Modelos explicativos del comportamiento electoral

July 17, 2017 | Autor: R. Flores González | Categoría: Psicologia Política, ELECCIONES POLITICAS
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Descripción

2. MARCO TEÓRICO

Modelos explicativos del comportamiento electoral1, 2 El estudio de las contiendas electorales es un campo de investigación central para la rama de la psicología conocida como psicología política. Lo anterior debido a la relevancia de las consecuencias que tiene el resultado de una elección en la vida de un estado democrático, y a la vez, debido a la incertidumbre que se genera cuando en un evento de tal trascendencia, intervienen una gran cantidad de variables. !

Para los interesados esto no es problema menor, y a partir de ahí, pueden empezar

surgir ciertas cuestiones fundamentales, dependiendo del rol que se juegue en la contienda. Para un votante, por ejemplo, la pregunta fundamental es ¿Cómo elegir al candidato que mejor represente mis intereses?, mientras que los candidatos, por su parte, están preocupados por conocer la manera de inclinar la preferencia de los votantes a su favor. !

Diversas cuestiones se han estudiado al respecto del comportamiento de los

electores a lo largo de la campaña electoral. En un inicio, se popularizó la idea de que los votantes eran en su mayoría sujetos pasivos que emitían un sufragio dependiendo de ciertas influencias que recibían del medio social. Campbell, Converse, Miller, y Stokes (1960) desarrollaron un modelo explicativo de los electores norteamericanos, que clasificaba las influencias como de largo y corto plazo. A este modelo se le conoce como “el modelo Michigan”. La evidencia colectada en los estudios de este grupo de investigadores sugirió que el votante norteamericano tenía una escasa formación

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Flores, R. (2015). Modelos explicativos del comportamiento electoral. En Influencia de la ideología, las actitudes, y el conformismo social en el comportamiento electoral de estudiantes universitarios. Tesis doctoral no publicada, p.p. 17 - 50 Universidad de Guanajuato, León, Guanajuato. 2

Con la colaboración del doctor Luis Felipe García y Barragán, director de tesis. Y los doctores Gabriela Navarro Contreras, Francisco Laca Arocena, Tonatiuh García Campos y Fredi Everardo Correa Romero; sinodales. 17

ideológica, y por lo tanto su voto no era producto de un ejercicio intelectual, sino más bien, del grado de identificación no racional que los sujetos sentían por un partido en especial. Esta identificación se desarrollaba lentamente a lo largo de la historia personal del votante, principalmente a edades tempranas, debido a la influencia de las opiniones emitidas por personas clave –sus familiares, por ejemplo– en su medio social. Asimismo, las opiniones políticas que los votantes desarrollaban de esta forma, parecían ser muy estables y mostraban una alta resistencia a la argumentación y al cambio en general. Estas conclusiones además eran coherentes con un estudio previo hecho por Lazarsfeld (1944), que se había realizado sobre el efecto de las campañas en el votante norteamericano, y que indicaba que la mayor función de éstas era la de detonar el comportamiento de voto de los simpatizantes de un partido. Es decir, no se esperaba que las campañas convencieran a los votantes de elegir a un candidato, sino que reafirmaran la predisposición ya existente en las personas de votar por un candidato en especial. !

Las afirmaciones despectivas del modelo Michigan con respecto a los votantes,

entran en crisis en la década de los sesentas, en la que proliferaron en el mundo los movimientos políticos en pro de las libertades civiles, y las revueltas estudiantiles. El grado de movilización y conciencia política alcanzado por los ciudadanos de ese entonces, no permitía hablar más de personas desinteresadas y pasivas. Surge así un movimiento revisionista que afirmaba que el nuevo votante norteamericano se concentraba más en las propuestas de los candidatos, que en reproducir antiguas estructuras sociales, y que afirmaba que las actitudes políticas del electorado, eran más volubles de lo que el modelo Michigan pretendía (Nie, Verba, y Petrocik, 1979). Esto, a la postre, resultó una exageración según Bartels (2008), pues las Encuestas Nacionales Electorales (NES, por sus siglas en inglés), llevadas a cabo en Estados Unidos del año 1972, al año 1976, comprobaron que no existía diferencia en las actitudes políticas de los votantes de esos periodos con respecto a aquellos de 1960 o anteriores. Bishop, 18

Oldendick y Tuchfarber (1978), por otra parte, demostraron que la supuesta variación de la opinión pública expuesta por los revisionistas, podría bien deberse a la forma en cómo se redactaban los ítems de sus encuestas. Quedó sin embargo, la duda sobre si los votantes desempeñaban un papel más activo en las elecciones, que el de simple receptores de los mensajes propagandísticos emitidos por los candidatos. !

Anthony Downs (1957), se dirige a esta cuestión desde una óptica diferente.

Siendo economista de formación, formula una teoría racional del voto según la cual, los mismos principios que guían la relación entre comerciantes y consumidores, se aplican a la interacción entre votantes y partidos políticos. Por una parte los partidos tratan de conseguir la mayor cantidad de votantes posible, mientras que por otro, los votantes tratan de maximizar los efectos de su elección; y tanto partidos como votantes buscan realizar esto con el menor esfuerzo posible.

Las personas racionales no están interesadas en las políticas por sí mismas, sino en sus propias utilidades [beneficios hipotéticos o reales de que cierto partido se halle en el poder]. Si en el presente, consideran que sus utilidades son muy bajas, podrían creer que cualquier cambio que se presente tiene posibilidades de aumentarlas. En tal caso, sería racional que votaran en contra del partido oficial, por un cambio en general. Por otro lado, las personas que se estén beneficiando de las políticas del partido en el poder, tenderán a sentir que un cambio –con mayor probabilidad– más que ayudarlos, los perjudicaría. De manera racional, por lo tanto, votarán por el partido oficial, en contra de cualquier cambio (Downs, 1957 p. 57).

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Las conclusiones de Downs explican, por lo tanto, que la desinformación ideológica

de los votantes en general no es fruto de su apatía o su pasividad política, sino que nace de un proceso racional mediante el cual, el elector decide que conocer la ideología política de los partidos en contienda, no es tan importante como evaluar las experiencias

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que se han tenido con un partido o con otro. Lo cual tiene bastante sentido, en tanto la ideología política de los partidos suele no tener conexión con su forma de gobierno. !

Tomando en cuenta el análisis de Downs, otros investigadores consideraron la

posibilidad de que el votante realizara su elección centrándose en su experiencia con el partido oficial (Fiorina, 1981; Key, 1966). Si bien la propaganda electoral no contiene datos valiosos, y la mayoría de los ciudadanos están poco dispuestos a invertir en conocimiento para tomar una decisión; por muy poca información que tenga cualquier ciudadano, siempre tendrá consigo la experiencia de lo que significa vivir bajo el régimen del partido gobernante. Los trabajos de Fiorina, Key, y Downs, son por lo tanto, evidencia de que el papel del votante en la elección, es más activo de lo que el modelo Michigan pronosticaba; lo cual no necesariamente significa que su elección sea la más acertada, que sea políticamente consciente, o esté bien informada. !

Redlawsk (2004), trata de resolver la cuestión de cómo los votantes obtienen

información sobre los candidatos por los que han de votar. Al respecto, señala que es común asumir que es un deber cívico del ciudadano, tomar una decisión razonada, después de haber buscado y asimilado una gran cantidad de datos sobre sus opciones. No obstante, se sabe que esto no ocurre con frecuencia, lo cual no necesariamente es señal de un ejercicio irresponsable de la ciudadanía. Redlawsk, argumenta que los humanos no estamos programados para tomar decisiones sólo racionalmente y que, en el caso de las elecciones en particular, los votantes pueden asumir diferentes estrategias dependiendo de sus características personales y el ambiente en el que se desenvuelve la campaña. Por ejemplo, sostiene que los electores prefieren estrategias de búsqueda de información más estructuradas, en escenarios electorales complicados, no siendo así en escenarios simples. !

