Marginalidad y exclusión en América Latina: los locos en la Casa de Orates de Santiago, 1852-1928

May 20, 2017 | Autor: C. Miranda González | Categoría: History of Psychiatry, Social History of Medicine
Share Embed


Descripción

MARGINALIDAD Y EXCLUSIÓN EN AMÉRICA LATINA: LOS LOCOS EN LA CASA DE ORATES DE SANTIAGO, 1852-1928

“Lo otro no existe: tal es la fe racional, la incurable creencia de la razón humana. Identidad = realidad, como si, a fin de cuentas, todo hubiera de ser, absoluta y necesariamente, uno y lo mismo. Pero lo otro no se deja eliminar, subsiste, persiste; es el hueso duro de roer en que la razón se deja los dientes”. Antonio Machado El presente artículo analiza un fenómeno socio-cultural que consideramos esencial para comprender la realidad de América Latina y los procesos por medio de los cuales nuestro continente ha ido construyendo su identidad y su historia; en este sentido, reconstruir la historia de los grupos socialmente marginados y las más de las veces también excluidos no sólo nos permite conocer y comprender la realidad de un sector en particular (en este caso los locos) sino que también nos permite acercarnos desde otro ángulo –que surge a partir de la diferencia- hacia el conocimiento general de la sociedad latinoamericana. Es a raíz de los anterior que esta investigación busca dar cuenta, tomando como base la experiencia de la locura y la situación del loco en la sociedad chilena del siglo XIX y principios del XX, cómo se fue configurando y cristalizando la imagen de una América desigual –en función de estereotipos- que se expresa en la marginación y exclusión de determinados sujetos atendiendo a los mecanismos de control social establecidos por las elites dirigentes, mostrando al mismo tiempo cómo esa imagen se fue perpetuando en la memoria y reafirmando en la sociedad a través de una institucionalidad del encierro, que para este caso fue la Casa de Orates de Santiago. Al referirnos a la noción de marginalidad lo hacemos desde la perspectiva sociológica que postula que la realidad se construye socialmente a partir de las interpretaciones subjetivas que los miembros de una sociedad realizan de las experiencias, pensamientos y acciones de su diario vivir, realidad que para estos hombres “tiene el significado subjetivo de un mundo coherente”1. Estas interpretaciones son una significación conceptual de un determinado fenómeno a partir de las representaciones que una sociedad tenga de él, representaciones que “corresponden al orden de lo imaginario en cuanto son imágenes que condensan significados y se constituyen en sistemas de referencia que nos permiten interpretar y clasificar”2; por lo tanto, las representaciones que una sociedad tenga de ciertos fenómenos o sujetos históricos se inscriben en el ámbito de lo simbólico, de lo que las personas perciben a partir de una interpretación de esos fenómenos o sujetos en un tiempo y espacio determinado. 1

Berger, Peter y Luckmann, Thomas, La construcción social de la realidad, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1968. Pág. 36. 2 Molina, Mauricio, Paradigmas médicos y representaciones de la salud, epidemias e higiene pública en Valparaíso, 1870-1900 (Tesis para optar al Grado de Magíster en Historia). Instituto de Historia, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Valparaíso, 2006. Pág. 62.

Por lo tanto, la marginalidad se entenderá como un estado en el cual determinados sujetos están al límite de la sociedad a la que originalmente pertenecen en virtud de parámetros establecidos socialmente y que van a definir lo que es o no correcto; en este sentido, la marginalidad implica un “estatuto más o menos formal en el seno de la sociedad y expresa una situación que, en teoría al menos, puede ser transitoria”3, ya que eventualmente aquellos marginados podrían reinsertarse en esa misma sociedad siempre que se adscriban a las normas establecidas. Al mismo tiempo y un poco más allá de esta idea, está la noción de exclusión, “que señala una ruptura – a veces ritualizada- con relación al cuerpo social”4, lo cual no sólo implica la separación y la marginación de ciertos sujetos, sino que también su supresión o su eliminación simbólica por parte de la sociedad cuando estos sujetos pasan a ser considerados peligrosos para la mantención del orden establecido. Esta misma definición del marginal y de éste como alguien “peligroso” responde a estereotipos o visiones sobre el otro que traspasan épocas y que, como hemos dicho, se construyen socialmente: es así que desde la conquista América emerge desigual y estereotipada por los conquistadores, para quienes los otros representan sólo defectos, tal vez atendiendo a la imagen deformada de ellos mismos en una lógica en que se juzga al resto de acuerdo a unos valores absolutos que tienen su origen en los valores subjetivos de cada sujeto. Por lo tanto, serán estos estereotipos sobre el otro –basados en la diferencialos que irán configurando las desigualdades dentro de la sociedad latinoamericana, en tanto la identidad, y por ende la inclusión en un espacio social determinado, se derivaban de la igualdad y de la homogeneización del cuerpo social. En el caso que nos ocupa, serán los locos5 quienes a mediados del siglo XIX serán señalados como sujetos potencialmente peligrosos en función de las representaciones y del imaginario que sobre la locura tenía la elite hegemónica, la cual a través de su discurso va a configurarla como un problema de orden social asociado a otros problemas tales como la miseria, la delincuencia y el alcoholismo, sobre todo del bajo pueblo. Por lo tanto, la idea de locura en Chile se construirá a partir de una particular visión de mundo (la de la elite del siglo XIX) que definirá lo correcto o no en vías hacia la modernidad del país: lo normal sería entonces lo eficiente, lo competente y lo útil para la vida productiva, otorgando de esta forma los valores y creencias de un grupo reducido (pero poderoso social, política y económicamente) respecto a lo que era normal, lo cual en último término se va a extrapolar a la sociedad en su conjunto, permitiéndole de esta manera marginar o excluir a todos aquellos que no satisfacían los requisitos para ser partes de una ciudad cada vez más burguesa, industrializada y civilizada, utilizando para ello diferentes mecanismos para “normalizar a la población”6. De esta forma, podemos decir que “el poder hegemónico define la enfermedad mental, y sustenta esa definición a partir de los dispositivos de 3

Schmitt, Jean-Claude, “La historia de los marginados”, en: Le Goff, Jacques, Chartier, Roger y Revel, Jacques, La Nueva Historia, Ediciones Mensajero, Bilbao, 1988. Pág. 403. 4 Ídem. Pág. 403. 5 A lo largo de este artículo se usarán diferentes términos para referirse a los enfermos mentales: locos, orates, dementes, insanos y enajenados, 6 La normalización de la sociedad hace referencia a aquellas estrategias tendientes a la homogeneización de la población para hacerla previsible a ojos de las elites dominantes. Para lograr esto, la norma hace referencia a una nueva visión de la ley, entendida como “un conjunto mixto de legalidad y naturaleza, de prescripción y de constitución”. Ver: Foucault, Michel (1), Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2006. Pág. 310.

