Misión, Iglesia y Estado en la Exposición de Filipinas de 1887

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Descripción

MISIÓN, IGLESIA Y ESTADO EN LA EXPOSICIÓN DE FILIPINAS DE 18871

LUIS ÁNGEL SANCHEZ GóMEZ

Universidad Complutense de Madrid

n 1887 las islas Filipinas continúan siendo "la colonia más peculiar" del agónico imperio español2, pero es indudable que tanto su economía como su estructura social habían sufrido cambios significativos con respecto a épocas anteriores. El historiador catalán Josep María Pradera ha estudiado de forma brillante el largo e inestable proceso de construcción colonial articulado por España en Filipinas, concluyendo que durante el último tercio del XIX, y muy especialmente en sus dos últimas décadas, "(. .. ) el paternalismo 'misional-militar' de los siglos XVI a mediados del

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XIX, en el que el 'indígena holgazán' estaba en el centro de su visión del mundo, había dado paso al autoritarismo moderno basado en la idea de unas razas nativas a las que era preciso elevar a la categoría de sujetos económicamente útiles y receptores agradecidos de la ingeniería colonial moderna. "3 • Este capítulo reproduce, con ciertas modificaciones, un apartado del capítulo segundo del libro Dominación, fe y espectáculo. Las exposiciones misionales y coloniales en la era del imperialismo moderno (1851- 1958), redactado por el autor del presente texto y que ha sido publicado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (SÁNCHEZ GóMEZ, Luis Ángel. Dominación, fe y espectáculo. Las exposiciones misionales y coloniales en la era del imperialismo moderno (1851-1958). Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Biblioteca de Historia; 76), 2013). El estudio se ha financiado gracias al proyecto de investigación titulado "Rituales de dominación y fe", concedido por el antiguo Ministerio de Ciencia e Innovación (referencia HAR200908982).

Filipinas, la colonia más peculiar es el título del excelente estudio de Josep María FRADERA (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1999) sobre mucho más que "la hacienda pública en la definición de la política colonial, 1762-1868", como se recoge en el subtítulo de dicha obra. FRADERA,

Josep María. "La formación de una colonia. Objetivos metropolitanos y transacciones locales",

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En efecto, en las Filipinas de la década de 1880 la sociedad insular nos ofrece una imagen ciertamente renovada. No pocos miembros de las élites nativas y mestizas están en condiciones de participar con éxito en una sociedad mucho más dinámica y de competir incluso con las órdenes religiosas y con capitalistas extranjeros en el provechoso terreno de la producción y exportación de productos agrícolas. De forma paralela, la repercusión social, política y cultural de la actividad desplegada por algunos de esos filipinos ilustrados se deja sentir con una fuerza hasta entonces desconocida, enfrentándose casi en condiciones de igualdad, o al menos de relativo equilibrio, a los antaño todopoderosos miembros del clero regular, y a los no menos dominadores elementos provinciales de la administración colonial hispana. En 1887, por tanto, la sociedad filipina se muestra mucho más dinámica y compleja de lo que cabría imaginar sólo unas décadas atrás. Aunque la administración peninsular es parcialmente consciente de los cambios operados, no acaba de reconocer lo que todo ello implica y mantiene obstinadamente -para algunos historiadores incluso refuerza- su proyecto estrictamente colonial, que cierra el paso a cualquier ensayo de apertura política o de reconocimiento de la más mínima capacidad de autogobierno a la sociedad filipina. En cualquier caso, es evidente que son razones de carácter económico y político-estratégico las que justifican la puesta en marcha de la exposición de 18874, lo cual se vincula con determinados proyectos de renovación de un modelo colonial escasamente dinámico y anclado aún -aunque ya sólo de forma parcial- en unos patrones de conducta y en unos referentes, tanto prácticos como ideológicos, propios de épocas pasadas. Uno de los rasgos más característicos del colonialismo español en Filipinas es la extensión y profundidad de los ámbitos sociales, políticos y económicos que controla, o sobre los que ejerce una decisiva influencia, el clero regular (católico) peninsular. De hecho, en 1887 la administración española sigue sosteniendo buena parte de su presencia colonial en el archipiélago sobre la ingente y diversa labor de las omnipresentes órdenes religiosas, y esto en ELIZALDE [Prnz-GRUEso], María Dolores; Josep María PRADERA; Luis ALONSO [ÁLvAREz] (editores). Imperios y naciones en el Pacífico. Volumen I. La formación de una colonia: Filipinas. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas : Asociación Española de Estudios del Pacífico, pp. 83-103, p . 97. Su denominación oficial es Exposición General de las Islas Filipinas. Se orgaruza en el Parque del Retiro de Madrid, entre el 30 de junio y el 17 de octubre. Para un análisis detallado del certamen y del contexto sociopolítico en el que se inserta, véase: SANCHEZ GóMEZ, Luis Ángel. Un imperio en la vitrina. El colonialismo español en el Pacífico y la exposición de Filipinas de 1887. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto de Historia, Departamento de Historia de América (Colección Tierra Nueva e Cielo Nuevo; 48), 2003.