Ampliando estas consideraciones, Lau y Redlawsk (Lau y Redlawsk, 2006),

reconocen cuatro modelos explicativos sobre cómo los votantes toman su decisión en 20

base a la información que buscan y obtienen durante las campañas. Estos modelos corresponden, a su vez, a sendos arquetipos de votantes, de los cuales sólo uno toma decisiones de manera puramente racional; amasando una cantidad considerable de información respecto a cada candidato y analizándola antes de emitir una opinión. Otro tipo de votantes, de manera intuitiva, elige a un candidato sobre quién buscar información; si lo que hallan les satisface, entonces dejan de buscar. Un tercer tipo de elector, elige una serie de asuntos de importancia para él, y realiza comparaciones entre candidatos sólo en base a esos asuntos. Por último, una cuarta categoría de votantes únicamente se dedican a buscar información que confirme una decisión que ellos han tomado de antemano, por fidelidad a cierto partido, corriente política; o porque históricamente ellos o su familia han votado de tal o cual manera. !

Los investigadores posteriores a Downs, insisten por lo tanto en hablar de la

existencia de un voto racional. Al respecto, habría que preguntarse si esto quiere decir que el votante toma decisiones racionalmente, o si quiere decir que estas decisiones pueden explicarse racionalmente. Más allá de la racionalidad, es innegable que existen otros factores que influyen en las decisiones del votante. !

McGhee y Sides (2011), por ejemplo, señalan que su estudio “demuestra que la

afiliación política de los votantes depende más de las actividades de campaña, que de los fundamentos políticos y económicos [de la sociedad]”. Lo cual es una contradicción de las teorías de voto racional retrospectivo, expuestas anteriormente. De acuerdo con estos investigadores, las movilizaciones políticas que se realizan durante la campaña electoral, son cruciales para el resultado de una elección: “Mientras mayor sea el dominio de un partido sobre otro durante la campaña, mayor será el número de sus simpatizantes que acudan a las consultas”, siendo además, el dominio de un partido sobre el otro, dependiente de los recursos de los que disponga cada uno de ellos.

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Se puede observar un cambio, a partir del ejemplo anterior, en la manera de

percibir las campañas electorales por parte de los investigadores. Queda claro que los fundadores de las teorías del comportamiento electoral, ubicaban las causas de la decisión electoral en el contexto histórico y socio-político en el que vive el votante, y desdeñaban los efectos que tenían las campañas electorales, los cuales, se decía, eran mínimos y sólo servían para que las personas manifestaran actitudes previamente adquiridas, difíciles de cambiar. !

Por otra parte, al igual que McGhee y Sides, Classen (2010) opina que el efecto de

las campañas sobre el voto es trascendente y que la discusión debería centrarse en los factores que maximizan o minimizan la acción de ese efecto. Al respecto, propone que la consciencia política del votante es un mediador de los mensajes propagandísticos que caracterizan a las contiendas. Esto podría no parecer novedad, ya que existe la idea generalmente aceptada, de que los ciudadanos con poca conciencia política son los más afectados por los mensajes de las campañas. Sin embargo, Classen (2010) encontró que los ciudadanos con mayor conciencia política son más susceptibles que los poco conscientes, a ciertos mensajes, estímulos y efectos. Mientras los ciudadanos poco conscientes son más fáciles de persuadir –esto es, es más factible que un mensaje político moldee o cambie su opinión respecto a algo–, los ciudadanos muy conscientes son más propensos a reproducir los mensajes políticos del partido de su preferencia. !

Dada la importancia de la movilización política durante las campañas electorales,

en la decisión que tomen los votantes, cabe la pregunta ¿Qué es lo que moviliza? ¿Qué cosas pueden hacer que los votantes promuevan activamente a cierto partido, o candidato, lo defiendan, y ataquen a partidos y candidatos rivales? Valentino, Brader, Groenendyk, Gregorowicz, y Hutchings (2011); nos dan una respuesta muy obvia: las emociones.

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Mas no cualquier tipo de emociones, de acuerdo con estos autores, “la ira, más

que la ansiedad, o el entusiasmo, genera movilizaciones” (Valentino et al., 2011, p. 156). Para comprobar esta aseveración, los autores condujeron un experimento en el cual hicieron que los participantes recordaran momentos de una elección reciente que les hubieran producido ira, ansiedad, o entusiasmo; después de eso, se les pidió que respondieran preguntas sobre su participación política, y se les permitió que buscaran información política también. En todos los casos, la ira motivó mayores respuestas y mayor búsqueda de información por parte de los sujetos en estudio. !

Esto es consistente con el hecho de que las campañas sucias, o negativas,

movilizan una mayor cantidad de votantes que las campañas propositivas. Según Martin (2004), existen tres razones por las cuales este tipo de campañas es muy efectivo, y tienen que ver con las percepciones que los votantes tienen sobre el entorno político. Estas razones serían; el compromiso republicano, la percepción de una amenaza, y lo cerrado de una elección. Por compromiso republicano, Martin entiende el deber que siente el ciudadano por construir un mejor país con sus acciones, mientras mayor sea esta percepción en una persona, más sensible será a los mensajes negativos de una campaña electoral. Por otra parte, también serán más sensibles a los mensajes negativos de una campaña, aquellas personas que perciban a un candidato como una amenaza, lo cual generaría suficiente ansiedad en ellas como para motivar su participación política. En palabras de Martin: “Un incremento en la ansiedad debido a publicidad negativa, aumentaría el interés que se tiene en las campañas, y al mismo tiempo, la participación”. !

Por último, el hecho de que las personas perciban una elección como muy cerrada,

también podría incrementar el efecto que tienen sobre ellas las campañas electorales negativas. De acuerdo con Martin, existe cierta reciprocidad en el hecho de que las elecciones más cerradas suelen ser las que más carga negativa conllevan en las campañas. Asimismo, los candidatos pueden incrementar su propaganda negativa para 23

simular que la competencia es más cerrada de lo que parece, motivando así, la participación de sus militantes. !

La trascendencia de los procesos emocionales en las elecciones políticas, ha sido

fundamentada incluso a nivel neuropsicológico. Basados en los descubrimientos existentes sobre el razonamiento emotivo –los que sugieren que existe un proceso afectivo en el cerebro, que facilita la toma de decisiones, y que es independiente del razonamiento puro–, Westen, Blagov, Harenski, Kilts, y Hammann señalan lo siguiente:

Los teóricos que estudian la toma de decisiones, han sostenido desde hace tiempo que las personas gravitan hacia aquellas decisiones que maximizan su utilidad esperada [...] Otras aproximaciones contemporáneas de la motivación, de manera similar, hacen énfasis en la existencia de sistemas de búsqueda o evitación, motivados por afectos positivos y negativos [...] Los mismos procesos de búsqueda y evitación motivados por el afecto, podrían aplicarse al razonamiento emotivo, de manera que la gente se aproximaría o se alejaría de ciertos juicios, basados en sus asociaciones emocionales (Westen, Blagov, Harenski, Kilts, y Hamann, 2004, p 1).

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Aplicando lo anterior a las situaciones electorales, Westen y colaboradores

utilizaron técnicas de radio-imagen para observar qué clase de circuitos neuronales intervenían en las decisiones electorales. En sus experimentos, por ejemplo, presentaban a los participantes información negativa acerca de sus candidatos favoritos, y les pedían una opinión al respecto. Los participantes usualmente daban una justificación del candidato respecto a la información negativa, como era de esperarse; sin que esto supusiera una activación de las áreas cerebrales relacionadas con el pensamiento racional. Los investigadores llegaron a la conclusión de que “el procesamiento neural de la información relacionado con el razonamiento emotivo parece ser cualitativamente diferente del razonamiento común, que se presenta en ausencia de un fuerte contexto emocional” (Westen et al., 2004, p. 9) . Es posible concluir, que un contexto tal es común 24

en las campañas electorales, todo lo cual resulta en un argumento muy convincente en contra de que los electores toman decisiones racionales. !