asistencia por los cuales debe ser tratada”7; para el caso de Chile este dispositivo de asistencia será la Casa de Orates de Santiago, la cual se constituirá como una instancia más del orden burgués, destinada a aplicar un disciplinamiento sobre unos sujetos extraños y difíciles de homogeneizar (aunque en realidad la Casa de Orates se constituyó, en sus comienzos, sólo como un lugar de exclusión y marginación sin tratamiento alguno). Por lo tanto, la Casa de Orates habría actuado como un mecanismo de control social toda vez que para la época, los locos no eran considerados enfermos, sino que eran vistos como unos seres peligrosos y marginales que ponían en peligro el bienestar de la sociedad (tanto física como moralmente), así como la vitalidad, el dinamismo y la evolución de la misma. Es así, que el encierro sería visto como la natural consecuencia del “desacato” a los límites establecidos por la elite para el normal desarrollo y progreso del país, desacato que se castigaba con el encierro, el aislamiento y el olvido. El período que abarca esta investigación corresponde al de la formación de la República, es decir, una época de transformaciones, que supuso una reorganización de la mayor parte de las estructuras fundamentales de la sociedad; dentro de este contexto, la creación de ciertas instituciones respondió más que nada a una concepción socio – política, lo cual significó que más allá de una idea altruista sobre la locura, primó un criterio que veía en ellos a un ser peligroso, al cual había que encerrar. De ahí que el estudio de la Casa de Orates en este período sea relevante, por cuanto refleja una manera de concebir un orden determinado para el país que respondió netamente a una visión de mundo de un grupo en particular, la elite dirigente; visión que se puede ver reflejada en las ideas que sobre la locura y la figura del loco se concibieron en dicha época, ideas que perdurarían por largos años y que se reflejan en la historia institucional de este establecimiento. Durante esta época, la sociedad chilena experimentó profundas transformaciones políticas, económicas, sociales, culturales y hasta religiosas debido principalmente, como dice Eduardo Cavieres, “al proceso de liberalización de parte importante de sus estructuras tradicionales”8. En este sentido, el período se caracterizó por la relevancia que la elite le dio al proceso de modernización del país, el cual se evidenció en el fuerte proceso de secularización de las instituciones y de la sociedad en general. Teñido de liberalismo, este proceso estuvo marcado por una “disociación entre un pensamiento liberal y las realidades socioeconómicas existentes”9. Por lo tanto, va a existir un discurso liberal – republicano proclamado por la elite criolla, que en la forma sería igualitario (formación de una sociedad de individuos libremente asociados, la cual tendería a la democratización de ésta a través de la soberanía popular) pero que en el fondo va a ser instrumentalizado por esta elite dominante en función de sus intereses particulares, identificados en último término, con la idea de preservar un orden social tradicional de corte oligárquico. Todos estos cambios tendrán su correlación en el campo de la medicina, la cual debido a la influencia de las corrientes del pensamiento intelectual europeo y a la creación de la Universidad de Chile en 1842, pasará de ser “un oficio tradicional empírico a una profesión moderna basada en el conocimiento científico”10, es decir, se constituirá en una 7

González, Guadalupe, Cordura v/s Locura. ¿¿Quién dice que estoy loco?? Montevideo, 2004. Pág. 6. http://www.rau.edu.uy/fcs/dts/Gedis/monografiaggonzalez.pdf 8 Cavieres, Eduardo, “Anverso y Reverso del liberalismo en Chile, 1840 – 1930”, en: Historia Nº 34, Santiago, 2001. Págs. 39–66. 9 Ídem. Pág. 39-66. 10 Serrano, Sol, Universidad y Nación. Chile en el siglo XIX, Editorial Universitaria, Santiago, 1994. Pág. 178.

medicina positivista y liberal, que hará posible el nacimiento de las ciencias y la tecnología médicas por medio del triunfo de la racionalidad instrumental, la cual se convertirá en un eficaz instrumento al servicio del orden y del progreso que se quería instaurar en este nuevo Chile republicano. De esta forma, estas trasformaciones confluirán en el cambio del paradigma médico en cuanto a la forma de entender la medicina en general y las enfermedades en particular, especialmente en lo referente a la locura. La metodología de este trabajo se inserta dentro de lo que llamamos la historia cultural de la enfermedad, que implica comprender la enfermedad más allá del fenómeno y de la manifestación biológica de la misma en los sujetos, sino entenderla como una construcción cultural íntimamente relacionada con las concepciones de una época en particular, es decir, entender cómo los individuos de una época determinada aprehenden y organizan significativamente la realidad social que los rodea. Al mismo tiempo, el estudio de la locura se circunscribe dentro de la tendencia planteada por Michel Foucault, en el sentido de que los grupos dirigentes de cada sociedad establecen ciertos dispositivos de control destinados a enmarcar al resto de la sociedad dentro de unos parámetros considerados como normales; esto, en una lógica de disciplinamiento del cuerpo físico y social, en una relación de docilidad – utilidad que garantizaba la sujeción a un orden establecido11. Las fuentes para esta investigación han sido fundamentalmente primarias. En primer lugar he recurrido a las Actas de la Junta Directiva de la Casa de Orates, que da cuenta de la historia administrativa y financiera de este recinto entre los años 1854 y 1891; en el mismo documento se cuenta con un apéndice que consta de documentos anteriores a la primera acta de la Junta Directiva (1852 – 1854). Por otro lado, la opinión del gobierno está expresada en las Memorias del Ministerio del Interior. Finalmente, la opinión de los médicos está consignada en la serie Movimiento de la Casa de Orates de Santiago, en donde se detalla anualmente la estadística del movimiento de los enfermos, así como el estado de la institución y las recomendaciones hechas por los doctores para mejorar el estado de la misma. También es importante destacar la revisión de la prensa de la época, ya que da cuenta de la opinión de una parte de la sociedad frente a este tema. EVOLUCIÓN Y DESARROLLO DE LA IDEA DE SALUD PÚBLICA EN CHILE Para adentrarse en el tema de la locura en Chile, lo primero que hay que comprender son las concepciones que tenía la elite en torno al tema de la salud pública en general, entendiendo dichas concepciones como el producto de una época determinada, y que, por lo tanto, se correspondía con la realidad que dicho grupo dirigente construyó de acuerdo a sus propios intereses políticos y económicos; de ahí que el tema de la salud fuera objeto de múltiples debates tendientes a determinar a quién le correspondía el deber de administrarla: a la caridad privada o al Estado12. De esta forma, a lo largo del siglo XIX y comienzos del XX, la idea que el grupo dirigente tenía sobre la salud pública fue evolucionando consecuentemente se producían 11

