MINERÍA Y METALURGIA EN EL LEVANTE PENINSULAR DURANTE LA EDAD DEL BRONCE

September 4, 2017 | Autor: J. Simón García | Categoría: Prehistoric Archaeology, Metallurgy, Edad Del Bronce, Prehistoria
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Comunicaciones

Cæsaraugusta, 78. 2007, pp.: 237-250 ISSN: 0007-9502

Minería y metalurgia en el Levante peninsular durante la Edad del Bronce

La investigación sobre las primeras sociedades metalúrgicas en la Península Ibérica, ha discurrido por dos líneas de trabajo que en la mayoría de los casos no han podido complementarse hasta fechas muy recientes, por un lado la investigación ergológica, y a través de ella de los comportamientos culturales y técnicos de dichas sociedades, línea de trabajo que se remonta desde los trabajos de Siret o Bosch Gimpera a finales del siglo XIX y primeras décadas del XX, hasta los más recientes de Lull en la década de los ochenta; y por otra parte la investigación analítica de la composición de las piezas metálicas. En esta segunda línea podemos apreciar claramente tres fases: en primer lugar, desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, donde únicamente encontramos análisis químicos realizados sobre piezas puntuales, habitualmente a petición de arqueólogos y con el único objetivo de conocer los elementos mayoritarios de la pieza. En segundo lugar, podemos situar el trabajo realizado por la escuela de Stuttgart entre las décadas de los años sesenta y setenta, y finalmente el proyecto de Arqueometalurgia de la Península Ibérica desarrollado en la última década del siglo bajo la dirección inicialmente de M. Fernández Miranda y G. Delibes, y por la desaparición del primero el segundo autor fue el encargado de finalizar, al menos los estudios desde el Calcolítico hasta el Bronce Medio, los trabajos de estudio y análisis de las técnicas, composiciones y circunstancias en las que se desarrollaron la primera elaboración de objetos metálicos. A esta última fase habría que sumar proyectos similares si bien con un ámbito más regional como los de Arribas y Molina sobre Los inicios de la metalurgia y el desarrollo de las comunidades del Sudeste en la Península Ibérica durante la Edad del Cobre, el dirigido por la Dra. Camalich Massieu sobre Los inicios de la Metalurgia en la Cuenca Baja del Almanzora, los trabajos del Dr. D. Lull sobre Investigación arqueológica en el yacimiento de Gatas, el proyecto de los Dr. Rothenberg y Pérez sobre Arqueo-metalurgia de Huelva, los proyectos del Dr. Aguayo sobre La Edad de los Metales en la Depresión natural de Ronda, la

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Prospección Arqueometalúrgica de la Provincia de Málaga por Rodríguez et alii (1989), de Toledo por el Dr. Montero et alii, en 1982, de Madrid por la Dra. Blasco y el Dra. Rovira, de Aragón por Pérez Arrondo y López de Calle, o del País Valenciano por nosotros, entre otros trabajos. La desigual distribución de los recursos minerales con posibilidades de explotación durante la Edad del Cobre y Edad del Bronce en el Levante peninsular —cobre, estaño, oro y plata—, ha conllevado procesos culturales regionales con desarrollos técnicos muy dispares, tanto en las actividades de extracción como en los de transformación y elaboración. Esta circunstancia ha marcado cada una de las diferentes fases cronológicas desde finales del tercer milenio hasta el último tercio del segundo milenio a. C. que ha tenido consecuencias especialmente significativas en los procesos sociopolíticos de cada zona, pese a lo cual no dejaron de estar integradas dichas actividades y dinámicas en el marco cultural del momento, tanto a nivel de la Península Ibérica como del Mediterráneo Occidental.

