MINERÍA Y METALURGIA DURANTE LA EDAD DEL BRONCE EN LA CUENCA DEL VINALOPÓ (ALICANTE)

August 19, 2017 | Autor: J. Simón García | Categoría: Edad Del Bronce, Arqueometalurgia
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Descripción

Primer Simposio sobre la Minería y la Metalúrgia Antigua en el SW Europeo, Serós 2000, 2.7, pp.169-181

MINERÍA Y METALURGIA DURANTE LA EDAD DEL BRONCE EN LA CUENCA DEL VINALOPÓ (ALICANTE) José Luis Simón García Universidad de Alicante El Vinalopó es una de las vías de tránsito entre el litoral mediterráneo y la Meseta más frecuentada en la Edad del Bronce del sureste peninsular. Este hecho puede justificar que la intensa actividad metalúrgica pueda desarrollarse pese a las escasas, por no decir nulas, vetas mineras de la zona. De ahí que la relación entre centros de explotación, redes comerciales y actividades de transformación deban estar perfectamente sincronizadas, pues cualquier alteración de cada uno de los factores afecta directamente al resto.

I.- Los recursos: posibilidades, localización y explotación Ya hemos señalado en otras ocasiones (Simón, 1998 y 1999b) las escasas posibilidades mineras del País Valenciano, circunstancia corroborada tanto a través de la documentación histórica como de las Relaciones topográficas de Felipe II, los Registros Provinciales de concesiones mineras, el Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España, de Pascual Madoz, o obras concretas como las de Cavanilles (1795-1797), Calderón (1910) y Moncada y Ferro (1912), entre otras. De este modo, y pese a que la información proporcionada por los Mapas Metalogenéticos publicados en 1974 por el Instituto Geológico y Minero de España (I.GM.E.) (Fig. 1) se plantee desde criterios económicos actuales, no transferibles directamente a la Prehistoria, se evidencia una ausencia casi total de mineralizaciones, las cuales, a grandes rasgos, se concentran en tres zonas: • la Sierra de Orihuela, que forma parte del conjunto minero de La Unión-Cartagena, y en donde se señala la presencia de oro y cobre, • la Sierra de Espadán y Calderona, en concreto en los términos castellonenses de Artana, Eslida y Chovar, donde el cobre se encuentra asociado a otros metales, esencialmente férricos, • y en el Valle de Ayora y Requena, donde se registran pequeñas concentraciones de cobre en paragénesis del Trías que se ven afectadas por procesos hidrotermales. Con estos escasos recursos cúpricos, mínimos en el caso del oro, y ausentes en su totalidad de plata y estaño, durante la Edad del Bronce, más concretamente en su segunda mitad, en el Vinalopó se desarrolló una actividad metalúrgica que para la Península Ibérica (Delibes y Montero, 1999) podemos considerar estimable. Con estos recursos naturales no podemos esperar grandes actividades mineras en la zona, mas aún cuando la zona extractiva más próxima al Vinalopó es la Sierra de Orihuela, donde la explotación de las vetas cúpricas se reactivó después de su empleo en la prehistoria, durante el periodo de la autarquía de los años cincuenta, lo que vino a suponer la supresión de la mayoría de las evidencias de minería antigua, actividad desarrollada desde los poblados argáricos de la serranía, tanto del sector occidental, especialmente el Cerro de la Mina (Santomera-Murcia), como del oriental, donde San Antón (OrihuelaAlicante) capitaliza todas las actividades económicas y sociales de la zona. Las tareas extractivas desde San Antón se han evidenciado por la presencia de, al menos, un pico minero y varios morteros, todos ellos procedentes de las excavaciones del P. Furgús a principios de siglo.