Foucault, Michel, op. cit. Pág. 32 y 141; FOUCAULT, Michel (2), Historia de la locura en la Época Clásica, Vol. I y II, FCE, México, 2006. 12 MOLINA, Carlos, “Sujetos sociales en el desarrollo de las políticas sanitarias en Chile, 1889 – 1938”, en: Revista Polis Nº 9, Santiago, Chile. http://www.revistapolis.cl

cambios en la sociedad producto de los crecientes procesos de urbanización e industrialización. Como sabemos, estos procesos trajeron una multiplicidad de problemas estructurales tanto en la ciudad como en la población, sobretodo en lo que respecta a la salud de esta última, que en su mayoría vivía en pésimas condiciones de vida lo que acrecentaba el riesgo de sufrir diversas enfermedades que muchas veces culminaban en la muerte de los individuos. Esta situación se fue convirtiendo en un problema para las elites dirigentes, que más allá de los cuestionamientos morales que pudieran recibir por su incapacidad para hacerse cargo de la situación, veían como la inhabilidad de los trabajadores producto de las enfermedades o la muerte mermaba la fuerza de trabajo y por consiguiente disminuía la producción económica del país. Ahora bien, frente a los problemas que planteaba la salud de la población, a mediados del siglo XIX no existía una política pública sistemática y coherente a este respecto. Como señala René Salinas, ni siquiera existía una definición clara y única para designar lo que hoy entendemos por salud pública, sino que ésta “se identificó durante el siglo XIX bajo otras expresiones: higiene, salubridad, beneficencia, medicina preventiva y social, etc.”13. En este sentido, podemos decir que el tema de la salud como política estatal no estaba considerada (el Estado apuntaba a solucionar los problemas de la infraestructura sanitaria de la ciudad más que a la atención directa de la población), ya que para las ideas de esa época este era un tema que concernía a la responsabilidad individual de cada persona, responsabilidad que contribuía al bienestar de la comunidad en general. Si una persona no podía hacerse cargo de sí mismos, actuaba la beneficencia en la forma de la caridad cristiana: las personas económicamente favorecidas sentían y tenían el deber moral de ayudar y proteger a los más desvalidos. Esta ayuda se expresaba en donaciones por medio de las cuales se financiaban servicios hospitalarios gratuitos (organizados por la filantropía y la caridad pública, y en menor medida por el Estado) bajo la administración de la Juntas de Beneficencia. En este sentido, la posición del Estado es bien clara al respecto y responde a la idea de privatización o liberalización de la sociedad en general: “Hablando en general, la intervención del Gobierno en la administración de la beneficencia pública debe limitarse a auxiliar i reglamentar. A los particulares es a quienes les incumbe, ya individualmente, ya por medio de asociaciones, ejercitar la caridad a fin de que los más favorecidos protejan y alivien a los menesterosos. No sería posible, ni conveniente que el Gobierno se constituyese en el bienhechor único del país”14. Esta posición prevalecía no sin detractores, pues las discusiones en torno al rol del Estado frente a la salud se sucedieron durante todo este período (segunda mitad del siglo XIX), ya que la solución para los problemas sanitarios planteada por la salud-caridad no daba los resultados esperados: la miseria, las malas condiciones de vida, el pésimo estado de los servicios sanitarios, las enfermedades (agravadas con las epidemias que se sucedían con frecuencia: cólera, viruela y tuberculosis) y la altísima mortalidad (sobre todo infantil) se acrecentaban, “amenazando con transformarse en una exigencia desbordante para la Beneficencia e incluso para el orden social”15. De acuerdo a observadores de la época: “es ya tiempo de dejar a un lado las especulaciones filosóficas sobre las libertades 13

Salinas, René, “Salud, ideología y desarrollo social en Chile, 1830 – 1950”, en: Cuadernos de Historia, Nº 3, Santiago, 1983. Pág. 101. 14 Camus Gayán, Pablo, “Filantropía, medicina y locura: La Casa de Orates de Santiago. 1852 – 1894”, en: Historia, Vol. 27, 1993. Pág. 92. 15 Salinas, René, op. .cit. Pág. 105.

individuales y la acción de la higiene pública. Hasta ahora el temor de lesionar las primeras ha sido el más tenaz obstáculo para nuestra debida organización sanitaria y el resultado no puede ser más lamentable”16. Dentro de todo este proceso, el rol de los médicos era de escasa relevancia, puesto que a su reducido número, hay que agregar el hecho de que se encontraban fuertemente supeditados a las juntas de beneficencia y a las órdenes religiosas que administraban el funcionamiento de los hospitales, de ahí que prácticamente no se les consultaba nada respecto a los problemas relativos a la salud de la población. Esta situación daría pie para que se sucedieran frecuentes conflictos entre la directiva de las juntas de beneficencia y los doctores, quienes abogaban por un cambio en la atención hospitalaria, exigiendo reformas de carácter científico – técnico acordes a los avances médicos de la época, así como mayor participación en la dirección de los hospitales. Esta posición se contraponía con la de los miembros de la beneficencia, quienes más allá del deber moral que decían sentir hacia los más desamparados, tenían detrás un interés económico puesto que las instituciones que estas juntas administraban generaban negocios a través de la acumulación de bienes raíces; de esta forma, a través de la política de la caridad social, la oligarquía (junto al clero) incrementaba su poder político y por supuesto, económico. Otra solución que planteará la elite como solución a los problemas relacionados con la higiene y salud pública será la transformación de la ciudad de Santiago en una “ciudad ilustrada y limpia”17 n contraposición a la ciudad bárbara generadora de enfermedades, delincuencia y marginalidad social. Un punto importante de destacar y que se presentaba como otra solución, esta vez desde el seno de la sociedad maltratada por las continuas enfermedades, es el hecho de que antes de que el Estado se hiciera cargo de la situación, se produjo una reacción social contra este paternalismo benéfico, surgiendo a fines de siglo las sociedades de socorros mutuos con el fin de asistir a sus miembros en la vejez, enfermedad o muerte, prescindiendo de la caridad oligarca. La deplorable situación de la salud iría cambiando y el Estado comenzó a asumir un papel más activo en la asistencia sanitaria de la población, especialmente durante el gobierno de José Manuel Balmaceda, quien creó el Consejo Superior de Higiene (1889) con miras a dirigir una política nacional de salud para combatir las epidemias mediante la prevención sanitaria. De ahí en adelante, Balmaceda intentará restarle autonomía a las juntas de beneficencia, uniformizando su funcionamiento y administración. Finalmente, la idea de salud - caridad evolucionó a lo largo de toda esta época hacia un concepto fundado en la asistencia social y en la visión de un Estado benefactor, esto, producto de las transformaciones sociales que se produjeron (surgimiento de la cuestión social, la ineficacia de la caridad frente a problemas como la mortalidad, etc.), pero también por los cambios producidos por el desarrollo de la medicina, el aumento de los doctores y la creciente valoración que esta profesión fue adquiriendo conforme los avances de la misma disciplina. Así, se pasa de una idea de salud basada en la individualidad y la caridad a un régimen público y colectivo a cargo de un Estado asistencialista. 16