El enfoque en las campañas electorales ha permitido que diversos constructos

psicológicos se apliquen experimentalmente en este periodo. Por ejemplo, en términos de rasgos, se ha encontrado que los votantes de uno u otro partido, en determinada contienda, tienen diferentes características de personalidad (Caprara, Schwartz, Capanna, Vecchione, y Barbanelli, 2006). Esto podría determinar ciertos valores mediante los cuales, los votantes deciden votar por uno u otro candidato. Dichos valores dependen de la afiliación política o el contexto de los votantes, tal como lo ha demostrado Kemmelmeier (2004), quién sostiene que entre los votantes norteamericanos, los simpatizantes del partido republicano son más propensos a votar por candidatos con rasgos autoritarios, que los simpatizantes del partido demócrata. !

Se ha encontrado también que los votantes tienden a atribuir ciertos rasgos a los

candidatos de una contienda, basados solamente en su aspecto personal, tal como lo describen Mattes, Spezio, Kim, Todorov, Adolphs, y Alvarez (2010). Según ellos, a través de la fotografía del candidato, los votantes obtienen información acerca de su competencia, atractivo, honestidad, y pueden percibir a la persona como amenazante o no. Consistente con los estudios de emociones negativas mencionados anteriormente, las investigaciones de este grupo de científicos llegaron a la conclusión de que los rasgos amenazantes de un candidato, se correlacionaban negativamente con la preferencia de los votantes. “De hecho, cuando se compararon las decisiones tomadas por los sujetos de estudio, con el resultado de las elecciones reales, se encontró que aquellos candidatos percibidos como amenazantes físicamente, perdieron el 65% de las contiendas” (Mattes et al., 2010). !

Gerber, Huber, Doherty, Dowling, Raso, y Ha (2011), por su parte, señalan que la

participación política de los ciudadanos es dependiente de su personalidad. Apuntan que 25

si bien algunos rasgos son predictores de una mayor participación en todos los aspectos de la vida política en general –como la extroversión, por ejemplo–, otros rasgos activan o inhiben la movilización ciudadana, dependiendo del contexto. Una persona amable, por ejemplo, podría ser muy participativa políticamente, pero tendería a inhibirse en situaciones que impliquen un conflicto público importante. !

Las actitudes también son un constructo con aplicaciones políticas. Utilizando una

medición de actitudes hacia los candidatos en la contienda electoral del año 2004, en Estados Unidos, Farc y Sagarin (2004) fueron capaces de predecir cuáles de los participantes de un estudio, se presentarían en las urnas, y por cuál candidato votarían. En este estudio, la fortaleza actitudinal se midió a través de los indicadores de: a) certeza actitudinal, b) importancia de la actitud, c) relevancia moral de la actitud, d) conocimiento sobre el objeto actitudinal, e) ambivalencia, f) predisposición a buscar información, y g) polarización de la actitud. !

Una vez manifiesta la importancia de las actitudes, algunos investigadores como

Bizer, Larsen y Petty (2011), demuestran que es posible manipularlas a través de los efectos de encuadre positivo y negativo. De acuerdo con estos autores, es posible reforzar la intensidad de una actitud, si se emite un mensaje contrario a esta, pero pobremente fundamentado. Es decir, si se realizan críticas pobremente fundamentadas acerca de un candidato, es posible que dichas críticas, lejos de socavar la imagen del candidato, refuercen la opinión positiva que de él tengan sus simpatizantes. De la misma manera, según los investigadores, puede reforzarse una actitud si ésta se maneja bajo un encuadre negativo. Esto es consistente con observaciones anteriormente hechas por McGuire (2001), quien propone el nombre de inoculación para describir este proceso, por su semejanza con la forma en cómo funcionan las vacunas. !

Y ya puestos a manipular, nada más interesante para los partidos y candidatos de

las contiendas que el averiguar cómo pueden afectar directamente la preferencia de los 26

votantes. Al respecto, varios investigadores han analizado ciertos estímulos del medio electoral que podrían inclinar la balanza electoral hacia un lado o hacia el otro. Uno de los estímulos más evidentes son los mensajes que emiten los candidatos, de viva voz, es decir, su discurso retórico. De acuerdo con Jerit (2004), las técnicas discursivas de los candidatos han ido evolucionando a lo largo del tiempo; y su evolución ha sido mediada por un mecanismo análogo al de la selección natural. Los discursos que son efectivos sobreviven, junto con sus candidatos, mientras que los discursos poco efectivos perecen. Candidatos y partidos, asimismo, aprenden de las experiencias previas –propias y ajenas– y han ido incorporando a su retórica aquellos elementos que consideran que han ayudado a sus predecesores a triunfar. Una vez más, las conclusiones de Jerit (2004) son congruentes con la evidencia de que las decisiones electorales tienen un alto componente afectivo, pues es justamente este tipo de discurso –el que apela a las emociones– el que ha sobrevivido, y el que se ha posicionado como el favorito de los candidatos. Particularmente, los discursos que evocan el miedo y la ira, han mostrado ser efectivos cuando se vinculan con valores universalmente aceptados. En tales juegos de encuadre, la estructura gramatical de los mensajes parece jugar también un rol importante, en tanto la sintaxis utilizada en los mensajes, puede dar lugar a encuadres más negativos aún (Fausey y Matlock, 2011). !

El voto por estímulo-respuesta, parecen estar más presente en elecciones con un

escaso nivel de información. Pensando en las elecciones municipales mexicanas, para cabildo o para diputados locales; en este tipo de elecciones, el ciudadano que acude a las urnas se enfrenta a la tarea de elegir a uno de entre varios sujetos desconocidos. En el caso de las elecciones en Estados Unidos, que suelen desplegar fotos de candidatos en las boletas, estas fotos pueden ser la única información de la que dispongan los votantes, ante lo cual, los electores dan ciertas atribuciones a los candidatos, según su aspecto físico, y de ahí deciden su voto (Banducci, Karp, Thrasher, y Rallings, 2008). Estudios 27

parecidos como el de Bailenson, Garland, Iyengar, y Yee (2006), sugieren que la similitud del rostro del candidato con el elector, podría mediar la actitud del votante hacia dicho candidato. Sus conclusiones apuntalan la idea de que los hombres tienden a evaluar más positivamente a aquellos candidatos con rasgos faciales similares a los suyos, mientras que las mujeres tienden a evaluarlos negativamente. !

El orden de aparición de los candidatos en las boletas electorales (Miller y

Krosnick, 1998), y la publicación de los resultados de encuestas electorales –de las que con mayor detalle se hablará después–, también parecen tener un efecto importante en la toma de decisiones de los electores, sobre todo cuando éstos manejan un bajo nivel de información. !

El estudio del comportamiento electoral ha evolucionado, desde el enfoque en

influencias de largo plazo, al enfoque en influencias y efectos a corto plazo. Esto es, los teóricos iniciales del comportamiento electoral, ubicaban las razones de las decisiones tomadas por los votantes, en su contexto histórico y social. Para Lazarsfeld (Katz y Lazarsfeld, 1979), por ejemplo, la influencia familiar y social –sobre todo la que ejercían los líderes de opinión– era más determinante para que el votante tomara una decisión, que cualquier mensaje emitido durante alguna campaña electoral. Campbell y sus colaboradores (1960) se sumaron a esta percepción, y en la literatura se comenzó a hablar de que las campañas tenían efectos mínimos sobre los electores. Éstos últimos, además, eran considerados como seres apáticos y poco conscientes políticamente. !

Poco a poco esta percepción fue cambiando conforme se fueron encontrando

evidencias de que existían mecanismos activos mediante los cuales, el votante tomaba una decisión electoral. Estos mecanismos se consideraban racionales y pragmáticos. Los votantes buscaban incrementar sus utilidades políticas, es decir, su nivel de vida, sin casarse demasiado con el discurso ideológico de los partidos (Fiorina, 1981).

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El votante, entonces, buscaría la información necesaria para tomar una decisión,

de manera activa, dependiendo de sus características personales, y de las características del entorno en el momento. Definiría, además, sus estrategias de búsqueda según las utilidades en juego, la complejidad y cantidad de información manejada en las campañas, lo cerrado de la elección, las características de los candidatos, y otros factores. !

Surgen, sin embargo, otros enfoques que contradicen esta noción de que el

votante sea un ente tan sofisticado. Se prueba que las emociones juegan un papel importante en la toma de decisiones del elector, dejando en un segundo plano, en ocasiones, el rol de la racionalidad. Siendo las emociones entidades volubles, se revisa la percepción de que las campañas tienen efectos mínimos, y se encuentra que, por el contrario, pueden afectar de manera importante el comportamiento de los ciudadanos, al momento de sufragar. !