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es algo que se manifiesta de forma rotunda en la exposición de aquel año, aunque de forma aparentemente contradictoria. En efecto, si algo llama poderosamente la atención en este certamen, es que no existe una participación expresa de tales órdenes ni se hace un despliegue explícito de su actividad misional. Adelantando conclusiones, podemos afirmar que la imbricación de Iglesia católica y Estado español es tan intensa, que en buena medida aquélla participa en la exposición sin necesidad de hacer explícita su propia presencia: su quehacer en Filipinas es parte esencial del sistema, no una estricta labor misional. Por ello, no sólo no se documentan secciones o salas misionales, sino que tampoco se manifiesta deseo alguno de publicitar de forma directa la obra misional. También incide en este contexto la propia consideración no estrictamente misional (salvo en ciertas zonas del archipiélago) de la presencia de los religiosos en Filipinas. Aunque su ámbito de actuación supera con creces el plano espiritual, tanto el Estado como la Iglesia católica (y, por supuesto, las propias congregaciones religiosas) asumen que, después de más de trescientos años de colonización y cristianización, la empresa meramente misional queda subsumida, o simplemente superada, por el día a día de la obra pastoral entre los nativos, fervorosos creyentes y sumisos miembros, salvo excepciones, de cada una de las poblaciones administradas por su correspondiente religioso peninsular. Pero aún se puede añadir algo más sobre la condición singular del modelo de representación colonial-misional desplegado en el certamen de 1887: el hecho de que entonces no se haga explícita la obra misional resulta especialmente llamativo si tenemos en cuenta que por esas mismas fechas las sociedades misionales protestantes (británicas) han consolidado ya un extraordinario mecanismo de propaganda, la missionary exhibition, que durante décadas les permite publicitar su obra cristianizadora y asistencial de forma notablemente exitosa y en buena medida autónoma respecto de los intereses del lmperio5 • Retornemos a Filipinas. Si bien se pueden documentar algunas opiniones menos complacientes, el reconocimiento de la trascendental labor desempeñada por las órdenes religiosas en el archipiélago es algo compartido por la práctica totalidad de los políticos peninsulares del siglo XIX, tanto conservadores como liberales, incluso por algunos republicanos. El propio diseño

Sobre el extraordinario fenómeno de las exposiciones misionales, véase: SANCHEZ GóMEZ, Luis Ángel. "Espectáculos de dominación y fe: las exposiciones etnológico-misionales de las Iglesias cristianas (18511958)". Ayer. Revista de Historia Contemporánea (Madrid). 87 (2012), pp. 133-162.

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de las comisiones encargadas de organizar la exposición del 1887 recoge de forma precisa ese casi dogma de fe. En efecto, el Real Decreto de 19 de marzo de 1886 - que pone en marcha las tareas organizadoras del evento y ordena la creación de una Comisaría Regia en Madrid y de una Comisión Central en Manila- señala que en la comisión de propaganda (dependiente de la Comisaría) habrían de participar todos los procuradores de las órdenes religiosas presentes en el archipiélago. El decreto ordena igualmente que el arzobispo de Manila ocupe la vicepresidencia de la Comisión Central - la presidencia la ostentaba el gobernador general-, aunque lo cierto es que al poco tiempo el religioso acaba asumiendo formalmente el cargo de presidente. Y, por si esto fuera poco, el mismo texto legal recoge que, entre el conjunto de vocales que habrían de constituir dicha Comisión Central, deberían "( ... ) estar representadas todas las clases sociales, y muy especialmente las Órdenes religiosas, el Clero secular, las Corporaciones de la Administración, la prensa y el comercio nacional y extranjero.". Pese a todo lo anotado, ni en el decreto de 19 de marzo ni en prác-