Camus Gayán, Pablo, op. cit. Pág. 92 Leyton, César. La ciudad médica – industrial: melancólico, delirante y furioso; el psiquiátrico de Santiago de Chile, 1852 – 1930. http://www.cybertesis.cl/tesis/uchile/2005/leyton_c/html/index- frames.html 17

LA LOCURA Y EL LOCO A OJOS DE LA SOCIEDAD CHILENA

Tal como lo señala Erasmo de Rotterdam18, frente a la locura no existe definición alguna: las definiciones harían que este fenómeno fuera limitado, circunscrito dentro de ciertos parámetros capaces de ser aprehendidos por una razón siempre dispuesta a descifrar lo que hay de oculto y de misterioso dentro de ella. En este sentido, “la locura ha sido y sigue siendo un concepto elusivo”19, aún cuando todas las sociedades hayan conocido y hayan vivido la experiencia de la locura, experiencia que por lo demás ha evolucionado en forma paralela a la evolución cultural y social de dichas sociedades. Esto nos sugiere inmediatamente dos ideas, aún cuando en definitiva no haya un consenso racional sobre la naturaleza de la locura. La primera, es la de la locura entendida como una enfermedad mental, es decir, como un fenómeno asociado a un conjunto de signos y síntomas que tienen la misma evolución y proceden de una causa específica de origen conocido o no (por ejemplo, el caso de la demencia) y más modernamente, como un trastorno mental, entendido como la perturbación o alteración de una función física o psíquica20. La segunda idea se refiere a la locura como una construcción social, es decir, como un concepto netamente cultural y que por lo tanto, varía de acuerdo a las creencias, valores y temores de cada sociedad en particular. Ahora bien, ambas visiones no deberían ser excluyentes entre sí puesto que las dos responden a una realidad y a un contexto histórico determinado, y también a un desarrollo y a una evolución de las ideas en tanto avanzan las investigaciones sobre el tema (esto no quiere decir que la psicología y la psiquiatría sean la culminación de un proceso de humanización de la locura, sino que simplemente representan otra etapa en la búsqueda de la locura como objeto de conocimiento); por lo tanto, la historicidad misma de la locura como concepto llevaría a la imposibilidad de una definición “universal” que abarcara la totalidad de los sistemas socio – culturales existentes. Frente a esto, se entiende entonces (siguiendo a Foucault) que la locura es una experiencia históricamente constituida, conformada por prácticas institucionales, procesos socio – económicos y formas de discurso, de cuya confluencia surgiría la figura cultural de la enfermedad mental21: construcción sociocultural ligada íntimamente a las concepciones 18

De Rotterdam, Erasmo, Elogio a la Locura. Editorial Sarpe, Madrid, 1984. Porter, Roy, Historia social de la locura, Editorial Crítica, Barcelona, 1989. Pág. 20. 20 González, Guadalupe, op. cit. Pág. 24. 21 FOUCAULT, Michel (2), op. cit. Es importante destacar que la locura entendida como enfermedad mental ha sido ampliamente criticada, sobre todo a partir del movimiento de la llamada “antipsiquiatría” y de médicos psiquiatras tales como Franco Basaglia y Thomas Szasz. Ambos criticaron el manicomio y el papel de los psiquiatras como dispositivos de control social al servicio de valores, instituciones o determinados grupos de poder. En este sentido, el manicomio sería sólo un lugar de encierro, lugar en que los llamados “locos” se ven condenados a no recuperar su identidad, a estar silenciados de por vida. Frente a esto lo que se propone es restaurar el diálogo con los locos y para eso, el manicomio debía ser suprimido; por su parte, los psiquiatras deben establecer una reciprocidad con la persona que sufre, aceptándolo tal cual es, como una persona libre y en donde la acción psiquiátrica apuntara a persuadir y servir al “paciente” y no a manipularlo. Dicho de otro modo, la psicología o la psiquiatría son útiles y legítimas, en tanto operen dentro del campo de su objeto: los problemas de la vida, los hábitos, y siempre al servicio del sujeto que conduce esa vida (este es el punto que no debe ser ignorado). Ver: Basaglia, Franco, Razón, locura y sociedad, Editorial Siglo XXI, Ciudad de México, 1983; Szasz, Thomas, Ideología y enfermedad mental, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 2000; Szasz, Thomas, La fabricación de la locura, Editorial Kairós, Barcelona, 1974. 19