Los estudios contemporáneos, hacen énfasis en la temporada inmediatamente

previa a la elección, como el lapso fundamental en el que se puede afectar el comportamiento. Para añadir un poco más a esto, un estudio de Gerber, Gimpel, Green, y Shaw (2011), demuestra que los efectos de la propaganda televisiva en los electores es considerable, sin embargo, también señala que la duración de estos efectos es muy corta. !

Por último, si bien los estudiosos del comportamiento electoral, en un inicio

buscaban la fórmula mágica para predecir el comportamiento electoral, actualmente están desistiendo de tal propósito. Lo anterior debido a que la evidencia recolectada apunta a que existe una interacción compleja entre los actores del proceso electoral –votantes, candidatos, y partidos–, el contexto socio económico y político en el que se desenvuelve la elección, y las características de una campaña electoral. Todo esto en conjunto produce situaciones particulares para cada elección, por lo que cada elección debe analizarse por separado, para alcanzar cierto grado de certeza con respecto a su resultado.

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2.1 Cómo se forma una preferencia electoral Como se mencionó en el primer capítulo, el modelo Michigan sostiene que las influencias de largo plazo son las que mejor predicen la intención de voto del ciudadano, ante una elección. Esto es, el ciudadano se identifica y construye una preferencia electoral, mucho antes de que la elección se lleve a cabo (Campbell et al., 1960). Esto es consistente con los hallazgos de Lazarsfeld acerca de que las campañas políticas rara vez producen fluctuaciones significativas en las preferencias políticas del electorado, y sirven más bien como estímulos para que el ciudadano acuda a las urnas y sufrague por la opción política por la cual ya tiene preferencia (1944). En una revisión contemporánea de estas ideas, Bartels (2008) encontró que las Encuestas Nacionales Electorales (NES), mostraban escasas diferencias entre las actitudes políticas de los ciudadanos de 1960, con respecto a aquellos de 1976. !

Todo esto nos proporciona evidencia de que las actitudes políticas, y por lo tanto,

las preferencias electorales, son entidades resistentes al cambio. ¿Por qué sucede esto? Al respecto, hay dos teorías, una de ellas señala que las preferencias electorales, al igual que la mayoría de las actitudes políticas, son hereditarias.

2.1.1 Actitudes políticas hereditarias Existe suficiente evidencia para admitir que los genes ejercen una mayor influencia sobre las actitudes políticas de lo que se cree. Según los estudios revisados por Smith, Alford, Hatemi, Eaves, Funk y Hibbing (2012), entre el 40 y el 60 por ciento de la consistencia de las actitudes políticas en la adultez, son explicables a través de la genética. Que el aprendizaje tiene menos que ver en estas explicaciones, queda demostrado, a decir de los autores, debido a la que se ha llegado a estas conclusiones por medio del seguimiento de gemelos monocigóticos (MZ) y dicigóticos (DZ), quienes a pesar de haber sido educados en ambientes sociales distintos, comparten la misma carga actitudinal en la 30

adultez. Sigue siendo muy difícil de creer, sin embargo, que los genes ejercen una influencia tan directa sobre las actitudes como lo pretenden los autores anteriormente señalados; no parece posible, al menos para el caso mexicano, que los recién nacidos vengan al mundo con el gen del PRI, del PAN, o del PRD. Más probable resulta, que las agrupaciones políticas se conformen de acuerdo a otras afinidades más sencillas, que sí podrían explicarse genéticamente. Es por eso que una teoría menos radical consiste en considerar que existe una serie de eventos intermedios que moderan la influencia de la genética sobre las actitudes políticas. Smith, Oaxley, Hibbing, Alford y Hibbing proponen que una cadena de acontecimientos probable sería como sigue:

Los genes afectan a los sistemas biológicos, que a su vez afectan tendencias de procesamiento cognitivo, que a su vez afectan a la personalidad y los valores, que a su vez afectan aquel aspecto de la ideología que conocemos ideología política (Smith, Oxley, Hibbing, Alford, y Hibbing, 2011, p. 372).

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Todo lo cual sucede bajo la influencia constante del ambiente. De acuerdo con

estos autores, la influencia genética afecta directamente sólo a una base actitudinal, que existe en tanto los seres humanos como entes sociales requieren “resolver dilemas sobre asuntos como el estilo de liderazgo, la protección de amenazas de grupos externos, y el grado en el que las normas sociales deben ser flexibles” (Smith et al., 2011, p. 369). Y posteriormente, esta base actitudinal se diversificaría en opiniones más específicas en la medida en que el ambiente y el aprendizaje lo propicien. !

Alford, Funk y Hibbing proponen que la orientación hacia el conservadurismo o el

liberalismo es un ejemplo de la existencia de esta base actitudinal, y que esta orientación está genéticamente definida al punto que:

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Los padres conservadores que intentan hacer conservadores a sus hijos, mediante un control cuidadoso de los entornos de los niños, probablemente están sobre-estimando la importancia de dichos entornos. Es muy probable que los hijos de tales padres terminen siendo conservadores, sin embargo, esto será menos consecuencia del entorno creado por los padres, que de los genes que los padres les trasmitan (Alford, Funk, y Hibbing, 2005, p. 13).

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No obstante, por más estudios de gemelos y suposiciones que se hagan, cabe la

pregunta de cuáles genes son los responsables de qué actitudes políticas. Esto, en tanto es difícil desechar todo una tradición científica que desde los años sesenta, dio prioridad al aprendizaje, la socialización y el ambiente como responsables principales de cualquier tipo de actitud. A la caza de estos genes se lanzaron Hatemi, Gilliespie, Eaves, Maher, Webb, Heath, Medland, Smyth, Beeby, Gordon, Montgomery, Zhu, Byrne y Martin (2011) quienes compararon el genoma de 13,000 participantes, a quienes también solicitaron responder a un cuestionario de actitudes sociopolíticas. Resultó que los genes que codifican la proteína NMDA podrían ser responsables de la orientación de la persona en el continuo liberalismo vs. conservadurismo. Esto suena razonable en tanto esta proteína es un receptor de glutamato que se ha asociado directamente con la capacidad de la persona de ser flexible ante contingencias del medio variables, lo cual se correlaciona con actitudes liberales. Identificaron también la presencia de varios receptores relacionados con el olfato en una porción significativa del noveno cromosoma, que también pudieran relacionarse con la orientación política de los participantes. A decir de los investigadores, existe evidencia de que hay un sistema biológico que regula el asco en los humanos, no solamente sensorial, sino también actitudinal; y que las personas más propensas a la activación de este sistema, muestran orientaciones más conservadoras. Pese a la evidencia, los investigadores eligen ser cautos en sus conclusiones al afirmar que:

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Es muy improbable que exista razón alguna por la cual ciertos genes puedan influenciar directamente ciertas preferencias políticas. Sin embargo, identificar cuáles procesos biológicos se relacionan, aun indirectamente, con orientaciones políticas, es un camino aceptable para comprender mejor cómo y por qué ciertas características individuales pueden ser achacadas, hasta cierto punto sustancial, a la varianza genética (Hatemi et al., 2011, p. 7).

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Fowler y Dawes (2008), por su parte, son más osados y sostienen haber

descubierto dos genes, a los que han relacionado directamente con la participación política, particularmente con el ejercicio del voto. Según los autores, los participantes de su estudio con cierto “grado” de polimorfismo del gen MAOA, resultaron ser más activos políticamente que las personas sin esta característica, al haberse presentado en mayor proporción a las urnas de la elección estadounidense del año 2004. Este mismo comportamiento fue asociado al gen 5HTT, pero moderado por el comportamiento religioso de los participantes. El sistema biológico subyacente a este comportamiento, tendría que ver con el metabolismo de la serotonina –con influencia demostrada en el comportamiento social de las especies que la sintetizan– que estaría mediado por la acción de estos genes. Con fundamento en estos resultados, el tema parece estar en su apogeo, y existen diversos estudios que destacan la evidencia del origen genético de las actitudes políticas, por ejemplo Bell, Aitken y Vernon (2009), e incluso económicas, como aquellas que inciden sobre la toma de riesgos financieros (Dreber et al., 2009); acerca de cómo los genes potencian la transmisión de las actitudes familiares (Hatemi et al., 2009), o sobre la relación entre actitudes específicas y genética (Cesarini, Lichtenstein, Johannesson, y Wallace, 2009; Eaves y Hatemi, 2008). !