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Ya se ha señalado en otras ocasiones las escasas posibilidades mineras del País Valenciano, circunstancia corroborada a través de la documentación histórica, siendo los afloramientos de la cuenca del Palancia los más destacados, de Aragón, donde los recursos cúpricos se adscriben al sur de Zaragoza y Albarracín, donde la Loma de la Tejería sería uno de los yacimientos más significativos, y de Cataluña, donde tras un intenso estudio de campo los investigadores centran las mayores posibilidades de explotación en torno a los Montes de Prades, con dificultades para la obtención de otros minerales diferentes al cobre, como el estaño. Sin embargo, la valoración de las menas polimetálicas pudieron ser suficientes para el tipo de explotaciones de la época. Frente a este panorama la región de Murcia goza de un buen número de recursos, concentrados en el Campo de Cartagena, en donde se incluiría la sierra de Orihuela, y los macizos serranos de Mazarrón-Águilas, Lorca y Moratalla. De igual modo, y en ocasiones con un número mayor de recursos la Andalucía Oriental, y en concreto Almería, tuvo no sólo unas posibilidades muy abundantes de menas de cobre, en sus diferentes mineralizaciones, sino que éstas fueron de una accesibilidad tal que apenas si necesitaron desarrollar complejos sistemas de explotación, cambiando de lugar de extracción en el momento que el esfuerzo o los resultados necesarios para alcanzar las mejores vetas se complicaban más allá de lo que consideraban aceptable.

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La metalurgia calcolítica del sureste peninsular y la región de Murcia se caracterizaba por el aprovechamiento de los múltiples y cercanos afloramientos, lo que no hizo necesario grandes tareas extractivas. El mineral, de polimetalismo complejo, se redujo en los poblados, esencialmente mediante el empleo de vasijas-horno, en estructuras habitacionales no especializadas, en las cuales se completó el proceso mediante el empleo de moldes de piedra o arcilla y acabados mecánicos y térmicos. Las piezas documentadas más usuales se inscriben perfectamente en la panoplia del momento, hachas, cinceles, sierras, punzones, puntas de flecha y grandes hojas que pudieron jugar el papel de puñales. El sector meridional murciano, especialmente las serranías lorquinas, se ven envueltas en la dinámica que por esos momentos se genera en sectores almerienses, mientras que las zonas centrales, y sobre todo las más septentrionales, serán algo más retardatarias en la introducción de los primeros objetos metálicos y muy posiblemente en la incorporación de técnicas de producción, las cuales emplearán los cobres de la zona cuya principal consecuencia es la presencia de arsénico, en porcentajes muy significativos, y otros ele-

La introducción de elementos campaniformes, entre el III y II milenios a. C., provoca, por un lado, la producción de tipos específicos del momento, como los puñales de lengüeta y las puntas de Palmela, a los que se les añaden punzones, algo más cortos que los anteriores, y los cinceles, escoplos, hachas y adornos en oro de la etapa anterior. Las piezas metálicas, al igual que ocurre en el Calcolítico, aparecen tanto en poblados como en ajuares funerarios, sin que se detecte una producción concreta para un uso o ritual determinado, si bien se va generalizando una vinculación más palpable entre individuos significativos socialmente y determinados objetos de metal, hecho especialmente claro en el caso de los puñales de lengüeta. En el País Valenciano los hallazgos de objetos campaniformes se concentran en las comarcas centrales —la Costera, la Ribera Alta y Baja y l’Alcoia-Comtat— y en el Alto Vinalopó y la Vega Baja, mayoritariamente en ámbitos funerarios en cueva o en poblados tan diferentes tipológicamente como la Ereta del Pedregal (Navarres), un poblado situado en un medio lacustre, y Les Moreres (Crevillent), un hábitat ubicado sobre un cerro. Pero quizás el hecho más significativo de este momento sea la constatación arqueológica de la realización de tareas metalúrgicas, al menos de fundición, en un número significativo de asentamientos, lo cual determina necesariamente la comercialización en las rutas de intercambio de metal reducido o de objetos que pueden funcionar como lingotes, caso de las hachas planas o algunos cinceles. Esta circunstancia, la del empleo de piezas de gran volumen para elaborar otras de menor tamaño y masa, puede observarse en algunas piezas de la Ereta del Pedregal. De este modo, zonas sin recursos mineros pueden desarrollar una actividad artesanal que si bien desde el plano económico no deja de ser anecdótica, desde el punto de vista social empezará, como material exótico, a jugar un importante papel social, ejemplo de ello pueden ser los ajuares funerarios de algunos enterramientos individuales, como los de la Cueva Oriental del Peñón de la Zorra (Villena) —puñal de lengüeta, puntas de flecha y adorno de plata— o la Sima de la Pedrera (Polinyà de Xúquer) —puñal de lengüeta, punta de flecha, punzón, etc.—.