ticamente ningún contexto de la exposición encontramos mención explícita alguna a la obra misional. Aunque los religiosos regulares desempeñan un papel central en el fomento de la participación de los filipinos en la exposición, y aunque alguno de ellos, a título particular, tiene una presencia relevante como expositor, el eje central sobre el que pivota la intervención de la Iglesia católica en la exposición es la figura del arzobispo de Manila. Durante finales de los años setenta y toda la década de 1880 es el dominico fray Pedro Payo quien ostenta la máxima autoridad eclesiástica en el archipiélago. No sólo es el principal responsable de los trabajos desempeñados en las islas para la organización de la exposición, sino muy probablemente también el autor intelectual del modelo expositivo en lo que se refiere a la presencia de filipinos "salvajes" en el certamen, participación que tendría como objetivo teórico y manifiesto "dar a conocer" la diversidad étnica del archipiélago, al tiempo que de una forma latente - que otros religiosos e incluso laicos convierten igualmente en manifiesta- se muestra a una Filipinas "incivilizada", que aún necesita la "tutela" de los religiosos y una política colonial netamente conservadora. Sobre la participación de fray Pedro Payo en la organización de la exposición disponemos de alguna documentación de interés conservada en la Biblioteca Museo Víctor Balaguer, en la población barcelonesa de Vilanova i la Geltru. Se trata de la correspondencia mantenida con el político catalán

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Víctor Balaguer, que se extiende entre el 29 de septiembre de 1886 y el 16 de junio de 18886 • El arzobispo remite su primera carta a Balaguer siendo aún éste presidente de la Comisaría Regia de la exposición; cuando envía la segunda, aquél ya es ministro de Ultramar. Lo más destacado de este intercambio epistolar es que nos ofrece una imagen directa y sin tapujos del enorme poder que ostenta el arzobispo en el archipiélago, aunque sea en este caso en relación con un asunto tan aparentemente puntual como la exposición7 • Así, en una de sus epístolas anota fray Pedro Payo que la Comisión Central continúa presionando a los jefes de provincia y a los responsables de las comisiones locales para conseguir una participación más intensa en el certamen, combinando "(. .. )desde la persuasión hasta la amenaza."8 • En ese contexto, no son pocos los miembros del clero regular, la mayoría párrocos de los pueblos, que participan de forma activa -por voluntad propia o por la presión de sus superiores- en las actividades encaminadas a reunir materiales para su envío a la Península y en el fomento de la participación nativa. El catálogo general de la exposición reseña la contribución de nada menos que 195 juntas de otras tantas poblaciones filipinas 9, presencia que se debe, sin duda, a la colaboración de las autoridades nativas y, sobre todo, a la presión ejercida por los frailes, que son los presidentes de las comisiones locales. Pero los religiosos no se limitan a incitar la aportación de los filipinos, también asumen el papel de expositores. No obstante, el hecho de que no se articule -de que ni siquiera se conciba- un proyecto de propaganda misional en la exposición hace que la presencia corporativa de las órdenes religiosas en el certamen sea muy limitada. Sabemos que participan -como congregaciones o, en su nombre, los respectivos procuradores generales o superioreslos agustinos calzados, los agustinos recoletos y los jesuitas, haciéndolo los tres de forma destacada. No obstante, aunque se muestran algunos planos de haciendas agrícolas de los dominicos, éstos no aparecen como expositores,

Biblioteca Museo Víctor Balaguer (Vilanova i la Geltru, Barcelona) -en adelante, BMVB-, "Exposición de Filipinas. Correspondencia 1886-1888", ms. 334. Son en total treinta y ocho las cartas cruzadas. SANCHEZ GóMEZ, 2003, pp. 48-50.

BMVB, "Exposición de Filipinas. Correspondencia 1886-1888", ms. 334, doc. 8, folios 24-26 vuelto -Carta de 31 de diciembre de 1886-. Los jefes de provincia citados son españoles peninsulares integrados en la administración civil. Los presidentes de las comisiones locales, responsables de la recopilación de materiales para la exposición en los pueblos filipinos, son los frailes españoles que están al frente de las parroquias.