El tema no está exento de críticas. Algunos investigadores cuestionan la validez

metodológica del uso de gemelos monozigóticos y dizigóticos en investigaciones sobre herencia genética, en tanto es muy difícil obtener muestras grandes de gemelos criados distantes uno del otro, y que además no tengan comunicación entre sí (Charney, 2008; 33

Joseph, 2010). Por otra parte, la mayoría de estudios con gemelos suponen que el hecho de que vivan distantes quiere decir que fueron criados en circunstancias muy diferentes. Esto podría no ser cierto debido a que pueden existir muchas semejanzas culturales en su crianza, y además pudiera ser que la carga genética de los gemelos mismos –al influir en sistemas de comportamiento mucho más básicos, como la frecuencia del llanto, o la naturaleza del apego– moldeara el comportamiento de padres diferentes de forma similar, creando así circunstancias de crianza similares en hogares diferentes. !

Otros investigadores no confían en que las muestras utilizadas en los estudios

genómicos sean lo suficientemente representativas como para hacer aseveraciones contundentes en el caso de actitudes demasiado específicas (Beauchamp et al., 2011; Benjamin et al., 2012). Por otra parte, es notoria la recurrencia de ciertos científicos en estos temas, lo cual indica que la mayoría de la comunidad guarda cierto recelo respecto a que la influencia genética sobre las actitudes políticas sea notablemente mayor que la influencia social y ambiental. !

Con todo, no se considera que las evidencias al respecto sean desdeñables, y

resultaría muy improbable que los genes no tuvieran nada que ver con esta área específica de la naturaleza humana, cuando se ha comprobado su influencia en diversos aspectos del comportamiento social de las especies animales, humanos incluidos.

2.1.2 Socialización política Mucho más aceptable para la mayoría de los científicos sociales, es la idea generalmente extendida de que las actitudes políticas, entre ellas, la preferencia electoral, es algo aprendido o condicionado por el medio ambiente y la cultura. Esta es, de hecho la noción que nace a la par de estudios de comportamiento electoral con Campbell, Converse, Miller y Stokes (1960), quienes opinaban que las actitudes políticas se construían independientemente de las campañas electorales, dentro del seno familiar, o social 34

inmediato, en una etapa temprana de la vida de la persona. Poco a poco esta noción fue deviniendo en lo que hoy se conoce como socialización política, la cual puede abordarse desde dos enfoques diferentes. !

Por una parte, socialización política puede ser la forma en como la cultura influye,

en ocasiones deliberadamente sobre la persona, con el fin de inculcar en ella ciertas actitudes y prácticas socialmente aceptables con respecto a su ciudadanía o residencia en el marco de un estado político. Por otra parte, la socialización política también se enfoca en la “investigación sobre cuáles son los patrones mediante los que los individuos se vinculan al desarrollo y aprendizaje políticos, construyendo relaciones particulares con el entorno político en el que viven” (Sapiro, 2004, p. 3). Sería, en este último caso, una suerte de psicología del desarrollo, especializada en cómo el individuo va definiendo su ciudadanía, mientras atraviesa por las diferentes etapas de su crecimiento físico, intelectual y emocional. !

Centrándonos en este último enfoque, parecería evidente que la socialización

familiar es una de las fuentes principales de la formación política del individuo. Sin embargo, la existencia de las llamadas brechas generacionales, parecería contradecir esta afirmación. Connell (1972), recopila algunas observaciones en este sentido citando algunas investigaciones de su época que señalaban diferencias significativas entre las actitudes de padres e hijos respecto al sexo premarital, respecto al interés que mostraban en torno a asuntos de índole nacional e internacional, y respecto al cinismo con que evaluaban su entorno social. No obstante, este mismo autor señala que dichas diferencias no son una generalidad, puesto que en los estudios analizados se observa una correlación, leve, pero correlación al fin, entre las actitudes de una misma díada padreshijos. Más aún, cuándo se considera a las generaciones como grupos, y se comparan sus posturas actitudinales, no es posible encontrar diferencias significativas entre ellas. “Se podría por lo tanto, describir la constante en los hallazgos como que existe una 35

correspondencia baja entre pares, pero una correspondencia alta entre grupos, en las opiniones de padres e hijos” (Connell, 1972, p. 329). !

El mismo investigador admite que la preferencia política es la excepción a esta

regla; es decir existe una congruencia robusta tanto a nivel generacional, como a nivel familiar, entre la orientación partidista de padres e hijos, la cual ha sido confirmada en estudios más recientes. Por ejemplo, Jennings, Stoker y Bowers (2009), avalan esta congruencia entre actitudes políticas de padres e hijos, y señalan que esta se debe a un proceso de transmisión mediado por el involucramento familiar en la discusión política. La tasa de transmisión actitudinal se incrementa cuando los padres se hallan comprometidos con sus actitudes políticas, y facilitan la discusión de temas políticos en casa. Asimismo, la transmisión de valores y actitudes políticas es más notable cuando las actitudes políticas de los padres son consistentes, o sea, varían poco con el transcurso de los años. !

La socialización parental no sólo mediaría la transmisión de tales o cuales

actitudes, sino que también regula su estabilidad. “Los infantes que adquieren predisposiciones políticas en una etapa temprana de su vida, de parte de sus padres, son más estables en su vida adulta que aquellos que se van de casa sin ellas” (Jennings et al., 2009, p. 796). Lo que significa que aquellas personas que no tienen una formación política temprana, son más susceptibles a recibir influencias del entorno en la configuración de estas actitudes. Por otra parte, resulta interesante que los investigadores señalen que una actitud política se destaca sobre las demás, respecto de aquellas adquiridas en casa; esta es: la orientación partidista, como se describe en el siguiente párrafo. !

En un estudio en el que se revisaron las actitudes políticas de 1074 pares de

padres e hijos, de 1965 hasta 1982; quedó en evidencia que pese a que quedaban ciertas dudas en cuanto a que existiera una transmisión directa de la mayoría de las actitudes políticas entre padres e hijos, la preferencia partidista se mantuvo constante entre 36

generaciones (Beck y Jennings, 1991). No sólo eso, sino que además, esta preferencia se mantuvo constante aún en periodos de cambio y radicalización política tales como la década de los 60ʼs. !

Esto pudiera no ser tan difícil de explicar puesto que, si bien existe un amplio

abanico de posibilidades en cuanto a actitudes políticas (anti-aborto, pro-gay, neoliberal, indigenista, feminista, socialista, socialdemócrata, de izquierda radical, de centro...) el medio social puede restringir la expresión de dichas actitudes, al restringir las vías de expresión política posibles. Por ejemplo, en Estados Unidos, donde se han realizado la mayoría de los estudios sobre socialización política, sólo existen dos partidos políticos importantes, situación que ha durado 160 años. !

La influencia de los padres también podría ser responsable de los fenómenos de

radicalización y polarización política, tal como señala un estudio retrospectivo realizado en Noruega con 1246 ex-estudiantes de la universidad de Oslo, cuya vida universitaria transcurrió entre la década de 1960, y los inicios de la década de 1970. En un principio, dicho estudio encontró una correlación entre la procedencia de clase y la radicalización política de izquierda, puesto que la mayoría de los jóvenes clasificados como radicales procedían de la clase trabajadora; sin embargo, una relación más significativa se encontró entre la radicalización y la preferencia política de los padres. Cuándo en el estudio se realizaron controles de las preferencias políticas de los padres, el efecto de clase desapareció como causa de radicalización (Forland, Korsvik, y Christophersen, 2010). !