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En el resto del territorio, ya sea la Vega Baja o el propio Vinalopó, no se han constatado labores mineras, al menos de las mineralizaciones empleadas en la Edad del Bronce, y la presencia de varios “martillos o mazos mineros” en Laderas del Castillo (Callosa de Segura-Alicante), El Castellar (ElcheAlicante) y Terlinques (Villena-Alicante) habrá que ponerla en relación con otras actividades metalúrgicas, como la forja, o su empleo en la construcción, tratamiento de fibras o pieles, etc. La atribuida posibilidad de contener placeres auríferos por parte del Vinalopó y el Segura no se ha podido probar hasta la fecha, pese a los resultados obtenidos de los análisis de varias piezas del Tesoro de Villena (Soler, 1965; Schüle, 1976), el estudio e interpretación toponímico de ambos ríos y la indicación de la presencia de oro en la Sierra de Orihuela, si bien su morfología estratiforme, el tipo de roca encajante, calizas y ofitas y su porcentaje global hacen de dicho recurso un bien escaso y de difícil obtención. Respecto a la plata, parece que en todo momento se hace uso de los nódulos de cerargirita o plata córnea que se localizan en las vetas cúpricas del Campo de Cartagena, donde las mineralizaciones de galena argentífera serán explotadas intensamente a partir de la utilización de la copelación, método que por el momento no parece que se llegó a emplear con anterioridad al mundo colonial. Con el estaño ocurre algo similar al oro: se ha señalado constantemente su presencia y posibilidad de explotación en el sureste, sobre todo en el Sierra de la Unión, pero hasta la fecha no se ha podido probar su beneficio en época prehistórica, circunstancia que ha cuestionado Mederos (1999), al menos en el volumen y peso que dicha actividad pudo suponer para la Edad del Bronce. Lo cierto es que el Vinalopó no posee recursos mineros, ni en cantidad ni en posibilidades de ser beneficiados, al menos de los metales empleados en la Prehistoria. Sin embargo, el valle no se encuentra muy alejado de centros que sí dispusieron de dichos recursos, tanto en la Sierra de Orihuela, como, especialmente, el Campo de Cartagena, a los cuales se llega fácilmente por las vías naturales de paso. De igual modo se pueden alcanzar otras zonas mineras más alejadas sin notables esfuerzos, como el Valle de Ayora-Requena y la zona de Teruel-Palancia –ambos con afloramientos cúpricos–, la Serranía de Guadarrama –con vetas de estaño– y, especialmente, Sierra Morena con ricos filones de cobre, todo ello a través de la cabecera del Segura y Cazorla, la Meseta y el Valle de Ayora-Cofrentes.

II.- Las rutas: terrestres y marítimas Sin que se den en el sureste peninsular relieves infranqueables, sí es cierto que los cursos fluviales como el Segura y especialmente el Vinalopó han sido, y aún hoy en día el Vinalopó lo sigue siendo, una de las principales vías de comunicación entre la Meseta y el litoral mediterráneo. El Valle del Vinalopó es un gran accidente tectónico, con dirección NNW-SSE, que ha seccionado transversalmente las alineaciones del Prebético, generando un área deprimida –un corredor– que divide el conjunto de sierras y valles prebéticos de rumbo SW-NE, dejando al este las elevaciones del Macizo de Alcoy y al oeste los amplios valles corredores que conectan con el curso al interior murciano. La fractura trazada ha rasgado profundamente los plegamientos del Prebético, configurando un canal de avenamiento que ha posibilitado, no sólo el desagüe hacia el mar, sino la creación de numerosas lagunas con biotopos de gran atractivo para las comunidades humanas. Desde las tierras del Golfo de Valencia, delimitadas al Sur por el río Júcar, hasta casi el Cabo de Palos, el Vinalopó es el paso más cómodo hacia el interior, y viceversa. A ello habría que sumar las características del litoral en el sector central peninsular de la fachada mediterránea, acantilado desde el Cabo de la Nao, en dirección N-S, hasta el Sinus Illicitanus, donde se forma una albufera interior en la cual desemboca el Vinalopó. Si bien el río no es remontable por su configuración geomorfológica –de cuencas escalonadas–, permite iniciar una ruta terrestre que en apenas dos jornadas de camino desemboca en los llanos albaceteneses. El intenso poblamiento de la zona se debe relacionar con la vía de comunicación y las favorables características biológicas de la zona, tanto para actividades cazadoras-recolectoras como productivas (Guilabert et altri, 1999), circunstancia que en la Edad del Bronce queda perfectamente evidenciada por la