Catálogo de la Exposición General de las Islas Filipinas celebrada en Madrid. Inaugurada por S. M. la Reina Regente el 30 de junio de 1887. Madrid: Establecimiento tipográfico de Ricardo Fe, 1887. • 287.

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aunque sí figura como tal el rector de la Universidad de Santo Tomás, que esa orden regenta. No hemos localizado, sin embargo, participación alguna de los franciscanos. También aparecen como expositores el propio arzobispo de Manila, alguna otra institución religiosa manileña y un convento de monjas. A todo esto se suma la presencia de una treinterra de frailes a título particular y de otros catorce párrocos que no anotan su nombre, sino únicamente el de la población que administran. Pese a todo, es tan reducida la proyección explícita de la actividad eclesial, no solo de la misional, en la exposición, que la prensa republicana peninsular aprovecha tales carencias para argumentar alguna de sus habituales críticas contra el clero. Así, en el diario madrileño El Resumen, de 26 de junio de 1887, se puede leer lo siguiente: "Siendo tanta la riqueza y preponderancia de los frailes, el principal elemento de las islas, no han remitido nada que les pertenezca y no podemos admirar su arte religioso, sus edificios, escuelas, obras escritas o impresas, medios civilizadores de su uso o invención y cuanto poseen o utilizan.".

El comentario citado no es quizás del todo justo con la presencia de las órdenes religiosas en el certamen, pero sí contiene una buena dosis de verdad. Aunque son numerosos los materiales, sobre todo de carácter etnográfico, remitidos directamente por algunos religiosos o por las comisiones locales que ellos presiden, apenas si se muestran colecciones relevantes. Su participación es algo más destacada en los grupos expositivos destinados a presentar la situación de la enseñanza superior en las islas y en el relativo a las publicaciones de carácter científico y literario editadas en o sobre Filipinas. No obstante, en el primero aparece un único expositor religioso: el rector de la Universidad de Santo Tomás, que exhibe varios cuadros estadísticos con información académica. En el segundo grupo, el científico-literario, sí es algo más significativa la participación de algunas órdenes religiosas, mejor dicho, de frailes a título particular, exhibiéndose sobre todo gramáticas, diccionarios y estudios diversos sobre las lenguas y dialectos filipinos. Pero todo esto sigue siendo muy poco, especialmente si tenemos en cuenta la ingente obra desarrollada por las órdenes en el archipiélago y su preponderancia en la mayor parte de los ámbitos de la cotidianeidad filipina. Aunque es muy destacado el papel que asume el arzobispo de Manila - y los religiosos en general- en la organización insular del certamen, su diseño global queda en manos de la administración peninsular que, no lo olvidemos, recae en 1887 en manos de políticos liberales. Es este contexto político-ideoló-

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gico el que hace posible que las denominaciones y los contenidos de las ocho secciones oficiales de la exposición denoten un marcado interés por presentar de forma global a la sociedad filipina, evitando (en buena medida) articular un esquema dicotómico entre colonizadores y colonizados 10 • De hecho, la sociedad colonial se presenta en la sección segunda del certamen bajo un epígrafe común que no puede resultar más aséptico -"Población"-, en el que se engloba al conjunto de las comunidades del archipiélago. Y es precisamente por iniciativa de la administración peninsular por lo que en esta sección se exhiben, en dos grupos consecutivos, todos los materiales vinculados con las creencias religiosas, en su sentido más amplio, tanto cristianas como paganas. En uno, se exhiben desde rosarios a fotografías y modelos de iglesias y casas parroquiales, así como datos estadísticos sobre las misiones jesuitas y el censo que ordenara confeccionar el arzobispo de Manila, fray Pedro Payo. El segundo grupo tampoco es muy extenso, pero sí mucho más exótico, ya que en él se presenta, entre otros materiales, más de una veintena de anitos o "ídolos" indígenas, de pueblos del norte de Luzón y de Mindanao 11 • No deja de ser relevante la mera presencia de tales figuras en el certamen y el hecho de que compartan sección con los elementos materiales de la religión católica, apostólica y romana. Poco tiempo atrás se habría considerado un verdadero sacrilegio tal mezcolanza, incluso la simple presencia de esas tallas. Ahora, las únicas dudas y preocupaciones que se manifiestan en ciertos artículos de prensa se derivan de la desnudez de los "ídolos". Algo se ha avanzado en la senda del exotismo, propiciando una mínima valoración de esas otras culturas, aunque esto no supone en ningún caso que dejen de ser catalogadas como "salvajes". Insistimos, no obstante, en que este diseño integrado de la sección segunda no es responsabilidad de los religiosos, sino de la administración peninsular. De todas formas, no hemos documentado críticas eclesiales al respecto. Éstas se mueven por cauces diferentes. En efecto, a diferencia de lo que ocurre en las exposiciones propiamente misionales -tanto en las autónomas como en las dependientes de certámenes coloniales-, en la de 1887 no podemos reconocer los tradicionales y explícitos 10

