[Notas del Editor] La ciencia de los libros, la faceta del negociante en el editor académico (Daniel Mauricio Blanco Betancourt)

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[Notas del Editor] La ciencia de los libros, la faceta del negociante en el editor académico (Daniel Mauricio Blanco Betancourt)
Miércoles 19 de Noviembre de 2014 - 20:03

La constitución de un programa educativo formal y la ausencia de políticas contundentes en cuanto a la formación de editores científicos es una urgente necesidad para la comunidad científica y en especial para las Direcciones de investigación de las universidades en América Latina y en especial en Colombia.
Es importante la diferenciación entre la producción del conocimiento y el proceso de producción del conocimiento, porque los sistemas de reconocimiento y medición de los grupos de investigación siguen dando el peso fundamental a indicadores de producto, mientras los indicadores de procesos siguen invisibles ante los ojos de la comunidad científica. Surge entonces la necesidad de construir un sistema de medición y análisis de la producción científica que dé la aprobación pertinente a los procesos de producción del conocimiento.
En esta ocasión recorremos el mundo de la edición académica de la mano de Daniel Mauricio Blanco Betancourt, egresado de antropología y magister en Historia de la Universidad de los Andes, quien actualmente tiene a cargo la dirección de la Editorial de la Universidad Santo Tomás, Ediciones USTA, luego de haberse desempeñado en la edición de revistas científicas en la Pontificia Universidad Javeriana y la universidad de la que se graduó.
La ciencia de los libros, la faceta del negociante en el editor académico
Por Daniel Mauricio Blanco Betancourt
Debo decir que es grato coincidir con esas motivaciones del espíritu del editor de aquellos colegas que ya han escrito en estas páginas, la sensibilidad que requiere el proceso de convertir un manuscrito en libro y la superstición de que este tendrá varios lectores que lo acogen. También es cierto, como lo dice uno de ellos, que en la amplia taxonomía de editores que existe, cabe hacer las preguntas ¿quién es el editor de libros académicos? Y ¿quién crea los libros?, pues hay una multitud de perfiles que con distintas habilidades intervienen en el intento de creación paralela de ese objeto y de ese autor. No obstante, el protagonista que ha escrito las páginas de una estructura editorial académica en Colombia es la universidad y, de alguna manera, la asociación científica; instituciones que moldean al autor que nos visita o contacta en nuestras oficinas antes de que nosotros abramos la boca para repetir de qué se trata conducir ese manuscrito hacia su estado de realización que es el libro.
Protagonistas
El editor de libros nace en el campo y no en las aulas formales, por lo menos no fuera de un puntual énfasis de una carrera o la formación en otra parte del mundo. En el caso de la edición académica, la mayoría de las veces es la universidad la que lo ha reclutado. En la segunda mitad del siglo XX, la universidad se sumó a los cambios económicos y sociales de esos años para dar cabida a más estudiantes de una clase media creciente y fue el lugar desde el cual varias disciplinas y oficios comenzaron sus caminos hacia la profesionalización. Era un país cuyo mercado laboral intentaba adaptarse a las metas de los programas de desarrollo y progreso que exigían cada día perfiles especializados para alcanzar ese sueño de avance. En esa evolución, poco a poco, se dio un crecimiento exponencial de estudiantes, profesores e investigadores, asimismo, de publicaciones científicas.
La educación universitaria, ligada al contexto socioeconómico, enfocó sus fuerzas en definir cómo medía sus resultados. Durante las décadas de los años cincuenta hacia los años setenta, el reto fue la estructuración de nuevos programas académicos y, en muchos casos, forjar un prestigio por medio de su planta profesoral. De los años setenta hacia el presente, la apertura de nuevos centros educativos, la cantidad de profesores e investigadores y el origen de aquellos sistemas que medían los resultados académicos a través dela productividad científica hizo que, paulatinamente, las publicaciones fueran trascendentales para hacer gala de la calidad de una universidad.
En el caso de las asociaciones científicas, que no tienen la misma magnitud en nuestro país a comparación de otras latitudes, hubo un importante desarrollo recibido de la herencia de las academias decimonónicas. Este rol protagónico especialmente en las áreas médicas ha tenido vigencia en el impulso específico a las revistas científicas. Las publicaciones periódicas de estos nichos científicos han sido puntal de esa intención por incluirlas en aquellos sistemas que las califican a través de condiciones específicas como, por ejemplo, el impacto que logran gracias a la cantidad de citas que obtienen por parte de otras publicaciones de su especie.
Es preciso anotar que, en general, las asociaciones no se han estructurado o solidificado de manera suficiente para influir de un modo directo en la creación de libros. En el caso de la edición académica, han tenido más influencia los centros de investigación integrados de una u otra forma a las universidades. Algunas veces son, incluso, pequeños centros editoriales que recogen la producción de sus asociados, medios de comunicación de los resultados de las líneas de investigación. El editor académico en el tercer cuarto del siglo XX estaba ligado a los propios intentos de los investigadores y profesores que buscaban alguna visibilidad y metían mano de esa intuición editorial para hacer libros y revistas. Figuras no formales que de todas maneras difundieron las aptitudes desarrolladas.