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preservación hasta nuestros días de la mayoría de los asentamientos, la mayor parte de los cuales ubicados sobre las elevaciones del relieve, tanto en los márgenes de las serranías como en el centro del valle, especialmente sobre los afloramientos triásicos, en la intensa labor investigadora desarrollada desde los años cincuenta por algunos autores (Soler, 1986; Hernández, 1997; Jover et altri; 1995; Jover y Segura, 1995) y sobre todo en las excavaciones desarrolladas en dichos poblados, con especial incidencia en el Tabayá (Aspe-Alicante) (Hernández, 1990 y Hernández y López 1992), La Horna (Aspe-Alicante) (Hernández, 1994), Lloma Reona (Monforte del Cid-Alicante) (Navarro, 1988), Peña de Sax (SaxAlicante) (Hernández y Pérez Burgos, 1991), Terlinques (Villena-Alicante) (Jover y López Padilla, 1999b) y el Cabezo Redondo (Villena-Alicante) (Soler, 1987), circunstancia que ha permitido observar un panorama amplio a lo largo de toda la cuenca fluvial, que se ha visto complementada con las excavaciones de la zona de contacto con la Meseta, como el cerro El Cuchillo (Almansa-Albacete) (Hernández, Simón y López, 1994), los estudios de poblados litorales, como la Illeta dels Banyets (El Campello-Alicante) (Simón, 1997) y los trabajos arqueometalúrgicos en el Altiplano de Jumilla-Yecla (Murica) (Simón, Hernádez y Gil, 1999). Una de las explicaciones más habituales para justificar el intenso poblamiento, la complejidad social y los elementos ergológicos registrados, tanto en niveles de ocupación, como en ajuares funerarios, es el intenso tráfico comercial generado por la vía natural, en especial de bienes de prestigio social y de escaso valor práctico, materias primas exóticas y elementos fabricados en ámbitos culturales y geográficos muy alejados. El ámbar, el oro, la plata, el marfil y rocas singulares, como las de origen volcánico, son habituales en la mayoría de los poblados, al igual que cerámicas con forma y decoraciones con origen foráneo. Los minerales no debieron de ser una excepción, ya fuese en estado natural –oro y plata– o reducido –cobre y estaño–, en función del volumen a transportar. De ahí que el cobre, el oro, la plata y el estaño fluyesen sin dificultad por las rutas establecidas durante periodos anteriores, bien en pago de productos locales, otros adquiridos en la propia red comercial o como tributo de paso. Sin embargo, existen dos factores que condicionaron la actividad metalúrgica en el Vinalopó: por un lado la adquisición mediante transmisión de los procesos técnicos para su elaboración y manejo, y por otro una demanda social lo suficientemente importante y concreta para que fuese mas rentable elaborar los productos localmente que adquirirlos ya elaborados en la propia red de comercio.

III.- Las evidencias metalúrgicas Si bien los primeros objetos metálicos pudieron llegar a las comarcas meridionales del País Valenciano en los últimos siglos del III milenio a.C, con un origen claramente meridional, en el ámbito de Millares la introducción de prácticas metalúrgicas no se atestigua hasta momentos campaniformes, hecho que queda plasmado a través de pequeños fragmentos de crisoles. Es a partir del Bronce Medio, y sobre todo durante en las fases iniciales del Bronce Final –en lo que se ha venido denominando para la zona como Bronce Tardío–, cuando se produce una generalización de las prácticas metalúrgicas, especialmente la fundición de masas de metal pequeñas, tal y como lo atestiguan la capacidad de volumen de los crisoles y las matrices de los moldes, cuyo objetivo es la elaboración de hachas planas y barras de metal a partir de las cuales efectuar mediante forja, en caliente y en frío, piezas sencillas tipológicamente, como puñalitos, punzones, cinceles, escoplos y, especialmente, adornos –anillos, aretes, espirales, láminas, etc. El registro consiste esencialmente en fragmentos de crisol, moldes efectuados en piedra arenisca, metal caído de las coladas, escorias de fundición, mineral procedente de una primera reducción, chatarra en proceso de fusión, etc. Junto a ellos, y sin que se posea una evidencia absoluta sobre su utilización exclusiva en tareas metalúrgicas, se documentan “hornos” o estructuras de combustión en las que se ha manejado el metal, vasos “horno”, y los morteros ya citados anteriormente. Sin volver a hacer un exhaustivo inventario de dichas piezas (Simón, 1998), si queremos efectuar algunas consideraciones que consideramos que evidencian el tipo de metalurgia que se está practicando en la zona del Vinalopó durante la segunda mitad del II milenio a.C. (Fig. 2). El conjunto más importante y completo es, sin lugar a dudas, el del Cabezo Redondo de Villena (Alicante), el poblado más importante de la cuenca alta, tanto por su tamaño, por su potencia estatigráfica,