Pese a la gran influencia de las actitudes paternas sobre la formación política de

las siguientes generaciones; estas no son la única determinante en el proceso de socialización del individuo. Otras influencias son reconocibles en etapas tan tempranas como la niñez, por ejemplo: el medio ambiente escolar público o privado, el ambiente familiar en general, o ciertos medios masivos de comunicación accesibles a los infantes tales como noticieros o periódicos (Atkin y Gantz, 1978; Huerta, 2009; Rodríguez y Muñiz, 37

2009) Dichas influencias serían suficientes como para que los niños, a edades tan tempranas como los seis años, desarrollen actitudes políticas a un nivel básico pero bien definido (Deth, Abendschön, y Vollmar, 2010), el cual puede ser más sofisticado en la medida en que a los niños se presenten opciones de discusión y análisis político con grupos de su edad (Wyness, 2001), o en la medida en que a los niños se les proporcione entrenamiento sobre leyes y política, indistintamente de su edad o su supuesta capacidad psicológica para comprender conceptos abstractos (Berti y Andriolo, 2001). Por ejemplo, un estudio realizado con 700 niños de primero de primaria en Alemania, demostró que los infantes encuestados tenían conocimientos políticos a nivel básico, y podían manifestar su preocupación por ciertos temas de interés social tales como la guerra, la desnutrición, la contaminación, o el desempleo. Asimismo, expresaban actitudes sobre lo que es ser un buen o un mal ciudadano. Los investigadores, por último atribuyen la formación de estas actitudes políticas incipientes a la influencia de tres factores: los antecedentes étnicos y socioeconómicos, la influencia de los medios de comunicación, y las características individuales de los niños en cuestión (Deth et al., 2010). !

A medida que avanza la edad, y se amplía el entorno social de los individuos,

nuevas influencias se añaden al proceso de socialización política, y la complejidad de la actitudes expresadas por las personas va en aumento. Durante la adolescencia, Settle, Bond y Levitt (2011) reconocen como las influencias más importantes de este proceso a los padres, al currículum escolar, a las actividades extra-curriculares (tales como la participación en sociedades estudiantiles), y a la red social de los adolescentes. !

En relación a los padres, la socialización política del adolescente se caracteriza por

la acentuación del proceso de remplazo generacional. Esto supone una diferenciación de las opiniones políticas de padres e hijos. De acuerdo con Hooghe (2004), la juventud de las democracias a nivel mundial experimenta en la actualidad una tendencia al desencanto político; esto se refleja en una militancia más reducida de los jóvenes en 38

partidos políticos tradicionales, en la disminución de la participación de los jóvenes en las contiendas electorales, y también en una menor disposición de los jóvenes a formar asociaciones u organizaciones civiles que se comprometan con la solución de diferentes problemas de su comunidad. El mismo Hooghe reconoce que este desencanto político tiene distintas interpretaciones. Por un lado, pudiera significar el advenimiento de generaciones cada vez más apáticas y egoístas; y por otro, pudiera ser representativo de generaciones más críticas que deciden expresar sus opiniones políticas fuera de los canales tradicionales. !

En este sentido, se reconocen algunas influencias del contexto que podrían facilitar

una mayor o una menor participación política de parte de los jóvenes. Por ejemplo Pacheco (2008), sostiene que se observan mayores niveles de participación, en aquellos contextos en que las opciones políticas son más competitivas, aunque queda por resolverse el mecanismo causante de esta relación. Por otra parte, ha sido muy estudiado el efecto que puede tener el involucramiento de los jóvenes en actividades políticas tanto curriculares, como extracurriculares, prediciendo esto una mayor participación política, y una mayor conciencia cívica, en la adultez (Galston, 2001; Glanville, 1999; Hanks, 1981).

2.1.3 Herencia, socialización, y preferencia electoral En resumen, pese a las discusiones que existen respecto a los factores que inciden sobre la formación de las actitudes políticas; existe un consenso respecto a que en la adultez, dichas actitudes ya están cristalizadas y difícilmente sufren cambios radicales durante el resto del ciclo de vida. Esto es congruente con las afirmaciones de los teóricos iniciales del comportamiento electoral, en el sentido de que poco pueden hacer las campañas políticas para modificar las preferencias electorales de los ciudadanos. !

A partir de la literatura revisada, parece posible que la preferencia electoral se vea

afectada, en un primer momento, por la herencia genética de la persona. Esto al menos 39

en un nivel actitudinal básico, cuya importancia sería mayor o menor, en tanto el contexto permita matices en la expresión de estas actitudes. Queda pendiente la realización de estudios sobre genética y preferencia electoral fuera de Estados Unidos, en países democráticos con un sistema de partidos más diverso, con el fin de saber qué tan específicos pueden ser los genes en determinar el sentido de la orientación partidista del ciudadano. ¿Afectan sólo la orientación básica entre liberalismo y conservadurismo, o son capaces de determinar variantes actitudinales más complejas, que acercarían más al ciudadano a votar por partidos de ideología moderada? !

De la misma manera, la literatura indica que existe una transición de la influencia

social que se recibe en la formación de las preferencias electorales: del núcleo familiar, a la cohorte de amigos, y de ahí al medio cultural. Asimismo, existe una evolución en cuanto a la independencia de las opiniones políticas del ciudadano. En un principio, hay una transmisión directa de las mismas, de parte de la familia; pero en la medida en que la persona se desarrolla cognitiva y moralmente, y en la medida en que recibe entrenamiento respecto a temas de actualidad política; las opiniones se van independizando hasta que en la adolescencia se acentúa el proceso de remplazo generacional, manifestándose brechas de opinión entre una generación y la siguiente. No obstante la existencia demostrada de estas brechas, no necesariamente significa que existan cambios abruptos en la preferencia electoral de una generación a otra. Esto debido a que, aunque pueden existir muchas diferencias actitudinales entre generaciones, estas diferencias no necesariamente significan una modificación de las opciones políticas existentes. La diversidad de opiniones políticas existentes, no necesariamente implica la existencia de una multitud de partidos políticos que correspondan a esa diversidad. !

Se puede concluir, de todo lo revisado en este capítulo, que un elector no es un

libro en blanco. Al momento de adquirir la ciudadanía legal, lo que en la mayoría de las democracias ocurre en los inicios de la adultez, el elector ya ha atravesado un largo 40

proceso formativo actitudinal que lo acerca o lo aleja de las opciones de participación políticas disponibles en su país. En el caso de una elección, esto significa que antes de que arranquen las campañas políticas, los electores ya se hallan inclinados a votar por uno o por otro partido. En este principio se basa la llamada disciplina de la demoscopía, en tanto, para predecir el resultado de una elección, intenta determinar cuál es la distancia actitudinal que existe entre los ciudadanos y las diferentes opciones políticas en contienda y, a partir de esa medición, realizar una predicción respecto al resultado de una votación.

41

2.2 Predicción de resultados electorales Evidentemente, una de las mayores ambiciones tanto de los científicos sociales, como de los actores políticos involucrados, ha sido la de predecir los resultados de una contienda electoral. Diversas herramientas, y recursos considerables, se han utilizado para este fin, no siempre con el mejor resultado en lo que a precisión respecta; no obstante, los intentos de clarividencia política en general, siguen siendo muy populares, y muy socorridos por candidatos, servicios de noticias, empresarios, y público en general. !

En ese sentido, existen dos paradigmas metodológicos para realizar predicciones

respecto a los resultados de una elección. El primero de ellos, considera el asunto como un problema de medición de la opinión pública. Por otra parte, el segundo, hace mediciones de variables contextuales, tales como el ingreso per cápita, o el precio de las acciones en el mercado de valores, las cuales incidirían directamente sobre el comportamiento de voto de los electores, independientemente de la opinión que tengan respecto a los partidos o candidatos en campaña.

2.2.1 Modelos de predicción fundamentales Este tipo de modelos para predecir un resultado electoral, se basan en la teoría económica de Anthony Downs, según la cual, el ciudadano emite votos racionales en tanto busca incrementar sus utilidades económicas (Downs, 1957). En este sentido, racionales no necesariamente significa conscientes, sino simplemente la teoría habla de la posibilidad de predecir el resultado de la elección mediante la observación del comportamiento de ciertas variables económicas fundamentales que impactan al ciudadano. De esta manera, si el ciudadano percibe que sus utilidades económicas han sido afectadas por el partido en el poder, votará en las elecciones por los partidos de oposición. Por el contrario, si percibe que sus utilidades económicas son amenazadas por un cambio político, votará por el partido en el poder. 42

!

