MIRANDA. HOMBRE FRONTERA. EL DIARIO DE VIAJES DEL PRECURSOR AMERICANO POR GRECIA Y TURQUÍA

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Descripción



ROMERO TOBAR, Leonardo (2005). «La reescritura en los libros de viaje: las Cartas de Rusia de Juan Valera», en Leonardo Romero Tobar y Patricia Almarcegui Elduayen (coords.). Los libros de viaje: realidad vivida y género literario. Madrid: Akal, pp. 129-150.

MIRANDA. HOMBRE FRONTERA
Por Jesús Ernesto Parra



"Todo límite, en estado natural, de natural desarrollo posee perfil. Los confines de una cosa valen, por tanto, para definirla."
Juan David García Bacca


"El viaje es una metáfora de la vida del mismo modo que la vida acaba siendo un viaje, más o menos afortunado, más o menos desgraciado, entre dos nadas. Al final lo único que tenemos es el viaje"
Claudio Magris


"Mientras el turista se apresura por lo general a regresar a su casa al cabo de algunos meses o semanas, el viajero, que no pertenece más a un lugar que al siguiente, se desplaza con lentitud durante años de un punto a otro de la tierra"
Paul Bowles


"La frontera siempre fue mi norte"
José Luis Sampedro





EL MEDITERRANEO. UNA LITERATURA DEL DESPLAZAMIENTO

Poco imaginará, el turista que hoy visita Grecia, que su itinerario de ómnibus pre-pagado a la agencia de viajes, es la última de las formas de lo que fue sendero de iniciación, búsqueda existencial, e incluso tema de la literatura que conformó gran parte del imaginario occidental.

Ese visitante que viaja de Atenas para cruzar el istmo de Corinto, adentrándose en las llanuras de la Argólida descubriendo las ciclópeas murallas de Micenas, Argos, o Tirinto; o aquel que subiendo las montañas que llevan a Delfos se asoma a una encrucijada donde -según el guía del autobús- Edipo mató a su padre; o el que contempla con nostalgia, en desplazamiento por una moderna autopista, la llanura de Maratón; poco podrá intuir que es de los últimos buscadores de un viaje simbólico –ahora degradado: de conquistadores a turistas, de mitos vivos a códigos de tarjetas de crédito- que en algún momento también hicieron Pitágoras, Parménides, Heródoto, Anaximandro, Pausanias, Alejandro; y que cuyos despojos fueron retomados –ya como un mundo perdido, como una literatura del anhelo, una poética de los ruinas- por los viajeros románticos, hijos de occidente ilustrado, que ansiaban respuestas en esas planicies oliva, definiciones en montañas insólitas, y trascendencia sobre los vestigios de las piedras derruidas.

Ese itinerario literario por el mundo griego -inadvertido por el turista lego- es a su vez un campo donde sucesivamente se desplegaron, no solo las narraciones de ida de cada uno de estos viajeros inaugurales, sino que se convierte, por fruto de la elaboración creadora, en cartografía donde se define a éstos como irrevocables hombres-frontera, hitos móviles de una materia simbólica, narrativa, imaginaria, pero al mismo tiempo referentes espaciales imprescindibles para detallar una cultura, un mundo, incluso una civilización entera.

Para referirse a este tipo de viajeros literarios, el término hombre-frontera, aplicado a la antropología y prestado por la geografía cultural, fue presentado en los trabajos del catedrático norteamericano Clifford Geerzt, pero es Francois Hartog quien lo destina con maestría en su texto Memoria de Ulises, Relatos sobre la frontera en la antigua Grecia.

Miremos como Hartog define a Odiseo no solo como peregrino originario sino también como experiencia límite de un contexto histórico social, como línea de fuga para una construcción identitaria; en su propias palabras Odiseo como hombre-frontera sería:

"En sus viajes y por el movimiento mismo de ese retorno sin cesar contrariado y diferido, Ulises traza los contornos de una identidad griega. La rodea. Marca fronteras (entre lo humano y lo divino, por ejemplo) o, mejor, él, el Resistente, las experimenta y las prueba, a riesgo de perderse totalmente en ellas. Móvil, sacudido por las olas y siempre obligado a volver a partir, es en sí mismo un hombre-frontera y un hombre-memoria"

El viaje helénico, ya sea en el héroe ó en el filósofo nómade –Jasón, Ulises, Dionisio, Solón, Heráclito, Herodoto, e incluso Homero- se transforma desde y hacia el hombre-frontera de dispositivo narrativo a hito cultural. Ese itinerario no solo define un tránsito geográfico sino también primigenio, y en ese mismo sentido, hace del viajero un hito en movimiento a través del imaginario de una nación, también dinámica.