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como por el complejo sistema arquitectónico al cual se le suma un conjunto ergológico de primer orden. Adscrito en su mayor parte al Bronce Final I, por el momento, y a falta de estudios microespaciales, no se ha localizado un área concreta y exclusiva de producción y elaboración metalúrgica. Los elementos relacionados con ella aparecen dispersos en las unidades habitacionales, donde se registran otras actividades domésticas, que los lleva a compartir infraestructuras como hornos, bancos, pisos, cubetas, etc. Entre las piezas más abundantes, se encuentran los moldes y las tapaderas, tanto piezas completas como un elevado número de fragmentos, realizadas en piedra arenisca de diverso grano y consistencia. Los que presentan matriz apuntan, por su sección, un uso combinado con valvas o tapaderas lisas, circunstancia que se ve corroborada por un elevado número de estas piezas. Pero, sin lugar a dudas, el hecho más relevante es la existencia de un numeroso grupo de moldes con matrices de varios tipos de objetos en una o varias caras, bien por un aprovechamiento simultáneo de los bloques paralepípedos de arenisca, bien por su reutilización (Fig. 4.1) una vez amortizada la cara y matiz primigenia, circunstancia ya constatada en los moldes de El Bosch (Crevillente-Alicante) (Trelis, 1995), también de arenisca, y donde se pasó de un uso para obtener espadas de empuñadura maciza a su reutilización para efectuar espadas de lengua de carpa. Los tipos fundidos en los moldes del Cabezo Redondo son atribuibles al Bronce Medio o al Bronce Final I, destacando las hachas planas y las barras a partir de las cuales se elaboraron mediante forja: cuchillos, puntas de flecha, anillos, aretes, agujas, punzones, etc, es decir, todo aquello que permite su realización partiendo de una barrita metálica. La masa metálica necesaria para colmarlos es reducida, hecho que se ve corroborado por el tamaño y volumen de los crisoles, todos los de forma semiesférica, de paredes gruesas y desengrasantes gruesos, tanto minerales como vegetales, con el fin de soportar los impactos térmicos, y labios curvos o planos, estos últimos decorados mediante digitaciones. No se han registrado ni picos vertederos, quizás por su estado fragmentario, ni elementos de agarre o sustentación. Se adscriben perfectamente al Tipo II (Simón, 1998) y no se observan evoluciones ni cambios sustanciales. El resto de los elementos inventariados son fragmentos de metal caídos del vertido, masas metálicas de crisoles (Fig. 3.2), un fragmento de lingote de oro, un molde-matriz (Fig. 4.2) y, con más dudas sobre su exclusiva función metalúrgica, una vasija-horno, un martillo y un yunque. Como se puede apreciar, no se efectúan tareas de reducción de mineral, circunstancia que, si se produjo, debió de ser de forma puntual y ocasional, centrándose las actividades metalúrgicas en tareas de fundición, las cuales por su volumen no debieron requerir espacios especializados ni estructuras con carácter exclusivo, como hornos o fraguas, hecho que se aprecia en otros poblados del Vinalopó. Se trata, pese a desarrollarse en momentos avanzados del II milenio a.C. en una zona con larga tradición metalúrgica y en una área donde es muy fácil la llegada de nuevas tecnologías y procedimientos técnicos, de una metalurgia arcaica para el momento, muy simple técnicamente, reducida en volumen y con cambios sólo apreciables en los nuevos tipos que aparecen en las matrices de los moldes. Este hecho contrasta con el volumen de objetos de metal inventariados, su composición, esencialmente un bronce con porcentajes medios de estaño entre el 4 y 7 %, es decir, una aleación perfectamente intencionada y un elevado número de piezas de oro, entre las que destaca el “Tesorillo del Cabezo Redondo”, un conjunto que ha venido siendo ratificado por hallazgos posteriores, especialmente de cuentas de collar en forma de “tútuli” (Hernández, 1997b). Sin embargo, la plata estará casi ausente pese a que su posible origen geográfico, el Campo de Cartagena, pueda ser el mismo que el del estaño, circunstancia que no excluye el empleo de estaño galaico, tal y como señala Mederos (1999), que atribuye a dicha zona el oro aluvial empleado en el Vinalopó. Si la tecnología metalúrgica del Cabezo Redondo se confirma en el futuro tal y como hemos descrito con anterioridad, es más que evidente la imposible realización en la zona de Tesoro de Villena (Armbruster y Perea, 1994), a lo cual se sumaría la falta de materia prima en abundancia, de ahí que, acertadamente, se señale su origen foráneo (Ruiz-Gálvez, 1992 y Hernández, 1997), muy posiblemente elaborado en diversos lugares y traído hasta la zona como consecuencia del tráfico comercial que discurre por el Vinalopó, el mismo que aportó los conocimientos y materias primas necesarias para elaborar los objetos de cobre y bronce, estos últimos formalmente similares a los de periodos anteriores, pero con una

