Memorias de un brasileño. Conversación con Carlos Lyra sobre la huella mexicana en la música popular brasileña y en su vida

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Memorias de un brasileño. Conversación con Carlos Lyra sobre la huella mexicana en la música popular brasileña y en su vida 1

Andrés Ordóñez2

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arlos Lyra es una de las figuras emblemáticas de la música popular brasileña. Junto con João Gilberto, Roberto Menescal, Luiz Bonfá, Antônio Carlos Jobim y Vinícius de Moraes, Carlos Lyra integra la

generación de extraordinarios compositores que han dado al Brasil una marca de identidad en el mundo contemporáneo. Es reconocida la deuda del género musical conocido como bossa nova con el jazz estadounidense Sin embargo, nadie menciona jamás la importancia fundamental de la música mexicana en la formación y el desarrollo de este género en particular, y de la llamada MPB, música popular brasileña, en general.

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Entrevista realizada en Río de Janeiro en febrero de 2006. Graduado en Lengua y Literatura (UNAM) y doctorado en Filosofía (U. Londres). Diplomático de carrera. Ha servido en las representaciones de México en Brasil, Cuba, Francia, Grecia e Israel. Actualmente es Embajador de México ante el Reino de Marruecos. En la Secretaría de Relaciones Exteriores se ha desempeñado como Director General de Asuntos Culturales y Asesor del Secretario de Relaciones Exteriores, entre otras funciones. Ha sido investigador de tiempo completo en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de esa universidad y profesor-investigador en el Departamento de Humanidades del ITESM. Ha sido investigador visitante en el Ibero Amerikanisches Institut de Berlín y profesor invitado en las universidades de São Paulo y La Habana.

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Libros publicados: En modo menor. Poesía (UNAM, 1978) Del regreso. Poesía (UNAM, 1988) Fernando Pessoa, un místico sin fe, México (Siglo Veintiuno Editores, 1991) y publicado también en La Habana (Editorial Arte y Literatura, 2004) y en Río de Janeiro en su traducción al portugués (Editora Nova Fronteira, 1994) Devoradores de ciudades. Cuatro escritores en la diplomacia mexicana, México (Cal y Arena, 2002) Memorias de viaje. Poesía (UNAM, 2003) Entremundos. Ensayos sobre literatura, cultura y política internacionales, México (Siglo Veintiuno Editores, 2004) Los avatares de la soberanía. Tradición hispánica y pensamiento político en la vida internacional de México, México (Secretaría de Relaciones Exteriores, 2005) Coautor del libro Diplomacia y cooperación cultural de México, México, (Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas - Universidad Autónoma de Nuevo León, 2007)

Memorias de un brasileño Para conversar sobre este tema en particular y sobre la importancia de la experiencia mexicana en su vida, Carlos me recibe en la elegante sencillez de su departamento de Ipanema. Inicio con una pregunta básica:

¿Qué es el bossa nova? ¿Cómo lo ubicamos musicalmente?

Para empezar es “la” bossa nova. “La” bossa nova y “el” samba (masculino). Bossa nova es una expresión que significa “una nueva aptitud”. “Bossa” quiere decir que uno tiene jeitinho (modo, maña) para hacer algo. Es una expresión popular que ya aparece en Helena, una de las novelas de nuestro escritor del siglo XIX, Machado de Assis, cuando un personaje dice “tú tienes la ‘bossa’ para el matrimonio, y yo tengo la ‘bossa’ par los viajes…” La bossa nova resulta del samba brasileño con la obra de compositores estadounidenses cuya música estaba integrada a las películas (especialmente George Gershwin, Cole Porter, Gerome Kent, Irwin Berlin y Richard Rogers); el cool jazz, y el bolero mexicano. El bolero mexicano tuvo una influencia muy grande en los cantantes brasileños que preceden la bosa nova, gente como Nelson Gonçalves, Orlando Silva, Emilinha Borba, Marlene, Ángela Maria, entre otros. Para Antonio Carlos Jobim y para Roberto Menescal, Agustín Lara es fundamental. Para mí también, pero para mí hay más. Y nunca nadie hizo una declaración de esta verdad fundamental, ¡fundamental!, pues no es apenas un accidente la importancia del bolero mexicano ¡para la música brasileña en general!, y para la bosa nova en particular. El llamado samba-canción es el bolero brasileño. La única cosa que cambia es la acentuación en la percusión. Y la música brasileña anterior al golpe de bosa nova en la guitarra de João Gilberto, era el samba-canción, que era más bolero que samba. ¡Y