A partir de este dispositivo de construcción identitaria, la frontera no escapa de su término espejo: el límite. Ya como noción topológica ó como enunciado matemático, este último –muy caro en el mundo helénico- envolverá la conciencia de finitud de un universo dado, la certeza del contorno de los confines del mundo. Hombre-Frontera como experiencia límite.

Son hombres-frontera: en la Grecia Arcaíca, Jasón en su periplo argonauta que alcanza los linderos del mundo (la Cólquida, actual Georgia y Osetia, en el extremo oriental del Mar Negro), Herácles luego de saltar los Montes Atlas (Marruecos contemporáneo) abre con sus propios brazos las puertas del Mediterráneo (Estrecho de Gibraltar), mas adelante, con la llegada de las ciudades-estado, Solón, Heráclito, Parménides, nos traducen en sus aforismos y sentencias las relecturas del pensamiento que una vez recogieron en sus visitas a Egipto, Persia, o la Caldea de los pueblos Magos.

Es en el mundo Helenístico y el Imperio Romano respectivamente donde se encuentra a dos notables hombre-frontera, relatores a su vez de una cultura griega, ya para entonces universal: el primero, Alejandro, quien perseguía en su ruta fundacional –pues además de recorrer con la épica el mundo entonces conocido, se dedicó a fundar ciudades donde lo helénico se transformaba en ecúmene, en valor universal para determinar lo humano- los cartogramas aristotélicos, las leyendas caucásicas de Prometeo, así como el mito índico de Dionisio; y el segundo, Pausanias, cronista eficaz en la búsqueda de un mundo de los héroes bastante desdibujado incluso para los griegos del siglo III y II A.C.

La Descripción de Grecia, de Pausanias, ha sido catalogada como la más profusa y completa de las guías de la que pueda echar mano el viajero ilustrado en su recorrido actual por los territorios de la Grecia Antigua. La intención del autor no puede ser más reveladora: "la descripción de todo lo griego" ¿Qué es lo griego para Pausanias? Le precisión de los territorios donde acaecieron los grandes mitos fundacionales, las magníficas hazañas de la épica homérica, los espacios donde reposan los restos de los héroes, los ritos para entonces vivos de un pasado de dioses muertos.

No es tarea de este texto extenderse en una lectura crítica de Pausanias. Pero llama la atención dos curiosos datos que definen la Descripción de Grecia como texto literario. Primero, el abordaje que Pausanias tiende sobre la Hélade misma. Encontramos a un autor, que aun siendo nativo, nos describe estos territorios como extraños. Advertimos a ese mundo por vez primera, junto al narrador. Y buscamos palmo a palmo los rastros, las rutas, los ritos aun vivos de un pasado heroico. Pausanias hace dos viajes en su libro. El suyo, en la narración, y el nuestro, en la lectura. Ambas experiencias primeras, fundacionales.

El segundo dato es igual de significativo, y se refiere al origen del texto tal como lo conocemos. Otro viaje, esta vez documental dentro de unas mismas coordenadas, es decir, Pausanias, ya no en su descripción sino en la edición nos acerca a la otra Grecia, igual de asombrosa y más próxima al contemporáneo. Pausanias nos lleva a Bizancio. Descripción de Grecia es un texto rescatado por el geógrafo Esteban de Bizancio, quien en el siglo IV de nuestra era rescata los apuntes del viajero para un diccionario geográfico, y más aun, le da título a la obra.

Será ese Pausanias a caballo entre la Grecia Antigua y Bizancio, recuperado por los primero hombres del romanticismo, que un Francisco de Miranda de treinta y seis años citará una tarde de verano del 25 de Junio de 1876, apuntando en su diario la siguiente revelación de destinos y transformándose en ese gesto literario en otro más en la nómina de los que gustan de explorar los umbrales de la historia:

"25 de junio.

A la punta del día seguimos nuestra marcha de retorno, por la quebrada arriba, con designio de visitar la cueva famosa que describe Pausanias, y que el pueblo dice es la morada de las ánimas de los griegos que murieron en Maratón."

GRAND TOUR. EL VIAJE LITERARIO

Antes ser precursor de la Independencia de América, héroe en la Batalla de Pensacola, y nombre inscrito en la gloria del Arco del Triunfo de París, Francisco de Miranda fue un escritor. Un escritor de relatos de viaje. El primero de los americanos llegó hasta los confines de Europa tan solo para contárnoslo.

