Naomi Kawase - Saber acariciar la pérdida

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Cultura|s La Vanguardia

Sábado, 4 abril 2015

‘Aguas tranquilas’ Estreno del último filme de la directora nipona Naomi Kawase, la historia de dos adolescentes con el poder envolvente del océano

El mar está vivo ANNA PETRUS

A pesar de que la conexión entre la naturaleza y el hombre es un recurso recurrente en su filmografía, es la primera vez que la cineasta japonesa Naomi Kawase se adentra en la tarea de filmar el mar. En sintonía con el pálpito autobiográfico que subyace a su obra, la decisión de construir la historia de los adolescentes Kyoko y Kaito alrededor del poder envolvente del océano tiene que ver con el descubrimiento acontecido hace unos pocos años sobre el lugar de procedencia de sus ancestros: la isla Amami-Oshima, justamente donde fue rodada la película. De algún modo,

pues, con Aguas tranquilas, Kawase firma el final de un trayecto, vital y cinematográfico, a través del cual ha buscado constantemente su lugar en el mundo intentando entender en una primera etapa por qué fue abandonada por sus padres al nacer y sumergiéndose en una espiritualidad que integra los ciclos de la vida y la muerte como dos procesos indisociables tras convertirse ella misma en madre. Con Aguas tranquilas, pues, Kawase retoma los temas centrales de su filmografía (la transición de la infancia a la edad adulta, la superación de la ausencia y el duelo, la necesidad de filiación en la

construcción de la identidad) para mostrarlos desde la madurez aportada por la reciente muerte de su tía abuela, Uno, la mujer que la crió y que puede considerarse la gran protagonista de la vertiente más doméstica de su obra. Con Aguas tranquilas Kawase alcanza así una de las cotas más altas de su trayectoria tanto en el aspecto temático como en la traducción formal de su personal e inconfundible cosmogonía. La película muestra el tránsito hacia la edad adulta de dos adolescentes que deben lidiar con la ausencia de sus progenitores de modos distintos aunque comple-

perfil Naomi Kawase

Saber acariciar la pérdida PAULA ARANTZAZU RUIZ

¿Cómo volver a tomar aliento cuando algo desaparece, cuando alguien te ha abandonado? ¿Cómo respirar de nuevo? ¿Cómo volver a atrapar el mundo con las manos cuando se conoce el vacío pero, sobre todo, cómo hacer entender, representar, filmar ese cúmulo de pérdidas? Cuando era apenas una niña, el padre de Naomi Kawase (Nara, Japón, 1969) se deshizo de ella dejándola al cuidado de su tía abuela y, años más tarde, la autora ha hecho del cine el instrumento desde el cual adentrarse en el dolor de aquella ausencia para paliar ese desgarro que nutre su imaginario desde que empuñó la cámara. Es una ausencia que se revela en toda su profundidad y que toma en el cine de la japonesa la forma de distintos avatares, desde la misma figura paternal cuya búsqueda centra el documental Embracing (1992) o la desintegración familiar que sigue a la desaparición de uno de sus miembros en Sukazu (1997), a ese “¿Dónde está todo el mundo?”, inquietante pregunta con la que se abre Sky,

Wind, Fire, Water, Earth (2001)– mediometraje acerca de la muerte del padre–, o al hermano evaporado de la faz de la tierra en el filme Shara (2003). Esos agujeros familiares son un pálpito en el cine de Kawase pero no los únicos síntomas de que la vida es también el relato que nos ayuda a saber acariciar una pérdida: la muerte y su amenaza tiñen de melancolía tanto Letter from a yellow cherry blossom (2003) como la lírica El bosque de luto (2007) o su último largometraje, la no menos preciosista Aguas tranquilas (2014). Perder a alguien es, al fin y al cabo, también extraviarse uno y, por tanto, un escenario donde coger aire de nuevo para encontrar el eje de gravedad desde el que construir otra vez la propia identidad. Vida y muerte, nacimiento y deceso, el ciclo inevitable de la existencia y sus tránsitos emocionales dominan, así pues, las narraciones de la cineasta: en Tarachime (2006), Kawase se dirige a sí misma en el papel de madre filmando cómo da a luz a su hijo, pero también en el papel de hija plañendo