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Memorias de un brasileño cuántas samba-canciones existen de Jobin y mías, y de todos los compositores brasileños! ¡La presencia del bolero es tan obvia…! Esta influencia se dio tanto en la estructura musical como en el aspecto lírico, principalmente porque se entendía lo que decían las canciones. Era mucho más fácil entender a Pedro Vargas que a Sinatra. En la época de mi mamá, Pedro Vargas era muy conocido. Mis padres se iban al Casino de la Urca a escucharlo y salía en las películas que también se exhibían mucho aquí en Brasil. Además teníamos discos de ellos y de otros. Discos que mi papá, que era un oficial de la marina brasileña y que le encantaba la música de la América hispánica, traía de Cuba y de Puerto Rico. Después llegaron los otros, el trío Los Panchos, la música de Roberto Cantoral, “El reloj” se tocaba muchísimo… Y para mí lo definitivo fue cuando llegó a mis manos el disco de boleros Inolvidables, de Lucho Gatica. Ese disco es una antología de autores mexicanos de boleros que se volvieron héroes para mí: Gonzalo Curiel, por ejemplo, Sabre Marroquín y María Greever, a quien yo conocí a través de los discos que mi madre tenía de José Mujica (a mi madre le encantaba José Mujica, tenía discos y también iba a ver sus películas y me llevaba). Otro fue Álvaro Carrillo a quien después conocí, cuando fui a vivir en México. Tal vez los demás compositores brasileños no estén tan familiarizados como lo estoy yo… Tal vez yo sea el más contaminado por la música mexicana, pero conscientemente, porque inconscientemente lo estaban todos los compositores de la bossa nova, todos.

¿Y a qué se debe este olvido, incluso esta negación?

No sé…, tal vez sea demasiada la proximidad, mucha intimidad. La intimidad muchas

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Memorias de un brasileño veces provoca la indiferencia. Esta presencia es tan íntima que a nadie se le ocurrió mencionarla.

¿Tú crees que Rui Castro tiene razón al afirmar que la bossa nova nació como reacción al bolero? Rui Catro entrevistó a Ronaldo Boscoli. Y Boscoli era una persona muy poco preparada. Él ya murió pero sigue poco preparado. Boscoli le dijo en a entrevista que la bossa nova nació para combatir el bolero. ¡Es una estupidez decir eso porque los verdaderos bossanovistas adoran el bolero! Es mi caso, el de João Gilberto y lo fue también el de Tom Jobim.

¿Cómo llega Carlos Lyra a México?

En 1964, con la dictadura militar, yo me fui a vivir a Estados Unidos. En 1965 comencé a tocar con Stan Getz. Fuimos a Europa y a Japón; luego a México y allí me quedé. Stan Getz estaba furioso. Yo le dije, “esta tierra aquí es muy semejante a mi onda, México es muy parecido a Brasil y además conozco toda esta música”. Y yo tenía muy presente el recuerdo del disco de Gatica y dije, ahora quiero conocer a Arturo Castro.

¿Y por qué a Arturo Castro?

El disco de Gatica había sido producción de Sabre Marroquín, con Víctor Ruiz Pasos al piano y en la guitarra estaba Arturo Castro. La guitarra de Arturo Castro fue única en el mundo. Tan importante como la de Barney Kessel. Es la guitarra más bonita que he oído en mi vida. Pero no lo conocen. Y el propio Arturo Castro… Cuando llego a

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Memorias de un brasileño México con Stan Getz lo primero que hago es pedir que me lleven con Arturo Castro y cuando llego a su casa, Arturo ya no tocaba guitarra. Era pianista. Me dijo que el piano era más fácil para hacer shows, para cantar con los Hermanos Castro. ¡los Hermanos Castro!, si Arturo Castro solo era un fenómeno. Había dejado de tocar guitarra para hacer Los Hermanos Castro porque eso daba más dinero…, para mí es imperdonable.

¿Cuánto tiempo pasó en México Carlos Lyra?