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mentos minoritarios o trazas, como la plata, el hierro, el antimonio o el plomo, entre otros. El oro se encontrará presente en un reducido número de objetos de adorno, gracias al uso de placeres fluviales, de compleja ubicación.

En Aragón la situación es muy similar, donde puntas de Palmela, hachas planas, punzones y puñales de lengüeta, junto a adornos bitroncocónicos son las producciones más habituales, asociadas habitualmente a contextos campaniformes, como ocurre con las áreas colindates y donde el metal aparece junto con las primeras evidencias de actividades de producción en ámbitos locales. Algo similar se encuentra en Cataluña, donde salvo una serie de piezas que parecen estar adscritas a grupos neolíticos, donde está por determinar el grado de evolución cultural y tecnológica y los contactos que mantienen con otros grupos, los inicios de la metalurgia, tanto extractiva como de producción son atribuibles a momentos campaniformes, con tipos y características similares a las de los territorios colindantes.

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Las tareas extractivas, transformadoras y productoras no tendrán significativos cambios respecto a momentos anteriores, sólo un cierto incremento como consecuencia de la generalización de la actividad y una cierta mayor demanda, de difícil cuantificación y significación.

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La Edad del Bronce supone la polarización del territorio en tres grandes áreas, la argárica, que incluye toda Murcia y las comarcas meridionales valencianas, hasta el Vinalopó, el Bronce Valenciano, desde los macizos montañosos que delimitan septentrionalmente el Vinalopó hasta el Ebro, y por otro lado todo el territorio comprendido entre el valle del Ebro y el Pirineo. Sin embargo, en todas las zonas los procesos socioculturales comarcales tendrán un importante peso en la producción metalúrgica, hasta el punto de generar una producción y utilización metalúrgica muy particular en cada zona, si bien dentro de unos parámetros generales particulares. La extracción se sigue concentrando, muy posiblemente con una mayor actividad de prospección y aprovechamiento de los afloramientos existentes, en las serranías almerienses y murcianas, las cuales han desvelado un polimetalismo complejo, variado y en ocasiones peculiar, con altas tasas de arsénico y porcentajes de estaño que llegan a provocar la realización involuntaria de bronces naturales. La abundancia de afloramientos conlleva unas tareas mineras de escasa envergadura y ante el más mínimo problema técnico se abandona la explotación para buscar en las inmediaciones nuevos recursos. Este hecho es el que lleva a algunos autores a explicar la falta de restos y noticias sobre estas labores mineras, frente a otras zonas peninsulares, como el SW donde se registran galerías y escoriales, o europeas. El instrumental será sencillo, mazas, picos de asta con y sin puntero, capazos de esparto, tinajas cerámicas, etc. Para la fase de reducción se emplearán morteros de piedra, ya que los hornos no serán más que un hoyo en la tierra.

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El resto del territorio, especialmente el valenciano, sigue abasteciéndose de estas zonas, y de otras periféricas, como la Alta Andalucía, Teruel, Tarragona, Guadalajara, etc., y sólo en momentos avanzados del II milenio a. C. parece que se benefician los afloramientos cúpricos de valle del Palancia. Por ello el mineral reducido, los lingotes, entendidos como las piezas de amplia masa metálica, como las hachas, y el reciclaje de chatarra, en el menor de los casos, serán las fuentes de aprovisionamiento habitual de los poblados ubicados en zonas sin recursos metalúrgicos.

