Música clásica y popular en la sociedad posmoderna del siglo XXI

August 20, 2017 | Autor: R. Montes Rodríguez | Categoría: Music, Musicology, Popular Music, Classical Music, 20th and 21st-Century Music
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Descripción

UNIVERSIDAD DE GRANADA MÁSTER EN INVESTIGACIÓN E INNOVACIÓN EN CURRÍCULUM Y FORMACIÓN INVESTIGACIÓN, INNOVACIÓN E INTERVENCIÓN EN EDUCACIÓN MUSICAL RAMÓN MONTES RODRÍGUEZ

MÚSICA CLÁSICA Y POPULAR EN LA SOCIEDAD POSMODERNA DEL SIGLO XXI

El objetivo de este texto es reflexionar acerca de cuál es la función y el papel del arte musical en este siglo que empezamos a caminar hace más de una década. Para ello es necesario hablar, aunque sea de forma tangencial y brevemente, de relativismo cultural, de globalización, de tecnología y también de política. Son muchos los cambios que la sociedad está “sufriendo” en estos últimos años en todos los niveles, nunca se había transformado tanto la forma de entender las individualidades ni se habían modificado las relaciones sociales y colectivas en tan corto periodo de tiempo como está sucediendo en nuestros días, por lo que creo es un tema de radical importancia. Aunque no son muchos, son bastantes los autores que han profundizado en estas temáticas desde una perspectiva y óptica musical, y por lo tanto, en este documento voy a tratar de reflejar mi punto de vista apoyándome en estos textos de autores de renombre que se han hecho eco de la importancia de hablar y pensar la música y sobre música en los tiempos que corren. Si nos remontamos al siglo pasado, más de treinta años atrás el músico y educador Christopher Small (1980) nos hablaba de “dos culturas” en la sociedad, que está dividida entre quienes están al lado de la ciencia y quienes no lo están. Esta forma de pensar, esencialmente modernista y tan presente a la hora de hablar de música clásica1, choca de lleno con los principios de un pensamiento más posmodernista en el que décadas después la sociedad está sumida. Una sociedad que no cree en dicotomías cerradas de carácter dual, sino que promueve el pluralismo y la diversidad por encima del poder positivista que tenía la ciencia entendida desde una visión más modernista. Small (ibíd..) aunando artes y ciencias habla en su libro “Música, Sociedad, Educación” de lo asombroso de los logros del arte musical desde 1600 hasta 19102, donde la música alcanza su plenitud armónico-tonal, e intenta vincular el arte con la ciencia, para lo que                                                                                                                

1  Cuando  me  refiero  al  término  clásica  no  estoy  hablando  de  exclusivamente  de  música  del  clasicismo,  sino  a  

toda   la   música   de   origen   académico.   Independientemente   en   este   texto   se   usarán   los   términos   música   académica,  docta  o  culta,  para  referirse  al  mismo  tipo  de  música.     2  Periodo  en  el  que  se  centra  en  este  libro.  Habla  de  música  posrenacentista.  

 