Cinco años, de 1966 a principios de 1971. En ese periodo me pasaron muchas cosas, me casé incluso. Y, antes, estuve a punto de casarme con Julisa. Cuando yo llegué a México hice un concierto en la Casa del Lago, en la cual estaba Héctor Azar. Luego del concierto Héctor Azar me presentó a Julisa y a Chaneca Maldonado, una persona que trabajaba en McCann Erickson, la firma de publicidad. Y entonces Chaneca me llama y me pregunta “¿quieres hacer un jingle para Coctel Margarita?” ¡Claro que sí quiero!, y entonces fui a McCann Erickson para hacer un jingle y el copy desk (el que hace el texto del comercial) que viene a trabajar conmigo en ese jingle era Gabriel García Márquez. Chaneca era muy amiga de Gabriel y de Julisa también, entonces me quedé en la tribu esa y acabé novio de Julisa y sacando un buen dinero de la publicidad. Mi entorno humano era ese: Héctor Azar; Héctor Mendoza, para quien hice la música de su puesta en escena de La cueva de Salamanca de don Juan Ruiz de Alarcón y recuerdo que un japonés que estaba allá, Kasuya Sakai, hizo la escenografía… Más tarde conocí a Isela Vega, a Sonia “La Única”… Y luego me hice amigo de otro amigo de Julisa que además era su maestro, José Luis Ibáñez, y entonces yo escribí la música para su puesta de Fuente Ovejuna de Lope de Vega. José Luis iba a dirigir esa obra en el Teatro Tlatelolco, pero nunca se exhibió porque entonces sucedió lo de Tlatelolco.

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Memorias de un brasileño Estábamos ensayando un día la obra y ¡pa-pa-pa-pa-pa-pa!, comenzaron los tiros, era el dos de octubre. En televisión, monté la comedia que tengo con Vinícius de Moraes, Pobre niña rica. Francisco Cervantes hizo la traducción de la obra junto con Gabriel García Márquez; Álvaro Mutis tradujo la introducción que yo compuse en portugués; Paco Ignacio Taibo hizo la adaptación para televisión; la dirección musical corrió a cargo de Mario Patrón, y los actores fueron Eduardo López Rojas, a quien le decíamos “El Masacote” (como su personaje en Los Caifanes) y el propio Mario Patrón, que hacía un tipo que tocaba el cilindro. Luego quise ponerla en teatro. Raquel Olmedo hizo un personaje llamado María Taimada. Y entonces un empresario me trajo a una actriz estadounidense que trabajaba en México como modelo haciendo comerciales, a ver si encajaba en el personaje de la niña rica. En la historia de Vinícius un mendigo poeta se enamora de la gringa solitaria y distante de los latinos pobres…, una locura ¿no? Y bueno así fue como conocí a Kate, mi primera esposa; me casé con la gringa. Eduardo López Rojas, que en la obra hacía el personaje llamado Pata Rajada, fue el padrino de boda de Kate. El Masacote era muy amigo mío, era mi vecino y hasta compartimos psicoanalista. Finalmente montamos la pieza en el Teatro Coyoacán. Luego con el Masacote, Héctor Bonilla, Angelina Peláez, Sergio Jiménez y Ofelia Guilmain, formamos un grupo de teatro. Íbamos a montar “Los apócrifos” de Karel Čapek. Y mientras estábamos en eso, hice mi comedia musical infantil llamada en portugués “El dragón y el hada”, pero en español lo llamamos “¿Alguien dijo dragón?” y la montamos en el Teatro de la Danza. Yo la dirigí y los actores fueron ellos.

¿No hubo incursión tuya en el cine?

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Memorias de un brasileño Sí que la hubo, por supuesto. Conocí a Luis Alcoriza, que había sido asistente de Buñuel. Con Buñuel tuve contacto, pero nunca hice nada con él. Conocí también a Manuel Michel e hice la música de su película Patsy, mi amor, con Julio Alemán y Ofelia Medina jovencita, jovencita –incluso llegamos a salir juntos durante un tiempo. Luego conocí a los Ripstein; recuerdo mucho a Silvia Ripstein, actriz.

¿Y no hiciste discos en México?

Los hice. Fueron dos. Uno grabado en 1967 y titulado “Carlos Lyra” (la contraportada del disco me la escribió la China Mendoza) y el otro lo grabé en 1970 y le puse “Saravá”. Este último fue reeditado en Brasil en 2001; no ha sido sino hasta ahora que ese disco se ha conocido en Brasil. El otro también lo queremos reeditar, pero pasa una cosa increíble: la representación en México de Capitol nos dice que no existe ningún disco mío. Y además de los discos hubo conciertos. Francisco Cervantes tradujo todo lo que yo hice, las letras de mis canciones, todo lo hizo él en español. Era un magnífico traductor, mejor que Octavio Paz. Él me mostró su traducción de la Oda Marítima de Fernando Pessoa, y yo le dije, “pero Francisco tu traducción es una obra de arte, Octavio no llega ni cerca…”, y él me dice “no, maestro (no sé por que me llamaba maestro), hay una explicación, se la voy a decir, Octavio se cree un poeta tan grande como Pessoa, yo sé que soy menor, por eso me sale bien la traducción”.