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Los datos registrados en Almería, Murcia y Jaén señalan hacia el traslado del mineral hasta los poblados, donde se reduce en las vasijas-horno, se funde en crisoles y se vierte en moldes de piedra, para finalmente acabar las piezas mediante martillado y pulido. Todo ello se desarrolla en estructuras que en principio no poseen una adaptación o especialización concreta, por artesanos a tiempo parcial, los cuales no llegan a desarrollar una producción estandarizada, en composiciones, metodología productiva y tipología métrica, si bien se ciñen a unos tipos genéricos muy concretos —alabardas, puñales, hachas planas, cinceles, punzones, sierras, puntas de flecha, foliformes y de pedúnculo y aletas, y sobre todo adornos, como aretes, anillos y brazaletes abiertos, espirales, cuentas, diademas, tútulis o trompetillas, etc.—. Tipos con una personalidad regional son las hachas de rebordes, con una distribución por Cataluña y el sector oriental de Aragón, las agujas de cabeza discoidal, de procedencia alpina, o las decoradas mediante incisiones. Sin embargo, la producción de objetos metálicos tanto en el área argárica como en la valenciana, aragonesa o catalana, tiene una orientación eminentemente social. Por su número y volumen no parece que se trate de una producción con fines utilitarios, ya que no llegan a sustituir a los aperos agrícolas realizados en otros materiales, como las hoces, las cuales siguen siendo de sílex, o cinegéticos, como la producción de puntas de flecha en hueso y sílex, y las hachas y cinceles de metal

En las armas, ya sean las alabardas y los puñales, o las hachas y puntas de flecha, se han constatado carencias estructurales muy importantes, tanto en la composición de las piezas, con consecuencias en su resistencia, como en su diseño, donde remaches y enmangues parecen apuntar a un uso simbólico y poco práctico, como lo prueba el uso de remaches de plata, ubicados en los bordes de la pieza o el enmangue mediante maderas blandas y flexibles poco adecuadas para su uso ofensivo. El tamaño de las hachas y el diseño de muchas puntas de flecha, con una hoja redondeada y escasa capacidad de penetración, parecen señalar en la misma dirección. La introducción de la aleación de bronce —cobre y estaño— entre el 17001500 a. C. no parece ir dirigida hacia una mejora de las propiedades mecánicas de los útiles y las armas, sino más bien hacia el aprovechamiento de sus cualidades estéticas, donde su adicción permite obtener unas composiciones con tonalidades amarillas, o plateadas, en el caso de composiciones muy elevadas de estaño, que permiten simular objetos de oro o plata, frente a las tonalidades cobrizas de momentos anteriores. Esta circunstancia no sólo se constata por el empleo del bronce esencialmente para la realización de adornos, sino que cuantitativamente la producción de la Edad del Bronce se orienta hacia ese campo por una demanda social que tiene en su ritual funerario su máxima expresión.

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parecen más orientados hacia actividades artesanales de carácter emblemático, como la ebanistería, la orfebrería, la carpintería, etc., que hacia actividades como la construcción, cantería o deforestación.

En las zonas argáricas, las necrópolis, al menos de un importante grupo de población, se sitúan dentro de los propios poblados. En ellas los difuntos se acompañan de ajuares en los que el metal se encuentra representado en función de la posición social del individuo, desde diademas áureas, con carácter excepcional, a los más habituales puñales y alabardas, estas últimas sustituidas por las espadas en momentos avanzados del II milenio a. C., a los que se les suman las hachas y los punzones, estos últimos más propios de enterramientos femeninos, frente a los anteriores más comunes de inhumados masculinos. Tanto los individuos femeninos como los masculinos presentan múltiples adornos, aretes para los lóbulos de las orejas, anillos en las manos, espirales para el pelo, diademas a modo de cintas para la cabeza, realizados en cobre arsenicado, bronce, oro y plata, este último metal incorporado a la metalurgia del momento gracias a su aparición en forma de nódulos de plata nativa o cerargirita en las menas de explotación de cobre.