de una sociedad en un tiempo y espacio determinado. Así, vemos que a través de la historia, la locura ha sido abordada desde diversos puntos de vista, siendo estos filosóficos, religiosos – místicos, políticos y médicos y en cada uno de ellos el trato que ha recibido el loco ha sido diferente: la mayoría de las veces relacionándolo con la posesión demoníaca (como en la Edad Media), lo cual conllevaba su purificación mediante su exclusión o muerte; a veces condenando o enalteciendo su locura (como en el Renacimiento); en otros casos aislándolos en asilos y hospitales para garantizar el orden social (siglos XVIII, XIX y principios del XX) y actualmente, a través de Centros Comunitarios de Salud Mental. Estos diferentes pasajes del devenir histórico de la locura han dejado su huella en las diversas culturas y en las representaciones sociales que de ella se han hecho, representaciones que por lo general han generado temor y rechazo hacia el loco, estigmatizando su figura a tal grado que, si no es víctima del abandono y la miseria, lo es del encierro y del olvido. Es de esta forma, que el loco adquiere su status de marginal dentro de una sociedad que condena y rechaza a todos aquellos elementos que interfieren en su desarrollo. Ahora bien, para la sociedad chilena de mediados del siglo XIX, la locura no era algo desconocido, al contrario, su presencia era habitual en los espacios públicos, el espacio social por excelencia: los locos solían ser vistos vagando por las ciudades y campos o detenidos en las cárceles. Por ejemplo, la prensa consignaba así la presencia de los locos y su frecuente presencia en las calles: “Orijinalidades: San Bartolo está suelto; dicen los muchachos cuando en un mismo día suceden cosas extraordinarias. Los locos andan sueltos, decimos a nuestra voz, y esto que parece broma, es una gran verdad. A las tres de la tarde de ayer cruzaba las calles principales de Valparaíso un loco conducido por un jendarme, y que, a imitación de nuestros buenos patagónicos, parecía no cuidarse mucho de las atónitas miradas de la multitud; iba desnudo como los primeros patriarcas y cortejado, más que una música en noche de retreta. Aún no habíamos acabado de saborear esto cuando en el Almendral tuvimos el placer de encontrarnos con otro loco de la misma clase, pero con opuesta manía. Al primero le amaneció el día caluroso; el otro había viajado por Groenlandia y venía tapado con tres o cuatro mantos de arpillera. ¡Qué hace la policía que no recoje a estos originales!”22. En cambio, los enajenados pertenecientes a familias acomodadas eran recluidos en sus casas, en el espacio privado, o en su defecto, eran enviados a la Casa de locos de San Andrés en Lima, jamás se los veía en la calle. Aún así, la locura era una condición que atravesaba a todos los grupos sociales en todo tiempo y lugar23, sin distinción ni consideración alguna. En cuanto a la actitud que la población chilena tenía respecto a la locura en el siglo XIX, se puede decir que esta oscilaba entre tres tipos de criterios: demonológico, político y fisiológico24. En este sentido, el criterio demonológico imperaba en los sectores rurales o El Mercurio de Valparaíso, Valparaíso, 12 de febrero de 1852. Aroca, Alfredo, “Historiografía de la locura. El péndulo de la historia”, en: Revista Observaciones Filosóficas, 2005 – 2007. http://www.observacionesfilosoficas.net/historiografia.html 24 De acuerdo a esta clasificación propuesta en 1912 por Bernard Hart, el criterio demonológico sería propio de la Edad Media y le asignó al loco el carácter de poseído, oscilando su trato entre la plegaria y el exorcismo, la santificación o la hoguera. El criterio político se habría dado a partir del Renacimiento y en él el loco habría perdido su carácter demoníaco, adquiriendo la condición de ente desprovisto de consideración social y a 22 23

campesinos, en donde se mantenían aún las creencias ancestrales y mágicas al momento de representarse un determinado fenómeno. En la ciudad en cambio, dependiendo del nivel cultural de sus habitantes, los conceptos para explicarse la locura oscilaban entre el político y el fisiológico, predominando el político dadas las características particulares de la época y los valores y creencias que animaban a la elite dirigente. Es así que tenemos que para la elite chilena, la locura (considerada desde un criterio político) representaba un problema de orden social asociado a la marginalidad y a la miseria de todos aquellos personajes que escapaban a las normas y valores establecidos como correctos por el discurso de una sociedad que estaba construyendo su camino hacia el progreso y hacia la modernidad: los delincuentes, los vagabundos, los alcohólicos, las prostitutas, los locos, etc., en fin, todos aquellos que ante su negativa a aceptar los parámetros socialmente establecidos por la comunidad, se ven imposibilitados de ocupar un lugar funcional en el medio social. En este sentido: “…la locura es percibida en el horizonte social de la pobreza, de la incapacidad de trabajar, de la imposibilidad de integrarse al grupo; el momento en que comienza a asimilarse a los problemas de la ciudad…”25. Por lo tanto, la elite dirigente creará un discurso y unos dispositivos de control para todos estos sujetos, dentro de los cuales la locura conciliará el interés y una preocupación especial por parte del Estado, el cual se alzará como el principal benefactor de la Casa de Orates de Santiago, toda vez que debía velar por el bienestar y la seguridad de la sociedad frente a la alienación en que caían algunos de sus miembros. En cuanto a la imagen del loco en particular, debemos decir que el concepto en sí pareciera encerrar variadas e ilimitadas definiciones: el loco es aquel que ha perdido la razón, el anormal, el rebelde, el extraño, el que está fuera de lo “normal” y que por lo tanto rechaza, por medio de su comportamiento, las normas sociales establecidas por la sociedad en que vive. Ahora bien, si se piensa en las definiciones anteriormente dadas, fácilmente se puede ver que todas se configuran a partir de lo que el loco no es, es decir, el loco es aquel sujeto que no es “normal” o que no se comporta “normalmente” de acuerdo a los parámetros establecidos; en el caso de Chile, por la elite dirigente. Pero ante esto: ¿de qué normalidad hablamos?, o mejor dicho ¿cuáles eran en Chile los parámetros para categorizar lo que es o no normal? Antes de continuar, es importante destacar que “el término “normal” no tiene ningún sentido propiamente absoluto o esencial, sino relacional”26. Es decir, será el entorno o el contexto el marco en el que se definirá, de modo provisorio, lo que se va a entender por “normal”, y aquello que quede excluido de este concepto será visto como lo “patológico”; por lo tanto, lo “patológico” va a aparecer como lo otro diferente de lo “normal”, aquello que no puede ser interpretado como tal. Es así que: “…no podemos decir que el concepto menudo, peligroso. Para aislarlos, se crearían los establecimientos de tipo carcelario. La Revolución Francesa traería consigo un nuevo criterio, esta vez más asistencial y cuyo hito sería la supresión de las cadenas hechas por Philipp Pinel. Finalmente, estaría el criterio fisiológico, según el cual el enajenado adquirió la condición de enfermo mental, merecedor por tanto, del mismo trato que se daba al resto de los enfermos somáticos. Ver: Vivado, Arturo, Larson, Carlos y Arroyo, Víctor, “La Asistencia Psiquiátrica en Chile (Su historia, estado actual, deficiencias y forma como debe ser encarada)”, en: Escobar, Enrique, Medina, Eduardo y Quijada, Mario (Editores), De Casa de Orates a Instituto Psiquiátrico. Antología de 150 años, Sociedad Chilena de Salud Mental, Santiago, 2002. Pág. 50-57. 25 Foucault, Michel (2), op. cit. Pág. 124. 26 Canguilhem, George, El conocimiento de la vida, Editorial Anagrama, Barcelona, 1976. Pág. 189.