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aleación preferentemente orientada hacia el mundo de los adornos, donde lo visual se impone sobre lo práctico, configurando este tipo de piezas, un segundo escalón de valor social tras el oro. Los tipos y la tecnología del Cabezo Redondo se refleja a lo largo de toda la cuenca hidrográfica, si bien en menor escala y con particularismos relacionados con el registro disponible. En Terlinques (Villena, Alicante), con unas fechas un tanto anteriores, en el Bronce Medio –1985-1609 (2202+296 cal BC y 1837+148 cal BC)– (Jover y López Padilla, 1999b), aparte de objetos elaborados se documenta una masa de metal lista para su introducción en un crisol. En la Peña de Sax (Sax-Alicante) (Hernández y Pérez del Burgo, 1991; Simón, 1998), en la misma banda cronológica que el Cabezo Redondo, muy posiblemente bajo su influencia política ya que se encuentra en el borde de separación entre la cuenca alta y media del Vinalopó, se documentaron dos crisoles (Fig. 3.3-4), ambos del Tipo II y en éste caso dentro de una estructura que funcionó como una fragua, dada su tipología, la cual si parece que pudo tener un exclusivo uso metalúrgico (Simón, 1998). La actividad desarrollada tuvo que estar alimentada mediante metal procedente del comercio de mineral reducido, como puede ser el nódulo de Terlinques, o el empleo de chatarra, la cual determina la composición de los objetos resultantes, salvo adiciones intencionadas en este periodo, el estaño, como lo señalan las piezas analizadas del poblado (Simón, 1998). En la cuenca media del río se registra un fragmento de crisol en la Lloma Reona (Monforte del Cid, Alicante) (Mederos, 1986), pese a que el poblado se excavó casi en su totalidad, evidenciando una actividad puntual, escasamente especializada y muy reducida en volumen, muy posiblemente de autoabastecimiento de objetos muy simples, hilos de metal a partir de los cuales elaborar punzones, agujas o adornos simples. Algo similar se documenta en La Horna (Aspe-Alicante) (Hernández, 1994): gotas de metal entorno a estructuras de combustión reducidas, aptas para crisoles, los cuales no se han localizado pese a la excavación en extensión realizada, y dos fragmentos de molde de varilla. Un fragmento de molde, con al menos cuatro matrices de varilla, dos de sección cuadrangular y dos de circular (Fig. 4.2), se registro en El Portixol (Monforte de Cid-Alicante) (Jover y Segura, 19921993), en fechas del Bronce Final I, lo cual lo equipara a los registrados en el Cabezo Redondo. Junto al mismo se recogieron “escorias” o metal sobrante del vertido sobre el mismo, hecho que nuevamente muestra lo local y reducido de la actividad, pero su extensión a todos los poblados de la zona, en los cuales se emplean las composiciones binarias para efectuar los objetos. En el paso serrano entre la cuenca media y la baja, a través de la cual se accede a la albufera del Sinus Illicitanus (Simón, 1999a), se sitúa el Tabayá (Aspe-Alicante) (Hernández, 1989) donde se ha registrado un crisol del Tipo I (Fig. 3.1) y varios fragmentos de molde, sin que en ningún caso se puedan adscribir a una de las fases del poblado, cuya amplitud abarca desde el Campaniforme hasta momentos de la cultura Ibérica, pero que muestra en los lingotes orientalizantes del tipo “hacha de apéndices” la larga tradición de abastecimiento metalúrgico de la zona desde la Vega Baja, o al menos desde el litoral.