¿Dónde vivías en México?

En San Ángel. Era la casa de Rita Macedo y Carlos Fuentes. La casa de ellos era una

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Memorias de un brasileño casa grande y había una pequeña casita de brujas al lado de la casa principal y allí vivía yo junto con todos los libros de Fuentes. Y cuando Rita y Carlos se fueron a vivir a Europa le rentaron la casa, imagínate, a Octavio Paz. Y platicábamos de ventana a ventana. Era un pequeño conjunto de casas, una privada, y en una de ellas vivía José Luis Ibáñez. Y José Luis y yo estábamos preparando un espectáculo sobre el texto de Paz, Piedra de sol, pero no salió. Es curioso, ninguno de los proyectos con Ibáñez salió, con excepción de una cosa muy bonita que hicimos sobre El cantar de los cantares. En ese proyecto participó Alicia Urreta.

¿Conociste otros escritores?

Conocí a Juan Rulfo. A Rulfo le encantaba Kate. Un día le pregunté ¿usted no ha escrito más?, y él me dijo que todo lo que tenía que decir lo había dicho ya y que no quería ser otro de los que ya no tenían nada que decir y seguían publicando, y citó a unas gentes…, a varios de los dioses…, entre ellos Carlos Fuentes… ¡Ah!, y conocí también a otro escritor que era muy chistoso, muy controvertido, unos lo amaban, otros lo detestaban; Carlos Monsiváis. Sí, Monsivais, ¡muy divertido! Estaba muy enojado con la ocupación de la universidad… Recuerdo que en alguna discusión dijeron que ahora había que contar con el pueblo, y el dijo muy enojado “¿el pueblo?, el pueblo es una entidad siniestra y abstracta, el pueblo nunca hace nada, están matando estudiantes y nadie mueve un dedo…”, y era verdad…

¿Eras el único brasileño metido en el medio mexicano de aquella época?

Había muchos. Estaba João Gilberto con Miucha; João grabó un disco de boleros, grabó

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Memorias de un brasileño a Consuelo Velásquez, no se presentaba mucho, pero grabó un disco. Estaban Leny Andrade,Luiz Carlos Vinhas del Bosa Três, después el Trio Tamba, Peri Ribeiro que junto con Leny participaban en un espectáculo llamado “Géminis Cinco”; una cantante llamada Rosinha Tapajoz que no era exactamente bosa nova, pero estaba en México; Luiz Cesar y un grupo…

¿Y qué fue lo que determina tu salida de México?

Las cosas después de 1968 cambiaron mucho, especialmente en la UNAM. Allí un grupo grande de personas, entre quienes se encontraba Raúl Helmer, estábamos integrando un centro de cultura popular que despertó suspicacias y fue suspendido. Pero hubo otro elemento que tardé en hacer consciente, y éste fue el haberme casado con Kate. Me acuerdo de una muchacha que me reclamó. Me dijo, “¡pero Carlos con tantas mexicanas alrededor te vas a casar con una gringa!” Después de que me casé hubo un poco de hielo. La querían mucho a ella y me querían mucho a mí, pero no a los dos juntos, hubo como una especie de sentimiento de que yo había despreciado a México. Yo creo que hubo un poco de eso... También, al final del gobierno de Díaz Ordaz las cosas me comenzaron a recordar los años de la dictadura militar en Brasil. Entonces la suma de todo eso me decidió a dejar México a principios de 1971. Y se me ocurrió regresar a Brasil en el peor momento de la dictadura, en la época de Médicis, el más asesino. Volví a la mitad del gobierno Médicis y me arrepentí horriblemente. Y pensar que rechacé la oportunidad de obtener la ciudadanía mexicana que me ofreció Mario Moya Palencia... Poco más tarde aquí en Río nació mi hija, aguanté un poco más y en 1974 me fui para Los Ángeles.

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Memorias de un brasileño La conversación continúa por el camino de los moles y la inexistencia en Río de Janeiro de un solo restaurant auténticamente mexicano; de la lamentable falta de entendimiento estratégico entre México y Brasil, y del enorme desconocimiento recíproco. Me muestra fotos. Se cimbra cuando le menciono la muerte de Francisco Cervantes. Me dice cuánto le gustaría volver a cantar en Bellas Artes. Le prometo invitarlo a comer mole en casa. Afuera, empapada hasta los huesos, la ciudad paulatinamente reordena su melena una noche de verano.

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