Este panorama no será uniforme en la zona argárica, y en función del desarrollo geopolítico de la zona nos encontraremos con producciones y utilizaciones más o menos ajustadas al modelo señalado, plenamente vigente en las tierras del valle del Almanzora o las serranías loquinas u oriholanas y mucho más diluidas en áreas como el altiplano murciano o el valle del Vinalopó. Frente a este mundo el Bronce Valenciano, al igual que las tierras de Aragón o Cataluña, desarrollará una metalurgia mucho más escasa en volumen, número y

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En los niveles de habitación es donde se registran cinceles y puntas de flecha, ahora fuera de los ajuares funerarios frente a lo que ocurría en fases anteriores, y hachas, sierras, puñales, cuchillos y punzones, los cuales se irán incorporando al utillaje funcional de forma lenta y paulatina conforme avance el período.

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tipos, no sólo por las dificultades de abastecimiento, sino por una menor estructuración social, que conlleva una menor demanda de objetos de prestigio social que en ocasiones se plasman en tipos y objetos que perduran de momentos anteriores. De ahí que el metal tenga una función utilitaria, se documente preferentemente en niveles de ocupación y se oriente hacia tipos con amplia tradición, como las puntas de flecha o los punzones. La introducción de grandes puñales, en ocasiones nervados, será al igual que los adornos, una influencia meridional, en fases avanzadas del II milenio a. C. y que se irán incorporando al bagaje funerario a medida que la estructuración de los grupos humanos se hace más compleja. La producción se limitará a procesos de fundición y por lo moldes registrados a elaborar varillas a partir de las cuales elaborar mediante técnicas mecánicas y térmicas punzones, cinceles, puntas de flecha, pequeños puñales de hoja triangular y un sin fin de adornos a partir de hilos y barritas, como aretes, anillos y brazaletes. Se continúa registrando algún elemento de oro, sobre todo aretes y cuentas de collar, y en plata unas cintas (Lloma de Betxí, Paterna) que bien pudieron ser adquiridas en las redes de intercambio, al igual que los grandes puñales nervados de La Atalayuela (Losa del Obispo), a través de las cuales llegan influencias culturales que explican ritos y ajuares funerarios como el de la Mola d’Agres (Agres), una cista con un individuo inhumado y un gran puñal con enmangue en omega. En esta dinámica, hacia la mitad del II milenio, se incorporan a la producción metalúrgica los valles del Palancia y el Mijares, territorio en el cual confluyen influencias meridionales, septentrionales, de la serranía ibérica y especialmente de ámbitos del Mediterráneo occidental. Dicha actividad metalúrgica cuenta con los importantes afloramientos cúpricos de la sierra de Espadán, hecho que explica el porcentaje relativamente elevado de objetos de producción, especialmente moldes y crisoles, en los primeros sin atestiguar aún la llegada de los nuevos tipos del Bronce Final y en los segundos desarrollando formas y decoraciones propias de estas fases avanzadas.

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Las primeras influencias del Bronce Final generan un mundo ecléctico, entre la tradición argárica y una serie de nuevos tipos, cuya máxima expresión se alcanza en el Alto Vinalopó, en concreto en el Cabezo Redondo (Villena), donde se sigue constatando formas de producción tradicionales, sin un área de producción específica, y posiblemente sin la existencia plenamente configurada de un artesano metalúrgico a tiempo completo, o el mantenimiento de las formas y tipos tradicionales, al tiempo que se incorporan algunos de los tipos del Bronce Final I, especialmente las puntas de lanza de vástago hueco y hoja nervada realizadas en moles de piedra, circunstancia que también se constata en el próximo yacimiento de El Fossino (Font de la Figuera).