Este modelo dicotómico es el que encontramos, por ejemplo, en la Exposición Colonial de Ámsterdam de 1883.

11 Algunos de los que se denominan anitos son bulul (o bul-ul), algo así como deidades o espíritus guardianes de graneros de arroz o sencillamente figuras protectoras de las cosechas, que pueden aparecer tanto en posición erguida como acuclillada. Por su parte, los anitos (a-ni-to) serían representaciones de espíritus de los antepasados.

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mensajes lanzados por las órdenes religiosas sobre los beneficios de la evangelización. En dichas exposiciones, tales mensajes se transmiten a través de la contraposición, de un lado, de imágenes, prácticas tradicionales y materiales etnográficos considerados "salvajes", "repugnantes" o "primitivos" y, de otro, de imágenes, nuevas costumbres y la nueva cultura material aportadas por las misiones. Es cierto que en la Exposición de Filipinas se exhibe un elevado número de piezas etnográficas, muchas de ellas reunidas por religiosos, procedentes tanto de comunidades cristianas como de los famosos "igorrotes". Sin embargo, da la impresión de que estas últimas son presentadas con una intencionalidad que oscila entre el mero divertimento exotista y un cierto afán informativo más o menos diletante. La razón que puede explicar este desinterés de las órdenes religiosas por proyectos propagandísticos ya ha sido adelantada: su labor estrictamente misional es muy reducida, casi inexistente para la mayoría de las congregaciones; su quehacer cotidiano entre las comunidades cristianas se mueve en un plano pastoral y material muy diferente, plenamente consolidado -o casi- desde mucho tiempo atrás. Pese a todo, también en Madrid, en 1887, se lanzan mensajes contundentes sobre la necesidad de mantener e incluso de reforzar la presencia de las órdenes en el archipiélago, pero se hace con herramientas diferentes y con propósitos que sobrepasan con creces la mera potenciación de la obra misional. Esas herramientas que mencionamos son seres vivos, personas: los nativos filipinos exhibidos durante el certamen, que llegan a España bajo la tutela de la administración del Estado. En efecto, uno de los objetivos centrales que se pretende alcanzar con la organización de la exposición es convertirla en un auténtico escaparate global que muestre (desde una concreta óptica colonial, claro está) la compleja realidad material, social, política y cultural del archipiélago y sus habitantes. Esto implica que se "invite" a filipinos y filipinas al certamen, en principio con la intención de que presenten sus habilidades artísticas o artesanales o de que se dediquen a la venta de productos tradicionales. Pero el modelo diseñado no se queda aquí. El objetivo final es que la presencia de los filipinos no se reduzca a un simple acto de intermediación comercial o artística, sino que se convierta en un espacio único y excepcional sobre el que desplegar la diversidad étnica y religiosa de la población insular. Y es entonces cuando se echa mano no solo de artesanos y artistas cristianos, sino de personajes más o menos destacados y supuestamente representativos de sus distintas comunidades, incluyendo a musulmanes y, por supuesto, a "salvajes igorrotes". • 290 .