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es necesario hablar de lo que él denomina “Segunda Ciencia”, siendo ésta la ciencia desarrollada a partir del siglo XVI y que produce un cambio en el centro de interés del conocimiento que se produce en Europa, convirtiendo al hombre en el ser que se sitúa en la cima de la pirámide, separado y abstraído de la naturaleza, para analizar ésta desde una visión más objetiva, distante. El concepto es mucho más profundo, y el autor lo relaciona intensamente con la revolución industrial, el capitalismo, así como con el ideal de progreso o del desarrollo del sistema armónico-tonal, pero lo importante a mi parecer para desarrollar este texto es cómo Small relaciona ambos mundos. Durante este periodo de esplendor musical, la figura del compositor se distancia de su obra, del mismo modo que el hombre científico se ha distanciado de la naturaleza. Con esto, la concepción de la música cambia. El producto musical es por lo tanto un producto acabado, finito, y por lo tanto, consumible. Y hasta la saciedad se ha consumido (y se consume) este producto musical cerrado, por la sociedad de varios siglos. A la cuestión a la que nos enfrentamos actualmente, y sobre la que Small también reflexiona con la sociedad del siglo pasado, es a la necesidad de encontrar nuevos lenguajes musicales que superen el agotamiento del sistema armónico-tonal que tanto (y tan bien) se explotó durante más de tres siglos. Con la afortunada metáfora de un “cuello de botella”, Small explica cómo algunos autores superaron durante el siglo XX esta coyuntura intuyendo una nueva realidad musical de rasgos totalmente diferentes a la música postrenacentista, que también supone entender la sociedad (ya diferente per se) desde otra óptica diferente. Y creía profundamente en las posibilidades de estas nuevas músicas para dar un salto hacia delante y superar la etapa armónico-tonal, y con ello, tener una gran influencia a la hora de transformar la sociedad. Para este autor, la herramienta más poderosa a tener en cuenta a la hora de la transformación es la educación musical, como agente de cambio del propio sistema educativo, capaz de crear una perspectiva de cambio, una sociedad potencial donde la participación, la colaboración y la convivencia con la naturaleza estén más presentes. Treinta y cuatro años después de sus textos, la realidad, al menos local y nacionalmente, dista amplia y desgraciadamente de los deseos y formulaciones de Small. La música y el arte en general se ven perseguidas en este país cual convicto que ha escapado de su prisión, y más ferviente es este acecho si nos centramos en la parte más “educativa” de esta disciplina, que con los nuevos planes universitarios ha visto relegado su espacio y su tiempo a la ridiculez de un cuatrimestre de formación inicial del profesorado. Un profesorado con mención de “especialista” en Educación Musical que no sabe aún si podrá ejercer su profesión como educador musical en un colegio, ya que también la

 

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música como asignatura obligatoria en la etapa de educación primaria está siendo cuestionada y parece tener los días contados. Malos tiempos pues para dejar la tarea de transformar a una educación musical que agoniza. Desviando un poco el tema y retomando el concepto de “capacidad transformadora” de la música del que habla Small, debemos pensar en el momento actual de la música culta o clásica, en este país esencialmente (pues es la única realidad que conozco de primera mano). Hoy en día en las salas de conciertos, cada vez con la audiencia más envejecida, son pocos los que se atreven a copar sus programaciones de música compuesta en el siglo XX o XXI. Prácticamente llenas están sus butacas cuando Händel, Beethoven o incluso Wagner o Mahler hacen acto de sonora presencia. Son menos los que se atreven a embarcarse en un viaje musical con Cage, Ligeti o Glass. El premiado crítico especialista en música clásica Alex Ross (2009), en el prólogo de su aclamado libro “El ruido eterno”, se cuestiona por qué otras disciplinas artísticas como las artes plásticas o el cine experimental sí han sido ampliamente asimiladas por el gran público, y sin embargo, la música contemporánea aún sigue perteneciendo a una esfera diminuta por comparación. “Mientras que las abstracciones de Jackson Pollock se venden en el mercado del arte por cien millones de dólares o más, y las obras experimentales de Matthew Barney o David Lynch se analizan en las residencias universitarias de una punta a otra de Estados Unidos, el equivalente en música sigue provocando olas de desasosiego entre los asistentes a conciertos y tiene un impacto apenas perceptible en el mundo exterior.” El propio Ross hace referencia a aquello que subrayaba Small, al impacto en el mundo exterior, en la sociedad, y en cómo estas “nuevas” músicas cultas o académicas no están sabiendo o no están pudiendo utilizar sus lenguajes para transformar y participar del cambio de una sociedad que cada vez recurre más a otros artes para construir su ser, o a la propia música pero no en su corriente más clásica o académica, sino a través de nuevos géneros de música popular. El pensamiento sonoro del ciudadano del siglo XXI parece alejarse de las abstracciones de la música académica de las últimas décadas para aproximarse a otras realidades musicales menos exigentes o más complacientes con el oyente. Aunque esto no siempre sea así, puesto que la música popular también se ha servido de estructuras y de sonidos de la música culta desde sus orígenes, llegando a ser también en casos determinados un ejercicio de profunda

 