En el último cuarto del siglo XX hasta hoy, como lo señala Nicolás Morales, los departamentos o unidades editoriales en las universidades ya tienen dos generaciones de editores surgidos del campo con funciones más definidas en el organigrama; las primeras que insistieron en que el proyecto valía la pena y le dieron forma de oficinas, unidades o dependencias y la segunda que dio una estructura organizacional más sólida, sin que eso quiera decir que en el país exista una educación formal y particular en el área de la edición. En el curso de esas dos generaciones siguen existiendo diferencias entre universidades, ya que tienen distintas trayectorias y calibres, pero hay que decir que la publicación científica ha sido institucionalizada principalmente por la universidad. Así, la edición universitaria ha labrado un campo importante para la expresión científica en un mundo editorial que aunque pequeño no es insignificante.
La abundancia difusa
Los protagonistas han caminado algunos de los terrenos que han planteado las políticas de Estado en relación con la educación y la "ciencia, tecnología e innovación", como nombramos al avance del conocimiento y el pensamiento. Colciencias, actual Departamento Administrativo de Ciencia, Tecnología e Innovación, ha tenido en este sentido una influencia importante. Creado en 1968 como consejo nacional, se unió a la escena académica para establecer políticas científicas en diálogo con los conceptos de desarrollo y ciencia que han influido a Colombia.
El crecimiento exponencial de la ciencia, del conocimiento en el registro de la productividad, ha generado una de las principales motivaciones para que las universidades estructuren sus proyectos editoriales, allí los editores académicos de estas dos generaciones han encontrado argumentos que incorporaron en su lenguaje editorial para convencer a las universidades, e incluso a sus autores, para que se abriera paso a una estructura que atienda las necesidades de los centros educativos y que responda a las calidades editoriales y sus reglas generales, aquellas aprendidas de mentores, colegas y experiencias.
La edición académica ha crecido paralelamente a la cantidad de universidades de este país y a la presión institucionalizada por producir con parámetros que todavía no garantizan del todo la calidad y novedad del pensamiento. Ha sido muy importante poner condiciones y requisitos a la edición universitaria para dar alguna normalización a la abundancia desproporcionada. Publicaciones que pueden caracterizarse como sobreproducción, como muchos editores y académicos estamos de acuerdo en los corrillos, y que nos pone unos retos inmensos como editores académicos y como universidades. Depurar calidades y concentrar los esfuerzos difusos en proyectos robustos que superen las exigencias administrativas de la educación. Escuchar mejor las necesidades acuciantes de aquello que se ha perdido de vista al enfocarse en el cumplimiento de requisitos: el conocimiento publicable, por su virtud y pertinencia, de las comunidades científicas del país integradas a la ciencia internacional.
Quién es el editor académico
El objetivo de lograr la mejor calidad no es solo una tarea de voluntades institucionales y de los editores de este lado de la orilla, sin duda es nuestra responsabilidad. Sin embargo, las acciones de los ciudadanos, los medios de comunicación y el Estado también definen cuáles son las reglas de juego que debemos seguir. Es un país en el que la ciencia y la demanda de que ella haga parte constitutiva de nuestras vidas, fuera de la comodidad que produce para la vida moderna, es impopular. Los índices de lecturabilidad de Colombia son bajísimos, en ese orden de ideas, imaginemos cuántas lecturas y cuántos lectores quedan para la ciencia. Aunque es sabida la importancia por incentivar la ciencia, la tecnología y la innovación, y hayan aumentado los proyectos, la accesibilidad y los recursos para estos fines, todavía no contamos con unas políticas científicas que hagan realidad metas superiores a la productividad o a la cobertura.
Ahora, hay un perfil más claro de lo que es un editor académico. Ha sido forjado por la Universidad y ha recibido la ayuda de algunos editores del ámbito comercial, de comunicadores y literatos cuyo énfasis editorial los ha llevado a interesarse por este sector, y de profesores e investigadores que han volteado a mirar a este pequeño mundo dentro de la edición. Una respuesta para saber quién es el editor académico debe añadir una característica al misticismo, pues no siempre es un libre creador de autores. Aunque lleve en su espíritu esa intuición, ese olfato del que todos los perfiles de la extensa clasificación de editores hablamos, el editor académico es esencialmente un negociador.
A veces es ese estereotipo del mensajero representado por Mercurio o Hermes, que en el caso de la edición científica, va de un lado al otro negociando la magnitud de una promesa de visibilización, los recursos que se requieren para lograrlo –preocupación que los editores comerciales no están muy seguros de que exista entre nosotros–, las políticas de estado, las propias autoridades, sus autores, la desconfianza de los medios de comunicación con respecto a lo digeribles que puedan ser nuestros contenidos, a veces, con uno que otro colega que acaba de llegar a la extraña edición académica. Este personaje, además de estar iluminado en su interior por esa superstición e intuición, es un estratega que debe conjugar el gran peso de las exigencias administrativas de todo orden con una visión de futuro de la ciencia desde una perspectiva eminentemente editorial.
(JMS)
[Boletín UN Investiga 232, 20 de noviembre de 2014]
Última actualización el Sábado 22 de Noviembre de 2014 - 16:35
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