“patológico” sea el contrario lógico del concepto de “normal”, porque la vida en el estado patológico no es la ausencia de normas sino la presencia de otras normas. Con el máximo rigor, “patológico” es lo contrario vital de sano y no lo contradictorio lógico de “normal”27. Se entiende así que la norma, al ser también una construcción social y no una ley natural, está creada a partir de unos intereses particulares que generalmente se corresponden con los del grupo dirigente, en este caso, la elite chilena. De esta forma, la norma se puede definir a partir del “papel de exigencia y coerción que es capaz de ejercer con respecto a los ámbitos en que se aplica”28, es decir, la norma sería portadora de una pretensión de poder, pretensión que le permite a este poder legitimarse dentro de una comunidad con el fin de intervenirla y transformarla de acuerdo a los objetivos que dicho grupo posea. Por lo tanto, la norma estaría ligada a una especie de proyecto normativo29 que tendería a la homogeneización de la sociedad con el fin de hacerla dócil y manejable para, de esa forma, conservar el orden establecido, evitar la anarquía y encaminar al país hacia la senda del progreso y la modernidad. De esta forma, el loco al ser un personaje enigmático e indeterminado desde el punto de vista de sus acciones, será considerado “anormal” para los parámetros establecidos por la elite; en este sentido, el loco no sólo escapaba a las normas, sino que su presencia involucraba además un desafío y un peligro para una sociedad que intentaba aprehender la realidad a través de la confianza ciega en el uso de la razón. En este sentido, el loco representaba un desafío porque para la época la locura seguía siendo un misterio, a medio camino entre lo demoníaco, lo peligroso y un probable enfermo; pero también será un peligro porque, asociado a otros focos de miseria y marginalidad como los delincuentes, las prostitutas, los alcohólicos, los sifilíticos, etc. alteraba el orden y la paz social. De ahí que fuera necesario encerrarlos y segregarlos no tanto para garantizar su propio bienestar como para resguardar la seguridad de la sociedad. Este último propósito se puede apreciar en la prensa de la época, la cual en manos de la elite, se hará eco de sus creencias en torno a la locura y de la peligrosidad que con que se la calificaba, tanto para la seguridad de la población como para la moral y las buenas costumbres: “…una de esas pérfidas dementes que el vulgo gusta aplaudir, ha cometido un escandaloso atentado, ultrajando la decencia y la moral ante un concurso de jentes, y ofendiendo del modo más atrevido e indecente a una respetable familia. La libertad en las calles de estas desgraciadas criaturas es una amenaza indirecta contra el recato y delicadeza de las familias y un espectáculo de inútil conmiseración para el pueblo. Importa, pues, a la seguridad y moralidad públicas que tales personas no salgan del recinto de un hospital u hospicio”30. Es así que el loco, al ser segregado y encerrado en los llamados asilos (para el caso de Chile en la Casa de Orates de Santiago) se hallará excluido de los cuatro sistemas que, de acuerdo a Foucault, conformarían la vida en sociedad: a) la producción económica (trabajo), b) la reproducción de la sociedad (familia), c) el sistema de producción y circulación de símbolos (discurso) y d) la producción lúdica (juegos o fiestas)31. 27

Ídem. Pág. 197. Foucault, Michel (3), Los Anormales. Curso en el Collège de Francia (1974 – 1975), FCE, México, 2001. Pág. 57. 29 Ídem. Pág. 57. 30 El Mercurio de Valparaíso, Valparaíso, 5 de julio de 1852. 31 Foucault, Michel (4), “La locura y la sociedad”, en: Estética, Ética y Hermenéutica. Obras esenciales, Volumen III, Editorial Paidós, Barcelona, 1999. Pág. 90. 28

Posteriormente, cuando el loco sea sustituido por la figura del enfermo mental, su status de “excluido” no sólo no cambiaría en relación a estos cuatro sistemas sociales, sino que al ser considerado un enfermo se convertirá en alguien que debe ser curado para ser introducido en el circuito del trabajo. Es decir, la idea central será convertir al loco en un cuerpo capitalista, un cuerpo dócil que pueda ser manejado, transformado y perfeccionado, y para ello, el cuerpo “enfermo” deberá ser vencido, derrotado, desarmado material, moral e intelectualmente con el fin de impedir que vuelva a rebelarse frente a lo valores considerados como “normales” por la sociedad32. Por lo tanto, se puede ver que las consideraciones en torno a quienes deben ser catalogados de “locos” y encerrados en asilos (para el caso de Chile en la Casa de Orates de Santiago) varían de una sociedad a otra y van a depender del imaginario, las representaciones y los intereses de esa sociedad en particular en un tiempo y espacio determinado. Por lo tanto, para la época estudiada lo normal se establecía como criterio de evaluación de las infracciones y las desviaciones, en una lógica de análisis, diferenciación y comparación que va a atravesar las diversas instituciones de la época (escuelas, cárceles, hospitales, etc.). Junto a lo anterior, cabe decir que gran parte de las concepciones sobre la locura y la figura del loco en especial que se tenían en Chile a mediados del siglo XIX no son sino expresiones de siglos de incomprensión heredados de la tradición europea. En este sentido, la idea de que los enajenados eran violentos y peligrosos responde netamente a un prejuicio basado en erróneas concepciones sociales, arraigadas en la percepción colectiva y en el desconocimiento y en el misterio que han rodeado a este tipo de trastornos, lo cual generó sobre el loco un estigma33 que implicó su enjuiciamiento, su maltrato y su discriminación por largo tiempo, prevaleciendo la imagen del loco como aquel predador violento que puede caer en crisis en cualquier momento y dañar a los que le rodean. LA CASA DE ORATES DE SANTIAGO La Casa de Orates de Nuestra Señora de Los Ángeles, fundada el 8 de Agosto de 1852, fue un establecimiento que en sus orígenes cumplió a cabalidad uno de los objetivos de la oligarquía: encerrar a cualquiera que representara un peligro para la sociedad, y en último término, para la hegemonía de esta elite. La Casa de Orates surge a partir de la iniciativa del entonces intendente de Santiago, don Francisco Ángel Ramírez, quien en un 32

Nievas, Flabián, El control social de los cuerpos, Editorial Eudeba, Buenos Aires, 1998. Pág. 27. Se entiende por estigma a “…un proceso social, o una experiencia personal conexa, caracterizados por la exclusión, condena o devaluación, que resulta de un juicio social adverso, sobre una persona o un grupo. El juicio se basa en un perdurable rasgo de identidad, atribuible a un problema de salud o a un estado relacionado con la salud, y este juicio es, fundamentalmente, médicamente injustificado”. Por lo tanto, el estigma (al igual que la noción de locura) es un constructo social que varía según las distintas culturas y se genera y construye a partir de las relaciones interpersonales que cada sociedad establece y que adquieren una dinámica propia en un contexto y en una realidad determinada. Es así que la estigmatización se va a entender como un producto social relacionado con la institucionalización, con la regulación y con las ideologías que sustentan a cada realidad en particular, así como con las decisiones hechas por lo individuos, las sociedades y los diferentes Estados. Ver: Weiss, Mitchell y Ramakrishna, Jayashree, Las estrategias de la salud pública, Editorial Paidós, Barcelona, 1997. Pág. 56. 33