IV.- Conclusiones En el Vinalopó se constatan actividades metalúrgicas a partir del campaniforme, produciéndose una progresiva generalización entre las comunidades humanas que habitaban el valle a lo largo de la Edad del Bronce. Sin embargo, la falta de recursos mineros en la zona obliga desde el primer momento a obtener el mineral reducido desde otras áreas y a través de las vías comerciales que a corta, media y larga distancia usan el pasillo que une la Meseta con la costa mediterránea. El abastecimiento desde la Sierra de Orihuela, a tan solo 50 Km. de distancia, y los afloramientos puntuales del Valle de Ayora-Cofrentes, estos de difícil explotación por la paragénesis en la que se encuentran, son sin lugar a duda la vía mas probable. A media distancia pueden llegar aprovisionamientos de la zona que va desde el Campo de Cartagena hasta el Cabo de Palos y en dirección suroeste de Sierra Morena, zona a la que se vinculan áreas próximas como el Altiplano Jumilla-Yecla en momentos del Bronce Final. A larga distancia y de forma más puntual, la Sierra de Guadarrama, Teruel y quizás la zona galaica puedan aportar ciertas materias primas, como estaño, oro y en menor medida cobre.

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La actividad metalúrgica desde el Campaniforme hasta el Bronce Medio, por las evidencias del registro, parece ser reducida, local, de autoconsumo y técnicamente muy sencilla, sin apenas utillaje e infraestructuras especificas y donde apenas se aprecian evoluciones técnicas. Sin embargo, desde los inicios de la metalurgia se desarrolla por parte de las elites de la zona un gusto y una fuerte demanda por objetos efectuados en oro, hecho que tendrá su culminación en el Tesoro de Villena, y continuará en épocas posteriores tal y como se aprecia en la arracada ibérica de La Condomina (Villena-Alicante). Los cambios metalúrgicos más significativos solo son apreciables con la introducción de nuevos tipos, esencialmente algunos cuchillos, agujas, puntas de flecha y especialmente adornos, que coinciden con la llegada del empleo de las aleaciones binarias cobre/estaño, perfectamente caracterizadas y sin fases de experimentación. Al mismo tiempo, se registra una generalización de las actividades metalúrgicas presentes en la totalidad de los poblados adscritos al Bronce Final I, hecho que no supone mayores o exclusivas infraestructuras, tan solo un número mayor de crisoles y moldes de piedra, en una clara continuación técnica. Sin embargo, el empleo de un número mayor de metales, cobre, oro, plata y sobre todo estaño, en un mayor volumen, implica una actividad económica con consecuencias sociales que se desarrolla a partir de unas redes comerciales estables y permanentes, sin que ello no suponga fluctuaciones ocasionadas por amenazas externas, causa que, por otra parte, ha servido para explicar el decaimiento de la zona a partir del Bronce Final II, como lo prueba la inexistencia de cerámicas de los Campos de Urnas, (Hernández, 1997b), en favor de otras rutas que unirían la costa mediterránea con Sierra Morena y la Meseta a través de enclaves como Penya Negra (Crevillente-Alicante) y el Collado y Pinar de Santa Ana (Jumilla-Murcia). El aumento de la producción en el Bronce Final I es consecuencia de una demanda que expresa el complejo entramado social y político de la zona en dicho momento. Sin embargo, dicha producción no será posible sin un abastecimiento estable ya sea de materia prima –en estado nativo para el caso del oro y la plata, o reducida, en el caso del cobre y el estaño–, o mediante el reciclado de chatarra, algo habitual en la época, tal y como se ha comprobado para otras áreas metalúrgicas peninsulares (Ruiz-Gálvez, 1995). El cambio de las rutas como consecuencia de las nuevas demandas coloniales supondrá el fin de la capacidad de adquisición de los bienes necesarios para mantener la actividad metalúrgica, o la adquisición de conjuntos áureos como el Tesoro de Villena, hecho que no volverá a repetirse a lo largo de la historia del valle del Vinalopó.

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