el fallecimiento de su madre adoptiva. El origen y el final unidos por el cordón umbilical que en Kawase vincula familia y cine, sin temor a mostrar la intimidad como un acto obsceno porque lo privado es un territorio que uno crea y cuyos límites pueden ser traspasados cuando los interrogantes lo reclaman. De este modo, las historias de Kawase son también sensibles a las fricciones entre lo cotidiano y lo sublime, la lejanía y el contacto, o entre las fuerzas de la naturaleza que en sus películas Sukazu, Shara o Aguas tranquilas sacuden las emociones escondidas de sus protagonistas. Es probable que en sus trabajos primerizos, brutos y heterogéneos documentos autobiográficos, esos vaivenes entre contrarios quedaran mejor integrados en la película, pero incluso las obras de corte canónico de la nipona evocan, como asegura el cineasta francés Erik Bullot, el movimiento que se da entre “la insistencia y la retirada”, como el oleaje a merced de la imprevisible marea del yo, en el umbral de un precario equilibrio.

las claves FAMILIA En el cine de Naomi Kawase la unidad familiar es un conjunto frágil, marcado por la desaparición de alguno de sus miembros. Gran parte de su trabajo documental, además, ha tomado a su propia familia y su biografía personal como material cinematográfico. GÉNEROS En cada una de sus películas la nipona ha ido experimentando con una miríada de géneros, desde el documental al diario o la ficción de autor. TRÁNSITO Calles que se circulan a toda velocidad, puertas que se cruzan o atraviesan: los tránsitos remiten a las evoluciones emocionales de sus personajes. CÁMARA EN MANO Tomas largas y planos secuencias forman parte de su estilo como cineasta.

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mentarios: Kaito debe aceptar la separación de sus padres mientras que Kyoko debe enfrentarse a la muerte de su madre. Desde la posición de quien ha logrado acceder a la sabiduría, Kawase muestra la fragilidad de los jóvenes con una cámara trémula, aún dubitativa, como en sus primeros documentales rodados en Súper 8, que, sin embargo, acaba por transmitir la enorme fortaleza que la trasciende y que caracteriza su cine. “El mar da miedo porque está vivo” dice Kaito a Kyoko sin darse cuenta de que, en realidad, es la energía vital de la naturaleza la que le empuja a hacerse mayor y que lo

ra. Siempre apoyándose en el temblor de la cámara que es capaz de emocionarse con cada detalle de los rostros de los asistentes, la secuencia contiene una fuerza inaudita reforzada por los cánticos y los destellos de luz que se cuelan en la habitación de la moribunda. Kawase dota así de una dramatismo positivo, luminoso y renovado a una escena que en Occidente sería probablemente rodada en la más profunda oscuridad y tristeza. Como dos espejos que se deslumbran uno al otro, las secuencias del nacimiento y de la muerte revelan la necesidad de superar una ausencia tras cada nueva vida

Su padre se deshizo de ella, dejándola a una tía abuela; en su obra, son centrales la superación de la ausencia y la necesidad de filiación

La directora Naomi Kawase durante el Festival de Locarno, 2012 FOTO: GETTY IMAGES

que le da miedo es precisamente esa transición. En este sentido, Kaito y Kioto, como Shigeki y Machiko en El bosque del luto (2007) o Shun, el hermano gemelo de Shara (2003), resumen y llenan los procesos vitales de la propia Naomi Kawase desde una serenidad que, sin embargo, nunca antes habíamos visto. Una de las secuencias más reveladoras al respecto acontece en el momento del tránsito hacia la muerte por parte de la madre de Kyoko. Kawase filma el ritual de acompañamiento con el mismo fulgor con el que rodara en su día la escena del alumbramiento en Sha-

(como la del hermano desaparecido en Shara), y de buscar una nueva vida tras cada muerte (como en Aguas Tranquilas). Y cuando el viejo pescador Kamejiro confunde a Kyoko con su tatarabuela, Kawase pone al fin en boca de los personajes su creencia en la reencarnación constante de la vida al tiempo que subraya el poder incognoscible de la naturaleza por encima de la prepotencia del hombre. Es por ello que la secuencia en la que asistimos a los trabajos de unas máquinas excavadoras, que devastan el bosque salvaje de la isla, duele y empuja al espectador a verse en su extrema pequeñez. |

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Kaito y Kyoko (Nijiro Murakami y Jun Yoshinaga) crecerán juntos, descubriendo los ciclos de la vida, la muerte y el amor

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