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intelectualidad para el que la escucha. Podemos hablar de bandas internacionales como Radiohead o Muse, o del panorama musical nacional, como Standstill. Sus composiciones pop-rock (sin el afán de etiquetar), lejos del mundo de la música académica, han sabido aproximarse a ésta para la creación de verdaderos himnos musicales que sin embargo no son precisamente sencillos o simples musicalmente hablando. Sobre esta dicotomía, este choque entre músicas de la esfera culta o proveniente de la cultura pop también incide Ross (ibíd..) restándole importancia. Para él ya no tiene sentido enfrentar estas dos formas de entender la música, pues los compositores de música académica más jóvenes han crecido rodeados de música popular, luego la utilizan o no, según convenga o exija la ocasión. El autor americano pretende con su libro, bastante accesible para neófitos en lo musical, encender una llama que ilumine un poco el apagado mundo de los conciertos de música clásica contemporánea. Desconozco si este tipo de iniciativas destinadas al público no especializado se convertirán en un mayor interés por el arte musical académico más cercano a nuestros días o si por el contrario, seguirán sus leves impulsos y estertores de vida cerca de extinguirse por completo, o de deslavazarse totalmente (como si se pudiera) de los oídos de la sociedad con la que convive para centrar sus esfuerzos en un proceso creativo puro que no tenga en cuenta a la audiencia. Hace ya muchos años, un Walter Benjamin pre-Segunda Guerra Mundial advertía que cuanto más disminuyera la importancia de un arte en la sociedad, más se separaba el público de la actitud crítica y fruitiva o de disfrute. Lo que sí parece estar bastante claro, es que no va a ser fácil sanar la brecha existente entre música académica y sociedad del siglo XXI, ya que son necesarias aproximaciones de las dos partes para devolver la salud a un arte que parece condenado a pasar desapercibido. Esto supone, como posible solución, que debemos educar musicalmente en consecuencia, y aquí hablo como educador más que como músico, para aproximar a la sociedad desde su más tierna infancia a estos nuevos lenguajes musicales, y también renunciar (en la medida de lo posible) a chocantes abstracciones musicales por parte de los creadores, que puedan no conectar con la audiencia, o al menos con una parte de ella. Aunque con este acercamiento de posturas se nos abre también otro mar de cuestiones: ¿debe el compositor pensar en la audiencia a la hora de crear? ¿perturba esto el proceso creativo? ¿debe subordinarse aunque sea levemente a los gustos del público? Es el eterno dilema presente en todas y cada una de las artes: la literaria, la plástica o la cinematográfica (con mejor aceptación de la sociedad en sus vertientes más innovadoras o transgresoras) y por supuesto también la musical. Según con la óptica con la que miremos, la respuesta a estas

 

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preguntas será distinta, y determinará nuestra posición frente a la música académica. Desde mi humilde visión, parte de la solución a este distanciamiento como comentaba Small la podemos encontrar en la educación. Si educamos musicalmente en consecuencia y hacemos sensibles a las nuevas formas de expresar la música culta a las nuevas generaciones, por muy difícil que nos lo pongan los medios actuales (tan agentes socializadores y educadores como la propia escuela) y su poca difusión de esta música, ya habremos recorrido parte del largo camino. Pero claro, ¿qué música se enseña en nuestras aulas? La respuesta a esta pregunta nos desviaría del tema a tratar, por lo que queda relegada a otra ocasión. Lo que sí podemos tener en cuenta es que desde la escuela, quizás en esas otras artes contemporáneas, aceptadas en mayor grado por la sociedad, se esté educando de distinta forma a como se ha estado haciendo (y se hace) con la música. Es necesario también hablar de medios, teniendo que vincular éstos al tema musical y cómo el desarrollo tecnológico ha tenido un gran impacto en este arte desde siempre, pero sobre todo a partir del siglo XX. Para Aróstegui (2008), “la historia de la música es, en parte, la del desarrollo tecnológico que comporta, desde la construcción de los instrumentos más sencillos hasta la digitalización del sonido”. Estas tecnologías, tal y como comenta el autor han influido seriamente en los hábitos de producción y consumo musical de la sociedad, y también han modificado la música como tal. Modificaciones que no suceden por ejemplo en la búsqueda de la perfecta ejecución de los grandes clásicos de la música académica, donde la tecnología de la que se sirve la música sigue siendo la partitura. Exceptuando claro está, grandes grabaciones discográficas de estos clásicos que se han beneficiado de las nuevas técnicas de grabación digital. Volviendo a Ross, éste comentaba en una entrevista a La Vanguardia3 que “la misma música dance que bailan los jóvenes en las discotecas no se entiende sin el vanguardismo y el minimalismo” y viceversa, añado. Es decir, no sólo la música popular se ha nutrido de los avances creativos de la música culta del siglo XX, sino que también la música culta se ha servido de las tecnologías de vanguardia (creadas principalmente para la música popular) para continuar su proceso creativo. Como comentaba con anterioridad, la música académica no está actualmente en el centro de los gustos culturales de la sociedad, sino en grupúsculos pequeños de gente determinada. Y esto, tiene varios factores negativos, como la poca incidencia del propio arte en la futura construcción ciudadana, pero también permite a los compositores, al                                                                                                                