¿O no?

¿Era Miranda un viajero cultivado de su época? ¿Un paseante del Grand Tour, la educación sentimental del siglo XVIII? ¿Sus intereses al llevar un diario de viajes, correspondían a informar al Imperio del desempeño de aquellas tierras que visitaba? ¿O era este el antifaz, la excusa para una expedición exploratoria de su actualidad política, social, militar, y económica con objetivos estratégicos?

¿Para quién tomaba notas Miranda?

La historia comienza con un viaje relatado. Un itinerario de Miranda antes de ser Miranda. Un viajero, un viaje, un libro de notas. No hay mucho más. En un género no ficcional el mismo autor certifica tan solo dos mundos, uno que comenzamos a conocer a través del texto, y otro que comprobará él mismo, al dar por ciertas sus lecturas, esas huellas que ahora reconoce y que nosotros –relectores- comenzamos también a perseguir. Inicia la travesía con esta nota:

"15 de mayo.
A la punta del día nos hicimos a la vela, y navegando con buen viento llegamos al anochecer a doblar el cabo Papa, distante 60 millas de Zante y 30 de cabo Carentza. Aquí nos sopló una «fortuna», que llaman, esto es, viento fuerte que nos obligó a arribar a la sonda opuesta a dicho cabo, que se llama Puerto de Misolonghi, donde pasamos la noche al ancla. Desemboca el célebre Acheloos"

La academia limita al género, más o menos de la siguiente forma:
"Los relatos de viaje se nutren tanto de la experiencia real del viajero como de la escritura de relatos anteriores. El relato personal de un viaje entreverá un «yo he visto» con un «yo he leído» de una forma inextricable que, en muchas ocasiones, hace muy difícil al lector el poder separar lo que ha sido experiencia directa del escritor y ecos de las lecturas de otros relatos de viajes anteriores, bien porque éstos han sido tomados como «guía» práctica para el nuevo viajero bien porque la memoria de éste no puede borrar las huellas que le han dejado los textos leídos antes de la redacción del suyo propio."

El viaje literario de Miranda por Grecia y Turquía –e incluso Crimea, a sus treinta y seis años, es para nosotros una composición donde perseguimos –lectores inconformes- tres itinerarios al unísono: el viaje de un hombre occidental, de alta cultura, y de formación por tierras exóticas, procurándose una inmersión de letras clásicas; la ruta literaria de un lector de Pausanias, Heródoto, Historia de la Antigüedad, y los cronistas británicos que le precedieron en ese trayecto; y tercero, velado entre las líneas de la redacción en desplazamiento, el sendero de un camino ético, político, de la arquitectura de una sensibilidad que luego –la otra Historia, con mayúsculas- se nos revelará de gran utilidad en otra aventura: el salto emancipador de la América, la invención de otro mundo.

Miranda ejecuta en su viaje el Grand Tour. Del 15 de Mayo al 23 de Septiembre de 1786, Miranda completa su viaje por los territorios que comprendieron la Grecia Clásica, y Bizantina. La modalidad del periplo fue el Grand Tour: fórmula de iniciación cultural de la élite ilustrada de la Inglaterra, Francia, Holanda, y Alemania de la época. Los futuros funcionarios del Imperio comprendían de primera mano los grandes alcances de las civilizaciones referentes: Grecia, Roma, Bizancio, además de dar una mirada de soslayo al poderoso enemigo de Occidente para la época, El Otomano, feroz albacea de la antigua Constantinopla, de allí en adelante capital turca, Estambul, y cerrojo a las puertas de Oriente y el Mar Negro.

Paralelo al viaje de los Naturalistas –donde Humboldt, Bonpland, y La Condamine, representan de los más notables ejemplos- el Viajero, como modalidad cultural, además de desarrollar toda una profusa literatura -con sus propios géneros del discurso- será una de las formas de Occidente para catalogar, definir, delimitar, y en algunos casos excluir los contornos de ese mundo que para entonces abandonaba el mercantilismo primitivo para dar el salto al capitalismo imperial.

Allí los diarios se encuentran con lo que es ahora una potente tradición literaria, lo moderno contando un mundo ya contado, los nuevos viajeros buscando signos para su mundo por crear, los ilustrados, los románticos, harán una literatura del desplazamiento por el Mediterraneo y el Egeo donde el Diario de Grecia y Turquía se entronca y aporta lecturas propias.