De acuerdo con Hummel y Rotschild (2013), los modelos fundamentales son

superiores a los modelos de opinión pública debido a que son menos susceptibles a errores por sesgos metodológicos. Por otra parte, pueden hacer predicciones respecto al resultado de las elecciones, antes de que siquiera comiencen las campañas políticas, o antes de que los mercados de predicción (modelo basado en mediciones de opinión), tengan la suficiente liquidez para emitir un veredicto. Además, de acuerdo con los ponentes de este tipo de modelo predictivo, son mucho más exactos y mucho más estables que los modelos de opinión (Gelman y King, 1993). !

El estudio de ciertos factores, solos o en combinación, provee de datos para

realizar predicciones más confiables que aquellas hechas por encuestas o estudios de opinión, respecto a una elección presidencial. Entre ellos estaría el análisis del producto interno bruto (PIB) y el análisis del ingreso real disponible (IRD). En cuanto a éstos, Bartels y Zaller (2001) consideran que este último es un mejor indicador de por quién votarán los ciudadanos en próximas elecciones, puesto que su impacto es a nivel microeconómico, y es más fácilmente percibido por los ciudadanos. De acuerdo con los mismos autores, la paz, la moderación ideológica del candidato, y la fatiga del partido en el poder, son variables políticas a tomar en cuenta en estos modelos fundamentales. Esto es, existe un mayor riesgo de que el partido en el poder pierda las siguientes elecciones, si se embarca en guerras impopulares (que involucren bajas de connacionales), si el candidato tiene posiciones políticas extremas, o si su partido ha permanecido demasiado tiempo en el poder. !

Paz y pan, es por lo tanto el nombre de la propuesta metodológica de Hibbs (2000),

quien propone un modelo matemático derivado de las variaciones del Ingreso Real Disponible, del Índice de Precios y Cotizaciones, es decir, la inflación y la deflación, y el número de soldados –conacionales– muertos en batalla. La hipótesis es sencilla, mayor ingreso real, mayor número de votos para el partido en el poder; mayor inflación, menor 43

número de votos, más muertos conacionales que extranjeros en conflictos bélicos, menor número de votos también. !

Pese a que la mayoría de estos modelos fundamentales utiliza variables

econométricas para realizar sus predicciones, no son las únicas que pueden ser utilizadas para realizar predicciones sin recurrir a los sondeos de opinión. Por ejemplo, Armstrong y Graefe, validaron y probaron el uso de un índice biográfico, consistente en el análisis de 59 variables, presentes en la biografía de candidatos en contienda. Estas variables se refieren tanto descripciones físicas, como a sucesos probables dentro de la vida política del candidato, como por ejemplo, los cargos que ha desempeñado antes de la candidatura. Cada variable se califica con cierta puntuación, y comparando las puntuaciones es como se determina qué candidato resultará ganador en las elecciones. En un análisis retrospectivo, este modelo consiguió predecir correctamente 27 de las últimas 29 elecciones llevadas a cabo en los Estados Unidos de América (Armstrong y Graefe, 2010). !

Estos modelos fundamentales han experimentado una evolución con el paso de los

años. A diferencia del modelo propuesto por Hibbs (2000), que sólo tomaba en cuenta una variable econométrica, y una variable política, el modelo propuesto por Sinha, Sharma y Vardhan (2012), incorpora variables econométricas, de opinión, biográficas, sociales y políticas. Entre estas últimas se destaca el peso de los escándalos que se hayan desatado en torno a los candidatos, y el desempeño de los partidos en contienda en las elecciones intermedias. !

Dependiendo del contexto, estos modelos pueden experimentar ciertos ajustes,

dando mayor o menor peso a ciertas variables. Por ejemplo, Atkeson y Partin (1995) proponen que modelos diferentes se apliquen dependiendo del nivel político en el que se presentan las contiendas electorales. Arguyen que, en Estados Unidos, los candidatos del partido en el poder a cargos del poder ejecutivo y del poder legislativo, se benefician o 44

perjudican en función de las fluctuaciones de distintas variables econométricas. Lo anterior, debido a que los representantes del ejecutivo se perciben por la ciudadanía como responsables de la situación general del país. Por otra parte, los contendientes a una posición legislativa, dependen directamente de la popularidad del presidente. Por lo tanto, en caso de que el presidente goce de buena popularidad, los candidatos a legisladores de su partido se verán favorecidos por ésta. En caso de que la opinión de la población hacia el desempeño del presidente sea desfavorable, los candidatos a legisladores de su partido recibirán una menor cantidad de votos. Se concluye, que para predecir elecciones a cargos del poder ejecutivo, las variables econométricas deben tener un mayor peso en los modelos; mientras que para predecir elecciones legislativas, las variables políticas deben priorizarse. !

Por último, Hummel y Rothschild (2013) consideran que también forman parte de

los modelos predictivos fundamentales, aquellas metodologías de predicción que se basan en reacciones conductuales, o en atribuciones cognitivas automáticas. Por ejemplo, en una serie de experimentos, Armstrong, Green, Jones y Wright (2008) demuestran que las personas realizan evaluaciones sobre la competencia de los candidatos basados solamente en la apariencia de sus rostros. Sostienen también que para que se realice esta evaluación no es necesaria una exposición prolongada a los rasgos faciales, sino que es posible incluso cuando a las personas se les muestran fotos de los candidatos por lapsos de tiempo menores a un segundo. !

De acuerdo con los autores, es posible predecir el resultado de una elección a

través de estas evaluaciones, comparando los índices de competencia asignados a cada candidato. Esta predicción puede realizarse a pesar de que los evaluadores desconozcan el nombre y la trayectoria de las personas que están evaluando, y con tanta anticipación como un año previo a las contiendas.

45

2.2.2 Modelos de predicción basados en opiniones Más populares que los modelos fundamentales, son los modelos de predicción basados en opiniones, de los cuales la encuesta es la metodología más conocida. Existen también los llamados mercados predictivos, y aquellas metodologías que buscan medir la distancia ideológica que existe entre la postura de los candidatos y la postura de los electores, respecto a ciertos temas de interés público. !

La encuesta en sí, como metodología de predicción, tiene la intención de captar la

manera en cómo una población respondería ante situaciones, u opciones muy específicas, dejando de lado la línea de razonamiento, o los mecanismos por los cuales llegaría a tomar tal o cual decisión (Mendelsohn y Brent, 2001). Se fundamenta en la idea de que una muestra de personas puede ser representativa de la población de dónde se obtiene, siempre y cuando esta muestra sea lo suficientemente grande. En el caso de las encuestas preelectorales, lo que se pretende es predecir el resultado de la elección, capturando la intención de voto de una muestra representativa de los ciudadanos que sufragarán en fechas próximas; sin que importen mucho las motivaciones por las cuales se inclinen a votar por uno o por otro candidato. !

De acuerdo con Voss, Gelman y King (1995); la popularidad de las encuestas se

debe no sólo a su supuesta capacidad de predecir con cierta certeza el resultado de las elecciones, sino también a la utilidad que tienen los datos obtenidos, después de las elecciones mismas. Por ejemplo, para dar seguimiento al grado de aprobación de la gestión del funcionario electo, o para predecir el nivel de aprobación que tendrán sus propuestas políticas, entre los ciudadanos. Por otra parte, previo a la elección, las encuestas tendrían la capacidad de medir las variaciones en la intención de voto de la ciudadanía, o de grupos de la ciudadanía, y vincular esas variaciones a sucesos precisos durante la campaña electoral.

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!