3  Disponible  en:  http://www.lavanguardia.com/cultura/20090914/53783682359/alex-­‐ross-­‐la-­‐musica-­‐

clasica-­‐es-­‐el-­‐nuevo-­‐underground.html  

 

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alejarse de las masas, una mayor libertad creativa. Se comentó, por ejemplo como curiosidad, que tras el clasicismo que todos los horizontes de la música tonal estaban ya explorados, y se equivocaron de lleno. Lo mismo se extrapola al momento actual, y la música académica del siglo XX y comienzos del XXI puede que sea vista con otros ojos y perspectiva en el futuro. Aunque eso es tal vez aventurarse demasiado, nadie sabe qué puede suceder, pero al menos albergamos esa esperanza. Hoy en día, son tres las “B” que definen el panorama de la música global según Noya (2011): Baremboim y su fundación como figura visible de la tradición culta; Karl Berger desde la esfera del jazz con su Estudio de Música Creativa de Woodstock; y Bono, líder de U2 y sumo sacerdote del rock a nivel mundial. En los tres podemos ver y analizar que sus actuaciones no se quedan exclusivamente en lo musical, sino que van más allá interfiriendo en la esfera de lo político a nivel global, algo que también es característico de este arte (y de otros) en nuestros días, hasta en la tradición más clásica. Su performatividad, o capacidad de cambiar o modificar algo existente, presentando la música “como lugar de interacción entre lo interior y lo exterior” (Rodríguez-Quiles, 2013). Otra de las características actuales de las artes en general, y que define también a la música en particular es la no existencia de un género musical hegemónico y único, sino que el público está ampliamente dividido, entre aquellos que disfrutan del sencillo pop de radio-fórmula, los que aún se aferran al rock, blues o jazz más clásico (que pueden ser comparados con los que se aferran a los periodos clásico o romántico de la música culta), aquellos que rapeando encuentran la belleza lírica de las palabras, los que disfrutan de nuevos géneros y músicas más experimentales o alternativas, y también, como no, los que gozan con la música clásica, según Ross, “el nuevo underground”. La educación musical debería por lo tanto educar al respecto, ya que es un área que permite que los estudiantes decidan y argumenten por sí mismos en el sentido que prefieran una cosa u otra, de forma más sencilla que en otras áreas (Aróstegui, 2011). John Cage en una grabación del año 1992, observando el panorama de las diversas músicas cultas del siglo XX comentaba al respecto:

 

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“Vivimos en un tiempo en el que creo que no hay una corriente principal, sino muchas corrientes, o incluso, si se quiere pensar en un río de tiempo, que hemos llegado a un delta, puede que incluso más allá de un delta, a un océano que se extiende hasta el cielo.” 4 No podemos obviar que el caldo de cultivo, el contexto del siglo XX a nivel social, cultural y económico es completamente distinto al que por ejemplo se encontraron los compositores en otras épocas como el clasicismo o el romanticismo, más propio para la creación artística individual. El convulso siglo XX y el prácticamente recién nacido siglo XXI están marcados por el auge de la tecnología, políticas de marcado acento exclusivamente económico (y poco cultural) y la globalización como manto que todo lo cubre. Si bien los compositores de música culta se han podido servir de nuevos medios tecnológicos para sus creaciones, ni el mundo de la política o del marketing planetario ni la globalización derivada de estos han jugado mucho a su favor. La música popular ha ido comiendo terreno a la música académica que ha visto reducidos de forma drástica sus marcos de actuación y exposición, así como su impacto social. Sin embargo, encuentro contradictorio que en un mundo donde las TIC han democratizado el acceso a la cultura (ya sea de forma legal o ilegal), los actuales compositores no hayan encontrado un espacio mayor donde presentar sus obras que abarcara un espectro más amplio de población. Entendiendo la música clásica y su línea temporal de la forma más modernista y empirista posible, se puede ver cómo existía un progreso visible hasta comienzos del siglo XX donde cada compositor fue un paso más allá y consiguió un hito más que añadir a la historia de este arte. A partir de ahí existe una ruptura, un salto, una brecha que la sociedad en términos generales aún no ha terminado de saltar. Pero todo esto visto con otros ojos más relativistas propios de la sociedad posmoderna en la que nos encontramos puede entenderse de otra forma, no como un camino recto, como una línea unidireccional, sino como un árbol con cientos o miles de bifurcaciones, todas ellas presentes, unas más verdes y otras más secas, unas más visibles y otras más escondidas, pero todas ellas con una misma raíz sin la cual no serían nada. Es evidente que existe un agotamiento del sistema tonal, pero son muchos los compositores que sin inventar nuevos lenguajes han explorado y buscado la belleza en la música a través de otras búsquedas compositivas. Del mismo modo, considero totalmente innecesario seguir incidiendo en la diferenciación entre músicas clásica y popular. Queda claro que en la                                                                                                                 4  Texto  extraido  de  Ross,  A.  (2009).  El  ruido  eterno.  Barcelona:  Seix  Barral  (Pág.  425)    

