chozas se duplicaron, evidencia de que la modernidad porfiriana profundizó los contrastes sociales. 36 AHPLM, Cajonera 4, núm. 1: Don Clarito, número 2, La Paz, Baja California, 14 de junio de 1908.

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Como se ha podido observar, la información estadística es una fuente valiosa que permite reconstruir la vida social, económica, política y cultural de los pueblos. Si bien este es un estudio preliminar, apunta que en la municipalidad de La Paz, a pesar del predominio de las actividades tradicionales, estaban más o menos claras las fronteras entre la vida urbana y la rural: por un lado la ciudad y por el otro los ranchos. Una ciudad que concentraba más de 60% de la población total de la municipalidad y con una estructura socioeconómica que se sustentaba en su carácter de puerto comercial y sede de los poderes municipal y distrital. Precisamente este carácter y su cercanía con la zona minera de la jurisdicción antonina permitieron que en dicha ciudad se fuera conformando una sociedad en cuyo mestizaje biológico y cultural pervive la presencia de los europeos, asiáticos, norteamericanos y sudamericanos. Cuadro 6 Ocupaciones de la población en la municipalidad de La Paz, según los censos de 1900 y 1910 ACTIVIDADES TRADICIONALES Agricultura y ganadería Agricultores Hortelanos Hacendados Ganaderos Administradores y dependientes de campo Peones de campo Leñadores Pescadores Minería: Mineros, barreteros y pepenadores Administradores y dependientes Marina: Jefes o patrones de embarcaciones Tripulantes de embarcaciones Buzos Subtotal

1900 Hombres

Mujeres

170 8

1

Total

1910 Hombres

170

174

174

9

3 2 230

3 2 230

1136 13 14 18

169 1

169 1

939

939

48

48

1136 13 14

24

24

18

1

1

7

0

235

7

17

235

364

Mujeres

0

Total

17 364

0 14 1616

1

14 1617

7 1978

0

7 1978 Continúa

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OFICIOS Albañiles Alfareros Bordadoras Canoeros Canteros Cocheros Carpinteros Carretoneros Cigarreras Costureras Curtidores Dibujantes Dulceros Encuadernadores Filarmónicos Floristas Fotógrafos Grabadores Herreros Hojalateros Lavanderas Ladrilleros Matanceros Mecánicos Modistas Panaderos Peluqueros Plateros Pureros Relojeros Sastres Sombrereros Talabarteros Tipógrafos Torneros Zapateros Adoberos Arrieros Cargadores Criados o sirvientes Pintores Subtotal SERVICIOS Comercio: Comerciantes Dependientes Tablajeros o carniceros Vendedores ambulantes Propietarios y rentistas

27 1 1 1

55

55

27 1

1

1

2 1 1

2

2 79 7

7 128

128 3 1 3 1 4 1 1 1 13 6 129 8 5 6 6 30 13 9 1 1 13 0 9 6 1 57 1 0 25 253

5 74

5 74

79

2

8 0 0

4 162 0 0 1 0 0 0 0 0 0 0 103 0 0 0 15 0 0 0 0 0 0 1 0 0 0 0 0 0 0 143 0 430

8 4 162 4 0 8 0 13 0 2 0 23 4 103 5 7 14 15 22 7 6 0 0 6 2 17 9 2 69 0 3 8 228 2 891

418

434

852

4 0 7 0 13 0 2 0 23 4 0 5 7 14 0 22 7 6 0 0 6 1 17 9 2 69 0 3 8 85 2 461

123 20 0 0

16 0 0 0

139 20 0 0

119 16 7 1

15 0 0 0

134 16 7 1

11

18

29

4

17

21

3 1 3 1 4 1 1 1 13 6 129 0 0 0

8 5 6

6 30 13 9 1 1 13 0 9 6 1 57 1 0

0 0

25 85

0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 168

Continúa

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Profesionistas: abogados Dentista Médico alópatas Farmacéutico Ingenieros Parteras Sacerdotes Administración: Empleados y funcionarios públicos Jefes y oficiales del ejército y de la armada nacional Policía Tropa Transportes: Telegrafistas Profesores Diversas Ocupaciones: Agentes de negocios Empleados particulares Mesalinas Porteros Subtotal Total

9 1 3 2 4

0 0

2 4

9 1 3 2 4 2 4

4 1 5 3 0 1

0 4

0 0 0 0

4 1 5 0

0 3 4 1

57

4

61

89

1

90

7

0

7

10

0

10

45 43

0 0

45 43

40 74

0 0

40 74

3

22

25

1 6

30

4 52

9 2

0 0 1

4 52 1

1

1 22 9 3

358 2392

71 506

429 2898

437 2876

68 498

505 3374

1 22

0

1 36

Fuente: AHPLM, Fomento, vol. 409, exp. s/n, doc. 776: Censo General de Población de 1900; AHPLM, Fomento, vol. 563, exp. 8, doc. 937: Censo General de Población de 1910.

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA AHPLM BAGN

Archivo Histórico Pablo L. Martínez, La Paz, Baja California Sur. Biblioteca del Archivo General de la Nación, D. F.

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EL NORTE DE MÉXICO Y LA HISTORIA REGIONAL. HOMENAJE A IGNACIO DEL RÍO

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El norte de México y la historia regional. Homenaje a Ignacio del Río se terminó de editar y publicar en diciembre de 2014, en los talleres gráficos de Editorial Morevalladolid, S. de R.L. de C.V., con un tiraje de 500 ejemplares.

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