No obstante su popularidad, y pese a que el teorema de la muestra representativa

tiene una extensa aplicación en las ciencias sociales, existen muchas críticas respecto a si la metodología utilizada por las encuestas es la mejor manera de predecir el resultado de una elección. Las encuestas son susceptibles a una gran cantidad de sesgos; en primer lugar, por su carácter descentralizado que hace posible que cualquier entidad, política o no, lleve a cabo y publique los resultados de una encuesta. Cada entidad, por supuesto, tendrá un método diferente, algunos más rigurosos que otros; e intenciones diferentes respecto a la realización y publicación de sus resultados (Jackman, 2005; Voss et al., 1995). Además se toma una medición de opinión única como el reflejo de lo que ocurrirá el día de la elección, sin que se evalúe la probabilidad de que esas opiniones se mantengan constantes a lo largo de cierto tiempo (Rothschild, 2009). Otros sesgos pueden incluir el orden de las preguntas, el orden de las palabras con que se plantean las preguntas, la representatividad de la muestra que se utilizará, y la intención que tienen las personas al responder el instrumento. !

Quizá sea debido a estos sesgos probables, y a la proliferación cada vez más

amplia de entidades encuestadoras, que esta metodología ha tenido fallos considerables en sus predicciones en elecciones de Estados Unidos (Bogart, 1998), Francia (Durand, Blais, y Larochelle, 2004) y México (Villamil, 2012). Siendo además, un instrumento muy utilizado con intenciones mercadológicas o mediáticas, más que científicas. Como reacción a estos hechos, existen intentos metodológicos de eliminar los sesgos de las encuestas centralizando y estandarizando las metodologías y promediando los resultados de varias encuestas (Jackman, 2005; Rothschild, 2009). !

Por otra parte, hay investigadores que se inclinan por el uso de los mercados

predictivos como herramienta para elaborar proyecciones electorales (Arrow et al., 2008). El mercado predictivo se refiere a una apuesta bursátil que se hace con relación a un contendiente de la elección. Por ejemplo, se emite determinado número de acciones que 47

pagan $10 si gana el candidato X, o $0 si pierde. El precio que alcance la acción se ha vinculado estadísticamente a la probabilidad de que el candidato X gane, y eso permite hacer una predicción. Subyace a esta metodología la teoría de que la sabiduría de las mayorías es capaz de hacer una predicción mejor que los expertos en el tema, y el supuesto de que los accionistas votarán en favor del candidato del que se compren acciones. Este procedimiento elimina el sesgo de respuesta en ciertas preguntas que son comunes en las encuestas. Por ejemplo: ¿Quién ganará la próxima elección? El entrevistado puede sentirse tentado a dar una respuesta falsa en apoyo al candidato por el que siente mayor predilección. Esto no pasa en el mercado predictivo, puesto que no es probable que el comprador de la acción apueste por un candidato que considera perdedor. Sin embargo, hay otros sesgos inherentes a este procedimiento. Por ejemplo, las personas que participan en este tipo de transacciones suelen tener una personalidad que los induce a tomar riesgos elevados, lo cual podría ser causa de que el precio de la acción sea mayor a la probabilidad esperada de que gane determinado candidato (Manski, 2006). Por otra parte, en su afán de obtener ganancias más elevadas, existen apostadores que prefieren realizar compras tempranas, con mucho tiempo de antelación a la elección; esto es, cuando el precio de la acción no se halla tan bien definido –y tampoco las tendencias electorales– lo cual supone que pueden pagar menos por la acción en relación a las expectativas que tienen sobre el resultado, y por lo tanto, el precio de la acción no podría vincularse con la probabilidad real de que el candidato gane (Erikson y Wlezien, 2005). Por último, los mercados predictivos, al igual que los modelos fundamentales, parecen ser confiables sólo si se aplican a la realidad electoral de Estados Unidos. Lo anterior debido a que al predecir las probabilidades de que un candidato gane o pierda, ya se tiene el resultado global de la elección. Esto no es posible en la mayoría de los países de Latinoamérica, donde compiten más de dos partidos políticos, o en países con sistemas electorales de primera y segunda vuelta. 48

!

Por último, se tiene al modelo espacial como una alternativa a los dos primeros, en

lo que a predicción electoral se refiere. Se sustenta en las afirmaciones de Anthony Downs (1957), quien propuso que durante una campaña se ponían de manifiesto ciertos temas de naturaleza ideológica, y que los partidos políticos en contienda se definían en posiciones opuestas respecto a algunos de ellos. Los electores entonces, tenían que definirse en algún lugar de esos continuos temáticos, y esta definición los ubicaba ideológicamente más cerca de un partido que de otro. La teoría indica que los ciudadanos, al momento de elegir, votarán por el partido que esté más próximo a sus posturas políticas. Rabinowicz y McDondald explican los principales postulados del modelo de la siguiente manera:

1) Cada votante puede ser representado por un punto en el espacio, de tal manera que el punto refleja el conjunto ideal de políticas de la persona. 2) La posición política de cada candidato puede ser representada por un punto en el mismo espacio. Y 3) El votante elige al candidato cuya posición política es más cercana a la suya propia (Rabinowitz y Macdonald, 1989, p.93).

!

El modelo es muy proclive a realizar todo tipo de conjeturas, ya que es un modelo

dinámico. Por una parte, se puede inferir que los votantes serán susceptibles de cambiar su distancia ideológica con respecto a las posturas propuestas por los partidos, a medida que avanza la campaña. Es decir, la postura del votante no será estática todo el tiempo. Por otro lado, también puede inferirse que los partidos tratarán de acercar sus propios posicionamientos hacia donde se encuentren, ideológicamente hablando, la mayoría de los ciudadanos. Y por último, se ha sugerido que, de manera compensatoria, los partidos son susceptibles de cambiar sus posicionamientos políticos, dependiendo de las variaciones ideológicas de sus competidores (Adams y Somer-Tocpu, 2009). !

Para mejorar su capacidad predictiva, se le han hecho algunos ajustes que tratan

de lidiar con la inestabilidad dinámica del modelo. Por una parte, se sugiere que los votantes se mueven en una dirección ideológica más o menos estable, lo mismo que los 49

partidos; por lo tanto, el votante tiene una mayor probabilidad de votar por un partido que ideológicamente se mueva hacia su misma dirección. Asimismo, en algunas variaciones se le han añadido al modelo algunas variables extra como intensidad de la opinión o status quo. La primera se refiere a que existen votantes y partidos más proclives a desplazarse ideológicamente que otros, dependiendo de la intensidad con que sostengan sus opiniones. La segunda sostiene que existe un estado de cosas, que impide el desplazamiento ideológico desmesurado de los partidos. Es decir, que el votante conoce que los partidos pueden mentir respecto a sus posiciones ideológicas, con tal de ubicarse más cerca de las posturas de los votantes; sabe que hay promesas que los partidos simplemente no pueden cumplir, o posicionamientos que abandonarán, una vez concluida la elección. Por lo tanto, no necesariamente votan por los partidos más cercanos a sus posturas políticas, puesto que hay un estado de las cosas que indica si los movimientos ideológicos de los partidos son sinceros, o no lo son (E. Pacheco, Vilalta, y Schettino, 2006). !

Pese a todo lo anterior, no se ha documentado la utilidad predictiva del modelo tan

ampliamente como los otros modelos de opinión. Cuando esto se ha hecho, el nivel predictivo de las encuestas o de los mercados predictivos está por encima de las predicciones hechas usando la teoría espacial; esto incluso con las mejoras que se le hacen adicionando las variables de dirección, o de status quo. Por ejemplo, utilizando diferentes variantes espaciales, Pacheco, Vialta y Schettino documentan el uso del modelo en la elección mexicana de legisladores federales del año 2003; observando dos inconsistencias importantes; la primera, que las predicciones hechas con el modelo espacial son significativamente más certeras con respecto a ciertos partidos. Por otro lado, en el caso descrito, se pudieron predecir correctamente 77.5 por ciento de los votos emitidos por los participantes de este estudio, lo cual está muy por debajo de los parámetros predictivos de las encuestas de opinión. 50

Figura 1. Modelo espacial aplicado a una situación electoral

Figura 1. Representación gráfica del modelo espacial, con un votante (v), y tres candidatos (cʼs), que distan ideológicamente entre sí. Adaptado de Pacheco, E., Vilalta, C., y Schettino, M. (2006). Una metodología formal para calcular el peso que los electores le dan a los elementos de evaluación ideológica. Política y gobierno, 13 (1), 99-147.

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