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actualidad ambas se nutren de la otra, algo que no es nuevo, sino que desde siempre ha existido este hecho. Desde el mismísimo Mozart hasta Bartók, todos se han valido de la fusión con otras músicas de carácter más popular o folklórico para sus composiciones. A modo de reflexión final, hago hincapié en esto último, la ruptura o línea de separación que durante muchos años ha existido entre la música popular y la culta, hoy en día está algo más difuminada y oculta. No hay una jerarquía, una buena y otra mala, sino que en el relativismo de nuestros días existe un fluir, un convivir y un coexistir, y esto nos lleva a una nueva forma de pensar la música, un “nuevo orden musical” (Aróstegui, 2008) que está tratando de adaptarse a las circunstancias económicas, sociales y culturales de la sociedad actual, y es aquí donde entra en juego una nueva educación musical, más plural y accesible, menos centrada en los parámetros más objetivos de la música y más focalizada en el gusto por lo estético, lo bello. No olvidemos nunca que estamos hablando de un arte, y que necesitamos de creador y receptor para que se establezca un nexo, un vínculo. La novena sinfonía de Beethoven no se completa, no es tal, hasta que alguien no la escucha, hasta que alguien no la vive. Todo esto debiera suceder sin caer en el absoluto pragmatismo del mundo neoliberal a escala cuasi-global que vivimos, luchando por que las nuevas creaciones artísticas se abran paso a la par que conservamos el patrimonio musical que durante tantos años hemos acumulado. No es ni debe ser una lucha, sino una conjunción.

 

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Referencias bibliográficas Aróstegui,  J.L.  (2008).    “Brahms  como  miscelánea:  música  y  educación  musical  para   una   era   posmoderna”,   en   Aróstegui,   J.L.   y   Martínez,   J.B.   (coords.):   Globalización,  Posmodernidad  y  Educación.  Madrid:  Akal.   Aróstegui,   J.L.   (2011).   “Por   un   currículo   contrahegemónico:   de   la   educación   musical  a  la  música  educativa”.  Revista  da  ABEM,  19  (25),  19-­‐29.   Benjamin, W. (1990). Discursos interrumpidos I. (En la obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica). Madrid: Taurus. Noya,   J.   (2011).   Armonía   universal.   Música,   globalización   cultural   y   política   internacional.  Madrid:  Biblioteca  Nueva.   Rodríguez-­‐Quiles,   J.A.   (2013).   “Educación   musical   performativa   en   contextos   escolares   interculturales.   Un   estudio   de   caso”.   Enseñar   Música.   Revista   Panamericana  de  Investigación,  1,  45-­‐70.   Ross, A. (2009). El ruido eterno. Escuchar al siglo XX a través de su música. Barcelona: Seix Barral. Ross, A. (2009). Entrevista en el diario La Vanguardia (14.09.2009). Versión electrónica disponible en: http://www.lavanguardia.com/cultura/20090914/53783682359/alex-ross-lamusica-clasica-es-el-nuevo-underground.html Small, C. (1980). Música, sociedad, educación. Madrid: Alianza.    

 

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