viaje realizado años antes al Perú tuvo la oportunidad de conocer el Manicomio de San Andrés de Lima, concibiendo la idea de fundar uno similar en Santiago que pudiera acoger a los locos que vagaban por las calles de la ciudad, o que se encontraban encerrados en las cárceles o en algunos hospitales (las familias más pudientes mandaban a sus familiares locos a Lima o los escondían en sus casas). A este respecto, un artículo del diario El Mercurio nos ilustra la necesidad de que existiera un establecimiento de este tipo en Chile: “…las familias se ven en la necesidad, si tienen algún pariente con la razón trastocada, de enviarlo fuera del país a costa de mil sacrificios, de mil sufrimientos…”34. Evidentemente, acá se da a conocer una situación que afecta a las familias con poder económico. Pero otras veces la prensa se hace eco de la condena que se quiere imponer a estos individuos, condenando al loco, estigmatizándolo, cuestionando su manera de ver el mundo y los vicios que supuestamente provocan este estado: el alcohol, las prostitutas y la holgazanería; en este sentido, la prensa se alza como la conciencia crítica de la sociedad, actuando como un elemento más de disciplinamiento de la sin razón o mejor dicho, de control social. Un ejemplo de esto lo tenemos en el siguiente extracto: “…una de esas pérfidas dementes que el vulgo gusta aplaudir, ha cometido un escandaloso atentado, ultrajando la decencia y la moral ante un concurso de jentes, y ofendiendo del modo mas atrevido e indecente a una respetable familia. La libertad en las calles de estas desgraciadas criaturas es una amenaza indirecta contra el recato y delicadeza de las familias y un espectáculo de inútil conmiseración para el pueblo. Importa, pues, a la seguridad y moralidad publicas que tales personas no salgan del recinto de un hospital u hospicio, para ahorrar una desgracia a las familias y prevenir escándalos perniciosos”35. Como podemos ver, lo normal se establece como criterio de evaluación de las infracciones y las desviaciones, en una lógica de análisis, diferenciación y comparación que va a atravesar las diversas instituciones de la época (escuelas, cárceles, hospitales, etc.). Ahora bien, la Casa de Orates de Santiago contó desde sus inicios con la aceptación y el apoyo financiero de la ciudadanía y del Estado, pues este último se aseguraba así de que se pudieran encerrar a cualquiera que desafiara el orden existente. Como era de esperar, este establecimiento pronto no daría abasto para la cantidad de personas que en él había, produciéndose una constante en la historia de este edificio: gran cantidad de pacientes – escasez de recursos, lo que prácticamente tenía en la miseria a las personas que ahí estaban, teniendo el establecimiento “más características de ser un centro de detención que un hospital”36. En 1854, estas eran las palabras del Presidente de la Junta a cargo de la Casa de Orates, Juan Ugarte, quien denuncia la miseria y el estado de abandono en que se encuentran estos enfermos: “El establecimiento demanda serios i asiduos cuidados en el deplorable estado en que se encuentra...Mi insuficiencia por otra parte i la falta de descanso para la dirección formal de un establecimiento que corresponda al rol que desempeña nuestra nación entre las mejor civilizadas, me impiden también tener valor para permanecer un solo día mas al frente de los mismos infelices de mis semejantes hacinados cual inmundos cerdos en un rincón de la Republica, i en peor estado que los mas infames criminales”37. 34

El Mercurio de Valparaíso, Valparaíso, 6 de Mayo de 1852. El Mercurio de Valparaíso, Valparaíso, 5 de Julio de 1852. 36 Camus Gayán, Pablo, op. cit. Pág. 99. 37 Actas de la Junta Directiva de la Casa de Orates. Imprenta Valparaíso, Santiago, 1901. Pp. 408. 35

Ante esta situación, “el gobierno promulgó la Ley de 24 de Octubre de 1854, que autorizó invertir $20.000 para el Hospital de Insanos”38. El nuevo edificio se ubicó en la calle Olivos y su construcción estuvo a cargo del arquitecto Fermín Vivaceta, siendo inaugurado el 12 de Septiembre de 1858. De acuerdo a la costumbres de la época, el edificio quedó instalado en el sector norte de Santiago, en una especie de concentración de las instituciones médicas (Cementerio General, el Instituto Médico Legal, la Casa de Orates, el Hospital José Joaquín Aguirre, la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile). Este nuevo edificio se construyó siguiendo el modelo carcelario de tipo Panóptico (ver todo) y su capacidad original era para 272 enfermos de ambos sexos. Pero al igual que el edificio anterior, este pronto se vio superado por la gran cantidad de personas que ingresaban cada año, repitiéndose los problemas de hacinamiento. Este edificio, al igual que el anterior, correspondía a lo que se ha dado en llamar un “hospicio de concentración”39, es decir, su única función era encerrar y aislar a estos individuos (locos), sin brindarles una atención médica especializada: el encierro era el tratamiento que se seguía. De ahí que esta institución no contara con una dirección médica, sino que ésta estaba a cargo de una Junta Directiva. Los médicos que trabajaban en esta institución sólo se ocupaban de atender las necesidades básicas de estos sujetos. Aún así, los médicos protestaron a través de sus Memorias anuales sobre las continuas deficiencias que poseía este establecimiento, sobre todo en lo referente a la falta de recursos para ejercer su trabajo y a la miserable situación en que viven los enfermos: se generan de esta forma, conflictos entre los miembros de la Junta (pertenecientes a la alta burguesía) y el reducido gremio médico. Un ejemplo que ilustra lo anterior es la controversia entre el primer médicoresidente de la Casa de Orates, William Benham y el Inspector de la Junta, don Pero Marcoleta. Este doctor inglés, consideraba a los dementes como enfermos y como tales debían recibir un tratamiento adecuado a esa calidad, proponiendo el tratamiento moral y la ergoterapia como formas de curación, siendo de vital importancia en esta la labor del médico, esto, a diferencia de lo que pensaba la Junta, quienes le daban a los médicos una labor secundaria (complementaria al encierro) y subordinada a las funciones que el Reglamento le otorgaba. Las opiniones de Benham, respecto al estado de este establecimiento son bien claras y están consignadas en el informe que mandó al Ministerio del Interior: “la Casa de Orates es al presente un establecimiento donde el insano del país se halla colocado bajo circunstancias tan desfavorables, bajo condiciones tan irregulares que las probabilidades de curación se hallan mui reducidas…no hai nada con que suministrarles abrigo aún en los días más fríos de invierno, i en esa época es lo mas triste ver a esas pobres criaturas mezcladas confusamente en un rincón con el propósito de comunicarse recíprocamente el calor, mucho de ellos sin tener la ropa suficiente i aún descalzos, i todos aquellos que no tienen deudos que los provean de artículos extraordinarios andan si medias”40. Esta situación va a ser una constante: de hecho la mayoría de las Memorias de los Médicos dan cuenta de un progresivo aumento de los internos, así como la situación de miseria y hacinamiento en que viven. Esta es la etapa que el Dr. Miguel Escobar califica 38