La literatura helena de Miranda será contemporánea de las crónicas del Barón de Tott -a quien el venezolano llega a refutar, de Pierre Augustin Guys -de quien da fe de haberlo leído, las cartas de Lady Mary Wortley Montagu, de los españoles Gabriel Aristizábal, José Solano y Ortiz de Rozas, Pedro María González, de Jean Etienne Liotard.

Seguimos. ¿Para quién tomaba notas Miranda?

Miranda viajero-escritor, hará grupo entre los textos que inspirarán un salto existencial dentro del género. Textos como el de Miranda dieron paso a una literatura de lo exótico, de la aventura a los mundos pretéritos, de la poética de las ruinas. Este grupo, ya en el Siglo XIX lo liderará el Viaje a Italia, de Goethe; el Viaje a Oriente, de Lamartine; los Cuadro de Viaje, de Heine; las aventuras políticas y la misma muerte de Lord Byron; y tensando el arco, la correspondencia del crepuscular otomano de Le Corbusier, entrado el Siglo XX.

Miranda busca la heroica griega. No son pocas las referencias a las lecturas clásicas en este diario. Incluso la ansiedad por hallar, y sobre todo: describir, el pasado clásico delata al autor en las primeras notas. Muy cerca de Corinto mirando consulta con los lugareños por la presencia de ruinas antiguas, de inmediato le informan que la única ruina son cuatro viajes columnas: Archaia Korintho, como la denominaban los locales.

Pero a los pocos días, el 8 de Junio de ese mismo año, Miranda escribiré pletórico, admirado ante la certeza de que Grecia existe:

"Por la tarde emprendí a montar sobre el castillo, cuya subida es larga y penosa. Mas cuando se llega arriba se queda contento por las hermosísimas y extensas vistas que de todas partes se presentan. El Helicón y el Parnaso, con sus dos cuernos, se ven clarísimamente y más con un buen anteojo como el que yo tenía. A un tiempo se ven la mar de Lepanto y la del Archipiélago, islas de Salamina, Montes de Atenas, etc., y es una de las más bellas y extensas perspectivas que yo haya visto jamás."

Vamos a leer a Miranda corroborar desde la Isla de Salamina la narración de los libros de Herodoto, asistiremos a su descripción del Templo de Baco, el Areópago, el Arco de Adriano, los templos de Júpiter Olímpico y de Augusto, y la mirada que posa en sus paseos por la Acrópolis de Atenas. El 21 de junio siguiente, Miranda confiesa, en su paso por Los Dardanelos, ya hacia la costa turca, la exploración homérica. Miranda baja a la playa en busca de Troya.

"Temprano seguimos nuestro rumbo con viento flojo del O., pasando el canal de Tenedos, pegado a la costa de Troya, cuyas ruinas buscaba con mi anteojo por todas partes, mas nada podía encontrar. Véese sí, el monte Ida y más al fondo el Olimpo, que se levanta sobre todos los demás. A instancias mías me desembarcó el capitán con un marinero que conocía el terreno, pero no pudimos descubrir ninguna cosa que se asimilase a ruina antigua. El local sí que está exactamente según lo han descrito los poetas antiguos."

Miranda se encuentra con los otros. Entre el viaje literario y el Gran Tour del venezolano, la sorpresa –una capa porosa, invisible, e intermedia- la aportan los acompañantes casi anónimos de la historia, las filigranas de la narración donde la dimensión ética, y política de éste paseante cobran fuerza y belleza.

Las descripciones de la corte del Sultán están llenas de precisión, colorido, justicia ante el fausto de los áulicos, más aun, cuando se refiere al carácter ideológico no se detiene en sentencias atronadoras contra la tiranía del imperio oriental. Condena con energía en sus apuntes la opresión al pueblo griego, desdeña el carácter altivo y soberbio de un oficial naval turco que le sale al paso al atracar en Estambul, desprecia con plenitud de condiciones las formas de vida en una ciudad que alberga las más finas ruinas del fulgor bizantino, último hálito de la Grecia ecuménica: "Más toda esta magia se desvanece y un todo opuesto contraste se ofrece a la imaginación cuando se entra por las calles y comenzamos a hallarnos en una estrechez puerca, llena de perros y gatos, vivos y muertos."
Pero sorprende entre todos estos datos un gesto, curioso para cualquier lector desentendido, pero revelador – para nosotros buscadores del Miranda-Frontera- de una sensibilidad extraña para una sociedad de clases sociales tan marcada, como la de entonces, y para un supuesto hombre ilustrado del Siglo VIII. En un gesto de afecto y pleno desprendimiento, Francisco de Miranda adquiere la casa donde se aloja en Atenas (ubicada en el actual barrio de Plaka), y luego la deja a la humilde familia que lo atendió. Así mismo nos lo cuenta:

"Luego a casa y después de comer, a mudar de alojamiento antes que llegase el maldito fraile. Este lo conseguí bueno, en casa de un Dragomán, nativo de la isla de Candía, llamado el señor Giovanni, que solo tenía su mujer y una criada, los cuales me dejaron toda la casa a mi arbitrio y lo mejor era que estaba situada cerca de la ciudadela, en un paraje elevado y bien ventilado, pues en lo bajo es asarse en esta estación. La casa es buena, sólidamente edificada en el gusto del país y me la querían vender por 50 cequíes, cuyo dinero hubiera dado gustosísimo si lo hubiera tenido, por tener posesiones en la sabia y política Atenas. Cómprela al fin y la dejé a esta familia para que la habitase."

Pero, casi terminando ¿para quién tomaba notas Miranda?

Miranda tomaba notas para si mismo, y para nosotros. Sus notas son líneas de fuga de un continente que aun no existía. Un mundo sin crear. La utopía que comienza cuando los libros se cierran. Los apuntes del diario nómade de Miranda son fundamentos para la arquitectura secreta del proyecto americano. Luego de sus viajes europeos: Miranda inventa Colombia. Más allá de la literatura –o hundiéndose hasta el fondo de esta- Miranda consigue la heroica. Cuando se acaba la Historia comienza la Épica.

Glorioso estratega de la Batalla de Pensacola; amante inolvidable en las sensuales calles de Granada, Málaga, Madrid; pornógrafo perseguido por la Inquisición en los malecones de La Habana; exquisito contubernio de Joseph Haydn; preciso relator de viajes a las civilizaciones perdidas; y laureado para la inmortalidad como Mariscal de la Revolución Francesa; la realidad parecía quedarse en pasos cortos para este venezolano.

Después de Grecia y Turquía el viaje de Miranda comienza a ser nuestro viaje. Visitará Crimea, puerta del Mar Negro a la Rusia zarista. La picaresca mira con saña su relación con Catalina II. Ella mirará –más allá de la frontera- la grandeza del proyecto americano, antes de este acometer su aventura francesa.

¿Qué más le quedaba entonces a Miranda luego de este trasiego por las fronteras de un continente completo, y ya vetusto, sino la invención misma?

Miranda inventó América. Solo un hombre-frontera es capaz de darnos contornos de un mundo por hacerse. Y Miranda lo realizó magistralmente. Nos muestra un mundo, ya por morir, en sus diarios, y en su último gesto, abraza un mundo nuevo, por hacerse, por nombrarse incluso. Desde el Río Grande hasta La Patagonia.

Nuestro primer hombre-frontera recorre el pasado de Europa y un par de pasos más adelante intuye el futuro de América. F.G. Junger anota una definición del titán Prometeo que se ajusta al Miranda nómada por Europa, y que nos lanza otra ves sobre lo griego, los límites, las fronteras, y nos asegura que no estamos tan equivocados:

"Esta inteligencia es titánica en cuanto que está completamente consagrada al devenir y en contradicción con el ser en reposo de Zeus. Es infatigable, activa, hábil, atenta a los cambios y, a diferencia de Crono, apunta hacia el futuro. Prometeo tiene algo de présago. Consigue muchas cosas y goza de una enorme dicha. La dicha de Prometeo es ante todo una dicha por los principios, por el comienzo y por crear despreocupadamente. Es la dicha de la osadía"

Esa misma dicha aparece cuando descubrimos con Miranda los pasos fundacionales de Herodoto, Heracles, Homero, y Pausanias. Y de seguro nos gustaría imaginar a Miranda pensando en ese continente inédito, Colombia, mientras contemplaba por primera vez la fachada de Santa Sofía, en Estambul, o bien cruzando los linderos del Bosforo para adentrarse en el definitivo Mar Negro.

Luego de este diario, de este viaje literario que ahora comienza para el lector, sabemos que no se equivocaba Miranda en recorrer el paso invisible de los héroes: de la épica a la literatura, de las lecturas a la realidad, del fin de Europa hacia el inicio de América, dialéctica fatal de las historias.




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