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Acabamos de mencionar las razones, diríamos que oficiales, que justifican la presencia de "salvajes" filipinos en el certamen. Sin embargo, existen motivos latentes, pero clara y fácilmente discernibles, que también entran en juego, y de ello son conscientes todos aquellos personajes contemporáneos que escriben sobre la exposición. De este modo, la presencia de individuos que únicamente se exhiben a sí mismos -y nos referimos a los "salvajes", no a otros personajes cristianos que en realidad tampoco tienen un cometido práctico que desempeñar en el certamen- se convierte en la circunstancia que sirve para articular las interpretaciones más dogmáticas del evento. Como hemos estudiado con detalle en otro lugar12, políticos y periodistas peninsulares, ilustrados filipinos y religiosos opinan sobre esa exhibición, sobre los "salvajes" y, lo más importante, sobre lo que representan o, mejor dicho, sobre lo que con su presencia en Madrid se pretende representar por parte de la administración. Por lo que se refiere a la reacción de determinados religiosos, decíamos un par de párrafos atrás que los "salvajes igorrotes" se convierten en la herramienta de la que tales personajes echan mano para justificar sus discursos sobre la ineludible necesidad de mantener y potenciar la presencia de las órdenes en Filipinas. Sus fisonomías, sus actitudes, sus personas, en definitiva, actúan como mecanismos transmisores de ideas -y prenociones- mucho más eficaces e impactantes que cualquier material etnográfico, por muy exótico o "repugnante" que parezca. Tomando como referencia la disparidad de personajes filipinos vistos en la exposición, todos los religiosos enfrentan en sus comentarios el supuesto estado de felicidad alcanzado por los nativos que han sido iluminados por la fe (y protegidos por la tutela del clero) a la "degradada" y "repulsiva" condición de aquellos otros que aún permanecían ajenos a la religión cristiana y, en definitiva, a la "civilización". Algunos frailes expresan estas ideas con suma rudeza; otros, más inteligentes y "políticamente correctos", lo hacen de modo mucho más sutil. El ejemplo más destacado de esta última actitud lo tenemos precisamente en el arzobispo de Manila, fray Pedro Payo, quien en carta dirigida a Víctor Balaguer, ministro de Ultramar, de 24 de julio de 1887, asegura que ha sido muy útil esa presencia indígena, pues de este modo España ha podido apreciar la complejidad étnica de las islas -conociendo al indio "culto", a las "razas monteses" y a los "moros", afirma-, y comprender y valorar

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las dificultades que aún entonces tiene la religión cristiana y la administración española para asentarse entre los moros y entre las tribus paganas de las rnontañas13 . Al mismo tiempo, el dominico comenta, casi corno de pasada, que la "diversidad étnica" filipina vista en la exposición -y las diferencias existentes entre su población en el camino hacia la civilización- justifica la necesidad de aplicar políticas prudentes o, sencillamente, de terminar con las políticas reformistas y asirnilacionistas que algunos políticos liberales pretendían introducir en el archipiélago. Al final, aunque el certamen colonial de 1887 no dispone de una sección estrictamente misional y a pesar de que ciertas características del modelo de organización y de estructuración de sus contenidos quizás no son del agrado de las órdenes religiosas, la intensidad y relevancia del quehacer cotidiano de esas órdenes en Filipinas se deja notar. No es algo explícito, tampoco hay una propaganda directa sobre la obra misional. Quizás entonces no fuera necesario. Bastaba con mantener viva una mentalidad que había dado por evidente e inamovible un estado de cosas surgido tres siglos atrás y que muchos consideraban que podía conservarse aún durante mucho tiempo (la cristianización de las islas); al menos eso les parecía 14 • Por ello, la presencia de la Iglesia perrnea todos los ámbitos de la exposición: los religiosos están presentes, y de forma relevante, en las dos comisiones organizadoras (en Madrid y Manila), participan prelados en los actos de inauguración y clausura, el certamen recibe la visita de destacados religiosos, se celebran misas para los filipinos -y los visitantes- dentro y fuera del recinto expositivo e incluso se construye en el parque una "ranchería igorrote" y un pueblo cristiano con sus respectivas iglesias y casas parroquiales. Y, si la presencia de la Iglesia católica es tan importante en Filipinas, ¿por qué no se articula su participación en el certamen de una forma más explícita y reconocible? Pues, sencillamente, porque tanto el modelo de colaboración entre las misiones y la administración colonial corno el de representación propagandística del propio hecho misional responden a la lógica de un tiempo pasado, a una forma aún arcaica de vincular o de asociar las misiones con la empresa colonial.

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BMVB, "Exposición de Filipinas. Correspondencia 1886-1888", ms. 334, doc. 21, folios 64-65.

No ocurrió así, aunque la Iglesia católica no fue la institución más afectada por las profundas transformaciones vividas por el archipiélago a partir de los años finales del siglo XIX, aunque ciertamente también las sufre.

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