Escobar, Enrique. Historia del Hospital Psiquiátrico (1852 – 1952). en: Escobar, Enrique, Medina, Eduardo y Quijada, Mario (Editores), op. cit. Pág. 116. 39 Leyton, César, op. cit. 40 Benham, William. Casa de Orates. Informe pasado al Ministerio del Interior, Imprenta de La República, Santiago, 23 de Noviembre de 1875.

como fundacional (1852 – 1891) y se caracteriza por las continuas disputas en torno a la conducción del establecimiento. Posterior a esta etapa, estaría una segunda denominada de desarrollo institucional (1891 – 1931) y que se caracteriza por nuevos aportes para el Hospital dadas las condiciones en que se encontraba: se hacen nuevas reparaciones, se construyen nuevos pabellones, se uniforma a los pacientes y al personal, se aumenta la planta médica, pero lo principal, radica en el hecho de que progresivamente se van abandonando los tratamientos de reclusión, aislamiento, camisola de fuerza, en pos de los tratamientos en boga por aquella época: baños permanentes, terapias eléctricas, reposo en cama con vigilancia continua, la terapia de libertad (se les permite salir de paseo a algunos pacientes) y la terapia por trabajo y distracción (trabajo en los talleres y fábricas que existían dentro de la Casa: carpintería, herrería, gasfitería, agricultura y fábricas de colchones, baldosas, mármol, ladrillos, escobas, etc. Esto es lo que se comienza a conocer como “hospicio de diseminación”41, es decir, basado en el sistema de asilos (múltiples edificios que permiten diversificar las actividades que los enfermos llevan a cabo para su recuperación, ejemplo: la Colonia Agrícola y el Open Door de El Peral) y dando una mayor preeminencia a los tratamientos médicos así como a la opinión especializada de estos últimos. Esta nueva forma de atender a los locos, se corresponde con una nueva visión de la psiquiatría y del reconocimiento de la condición de enfermos de estos individuos: el loco es un enfermo mental que necesita de un tratamiento médico, lo que no obsta ara que se sigan encerrando personas que atentan contra lo establecido (como por ejemplo anarquistas como José Domingo Gómez Rojas). Todo este proceso de reconocimiento tendría su coronación con el nombramiento del doctor Jerónimo Letelier Grez como primer médico director del Manicomio Nacional en 1931 (para ese año la Casa de Orates de santiago había pasado a denominarse Manicomio Nacional). Como conclusión debemos decir que plantear el devenir histórico de la Casa de Orates, desde la perspectiva del control social de aquellos elementos considerados “anormales” en relación al resto de la sociedad, es bosquejar lo que ha sido la formación del Chile republicano. En este sentido, la Casa de Orates refleja en su propia historia lo que ha sido el devenir del país en tanto realidad construida socialmente de acuerdo a una visión de mundo particular (la de la elite dirigente) y a un sistema de representaciones, valores y creencias que le dieron significado a esa realidad. De esta manera, el desarrollo de esta institución se relaciona directamente con la instauración de un orden republicano basado en un nuevo modelo político, económico y social que tendía a la liberalización de las estructuras tradicionales con miras a la modernización del país. Este proceso, no sólo significó cambios para todos los ámbitos del quehacer social, sino que también trajo consigo nuevos valores y miradas sobre la realidad que no sólo brindaron a la elite la unidad necesaria para asumir la dirección del país, sino que dichos valores y dichas representaciones serían la base para buscar “normalizar” a la sociedad de acuerdo a ciertos parámetros que constituían lo “normal”, “lo sano” y “lo correcto” a ojos de esa elite. Será dentro de este contexto en que se encontrará inserta la Casa de Orates, puesto que ella fue establecida por la elite como uno de los dispositivos de control social, destinada a encerrar a aquellos sujetos considerados “locos” y que para la época no 41

Leyton, César, op. cit.

representaban mas que un peligro para este nuevo Chile en formación, un Chile moderno, racional, encaminado hacia el progreso; de ahí que los locos, al no poder ser aprehendidos por esta racionalidad, debían ser encerrados y aislados de cualquier forma de contacto social, ya que su presencia sólo representaba una amenaza y un desafío al orden existente. Ahora bien, creemos que reconstruir la historia de los locos y su condición de marginado y de excluido en la sociedad chilena decimonónica nos ha permitido no sólo adentrarnos en una historia hecha de abandono, supresión y silencios, sino que también nos permite adentrarnos en un contexto social, cultural, económico y político más amplio y que guarda directa relación con la imagen de desigualdad existente, en este caso, en América Latina. Y hablamos de América en general, puesto que el status de marginal que el loco tenía en Chile lo podemos ver también en varios países de Latinoamérica, tales como Argentina, México, Colombia, Perú, etc.42 Es por esto que una historia hecha desde la diferencia, desde el límite y a veces desde fuera de él, nos brinda la oportunidad de aprehender la historia desde otra mirada, una mirada que expresa desigualdades, abandono y miseria, y que nos devuelve el reflejo de esa América que hasta el día de hoy margina y excluye en base a estereotipos que se encarnan en diversos sujetos y que de acuerdo a lo planteado al comienzo de este trabajo, se perpetúan en la memoria colectiva a través de imágenes, de palabras y en el caso de los locos, de una institución como la Casa de Orates que actuó (contando con erogaciones especiales por parte del Estado) como un dispositivo de control social que funcionó por mucho tiempo bajo condiciones paupérrimas considerando la gran cantidad de personas que allí vivían, lo que sólo reafirma la idea de que la atención hacia los alienados en ese establecimiento prácticamente no existía, siendo evidente su carácter carcelario al revisar sobre todo las Actas de la Junta Directiva, la cual se refiere a los alienados como “detenidos” y a lo que deberían haber sido las habitaciones, de “celdas”. Carolina Miranda González Licenciada en Historia con mención en Ciencia Política Profesora de Historia, Geografía y Ciencias Sociales PUCV

42

Ver: Di liscia, Mª Silvia y Bohoslavsky, Ernesto, Instituciones y formas de control social en América Latina, 1840 – 1940, Prometeo libros, Buenos Aires, 2005; - SECUENCIA, Revista de Historia y Ciencias Sociales, Nº 51, “Para una historia de la psiquiatría en México”, México, 2001.

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.