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Con una producción que parece poseer un carácter local, se desarrolla una orfebrería que tiene su máximo exponente en el Tesorillo del Cabezo Redondo, en donde aparecen tipos nuevos, como los tútuli o los anillos cerrados, pero realizados a base de las técnicas tradicionales de martillado y pulido. Sólo un fragmento de brazalete de púas, muy posiblemente presente como acopio de material para reelaborar, al igual que otros elementos del tesorillo, muestra la conexión de dicho conjunto con el Tesoro de Villena, donde confluyen las tradiciones tipológicas y técnicas que en el Bronce Final empiezan a calar en toda la fachada mediterránea peninsular, con orígenes en el Mediterráneo Central y en Centroeuropa, debido

El final de la Edad del Bronce aporta para todas las tierras del Levante peninsular, unas nuevas técnicas de producción, donde se sustituye el molde de piedra por los de arcilla y unas aleaciones diversificadas por otras más estandarizadas, todo ello efectuado en espacios concretos y posiblemente efectuados para desarrollar dichas tareas, quizás por un mayor volumen de producción, pese a que dicha actividad pueda tener un carácter estacional, como podría apuntar la cabaña de Penya Negra (Crevillent), donde una producción, esencialmente de objetos de adornos, tendrá una orientación hacia el consumo local, al tiempo que se estarán realizando piezas de tipos destinados hacia mercados más lejanos y vinculados a las rutas marítimas de comercio. El abastecimiento de dichos talleres seguirá siendo mixto, la explotación de los recursos mineros murcianos y el reciclado de chatarra, si bien esta última opción parece que se verá incrementada y apoyada por lingotes estandarizados como los de tipo «hacha de apéndices», presentes en Peña Negra (Crevillent), La Alcudia (Elx) o El Tabayá (Aspe). Pero no sólo se producen los nuevos tipos metálicos del Bronce Final, sino que llegan piezas elaboradas de casi todas partes de Europa occidental, especialmente del ámbito francés, como las hachas de cubo de una o dos anillas, las puntas de lanza de hoja flambeada, las fíbulas, las puntas de vaina, los cuencos metálicos, etc.

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sobre todo a la conexión a larga distancia de lo que hasta la fecha habían sido rutas regionales, tanto terrestres como marítimas y a su vez las unas con las otras. Prueba de ello será la implantación de tipos metálicos procedentes tanto del área atlántica, como las espadas de puño macizo o lengua de carpa, como del área mediterránea, representadas por fíbulas sicilianas o las hachas de apéndices laterales entre otros.

Todo este metal se distribuirá de forma más habitual en los ámbitos domésticos de las poblaciones levantinas, donde el consumo se sigue orientando hacia el mundo de los adornos, al tiempo que se incrementará la presencia de útiles y se hará cada vez más usual la de armas. En el mundo funerario, donde se generaliza el rito de inhumación, se mantiene una fuerte presencia de adornos personales, unos simples y de facturación local, como anillos y brazaletes, y otros foráneos o de imitación como fíbulas, botones, placas, etc.

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En definitiva parece que se configura al final de la Edad del Bronce una metalurgia regional de autoabastecimiento, inserta en un ámbito del Mediterráneo occidental y con contactos puntuales tanto con el área atlántica como centroeuropea, ámbitos de los cuales le llegarán piezas elaboradas de tipología muy concreta y posiblemente de alto valor intrínseco, al menos desde el punto de vista social.

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FIG. 1. Principales yacimientos con restos metálicos o metalúrgicos en el Levante peninsular desde el Calcolítico al Bronce Medio. 244

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FIG. 2. Objetos metálicos de la provincia de Almería (Rovira, Monero y Cosuegra, 1997).

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FIG. 3. Objetos metálicos del País Valenciano (Simón, 1999).

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FIG. 4. Objetos metálicos de la provincia de Teruel (Rovira, Monero y Cosuegra, 1997).

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